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1 1 IFIGENIA EN AULIDE de Eurípides Traducción y versión: Gabriela Massuh para la puesta en escena de Rubén Szuchmacher Abril 2000

Ifigenia en Aulide

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IFIGENIA EN AULIDEde EurípidesTraducción y versión: Gabriela Massuhpara la puesta en escena de Rubén SzuchmacherAbril 2000

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IFIGENIA EN AULIDE de Eurípides Traducción y versión: Gabriela Massuh para la puesta en escena de Rubén Szuchmacher Abril 2000

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Agamenón Leda, mujer de Tíndaro, tuvo tres hijas. Febe, Helena y Clitemnestra, mi mujer. A Helena la pretendieron los hombres más nobles de Grecia. Tíndaro, su padre, no sabía a quién dar a su hija como esposa. Se dice que los candidatos, cansados de esperar, se juramentaron prometiendo asesinar a quien por fin se la llevara. Cuando la situación se volvió insoportable, Tíndaro elaboró un astuto plan que consistía en lo siguiente: Por los dioses hizo jurar a cada uno de los pretendientes que se comprometería a acatar la decisión final, cualquiera que fuese. Si por alguna razón alguno se negaba a aceptar el fallo y decidía, por ejemplo, meterse en el lecho nupcial de Helena o arrebatarla por la fuerza, todos se unirían en su contra para defender el matrimonio. Le harían la guerra hasta destruir su patria, así fuera griega o asiática. La astucia del viejo Tíndaro fue contundente: todos sin excepción se sometieron al juramento. Luego le dijo a su hija que dejara soplar libremente los vientos de Afrodita, es decir, que ella eligiera al que más le gustaba. Y ella eligió, ojalá nunca hubiese pasado, a Menelao, mi hermano. En fin, lo que sucedió después es conocido: Un día, en ausencia de Menelao, se apareció en Micenas un pastor troyano, Paris, jactancioso, grandilocuente, lujurioso, cubierto de alhajas y oro, típico personaje de país bárbaro, que desplegó todo tipo de artimaña seductora a las que Helena no supo resistirse. Un día en que Menelao estaba fuera de Esparta, Paris, ese campesino rubio mimado por las diosas, se la llevó consigo a través del mar para pasearla ostentosamente entre su pastizales cercanos al Monte de Ida. A su regreso, mi hermano Menelao, loco de ira, apeló al antiguo juramento que había urdido su suegro. Invocó a los poderosos de Grecia, aduciendo que el ultraje no era solamente contra él, sino contra la nación entera. Exigió que toda Grecia se involucrara en su causa. Así fue que se reunió aquí, en la Bahía de Áulide, este portentoso ejército de naves, carros, caballos, lanzas, remos y escudos. Por ser hermano de Menelao me designaron, a mí, jefe supremo del ejército honor que de buena gana habría declinado.

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En fin, todo estaba dispuesto para partir cuando, de pronto, cambió el tiempo. Cesaron los vientos y esta terrible calma que ahora reina sobre el estrecho de Áulide, nos impidió zarpar. Y aquí estuvimos, esperando. Hasta que Calcas, el profeta, recomendó el sacrificio de mi hija Ifigenia para que Artemisa, la diosa de este lugar, se digne a enviarme por fin los vientos que nos llevarán a Troya. Cuando me enteré de que la victoria estaba supeditada a la muerte de Ifigenia, le ordené a mi comandante Taltibio que disolviera la tropa. Yo no iba a permitir el asesinato de mi propia hija. Pero mi hermano Menelao, haciendo gala de su verborragia, me disuadió con todos los argumentos a su alcance. Me obligó a redactar una carta infame, donde yo le pedía a Clitemnestra que enviara a Ifigenia a Áulide para casarla con Aquiles. En esa carta yo acentuaba las virtudes de Aquiles, le decía a mi mujer que Aquiles, para sumar sus tropas al ejército, me había impuesto una sola condición: casarse con una mujer de nuestra estirpe. Con semejante patraña engañé a Clitemnestra. Excepto Calcas, Odiseo y Menelao, nadie está enterado de este ardid siniestro. Ahora quiero volver atrás. (AGAMENÓN CAMINA DE UN LADO A OTRO) Anciano, dónde estás, necesito hablarte. Anciano (DESDE ADENTRO) Ya voy, ya voy. ¿Por qué tanto apuro, rey Agamenón? Agamenón Vamos, vamos, no podrías apurarte… Anciano (APARECE) Ni falta que hace Estoy viejo y ya casi no duermo, estoy siempre alerta. Agamenón Esa estrella que cae ¿cuál es? Anciano El cometa Sirio. Se desplaza lentamente en dirección de las siete Pléyades.

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Agamenón Este silencio es atroz. El mar sigue quieto y las aves no aletean. No se siente la menor brisa. Nada se mueve en el estrecho del Euripo. Anciano Entonces ¿Por qué estás tan agitado, mi señor? Todo el mundo descansa en Áulide. Los centinelas no se han movido, entremos. Agamenón Te envidio, mi querido viejo. Envidio al viejo que llega al final de su vida humilde, segura, oscura. No envidio al poderoso, al venerable, al famoso, al que está obligado a custodiar su fama. Anciano Precisamente los hombres poderosos son los que se destacan, brillan... Agamenón No estoy tan seguro. El poder es un arma de doble filo, Seductor, dulce, halagüeño, Y cuando por fin llega puede ser la peste. Si los dioses te desamparan, el rencor de los mortales puede destruirte. El poder da miedo, vértigo. La gente que te rodea se resiente, te juzga mal, te guarda rencor. En cualquier momento, un mínimo error y los dioses se ponen en tu contra. Anciano Agamenón, esas palabras no son dignas de un rey. Atreo, tu padre, no te dio vida sólo para que seas feliz. Te guste o no, en tanto que mortal estás sometido por igual a la felicidad y a la desdicha. Como ahora, por ejemplo, que te desvelas escribiendo una y otra vez la misma carta. Borrando y volviendo a redactar el mismo párrafo, Sellando el sobre, abriéndolo al instante siguiente. Te veo llorar y no sé por qué. Estás desesperado, casi loco ¿Qué te pasa, mi Señor,

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qué te quita el sueño? Hace mucho que estoy al servicio de tu familia, y después de tantos años de lealtad he probado que soy un hombre honesto, que merezco tu confianza. Ya tu suegro Tíndaro, cuando te casaste me encomendó velar por Clitemnestra. Agamenón Querido amigo, amparado por las sombras de la noche me viste abrir y cerrar una y otra vez el sobre de esta nueva carta. Aquí está la decisión correcta. Por eso te pido que cuanto antes la lleves a Argos. Por la confianza que te debemos quiero hacerte partícipe de su contenido. Anciano Sí, es mejor que yo esté enterado de lo que escribiste. Agamenón "Clitemnestra, esta carta se relaciona con la que te hiciera llegar días atrás. Te suplico que detengas la partida de Ifigenia hacia la serena Áulide. Ya vendrán mejores tiempos para celebrar su boda." Anciano Cuando se entere del engaño, la indignación de Aquiles no tendrá límites. Estás poniendo tu vida en peligro. Y la de tu mujer. Agamenón Aquiles no está al tanto de la boda, su nombre es sólo un pretexto. No tiene la menor idea de que es el candidato de Ifigenia. Anciano Rey Agamenón, fuiste demasiado lejos. Varias veces pusiste en juego la vida de tu hija: Primero se la prometiste a la diosa Artemisa, después al ejército y ahora a Aquiles. Agamenón Me estoy volviendo loco. ¿No hay algún dios que pueda ayudarme? Vamos, es necesario que corras, aunque estés muerto de cansancio.

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Anciano Se hará tu voluntad, rey Agamenón. Agamenón No te detengas en el camino, no duermas, no descanses hasta haber entregado la carta. Anciano Ya te entendí. Agamenón Cuando llegues al cruce, allí donde el camino se divide en dos, presta mucha atención, cuidado que no se te escape el coche de Ifigenia. Anciano Sí. Agamenón Si ves que están apurándose por llegar es necesario que uses cualquier estratagema, lo que sea, con tal que regresen a Argos lo más rápido posible. Anciano ¿Me van a creer? Qué hago si tu hija o tu mujer exigen alguna prueba… Agamenón (LE ENTREGA EL ANILLO) Este es el sello con el que cerré la carta. Y ahora por favor en marcha, rápido, que ya está amaneciendo. (SALE EL ANCIANO) Agamenón Con dolor nos parieron y de dolor somos. Todavía no vio la luz el hombre que a conciencia pueda afirmar: "yo he sido completamente feliz". (ENTRA EN EL CAMPAMENTO) Coro Navegamos por las aguas dulces del Euripo, río abajo y nos detuvimos aquí, sobre esta orilla arenosa, vecina al puerto marino de Áulide.

