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JESÚS DE NAZARETH By Prudencio García Pérez

JESÚS DE NAZARET: LA BUENA NOTICIA DEL REINO DE DIOS

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JESÚS DE NAZARETHBy

Prudencio García PérezJESÚS DE NAZARET

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“LA BUENA NOTICIA DEL REINO DE DIOS”

- INTRODUCCIÓN: ¿Quién dice la gente que soy yo?

Nos cuenta Marcos, en su evangelio, que un día Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? (Mc 8,27). Ellos le fueron diciendo las opiniones del pueblo: “unos dicen que eres Juan Bautista, otros que eres Elías o uno de los profetas”. Más tarde, preguntó a sus discípulos: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Pedro respondió sin dudar: “Tú eres el Cristo”. Jesús aceptó su respuesta, pero le recordó que tenía que ir a Jerusalén donde le iban a matar (Mc 8,31), y ante esta respuesta de Jesús se asustó y dijo: ¡Eso nunca! (Mt 16,22). Y Jesús le respondió: ¡Apártate de mí, Satanás! (Mt 16,23).

Pedro, al igual que la gente de su tiempo, se había formado una imagen propia de Jesús y le costaba aceptar que la misión de Jesús fuera muy distinta de la que tenía en su mente. ¿No seremos nosotros como Pedro que queremos seguir a un Jesús modelado a nuestro gusto?

¿Cómo saber quién es Jesús en realidad? Por desgracia ha pasado mucho tiempo desde su muerte y no quedan testigos que puedan aportar más datos sobre su vida y misión en Palestina. El único modo posible de conocer a Jesús es a través de los evangelios, pero no todos dicen lo mismo o de la misma manera sobre él. De hecho, si efectuamos una comparación entre los cuatro evangelios percibimos notables diferencias, por ejemplo: ¿Cuál es el Padrenuestro que enseñó Jesús, el de Mateo 6,9-13 o el de Lucas 11,2-4?

Los primeros cristianos conservaban las palabras de Jesús para poder conocerlo mejor, pero no como quien escucha una historia o conserva una reliquia del pasado, sino como alguien que sigue vivo en medio de ellos. Escuchaban sus palabras como un mensaje que les dirigía en ese preciso momento de sus vidas, como si les estuviera hablando directamente, eran palabras vivas y edificantes. Su gran preocupación no era saber con exactitud lo que había dicho y hecho en el pasado, sino ser fieles a lo que les estaba sugiriendo aquí y ahora, por medio de las palabras de los evangelios.

Por tanto, los evangelios podrían ser comparados con el retrato pictórico de un padre pintado por cuatro hijos. Los cuatro retratos reflejan la idea del padre que cada uno de ellos ha percibido. Se

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pueden encontrar grandes diferencias, pero todos son el verdadero retrato del padre. Lo mismo sucede con los Evangelios. Éstos nos presentan la verdadera persona y misión de Jesús, y las diferencias indican como los evangelistas han adaptado el mensaje de Jesús a las necesidades y costumbres de las comunidades cristianas a las que se dirigían.

Un ejemplo clarificador: El evangelio de Mateo dice que quien escucha y pone en práctica las palabras de Jesús, “será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca” (Mt 7,24). Lucas dice sin embargo que “será semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca” (Lc 6,47). ¿Por qué introdujo Lucas estos cambios? Muy sencillo, porque el pueblo al que estaba escribiendo no acostumbraba a construir sus casas sobre la roca, sino que cavaban la tierra y hacían unos cimientos profundos para que fuera firme, estable y segura. Lucas, por tanto, adaptó las palabras de Jesús a la cultura de su pueblo.

¿Qué nos revelan las diferencias existentes entre los evangelios?

1. Familiaridad. Las palabras y hechos de Jesús eran el patrimonio de la familia de Dios. Eran palabras vivas para animar la fe y ayudar a solucionar los problemas cotidianos. Eran un trabajo comunitario, pues los cuatro evangelistas narran aquello que sobre Jesús se transmitía en las comunidades cristianas.

2. Libertad. Los primeros cristianos tenían el espíritu de Jesús, por eso se tomaban la libertad de adaptar las palabras de Jesús a la cultura del pueblo y a las situaciones concretas del momento, y así descubrían su significado para ellos. De consecuencia, la letra de la Biblia sin el Espíritu de la familia de Dios puede causar la muerte de la fe (cf. 2 Cor 3,6).

3. Fidelidad. Las diferencias entre los evangelios revelan además que los primeros cristianos querían ser fieles a las palabras de Jesús y también al pueblo que las escuchaba. Por eso, repiten las mismas cosas de manera diferente, para comprender mejor el mensaje. La diferencia no falsifica, sino que ayuda a entender mejor la verdad. Es una fidelidad creativa.

Después de esta breve introducción sobre los evangelios estamos en condiciones de iniciar el camino que nos lleve a conocer un poco mejor a Jesús de Nazaret, la razón que da sentido a nuestra vida. Pero antes de comenzar conviene que nos fijemos un poco en su pueblo y en su región, Nazaret de Galilea, para tener una idea más precisa de su manera de vivir y, por consiguiente, saber cómo era la

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vida de Jesús desde su infancia hasta el momento crucial de su vida pública.

8.1. LA ESCUELA DE JESÚS1

1. La vida de Jesús en Nazaret

Jesús nació en Belén de Judea, al sur del país (Mt 2,1), y se crió en Nazaret de Galilea, pequeña aldea del norte (Lc 4,16). Hablaba arameo con el acento típico de los judíos de Galilea.

La familia de Jesús no era de origen sacerdotal, como la de Juan Bautista. Él nació en el seno de una familia sencilla, sin la protección de una clase social o de una familia poderosa. Es posible que la familia de José fuera inmigrante, venida desde Belén de Judea a Nazaret, en busca de mejores condiciones de vida. Jesús tampoco tuvo la oportunidad de estudiar como el apóstol Pablo (Hch 22,3). Desde muy joven tuvo que trabajar con sus propias manos, como todos los judíos del interior del país. Teniendo en cuenta que la región de Nazaret es fundamentalmente agrícola, probablemente Jesús se dedicó a la agricultura, pero también aprendió el oficio de su padre (Mt 13,55) y servía al pueblo como carpintero (Mc 6,3).

Antes de nacer, Jesús ya fue víctima de la situación política y económica de su país. Augusto, emperador de Roma, mandó hacer un censo en todo el territorio para reorganizar la administración y el cobro de los impuestos (Lc 2,1-3). Por esta razón Jesús nació fuera de casa (Lc 2,4-7). Nada más nacer fue perseguido por Herodes y su familia tuvo que huir a Egipto hasta la muerte del rey (Mt 2,13ss).

Esto es prácticamente todo lo que sabemos sobre la infancia y juventud de Jesús. De esto deducimos que pasó los primeros 30 años de su vida sumido en el anonimato en Nazaret, una aldea sin importancia y con mala reputación: “Le respondió Natanael a Felipe: ¿De Nazaret puede salir cosa buena?” (Jn 1,46). Allí vivió en casa con su familia, aprendiendo de sus padres, de sus paisanos y en la sinagoga. Esta fue la ESCUELA DE JESÚS.

Años más tarde, Jesús tendrá problemas con su familia y con los habitantes del pueblo. Sus parientes llegarán a pensar que está loco,

1 Este primer capítulo sobre la vida de Jesús en Nazaret contiene, a grandes rasgos, las ideas expresadas por Carlos Mesters en su libro “Con Jesús a contramano en defensa de la vida”.

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ha perdido la cabeza, y querrán llevárselo a casa para que no sea motivo de escándalo y vergüenza para la familia (Mc 3,21). A los miembros de la comunidad de Nazaret tampoco les hará mucha gracia su enseñanza y, por eso, intentarán acabar con su vida (Lc 4,23-30).

Cabe preguntarse: ¿Cómo fue la vida de Jesús en Nazaret de Galilea? Los Evangelios no nos dan muchas pistas: Marcos y Juan no dicen nada; Mateo y Lucas relatan algo sobre el nacimiento y la infancia (Mt 1-2; Lc 1-2). Sin embargo, si leemos con atención los evangelios, sacamos mucha información sobre la vida del pueblo galileo del tiempo de Jesús. Además, algunos escritores de la época, sobre todo Flavio Josefo, varios escritos de los rabinos del siglo primero, la geografía misma de la región (montañas, lago, etc.) y los estudios de los expertos aportan datos importantes sobre la forma de vida del pueblo en aquella época. Todos estos datos manifiestan cómo fue la vida de Jesús durantes sus primeros 30 años.

2. El pueblo de Galilea

a. Un pueblo religioso y practicante

El pueblo galileo, el de Jesús, era muy religioso. Toda aldea tenía su sinagoga (Mc 1,39) donde se reunían todos los sábados para las celebraciones. Los rabinos solían repetir con frecuencia: “El mundo se apoya en tres columnas: la Ley de Dios (Torá), la celebración y la caridad”. Esto es lo que hacían en las sinagogas: meditaban la palabra de Dios (la Ley y los profetas), pronunciaban oraciones de alabanza y acción de gracias a Dios y discutían abiertamente sobre los problemas de la vida de la comunidad, buscando la manera adecuada de ayudar a los más necesitados. Jesús tenía por costumbre asistir y participar en las celebraciones sabáticas (Lc 4,16).

El pueblo galileo también era muy practicante, observaba con celo la Ley de Dios. Desde pequeños se acostumbraban a ello (Mc 10,19-20). Unos ejemplos clarificadores: en sábado estaba prohibido llevar cargas o bultos, por tanto esperaban a que finalizara el sábado, a la caída del sol, para poder transportar a los enfermos (Mc 1,32). Cada año hacían sus peregrinaciones a Jerusalén (Lc 2,41) y cumplían con sus promesas en el Templo (Lc 2,22-24). Organizaban una gran caravana de gente, donde los tres o cuatro días que duraba el viaje eran una fiesta continua (de Nazaret a Jerusalén hay unos 120 Km. de distancia). Jesús participó en estas peregrinaciones desde los 12 años (Lc 2,41-44).

La oración

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La escuela de Jesús era, fundamentalmente, la vida en casa, en familia y en la comunidad del pueblo. Allí aprendió a convivir, a rezar y a trabajar. En aquel tiempo se rezaba mucho, tres veces al día (por la mañana, por la tarde y por la noche). Todavía se conservan las oraciones que los niños aprendían de memoria, siendo la madre o los abuelos los encargados de enseñarlas (2 Tim 1,5; 3,15). Este es el esquema de las oraciones que Jesús rezaba todos los días2:

- Las 18 bendiciones de Dios (mañana, tarde y noche).- El “Shemá” o profesión de fe -Escucha Israel...- compuesto

por tres bendiciones y tres lecturas (mañana y noche).1. Bendición a Dios Creador del pueblo,2. Bendición a Dios Revelador, por elegir al pueblo,3. Tres lecturas:

- Dt 6,4-9: recibir el Reino,- Dt 11,13-21: recibir la Ley de Dios,- Nm 15,37-41: recibir la consagración.

4. Bendición a Dios Salvador, por liberar al pueblo.- Todo ello estaba intercalado o mezclado con diversos Salmos.

Los galileos aprendían de memoria las historias de la Biblia. Si leemos con atención los evangelios percibimos que Jesús conocía perfectamente el Antiguo Testamento, gracias a la enseñanza de su madre y a la sinagoga. La escuela de Jesús era, sobre todo, su vida íntima con Dios. Jesús pasaba noches enteras en oración (Lc 6,12) y le pedía a Dios, su padre, que le revelara su voluntad (Mt 26,39).

Este es el ambiente de oración en el que creció y maduró Jesús:1. El ritmo diario en familia: tres veces al día rezaba el pueblo en

casa, justo en los tres momentos en que se hacía el sacrificio en el Templo de Jerusalén. De este modo, la nación entera se unía en la presencia de Dios.

2. El ritmo semanal en la sinagoga: Los sábados se reunían en la sinagoga para rezar, leer la Ley y discutir sobre la vida de la comunidad. Las lecturas de la ley de Moisés tenían un esquema fijado con anterioridad, mientras que las de los profetas dependían de la elección del momento (Lc 4,17).

3. El ritmo anual en el Templo: está marcado por el calendario de las fiestas. Cada año se hacían tres peregrinaciones a Jerusalén para visitar el Templo (Ex 23,14-17).

2 Una información más extensa sobre la oración del pueblo de Israel en tiempos de Jesús es presentada en el libro de Jesús Peláez del Rosal, “La Sinagoga”, ed. El almendro, Córdoba 1994, pp. 67-90.

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Casa-familia, sinagoga-comunidad, Templo-pueblo. De este modo se creaba un ambiente familiar y comunitario impregnado de oración. Aprendían las oraciones de memoria. Las bendiciones cantaban y recordaban los acontecimientos más importantes de la historia de Israel. Así, mantenían vivo el recuerdo del pasado y la identidad nacional.

La observancia de la pureza

Otro elemento muy importante en la vida de los galileos era la observancia de las leyes de la pureza. La pureza era uno de los requisitos básicos para presentarse ante Dios, sobre todo cuando se asistía al Templo. En ese lugar sagrado no se podía entrar de cualquier manera, porque Dios es Santo y la Ley decía que todos debían ser santos como él (Lv 19,2). Al principio, la observancia de la pureza estaba reservada a los sacerdotes que dirigían el culto, pero después se fue extendiendo al pueblo.

El pueblo estaba muy preocupado por el tema de la pureza, porque el impuro no podía acercarse a Dios. Y quien estaba alejado de Dios no podía recibir las bendiciones prometidas a Abraham: tierra, descendencia y riqueza. Así pues, para lograr la pureza había que practicar los lavatorios y observar centenares de pequeñas normas conocidas como “la Tradición de los antepasados” (Mc 7,3).

