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KIERKEGAARD MI PUNTO DE VISTA

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K IER K EG A A R D

MI PUNTO DE VISTA

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MI PUNTO

DE VISTA

INICIACION FILO SO FIC A

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SOREN AABYE KIERKEGAARD

MI PUNTO DE VISTA

Traducción deJOSE M IGUEL VELLOSO

Prólogo deJOSE AN TO N IO M IGUEZ

JLT O L L E , L E G E AGUILAR

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B iblioteca de Iniciación F ilosó fica Primera ed ición 1959 Cuarta ed ición 1972

Es propiedadQueda hecho el depósito que marca la ley 11.723 © 1972 Aguilar Argentina S.A. de Ediciones, Buenos Aires Impreso en la Argentina — Printed in Argentine

Edición originalSynspunkiel for min foraftterwirksomhed publicada en 1859

PROLOGO

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Perspectiva de Kierkegaard

¿Fue Sóren Kierkegaard un hombre heroico? ¿Fue realmente un hombre extraordinario? Pre­guntas como éstas podrán ser formuladas con justo título por quienes se adentren con fruición e interés por la rica vena de su obra. Y la perspectiva del filósofo danés será tanto más precisa cuanto mejor responda a esos profundos interrogantes.

Partimos ya de un hecho cierto. Sóren Kierke­gaard es un claro ejemplo del hombre enigmático para su tiempo y cuyo mensaje personal se proyecta con más fuerza y poder sobre los tiempos que le siguen. Es, por tanto, en ese sentido, un apóstol verdadero, que adelanta para la posteridad una experiencia única, irreemplaza­ble.

Cabe recoger, si acaso, el cotejo con Federico Nietzsche. Kierkegaard y Nietzsche, hombres del mismo siglo, viven una existencia atormentada, de soledad a ultranza, pero que impresiona por su dialéctica íntima, preludio de tantos dramas existenciales.

Dos términos que hasta aquel momento —fijemos su punto decisivo en el año 1843, fecha de publi­cación de Alternativa de Kierkegaard y casi de albores nietzscheanos— podían aparecer diso­ciados, van a presentarse en el filósofo danés fuer-

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temente emparejados: son éstos los de verdad y vida, vida y acto, filosofía y vida. Y ante todo, Ta resolución de la antinomia singularidad-universa­lidad, pero vista ahora desde la vertiente del individuo mismo.

Kierkegaard, como Nietzsche, aspira a sumir enteramente lo nuevo en lo eterno. Y lo nuevo, en este caso, es la andadura existencial realizada en lo humano y desde lo humano, que es lo genérico, el campo invariable de la experiencia personal. En Kierkegaard se anuncia ya válidamente para la pretensión filosófica, la desnuda experiencia ín­tima, y por tanto individual, que intenta ejem­plarizar a costa de la individualidad misma, es decir, por lo que ésta expone en sus distintas formas y en su increíble vicisitud.

A la luz de estas consideraciones Kierkegaard se revela como un coloso de su tiempo. Lo es ciertamente porque, como pocos antes que él, fiizo de sí mismo y de su propio acto de vivir la cuente de su propio filosofar. Fue, pues, filósofo ahondando en sí, a fuerza de intimar consigo mis­mo en una reflexión ascética y continuada, que más semeja un paradójico método asistemá- tico.

Resulta, por tanto, curioso, pero de ningún modo extraño, que lo que hay de filosofía en Kierke­gaard sea también lo que nos dejó de contenido biográfico. Lo que él quiere hacemos llegar como “ su” mensaje filosófico es, precisamente, el testi­monio y la experiencia de su vida, trasparente por entero para el hombre de hoy a través de sus escri­tos con la misma nitidez con que se percibe el fuego vital agustiniano en la lectura de las Confe­siones.

Con ello, la perspectiva de Kierkegaard readquiere su verdadero rango y valor. Su filosofía personal

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es hija de su personalísima experiencia, de una experiencia en la que entran en juego el cuerpo y el alma de Kierkegaard, el contorno circunstan­ciado de su vida y todo aquello que en la práctica vital nuestro filósofo no pudo, no quiso o no supo eludir.

Para la visión retrospectiva de Kierkagaard, su tiempo y su época son datos de precisividad suma; tanto, si acaso, como lo que en él puede influir su propio contorno corporal. Kierkegaard se encarga de hacer problemático el clásico racionalismo hegeliano, invalidándolo para sí mismo en nombre de su propia experiencia. Y lo hace en verdad como hombre religioso que es y como hombre que va a realzar la relación con Dios, no desde un plano puramente crítico, sino más bien desde un plano de testimonio vital, de testificación de Cristo, con la duda, el dolor y el desgarro personal que esto supone.

Lo religioso toma categoría humana con Kierke­gaard para perder quizá categoría filosófica. Se da aquí el mismo caso que con Nietzsche, para quien el nihilismo es un paso previo hacia la transmuta­ción de todos los valores sociales y morales, o, lo que es lo mismo, en favor de la afirmación de una religión y de una moral nuevas.

Las obras de Kierkegaard reflejan plenamente el giro extraño que inaugura con él la filosofía del siglo XIX. Rumbo extraño que, de todos modos, habría de corporalizarse mucho después de la muerte del filósofo danés. La cuestión, más congruente que podríamos presentarnos a noso­tros mismos sería la de preguntarnos si es, en efec- to , una filosofía ese pretendido saber del hombre, cuando el hombre sigue siendo justa­mente la constante problemática y la existencia misma problema radical e insoluble.

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¿Quién es y qué significa para nosotros este Kierkegaard de innumerables facetas, este Kierke­gaard multiplicado por siete, por ocho, o por nueve seudónimos, que pretenden encubrir —o descubrir quizá— su verdadera persona? ¿Qué continuidad puede admitirse en el hombre kierke- gaardiano a través de la sucesión de encubrimien­tos que escinden la personalidad o que afirman las infinitas posibilidades de ese ser abierto que es para el existencialismo el ser humano?

Recordemos que con Alternativa aparece ya el primer seudónimo de Kierkegaard, Víctor Eremi­ta. Bajo el non^bre de Johannes de Silentio se presenta Temor y temblor, y con el de Constantin Constantius su Ensayo de psicología experimen­tal. Las Bagatelas filosóficas las firma Johannes Climacus, y poco después, El concepto de la angustia, obra capital kierkegaardiana, Vigilius Haufniensis, quinto de los seudónimos de nuestro* filósofo. A éste seguirían todavía el de Nicolaus Notabene, Hilarius Bogbinder, Frater Taciturnus, y el último en el tiempo, J. Anticlimacus, con el que da a luz el Tratado de la desesperación y Escuela del cristianismo.

Hay algo evidente en todo esto y que constituye una de las tónicas del existencialismo kierkegaar- diano e incluso de todo existencialismo. Así, un existenciaiista de nuestra época, como lo- es Jaspers, por otra parte profundamente vinculado a Kierkegaard, nos habla del ser humano como ser desgarrado mejor aún que escindido; desgarrado, nos dice el propio Jaspers, como objeto, como yoo como en-sí.

Podemos suponer, sin embargo, que la escisión kierkegaardiana es más una exigencia de la ascen­sión que domina en él el paso de uno a otro estadio. La riqueza de la experiencia existencial está ahí precisamente: en agotar la multiplicidad

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posible de experiencias para impersonalizarse y huir cada vez más del estado inautèntico. Y ello lo afirma Kierkegaard de manera muy clara en su Postscriptum. “ Yo soy impersonal o personalmen­te un apuntador en tercera persona, que ha producido poéticamente unos autores, los cuales son autores de sus prefacios y aun de sus n o m b r e s Y bien; ¿no será esto, cuando menos en Kierkegaard, una manifestación de su “ pasión de lo infinito” ? ¿No querrá realmente llegar poi- si mismo al Individuo en virtud de la realización múltiple e ilimitada, en sí mismo, en su propia carne, de los individuos mismos? En todo caso, revélase que el hombre es quehacer, y quehacer a su propia costa. Ese despliegue incesante y atrevi­do de la personalidad es el eterno fermento de loda doctrina existenciaiista. Casi podríamos de­cir que constituye una espléndida “ pasión de lo infinito” , como lo declara el propio Kierkegaard.

El examen introspectivo kierkegaardiano, la pre­sunta ruptura consigo mismo, el cuarteamiento de su ser que nos ofrecen los sucesivos seudónimos, son más que nada, tomando su actitud desde un punto de vista positivo, anhelos de progreso y de unidad en el desarrollo y la conquista de sí mismo.

Kierkegaard hizo el camino con su experiencia. Y su experiencia misma valoró el camino. No podríamos decir, con todo, que se trataba de un camino conscientemente buscado, pero sí de que en él aflora una pretensión volitiva, un afán de polémica con el que desgarra su vida en un análisis que no está exento de dureza hacia su propio ser.

Y sin embargo, en Kierkegaard lo definitivo y casi lo característicamente privativo de él es la elec­ción y el salto. El salto es el signo del progreso e implica una libre decisión individual. Resulta ser un deber —muchas veces heroico— ante la vida

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misma, una exigencia de la existencia y de la vida que implica también un continuado sacrificio.

En la perspectiva existencial que nos legó Kierke­gaard se encuentra bien patente esta pasión electiva. Hay tres estadios por los que él mismo pasa —el estadio estético, el estadio ético y el estadio religioso— que van señalando las preferen­cias individuales. Nada más admirable que seguir su curso en las distintas obras de Sóren Kierke­gaard. Alternativa, el Diario del seductor, los Estadios en el camino de la vida, reflejan de modo nuiy fiel el momento romántico kierkegaardiano. “ Toda su vida estaba organizada para el goce” , nos dice en el Diario del seductor, definiendo con toda exactitud el anhelo del hombre romántico, mezcla de sensualidad y de egoísmo y en quien se compendian el mero placer de la situación mo­mentánea y el hastío abrumador que le sigue.

El estadio estético nos sumerge en el hombre temporalizado, en el hombre esclavo del momen­to y para el cual sólo queda un recurso supremo: la desesperación. Si el hombre ha de superar este estadio para superarse a la vez a sí mismo, incidirá realmente en el campo de la desesperación. En la 2a parte de Alternativa está perfectamente nítido el consejo de Kierkegaard: “ Te exhorto a la desesperación, no como a un consuelo, como a un estado en el que debes permanecer, sino como a un acto que requiere toda la fuerza, toda la seriedad y todo el recogimiento del alma, pues mi convicción, mi victoria sobre el mundo es que todo hombre que no ha gustado la amargura de la desesperación se ha engañado siempre acerca del sentido de la vida, aun en el caso de que haya conocido en la suya la alegría y la belleza” .

En este punto es ya el deber ético el que se impone. Por supuesto, si el individuo quiere vencer la desesperación con la aceptación plena de

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una norma de conducta. Lo particular y lo general aparecen entonces en perfecta conjunción armóni­ca y aún acaso fundidos, podríamos decir, en la síntesis que manifiesta el individuo. Kierkegaard declara con mucha precisión en Alternativa cuál es su concepto del deber. Y define con ello, justificándolo con su riesgo personal, lo que él entiende por el estadio ético. “ Precisemos —nos dice—. Jamás digo de un hombre que cumple el deber o los deberes, sino su deber; yo digo: cumplo mi deber, cumple tú el tuyo. Esto demuestra que lo individual es a la vez general y particular. El deber es lo general que se exige de mí; si no soy, pues, lo general, no puedo tampoco cumplir el deber. Por otra parte, mi deber es lo particular que me concierne exclusivamente, y no obstante, es el deber y en consecuencia lo general. La persona adquiere aquí su valor supremo. Aparece como síntesis de lo general y de lo par­ticular” .

No cabe duda que aquí resuena el acento de la etica kantiana. Pero corregido y valorado — subli­mado, podría argüir Kierkegaard— por el propio esfuerzo individual que es el que cuenta como justificación suma. Tomado al pie de la letra, el imperativo categórico kantiano ofrecía esta forma única: obra sólo según una máxima tal que puedas (¡uerer al mismo tiempo que se torne ley univer­sal. En su rigidez y exclusividad, parecía omitir la excepción individual, eso mismo que Kierkegaard

y Nietzsche— vienen a poner sobre el tapete de la nueva filosofía.

Por eso, un tercer estadio superará todavía el estadio ético. Es un estadio, diríamos, en el que vence la excepción y lo genial a lo masivamente (•(.ico. Kierkegaard lo analiza debidamente en Temor y temblor, Migajas filosóficas, El concepto de la angustia y Estadios en el camino de la vida, entre otras obras de su última época. El nuevo

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salto, la nueva elección, a expensas de la existen­cia desgarrada, deja al hombre en la zona de contacto con lo divino; mejor dicho, en la prueba indecible que colma ya, y desborda, la medida ética. Así, en el caso del sacrificio de Isaac, el hijo amado de Abraham. Temor y temblor desarrolla este tema para sublimar heroicamente lo que sobrepasa la norma ética y se instituye como medida única y eterna. Por encima del imperativo categórico, otra medida excepcional y aún más alta, pero ya cuando Dios se halla presente en el estadio religioso de la prueba, de esa prueba absurda que es también el mayor desgarro del hombre.

El Elogio de Abraham, en Temor y temblor, preséntase como el exponente máximo de la fe kierkegaardiana. Y es igualmente la justificación cimera del absurdo existencial, aunque desde un punto de vista de elevación del yo a la medida, realmente absurda, del amor divino. “ ¡No! Nada se perderá de aquellos que fueron grandes, cada uno a su modo y según la grandeza del objeto que amó. Porque fue grande por su persona quien se amó a sí mismo; y quien amó a otro fue grande dándose; pero fue el más grande de todos quien amó a Dios” . Grande en la antinomia, grande en el absurdo más inverosímil, Abraham prefigura muy a lo vivo el héroe religioso de Kierkegaard, por encima de la moral humana. Como Zaratus- tra, el de Nietzsche, también más allá del bien y del mal y con objetivos de superhombre.

Abraham aceptó la medida de Dios. Ningún otro hombre podría ser, como él, testimonio de la prueba y de la libertad absoluta. “ Hay hombres —dice Kierkegaard en su Elogio— que se apoyaron en sí mismos y triunfaron de todo; otros lo sacrificaron todo; pero fue el más grande de todos quien creyó en Dios. Y hubo hombres grandes por sus energías, saber, esperanza o amor; pero

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Abraham fue el más grande de todos: grande por la energía cuya fuerza es debilidad, por el saber cuyo secreto es locura; por la esperanza cuya lorma es demencia; por el amor que es odio de sí mismo” .

Y así es como Kierkegaard hace de la vida la terrible aventura de lo absurdo. Una aventura que se colma en el trance religioso, cara a Dios y ante Dios, como en el caso de la fe de Abraham, que es un símbolo de la locura existencial.

Kierkegaard ha buscado adrede el choque y el conflicto del existente, en exigencia y medida de superación. Por la sencilla razón de que entendía la existencia —y así habría de entenderse también / después de él— como fuente de angustia y de [/ riesgo. Esta es la tesis que cabría deducir de su vida y de su obra. Y bebiendo en el drama del hombre verdaderamente cristiano, quiso y supo hacer de la filosofía no un saber de razón sino un fruto de la experiencia, y de la experiencia profundamente personal.

Lo personal y biográfico en Mi punto de vista.

lín el riesgo existencial el existir es un hacerse, un concretarse como cuerpo existente, como signo y contenido de la continua interrogación que for­mula 3a conciencia.

En términos justos, el existente realiza una verificación de la existencia con su mismo acto. “ Serás lo que quieras” , podrá decir, pero “ serás totalmente” , en conquista que no se detiene por obra de la libertad absoluta que domina y señorea al hombre.

La idea de libertad no podía por menos de tomar cuerpo en la obra de Kierkegaard y, aún más radicalmente, en la filosofía existencialista que de

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él deriva. Si el hombre tiene que elegir, si necesariamente debe correr el riesgo de elegir, no hay duda de que únicamente podrá hacerlo de manera personal si la libertad misma se convierte en fundamento de la elección.

Libre es entonces el hombre —y elevado además a la categoría de persona— porque se hace surgir sin más; porque en sentido absoluto priva ya sobre la nada, como en una especie de brinco meteórico que le sitúa, en cuanto hombre, constituido y desgarrado, pues es él quien actúa y quien se ve a sí mismo, quien, en fin, viene a ser dualidad combativa, agónica e ineludible.

El hombre existencial —y Kierkegaard lo fue de modo sincero— se presenta siempre, antes que nada, como biógrafo de sí mismo. Es él el que se ve haciéndose, en ese “ cada instante” que pregona Sartre y que le prepara el cauce de la verdadera libertad. Porque cada momento de la existencia auténtica, esto es, cada perfil biográfico del hombre, trae consigo la resurrección, pero ya sobre una base entitativa, sobre un rescoldo de cenizas que es un algo para el futuro vital y en el que se ha consumido, instantáneamente también, todo un hombre.

Cuando Sóren Kierkegaard redactó Mi punto de vista en su obra, en el año 1848, había alcanzado ya el estadio religioso de su vida. Desde el año1843, la actitud religiosa de Kierkegaard se hace cada vez más fuerte y el camino recorrido anteriormente, hasta la ruptura definitiva con Regina Olsen, se le aparece como un progreso evidente en el pleno conocimiento de si mismo. Las esferas del existir humano están en él a punto de cumplirse y Kierkegaard tiene conciencia de ello. Por eso, su misma Introducción a Mi punto de vista es un manifiesto revelador de la cima personal a la que había llegado. Es él el que habla,

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es él quien se define, es él quien se justifica y justifica a la vez su obra. “ El contenido de este pequeño libro afirma, pues, lo que realmente soy como escritor, que soy y he sido un escritor reli­gioso, que la totalidad de mi trabajo como escri­tor se relaciona con el cristianismo, con el proble­ma de ‘llegar a ser cristiano’, con una polémica directa o indirecta contra la monstruosa ilusión que llamamos cristiandad, o contra la ilusión de que en un país como el nuestro todos somos cris­tianos” .

K1 ansia de superación está en vías de hacerse realidad para Kierkegaard o quizá ya se ha hecho. Sus experiencias, sus desdoblamientos, y esos saltos mismos que anulan la distancia de la nada al ser, han traído para el filósofo danés un senti­miento de humildad que atestigua la soberanía de su estado. Como autor y como hombre incluso, Kierkegaard se confiesa sinceramente, por si de su experiencia misma puede obtenerse una lección para los demás hombres. “ Humildemente —nos dice igualmente en la Introducción a Mi punto de vista— ante Dios, y también ante los hombres, yo sé muy bien en dónde personalmente puedo haber ofendido; pero también sé con Dios que mi labor como autor fue el resultado de un irresistible impulso interior, la única posibilidad melancólica de un hombre, el honesto esfuerzo por parte de un alma profundamente postrada y compungida que quiere hacer algo como compensación, sin ahorrar ningún sacrificio o trabajo al servicio de la verdad” .

Kierkegaard se afana por hallar para los demás la explicación que él mismo da para el curso de su vida y para su vocación de escritor. El es, y lo declara, fundamentalmente un autor religioso o que ha realizado ya ese salto cuando en Mi punto de vista expone su nueva tesis. Para los que viven en la ilusión de que la vida se divide en dos partes

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y que el período de la juventud pertenece a lo estético mientras que la edad madura se inserta en la religión, hay que intentar descubrir el engaño.Y Kierkegaard lo hace refiriéndonos detallada­mente su modo personal de existencia, es decir, mediante la reflexión sobre lo biográfico, en la que asienta la eterna cuestión psicológica de su filosofía existencial.

Maravillosos son los rasgos que en tal sentido nos ofrece el capítulo II de Mi punto de vista. Rasgos perfectamente descritos para mostrar un Kierke­gaard de la primera época, ya anulado por los saltos ético y religioso. “ Melancólico, incurable­mente melancólico como yo era, sufriendo prodi­giosos pesares dentro de mi espíritu, habiendo roto desesperadamente con el mundo y con todo io que es el mundo, educado estrictamente desde mi infancia en el convencimiento de que la verdad debe sufrir y ser mofada y burlada. . siendo lo que era, encontraba un determinado tipo de satisfacción en esta vida, en este engaño inverso, una satisfacción al observar que el engaño tenía un éxito tan extraordinario. .

Aquí hay, indudablemente, un humanismo de intimidad que Kierkegaard exalta hasta alcanzar su verdadero límite, esto es, el humanismo de trascendencia. Si algo hemos de agradecer a Kierkegaard en el inicio de la corriente existencial es el haber buscado una salida a la oscilación dramática del existente. Su biografía misma nos lo atestigua y la cuestión fundamental que plantea —también naturalmente en Mi punto de vista--es haber partido de sí mismo como experiencia para reconstruir un mundo casi perdido y, con él, todo el sentimiento de la trascendencia lejana, más afín y cercana al hombre a medida de la profundidad de su experiencia.

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Ksa es la conquista que trasluce claramente del análisis kierkegaardiano. Los saltos personales de Kierkegaard constituyen esas mismas conquistas, tunque su fruto conserve la acritud del desgarra­miento íntimo. El sujeto está ahí y Kierkegaard se nos presenta en ese “ su” hacerse, afirmándose de manera optimista, pero con la plena conciencia de sus fracasos y de su propia derrelicción humana. Nada más expresivo, con este título personal, que la parte que el divino gobierno tuvo en su profesión de autor, referida en el capítulo III de Mi punto de vista. “ Cuanto he escrito hasta ahora

nos dice— no ha sido, en un sentido, ni agradable de escribir. Hay algo doloroso al estar obligado a hablar tanto de uno mismo. Pluguiera a Dios que hubiera podido conservar mi paz aún más de lo que lo he hecho, sí, hasta morir incluso en silencio sobre este tema que, al igual que mi labor y mi trabajo literario, me ha ocupado durante día y noche. Pero ahora, gracias a Dios, ahora respiro libremente, ahora siento de verdad necesidad de hablar, ahora he llegado a un tema que hallo inmensamente agradable de pensar y de hablar. Mi relación con Dios es el ‘amor feliz’ de una vida que en muchos aspectos ha sido difícil e infeliz” .

l odo este relato biográfico —que no otra cosa es Mi punto de vista y la obra escrita de Kierke­gaard— atestigua un punto de arranque en la filosofía existencial: lo subjetivo, lo privativamen- i(> personal e íntimo se perfila como el campo más genuino de experiencias y de confrontaciones trascendentes. Esto es esencial en el hombre de excepción que proclama Kierkegaard. De él —de sus fracasos, de sus saltos, de su ansia de autenticidad— da testimonio su misma desespera- rión cotidiana.

Con esto, Kierkegaard se nos muestra, en efecto, revestido de la sencillez del héroe. Del héroe que

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acepta el riesgo humano pero elude el compromi­so, precisamente para afirmar la realidad del riesgo en el que va implicada la realidad de la persona. De lo que se trata es de ilusionar desde el hombre ese “ amor feliz” que en el estadio religioso se vuelve razón y sentido de su vida.

Y he aquí cómo, a vueltas consigo mismo, Kierkegaard alcanza una fe desesperada en el hombre. Pero su fe —su verdadera fe existencia!— no es, de ningún modo, una fe crédula. Antes bien, es una fe que surge del conflicto dialéctico y que convierte el tiempo en instante para hacer más viva, a la luz de la conciencia, la desazón individual del existente. Ciertamente, tal como Kierkegaard nos lo explica en su Diario, la tarea es doblemente ardua y difícil: porque el hombre de fe —el existente cristiano que encarna y testimonia la trascendencia— ha de buscar con ahínco al hombre Hombre, hijo de sí mismo y poeta de lo inefable, y, a la vez, proyectará todavía el “ más allá” sobre el rescoldo humeante de su acción.

JOSE AN TO N IO M IGUEZ

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( ICONOLOGIA DE KIERKEGAARD

1813.— 5 de mayo. Nace Soren Aabye Kierke­gaard en la ciudad de Copenhague.

1821. — 6 de octubre. Kierkegaard inicia sus estudios en el colegio de Borgerdyscole.

1830. — 30 de octubre. Acceso de Kierkegaard a la Universidad. *

1837. — Mes de mayo. Primer encuentro de Kier­kegaard y Regina Olsen.

1838. — 7 de septiembre. Publicación de la prime­ra obra de Kierkegaard: Extracto de los papeles de alguien que vive todavía y publica a su pesar.

1840.— 10 de septiembre. Promesa de matrimo­nio con Regina Olsen.

1841.— Mes de octubre. Ruptura definitiva con Regina Olsen.

1843. — 20 de febrero. Kierkegaard publica, con el seudónimo de Víctor Eremita, Alter­nativa y Fragmento de una vida.7 de octubre. Aparecen Temor y temblor y Lirismo dialéctico con el nombre de Johannes de Silentio, así como La repeti­ción y Ensayo de psicología, firmados por Constantin Constantius.

