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FERNANDO FERNÁN GÓMEZ

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FERNANDO FERNÁN GÓMEZ

Dos nuevas comedias y algo más

Edición deManuel Barrera Benítez

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Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura y Deporte.

Edición al cuidado de Manuel Barrera Benítez

Publicado porGalaxia Gutenberg, S.L.Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª

[email protected]

Primera edición: septiembre de 2021

© Fernando Fernán Gómez, 2002 y Herederos de Fernando Fernán Gómez, 2021© de la introducción y las notas: Manuel Barrera Benítez, 2021

© Galaxia Gutenberg, S.L., 2021

Preimpresión: Maria GarciaImpresión y encuadernación: Sagrafic

Depósito legal: B 212-2021ISBN: 978-84-18218-95-8

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización

de sus titulares, aparte de las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear

fragmentos de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

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PRÓLOGO

El collage, género literario

En el teatro uno opera siempre con fan-tasmas, y no puede ni defenderse ni acu-sarse.

fernando fernán gómez

Un creador no hace más que aquello de lo que tiene absoluta necesidad.

gilles deleuze

En octubre de 2019 salía a la luz un voluminoso volumen (nada redundante, el volumen) que reúne, en sus más de mil páginas, la literatura dramática que Fernán Gómez publicó en vida, junto a sus textos nunca publicados, pero llevados –con mejor o peor acogida– a escena, y una serie de inéditos que encontré por los rincones de sus hogareños dominios. En aquel libro trabajamos, mano a mano, Manuel Barrera y yo durante largo tiempo. Organizamos una abundante cantidad de folios ya conocidos, en medio de los cuales había que enca-jar las nuevas piezas, los hallazgos, los triunfos surgidos de jugar al escondite en casa de Fernando Fernán Gómez y Emma Cohen. El encaje no fue lo más difícil: Manuel es gran conoce-dor de la dramaturgia fernandina (con un magnífico libro sobre el asunto a sus espaldas), y el propio Fernando nos ayudaba (a su vez ayudado por su compañera Emma Cohen) colocando la fecha de composición en la casi totalidad de sus desconocidos textos. Lo delicado fue seleccionar la versión «correcta», en un archivo lleno de originales, copias y fotocopias. Delicado también fue detenerse, detener yo mis búsquedas en el interior

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de un universo cuasi infinito que, como el cosmos, parece ex-pandirse sin límites. En aquel entonces consideré que habían concluido las pesquisas: en lo tocante al teatro, la yincana en interior casa (de mis abuelos) parecía llegar a su fin. Ilusa.

Unos meses después de que Galaxia Gutenberg, la misma editorial que favorece ahora que tengas este libro en tus ma-nos, editara con sumo cuidado aquel libro imprescindible, me topo con «nuevos» textos. Como si estuviéramos en la biblio-teca borgiana, subimos «la escalera espiral que se abisma y se eleva hacia lo remoto», y allá en lo remoto encontramos esquinas que se desdoblan, cajones que se escinden, carpetas que se despliegan. Me atrevo a decir, con un deje de arrogan-cia y otro deje de pillería, que esta vez sí finiquitamos la aven-tura de la palabra teatral fernandina en el siglo xxi, precisa-mente en el año veintiuno, el del centenario de su nacimiento. ¿Me creen? Yo no. Ojalá pueda desdecirme.

Son tantos los proyectos que Fernando dejó en sus cajones, «el cuarenta por ciento de nuestros proyectos no llegaron a realizarse. Éramos todoterreno», dice una nota de Emma que encontré en una de sus muchas libretas. «Libreta para todo», explica la primera página. Allí dentro, protegidas por la tapa dura rojinegra conviven argumentos para posibles novelas y relatos, listas de la compra, la secuencia 4 de una película que no se rodó, cuentas de la economía doméstica, números de teléfono aún sin el prefijo provincial. Las libretas de Emma y Fernando, a menudo compartidas (abandonadas por una y recuperadas por el otro) son piezas valiosas para estudiar el proceso de creación. Los últimos cinco años, en mis búsquedas por la casa-taller-archivo de Fernando y Emma, he encontrado notas escritas en libretas, sobres, tarjetas de visita, servilletas, cuadernos. Textos que de uno en uno tienen la inequívoca apariencia de las ideas sueltas, los caprichos mentales, las ocurrencias. De estos mensajes, algunos remiten a lo novelesco, otros a lo teatral, otros a lo cinematográfico, y algunas notas aplican o podrían aplicar a varias de las disci-plinas abordadas por el poliédrico Fernando. Autoadaptar sus propios textos era práctica habitual: El viaje a ninguna parte es el caso más notorio y quizá el más paradigmático;