Para el pueblo, cumplir con todo el ritual de la pureza era muy difícil y angustioso. Bastaba con tocar a un leproso, comer carne de cerdo u otras cosas más insignificantes para convertirse en impuro (Lv 11,1-30), como por ejemplo: entrar en casa de un pagano, comer con un no judío o samaritano, comer sin lavarse las manos y otras cosas semejantes (Lv 11-27). La pureza, por tanto, era algo muy frágil, estaba siempre amenazada y sin defensa. La impureza siempre era más poderosa y tenía todas las ventajas.

Además, la observancia del ritual de la pureza costaba mucho dinero. Por ejemplo: Si un animal impuro pasaba por un plato, vaso o vasija, sobre un horno, había que destruirlos por impuros. Animales impuros eran las lagartijas, las cucarachas, etc. ¿Cómo se puede evitar que estos animales no correteen entre los utensilios caseros? Si uno tenía algún problema de piel era declarado impuro y para poder ser declarado sano tenía que hacer una ofrenda no menor de un cordero. ¡Ser puro costaba un dineral!

Por esta razón al pueblo le resultaba imposible vivir, trabajar y, al mismo tiempo, respetar las leyes de la pureza. Por ello, muchos ciudadanos eran excluidos y marginados, sin poder participar de la

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vida de la comunidad. El caso más típico es el de las mujeres: con la menstruación o el contacto con la sangre se convertían en impuras. El parto también causaba impureza. Peor todavía era la situación de los leprosos (Lv 13,45-46), que eran obligados a vivir en lugares apartados del pueblo. Cualquier mancha en la piel, en la ropa o en la casa era considerada impura. Los locos, los posesos, los publicanos, los enfermos, los mutilados, los parapléjicos, los samaritanos, los extranjeros, etc., eran considerados impuros. Muchos eran impuros porque no podían permitirse el lujo de seguir las normas, principalmente los pobres. Jesús vivió y experimentó los efectos de estas normas durante su permanencia en Nazaret y debió preguntarse muchas veces: ¿Todas estas leyes y normas son, de verdad, la voluntad de Dios? ¡Esto no puede ser así!

¿Quiénes eran las autoridades religiosas en aquella época?

Las autoridades religiosas estaban constituidas principalmente por los fariseos, los escribas y los sacerdotes.

1. Los fariseos estaban especialmente obsesionados con el tema de la observancia de la pureza (Mc 2,15; 7,3). El término “fariseo” significa “separado”, pues por medio de la observancia de la pureza, todo el pueblo se separaba de las demás naciones impuras, convirtiéndose en pueblo santo y consagrado a Dios. Así interpretaban las palabras del libro del Éxodo 19,5-6: “Si escucháis mis palabras y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. Los fariseos se consideraban los pioneros en el cumplimiento de la promesa divina, pero su ideal era que un día todo el pueblo llegase a ser puro como ellos, para poder presentarse con dignidad y purificados ante la presencia de Dios en el Templo.

2. Los escribas o doctores de la ley eran los responsables de la enseñanza. Dedicaban su vida al estudio de la Ley de Dios (Toráh) y enseñaban al pueblo qué hacer para ponerla en práctica en su totalidad. El pueblo reconocía la autoridad de los escribas (Mt 23,2ss) y sabían casi de memoria lo que éstos enseñaban (Mc 9,11; 12,35). Estaban tan acostumbrados al estilo de enseñar de los escribas que se extrañaban del modo distinto de Jesús (Mc 1,22).

3. Los sacerdotes también tenían gran autoridad entre el pueblo. La mayoría de ellos vivía en Jerusalén, lejos de Galilea. Eran los responsables del culto en el Templo. La gente se acercaba a ellos principalmente durante las peregrinaciones de Pascua, porque eran los encargados de sacrificar en el Templo el cordero pascual que después

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comía cada familia en su casa. A ellos se les entregaba el diezmo y otras ofrendas como signo del cumplimiento de las promesas hechas a Yahvé, y éstos las depositaban en el Templo (Dt 26,1-4). Sólo el sacerdote tenía el poder de certificar la curación de un leproso (Lv 14,1-5).

Otros datos interesantes

Son importantes los nombres que la gente del pueblo da a sus hijos. Casi todas las personas que se relacionan con Jesús tienen nombres del tiempo de los patriarcas y del éxodo. María, el nombre de la hermana de Moisés (Ex 15,20); José, el del hijo de Jacob (Gen 27-49); Jesús, significa lo mismo que Josué, sucesor de Moisés (Jos 1,1); Santiago, es el mismo que el del patriarca Jacob; Simeón, el de uno de los hijos de Jacob (Gen 29,33); etc. Los nombres nos revelan la fuente que alimentaba la esperanza del pueblo y el ideal que los animaba.

El pueblo también tenía una serie de creencias bien arraigadas. Por ejemplo, estaban convencidos de que las enfermedades las provocaban los malos espíritus, por eso había gente especializada en expulsar demonios (Lc 11,19; Mt 12,27; Mc 9,38). Cuando les llegaba el sufrimiento o el dolor pedían ayuda al profeta Elías (Mc 15,35-36). También se creía que el sufrimiento y la enfermedad eran castigos de Dios. En una ocasión, se cayó una torre y mató a 18 personas. El pueblo dijo: “castigo de Dios”. Jesús les ayudó a discernir mejor (Lc 13,2-5; Jn 9,2).

En tiempos de Jesús, todos los israelitas esperaban la llegada del Reino de Dios, del Mesías, pero cada grupo de manera diferente. Unos esperaban un Mesías rey, como David (Mc 12,35); otros, un Mesías sacerdote o “consagrado por Dios” (Mc 1,24); un Mesías doctor de la Ley, que completaría la enseñanza sobre la ley (Jn 4,25); un Mesías guerrero, que expulsaría a los romanos de su territorio (Mt 4,9; Mc 13,22); un Mesías juez, para juzgar al pueblo por sus pecados (Lc 3,7-9); un Mesías profeta, para orientar al pueblo al estilo de Moisés (Jn 6,14). Todos deseaban y buscaban la liberación, pero cada uno a su modo, por lo cual era imposible unir al pueblo en una acción común y solidaria.

Los estudios bíblicos y los evangelios confirman que Jesús vivió en medio de un pueblo profundamente dividido. Así, la clase alta se aliaba con los romanos para la explotación del pueblo (Lc 20,47; Jn 11,47-48); los ricos y poderosos no se preocupaban de sus hermanos más pobres (Lc 15,16; 16,20-21); había grupos de oposición a los romanos que se identificaban con las aspiraciones del pueblo; había muchas tensiones y conflictos sociales, que normalmente concluían

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con un derramamiento de sangre (Lc 13,1). La religión oficial estaba organizada alrededor del Templo y de las sinagogas, mientras que la piedad popular seguía sus devociones, peregrinaciones y otras prácticas supersticiosas. Había muchos grupos sociales, con orientaciones diversas, que se despreciaban unos a otros. En definitiva, existían conflictos y divisiones en todos los aspectos centrales de la nación: económico, social, político, ideológico, religioso, etc.

b. Un pueblo libre y abierto

El pueblo de Galilea era religioso y practicante, como hemos dicho antes, pero no fanático ni fundamentalista. Aunque era fiel a la Ley de Dios y respetaba a las autoridades religiosas, también tenía sentido común, porque no permitía que todas estas normas u observancias perturbaran la paz de sus vidas. Es decir, no tenían miedo a transgredir las leyes enseñadas por los escribas y fariseos. Unos ejemplos de los evangelios: los discípulos de Jesús comían sin lavarse las manos (Mc 7,2); cuando tenían hambre arrancaban espigas, incluso en sábado (Mt 12,1); en sábado, también, la gente buscaba a Jesús para que curase a los enfermos, a pesar de la crítica del jefe de la sinagoga (Lc 13,14); etc.

Hay muchos casos en los evangelios donde se demuestra que el pueblo no pensaba igual que las autoridades religiosas: para los escribas Juan Bautista no era ninguna autoridad, para el pueblo era un profeta (Mc 11,32); los fariseos criticaban a Jesús, pero el pueblo acudía a escucharlo con gusto (Mc 2,2; 3,20); los escribas de Jerusalén consideraban que Jesús estaba endemoniado, pero el pueblo le seguía a todas partes y escuchaba con atención sus enseñanzas (Mc 3,22); la mujer que padecía flujos de sangre tocó a Jesús aún sabiendo que estaba prohibido, y además pensaba que tocándolo quedaría purificada (Mc 5,27-28), en contra de las creencias de la religión oficial.

Esta apertura y libertad del pueblo de Galilea también se manifiesta en otro aspecto: en la convivencia con los paganos. La región de Galilea estaba rodeada de ciudades paganas, centros de gran importancia comercial: Damasco, Tiro, Sidón, Cesarea, Samaría y la Decápolis. Por esta razón, los judíos de Galilea tenían mayor contacto con los paganos que los judíos de Judea. Los habitantes de Judea consideraban que la religión de los galileos era muy relajada, por su convivencia con los paganos, costumbre prohibida en la Ley. Por esto, llegaron a denominar esta región como “Galilea de los gentiles”, un título que tuvo éxito (Is 8,23; Mt 4,15)3.3 La convivencia del pueblo de Galilea con los paganos tenía una larga historia. En el 734 a. C., Galilea fue ocupada por el imperio asirio, sus habitantes deportados y, en su lugar, colocaron en toda la región a otros

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Jesús, al igual que sus paisanos, estaba acostumbrado a mezclarse con gentiles y a recorrer las ciudades mencionadas en el párrafo anterior. Todo esto que parece normal, estaba prohibido terminantemente por la ley. Esta convivencia de los galileos con los pueblos paganos influyó notablemente en la consecución de un talante más abierto y libre. Pero, a pesar de esta mezcla, el pueblo de Galilea siempre conservó su propia identidad, sin corromperse. En este ambiente es donde Jesús aprendió a convivir y a reconocer el valor y la fe de personas que no eran judías (Mt 8,10; 15,28).

La convivencia con los paganos y el sentido de libertad del pueblo de Galilea eran la causa de numerosos conflictos con las autoridades de Jerusalén. Las autoridades religiosas de Jerusalén calificaban al pueblo galileo de ignorante, no conocedor de la Ley de Dios (Jn 7,49). Los identificaban y despreciaban como a los samaritanos (Jn 8,48). Por esto, los escribas de Jerusalén iban a menudo a controlar la situación y a enseñar al pueblo el camino verdadero (Mc 3,22; 7,1). Y, por lo visto, conseguían cambiar la mentalidad de muchos, ya que en una ocasión Jesús se enfureció y les dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis, y a los que están entrando les cerráis el paso” (Mt 23,13-14). Sin embargo, a pesar de las tensiones, el pueblo galileo tenía la misma fe que el de Judea y continuaba peregrinando al Templo de Jerusalén para cumplir con sus promesas y obligaciones.

No todo en el pueblo de Galilea era bueno y santo, también tenían sus notas negativas. Así, cuando Jesús tenía que exponer una crítica lo hacía sin miedo e incluso estuvo a punto de ser linchado por la masa popular, instigada por escribas y fariseos, por intentar liberar a una mujer de una muerte segura (Jn 8,1-11). El mensaje de Jesús se dirigía a todos, jefes y pueblo, pero aunque criticaba al pueblo, no lo despreciaba como hacían los escribas y fariseos (Jn 7,49; 9,34). Su denuncia procedía del amor y buscaba el cambio radical de la situación, la conversión. Las críticas más duras de Jesús se dirigen a los líderes porque en lugar de guiar al pueblo por el camino recto, le están conduciendo a la perdición (Mt 23,1-38). c. El gobierno de Galilea

pueblos paganos. Ese es el punto de partida de una relación abierta, libre y amigable.

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Cuando Jesús tenía unos 4 años, murió el rey Herodes el Grande4

(el autor de la masacre de los niños inocentes según Mt 2,16). Su territorio se dividió entre sus hijos. A su hijo Arquelao, poco inteligente y muy violento, le tocó el gobierno de Judea y el mismo día que asumió el poder hizo masacrar a 3000 personas en la plaza del Templo. Cuando María y José se enteraron de que Arquelao gobernaba Judea, tuvieron miedo y se fueron a vivir a Nazaret, en la región de Galilea. En esta región gobernaba Herodes Antipas y seguirá siendo el gobernador durante toda la vida de Jesús.

Hacia el año 15 a. C., Herodes el Grande construyó la ciudad de Cesarea Marítima, funcionando como puerto regional para dar salida a los productos de la zona. De este modo llegó el desarrollo comercial a las regiones de Samaría y Galilea. Así, la producción agrícola de la zona no sólo hacía frente a las necesidades familiares, sino también a las del mercado nacional.

Aunque el gobernador de Galilea era Herodes Antipas, los que mandaban en realidad eran los romanos (en el 63 a. C. habían conquistado toda la Palestina). El gobernador, por miedo a perder el poder, procuraba agradar en todo a Roma. Para ello, diseñó una organización administrativa eficiente que obtuviera beneficios económicos para el imperio y reprimió por la fuerza cualquier tipo de rebelión. No le preocupaba el bienestar del pueblo, sino su promoción. Y le gustaba que le llamaran benefactor del pueblo, cuando en realidad era su explotador (Lc 22,25).

