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8/17/2019 HOBSBAWN - La Revolucion Cultural
1/12
HOBSBAWN, ERIC.
Cap.
XI La evolución Cultural pp.
322-345
Capí tulo XI
L A R E V O L U C I Ó N C U L T U R A L
En la p e l í c u l a [La
ley del
deseo],
Carmen Maura interpreta
a
un
hombre que se ha sometido a una
o p e r a c i ó n
de cambio de sexo
y
que, debido
a un
desgraciado asunto amoroso con
su
padre,
ha
abandonado a los hombres para establecer una
r e l a c i ó n l é sb i c a
(supongo) con una mujer, interpretada por un famoso transexual
m a d r i l e ñ o .
Re se ñ a c i n e m a t o g r á f i c a en Village Voice,
P U L B E R M N
1987, p. 572)
Las manifestaciones
de
más
é x i t o no son
necesariamente
las
que m o v i l i z a n a más gente, sino las que suscitan m ás i n t e r é s entre
lo s
periodistas.
A
riesgo
de
exagerar
un
poco,
p o d r í a
decirse
que
cincuenta tipos listos que sepan montar bien un happening para
que salga cinco minutos
por la
tele pueden tener tanta inc idencia
p o l í t i c a
como medio
m i l l ó n de
manifestantes.
PlERRE B O U R D I E U 1994)
Por todo lo que acabamos de exponer, la mejor forma de acercarnos a
esta
r e v o l u c i ó n
cultural es a
t r a v é s
de la
f a m i l i a
y del hogar, es decir, a tra
vé s de la
estructura
de las
relaciones entre ambos sexos
y
entre
las
distintas
generaciones. En la m a y o r í a de
sociedades, estas
estructuras h a b í a n mostra
do una impresionante resistencia a los cambios bruscos, aunque eso no quie
re decir que fuesen e s t á t i c a s . A d e m á s , a pesar de las apariencias de signo
contrario,
las estructuras eran de
á m b i t o
mundial, o por lo menos presenta
ban semejanzas
b á s i c a s en
amplias zonas, aunque, por razones
s o c i o e c o n ó
micas y t e c n o l ó g i c a s , se ha sugerido que existe una notable diferencia entre
Eurasia (incluyendo ambas orillas del M e d i t e r r á n e o ) , por un lado, y el resto
L R E V O L U C I Ó N C U L T U R L
323
de
Áf r i c a ,
por el otro (Goody, 1990, p. xvn) . Así , por ejemplo, la poligamia,
que, s e g ú n se dice, estaba o h a b í a llegado a estar p r á c t i c a m e n t e ausente de
Eurasia, salvo entre algunos grupos privilegiados
y en el
mundo
á r a b e , f l o
r e c i ó en Áf r i c a , donde se dice que más de la cuarta parte de los matrimonios
eran
p o l í g a m o s
(Goody, 1990,
p.
379).
N o
obstante,
a pesar de
las variaciones,
la
inmensa
m a y o r í a de
la humani
dad c o m p a r t í a una serie de c a ra c t e r í s t i c a s , como la existencia del matrimonio
f o rm a l
con relaciones sexuales privilegiadas para los
c ó n y u g e s
(el
« a du l t e r i o»
se considera una falta en todo el mundo), la superioridad del marido sobre la
mujer «pa t r i a r c a l i sm o») y de
los padres sobre los
hijos, a d e m á s de la de las
generaciones más ancianas sobre las más j ó v e n e s , unidades familiares forma
das por varios miembros, etc.
Fuese
cual fuese
el
alcance
y la
complejidad
de
la red de relaciones de parentesco y los derechos y obligaciones mutuos que
se daban
en su
seno,
el n ú c l e o
fundamental —la pareja con
hijos— estaba
presente en alguna parte, aunque el grupo o conjunto famil iar que cooperase
o conviviese con ellos fuera mucho mayor. La idea de que la f a m i l i a nuclear,
que se c onv i r t i ó en el pa t rón bá s i c o de la sociedad occidental en los siglos xi x
y xx , h a b í a evolucionado de a l g ú n modo a partir de una famil ia y unas un i
dades
de parentesco mucho más amplias, como un elemento más del
desa
r ro l l o del individualismo b u r g u é s o de cualquier otra clase, se
basa
en un
malentendido h i s t ó r i c o , sobre todo del c a r á c t e r de la c o o p e r a c i ó n social y su
r a z ón de ser en las sociedades preindustriales. Hasta en una i n s t i t uc i ón tan
comunista como la zadruga o f a m i l i a conjunta de los eslavos de los Balcanes,
« c a d a mujer trabaja para su famil ia en el sentido estricto de la palabra, o sea,
para su marido y sus hijos, pero t a m bi é n , cuando le toca, para los miembros
solteros de la comunidad y los hué r f a nos» Gu i de t t i y Stahl, 1977, p. 58). La
existencia de este
núc l e o f a m i l i a r
y del hogar, por supuesto, no significa que
los grupos o comunidades de parentesco en los que se integra se parezcan en
otros aspectos.
Si n
embargo,
en la
segunda
mitad
del siglo
xx esta d i s t r i buc i ón bá s i c a y
duradera e m p e z ó a cambiar a la velocidad del rayo, por lo menos en los pa í
ses occidentales
« d e s a r r o l l a d o s » ,
aunque
de
forma desigual dentro
de
estas
regiones. Así, en Inglaterra y Gales —un ejemplo, lo reconozco, bastante
espectacular—, en 1938 h a b í a un d i vo rc i o por
cada
cincuenta y ocho bodas
M i t c h e l l , 1975, pp. 30-32), pero a mediados de los ochenta, h a b í a uno por
cada
2,2 bodas
UN
Statistical
Yearbook,
1987). D e s p u é s , podemos ver la
a c e l e ra c i ón
de
esta
tendencia
en los
alegres
sesenta.
A
finales
de los
a ños
setenta, en Inglaterra y Gales h a b í a más de 10 divorcios por
cada
1.000 pare
jas casadas, o sea, cinco veces más que en 1961 Social Trends, 1980, p. 84).
Esta tendencia no se limitaba a Gran B r e t a ñ a . En realidad, el cambio
espectacular se ve con la m á x i m a claridad en pa í se s de moral estricta y con
una fuerte carga tradic ional, como los c a t ó l i c o s . En B é l g i c a , Francia y los
Pa í se s Bajos el í nd i c e bruto de divorcios (el n ú m e r o anual de divorcios por
cada 1.000 habitantes) se t r i p l i c ó aproximadamente entre 1970 y 1985. Sin
embargo, incluso en pa í se s con t r a d i c i ón de emancipados en
estos
aspectos,
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324 L E D D DE ORO
como
Dinamarca y Noruega, se duplicaron o casi t r i p l i c a ron en el mismo
pe r í odo . E s t á claro que algo i n só l i t o le estaba ocurriendo al matrimonio en
Occidente. Las pacientes de una c l í n i c a g i n e c o l ó g i c a de Ca l i f o rn i a en los
a ñ o s setenta presentaban « u n a d i s m i n u c i ó n sustancial en el n ú m e r o de m a t r i
monios formales, una r e d u c c i ó n del
deseo
de tener hijos .. . y un cambio de
actitud hacia la a c e p t a c i ó n de una a d a p t a c i ó n b i s e x u a l » (Esman, 1990,
p. 67). No es probable que una r e a c c i ó n así en una muestra de p o b l a c i ó n
femenina de parte alguna del mundo, incluida Cal i fornia , se hubiese podido
dar antes de esa dé c a da .
L a cantidad de gente que v i v í a sola (es decir, que no pe r t e ne c í a a una
pareja o a una f a m i l i a más amplia) ta m b i é n e m p e z ó a dispararse. En Gran
B r e t a ñ a p e r m a n e c i ó más o menos estable durante el primer tercio del siglo, en
torno al 6 por 100 de todos los hogares, con una suave tendencia al alza a par
ti r
de entonces. Pero entre 1960 y 1980 el porcentaje casi se dup l i c ó , pasando
de l 12 al 22 por 100 de todos los hogares, y en 1991 ya era más de la cuarta
parte (Abrams, 1945; Carr-Saunders
et al.,
1958;
Social Trenas,
1993, p. 26).
En muchas de las grandes ciudades occidentales c ons t i t u í a n más de la mitad
de los hogares. En cambio, la t ípica famil ia nuclear
occidental,
la pareja
casa
da con hijos, se encontraba en franca retirada. En los Estados Unidos
estas
familias cayeron del 44 por 100 del total de hogares al 29 por 100 en veinte
a ñ o s (1960-1980); en Suecia, donde casi la mitad de los n i ñ o s nacidos a
mediados de los a ños ochenta eran hijos de madres solteras (Ecosoc, p. 21),
pasaron del 37 al 25 por 100. Incluso en los
pa í se s
desarrollados en donde aún
representaban más de la mitad de los hogares en 1960
C a n a d á ,
Alemania
Federal, Pa í se s Bajos, Gran Bre t a ña ) se encontraban ahora en franca m i nor í a .
En determinados casos, de j ó de ser incluso t í p i c a . Así , por ejemplo, en
1991 el 58 por 100 de todas las familias negras de los Estados Unidos esta
ban encabezadas por mujeres solteras, y el 70 por 100 de los n i ñ o s eran hijos
de madres solteras. En 1940 las madres solteras só l o eran
cabezas
de famil ia
de l 11,3 por 100 de las familias de color, e incluso en las ciudades, só l o del
12,4 por 100 (Frazier, 1957, p. 317). T o d a v í a en 1970 la c i f ra era de só l o
el 33 por 100 New York Times, 5-10-92).