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Venimos de Cálcide, ciudad del otro lado del estrecho junto al ancho río que fluye hacia el mar. Así llegamos hasta el estrecho de Áulide, para ver, con nuestros propios ojos, a los griegos, esos héroes que descienden de los dioses; a comprobar el fausto de la armada, el tamaño de los remos, la gracia de los mascarones. Nuestros hombres nos contaron que navegan hacia Troya, que los guían Menelao y el noble Agamenón cuya misión es rescatar a Helena, arrebatada por Paris, el rubio pastor de las áridas costas de Troya. Helena fue el premio que recibió de Afrodita, cuando dictaminó que era ella, no las otras, la más espléndida entre las diosas. Más bella que Hera, más bella que Atenea. Subimos corriendo la cuesta del altar de Artemisa para contemplar ese increíble fresco de escudos, lanzas, armaduras, ejército de recios corceles y soberbios comandantes: Vemos a los dos Ayax, Protesilao y Palamedes concentrados en un juego de tablas. Diomedes, empeñado en lanzar el disco, Merión, hombre de estirpe belicosa, y Nireo, el más hermoso de toda Grecia. Ahí está Aquiles, hijo de Tetis, se dice que sus pies son más rápidos que el viento, que, entrenado por Querón, nadie le puede ganar a su cuadriga. Vemos a Eumelo, dueño de los caballos más veloces de Grecia, dispuesto a competir con él. Aquiles suelta los dorados frenos, espolea los vientres musculosos y agita el látigo sobre sus crines blancas. En el filo de la curva el Pelida toma la delantera: alegre ráfaga de cascos trepidantes, su escudo brilla más que el sol. Al lado de ellos, la flota de los Griegos paisaje de naves infinitas, maravilla que mis pobres ojos de mujer apenas alcanzan a abarcar. A su derecha, la escuadra de los Mirmidones de la región de Ptía cincuenta naves con mascarones de Nereidas inclinadas hacia el mar, emblema de la estirpe de Aquiles. Más allá, la flota de los Aqueos:

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sesenta naves de la ciudad de Atenas coronadas por la imagen de Palas Atenea, símbolo de la victoria ática. Cincuenta barcos de la ciudad de Tebas, región de Beocia. Cincuenta bajeles de Ayax, de la región de Fócide. Cien naves de Micenas, ciudad de los Cíclopes, Al mando de Agamenón y Menelao, el hermano que reclama guerra para recuperar a la mujer que se enamoró de un extranjero. Doce naves de Tesalia doce de la Élide, doce de Salamina, doce de las costas del mar Jónico. Nada igual a la avasallante fuerza de este ejército. Nada podrá con él. Nada como el poderío de estas velas desplegadas. Prodigio que nuestra memoria jamás podrá borrar.

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ENTRA MENELAO. UNA MANO ESGRIME LA CARTA DE AGAMENÓN, DE LA OTRA, ARRASTRA AL ANCIANO. Anciano Me robaste la carta, Menelao, no hay derecho. Menelao Imposible sacármelo de encima. Los funcionarios demasiado obsecuentes me sacan de quicio. Anciano De tu boca ese reproche más bien es un cumplido. Menelao Te vas a arrepentir por meterte en lo que no te importa. Basta de palabrerío. A tu lugar. Anciano No tenías derecho a leer la carta. Violaste el sello... Menelao ...de una carta que traiciona a toda Grecia. Anciano Ese tema no viene al caso, la cuestión es que abriste la carta... Menelao La cuestión es que un esclavo no debe andar escondiendo papeles que perjudican a la nación. Anciano No es el caso. Dame la carta. Menelao De ninguna manera. Anciano No voy a soltarte. Menelao Y yo te voy a partir el cráneo. Anciano No importa. Moriré en defensa de mi amo.

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Menelao Basta, viejo. Los esclavos se callan y obedecen. Anciano Agamenón, rey Agamenón, ayuda, ayuda. Este hombre me arrancó tu carta por la fuerza. No quiere entrar en razón. (ENTRA AGAMENÓN) Agamenón ¿Qué pasa, Menelao? ¿Qué es este alboroto delante de mi puerta? (EL ANCIANO QUIERE HABLAR, MENELAO LO INTERRUMPE) Menelao Es a mí a quien vas a escuchar primero. Mis argumentos son los que valen aquí. Agamenón Menelao. ¿Cuál es el problema que te lleva a agredir a un pobre anciano? Menelao Antes de empezar, quiero que me mires a los ojos. Agamenón ¿Te crees que yo, hijo de Atreo, no soy capaz de mirarte de frente? Menelao ¿Ves esta carta? Da pruebas de la más desgraciada… Agamenón … así es. Ahora dámela. Menelao No sin que antes la conozca todo el ejército. Agamenón ¿Con qué derecho? Aquí hay alguien que violó un sello y se enteró de algo que no le competía. Menelao Sí, y qué. Estás furioso porque descubrí tus maquinaciones.

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Agamenón ¿Se puede saber dónde lo encontraste? Menelao Fuera del campamento, en la ruta, mientras esperaba impaciente la llegada de tu hija. Agamenón ¿Y qué te importa mi hija? ¿Quién te mandó a espiar? Menelao Nadie. Se me dio la gana. Además, yo no soy tu esclavo. Agamenón Esto es intolerable. ¿No puedo manejar yo solo los asuntos de mi familia? Menelao No, no cuando estás permanentemente cambiando de manera de pensar. Hoy una cosa, mañana la otra, pasado todo lo contrario. Agamenón No quiero oírte. No tengo por qué dejarme insultar. Menelao Me vas a escuchar, quieras o no. Tu ánimo veleta pone en peligro a tus amigos. Antes que nada, quiero hacerte algunas preguntas. Tranquilo, no te exaltes, no niegues lo que no se puede negar. Cuando aceptaste ser el jefe del ejército sabías muy bien en lo que te estabas metiendo. Te hacías el desentendido, cuando en realidad no deseabas otra cosa. Tu amabilidad, tu gentilísima estrategia de darle la mano a todo el mundo, abrirle tu noble casa al soldado raso, dar prebendas, conceder partidas y favores a diestra y siniestra, ofrecer cargos a troche y moche. ¡Estabas tratando de comprar votos en el mercado libre! Y cuando por fin obtuviste el poder, de pronto, tus actitudes cambiaron. Ya no había tiempo para los antiguos amigos, encerrado entre tus cuatro paredes, estabas siempre ocupado.

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Nadie te podía abordar. Te lo dije una vez y lo repito ahora: un hombre de principios, un hombre verdaderamente poderoso no modifica su conducta. Al contrario, precisamente cuando está en el poder tiene la obligación de retribuir a sus amigos. Esta sería entonces mi primera crítica: la traición. Y luego, cuando toda la armada griega estuvo reunida en Áulide, desapareciste, aterrado por el primer escollo que te ponían los dioses. Qué cara ponías cuando te decían que, sin vientos, era mejor volverse a casa. Qué decepción, ya no serías el gran capitán vencedor de Troya. ¿Y qué hiciste entonces? Me llamaste a mí, me preguntaste qué hacer para mantener a la flota reunida Porque en realidad te negabas a renunciar a los laureles de la gloria. Yo te recomendé consultar a Calcas. Cuando el adivino concluyó que era necesario sacrificar a tu hija para que Artemisa liberara a los vientos, muy aliviado decidiste seguir su consejo y matar a Ifigenia. Entonces le mandaste esa carta a tu mujer, nadie te obligó, Agamenón, nadie te obligó a inventar esa patraña de la boda con Aquiles. Y ahora, de pronto, Agamenón ha decidido que no quiere ser el asesino de su hija. ¡Qué noble! La historia se repite, a muchos les pasa lo mismo: Se matan por llegar al poder y después se asustan, son incapaces de mantenerlo: o bien los voltea el estúpido voto popular o simplemente, no han nacido para ser hombres de estado. La cuestión es que no tienes el valor, ni la fuerza, ni la voluntad de cumplir con la razón de estado. Pobre Grecia, pobre Hélade que por causa de tu hija pierde la oportunidad de defender su honor y vengar el ultraje del que ha sido víctima. Yo saco una lección de todo esto: La cosa pública no es cuestión de linaje. Cualquiera está capacitado para gobernar si es capaz de mantener la cabeza fría.

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Coro Nada más terrible que la discordia entre hermanos. Agamenón Te voy a contestar con la cabeza fría. Veremos si la mesura de mis reflexiones te convencen. Prefiero ignorar tu enojo, al fin y al cabo, somos hermanos. Ahora soy yo el que pregunta: ¿Qué hace que te exaltes de esta manera? ¿Qué te pasa, Menelao? ¿Te enloquece que tu mujer no sea una santa? Yo no tengo la culpa. No la supiste retener ¿y ahora yo tengo que pagar por eso? ¿Tanto te ofende mi ambición cuando lo único que te hace perder el juicio es recobrar a una mujer de alcurnia y dote? ¿La desgracia pública en función de tu bienestar privado|? No estoy loco. Tomé una decisión equivocada y ahora entré en razón. ¡Locura es pretender que esa mujer vuelva! Todo el mundo sabe por qué los pretendientes se prestaron a ese estúpido juramento que impuso Tíndaro. Afrodita les calentó el cuerpo, les nubló el juicio y les dio esperanzas. Por la diosa están todos aquí, tus juramentados, no para vengar a un estado ofendido, sino por simple calentura. Muy bien, si tienen ganas váyanse todos a la guerra. Es tu guerra. Yo no pienso sacrificar a mi hija en función de tu placer o de tus venganzas pasionales. No voy a pasarme, de aquí en más, día y noche llorando la muerte de mi propia sangre. No me importa lo que hagas. Si no estás dispuesto a recapacitar, yo tengo la obligación de velar por mi familia. Es mi última palabra. Coro Se está contradiciendo. Antes habló con palabras distintas. Sea como fuere, esta es la mejor decisión. Menelao ¿Mis amigos me dejan solo? Agamenón No te habrían dejado solo

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si hubieses actuado con un poco más de prudencia. Menelao Tu conducta no es la de un hermano, Agamenón. Agamenón Seguiré siendo tu hermano si eliges entrar en razones. Pero no pienso seguirte en tu locura. Menelao Tu obligación es entenderme. Agamenón No si te pones en contra de mí. Menelao Significa que estás decidido a no defender a Grecia. Agamenón ¿Defender a Grecia? ¿Cuando toda Grecia está obnubilada por algún dios? Menelao Si mi hermano me abandona, ya encontraré otros aliados. (SALE MENELAO. ENTRA EL MENSAJERO) Mensajero Agamenón, rey de los Helenos, te traemos a Ifigenia, acompañada por su madre Clitemnestra. Imaginamos lo feliz que te hace este reencuentro después de una separación tan larga. Están junto al río, descansando en la pradera. El viaje fue agotador. Me adelanté para darte la noticia. El rumor de la llegada de tu hija se esparció más rápido que el rayo. En el camino me crucé con procesiones que se desplazaban para verla. La armada también está al tanto. Todo el mundo se pregunta: ¿hay boda? ¿para qué la hicieron venir hasta Áulide? Algunos sostienen que Ifigenia vino para iniciarse en los sacrificios de Artemisa, diosa de Áulide. Y vuelven a preguntar: ¿Quién es el pretendiente?