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pensemos también en El mar y el tiempo, novela que fue serie de televisión y película, o en La Puerta del Sol, novela que fue guion que no llegó a rodarse. Me entretengo en leerlas, las notas, cuando en el archivo infinito no encuentro lo que bus-co, cuando en plena labor de catalogación falta alguna pieza (alguna página) en el puzzle de los creadores todoterreno. Con el tiempo he aprendido a descifrar (acaso a inventar) el jeroglífico que encierran.

Las notas de Fernando y Emma hablan de un trabajo a cuatro manos durante casi cuatro décadas, pero ésta es otra historia que solo tangencialmente tiene que ver con el conte- nido de este libro-amalgama que tienes contigo. Sigamos.

Envío a Manuel Barrera los descubrimientos y desde entonces se encarga, esta vez en solitario, de la rigurosa labor de edición con suma atención y entrega. En esta ocasión tienes en las manos un libro menos pesado, también menos homogé-neo, menos genealógico, más misceláneo. Cuatro textos, dos de ellos son, en sentido estricto, literatura dramática. De los otros dos, el caso de Madrid, rompeolas de todas las Españas me resulta particularmente insólito. ¿Cómo definirlo, si es que hace falta? ¿Se trata de un libreto?, ¿de una dramaturgia? La primera página del texto nos advierte de su naturaleza híbrida describiéndolo como «collage, caleidoscopio, friso».

Rompeolas (con permiso, abreviaré el título) tiene algo de taller. En él presenciarán la hechura de la concepción escénica,

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las instrucciones para la ejecución de lo proyectado. Tendrán la oportunidad de ver los entresijos de la puesta en pie de un espectáculo teatral que no llegó a representarse. Rompeolas combina indicaciones escenográficas («se ilumina la fachada del Palacio Real») con acotaciones para los actores («ahora es interrumpido su panegírico por la entrada de un historia-dor actual»), con detalles sobre la selección de los textos que componen el friso (Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Agustín Lara…). Podría decirse que se trata de un espectáculo de va-riedades, un divertimento, un objeto escénico ideado por perso-nas que creaban porque lo necesitaban. Digo personas porque si bien la dramaturgia es de Fernán Gómez, aparecen como colaboradoras Emma Cohen, Teresa Pellicer y Jesús García de Dueñas. Los imagino a los cuatro en casa de Fernando y

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Emma, la casa-taller-archivo depositaria de innumerables his-torias, la casa donde apareció este texto original mecanogra-fiado (e ilustrado con imágenes y collages pegados en cada página). Los imagino, digo, tramando este espectáculo, ¿aca-so un encargo?, ¿acaso una idea que proponer al ayuntamien-to de Madrid para su representación al aire libre? Mi abuelo con un whisky en la mano. Emma sube entusiasta del sótano-biblioteca con un par de libros, uno de greguerías de Ramón Gómez de la Serna, otro de don Miguel de Unamuno. Imagi-nemos.

Tomaremos prestado el trinomio (diría yo que ingeniado por Emma) «collage, caleidoscopio, friso» para referirnos al conjunto de este libro que tiene, efectivamente, algo de collage: unimos en él, por el arte del cortapega, los últimos descu- brimientos fernandinos en materia teatral, Estebanillo y Por parte de madre, le sumamos una «fiesta del teatro» que se llama, como les decía, Madrid, rompeolas de todas las Espa-ñas, y para terminar añadimos una «conferencia» que Fer-nando leyó en la Filmoteca Española en 1999.