L a crisis de la f a m i l i a estaba vinculada a importantes cambios en las ac t i
tudes púb l i c a s acerca de la conducta sexual, la pareja y la p r o c r e a c i ó n , tanto
oficiales como extraofic iales, los más importantes de los cuales pueden
datarse, de forma coincidente, en los a ñ o s
sesenta
y setenta. Oficialmente
esta
fue una
é p o c a
de
l i be ra l i z a c i ón
extraordinaria tanto para los heterose
xuales (o sea, sobre todo, para las mujeres, que hasta entonces h a b í a n goza
do de mucha menos libertad que los hombres) como para los homosexuales,
a d e m á s de para las restantes formas de disidencia en materia de cultura
sexual. En Gran B r e t a ñ a la mayor parte de las actividades homosexuales fue
ro n legalizadas en la segunda mitad de los a ñ o s
sesenta,
unos a ñ o s más tarde
que en los Estados
Unidos,
donde el primer estado en legalizar la s o d o m í a
I l l in o is ) lo hizo en 1961 (Johansson y Percy, 1990, pp. 304 y 1.349). En la
m i sm í s i m a I t a l i a del papa, el d i vo rc i o se l e ga l i z ó en 1970, derecho conf i r-
L R E V O L U C I Ó N C U L T U R L
325
mado mediante r e f e r é n d u m en 1974. La venta de anticonceptivos y la infor
m a c i ó n sobre los m é t o d o s de control de la natalidad se legalizaron en 1971,
y en 1975 un nuevo c ó d i g o de derecho f a m i l i a r sus t i t uyó al viejo que ha b í a
estado en v i go r desde la é p o c a fascista. Finalmente, el aborto p a s ó a ser
legal
en 1978, lo cual fue confirmado mediante r e f e r é n d u m en 1981.
Aunque no
cabe
duda de que unas leyes permisivas hicieron más fác i les
unos actos hasta entonces prohibidos y dieron mucha más publicidad a estas
cuestiones, la ley r e c o n o c i ó más que c r e ó el nuevo c l i m a de r e l a j a c i ón
sexual.
Que en los a ñ o s cincuenta só l o el 1 por 100 de las mujeres b r i t á n i c a s
hubiesen cohabitado durante un tiempo con su futuro marido antes de casar
se no se d e b í a a la l e g i s l a c i ón , como tampoco el hecho de que a principios de
l o s a ños ochenta el 21 por 100 de las mujeres lo hiciesen
G i l l i s ,
1985,
p. 307). Pasaron a estar permitidas cosas que hasta entonces h a b í a n estado
prohibidas, no só l o por la ley o la r e l i g i ón , sino t a m b i é n por la moral con
suetudinaria,
las convenciones y el qué d i r á n .
Estas tendencias no afectaron por i gua l a todas las partes del mundo.
Mientras
que el
divorcio
fue en aumento en todos los
pa í se s
donde era permi
tido (asumiendo, por el momento, que la d i so l uc i ón f o rm a l del matrimonio
mediante un acto of ic ia l significase lo mismo en todos ellos), el matrimonio se
ha b í a convertido en algo mucho menos estable en algunos. En los a ños ochen
ta siguió siendo mucho más permanente en los pa í se s c a t ó l i c os (no comunis
tas). El divorcio era mucho menos corriente en la pe n í nsu l a i bé r i c a y en Italia,
y
aún menos en
A m é r i c a
Latina,
incluso en
pa í se s
que presumen de avanza
dos: un divorcio por cada 22 matrimonios en M é x i c o , por cada 33 en Brasi l
(pero uno por cada 2,5 en Cuba). Corea del Sur se mantuvo como un pa í s i n só
litamente tradicional teniendo en cuenta lo r á p i do de su desarrollo (un divor
ci o por cada 11 matrimonios), pero a principios de los ochenta hasta Ja pón
tenía un í nd i c e de d i vo rc i o de menos de la cuarta parte que Francia y muy
infer ior al de los b r i t á n i c os y los norteamericanos, más propensos a divorciar
se. Incluso dentro del mundo (entonces) socialista se daban diferencias, aun
que m á s reducidas que en el mundo capitalista, salvo en la URSS, a la que sólo
superaban los Estados Unidos en la p rope ns i ón de sus habitantes a disolver sus
matrimonios
UN World Social Situation, 1989, p. 36). Estas diferencias no nos
sorprenden. Lo que era y sigue siendo mucho más interesante es que, grandes
o p e q u e ñ a s , las mismas transformaciones pueden detectarse por todo el mun
do «en v í a s de m o d e r n i z a c i ó n » . A l g o que resulta evidente, sobre todo, en el
campo de la cultura popular o, más concretamente, de la cultura j uve n i l .
Y es que si el d i vo rc i o , los hijos i l e g í t i m os y el auge de las familias mono
parentales (es decir, en la inmensa m a yor í a , só l o con la madre) indicaban la
crisis de la r e l a c i ón entre los sexos, el
auge
de una cultura e spe c í f i c a m e n t e
j u v e n i l muy potente indicaba un profundo c a m b i ó en la r e l a c i ón existente
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L
E D D DE ORO
entre las distintas generaciones. Los j ó v e n e s , en tanto que grupo con concien
ci a
propia que va de la pubertad —que en los
pa í se s
desarrollados
e m p e z ó
a
darse algunos a ñ o s antes que en la g e n e r a c i ó n precedente (Tanner, 1962,
p.
153)— hasta mediados los veinte
a ñ o s ,
se
convirtieron
ahora en un grupo
social
independiente. Los acontecimientos más espectaculares, sobre todo de
los años
sesenta
y setenta, fueron las movilizaciones de sectores generaciona
les que, en pa í se s menos politizados, e n r i que c í a n a la industria d i sc og r á f i c a , el
75-80 por 100 de cuya p r o d u c c i ó n —a saber, m ú s i c a rock— se v e n d í a casi
exclusivamente a un
p ú b l i c o
de entre catorce y veinticinco
a ñ o s
(Hobsbawm,
1993,
pp.
x x v m - x x i x ) .
La
r a d i c a l i z a c i ón po l í t i c a
de los
a ñ o s
sesenta,
antici
pada por contingentes reducidos de disidentes y automarginados culturales
etiquetados de varias formas, pe r t e ne c i ó a los j ó v e n e s , que rechazaron la con
d i c i ón
de
n i ñ o s
o incluso de adolescentes (es decir, de
personas t oda v í a
no adultas), al tiempo que negaban el c a r á c t e r plenamente humano de toda
g e n e r a c i ó n que tuviese más de treinta a ñ o s , con la salvedad de a l g ú n que otro
gurú .
C on la e x c e p c i ó n de China, donde el anciano Mao m o v i l i z ó a las
masas
juveniles
con resultados terribles
v é a s e
el
c a p ít u lo X V I ) ,
a los
j ó v e n e s
radi
cales los d i r i g í a n —en la medida en que aceptasen que alguien los d i r i g i e
ra —
miembros de su mismo grupo. Este es claramente el
caso
de los
m o v i
mientos estudiantiles, de alcance mundial, aunque en los p a í s e s en donde
é s t os precipitaron levantamientos de las
masas
obreras, como en Francia y en
I ta l ia en 1968-1969, la iniciativa t a m b i é n v e n í a de trabajadores j ó v e n e s .
Nadie con un
m í n i m o
de experiencia de las limitaciones de la vida real, o
sea, nadie verdaderamente adulto,
p o d r í a
haber ideado las confiadas pero
manifiestamente absurdas consignas del mayo parisino de 1968 o del « o t o ñ o
c a l i e n t e »
italiano de 1969:
« t u t t o
e
s ú b i t o » ,
lo queremos todo y ahora mismo
(Albers/Goldschmidt/Oehlke,
1971, pp. 59 y 184).
L a nueva « a u t o n o m í a » de la juventud como estrato social independiente
q u e d ó
simbolizada por un
f e n ó m e n o
que, a
esta
escala, no
t e n í a
seguramen
te p a r a n g ó n
desde
la é p o c a del romantic ismo: el h é r o e cuya vida y juventud
acaban al mismo tiempo. Esta figura, cuyo precedente en los
a ñ o s
cincuenta
fue la estrella de cine
James
Dean, era corriente, tal vez incluso el ideal t ípi
co ,
dentro de lo que se
c onv i r t i ó
en la
m a n i f e s t a c ió n cultural c a ra c t e r í s t i c a
de
la juventud: la m ú s i c a rock. Buddy H o l l y , Janis Joplin, Brian Jones de los
R o l l i n g Stones, Bob Marley, Jimmy Hendrix y una serie de divinidades
populares cayeron
v í c t i m a s
de un estilo de
vida
ideado para
morir
pronto. Lo
que c o n v e r t í a
esas
muertes en s i m b ó l i c a s era que la juventud, que represen
taban, era transitoria por
de f i n i c i ón .
La de actor puede ser una
p r o f e s i ó n
para
toda la vida, pero no la de
jeune premier.
N o obstante, aunque los componentes de la juvent ud cambian constante
mente —es p ú b l i c o y notorio que una « g e n e r a c i ó n » estudiantil só l o dura
tres
o cuatro a ñ o s — , sus filas siempre vuelven a llenarse. El surgimiento del ado
lescente como agente social consciente r e c i b i ó un reconocimiento cada vez
m á s
amplio, entusiasta por parte de los fabricantes de bienes de consumo,
L
R E V O L U C I Ó N C U L T U R L
327
menos caluroso por parte de sus mayores, que v e í a n c ó m o el espacio exis
tente entre los que estaban dispuestos a aceptar la etiqueta de
« n i ñ o »
y los
que i n s i s t í a n en la de «a du l t o» se iba expandiendo. A mediados de los
sesen
ta, incluso el
m i s m í s i m o
movimient o de
B a d é n Powell,
los Boy Scouts
ingleses, a b a n d o n ó la primera parte de su nombre como c o n c e s i ó n al e sp í r i
tu de los tiempos, y c a m b i ó el viejo sombrero de explorador por la menos
indiscreta boina G i l l i s , 1974, p. 197).