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Yo te recomiendo que te apures en preparar el rito y el banquete de la boda, que hay clima de fiesta: es el día de Ifigenia. Agamenón El palacio está a tu disposición, la servidumbre a tus órdenes. (MENSAJERO SALE) Dioses, ¿qué le voy a decir a Ifigenia, qué frases elegir para saludarla? ¿Admitir que el demonio me está tendiendo trampas todo el tiempo? El precio es demasiado alto. Un gobernante está obligado a esconder sus lágrimas, le está prohibido decir lo que piensa, cambiar de opinión. Aparentar siempre lo mismo: constancia, prudencia, templanza. Un gobernante es el esclavo de la masa… Me dan vergüenza mis lágrimas y más vergüenza no poder llorar. ¿Qué le voy a decir a mi mujer cuando ni siquiera me siento capaz de mirarla de frente? Ahora se dispone a preparar la boda de su hija. Clitemnestra precisamente Clitemnestra no se va a dejar engañar. Muy pronto entenderá que este asunto de la novia... Pobre novia, hija mía ¿cómo mirarte a los ojos cuando te estoy condenando al infierno? Escucho tu súplica: “Padre, ¿vas a matar al bien más preciado, sangre de tu sangre, fruto de tu simiente?” ¡Paris, hijo de Príamo, seductor, mujeriego, los días que me quedan no van a alcanzar para terminar de odiarte! Coro Soy extranjera y aunque el asunto no me compete, la desolación de este rey es también la mía. (ENTRA MENELAO) Menelao ¿Puedo estrecharte la mano?

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Agamenón Ganaste. Soy un miserable. Menelao Te juro por Pelops, padre de nuestro padre, te lo juro por Atreo que estas palabras vienen desde el centro de la verdad y desde el fondo de mi corazón. Te vi llorar y sentí piedad. No quise ser tan despiadado ni quiero ser la causa de tu desdicha. Entiendo que no puedas sacrificar a tu hija. ¿Perder a un hermano por causa de una hembra infiel cuando podría sustituirla por cualquiera? ¿Someterlo a la peor de las penas por un matrimonio mal avenido? Ifigenia, esa criatura infeliz también es sangre de mi sangre. Por qué habría de pagar ella la traición de Helena. No, Agamenón, te pido perdón y te suplico que disuelvas la armada. Te parecerá extraño que haya cambiado de parecer… ¿por qué no? El cambio es previsible: somos hijos del mismo padre y no soy una mala persona. Te pido que tomes la decisión más apropiada. Coro Habló como un descendiente de Zeus: ahora parece hacerle honor a la estirpe, entró en razones, gloria a la reconciliación. Agamenón Gracias Menelao, me tomaste por sorpresa. No vale la pena pelearse por una mujer. El odio entre hermanos es siempre una lucha por el poder. Está bien que hayas cambiado de opinión pero... estamos aprisionados por el destino, no podemos echarnos atrás: Hay que sacrificar a Ifigenia. Menelao ¿Cómo? Es tu hija ¿Y ahora quién te obliga a matarla? Agamenón La armada griega aquí reunida en asamblea. Menelao No si la envías de inmediato de regreso a Argos.

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Agamenón Eso sería posible, lo que ya no es posible es... Menelao ...qué, no será el miedo al pueblo? Agamenón No, no es eso. Tarde o temprano Calcas va a abrir la boca. Menelao No si lo matamos antes. Agamenón Estos profetas, estos agoreros de la cosa pública son peligrosos. Buscan fama, adulación, que todo el mundo esté pendiente de lo que dicen. Menelao Pájaros de mal agüero, no sirven para otra cosa. Agamenón Lo que más miedo me da... Menelao es... Agamenón ...que Odiseo esté al tanto de todo. Menelao Ulises no puede hacernos daño. Agamenón No sé. Esa astucia tan concentrada en caerle bien a todo el mundo... Menelao Sí, la vanidad y la ambición son peligrosas. Agamenón Ya lo veo, plantado delante del ejército, vociferando a los cuatro vientos el vaticinio de Calcas, acusándome de mentiroso por no cumplir con el mandato de la diosa. Su labia es capaz de incendiar los ánimos de la asamblea. Cuidado Menelao, tu vida y la mía corren peligro.

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Aún si hoy mismo nos fugamos, Odiseo es capaz de movilizarse hasta Argos y asaltarme en mi propia casa. Nada le va a costar destruir la muralla de los Cíclopes. Nos matarían Menelao, a todos, no sólo a Ifigenia. … Y ustedes, mujeres de Cálcide, a ustedes, lo único que les pido es que no abran la boca. (AGAMENÓN SALE HACIA EL CAMPAMENTO, MENELAO HACIA EL CAMPO) Coro Feliz, el que te goza con mesura, con fuerza moderada, Afrodita. Feliz, el que navega en aguas calmas y no es rozado por la doble flecha del dorado Eros que puede enloquecerte el ánimo. Por un lado te hace gozar por el otro, te deja confuso y turbulento. Te advierto, puede destruir tu vida: ¡Que nunca se meta entre tus sábanas! Yo prefiero el placer sereno, que mis deseos sean cautos, pudorosos compartir con Afrodita no su violencia plena sino sus dones con cautela. Diversa es la naturaleza humana. La verdadera virtud salta a la vista. Una infancia educada en el saber Tenderá siempre a la pureza. Ser cauto es ser sabio. Y ese camino de la sabiduría otorga gracia, belleza reflexiva, reconocimiento, gloria eterna. Castidad en la mujer, en el hombre disciplina, y, por lo tanto, grandeza y bienestar para su pueblo. Paris, regresaste a tu tierra de pastores, bajo la sombra del Monte Ida

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a tu flauta de caña y tu música de Oriente. Volviste al lugar de tus rebaños donde tres diosas aguardaban el veredicto que te llevó a la Hélade. Te apostaste a las puertas del palacio de marfil para derramar tu amor sobre los ojos de Helena hasta extasiarla con tu amorosa verborragia. Así generaste guerras. Esta guerra de lanzas y bajeles que van en pos de la destrucción de Troya.

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CORO Ifigenia, miren, ha llegado Ifigenia hija del rey Agamenón con Clitemnestra, hija de Tíndaro, tan majestuosa cuna las hace parecer diosas. (IFIGENIA Y CLITEMNESTRA ENTRAN. LAS ESPERA UN GRUPO DE MUJERES) Clitemnestra Permítanme agradecer estas palabras amables que interpreto como señal de buen augurio. Descarguen los regalos y desplieguen los vestidos adentro. Cuidado, con cuidado. Vamos, hija. Despacio, que este suelo es árido y estás cansada. (AGAMENÓN ENTRÓ SIN QUE ELLA SE DIERA CUENTA) Aquí Ifigenia, te corresponde estar a mi lado para que estas amigas vean cómo recibimos a tu padre. Ifigenia Me muero por abrazarlo. Clitemnestra Señor, aquí estamos, noble rey, tal como lo ordenaste. Ifigenia Padre, por fin. Madre ¿no te enojas si soy la primera en abrazarlo? Clitemnestra No. Siempre fuiste la que más fiesta le hacía. Agamenón Mi querida. Ifigenia Qué feliz me hizo que nos hicieras venir. Agamenón Feliz, eso depende... Ifigenia Qué mirada tan triste. Agamenón La vida de un rey no es fácil. Ifigenia

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Ahora estamos juntos. No te preocupes por nada. Agamenón Por nada. Ifigenia Qué cara tan triste. Agamenón Ifigenia querida, no puedo ser más feliz de lo que soy ahora. Ifigenia ¿Y esas lágrimas? Agamenón Por la separación que nos espera. Ifigenia No entiendo. Agamenón Mejor así. Cuando hayas entendido mi pena será aún más atroz. Ifigenia Entonces prefiero no entender. Agamenón No puedo dejar de llorar, tus palabras me estremecen. Ifigenia Padre, tus hijos queremos que vuelvas a casa. Agamenón Ojalá pudiera. Ifigenia Maldición a esta guerra que inventó Menelao. Agamenón Esa maldición ya pesa sobre mí y sobre mi familia. Ifigenia ¿Dónde queda el pueblo de los Frigios? Agamenón Es allí donde nació el hijo de Príamo, Paris.