¿Cuál era la política de gobierno de Herodes Antipas? Según las informaciones de los evangelios, de Flavio Josefo y de la arqueología, tres hechos marcaron la vida del pueblo de Galilea en tiempos de Jesús:

1. La nueva capital de la región, Tiberíades. Fue inaugurada cuando Jesús tenía unos 21años. Herodes Antipas le puso ese nombre para agradar al emperador romano, Tiberio. Tiberíades se convirtió en el nuevo centro económico de Galilea. Herodes invitaba a los no judíos a invertir sus riquezas en Galilea, ofreciéndoles facilidades, privilegios y tierra, en parte sustraída al pueblo por medio de los impuestos. La capital no gozaba de una administración al estilo judío, sino la organización de las ciudades griegas. Allí vivían el rey con sus ministros, los hombres del gobierno, los poderosos, los propietarios de tierras, los jueces y toda la gente importante de Galilea. Hacia allí

4 La fecha de la muerte de Herodes el Grande, según los historiadores, fue el 4 a. C. Aquí se nota una incongruencia histórica, pues ¿cómo podía tener Jesús unos 4 años a la muerte del rey si todavía no había nacido? Esto se debe a que el monje Dionisio el exiguo (s. VI), autor del calendario que utilizamos hoy día, cometió un error de cálculo. Jesús nació unos 5 ó 6 años de la fecha calculada por el monje.

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llegaba el dinero de los impuestos y los productos del pueblo. Allí celebraba Herodes sus fiestas y orgías de muerte (Mc 6,21-29). Nos dicen los evangelios que Jesús recorrió todas las aldeas y ciudades de Galilea, pero es curioso que nunca se menciona que estuviera en Tiberíades, donde vivía la gente de poder y autoridad.

2. La creación de la clase de los funcionarios. Estos personajes eran fieles a los proyectos de Herodes: escribas, comerciantes, cobradores de impuestos, jueces, militares, jefes locales, etc. Gozaban de los privilegios que ofrecía Herodes y éstos le correspondían haciendo funcionar la administración y la política del gobierno.

3. El latifundismo. Durante el gobierno de Herodes aumenta el latifundio (acumulación de grandes propiedades de tierra en manos de unos pocos), en contra de las pequeñas propiedades comunitarias que eran la característica y el ideal del sistema tradicional de los judíos: “se sentará cada uno a la sombra de su viña y de su higuera, sin que nadie le inquiete” (Miq 4,4). Los múltiples impuestos hacían imposible el mantenimiento y rentabilidad de las pequeñas propiedades, lo cual obligaba a venderlas o eran sustraídas por los terratenientes.

¿Cuáles fueron las consecuencias de esta política? En este nuevo sistema, el pueblo sencillo vivía amenazado, sin defensa ni posibilidad de prevención. En caso de enfermedad, mala cosecha, sequía, plagas u otros desastres, no tenía a nadie que le ayudara. En el sistema de propiedades comunitarias, se protegían unas familias a otras, en el nuevo sistema cada uno estaba abandonado a su suerte. De aquí que la primera preocupación del agricultor fuera cosechar todo lo necesario para pagar los impuestos al gobierno y el diezmo al templo, guardar la semilla para la siguiente cosecha y lo que sobraba para mantener a la familia. De consecuencia, los pequeños agricultores se iban empobreciendo progresivamente.

El nuevo sistema estaba desintegrando la vida del pueblo y les hacía añorar los buenos tiempos pasados, cuando todos se preocupaban por el bienestar de todos. Ahora, la comunidad de pequeños propietarios no puede resistir al empuje de los latifundistas y se queda sin fuerzas para reaccionar.

Esta situación se retrata bastante bien en las parábolas de Jesús: el terrateniente que exige más de lo que debe y puede (Mt 25,26); los trabajadores que esperan conseguir un jornal en la plaza (Mt, 20,1-6); el propietario que vive lejos y deja a unos labradores el cuidado de su hacienda (Mt 21,33); el pueblo que se halla endeudado y corre el peligro de caer en la esclavitud (Mt 18,23,-26); la desesperación del

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pobre que le empuja a explotar a su compañero (Mt 18,27-30; 24,48-50); la inseguridad en los caminos debido a los asaltos de los maleantes (Lc 10,3); los funcionarios corruptos que se aprovechan de su posición para obtener beneficios (Lc 16,1-8); la riqueza que ofende a los pobres (Lc 16,19-21).

Estos ejemplos evangélicos nos dicen que Jesús conocía a la perfección lo que sucedía en su patria, es más, seguramente también lo sufrió y experimentó. Estaba acostumbrado a ver a los escribas esforzándose por enseñar al pueblo la Ley, a los fariseos insistiendo en la observancia de la pureza y a los sacerdotes preocupados por el culto en el templo. Y, ¿Quién se preocupaba por la vida del pueblo? Era como un rebaño sin pastor (Mt 9,36-37; Mc 6,34), quería entrar en el Reino y no podía, porque los que tenían la llave no abrían la puerta (Mt 23,13), y sentía lástima de esta pobre gente (Mc 8,2).

d. El pago de los impuestos

En tiempos de Jesús, el pueblo tenía que pagar una serie de impuestos o tributos que les hacían la vida mucho más difícil todavía:

Impuesto sobre las propiedades y las personas:

- “Tributum soli”. Impuesto sobre la propiedad que dependía del tamaño, de la producción y del número de esclavos.

- “Tributum capitis”. Impuesto sobre personas, para los que no tenían tierras, que incluía a hombres y mujeres entre 12 y 65 años. Correspondía al 20% del salario por el trabajo.

Impuesto sobre las transacciones o acuerdos comerciales:

- La corona de oro. En su origen era un regalo al emperador que, más tarde, se convirtió en un impuesto obligatorio. Se cobraba en ocasiones especiales como fiestas y visitas del emperador.

- Impuesto sobre la sal. La sal pertenecía al emperador y el tributo se pagaba por su uso comercial. Por ejemplo, la sal que usaban los pescadores para el comercio del pescado.

- Impuesto a la compraventa. En cualquier contrato comercial se pagaba el 1%. Si se trataba de esclavos era el 4%.

- Impuesto de registro. El registro de un contrato comercial se llevaba el 2%.

- Impuesto al ejercicio profesional. Para desempeñar cualquier oficio se necesitaba una licencia y para obtener había que pagar un impuesto. Hasta las prostitutas tenían que pagar por su trabajo.

- Impuesto por el uso de instalaciones públicas. Se pagaba hasta por usar los baños públicos.

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Otros impuestos y obligaciones:

- Peaje o aduana. Para la circulación de las mercancías se pagaba un impuesto que cobraban los publicanos. En los puestos había soldados para obligar a todos.

- Trabajo forzoso. Se podía obligar al pueblo a hacer un servicio al estado durante 5 días sin paga. A Simón de Cirene le tocó cargar con la cruz de Jesús.

- Impuesto para el ejército. El pueblo estaba obligado a hospedar a los soldados y los campesinos debían pagar con alimentos el sustento de la tropa.

Impuestos para el templo y el culto:

- Shekalim: impuesto para el mantenimiento del templo.- Diezmo: impuesto para la manutención del clero.- Primicias: impuesto para el mantenimiento del culto.

3. Los principales movimientos político-religiosos

Los fariseos

Los fariseos eran los observantes devotos de la Ley de Dios, la cumplían hasta en los más mínimos detalles. Éstos afirmaban que el Reino de Dios llegaría cuando el pueblo observara perfectamente la Ley. Eran unos espiritualistas inactivos. Odiaban a los romanos, pero la única táctica que proponían para librarse de su yugo y opresión era la observancia radical de todos los mandamientos, lo cual no hacía vacilar al imperio romano.

Los fariseos compartían las auténticas inquietudes del pueblo pobre y oprimido, pero no movían ni un dedo para mejorar su trágica situación social. Los terratenientes se habían apoderado de las grandes extensiones de tierra, sobre todo en Galilea -la región más rica-, y la gente sencilla no tenía para comer, lo que dio origen a bandas de salteadores que robaban para saciar el hambre. Ante esta situación, los fariseos decían: “No os preocupéis; nosotros vamos a ser buenos y a cumplir la Ley, y Dios ya arreglará lo demás”.

Esta era la actitud farisaica: grandes espiritualistas, tremendamente religiosos, pero sin ningún compromiso práctico con la realidad social que les rodeaba. ¡Y éstos eran los guías espirituales del pueblo! No eran ricos, muchas veces ejercían un oficio, pero, por su religiosidad extrema, tenían gran influencia sobre la gente sencilla y se proponían a sí mismos como modelo de vida a imitar para llegar a ser

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perfectos. Se consideraban superiores a los demás, de ahí que Jesús les acusara a menudo de ser “sepulcros blanqueados” e “hipócritas”.

Los saduceos

Los saduceos formaban la clase dirigente y controlaban el poder social y económico. Este partido estaba integrado por la aristocracia civil -las grandes familias con extensas propiedades de terreno- y por la aristocracia religiosa o sacerdotal. Éstos no estaban interesados en el Reino de Dios, ni en el Mesías, ni en nada. Su única preocupación era conservar su situación de privilegio, el respeto y la consideración de los romanos. Por eso, todo cambio les parecía peligroso, y no dudaban en emplear la fuerza y la violencia contra sus propios paisanos si se producían disturbios, rebeliones o reuniones masivas en algún lugar concreto.

Obviamente, el pueblo sencillo no conectaba con ellos, pero les respetaba, ya que daban la impresión de ser observantes y amantes de las tradiciones de la ley. Eran mayoría en el Sanedrín, por eso siempre se imponía su ideología, que estaba vendida a los intereses políticos y económicos de los romanos. De esta manera, el pueblo no veía ninguna salida a su situación de opresión, sólo les quedaba la resignación y la amargura, porque si se necesitaba coraje para enfrentarse con los romanos, más se necesitaba para enfrentarse a la autoridad política y religiosa del pueblo. Este grupo se oponía al de los fariseos.

Los zelotas

Los zelotas (= celosos), como su nombre indica, era un partido formado por judíos observantes y fervorosos que, en su deseo por acelerar la llegada del Reino de Dios, comenzaron a luchar contra la tiranía del imperio romano a golpe de espada.

En las montañas de Galilea practicaban el arte de la guerrilla y en Jerusalén, durante las grandes fiestas, se aprovechaban de la multitud para asesinar romanos y judíos sospechosos de colaborar con ellos. Para ello usaban una daga curva romana, llamada “sica”, que escondían fácilmente entre los vestidos, de ahí que se les llamara también “sicarios”.

Esta lucha era, para ellos, una “guerra santa” contra los invasores. Una guerra empezada por iniciativa humana, pero en la que Dios intervendría milagrosamente por medio del Mesías para salvar a la nación. Mucha gente sencilla les apoyaba porque veían en ellos la única esperanza de cambio a su situación.

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Los zelotas pertenecían a la clase pobre y oprimida. Proponían, además de la guerra santa, una revolución social nacional que mejorase la condición de los pobres, por lo que una de las cosas que hicieron durante la guerra fue quemar los archivos de deudas de la gente, que estaba en Jerusalén. Proponían además una revolución política, sustituyendo a los dirigentes traidores y colaboracionistas de la clase adinerada por otros preocupados por las necesidades del pueblo sencillo.

Los Esenios

El grupo de los esenios no aparece en los evangelios. Éstos se retiraron al desierto de Qumrán para dedicarse a la oración y reflexión religiosa. Este movimiento estaba alejado de toda actividad y preocupación política. Afirmaban que la presente situación del pueblo, oprimido por los romanos, se debía a la infidelidad a la alianza y a la Ley de Dios, por eso se retiraron al desierto y rompieron con las instituciones de Israel: el templo, los sacerdotes y la jerarquía.

Estaban convencidos de que el único modo para remediar todos los males del presente consistía en volver a la estricta observancia de la ley, a la oración y al estudio de las Escrituras. Se consideraban “los elegidos”, el auténtico Israel que heredaría las promesas divinas. Tenían sus ceremonias y ritos, practicaban una vida ascética y algunos sectores cumplían el celibato voluntario.

Participaban del deseo de la “guerra santa”, de hecho escribieron un tratado sobre ella donde se describe cómo el Mesías se pondría a la cabeza de unos escuadrones de soldados, tocarían las trompetas y vencerían a los paganos. Fantasías propias de un pueblo oprimido y poco realista.

4. Factores de máxima incidencia en la vida del pueblo

Durante los años que Jesús vivió en Nazaret, 3 factores marcaron la vida cotidiana del pueblo, creando una situación confusa y conflictiva.

a. La política de los dirigentes

El pueblo estaba indefenso ante la política del gobierno. El proyecto de Herodes Antipas, apoyado por los romanos, produjo cambios profundos en el aspecto económico: el pueblo, ante la

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necesidad de vivir y alimentar a la familia, estaba obligado a pagar impuestos, buscar trabajo, hacer comercio, hospedar a los soldados, etc. Todo esto debilitaba los valores tradicionales de la cultura que procedía del Antiguo Testamento: la comunidad, el compartir, la organización de las aldeas. El pueblo corría el riesgo de perder su identidad como Pueblo de Dios.

b. La religión oficial

Los sacerdotes, escribas y fariseos eran los portavoces y defensores de la religión oficial. Enseñaban los valores de la tradición: el templo, la ley, la pureza. Su misión era mantener viva en el pueblo la alianza y la esperanza de la venida del Reino de Dios. Sin embargo, sus enseñanzas ya no revelaban el rostro humano y misericordioso de Dios. Las prácticas religiosas, con sus centenares de leyes y normas, eran un peso que sofocaba al pueblo. La impureza y el mal lo dominaban todo. El pueblo, en lugar de sentirse alegre en la presencia de Dios y feliz por la esperanza en la llegada de su Reino, vivía en la angustia y frustración por la impureza. La religión en lugar de hacerles libres, les estaba esclavizando por resultarles imposible cumplir todas sus normas.

c. El movimiento popular

A pesar de este ambiente tan negativo, el pueblo no se desanimaba y buscaba una salida. Quería descubrir por sí mismo su misión como pueblo de Dios, pero sin ser víctima de las represiones romanas ni escuchar a los líderes oficiales. Así, el movimiento popular se va transformando poco a poco en un movimiento profético que llama al pueblo a volver a sus orígenes, al cumplimiento de la alianza con Dios. Jesús se inserta perfectamente en este movimiento popular.