L os grupos de edad no son nada nuevo en la sociedad, e incluso en la
c i v i l i z a c i ón
burguesa se
r e c o n o c í a
la existencia de un sector de quienes
h a b í a n
alcanzado la madurez sexual, pero
t o d a v í a
se encontraban en pleno
crecimiento f í sico e intelectual y c a re c í a n de la experiencia de la vida adulta.
E l
hecho de que este grupo fuese cada vez más joven al empezar la pubertad
y que alcanzara antes su m á x i m o crecimiento (Floud t ai 1990) no altera
ba de por sí la
s i t ua c i ón ,
sino que se
limitaba
a crear tensiones entre los
j ó v e
nes y sus padres y profesores, que i n s i s t í a n en tratarlos como menos adultos
de lo que ellos c r e í a n ser. Los ambientes burgueses
esperaban
de sus mucha
chos —a diferencia de las chicas— que
pasasen
por una é p o c a turbulenta y
«h i c i e ra n sus l oc u ra s» antes de « s e n t a r la c a b e z a » . La novedad de la nueva
cultura j uve n i l t e n í a
una triple vertiente.
E n primer lugar, la « j u v e n t u d » p a s ó a
verse
no como una fase prepara
toria para la vida adulta, sino, en cierto sentido, como la fase culminante del
pleno desarrollo humano. Al igual que en el deporte, la actividad humana en
la
que la juventud lo es todo, y que ahora
de f i n í a
las aspiraciones de más
seres humanos que ninguna otra, la vida iba claramente cuesta abajo a par
ti r
de los treinta
a ñ o s .
Como
m á x i m o , d e s p u é s
de esa edad ya era poco lo
que t e n í a i n t e r é s . El que esto no se correspondiese con una realidad social
en la que (con la e x c e p c i ó n del deporte, algunos tipos de e s p e c t á c u l o y tal
vez las m a t e m á t i c a s puras) el poder, la influenci a y el é x i t o , a d e m á s de la
riqueza, aumentaban con la edad, era una prueba más del modo insatisfac-
torio en que
estaba
organizado el mundo. Y es que, hasta los
a ñ o s
setenta,
el mundo de la posguerra estuvo gobernado por una gerontocracia en mucha
mayor medida que en
é poc a s p re t é r i t a s ,
en especial por hombres —apenas
po r mujeres, t o d a v í a — que ya eran adultos al f in a l , o incluso al principio,
de la primera guerra mundi al. Esto
va l í a
tanto para el mundo capitalista
(Adenauer, De Gaulle, Franco, Churchill) como para el comunista (Stalin y
Kruschev, Mao, Ho Chi M i n h , T i t o ) , a d e m á s de para los grandes estados
poscoloniales (Gandhi, Nehru, Sukarno). Los dirigentes de menos de cua
renta a ñ o s eran una rareza, incluso en r e g í m e n e s revolucionarios surgidos
de golpes militar es, una clase de cambio
p o l í t i c o
que
so l í a n
llevar a cabo
oficiales de rango relativamente bajo, por tener menos que perder que los de
rango superior; de ahí gran parte del impacto de Fidel Castro, que se hizo
co n el poder a los treinta y dos a ños .
N o obstante, se hicie ron algunas concesiones t á c i t a s y
acaso
no siempre
conscientes a los sectores juveniles de la sociedad, por parte de las clases
dirigentes y sobre todo por parte de las florecientes industrias de los c o s m é -
8/17/2019 HOBSBAWN - La Revolucion Cultural
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328
L E D D D E ORO
ticos, del cuidado del cabello y de la higiene
í n t i m a ,
que se beneficiaron
desproporcionadamente de la riqueza acumulada en unos cuantos
p a íses
desarrollados. A part ir de finales de los
a ñ o s sesenta
hubo una tendencia a
rebajar la edad de voto a los dieciocho
a ñ o s
—por ejemplo en los Estados
Unidos,
Gran
B r e t a ñ a ,
Alemania y Francia— y
t a m b i é n
se dio
a l g ú n
signo
de d i s m i n u c i ó n de la edad de consentimiento para las relaciones sexuales
(heterosexuales).
P a r a d ó j i c a m e n t e ,
a medida que se iba prolongando la
esperanza de
vida,
el porcentaje de ancianos aumentaba y, por lo menos
entre la clase alta y la media, la decadencia seni l se retrasaba, se llegaba
antes a la edad de
j u b i l a c i ó n
y, en tiempos
d i f íc i le s ,
la
« ju b i lac ió n
anticipa
d a»
se
c o n v i r t i ó
en uno de los
m é t o d o s
predilectos para recortar costos labo
rales. Los ejecutivos de más de cuarenta
a ñ o s
que
p e r d í a n
su empleo encon
traban tantas dificultades como los trabajadores manuales y administrativos
para encontrar un nuevo trabajo.
L a segunda
novedad de la cultura
j u v e n i l
deriva de la primera: era o se
c o n v i r t i ó
en dominante en las
« e c o n o m í a s
desarrolladas de
m e r c a d o » ,
en
parte porque ahora representaba una masa concentrada de poder adquisit ivo,
y en parte porque cada nueva
g e n e r a c i ó n
de adultos se
h a b í a
socializado
for
mando parte de una cultura
j u v e n i l
con conciencia propia y estaba marcada
po r
esta experiencia, y
t a m b i é n
porque la prodigiosa velocidad del cambio
t e c n o l ó g i c o
daba a la juventud una ventaja tangible sobre
edades
más con
servadoras o por lo menos no tan adaptables. Sea cual sea la es tructura
de edad de los ejecutivos de I B M o de
H i tach i ,
lo cierto es que sus nuevos
ordenadores y sus nuevos programas los
d i s e ñ a b a
gente de veintitantos
añ o s .
Y aunque esas m á q u i n a s y esos programas se h a b í a n hecho con la
esperanza
de que hasta un tonto pudiese manejarlos, la
g e n e r a c i ó n
que no
h a b í a
creci
do con ellos se daba perfecta cuenta de su
in fer ior idad
respecto a las genera
ciones que lo
h a b í a n
hecho. Lo que los hijos
p o d í a n
aprender de sus padres
resultaba menos evidente que lo que los padres no
s a b í a n
y los hijos sí. El
papel de las generaciones se
in v i r t ió .
Los
té jan o s ,
la prenda de vestir delibe
radamente humilde que popularizaron en los campus universitar ios norte
americanos los estudiantes que
no q u e r í a n
tener el mismo aspecto que sus
mayores, acabaron por
asomar,
en
d ías
festivos y en vacaciones, o incluso en
el lugar de trabajo de profesionales « c r e a t i v o s » o de otras ocupaciones de
moda, por debajo de má s de una cabeza gris.
L a
tercera peculiaridad de la nueva cultura
j u v e n i l
en las sociedades
urbanas fue su asombrosa
i n t e r n a c i o n a li z a c i ó n .
Los
té jan o s
y el rock se con
v i r t ie r o n
en las marcas de la juventud
« m o d e r n a » ,
de las
m i n o r í a s
destinadas
a convertirse en
m a y o r í a s
en todos los
p a í s e s
en donde se los toleraba e
incluso
en algunos donde no, como en la URSS a partir de los
a ñ o s sesenta
1. Del mercado mundial de « p r o d u c t o s de uso p e r s o n a l » en 1990, el 34 por 100 le
c o r r e s p o n d í a a la Europa no comunist a, e l 30 por 100 a N o r t e a m é r i c a y el 19 por 100 a J a p ó n .
El 85 por 100 restante de la
p o b l a c i ó n
mundial se
r e p a r t í a
el 16-17 por 100 entre todos sus
miembros (más ricos)
Financial
Times, 11-4-1991).
L R E V O L U C I Ó N C U L T U R L
329
(Starr, 1990, cap í tu lo s 12 y 13). El i n g l é s de las letras del rock a menudo ni
siquiera se
t r ad u c ía ,
lo que reflejaba la apabullante
h e g e m o n í a
cultural de los
Estados Unidos en la cultura y en los estilos de
vida
populares, aunque hay
que destacar que los propios centros de la cultura
j u v e n i l
de Occidente no
eran nada patrioteros en este terreno, sobre todo en cuanto a gustos musica
les, y
r ec ib ían
encantados estilos importados del Caribe, de
A m é r i c a
Latina
y,
a partir de los
añ o s
ochenta, cada vez más, de
Áfr ica.
L a h e g e m o n í a cultural
no era una novedad, pero su modas operandi ha
bí a
cambiado. En el
p e r ío d o
de entreguerras, su vector
pr incipal h abía
sido la
industria
c i n e m a t o g r á f i c a
norteamericana, la
ú n i c a
con una
d i s t r ib u c ió n
masi
va
a escala planetaria, y que era vista por un
p ú b l i c o
de cientos de millones de
individuos
que
a l c a n z ó
sus
m á x i m a s
dimensiones justo
d e s p u é s
de la segunda
guerra mundial. Con el auge de la
te lev is ió n ,
de la
p r o d uc c i ó n c i n e m a t o g r á f i
ca internacional y con el fin del sistema de estudios de
H o l l y w o o d ,
la indus
tr ia norteamericana p e r d ió parte de su preponderancia y una parte aún mayor
de su
p ú b l i c o .
