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FAUNA IBÉRICA/]2; Por el Dr. Rodríguez de la Fuente LOS OJOS OE LA NOCHE E N los dulcen alardeüere^ de septiem- bre^ cuando \as recuas de mulos y borriquillos regresan por I0& caminos polvorientos con \a postrera carga de la vendimia, cuando el bando de perdi- ces igualonaí busca dormidero entre loi tomillos del cerro, una voz profunda y lúgubre cae al valle desde las penas ilu- minadas por los últimos rayos del ^ol. Es la llamada def buho real: un «uuu- hus monótono y suave, pero audible desde largas distancias y cargado de magnetismo. Los campesinos, los niños vocingleros, los arrieros rudos han cor- tado y acarreado el fruto durante todo el difl* inzíiferentes al canto de [ilgue- roa y pardillos, pero no pueden evitar una mirada hada el rincón umbrío de Alevna»^ rapaces nocturnas, como los buhos y autillos, pstán adornadas con plu- mas enhiestas, que se parecen muclto a orejas o cuemecJIlojH. Pero, hasta la locha, no -SP ha podido <1emosI[»r QUe tengan relaciún alguna con el oído, como las rí- gidas plumillas que forman los discos facial^ de estos caladores noctunios. la sierra, a! escuchar las notas del ave nocturna, —Va canta el «bu», niño —íe dirán al rapaz que cabalga entre los cestos de uva. Y se hará un arlenciu solemne, para escuchar la voz del AiGran Duque». Hay imágenes que se graban en el ce- rebro de manera indeleble; recuerdos que permanecen intactos en la memoria, conservando con frescura todos sus ma- tices. Me basta cerrar los ojos y evocar ia llamada del buho para sentir ía su- perficie rugosa y caliente de la rocj bajo la presa de mis dedos, Y percibo también el olor intenso del enebro qua me permite superar un saliente de la pared en mí ascensión hacia la niisle- riosa cueva de boca redonda. Segura- mente, la calma de fa larde de julio in- tensifica mis sensaciones, entre las que deslaca el miedo. Un miedo animal, are- nazador, específico de la montaña. Un terror instintivo que sólo dura unos se- gundos. L_os justos para confiar lodo el peso del cuerpo y de Ía vida a las raices de un viejo enebro, no mucho más grue- so que un bastón, soltar los asideros firmes, fle>ionar los bracos, extender- los, como en un ejercicio gimnástico de barra fija, para terminar balancean- do el tronco hacia adelanle hasta besar la fina arenilla de la cornisa superada ya. Debajo, quedan cuarenta metros de despeñadero y Ía imprudencia de los catorce años; tres metros más arriba, la entrada de la misteriosa cueva de[ buho. No pocas veces, al acompañar a los caladores en las duras manos a las per- dices por la falda de la sierra, habíamos encontrado en aquel paraje abrupto y solitario, al pie de U risquera, gruesas pellas de pelos grises que los hombres desmenuzaban ante mi curiosidad, mos- trándome los cráneos y huesecillos que contenían, mientras me contaban inva- fiablemente tas hazañas cinegéticas del buho. Porque aquellas concreacíones de ma- terias indigeribles eran las egagrópilas que el sGrsn Duque» devolvía cada lar- de ames de partir a la caza. Y y el rey de la noche, el buho, a secaSj para mis pai- sanoSj era un personaje legendario. Por fo pronto, aunque por aquellos montes los buhos reales debían abundar, se íe citaba siempre en singular- Y no se re- conocía más buho que el que anidaba en la flcueva del buho». Es comprensible, pues, mi curiosidad y hasta mi impru- dencia por liega" d 1^ ca^/ernilla da boca redonda. INFUNDE PAVOR, PERO ES SUMAMENTE TÍMIDO Al superar ef resaiie que hacia de na- tural alféizar en la ventana rocosa, es- tuve a punto de caerme de espaldas. Tres pares de ojo; enormes, anaranja- dos y redondos, me miraban con ejiíra- ña lijeza. Lo demás era una masa de plumas pardas que crecía rápidamente, hasta llenar ef estrecho cubil. Y como fOTOGEAfiAÍ t^E BlCKEWB*^, BOFOVíCÍENY. I F-TEHASSE, I MCCLET V fATKAÍ.