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¡Maldito el momento en que nació! Ifigenia ¿Es muy largo el viaje hasta allí? Agamenón Es largo. Pero primero vamos a hacer un viaje juntos. Ifigenia ¡Vamos a viajar juntos, por fin! Agamenón Tú también te vas a ir muy lejos. Ifigenia ¿Madre también viene? Agamenón Ifigenia, vas a viajar sola, sin tus padres. Ifigenia Padre, me estás mandando a un lugar extraño. Agamenón Basta, no quieras saber más. No corresponde a las hijas estar al tanto de todo. Ifigenia Entonces ya mismo me dispongo a esperar que vuelvas de Troya. Agamenón Antes de partir habrá que hacer un sacrificio. Ifigenia Por supuesto, una causa tan sagrada merece los mejores sacerdotes. Agamenón Hay un lugar que te está preparado. Es junto al altar. Ya te vas a enterar. Ifigenia ¿Voy a bailar en ronda alrededor del altar? Agamenón Tan feliz... en su ignorancia. Ifigenia, basta, te suplico que entres de una vez, las mujeres te esperan. No es bueno que las novias estén a la vista de todo el mundo. Dame tu mano, y dame un beso que nuestra separación va a ser muy larga.

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Querido tu cuerpo, tu cuello, tu suave pelo negro, VÍCTIMAS DE HELENA Y LA CIUDAD DE TROYA. NO, NO VOY A HABLAR MÁS, EL CONTACTO DE TU CUERPO ME PARTE EL

CORAZÓN. Vamos, es preciso que entres de una vez. (IFIGENIA SALE) Perdón, hija de Leda. Perdón por estas lágrimas de tristeza. Aunque sea para casarse con un hombre como Aquiles, es duro perder a una hija. ES DURO SENTIR QUE CRECERÁ LEJOS DE NOSOTROS DESPUÉS QUE LA CRIAMOS

CON TANTO ESMERO. Clitemnestra No creas que no te entiendo. También a mí me desgarra pensar que se va a casar. PERO EL TIEMPO Y LA COSTUMBRE APACIGUAN EL DOLOR. SÉ CUÁL ES EL NOMBRE DEL PROMETIDO, TAMBIÉN QUERRÍA SABER CUÁL ES SU

PATRIA Y SU LINAJE. Agamenón Aquiles es hijo de Peleas, y, por lo tanto, de la familia de Zeus. Su madre es Tetis, del linaje de las Nereidas, de la tierra de Pelión. Clitemnestra ¿Donde están los Centauros? Agamenón De la tierra de los Centauros. Clitemnestra ¿Quién educó a Aquiles? Agamenón Lo educó Quirón, el más sabio de los centauros, para que, antes que nada, aprendiera a distinguir el bien del mal. Clitemnestra Entonces es un hombre verdaderamente sabio. Agamenón Digno de tu hija. Clitemnestra ¿Dónde vive? Agamenón En Grecia, en el país de Ptía, junto al cauce del Epidano. Clitemnestra ¿Hasta allí te llevarás a nuestra hija?

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Agamenón ¿Yo? No, si él es su marido, ella va a tener que acompañarlo. Clitemnestra Los dioses los bendigan. ¿Para cuándo fijaste la boda? Agamenón La próxima luna llena. Clitemnestra ¿Ya se hicieron los sacrificios a la diosa? Agamenón Precisamente, en eso estoy. Clitemnestra Entonces el banquete será para después de los sacrificios. Agamenón Después del sacrificio correspondiente. Clitemnestra ¿En qué lugar vamos a preparar la comida, nosotras las mujeres? Agamenón Aquí, junto a las naves. Clitemnestra No es un sitio demasiado cómodo. De todos modos, no importa. Me las puedo arreglar. Agamenón Mujer, arreglar o no arreglar, tu lugar está junto a mí. Clitemnestra Qué novedad. Nunca dejé de estar a tu lado. Agamenón Yo voy a escoltar a Ifigenia hasta el altar… solo… Clitemnestra ¿Y yo? ¿Dónde se supone que deba estar la madre? Agamenón Allí la entregaré a los griegos... Clitemnestra

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Y mientras tanto ¿qué debo hacer yo? Agamenón Volver a Argos y ocuparte de tu casa. Clitemnestra ¿Abandonar a Ifigenia en el momento más importante de su vida sin participar siquiera del cortejo? Agamenón Yo me voy a ocupar de todo. Clitemnestra No es cosa de hombres. No corresponde, ¿ya no te importa nada? Agamenón Me importa que mi mujer no se ande paseando en medio de los hombres de la flota. Clitemnestra Siempre le tocó a la madre acompañar a sus hijas al altar. Agamenón También le toca quedarse en casa y ocuparse de la familia. Clitemnestra Mi familia está muy bien cuidada. Agamenón Basta. No acepto contradicciones. Clitemnestra Y yo no pienso obedecerte. Si tu asunto es el bien público, el mío es estar con mi hija. (SE VA) Agamenón Por todos los dioses, es inútil, Ya no sé qué decir. Por más que me esfuerce, Jamás voy a poder deshacerme de mi mujer. Cualquier astucia en contra de mi familia no tiene sentido. No sé pelar contra ella. EL ÚLTIMO RECURSO QUE ME QUEDA ES HABLAR CON CALCAS; CONFIRMAR SI

REALMENTE LA DIOSA EXIGE SEMEJANTE SACRIFICIO PARA SALVAR A GRECIA. SI NO TE TOCA UNA MUJER SUMISA Y OBEDIENTE, MÁS VALE QUE NO TENGAS

NINGUNA.

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(SALE) Coro Hacia Troya, región de Ilión, donde fluye plateado el Escamandro parte ahora en vastas naves, armas y escudos infinitos el poderío concentrado de la Hélade para arrancar de cuajo la muralla donde, alguna vez, un Apolo enamorado cumpliendo la compulsión de la profecía coronó la rubia cabellera de Casandra y se la llevó para siempre. Apostada al filo de esa muralla Troya entera habrá de ver cómo Ares, dios de la guerra se cierne lento sobre la bahía y el río al ritmo organizado de remos y proas. Son los Aqueos. Vienen a buscar a Helena, para a punta de lanza arrancarla de la ciudad de Príamo y llevarla de nuevo a casa, la Hélade. ¿Qué será de Pérgamo, cuna de los Frigios? Un círculo de sangre se cerrará alrededor de sus cimientos de piedra. Cabezas rodarán sobre el último polvo de Troya; calles devastadas, edificios reducidos, escombros gemido y llanto de mujeres fin de la estirpe de Príamo. Helena, hija de Zeus, terminará por comprender el significado de la palabra traición. Dios quiera que jamás me toque a mí ni a las hijas de mis hijas presentir lo que ahora presienten las mujeres de Frigia. Detrás del brillo de sus telares dorados se miran unas a otras y preguntan asustadas: "¿Quién será el hombre cuya garra irá a hundirse en mi pelo de seda

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para arrancarme como a planta escuálida de esta patria que inevitablemente se hunde?" Y todo por tu culpa, Helena, hija del cisne. Si la leyenda cuenta la verdad y es cierto que Zeus enamoró a Leda transvestido en ave de larguísimo cuello, los vanidosos mitos serían sólo esto: locura de poetas para engaño pasajero de tristes mortales.

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Aquiles ¿Dónde está el comandante Agamenón? ¿No hay nadie aquí? Que alguno de sus subordinados vaya y le diga que lo busca Aquiles, el hijo de Peleo. (HACIA LA AUDIENCIA) No todos llegamos a Áulide en la misma condición: Quienes no estamos casados, dejamos la casa paterna Y ahora, ociosos sobre la playa, nos dedicamos a esperar; Luego están los que tienen mujer y familia… Pero a todos por igual nos confunde esa loca insistencia que se aplicó para hacernos venir hasta aquí. Hubo algo irracional en todo esto. Sea como fuere, yo quiero explicar lo que me pasa a mí que los otros hablen por su boca. Abandoné mi patria, la casa de mi padre para terminar anclado aquí, en esta quietud junto al estrecho del Euripo. Ya no me quedan subterfugios para apaciguar a mi tropa que insiste en preguntarme, cada día con mayor obstinación: "¿Qué es lo que estamos esperando, Aquiles? ¿Hasta cuándo seguiremos contando los días? ¿Cuáles son tus verdaderos planes? O partimos hacia Troya de una vez o nos volvemos a casa. Estamos hartos de las vacilaciones de los hijos de Atreo" Clitemnestra Cuando escuché tu voz salí corriendo. Hijo de la diosa… Aquiles Dioses, quién es esta mujer… tan distinguida. Clitemnestra No te sorprendas, no me conoces. Entiendo tu pudor. Aquiles ¿Qué hace una mujer aquí, entre tantos hombres armados? Clitemnestra Soy Clitemnestra, hija de Leda. La mujer de Agamenón. Aquiles Es un honor… Aunque no corresponde que me vean hablando con mujeres. Clitemnestra Por favor, no te vayas. Dame tu mano para celebrar nuestro vínculo.