1843. — 13 de octubre. Como continuación a Dosdiscursos edificantes, Kierkegaard publi­ca Tres discursos edificantes.6 de diciembre. Nueva publicación de Kierkegaard: Cuatro discursos edifican­tes.

1844. — 13 de junio. Aparecen las Bagatelasfilosóficas a nombre de Johannes Clima- cus.

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17 de junio. Se publican El concepto de la angustia y Sencillo esclarecimiento previo al problema del pecado original, que firma Vigilius Haufniensis, y Prefa­cios y Lectura amena para diversos esta­dos, firmados por Nicolás Notabene.

1845. — 30 de abril. Hilarius Bogbinder, séptimoseudónimo de Kierkegaard, publica Esta­dios en el camino de la vida.27 de diciembre. Aparece en el diario Faedrelandet (Patria) el artículo de Kier­kegaard Actividad de un esteta ambulan­te, que firma Frater Taciturnus.

1846.— 27 de febrero. Publicación de Postscrip- tum.

1847. — Año decisivo. El 3 de noviembre ReginaOlsen contrae matrimonio con Fr. Schle- gel. — Kierkegaard publica en junio de este año La Crisis y redacta Mi punto de vista.

1849. — 20 de mayo. Publicación de Dos peque­ños tratados ético-religiosos.30 de julio. Aparece el Tratado de la desesperación, que firma J. Anticlima- cus.

1850. — 25 de septiembre. También Anticlimacusfirma Escuela del cristianismo.

1851-1855. — Período intensamente polémico de Kierkegaard. Los artículos se suceden casi sin intemipción, salvando el bache del año 1853, en que Kierkegaard nada publica.

1855. — 11 de noviembre. Muerte de Kierkegaard.P ocos días antes había declarado crudamente a su amigo Emilio Boesen: “ Saluda a todos los hombres y diles que mi vida ha sido un sufrir agudo, incom­prensible e ignorado para todos, excepto para m í” .

JOSE AN TONIO M IGUEZ

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MI PUNTO DE VISTA

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INTRODUCCION

He alcanzado un punto en mi carrera de escritor desde el que resulta permisible hacer aquello a que me siento fuertemente impulsado de acuerdo con mi deber, o sea, para decirlo de una vez por todas, lo más directa y francamente posible: lo que yo como escritor declaro ser. El momento (por inadecuado que pueda ser en otro sentido) es el justo en parte porque (como ya he dicho) he alcanzado este punto, y en parte porque estoy en vísperas de encontrar por primera vez en el campo literario mi primera obra, Either/Or, en su segunda edición, la cual yo no deseaba haber publicado antes.

Hay una época para permanecer en silencio y otra para hablar. Mientras he considerado que era mi deber guardar ei más estricto silencio, me he esforzado en mantenerlo por todos los medios. No he vacilado en contrarrestar, en un sentido finito, mi propio esfuerzo con el enigmático misterio y la doble entente que el silencio favorece. Lo que he hecho en este aspecto ha sido mal comprendido e interpretado como orgullo, arrogancia y Dios sabe qué más. Mientras conside­ré que mi deber religioso era guardar silencio, nada hice para evitar este malentendimiento. Pero si yo consideraba que mi deber era el silencio debíase a que no tenía tan a mano el conocimien­to del arte del escritor como para que su entendimiento pudiera ser algo más que mal entendimiento.

El contenido de este pequeño libro afirma, pues, lo que realmente significo como escritor: que soy

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y he sido un escritor religioso, que la totalidad de mi trabajo como escritor se relaciona con el cristianismo, con el problema de “ llegar a ser cristiano” , con una polémica directa o indirecta contra la monstruosa ilusión qué llamamos cris­tiandad, o contra la ilusión de que en un país como el nuestro todos somos cristianos.

Pido a todos aquellos que tengan en el corazón la causa de la cristiandad —y se lo pido con tanta más urgencia cuanto más seriamente se empeñen en ella— que conozcan este pequeño libro, no curiosamente, sino con devoción, como se lee una obra religiosa. Naturalmente, no me importa el placer que ha encontrado o pueda encontrar el llamado público estético al leer, atentamente o de pasada, las obras de carácter estético, las cuales son un disfraz y un engaño al servicio de la cristiandad; porque yo soy un escritor religioso. Suponiendo que un lector de tal clase entiende a la perfección y aprecia críticamente las produc­ciones estéticas individuales, siempre me entende­rá totalmente mal, en cuanto no comprenda la religiosa totalidad en toda mi labor como escritor. Supongamos, pues, que otro entiende mis obras en la totalidad de su referencia religiosa, pero no entiende ni uno solo de los productos estéticos contenidos en ellas; en este caso yo no diría que su falta de entendimiento fuera esencial.

Cuanto escribo aquí es para orientación. Se trata de un testimonio público; no de una defensa o de una apología. A este respecto, en verdad, si no en otro, creo que tengo algo en común con Sócrates. Porque cuando fue acusado y estaba a punto de ser juzgado por “ la plebe” , su demonio le prohibió defenderse. Realmente, si lo hubiera hecho, ¡qué indecoroso hubiera sido y cuánto se hubiera contradich’o a sí mismo! Igualmente hay algo en mí y en la posición dialéctica que ocupo, que hace imposible para mí, e imposible en sí

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mismo, llevar a cabo una defensa de mi trabajo como escritor. Tengo que sufrir muchas cosas, y espero tener que aguantar muchas más sin padecer la pérdida de mí mismo. Pero, ¿quién sabe? , tal vez el futuro me tratará con más gentileza que el pasado. La única cosa a que no me puedo resignar —que no puedo hacer sin padecer la pérdida de mí mismo y del carácter dialéctico de mi posición (que es justamente a lo que no me puedo resignar)—, la única cosa es defenderme qua escri­tor. Eso sería una falsedad, la cual, aunque me ayudara a ganar finitamente todo el mundo, sería para la eternidad mi destrucción. Humildemente .mte Dios, y también ante los hombres, yo sé muy bien en dónde personalmente puedo haber ofen­dido: pero también sé con Dios que mi labor como autor fue el resultado de un irresistible impulso interior, la única posibilidad melancólica de un hombre, el honesto esfuerzo por parte de un alma profundamente postrada y compungida que quiere hacer algo como compensación, sin ahorrar ningún sacrificio o trabajo al servicio de la verdad. Por tanto, sé también con Dios, ante cuyos ojos esta empresa halló gracia y sigue bailándola, igual que se regocija con Su asistencia, (|ue con respecto a mi profesión de escritor no necesito defenderme ante mis contemporáneos; ya que, si en este caso yo representara algún papel, no sería como abogado defensor sino como fiscal.

Sin embargo, yo no acuso a mis contemporáneos, dado que he entendido religiosamente como mi deber servir la verdad con abnegación, y mi tarea hacer todos los posibles para impedir llegar a ser considerado e idolatrado. Sólo aquel que conozca por propia experiencia lo que es la negación puede desentrañar mi enigma y saber si es abnegación. Porque el hombre que no tiene experiencia de ello, llamará más bien a mi comportamiento amor de sí mismo, orgullo,

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excentricidad, locura; por cuya opinión no sería razonable que yo le acusara, ya que yo mismo, en servicio de la verdad, he contribuido a formársela. Hay una cosa que no puede comprender ni una asamblea ruidosa, ni un “ público altamente esti­mable” , ni en media hora, y esta cosa es el carácter de la verdadera abnegación cristiana. Para comprenderla se requiere temor y temblor, silen­ciosa soledad, y un largo espacio de tiempo.

Estoy enteramente cierto de que he entendido la verdad que entrego a los demás. Estoy casi igualmente seguro de que mis contemporáneos, en tanto que no la comprenden, se verán obligados, por las malas o por las buenas, a comprenderla alguna vez, en la eternidad, cuando se hallen liberados de muchos cuidados y solicitudes pertur­badores, de los cuales yo he sido liberado. He sufrido a causa del mal entendimiento; y el hecho de que voluntariamente me exponga a él, no indica que yo sea insensible al sufrimiento real. Sería como negar la realidad de todo el sufrimien­to cristiano porque es voluntario. Tampoco se debe deducir como una inferencia directa que “ los otros” no tienen ninguna culpa, dado que si sufro es en servicio de la verdad. Pero por mucho que haya sufrido a causa del mal entendimiento, sólo puedo dar gracias a Dios por aquello que es de infinita importancia para mí: que El me ha concedido el entendimiento de la verdad.

Y ahora sólo una cosa más. No es preciso decir que no puedo explicar toda mi labor como escritor en toda su integridad, o sea, con la interioridad puramente personal en la que poseo la explicación de ella. Y esto en parte se debe a que no puedo hacer pública mi relación con Dios. No es ni más ni menos que la interioridad genérica que todo hombre puede tener, sin considerarla como una distinción oficial en la que hubiera un crimen que ocultar y un deber que proclamar, o a

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!¡j i|ik' pudiera apelar como mi justificación. En jmilc porque yo no puedo querer (y nadie puede tlpneur que yo pudiera) introducir a la fuerza en Mitilip lo que únicamente concierne a mi persona; aunque, naturalmente, hay mucho en esto que me sirve para explicar mi obra como escritor.

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PRIMERA PARTE

A

LA AMBIGÜEDAD O DUPLICIDAD EN LA l'ROFESION DE ESCRITOR *: DE SI EL A UTOR ES UN AUTOR ESTETICO O RELIGIOSO

C¿ueda, pues, por demostrar que hay esa duplici­dad desde el principio al fin. No es éste un ejemplo del caso corriente en el que alguien descubre la presunta duplicidad y la persona afectada se ve obligada a probar que no existe. No es eso en absoluto, sino todo lo contrario. En caso de que el lector no sea lo suficientemente observador para notar la duplicidad, es misión del autor poner todo lo evidentemente posible elI lecho de que esa duplicidad está ahí. Es decir, la duplicidad, la ambigüedad son conscientes, algo que el autor conoce más que cualquier otra persona; son la distinción dialéctica esencial de toda la profesión de escritor, y tienen, por tanto, una razón más profunda.

I’ero ¿es esto así, hay una duplicidad tan pene­trante? ¿No se podría explicar el fenómeno de

1 Para que los títulos de los libros puedan ser consultados fácilmente se dan a continuación. Primer grupo (obra estética): A lternativa ; M ied o y tem b lo r ; R e p e t ic ió n ; El c o n c e p to d e ¡a angustia; P re fac ios; F ra gm en tos f ilo s ó fic o s ; E stadios en el cam ino tic la vida, junto con 18 discursos ed ifica n tes que fueron publicados sucesivamente. Segundo grupo: P ostscrip tu m . Tercer «u p o (Obras religiosas): D iscursos ed ifica n tes en diversos c apiri tus; L os trabajos del a m or; D iscursos cristianos, junto con un pequeño artículo estético. La crisis y una crisis en la vida de una actriz.

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otra manera, suponiendo que hay un escritor que primero fue un escritor estético y luego, en el curso de los años, cambió y se convirtió en un escritor religioso? No insistiré en la objeción de que, si éste fuera el caso, el escritor de marras no hubiese escrito un libro como éste, y seguramente no se hubiera propuesto dar una visión de toda su. obra, y aún menos hubiera escocido para ello el momento que coincide con la reaparición de su primer libro. Tampoco insistiré en el hecho de que sería bastante extraño que un cambio tal se hubiera llevado a cabo en el curso de pocos años. En otros casos en que un escritor originalmente estético se transforma en un escritor religioso, transcurren muchos años, de forma que la hipó­tesis que explica el cambio señalando el hecho que en la actualidad es considerablemente más viejo no pierde plausibilidad. Pero en esto no insistiré; porque, aun cuando pudiera parecer extraño y casi inexplicable, aunque pudiera obli­gar a buscar y hallar cualquier otra explicación, no por ello sería absolutamente imposible que un cambio tal ocurriera en el espacio de sólo tres años. Demostraré más bien que es imposible explicar el fenómeno de esta manera. Porque cuando se observe la cosa de más cerca se verá que antes que el cambio ocurriera no habían trans­currido tres años, sino que el cambio es simultá­neo con el principio, es decir, que la duplicidad data del mismo comienzo. Porque los Dos discur­sos edificantes son contemporáneos de Alterna­tiva. La duplicidad en su sentido más profundo, es decir, en su sentido de la profesión de escritor en conjunto, no es lo que era tema de comentario en su tiempo, sino el contraste entre las dos partes de Alternativa. No, la-duplicidad se descubre compa­rando Alternativa con los Dos discursos edifican­tes.

Lo religioso está presente desde el principio. Inversamente, lo estético está presente otra vez en

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«‘I último momento. Después de dos años, durante los cuales sólo publiqué obras religiosas, apareció un pequeño articulo estético*. Este hecho iba en contra de la interpretación del fenómeno que supone un escritor estético, el cual, con el paso del tiempo, cambia y se convierte en un escritor religioso. Así como los Dos discursos edificantes aparecieron de dos a tres meses después de Alternativa, igualmente este pequeño artículo estético apareció de dos a tres meses después de los escritos puramente religiosos de dos años. Los Dos discursos edificantes y el pequeño artículo se corresponden el uno al otro inversamente y prueban inversamente que la duplicidad está tanto al principio como al final. Aunque Alternativa atrajo toda la atención y nadie se dio cuenta de los Dos discursos edificantes, este libro denotaba, sin embargo, que el escritor era un escritor religioso, el cual, por esta razón, nunca había escrito nada estético, sino que había empleado seudónimos para todas sus obras estéticas, mien­tras que los Dos discursos edificantes eran del maestro Kierkegaard. Inversamente, aunque los trabajos puramente edificantes producidos duran­te esos dos años han atraído posiblemente la atención de otros, nadie, tal vez, en un sentido más profundo, ha advertido el significado del pequeño artículo, el cual indica que ahora la estructura dialéctica total de la profesión de escritor está completa. El pequeño artículo sirve de piedra de toque para imposibilitar al final ( igual que los Dos discursos edificantes hicieron al principio) la explicación del fenómeno suponien­do que había un autor que primero era autor estético y más tarde cambió y se convirtió en un escritor religioso, ya que era escritor religioso al principio y produjo obras estéticas incluso en el último momento.

La crisis y una crisis en la vida de una actriz, en Patria, julio «le 1848.

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El primer grupo de escritos representa la produc­ción estética, el último grupo es exclusivamente religioso: entre ellos, como punto decisivo, está el Postscriptum. Este trabajo trata y plantea “ el Problema” , que es el problema de toda la profe­sión del escritor: cómo llegar a ser cristiano. De modo que toma conocimiento del trabajo escrito bajo seudónimo y de los dieciocho discursos edificantes, demostrando que todo ello sirve para iluminar el Problema, sin, empero, afirmar que éste era el objetivo de la producción interior, la cual realmente no hubiera podido ser firmada con un seudónimo, por una tercera persona incapaz de saber nada sobre el propósito de un trabajo que no era el suyo propio. El Postscriptum no es un trabajo estético, pero tampoco es religioso en el estricto sentido de la palabra. Por consiguiente, está firmado con un seudónimo, aunque añadí mi nombre como editor, cosa que no hice en el caso de cualquier trabajo puramente estético*. Este es un dato para aquel a quien preocupen estas cosas y tenga olfato para ellas. Entonces vinieron los dos años durante los cuales sólo aparecieron obras religiosas, todas con mi nombre. El período de los seudónimos había pasado, el autor religioso se había desembarazado del disfraz estético, y entonces, como un testimonio y como una precaución, apareció el pequeño artículo estético firmado con seudónimo, Inter et ínter. Esto puede dar una idea total de la profesión del escritor en su totalidad. Como ya he señalado, guarda reciprocidad con los Dos discursos edi­ficantes.

* La crítica literaria d e “ Dos generaciones” no es una excepción, en parte porque no es estética en el sentido de la producción poética, sino crítica, y en parte, porque tiene un fondo totalmente religioso al interpretar “ la presente época” .

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B

LA EXPLICACION DE QUE EL AUTOR ES Y HA SIDO UN AUTOR RELIGIOSO

Podría parecer que una mera protesta a este respecto por parte del mismo autor sería más que suficiente, ya que seguramente él sabe mejor lo que pretende. Por mi parte, sin embargo, tengo poca confianza en las protestas con respecto a las producciones literarias, y me inclino a tener una visión objetiva de mis propias obras. Si, como tercera persona, en el papel de lector, no puedo mantener que lo que yo afirmo es así, y que no podría dejar de ser asi, no se me ocurrirá desear ganar una causa que considero como perdida. Si, como autor, tuviera que empezar a protestar, fácilmente llevaría a la confusión a toda mi obra, la cual, desde el principio al fin, es dialéctica.

Por tanto, no puedo hacer ninguna protesta, pol­lo menos antes de haber dado por otro camino una explicación tan evidente que una protesta del tipo considerado aquí sea totalmente superflua. Cuando se haya logrado esto, la protesta podrá ser permisible como una satisfacción lírica para mí, caso de que sintiera un impulso para hacerla, y podrá ser necesaria como deber religioso. Porque como hombre puedo estar justificado al protestar, y puede ser mi religioso deber hacer esa protesta. Pero es preciso no confundir esto con la profesión de escritor: no sirve de mucho como escritor lo

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que yo como hombre proteste haber pretendido. Pero todos admitirán que cuando uno es capaz de demostrar con respecto a un fenómeno que no puede ser explicado de otra manera, y que es de esta manera particular como puede ser explicado en todos sus detalles, o que la explicación satisface todos los puntos, entonces esta explica­ción queda establecida tan evidentemente como resulta posible establecer la exactitud de una explicación.

Pero ¿no hay una contradicción aquí? Quedó establecido en la parte anterior que la ambigüedad estaba presente hasta el fin, y hasta tanto esto quedó probado con éxito, resulta imposible pro­bar que la explicación lo es; por tanto, en este caso parece ser el único medio para disminuir la tensión dialéctica y deshacer el nudo, una declara­ción, una protesta. Este razonamiento parece ser agudo, pero en realidad es sofistico. En caso que una persona sofista encontrara necesario en una contingencia dada recurrir a una mixtificación, sería perfectamente natural para ella hacerlo de manera que la situación cómica resultante fuera de tal naturaleza que no pudiese rehuirla. Pero esto, también, se debe a una falta de seriedad, que le obliga a enamorarse de la mixtificación por sí misma, en lugar de utilizarla como medio. Por tanto, cuando se usa una mixtificación, una reduplicación dialéctica al servicio de un propósi­to serio, se usará así meramente para evitar un malentendido, o un entendimiento apresurado, porque la verdadera explicación siempre está a mano y dispuesta para ser encontrada por aquel que honradamente la busca. Tomemos el ejemplo más elevado: toda la vida de Cristo en la tierra no hubiera sido más que un juego si El hubiese estado aquí de incógnito hasta un punto que pasara por el mundo sin que nadie se diera cuenta de El; y sin embargo, en un sentido auténtico, Cristo estuvo de incógnito.

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Lo mismo ocurre en el caso de una reduplicación dialéctica; y la señal de una reduplicación dialécti­ca es que la ambigüedad se mantiene. En cuanto la seriedad requerida la apresa, es capaz también de librarse, pero siempre de forma que la misma seriedad sale garante de la verdad de ella. Así como la esquivez de una mujer tiene una referen­cia con su amado y cede cuando éste aparece, pero sólo entonces, así también una reduplicación dialéctica tiene una referencia con la verdadera seriedad. Para uno que sea menos serio la explica­ción le será negada, porque la elasticidad de la reduplicación dialéctica es demasiado grande para que él la pueda asir: aparta la explicación de él otra vez y hace que dude de si realmente es la explicación.

Vamos a realizar este intento. Vamos a tratar de explicar el conjunto de esta producción literaria partiendo de la base de que ha sido escrita por un autor estético. Fácilmente se percibe que desde el principio no se aviene con esta explicación, la cual se cae cuando se encuentra con los Dos discursos edificantes. Si, por el contrario, queremos realizar el experimento partiendo de la base de que es un escritor religioso, se verá que, paso a paso, la suposición corresponde con cada punto. Lo único que queda inexplicable es cómo puede ser que un autor religioso emplee las obras estéticas de esa L'orma. Es decir, nos hallamos de nuevo frente a la ambigüedad o la reduplicación dialéctica. Con la diferencia ahora de que la suposición de que se trata de un autor religioso ha quedado bien sentada, y queda sólo por explicar la ambigüedad. No me atrevo a decir si puede resultarle fácil hacerlo a una tercera persona; pero la explicación es la que se encuentra en la Segunda Parte de este librito.

Una cosa más aún, una cosa que, como he dicho, puede ser una satisfacción lírica para mí como

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hombre, y que como hombre es mi deber religio­so; en una palabra, una protesta directa de que el autor es y ha sido un autor religioso. Cuando empecé Alternativa (del cual, sea dicho entre paréntesis, existía de antemano literariamente solo una parte, es decir, un pequeño Diapsalmata, mientras que todo el libro se escribió en el espacio de once meses, y la segunda parte primero), yo estaba potencialmente bajo la influencia de la religión como nunca he estado. Me hallaba tan profundamente conmovido que comprendí per­fectamente que no me sería posible seguir una conformista y segura vía media en la que la mayor

l/ parte de la gente pasa su vida: tenía que arrojarme a la perdición y a la sensualidad, o elegir lo religioso de forma absoluta como la única cosa; o bien el mundo, en una medida que hubiera sido espantosa, o bien el claustro.' En lo profundo estaba ya determinado que era lo segundo lo que yo podía y debía elegir: la excentricidad del primer movimiento fue. simplemente la expresión de la intensidad del segundo; ponía de manifiesto el hecho de que yo me había dado absolutamente cuenta de que me sería imposible ser religioso sólo hasta cierto punto. Este es el lugar de Alternativa. Fue una catarsis poética que, sin embargo, no anduvo mucho más allá que la ética. Personalmente, yo estaba muy lejos de desear encaminar el curso de mi existencia hacia la comoda situación del matrimonio por amor a mí mismo, puesto que religiosamente me hallaba ya en el claustro; idea que se encuentra oculta en el seudónimo Víctor Eremita.

Esta es la situación; hablando en sentido estricto, Alternativa fue escrito en un monasterio, y yo puedo asegurar al lector (y dirijo especialmente esta seguridad, si por azar cae bajo sus ojos, a aquel que no tiene capacidad o tiempo de analizar una producción como la mía, y que sin embargo tal vez se ha encontrado sorprendido por la

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extraña mezcla de religioso y estético en mis escritos), yo puedo asegurar al lector que el autor de Alternativa dedicaba un tiempo determinado cada día, con regularidad y precisión y precisión monásticas, a leer libros edificantes, y que con miedo y temblor reflexionaba sobre su responsa­bilidad. Entre otras cosas, reflexionaba especial­mente ( ¡qué maravilloso! ) sobre “ El diario del seductor” . Y entonces, ¿qué ocurrió? El libro alcanzó un inmenso éxito, especialmente ( ¡que maravilloso! ) “ El diario del seductor” . El mundo abrió sus brazos de forma extraordinaria al autor admirado, al cual, sin embargo, todo esto no le “ seducía” , porque era una eternidad demasiado vieja para eso.Luego siguieron los Dos discursos edificantes. Cosas de la más vital importancia suelen parecer insignificantes. Primero apareció la gran 9^r, ’ Alternativa, que fue “ muy leída y más discutida” , y luego los Dos discursos edificantes, dedicados a mi difunto padre y publicados en la fecha de mi nacimiento (5 de mayo), “ una florecilla oculta en el gran bosque, no solicitada ni por su belleza, ni por su perfume, ni porque fuera alimenticia” *.Nadie advirtió seriamente los Dos discursos o se preocupó de ellos. Recuerdo incluso que uno de mis conocidos vino a verme con la queja de que había comprado el libro de buena fe convencido de que, puesto que era mío, tenía que ser algo ingenioso e inteligente. Recuerdo también que yo le prometí que si lo deseaba podía reclamar el dinero. Ofrecí al mundo Alternativa con la mano izquierda, y con la derecha los Dos discursos edificantes’, pero todos, o casi todos, asieron con sus diestras lo que yo sostenía en mi siniestra**.

* Cfr. el Prefacio a los D o s discursos ed ifica n tes de 1843.** Cfr. el Prefacio a los D o s d iscursos ed ifica n tes de 1844 : “ Busca a m i lector, el cual recibe con la mano derecha lo que se le ofrece con la izquierda” .