Fauna Iberica 11.Los ojos de la noche.Blanco y Negro.24.06.1967

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INFUNDE PAVOR, PERO ES SUMAMENTE TÍMIDO Es la llamada def buho real: un «uuu- hus monótono y suave, pero audible desde largas distancias y cargado de magnetismo. Los campesinos, los niños vocingleros, los arrieros rudos han cor- tado y acarreado el fruto durante todo el difl* inzíiferentes al canto de [ilgue- roa y pardillos, pero no pueden evitar una mirada hada el rincón umbrío de Por el Dr. Rodríguez de la Fuente buho.

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FAUNA IBÉRICA/]2;

Por el Dr. Rodríguez de la Fuente

LOS OJOS OE LA NOCHE

EN los dulcen alardeüere^ de sept iem­bre^ cuando \as recuas de mulos y

bor r iqu i l l os regresan por I0& caminos polvor ientos con \a post rera carga de la vend imia , cuando el bando de perd i ­ces igua lonaí busca do rm ide ro entre l o i tomi l los del ce r ro , una voz p ro funda y lúgubre cae al valle desde las penas i l u ­minadas por los ú l t imos rayos del ^o l .

Es la llamada def buho rea l : un «uuu-hus monótono y suave, pero audible desde largas distancias y cargado de magnet ismo. Los campesinos, los niños vocingleros, los arr ieros rudos han cor­tado y acarreado el f r u t o durante todo el dif l* inzíiferentes al canto de [ilgue-roa y pard i l los, pero no pueden evi tar una mi rada hada el r incón umbr ío de

Alevna»^ rapaces nocturnas , como los buhos y autillos, pstán adornadas con plu­mas enhiestas, que se parecen muclto a orejas o cuemecJIlojH. Pero, hasta la locha, no -SP ha podido <1emosI[»r QUe tengan relaciún alguna con el oído, como las rí­gidas plumillas que forman los discos f ac i a l^ de estos caladores noctunios.

la s ierra, a! escuchar las notas del ave noc turna ,

— V a canta el «bu», niño —íe d i rán al rapaz que cabalga entre los cestos de uva. Y se hará un arlenciu solemne, para escuchar la voz del AiGran Duque».

Hay imágenes que se graban en el ce­rebro de manera indeleble; recuerdos que permanecen intactos en la memor ia , conservando con frescura todos sus ma­tices. Me basta cerrar los o jos y evocar ia l lamada del buho para sentir ía su­per f ic ie rugosa y caliente de la r o c j ba jo la presa de mis dedos, Y percibo también el o lor intenso del enebro qua me permi te superar un saliente de la pared en mí ascensión hacia la niisle-riosa cueva de boca redonda. Segura­mente, la calma de fa larde de ju l io in­tensif ica mis sensaciones, entre las que deslaca el m iedo . Un miedo an ima l , are-nazador, específ ico de la montaña . Un te r ro r ins t in t ivo que sólo dura unos se­gundos. L_os justos para conf iar lodo el peso del cuerpo y de Ía vida a las raices de un v ie jo enebro, no mucho más grue­so que un bastón, soltar los asideros f i rmes , f le>ionar los bracos, extender­los, como en un ejerc ic io g imnást ico de barra f i j a , para te rm ina r balancean­do el t ronco hacia adelanle hasta besar la f ina arenil la de la cornisa superada ya. Debajo, quedan cuarenta metros de despeñadero y Ía imprudencia de los catorce años; tres metros más a r r i ba , la entrada de la misteriosa cueva de[ buho.

No pocas veces, al acompañar a los caladores en las duras manos a las per­dices por la falda de la sierra, habíamos encontrado en aquel paraje ab rup to y so l i ta r io , al pie de U r isquera, gruesas pellas de pelos grises que los hombres desmenuzaban ante mi cur ios idad, mos­t rándome los cráneos y huesecillos que contenían, mientras me contaban inva-f iab lemente tas hazañas cinegéticas del buho.

Porque aquellas concreacíones de ma­terias indigeribles eran las egagrópilas que el sGrsn Duque» devolvía cada lar­de ames de par t i r a la caza. Y y el rey de la noche, el buho, a secaSj para mis pai-sanoSj era un personaje legendario. Por fo p ron to , aunque por aquellos montes los buhos reales debían abundar, se íe citaba siempre en singular- Y no se re­conocía más buho que el que anidaba en la flcueva del buho». Es comprensib le, pues, mi cur ios idad y hasta m i impru­dencia por liega" d 1^ ca^/ernilla da boca redonda.