En 1960 no produjo más que una sexta parte de la
p r o d u cc ió n
c i n e m a t o g r á f i c a
mundial, aun sin contar a
J a p ó n
n i a la
India
UN Statistical
Yearbook, 1961), si bien con el tiempo
r ecu p er a r ía
gran parte de su hegemo
nía.
Los Estados Unidos no consiguieron nunca dominar de modo comparable
los
distintos mercados televisivos, inmensos y
l i n g ü í s t i c a m e n te
más variados.
Su
moda
j u v e n i l
se
d i fu n d ió
directamente, o bien amplificada por la interme
d iac ió n
de Gran
B r e t a ñ a ,
gracias a una especie de osmosis
in fo r mal ,
a
través
de discos y luego cintas, cuyo
pr incipal
medio de
d i fu s ió n ,
ayer
igu a l
que hoy
y que
m a ñ a n a ,
era la anticuada radio. Se
d i fu n d ió tamb ién
a
t r av és
de los
canales de
d i s t r ib u c ió n
mundial de
i m á g e n e s ;
a
t r av és
de los contactos perso
nales del turismo
j u v e n i l
internacional, que diseminaba cantidades cada vez
mayores de
j ó v e n e s
en
té jan o s
por el mundo; a
t r av és
de la red mundial de
universidades, cuya capacidad para comunicarse con rapidez se hizo evidente
en los
a ñ o s sesenta.
Y se
d i fu n d ió tamb ién
gracias a la fuerza de la moda en
la
sociedad de consumo que ahora alcanzaba a las masas, potenciada por la
p r es ió n
de los propios
c o n g é n e r e s . H a b í a
nacido una cultura
j u v e n i l global.
¿ H a b r í a
podido surgir en cualquier otra
é p o c a ?
Casi seguro que no. Su
p ú b l ico h ab r ía
sido mucho más reducido, en cifras relativas y absolutas, pues
l a p r o lo n gac ió n
de la
d u r ac ió n
de los estudios, y sobre todo la
ap ar ic ió n
de
grandes conjuntos de
j ó v e n e s
que
c o n v i v í a n
en grupos de edad en las
u n i
versidades
p r o v o c ó
una
r á p i d a e x p a n s i ó n
del mismo.
A d e m á s ,
incluso los
adolescentes
que entraban en el mercado laboral al
t é r m i n o
del
p e r ío d o m ín i
mo
de
esco la r izac ió n
(entre los catorce y
d iec i sé i s añ o s
en un
p a ís « d esa r r o
l lad o » t íp ico )
gozaban de un poder adquisit ivo mucho mayor que sus prede
cesores,
gracias a la prosperidad y al pleno empleo de la edad de oro, y gra
cias a la mayor prosperidad de sus padres, que ya no necesitaban tanto las
aportaciones de sus hijos al presupuesto
familiar .
Fue el descubrimiento de
este mercado
j u v e n i l
a mediados de los
añ o s
cincuenta lo que
r e v o l u c i o n ó
el
negocio de la
m ú s i c a
pop y, en Europa, el sector de la industria de la moda
dedicado al consumo de masas. El «boom
b r i t á n i c o
de los
a d o l e s c e n t e s » ,
que
8/17/2019 HOBSBAWN - La Revolucion Cultural
5/12
330
L
E D D DE ORO
c o m e n z ó
por aquel entonces, se
basaba
en las concentraciones urbanas de
muchachas relat ivamente bien pagadas en las cada vez más numerosas t ien
das y oficinas, que a menudo t e n í a n más dinero para gastos que los chicos, y
dedicaban entonces cantidades menores a gastos tradicionalmente masculi
nos como la cerveza y el tabaco. El boom
« m o s t r ó
su fuerza primero en el
mercado de a r t í c u l os propios de muchachas adolescentes, como blusas, fa l
das, c o s m é t i c o s y d i s c o s » A l i e n , 1968, pp. 62-63), por no hablar de los con
ciertos de m ú s i c a pop, cuyo p ú b l i c o más visible , y audible, eran ellas. El
poder del dinero de los
j ó v e n e s
puede
medirse por las ventas de discos en los
Estados Unidos , que subieron de 277 millones en 1955, cuando hizo su apa
r i c i ón el rock, a 600 millones en 1959 y a 2.000 millones en 1973 (Hobs-
bawm, 1993, p. x x i x ) . En los Estados Unidos, cada miembro del grupo de
edad comprendido entre los cinco y los diecinueve a ñ o s se g a s t ó por lo
menos cinco veces más en discos en 1970 que en 1955. Cuanto más rico el
p a í s , mayor el negocio d i s c o g r á f i c o : los j ó v e n e s de los Estados Unidos, Sue-
cia , Alemania Federal, los P a í s e s Bajos y Gran B r e t a ñ a gastaban entre siete
y diez veces más por cabeza que los de pa í se s más pobres pero en r á p i d o
desarrollo como
I ta l ia
y
E spa ña .
Su
poder adquisitivo
fac i l i tó
a los
j ó v e n e s
el descubrimiento de
se ña s
materiales o culturales de identidad. Sin embargo, lo que
de f i n i ó
los contor
nos de esa identidad fue el enorme abismo h i s t ó r i c o que separaba a las gene
raciones nacidas antes de, digamos, 1925 y las nacidas d e s p u é s , digamos,
de 1950; un abismo mucho mayor que el que
antes
e x i s t í a
entre
padres
e
hijos. La
m a y o r í a
de los padres de adolescentes
a dqu i r i ó
plena conciencia de
ello durante o d e s p u é s de los a ñ o s sesenta. Los j ó v e n e s v i v í a n en sociedades
divorciadas de su pasado, ya fuesen transformadas por la r e v o l u c i ó n , como
China, Yugoslavia o Egipto; por la conquista y la o c u p a c i ó n , como Alemania
y
J a p ó n ;
o por la
l i be ra c i ón
del
colonialismo.
No se acordaban de la
é p o c a
de
antes del d i l uv i o . Con la posible y ún i c a e xc e pc i ón de la experiencia com
partida
de una gran guerra nacional, como la que un i ó durante a l g ú n tiempo
a j ó v e n e s y mayores en Rusia y en Gran Bre t a ña , no t e n í a n forma alguna de
entender lo que sus mayores
h a b í a n
experimentado o sentido, ni siquiera
cuando
é s t os
estaban dispuestos a hablar del pasado, algo que no acostum
braba a hacer la m a y o r í a de alemanes, japoneses y franceses. ¿ C ó m o p o d í a
un joven i nd i o , para quien el Congreso era el gobierno o una maquinaria
po l í t i c a , comprender a alguien para quien é s t e ha b í a sido la e x p r e s i ó n de una
lucha
de
l i be ra c i ón
nacional?
¿ C ó m o p o d í a n
ni siquiera los
j ó v e n e s
y
b r i
llantes economistas indios que conquistaron las facultades de e c o n o m í a del
mundo entero llegar a entender a sus maestros, para quienes el colmo de la
a m b i c i ó n , en la é poc a c o l on i a l, h a b í a sido simplemente llegar a ser « t a n bue
nos
c o m o »
el modelo de la
m e t rópo l i ?
L a
edad de oro
e n s a n c h ó
este abismo, por lo menos hasta los
a ños
seten
ta. ¿ C ó m o era posible que los chicos y chicas que crecieron en una é p o c a de
pleno empleo entendiesen la experiencia de los a ñ o s treinta, o viceversa, que
una g e n e r a c i ó n mayor
entendiese
a una juventud para la que un empleo no
L R E V O L U C I Ó N
C U L T U R L
331
era un puerto seguro d e s p u é s de la tempestad, sino algo que p o d í a conse
guirse en cualquier momento y abandonarse siempre que a uno le vinieran
ganas
de irse a pasar unos cuantos meses al Nepal? Esta
ve r s i ón
del abismo
generacional no se c i r c unsc r i b í a a los pa í se s industrializados, pues el d r á s t i
co declive del campesinado produjo brechas similares entre las generaciones
rurales y ex rurales, manuales y mecanizadas. Los profesores de histor ia
franceses, educados en una Francia en donde todos los
n i ños ve n í a n
del cam
po o pasaban las vacaciones en él, descubrieron en los a ñ o s setenta que te
nían
que explicar a los estudiantes lo que
ha c í a n
las
pastoras
y qué
aspecto
t e n í a un patio de granja con su m o n t ó n de e s t i é r c o l . Más aún, el abismo
generacional
a f e c t ó
incluso a aquellos —la
m a y o r í a
de los habitantes del
mundo—
que h a b í a n quedado al margen de los grandes acontecimientos
po l í t i c os del siglo, o que no se h a b í a n formado una o p i n i ó n acerca de ellos,
salvo en la medida en que afectasen su vida privada.
