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SEPIA XIV Piura, del 23 al 26 de agosto 2011 Eje Temático I Dinámicas Territoriales “Género y dinámicas territoriales rurales” Ana Peláez Ponce, Patric Hollenstein, Susan Paulson & Julie Macé –1–

Género y dinámicas territoriales rurales. Por Peláez, Hollenstein, Paulson y Macé

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Ponencia presentada en la Mesa 3 del tema Dinámicas Territoriales Rurales del XIV Seminario Permanente de Investigación Agraria (SEPIA). Piura, Perú. Agosto 2011

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SEPIA XIV 

Piura, del 23 al 26 de agosto 2011 Eje Temático I 

Dinámicas Territoriales 

 

“Género y dinámicas territoriales rurales”  

 Ana Peláez Ponce, Patric Hollenstein, Susan 

Paulson & Julie Macé   

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Género y dinámicas territoriales rurales

Resumen Este artículo presenta algunos resultados de varias investigaciones sobre dinámicas territoriales rurales desde una perspectiva de los sistemas de género. Los estudios de cada territorio combinan una conceptualización estructural del concepto de géne-ro con el marco analítico de RIMISP. Estudiamos género como sistema sociocultural que norma, estructura y asocia significado y poder a los roles y relaciones de hom-bres y mujeres, y que influye en la construcción de coaliciones, en la creación y el funcionamiento de las instituciones y en la distribución y el uso de activos en el terri-torio. Observamos la influencia de los sistemas de género en las actividades productivas de los territorios, el acceso diferenciado a los beneficios del crecimiento económico, la mayor o menor sustentabilidad de las DTR, las relaciones domésticas y extrado-mésticas, etc. Los datos fueron obtenidos en encuestas, grupos focales, talleres, en-trevistas e información secundaria bibliográfica y estadística. Encontramos dinámicas complejas, al estilo de causalidades circulares, entre los sistemas de género y las DTR. Por un lado, las DTR generan o niegan nuevas opor-tunidades de participación económica, social y política para las mujeres y los hom-bres. Por el otro, las DTR dependen crucialmente de los roles específicos preexis-tentes de las mujeres y hombres del territorio (Tungurahua). Los diferentes estudios muestran que las DTR no son neutrales en cuanto a los sis-temas de género. Concluimos que es indispensable incluir esta perspectiva analítica en los estudios del desarrollo territorial.

1. INTRODUCCIÓN Este artículo analiza casos seleccionados de dinámicas territoriales rurales en Lati-noamérica desde una perspectiva de género. Los territorios en estudio forman parte del programa de investigación “Dinámicas territoriales rurales (DTR)”1 (RIMISP 2008) y tienen en común la presencia de ciclos virtuosos de crecimiento económico, y reducción de la pobreza y de la desigualdad y, en algunos casos, de sostenibilidad ambiental. En otras palabras, se trata de territorios relativamente exitosos, a diferen-cia de la gran mayoría de las zonas rurales en Latinoamérica que se encuentran en situaciones de combinación variable de estancamiento económico, aumento de la pobreza y de la desigualdad y una degradación de los recursos naturales.2 Según la hipótesis del programa de investigación, la evolución positiva se debe a procesos 1 Realizado por el Centro Latinoamericano para el Desarrollo rural (RIMISP) y centros de in-

vestigación asociados de diez países del continente. En el programa se consideraron terri-torios dinámicos a aquéllos que mostraron en un período aproximado de 12 años (en unos más, en otros menos) los siguientes cambios: aumento en el consumo per cápita, reduc-ción de la pobreza y reducción de la desigualdad. Aquellos territorios que mostraron los tres cambios son considerados WWW (ganadores) y los que no mostraron cambios o bien cambios negativos, catalogados como LLL (perdedores). En algunos territorios, los resulta-dos son mixtos (WLL, WWL, WLW, LWW, LLW). En total, se estudiaron los casos de 19 te-rritorios en 11 países.

2 A nivel latinoamericano, apenas el 12% de los municipios y el 10% de la población experi-mentan este tipo de ciclos virtuosos. El resto de municipios y gran partes de la población rural en Latinoamérica vive en territorios sin crecimiento económico, poca o ninguna reduc-ción de la pobreza y niveles altos de desigualdad social (Equipo RIMISP, 2011).

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sociales multidimensionales, en los cuales han confluido actores y coaliciones socia-les, instituciones y un conjunto de activos, tangibles e intangibles. Estos procesos sociales pueden ser entendidos como motores que impulsan, fortalecen y sostienen los ciclos virtuosos de crecimiento económico, inclusión social y sustentabilidad am-biental en cada uno de los territorios. Dichos motores tienen manifestaciones dife-rentes –innovación tecnológica y/o comercial, diversificación económica, actores y coaliciones sociales, actores extra-territoriales, y presencia de ciudades interme-dias–, pero siempre implican una cierta transformación del estatus quo. El análisis desde un enfoque de género muestra que los motores analizados impli-can y dependen de roles y prácticas sociales específicos y diferenciados entre muje-res y hombres de los distintos territorios. Los casos muestran que los sistemas de género, históricamente construidos, interactúan con los motores de cambio a veces para coadyuvar el crecimiento económico y/o la inclusión social, la equidad y la re-ducción de pobreza, y a veces para obstaculizar uno o más de estos objetivos. Argumentamos que una comprensión de la economía que presupone la existencia de un sujeto económico genérico limita y sesga nuestro análisis de las actividades económicas y, por consiguiente, de las dinámicas territoriales rurales. De ahí que para dar cuenta de las condiciones en las cuales surgen, se expanden y se debilitan los motores económicos territoriales, es imprescindible estudiar los roles sociales concretos de mujeres y hombres, las instituciones, la estructura del mercado laboral, las organizaciones, el campo político, etc., y cómo estos aspectos son transforma-dos en presencia de poderosos motores económicos territoriales. Con tal fin, se ana-lizaron los casos de seis territorios: Chiloé (Chile), Loja (Ecuador), Ostúa-Güija (Guatemala), Chah (Yucatán), Cerrón Grande (El Salvador) y Macizo Peñas Blancas (Nicaragua).3 En cada uno de los cinco casos se realizaron estudios regulares del programa DTR y otros, con enfoque de género. El grupo de estudios con enfoque de género partió de tres preguntas de investiga-ción: las primeras dos giran en torno a la relación entre los sistemas de género y las dinámicas territoriales rurales (DTR), diferenciándose solo por la dirección causal entre los dos fenómenos. Dichas preguntas son:

• ¿Cómo los sistemas de género influyen en las dinámicas territoriales? • ¿Cuáles son los efectos de las dinámicas territoriales en los sistemas de

género? • ¿Qué limitaciones y oportunidades metodológicas afloran al estudiar dinámi-

cas territoriales desde una perspectiva de género? Los estudios se realizaron triangulando información con metodologías cuantitativas y cualitativas. En el primer caso, fundamentalmente encuestas de hogares o encues-tas más específicas; los datos obtenidos fueron complementados con información obtenida a través de metodologías cualitativas que combinaron grupos focales, ob-servación participante y entrevistas en profundidad. Si bien los cinco estudios parten de las mismas preguntas, éstos adoptan diferentes métodos de compilación de información y de análisis a fin de iluminar el tema desde múltiples ángulos. Lo que presentamos en esta ponencia es una discusión de las respuestas a las tres interrogantes que las y los autores de los estudios con enfoque 3 Los análisis sobre género y DTR se realizaron solo en seis de 19 territorios. Estos fueron

realizados en los territorios donde los equipos de investigación tuvieron las posiblidades institucionales de recibir un(a) maestrante de la Universidad de Lund (Suecia) con especia-lización en temas de género y ambiente.

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de género encontraron en seis territorios: Loja (Ecuador), Ostúa-Güija (Guatemala), Chah (Yucatán, México), Chiloé (Chile), Cerrón Grande (El Salvador), y Macizo Pe-ñas Blancas (Nicaragua). En este artículo se presenta un análisis de los dos prime-ros y una breve referencia de los otros cuatro.

2. GÉNERO COMO SISTEMA SOCIOCULTURAL Definimos género como sistema sociocultural que norma, estructura y da significado y poder a los roles y relaciones de mujeres y hombres (Paulson et al. 2011, p. 5).4 La naturaleza sistémica de género convierte la diferencia históricamente construida entre mujeres y hombres en un principio básico de la constitución social, económica, política y cultural de los territorios en estudio. Podríamos decir que el género consti-tuye uno de los “principios de visión y división del mundo” (Bourdieu 1997, p. 184) de los diferentes campos que constituyen, en su conjunto, a las sociedades territoriales. En este sentido, el sistema de género abarca, y al mismo tiempo es, una dimensión de otras instituciones sociales como el parentesco, la educación, la economía, la re-ligión, el sistema político, los sindicatos y otras organizaciones sociales; también es-tá presente en las normas y los reglamentos que determinan los derechos de heren-cia, la gobernanza ambiental, el acceso a tierras, créditos y empleos, la representa-ción política, etc. (Paulson et al. 2011, p. 5). El carácter sistémico diferencia la defi-nición de Paulson de otras conceptualizaciones que entienden género como el tra-bajo con mujeres (a menudo en el marco de proyectos de desarrollo) o la documen-tación de la desigualdad y la subordinación de las mujeres (Paulson et al. 2011, p. 9). No entendemos el sistema de género, por ejemplo, como algo específico de las mujeres, sino como principio que constituye las identidades, las prácticas, roles y relaciones sociales de y entre todos los actores. Paulson y su equipo tampoco ven el género como algo esencialmente negativo. Verlo estrictamente como categoría ana-lítica y no identificarlo con formaciones sociales históricamente concretas como la sociedad patriarcal, permite ver tanto aspectos negativos como la desigualdad, la exclusión de las mujeres por un lado, y aspectos positivos como las dinámicas de complementariedad y diversidad estratégica entre mujeres y hombres por el otro (Paulson et al.). Finalmente, estamos hablando de sistemas de género no estáticos, sino constantemente expuestos a procesos de cambio y adaptación. La dinámica de los sistemas de género en los estudios de casos se manifiesta prin-cipalmente en dos aspectos: el primero tiene que ver con el hecho de que los siste-mas de género también son sistemas de poder; como tal, el género, como principio de visión y división del mundo, forma parte de las normas y reglas de los diferentes campos y, por consiguiente, está expuesto a una constante negociación.5 La disputa por su significado abre grietas en las relaciones de poder que pueden ser aprove-chadas para redefinir las prácticas sociales. El segundo ubica las negociaciones co-tidianas en el contexto de transformaciones de estructuras objetivas gracias, por ejemplo, a nuevas dinámicas territoriales. Como aspecto integral de las transformaciones territoriales a través de los motores económicos, pudimos constatar varias reformulaciones de roles previamente domi-nantes: hombres que dejan de migrar temporalmente para convertirse en asalaria- 4 La descripción del marco conceptual se basa ampliamente en el documento preparado por

Susan Paulson y su equipo de la Universidad de Lund para el programa DTR. Ver cita en el texto principal.

5 La negociación también es constante –y frecuentemente violenta– entre hombres dominan-tes y hombres que no representan la masculinidad hegemónica. También, por ejemplo, en-tre madres (suegras) e hijas que viven diferentes roles femeninos.