INFUNDE PAVOR, PERO ES SUMAMENTE T ÍMIDO

Al superar ef resaiie que hacia de na­tura l alféizar en la ventana rocosa, es­tuve a punto de caerme de espaldas. Tres pares de o j o ; enormes, anaranja­dos y redondos, me mi raban con ej i í ra-ña l i jeza. Lo demás era una masa de plumas pardas que crecía rápidamente, hasta llenar ef estrecho cub i l . Y como

fOTOGEAfiAÍ t E BlCKEWB*^, BOFOVíCÍENY. I F-TEHASSE, I MCCLET V fATKAÍ.

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Los ojos úe los búboa. ^ItainFnte cspecíalt^fnidos, tíen^Q una .sensibilidad a la Iitz dir dil^z a t'fen VFCPK superior u la del hom­bre. Como los áe todas las nvKh, poseen un tercer párpado, la membrana nictitanlc. ijue les proieee. limpia y lubrifica, como puede observarse en cslas notables Colografias. I ^ mirada de estas aves es oapaí de perforar las más densa* tinieblas, cuando con-centra su extraordinaria capacidad óptica sobre los puntos que a t raen su atenciúu en las "la Eaces y silentes expediciones de caza.

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Equipo perfecto para cazar en la noche silenciosa

mis asideros eran los bordes mismos de la cueva, tenía la cara a menos de me­dio metro de los negros y corvos picos que castañeteaban de un modo atroz.

Hubiera resultado muy difícil averi­guar quién estaba más asustado en aque­lla forzada y mutua observación. Pero los poiluelos volantones del «Gran Du­que» no retrocedieron un milímetro. El espanto provocaba en ellos la específica reacción: inmovilidad, erección de plu­mas y emisión de sonidos pavorosos. Ignorante yo, entonces, de que tan ate­rradoras manifestaciones fueran fruto del simple miedo, inicié una prudente retirada, enebro abajo, y no respiré tran­quilo hasta que mis alpargatas se posa­ron en la hierba de la ladera.

El ingenioso mecanismo ^natural al ser­vicio del «bluff» había conseguido en­gañarme. Porque nada debía estar tan lejos de las intenciones de los jóvenes buhos, como lanzarse sobre mi rostro.

Aunque he de confesar que no me hu­milló en absoluto ser víctima de la mas­carada que habrá salvado la vida a infi­nidad de aves nocturnas. Como yo, mu­chos lobos, l i n c e s o gatos salvajes, habrán vacilado un momento ante tan perfecto aparato atemorizador. Momen­to aprovechado por la tímida nocturna para escapar volando.

Si hubiéramos recolectado minuciosa­mente las egagrópilas depositadas deba­jo de la cueva del buho, para analizar su contenido, como han venido hacien­do pacientes ornitólogos en casi todo el mundo, con lechuzas^ cárabos y otras aves nocturnas, tendríamos ante nos­otros una prodigiosa colección de mon­dos cráneos y huesecillos de roedores desde la liebre al ratón campestre, y unos pocos restos de aves y mamíferos carniceros. Naturalmente, los propieta­rios de estos esqueletos, antes de ser digeridos, fueron cazados por el buho en su ambiente natural.

ARTE DEL DISIMULO Y LA HUIDA ESTRATÉGICA

Y esto no parece nada fácil, porque los roedores nocturnos son verdaderos especialistas en el arte del camuflaje y la huida estratégica. En pleno día, resul­ta difícil descubrir a un conejo enca­mado; de noche, su pelaje pardo es prácticamente invisible. Lo mismo pasa con una rata, un ratón o un topilio. Y

Las aves nocturnas pueden volar en silencio absoluto gracias a la blanda es­tructura de sus plumas. De este modo sorprenden a sus presas en la oscuridad de la noche. Su escasa agilidad queda compensada, así, por el sistema silencia­dor de su vuelo que les permite la captura de las presas sin que se aperciban.

basta hacer un ruido sospechoso a cien metros de una conejera para que suene la patada de alarma y sus inquilinos co­rran hacia el refugio, sorteando pedrus-cos y matojos, a toda velocidad, sin tro­pezar una sola vez.

Los biólogos, desconfiando de que so­lamente la vista y el tacto fueran res­ponsables de tan increíble facilidad para evolucionar en las tinieblas, sometieron a los roedores a ingeniosas experiencias, hasta descubrir que radicaba principal--mente en la memoria, su seguridad para regresar a la cueva.

Efectivamente, si quitaban durante el día los obstáculos habituales del itine­rario de un conejo y le observaban de noche con luz infrarroja, invisible para el roedor, podían comprobar que, al * asustarle, regresaba a todo correr a su agujero, saltando con absoluta precisión por encima de las ramas, piedras y ma­tojos que hubieran debido estar en los lugares ya expeditos. Esta retentiva to­pográfica se hace posible porque el terri­torio de cada roedor es muy limitado y, desde su juventud, estos animales van explorando meticulosamente su feudo, a medida que amplían el alcance de sus correrías.