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Ante Dios pensé lo que debía hacer: aventuré mi contingencia en los Dos discursos edificantes; pero comprendí perfectamente que sólo unos pocos los comprenderían*. Y aquí por primera vez aparece “ aquel individuo al que con alegría y gratitud llamo mi lector” , fórmula estereotipada que se repetía en el Prefacio a cada colección de Discursos edificantes. Nadie puede acusarme de haber cambiado, de que tal vez en el último momento, tal vez por el motivo que había perdido el favor del público, pensaba diferente­mente sobre esta materia de lo que antes había pensado. No. Si alguna vez he disfrutado del favor del público, ha sido a los dos o tres meses de la publicación de Alternativa. Y en esta situación, la cual para muchos tal vez hubiera sido una tentación, yo juzgué que era el momento más favorable para hacer lo que tenía que hacer al objeto de asegurar mi posición, y la empleé al servicio de la verdad para introducir mi categoría “ el individuo” ; fue entonces cuando rompí con el público, no por orgullo y arrogancia, etc. (y desde luego no porque en aquel momento el público me fuera desfavorable, ya que, por el contrario, me era enteramente favorable), sino porque tenía plena conciencia de que yo era un escritor religioso y que como tal me importaba “ el individuo” (“ el individuo” , en oposición a “ el público” ), pensamiento en el que está contenida toda una filosofía de la vida y del mundo.

* De ahí el tono melancólico del Prefacio donde se dice acerca del librito: “ Puesto que se puede decir en sentido figurado que con su publicación inicia una marcha como para un viaje, permítaseme que lo siga con la mirada. A sí es que lo veo cóm o sigue su ruta por senderos solitarios o sin compañía por los caminos reales. Después de alguna pequeña confusión debida al hecho de haberse equivocado por algún parecido casual, encuentra, por fin, que el individuo al que con alegría y gratitud llamo mi lector, al que busca, al que le tiende los brazos, etcétera. Cf. el Prefacio a los D o s discursos ed ifica n tes de 1843. El primer Prefacio tenía para m í, y aún tiene, un significado tan íntimo y personal que me sería muy difícil trasmitirlo.

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A partir de entonces, es decir, desde la publica­ción de Temor y temblor, el observador serio que dispone de presuposiciones religiosas, el observa­dor serio al que es posible darse a entender desde leios y al que es posible hablarle en silencio (en. el seudónimo Johannes-de silentio) estaba en situación de advertir que esto, despues de todo, era un tipo muy singular de producción estetica.Y esto fue justamente ensalzado por la muy reverenda firma Kts., lo cual me agrado muchísi­mo.

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íiMGUNDA PARTE

TODA LA OBRA DEL AUTOR INTERPRETA­DA DESDE EL PUNTO DE VISTA DE QUE EL AUTOR ES UN AUTOR RELIGIOSO

( :a p i t u l o i

A. LAS OBRAS ESTETICAS

Vor qué el principio de las obras fue estético, o lo t/ue eso significa, entendido en relación con el total*.

LA “CRISTIANDAD” ES UNA PRODIGIOSA ILUSION

'Podo aquel con alguna' capacidad de observación que considere seriamente lo que se llama Cristian­dad, o las condiciones de un país llamado cristiano, sin duda se sentirá asaltado por profun­das dudas. ¿Qué significa el que todos esos miles y miles se llamen a sí mismos cristianos como cosa corriente? ¡Esos hombres innumerables, cuya mayor parte, según es posible juzgar, vive en categorías completamente ajenas al Cristianismo! Cualquiera se puede convencer de ello por la más simple observación. ¡Gente que nunca entra en

* Una vez por todas tengo que pedir seriamente al amable lector que tenga en cuenta siempre que el pensamiento que hay tras la obra en su totalidad es: lo que significa llegar a ser cristiano.

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una iglesia que nunca piensa en Dios, nunca menciona Su nombre, excepto en los juramen­tos ¡Gente a la que nunca se le ha ocurrido que puede tener alguna obligación hacia Dios, gente ^Uie’ u0 , b*e? ponsidera esta como máximo en la culpabilidad de trasgredir la ley criminal, o que ni siquiera considera esto necesario! ¡Sin embargo oda esa gente, incluso aquellos que aseguran que

no hay Dios, es cristiana, se llama cristiana es reconocida como cristiana por el Estado,’ es entenada como cristiana por la Iglesia, queda como cristiana por la eternidad!

No hay duda de que en el fondo de todo esto debe de haber una tremenda confusión, una espantosa ilusión. Pero ¡ay de remover esta cuestión! Si, se todas las objeciones. Porque los nay que saben lo que quiero decir, pero que me replicarían dándome una cariñosa palmada en la espalda: Mi querido muchacho, eres aún dema­siado joven para embarcarte en esta empresa, para la cual, si es que se pretende tener algún éxito se requerirán por lo menos un buen número 'de misioneios bien capacitados; empresa que signifi­ca ni mas ni menos que proponerse introducir el cristianismo. . . en la Cristiandad. No, querido muchacho, seamos hombres; esa empresa está más alia de tus fuerzas y de las mías. Sería tan locamente ambiciosa como desear reformar la p lebe, con la cual ninguna persona juiciosa

quiere entremeterse. Iniciar tal cosa es un fracaso seguro . Tal vez; pero aunque el fracaso fuera cierto también es cierto que nadie ha deducido f , ay objeción del Cristianismo; porque cuando llego el Cristianismo al mundo era un “ fracaso seguro aun más definitivo que empezar tal cosa

sm embargo, fue empezado. Y tampoco hay duda de que nadie ha aprendido esta objeción de bocrates; porque el se mezcló con la “ nlebe” v quiso reformarla.

Esto es, a grandes rasgos, lo que ocurre. De cuan­do en cuando un párroco provoca un pequeño alboroto desde el pùlpito diciendo que ocune algo malo en alguna parte con todos esos numero­sos cristianos; pero todos aquellos a quienes esta hablando son cristianos, y aquellos de quienes habla no están presentes. Esto se puede descnbir más propiamente como una emocion fingida. A veces aparece un entusiasta religioso, arremete contra la Cristiandad, vocifera y arma mucho ruido, denunciando a casi todos como no cristia­nos. y no logra nada. No tiene en cuenta el hecho de que no es fácil disipar una ilusión. Supongamos ahora que es un hecho que la mayor parte de la gente, cuando se llama a si misma cristiana, está bajo una ilusión; ¿cómo se deíien- den contra un estusiasta? Ante todo, no se preocupan absolutamente de él, no tienen en cuenta su libro, y lo dejan inmediatamente a un lado; o bien, si emplea la palabra viva, dan la _ vuelta por otra calle y no le escuchan. Despues se libran de él definiendo todo el concepto, y se acomodan seguros en su ilusión: hacen de el un fanático y de su cristianismo una exageración, y al final resulta ser el único, o uno de los pocos, que no es cristiano en serio (porque la exageración es, sin duda, una falta de seriedad), mientras que los otros son todos cristianos en serio.

No, no es posible destruir una ilusión directamen­te y sólo por medios indirectos se la puede arrancar de raíz. Si el que todos son cristianos es una ilusión, y si no hay nada que hacer sobie eso, es preciso hacerlo indirectamente, no por uno que se proclame a sí mismo a grandes gritos extraordi­nariamente cristiano, sino por uno que, mejoi orientado, esté dispuesto a declarar que no es cristiano en absoluto*. Es decir, uno que pueda

* Podemos recordar el P ostscrip tu m , cuyo autor, Johannes Climacus, declara expresamente que no es cristiano.

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acercarse por detrás a la persona que está bajo la ilusión. En lugar de desear gozar de la ventaja de ser uno mismo esa rara cosa, un cristiano, es preciso dejar que el futuro esclavo goce creyéndo­se cristiano, y tener la resignación suficiente de ser uno que está mucho más atrás que él; de otra manera, podemos estar seguros de que no sacare­mos al hombre de su ilusión, cosa que es bastante difícil en cualquier caso.

Si, de acuerdo con nuestro supuesto, la mayor parte de la cristiandad se imagina solamente que es cristiana, ¿en qué categorías vive? Vive en categorías esteticas o, como máximo, en catego­rías estético-éticas.

Supongamos entonces que un escritor religioso ha considerado profundamente esta ilusión, la Cris­tiandad, y ha resuelto atacarla con todo el poder a su disposición (con la ayuda de Dios, quede bien sentado), ¿qué tiene que hacer, pues? Ante todo, no impacientarse. Si se impacienta, arremeterá contra ella y no logrará nada. Un ataque directo solo contribuye a fortalecer a una persona en su ilusión, y al mismo tiempo le amarga. Pocas cosas requieren un trato tan cuidadoso como una ilusión, si es que uno quiere disiparla. Si algo obliga a la futura presa a oponer su voluntad, to­do está perdido. Y esto es lo que logra un ataque directo, y además implica la presunción de reque­rir a un hombre que haga a otra persona, o en su presencia, una concesión que puede hacer mucho más provechosamente a él mismo en privado. Eso es lo que logra el método indirecto, el cual, aman­do y sirviendo la verdad, lo arregla todo dialéctica­mente para la futura presa, y luego se retira tími­damente (porque el amor es siempre tímido), para no presenciar el reconocimiento que hace él a sí mismo a solas ante Dios; que ha vivido hasta en­tonces en una ilusión.

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Por tanto, el escritor religioso debe, ante todo, ponerse en contacto con los hombres, es decir, debe empezar con obras estéticas. Estas son las arras. Cuanto más brillantes sean esas obras, mejor para él. Además, debe estar seguro de sí mismo, o (y ésta es la única seguridad) debe relacionarse con Dios, con miedo y temblor, a fin de que acontezca el hecho más opuesto a sus intenciones, y, en lugar de poner en movimiento a los otros, los otros adquieren poder sobre él, de forma que lermina empantanándose en lo estético. Por tan- l.o, debe tenerlo todo dispuesto, aunque sin impaciencia, con el propósito de sacar inmediata­mente lo religioso, en cuanto perciba que tiene a sus lectores con él, de forma que con el ímpetu conseguido por la devoción a lo estético entren en contacto con lo religioso.

lis muy importante no introducir la religión ni demasiado pronto, ni demasiado tarde. Si pasa demasiado tiempo, se fomenta la ilusión de que el escritor estético ha envejecido y, por tanto, se ha vuelto religioso. Si llega demasiado pronto, el efecto no es bastante violento.

Partiendo de la base de que existe una prodigiosa ilusión en el caso de esos muchos hombres que se llaman a sí mismos cristianos y son considerados como cristianos, el método de salir al paso de ella ((ue se sugiere aquí no entraña condena o denuncia. Se trata de una invención totalmente cristiana que no puede emplearse sin miedo y temblor, o sin una auténtica abnegación. Aquel que está dispues­to a ayudar carga con toda la responsabilidad y hace todo el esfuerzo, pero por esta razón esa línea de acción posee un valor intrínseco. Hablan­do en general, un método sólo tiene valor en relación con el resultado obtenido. Algunos con­denan y denuncian, vociferan y arman mucho ruido; todo eso no tiene valor intrínseco, aunque crean lograr mucho con ello. Sucede lo contrario

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con la línea de acción de que tratamos aquí. Supongamos que un hombre se ha dedicado a ella, supongamos que ha empleado en ella toda su vida, y supongamos que no ha logrado nada: a pesar de todo, no ha vivido en vano, porque su vida ha sido auténtica abnegación.

2Sí EL AUTENTICO EXITO ES LOGRAR EL ESFUERZO DE LLEVAR A UN HOMBRE A UNA DEFINIDA POSICIONANTE TODO,ES PRECISO FATIGARSE PARAENCONTRARLE DONDE ESTA Y EMPEZAR AHI

Este es el secreto del arte de ayudar a los demás. Todo aquel que no se halla en posesión de él, se engaña cuando se propone ayudar a los otros. Para ayudar a otro de manera eficaz, yo debo entender más que él; pero ante todo, sin duda debo entender lo que él entiende. Si no sé eso, mi mayor entendimiento no será de ninguna ayuda para él. Si, de todos modos, estoy dispuesto a empenacharme con mi mayor entendimiento, es porque soy un vano o un orgulloso, de forma que, en el fondo, en lugar de beneficiarle a él, lo que deseo es que me admiren. En cambio, todo auténtico esfuerzo para ayudar empieza con la autohumillación: el que ayuda debe primero humillarse y ponerse por debajo de aquel a quien quiere ayudar, y, por tanto, debe comprender que ayudar no significa ser soberano, sino criado; que ayudar no significa ser ambicioso, sino paciente; que ayudar significa tener que resistir en el futuro la imputación de que uno está equivocado y no entiende lo que el otro entiende.

Tomemos el caso de un hombre que es apasiona­damente colérico, y supongamos que realmente está equivocado. A menos que se pueda empezar con él haciéndole creer que es él el que tiene que

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instruimos y a menos que se pueda hacer esto de manera que el hombre colérico, demasiado impa­riente para escuchar una sola de vuestras palabras, nr halle contento al descubrir en vosotros un oyente complaciente y atento, no os será posible ayudarle en absoluto. O tomemos el caso de un -'iiamorado que ha sido desgraciado en amores, y ■■ apongamos que la forma en que se somete a su pasión es realmente irrazonable, impía, no cristia­na. Si no podemos empezar con él de forma que halle un auténtico descanso al hablar con nosotros sobre su sufrimiento y que pueda enriquecer su mente con las interpretaciones poéticas que noso­tros le sugerimos, sin saber que no compartimos su pasión y queremos librarle de ella, si no podemos hacer eso, no le podemos ayudar en absoluto; se recluye lejos de nosotros, se ensimis­ma. . . y entonces nosotros sólo charlamos con él. Tal vez gracias al poder de vuestra personalidad podréis obligarle a reconocer que se halla en falta; ¡Ah! , queridos míos, inmediatamente escapará por un sendero escondido para acudir a una cita con su oculta pasión, a la que apetece ardiente­mente, temiendo casi que haya perdido algo de su seductor calor, porque ahora, gracias a vuestro comportamiento, le habéis ayudado a enamorarse otra vez, a enamorarse ahora de su misma desdichada pasión. . . ¡Y vosotros sólo charlais con él!

Lo mismo sucede con respecto a lo que significa llegar a ser cristiano; suponiendo que los muchos que se llaman a sí mismos cristianos se hallan bajo una ilusión. Denunciad el mágico encanto de lo estético; bien, ha habido realmente tiempos en que podéis haber logrado coaccionar a la gente. Pero, ¿con qué resultado? Con el resultado de que privadamente, con secreta pasión, aman esa ma­gia. No, dejemos esto. Y recordad, vosotros que sois serios y austeros, que si no podéis humillaros, no sois genuinamente serios. Sed el asombrado

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oyente que se sienta y escucha lo que el otro encuentra más placer en contaros porque le escucháis con asombro. Pero, sobre todo, no olvidéis una cosa: el propósito que tenéis en la mente, el hecho de que es lo religioso lo que debéis llevar adelante. Si sois capaces de ello, presentad lo estético con toda su magia fascinadora, domi­nad si os es posible el ánimo del otro hombre, presentadlo con el tipo de pasión que más exactamente le conviene, alegremente para los alegres, en tono menor para los melancólicos, ingeniosamente para los ingeniosos, etcétera. Pe­ro, sobre todo, no olvidéis una cosa, el propósito que tenéis que llevar adelante. . . lo religioso. Haced eso por todos los medios, y no temáis hacerlo; porque verdaderamente no se puede hacer sin miedo y temblor.

Si podéis hacer eso, si podéis encontrar exacta­mente el lugar donde está el otro y empezar allí, tal vez podáis tener la suerte de conducirle al lugar donde os halláis vosotros.

Porque ser maestro no significa simplemente afirmar que una cosa es asi, o recomendar una lectura, etcétera. No, ser maestro en el sentido justo es ser aprendiz. La instrucción empieza cuando tú, el maestro, aprendes del aprendiz, te pones en su lugar de modo que puedas entender lo que él entiende y de la forma que él lo entiende, caso de que no lo hayas entendido antes, o si lo has entendido antes, permitas a él someterte a un examen de manera que pueda asegurarse de que tú sabes tu papel. Esa es la introducción. Entonces el principio puede reali­zarse en otro sentido.

En mi mente, de forma constante he levantado una objeción contra una clase de la ortodoxia de nuestro país que consiste en encerrarse en peque­ños grupos, y en afirmarse uno al otro en la

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creencia de que ellos son los únicos cristianos, y, por tanto, el no saber hacer otra cosa con relación a la cristiandad que vociferar que los otros no son cristianos. Si es verdad que en realidad hay tan pocos cristianos en la cristiandad, esos ortodoxos se hallan eo ipso bajo la obligación de ser misioneros, aunque un misionero en la cristiandad siempre será bastante diferente de un misionero entre los gentiles. Fácilmente se comprenderá que esta objeción mía ataca nuestra ortodoxia en la forma correcta, desde atrás, ya que se basa en la admisión, o el supuesto de que ellos son realmen­te auténticos cristianos, los únicos auténticos cristianos de la cristiandad.

Así, pues, el escritor religioso, cuyo pensamiento predominante es cómo puede uno llegar a ser cristiano, comienza justamente en la cristiandad como escritor estético. Por un momento, dejé­moslo dudoso entre si la cristiandad es una monstruosa ilusión o es un vano concepto para los muchos que. se llaman a sí mismos cristianos; dejemos que más bien se suponga lo opuesto. Pues bien, este principio es superfluo, se basa en una situación que no existe; pero que, sin embargo, no hace ningún daño. El daño es mucho mayor, o mejor dicho, éste es el único daño, cuando uno que no es cristiano pretende serlo. Por otro lado, cuando uno que es cristiano da la impresión de que no lo es, el daño no es grande. Suponiendo que todos sean cristianos, este engaño, a lo sumo, puede confirmarlos aún más en que lo son.

3LA ILUSION DE QUE LA RELIGION Y EL CRISTIANISMO SON COSAS .4 LAS QUE SE RECURRE CUANDO SE ENVEJECE

Lo estético siempre ensalza la juventud y su breve instante de eternidad. No puede avenirse con la

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seriedad de la edad, menos con la seriedad de la eternidad. De aquí que el esteta desconfíe siem­pre de la persona religiosa, suponiendo que, o bien nunca se ha sentido inclinado a lo estético, o bien esencialmente hubiera preferido seguir dis­frutando de ello, pero que el tiempo ha ejercido su influencia debilitadora y él se ha hecho viejo y ha buscado refugio en la religión. La vida se divide en dos partes: el período de la juventud pertenece a lo estético; la edad madura a la religión; pero, hablando honestamente, todos hubiéramos prefe­rido seguir siendo jóvenes.

¿Cómo puede desvanecerse esta ilusión? Digo “ puede” porque ya es otra cuestión que el esfuerzo realmente tenga éxito; pero puede ser desvanecida por la consecución simultánea de una producción estética y religiosa. En este caso no se deja margen a la duda, porque la producción estética garantiza la juventud y así la simultánea consecución en la esfera religiosa no puede ser explicada sobre una base accidental.

Suponiendo que la cristiandad es una prodigiosa ilusión, es decir, es un concepto vano para los muchos que se llaman a sí mismos cristianos, parece ser muy probable que la ilusión de que ahora hablamos sea extremadamente comente. Pero esta ilusión se agrava aún más por el concepto de que uno es cristiano. Uno vive dentro de las categorías estéticas, y si alguna vez piensa sobre el cristianismo, aplaza el problema hasta que sea más viejo. “ Porque —se dice uno a sí mismo—, de hecho, soy esencialmente cristiano” . No se puede negar ciertamente que, en la cristiandad, los hay que viven tan sensualmente como cualquier paga­no vivía. Sí, incluso más sensualmente, porque tienen esa desastrosa sensación de seguridad de que esencialmente son cristianos. Pero no rehúye lo más posible la decisión de llegar a ser cristiano; es más, uno encuentra un obstáculo adicional en

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el hecho de que uno tiene como orgullo ser joven durante el mayor tiempo posible (y sólo cuando uno se hace viejo debe recurrir al cristianismo y a la religiosidad). Entonces uno se verá obligado a reconocer que se ha vuelto viejo; pero sólo cuando uno se haya vuelto viejo recurrirá al cristianismo y a la religiosidad.

Si uno pudiera ser siempre joven, no tendría la más mínima necesidad ni de cristianismo ni de religión.Este es un error extremadamente pernicioso para toda religiosidad. Se basa en el hecho de que la gente confunda el concepto de hacerse viejo en el sentido del tiempo con el de hacerse viejo en el sentido de la eternidad. No se puede negar, realmente, que, con harta frecuencia, se ve el poco edificante espectáculo de un joven que era portavoz ardiente y apasionado de lo estético transformado en un tipo de religiosidad que tiene todos los defectos de la vejez, en un sentido débil, en otro excesivamente demasiado fuerte. No se puede negar que muchos, que representan a lo religioso, lo son demasiado austeramente y dema­siado hoscamente, por miedo a no ser bastante serios. Esto, y muchas cosas más, pueden contri­buir a generalizar la ilusión y a establecerla más firmemente. Pero, ¿qué remedio hay para eso? El único remedio es aquello que ayudará a disipar esta ilusión.

De forma que si un autor religioso desea enfren­tarse con esta ilusión, tiene que ser, al mismo tiempo, un escritor estético y religioso; pero, sobre todo, no debe olvidar una cosa, la intención de toda su empresa, que lo que debe decisivamente salir adelante es lo religioso. Las obras estéticas son solamente un medio de comunicación, y para aquellos que posiblemente las necesiten (y en el supuesto de que la cristiandad sea una prodigiosa

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ilusión deben de ser muy numerosos) sirve como prueba de que es imposible explicar la producción religiosa por la creencia de que el autor se ha vuelto viejo; porque son de hecho simultáneas, y sin duda uno no ha envejecido simultáneamente.

Tal vez este esfuerzo no conduce al éxito; tal vez, pero de todos modos no se hace ningún gran daño. El daño será, como máximo, que alguien no creerá en la religiosidad de tal escritor. Bien. El escritor que trata de religión puede, con harta frecuencia, tener mucho interés en su propio beneficio que se le considere como religioso. Si éste es el caso, demuestra claramente que el escritor en cuestión no es un carácter autentica- mente religioso. Es como el caso de un maestro demasiado preocupado sobre la opinión que sus alumnos puedan tener de su instrucción, sus conocimientos,_ etcétera. Un maestro tal, cuando pretende enseñar, es incapaz de mover pie o mano. Supongamos, por ejemplo, que piensa que es mejor para sus alumnos hablar de algo que entiende en lugar de algo que no entiende. ¡Santo Dios! Esto 110 puede aventurarse a hacerlo, por miedo a que sus alumnos pudieran realmente creer que no entiende de ello. Es decir, no vale para maestro; aunque se llame a sí mismo maestro, está tan lejos de serlo que en realidad aspira a ser citado con elogio. . . por sus discípu­los. O, como en el caso de un predicador de arrepentimiento, el cual, cuando quiere azotar los vicios de su edad, está demasiado preocupado por lo que su edad piensa de él, se halla tan lejos de ser un predicador de arrepentimiento, que más bien se parece al visitante de Año Nuevo, que llega con felicitaciones. Simplemente se hace a sí mismo un poco más interesante vistiendo con unas ropas que son bastante extrañas para un visitante de Año Nuevo. Y así sucede con la persona religiosa que no puede soportar que se la considere como la única persona que no es

litigiosa. Porque, en la esfera de la reflexión, ser capaz de resistir esto es la más ceñida definición (l<‘ la religiosidad esencial.

QUE AUNQUE UN HOMBRE NO QUIERA SEGUIR HASTA DONDE UNO SE ESFUERZA POR CONDUCIRLE,ES POSIBLE AUN HACER ALGO POR EL: OBLIGARLE A DARSE CUENTA

Se puede tener la buena suerte de hacer mucho por otro, se puede tener la buena suerte de conducir a otro donde uno desea y (para atener­nos al tema que constituye aquí nuestro interés esencial y constante), se puede tener la buena suerte de ayudarle a llegar a ser cristiano. Pero este resultado no está en mi mano; depende de muchas cosas, y, sobre todo, depende de si el quiere o no. Por toda ia eternidad es imposible que yo obligue a una persona a aceptar una opinión, una convicción, una creencia. Pero sí puedo hacer una cosa: puedo obligarle a darse cuenta. En un cierto sentido ésta es la primera cosa; porque es la condición antecedente a la próxima cosa, es decir, a ia aceptación de una opinión, de una convicción, de una creencia. En otro sentido es la última, o sea, en el caso de que no quiera dar el paso siguiente.