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Aquiles ¿Darte la mano? Qué va a decir Agamenón. Clitemnestra ¿Qué va a decir? Nada, si vas a ser el marido de mi hija. Aquiles ¿Cómo? ¿Yo, marido de quién? ¿Están todos locos? Clitemnestra Bueno, es lógico que no quieras hablar de tu boda con una desconocida. Aquiles Señora, yo nunca pretendí a tu hija. Agamenón jamás mencionó una palabra al respecto. Clitemnestra No es posible. ¿No estabas enterado? Aquiles No. Analicemos la situación. Me parece que los dos somos víctimas de un engaño. Clitemnestra ¿Un engaño? Quiere decir que estoy preparando un matrimonio que ni siquiera está concertado? Qué vergüenza! Aquiles Es evidente que alguien quiso burlarse de nosotros. No te aflijas, no es tan grave. Clitemnestra Me voy. Me traicionaron, me hicieron quedar como una mentirosa. No resisto tu mirada. Aquiles Adiós entonces. Voy a hablar con Agamenón para aclarar este entuerto. (EL ANCIANO ASOMA FURTIVAMENTE LA CABEZA) Anciano Un momento. Un momento príncipe, por favor Clitemnestra, no se vayan.

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Aquiles ¿Quién nos llama de esa manera tan desesperada? Anciano Un esclavo. Un esclavo que se anima a decir que es necesario suspender la ceremonia. Aquiles Esclavo de quién. Lo que le pertenece a Agamenón no es mío. Anciano De esta mujer. Su padre me la confió cuando acababa de nacer. Aquiles Qué te pasa. No tengo mucho tiempo. Anciano ¿Estamos solos? Aquiles Los tres solos. Anciano Menos mal, porque quiero salvar lo que merece ser salvado. Aquiles No entiendo nada. ¿Por qué das tantas vueltas? Vamos al grano de una vez. Clitemnestra Vamos anciano, que estoy perdiendo la paciencia. Anciano Clitemnestra, yo siempre te fui fiel. También a tus hijos. Clitemnestra Así es, un fiel sirviente de la casa real. Anciano Fui parte de la dote que tu padre le concedió a Agamenón. Clitemnestra Sí, te mudaste conmigo a Argos. Anciano De manera que te debo más que a mi señor.

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Clitemnestra Basta, me estás hartando con tanto preámbulo. Anciano El padre quiere asesinar con mano propia a la criatura que engendraste. Clitemnestra ¿Cómo? Estás desvariando. Anciano Su espada va a hundirse en el pobre cuello de Ifigenia. Clitemnestra Entonces el loco es mi marido. Anciano No, simula estar loco. Agamenón es absolutamente consciente de sus actos. Clitemnestra ¿Por qué razón? ¿Qué demonio se apoderó de Agamenón? Anciano Un oráculo llamado Calcas dice que habla por los dioses. Se trata de que la armada pueda partir. Clitemnestra A dónde? Anciano A Troya, para que Menelao pueda recuperar a Helena. Clitemnestra ¿Quiere decir que la recuperación de Helena depende de Ifigenia? Anciano Sí. Al parecer Artemisa exige el sacrificio de tu hija. Clitemnestra ¿Y la boda que me hizo partir de mi casa? Anciano Un pretexto para que la traigas. Clitemnestra Hemos hecho un viaje hacia la muerte.

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Anciano ¿Hay peor crimen que el sacrificar a un hijo? Clitemnestra Qué voy a hacer… Esto es insoportable. El dolor es insoportable. Anciano ¿Cómo se aprende a vivir después de la muerte de una hija? Clitemnestra ¿Cómo te enteraste? Anciano Se me encargó que te llevara una carta que se desdecía de la primera. Clitemnestra Esa carta: ¿condenaba o salvaba a mi hija? Anciano La salvaba. Tu marido había entrado en razones. Clitemnestra ¿Y qué pasó con esa carta? Anciano Menelao, el origen de todos estos males, me la arrebató en el camino. Clitemnestra Aquiles, hijo de Peleo y de la ninfa Tetis, ¿escuchaste bien? Aquiles Muy bien. Tu sufrimiento también implica mi ofensa. Clitemnestra Quieren asesinar a mi hija y, para eso, usaron tu nombre impunemente. Aquiles Esa infamia le va a costar caro a Agamenón. A mí no se me engaña tan fácilmente. Clitemnestra Estoy frente al hijo de una diosa, no tengo vergüenza de arrojarme a tus pies: Te suplico que tengas piedad por mi desesperación y ayudes a quien fue engañada con la promesa de ser tu mujer. Acabo de ungir su cabeza con un velo que lleva tu nombre,

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en tu nombre la traje hasta aquí y, creyendo que la llevaba al altar, en realidad la llevaba a la muerte. Te cases o no te cases con ella, es tuya la deshonra. Te ofendieron, Aquiles, te usaron, a Ifigenia le dijeron que iba a ser tu mujer y en nombre de esa ofensa es que te suplico que me ayudes. Por tu madre, por todas las madres, Aquiles. Si por tu nombre partimos de casa, es por tu nombre que espero tu ayuda. Estoy sola. Aquí no tengo aliados ni altar alguno donde refugiarme, sólo tus rodillas. Soy una víctima de los siniestros planes de Agamenón, una pobre mujer en manos de un ejército sin amo, una banda armada que quiere venganza a cualquier precio. Si estás dispuesto a ayudarme, estoy salvada. Si no, estamos perdidas para siempre. Coro Amenazada la existencia de su hijo nada existe comparable a la ciega fuerza, arcaica, incontenible de una madre. Aquiles Tus palabras exigen entrar en acción. Ahora sé que tanto en el dolor como en la alegría es necesario preservar la medida justa. Quien se atenga a este precepto podrá vivir en paz, será cauto y será sabio. Hay tiempos de ser indulgente con el descontrol y tiempos de juzgar a los mentirosos. Fui educado por Quirón, un hombre bueno que me enseñó el camino recto, simple. Si los hijos de Atreo actúan como generales buenos, yo habré de obedecerles. Si no es así, me pondré en su contra. Tanto aquí como en Troya me propongo demostrar que soy un hombre libre, valiente en la guerra. En cuanto a tu dolor, señora, merece toda mi piedad. Si tu marido te maltrató, yo haré todo lo que esté a mi alcance para reparar los daños. No voy a permitir que la criatura que fue engañada con mi nombre muera en manos de su padre. No voy a ser cómplice de los ardides de tu marido ni pienso dejar que mi nombre sea usado como cuchilla asesina. Si bien Agamenón es el culpable, me está arrastrando a mí en esa culpa. De modo que no permitiré que ultrajen a tu hija bajo el pretexto de mi matrimonio. Sería el más cobarde, el más siniestro de los griegos,

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si permitiera que un general descarriado usara mi nombre para asesinar a tu hija sólo porque Menelao así lo pide. Por mi padre, por todas las Nereidas que habitan el fondo del mar, por mi madre, por el linaje del que provengo, por todos ellos yo juro que Agamenón no va a tocar a tu hija ni con la punta de sus dedos. Calcas se hace el agorero lavándose las manos pues bien, yo le digo que se va a arrepentir. ¿Qué es un adivino? Un pájaro de mal agüero, Un hombre que cuenta verdades a medias, nos atiborra de palabras huecas, tantas, que alguna vez acierta. Y si no acierta se hará el desentendido, dirá que hablaba por boca de otros. Ustedes pensarán que hablo así por orgullo herido, Por despecho, porque no me caso con Ifigenia. No, de ninguna manera, a mí me pretenden miles de jóvenes. Lo que me saca de quicio es que Agamenón se haya atrevido a insultarme, que haya traído a Ifigenia usando mi nombre. Clitemnestra aceptó trasladarse sólo por causa de la reputación del pretendiente. Si mi unión con Ifigenia hubiese sido la condición para impulsar las naves hacia Troya de buena gana habría aceptado casarme con ella, de buena gana habría dejado que los Aqueos me usaran. Yo sé muy bien cuándo hay que anteponer el bien del estado. Pero esto me comprueba que para los generales yo no significo nada. Les da lo mismo honrarme que ofenderme. Muy bien, si alguien se atreve arrebatarme a Ifigenia mucho antes de llegar a Troya correrá la negra sangre: la de mi espada. Tranquila, mujer. ¿Creíste que yo era un dios? No soy un dios, pero si es necesario, puedo actuar como si lo fuera.

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Coro El hijo de Peleo pronuncia palabras sabias, dignas de la diosa que lo engendró. Clitemnestra Si pongo en palabras la gratitud que siento ahora te espantarías. Como cualquier persona honesta, sentirías pudor ante mi exceso de alabanza. Tengo vergüenza de involucrarte en mi dolor porque mi pena es privada pero tu corazón es noble, recién lo demostraste, de modo que no vacilarías en condescender a la piedad que te genera el sufrimiento ajeno. Por eso no me importa admitir que sufro ni me importa pedirte que te apiades de mí. Primero pensé que serías mi yerno. Me equivoqué. Ahora pienso que la muerte de mi hija sería el peor de los augurios para un futuro matrimonio. Deberías tener cuidado. Tus palabras me alientan a creer que podemos salvar a Ifigenia. Sólo quiero saber si consideras necesario que también ella se arroje a tus pies. Aunque sea inapropiado, estoy dispuesta a traértela. ¿Es necesario? Aquiles No. No sería conveniente exponernos a posibles suspicacias. La necedad acecha por todas partes. Un ejército de hombres solos, lejos de sus hogares, suele gozar con la palabra procaz, el gesto ambiguo, el comentario grosero. No necesito que me convenzas, salvarlas a las dos: esa es ahora mi única misión. Antes de separarnos, quiero que pongas mucha atención en lo que voy a decirte. Clitemnestra Que el cielo te bendiga, Aquiles. Aquiles Este es el plan… Clitemnestra … el plan, te escucho.