Cazar en la oscuridad a unos anima­les difíciles de descubrir, dotados de un oído finísimo que detecta la más leve alarma y de una memoria que les per­mite moverse en las tinieblas con la misma seguridad que a la luz del sol, se­ría tarea imposible para las rapaces noc­turnas si no contaran con el equipo más • perfecto que ha inventado la naturaleza para la práctica de esta especialidad ci­negética.

Pero, si queremos descubrir los asom­brosos dones naturales que adornan al cazador nocturno, volvamos al viejo in-quilino de «la cueva del buho» y obser­vémosle en su expedición de caza.

EL SISTEMA SILENCIADOR DE LAS AVES NOCTURNAS

Media hora después de ponerse el sol, un gran pájaro de formas macizas y metro y medio de envergadura, se des­cuelga del roquedo. Sus alas anchas y redondeadas, su cola muy corta y su plumaje fofo ponen bien de manifiesto sus precarias cualidades persecutorias. Pero, en las tinieblas, la velocidad del halcón o la temeraria agilidad del azor, sólo servirían para empalarse en una rama seca o chocar contra las rocas. El vuelo del buho real es lento, poco acro­bático, pero totalmente silencioso. Sus plumas son blandas y aterciopeladas. Y las primeras rémiges, destinadas a cor­tar el aire, tienen el borde desflecado, para amortizar la fricción. Los tarsos y los dedos están apretadamente cubier­tos de suaves plumillas. Hasta el pico permanece escondido, en su mayor par­te, por dos haces de plumas rígidas y sedosas como cerdas. La superficie en­tera del gran cazador de la noche es

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bíanda y como acolchada. Sus Ires kilos de músculos de acero se deslizan en \Ü oscuridad silerjcíosos como una sombra de muerie.

Mientras el uGran Duque» vuola a me­dia ladera, van cayendo las sombras. Cuando Ifegart a su cazadero, un vallecilfo bien poblado de conefos, el monte está ' ya negro como boca de lobo. Pero el buho se posa suaven>enle y con loda se­gundad, en una rama invisible: la atala­ya de caza. Sus ojos, que miran de frente como los humanos, son cien veces más sensibles a la luz. Tal prodigiosa capa­cidad es posible gracias ñ una alta es-pecialízaclón de sus estructuras anató­micas. Los globos oculares, bastante más grandes que íos del hombre, no pueden

^í j j i rar Hbremente en las órbíta^n como los de los animales diurnos. Están fijamen­te encastrados en el cráneo, en el ¡nlC' rJor de un tubo rígido^ como los faros de un coche o los cristales de un teles­copio. El cristalino es grueso y límpido, como una lente de aumento, y la córnea muy convexa.

Los ejes oculares son divergentes en unos 90 grados, pero como las fóbeas —zonas muy sensibles de la ret ina— están situadas lateralmente, crean un campo visual de 160 grados, de los cua­les, 60 grados son de visón binocular f rontal . Este mecanismo concentra la l u ; en una zona reducida, pero con magní­fica percepción del relieve, la distancia y el movimiento. La deficiente visibili-

El más itrani*Ic y vigoroso ile li>s buhos es d fCirao Duque-» (ar r iba) . En época de nidifiracjón puetle sorprendérsele en pleno día montando la j^aardia del nido. Loa polluelos {urbajo) prrmanecen mucho tiempo en el nido y, antes üe ser capaces de eroprender el vuelo, se aventuran |>or los a lmledores v ip lados por sus pad rea

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Unos ojos que

las tinieblas

dad Taleral está pallada por unn gran mov i f idad de la cabeza, que puede g i ra r sotare las vértebras cervicales, ires cuar­tos de c í r cu lo .

Así como la ret ina humana e^tá com-pue^ita po r células cónicas, destinadas a captar tos di ferentes colores y células c i ­l indr icas, encargadas de concentrar la luü, los o jos de las aves nocturnas son par t i cu la rmente r icos en estas ú l t imas est ructuras y en una sustancia l lamada pú rpu ra v isua l , también muy sensible a

la \iii, po r lo que se cree que 5U per­cepción de los colores debe ser muy ate­nuada.