No se puede discutir que es un acto de caridad, pero tampoco hay que olvidar que es un acto temerario. Al obligar a un hombre a darse cuenta logro también el propósito de obligarle a juzgar. Ahora está a punto de juzgar: pero lo que ahora juzga no está bajo mi control. Tal vez juzga en sentido totalmente opuesto de aquel que yo deseo. Además, el hecho de que se ha visto obligado a juzgar puede tal vez haberle amargado furiosamente contra la causa y contra mí. Y acaso

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yo soy la víctima de mi acto temerario. Obligara la gente a darse cuenta y a juzgar es la característi­ca del auténtico martirio. Un mártir genuino nunca usa su fuerza, sino que lucha con la ayuda de la impotencia. Obliga a la gente a darse cuenta. Dios lo sabe, ellos se dan cuenta; ellos lo matan. Pero con esto se contenta. No cuenta con que su muerte pone punto final a su labor; cree que su muerte forma parte de ella; es más, que su labor adquiere ímpetu gracias a su muerte. Porque ver­daderamente aquellos que le matan se dan cuenta a su vez; se ven obligados a considerar de nuevo la causa y para un efecto totalmente distinto. Aquello que el hombre vivo no podía hacer, el muerto puede; gana para su causa a aquellos que se han dado cuenta.

Hay una objeción que he levantado una y otra vez en mi p rop io pensamiento contra aquellos predicadores que generalmente encontramos pre­dicando el cristianismo en la cristiandad. Rodea­dos como están por una excesiva ilusión y hallándose seguros a causa de ella, no tienen el valor de hacer que los hombres se den cuenta. Es decir, no son lo suficientemente abnegados con respecto a su causa. Se alegran de hacer prosélitos, pero quieren hacerlos para fortalecer su causa, y, por tanto, no se preocupan de investigar cuidado­samente si son auténticos prosélitos. Esto significa que, en un sentido más profundo, no tienen causa. Su causa es aquella a la que están egoísta­mente ligados. De aquí que no se arriesguen a ir por entre los hombres en el sentido real, o apartarse de la ilusión por dar una impresión de la idea pura. Tienen el oscuro temor que es una cosa peligrosa obligar a la gente a darse cuenta en la verdad. Realmente, hacer que la gente se dé cuenta en la falsedad —es decir, inclinarse y restregarse ante ellos, halagarles, implorar su atención y su juicio indulgente, someterse ( ¡la verdad! ) a su plebiscito—, se puede lograr sin

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ningún peligro, por lo menos, aquí, en la tierra, donde, por el contrario, se logra con ventajas de todo tipo. Y, sin embargo, tal vez se logra tam­bién con el peligro de que algún día, en la eterni­dad, pueda uno ser “ suspendido” .

Y ahora, con referencia al supuesto-que es un vano concepto por parte de los muchos que se llaman a sí mismos cristianos. Si un hombre vive en este concepto, vive dentro de categorías totalmente ajenas al cristianismo dentro de categorías pura­mente estéticas, y si alguien es capaz de conquis­tarle y cautivarle con obras estéticas y luego sabe cómo introducir lo religioso con tal prontitud que con el impulso de su abandono de lo estético el hombre se encuentra ante las más decisivas definiciones de lo religioso, ¿qué ocurre enton­ces? Pues que entonces debe darse cuenta. Sin embargo, nadie puede decir de antemano lo que sigue a esto. Pero por lo menos se ve obligado a darse cuenta. Posiblemente volverá en sí y adverti­rá lo que implica llamarse a sí mismo cristiano. Posiblemente se enfurecerá con la persona que se ha tomado esta libertad con él; pero por lo menos habrá empezado a darse cuenta, estará en el punto de expresar un juicio. Posiblemente, para proteger su retirada, expresará el juicio que el otro es un hipócrita, un falsario, un tonto; pero no hay remedio, deberá juzgar, habrá empezado a darse cuenta.

Normalmente se invierte la relación; y se invirtió realmente cuando el cristianismo se enfrentó con el paganismo. Pero se prescinde totalmente del hecho de que la situación estaba enteramente alterada por la noción de cristiandad, que lo traspone todo a la esfera de la reflexión. En la cristiandad, el hombre que se esfuerza por condu­cir a la gente a ser cristiana, normalmente da todo tipo de seguridades de que él mismo es cristiano. Protesta de ello una y otra vez. Pero no observa

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que, desde el principio, ha existido una terrible confusión sobre este.punto; porque la gente a quien se dirige es ya cristiana. Pero si ya son cristianos aquellos a quienes se dirige, ¿qué sentido puede tener el hacerles volverse cristia­nos? Si, por el contrario, no son cristianos, en su opinión, aunque ellos se llamen así, el mismo hecho de que ellos se llamen a sí mismos cristianos demuestra que tenemos que habérnoslas con una situación que requiere reflexión y que, por ello, la táctica debe ser totalmente contraria.

Aquí no puedo extender más la acuciante necesi­dad que la cristiandad tiene de la ciencia militar enteramente nueva, conseguida a través de la reflexión. En varios de mis libros he dado sugerencias sobre los principales factores de esa ciencia, cuyo meollo se puede expresar en una sola frase: el método debe ser indirecto. Pero el desarrollo de este método puede requerir la atención de años, una atención alerta a cada hora del día, diaria práctica de las escalas, o un paciente ejercicio de dedos en la dialéctica sin hablar de un constante miedo y temblor. En la comunicación del cristianismo, donde la situación esta calificada por cristiandad, no hay una rela­ción directa o recta, puesto que tiene primero que ser dispuesta como un vano concepto. Toda la vieja ciencia militar, toda la apologética y lo que lleva consigo, sirve más bien —hablando sincera­mente— para traicionar la causa del cristianismo. A cada instante y a cada punto debe adaptarse la táctica a una lucha que se lleva contra un concepto, una ilusión.

De forma que cuando un autor religioso en la cristiandad, cuyo pensamiento absorbente es la tarea de llegar a ser cristiano, hace todo lo posible para que la gente se dé cuenta (si lo logra o no es otra cuestión), debe empezar como escritor esté­tico y hasta un punto determinado debe mante-

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uersie en este papel. Pero necesariamente debe haber un límite; porque su objetivo es hacer que la gente se dé cuenta. Y hay una cosa que el autor no debe olvidar: su propósito, la distinción entre esto y aquello, entre lo religioso como cosa decisiva y el incógnito estético, para que el entrecruce de la dialéctica termine en parloteo.

EL CONJUNTO DE LA OBRA ESTETICA, CONSIDERADA EN RELACION CON EL TOTAL DE LA OBRA, ES UN ENGAÑO; ENTENDIENDO, SIN EMBARGO, ESTA PALABRA EN UN SENTIDO ESPECIAL

Cualquiera que considere la obra estética como la obra total y luego considere la parte religiosa desde este punto de vista, sólo la podría conside­rar como un desfallecimiento, una disminución. Ya he demostrado antes que el supuesto sobre el que se basa este punto de vista 110 se puede mantener. Ha quedado establecido allí que desde un principio, y simultáneamente con las obras publicadas bajo seudónimo, determinadas señales, llevando mi nombre, daban noticia telegráfica de lo religioso.

Pero desde el punto de vista de toda mi actividad como autor, concebida íntegramente, la obra estética es un engaño, y en eso estriba la más profunda significación del uso de seudónimos. Un engaño, sin embargo, es una cosa muy fea. A esto yo podría responder: Es preciso no dejarse engañar por la palabra “ engaño” . Se puede engañar a una persona por amor a la verdad, y (recordando al viejo Sócrates) se puede engañar a una persona en la verdad. Realmente sólo por este medio, es decir, engañándole, es posible llevar a la verdad a uno que se halle en la ilusión. Quienquie­ra rechace esta opinión, pone de manifiesto el he­

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cho de que no está muy versado en dialéctica y que esto es precisamente lo que se necesita de modo especial cuando se opera en este campo. Porque hay una inmensa diferencia, una diferen­cia dialécticá, entre estos dos casos.* el caso de un hombre que es ignorante y va a recibir una porcion de conocimiento, de forma que es como un vaso vacio al que hay que llenar, o una hoja de papel en blanco sobre la que hay que escribir aleo y el caso de un hombre que se halla bajo una ilusión de la que es antes preciso librarle. Igual­mente es diferente escribir sobre una hoja de papel en blanco y poner de manifiesto, mediante la aplicación de un líquido cáustico, un texto que está escondido bajo otro texto. Suponiendo, pues, que una persona es víctima de una ilusión, y que para comunicarle la verdad lo primero que hay que hacer es arrancarle de la ilusión, si yo no empiezo engañándole, debo comenzar con la comunicación directa. Pero la comunicación di­recta presupone que la capacidad del receptor para recibirla no se halle alterada. Pero éste no es el caso, ya que se interpone en el camino una ilusión. Es decir, ante todo hay que usar el liquido cáustico. Pero este líquido cáustico signi­fica su negatividad, y la negatividad entendida en relación con la comunicación de la verdad es pre­cisamente lo mismo que el engaño.

¿Qué significa, pues, “ engañar” ? Significa que no se debe empezar directamente con la materia que uno quiere comunicar, sino empezar aceptando la ilusión del otro hombre como buena. Así, pues (para mantenernos dentro del tema del que se trata especialmente aquí), no se debe empezar de este modo: yo soy cristiano; tú no eres cristiano. Ni tampoco se debe empezar así: estoy procla­mando el cristianismo; y tú estás viviendo dentro de categorías puramente estéticas. No, se debe empezar’ de este modo: vamos a hablar de estetica. El engaño estriba en el hecho de que uno

habla de ella simplemente para llegar al tema religioso. Pero, en el caso que suponemos, el otro hombre se halla bajo la ilusión de que lo estético i'S el cristianismo: porque, piensa, yo soy cristiano y, sin embargo, él vive en categorías esteticas.

Aunque, a pesar de eso, muchos párrocos consi­deran este método totalmente injustificable, y muchos también son incapaces de manejarlo (no obstante que todos ellos, de acuerdo con sus propias afirmaciones, están acostumbrados a usar el método socrático), yo, por mi parte, me adhiero tranquilamente a Sócrates. Es cierto, no era cristiano, lo sé, y, sin embargo, estoy total­mente convencido de que lo hubiera sido. Pero era un dialéctico, todo lo concebía en términos de reflexión. Y la cuestión que aquí nos ocupa es puramente dialéctica, es la cuestión de usar la reflexión en la cristiandad. Estamos tratando aquí de dos magnitudes cualitativamente diferentes; pero en un sentido formal puedo llamar perfec­tamente a Sócrates mi maestro, mientras que solo he creído, y sólo creo, en Uno: Nuestro Señor Jesucristo.

B. EL POS TSCRIPTUM

Constituye, como ya he dicho, el punto decisivo de toda mi obra como escritor. Presenta el “ problema” , el de llegar a ser cristiano. Siendo toda la obra escrita bajo seudónimo, la obra estética, la descripción de un camino que una persona puede tomar para llegar a ser cristiano (a saber, fuera de lo estético para llegar a ser cristiano), ésta describe el otro camino (a saber, fuera del Sistema, de la especulación, etcetera, para llegar a ser cristiano).

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C. LA OBRA RELIGIOSA

He podido expresarme muy brevemente, incluso con respecto al Postscriptum, ya que este libro no presenta ninguna dificultad cuando el punto de vista de la obra literaria en su conjunto es que el autor es un autor religioso. La única cosa que requería explicación era la cuestión de cómo, partiendo de este supuesto, había que concebir la obra estética. Y por tanto, partiendo de este supuesto, la última sección, la obra puramente religiosa, que desde luego establece punto de vista, no requiere explicación.

CONCLUSION

¿A qué viene a parar todo eso, cuando el lector reúne los puntos de que se ha tratado en los anteriores párrafos? Significa que éste es un trabajo literario, cuyo pensamiento total es la tarea de llegar a ser cristiano. Pero es un trabajo literario que entiende desde el principio y sigue consecuentemente, la implicación del hecho de que la situación es cristiandad —una modificación reflexiva— y de ahí quedan transformadas en reflexión todas las relaciones del cristianismo. Llegar a ser cristiano en la cristiandad significa, o bien llegar a ser lo que uno es (la interioridad de la reflexión o el llegar a ser interior a través de la reflexión), o bien significa que lo primero es desembarazarse de los lazos de la propia ilusión, lo cual es también una modificación reflexiva. Aquí no hay lugar para la vacilación o la ambigüedad del tipo que corrientemente se obser­va en todas partes cuando uno no sabe y no puede llegar a saber si uno se encuentra en el paganismo, si el párroco es un misionero en este sentido, o dónde se encuentra uno. Aquí no se echa de

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menos lo que generalmente falta, a saber, una definición categóricamente decisiva y una decisiva expresión para la situación: predicar el cnstiams- mo en la cristiandad. Todo esta puesto en Lérminos de reflexión. La comunicación esta condicionada por la reflexión, de donde es comu­nicación indirecto. La comunicación esta caracte­rizada por la reflexión y, por tanto, es negativa, nadie dice que sea cristiano en un grado extraordi­nario ni alega que tiene revelaciones (todo lo cual corresponde a una comunicación inmediata y directa)- sino al contrario, hay uno que afirma qul no es cristiano. Es decir, el comunicante esta detrás del otro hombre, ayudándole negativa mente- aunque, si realmente logra ayudar a alguieX es otra cuestión. El problema en si es un problema de reflexión: llegar a ser cristiano.. . cuando uno es cristiano de cierto modo.

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CAPITULO II

LA DIFERENCIA DE MI MODO PERSONAL DE EXISTENCIA CORRESPONDE A LA DIFERENCIA ESENCIAL DE MIS OBRAS

En esta época, y realmente en muchas épocas pasadas la gente ha perdido casi de vista el hecho de que la profesión de escritor es, y debe ser, una vocación seria que implica un modo adecuado de existencia personal. La gente no se da cuenta de que la prensa en general, como expresión de la comunicación abstracta e impersonal de ideas, y la prensa diaria en particular, a causa de su formal indiferencia con respecto a la cuestión de si aquello de que informa es cierto o falso, contri­buye enormemente a la desmoralización general, por razón de que lo impersonal, lo cual, en su mayor parte, es irresponsable e incapaz de arre­pentimiento, es esencialmente desmoralizador. No advierten que la anonimidad, como la más abso­luta expresión de lo impersonal, lo irresponsable, es una fuente fundamental de la moderna desmo­ralización. Por otro lado, 110 piensan que el anonimato podría ser contrarrestado de forma muy simple y que la impersonalidad de la comunicación impresa sería un correctivo total, si la gente volviera simplemente a la antigüedad y aprendiera lo que significa ser un hombre personal individual, ni más ni menos, cosa que, sin duda, hasta un escritor, ni más ni menos, lo es también. Esto está perfectamente claro. Pero en nuestra edad, que tiene por sabiduría lo que es realmente

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el 'meollo de la iniquidad, a saber que uno no se preocupa del comunicante, sino solamente de la comunicación, de lo objetivo solamente, en nues­tra edad, repito, ¿qué es un escritor? Un escritor es, con frecuencia, simplemente úna x, incluso cuando firma con su nombre; algo absolutamente impersonal, que se dirige abstractamente, con la ayuda de la imprenta, a miles y miles de personas, mientras él permanece oculto y desconocido, viviendo una vida tan escondida, tan anónima como es posible para una vida, seguramente para no poner de manifiesto la demasiado clara y flagrante contradicción entre los prodigiosos me­dios de comunicación empleados y el hecho de que el autor es sólo un individuo; tal vez también por miedo al control que en la vida práctica siempre se puede llevar a cabo sobre cualquiera que desea amaestrar a los demás y que tiende a ver si su existencia personal corresponde a su comunicación. Pero sobre todo esto, que merece la más seria atención por parte de uno que quiera estudiar la desmoralización del Estado moderno, no puedo entretenerme aquí.

A. EL MODO PERSONAL DE EXISTENCIA EN RELACION CON LAS OBRAS ESTETICAS

Me refiero ahora al primer período de. mi profe­sión de escritor y a mi modo de existencia. Era un autor religioso, pero había empezado como autor estético; y esta primera etapa fue de incógnito y engaño. Iniciado muy temprana e intensamente en el secreto de que Mundus vult decipi, no estaba en situación de poder desear seguir esas tácticas. Más bien lo contrario. En mí se trataba de una cuestión de engañar inversamente en la mayor escala posible, empleando hasta lo último el conocimiento que tenía de los hombres, de sus debilidades y de sus estupideces, no para aprove­charme de ellas, sino para ayudarme a mí mismo

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y debilitar la impresión que yo causaba. El secreto del engaño que conviene al mundo que quiere ser engañado consiste en parte en formar una camari­lla con todo lo que lleva consigo, en afiliarse a una u otra de esas sociedades para la admiración mutua, cuyos miembros se apoyan unos a otros con la lengua y con la pluma en persecución de beneficios mundanos; y consiste en parte en ocultarse uno mismo de la muchedumbre huma­na, en no ser nunca visto al objeto de producir un efecto fantástico. Así, pues, yo tenía que hacer exactamente lo contrario. Yo tenía que existir en un absoluto aislamiento y debía proteger mi soledad; pero al mismo tiempo tenía que esforzar­me en ser visto a cada hora del día, en vivir como si estuviera en la calle, en compañía de Juan, de José, de Pedro, y en las situaciones más impensa­das. Esta es la forma de engañar de la verdad, el camino más seguro para debilitar, en sentido mundano, la impresión que uno causa. Era, además, el camino seguido por hombres de capacidad muy distinta de la mía para hacer que la gente se diera cuenta. Esas personas reputables, los engañadores que quieren que la comunicación les sirva en lugar de servir ellos a la comunicación, se presentan al público sólo para ganar reputación para ellas mismas. Esas personas despreciadas, los “ testimonios de la verdad” , que engañan inversa­mente, han tenido siempre que acostumbrarse a ser considerados como nulidades en el sentido mundano y en no contar para nada, a pesar de que trabajan día y noche, y sufren además, a causa de no tener ninguna ayuda, aunque crean que el trabajo que realizan es su carrera y su “ vida” .

De forma que había que hacer esto, y esto se hizo, no de cuando en cuando, sino cada día. Estoy convencido de que, con una sexta parte de esto o aquello, junto con un poco de camarilla y un autor al que nunca se ha visto —especialmente

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si esto ha sucedido durante bastante tiem po- pueden llegar a causar un efecto mucho más extraordinario. Yo, sin embargo, me había asegu­rado de poder trabajar todo lo laboriosamente que quisiera y cuando el espíritu me impulsara a ello, sin tener que preocuparme de que pudiera alcanzai demasiado renombre. Porque en un cierto sentido, yo estaba trabajando con igual laboriosidad en otra dirección; contra mí mismo, solo un autor podrá comprender qué tarea es tiabajar como autor, es decir, con mente y pluma y, sin embargo, estar a disposición de todo el mundo. Aunque este modo de existencia me enriqueció inmensamente con observaciones sobre a vida humana, es un tipo de conducta que

llevaría a muchos hombres a la desesperación. Poique significa el esfuerzo de desvanecer toda ilusión y presentar la idea, en toda su pureza- y verdaderamente, no es la verdad la que gobierna al mundo, sino las ilusiones. Aunque la producción literaria fuera mas ilustre que cualquiera de las conocidas hasta entonces, si el autor de ella tuviera que vivir com o yo sugiero aquí, en breve tiempo se aseguraría contra el renombre mundano y la baja adulación de la plebe. Porque la plebe no

1Smo y* Por tanto, no posee la capaci­dad de retener impresiones a pesar de las expe- nencias contrarias. Es siempre una víctima de las apariencias. El dejarse ver una vez y otra, y el dejarse ver en las situaciones más impensadas, es bastante para que la plebe olvide su impresión de un hombre y pronto se canse y harte de él. Y despues de todo, mantenerse constantemente a la vista de todos no consume mucho tiempo siem­pre y cuando uno emplee el suyo de ’forma juiciosa (es decir, insensatamente en el sentido mundano), y con vista a obtener los mejores resultados, pasando una y otra vez por el mismo punto y que este sea el más frecuentado de la ciudad. Cualquiera que cuide su reputación en un sentido mundano, no volverá por el mismo

camino por donde fue, aunque este sea el mas conveniente. Evitará que le vean dos veces en un tiempo tan corto; por miedo a que la gente pueda suponer que no tiene nada que hacer, mientras que, si se sienta en su habitación en casa durante las tres cuartas partes del día y no hace nada, este pensamiento no se le ocurrirá a nadie Por otro lado, una hora bien gastada, en sentido divino, una hora vivida para la eternidad, e invertida deambulando entre la gente corriente. . . no es tan pequeña cosa después de todo. Y realmente es muy agradable a Dios que se sirva a la verdad de esta manera. Su Espíritu da testimonio podero­samente con mi espíritu, que tiene el pleno consentimiento de Su Divina Majestad. Tod testimonio de la verdad indica su aprobación, reconociendo que uno esta dispuesto a seJ™ir a verdad, la idea, y a no traicionar la verdad en beneficio de la ilusión. He experimentado una sensación realmente cristiana al aventurarme a hacer el lunes un poco de aquello sobre lo que uno llora el domingo (cuando el párroco habla sobre ello y llora también). . . y el lunes uno esta dispuesto a reírse de ello.. Yo sentía una satisfac­ción realmente cristiana al pensar que, aunque no hubiera otro, había un hombre en Copenhague al que todo pobre hombre podía acercarse libie- mente y conversar con él en la calle; que, aunque no hubiera otro, había un hombre que, a pesar de la sociedad que más corrientemente frecuentaba, no evitaba el contacto con los pobres, sino que saludaba a todas las criadas que conocía, a todos los criados, a todos ios trabajadores corrientes. Y o experimentaba una sensación realmente cristiana por el .hecho de que, aunque no hubiera otro, había un hombre que (varios años antes de que la existencia diera a la raza otra lección), hacia un esfuerzo práctico en pequeña escala para aprender la lección de amar al prójimo de uno y, ¡ay. , echaba una espantosa mirada dentro de la ilusión que es la cristiandad, y (un poco mas tarde)

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echaba una ojeada también a la situación en que se hallaban las clases más bajas al ser seducidas por despreciables periodistas cuya pugna o lucha por la igualdad (ya que ésta se halla al servicio de la mentira) no puede llevar a otro resultado que a obligar a las clases privilegiadas a adoptar una actitud de autodefensa y a mantenerse orgullosa- mente alejadas del hombre corriente, y hacer al hombre corriente insolente en su audacia.

No puedo detallar más la descripción de mi existencia personal aquí; pero estoy convencido de que raramente ningún autor ha empleado tanta astucia, intriga y sagacidad para lograr honores y reputación en el mundo con vistas a engañarlo, como yo he desarrollado para engañarlo inversa­mente en beneficio de la verdad. Hasta qué punto hacía esto intentaré demostrarlo con un solo ejemplo, conocido por mi amigo Giodwad, el corrector de pruebas de Alternativa. Estaba tan atareado cuando leía las pruebas de este libro, que me resultaba imposible transcurrir el tiempo acostumbrado deambulando por la calle. No terminaba mi trabajo hasta bastante tarde, por la noche, y entonces me apresuraba a ir al teatro, donde me quedaba literalmente sólo de cinco a diez minutos. Y, ¿por qué hacía eso? Porque yo temía que aquel gran libro me creara una repu­tación demasiado grande*. ¿Y por qué hacía esto? Porque yo conocía la humana naturaleza, especialmente en Copenhague. Dejarme ver cada noche durante cinco minutos por algunos cente­nares de personas bastaba para mantener la opi­nión: no tiene nada que hacer, es un holgazan.

* Por la misma razón , en el m omento en que el conjunto de Alternativa estaba listo para ser transcrito a una mejor copia, escribí un pequeño artículo en Patria, bajo mi propia firma, en el que gratuitamente negaba que yo fuera el autor de diversos artículos interesantes que habían aparecido anónimamente en varios periódicos, reconociendo y admitiendo mi pereza y pidien­do que desde entonces nadie m e considerara como autor de nada a cuyo pie no estuviera estampado mi nombre.