Pero hubiese quedado o no al margen de estos acontecimientos, la mayo
rí a de la p o b l a c i ó n mundial era más joven que nunca. En los pa í se s del ter
cer mundo donde
t oda v í a
no se
h a b í a
producido la
t r a ns i c i ón
de unos
í nd i c e s
de natalidad altos a otros más bajos, era probable que entre dos quintas par
tes y la mitad de los habitantes tuvieran menos de catorce a ñ o s . Por fuertes
que fueran los lazos de f a m i l i a , por poderosa que
fuese
la red de la t radi
c i ón
que los rodeaba, no
p o d í a
dejar de haber un inmenso abismo entre su
c o n c e p c i ó n
de la vida, sus experiencias y sus expectativas y las de las gene
raciones mayores. Los exiliados
po l í t i c os
surafricanos que regresaron a su
pa í s a principios de los a ñ o s noventa t e n í a n una p e r c e p c i ó n de lo que s i gn i
ficaba luchar por el Congreso Nacional Af r i c a no diferente de la de los j ó v e
nes
« c a m a r a d a s »
que
ha c í a n
ondear la misma bandera en los guetos africa
nos. Y ¿ c ó m o p o d í a interpretar a Nelson M á n d e l a la m a y o r í a de la gente de
Soweto, nacida mucho d e s p u é s de que é s t e ingresara en p r i s i ón , sino como
un s í m bo l o o una imagen? En muchos aspectos, el abismo generacional era
mayor
en
p a í s e s
como
estos
que en Occidente, donde la existencia de
inst i
tuciones permanentes y de continuidad po l í t i c a un í a a j ó v e n e s y mayores.
L a
cultura
j u v e n i l
se
c onv i r t i ó
en la matriz de la
r e v o l u c i ó n cultural
en el
sentido más amplio de una r e v o l u c i ó n en el comportamiento y las costum
bres, en el modo de disponer del ocio y en las artes comerciales, que pasaron
a configurar cada vez más el ambiente que respiraban los hombres y mujeres
urbanos. Dos de sus
c a ra c t e r í s t i c a s
son importantes: era populista e icono
clasta, sobre todo en el terreno del comportamiento
i nd i v i dua l ,
en el que todo
el mundo t e n í a que «ir a lo s u y o » con las menores injerencias posibles, aun
que en la p r á c t i c a la p re s i ón de los c o n g é n e r e s y la moda impusieran la mis
ma uniformidad que antes, por lo menos dentro de los grupos de c o n g é n e r e s
y de las subculturas.
8/17/2019 HOBSBAWN - La Revolucion Cultural
6/12
332 L E D D D E
ORO
Que los niveles sociales más altos se inspirasen en lo que v e í a n en «el
p u e b l o » no era una novedad en s í mismo. Aun dejando a un lado a la reina
M a r í a Antonieta, que jugaba a hacer de pastora, los r o m á n t i c o s h a b í a n ado
rado la cultura, la m ú s i c a y los bailes populares campesinos, sus intelectua
les más a la moda (Baudelaire) h a b í a n coqueteado con la nostalgie
de la
boue
(nostalgia del arroyo) urbana, y má s de un
Victoriano
h a b í a descubierto
que las relaciones sexuales con miembros de las clases inferiores, de uno u
otro sexo s e g ú n los gustos personales, eran muy gratificantes. (Estos senti
mientos no han desaparecido aún a fines del
siglo
xx.) En la era del
impe
rialismo las influencias culturales empezaron a actuar s i s t e m á t i c a m e n t e de
abajo arriba v é a s e
La era del imperio,
c a p í t u l o 9) gracias al impacto de las
nuevas artes plebeyas y del cine, el entretenimiento de masas por excelen
cia. Pero la m a y o r í a de los e s p e c t á c u l o s populares y comerciales de entre-
guerras s e g u í a n bajo la h e g e m o n í a de la clase media o amparados por su
cobertura. La industria c i n e m a t o g r á f i c a del H o l l y w o o d c l á s i co era, antes
que nada, respetable: sus ideas sociales eran la v e r s i ó n estadounidense de
l o s só l i dos «va l o re s f a m i l i a r e s» , y su i d e o l o g í a , la de la oratoria pa t r i ó t i c a .
Siempre que, buscando el é x i t o de taquilla, H o l l y w o o d d e s c u b r í a un g é n e r o
incompatible con el universo moral de las quince p e l í c u l a s de la serie de
« A n d y H a r d y » (1937-1947), que g a n ó un Oscar por su « a p o r t a c i ó n al fo
mento del modo de vida n o r t e a m e r i c a n o » H a l l i w e l l , 1988, p. 321) , como
o c u r r i ó con las primeras p e l í c u l a s de
gangsters,
que c o r r í a n el riesgo de
idealizar
a los delincuentes, el orden
moral
quedaba pronto restaurado, si es
que no estaba ya en las seguras manos del C ó d i g o de P r o d u c c i ó n de H o l l y
wood (1934-1966), que limitaba la d u r a c i ó n permitida de los
besos
(con la
boca cerrada) en pantalla a un m á x i m o de treinta segundos. Los mayores
triunfos de H o l l y w o o d —como Lo que el viento se llevó— se basaban en
novelas concebidas para un p ú b l i c o de cultura y clase medias, y pe r t e ne c í a n
a ese universo cultural en el mismo grado que La feria de las vanidades de
Thackeray o el
Cyrano de
Bergerac de Edmond Rostand. S ó l o el g é n e r o
a n á r q u i c o y populista de la comedia c i ne m a t o g r á f i c a , h i j a del
vodevil
y del
circo, se r e s i s t i ó un tiempo a ser ennoblecido, aunque en los a ñ o s treinta
a c a b ó sucumbiendo a las presiones de un brillante g é n e r o de bulevar, la
« c o m e d i a l o c a »
de
H o l l y w o o d .
T a m b i é n el triunfante « m u s i c a l » de Broadway del p e r í o d o de entregue-
rras, y los n ú m e r o s bailables y canciones que c on t e n í a , eran g é n e r o s burgue
ses, aunque inconcebibles sin la influencia del jazz. Se e sc r i b í a n para la
cla
se media de Nueva Y o r k , con libretos y letras dirigidos claramente a un
púb l i c o adulto que se ve í a a sí mismo como gente refinada de ciudad. Una
r á p i d a c o m p a r a c i ó n de las letras de C o l é Porter con las de los Ro l l i ng Stones
basta para ilustrar
este
punto. Al igual que la edad de oro de H o l l y w o o d , la
edad de oro de Broadway se basaba en la simbiosis de lo plebeyo y lo respe
table, pero no de lo populista.
L a novedad de los a ñ o s cincuenta fue que los j ó v e n e s de clase media y
alta, por lo menos en el mundo a n g l o s a j ó n , que marcaba cada vez más la
L
R E V O L U C I Ó N C U L T U R L
333
pauta universal, empezaron a aceptar como modelos la m ú s i c a , la ropa e
incluso el lenguaje de la clase baja urbana, o lo que c r e í a n que lo era. La
m ú s i c a rock fue el caso más sorprendente. A mediados de los a ños cincuen
ta , surgió del gueto de la «m ús i c a é t n i c a » o de
rythm and
blues de los c a t á
logos
de las c o m p a ñ í a s de discos norteamericanas, destinadas a los negros
norteamericanos pobres, para convertirse en el lenguaje universal de la
juventud, sobre todo de la juventud
blanca.
Anteriormente, los j ó v e n e s ele
gantes
de clase trabajadora h a b í a n adoptado los estilos de la moda de los
niveles sociales más altos o de subculturas de clase media como los artistas
bohemios; en mayor grado aún las chicas de clase trabajadora. Ahora pa re c í a
tener lugar una e x t r a ña i nve r s i ón de papeles: el mercado de la moda joven
plebeya se i n d e p e n d i z ó , y e m p e z ó a marcar la pauta del mercado patricio.
Ante el avance de los t é j a nos (para ambos sexos), la alta costura parisina se
r e t i ró , o a c e p t ó su derrota utilizando sus marcas de prestigio para vender pro
ductos de consumo masivo, directamente o a t r a vé s de franquicias. El
de 1965 fue el pri mer año en que la industr ia de la c on f e c c i ón femenina de
Francia produjo má s pantalones que faldas Ve i l l on , 1993, p. 6). Los j ó v e n e s
a r i s t óc ra t a s empezaron a desprenderse de su acento y a emplear algo pareci
do al habla de la clase trabajadora londinense.
2
J ó v e n e s respetables de uno y
otro sexo empezaron a copiar lo que hasta entonces no h a b í a sido más que
una moda indeseable y machista de obreros manuales, soldados y similares:
el
uso despreocupado de tacos en la
c o n v e r s a c i ó n .
La literatura
s i gu i ó
la pau
ta:
un
brillante
c r í t i c o
teatral
l l e vó
la palabra
fuck
[« j ode r» ]
a la audiencia
r a d i o f ón i c a de Gran B r e t a ñ a . Por primera vez en la historia de los cuentos de
hadas, la Cenicienta se c onv i r t i ó en la estrella del baile por el hecho de no
llevar ropajes e s p l é n d i d o s .
El giro populista de los gustos de la juventud de clase media y alta en
Occidente,
que tuvo incluso algunos paralelismos en el tercer mundo, con la
c o n v e r s i ó n de los intelectuales b r a s i l e ñ o s en adalides de la samba,
3
puede
tener algo que ver con el fervor revolucionario que en po l í t i c a e i de o l og í a
mostraron
los estudiantes de clase media unos a ñ o s más tarde. La moda
sue
le ser p ro f é t i c a , aunque nadie
sepa
c ó m o . Y ese est ilo se vio probablemente
reforzado entre los j ó v e n e s de sexo masculino por la a pa r i c i ón de una sub-
cultura
homosexual de singular importancia a la hora de marcar las pautas de
la moda y el arte. Sin embargo, puede que baste considerar que el estilo
populista era una forma de rechazar los valores de la g e n e r a c i ó n de los
padres o, más
bien,
un lenguaje con el que los
j ó v e n e s
tanteaban nuevas
for
mas de relacionarse con un mundo para el que las normas y los valores de
sus mayores pa re c í a que ya no eran vá l i dos .
2. Los jóvenes de Eton empezaron a hacerlo a finales de los años cincuenta, según un
vicedirector de esa institución de
él i te .