Nuestro «Gran Duque-h^ por consi­guiente, recib i rá una imagan grisácea del mundo pero ex t raord inar iamente nft ida y luminosa, siendo realmente capaz de per fo ra r la noche at concentrar su ca­pac idad ópt ica sobre los puntos concre­tos que atraen su atenc ión. ^

Posado en su a l to observator io , el as­pecto del «Gran DuquQ> no recuerda en nada al ave fofa y adormi lada que se escondía en un agujero al sol de medio­día. Erguido sobre sus recios miembros , est i rado el cuello, coronada la cabeza por dos enhiestas orejas de p luma, su silue­ta achaparrada se ha hecho corpórea y v ibrante . M ien t ras , su faz, ampl iada por los dobles discos cóncavos de p lumas rígida^ que rodean los ojos, gira lenta­mente escrutando los alrededores, como la pantalla del radar. La mds dóbif onda sonora será captada por las ampl ias es­t ruc turas del oído cKierno, formadas por pliegues de la piel y por las plumas es­

pecializadas de te discos faciales y en­viada al eno rme t ímpano con un espectro de sansibi l idad, desde los ul t rasonidos emi t idos por los micromamí feros hasta los tonos graves de las llamadas de su especie.

El oído in terno de las aves nocturnas es tan ampl io como el humano. Y gra­cias a su posic ión l igeramente asimétr ica en el ancho cráneo, las ondas no llegan s imul táneamente a los dos t fmpanos. &asta esta diferencia inf in i tes imal para dar ai ave ia clave de la d i rección det sonJdo-

PARA LOCALIZAR PfiESAS EN ABSOLUTA OSCURIDAD

El conejo o Ja rata práct icamente in­visibles en la penumbra hasta para los ojos del buho , será localizado por el oído. Como un resorte automát ico , la ca­beza gira en la d i rección del sonido y la vista eiíplora la zona de donde pro-cede el atract ivo roer de los infat iga­bles incisivos.

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Los palluclus del carabu {a lü iz<|iuerda) esperün impacien­t a la Uceada de sus provccdorES. Sobre estás lincas^ el r a-rabo se dispone a comer la ra ta recién c ^ a d a . siguiendo la costumbre de la especie ei decir, IracJ^ndoseia enl t ra . A ta dcr tcba, u(ra escena Reniejante, El cárabo es un infatigable cazador forestal que persigue a las ratas de campo y a los topUlos. E s mu>' conocido por su crí to l u m b r e y pavoroso.

Descubíerla la pieza, la rapaz se lanza desde su alalaya en un picado tend ido, no lan ráp ido como el del azor, pero ab ío lu tameníe si lencioso. Generalmente, ocho uñas agudas como dagas ¿e clavan en el cuerpo del roedor antes de que se aperciba del ataque. Porque, si le da t iempo a eí^capar, la rapaz noc iurna tie­ne muy pocaE posibi l idades de alcanzar­le en una per j iecudón real . Su verdadera arma es la sorpresa,

Loü orn í lá logos no habían conseguido eRpficarse cómo se las arreglaban tas lechuzas para cazar. Porque estas noctur­nas viven en viejos graneros y mansio­nes ruinosas / capturan la m a / o r par le de sus presas en cuartos y recobecos donde la o i c u r i d a d resulta práct icamen­te absoluta.

El estudiante graduado de la Univer­sidad de Cornel l , Rotjer Payne, aclara e! fenómeno. Para ello ^o l ló algunas lechu­das en el in te r io r de un cotaer i i io cerrado en el que se podía hacer la oscur idad [oía l . Durante su ¡nvesl igación observa­ba a sus nocturnas con luz i n f r a r r o i a .

impercept ib le para ellas. Pudo así descu­b r i r que si se soltaba un ra tdn en el cober t izo, en cuanto el roedor se movía por el suelo, cub ie r to ds hojas secas, una lechuza caía sobre él con absoluta precisión y lo cap iu raba ,

Payne reforzó su eJ(perÍmento demos­t rando que la lechuza no 5e guiaba por el sent ido del olfato^ al dejar el ratón i n n i i v i l cerca del ave. También pudo percatarse de que no intervenían las on­das calóricas encanadas de un f ;u^rpo v i vo , como ocurre con afgunas serpien­tes. F ina lmente, al taponar con cera uno de los oídos de sus lechuzas, éstas erra­ban siempre el golpe en la oscur idad, demost rac ión que hl^o palmar ia la ca­pacidad de estas aves para atrapar una pieza guiándose únicamente por el o ído.