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Esta era la existencia que yo llevaba para secundar mi obra estética. De cuando g u a n d o entrañaba, ademas, una rotura Tamarillas Y tome la resolución polémica ae considerar todo elogio com o un ataque, y_ todo ataciue como una cosa digna de no tenerse en cuenta Este era mi modo público de existencia. Casi nunca visitaba a nadie, y en casa se observaba estrictamente la regla de no recibir a nad , excepto al pobre que llegara en busca de ayuda. Porque yo no tenía tiempo de recibir visitas en casa V cualquiera que hubiese entrado en mi casa c?mo visitante, podía fácilmente barruntar una situación de 1¿ que no debía de tener ningún barrunto. De este modo existía. Me atrevo a decu que si en Copenhague ha habido alguna vez un opinión unánime sobre alguien, ésta ha sido la opinión sobre mí, que yo era un perezoso un holgazán, un frívolo; inteligente, tal vez brillante, astuto, etcétera; pero que me faltaba totalmente“ seriedad” Yo representaba una ironía mundana,jote de viure, la más útil forma del buscador de placeres, sin trazas de “ seriedad y positividad , por otra parte, yo era prodigiosamente astuto e interesante.Cuando pienso en aquel tiempo, me siento casi tentado de pedir excusas a la gente de impor tancia y reputación en la comunidad, porque c v e r d a d yo sabía perfectamente bien lo que estaba haciendo; y, sin embargo, desde su punto de vista tenía razón en pensar mal de mí porque de: esta manera, dañando mi propio prestigio, contribuía al movimiento que estaba dañando al poder y al renombre general, a pesar de que siempre he sido conservador a este respecto y he encontrado ülacer en dar a los eminentes y distinguidos la deferencia, consideración y admiración que se les debe. Empero, mi disposición conservadoia no entrañaba un deseo de tener ese tipo de distincioi para mí mismo. Y justamente porque los emi

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nentes y distinguidos miembros de la comunidad me habían demostrado no sólo simpatía, sino parcialidad, habían intentado de muchas formas llevarme al otro lado (el cual ciertamente era honesto y bienintencionado); justamente por esta razón me siento inclinado a presentarles excusas, aunque, naturalmente, no puedo lamentar lo que he hecho, ya que estaba sirviendo a mi idea. La gente distinguida siempre ha sido más conse­cuente en su trato conmigo que las clases más bajas, las cuales, incluso desde su punto de vista, no se han comportado rectamente, ya que ellas también (de acuerdo con lo que queda dicho) me atacaron. . . porque yo no era lo bastante superior para mantenerme alejado; lo cual es muy curioso y ridículo por parte de las clases más bajas.

Este es el primer período: mediante mi modo personal de existencia yo pretendía apoyar la obra estética y escrita bajo seudónimo en su totalidad. Melancólico, incurablemente melan­cólico como yo era, sufriendo prodigiosos pesares dentro de mi espíritu, habiendo roto desespera­damente con el mundo y con todo lo que éste es, educado estrictamente desde mi infancia en el convencimiento de que la verdad debe sufrir y ser mofada y burlada, invirtiendo un tiempo deter­minado cada día en plegarias y meditaciones devotas, y siendo yo mismo personalmente un penitente, abreviando, siendo lo que era, encon­traba (no lo niego) un determinado tipo de satisfacción en esta vida, en este engaño inverso, una satisfacción al observar que el engaño tenía un éxito tan extraordinario, que el público y yo estábamos en los términos más confidenciales, que yo estaba casi de moda como predicador del evangelio de la mundanidad, que aunque no me hallaba en posesión de aquel tipo de distinción que sólo se puede obtener mediante un modo de vida enteramente distinto, sin embargo en secreto (y por tanto más cordialmente amado) yo era el

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niño mimado del público, considerado por todos como prodigiosamente interesante y sagaz. Esta satisfacción, que era mi secreto y que a veces me extasió, podía haber sido una peligrosa tentación. No porque el mundo y esas cosas pudieran tentarme con su halago y adulación. No, por esta parte estaba a salvo. Si algo podía haberme hecho zozobrar, hubiera sido este pensamiento llevado al extremo, la obsesión casi extática de cómo el engaño estaba teniendo éxito. Esto era un indes­criptible alivio a un sentido de resentimiento que anidaba en mí desde la infancia; porque, mucho antes, yo había visto con mis propios ojos, como me habían enseñado, que la falsedad, la mez­quindad y la injusticia gobernaban el mundo. Muchas veces pensaba en estas palabras de Alter­nativa: “ Si supierais solamente de qué os estáis riendo. . . ¡si supierais quién es aquel con quien tratáis, quién es ese holgazán!

B. EL MODO PERSONAL DE EXISTENCIA EN RELACION CON LAS OBRAS RELIGIOSAS

El mes de diciembre de 1845 el manuscrito del Postscriptum estaba completamente listo, y, tal como era mi costumbre, se lo había entregado todo de una vez a Luno (el impresor); los suspicaces pueden no creer en mi palabra, toda vez que el libro de cuentas de Luno puede demostrarlo. Esta obra constituye el punto crucial de toda mi actividad de escritor, ya que presenta el “ problema” : cómo llegar a ser cristiano. Con el empieza la transición a la serie de escritos puramente religiosos.

En seguida advertí que tenía que amoldar mi modo personal de existencia a este cambio, o bien, que debía intentar dar a mis contem­poráneos un concepto diferente de mi modo personal de existencia. Ya había empezado a

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pensar lo que debía hacer, cuando, de la forma más oportuna, ocurrió un pequeño incidente en el que vi una señal de la providencia para ayudarme a actuar decisivamente en aquella dirección.

Sin embargo, no puedo seguir sin haber llamado la atención del lector sobre la situación de Copen­hague en aquella coyuntura, mediante una des­cripción que tal vez ahora tendrá mucho mayor relieve por contraste con la situación bélica. Por aquel tiempo se desarrollaba poco a poco el notable fenómeno de que toda la población de Copenhague se volvía irónica, y justamente tanto más irónica cuanto más ignorante e ineducada era la gente. Había ironía aquí e ironía allí, de un extremo al otro. Si la cosa no fuera tan seria y si yo pudiera contemplarla con un interés puramente estético, no niego que es la cosa más cómica que he visto nunca, y creo que difícilmente se podría encontrar una cosa tan fundamentalmente cómica. Toda la población, con todos los ociosos por las calles y las avenidas, como los pilluelos y apren­dices; toda la legión de esas clases que en nuestros días son las únicas privilegiadas, aquellas que, sin valer nada, llegan a ser. . . (lo que lleguen a ser) en masa; toda la población de una ciudad, gremios, corporaciones, hombres de negocios, personas de calidad, se convierten. . . en familia; estos miles y miles de personas se convierten. . . justamente en la única cosa que me atrevo a asegurar que es imposible para ellos convertirse (especialmente en masa y en familia), se convierten en irónicos, con la ayuda de un periódico, el cual, a su vez (bastante irónicamente), introduce la moda con la ayuda de los editoriales, y la moda que introduce es. . . la ironía. Creo que es imposible encontrar nada más ridículo. Porque la ironía implica una cultura intelectual específica, la cual es muy rara en cualquier generación. . . y aquella chusma y barahúnda eran adeptos a la ironía. La ironía es absolutamente no social; una ironía que sea de la

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mayoría no es ironía. Nada es más cierto que esto, porque no entraña el mismo concepto. La ironía tiende hacia una persona como su limite, como quedó tan justamente establecido por el dicho aristotélico de que el hombre ironico lo hace todo “ en atención a el mismo { e k v t o v eveKa) y en este caso había un inmenso publico, que codo con codo, in bona caritate, se volvía tan irónico como el Diablo. Pero el caso era dema­siado serio. Esta ironía se desviaba hacia la vulga­ridad. Porque aun en el caso de que el instigador real hubiera poseído un talento nada insignificante, al pasar a través de esos mi es y miles de personas hubiera tenido que volverse vulgar y desdichadamente la vulgaridad es siem­pre popular. Así, pues, se produjo una desmora­lización que recuerda espantosamente el castigo con que el Profeta, en nombre del Señor, amena­zaba a los judíos como el peor de los castigos: “ Los niños mandarán sobre vosotros (Isaías, 111. 4). Se produjo una desmoralización que, consi­derando las proporciones del pequeño país, lo amenazaba realmente con una completa desin­tegración moral. Para formarse una idea del peligro es preciso ver de cerca como hasta las gentes de buena crianza y ricas, en cuanto se convierten en una “ multitud , se toman seres totalmente distintos. Es preciso ver de cerca el deseo de carácter puesto de manifiesto por la gente corrientemente íntegra y equitativa, que dice: Es una vergüenza, es sorprendente para quienquiera que sea, hacer o manifestar cosas tales y luego ellos mismos contribuyen a envolver a la ciudad en la polvareda de la murmuración y de la charla pueblerina. Es preciso presenciar la dureza de corazón con que la g«nte que corrien­temente es amable despliega en su capacidad como “ público” , pensando que su intervención o no intervención es una cosa frívola, una cosa frívola realmente, la cual, mediante la contri­bución de los muchos, se convierte en un mons-

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tmo. Es preciso ver cómo se teme a la risa más que a cualquier otro tipo de ataque, cómo incluso un hombre que ha ido al encuentro de peligros mortales por una causa que no le concierne, difí­cilmente vacilaría en traicionar a su padre y a su madre en caso de que el peligro fuera la risa. Porque un ataque de ese tipo aisla a un hombre más que cualquier otro, y en ningún momento le ofrece la ayuda del pathos, mientras la frivolidad, la curiosidad y la sensualidad se sonríen, y la cobardía nerviosa que teme constantemente un ataque parecido grita sin ce’sar, “ No es nada” , y la cobardía despreciable que se salva del ataque mediante cohecho o adulando a la persona intere­sada, dice “ No es nada” , e incluso la piedad dice

No es nada” . Es terrible cuando, en un pequeño país, la murmuración y la mueca de burla se convierten en una amenaza de “ opinión pública” . Dinamarca estaba a punto de ser absorbida por Copenhague, y Copenhague al borde de conver­tirse en una mera capital de provincia. Es muy fácil fomentar una cosa así, especialmente con ayuda de la prensa; y cuando se ha logrado se precisa tal vez una generación para anularla.

Pero basta de esto. Resultaba importante para mí alterar mi modo de existencia personal para ponerme de acuerdo con el hecho de que yo estaba realizando la transición hacia el plantea­miento de problemas religiosos. Yo debía tener una forma de existencia que correspondiera a este tipo de escritor. Ya he dicho que esto ocurría en el mes de diciembre y era de desear que todo estuviera listo para el tiempo en que el Postscrip- tum apareciera. De forma que di el paso dentro de este mes de diciembre. Con el conoci­miento que yo poseía de la situación, fácilmente advertí que seria suficiente dirigir dos palabras a ese órgano de ironía, el cual, en un sentido (es decir, si yo no hubiera sido el hombre que soy), me había más bien venerado e inmortalizado, y

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que esas dos palabras bastarían para invertir dialécticamente toda la relación de mi existencia, haciendo que todo aquel interminable público de adeptos a la ironía fijara sus ojos en mí, de manera que yo me convirtiera en el blanco de la ironía de todos los hombres. ¡Ay de mí, el Maestro de la Ironía!

La orden fue promulgada, y para que no pudiera ser explotada como una forma de ironía recien­temente inventada y altamente graciosa, añadí una dosis bastante fuerte de ética para hacerme objeto del gran abuso del aborrecible órgano de la aborrecible ironía. Aquella hidra de innumerables cabezas creyó, indudablemente, que yo estaba loco. Las personas que veían más profundamente en el asunto contemplaban, no sin estremecerse, el salto que yo hacía, o bien (porque pensaban sólo en lo que se entiende mundanamente por munda- nalidad y no se les ocurrió pensar en lo que se entiende por ello en el sentido divino), encon­traron por debajo de mi dignidad el tomar noticia de tal cosa, mientras que yo debería haber encontrado por debajo de mi dignidad el haber vivido como un contemporáneo de tal desmora­lización sin actuar decisivamente, contentándome con la barata virtud de comportarme como “ los otros” , es decir, eludiendo todo lo posible cual­quier acción, mientras que la vileza periodística era una escala desproporcionadamente grande, estaba sin duda llevando a la gente a sus tumbas, mortificando y amargando, tal vez no siempre a los objetos directos del ataque, pero sí de todos modos a sus mujeres y ninos, a sus parientes y amigos más próximos, penetrando de forma vil en todas partes, incluso dentro del santuario de la iglesia, escupiendo mentiras, calumnias, inso­lencias, y todo al servicio de una pasión perniciosa y de la despreciable voracidad del dinero. . . ¡ya todo eso era “ responsable” un granuja! Pronto entendí perfectamente que al servicio de mi idea

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el rumbo que yo tomaba era el bueno y no vacilé. Por tanto, reclamo históricamente la propiedad de sus consecuencias, las cuales, sin duda, en aquel momento nadie me envidiaba, y cuyo valor fácilmente discierne mi mente en perspectiva.

He puesto en claro que dialécticamente la posi­ción hubiera sido apropiada para recobrar el uso de la comunicación indirecta. Mientras yo me hallaba ocupado exclusivamente con obras reli­giosas, no hubiera podido contar con la ayuda negativa de esas duchas diarias de vulgaridad, las cuales serían lo bastante refrescantes para evitar que la comunicación religiosa fuera demasiado directa, o me creara demasiado directamente adheridos. El lector no podía relacionarse directa­mente conmigo, porque ahora, en lugar del incógnito del escritor estético, yo había interpues­to el peligro de la risa y las muecas de burla, a las que la mayor parte de la gente teme. Y aquel que no se asustara por esto, se encontraría frenado por el próximo obstáculo, por el pensamiento de que yo, de forma voluntaria, me había expuesto a todo esto, dando pruebas de un cierto tipo de locura.¡Ah, sí! ¡Sin duda así juzgaron sus contemporá­

neos a aquel caballero romano que dio aquel salto inmortal para salvar a su país! ¡Ah, sí! , porque dialécticamente era la exacta expresión de la abnegación cristiana, y yo, pobre diablo, el Maestro de la Ironía, me convertí en el lamen­table blanco de la risa de un “ público altamente estimado” .

El vestido era correcto. Todo autor religioso es eo ipso polémico; porque el mundo no es tan bueno para que el hombre religioso pueda creer que ha triunfado o que se halla con la mayoría. Un autor religioso victorioso que está en el mundo no es eo ipso un autor religioso. El autor esencialmente religioso es siempre polémico y, por tanto, sufre a causa o bajo la oposición que corresponde a

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aquello en que es preciso considerar en su época como el mal específico. Si son los reyes y los emperadores, los papas y los obispos, los que constituyen el Mal, es preciso reconocer al autor religioso por el hecho de que es objeto de su ataque. Si el mal es la plebe y la mueca burlona bestial, se le debe reconocer por el hecho de que es objeto de este tipo de ataque y persecución. Y el autor esencialmente religioso tiene un único punto de apoyo para su palanca, es decir, el silogismo milagroso. Cuando cualquiera le pre­gunta en qué basa su pretensión de que está en lo cierto y de que es la verdad la que proclama, él contesta esto: “ Lo demuestro por el hecho de que soy perseguido; ésa es la verdad y puedo probarlo por el hecho de que soy burlado” . Es decir, no mantiene la verdad o la justicia de su causa apelando a la reputación, el honor de que disfruta, sino que hace justamente lo contrario; porque el hombre esencialmente religioso es siempre polémico. Todo escritor religioso, u orador, o maestro, que se aparte del peligro y no se halle presente en donde este se encuentra y en donde el Mal tiene su fortaleza, es un falsario, y eso se manifestará abiertamente. Porque todo aquel que llega al umbral de la muerte y las puertas de ésta se abren para él, tiene que desembarazarse de toda la pompa, grandeza, ri­queza, reputación mundana, y debe dejar a un lado como cosas enteramente inadecuadas y su- perfluas todas las condecoraciones de las órdenes de caballería y otros honores, tanto si éstos le han sido concedidos por reyes y emperadores como por la p lebe y el público. Sólo se hace una excepción, y ésta se refiere al hombre que durante su vida ha sido un escritor, un maestro o un orador religioso. Si se halla en posesión de una de esas cosas, no puede dejarla a un lado. No las reunirán todas juntas y se las devolverán en un gran fardo, el cual deberá llevar igual que un ladrón tiene que llevar las cosas que ha robado. Y

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con este fardo debe entrar en el lugar donde será juzgado. Si ha sido un maestro religioso, será juz­gado por los verdaderos maestros religiosos, todos los cuales, mientras vivieron, fueron bur­lados, perseguidos, mofados y escupidos. ¡Ah, qué espantoso es para el hombre natural estar en la tierra y ser burlado, mofado y escupido! ¡Más espantoso aún es pasar a la eternidad con ese fardo bajo el brazo o bien engalanado con su. . . lujo!

El traje era correcto. En una edad sonriente, tal como era aquella de la que estoy hablando (y, en mi opinión por lo menos, la “ guerra” ha sido una cosa afortunada para Dinamarca), el autor reli­gioso debe procurar que se burlen de él más que de cualquier otro. Si el Mal procede de la plebe, el autor religioso contemporáneo debe procurar con­vertirse en el objeto de su persecución y que en ese aspecto se encuentre en primera línea. Y la opinión que me formé de la plebe, la cual en tiempos, incluso los más perspicaces, pueden haber considerado como un poco exagerada, ahora, en 1848, ahora, mediante la ayuda de los desaforados gestos de una emergencia real (que son más eficaces que la débil voz del individuo y son como el desencadenarse de los elementos), ahora la objeción tal vez fuera cjue yo no la formé bastante fuerte. Y esa categoría, “ el individuo” , que era considerada como una ridiculez, la invención de una persona ridicula —lo cual es así de hecho, porque ¿acaso no fue aquel que, en un cierto sentido, es el inventor de ella, Sócrates, quien la llamó en su día “ el más excéntrico” (aro 7róraro?)—, yo no cambiaría el crédito de haber dado a conocer esa categoría en su momento por un reinado. Si la plebe es el Mal, si el caos es lo que nos amenaza, sólo hay salvación en una cosa, en convertirse en individuo, en el pensamiento de que “ lo individual” es una categoría esencial. He experimentado un triunfo, y sólo uno, pero éste

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me satisface enteramente, de forma que como pensador no pido más en este mundo. Los acontecimientos revolucionarios histórico-mun- diales de los últimos meses han traído a hombres visionarios portavoces maravillados de pensa­mientos maravillosos. Y por otra parte han sumido en el silencio a todo aquello que de diversas formas presumía conducir la opinión; lo han sumido en el silencio o bien lo han puesto en el atolladero de tener que manufacturarse para sí mismo con la mayor de las prisas un traje totalmente nuevo. Todo sistema quedó destro­zado, destrozado tan completamente en el trans­curso de tan pocos meses como si entre el presente y pasado inmediato hubiese intervenido toda una generación. Durante esta catástrofe yo estaba sentado leyendo las pruebas de un libro (Discursos cristianos), el cual, de consiguiente, estaba escrito antes de ella. No cambié ni añadí una sola palabra; expresaba la opinión que yo, “ el estrafalario pensador” , llevaba varios años propo­niendo. Aquel que lo lee tiene la impresión de que fue escrito después de la catástrofe. Esa catástrofe, histórico-mundial cuyo alcance es tan grande que ni siquiera la disolución del mundo antiguo fue tan imponente, constituye para todo aquel que entonces era escritor el absoluto tentemem rigo- rosum. Yo experimenté el triunfo de no tener que modificar o alterar nada de lo que había escrito, y el triunfo, además, de ver que todo lo que había escrito antes de que el acontecimiento tuviera lugar, si lo lee cualquiera ahora, lo encuentra mucho más inteligente que cuando lo había escrito.

Y ahora una sola cosa más. Cuando algún día mi amado venga, fácilmente verá que en la época en que se me consideraba como irónico, la ironía no se hallaba donde “ el público altamente estimado” pensaba. Había que buscarla, y eso no hace falta decirlo, porque mi amado no puede ser tan

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insensato como para creer que el pueblo puede entender la ironía, lo cual es tan imposible como ser individuo en masa, mi amado verá que la ironía estribaba precisamente en el hecho de que dentro de este autor estético, bajo su apariencia mundana, estaba oculto el autor religioso, el cual, justamente en aquel tiempo, estaba desarrollando tanta religiosidad como en general basta para la provisión de toda una familia. Además, mi amado verá que la ironía aparece de nuevo en relación con el próximo período, y hay que buscarla precisamente en el hecho que “ el público alta­mente estimado” consideró como locura. En una generación irónica (ese gran conglomerado de insensatos) no le queda otra cosa que hacer al hombre irónico más que invertir la relación y transformarse en el blanco de la ironía de todos los hombres. Mi amado verá que mi existencia fue transformada para que estuviera en relación con lo que requería mi productividad. Si yo no me hubiera dado cuenta de esto o no hubiera tenido bastante valor para hacerlo, si yo hubiera alterado mi producción, pero no mi existencia con relación a ella, la situación hubiera sido no dialéctica y confusa.

CAPITULO III

LA PARTE QUE LA DIVINA PROVIDENCIA TUVO EN MI PROFESION DE AUTOR

Cuanto he escrito hasta ahora no ha sido, en un sentido, agradable de escribir. Hay algo doloroso al estar obligado a hablar tanto de uno mismo. Pluguiera a Dios que hubiera podido conservar mi paz aún más de lo que lo he hecho, sí, hasta a morir incluso en silencio sobre este tema que, al igual que mi labor y mi trabajo literario, me ha ocupado durante día y noche. Pero ahora, gracias a Dios, ahora respiro libremente, ahora siento de verdad necesidad de hablar, ahora he llegado a un tema que hallo inmensamente agradable de pensar y de hablar. Mi relación con Dios es el “ amor feliz” de una vida que en muchos aspectos ha sido difícil e infeliz. Y aunque la historia de este amor (si puedo llamarlo así) tiene los rasgos esenciales de la auténtica historia de amor, por el hecho de que sólo uno puede entenderla completamente, y no hay alegría absoluta sino en contarla sólo uno al amado, el cual en este caso es la Persona por la cual uno es amado*, sin embargo existe también un placer en hablar de ella a los demás.

* Tal vez ahora el lector pueda estar dispuesto a reconocer que la desdicha, hablando humanamente, de toda la producción, lo que le ha hecho mantenerse aparte cada vez más como una superfluidad en lugar de enfrentarse con la situación, es el hecho de que es demasiado religiosa, porque la existencia del autor es demasiado religiosa, que el autor com o autor ha sido absolutamen­

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Por lo que respecta al hecho de cuánto he necesitado el amor de Dios, y de cuán constan­temente lo he necesitado, día tras día, año tras año, para recordar esto y escribirlo exactamente, no necesito la ayuda de la memoria o la concen­tración de los diarios, ni necesito comparar mis

te débil y, por tanto, ha estado absolutamente necesitado de Dios. Si el autor hubiera sido menos débil, es decir, más fuerte en un sentido humano (o sea, menos religioso), seguramente hubiera reclamado su producción com o suya, hubiera exigido un determi­nado número de amigos y partidarios, hubiera comunicado a los demás de antemano lo que se proponía, y les hubiera pedido consejo y ayuda; y ellos, a su vez, actuando com o padrinos, hubieran atraído a otros, de forma que la profesión de autor hubiera estado relacionada con el instante y hubiera sido eficaz en el instante, en lugar de ser una superfluidad. . . com o lo es Dios mismo en la blandura, más que cualquier otra cosa y que cualquier persona. Tal vez ahora el lector esté dispuesto a reconocer por qué he trabajado con tanto esfuerzo y sacrificio, día tras día, al objeto de impedir que emergiera una falsedad, una falsedad, es verdad, la cual (como siempre ocurre) me hubiera reportado dinero, aplauso, honor, reputación, etc., la falsedad de que lo que tenía que comunicar era “ lo que la época pide” , presentado al benévolo juicio de “ un público altamente estimado” , cosa que proporciona el éxito favorable y el apoyo y la aclamación de este mismo público altamente respetado. Exactamente opuesto a esto, en el temor y en el amor de Dios, tenía que vigilar sin descanso para asegurarme de que la verdad quedaba expresada, que sólo contaba con la ayuda de Dios, que no debía nada ni al público ni a la época, excepto el mal que me han hecho. Tenía que estar alerta para que la verdad se quedara expresada por el soliviantador epigrama sobre esta época que, en un momento en que todo eran asambleas generales, sociedades y comités, en ese mismo m omento se concedía a un hombre solitario y débil el talento de poder trabajar en una escala tan grande que cualquiera podía suponer que era más que el trabajo de un comité. Resumiendo, que era mi deber expresar, tanto en mi existencia personal com o en mi existencia de autor, el hecho de que cada día me convencía de nuevo de que Dios existe. Tal vez ahora el lector esté dispuesto a reconocer por qué me encontré obligado a contraatacar en un sentido finito mi propio esfuerzo, para poder asegurar que la responsabilidad sería enteramente mía. En todo caso debo estar solo, absolutamente solo, sí, debo rechazar cualquier ayuda para que mi responsabilidad no sea demasiado leve. Con sólo un amigo o un compañero de trabajo, la responsabilidad se convierte en una fracción, sin hablar de pedir a toda una generación que venga en ayuda de uno. Pero en el servicio de la verdad el asunto para m í consistía en que, si yo debía descarriarme, si tenía que volverme presuntuoso, si lo que decían era verdad, el Divino Gobierno podía absolutamente hacer presa en m í, y que, en 1$ posibilidad de este examen que a cada instante pende sobre m í, yo podría mantener­me alerta, atento y obediente.