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dos de la industria salmonera, de las transnacionales agrícolas –como el cultivo de hortalizas y melón–, o bien para encargarse de la aplicación perenne de paquetes tecnológicos a cultivos como el maíz amarillo; hombres que abandonan la agricultura familiar y emigran al extranjero, sumándose a la economía de las remesas como principal ingreso en el hogar; mujeres que o bien se insertan (aún más) en las activi-dades productivas como creadoras de estrategias de diversificación económica, o bien son marginalizadas (aún más) de éstas debido a la mayor importancia de culti-vos comerciales en las estrategias económicas de los hogares y la subsiguiente ex-pansión del control masculino sobre éstos etc.

2.1 Las dinámicas territoriales rurales En base a lo dicho hasta ahora, ¿cómo entendemos la relación entre los sistemas de género y las dinámicas territoriales? En principio, el carácter sistémico de género implica que no existen dinámicas territoriales que no sean influenciadas por los roles y prácticas sociales que emanan de la división de trabajo entre mujeres y hombres. Es prácticamente imposible, por tanto, concebir ámbitos de las dinámicas territoria-les que no estén influenciadas por género. Esto nos lleva a diferenciar dos relaciones “causales”. La primera de ellas fluye des-de los sistemas de género hacia las dinámicas territoriales. En esta dirección, géne-ro moldea los motores económicos y a cada una de sus dimensiones, es decir, influ-yen “en la construcción de actores y coaliciones sociales, en la composición y el fun-cionamiento de las instituciones y en el desarrollo, la distribución y el uso de activos tangibles e intangibles” (Paulson et al. 2011, p. 5). Estos mecanismos funcionan hasta tal punto que algunos de los motores económicos de los territorios estudiados no funcionaran, o por lo menos con menos fuerza, si no pudieran aprovechar las ca-pacidades especiales que se han cristalizado a lo largo del tiempo gracias a la divi-sión social del trabajo entre mujeres y hombres y la subsiguiente formación de sabe-res especiales; mercados laborales con sueldos diferenciados según el sexo de las personas empleadas; las ideologías y discuros de género que sustentan estos pa-trones de organización y explotación del conocimiento y del trabajo de mujeres y hombres. Pero los estudios de caso también dan cuenta de una segunda relación “causal” que fluye desde las dinámicas territoriales hacia los sistemas de género. Hemos encontrado motores económicos, sobre todo aquellos impulsados por pode-rosos actores extraterritoriales, que modifican los sistemas de género, por ejemplo, al ofrecer nuevas oportunidades ocupacionales para las mujeres y hombres en los territorios, tanto en términos de acceso como de uso de los recursos. Debido a la co-presencia o simultaneidad de las dos “relaciones causales” entre los sistemas de género y las dinámicas territoriales, estamos en presencia no tanto de cambios lineales, sino de transformaciones complejas basadas en causalidades cir-culares. Esta complejidad aumenta más si consideramos que las dos relaciones “causales” en ningún momento funcionan como mecanismos determinantes, tal co-mo el propio término insinúa. Las relaciones de desigualdad se pueden revertir con respuestas multidimensiona-les. “Ni la génesis, ni la legitimación de la desigualdad, vale decir, aquello que permi-te que la pobreza persista en el tiempo, son de naturaleza económica. Son factores morales, culturales y políticos los que permiten su reproducción y legitimación” (Souza, 2010: 154). En realidad, la relación entre sistemas de género y dinámica territorial es más tenue y turbia. La distinción de los dos ejes de empuje responde a necesidades puramente analíticas.

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3. LOS SISTEMAS DE GÉNERO Y LAS DINÁMICAS TERRITORIALES RURALES

En esta sección describimos diferentes procesos de influencia mutua entre sistemas de género y dinámicas territoriales, que aportan elementos para explicar estas rela-ciones. Los tres primeros, que corresponden a las dinámicas observadas en un terri-torio de Ecuador (Loja), uno de Guatemala (Ostúa-Güija) y otro de Chile (Chiloé), se describen ampliamente; en tanto que de los otros tres, a continuación se presenta una referencia sucinta.6

En el territorio del CHAH (Yucatán, México), se analizaron las dinámicas de los Con-sejos de Desarrollo Rural Sostenible (CDRS), cuya constitución, funcionamiento e iniciativas inciden en las dinámicas territoriales y, por lo tanto, en las relaciones de género. Sin embargo, a pesar del potencial de los CDRS por la nueva institucionali-dad que ofrecen, en la práctica se mantienen las limitaciones de género al fortalecer el liderazgo masculino en círculos de poder –limitando a la vez las posibilidades para sectores marginados y excluidos- y fortalecer las practicas que excluyen a mujeres, jóvenes y ancianos de los espacios de toma de decisión. En el territorio de Chiloé (al sur de Chile), la transformación productiva incidió en la emergencia de un "nuevo" sistema de género, en el que tanto hombres como muje-res han accedido a empleo por un ingreso monetario (capital económico), que les permitió el acceso a bienes y servicios, así como a potenciales medios para alcanzar modelos globalizados de feminidad y masculinidad (capital simbólico). Las ventajas salariales en esta industria han transformado las habilidades y el conocimiento de mujeres y hombres, orientándolos hacia este sector que resulta más atractivo y acercando más la similitud en las prácticas de mujeres y hombres. En el antiguo sis-tema de género los hombres eran vistos como fuertes y trabajadores, mientras que las mujeres realizaban tareas que requerían habilidades manuales y físicas. Y estos tipos de capital cultural guardan cierta jerarquía generizada: el conocimiento etique-tado como “de mujeres” generalmente es tomado menos en serio o es valorado me-nos. El sistema de género ha interactuado con la expansión de la industria salmone-ra, pero el acceso a capital económico no garantiza el acceso a otros capitales, co-mo el social o el político. Y en esto quizás tenga que ver una cierta resiliencia de las mujeres en este proceso de acceder al trabajo remunerado fuera del hogar, pues prevalece el matriarcado machista, que refuerza roles domésticos típicamente feme-ninos: las principales responsabilidades de las mujeres continúan siendo las del hogar. En el caso del territorio de Cerrón Grande (El Salvador), se observó una especie de convención discursiva donde las actividades, generalmente, realizadas por hombres son identificadas como “trabajo productivo” y las actividades realizadas principal-mente por las mujeres son identificadas como “ayuda”, “tareas de casa” o “trabajo reproductivo”; y además, la representación discursiva y estadística tiende a ignorar la participación de ciertos actores (mujeres y jóvenes) y actividades. Los proyectos de desarrollo, el apoyo institucional, el mercado, los proveedores de crédito, tecno-logía y conocimiento tienden a dirigir activos clave a los actores más visibles y valo-rados, en este caso un grupo de hombres adultos, y a las actividades asociadas con ellos. La resultante distribución inequitativa de oportunidades y activos tiende a forta-

6 La explicación completa de los casos se puede conocer en los documentos respectivos,

publicados por RIMISP (véase la lista de referencias).