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Aquiles En primer lugar, es necesario hacer lo imposible para que Agamenón cambie de parecer. Clitemnestra Es un cobarde, le tiene demasiado miedo al poder del ejército. Aquiles Nuestros argumentos son más fuertes que los de él. Clitemnestra Eso no nos da motivos para ser optimistas. Aun así, en tu opinión ¿qué debería hacer yo? Aquiles En primer lugar, rogarle, suplicarle que no mate a su hija. Si aún asi él se resiste, me lo informas debidamente. Si se deja convencer yo no tendría que intervenir, estarías a salvo y yo no me enquistaría con el ejército. Habría ganado con la razón, no con la fuerza. Clitemnestra Tu sabiduría es imbatible./ Tu lógica es irrefutable. Sin embargo, supongamos que no se deja convencer, ¿entonces qué? ¿dónde te encuentro? ¿dónde vas a estar cuando te necesite? Aquiles En el lugar propicio, en el momento justo. Por ahora es absolutamente necesario que nadie, menos el ejército, perciba tu preocupación. Debemos preservar la dignidad de la familia, la memoria de tu padre, un grande de la Hélade, no merece que la ultrajen. Clitemnestra Está bien. Te obedezco. Si los dioses existen, serás el hombre más feliz de la tierra. Si no existen, no hay nada más que hacer. Coro En Pelión había júbilo de boda: flautas, rondas, liras. En aquel banquete de dioses, las musas de larga cabellera rizada bailaban con sandalias de oro y celebraban a gritos la boda de Tetis y Peleo. Ellos serían los padres de Aquiles. Ganimedes escanciaba vino abundante en copas profundas

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y, reflejadas por la extendida luz de las arenas blancas, era un deleite ver a cincuenta Nereidas moviéndose en ronda. Coronados de follaje, con ramas de abeto en los brazos, habían llegado al banquete los Centauros. Cantaban en coro: "Hija de Nereo, darás a luz un hijo que será la gloria de Tesalia. Así lo anunció Quirón, el profeta. Junto a los Mirmidones, guerreros hábiles en lanzas, ese hijo partirá hacia el ínclito país de Príamo y lo aniquilará. Será protegido por tu dote, Tetis, el escudo de oro tallado por Hefaísto." Así fue, bienaventurada la boda de Peleo y Tetis. Bien distinta es tu suerte, Ifigenia. El ejército de Argos coronará tu espléndida cabeza como si fueras un ternero que vino de los montes, como a bestia sin defensa hundirán la cuchilla en tu cuello virgen que no creció al son de la flauta del pastor, sino junto a su madre, para ser novia de héroes. ¿Dónde, en qué lugar de esta tierra, se esconde esa noción de pudor capaz de hacerle frente a la desvergüenza del poder? ¿Qué será de nosotras ahora si el poder arbitrario nos avasalla si los hombres desconocen la virtud de la ley, si triunfa el caos sobre el orden y a ningún mortal le importa la justicia?

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Clitemnestra Dónde estará Agamenón. Hace mucho que se fue. Desde que supo de la muerte que le preparaba el padre, mi hija no para de llorar. Aquí llega Agamenón, a quien pienso acusar de haber urdido el más espantoso crimen que se pueda cometer. Agamenón Me alegro de encontrarte fuera de la casa. Quería hablarte de un asunto que los oídos de una novia no deberían escuchar. Clitemnestra ¿Cuál es ese asunto tan secreto? Agamenón Vengo a llevarme a mi hija. Todo está preparado: listo el banquete, el agua consagrada, la llama encendida, los terneros y la negra sangre que la diosa exige como sacrificio nupcial. Clitemnestra Qué buen discurso, aunque tus palabras no coinciden con tus intenciones. Ifigenia, criatura mía, ya puedes salir. (ENTRA IFIGENIA) Aquí, delante de mi hija, voy a hablar por ella y por mí. Agamenón Querida mía, estás llorando. ¿Por qué? ¿Por qué es tan triste tu mirada? Clitemnestra No sé cómo empezar… qué palabras elegir. Mil frases quieren salir al mismo tiempo. Agamenón ¿Qué pasa? ¿Por qué tienen las dos esa cara sombría? Clitemnestra Te pido que respondas a mis preguntas sin mentirme. Como un verdadero hombre. Agamenón No entiendo,

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¿por qué habría de mentirte? Clitemnestra Vas a matar a nuestra hija. Agamenón Lo que estás diciendo es atroz. Nada te autoriza a pensar tal cosa. Clitemnestra Calma. Quiero que me digas la verdad. Agamenón Te voy a decir la verdad si me haces preguntas serias. Clitemnestra Mi pregunta es clara. Quiero que me respondas de la misma manera. Agamenón ¡Soy víctima de las oscuras fuerzas del destino… Clitemnestra Yo también, Ifigenia también. Un destino, tres víctimas. Agamenón ¿Yo qué hice, a quién le hice daño? Clitemnestra ¿Me lo estás preguntando a mí? ¿Perdiste el último resquicio de cordura que te quedaba? Agamenón Estoy perdido. Alguien reveló mi secreto. Clitemnestra Así es, estoy al tanto de todo. Sé cuáles son tus planes, Ahora entiendo tus silencios, gemidos y vacilaciones. No es necesario que hables. Agamenón Soy un idiota. Prefiero el silencio a la vergüenza de causarte más dolor con mentiras inútiles. Clitemnestra Entonces voy a hablar yo.

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Directamente al grano, sin subterfugios, enigmas o acertijos. Aquí mi primer reproche: te casaste conmigo en contra de mi voluntad, me tomaste por la fuerza, asesinaste a Tántalo, mi primer marido, me arrancaste a nuestra criatura que yo apretaba contra mi pecho y le aplastaste la cabeza contra el suelo. Mis dos hermanos, hijos de Zeus, te hicieron la guerra. Pero mi padre Tíndaro se dejó conmover por tus súplicas, te salvó la vida y te convertiste en mi segundo marido. Me reconcilié con mi suerte y nadie podrá decir que no cumplí con mi deber: fui una esposa perfecta. El mundo es testigo de que goberné tu casa con fidelidad, economía y castidad. Eras feliz de volver a un palacio colmado de bienes y riquezas. Una mujer de semejantes dones no es algo común. Te di tres hijas mujeres y luego un hijo varón. Y ahora, sin detenerte ante nada, estás dispuesto a arrancarme a la primera. Ahora bien, cuando te pregunten por el motivo de un propósito tan cruel, ¿qué vas a contestar? ¿O es necesario que yo lo haga en tu lugar? ¡Menelao quiere recuperar a Helena! ¡Qué bien! Qué buen negocio: ¡Comprar a la culpable sacrificando a la inocente! Pagar el precio con lo que más queremos. Supongamos que te vas a la guerra y yo me quedo en casa. ¿En qué condiciones crees que puedo esperarte si a cada instante, detrás de cada rincón, me asaltan las señales de la ausencia de nuestra criatura? Su silla vacía, vacío el dormitorio y yo, sola con mis lágrimas, sola con el único lamento: "hija, te mató quien te dio vida, no fue una mano ajena, sino la de tu padre". No será fácil, no, te lo prevengo, difícil que los hijos que te quedan celebren tu retorno. En nombre de los dioses te suplico Agamenón: no me obligues a serte desleal, cuidado, no te conviertas en tu propio enemigo. Y si a pesar de todo la sacrificas, ¿cuáles serán tus oraciones?

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¿Qué pedirás para que te perdonen el filo del cuchillo? ¿Vas a soportar que el regreso sea igual de vergonzoso que la partida? ¿Te consolarás pensando que el acto criminal fue voluntad de dioses ciegos e insensibles? ¿Qué va a pasar cuando vuelvas a Argos? ¿Cómo pretendes que te abracen tus hijos si saben que están abrazando al asesino de su hermana? ¿No pensaste nunca en las consecuencias? No, porque a Agamenón sólo te importa el mando, el poder y la justicia militar. Yo te digo ahora lo que deberías haberle contestado a los griegos: "¿Ustedes quieren vientos favorable para navegar hacia Troya? Qué la justicia lo decida. Si Menelao fue quien puso en marcha esta guerra, que sea Hermíone, su hija la que se sacrifique por su madre. ¿Yo, que siempre te fui fiel, tengo que perder a mi hija mientras que esa puta de Helena la retiene sana y salva en su casa en Esparta? Te hablé desde el corazón, te ruego que entres en razones y salves a Ifigenia. CORO Agamenón va a recapacitar. Ifigenia Si yo tuviera la capacidad de persuasión de Orfeo Y pudiera conmover a las piedras intentaría convencerte a través de la palabra. Pero sólo tengo fuerzas para llorar Como la rama del olivo al árbol así mi cuerpo se abraza a tus rodillas, yo, tu hija, la que ahora te suplica: no me mates antes de tiempo. Es tanta y tan dulce la luz que todavía me queda por gozar. No me mandes prematuramente a las tinieblas. Yo fui la primera que te llamó padre, la primera en sentir el amparo de tu falda y recibir el calor de tus caricias. Me decías: "Llegará el día, querida mía, en que te vea orgullosa entrar a la casa de un hombre que te haga florecer para colmarme de honor." Y yo, apoyada mi cabeza en la mejilla que ahora me animo a acariciar,