En aquel voluminoso volumen del que hablé al inicio suge-ría yo que el compendio podía leerse de cualquier manera, que cada cual eligiera su orden, que podía comenzarse como co-menzó Fernando, en 1938, con un guiñol donde la bondad y la poesía triunfan; pero lo mismo era posible elegir un inicio más misterioso y psicológico con La coartada o, como invi- taba yo, la lectura podía arrancar con el último texto dramá-tico: Soldado, un monólogo sin fechar. Invito ahora a análoga experiencia. Comienza, si así lo deseas, por el final, una con-ferencia, un texto escrito para ser leído; leído hace algo más de dos décadas. Imaginémonos sentadas o sentados en la es-pléndida sala del Cine Doré de Madrid, en una de sus cómo-das butacas, todavía de suave terciopelo rojo. Desde el escena-rio, sentado –aunque quizás, quién sabe, de pie–, Fernando lee colocando las pausas en lugares siempre adecuados, nunca arbitrarios y mira, algo tímido, al auditorio como buscan- do nuestra complicidad: «No esperen encontrar ustedes, los que tengan un poco de curiosidad y otro poco de pacien- cia, nada parecido a una tesis o a una lección magistral, sino

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simplemente algunas divagaciones más o menos superficiales sobre teatro, cine, literatura, actores y directores».

helena de llanosMadrid, comienzos de 2021

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De niños aprendimos a ser pícaros; y también en la infancia del mundo hizo su aparición la picaresca.

fernando fernán gómez

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POR PARTE DE MADRE

Comedia1999

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Personajes

doña julianafloravíctormercedesrevueltapradoslucyregidorsantiagoferraterjaimepepillodaniel oteroclaudio ruizchica 1chica 2tramoyistas, actores, actrices

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Lugares de la acción

Comedor-sala de estar modesto en casa de doña juliana.Salón lujoso en casa de doña juliana y mercedes.Escenario de un teatro.Camerino de un teatro.

Época de la acción, años cincuenta.

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PRÓLOGO

Comedor-sala de estar en la modesta casa de doña juliana. La única ventana da a un patio interior. Por ella llega la escasa luz de un día nublado y tristón. Al fondo, un arco da paso al peque-ño recibidor. Los muebles son económicos y viejos, adquiridos –‍algunos de segunda mano–‍ en los años treinta; las tapicerías y las cortinas, gastadas. Hay algún desorden en la habitación.

Al alzarse el telón, nadie en escena. Suena el timbre de la puerta de la calle y doña juliana acude a abrir. Es una muje-ruca vulgar, impersonal, de pelo canoso, rostro ceniciento y an-dar cansino. Viste ropas oscuras y lacias. Tiene cincuenta y po-cos años, pero las desdichas y la penuria le hacen aparentar algunos más.

doña juliana. Pasa, pasa, Flora. No sabes cuánto te agra-dezco que hayas venido, y que traigas esto...

Se refiere a un paquete grande que trae flora.flora es muy poco más joven que doña juliana, pero

más viva y dispuesta. Viste también pobremente, aunque con mucha pulcritud y cuidado.

flora. (Se adentra en la habitación al tiempo que va abriendo el paquete, cuyo contenido es un picú.) Buenos días, doña Juliana. Tratándose de usted, ya sabe que yo, encantada de poder hacerle un favor.

doña juliana. Y bien grande que es éste. Ven, podemos enchufarlo aquí, donde la lamparita.

flora. ¿Y dónde lo ponemos?doña juliana. Aquí, en la mesa pequeña. El disco lo tiene la

niña.

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Para poner el tocadiscos sobre la mesa, flora tiene que apartar unos cachivaches.

flora. Tiene usté todo un poco manga por hombro.doña juliana. (Desconsolada.) De sobra lo sé. Ahora iba a

pasar el plumero para cuando venga el señor Revuelta. Pero no doy abasto, Flora, no doy abasto.

flora. La casa no es muy grande.doña juliana. Para una mujer sola, tampoco es pequeña.flora. ¿Y la niña?doña juliana. La niña, ya lo sabes, se pasa el día pegada a la

radio, estudiando.flora. Dios quiera que sea para bien.doña juliana. Que Él te oiga. Tengo puestas en esto todas

mis esperanzas.