3. Chic o Buarque de Holanda, la máxima figura en el panorama de la música popular bra
sileña, era hijo de un
destacado
historiador progresista que había sido una importante figura en
el
renacimiento cultural e intelectual de su país en los años treinta.
8/17/2019 HOBSBAWN - La Revolucion Cultural
7/12
334
L E D D D E
ORO
El c a r á c t e r iconoclasta de la nueva cultura j uve n i l a f l o ró con la m á x i m a
claridad
en los momentos en que se le dio p l a s m a c i ó n
intelectual,
como en
los carteles que se hicieron r á p i d a m e n t e famosos del mayo f r a nc é s del 68:
« P r o h i b i d o p r o h i b i r » , y en la m á x i m a del radical pop norteamericano Jerry
Rubin de que uno nunca debe fiarse de alguien que no haya pasado una tem
porada a la sombra (de una c á r c e l ) (Wiener, 1984, p. 204). Contrariamente a
lo que pudiese parecer en un p r i nc i p i o ,
estas
no eran consignas po l í t i c a s en
el sentido tradicional, ni siquiera en el sentido más estricto de abogar por la
d e r o g a c i ó n
de leyes represivas. No era ese su
objetivo,
sino que eran anuncios
p ú b l i c o s de sentimientos y deseos privados. Tal como de c í a la consigna de
mayo del 68: « T o m o mis
deseos
por realidades, porque creo en la realidad
de mis d e s e o s » (Katsiaficas, 1987, p. 101). Aunque tales
deseos
apareciesen
en declaraciones, grupos y movimientos p ú b l i c o s , incluso en lo que pa re c í a n
ser, y a veces acababan por desencadenar, rebeliones de las masas, el sub
jetivismo
era su esencia. «Lo personal es po l í t i c o» se c onv i r t i ó en una impor
tante consigna del nuevo feminismo, que
acaso
fue el resultado más durade
ro de los a ños de r a d i c a l i z a c i ón . Significaba algo más que la a f i rm a c i ón de
que el compromiso po l í t i c o obe de c í a a motivos y a satisfacciones personales,
y que el criterio del é x i t o po l í t i c o era c ó m o afectaba a la gente. En boca de
algunos, só l o que r í a decir que « t o d o lo que me preocupe, lo l l a m a ré po l í t i
co», como en el t í tulo de un l i b ro de los a ñ o s setenta, Fat Is a Feminist Issue*
(Orbach, 1978).
L a
consigna de mayo del 68
« C u a n d o
pienso en la
r e v o l u c i ó n ,
me entran
ganas
de hacer el a m o r » h a b r í a desconcertado no só l o a L e n i n , sino t a m bi é n
a Ruth Fischer, la joven mili tante comunista vienesa cuya defensa de la pro
miscuidad
sexual
a t a c ó Le n i n Z e t k i n ,
1968, pp. 28 ss.). Pero, en cambio,
hasta para los t í p i c os radicales neomarxistas-leninistas de los a ñ o s
sesenta
y
setenta, el agente de la Comintern de Brecht que, como un viajante de
comercio,
«ha c í a el amor teniendo otras cosas en la m e n t e » « D e r Liebe
pflegte ich a c h t l o s» , Brecht, 1976, I I , p. 722) h a b r í a resultado incomprensi
ble . Para ellos lo importante no era lo que los revolucionarios esperasen con
seguir con sus actos, sino lo que ha c í a n y c ó m o se se n t í a n al hacerlo. Hacer
el amor y hacer la r e v o l u c i ó n no p o d í a n separarse con claridad.
La l i be ra c i ón personal y la l i be ra c i ón social iban, pues, de la mano, y las
formas más evidentes de romper las ataduras del poder, las leyes y las nor
mas del estado, de los padres y de los vecinos eran el sexo y las drogas. El
primero,
en sus
m úl t i p l e s
formas, no
estaba
ya por descubrir. Lo que el poe
ta conservador y m e l a n c ó l i c o q u e r í a decir con el verso « L a s relaciones
sexuales empezaron en 1963» La rk i n , 1988, p. 167) no era que esta ac t ivi
da d fuese poco corriente antes de los a ñ o s sesenta o que él no la hubiese
practicado, sino que su c a r á c t e r p ú b l i c o c a m b i ó con —los ejemplos son
suyos— el proceso a
El amante de Lady Chatterley
y «el primer LP de los
* «La gordur a es un tema f e m i n i s t a » . TV del t.)
L R E V O L U C I Ó N C U L T U R L
335
B e a t l e s » . En los casos en que h a b í a existido una p r o h i b i c i ó n previa,
estos
gestos contra los usos establecidos eran f á c i l e s de hacer. En los
casos
en que
se h a b í a dado una cierta tolerancia o f i c i a l o extraof ic ia l , como por ejemplo
en las relaciones l é sb i c a s , el hecho de que eso era un gesto t e n í a que recal
carse de modo especial. Comprometerse en p ú b l i c o con lo que hasta enton
ces estaba
prohibido
o no era convencional «sa l i r a la l uz » ) se c onv i r t i ó ,
pues, en algo importante. Las drogas, en cambio, menos el alcohol y el taba
c o , ha b í a n permanecido confinadas en reducidas subculturas de la alta
sociedad, la baja y los marginados, y no se beneficiaron de mayor permisi
vidad legal. Las drogas se difundieron no
s ó l o
como gesto de
r e be l d í a ,
ya
que las
sensaciones
que posibilitaban les daban atractivo suficiente. No obs
tante, el consumo de drogas era, por de f i n i c i ón , una actividad i l e ga l , y el
mismo hecho de que la droga más popular entre los j ó v e n e s occidentales, la
marihuana, fuese posiblemente menos d a ñ i n a que el
alcohol
y el tabaco,
ha c í a del fumarla (generalmente, una actividad social) no só l o un acto de
de sa f í o , sino de superioridad sobre quienes la h a b í a n prohibido. En los
anchos horizontes de la N o r t e a m é r i c a de los a ñ o s
sesenta,
donde c o i nc i d í a n
los fans del rock con los estudiantes radicales, la frontera entre pegarse un
c o l o c ó n y levantar barricadas a
veces
pa re c í a nebulosa.
L a nueva a m p l i a c i ó n de los l í m i t e s del comportamiento p ú b l i c a m e n t e
aceptable, incluida su vertiente sexual, a u m e n t ó seguramente la experimenta
ción y la frecuencia de conductas hasta entonces consideradas inaceptables o
pervertidas, y las hizo más
visibles.
Así, en los Estados
Unidos,
la
a pa r i c i ón
p ú b l i c a de una subcultura homosexual practicada abiertamente, incluso en
las dos ciudades que marcaban la pauta, San Francisco y Nueva Y o r k , y que
se i n f l u í a n mutuamente, no se produjo hasta bien entrados los a ñ o s
sesenta,
y su
a pa r i c i ón
como grupo de
p re s i ón po l í t i c a
en ambas ciudades, hasta los
a ños setenta (Duberman et al, 1989, p. 460). Sin embargo, la importancia
principal de
estos
cambios estriba en que, i m p l í c i t a o e xp l í c i t a m e n t e , recha
zaban la vieja o rde na c i ón h i s t ó r i c a de las relaciones humanas dentro de la
sociedad, expresadas, sancionadas y simbolizadas por las convenciones y
prohibiciones sociales.
L o que resulta aún más signi f ica t ivo es que
este
rechazo no se hiciera en
nombre de otras pautas de o r d e n a c i ó n social, aunque el nuevo libertar ismo
recibiese j u s t i f i c a c i ón i de o l óg i c a de quienes c r e í a n que necesitaba esta e t i
queta,
4
sino en el nombre de la il i m i t a da a u t onom í a del
deseo
i nd i v i dua l , con
lo
que se
pa r t í a
de la premisa de un mundo de un
individualismo
e goc é n t r i c o
llevado
hasta el l í m i t e . Pa ra dó j i c a m e n t e , quienes se rebelaban contra las con
venciones y las restricciones pa r t í a n de la misma premisa en que se basaba la
sociedad de consumo, o por lo menos de las mismas motivaciones ps i c o l óg i -
4.
Sin embargo,
apenas s u s c i t ó
un
i n t e r é s
renovado la
ú n i c a i d e o l o g í a
que
c r e í a
que la
a c c i ó n e s p o n t á n e a ,
sin organizar, antiautoritaria y libertaria
p r o v o c a r í a
el nacimien to de una
sociedad nueva, justa y sin
estado,
o sea, el anarquismo de Bakunin o de Kropotkin,
aunque é s t e
se
encontrase
mucho más cerca de las au t én t i c a s
ideas
de la m a y o r í a de los
estudiantes rebeldes
de los a ñ o s sesenta y
setenta
que el marxismo tan en boga por aquel
entonces.
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336
L
E D D
DE ORO
cas que quienes
v e n d í a n
productos de consumo y servicios
h a b í a n
descubier
to que eran más eficaces para la venta.
Se
daba
t á c i t a m e n t e por
sentado
que el mundo estaba compuesto por
varios miles de millones de seres humanos, definidos por el hecho de ir en
pos de la sa t i s f a c c i ón de sus propios
deseos,
incluyendo
deseos
hasta enton
ces prohibidos o mal vistos, pero ahora permitidos, no porque se hubieran
convertido
en moralmente aceptables, sino porque los
c o m p a r t í a
un gran
n ú m e r o
de egos. Así, hasta los
a ñ o s
noventa, la
l i be ra l i z a c i ón
se
q u e d ó
en el
l í m i t e de la l e g a l i z a c i ó n de las drogas, que continuaron estando prohibidas
co n
más o menos severidad, y con un alto grado de ineficacia. Y es que a
partir de fines de los a ñ o s
sesenta
se de sa r ro l l ó un gran mercado de c oc a í na ,
sobre todo entre la clase media alta de N o r t e a m é r i c a y, algo d e s p u é s , de
Europa occidental. Este hecho, al igual que el crecimiento anterior y más ple
beyo del mercado de la
he ro í na t a m bi é n ,
sobre todo, en los Estados Unidos),
c o n v i r t i ó por primera vez el crimen en un negocio de a u t é n t i c a importancia
A r l a c c h i , 1983, pp. 215 y 208) .