EL CEPO MORTAL QUE SE CIERRA AUTOMÁTICAMENTE

Para fac i l i ta r las capturas en la oscu­r idad , el dedo e^ lerno de las garras de las aveí nocturnas puede desplazarse

hacia at rás, f o rmando una mano simé­tr ica terminada en cuat ro uñas muy curvas, f inas y agudas que funciona co­mo un cepo automát ico . El mecanismo de c ier re cor re a cargo de cuatro ten­dones que Se funden en ur^o más grue­so y, pasando por una polea ósea, ter­mina en los potentes músculos t ib iales.

Tan p ron to como las puntas de las uñas tocan la presa, éstos músculos se contraen y las garras se c ier ran con te­r r ib le fuerza. 5e piensa que, en las no­ches m u y oscuras, los buhos atacarían casi a ciegas, guiados, como demost ró Payne, exclusivamente por el o ído.

Esta temible determinac ión en el com­bate les lleva a enfrentarse con seres mucho más fuertes que ellos mismos, haciendo gala de una temer idad que, se­guramente, se debe a un s imple e r ro r de in terpretac ión acústica. Taf pudo ser el t r is te y conocido caso del fo tógra fo animal ista inglés Erík Hosking. Cuando el art ista trataba de fotograf iar en plena noche un n ido de cárabos, quizá atraí­da por el cl ick de la máquina o por

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Arriba, Ta (echuza asoma su blanca fai a la entrada d t su refngifí. Es ave sunU' mente iKnefkJo&i por la cantidad de ratone» que destruye en corrales, paloma­res j graneros, [>ebajo, una Ifchu;^ se deja eacr sobre ¡m presa. Se ha demos' tr&do que pueden cazar cu la más absoluta oscuridad giiiáiidose Súlo por el oido-

Oídos finísimos, vista certera, vuelo silencioso

cualquier o t r o sonido, la madre de loa pol lüclos se lanzó sobre su ros t ro , cla­vándole la^ uñas con tal fuerza que le vació un o j o ,

Gracias a la increíble agudeza de sii i o fdo, et bOho ha local izado Ja pieza; el o j o especial izadísimo la ha descubierto; el vuelo silencioso ha pe rm i t i do la sor­presa; las garras automát icas han hecho posible la captura. El coord inado y per-fec io fonc ionamien io de tan delicados aparatos ha hecho posible que nuestro • G r a n Duquej» pueda d isponer le por f i n a comer un sabroso conejo, Pero esia sencilla operación resultaría q u i l a más d i f íc i l que todas las anter iores frases del proceso, sin la especia I ización de su apa­ra to digest ivo.

Porque, despedazar una pieza en la oscur idad, l imp iando bien sus huesos como hacen las rapaces d iurnas, resul­taría t raba joso, Pero, además, el buho ve mal a cor ta distancia, por ía especial d isposic ión de sus o jos . Para pal iar es­tos inconvenientes, las rapaces noctur ­nas se tragan enteras la mayor par te de las piezas. Las que son demasiado gran­des, sumar iamente desmembradas, son engullidas también sin separar la piel ni los huesos.

Los jugos gástricos se encargan de ese menester: la carne, grasas y demás par­tes blandas son digeridas y asimi ladas; los pelos, huesos y mater ias córneas, perfectamente compr im idas y empaque­tadas, se e>Lpulsan por vJa o r a l , en for­ma de alargadas pelotas —las citadas egagróp i las— ai t e rm ina r el proceso d i ­gestivo.

y aquí viene lo interesante para los hombres de ciencia. Estas egagrópilas cont ienen dientes, cráneos y huesecülos que permi ten ident i f icar Jas d ist in tas es­pecies de roedores ingeridos por la ra­paz, Y como la capacidad de una lechu­za o un cárabo para atrapar ratones y topi l loa resulta muy super ior a la de un regimiento de recolectores díp iomados, los sabios han tomadlo Ja determinac ión de buscar egagrópilas en lugar de rato- f nes, para estudiar su contenido sentados cómodamenTe en los confortables labo- I ra ior íos- De esle m o d o se han ident i f ica- í do raras subespecies de roedores noc-1 turnos que el hombre quiza no hubiera descubierto nunca sin la ayuda de sus alados colaboradores.

Pero estos pormenores resultaban un poco d i f íc i l de expl icar a los sencillos campe^tinos de la provincia de Vallado-

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l id , cuando acompañaba al doclor Val-verde en la recolección de pelotas do \e-chuía por las ermilíS y castrllos en rui­nas de tierra de campos,

—Algo lendró esa porquería cuando se la I levan^mu5iiaban las buenas gen-les que nos sorprendían Henando bolsas de plástico con la extraiía mercancía.