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te contestaba: "¿Cómo será recibirte en mi casa cuando seas viejo? ¿Cómo será colmarte de placeres, agasajarte en señal de gratitud por el cuidado y el amparo que me diste?" Nunca me olvido de estos juegos. Te olvidaste de todo, padre, ahora decidiste matarme. En nombre de tu abuelo Pelops y de tu padre Atreo, en nombre de mi madre que me parió con dolor que vive ahora esta agonía como si me fuera a parir de nuevo, te suplico, no me mates. ¿Qué tengo que ver yo con los amores de Helena y Paris? ¿Por qué motivo esa unión tiene que significar mi muerte? Quiero que me mires de frente, que me des un beso. Si mis palabras no te conmueven, me llevo a la tumba por lo menos este recuerdo de tu amor. Por Orestes, mi hermano, no me mates, no me desprecies padre, ¿dónde quedó tu piedad? ¡No te conmueven las súplicas de tus hijos! No puedo rogarte más, ya no me quedan lágrimas, sólo esta frase que concentra todo mi dolor: Esta luz, la luz del sol es lo más dulce que tenemos. Las tinieblas de allá abajo no significan nada. El que prefiere la muerte está loco. Porque una vida penosa es mucho mejor que una muerte con gloria. CORO Por culpa de Helena por su miserable seducción se instaló la discordia en la casa de los Atridas. Agamenón Yo sé muy bien cuándo sentir piedad y cuándo no.

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No estoy loco: adoro a mis hijos. Me da terror cumplir con mi deber, pero si me echo atrás el terror se va a instalar por todas partes. No tengo otro remedio: Ustedes ven el poder que concentra esta flota guerrera. Aquí están reunidos todos los bronces de todas las provincias de la Hélade que no podrán navegar hacia Troya ni arrasar con sus cimientos si no le hago caso a Calcas Un extraño poder demoníaco de ansias destructoras agita a la armada. Lo único que quieren es zarpar de inmediato para evitar que los bárbaros sigan raptando a nuestras mujeres. Si me niego a obedecer al oráculo si me opongo a esa voluntad de destrucción irán hasta Argos a aniquilarme a mí, a mi familia entera. Hija querida, no es Menelao quien me somete no llegué hasta aquí por capricho suyo. Se trata de Grecia; es Grecia la que me somete. Y, para servirla, me guste o no, estoy obligado a matarte. Tu muerte, querida niña, es una razón de estado. En tus manos y en las mías está ahora la suerte de la Hélade. (SALE AGAMENÓN) Clitemnestra Qué voy a hacer, extranjeras, Ifigenia, tu padre te ha abandonado, huye y te deja en manos de la muerte. Ifigenia Ay de mí, madre. Ya no hay lugar para mí bajo de la luz del sol. Qué voy a hacer, madre Mi padre me abandona. (…) Maldición, maldigo a Helena Y maldigo el destino que nos trajo hasta aquí. Estoy condenada a muerte por un ritual asesino. Y por un padre asesino. Maldita la hora en que la Bahía de Áulide le dio resguardo a los remeros de pino y a los arqueros de bronce; Maldita la hora en que Zeus sopló sobre el Euripo un viento adverso. Porque es Zeus quien determina el curso de la navegación,

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causa zozobras o desastres hiza las velas, o las guarda, o determina la espera. Inescrutable, oscuro es el destino de los hombres cuando están librados a sí mismos. Dicen que el destino es inevitable; Y cuando por fin llega, es peor, es monstruoso. Inexorable es el horror que la hija de Tíndaro derramó sobre la Hélade. CORO Ifigenia paga por la traición de Helena, por la humillación de los Aqueos, por la indecisión de Zeus. En su persona confluyen el destino y la desdicha. Ifigenia Madre, uno hombre se acerca. Clitemnestra Tranquila, es el hijo de la diosa, por él te hicieron venir hasta aquí. Ifigenia Me quiero ir, que abran las puertas, Tengo que esconderme. Clitemnestra No es necesario que te escondas. Ifigenia No puedo mirar a Aquiles, Me daría vergüenza. Clitemnestra ¿Por qué? Ifigenia Me da vergüenza que pretenda casarse conmigo. Clitemnestra Ya no hay tiempo de guardar las formas. Ahora, la situación es de vida o muerte. No te muevas de aquí. Aquiles Hija de Leda... desdichada…

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Clitemnestra Así es Aquiles La tropa se está sublevando, gritan… Clitemnestra ¿gritan, por qué? Aquiles por tu hija. Clitemnestra ¿qué pasa con mi hija? Aquiles Exigen una víctima. Clitemnestra ¿Nadie se opone a semejante exigencia? Aquiles Yo me opuse y casi me matan. Clitemnestra ¿Cómo es eso? Aquiles Me apedrearon... Clitemnestra ¿Por querer salvar a una criatura? Aquiles Sí. Clitemnestra ¿Y quién fue el que se atrevió a atentar contra tu vida? Aquiles Los griegos, todos. Clitemnestra Tus Mirmidones ¿no te ayudaron? Aquiles No. Ellos arrojaron la primera piedra.

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Clitemnestra Ifigenia, estamos perdidas. Aquiles Se burlaban, me decían que obraba por amor. Clitemnestra ¿Qué les contestaste? Aquiles Que no iba a permitir que mataran a mi prometida. Clitemnestra Bien dicho. Aquiles A una mujer cuya mano me había concedido su padre. Clitemnestra Haciéndola venir desde Argos. Aquiles Pero la furia no los dejaba oírme. Clitemnestra Una masa encolerizada. Eso es terrible. Aquiles No importa, yo te voy a ayudar. Clitemnestra ¿Solo, contra miles? Aquiles Si Clitemnestra Bendigo tu generosidad. Aquiles Gracias. Clitemnestra ¿Significa que no van a degollar a mi hija? Aquiles No si yo no lo permito.

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Clitemnestra Entonces... No vendrán a buscarla. Aquiles Sí que vienen. Odiseo al frente, detrás de él, miles. Clitemnestra ¿El hijo de Sísifo? Aquiles Sí. Clitemnestra ¿Viene por voluntad propia o cumpliendo órdenes? Aquiles Lo eligieron. Clitemnestra Comicios libres para elegir al asesino. Aquiles Yo voy a detenerlo. Clitemnestra ¿Quiere llevarla por la fuerza? Aquiles Tiene las peores intenciones; si se niega, se la lleva de los pelos. Clitemnestra Pero entonces… ¿qué voy a hacer? Aquiles Abrazar fuertemente a tu hija. Clitemnestra ¿Y eso va a impedir que me la quiten? Aquiles No se atreverán contra una madre. Ifigenia Basta madre, basta. Ahora escúchenme. Tu pelea con mi padre no tiene nada que ver con todo esto. Nadie se puede resistir a lo que es irresistible.

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La buena voluntad de este hombre merece nuestra absoluta gratitud pero no es posible someterlo al escarnio de todo el ejército. Que él se sacrifique no me va a salvar a mí. Madre, he reflexionado. Voy a morir. Ya tomé la decisión. Pero quiero morirme con dignidad, sin desasosiego, en paz. Madre, no te opongas, escucha mis razones. En este momento todo el poderío de Grecia depende de mí: la travesía de las naves y el hundimiento de Troya. De mí depende hoy que el día de mañana cualquier bárbaro no se lleve impunemente a una mujer griega. Es necesario castigar a Troya por el rapto de Helena. Si yo muero, el castigo tendrá lugar y se hará justicia. Yo voy a seguir viva, glorificada por la memoria de los griegos. ¿Quién me da el derecho de aferrarme a la vida? Al fin y al cabo también soy propiedad de Grecia, no sólo tuya. Miles y miles de hombres armados dicen no temerle a la muerte y están dispuestos a batirse con el enemigo por la patria herida. ¿Mi vida va a ser un obstáculo para semejante voluntad? ¿Es justo que yo me oponga? Déjenme decirles lo siguiente: ¿Es justo que este hombre se alce contra su pueblo y sucumba en el intento sólo por defender a una mujer? Porque la vida de este hombre vale tanto como la de mil mujeres. Si Artemisa me ha elegido como víctima, ¿Puedo yo, simple mortal, oponerme a una diosa? De ninguna manera. Que la Hélade disponga de mi cuerpo. Sacrifíquenme, que en mi sacrificio se hunde Troya. Cedo el tálamo nupcial y los hijos que podría tener a cambio de la memoria. La memoria será mi eternidad. Los griegos nacieron para educar a los bárbaros, madre, no a la inversa. Si los bárbaros por naturaleza son esclavos, nosotros griegos hemos nacido para la libertad. Coro Ay criatura, tu decisión es prueba de nobleza y virtud.