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lecer ciertos grupos de actores e, inintencionadamente, al desempoderamiento, em-pobrecimiento y marginalización de otros actores y actividades. En las dinámicas territoriales del Macizo Peñas Blancas (Nicaragua) influyeron las variables del mercado internacional del café, la coalición de actores provenientes de la sociedad civil y la consolidación de las funciones reguladoras de las entidades públicas (gobierno local, ministerio de salud y entidades del sector ambiental). Una agenda pública orientada a objetivos de crecimiento económico, pero sin visión críti-ca, provoca que los sujetos beneficiados de los programas generalmente sean los propietarios de activos productivos, invisibilizando las necesidades que emanan de las desigualdades de género. Una agenda con saldo positivo en cuanto al crecimien-to económico en general, pero negativo en términos de equidad. Por ejemplo, la ca-rencia de activos limita a las mujeres su participación en coaliciones que promueven cambios institucionales. Esta dicotomía en el enfoque de las políticas públicas en-traña el refuerzo de las brechas tanto socioeconómicas como de género: las políti-cas de desarrollo están separadas de las políticas de lucha contra la pobreza (que se concentran en aliviar la pobreza, pero no buscan el desarrollo de los pobres), donde las primeras están dirigidas hacia los hombres y las segundas, a las mujeres.

3.1 Los sistemas de producción y comercialización de café y maíz en Loja La provincia de Loja, ubicada en el austro del Ecuador, está marcada por un aisla-miento histórico de las dinámicas económicas del resto del país. Dominada por una concentración muy alta de la tierra en pocas manos hasta las reformas agrarias en los años 1976 y 1973, recién en las últimas décadas se expande de manera masiva la pequeña agricultura campesina, principalmente de autosubsistencia. Ésta tiene que enfrentar una serie de problemas estructurales (falta de vías de comunicación y mercados locales y regionales) y ambientales (relativa escasez de agua, erosión de la tierra, etc.) que la convierten en una estrategia económica poco alentadora para la población rural. En consecuencia, se ha generado a partir de la década de 1960 un flujo migratorio masivo hacia otras regiones del país y posteriormente hacia el exte-rior. Dentro de este contexto desalentador, dos territorios destacan por su desempeño económico relativamente exitoso,7 ambos relacionados con transformaciones en los sistemas de producción y comercialización de café y maíz amarillo, ambos produc-tos cultivados mayoritariamente por los pequeños hogares rurales. El “motor” del te-rritorio cafetalero (cantones Quilanga y Espíndola) consiste en la dinamización de la producción de café orgánico y un sistema de exportación manejado directamente por las organizaciones cafetaleras. El motor del territorio maicero (cantones Pindal y Celica), en cambio, es la producción masiva de maíz amarillo, sustentada en un pa-quete agroquímico, y que sirve como insumo básico para la cadena de producción de carne avícola y porcina fuera del territorio. Nuestra investigación revela que am-bos procesos de transformación desde la pequeña agricultura familiar de autosubsis-tencia hacia sistemas de producción de tipo más comercial han presentado una fuer-te interrelación con los sistemas de género, pero con diferentes resultados en cuanto a la participación de mujeres y hombres en el “motor” territorial y las influencias en la sostenibilidad de la dinámica. El motor del territorio cafetalero –la producción de café “lavado” y la comercialización alternativa– se ha beneficiado de un sistema de género relativamente permeable en cuanto a la asignación de roles productivos y reproductivos a mujeres y hombres. El discurso y los arreglos institucionales predominantes separan el ámbito masculino-

7 LLW para café, WWL para maíz.

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productivo (el manejo del cash crop), junto con sus vinculaciones hacia lo extraco-munitario (el manejo de las relaciones comerciales y políticas), del ámbito femenino-reproductivo (el manejo de las tareas domésticas como la crianza de las y los hijos, la alimentación, la educación, etc.), junto con otras responsabilidades típicamente femeninas como el trabajo comunitario. Sin embargo, existe un grado sustancial de permeabilidad práctica entre estos dos ámbitos. Esta organización social particular de la zona cafetalera puede ser vista como uno de los resultados de la migración definitiva hacia el exterior, la cual, a través de largas ausencias de los “padres” y “madres”, reconfigura la familia nuclear rural y hace indispensable que las mujeres y hombres que se quedan en las comunidades rurales adopten nuevos roles sociales. Hemos observado incursión de nuevas responsabilidades laborales, así como su explícito reconocimiento cultural, sobre todo en el caso de las mujeres, las cuales se han insertado de manera significativa en las labores fuera del ámbito tradicionalmen-te asignado, tal como es el trabajo reproductivo y comunitario. Gracias a esta flexibilización, los saberes de las mujeres y su fuerza de trabajo han sustentado de manera significativa un nuevo sistema de producción, cuyo cuello de botella principal es la cantidad de mano de obra necesaria para la cosecha y la pos-cosecha. El uso activo y el reconocimiento cultural de los nuevos patrones de géne-ro facilita la transición hacia un sistema de producción de café que incorpora local-mente procesos de poscosecha como el “lavado”. Los nuevos roles y ámbitos de actividades cotidianas femeninas son muy diversos y abarcan también la esfera política. En vista de la dinámica territorial, hay que desta-car sobre todo las “nuevas” o “mayores” responsabilidades en los trabajos producti-vos en el cultivo del café; éstos se manifiestan al comparar los hogares rurales que han adoptado el nuevo sistema (los cuales denominamos “hogares lavadores” o simplemente HL) con los hogares que mantienen las prácticas convencionales (“hogares convencionales” o HC). En función de trabajadoras familiares, es decir, no contratadas, se visibiliza la importancia de la mano de obra femenina8 en la cosecha del café en ambos sistemas de producción, tal como la podemos observar en el si-guiente cuadro. Sin embargo, la participación y el tiempo dedicado por las mujeres aumenta aún más en el caso de los HL.