Después de enchufarlo, abre la caja del tocadiscos.

flora. Me lo ha prestado la hija de los señores de una de las casas en que voy a asistir.

doña juliana. ¡Ay, si yo pudiera tenerte aquí, fija!flora. También es mi ilusión, ya lo sabe usté. doña juliana. Ahora, cuando venga el señor Revuelta, sal-

dremos de dudas.

Con mucha desgana pasa el plumero inútilmente por algún mueble.

flora. Traiga, deme ese plumero, que usté nunca ha tenido arte para esto.

flora quita el plumero a doña juliana y, ágilmente, empie-za a pasarlo por los muebles.

Entre ella y doña juliana van poniendo un poco de orden en la sala de estar-comedor.

doña juliana. Cuánto te agradezco tu ayuda.

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flora. Déjese ya de agradecimientos, doña Juliana. ¿Para qué necesita usté hoy el picú?

doña juliana. Para cuando venga el señor Revuelta.flora. ¿A qué se dedica?doña juliana. Escribe funciones, y también es agente tea-

tral.flora. ¿Va a probar a la niña?doña juliana. Sí, a eso viene.flora. Pues a ver si tenemos suerte.doña juliana. Falta nos hace, porque tal como están las co-

sas, lo sabes tú igual que yo, si no se es alguien no hay mane-ra de defenderse.

flora. Qué me va usté a decir. Pero la niña, en la revista, sí que puede ser alguien; ¡con ese cuerpo que tiene...!

doña juliana. Dios te oiga, Flora, porque con la mierda de viudedá que me quedó, yo es que no levanto cabeza.

flora. También es que lo de su difunto clama al cielo: todo un señor maestro de escuela y porque si la guerra si la política, acabar de ordenanza. Usté bastante ha hecho con sacar ade-lante a Merceditas... Y con enseñarla todo lo que le está en-señando. Se ha sacrificao usté de lo lindo.

doña juliana. Y seguiré sacrificándome todo lo que haga falta. No lo hago por ambición, ¿sabes, Flora?, por avaricia. Lo hago por miedo.

flora. ¿Por miedo?doña juliana. Sí, por miedo al hambre, a la miseria... No es

que a mí me tiente el lujo.flora. Lujo es lo de las películas, ¿verdá usté?doña juliana. Sí, pero yo no busco eso. Yo quiero que mi

hija sea alguien para que podamos salir de pobres.flora. Lo de la revista es buen camino, pero siempre me he

preguntao de dónde le venía a usté la afición.doña juliana. Muy de pequeña mis padres me llevaron un

día al teatro. Era una función con música y muchas mujeres vestidas con plumas y lentejuelas... Yo siempre la he recor-dao como una revista, aunque ni siquiera sé si en aquella época las había. Muchas veces he soñao que era yo una de aquellas mujeres medio desnudas, envueltas en mallas, con

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enormes sombreros, que bajaban por una escalera blanca... Pero miento, miento: no soñaba que era una de aquellas mujeres, soñaba que era la mejor, la más guapa y mejor ves-tida, la que iba delante de todas.

flora. ¡Quién no ha soñao cosas así! Yo, de pequeña, me ima-ginaba que de mayor sería una señorona que vivía en un palacio y no hacía más que recibir visitas. Tenía un abanico muy grande ¡también con plumas!

doña juliana. Ya de novia, cuando estaba en relaciones con mi pobre Antón, que en paz descanse, me llevó alguna vez a ver revistas, al gallinero. Supongo que a él le gustarían por ver a tantas chicas juntas y a la vedete luciendo las carnes, aunque a mí me decía que era porque las músicas eran muy alegres y los cómicos muy graciosos. El caso es que a mí me gustaban más que a él, porque me imaginaba ser Tina de Jarque o Laura PiniIlos y que los hombres se me comían con los ojos. Pero nunca se lo dije.

flora. (Tras un instante de silencio.) ¿Qué le ha puesto usté al Barcelona-Atletic de Bilbao? ¿Le ha puesto un uno?

doña juliana. No, en todas no. He hecho nueve y he puesto equis en cuatro. He promediao.

flora. Yo he dao ganador al Barcelona en las diez que he re-llenao.