Con las primeras iuces dei alba^ el tfGran Duquce retorna fl su cotidiano refugio. Vuelve, con PI estómago bien lleno, dando cortos vuelos. Se posa en los pitones solitarios de la^ rocas y en las mochas de fos ¿rboleü 5ecos< dejando oír su voz ululante. Una voz que Mene la vir­tud de extenderse por iodo el ámbito de su terr i torio. Y, escuchada de cerca, no resulta tueríe ni ofensiva, A medio kiló­metro se oye con parecida Intensidad.

UN CAMUFLAJE CONTRA LOS ENEMIGOS DIURNOS

¿Por qué cania el buho cada crepúscu­lo, incluso no estando en época de celo? Canta porque no se le ve. Porque la na­turaleza le ha provisto de un perfecto camufláis para pasar inadvertido a sus muchos enemigos diurnos, Y el buho necesita que sus congéneres se enteren de que existe, de que aquel rico cazade­ro tiene ya dueño. Para él . es muy im­portante evilar cualquier confrontación armada con un competidor. La voz del buho es como la bandera de une gran poiencJa, izada en el centro de una colo­nia.

Los más variados, sorprendentes y pa­vorosos gritos son emitidos por las dis­tintas especies de ave^ nocturnas para proclamar la propiedad de sus territo­rios o atraer a la pareja en época de amores; la demencial risotada de! cárabo atemori ia los Caminantes solitarios del bosque; el estertor agonizante dsl can­to de fa lechuza h¿ hecho suponer a las gentes sencillas que este pajaro anuncia la muerte; las notas dulces de los mo­chuelo?^ y autillos destacan como un solo de Maula en el concierto nocturno de los insectos; el ulular del «Gran Duque» pone un maH? misrsrioso y agreste en las serranías que es como el alma misma de fas rocas.

Mas. si la naturaleza, tan pródiga con estas aves durante la noche, no las pro­tegiera también de día, las horas de sol íierían para ellas una sucesión de sobre­saltos. Porque todas laí aves diurnas las odian a muerte y las persiguen, insultan y atacan en cuanto tas descubren. Paríi-cularniente, las aves rapaces muestran lal ahinco y tenacidad en estas agresio­nes, que los buhos han sido empleados con profusión como cimbeles para atraer a estas valientes criaturas y darles ca;a. Tal artimaña, de cuya descripción no me ocupo porque escapa a mis conocimien­tos y aficiones, está prohibida en casi iodos los países cultos y, en España, ha ^ido fa causa de un notable descenio en la población de rapaces. Hoy la ley pro-lega a todas estas útilísimas especien y

El buho reaL íorprpnílido por l¡t cámara a la puerta del nido, con un onrJD «n las p i n a s que se übiíoma a cnpiIÜrse. Ba la foto inferior, los pollueios del buho chico miran índÍRnaUus al Toto^iafo que se tía tomatlo la libertad üe turbar su siesta en el viejo nido que sus padres hahian arrebatado antts a la corneja.

Page 9: Fauna Iberica 11.Los ojos de la noche.Blanco y Negro.24.06.1967

Dos lechuzas cazan más t|ue doce gatos

r ios det lórsK con sij elástica capa de p l u m ó n . Algunas especies, como los b u ­hos y autrl los t ienen p lumas en f o r m a de ore jas , muy apropiadas para descompc^ ner el redondo e inconfund ib le per f i l de sus cabezas,

Pero es preciso haber hecho La prueba desalentadora de buscar con pr ismát icos al «Gran Duque» que uno acaba de ver posarse en el roqueado, para darse cyenta de lo pí í r fecio que resul la el ca­mu f l a j e de caías aves.

ei empleo del buho v i vo o disecado, para su caza, e^ absolutan-isnie i legal.

El or igen del od io en t re rapaces d iur ­nas V nocturnas ^e debe a \o que los brólogos denominan competencia ecoló­gica. Las aves nocturnas dan caza, d u ­rante la noche, al m i smo género de pre­sas que las rapaces d iu rnas a la luz del soL Por lo tan to , ambas t ra tan de e l im i -nar a loa compet idores en sus respecti­vas horas propic ias de ac t i v idad .