- A modo de conclusión

Como hemos visto en las páginas anteriores, la vida de Jesús y de su pueblo no fue nada fácil en ese momento histórico. Por una parte, estaban dominados por un imperio extranjero que no se preocupaba en absoluto de sus necesidades, sino sólo de su bienestar económico y de mantener una paz estable recurriendo a la violencia más de lo necesario. Por otra parte, los líderes religiosos del pueblo -sacerdotes, escribas y fariseos- en lugar de luchar por los pobres y oprimidos, se habían aliado con el poder político opresor para mantener sus privilegios. Los sacerdotes se preocupaban exclusivamente del culto, permitiendo que el templo se convirtiera en una plaza de vendedores de mercancías y de cambio de divisas (Mc

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11,17). Los escribas sólo estaban interesados en tener buena reputación, ser admirados y apoderarse del dinero del pueblo bajo pretexto de rezar por ellos (Mc 12,38-40). Los fariseos veían impurezas e incumplimientos de la ley por todas partes, convirtiendo la vida del pueblo en algo angustioso y deprimente.

¿Qué decir del pueblo? Estaba amenazado con perderlo todo. Ante el sistema económico del gobierno, perdía sus propiedades y tenía que trabajar sin descanso para salir adelante. Ante las leyes y las normas enseñadas por los dirigentes religiosos, el pueblo estaba oprimido y sofocado. Nadie les revelaba el proyecto de Dios, ni que el amor de Dios es gratuito. Nadie se daba cuenta de la necesidad de un cambio radical de dirección en su camino. El pueblo era, en verdad, un rebaño sin pastor. Sin líderes que lo orientaran en un ambiente tan confuso y conflictivo, con demasiados movimientos, grupos, tendencias y líderes de papel. Estaba cansado de tanta opresión y explotación y vivía en la esperanza del Reino de Dios.

Esta es la realidad que vivió y padeció Jesús durante sus primeros 30 años. A partir de estas experiencias, aprendió a discernir la voluntad de Dios y descubrió su misión de anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios.

8.2. LOS COMIENZOS EXPLOSIVOS DE JESÚS

1. ¡El tiempo se ha cumplido! Convertíos y creed la Buena Nueva

Cuando Jesús tenía unos 30 años, apareció Juan Bautista predicando a lo largo del Jordán un bautismo de conversión para el perdón de los pecados (Mc 1,4). Juan concibe la llegada del Reino de Dios como un juicio de fuego, ira y destrucción. De todas partes acudía el pueblo en masa a escucharlo (Mt 3,5-7) y muchos aceptaban su predicación y se bautizaban.

Entre la multitud también se encontraba Jesús, dejando atrás su pueblo de Nazaret (Mc 1,9). En el momento del bautismo tuvo una profunda experiencia de Dios en la que se le revela su misión e inmediatamente se retira al desierto para prepararse para ella (Mc 1,11ss).

El arresto de Juan Bautista fue para Jesús la señal indiscutible del inicio de su proclamación de la llegada Reino de Dios (Mc 1,14-15). De hecho, en seguida se dirigió a Galilea para comenzar allí su predicación. Para la gente de su tiempo, como hemos afirmado

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anteriormente, el reino de Dios llegaría con el cumplimiento perfecto de la ley, con la pureza, con el esfuerzo personal, con el combate, etc. Ahora, Jesús anuncia que el reino ya está aquí, no por merito humano, sino por gracia y misericordia de Dios, a pesar del pecado de los hombres. Este Reino de Dios, ya presente, ha pasado desapercibido durante mucho tiempo, ahora Jesús va a revelar su presencia escondida en medio del pueblo, anunciándolo especialmente a los pobres, excluidos y oprimidos de su tierra, Galilea (Lc 4,18).

Jesús comienza el anuncio de la Buena Noticia con entusiasmo, creatividad y energía inagotable. Recorre todas las aldeas y ciudades de Galilea, se mueve de un lado para otro sin parar (Mc 1,39). Jesús quiere que todo el pueblo escuche la buena noticia del Reino de Dios. Y, al igual que con Juan Bautista, la gente acude de todas partes para escuchar su mensaje, no sólo de Galilea, sino también de Judea, Idumea, Transjordania, Tiro y Sidón (Mc 3,8). Su celo apostólico es tan grande que lanza su mensaje en cualquier lugar: en las sinagogas, en las plazas, en lugares despoblados, por los caminos, en el Templo, en casas de amigos, durante comidas o cenas, en la orilla del mar, en las colinas, etc.

Pero Jesús no sólo predica el mensaje del reino, sino que también ofrece signos visibles que verifican la autenticidad de su predicación: expulsa demonios (Mc 1,39), cura enfermedades (Mc 1,34), resucita muertos (Mc 5,41; Lc 7,13-14), purifica a los impuros (Mc 1,40-45), acoge a los pecadores y excluidos (Mc 2,15). Su dedicación a la misión es tan intensa que no tiene tiempo para comer ni para dormir (Mc 3,20; 4,38). Su misión es tan enorme que necesita la ayuda de unos discípulos, a quienes prepara para la misma tarea (Mc 1,17-20; 6,6ss).

El amor ardiente de Jesús por el Padre y la compasión por la gente que se hallaba abandonada, como ovejas sin pastor, se convierten en la razón central de su anuncio y predicación, de su llamada y consuelo, de su servicio y ayuda. Así pues, Jesús no sólo anuncia el reino de Dios, sino que él es un testigo vivo del mismo. Su predicación y sus obras revelan que la promesa de Dios hecha a los antiguos (Abraham, Moisés, David) se ha cumplido hoy en Jesús. Por eso el pueblo acogía con entusiasmo y felicidad la Buena Noticia.

Jesús no tenía estudios ni pertenecía a la clase alta, era un simple campesino y artesano. Pero su forma novedosa de hablar y actuar impactó profundamente a la gente de su tiempo. Lo más sorprendente para la gente fue: a) su enseñanza nueva con autoridad; b) y el poder de purificar a los enfermos. La Buena Noticia del Reino de Jesús atacaba directamente a las dos columnas básicas de la religión oficial: la enseñanza y la pureza. Y esto enfurecía a las autoridades religiosas más importantes de Galilea: escribas y fariseos. Así,

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mientras el pueblo se admiraba de su doctrina y acciones, los dirigentes religiosos le criticaban, le acusaban de impuro y buscaban su muerte (Mc 2,7.16.24; 3,6.22). La predicación de Jesús ponía sobre el tapete la hipocresía y el error de los líderes religiosos, pero éstos, en lugar de buscar la conversión, preferían mantener sus creencias y vivir alejados del camino del Reino de Dios. Veamos brevemente los aspectos señalados más arriba.

2. Jesús enseña con autoridad

Mc 1,22 nos dice bien claro cual fue el primer impacto de la Buena Noticia sobre el pueblo: “Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. Enseñar era lo que más le gustaba a Jesús, era su costumbre, y la gente disfrutaba escuchándole (Marcos usa 15 veces el término “enseñar”).

Sin embargo, en los evangelios no se nos transmite el contenido sistemático de las enseñanzas de Jesús, quizás porque él no daba conferencias, ni cursos, ni escribía libros. Su mensaje brotaba de la abundancia del corazón y lo expresaba con fórmulas variadas y comprensibles para la gente sencilla: parábolas, diálogos, discusiones con polémica, comparaciones, críticas sobre lo falso y verdadero, etc. La autoridad de su enseñanza partía de los acontecimientos de la vida diaria y respondía a las preguntas más acuciantes del pueblo (Mc 2,18-19; 3,23-29).

El mensaje novedoso de Jesús, del que pocas veces se nos dice en qué consiste, no puede ser separado de la persona que lo comunica. El amor y la bondad de Jesús hacia el pueblo también forman parte del contenido de su mensaje. Pues, un mensaje bueno sin la bondad de quien lo transmite no sirve para mucho. De todas formas, la enseñanza de Jesús es la “Buena Noticia del Reino”. Esta buena noticia nos revela el rostro de Dios, así pues todo lo que hace y dice Jesús nos hace conocer mejor a Dios y revela su experiencia personal de Dios como Padre. Por tanto, el origen y la finalidad de la Buena Noticia de Jesús es presentar a los hombres el nuevo rostro de Dios, un Dios que es un padre bueno y misericordioso.

Concretando más, si leemos los primeros capítulos del evangelio de Marcos podemos extraer algunas de esas enseñanzas de Jesús proclamadas con autoridad y reveladoras de la presencia del Reino de Dios en medio del pueblo:

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El perdón de Dios está al alcance de todos, ya no depende del Templo.

Todos estamos invitados a sentarnos a la mesa de Dios (2,15-17).

El ayuno y otras prácticas religiosas deben relativizarse (2,18-22).

La ley de Dios está al servicio del hombre y de la vida (2,23-28). El poder de Dios es superior al poder del mal (3,22-30). Para pertenecer al pueblo de Dios, el único requisito es cumplir

su voluntad. La fe en Dios nos ayudará a superar nuestros miedos (4,40). La pureza y la vida proceden de la fe en el amor de Dios

(5,34.36). El anuncio de la Buena Noticia no se consigue con el poder, sino

con el testimonio (6,7-13). El Reino se manifiesta en el compartir lo poco que tenemos

(6,30-44).

Éstas son algunas de las enseñanzas de Jesús en el evangelio de Marcos, pero todavía faltan otras muchas. De ahí se deduce que el mensaje de Jesús era muy distinto del de los escribas. El mensaje de Jesús era esperanzador y alegre noticia para el pueblo, mientras que el de los escribas les oprimía y convertía en esclavos de una ley que no hacía felices a nadie. Jesús presentaba un nuevo rostro de Dios, en el que el pueblo se reconocía y alegraba (Mt 11,25-26).

3. Los espíritus inmundos le obedecen

Otro elemento de la enseñanza de Jesús que causó gran sensación entre el pueblo fue su poder para purificar. Este poder lo manifiesta de diversas maneras: limpia a los enfermos (Mc 1,40-44); con el simple contacto de sus ropas quedan purificados (5,25ss); declara puros todos los alimentos (7,19); expulsa a los espíritus inmundos (1,26; 1,39; 3,11.15.22; 5,2-15; 6,7.13; 9,25); hasta la muerte, fuente de todas las impurezas, es vencida (5,35-42); acoge a personas impuras, como publicanos y pecadores (2,15-17); etc. Para un judío observante de la ley y de las tradiciones, la actitud de Jesús era muy peligrosa y signo de una aparente locura. De hecho, sus parientes pensaron que estaba loco por su forma de actuar (Mc 3,21). Todas estas acciones realizadas por Jesús le convertían en una persona impura y el contacto con él contagiaba a otros, impidiendo la relación directa con Dios y alcanzar sus bendiciones. ¡Jesús era un peligro para todos!

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Pero Jesús no hacía caso de las advertencias de los puros y les respondía: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mc 2,17). Y, además, su actuar demostraba que no ponía en peligro al pueblo, sino que vencía la impureza de sus gentes. ¡Jesús era capaz de purificar lo impuro! Esta gran novedad impactó profundamente al pueblo, de tal manera que respiraron aliviados y se sintieron liberados de una costumbre esclavizante. Lo impuro ya no contaminaba más, Jesús le hizo perder toda su fuerza con su actividad (tan impactante como encontrar una vacuna contra el Sida).

Jesús, de la noche a la mañana, le da la vuelta a todas esas tradiciones y observancias a las que se sometía al pueblo. Antes, la gente vivía constantemente amenazada por el contagio de la impureza y oprimida por los cientos de leyes de pureza que debían observar y que no solucionaban nada. Ahora, de improviso, por medio de Jesús el pueblo ha sido liberado de la esclavitud de la impureza y puede presentarse en condiciones ante Dios.

La Buena Noticia de Jesús anuncia que el miedo y el peligro de la impureza han desaparecido. Ahora, por la fe y la bondad del corazón, tienen acceso a Dios y a sus bendiciones (Mc 7,17-23). De este modo, Jesús les devolvió las ganas de vivir y les abrió el camino de la felicidad. La consecuencia inmediata de esta Buena Noticia fue que el sistema religioso promovido y sustentado por los escribas y fariseos se convirtió en algo inútil, estéril e innecesario. Así se entiende que esta buena noticia para el pueblo, fuera negativa y nefasta para el sistema opresor.

8.3. LOS SEGUIDORES DE JESÚS

1. “Ven y sígueme”

Jesús, al desarrollar su predicación itinerante por Galilea, se da cuenta de que el tiempo apremia, pues la mies es abundante y los obreros son pocos (Lc 10,2). Por eso, convoca a un grupo especial de seguidores para cumplir una doble función: a) estar con él; b) y enviarles a predicar con poder para expulsar demonios (Mc 3,13-15). Estas dos funciones son las dos caras de la misma moneda.

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¿Cómo llama Jesús? La llamada de Jesús es simple y variada: pasa, mira y llama (Mc 1,16-20). Estos tres verbos esconden un sentido más profundo del que aparece a primera vista. Los llamados ya conocen a Jesús, han pasado algún tiempo con él, han oído y visto su dedicación por la gente y le han escuchado en la sinagoga. En otras palabras, saben cómo piensa y cómo vive. Pero en este caso, es Jesús quien elige a sus seguidores, pues conoce la profundidad de su corazón y la disponibilidad que tienen para entregarse a su causa.