doña juliana. Mujer, ¿cómo has hecho eso? Si Basora está lesionao.

flora. (Despectiva.) Es que yo en esos detalles no me fijo. Yo juego por ciudades.

doña juliana. ¿Cómo por ciudades? ¿Qué es eso de jugar por ciudades? Nunca lo he oído.

flora. En el fútbol, aunque mucha gente piense lo contrario, no tiene importancia el juego, ni tampoco el azar, la suerte de la persona.

doña juliana. ¿Ah, no? flora. (Convencidísima de su razón.) No señora doña Julia-

na. Sólo tienen importancia las ciudades, su tamaño y su densidá de población.

doña juliana. (Sorprendida.) Pero ¿qué me estás diciendo Flora?

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flora. Pues lo que oye. Y no se crea que estoy mochales; me lo dijo un amigo que se sacó tres de catorce. Y que ya no es mi amigo, claro. Se ha hecho estranjero.

doña juliana. (A cada momento entiende menos.) Aclárate, Flora, por favor.

flora. A eso voy. Si usté se fija, verá que siempre ganan el Barcelona, el Madrí, el Bilbao...

doña juliana. Sí, eso es verdá. ¿Y qué?flora. (Como una maestra a un alumno torpe.) Pues que ga-

nan los de las grandes ciudades a los de las pequeñas, por regla general. Si juega el Zaragoza, es un poner, con el Elche, pues suele ganar el Zaragoza. ¿Me sigue usté?

doña juliana. Sí, te sigo, sí.flora. Aunque a veces pierda, son las menos. Es el cálculo de

probabilidades. Y hay que tener en cuenta también, como le he dicho, la densidá de población, que es lo que permite comprar buenos jugadores; y la distancia del recorrido.

doña juliana. ¿La distancia del recorrido? ¿Qué quieres decir con eso?

flora. Entre el Valencia, es otro poner, y el Tenerife, debe ga-nar el Valencia. Pero si los valencianos tienen que viajar has-ta las Canarias, llegan deterioraos y puede ganar el Tenerife. Éstos son los faztores que hay que tener en cuenta y no que si el cerrojo o que si Fulano está lesionao.

doña juliana. Y con ese sistema, ¿cuántas has sacao de ca-torce?

flora. Ninguna. Pero de trece ya voy por la sétima. Y con eso le he comprao el piso a mi sobrina y le he pagao a mi herma-no el viaje a Alemania. ¿Y del anuncio qué, doña Juliana? ¿Todavía no se ha presentao nadie por el anuncio?

doña juliana. Todavía nadie. Y ya hace más de quince días que se marchó el otro huésped.

flora. Una lástima, porque era un buen hombre.doña juliana. Pero era funcionario y le trasladaron a Huelva.flora. Ya.doña juliana. Si esto de hoy me falla, no sé qué voy a hacer,

porque con la pensión de viudedá no llego ni hasta el veinte.flora. Qué me va usté a decir.

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Suena el timbre de la puerta.

doña juliana. Han llamao.flora. Sí. ¿Será ya el señor que usté espera?doña juliana. Puede que sí. ¿Te importa abrir tú, Flora? Por

causar mejor impresión.flora. Como usted mande, doña Juliana. doña juliana. Es un favor que te pido. Me juego tanto en

esta visita...flora. No faltaba más.

Sale flora hacia el recibidor.

doña juliana. (Llama hacia el interior de la casa.) ¡Niña! ¡Niña! ¿Estás ya?

voz de mercedes. ¡Ahora voy, mamá!flora. (Deja paso a un muchacho joven, de buen aspecto.)