Para no ser descubier tos por sus ene­migos , los buhos están dotados de un p luma je de tonos pardos o grisáceos, perfecta mente homocrOmát ico en las ro­cas o cor te jas de los árboles. Por o t ra par te , du ran te el descanso d i u r n o , en el in te r io r de grietas y de huecos O s imple­mente a la sombra del ramaje , las aves nocturnas permanecen absolutamente ¡n-móvi les . Se ha observado que, inc luso, compensan los mov im ien tos respirato-

LOS BUHOS Y LECHUZAS SON AVES Ú T I L Í S I M A S

Me ha sido posible re fe r i rme ai buho real para estudiar las característ icas ge­nerales de las rapaces nocturnas^ porque este orden de aves^ que agrupa 133 es­pecies repar t idas por todo el m u n d o , es sumamente homogéneo. La Cabeza vo lu ­minosa, el cuerpo rechoncho, cub ie r to de p luma je b lando y abundante, los lar-sos emp lumados , la cara aplanada y el p ico semiocul to , lo m i smo ret ra tan al aGran Duque», con sus tres k i los de pe­so, que al utr l lo del tamaño de un estor­n ino . Y poco impor ta que algunas espe­cies estén adornadas con orejas o cuer-necillos^ como los búhos, o sean mochas, como ios cárabos y mochuelos. Tampoco a l teran nuestra descr ipc ión las especia­lidades de algunas nocturnas exót icas, c o m o el buho pescador de Java o la nór-

E1 pequeño mochuelo, abundante (odavíA en toda España, descansa Junto a su pteza ante^ de proceder a devorarla. Es un ratiln de campo, de los ijuí estas aves hacen ínfad^ble limpieza. CDIUD la."; del rtücfe de la especie. ROf armas san ti nido, el KÜencín j Isis feúras automiUcas que se derran férreamente t^obre sus presas.

dica lechuda gavi lana, que caza en pleno día, como un accipi íer .

L lamamos a todas estas aves rapaces noc iurnas porque cazan insectos, peces, aves o mamíferos, para sobreviv i r y no porque estén emparentadas Con las ra­paces d iurnas. El pico corvo y las garras aceradas se deberían a un s imple pro­ceso evoluli ivo de convergencia En cien­t í f ico r igor , estas ave^ se l laman Es i r in -gidas y están más emparentadas con los cucos y choiacabras que con las águi las.

Las costumbres do n id i f icac ión de le­das ellas son muy parecidas. Ponen un número var iable de huevos blancos en el in te r io r de cavidades naturales, en vie-fos nidos de rapaces d iurnas, s imple­mente en el suelo o en cueva'í de cone­jos y otros roedores. La incubación, que cor re p r inc ipa lmente a cargo de la hem­b r a , du ra de ve in t ic inco a t re inta y cinco días, según se t rate de pequeñas o gran­des especies. Los pol iuelos permanecen bastante t iempo en el n ido y son al imen­tados y ferozmente defendidos por sus padres. Generalmente, el número de des­cendientes está en relación con la abun­dancia de roedores en los te r r i to r ios donde an idan.

Y como ya conocemos las generalida­des del func ionamien to de sus órganos especial izados, es d i f íc i l que nos deje­mos engañar por quienes a f i rman que los búhos y lechuzas capturan perdices, palomas y otras aves. Sabemos que el r u ido p roduc ido por sus presas al co­mer o moverse pone en marcha el me canismo de caza, Y sabemos también que las perdices o palomas, cuando duer­men, hacen el m i smo ru ido que una pie­dra o un arbusto

La d ivers idad de tamaños y act i tudes de las rapaces nocrurnas las permi te cont ro lar a todas las especres de nues­tros roedores y en iodos sus b io t ipos. Los grandes buhos actúan en los para­jes rocosos Y en montes no muy espesos sobre conejos, ratas y roedores peque­ños, l im i t ando , también, la pro l i ferac ión de musté l idos y rapaces d iurnas. Los cárabos cazan en el p inar y en el bosque de hoja caduca. La lechuza campestre desratiza las l lanuras herbosas y maris-mas. Los auti l los y mochuelos cazan ra­tones e insectos sn los huertos y cu l t i ­vos. F inalmente, las lechuzas, que los orn i tó logos eshudian aparte con el nom­bre de T i ton idas, por sus part iculares característ icas anatómicas, son ef mayor enemigo de los roedores medianos y pe­queños en el Inter ior de los pueblos, en fos corrales, graneros y palomares. Se dice que una pareja de lechuzas dest ru-ye más ratones que doce gatos.

Todos estos pormenores han sido te­nidos m u y an cuenta por los especialis­tas del Servicio Nacional de Pe^ca Flu­vial y Caza, para aconsejar el decreto de protecc ión de todas las rapaces noctur­nas en nuestro te r r i to r io nacional, apa­recido en el «Boletín Of ic ia l del Estado;» del 23 de ¡uí io de 1966.

Félix R. DE LA FUENTE