Jesús no siempre lleva la iniciativa de la llamada. A veces son los discípulos los que invitan a parientes y amigos a seguirle (Jn 1,40-42.45-46); otras veces es Juan Bautista quien lo señala como “el cordero de Dios” (Jn 1,35-39); e incluso es el mismo interesado el que se presenta y pide seguirle (Lc 9,57-58.61-62).

La llamada de Jesús es gratuita, pero requiere del llamado una decisión y un compromiso. Jesús no oculta sus exigencias. Por tanto, quien quiera seguirle sabe que tiene que cambiar radicalmente de estilo de vida y creer en la Buena Noticia. El discípulo debe abandonarlo todo, renunciar a sí mismo, cargar con su cruz y asumir una vida pobre e itinerante (Mt 10,37-39; 16,24-26; 19,27-29). Quien no está dispuesto a cumplir estas renuncias no puede ser discípulo suyo (Lc 14,33). La gran dificultad del seguimiento no está en la renuncia, sino en el amor que da sentido a la renuncia: por amor de Jesús (Lc 9,24) y del Evangelio (Mc 8,35).

No todos los discípulos de Jesús le siguen de la misma manera. Hay muchos que simpatizan con su causa pero no dejan todo por seguirle, por ejemplo los que escuchan su palabra y le ofrecen casa y comida cuando se desplaza de aldea en aldea. Otros, sin embargo, le siguen radicalmente: el pequeño grupo de los doce (Mc 3,14); algunas mujeres (Lc 8,1-3); y un grupo de setenta y dos (Lc 10,1). Pero incluso en el grupo de los doce, según la situación del momento, Jesús forma grupos menores: por ejemplo, varias veces invita a Pedro, Santiago y Juan a rezar con él (Mt 26,37-38; Lc 9,28).

Todos estos discípulos, al aceptar la llamada y comprometerse en el seguimiento de Jesús, forman desde ese momento una nueva familia, una nueva comunidad (Mc 3,31-35). Han nacido de nuevo. Ya no pueden mirar atrás, pues seguir a Jesús implica una mirada hacia la misión todavía no realizada (Lc 9,62).

2. ¿Quiénes siguieron a Jesús?

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La gran mayoría de los seguidores de Jesús eran gente sencilla con poca instrucción y cultura (Jn 7,15; Hch 4,13). Había hombres y mujeres5 (Lc 8,1-3), padres y madres de familia. Algunos eran pescadores; otros, artesanos y campesinos. Mateo era un recaudador de impuestos (Mt 9,9). Simón pertenecía al grupo de los zelotas (Mc 3,18); otros, a grupos subversivos, porque llevaban armas y tenían actitudes violentas (Mt 26,51; Lc 9,54; 22,49-51). Algunos habían sido curados de enfermedades o liberados de espíritus malignos, por ejemplo María Magdalena (Lc 8,2).

Algunos seguidores de Jesús también eran pudientes: Juana y Susana (Lc 8,3), Nicodemo (Jn 3,1-2), José de Arimatea (Jn 19,38) y Zaqueo (Lc 19,8). Todos estos experimentaron en su carne lo que significa romper con el sistema establecido y ponerse del lado de Jesús. Juana y Susana pusieron sus bienes a disposición de Jesús; Nicodemo, al defender a Jesús en el tribunal, sufrió las burlas de los miembros del mismo; José de Arimatea, al pedir el cuerpo de Jesús, pudo ser acusado de enemigo del pueblo y de los romanos; Zaqueo devolvió cuatro veces lo que había robado y dio la mitad de sus bienes a los pobres. Todos ellos, ricos y pobres, podían decir con orgullo “nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.

Jesús, antes de elegir a los doce discípulos, pasó una noche en oración en el monte, para poder designar a aquellos más aptos para una tarea más comprometida con el anuncio de la Buena Noticia. Por desgracia no tenemos información suficiente sobre ellos, pero al menos conocemos sus nombres (Mc 3,13s).

Los seguidores de Jesús no eran santos. Eran personas comunes, con virtudes y defectos. Pedro era generoso, entusiasta y decidido (Mt 14, 28-29; Mc 14, 29.31), pero en los momentos de peligro se le encogía el corazón y se echaba para atrás (Mt 14,30; Mc 14,66-72). Santiago y Juan estaban dispuestos a sufrir por Jesús, pero eran muy violentos, por eso los llamó “hijos del trueno” (Mc 3,17). Felipe tenía la capacidad de conducir a otros a Jesús (Jn 1,45-46), pero era poco práctico para solucionar los problemas y le hacía perder la paciencia (Jn 6,7; 12,21-22; 14,8-9). Natanael era un regionalista y no creía que de Nazaret pudiera salir algo bueno (Jn 1,46). Tomás era cabezón y testarudo, pero al darse cuenta de su error no tenía reparos en reconocerlo (Jn 20,24-25.26-28).

5 Los rabinos de Israel excluían a las mujeres del círculo de los discípulos, porque no las consideraban aptas para el estudio de la Ley y opinaban que “el que enseña a su hija la ley, le enseña el vicio”. Además, las leyes judías de la época no consideran a la mujer como parte de la comunidad; podía participar en el culto, pero no estaba obligada a ello. De hecho, el culto sólo tenía lugar cuando estaban presentes al menos diez hombres, mientras que no se tenía en cuenta a las mujeres. En la comunidad de Jesús, las mujeres desempeñan un papel de gran relevancia.

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Con este grupo de seguidores Jesús comenzó la revolución más grande de la historia de la humanidad. Hay esperanza para nosotros. Jesús no eligió a una élite de sabios e intelectuales, sino a aquellos que se sentían atraídos por el mensaje de la Buena Noticia del Reino de Dios y estaban dispuestos a dedicar todas sus fuerzas y energías para difundirla a todos los hombres.

3. ¿Cómo vivían los seguidores de Jesús?

Como hemos afirmado en los capítulos anteriores, en tiempos de Jesús coexistían varios movimientos socio-religiosos, cada uno con una forma distinta de vivir la vida: los fariseos, los saduceos, los esenios y los zelotas. Algunos formaban comunidades con sus discípulos, viviendo separados del pueblo impuro (esenios y fariseos). Éstos consideraban al pueblo impuro, ignorante e impedían que entraran en el Reino predicado por Jesús. La comunidad formada por Jesús presentaba una novedad que la distinguía de todos los demás grupos: su actitud hacia los pobres y excluidos.

Jesús vive entre personas consideradas impuras por la sociedad de su tiempo: publicanos, pecadores, prostitutas, leprosos (Mc 2,16; 1,41; Lc 7,37). Está convencido de que los pobres poseen un gran tesoro, y por eso afirma que el Reino de Dios les pertenece (Mt 11,25-26; Lc 21,1-4). Son declarados felices y define su misión como entregar la Buena Noticia a los pobres (Lc 4,18).

Jesús mismo vive pobremente. No tiene posesiones ni dispone de un lugar donde reclinar la cabeza (Lc 9,58). Además, exige a sus seguidores una elección determinante entre Dios y la riqueza (Mt 6,24). Esta pobreza de vida de Jesús y sus discípulos tiene que caracterizar también su misión. Por eso, cuando salen a predicar la Buena Noticia no pueden llevar nada: ni dinero, ni bastón, ni dos túnicas, ni sandalias, ni alforja (Mt 10,9-10); deben confiar en la hospitalidad de los que escuchan sus palabras, vivir de lo que les den y cuidar de los enfermos y necesitados (Lc 10,5-9).

Esta opción preferencial por los pobres era lo que le faltaba al movimiento popular de la época de Jesús. De hecho, en la Biblia, al renovar la alianza, se comienza por establecer el derecho de los pobres, indefensos y excluidos. Sin ellos no hay alianza posible. Así hicieron los profetas también, y así hizo Jesús. Él denuncia el sistema anticuado que, en nombre de la Ley de Dios, excluía a los pobres e indefensos, y anuncia un nuevo comienzo que, en nombre de Dios, acoge a los excluidos y necesitados.

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4. ¿Qué pide Jesús a sus seguidores?

El hecho de seguir a Jesús y vivir en su comunidad no significa que sus discípulos son santos y han conseguido cambiar radicalmente su mentalidad antigua. Basta con leer algunos textos evangélicos para darnos cuenta de que las tradiciones y costumbres del pueblo todavía influyen enormemente en su hablar y actuar. La conversión que pide Jesús no se obtiene en un momento puntual, más bien supone un largo y lento itinerario que desembocará en la liberación de la ideología dominante y en la profundización de la persona y mensaje de Jesús.

a. Cambio radical de mentalidad. Los evangelios nos ofrecen algunos ejemplos en los que interviene Jesús para corregir la visión equivocada de los discípulos.

Mentalidad de grupo cerrado: Mc 9,38 nos cuenta el caso de una persona que expulsaba demonios en nombre de Jesús, pero como no era del grupo de los discípulos, éstos intentan impedírselo. El apóstol Juan pretende impedir una buena acción porque quien la hace no pertenece al grupo. Esta es la mentalidad antigua de formar un “pueblo separado”, una comunidad encerrada en sí misma y sin apertura a los demás. Jesús les enseña que “quien no está contra nosotros, está con nosotros” (Mc 9,40). Para Jesús lo importante no es la pertenencia a un grupo, sino que el bien que se hace favorece a la misión que la comunidad debe realizar.

Mentalidad de grupo superior a los demás: En Lc 9, 51-54 se dice que en una ocasión los samaritanos de un pueblo no querían hospedar a Jesús y a los suyos. La reacción de los discípulos es “que un rayo del cielo acabe con ellos”. Ellos se creían que por el hecho de estar con Jesús, todos debían hospedarlos y acogerlos. Estaban convencidos de que Dios estaba de su parte para defenderlos. Su actitud correspondía a la mentalidad antigua de “pueblo elegido y privilegiado”. Jesús les reprendió por su comportamiento y se fueron a otra aldea.

Mentalidad competitiva y de prestigio: Los discípulos discutían sobre quien era el más grande, quien ocupaba el primer puesto (Mc 9,33-34). Esta es la mentalidad competitiva típica de la sociedad romana que se ha infiltrado en el seno de la comunidad. Jesús reacciona y exige una mentalidad diferente: “el que quiera ser el primero, sea el último y el servidor de todos” (Mc 9,35). Este es el tema sobre el que más insistió Jesús y el que más ejerció con su testimonio: “no he venido a ser servido, sino a servir” (Mc 10,45; Mt 20,28; Jn 13,1-16).

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Mentalidad que margina al pequeño: Los discípulos echaban a los niños. Seguían la cultura de la época, en la que los niños no contaban y debían obedecer siempre y recibir la disciplina de los adultos. Jesús les reprende y pone a los niños como maestros de los adultos: “dejad que los niños se acerquen a mí...pues el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc 10,14; Lc 18,17).

Mentalidad que sigue el pensamiento de la ideología dominante: En una ocasión, viendo a un ciego, le preguntaron quien era el culpable de su situación, él o sus padres (Jn 9,2). En aquel tiempo, como hoy, casi todos seguían las ideas que marcaba la sociedad. Esta mentalidad impedía atisbar el alcance de la Buena Noticia del Reino. Jesús les ayuda a tener una visión más crítica y les propuso una lectura distinta de la realidad: “No él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9,3).

b. Disponibilidad para la misión.

En la época de Jesús, el pueblo padecía una doble esclavitud: a) la de la religión oficial; b) la de la política de Herodes, apoyada por el imperio romano y sostenida por un sistema efectivo de explotación y represión. Por este motivo, gran parte del pueblo no tenía sitio en la religión oficial ni en la sociedad. Esta no era la fraternidad que Dios quiso para su pueblo.

Ante esta situación, Jesús no se mantuvo neutral. Tomó la iniciativa en defensa de la vida, a partir de su experiencia de Dios como Padre, y definió su misión con las palabras del profeta Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19, tomado de Is 61,1ss). Esta es la misión que Jesús recibió del Padre, y ahora comunica a la comunidad de sus discípulos para que la lleven a cumplimiento (Jn 20,21).

La misión de Jesús y sus discípulos no es una tarea que se comienza, se ejecuta, se termina y se queda libre. No existe esa mentalidad de la “tarea cumplida”, antes bien se requiere un proceso continuado de formación, de observación de la realidad y de la situación vital del pueblo. Así, durante los pocos años de itinerancia, Jesús acompaña y forma a sus discípulos. La convivencia diaria es la base de su formación para la misión de anunciar el Reino de Dios. Y esta misión es la razón de ser de la comunidad establecida entorno a Jesús.

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En los evangelios se nos presentan algunos episodios que ayudan a esclarecer cómo formaba Jesús a sus discípulos para la misión: desde el momento de la llamada, Jesús los involucra en la misión (Mc 6,7; Lc 9,1-2); cuando regresan hacen una auto-evaluación de los resultados obtenidos (Lc 10,17-20); cuando se equivocan los corrige (Mc 10,14-15); les ayuda a discernir mejor (Mc 9,28-29); les llama la atención cuando son lentos para entender (Mc 4,13; 8,14-21); los prepara para los conflictos (Jn 16,33; Mt 10,17-25); los obliga a observar la realidad (Mc 8,27-29; Jn 4,35); les invita a responder a las necesidades del pueblo (Jn 6,5) y les enseña que éstas son más importantes que las prescripciones rituales (Mt 12,7.12); les adoctrina en privado (Mc 4,34; 7,17; 9,30-31; 10,10); se cuida de que se alimenten y descansen (Mc 6,31; Jn 21,9); les defiende de las críticas de sus adversarios (Mc 2,18-19); insiste en la necesidad de estar siempre vigilantes y les enseña a orar (Lc 11,1-13; Mt 6,5-15); etc.