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recuerdos con los datos, ya que la vivo otra vez de forma vivida y sensible en este m i s m o momento. ¡Qué no podría producir esta pluma si se trataia

de una cuestión de audacia, de entusiasmo, de fervor hasta los límites de la locura! Y ahora que tengo que hablar de mis relaciones con Dios, de lo que cada día se repite en mi acción de gracias por las indescriptibles cosas que El ha hecho por mi, infinitamente muchas más de lo que nunca hubiera podido esperar, de la experiencia que me ha enseñado para asombrarme, asombrarme de Dios, de Su amor y de lo que la impotencia del hombre es capaz de hacer con su ayuda, de que me ha enseñado a anhelar la eternidad y a no temer que pudiera hallar la cansada, no puedo hacer otra cosa que dar gracias. Ahora que tengo que hablar de esto se despierta en mi espíritu una impotencia poética. Mas resueltamente que aquel rey que gritaba: “ ¡Mi reino por un caballo! ” , y felizmente resuelto como él no estaba, yo lo daría todo, junto con mi vida, por ser capaz de encontrar qué pensamiento tiene mas íelicidad que un amante al encontrar al amado, al encon­trar la “ expresión” y luego morir con esa expre- sión en los labios. Y entonces se presentan por si mismos pensamientos tan encantadores como las frutas de un huerto de un cuento de hadas e igualmente ricos, cálidos y lozanos; expiesiones tan de acuerdo con el deseo de gratitud que hay dentro de mí, tan refrescantes para mi ardiente anhelo, que me parece que si tuviera una pluma alada, sí, diez de ellas, no podría seguir con bastante rapidez para mantenerme a la altura de la opulencia que se presenta por sí misma. Pero en cuanto cojo la pluma, en ese mismo instante, soy incapaz de moverla, como decimos de uno que no puede mover pie o mano. En esa situación no aparece en el papel ninguna línea que trate de esta relación. Me parece que oigo una voz que me dice: Necio, ¿qué se imagina? ¿No sabe que ja obediencia es más querida de Dios que la grasa de

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un morueco? Entonces me tranquilizo perfec­tamente, entonces hay tiempo suficiente para escribir cada letra con mi lenta pluma casi dolorosamente. Y si aquella poética impaciencia se despierta en mí de nuevo por un instante, me parece oír una voz que me habla como la del maestro cuando habla a un niño y le dice: Coge bien la pluma, y traza cada letra con igual precisión. Y entonces puedo hacerlo, entonces no me atrevo a hacerlo de otra manera, entonces escribo cada palabra, cada línea, sin saber cuál va a ser la próxima palabra, la próxima línea. Y luego, cuando lo leo, me satisface de forma totalmente distinta. Porque, aunque pueda haber alguna resplandeciente expresión que se me esca­pe, sin embargo la ' producción es totalmente distinta: es el resultado, no de la pasión del poetao del pensador, sino del temor divino, y para mí es una divina adoración.

Pero lo que ahora, en este momento, estoy viviendo otra vez, o justamente ahora estaba viviendo, es algo que he experimentado varias veces durante toda mi actividad como autor. Se dice que el “ poeta” invoca a la musa para que le suministre pensamientos. Este no ha sido mi caso nunca, ya que mi personalidad me impide, in­cluso, entenderlo; al contrario, he necesitado a Dios cada día para que me amparara de una excesiva riqueza de pensamientos. Dad a una persona semejante talento productor, y junta­mente con él semejante débil salud, y sin duda aprenderá a rezar. Yo he sido capaz en cualquier momento de realizar este prodigio, y aún puedo hacerlo: yo puedo sentarme y escribir durante un día y una noche y luego durante otro día y otra noche; porque había riqueza suficiente para ello. Si lo hubiera hecho, me habría derrumbado. ¡Oh, la más leve indiscreción dietética, y me encuentro en peligro de muerte! Cuando obedezco, como he descrito antes, cuando hago el trabajo como si

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fuera una tarea prescrita austeramente, y cojo la pluma como debo y escribo cada letra con dolores, entonces puedo hacerlo. Y así y muchas y muchas veces, he experimentado más placer en la relación de obediencia con Dios que en los pensamientos que he producido. Esto, puede ser percibido claramente, es la expresión del hecho de que no puedo pretender una inmediata relación con Dios, que no puedo y no me atrevo a decir que es El quien inmediatamente inserta los pensamientos en mí, sino que mi relación con Dios es una relación reflexiva, es la interioridad en la reflexión, como en general el rasgo distintivo de mi personalidad es la reflexión, de forma que hasta en la plegaria mi forte es la acción de gracias.

Así, pues, en el curso de toda mi actividad de escritor yo he necesitado constantemente la ayu­da de Dios para ser capaz de hacer el trabajo simplemente como una tarea prescrita a la que se dedican cada día unas horas definidas, fuera de las cuales no estaba permitido trabajar. Y, si alguna vez falté a esta regla, lo pagué claramente. Nada más ajeno a mi forma de proceder que la tempestuosa entrada del genio en la escena, y luego su tempestuoso finale. Substancialmente, he vivido com o un escribiente en su comptoir. Desde el principio he sido como si estuviera arrestado y en cada instante he percibido que no era yo quien interpretaba el papel de amo, sino que otro era el Amo. He percibido este hecho con miedo y temblor cuando El me ha hecho sentir Su omnipotencia y mi nulidad; lo he percibido con indescriptible dicha cuando me he vuelto hacia El y he hecho mi trabajo con obediencia incon­dicional. El factor dialéctico de esto estriba en que, por muy extraordinario que fuera el don que se me entregaba, se me entregaba como una medi­da de precaución, con tal elasticidad, que, si yo no obedecía, podría llevarme a la muerte. Es

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como si un padre dijera a su hijo: Puedes llevártelo todo, es tuyo; pero si no eres obediente y lo utilizas como yo deseo. . . bien, yo no te castigaré quitándotelo, no, quédatelo. . . te aplas­tará. Sin Dios yo soy demasiado fuerte para mí mismo, y tal vez estoy deshecho en la más desesperada de las maneras. Desde que me con­vertí en escritor, nunca, ni durante un solo día, he experimentado aquello de que muchos otros se quejan, es decir, de una falta de pensamientos o de su incapacidad para presentarlos. Si esto me ocurriera, sería más bien una ocasión de alegría para mí, porque finalmente podría tener un día en que realmente fuera libre. Pero, en cambio, muchas veces he experimentado el estar colmado con exceso de riquezas, y a cada instante he pensado con horror en la espantosa tortura de morirme de hambre en medio de la abundancia, si no obedecía en seguida, dejaba que Dios me ayudara y escribía de la misma manera, tan tranquila y plácidamente como uno lleva a cabo una tarea prescrita.

Pero en otro sentido aún he necesitado la ayuda de Dios muchas veces, día tras día, año tras año, durante todo el curso de mi actividad como escritor. Porque El ha sido mi único confidente, y sólo confiando en su conocimiento me he atre­vido a arriesgarme todo cuanto me he arriesgado, y a resistir todo cuanto he resistido, y he hallado felicidad en la experiencia de estar literalmente solo en todo el vasto mundo, solo porque, en dondequiera que estuviese, tanto en presencia de todos com o en presencia de un amigo, siempre estaba oculto bajo el traje de mi engaño, de forma que entonces estaba tan solo como en las tinieblas de la noche; solo, no en las selvas americanas con sus terrores y sus peligros, sino solo en compañía de las más terribles posibilidades, que transforman incluso la más espantosa actualización en un alivio y un descanso; solo, casi con el lenguaje humano

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contra mí; solo con los tormentos que me han enseñado más que una nueva anotacion en el texto sobre la espina en la carne; solo con decisiones en las que uno necesitaría la ayuda de amigos, de toda la raza, si fuera posible; solo en tensiones dialécticas que (sin Dios) conducirían a cualquier hombre con mi imaginación a la locura; solo en la angustia hasta la muerte; solo frente ai sin sentido de la existencia, sin ser capaz aunque quisiera, de hacerme a mí mismo inteligible a una sola alma; ¿pero qué estoy diciendo, una sola alma” ? No, había veces en que no se podía decir “ só/o ésa faltaba” , veces en que yo no podía hacerme inteligible a mí mismo. Cuando ahora reflexiono sobre esos años que pase de esta manera ¡cómo me estremezco! Cuando, aunque sea un solo momento, veo mal, me hundo en e agua profunda. Pero cuando veo bien y encuentro reposo en la seguridad del conocimiento de Dios, la felicidad vuelve de nuevo.

Por lo que respecta a los detalles, sería en vano intentar narrar cómo he sentido la ayuda presente de Dios. Como en el inexplicable acontecnniento que se ha repetido con frecuencia, cuando he hecho algo sin saber por qué o sin ni siquiera preguntar por qué; cuando como una simp e persona he seguido el impulso de mi natural inclinación, y esto para mí ha tenido un signi­ficado puramente personal que se aproximaba a lo accidental, y luego ha demostrado tener una significación totalmente diferente y puramente ideal al contemplarlo más tarde en relación con mi profesión de autor en su conjunto y na resultado que mucho de lo que había hec“ ° personalmente era lo que debería haber hecho como escritor. Ha sido inexplicable para mi que circunstancias que parecían triviales y acciden­tales de mi vida (las cuales, es preciso decirlo, eran agrandadas excesivamente por mi imaginación) me llevaban a una situación definida que yo

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mismo no comprendía y convertíase en melanco­lía, y entonces engendraban un determinado talante, y precisamente el talante que debía usar en relación con el trabajo con que me ocupaba entonces y precisamente en el lugar justo. Porque mi productividad nunca ha tenido ningún fallo y siempre lo que he. necesitado ha estado al alcance de mi mano justo en el instante en que lo necesitaba. Toda mi productividad ha tenido, en cierto sentido, un curso constante e ininterrum­pido, como si yo no hubiera tenido otra cosa que hacer que copiar diariamente una parte deter­minada de un libro impreso.

Sin embargo, en esta explicación debo dar un reconocimiento más preciso de la parte que el Divino Gobierno ha tenido en mi profesión de autor. Porque, en el caso de que yo afirmara que desde el primer instante tenía una visión general cíe toda mi profesión de escritor, y que anticipa­damente había agotado todas las posibilidades de forma que la reflexión no me había enseñado nada mas tarde, ni aun esta otra cosa, que, a pesar de todo lo que yo había hecho, estaba sin duda bien, sin embargo, sólo después estaba en pose­sión de comprender enteramente que era así; si yo afirmara esto sería una negación de Dios y una infamia hacia él. No, yo debo decir sinceramente que no puedo entender el conjunto, justamente porque, por el más insignificante detalle, entiendo el conjunto, pero lo que no puedo entender es que ahora puedo entenderlo; y sin embargo, no puedo decir que en el instante de empezarlo lo entendiera con tanta precisión, aunque he sido yo quien lo ha hecho y llevado a cabo paso a paso mediante la íeflexión. En el lenguaje de la pura tontería se podría explicar fácilmente esto dicien­do, como alguien ha dicho de mí, sin tener

idea de mi trabajo literario en su tota­lidad, que yo tema el genio de la reflexión. Pero justamente porque yo reconozco lá justicia de

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adscribirme a la reflexión, soy realmente dema­siado reflexivo para no percibir que esta yuxta­posición de reflexión y genio no explica nada. Porque hasta tanto uno tiene genio, no tiene reflexión y viceversa, puesto que la reflexión es precisamente la negación de la inmediatez.

Si tuviera que expresar con la más categórica expresión la parte que el Divino Gobierno ha tenido en toda mi actividad como escritor, no conozco expresión más decisiva o sugestiva que ésta: El Divino Gobierno me ha educado, y la educación se refleja en el proceso de la productivi­dad De acuerdo con esto debe ser admitido que cuanto he dicho antes sobre toda la producción estética de que era un engaño no es verdad del todo, porque esta expresión significa un poco demasiado en el camino de la conciencia. Al mismo tiempo, sin embargo, no es del todo falsa, porque yo he tenido conciencia de estar actuando al dictado, y eso desde el principio. El proceso es éste: una naturaleza filosófica y poética se aparta para llegar a ser cristiana. Pero el rasgo no corriente es que los dos movimientos empiezan simultáneamente y, por tanto, éste es un proceso consciente cuyo desarrollo se puede percibir; el segundo movimiento no sobreviene hasta al cabo de una serie de años que lo separan del primeio. De forma que la producción estética es, sin duda, un engaño, aunque en otro sentido es una eliminación necesaria. Lo religioso está presente desde el primer instante, y tiene un predominio decisivo; pero durante un tiempo espera paciente­mente para permitir al poeta que hable, aunque lo vigila con ojos de Argos para asegurarse de que el poeta no lo engaña*.

* Este pensamiento, que es el “ poeta” el que debe zafarse, encuentra ya su expresión en A ltern ativa , aun cuando se entiende en vista de la profesión de autor en su totalidad, que esta cosa de apartarse del “ poeta” tiene, naturalmente, un sentido más profun

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Desde este punto de vista, yo deduzco que el significado que mi profesión de escritor tiene para esta época debe ser considerado con detenimien­to. Si tuviera que expresar mi juicio sobre esta época en una palabra yo diría que le falta educación religiosa (entendiendo esta palabra en el sentido más amplio y profundo). Hoy en día es cosa sin. importancia el hecho de llegar a ser y de ser cristiano. Lo estético tiene la supremacía. Al “ ir más lejos” del mero hecho de ser cristiano (lo cual todo el mundo es, cosa corriente), se ha vuelto atrás otra vez, o bien se ha ido a parar dentro un paganismo estético intelectual con la mezcla de un poco de cristianismo. La tarea que hay que proponer a la mayor parte de la cristiandad es: ¡Fuera de lo “ poético” ! , o fuera de tener una relación con o de tener la vida de uno en la que el poeta declama; ¡fuera de la especulación! , del fantástico concepto (el cual es al mismo tiempo una imposibilidad) de tener la vida de uno en ello (en lugar de existir); y ¡llegar a ser cristiano! El primer movimiento (fuera de lo poético) constituye el significado total de la producción estética dentro de la totalidad de la profesión de autor. El segundo movimiento (fuera de la especulación) es el del Postcriptum , el cual, mientras conduce o dirige el conjunto de la producción estética para su propia ventaja me­diante la iluminación de su problema, que es el problema de “ llegar a ser cristiano” , realiza el mismo movimiento en otra esfera: ¡fuera de la especulación! , del Sistema, etcétera; para llegar a ser cristiano. El movimiento es, \Atrás\ Y aunque está todo hecho “ sin autoridad” , hay, sin embargo, algo en el tono que recuerda la policía cuando se enfrenta con el tumulto y dice:

do que el que se halla en la segunda parte de A lternativa . Y a se hacia notar en el P ostscrip tu m que éste es el caso de A lternativa . Realmente, la transición hecha en A ltern a tiva 'es sustancialmente de una existencia de poeta a una existencia ética.

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¡Atrás! De aquí también más de uno de los seudónimos aplica esta expresión a sí mismo, diciendo que él es un policía.

Y ahora, en cuanto a mí, el autor, ¿cuál es, de acuerdo con mi opinión, mi relación con la época? ¿Soy, tal vez, el “ Apóstol” ? ¡Abomina- ble! Nunca he dado motivo para tal juicio. Yo soy una pobre e insignificante persona. ¿Soy, entonces, el maestro, el educador? No, nada de eso; yo soy aquel que ha sido educado, o cuya profesión de autor demuestra lo que es ser educado para llegar a ser cristiano. En cuanto esa educación me presiona y, en la medida en que me presiona, yo presiono a mi vez sobre esta época; pero yo no soy un maestro, sino solamente un discípulo.

Para iluminar aún más la parte que el Divino Gobierno tiene en mi profesión de autor, es necesario explicar, en cuanto tenga una explica­ción a mi disposición, cóm o fue el llegar a ser escritor.

Sobre mi vita ante acta (es decir, desde la infancia hasta que llegué a ser escritor) no puedo exten­derme aquí, por notable que fuera, como a mí me parece, la forma en que estuve predispuesto desde mi más temprana infancia, y paso a paso a través de todo el desarrollo, hasta llegar a ser exactamen­te el tipo de escritor que llegué a ser. Sin embargo, por mor de lo que sigue, tengo que aludir a algunos rasgos de mi más temprana vida, que es cosa que hago con la desconfianza que una persona debe siempre sentir cuando tiene que hablar personalmente sobre sí mismo.

De niño estuve bajo el impeño de una prodigiosa melancolía, cuya profundidad encuentra sola­mente su adecuada medida en la igualmente prodigiosa habilidad que tenía para esconderla

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bajo una aparente alegría y joie de vivre. Hasta donde alcanza mi recuerdo, mi única alegría consistía en que nadie pudiera descubrir lo desdichado que yo me sentía. Esta proporción (la magnitud igualmente grande de melancolía y de arte de simulación) significa que yo estaba rele­gado a mí mismo y a la relación con Dios. De nmo fui educado austera y seriamente en el cristianismo. Hablando buenamente, fue una edu­cación insensata. Ya en mi más temprana infancia me encontré avasallado por la pesada impresión qn6 5 melancólico anciano que me cubría con ella debía soportar también. ¡Un niño — ¡qué cosa mas insensata! disfrazado de viejo! ¡Es­pantoso! No es de asombrar, pues, que hubiera veces en que el cristianismo se me apareciera como la crueldad más inhumana, aunque nunca aun cuando me hallé más separado de él, dejé de respetarlo, con la firme determinación que (espe­cialmente si no fui yo mismo quien eligió llegar a

cPs^ano) nunca iniciaría a nadie en las dificultades que yo conocía y a las que, por lo que yo había leído y oído, nadie había aludido.1 ero yo nunca he roto definitivamente con el cristianismo ni he renunciado a él. Mi propósito nunca ha sido atacarlo. No, en el momento en que se me planteó el problema del empleo de mis tuerzas, yo estaba firmemente determinado a empleailas todas para defender el cristianismo, o en todo caso para presentarlo en su forma verdadera. Ya que muy pronto realmente, me­diante la ayuda de mi educación, me hallé en una posicion de poder asegurar cuán raramente el cristianismo se presenta en su forma verdadera, como aquellos que lo defienden suelen ser los que lo traicionan, y cuán* pocas veces sus contrarios dan realmente en el blanco, ya que, en mi opinión P°r |° .menos, suelen atacar a la cristiandad establecida, la cual más bien se podría llamar la caricatura del verdadero cristianismo, o una mons­truosa cantidad de error, ilusión, etcétera, mezcla­

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da con una pequeña dosis de verdadero cristia­nismo. Así, pues, yo amaba al cristianismo en un sentido: para mí era venerable, aunque, humana­mente hablando, me hacía excesivamente desdi: chado. Esto corresponde a mi relación con mi padre, la persona a quien he amado más p iof un da- mente. ¿Y qué significa esto? El asunto precisa­mente es que me hizo desdichado, pero por amor. Su error no consistió en falta de amor, sino en confundir a un niño con un anciano. Amar a aquel que nos hace felices es, para una mente reflexiva, una definición inadecuada del amor, amar a aquel que nos hace desdichados con malicia, es virtud; pero amar a aquel que poi amor, aunque por un mal entendimiento, pero a pesar’ de todo con amor, nos hace desdichados, es la fórmula aún nunca enunciada, que yo sepa, pero sin embargo, la fórmula normal de lo que es el amor.Así, pues, avancé en mi vida favorecido en todos los caminos, por lo que concierne a dotes intelec­tuales y circunstancias exteriores. Todo estaba hecho y seguía estando hecho para desanollai mi mente lo más ricamente posible. Confiando en mi mismo, y, sin embargo, con una decidida simpatía o predilección por el sufrimiento, o por lo que en todos sentidos sea sufrir o estar oprimido. En cierto sentido, puedo decir que me introduje en la vida con un talante altivo y casi temerario. Nunca, en ningún instante de mi vida, me ha abandonado la fe de que uno puede hacer aquello que quiere, a excepción de una cosa, todo lo demás incon­dicionalmente, pero una cosa no: el escapar de la melancolía, en cuyo poder me hallaba. Todo lo que estoy diciendo parecerá a los demas una vanidad, pero era tan cierto para mí, tan verdade­ramente como ahora diré, que a los demas les parecerá de nuevo una vanidad. Digo que nunca se me ocurrió, ni remotamente, que en mi genera­ción viviera o tuviera que nacer un hombre que

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me aventajara, y dentro de mí me consideraba el mas desdichado de los hombres. Nunca se me ocurrio que, aunque intentara la más audaz de las hazañas, no saldría victorioso, a excepción de una cosa, todas las demás absolutamente, pero una cosa no: el desprenderme de la melancolía de la que, y de cuyo acompañante el sufrimiento, nunca estuve enteramente libre ni siquiera por un día. Esto, sin embargo, debe entenderse en relación con el hecho de que muy tempranamente fui iniciado en la idea de que conquistar significa conquistar en un sentido infinito, lo cual, en un sentido finito, significa sufrir. Así, pues, esto correspondía con mi melancólico convencimiento inteiior que, en un sentido finito, yo no servía para nada. Lo que me reconciliaba con mi destino y con mis sufrimientos era que yo, el tan desdichado, el ten torturado prisionero, había alcanzado esta ilimitada capacidad de ser capaz de engañar, de forma que podía quedarme absoluta­mente a solas con mi dolor. No hace falta decir que esto bastaba para hacer todas mis otras facultades, cosas absolutamente alegres para mí. Cuando se da esto (es decir, tal dolor y tal cerrada reserva), depende de las características personales del individuo el que este tormento interior y solitario encuentre su expresión y satisfacción odiando a los hombres y maldiciendo a Dios, o al contrario. Esta última era mi situación. Hasta donde llega mi memoria, yo me hallaba de acuerdo conmigo mismo sobre una cosa: que para mi no había consuelo o ayuda en ser buscado en otros. Saciado con las muchas otras derramadas sobre mí, satisfecho como un espíritu deseoso de la vida mas larga posible, mi propósito era, como expresión de un melancólico amor por los hom­bres, ayudarles, encontrar consuelo para ellos, sobre todo claridad de pensamiento, y ésa espe­cialmente sobre el cristianismo. Recuerdo que pensaba que en cada generación hay dos o tres que son sacrificados por todos los demás, y quf:

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mediante espantosos sufrimientos llegan a descu­brir lo que redunda en bien de los otros. Y así, en mi melancolía, yo me consideraba elegido para este destino.

Así vivía, iniciado en todas las posibles alegrías, y sin disfrutarlas realmente, sino al contrario (omi­tiendo el placer que obtenía en relación con el dolor de la melancolía), trabajando para producir la impresión de que las disfrutaba. Comencé a conocer a todos los tipos de hombres; sin embar­go, nunca se me ocurrió que podría encontrar a un confidente en alguno de ellos, y a ninguno de ellos se le ocurrió que era mi confidente. Es decir, me veía obligado a ser y era un observador. Mediante esa vida, como observador y como espíritu, me enriquecí extraordinariamente; me­diante experiencias, llegué a ver de cerca esa acumulación de placeres, humores, pasiones, sen­timientos, etcétera; me acostumbre a ver a un hombre de pies a cabeza y también a imitarle. Mi imaginación y mi dialéctica tenían constantemen­te suficiente material con el que operar, y tiempo bastante, libre de todo bullicio, para estar ociosas. Durante largos períodos no he tenido otra cosa que hacer que llevar a cabo ejercicios de dialéctica con un atributo de imaginación, tanteando mi mente como se toca un instrumento; pero no vivía realmente. Me hallaba tentado por muchas, y muy variadas cosas, desdichadamente también por errores, y ¡ay! , también por el camino de la perdición. Así llegué a mis veinticinco años, para mí mismo un ser desarrollado enigmáticamente y con extraordinarias posibilidades, cuyo significa­do y carácter yo no comprendía, a pesar de la más eminente reflexión, con la cual es imposible entenderlo todo. Yo entendía una cosa: que mi vida hubiera sido más propiamente empleada haciendo penitencia; pero en el propio sentido de la palabra, yo no había vivido, excepto en el

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carácter del espíritu; yo no había sido un hombre, y un niño o un joven aún menos.