Pase usté.doña juliana. ¿Don Abilio Revuelta?víctor. (Así se llama el recién llegado.) No, no señora. Vengo

por lo del anuncio.doña juliana. Ah, ¿por la habitación?mercedes. (Llega en este momento. Es una chica muy guapa,

atrayente, como de unos dieciocho años, pero bastante sosa. Mira con indiferencia a los otros y saluda.) Hola, buenos días.

víctor. Buenos días.mercedes. Buenos días, Víctor.doña juliana. (Estupefacta, mira fijamente a víctor. Tras

un breve silencio, musita:) Pero... (Y vocifera en el colmo de la sorpresa y de la indignación.) ¡Calla! Tú, tú eres Víctor, el de la huevería. (En un rápido giro se encara con su hija. La perfora con la mirada.) ¿No es Víctor, el de la huevería?

mercedes. (Con la misma indiferencia, bastante habitual en ella, por cierto, responde.) Sí, mamá.

doña juliana. (Trata de contenerse pero su indignación cre-ce por momentos.) Pero ¡¿cómo me hacéis esto?! (Se vuelve hacia su amiga flora.) ¿Comprendes, Flora? (Con un terri-ble dedo acusador señala a víctor.) Éste es Víctor, el de la

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Las comedias 79

huevería, el soplapitos que le hace la rosca a mi niña, y ella ¡la muy traidora...!

mercedes. Ay, mamá.doña juliana. ¡Se ha puesto de acuerdo con él para que se

meta aquí de realquilao y pasar las noches juntos!mercedes. Ay, mamá.doña juliana. ¡¿Tú ves esto, Flora?! ¡Yo me hago cruces!flora. Cálmese, doña Juliana.doña juliana. ¡Así son los jóvenes de ahora! ¡De nada ha

servido una guerra! ¡El amor libre, el amor libre! ¡Vete a tu cuarto, Mercedes, por favor, vete, no me hagáis sufrir más! (mercedes va hacia el pasillo pero allí se detiene para se-guir escuchando a su madre, que se vuelve hacia víctor.) Yo siempre te he tratao bien, Víctor, a ti y a tus padres. Vo-sotros tenéis un comercio y nosotros no tenemos nada, pero todos somos igual de pobres y tenemos que ayudarnos, o por lo menos acompañarnos. Por eso he dejado que tirases los tejos a mi niña y que pasearas con ella del brazo por el barrio, como si yo no me diera cuenta, haciendo la vista gorda. Pero de eso a encamarte... ¡Vamos, hombre! Y enca-marte con una trampa, con una traición... Me has tratao como si yo no fuera una persona, como se trata a un trasto viejo... (Le da un ahogo.)

flora. (Ha llenado un vaso de agua y se lo ofrece a doña Julia-na.) Beba, doña Juliana, beba.

Bebe agua a pequeños sorbos doña juliana.

víctor. Déjeme hablar, doña Juliana. Yo quiero a Mercedes, no tengo por qué ocultarlo. Usté habla de la huevería de mis padres como si eso fuera las Galerías Preciaos. Han pasao los buenos tiempos. Desde que quitaron las cartillas de ra-cionamiento y empezó a acabarse el estraperlo, un hue- vo vale lo que vale un huevo y nada más. Y mis padres no nadan en la abundancia, ni yo soy un señorito que quiera deshonrar a su hija.

doña juliana. Puede que seas tan pobre como nosotras, yo no llevo la contabilidá de vuestros huevos, pero ¿de dónde

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carajo has sacao que el ser pobre te da derecho a acostar- te con mi niña? Imagínate lo que sería esta casa por las no-ches, con la de pobres que hay en España.

víctor. Perdóneme, doña Juliana, pero desbarra usté, no sabe lo que dice.

mercedes. Eso tampoco, Víctor, no te pases.doña juliana. (Devuelve el vaso a flora.) Ay, Flora, me

parten el corazón, me parten el corazón. (A mercedes.) ¡Qué putada, niña, qué putada!

mercedes. ¡Bueno, mamá...!doña juliana. ¡Vete, por favor! ¡Quítate de mi vista! ¡No me

jodáis más!

Suena el timbre de la puerta.

flora. ¿Voy a abrir?doña juliana. Claro, mujer; ahora sí que será el señor Re-

vuelta.

flora sale hacia el recibidor.

doña juliana. (A mercedes.) Con todo lo que yo he hecho por ti... ¡Qué pago, qué pago!

mercedes. No es lo que tú piensas.

Llegan a la sala de estar-comedor flora y abilio revuelta, un hombre de unos cuarenta años, que lo mismo pueden ser treinta que cincuenta; por lo demás, sin ninguna característica especial.

flora. Pase, pase usted.revuelta. Buenos días.