Cuadro 1. Distribución por sexo del trabajo familiar en la cosecha del café. HL  HC Criterios 

Mujeres  Hombres  Mujeres  Hombres Distribución (%)  48  52  43  57 Trabajo promedio (jornales)  17  22  11  14 

Fuente: Encuesta a hogares de café de Quilanga y Espíndola (2010).

Un patrón parecido encontramos en la función de hombres y mujeres contratados. En el siguiente cuadro vemos que en ambos sistemas se suele contratar a mujeres y hombres en similares proporciones. Sin embargo, en el caso de los HL las mujeres trabajan en promedio 31 jornales, un aumento de trece jornales en comparación con los HC.

Cuadro 2. Distribución por sexo del trabajo contratado en la cosecha del café. HL  HC Criterios 

Mujeres  Hombres  Mujeres  Hombres Distribución (%)  28  72  29  71 

8 Para el cálculo nos basamos en el trabajo realizado por la pareja “fundadores” de los hoga-

res.

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Trabajo promedio (jornales)  31  45  18  21 

Fuente: Encuesta a hogares de café de Quilanga y Espíndola (2010).

Sin embargo, la participación de las mujeres decrece fuertemente en otras activida-des como el mantenimiento y, en menor medida, en el “lavado” del café, donde los hombres realizan una gran parte del trabajo. Sobre todo el mantenimiento es visto como un trabajo “fuerte” y “duro”, y por tanto mayoritariamente reservado para los hombres. Sin embargo, debido a la existencia de muchos casos de hogares cafeta-leros, en los que la pareja hombre migró o suele trabajar fuera de la propia finca, las mujeres se han vuelto cada vez más importantes en la supervisión de la mano de obra masculina contratada. Debido a que el “lavado” del café requiere cuatro veces más trabajo que el sistema convencional, contratar a más personas, fuera del círculo familiar, es fundamental para lograr una buena cosecha. En el manejo de las perso-nas contratadas, la función de supervisión es crucial para garantizar una determina-da calidad del grano cosechado y lavado. Dicho de otro modo, si bien las mujeres no están ejecutando las obras de mantenimiento ni del lavado, sí son centrales en la organización del nuevo sistema de producción. Además de la supervisión, el papel de las mujeres como tejedoras de redes sociales –relacionado a su trabajo comunitario– también juegan un papel fundamental en el nuevo sistema productivo. En este no importa solamente la mera cantidad de mano de obra disponible, sino también la calidad del trabajo realizado. Para lograr un buen producto, es indispensable, por ejemplo, cosechar el grano en un determinado esta-do de madurez. La mano de obra “de confianza” localmente a través de las redes comunitarias –ámbito de desempeño principalmente de las mujeres locales– garan-tiza esta labor delicada mucho más que la mano de obra contratada. Las redes co-munitarias tejidas por las mujeres, organizan el acceso y la disponibilidad de mano de obra que hace posible mantener la calidad requerida por las organizaciones cafe-taleras. Pero los hombres como migrantes y las mujeres como ahorradoras también han creado nuevas funciones sociales para el sistema del café lavado, fuera del ámbito productivo. Debido a los altos requerimientos de mano de obra contratada en épo-cas específicas como la cosecha, muchos hogares no disponen de los medios eco-nómicos para pagar a los jornaleros y jornaleras necesarios. Por esta razón, las or-ganizaciones cafetaleras ofrecen créditos reembolsables en forma de café, después de la cosecha. Hasta el año 2010, el capital de trabajo de las organizaciones cafeta-leras para estos créditos fue financiado en gran parte por ALTERFIN, un banco ale-mán. Pero después de la crisis financiera hace pocos años, ALTERFIN se vio obli-gado de reducir su compromiso con las organizaciones cafetaleras de Loja. Es en este momento en el cual las remesas, enviadas por los migrantes internacionales y depositadas, principalmente por las mujeres receptoras, en forma de ahorro en cajas de ahorro y crédito locales, empiezan a jugar un papel fundamental para el futuro de la dinámica territorial. A partir del año 2010, estas cajas de ahorro y crédito, nutridas en gran parte por los ahorros generados por las mujeres, son capaces de cubrir una parte sustancial del capital de trabajo requerido por las organizaciones cafetaleras. Además, las mismas cajas ayudan a hombres y mujeres cafetaleros liberarse de los créditos informales, a menudo gravados con interese muy altos, fiados por parte de los comerciantes tradicionales de café. Estos datos indican una mayor participación productiva en el cash-crop, aunque existen otros ámbitos como la asistencia técnica, la representación y la toma de de-cisiones de las organizaciones cafetaleras, a los cuales las mujeres difícilmente