Entonces mi padre murió. Las poderosas impre­siones religiosas de mi infancia adquirieron un poder renovado sobre mí, ablandado ahora por la reflexión. Ahora era también mayor y estaba más de acuerdo con mi educación, la cual tiene justamente esta desdicha, que no me servirá completamente hasta que tenga cuarenta años. Porque mi desdicha (casi podría decir desde mi nacimiento, completado por mi educación) era. . . no ser un hombre. Pero cuando uno es un niño, y los otros niños juegan o se ríen, o hacen lo que suelen; ¡ah! , y cuando uno es joven, y los otros jóvenes aman y bailan, o hacen lo que suelen, y entonces, a pesar del hecho de que uno es un niño o un joven, ¡tener que ser un espíritu! ¡Espanto­sa tortura! Más espantosa aún si uno, mediante la ayuda de la imaginación, sabe cómo llevar a cabo el truco de parecer el más joven de todos. Pero esta desdicha casi desaparece cuando uno llega a los cuarenta años de edad. Y en la eternidad no existe. Yo nunca he tenido ninguna inmediación y, por tanto, en el sentido humano corriente de la palabra, yo nunca he vivido. Yo empecé todo uno con la reflexión; no es que durante los últimos años haya reunido un poco de reflexión, sino que yo soy reflexión de lo primero a lo último. En las dos edades de la inmediación (infancia y juven­tud), yo, con la habilidad que la reflexión siempre posee, salí del paso, tal como me veía obligado a hacerlo, mediante una especie de falsificación, y, no conociendo con claridad los talentos que me habían entregado, yo sufría el dolor de no ser igual que los demás, cosa por la que, natural­mente, en aquel período hubiera dado cualquier cosa aunque sólo hubiera sido durante un breve tiempo. El espíritu puede perfectamente conser­varse no siendo igual a los demás; pero ésta es precisamente la definición negativa de espíritu. La

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niñez y la juventud están en estrecha relación con la calificación genérica expresada en las especies, la raza, y justamente por esta razón el mayor tormento de aquella época es no ser igual a los demás o, como en mi caso, tan extrañamente transformado, como para empezar en ese punto donde unos pocos de cada generación terminan, mientras que la mayoría, que viven meramente en los factores de las síntesis alma-cuerpo, nunca alcanzan, es un decir, la calificación de espíritu. Pero por esta misma razón, yo tengo ahora mi vida delante de mí, en un sentido muy diferente del significado ordinario de esta frase. Nada es más completamente desconocido y extraño a mí que esa ansiosa hambre de infancia y juventud. Doy gracias a mi Dios de que se haya terminado todo eso, y me siento más dichoso con cada día que envejezco, aunque sólo feliz en el pensamiento de la eternidad, porque lo temporal no es, ni nunca será, el elemento del espíritu, sino que, en un sentido, debe ser su sufrimiento.

El observador percibirá de qué forana todo se puso en movimiento y cuán dialécticamente: yo tenía una espina en la carne, dotes intelectuales (especialmente imaginación y dialéctica) y cultura en superabundancia; un enorme desarrollo como observador; una educación cristiana que era, sin duda, muy poco corriente; una relación dialéctica con el cristianismo que era peculiarmente mía y, además, desde mi infancia estaba acostumbrado a la obediencia, a la obediencia absoluta, y me encontraba armado de una fe casi audaz en que era capaz de hacerlo todo, excepto una cosa: ser un pájaro libre, aunque sólo fuera por un solo día, o quitarme los grilletes de la melancolía en que otro poder me tenía atado. Finalmente, ante mis propios ojos, yo era un penitente. La impresión que esto me hace ahora es com o si hubiera un Poder que desde el primer instante hubiera estado observando esto, y hubiese dicho, como un

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pescador dice refiriéndose a un pez: “ Dejadlo correr; aún no es el momento de tirar de él” . Y recuerdo algo muy lejano que me resulta imposi­ble de decir cuándo empece a hacer o por qué se me ocurrió hacerlo: rezaba a Dios regularmente, es decir, cada día, y le pedía que me diera celo y paciencia para llevar a cabo el trabajo que El quisiera asignarme.

De este modo llegué a ser escritor.

Antes de que empezara mi actividad real como escritor, sucedió un acontecimiento, o, mejor dicho, un hecho (factura, por utilizar una palabra que etimológicamente implica que yo representé un papel activo), por cuanto seguramente un acontecimiento no hubiera sido suficiente, ya que tenía que ser agente activo del asunto. No puedo explicar más detalladamente este factum, dicien­do en qué consistió, cuán terriblemente dialéctico fue en su complejidad (aunque en otro sentido fue bastante simple), o lo que realmente constitu­yó el choque. Sólo puedo pedir al lector que no piense en revelaciones o en nada de este tipo, ya que en mí todo es dialéctico. Por otro lado, describiré la consecuencia de este factum en cuanto sirve para iluminar mi profesión de autor. Fue un factum dúplice. Por mucho que hubiese vivido y experimentado en otro sentido, en un sentido humano, había saltado por encima de los estadios de la infancia y de la juventud; y esta falta supongo debía (en el juicio del Divino Gobierno) ser compensada con algo: en lugar de haber sido joven, me convertí en un poeta, lo cual es una segunda juventud. Me convertí en un poeta, pero con mi predisposición por la religión, o, mejor dicho, con mi decidida religiosidad, este factum fue al mismo tiempo para mí un despertar religioso, de forma que llegue a entenderme en el sentido más decisivo en la experiencia de la religión, o en la religiosidad, con .la cual, de todos

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modos, ya me había puesto en relación como posibilidad. El factum hizo de mí un poeta. Si no hubiera sido yo el hombre que era y el aconteci­miento, por otro lado, lo que fue, y si no hubiera tomado yo parte activa en el, no hubiera ocurrido nada más: me hubiese convertido en un poeta y luego, tal vez, al cabo de varios años, hubiera entrado en relación con lo religioso. Pero justa­mente porque yo estaba tan desarrollado religiosa­mente, el factum hizo presa más fuertemente en mí, y, en un sentido, anuló aquello en que yo me había convertidó, es decir, el poeta. Lo anuló, o, por lo menos, simultáneamente, me vi obligado a empezar en el mismo momento en dos puntos, pero de forma que esta cosa de ser poeta fue esencialmente de poca importancia para mí, algo que yo había llegado a ser a causa de otra persona, y, por otra parte, el despertar religioso, aunque ciertamente no era una cosa que yo hubiese experimentado a causa de mí mismo, estaba sin embargo de acuerdo conmigo mismo, es decir, en esto de llegar a ser poeta yo no me reconocía en un sentido más profundo, pero sí en el despertar religioso.

El lector puede percibir aquí fácilmente la expli­cación de toda dificultad de la profesión de escritor, pero debe notar que el escritor tenía al mismo tiempo conciencia de esto. ¿Qué había que hacer? Pues bien, sin duda, era preciso evacuar lo poético, y a que cualquier otra cosa era imposible para mi. Pero toda la producción estética fue arrestada por lo religioso. Lo religioso estaba de acuerdo con esta eliminación, pero sin cesar la espoleaba, como si dijera: ¿Aún no estás listo de eso? *. Mientras se producían las obras

* Tal vez no se dará cuenta uno de lo que yo entendí com o, una desdicha, humanamente hablando, de toda mi profesión de escritor. Era demasiado grande, no encontraba lugar apropiado en ningún instante de realidad, en parte a causa de la gran prisa con

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poéticas, el escritor vivía bajo estrictas reglas religiosas*.

En un cierto sentido, no era mi intención original llegai a ser un escritor religioso. Mi intención era evacuar lo más rápidamente posible lo poético, y luego marcharme a una parroquia campesina. Yo me gobernaba con esta brújula. Me encontraba ajeno al conjunto de la producción poética, pero no podía hacer otra cosa. No era, como he dicho mi intención original llegar a ser un escritor religioso. Yo había reflexionado que la expresión mas vigorosa del hecho de que yo hubiera sido un

S í f HÜaba producidf ' y e,n parte porque comprendía un desarrollo tan decisivo com o el de lo estético a lo religioso, lo cristiano Eno s ^ u C° T ° Primel'a °bra, esta desdicha estaba oscurecida. La gente consideraba A lternativa com o el fruto deavurfA°fl ^AnS trabaj o , Esa ilusión, com o muchos otros factores, ayudo a Alternativa. Por ejemplo, mediante la ayuda de la ilusión

pudo percibir los dolores que se habían sufrido en un sentido estilístico, aunque A lternativa fue escrito en muy poco tiempo y las fatigas que causó, muy pocas. Pero esto es natural El£ 5 S ° « S h ! 0 blC" Perci^ k que la Prin»era parte de A lternativa estaba escrita vanos anos antes que la segunda parte, y la realidad era justamente lo contrario: la segunda parte fue escrita primero

co" 'A lte r n a tiv a . Pero, cuando después la i h X S e ya imposible, nadie pudo llegar a cualquier otra conclusión que la de que se trataba de un trabajo apresurado que no valía la pena de tomarse la molestia de seguirlo. Natural también. La producción literaria en la que yo había invertido siete años ordinariamente hubiese requerido quince. Tal vez se entenderá también ahora, y se estara de acuerdo conmigo, que yo no quise ninguna crítica Dodidn vi! P esperar ninguna crítica esencial. ¿Cóm o hubiese podido yo, en un país tan pequeño, confiar en ningún contem po­ráneo que tuviera los presupuestos y el tiempo de revisar una producción tan conscientemente astuta? Y no me atreví a utilizar la comunicación directa porque entendí el silencio como un deber religioso. O bien ¿es posible que realmente se le hubiese podido ocum r por un solo instante a cualquier hombre que cogiera A ltern ativa que el autor era un hombre religioso, o que si hubiese querido seguir mi actividad com o escritor, se hubiera encontrado al cabo de tres o cuatro años en medio de la producción más decididamente cristiana?

* Se percibirá el significado de las obras con seudónimo S T ° deblf . .utlll2ar el seudónimo en relación con todas las pioducciones esteticas, pues conducía mi propia vida de acuerdo con categorías totalmente distintas, y comprendí desde el princi-

esta pr0dl‘c d ?n era de naturaleza interina un engaño un proceso necesario de eliminación.

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hombre religioso y que los seudónimos fuesen algo ajeno a mí, consistía en la abrupta tiansi- ción: ir inmediatamente al campo para buscar curación como párroco campesino.De todos modos, era tan grande la urgencia de productividad en mí que no podía hacer otra cosa; dejé que aparecieran los Dos discursos edificantes, y llegué a un entendimiento con el Divino Gobierno. Se me permitió otro periodo de producción poética, pero siempre bajo la vigilan­cia de lo religioso, lo cual observaba como si dijera: ¿No terminarás pronto con eso? Y encon­tré un camino para satisfacer a lo religioso convirtiéndome en escritor religioso.

El Divino Gobierno ahora, sin duda, me había atado. Tal vez como un carácter sospechoso yo había sido puesto a una rigurosa dieta. De esta forma me he acostumbrado a vivir de modo que espero que el máximo de tiempo que me queda es un año y algunas veces, y no raramente, cuando se requiere una especial tensión, vivo con la perspec­tiva de una semana, sí, incluso de un día. Y el Divino Gobierno me ha puesto frenos en todos los sentidos. Por lo que respecta a la producción estética, no nodía escapar al Divino Gobierno dejancto que en mi vida tuviera la supremacía lo estético. Porque, aunque lo religioso no hubiera estado al fondo, esa espina en la carne me hubiera impedido tal cosa. Y en relación con la produc­ción religiosa, el Divino Gobierno me íefrenaba al no arrogarme nada a mí mismo, porque yo comprendía que tenía contraída una gran deuda.

Y ahora llego a una expresión sobre mí mismo que suelo utilizar cuando hablo de mí mismo, una expresión que tiene relación con el procedimiento inverso del conjunto de la productividad, y conmigo también en mi capacidad de obseivador, junto con mi conciencia de ser uno de aquellos

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que necesitan educación. La expresión que uso es que en relación con los terrenos intelectual y religioso, y con vistas al concepto de existencia, y de aquí con el concepto de cristianismo, yo soy como un espía al servicio de un poder más alto, al servicio de la idea. No tengo nada nuevo que proclamar; no poseo autoridad, ya que me hallo bajo un disfraz; no trabajo de manera directa, sino indirecta; no soy un canto; en fin, soy un espía que al espiar, al aprender a conocer todo, sobre la conducta, las ilusiones y los caracteres recelosos va haciendo una inspección de sí mismo bajo la mas estrecha inspección. Obsérvese que éste es el tipo de gente que suele utilizar la policía. Difícil­mente esta seleccionará para sus propósitos el tipo de gente cuya vida siempre ha sido altamente honesta; lo que tienen en cuenta es que sean experimentados, astutos, intrigantes, gentes saga­ces que lo olfatean todo, que siguen una pista y sacan las cosas a la luz. De aquí que la policía se halle muy lejos de no sentir inclinación a tener bajo sus órdenes a una persona que, a causa de su vita ante acta, pueden obligar a transigir con todo, a obedecer y a no armar alboroto sobre su dignidad personal. Así ocurre también con el Divino Gobierno, sólo que existe esa infinita diferencia entre él y la policía: que el Divino Gobierno, siendo amor misericordioso, emplea a tal persona sólo en bien del amor, le salva y le educa mientras emplea su listeza, la cual es así santificada y consagrada. Pero tal persona, como aquella que se encuentra en necesidad de mejora­miento, comprende que está atada a la más mcondicionada obediencia. Cierto es que Dios puede requerirlo todo de todos los hombres y que los hombres deben abandonarlo todo; pero tam- bien es cierto que la. conciencia de errores anteriores ayuda considerablemente a la prontitud y presteza a este respecto*.

* Si alguien me fuera a hacer esta que yo podría llamar aguda observación: ‘ Entonces, en ese caso, si la idea de que es usted un

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Pero en todo caso, esto es ciertamente evidente: que, con respecto a la reflexión y a la listeza, la cristiandad ha rebasado todos los límites. El pathos inmediato no tiene valor, aunque por un pathos inmediato uno tuviera que sacrificar su vida. La época tiene a su disposición demasiada refle-

espía es cierta, toda su actividad como autor e s una especie de traición misantrópica, un crimen contra la humanidad ; yo podría contestarle: “ Por supuesto, el crimen es que he amado a Dios <en forma c r i s t i a n a N o he dedicado ni la más leve porción del talento que se me ha concedido a expresar el pensamiento (el cual quiza es lo que se da a entender amando a los hombres) de que el m undo es bueno, de que ama la verdad o desea el bien, de que el género humano es la verdad o incluso es Dios y que, por consiguiente, la tarea (Goethe-Hegeliana) es satisfacer a la época. Contrariamente, me he consagrado a expresar el pensamiento de que el mundo, si no malo, es mediocre, de que “ lo que la epoca pide es necedad y oropeles de que a los ojos del mundo la verdad es una exageración ridicula;’ y que el bien debe sufrir. Me he dedicado a expresar el pensamiento de que emplear la categoría “ raza para indicar lo que ha de ser el hombre y especialmente com o señal de la más elevada adquisición, es un error y mero paganismo, porque la raza humana difiere de una raza animal no simplemente por la general superioridad com o raza sino por la característica humaría de que todo individuo de la raza (no sólo los individuos distinguidos sino todo individuo) es más que la raza. Esto se deduce de la ^ “ ón entre el individuo y Dios, y esencialmente esto es cristianismo, cuya categoría “ el individuo” se ridiculiza tanto en esta edad cristiana tan alabada. Porque relacionarse con Dios es algo ten elevado como estar relacionado con la raza y, por medio de e a, con Dios. Esto es lo que me he dedicado a expresar. No he declamado, ni fulminado, ni he dado lecciones, pero he aclarado que también ése es el caso de nuestra época, que nuestra época y nuestra generación están lastimosamente equivocadas acerca del bien y de la verdad. Me he consagrado a manifestar eso con todas las astucias y artificios que tenía a m i alcance. En oposicion a la teoría y la práctica de vida que humanamente y con autocompla- cencia humana ama lo que es el hombre y se vuelve traidora a Dios, en oposición a esto, he cometido el delito de amar a Dios y me he dedicado por todos los medios (aunque indirectamente, qua espía) a hacer manifiesta esta traición. Suponiendo que yo baya tenido libertad de usar mi talento a m i gusto (y éste no era el caso de que otro Poder me obligara en cada m omento cuando yo no estaba dispuesto a ceder ante medios fáciles) podía, desde el primer m omento, haber vertido toda mi producción en el caucede los intereses de la época, hubiera estado en m i poder (si tei ^aición no fuera castigada con mi reducción a la nada) convertirme en lo que pide la época, y así hubiera sido (Goethe-Hegehano) un testimonio más de la proposición de que el m und° e s b u e n o de que la raza es la verdad y que esta generación es el tribunal de última instancia, que el público es el descubridor de la verdad y su juez etcétera. Porque con esa traición hubiera conseguido extiaor- dinario éxito en el mundo, etcétera. En vez de esto me he convertido (por obligación) en espía. En lo cual no hay ningún

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xión y listeza para no ser capaz de reducir su significado a cero. Hasta para que un mártir realice algo en estos tiempos es preciso que posea reflexión, para que pueda intrigar a la época que se acerca a él, aun cuando le mate, y que así pueda seguir el despertar.

Así me comprendo a mí mismo en mi actividad como escritor. Pone en evidencia la ilusión de la cristiandad y abre los ojos sobre lo que es llegar a ser cristiano. No sé si existe tal alto grado de religiosidad que a sus ojos toda la producción estética no pueda ser considerada como una eliminación necesaria, o como un engaño, sino simplemente como algo de lo que es preciso arrepentirse. Yo nunca lo he entendido así, y seguramente no se le ha ocurrido nunca tal pensamiento a nadie antes de yo ponerlo de manifiesto. Pero, como para mí todo es reflexión, es natural que este pensamiento no se me haya escapado. Imagino esta objeción hecha desde el punto de vista de un escrupuloso y pusilánime concepto del deber de decir la verdad, un concep­to que conduce a estar siempre mudo por miedo de decü algo falso; y como el silencio puede ser una falsedad, este concepto conduce al falso dilema: hazlo, o no lo hagas; calla o habla; ambos son igualmente fútiles. Pero el temor llevado hasta la manía difícilmente puede ser considerado como una alta forma de religiosidad. La suspensión teologica en relación con la comunicación de la verdad (es decir, suprimir algo durante un tiempo

mérito: en verdad no fundo mi salvación en ello. Aunque me produce una alegría infantil el que yo haya servido en esa forma, dado que en relación con Dios ofrezco toda mi actividad con mayor timidez que la de un niño cuando entrega a sus padres com o regalo un objeto que ya sus padres le habían regalado. ¡Ah! pe.ro seguro que los padres no son tan crueles como para, en vez de mirar tiernamente al niño y aceptar la idea de que eso es un regalo quitárselo de las manos y decirle: “ esto es nuestro” . Lo mismo sucede con Dios: no es tan cruel cuando le regalamos. . . lo que es

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para que la verdad pueda llegar a ser mas verdadera), es un claro deber para con la verdad, y se halla comprendida en la responsabilidad que el hombre tiene ante Dios, para hacer uso apropiado de la reflexión que ha recibido.

Conocedor del sufrimiento de la interioridad en relación con la tarea de llegar a ser cristiano, y estrictamente educado como estaba en este te­mor, la otra cara del asunto casi se me escapaba. Aqui el Divino Gobierno acudió en mi ayuda, y me ayudó con tanta sabiduría que las consecuen­cias de lo que hice se volvieron realmente en beneficio mío y en beneficio de mi causa. Si comparamos el talento intelectual con un instru­mento de cuerda, podríamos decir que no sola­mente no estaba desafinado, sino que había adquirido una cuerda de más para mi instrumen­to. Este fue el fruto de una más completa educación experimental en lo que significa llegar a ser cristiano. Porque en el instante decisivo en que me hallaba alterando radicalmente mi relación con la existencia a causa del Postscriptum, tuve la oportunidad de observar aquello que uno nunca creería hasta que lo ha experimentado, es decir, esta cristiana verdad de que el amor es odiado. Verdaderamente nada había estado nunca tan lejos de mí como la pretensión de la superioridad social (Fornemhed). Siendo de origen humilde, yo he amado al pueblo corriente, o a lo que se llama clases bajas. Era así, como yo bien sé, porque en ello encontraba un placer melancólico; y, sin embargo, fueron precisamente ellos los que se levantaron contra mí y creyeron que yo me daba aires de superioridad. Si hubiese sido realmente superior (fornem ), esto nunca me hubiera ocurri­do. Obsérvese que aquí tenemos precisamente las proporciones cristianas, y en una escala tan grande que me permitieron iluminar el cristianis­mo desde este lado. La queja que hubiera podido nacer contra mi modo de vida (si sólo tuviéramos

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. Ju.zSar 1°, meramente humano, y no el cristianismo), solo podía expresarse así: que yo

.",e demostrado suficiente respeto por mi dignidad personal, no he sido “ superior” * que hurnariamente hablando, de un modo ligero (en­tendido cristianamente, un modo temeroso de Dios), me he reído del prestigio y del honorS t n° S’ quÍ ’ dañ^ndo Posiblemente mi propfoprestigio mundano, al mismo tiempo he contribui- hp P.restlgio mundano en general. Comohe dicho, hubiera considerado perfectamente na­tural que la gente que disfruta de una situación supenor y de una reputación se hubiera demostra-

a ? 1; y ’ Slrí embarS°> el caso ha sido completamente opuesto. Pero el hecho de queSil«!}6 ™ d? COm? he VÍVido’ esté expuesto a sei odiado por la gente común, es decir, porque

s id í0«SÍ Í ° h° bastante “ superior” , y, por tanto hecristiana 6S ra’ ' * y ProP°rción

Así, pues, toda la actividad literaria va encarni­ce*^ a Pf0131®11?21 de Uegar a ser cristiano en laePn v w f p k* la exPresión de la parte que el Divino Gobierno tuvo en mi profesión de escri­tor: que ha sido el escritor mismo quien ha sido educado, aunque con conciencia de ello desde el primer momento.

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EPILOGO

“ Pero, ¿qué ha hecho usted? —oigo que alguien dice—. ¿No se da usted cuenta de que ha perdido ante los ojos del mundo al hacer esta explicación y este reconocimiento públicos? ” . Sin duda, me doy cuenta perfectamente. He perdido lo que, en un sentido cristiano, es una pérdida para ganar, es decir, toda forma mundana de interés. He perdido la interesante distinción de proclamar la seductora maña del placer, el alegre informe de los más sutiles placeres de la vida, y la insolencia de la burla. He perdido la interesante distinción de ser una interesante posibilidad, sugerente del interro­gante de si después de todo no podría darse el caso de que aquel que representaba la ética con calor y entusiasmo, de si éste, después de todo, no sería exactamente lo opuesto, bien en un sentido o en otro, ya que es (tan interesante) imposible de decir cuál es. Pierdo la interesante distinción de ser un enigma, al ver que es imposible saber si esta defensa del cristianismo no es un ataque encubier­to concebido astutamente. Pierdo esta interesante distinción, la cual se sustituye, muy lejos de ser interesante, por la comunicación directa de que el problema era, y es, cóm o llegar a ser cristiano. Lo interesante es lo que he perdido a los ojos de la muchedumbre, a los ojos del mundo, si realmente consigo con tanta facilidad perder solamente eso, y el mundo no se enfurece ante el hecho de que un hombre presuma de ser tan astuto.

En realidad, las cosas están yendo contra mí, aunque en un sentido cristiano marchan hacia adelante. Como escritor empecé con la tremenda

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ventaja de ser considerado, en privado, no mucho mejor que un truhán, pero naturalmente lo más agradablemente posible en este sentido, sobre todo, porque yo era tan interesante y agudo. Esto se requería para que la “ plebe” de cristianos se pusiera un poco a mi lado. Aunque uno fuera un santo, no se podría empezar por la santidad sin perder la partida por anticipado. Porque en la época de reflexión en que vivimos, la gente está dispuesta a rechazar, y ni siquiera la muerte del santo vale de nada. No, en la esfera de la reflexión todo debe ser hecho a la inversa. Así fue como yo empecé. En aquel tiempo, yo gozaba del favor de la plebe humana y (com o vivimos en la cristian­dad, donde todos somos cristianos) de la plebe cristiana también, todos los lectores de novelas de ambos sexos, los refinados estéticamente, los de mente aguda, todos aquellos que son al mismo tiempo cristianos.