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aberrante es tu destino; y dementes los dioses que te condenan. Aquiles Hija de Agamenón, extraño privilegio de algún dios habría sido tenerte como esposa. Afortunada Grecia, que te tiene. Admiro tu coraje, tus palabras revelan la dignidad de tu patria. La decisión de no enfrentarte a los dioses es muy sabia, de la necesidad hiciste una virtud. Ahora que te conozco, el deseo de tenerte como mujer es mucho más intenso. Quiero que escuches muy bien lo que voy a decirte: Yo no deseo nada más que tu felicidad, llevarte a mi casa. Lo juro por mi madre: es más doloroso desistir de tu defensa que enquistarme con los griegos. No te dejes influenciar que no hay peor desgracia que la muerte. Ifigenia Mi decisión es irrevocable. Saqué mis conclusiones La belleza de Helena ya causó suficiente muerte como para seguir sembrando discordia. Basta, ni una palabra más. no quiero que mueras ni mates a nadie por culpa mía. Déjenme sola, que sola voy a salvar a Grecia. Aquiles Increíble presencia de ánimo. Tu decisión me deja sin palabras. Pero si me permites, Si por acaso cambiaras de opinión… Yo voy a estar allí de todas maneras, junto a piedra del sacrificio. Si en el instante en que el frío de la cuchilla comience a rozar tu cuello te arrepientes, ante la menor señal que hagas yo voy a estar allí para impedir tu muerte. Me voy a apostar junto al templo de Artemisa. Allí te espero. (SALE AQUILES) Ifigenia Madre, ¿estás llorando? Clitemnestra Se me parte el corazón...

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Ifigenia No me hagas perder el coraje, te suplico que... Clitemnestra Qué... Ifigenia … hagas lo que te pido. No te cortes el cabello en señal de luto. Clitemnestra ¿Y cómo voy a expresar el dolor de tu pérdida? Ifigenia ¿Dolor? No hay dolor. Ni sepulcro. Clitemnestra ¿Ni sepulcro? Vas a morir. Ifigenia El altar de Artemisa, hija de Zeus, será mi tumba. Clitemnestra Que así sea. Ifigenia Tengo un raro privilegio, el de haber salvado a mi patria. Clitemnestra ¿Qué le digo a tus hermanas? Ifigenia Que nunca lleven luto por mi muerte. Clitemnestra ¿Algún mensaje en especial? Ifigenia No sé, que les deseo lo mejor, que cuiden de Orestes. Clitemnestra ¿Queda algún asunto pendiente en Argos? Ifigenia Sí. No le guardes rencor a Agamenón.

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Clitemnestra Tu muerte no le va a resultar fácil. Ifigenia No me mata él, me hace morir por Grecia. Clitemnestra Sí, pero a través del engaño; indigno de su linaje. Ifigenia No quiero que me lleven por la fuerza … ¿no viene nadie a escoltarme? Clitemnestra Yo te acompaño... Ifigenia No, madre. De ninguna manera... Clitemnestra No, no voy a dejar que te lleven. (LA ABRAZA, LA RETIENE) Ifigenia No madre, no. Lo mejor para las dos es que te quedes aquí. Clitemnestra Entonces ¿ya te vas? Ifigenia Así es. Para no volver. Clitemnestra ¿Y tu madre? Ifigenia Sabrá consolarse con la gloria de su hija. Clitemnestra ¡No me dejes! Ifigenia Madre, por favor, no quiero que llores.

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Ustedes, mujeres de Cálcide, dedíquenle a Artemisa un canto por mi muerte que por fin el silencio sagrado se derrame entre las naves. Preparen los cestos para el sacrificio, prendan el fuego del altar para que mi padre circule a su alrededor siguiendo la ruta del sol. Que yo les daré a los griegos la bendición de la victoria. Ahora voy. Yo triunfo sobre Troya. Yo doblego a Ilión. Vamos, coronen mi cabeza de flores. Tráiganme agua bendita para que me lave las manos y bailen alrededor del altar y del templo en honor de Artemisa, la bienaventurada. Que yo, mi sangre, mi vida, he de purgar las palabras que pronunció el cielo. Madre, no voy a llorar que el altar no es lugar de lágrimas vengan, mujeres, alaben conmigo a Artemisa cuyo templo se erige frente a la bahía de Cálcide precisamente allí, donde impacientes lanceros son retenidos por las estrechas aguas de Áulide y se encienden en furia bélica cada vez que escuchan mi nombre. Adiós tierra que me viste nacer Adiós, hogar en Argos. Adiós, tierra de Micenas Que la luz del día y el rayo de Zeus me habrán de iluminar en la otra vida, esa que hoy comienza. Coro Así sea. En gloria eterna. La espera el altar victimario, la sangre, su cuello, cuchillo. Sangre y agua a raudales, obra del padre, líquido sagrado sendero marino del ejército de Argos en su viaje a Troya. Oremos:

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Artemisa hija de Zeus, tu misericordia sea con nosotros. Sangre y agua bendita a cambio de vientos. Movimiento. Artemisa, diosa del dolor, y del sacrificio: te llevas la vida de Ifigenia a cambio del camino a Troya. Artemisa, te damos, diosa, a la doncella inocente para que por fin sea infinita la gloria del padre y la gloria del ejército griego por los siglos de los siglos. FIN

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EPÍLOGO Con la partida de Ifigenia concluye el texto de Eurípides, no la obra. Ifigenia en Áulide es su última tragedia y quedó inconclusa. Sin embargo, al parecer se representó (un año) poco tiempo después de su muerte en 406 antes de nuestra era. Aquella obra que vieron los griegos en su primerísima versión había sido concluida por otra persona, al parecer el hijo de Eurípides, que le agregó un final que no tenía. Con el paso del tiempo el final de la obra fue modificado varias veces y en todos aquellos que podemos leer hoy, la tragedia tiene un final feliz. Después de la escena que ustedes acaban de ver, es decir después de la triste partida de Ifigenia para ser sacrificada, aparece un mensajero, personaje típico de la tragedia griega. El mensajero le cuenta a Clitemnestra y a la audiencia lo siguiente: Cuando Ifigenia coloca su cuello sobra la piedra del altar para ser sacrificada, de pronto se opera un milagro. Al parecer, la diosa Artemisa, diosa sabia y recatada, la más enigmática de las diosas griegas, en realidad no quería que la niña muriera. En el momento de la ejecución sustituye a Ifigenia por un ciervo joven que es sacrificado en su lugar. Cumplido el sacrificio, la flota podrá entonces partir para Troya. ¿Qué pasa con Ifigenia? Como premio a su valor, Artemisa la se lleva a Táuride donde habrá de integrar el séquito de sus sacerdotisas. Este sería entonces el final que nos lega la tradición, final en el que coinciden las versiones ulteriores y que terminó por acuñarse como el final de Eurípides. Pero esto es nada más que una convención, ante la cual cabría la pregunta: De no morirse antes ¿cuál sería el final que Eurípides realmente hubiera escrito o hubiera querido escribir? Si nos situamos en el contexto preciso del momento en que Eurípides escribía, nos encontramos con una situación que podría dar respuesta a esta pregunta. A fines del siglo quinto, Grecia vivía su período más esplendoroso: una suerte de Renacimiento cultural y filosófico pretendía desterrar viejas supersticiones. Anaxágoras acababa de demostrar que el aire era un elemento natural y que el sol no era una divinidad, sino una materia física. Los sofistas cuestionaban las tradiciones y Eurípides, que adhería a este clima esclarecedor, pretendía no sólo demostrar la estupidez de los sacrificios humanos, sino hacer un alegato en contra de la guerra, no la de Troya, sino la guerra del Peloponeso, aquella que en vida de Eurípides, Atenas estaba llevando contra Esparta. Quiere decir que Eurípides estaba usando la mitología popular de la Ilíada y la Odisea para enviarle a los atenienses de su tiempo, mensajes muy concretos. Los estaba previniendo contra el exceso de poder, les decía que precisamente ese exceso de poder podía convertirse en una superstición donde por ejemplo el sacrificio de una generación, la de los jóvenes, podía transformarse en una lógica con consenso.

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Sin embargo Eurípides no podía explicitar su amargura con un final trágico. ¿Por qué? Como las actuales películas de Hollywood, la tragedia exigía un final conciliador, había que tranquilizar a la audiencia, la ficción no podía exhibir un mundo donde los héroes aparecían como villanos. ¿Qué habría escrito entonces Eurípides, que quería decir la verdad y a la sazón sabía muy bien que los gobernantes no son héroes de bronce sino seres de carne y hueso que no sólo suelen recurrir a artilugios, mentiras de pacotilla, astrología, encuestas y supersticiones para justificar el lugar en el que están, sino que también son capaces de sacrificar a sus propios hijos? A la luz de toda su obra trágica, es factible suponer entonces que Eurípides habría recurrido a un final convencional, un final irónico, uno de esos finales que satisfacen las convenciones, que por un lado se adaptan a lo que el consenso quiere oír y por el otro dejan flotando el verdadero significado para que se lo lleve el viento o lo interprete el público alerta. Tal vez habría hecho aparecer a Artemisa como diosa ex macchina salvando a Ifigenia. Es lo más probable, porque los dioses eran parte constitutiva de la escena de la tragedia. Sin embargo, Eurípides ya no cree en los dioses. ¿Cómo creer en ellos cuando se desconfía de la racionalidad de los hombres, sobre todo en la de los hombres de estado? De manera que aun así, aún si realmente hubiera aparecido Artemisa, el final verdadero es el que Vds. acaban de ver: en la antigua Grecia hubo un general de carne y hueso que prefirió sacrificar a su hija para no perder su poder. Esto que dijo Eurípides se puede traspolar a cualquier época y a cualquier lugar. Ningún país de la tierra está excento de esta calamidad. Y nosotros, argentinos, sabemos muy bien cuánto de verdad hay en esta tragedia.