I V
L a r e v o l u c i ó n cultural
de fines del siglo xx debe, pues, entenderse como
el
triunfo
del individuo sobre la sociedad o, mejor, como la ruptura de los
hilos
que
hasta entonces
h a b í a n
imbricado a los individuos en el tejido
social. Y es que este tejido no só l o estaba compuesto por las relaciones rea
les entre los seres humanos y sus formas de
o r g a n i z a c i ó n ,
sino
t a m b i é n
por
lo s
modelos generales de esas relaciones y por las pautas de conducta que
era de prever que siguiesen en su trato mutuo los individuos, cuyos papeles
estaban predeterminados, aunque no siempre escritos. De ahí la inseguridad
t r a u m á t i c a que se p r o d u c í a en cuanto las antiguas normas de conducta se
a bo l í a n o p e r d í a n su r a z ó n de ser, o la i n c o m p r e n s ió n entre quienes se n t í a n
esa
d e s a p a r i c i ó n
y quienes eran demasiado
j ó v e n e s
para haber conocido otra
cosa que una sociedad sin reglas.
A s í , un a n t r o p ó l o g o b r a s i l e ñ o de los a ñ o s ochenta de sc r i b í a la t e n s i ó n de
un va rón de clase media, educado en la cultura m e d i t e r r á n e a de l honor y la
v e r g ü e n z a de su p a í s , enfrentado al
suceso
cada vez más habitual de que un
grupo de atracadores le exigiera el dinero y
amenazase
con violar a su novia.
En
tales circunstancias, se
esperaba
tradicionalmente que un caballero prote
giese a la mujer, si no al dinero, aunque le costara la
vida,
y que la mujer pre
firiese morir
antes
que correr una suerte tenida por « p e o r que la m u e r t e » . Sin
embargo, en la realidad de las grandes ciudades de fines del siglo xx era
poco probable que la resistencia salvara el « h o n o r » de la mujer o el dinero.
L o
razonable en tales circunstancias era ceder, para impedir que los agreso
res perdiesen los estribos y causaran serios
d a ñ o s
o incluso llegaran a matar.
E n cuanto al honor de la mujer, definido tradicionalmente como la
virginidad
antes
del matrimonio y la total fidelidad a su marido d e s p u é s , ¿ q u é era lo que
L R E V O L U C I Ó N C U L T U R L
337
se p o d í a defender, a la luz de las t e o r í a s y de las p r á c t i c a s sexuales habitua
les entre las
personas
cultas y liberadas de los
a ñ o s
ochenta? Y sin embargo
ta l como demostraban las investigaciones del a n t r o p ó l o g o , todo eso no hacía
el
caso menos
t r a u m á t i c o .
Situaciones no tan extremas
p o d í a n
producir
nive
les de inseguridad y de sufrimiento mental comparables; por ejemplo, con
tactos sexuales corrientes. La alternativa a una vieja
c o n v e n c i ó n ,
por poco
razonable que fuera, p o d í a acabar siendo no una nueva c o n v e n c i ó n o un
comportamiento racional, sino la total ausencia de reglas, o por lo menos una
falta total de consenso acerca de lo que h a b í a que hacer.
E n
la mayor parte del mundo, los antiguos tejidos y convenciones socia
les, aunque minados por un cuarto de siglo de transformaciones s o c i o e c o n ó
micas sin p a r a n g ó n , estaban en s i t u a c i ó n delicada, pero aún no en plena
d e s i n t e g r a c i ó n , lo cual era una suerte para la mayor parte de la humanidad,
sobre todo para los pobres, ya que las
redes
de parentesco, comunidad y
vecindad eran b á s i c a s para la supervivencia e c o n ó m i c a y sobre todo para
tener
é x i t o
en un mundo cambiante. En gran parte del tercer mundo, estas
redes funcionaban como una c o m b i n a c i ó n de servicios informativos, inter
cambios de trabajo, fondos de mano de obra y de capita l, mecanismos de
ahorro y sistemas de seguridad social. De hecho, sin la c o h e s i ó n familiar
resulta
d i f í c i l m e n t e
explicable el
é x i to e c o n ó m i c o
de algunas partes del mun
do , como por ejemplo el Extremo Oriente.
En las sociedades más tradicionales, las tensiones afloraron en la medida
en que el
triunfo
de la
e c o n o m í a
de
empresa
m i n ó
la
legitimidad
del orden
social
aceptado hasta entonces,
basado
en la desigualdad, tanto porque las aspi
raciones de la gente pasaron a ser más igualitarias, como porque las
justifica
ciones funcionales de la desigualdad se vieron erosionadas. Así , la opulencia y
la prodigalidad de los rajas de la India (igual que la e xe nc i ón fiscal de la for
tuna de la
famil ia
real
b r i t á n i c a ,
que no fue criticada hasta los
a ños
noventa) no
despertaba ni las envidias ni el resentimiento de sus subditos, como las
podr í a
haber despertado las de un vecino, sino que eran parte integrante y signo de su
papel singular en el orden social e incluso c ó s m i c o , que, en cierto sentido, se
cre ía que m a n t e n í a , estabilizaba y simbolizaba su reino. De modo parecido, los
considerables lujos y privilegios de los grandes empresarios japoneses resulta
ban menos inaceptables, en la medida en que se
ve í a n
no como su fortuna par
ticular,
sino como un complemento a su
si tuación of ic ia l
dentro de la econo
m í a , al modo de los lujos de que disfrutan los miembros del gabinete b r i t á n i c o
—limusinas,
residencias oficiales, etc.—, que les son retirados a las
pocas
horas de
cesar
en el cargo al que e s t á n asociados. La d i s t r i buc i ón real de las
rentas en J a p ó n , como sabemos, era mucho menos desigual que en las socie
dades capitalistas occidentales; sin embargo, a cualquier persona que observa
se la
s i t ua c i ón
japonesa en los
a ños
ochenta, incluso desde lejos, le resultaba
difícil eludir la i m pre s i ón de que, durante
esta
dé c a da de crecimiento e c o n ó
mico, la a c u m u l a c i ó n de riqueza individual y su e xh i b i c i ón en púb l i c o pon í a
m á s de manifiesto el contraste entre las condiciones en que v i v í a n los japone
ses comunes y corrientes —mucho más modestamente que sus
h o m ó l o g o s
12 —
H O B S B W M
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L
E D D
D E
ORO
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R E V O L U C I Ó N C U L T U R L
339
occidentales— y la s i t ua c i ón de los japoneses ricos. Y puede que por primera
vez no estuviesen suficientemente protegidos por lo que se consideraban
p r iv i
legios
l e g í t i m os
de quienes
e s t á n
al servicio del estado y de la sociedad.
E n
Occidente, las
d é c a d a s
de
r e v o l u c i ó n
social
h a b í a n
creado un
caos
mucho mayor. Los extremos de
esta
d i s g r e g a c i ó n son especialmente visibles
en el discurso p ú b l i c o i d e o l ó g i c o del fin de siglo occidental, sobre todo en la
clase de manifestaciones p ú b l i c a s que, si bien no t e n í a n p re t e ns i ón alguna de
a ná l i s i s en profundidad, se formulaban como creencias generalizadas.
Pense
mos, por ejemplo, en el argumento, habitual en determinado momento en los
c í r c u l os
feministas, de que el trabajo
d o m é s t i c o
de las mujeres
t e n í a
que
cal
cularse (y, cuando fuese necesario, pagarse) a precios de mercado, o la j u s t i
f i c a c i ón de la reforma del aborto en pro de un abstracto « d e r e c h o a e s c o g e r »
i l i m i t a do del i nd i v i duo (mujer).
5
La influencia generalizada de la e c o n o m í a
n e o c l á s i c a ,
que en las sociedades occidentales secularizadas
p a s ó
a ocupar
cada vez más el lugar reservado a la t e o l o g í a , y (a t r a vé s de la h e g e m o n í a
cultural de los Estados Unidos) la influencia de la ultraindividualista
j u r i s
prudencia norteamericana promovieron
esta
clase de r e t ó r i c a , que e n c o n t r ó
su e xpre s i ón po l í t i c a en la primera ministra b r i t á n i c a Margaret Thatcher: «La
sociedad no existe, só l o los i n d i v i d u o s » .
Si n embargo, fueran los que fuesen los excesos de la t e o r í a , la p r á c t i c a era
muchas veces igualmente extrema. En
a l g ú n
momento de los
a ñ o s
setenta, los
reformadores sociales de los pa í se s anglosajones, justamente escandalizados
al igual
que los investigadores) por los efectos de la
i n s t i t uc i ona l i z a c i ón
sobre los enfermos mentales, promovieron con é x i t o una c a m p a ñ a para que al
m á x i m o n ú m e r o posible de é s t os les permitieran abandonar su r e c l us i ón «pa ra
que puedan estar al cuidado de la
c o m u n i d a d » .
Pero en las ciudades de
Oc c i
dente ya no h a b í a comunidades que cuidasen de ellos. No t e n í a n parientes.
Nadie les
c onoc í a .