5. La comunidad de Jesús

La experiencia de Dios y la convivencia de los discípulos con Jesús produjeron cambios profundos en el seno de la comunidad. Estos son los pilares básicos sobre los que se asentaba la comunidad reunida entorno a Jesús:

1. Fraternidad: todos son hermanos. Nadie puede aceptar el título de maestro, padre o líder, porque la base de la comunidad no es el saber, el poder o la jerarquía, sino la igualdad de todos los hermanos (Mt 23,8-10).

2. Igualdad entre hombre y mujer: Jesús anula el privilegio del hombre en relación con la mujer. De hecho, las mujeres le siguen a todas partes, él les revela también sus secretos, a ellas se les aparece resucitado, etc. (Mt 19,7-12; Lc 8,1-3).

3. Compartir los bienes. Nadie tenía nada propio y lo poco que tenían lo compartían con los pobres (Mc 10,28). En sus viajes tienen que confiar en la providencia de Dios y en la hospitalidad de los que les escuchan (Lc 10,7).

4. Ya no hay siervos, todos son amigos: No debe haber secretos entre ellos. Deben estar siempre unidos, en la oración, en las alegrías, en las pruebas y en las dificultades (Jn 15,15; Lc 22,28; Mc 14,33; Hch 1,14ss).

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5. Su poder radica en el servicio: el que quiera destacar sobre los demás, debe hacerlo desde la entrega, el compromiso y el servicio a los demás (Mc 10,44; Lc 22,25-26; Jn 13,15).

6. Poder para perdonar y reconciliar: la comunidad de los discípulos debe ser en su interior un ejemplo de perdón y reconciliación, no de condena mutua. Y actuando de esta manera, ser el vehículo que lo pregona por todos los hogares del mundo (Mt 16,19; 18,18; Jn 20,23).

7. Oración comunitaria y personal: Jesús aparece con frecuencia orando en un monte a solas con Dios, pero también participa con sus discípulos en las peregrinaciones al Templo (Jn 2,13; 7,14; 10,22-23), reza en las sinagogas (Lc 4,16), en lugares apartados y antes de las comidas (Mc 6,41).

8. Alegría: los discípulos deben estar radiantes de alegría porque el Reino de Dios les pertenece (Lc 10,20-24). Es una alegría que sabe convivir con el dolor y la persecución (Mt 5,11).

8.4. LA MISIÓN DE JESÚS

Nos dice el evangelista Juan que “Jesús vino para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10). Esta es la misión de Jesús en este mundo: anunciar y revelar la Buena Noticia del Reino de Dios a aquellos que necesitan vida. Así, en una sociedad como la judía, donde los marginados, excluidos y pobres abundan, este mensaje de vida de Jesús debió sonar a música celestial, despertando las esperanzas e ilusiones de mucha gente.

En este capítulo vamos a ver cómo realiza Jesús esta misión recibida del Padre y cómo va dejando señales de la presencia de Dios sobre la tierra.

1. Acoge a los pecadores: el perdón de Dios

La religión judía acogía a los pecadores y tenía autoridad para perdonar todos los pecados, incluso el asesinato y la apostasía. Este perdón, sin embargo, se obtenía a través del arrepentimiento y de la conformidad con la Ley de Dios (Torá), pues el cumplimiento de esta ley era el signo evidente de la presencia salvadora de Dios en medio del pueblo. A pesar de esta lectura aperturista, el carácter purista y legalista de esa sociedad no permitía la integración de los pecadores en el sistema.

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Jesús, al darse cuenta de esta situación, con actitud provocadora hacia el sistema social acoge y ofrece el perdón de Dios a los pecadores, cuyos representantes más ilustres son los publicanos y las prostitutas (Mt 21,32; Mc 2,13-18; Lc 15). El término “pecadores” no hace referencia explícita a los pobres en general ni tampoco a los que descuidan el cumplimiento de la ley. Entendemos que se trata de aquellos que viven alejados de la Alianza: los que han rechazado la alianza de Dios para buscar su salvación en el dinero, vendiendo su cuerpo (prostitutas) o su mismo pueblo (publicanos).

Ciertamente la situación de los publicanos y prostitutas es paradójica desde el punto de vista social, al igual que la de los demás pecadores de la tierra. Por una parte, son necesarios para el buen funcionamiento del sistema social. Por otra parte, son rechazados por las autoridades religiosas porque son etiquetados con el título de “enemigos de Dios y de los hombres”. Sobre esta hipocresía social y sobre la miseria humana interviene Jesús acogiendo a estos pecadores, comiendo con ellos, compartiendo su tiempo y sus ideas, invitándoles a cambiar su forma de vida, presentándoles la Buena Noticia del Reino de Dios. Jesús no les juzga, ni los quiere convertir a la fuerza. Simplemente les invita a vivir en la dinámica del Reino, colocándolos delante de Dios Padre para que su palabra salvadora penetre en sus corazones.

2. Cura a los enfermos

En tiempos de Jesús era muy común padecer enfermedades o incluso nacer con algún defecto físico. Pero no todas las enfermedades se reducían al ámbito físico, sino que había otros tipos que incluían aspectos sociales y psicológicos. El número de enfermos debía de ser bastante elevado por varios motivos: la dureza del trabajo, la falta de seguridad en el desarrollo del mismo, la falta de higiene, las guerras y revueltas continuas, los abusos de las clases dirigentes, etc.

Sin embargo, la creencia general de la multitud judía era que toda dolencia o enfermedad era un castigo que Dios imponía por haber incumplido las leyes de la alianza (por haber cometido algún pecado). Esta idea estaba muy extendida entre el pueblo israelita, como demuestra la pregunta de los discípulos a Jesús: “¿Quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Jn 9,2).

Jesús, curando todo tipo de enfermedades, ofrece un nuevo significado a las creencias del pueblo sobre estos males: son signos de la compasión y misericordia de Dios para con sus criaturas más

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necesitadas. Las curaciones de Jesús son señales claras y distintas de que el Reino de Dios ha llegado a nuestro mundo, ya está presente en medio del pueblo. Y los que disfrutan de sus beneficios son aquellos que han sufrido más en su cuerpo, mente y espíritu, los marginados por la sociedad: cojos, ciegos, sordos, paralíticos, leprosos, muertos, endemoniados, los atenazados por el miedo, la opresión y la injusticia, etc. (Lc 7,20-23).

¿Qué es lo que pide Jesús para obrar la curación? Tener fe y confianza en Dios, creer en su reinado, aceptar con convicción las bendiciones divinas derramadas sobre los necesitados. En definitiva, Jesús ofrece la salvación gratuita de Dios. Esta salvación solamente puede ser aceptada por aquellos cuya vida está amenazada o en peligro de extinción, es decir, únicamente los pequeños, marginados y rechazados, están capacitados para aceptar y acoger el don de Dios. 3. Anuncia a los pobres la Buena Noticia

Jesús, al recorrer toda la Palestina, ha descubierto que las gentes de su pueblo viven atrapadas en los abismos donde habita la pobreza: en las plazas donde esperan los que no tienen trabajo, en las calles y caminos donde se sientan los mendigos, en aquellos lugares donde tantos sufren el hambre de hoy y la inseguridad del mañana. En este ambiente ha proclamado su palabra más profunda: “Bienaventurados vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios” (Lc 6,20). Los pobres son los predilectos de Dios, aquellos que reciben su amor, sus bendiciones y viven en la esperanza de un mundo más justo y equitativo.

El anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios no es un mensaje dirigido exclusivamente a los pobres y necesitados. El mensaje alcanza a todos los estamentos de la sociedad de su tiempo, de nuestro tiempo, e implica un compromiso serio para erradicar todo aquello que conduce a la pobreza y miseria de algunos. La proclamación de Jesús no es una mera utopía o una especie de consuelo para aquellos que viven en la miseria. Es algo más. Es una invitación a compartir lo que se posee, a poner nuestros bienes al servicio de los más necesitados, de tal manera que la pobreza pueda desaparecer de todos los hogares del mundo.

La pobreza en sí misma es negativa. Dios no quiere que los hombres vivan así. Aquí pobreza aparece en contraposición a la riqueza: los ricos ya tienen su propio dios, el dinero; mientras que los pobres son los que se abandonan en las manos de Dios, el único capaz de colmar sus necesidades. Por eso Jesús pide a sus seguidores que

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asuman voluntariamente la pobreza, para que se abandonen en las manos de Dios y en la causa del Reino, sin otras preocupaciones que puedan distraerles de su misión (como el acumular riquezas). Así, al desprenderse de lo que tienen y dárselo a los pobres, aprenden el valor del compartir con los necesitados y están en condiciones para acoger el reino de Dios. Desde esta perspectiva, los pobres son bienaventurados porque gracias a los valores del Reino anunciados por Jesús viven en un mundo dispuesto a compartir y a desprenderse de lo que se tiene, para que otros puedan disfrutar de los mismos bienes.

4. La ley del amor

La religión judía indicaba que la salvación del hombre dependía directamente del cumplimiento estricto de los preceptos y normas legales. Esta actitud ante la ley era la base para una estrecha relación entre Dios y el hombre, que capacitaba para recibir sus bendiciones (una especie de teología del temor de Dios).

Jesús supera esta visión jurídica y coloca al amor como la única ley capaz de poner al hombre en estrecha relación con Dios. El amor, sin embargo, tiene una doble dimensión: a) vertical: hacia Dios; b: horizontal: hacia el hombre.

1. Amor a Dios. Según los evangelios, el hombre debe sustituir su miedo a Dios por una actitud de confianza que proviene de la fe en él. Y esta confianza-fe garantiza la presencia y ayuda de Dios sobre aquellos que se apoyan no tanto en las propias fuerzas, cuanto en la fortaleza divina. Y porque confiamos en Dios y nos abandonamos en sus manos, podemos llamarle “Padre” y dialogar con él (Mt 6,8). Esta confianza amorosa en Dios nos empuja a dialogar con él (oración), a suplicar el perdón de nuestros pecados y protección en las dificultades.

2. Amor al prójimo. La profundidad de nuestra relación amorosa con Dios se manifiesta en el amor al hermano que vive a nuestro lado (Lc 10,30-35). Jesús es el modelo a imitar por estar dispuesto a entregarse y dar su vida para aliviar las necesidades de los demás. Sin embargo, todo amor al prójimo parte de una profunda vida de fe y oración. Jesús también sabe armonizar su ayuda a los demás con su entrega incondicional a Dios. Sólo a partir de esta armonización se puede hablar de amor auténtico que se convierte en entrega, compasión, generosidad, compromiso y alivio de las dolencias y necesidades del otro. Y esto llevado al extremo: amor incluso a los enemigos y a los violentos (Lc 6,27-28.35-36).

8.5. LA MUERTE DE JESÚS

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Vamos a analizar el sentido y el significado de la pasión y la muerte de Jesús. Estos son los interrogantes más importantes que se nos presentan: ¿Por qué anunció Jesús su muerte y qué es lo que eso nos quiere decir? ¿Cuáles fueron los motivos por los que Jesús llegó a terminar su vida de esa manera?

1. Jesús anuncia su muerte

Los evangelios sinópticos dicen que Jesús anunció tres veces lo que le iba a pasar al final de su vida (Mc 8,31 par; 9,31 par; 10,33s par). Por lo tanto, Jesús sabía de antemano lo que le iba a suceder. Ahora bien, aquí se plantea un problema: ¿Sabía Jesús efectivamente todo eso de antemano y con tanto detalle? ¿O no será, más bien, que los cristianos, al saber todo lo que había pasado, después de la muerte y resurrección de Jesús, pusieron en boca del propio Jesús todo lo que iba a pasar, para ensalzar la figura del maestro?

Leyendo los evangelios, se advierte que Jesús no era un ingenuo y, por tanto, sabía que su ministerio le llevaría a afrontar una muerte violenta. Es decir, tal como fueron ocurriendo las cosas, Jesús se tuvo que dar cuenta de que su vida terminaba mal. Como se ha dicho muchas veces, no hacía falta que Jesús fuera el Hijo de Dios para que pudiera tener conciencia de la inevitabilidad de su muerte. En realidad, si Cristo era un hombre inteligente y sensible, podía prever con bastante seguridad la posibilidad de una muerte violenta. Todos los datos coincidían en la predicción: por un lado, el testimonio de los profetas del Antiguo Testamento, la misma muerte de Juan Bautista, la creciente violencia de las autoridades con las que se enfrenta y que en repetidas ocasiones quieren atacarle y capturarle, la reflexión del Antiguo Testamento sobre el justo oprimido y el siervo sufriente, que tan viva estaba en el pueblo desde el exilio (sobre todo desde el tiempo de los Macabeos). Todos estos datos coincidentes venían a confirmar el tipo de muerte que le aguardaba a Jesús.

De hecho, la conducta de Jesús fue tan provocativa, que en repetidas ocasiones se puso al margen de la ley, una ley cuya violación se sancionaba con la pena de muerte. Cuando a Jesús se le hace el reproche de que con ayuda de Belcebú expulsa los demonios (Mt 12,42 par), quiere decir que está practicando la magia y que merece morir a pedradas. Cuando se le acusa de que está blasfemando contra Dios (Mc 2,7), de que es falso profeta (Mc 14,65 par), de que es un hijo rebelde (Mt 11,19 par; véase Dt 21,20s), de que deliberadamente quebranta el sábado, cada uno de estos reproches está mencionando un delito que era castigado con la muerte.