Le contestan con un rumor del que destaca la voz de doña juliana.

doña juliana. Muy buenos días. ¿Don Abilio Revuelta?revuelta. Sí señora, mucho gusto. ¿Doña Juliana Sanchiz?

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Las comedias 81

doña juliana. Encantada de conocerle.flora. Doña Juliana, yo tengo que irme.doña juliana. Sí, vete, vete; y muchas gracias por todo. flora. Buenos días.

Saluda levemente con una inclinación de cabeza y se marcha.

doña juliana. (Señala a víctor, sin mirarle.) Éste es Víctor, un amigo de casa que se marchaba en este momento.

víctor. Mucho gusto, señor Revuelta. Hasta luego.

Y sin más, se marcha.

doña juliana. (A revuelta.) Siéntese, por favor. Está usté en su casa.

revuelta. Con su permiso.

Toman asiento los tres.

doña juliana. De usté hablábamos, señor Revuelta. (A mercedes.) Anda, di lo que hablábamos al señor Revuelta.

mercedes. Pero, mamá...revuelta. (A mercedes, zalamero.) ¿De mí, duquesa? ¿Qué

decían ustedes de mí?

Un silencio.

doña juliana. ¡Esta chiquilla...! Mi hija es muy recatada, ¿sabe usté? En eso no sale a mí, ¡ja, ja, ja! Yo, desde joven tenía vocación de artista, pero mi marido cuando éramos novios me convenció de que aquello era una estupidez. Aho-ra, a veces, cuando oigo a mi hija cantar lo que escucha por la radio, que se pasa el día aprendiendo, ¿sabe usté?, pienso que quizá ella ha heredao mi vocación. Lo de recatada, no; pero lo de artista le viene por parte de madre, ¡ja, ja, ja! Y de eso hablábamos cuando usted llegó. ¿Sabe lo que decía Merceditas? Que aborrece los estudios de cultura general y el salir con chicos, y que le atrae la vida del teatro...

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revuelta. Bueno, eso no es demasiado raro. Muchas jóvenes quieren ser artistas.

doña juliana. Pero a ella lo que le gusta de esa vida es lo que tiene de sacrificada. Le gusta el trabajo, el sacrificio, el estar horas y horas estudiando con la oreja pegada a la radio... Anda, díselo, díselo...

mercedes. Mamá...revuelta. Sí, eso es más raro. Por lo general, las chicas creen

que esto es muy fácil y lo que les atrae es el relumbrón, los vestidos bonitos, la fama, lo que suponen que es una vida constante de juergas, de fiestas...

mercedes. Huy, no, eso no; a mí, eso no.doña juliana. ¿Ve usted?revuelta. Raro, sí, en una chica joven. Pero la verdá es que

para colocarse en el teatro, además de gustarle a uno la bue-na vida y el presumir y las portadas de las revistas, tiene que gustarle también el trabajo. No es un oficio de vagos, como la gente cree.

doña juliana. A mi hija le encanta el baile y, sin embargo, no quiere nunca ir a los bailes, usté me entiende. Le gusta bailar aquí, en casa, sola. Vamos al teatro a ver las revistas, a general, porque nuestra posición no es muy desahogada, y todo lo que ve, me lo baila aquí luego.

mercedes. Mamá…doña juliana. Si es la verdá, hija. mercedes. Pero hay cosas que pertenecen a la vida privada de

una, mamá... Y que si en privao pueden ser divertidas y gus-tarle a una... (Se vuelve a revuelta) cuando se les cuentan a los demás dan algo de vergüenza, ¿verdá usté?

revuelta. No le falta razón a la niña, no le falta razón.doña juliana. Si usté lo dice... Pero yo creo que Merceditas,

si quiere seguir el camino que a ella le gusta, el de la revista musical, debe soltarse algo, ¿no le parece a usté?, debe sol-tarse. Porque es verdá que para ese oficio hay que estar dis-puesta a sacrificarse, y hay que trabajar y estudiar. Pero tam-bién hay que soltarse, soltarse... ¿O no?

revuelta. Sí, sí señora... En esta controversia me veo obligao a dar la razón a las dos, porque las dos la tienen.