Lo
ú n i c o
que
h a b í a
eran las calles de ciudades como Nue
va Y ork , que se llenaron de mendigos con bolsas de p l á s t i c o y sin hogar que
gesticulaban y hablaban solos. Si t e n í a n suerte, buena o mala d e p e n d í a del
punto
de vista), acababan yendo de los hospitales que los ha b í a n echado a las
c á rc e l e s que, en los Estados Unidos, se convirtieron en el p r i nc i pa l r e c e p t á c u
lo
de los problemas sociales de la sociedad norteamericana, sobre todo de sus
miembros de raza negra: en 1991 el 15 por 100 de la que era proporcional -
mente la mayor p o b l a c i ó n de reclusos del mundo 42 6 presos por cada
100.000 habitantes— se d e c í a que estaba mentalmente enfermo (Walker,
1991 ;
Human Development, 1991, p. 32,
f i g .
2.10).
5. La legiti midad de una demanda tiene que diferen ciarse c laramente de la de los argu
mentos
que se utilizan
para
justificarla. La r e l a c i ó n
entre
marido , mujer e hijos en el hogar no
tiene
absolutamente nada
que ver con la de
vendedores
y consumidores en el mercado, ni
siquiera a n i v e l conceptual. Y tampoco la d e c i s i ó n de
tener
o no
tener
u n h i j o ,
aunque
se ado p
te unilateralmente, afecta exclusivamente al individ uo que toma la
d e c i s i ó n . Esta
perogrullada
es perfectamente compa tible con el deseo de transformar el papel de la mujer en el hogar o de
favorecer el
derecho
al aborto.
Las instituciones a las que más
a fectó
el nuevo individualismo moral fue
ro n la f a m i l i a tradicional y las iglesias tradicionales de Occidente, que su
f r ieron un colapso en el tercio f i na l del siglo. El cemento que h a b í a manteni
do unida a la comunidad c a t ó l i c a se d e s i n t e g r ó con asombrosa rapidez. A lo
largo
de los a ñ o s
sesenta,
la asistencia a misa en Quebec Ca na d á ) ba j ó del
80 al 20 por 100, y el tradicionalmente alto
í nd i c e
de natalidad francocana-
diense c a y ó por debajo de la media de C a n a d á (Bernier y B o i l y , 1986). La
l i be ra c i ón de la mujer, o, más exactamente, la demanda por parte de las
mujeres de más medios de control de natalidad, incluidos el aborto y el dere
cho al
d i vo rc i o ,
seguramente
a b r i ó
la brecha más honda entre la Iglesia y lo
que en el siglo xix
h a b í a
sido su reserva espiritual
b á s i c a v é a s e
La era del
capitalismo),
como se hizo cada vez más evidente en p a í s e s con tanta fama
de
c a t ó l i c o s
como Irlanda o como la
m i s m í s i m a I t a l i a
del papa, e incluso
—tras la c a í da del comunismo— en Polonia. Las vocaciones sacerdotales y
las d e m á s formas de vida religiosa cayeron en picado, al i gua l que la dispo
s i c i ón a llevar una existencia c é l i be , real u o f i c i a l . En
pocas
palabras, para
bien o para mal, la autoridad material y moral de la Iglesia sobre los fieles
d e s a p a r e c i ó
en el agujero negro que se
a b r í a
entre sus normas de vida y
moral y la realidad del comportamiento humano a finales del siglo xx. Las
iglesias occidentales con un dominio menor sobre los feligreses, incluidas
algunas de las
sectas
protestantes más antiguas, experimentaron un declive
aú n más r á p i d o .
Las consecuencias morales de la
r e l a j a c i ón
de los lazos tradicionales de
f a m i l i a
acaso fueran
t o d a v í a
más graves, pues, como hemos visto, la
famil ia
no só l o era lo que siempre h a b í a sido, un mecanismo de a u t o p e r p e t u a c i ó n ,
sino
t a m b i é n
un mecanismo de
c o o p e r a c i ó n
social. Como tal,
h a b í a
sido
b á s i c o para el mantenimiento tanto de la e c onom í a ru ra l como de la
p r i m i t i
v a e c o n o m í a industrial, en el á m bi t o l oc a l y en el planetario. E l l o se d e b í a en
parte a que no h a b í a existido ninguna estructura empresarial capitalista
impersonal adecuada hasta que la c o n c e n t r a c i ó n del capital y la a pa r i c i ón de
las grandes empresas
e m p e z ó
a generar la
o r g a n i z a c i ó n
empresarial moderna
a finales del siglo x i x , la «m a no v i s i b l e » (Chandler, 1977) que tenía que com
plementar la «m a no i nv i s i b l e » del mercado s e g ú n Adam Smith.
6
Pero un mo
t i vo a ún más poderoso era que el mercado no proporciona por sí solo un
elemento esencial en cualquier sistema basado en la o b t e n c i ó n del beneficio
privado:
la confianza, o su equivalente
legal,
el cumplimiento de los contra
tos.
Para
eso se necesitaba o bien el poder del
estado
(como
sa b í a n
los
t e ó r i
cos del i ndividualismo
po l í t i c o
del siglo xvn) o bien los lazos familiares o
comunitarios. As í, el comercio, la banca y las finanzas internacionales, cam-
6. El modelo operativo de las
grandes empresas antes
de la
é p o c a
del capitalismo
finan
ciero « c a p i t a l i s m o m o n o p o l i s t a » ) no se inspiraba en la experiencia de la
empresa
privada, sino
en la burocracia
estatal
o
m i l i t a r ;
cf. los uniformes de los
empleados
del ferrocarr il. De hecho,
con frecuencia estaba, y t en í a que estar, dirigida por el estado o por otra autoridad p ú b l i c a sin
a fá n
de lucro, como los servicios de
correos
y la
m a y o r í a
de los de
t e l ég r a fo s
y
t e l é fo n o s .
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L E D D D E
ORO
pos de a c t ua c i ón a veces f í s i c a m e n t e alejados, de enormes beneficios y gran
inseguridad, los
h a b í a n
manejado con el mayor de los
é x i t o s
grupos empre
sariales relacionados por nexos de parentesco, sobre todo grupos con una
solidaridad
religiosa especial, como los
j u d í o s ,
los
c u á q u e r o s
o los hugono
tes. De hecho, incluso a finales del siglo xx esos v í n c u l o s s e g u í a n siendo
indispensables en el negocio del crimen, que no
só l o
estaba en contra de la
ley, sino fuera de su amparo. En una s i t ua c i ón en la que no h a b í a otra garan
tí a posible de los contratos, s ó l o los lazos de parentesco y la amenaza de
muerte p o d í a n cumplir ese cometido. Por e l lo, las familias de la mafia cala-
bresa de mayor
é x i t o
estaban compuestas por un nutrido grupo de hermanos
(Ciconte, 1992, pp. 361-362).
Pero eran justamente estos v í n c u l o s y
esta
solidaridad de grupos no eco
n ó m i c o s lo que estaba siendo erosionado, al igual que los sistemas morales
que los sustentaban, más antiguos que la sociedad burguesa industrial
moderna, pero adaptados para formar una parte esencial de
esta.
El
viejo
vocabulario
moral de derechos y deberes, obligaciones mutuas, pecado y
v i r t ud , sacrificio, conciencia, recompensas y sanciones, ya no p o d í a tradu
cirse al nuevo lenguaje de la g r a t i f i c a c i ón
deseada.
A l no ser ya aceptadas
estas
p r á c t i c a s e instituciones como parte del modo de o r d e n a c i ó n social que
u n í a a unos individuos con otros y garantizaba la c o o p e r a c i ó n y la repro
d u c c i ó n
de la sociedad, la mayor parte de su capacidad de
e s t r u c t u r a c i ó n
de
la vida social humana se d e s v a n e c i ó , y quedaron reducidas a simples expre
siones de las preferencias individuales, y a la exigencia de que la ley reco
nociese la s u p r e m a c í a de estas preferencias.
7
La incertidumbre y la i m p r e v i -
sibilidad se hicieron presentes. Las
b rú j u l a s
perdieron el norte, los mapas se
volvieron i nú t i l e s . Todo esto se fue convir tiendo en algo cada vez más e v i
dente en los pa í se s más desarrollados a partir de los a ñ o s sesenta. Este i n d i
vidualismo e n c o n t r ó su p l a s m a c i ó n i d e o l ó g i c a en una serie de t e o r í a s , del
liberalismo e c o n ó m i c o extremo al « p o s m o d e r n i s m o » y similares, que se
esforzaban por dejar de lado los problemas de j u i c i o y de valores o, mejor
dicho, por reducirlos al denominador c o m ú n de la libertad ilimitada del
individuo.
A l principio las ventajas de una
l i be ra l i z a c i ón
social generalizada
ha b í a n
parecido enormes a todo el mundo menos a los reaccionarios empedernidos,
y su coste, m í n i m o ; a d e m á s , no p a r e c í a que conllevase t a m b i é n una l i be ra l i
z a c i ó n e c o n ó m i c a . La gran oleada de prosperidad que se e x t e n d í a por las
poblaciones de las
zonas
más favorecidas del mundo, reforzada por sistemas
de seguridad social cada vez más amplios y generosos, p a r e c í a haber e l i m i
nado los escombros de la d e s i n t e g r a c i ó n social. Ser progenitor ú n i c o (o sea,
en la inmensa m a y o r í a de los casos, madre soltera) t o d a v í a era la mejor
7. Esa es la difere ncia existente
entre
el lenguaje de los «derechos» (legales y constitu
cionales), que se convirtió en el eje de la sociedad del ind ividuali smo incontrolado, por lo