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Estando así las cosas, merece especial atención el gesto de Jesús cuando expulsó a los comerciantes del templo (Mc 11,15-16 par). Sin duda alguna, este hecho fue visto como lo más grave que Jesús realizó contra las instituciones judías. De hecho a eso se redujo la acusación definitiva que aportaron contra él en el juicio (Mc 14,58 par), así como las cosas que le echan en cara cuando estaba en la cruz (Mc 15,29-30 par). Es evidente que Jesús, al realizar el gesto simbólico del templo, se estaba jugando la vida. Por lo tanto, la cosa está clara: Jesús había perdido, por muchos conceptos, el derecho a la vida; se veía constantemente amenazado, de tal manera que sin cesar debía tener presente que su muerte sería violenta. Hasta eso llegó la conducta de Jesús. Y así terminó. Como tenía que terminar un hombre que se comportaba de aquella manera.

2. Por qué lo mataron

a) El fracaso de Jesús

La predicación y la actividad de Jesús en Galilea terminaron siendo un fracaso, porque su mensaje no fue aceptado. Los comienzos de Jesús en Galilea fueron muy prometedores (Mc 1,33-34.38; 2,1.12.13; 11.20; 4,1; 5,21.24; 6,6.12.33-34.44.55-56). Pero, a partir del capítulo 7 de Marcos, las alusiones a la gran afluencia de gente empiezan a disminuir (Mc 7,37; 8,1-4; 9,14.15; 10,1-46; 11,8-10.18). La popularidad de Jesús va decreciendo. Entonces, ya no se centra en la atención a las masas, sino en la formación de su comunidad de discípulos. Por eso les insiste en que se retiren a descansar (Mc 6,30-31), lejos de la multitud (Mt 14,22; Mc 6,45).

Este cambio, ¿a qué es debido? Hay una palabra del propio Jesús que nos pone en la pista de lo que allí pasó: "Dichoso el que no se escandaliza de mí" (Mt 11,6; Lc 7,23). Esto supone que había gente que se escandalizaba de Jesús, de lo que decía y hacía (ver Mt 13,57; 15,12; 17,27; 26,31.33; Mc 6,3; 14,27.29; Jn 6,61; 16,1). La amistad de Jesús con publicanos, pecadores y gente de mal vivir tenía que ser una cosa escandalosa para aquella sociedad. Y sus repetidas violaciones de la ley convertían a Jesús en un sujeto sospechoso.

Por eso, en torno a la persona y la obra de Jesús llegó a provocar una pregunta tremenda: Jesús traía la salvación o estaba poseído por un demonio (Lc 11,14-23; Mt 12,22-23; ver Mc 3,2; Jn 7,11; 8,48; 10,20). De ahí que hubo ciudades enteras (Corozaín, Cafarnaún, Betsaida) que rechazaron el mensaje de Jesús (Lc 10,13-15; Mt 11,20-24). Y el mismo Jesús llegó a confesar que ningún profeta es aceptado en su tierra (Mc 6,4; Mt 13,57; Lc 4,24; Jn 4,44). Además, las cosas

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llegaron a ponerse tan mal, que un día el propio Jesús hizo esta pregunta a sus discípulos más íntimos: "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67). Señal inequívoca de que incluso los seguidores más cercanos a Jesús tuvieron la tentación de abandonarlo definitivamente.

¿Qué nos dice todo esto? La respuesta parece clara: durante el ministerio público de Jesús no todo fueron éxitos populares. Más bien hay que decir que allí se produjeron conflictos y enfrentamientos, de manera que paulatinamente las grandes masas fueron abandonando a Jesús, hasta el punto de que incluso sus discípulos más íntimos llegaron a tener la tentación de abandonar el camino emprendido junto al maestro. La pasión y la muerte de Jesús fueron el resultado del conflicto que provocó su vida. En este conflicto estaba implicada la gente en general, pero especialmente los dirigentes y autoridades.

b) El enfrentamiento con los dirigentes

Los enfrentamientos de Jesús con los dirigentes judíos comenzaron muy pronto. El evangelio de Marcos dice que, apenas Jesús había quebrantado el sábado por segunda vez, los fariseos y los del partido de Herodes buscaban un modo para matarlo (Mc 3,6). Además, la policía de Herodes andaba buscando a Jesús "para matarlo" (Lc 13,31). Por lo tanto, las cosas se pusieron bastante feas para Jesús casi desde el primer momento. Y esta tensión fue aumentando paulatinamente. Un día Jesús preguntó claramente a los dirigentes: "¿Por qué queréis matarme?" (Jn 7,19). Ellos respondieron que no querían matarlo, que estaba loco (Jn 7,20), pero por poco no lo meten en la cárcel (Jn 7,44) y en otro momento casi lo apedrean (Jn 8,59), hecho que se volvió a repetir poco después (Jn 10,31), de manera que a duras penas pudo escapar con vida (Jn 10,39).

Por tanto, la vida de Jesús cada día corría mayor peligro. Y si no lo mataron antes es porque todavía una parte del pueblo estaba con él y los dirigentes no querían provocar un levantamiento popular (Mc 11,18; 14,2; Lc 20,19; 22,2). A pesar de la situación, Jesús todavía se dirige a la capital, Jerusalén, sabiendo lo que podía pasar (Mc 8,31 par; 9,31 par; 10,33s par), y lanza las denuncias más fuertes contra las autoridades. Les dice que el templo es una cueva de bandidos (Mt 21,13 par), les echa en cara que sólo buscan su propio provecho (Mt 23,5-7) y que se comen los bienes de los pobres con el cuento de que rezan mucho (Mc 12,40). En público, les llama asesinos y malvados (Mt 21,33-46 par.) y les anuncia que Dios les va a quitar todos sus privilegios (Mt 21,43 par). Jesús no pudo ser más duro con aquella gente. Por eso aquello terminó como tenía que terminar: la condena y la muerte de Jesús fueron el resultado de su vida. Es decir, Jesús se

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comportó de tal manera que acabó como tenía que acabar una persona que adoptaba semejante comportamiento.

A veces se dice que Jesús murió en la cruz porque eso era la voluntad del Padre, porque Dios necesitaba ser aplacado en su ira contra los pecados mediante la sangre de su hijo. Es verdad que frases de ese tipo pueden tener un cierto sentido verdadero, pero hay que tener mucho cuidado con esas afirmaciones. Porque fácilmente podemos dar una imagen de Dios que resulte inaceptable y hasta blasfema. Porque, en realidad, ¿qué es lo que Dios quiso? Dios no podía querer el sufrimiento y la muerte de su hijo. Ningún padre quiere eso. Lo que Dios quiso es que Jesús se comportara como de hecho se comportó. Aunque eso le tuviera que acarrear el enfrentamiento y la muerte. Entonces la muerte de Jesús no es el resultado de una decisión del Padre (¡cosa espantosa!), sino la consecuencia de una forma de vida, la consecuencia de su ministerio y de su libertad; en definitiva, el resultado de un compromiso incondicional en favor del hombre.

c) La razón de la condena

Jesús tuvo un doble juicio: el religioso y el civil. Y en cada uno de ellos se dio una razón distinta para su condena a muerte.

En cuanto al juicio religioso, la condena se produjo desde el momento en que Jesús afirmó que él era el Mesías, el Hijo de Dios bendito (Mc 14,61-62 par). Los dirigentes religiosos interpretaron esas palabras de Jesús como una auténtica blasfemia (Mc 14,63-64 par). Al decir esas palabras, Jesús estaba afirmando que Dios estaba de su parte y que le daba la razón a él. Y, por tanto, que los dirigentes estaban equivocados en su visión de Dios y no eran sus representantes verdaderos delante del pueblo. Esto no lo pudieron soportar y, por eso, condenaron a Jesús.

Pero la cuestión es más complicada. Porque hoy muchos exégetas afirman que las palabras de Jesús "yo soy el Mesías, el Hijo de Dios bendito" (Mc 14,61-62) son una añadidura, puesta por los cristianos después de la resurrección para enaltecer a Jesús. Y entonces, lo que tenemos es que Jesús, ante el interrogatorio del sumo sacerdote (Mc 14,60 par), se quedó callado y no respondió nada (Mc 14,61 par). Ahora bien, ¿por qué lo condenaron si la cosa sucedió así? La respuesta parece estar en lo siguiente: los judíos tenían una ley según la cual "el que por arrogancia no escuche al sacerdote puesto al servicio del Señor, tu Dios, ni acepte su sentencia, morirá" (Dt 17,12). Esto quería decir que resistirse al sumo sacerdote en el ejercicio de su función judicial se castigaba en Israel con la pena de muerte. Por lo tanto, el desacato a la autoridad, sobre todo cuando ésta examinaba la

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ortodoxia de los "maestros de Israel", era un motivo jurídico para condenar a muerte. Sin embargo, eso justamente parece ser lo que ocurrió allí. El silencio de Jesús ante el interrogatorio del sumo sacerdote fue una postura crítica ante el tribunal que, según la ley, tenía la facultad de juzgar su doctrina y su vida. Jesús rehúsa someter su doctrina y su vida a la autoridad judía. Guarda silencio. Esto cae evidentemente bajo la sentencia de Dt 17,12. Por consiguiente, Jesús se negó a someter a la autoridad judía la cuestión de su misión y su actividad. Y ése parece que fue el motivo por el que los dirigentes religiosos de Israel condenaron, en último término, a Jesús a muerte.

Más tarde vino el juicio político. Pero ahí la cosa está más clara. Por lo que pusieron en el letrero de la cruz, sabemos que a Jesús lo condenaron por una causa política: por haberse proclamado rey de los judíos (Mt 27,38 par; Jn 19,19). Pero aquí es importante tener en cuenta que el gobernador militar confesó que no veía motivo para matar a Jesús (Lc 23,13-16) y además declaró que era inocente (Lc 23,4). Por otra parte, Jesús explicó ante el gobernador que su reinado no era como los reinos de este mundo (Jn 18,39; 19,4.6). En realidad, el gobernador militar dio la sentencia de muerte porque los dirigentes religiosos lo amenazaron con denunciarlo al emperador (Jn 19,12).

8.6. LA RESURRECCION DE JESÚS

La resurrección de Jesús es el hecho más importante de toda la historia de la salvación. Es el acontecimiento decisivo en la existencia de Jesús; y en la vida y en la fe de los cristianos. Tan decisivo, que sin resurrección, ni la existencia de Jesús tendría sentido, ni la fe de los cristianos su más elemental consistencia.

¿Por qué digo estas cosas? Jesús se presentó como enviado de Dios para anunciar la salvación de todos los hombres. Pero, en contra de lo que se podía esperar de él (Lc 24,21), murió en una cruz, abandonado por todos y con ese grito en la boca: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). De esta manera, la muerte de Jesús vino a enterrar todas las esperanzas que se habían puesto en él. La fuga de los apóstoles (Mc 15,50), la decepción de los discípulos de Emaús (Lc 24,21) y el miedo a los judíos (Jn 20,19) nos sugieren con claridad la sensación de fracaso que invadió a los primeros creyentes.

Sin duda alguna, aquellos hombres se sintieron decepcionados, porque pensaban que Jesús había fracasado totalmente. Esto indica claramente que si no llega a acontecer la resurrección, el fracaso de Jesús se habría confirmado plenamente. Y con el fracaso de Jesús

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habría fracasado también su proyecto y el movimiento que él comenzó. Como dice el apóstol Pablo, si Cristo no ha resucitado, entonces nuestra predicación no tiene sentido, y vuestra fe tampoco (1Cor 15,14). Es más, si no hay resurrección, "somos los más desgraciados de los hombres" (1Cor 15,19), porque habríamos puesto nuestras esperanzas en un pobre fracasado, que murió como todos los mortales y además de la peor manera.

Está claro entonces que el hecho de la resurrección es decisivo para la causa de Jesús; y para la causa también de todos los que hemos puesto nuestra fe y nuestras esperanzas en Jesús. Pero la fe en la resurrección ha sido discutida desde los tiempos de los apóstoles hasta nuestros días. La certeza que la Iglesia tiene es una certeza de fe. Hay una constante en los relatos sobre la resurrección: el sepulcro vacío y las apariciones del resucitado no son tan evidentes que excluyan la duda. En este capítulo vamos a intentar aclarar esas dudas.

1. La resurrección, un hecho incuestionable

Algunos días después de la muerte de Jesús resonó en Jerusalén una noticia asombrosa: Dios ha resucitado al que fue crucificado (Hch 2,23; 3,15; 4,10; 10,39-40). Nadie había visto el hecho mismo de la resurrección, pero la cosa se presentaba como incuestionable. Los seguidores de Jesús afirmaban que está vivo, porque ellos lo habían visto, se les había aparecido. En este sentido, llama la atención la cantidad de testimonios que se acumulan todos en torno al mismo hecho (Mc 16,1-8; Mt 28,1-10; Lc 24,1-12; Mt 28,16-20; Lc 24,36-50; Jn 20,11-18.19-23.24-49; 21,1-23; 1Cor 15,3-8). Por otra parte, es significativo que nadie pudo rebatir ese hecho. Y menos aún demostrar su falsedad.

Es verdad que el relato de Mateo supone una cierta polémica en torno al hecho: el sepulcro está vigilado por soldados (Mt 27,62-66), los cuales son sobornados por las autoridades judías, para que propaguen el rumor de que los discípulos de Jesús han robado el cadáver (Mt 28,11-15). Además, la custodia oficial del sepulcro debía durar tres días (Mt 27,63-64), y se puso un sello al mismo sepulcro (Mt 27,65-66). Pero también es cierto que nada de esto pudo impedir la constatación de que el sepulcro estaba vacío (Mt 28,15; ver Jn 20,15). Y si las autoridades no denunciaron y castigaron el presunto robo del cadáver, es que evidentemente reconocieron el hecho incuestionable: allí había pasado algo que humanamente no tenía explicación.