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pueden acceder, como su amplia sub-representación en cada uno de los ámbitos indica. El motor de la zona maicera también se basa en la conversión de un producto tradi-cional en un cash-crop para el mercado: la dinámica territorial de la zona maicera depende de la aplicación de un paquete tecnológico, intensivo en agroquímicos, que en los primeros años ha aumentado muy considerablemente la productividad por hectárea. Sin embargo, a diferencia de la zona cafetalera, la transformación del sis-tema productivo no ha generado una ampliación de las responsabilidades de las mu-jeres en torno al cash-crop, sino todo lo contrario. Según otros autores, la diferenciación de los roles sociales productivos y reproducti-vos entre hombres y mujeres en la zona maicera de Loja ha sido muy tajante, e in-cluye una marcada negación cultural de los papeles que las mujeres de facto tienen, o los papeles que podrían tener, en relación con el maíz. Esta diferenciación, propi-ciada principalmente por los hombres, existía ya antes de la intensificación de la producción de maíz, pero se agudizó aún más con la difusión del paquete tecnológi-co. El discurso masculino que sustenta esta diferenciación gira en torno del potencial daño a la salud, causado por los agroquímicos. Así, los hombres han alejado paula-tinamente a las trabajadoras familiares de la producción intensiva del maíz y susti-tuido por trabajadores asalariados.9 Con ello se ha reducido la participación produc-tiva directa de las mujeres en el maíz a un mínimo y se han maximizado todas las tareas de soporte (culturalmente y económicamente no reconocidas) como la prepa-ración de la comida y el transporte de esta al sitio de trabajo de los esposos y los trabajadores asalariados. Esto es importante para entender por qué el nuevo sistema de producción de maíz se ha expandido, en pocos años, hasta abarcar en la actualidad cerca del 100% de los hogares rurales de la zona. Nuestras observaciones parecen indicar que la ex-pansión explosiva del sistema de producción basado en el monocultivo y el paquete tecnológico intensivo en agroquímicos se debe también a la falta de espacios priva-dos y públicos en los cuales las mujeres hubieran podido articular su resistencia. Es-ta resistencia parecería lógica o socialmente necesaria, ya que el monocultivo del maíz ha prácticamente eliminado las huertas, por lo cual ya no es posible para las mujeres cultivar productos para el autoconsumo ni tener un importante espacio de reproducción cultural y encuentro fuera del hogar.

3.2 La diversificación productiva y la migración en la cuenca Ostúa-Güija

“Descubrimos que somos muchas las mujeres que participamos en diferentes trabajos, pero que siempre estamos bajo la dirección de un hombre”. 

(Mujer en grupo focal, 6 de mayo 2010) 

La agricultura, el comercio y la migración son motores importantes en las dinámicas territoriales de la cuenca Ostúa-Güija,10 los cuales han incrementado el capital eco-nómico del territorio y provocado transformaciones en las relaciones económicas y de poder en una parte de los hogares, aunque sin la fuerza suficiente aún para transformar las relaciones de género en el espacio público, lo cual se explica en gran medida por las prácticas institucionales. 9 Con la excepción de que se usa a los niños para aplicar la urea cerca de las plántulas, ya

que su baja estatura les ayuda en esta labor. 10 El territorio mostró dinámicas WWW.

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  La diversificación agrícola en el territorio data de la década de 1960, cuando con el apoyo del Gobierno se invirtió en infraestructura productiva (carreteras, sistemas de riego y construcción de una planta procesadora de lácteos), que atrajo la inversión extranjera e incentivó a los productores locales para ampliar los cultivos, pasando de la agricultura de granos básicos (maíz, frijol y sorgo) a la producción agrícola diversi-ficada y para la exportación. De estas transformaciones productivas emanaron cambios en las prácticas econó-micas y sociales en el territorio: la introducción y el aprendizaje de nuevos cultivos, la incursión en nuevos mercados, el reacomodo de las relaciones en la agricultura familiar. Paralelamente a este fenómeno, se desató una oleada de emigración ex-tranjera que continúa a la fecha, provocando también una transformación en las es-tructuras y las relaciones familiares. En las relaciones productivas tradicionales, las mujeres del territorio típicamente han participado en la agricultura en una función de “ayuda” en la agricultura familiar, sin percibir ingresos por ello. La tradicional separación entre “lo masculino” y “lo femeni-no” en las actividades económicas también se ha transformado a consecuencia de lo ya mencionado anteriormente. Hombres, minifundistas dedicados al cultivo de gra-nos básicos en pequeña escala se integraron como jornaleros en las agroexportado-ras, con lo cual se intensificó la participación de las mujeres en la agricultura familiar. Así también, la ampliación de la cadena productiva en el territorio abrió espacios pa-ra la participación laboral de las mujeres (por ejemplo, en las labores de empaque de hortalizas se contrata mano de obra femenina con la justificación discursiva de que requieren mayores destrezas de motricidad fina, considerada “femenina”, y con la ventaja material de la posibilidad de contratar a mujeres en salarios bajos). En el caso de la migración internacional, la ausencia física de muchos hombres conside-rados “jefe de hogar” ha impulsado la incursión de las mujeres en el liderazgo de la agricultura familiar y la participación en la toma de decisiones sobre el patrimonio familiar. Un elemento clave en estas transformaciones,11 además de la incorporación de las mujeres en el mercado agrícola asalariado, es la influencia de las remesas moneta-rias y las remesas sociales en el caso de los migrantes, pues por un lado, el envío constante de remesas monetarias a los hogares12 ha permitido inversión para la agricultura u otros negocios familiares, dirigidos por las mujeres, y por el otro, la ex-periencia de los migrantes en Estados Unidos, que observan sistemas de género en los que la participación económica de las mujeres es más visible. De lo anterior se deriva un efecto en la incorporación de las mujeres al trabajo agrí-cola remunerado, que generalmente ocurre en dos vías: por un lado, su integración a los jornales de las agroexportadoras –en el cultivo o en el empaque–; y por el otro, al asumir el liderazgo en la agricultura familiar cuando la pareja emigra. 11 En estas transformaciones han influido varios factores clave, tales como: la interconexión

de lugares poblados –en contraposición al resto del país, que muestra alta dispersión en la población rural- que ha posibilitado el acceso a educación formal; la influencia de acto-res extraterritoriales, concretizados en las agroexportadoras que contratan personal mas-culino y femenino en iguales condiciones de remuneración –al menos, en término de res-ponsabilidades y remuneraciones-, lo cual ha contribuido a reconocimiento del trabajo de las mujeres. Éstos, sin embargo –y pese a su importancia-, no se analizan en el presente documento.