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A partir de este hecho se plantea una pregunta elemental: ¿En qué argumentos se basa la certeza de este hecho? Los argumentos, como enseguida vamos a ver, son fundamentalmente dos: el sepulcro vacío y las apariciones del resucitado. La predicación de la Iglesia primitiva sobre la resurrección expresa tal claridad y contundencia, que indica un hecho que se impuso a los primeros creyentes con plena objetividad. En este sentido hay que recordar las fórmulas de fe que aparecen en 1Cor 15,3-5 y en los capítulos 2 al 5 de los Hechos de los Apóstoles. La estructura formal de estas afirmaciones de la fe es siempre la misma: a) Cristo murió, fue sepultado; b) fue resucitado (o Dios lo resucitó: Hch 2,4); c) según las Escrituras; d) se apareció a Pedro y después a los doce ("y de eso nosotros somos testigos": Hch 2,32). Como se ha dicho muy bien, las fórmulas de 1Cor 15 y de Hch 2-5 dejan entrever, por su rígida formulación, que la resurrección no es un producto de la fe de la comunidad primitiva, sino el testimonio de un impacto que se les impuso.

a) El sepulcro vacío

Se ha dicho muchas veces que el primer argumento para afirmar la resurrección de Jesús es el hecho del sepulcro vacío. Sin embargo, ningún evangelista aporta, como prueba de la resurrección, el hecho del sepulcro vacío. La razón más contundente es que este hecho, en vez de provocar la fe, causa miedo y espanto, hasta el punto de que "las mujeres salieron huyendo del sepulcro" (Mc 16,8; Mt 28,8; Lc 24,4). Por su parte, María Magdalena interpreta este hecho como robo del cuerpo del Señor (Jn 20,2.13.15). Y para los discípulos la cosa no pasa de ser un chismorreo de mujeres (Lc 24,11.22-24.34).

Conviene hacer dos observaciones. La primera es que la repetida proclamación del sepulcro vacío no tendría sentido si quienes hacían esa proclamación no tuvieran la certeza de la resurrección. Porque, en caso contrario, cualquiera podría haber demostrado su falsedad, si es que el cuerpo estaba en alguna parte. Por lo tanto, desde este punto de vista, las afirmaciones sobre el sepulcro eran, en el fondo, afirmaciones de la fe en la resurrección.

La segunda es que las afirmaciones sobre el sepulcro vacío estaban asociadas con una práctica, en la primitiva Iglesia, de peregrinación y culto al santo sepulcro. Los cristianos recorrían los diversos lugares de Jerusalén que les recordaban la vía-crucis de Jesús. Como final de esta peregrinación visitaban el santo sepulcro. Su veneración religiosa alcanzaría su punto culminante cuando, llegados al lugar, el guía pronunciara estas palabras. "Y éste es el sitio donde lo depositaron" (Mc 16,6).

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Todo esto indica que la tradición del sepulcro vacío expresa una fe sólida y profunda en la resurrección. Pero hay que afirmar que la fe en la resurrección no tuvo su origen en el sepulcro vacío ni en el testimonio de las mujeres, sino en las apariciones a los apóstoles. De ahí la preocupación de Mc 16,7 en que las mujeres vayan a Pedro y a los discípulos y les comuniquen el mensaje del ángel. Sin duda alguna, el argumento decisivo, para afirmar la resurrección de Jesús, es el hecho de las apariciones a los discípulos. Lo del sepulcro vacío no pasa de ser un signo de una fe previa en el hecho de la resurrección.b) Las apariciones a los discípulos

El argumento definitivo para afirmar la resurrección de Jesús se basa en las apariciones de Jesús a los discípulos. Las fórmulas más antiguas sobre las apariciones (1Cor 15,5; Hch 2,32; 3,15; 4,10; 5,32) indican, por su formulación estricta y desapasionada, que estas apariciones no fueron visiones subjetivas, sino hechos objetivos, que se podían afirmar con toda seguridad.

¿Cuántas fueron las apariciones? Es imposible responder con acierto a esta pregunta, porque los datos que poseemos son fragmentarios e incompletos. Pablo nos habla de cinco apariciones del Señor vivo (1Cor 15,3-8). Marcos no conoce ninguna aparición (Mc 16,1-8), aunque indica que Jesús se dejará ver en Galilea (Mc 16,7). Mateo conoce una sola aparición a los once (Mt 28,16-20). Lucas refiere dos apariciones (Lc 24,13-53). Juan relata tres manifestaciones del Señor (Jn 20,11-18.19-23.24.29), a lo que hay que añadir la aparición en Galilea de Jn 21. Pero a esta lista hay que sumar otras apariciones, como, por ejemplo, la que experimentó Esteban en el momento del martirio (Hch 7,56). Si a esto unimos la aparición a Pablo (Hch 9,4-6; ver 1Cor 15,8), se puede decir con seguridad que las apariciones de Jesús a los suyos duraron varios años.

En cuanto al modo, las apariciones son descritas como una presencia real y hasta carnal de Jesús. Come, camina con los suyos, se deja tocar, dialoga con ellos. Su presencia es tan real que puede ser confundido con un caminante (Lc 24,14-46), un jardinero (Jn 20,15) o un pescador (Jn 21,4-6). El hecho es que los discípulos que lo vieron tenían la seguridad de que no era un "espíritu" (Lc 24,39) ni un "ángel" (Hch 23,8-9). El que murió y fue sepultado era el mismo que resucitó (1Cor 15,3-5). De ahí la preocupación por acentuar el hecho de las llagas (Lc 24,39; Jn 20,20.25-29), de que él comió y bebió con sus discípulos (Hch 10,41) o de que comió delante de ellos (Lc 24,42).

Por lo demás, en los relatos de las apariciones se nota una evolución: de una representación más espiritualizante como es la de 1Cor 15,5-8; Hch 3,15; 9,3; 26,16; Gal 1,15; Mt 28, se pasa a una

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materialización cada vez más marcada, como ocurre en los relatos de Lucas y Juan; y mucho más en los evangelios apócrifos de Pedro y los Hebreos.

A modo de conclusión, se puede afirmar que los relatos de apariciones constituyen una base sólida de la fe en la resurrección. Efectivamente, Jesús fue visto por los suyos, que convivieron con él y aseguraron con toda firmeza el hecho de la resurrección como un hecho incuestionable, seguro y cierto.

2. ¿Un hecho histórico?

Para entender correctamente la resurrección hay que hacer una distinción elemental: una cosa es resucitar y otra cosa es revivir. Jesús no revivió, sino que resucitó. Revivir es volver a la vida que se tenía antes de la muerte. Por lo tanto, el que revive vuelve a ser un hombre mortal, porque vuelve a estar en este mundo, como uno de tantos. Eso es lo que ocurrió en el caso de Lázaro (Jn 11,43-44) o en el del hijo de la viuda de Naím (Lc 7,15). Por el contrario, resucitar es vencer definitivamente la muerte y, por consiguiente, escapar ya para siempre de ella. En consecuencia, se puede decir que quien revive vuelve a este mundo, mientras que quien resucita traspasa para siempre las fronteras de este mundo.

A la luz de esta distinción elemental, ¿se puede decir que la resurrección fue un hecho histórico? Depende: si por hecho histórico se entiende lo que acontece realmente, sin duda alguna la resurrección fue un hecho histórico; pero si por hecho histórico se entiende lo que se puede comprobar en el espacio y en el tiempo, entonces hay que decir que la resurrección no fue un hecho histórico. Porque Jesús resucitado no estaba ya en el espacio y en el tiempo, es decir, no estaba en este mundo, sino que había rebasado definitivamente las condiciones de la historicidad. Por eso, desde este punto de vista se puede decir que lo único histórico que ocurrió allí es que los discípulos experimentaron la presencia viva de Jesús y así lo manifestaron a los demás.

Así se comprende que los evangelios no cuenten el hecho mismo de la resurrección. Se cuentan las apariciones después de la resurrección, pero no la resurrección misma. Por eso el evangelio apócrifo de Pedro (escrito hacia el 150 d. C.), que en lenguaje fantástico cuenta cómo resucitó Jesús, fue rechazado por la Iglesia,

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porque la conciencia cristiana percibió enseguida que no se puede hablar de la resurrección en sí misma.

3. El sentido de la resurrección para la comunidad cristiana

La muerte en la cruz era considerada en aquel tiempo como una maldición divina (Dt 21,23; Gal 3,13). Además, Jesús había muerto gritando que Dios lo había abandonado (Mc 15,34). Por eso, ante los ojos de aquella sociedad, Jesús era un fracasado total, un desecho del que no valía la pena hacer caso. Así se cumplieron sus mismas palabras: "Todos os vais a escandalizar de mí" (Mc 14,27; Mt 26,31). En consecuencia, los discípulos regresaron a Galilea (Mc 14,50; Mt 26,56), decepcionados, igual que los discípulos de Emaús (Lc 24,19-21).

Ahora bien, con la resurrección todo cambia: Jesús es visto por los suyos como el hombre cabal y perfecto. Más aún, es para los discípulos el Señor (Hch 1,6; 2,20; 4,33; 5,14; 7,59; 8,16; 9,1; 10,36; 11,16 etc.), "sentado a la diestra de Dios" y "constituido Hijo de Dios con poder" (Rom 1,14; Hch 13,33; Mt 28,18). Así, las confesiones de fe del NT en Jesús como Señor y como Hijo de Dios tienen su fundamento en la resurrección (Jn 3,16-17; Rom 1,3-4; 4,25; 6,5; 8,3.34; 14,9; 1Cor 15,3-5; 2Cor 5,15; Gal 4,4; Flp 2,6-11; Col 1,15-20; 1Tim 3,16; 2Tim 2,8; Heb 1,3; 1Pe 1,20; 3,18; 1Jn 4,9). A partir de entonces los discípulos predican con gran valentía delante de los judíos: "Vosotros le matasteis... Dios lo resucitó" (Hch 2,22s; 3,15; 4,10; 5,30; 10,39s). Hasta el punto de que una de las características más acusadas de la predicación cristiana a partir de entonces es la valentía, la audacia, la seguridad y la libertad (parresía) para proclamar el mensaje de la resurrección (Hch 2,29; 4,13.29.31; 9,27.28; 13,46; 14,3; 18,26; 19,8; 26,26; 28,31; 2Cor 3,12; 7,4; Ef 6,19.20; Flp 1,20; 1Tes 2,2; 1Tim 3,13; Flm 8; Heb 3,6; 4,16; 10,19.35).

Hay todavía otro aspecto en la predicación de la resurrección que conviene resaltar. Según el libro de los Hechos, los apóstoles al proclamar la resurrección eran perseguidos y encarcelados (Hch 4,1-3; 5,30.40; 7,54). Esto quiere decir que era un tema peligroso, pues provocaba enfrentamientos y representaba una amenaza para quienes lo predicaban. Ahora bien, ¿por qué sucedía eso así? La pregunta es lógica, porque hoy no representa ningún tipo de amenaza la predicación sobre la resurrección. Ahora es, más bien, un tema inocuo, sin implicaciones de ninguna clase. Entonces, ¿por qué en aquel tiempo era un asunto tan peligroso?

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Jesús había muerto a causa de un enfrentamiento con los dirigentes judíos. Y en aquella lucha, él había sido el perdedor, el fracasado y el maldito. A partir de entonces la causa de Jesús estaba perdida y derrotada. Pues bien, a los pocos días de semejante fracaso, los seguidores del ajusticiado se ponen a decir que Dios lo ha resucitado. Sin duda eso resultaba peligroso en aquellas circunstancias. Porque era lo mismo que decir a los dirigentes judíos: Dios está de parte del que vosotros habéis matado y, por eso, Dios está contra vosotros. Este tono polémico se nota en la predicación de Pedro: "Vosotros habéis rechazado al santo, al justo, y habéis pedido la libertad para un asesino; habéis matado al autor de la vida, pero Dios lo resucitó, y nosotros somos testigos" (Heb 3,14-15). Por tanto, Dios le había dado la razón a Jesús; y se la había quitado a todos los que no estaban de acuerdo con él. Por consiguiente, Jesús tenía razón. Y su causa es el camino que salva al hombre. La cosa estaba clara: el enfrentamiento entre Jesús y los dirigentes judíos se tenía que continuar en los discípulos del resucitado. Predicar la resurrección era tomar partido en una causa muy conflictiva y peligrosa.

Todo esto implica dos consecuencias. La primera es muy clara: cuando se predica la resurrección y eso no acarrea ningún tipo de persecución, hay que preguntarse si lo que se predica es la resurrección de Jesús o es más bien otra cosa. Porque hoy el mundo sigue siendo hostil a la causa de Jesús, como lo era en aquel tiempo. Por eso una predicación de la resurrección que no acarrea problemas es, sin duda alguna, una predicación viciada en su misma raíz. Porque es una predicación que no produce la confrontación inherente al mensaje profundo de la resurrección.

De ahí la segunda consecuencia: predicar la resurrección no es solamente decir que Jesús vive. Es mucho más que eso. Es persuadir a la gente de que Jesús tenía razón. Y, por consiguiente, es indicar a la gente de que el camino de Jesús es el verdadero camino. Por lo tanto, predicar la resurrección es convencer a la gente de que la vida tiene que ser vista como la vio Jesús, que nos tiene que gustar lo que le gustó a Jesús, y que tenemos que rechazar lo que Jesús rechazó. La vida de Jesús terminó en un enfrentamiento entre el evangelio y el orden establecido. En la resurrección, el evangelio triunfa; y el orden establecido sale derrotado. Por eso, proclamar hoy la resurrección es ponerse de parte del evangelio. Y enfrentarse inevitablemente al sistema, al orden socio-político del momento presente.

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