12 De acuerdo con la Encuesta de Hogares (julio-agosto 2010), del total de los hogares en-cuestados el 27.4% recibe remesas del exterior. Por municipios sobresale Asunción Mita con un 38.5% y en es Monjas, Jalapa el que tiene e menor porcentaje (21.8%).

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Así también, la liquidez que ha generado el incremento de la actividad agrícola y el ingreso de remesas ha incentivado emprendimientos familiares en los que participan las mujeres, aportando a reducir las brechas de acceso a activos. En este caso hablamos de remesas que envía la pareja masculina, aunque –en menor escala, pe-ro es creciente– hay emigración femenina. Ciertos aspectos de los sistemas de género limitan el impacto de estas dinámicas en términos de la visibilización de las mujeres. Desde las metodologías de trabajo que identifican, cuentan y apoyan principalmente a los tipos de actividades realizadas principalmente por hombres, y no los tipos de actividades realizadas por mujeres y jóvenes (véase las encuestas de hogares que empiezan por identificar “jefe” de hogar –en masculino– y en las que se reconoce como trabajo a la actividad remune-rada) hasta los imaginarios sociales y comunitarios que clasifican “lo masculino” y “lo femenino”, que influyen en el crecimiento de algunas dimensiones de la actividad territorial, y algunos actores territoriales, más que otros. Encontramos que una parte de las mujeres se incorporan al trabajo agrícola remune-rado, asumen emprendimientos que les genera ingresos propios y pasan a ser jefas de hogar en ausencia de la pareja que emigra al extranjero, pero en el plano social y político son escasamente visibles. Esto se puede ver en la participación de mujeres en cargos de elección popular: de cuatro municipios que integran el territorio, sola-mente en tres concejos municipales participan mujeres, una en cada concejo. Los espacios de dirección en las organizaciones locales son típicamente masculinos, particularmente en el caso de los Consejos Comunitarios de Desarrollo. En estos últimos se observa amplia participación femenina en las asambleas, mas su partici-pación en las juntas directivas es débil. Aunque es amplia la presencia de mujeres en las actividades económicas remune-radas, es desequilibrada en términos de género: 1/3 en relación con la participación masculina en el territorio). De 1,334 personas que en los hogares indicaron tener un empleo, solamente 331 son mujeres (datos de la Encuesta de Hogares, julio-agosto 2011), Uno de los motores del dinamismo en el territorio es la baja concentración en la pro-piedad de la tierra, donde la mayoría de propietarios reporta entre media y una man-zana de tierra cultivada; sin embargo, al observar la participación de mujeres y hom-bres en dichos factores de dinamismo territorial muestra desigualdades. Para el ca-so de las mujeres, tienen menos acceso, tanto por el número de unidades como también por el área cultivada: la mayoría de unidades de tierra (85%) es cultivada por hombres. Además, casi tres cuartas partes de las mujeres que cultivan, lo hacen en un área de una manzana o menos, mientras que esta misma extensión es para el 53% de los hombres. Estas brechas de género en el acceso a la tierra se refuerzan con aspectos institucionales como las creencias y valores imperantes: “los hombres influyen más que las mujeres”, las tareas del hogar como obligación de las mujeres, o la práctica del trabajo del hogar no remunerado (ver Anexo). En términos de DTR, los desbalances en el acceso al capital económico son eviden-tes: tanto en el trabajo remunerado como en el acceso a la propiedad de la tierra. Y en estas brechas, las identidades de género tienen mucho qué explicar. ¿Qué pasa, por ejemplo, en los hogares a cargo de una mujer –madres solteras- y ésta carece de capital económico o sus posibilidades son limitadas? Muchas veces las mujeres no son reconocidas en el discurso o en los estudios de desarrollo convencionales, ni obtienen los mismos beneficios como los hombres en

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cuanto a acceso y uso de los diferentes capitales. Además, persiste la generización de tareas en el espacio doméstico, como se observa en el gráfico 1.

 Gráfico 1. Distribución de tareas en los hogares, por género

 

 Fuente: encuesta de hogares, territorio Ostúa-Güija, julio-agosto 2011.

El reconocimiento económico del trabajo masculino y no del femenino, así como también los imaginarios acerca del trabajo que realizan las mujeres como comple-mentario, limitan el equilibrio en los impactos de la actividad económica. Las normas locales relativas a la asignación de actividades y jerarquías generizadas influyen en

l acceso y control de los recursos, lo cual a su vez incide en la participación y el econocimiento diferenciado de las mujeres y los hombres en los espacios públicos.

er Además, el acceso desigual a los capitales del territorio (entre ellos el crédito, la tie-rra agrícola, y las redes políticas y económicas) por parte de hombres y mujeres im-pacta en la intensidad de su participación y contribución en los motores del dina-mismo territorial. Véase, por ejemplo, el cuadro 3 que muestra, por una parte, que el

cceso a la tierra es mayor para los hombres y que para las mujeres el arrendamien- o el préstamo son la opción a que recurren, más que los hombres.

ato  

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Cuadro 3. Modalidad de acceso a la tierra, por sexo

Hombre Mujer Total Modalidad

N % N % N % Propia 250 55.3 30 43.5 280 53.7 Arrendada 120 26.5 23 33.3 143 27.4 Prestada 33 7.3 8 11.6 41 7.9 A medias 26 5.8 2 2.9 28 5.4 Cedida 11 2.4 4 5.8 15 2.9 Ocupada 2 0.4 0 0.0 2 0.4 Otro 10 2.2 2 2.9 12 2.3 Total 452 86.8 69 13.2 521 100.0 Fuente: elaboración propia con datos de la Encuesta de Hogares, Cuenca Ostúa-Güija, julio-agosto 2010.

 Los sistemas de género plantean la doble implicación de las instituciones en las di-námicas territoriales rurales: por un lado, éstas explican parte de la evolución exitosa del territorio, básicamente por la existencia de ciertas normas y acuerdos sociales que permiten el acceso a activos importantes; pero, por otro lado, prevalece un sis-tema de asignación de actividades y conductas “femeninas” y “masculinas” que limi-ta a las mujeres la participación en las dinámicas territoriales. De manera que el fac-tor institucional tiene que ver tanto en los avances como en los rezagos en el desa-rrollo. En el anexo se muestran los resultados de un análisis de estructuras de ex-clusión, realizado en conjunto con las mujeres. Un meta-análisis de los datos y dinámicas observadas permitió identificar el acceso a los diferentes capitales del territorio, en términos de lo planteado por Bourdieu (1986). El cuadro 4 muestra que las mujeres son poseedoras seguras del capital simbólico y, por lo tanto, transmisoras de normas, valores y cosmovisiones que mar-can las relaciones de género; y posiblemente el reconocimiento del trabajo femenino en la agricultura, cuyos actores están omnipresentes en los diferentes capitales, les permitiría acceder a otros espacios.

Cuadro 4. Actores y capitales

Actores Económico Político Social Simbólico

Gobiernos locales X X X X

Gobierno central X X X

Ganaderos X X X

Agricultores X X X X

Cooperativas X X

Partidos políticos. X X

COCODES X X

Comerciantes X X

Mujeres X

Traficantes X X X

Fuente: elaboración propia con datos del trabajo de campo.

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3. CONCLUSIONES Los diferentes estudios muestran que existen relaciones complejas entre los siste-mas de género y las dinámicas territoriales, al estilo de las causalidades circulares. Dicho de otro modo, los casos evidencian que las dinámicas territoriales son influi-das significativamente por la diferenciación entre mujeres y hombres en roles socia-les; el acceso al mercado laboral y los activos productivos a nivel de los hogares; los arreglos institucionales; las ideologías y los discursos, etc., pero que las propias di-námicas territoriales retroalimentan dichos sistemas de género y los transforman. En el trayecto de las dinámicas territoriales, las mujeres y los hombres impulsan, pero también son expuestos a cambios cotidianos y estructurales, a menudo con conse-cuencias diferenciadas entre los dos grupos sociales en lo que respecta a las opor-tunidades de vida. Sin embargo, los propios motores económicos no se liberan de la lógica diferenciadora de los sistemas de género y se encuentran frecuentemente o bien potenciados o bien limitados en su desenvolvimiento. Hay dinámicas externas que pueden influir, pero son incapaces de permear por sí solas aspectos fundamen-tales de los sistemas de género, profundamente arraigados. Los estudios también muestran que no basta con enfocarse analíticamente en el pa-pel local de las mujeres y las consecuencias negativas que pueden sufrir por cam-bios económicos territoriales. Dicho de otro modo, es imprescindible estudiar los ro-les masculinos y las respectivas transformaciones. Asimismo, debido a que estos roles diferenciados no se reproducen por mucho tiempo si no son sustentados por arreglos de tipo más macro como las estructuras en los diferentes mercados, las le-yes y las instituciones que rigen las dinámicas territoriales, es igual de imprescindi-ble partir de una comprensión amplia y sistémica de género. Finalmente, los estudios de las dinámicas territoriales desde una perspectiva de gé-nero evidenciaron una serie de desafíos metodológicos. Las y los autores cuestio-nan consecuentemente los enfoques clásicos que plantean la jefatura de hogar co-mo un rol exclusivamente masculino y el concepto de trabajo exclusivamente como el conjunto de las actividades remuneradas, invisibilizando el trabajo femenino no remunerado y socialmente no reconocido. En otras palabras, dar cuenta de dinámi-cas territoriales constituidas en base a la diferenciación actual e histórica entre muje-res y hombres, también requiere un ajuste a nuestros lentes analíticos.

4. BIBLIIOGRAFÍA Bourdieu, Pierre (1997). Pascalian Meditations. Stanford: Stanford University

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Anexo: Análisis de estructuras de exclusión

Cultura

Las mismas muje-res refuerzan el círculo de la dis-criminación

Discriminación

Temor a las críticas

En el hogar, en la sociedad, en la forma de educar a los hijos

El trabajo del hogar no es remunerado

La mujer cuando se casa se dedi-ca a su hogar

Por costum-bre, a la mujer se le delega “su” rol

Maltrato físico y psi-cológico

Falta de oportunida-des

Bajo nivel de autoestima

MA

NIF

ES

TAC

ION

ES

O E

VEN

TOS

Menos oportunidad de estudio y supera-ción para la mujer

A la mujer no se le permite salir sola

La mujer lo permite

Porque no se auto valoran [las mujeres]

Se considera a las mujeres incapaces de desempeñar un cargo importante

Por los círculos so-ciales y los niveles culturales que tiene la mujer

Permitimos a otra persona decidir por noso-tras

Se considera a la mujer como el gé-nero débil

Desde la infancia se asignan tareas "de mujeres"

Aislamiento social

CA

US

AS

Dependencia económica

Mantener baja autoes-tima

Los hombres influ-yen más que las mujeres

Se considera obli-gación de las muje-res las tareas del hogar

Obligación Lealtad Obediencia Desigualdad

Conformismo Respeto Dependencia

ES

TRU

CTU

RA

S/V

ALO

RE

S

Miedo a la sole-dad

Amor (mal entendido) Baja autoestima Sumisión

Fuente: taller realizado el 26 de agosto de 2011, con un grupo de mujeres del territorio.

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