Esto fue el principio. Al pasar el tiempo y yo marchar más adelante, el gran público comenzó a darse cuenta o a sospechar, comenzó a sospechar que realmente yo no era tan malo después de todo, y yo empecé a ser incluido en la cargante categoría de los buenos. Y mientras tanto, yo iba percibiendo con alegría que “ aquel individuo singular al que con alegría y placer llamo mi lectoi se convertía en más de uno, se convertía en una figura bastante mayor, aunque no cierta­mente nada parecido a un público. Y entonces, cuando realice un acto decisivo que tenía un pequeño sabor de cristianismo, un acto del que tenia conciencia al mismo tiempo que estaba leal izándolo como un beneficio para la pequeña Dinamarca, un acto que me dará una alegría incondicional en la hora de mi muerte —es decir, cuando me ofrezca a mí mismo como sacrificio ante la insurrección de la vulgaridad—, entonces el publico me consideró como un loco y un extrava­gante y casi me condenó com o un criminal.

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Resultaba natural, ya que en lo que hice no había el más leve rastro del truhán o del bribón. ¡Que perfectamente encaja todo esto! No sé que mas se podría requerir de un espía.Y ahora. . . ahora ya no soy interesante. ¡Qué aburrido que el problema de llegar a ser cristiano sea realmente el pensamiento fundamental de toda mi actividad como escritor! ¡Y este Diario de un seductor*, esta obra tan tremendamente aguda! ¡Ahora parece ser que pertenecía tam­bién al plan! Si cualquiera me pregunta en un interés puramente estetico cuál es mi opinion sobre la producción estética, no intentare en absoluto ocultar el hecho de que yo se perfecta­mente bien lo que se ha logrado, pero añadiré que para mí incluso el valor estético de lo logiado estriba en un sentido más profundo en la indica­ción que proporciona de lo trascendental, que es la decisión de llegar a ser cristiano. En la esfera de la inmediación llegar a ser cristiano es una cosa perfectamente recta; pero la verdad y la interiori­dad de la expresión reflexiva para llegar a ser cristiano se mide por el valor de la cosa cuya reflexión está atada a la repulsión. Porque uno no llega a ser cristiano mediante la reflexión, sino que llegar a ser cristiano con reflexión significa que hay otra cosa que rechazar; uno no se refleja a sí mismo en ser cristiano, sino a partir de otra cosa para llegar a ser cristiano; y esto es mas especiai-

* Psicológicamente es bastante notable, y vale la pena tal vez de ser recordado, que una persona a cuyo nombre voy a conceder un lugar aquí para llevarlo conmigo, el señor P. L. Moller, consideraba bastante acertadamente el Diario del sed u cto r com o el punto central de toda mi actividad de escritor. Esto me recuerda muy vivamente el lema de L o s estad ios del cam ino d e la vida, cuyo lema le recordé en una pequeña lección que le di, pero que tal vez sea apropiado repetir aquí, ya que se puede utilizar com o epigrama para recuerdo de los servicios críticos y estéticos del señor P. L. Moller en beneficio de mi profesión de autor: “ Esas obras son espejos: cuando un m ono se mira en ellas, no puede verse a ningún Apóstol mirando desde ellas” .

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mente el caso en la cristiandad, donde uno debe reflejarse fuera del aspecto de ser cristiano. La naturaleza de la otra cosa decide la profundidad, el significado, el movimiento de la reflexión. Lo que caracteriza precisamente la naturaleza de la reflexión es el hecho de que desde una distancia, y desde cuanta distancia, uno alcanza el punto de llegar a ser cristiano. La reflexión queda definida por la dificultad, la cual es mayor en proporción del valor de la cosa dejada atrás.

Así, pues, creo yo que he prestado servicio a la causa del cristianismo mientras yo mismo he sido educado por el proceso. Aquel que era considera­do con asombro casi como la persona más aguda (y esto fue alcanzado con Alternativa), aquel a quien se concedía gustosamente el título de “ hombre interesante” (y esto fue alcanzado con Alternativa), precisamente él resulta que estaba alistado al servicio del cristianismo, se había consagrado* a ello desde el instante en que empezó su actividad bajo seudónimo, él, personal­mente y como escritor, se esforzaba por manifes­tar esta simple cosa que es llegar a ser cristiano. El movimiento no va de lo simple a lo interesante, sino de lo interesante a lo simple, el llegar a ser cristiano, momento en que aparece el Concluding Postscript, el “ punto decisivo” , como le he llamado, de toda mi profesión de autor, el cual plantea el “ problema” , y al mismo tiempo me­

* La consagración consistía en la resolución ante Dios de que, aunque yo nunca alcanzara la meta de llegar a ser cristiano, yo emplearía todo mi tiempo y mi licencia para poner en claro por lo menos lo que es el cristianismo y dónde estriban las confusiones de la cristiandad, trabajo para el que me había estado preparando substancialmente desde mi más temprana juventud. Pero el cristianismo es un poder demasiado grande para desear utilizar la magnánima resolución de un hombre (la cual, en mi caso, era en su mayor parte, expresión de mis relaciones con mi padre), por lo que el cristianismo o el Divino Gobierno arreglaron de tal forma mi vida subsiguiente que no pudiera haber error (com o realmente no lo había desde el principio) en si era yo quien necesitaba al cristianismo o el cristianismo quien me necesitaba a m í.

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diante un ataque indirecto a la dialéctica socráti­ca hiere de muerte al Sistema. . . por la espalda, luchando con el Sistema y la Especulación para demostrar que “ el camino” no va de lo simple ai Sistema y a la Especulación, sino del Sistema y de la Especulación hacia atrás, hacia la simple cosa de llegar a ser cristiano, luchando por esta causa y abriéndose paso vigorosamente para encontrar el camino de regreso. Asi, pues, no tenemos que habérnosla aquí con un escritor que fue en tiempos estético y que luego se aparta del mundo y de la sabiduría del mundo, de él se podría decir con razón que ha tenido desde el principio una predisposición excepcional para llegar a ser cristiano, pero que esta disposición era totalmente dialéctica. Tampoco siente en este instante ningún impulso de ir mas alia de llegar a ser cristiano. Con idea de su tarea, y con la conciencia de cuán lejos está de ser perfecto, so o siente el impulso de ir más alia en llegar a ser cristiano.En caso de que el benévolo lector haya leído este pequeño libro, ahora sabe qué tipo de escritor soy* Si esto tuviera que demostrar que la presente época no me entenderá bien, en este caso pertenezco a la historia y sé con certeza que encontraré un lugar allí y cuál sera este lugar. Humilde como soy ante Dios, también se esto y al mismo tiempo sé que es mi deber no pasarlo en silencio, porque si el orgullo y la arrogancia al alegar algo en beneficio de uno mismo es una abominación ante Dios, también lo es el cobarde miedo de los hombres que se deprecian con una modestia falsa-, yo también se (humanamente hablando) quién era (en tiempo pasado, porque está en las manos de Dios cada día, y aun hoy,

* Porque es natural que yo posea una interpretación más exacta y puramente personal de mi vida.

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alterarlo), y que (por lo que respecta al genio) fueron derramados sobre ¡mí extraordinarios dones.

Con este pequeño libro, que pertenece a un tiempo pasado, concluye toda mi profesión de autor, y luego como autor (no simplemente un autor, sino el autor de toda esta “ profesión de autor” ) avanzo para ir al encuentro del futuro. No sé lo que me puede suceder en el inmediato futuro; pero sí sé qué será en la época próxima, cuando yo haya pasado a la historia. Pero sea lo que fuere lo que yo sé a este respecto, no sería de ningún consuelo para mí si no me adelantara con fe y confianza, aunque humildemente y también con penitencia, al encuentro de ese futuro que es el más próximo de todos y en todo instante igual­mente próximo: la eternidad. Supongamos que, si viviera más, el tiempo me privara de todo, y su­pongamos cjue la próxima época me diera plena sa tis fa cción . ¿Q ué daño puede realmente hacerme, o de qué provecho me puede servir? Lo primero no puede dañarme si simplemente procu­ro estar ausente, y lo segundo no puede ser de ningún provecho para mí, ya que entonces me habré convertido, en el solemne sentido de la frase, en “ un ausente” .

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CONCLUSION

No tengo más que decir, pero para terminar, dejaré que otro hable, mi poeta, el cual cuando venga me asignará un lugar entre aquellos que han sufrido por amor a una idea, y dirá:

“ El martirio que este autor sufrió puede ser descrito brevemente así: Sufrió por ser un genio en una capital de provincia. La escala que aplicaba en relación al talento, industria, desinterés, devo­ción, definición del pensamiento, etcétera, era excesivamente grande para sus contemporáneos; levantaba el precio sobre ellos demasiado terrible­mente, y reducía el suyo también demasiado terriblemente; siempre se comportó como si la capital de provincia y la mayoría de los que en ella vivían no poseyeran el dominium absolutum, sino que existiera un Dios. Así que, al principio, durante un tiempo, la gente se entretuvo mutua­mente con volubles discusiones sobre cómo había obtenido bajo el sol talentos tan extraordinarios, cómo podía tener medios independientes y, al mismo tiempo, ser tan industrioso, y sobre eso discutieron tanto (mientras, al mismo tiempo, ellos se ofendían el uno al otro sobre alguna singularidad de su manera de vivir, la cual, sin embargo, no era singular sino muy singularmente calculada para servir al propósito de su vida), tanto discutieron, que al final llegaron a esto: £Es su orgullo, todo puede explicarse por su orgullo’ .Y entonces fueron más lejos; de la disputa pasaron a la acción. Ya que es su orgullo, decían, toda oposición insidiosa, toda insolencia hacia él

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o mal trato, no solamente está permitido, sino que es un deber ante Dios: debemos castigar su orgullo. ¡Oh inapreciable mercado de pueblo!¡Qué inestimables sois cuando os reunís en vues­

tros cómicos vestidos camino de la santidad, cuan­do todo abandono a las más desagradables formas de la envidia, de la rudeza y de la vulgaridad se convierte en expresión de adoración a Dios! Pe­ro, ¿y su orgullo? ¿Consistía el orgullo en los grandes talentos? Eso sería como reprochar al g o rr ión dorado y acusarle de o rg u llo ­so por llevar sus adornos de oro. ¿O bien fue su diligencia, etcétera? Si un niño que ha sido educado muy estrictamente tuviera que estar en una clase junto con otros, ¿no sería extraño decir que su diligencia, etcétera, era orgullo, aunque se diese el caso de que los demás no pudieran mante­nerse a su altura? Pero este caso ocurre muy rara­mente, porque entonces se traslada al niño a una clase superior. Mas, desdichadamente, para uno que está en muchos aspectos educado para la clase de la eternidad sólo existe una clase, la del orden temporal, donde tal vez tiene que permanecer durante mucho tiempo.

’ ’Este fue el martirio. Pero yo, su poeta, percibo también el epigrama, la sátira (no uno de los que él escribió, sino aquel que expresa toda su vida) en el hecho de que ahora, cuando todos los hombres reales con los cuales él (especialmente cuando el juicio se basa en las piernas, no porque debe ser una bestia, animal, sino porque debe ser un hombre) no resiste la comparación, que ahora, cuando sus piernas están pudriéndose en sus tumbas y él ha llegado a la eternidad (donde, sea dicho entre paréntesis, las piernas no deciden nada, tanto si son delgadas como si son gordas), donde (sea dicho entre paréntesis) está siempre dispensado, gracias a Dios, de estar en compañía con la bestialidad, veo a todos esos hombres reales unidos de corazón en un solo coro, cantando la

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incomparable canción de una capital de provincia que solo discute de lo que entiende, es decir, de sus pantalones que se convierten ‘en lo que la época requiere’ o, más preciso aún, un coro que ironiza. . . al irónico. Solo pienso en esto, y no puedo contenerme la risa. Pero en la eternidad le consuela que ha sufrido esto, que se ha expuesto a ello voluntariamente, que no ha apoyado su causa en ninguna ilusión, ni la ha ocultado detrás de ninguna ilusión, sino que, con una agudeza llena de temor de Dios, ha transmutado sus sufrimien­tos en un tesoro para la eternidad: la memoria de los sufrimientos persiste, y de la felicidad a sí mismo y a su primer amor, además de los cuales sólo ha amado a aquellos que han sufrido en este mundo. Humilde como es, no se adelantará con vergüenza al encuentro de esos gloriosos que se alegran de su premio en la eternidad, no lo hará con vergüenza, como se hubiera aproximado a ellos si en su vida terrenal hubiera expresado su convicción de que su vida debía de haber sido o bien un suceso casual, o una falsedad, o una prueba de falta de madurez, ya que él, sirviendo a la verdad, había ganado gran honor y reputación, había encontrado por todas partes afinidades espirituales y entendimiento, mientras que ellos, por el contrario, habían encontrado casi por todas partes bestialidad y falta de entendimiento.

’ ’Sin embargo, es verdad que encontró también aquí en la tierra todo lo que buscaba. El mismo era ‘ese individuo’ si no lo era nadie más, y se fue convirtiendo cada vez más en él. Servía a la causa del cristianismo, y su vida, desde la infancia, estuvo maravillosamente preparada para ese servi­cio. Así, pues, llevó a cabo el trabajo de la reflexión, la tarea de traducir completamente, en términos de reflexión, lo que el cristianismo es, lo que significa llegar a ser cristiano. Su pureza de corazón fue desear una sola cosa. De lo que sus contemporáneos se quejaban durante su vida, de

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no querer bajar el precio, constituye el elogio pronunciado sobre él por las edades posteriores. Pero la gran empresa que inició no le infatuó. Mientras como escritor tenía una visión dialéctica del todo, comprendía cristianamente, que el todo significaba su propia educación en, el cristianismo. La estructura dialéctica que llevó a cabo, cuyas diversas partes son obras enteras, no podía asig­narla a ningún hombre, y menos que a nadie a él mismo; si tuviera que atribuirse a alguien, se le atribuiría al Divino Gobierno, a la que día a día, año a año, se la atribuyó el autor, el cual históricamente murió de una enfermedad mortal, pero poéticamente murió de anhelo de eternidad, en donde, sin cesar, no tendría otra cosa que ha­cer que dar gracias a Dios” .

OTROS TRABAJOS

ESE INDIVIDUOSOBRE MI LABOR COMO ESCRITOR MI POSICION COMO ESCRITOR RELIGIOSO

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ESE INDIVIDUO

DOS NOTAS SOBRE MI LABOR COMO ESCRITOR

Publicado en 1859 junto Cv n “ Mi punto de vista”

PREFACIO

En estos tiempos la política lo es todo. Entre ella y el modo de ver religioso, la diferencia es toto cáelo, como también difieren toto cáelo del punto de partida y la meta última, ya que la política empieza en la tierra y permanece en la tierra, mientras que la religión, cuyo principio deriva de más arriba, tiende a trascender la tierra, y, por tanto, a exaltar la tierra hacia el cielo.

Admito que el político impaciente que apresura­damente ojee estas páginas, poco encontrará de edificante. Sin embargo, estoy convencido de que incluso él, siempre y cuando sea tan amable de cargarse con un poco de paciencia, se dará cuenta, gracias meramente a las breves sugestiones comu­nicadas en estas páginas, de que lo religioso es la interpretación transfigurada de lo que el político ha pensado en su más feliz momento, si realmente ama lo que es ser un hombre y ama de verdad al pueblo, aunque esté inclinado a considerar a la religión como un ideal demasiado alto para ser práctico.

Esta opinión no puede alterar al hombre religioso, el cual sabe perfectamente que el cristianismo es y se le llama corrientemente la religión práctica, y sabe también que el “ modela” , y todos los

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modelos relativos que constantemente se forman en correspondencia con él, alcanzados cada uno de ellos individualmente a costa de muchos años de ejercicio, de trabajo, de desinterés, de ser tenido por nada en este mundo, de ser burlado, mofado, etcétera, lo cual a un político puede parecer el más alto grado de lo inútil, mientras que, incluso un pagano, y precisamente aquel “ práctico filósofo” de la antigüedad declaraba estar entregado de la cabeza a los pies al amor, aunque no fuera práctico.

Pero tan poco práctico como es, el hombre religioso constituye, sin embargo, el transfigurado traductor del mejor sueño del político. Ninguna política ha llevado a cabo ni ha podido, ni ninguna mundanalidad ha llevado a cabo ni ha podido pensar o realizar hasta sus últimas conse­cuencias el pensamiento de la igualdad humana. Para realizar la completa igualdad en el medio de la mundanalidad, es decir, realizarla en el medio cuya naturaleza implica diferencias, y realizarla de una forma mundanal, es decir, afirmando diferen­cias, es imposible, como se deduce de las catego­rías. Porque, si se tuviera que alcanzar una completa igualdad, la mundanalidad terminaría. Pero ¿no es una especie de obsesión por parte de la mundanalidad el haberse metido en la cabeza la idea de desear la completa igualdad y de querer llevarla a cabo por medios mundanales. . . en un medio mundanal? Sólo la religión puede, con la ayuda de la eternidad, llevar la igualdad humana al límite: la divina, la esencial, la no mundana, la verdadera, la única posible igualdad humana. Y por tanto (sea dicho en su honor y gloria), la religión es la verdadera humanidad. •

Y una palabra más, si se me permite. Lo que la época pide, ¿quién podría alcanzarlo viendo que ahora la mundanalidad se ha inflamado por la espontánea combustión debido a la fricción de la

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mundanalidad contra la mundanalidad? Lo que la época necesita en el mas profundo sentido puede decirse total y completamente en una sola pala bra: necesita. . . eternidad. La desdicha de nuestro tiempo es justamente ésta,, que se ha. simnlemente en nada mas que tiempo , ¡ temporal, que no tolera oír hablar de eternidad; y así (con las mejores intenciones o furiosamente) taría °a eternidad totalmente superfina mediante una falsedad sagazmentepmbareo en toda la eternidad, no t e n d ía éxito, porque cuanto más se cree uno capaz de vivir sin To eterno, más siente la esencial necesidad de ello.

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SOBRE LA DEDICATORIA A “ESE INDIVIDUO” *

Acepta, querido, te lo ruego, este homenaje. Lo hago con los ojos vendados, como si no estuviera alterado por el respeto a las personas; pero, por lo tanto, sinceramente. Quién eres tú, no lo sé* donde estas, no lo sé; cuál es tu nombre, no lo sé’

n embargo, tu eres mi esperanza, mi alegría y mi oigullo; inconscientemente tú eres motivo de honor para mí.

Me consuela que la ocasión favorable se presente ahora por si misma, que es lo que yo pretendía sinceramente durante mi labor y mediante ella rorque no entonces, porque se había puesto de moda, si tal cosa era posible, que la gente leyera lo que yo escribía, no entonces hubiera sido la ocasión favorable, sino que, al contrario, hubiera sido un triunfo erróneo y, al mismo tiempo, el éxito favorable podía haberme infatuado si yo no hubiera piocurado impedir que ello ocurriera.

Lo que sigue es, en parte, la expresión de un modo de pensar y de sentir característico de mi naturaleza, que posiblemente tiene necesidad de revisión (lo cual yo mismo acogería satisfecho), y

Too Copenhague Primavera de 1847 . Estos dos párrafos sieuien- , ahora revisados y considerablemente aumentados fueron

escritos para servir como introducción a la dedicatoria f ' e s e

encuentra en los Tn126

no pretende ser más que eso, y está muy lejos de reclamar la adhesión del lector y esta mas bien inclinada a hacer concesiones. En parte, sin embargo, es una bien pensada visión de la viaa , de “ la Verdad” , de “ el Camino” .

Hay una visión de la vida que cree que donde se halla la multitud, allí está la verdad, y que la misma verdad necesita tener la multitud a su lado*. Hay otra visión de la vida que piensa que allí donde está la plebe, allí está la mentira, de forma que (considerando por un momento el caso extremo), aunque cada individuo, cada uno en privado, estuviera en posesión de la verdad, en caso de que se reunieran en una multitud una multitud a la que se le atribuyera cualquier tipo de significado decisivo, upa multitud ruidosa, audible—, la mentira estaría inmediatamente en evidencia**.Porque una “ multitud” es la mentira. En un sentido divino es verdad, eternamente^ cutiana­mente, como dice San Pablo, que solo alcanza la meta” , lo cual no esta dicho en sentido comparativo, ya que la comparación toma a otros en consideración. Quiere decir que cada hombre puede ser ése, ayudado por Dios; peí o

* Tal vez sería conveniente hacer notar aquí, de una vez para siempre que no hace falta decir que yo nunca he negado que en relación' a todas las materias temporales, terrenales y mundanales la multitud puede tener competencia, e ínchiso. decisiva como un tribunal de apelación. Pero yo n o h ab lod eesta s materias, ni me he preocupado nunca de tales hablo delo ético, de lo ético-religioso, de “ la verdad , y tienedéla multitud, considerada ético-rehgiosamente, cuando se la tiene c o m o c r ite r io d e l o Que es “ la v e r d a d .

* * Tal vez sea conveniente notar aquí, aunque me parece casi superfluo, que, naturalmente, no se me Pudo oc^ lr pon®* objeciones al hecho, por ejemplo de una predicación en M u e se proclama la verdad ante una asamblea de cientos de miles. Nada eso; pero si hubiese una asamblea solo de diez P w m « .V ¿ga s pusieran la verdad en votación, es decir, si ,q, m entjraesta asamblea com o la autoridad, entonces ahí está la mentira.

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que sólo uno alcanza la meta. Y de nuevo se significa que todo hombre debería evitar el trato con “ los demás” y, esencialmente, debería hablar sólo con Dios, y consigo mismo, porque sólo uno alcanza la meta. Y de nuevo se significa que ser hombre es ser semejante a la divinidad. En un sentido mundano y temporal, el hombre sociable dirá: “ Es irrazonable decir que sólo uno alcanza la meta; porque es mucho mas cierto que muchos, por el poder de sus esfuerzos combinados, po­drían alcanzar la meta; y cuando somos muchos, el buen éxito es más seguro, y es más fácil para cada hombre” . No hay duda, eso parece mejor y, además, parece verdad con respecto a todos los bienes terrenales y materiales. Si se le permite seguir su camino, éste se convierte en el único punto de vista verdadero, porque prescinde de Dios y de la eternidad y de la relación del hombre con la divinidad. Prescinde de ello, o lo transfor­ma en una fábula, y pone en su lugar el moderno (o más bien podríamos decir el viejo pagano) concepto de que ser un hombre es pertenecer a una raza fundada con la razón, pertenecer a ella como un espécimen, de forma que la raza y las especies son más elevadas que el individuo, lo cual equivale a decir que ya no hay individuos, sino solamente especímenes. Pero la eternidad, que se arquea por encima y mucho más arriba de lo temporal, tan tranquila como la estrellada bóveda de la noche, y Dios en el cielo, que en la gloria de esa sublime tranquilidad está alerta, y vigila, sin la más leve sensación de mareo a tanta altura, esas infinitas multitudes de hombres, y conoce a cada individuo por su nombre, El, el gran Examinador, dice que sólo uno alcanza la meta. Eso significa que cada uno puede y debe ser este uno, pero sólo uno alcanza la meta. De aquí que, donde hay una multitud, una muchedumbre, o donde el significa­do decisivo está unido al hecho de que hay una multitud, es seguro que allí nadie está trabajando, viviendo, esforzándose por alcanzar la mas alta

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meta, sino solamente por una u otra meta terrenal; ya que sólo es posible trabajar para la meta eterna y decisiva donde hay uno, y ser este uno que todos podemos ser es permitir a Dios que nos ayude; la “ multitud” es la mentira.

Una multitud —no esta multitud o aquélla, la multitud que vive ahora o hace tiempo que murió, una multitud de gente humilde o de gente superior, de ricos o de pobres, etcétera— una multitud es, en su mismo concepto*, la mentira, porque hace al individuo completamente impeni­tente e irresponsable, o por lo menos debilita su sentido de la responsabilidad al reducirlo a una fracción. Obsérvese que no hubo ni un solo soldado que se atreviera a levantar la mano sobre Cayo Mario: esto fue un ejemplo de verdad. Pero simplemente tres o cuatro mujeres con la concien­cia y la impresión de que son una multitud, y confiadas en la posibilidad de que nadie podrá decir de forma definitiva quién lo hizo o lo empezó, son capaces de ello. ¡Qué falsedad! La falsedad, ante todo, reside en la idea de que la multitud hace en realidad sólo lo que el individuo hace en la multitud, aunque sea todo individuo. Porque la “ multitud” es una abstracción y no tiene manos; pero cada individuo tiene ordinaria­mente dos manos, y así cuando un individuo levanta sus dos manos sobre Cayo Mario, son las dos manos del individuo, no las de su vecino, y mucho menos las de la. . . multitud, que no tiene

* El lector recordará también que aquí la palabra “ multitud” es entendida en un sentido puramente formal, no en el sentido que corrientemente se asigna a “ la multitud” cuando se piensa com o una calificación individual, la distinción que el humano egoísmo erige irreligiosamente entre “ la m ultitud” y las personas superio­res, etc. ¡Dios m ío! ¡Cóm o iba a pensar un hombre religioso en esa inhumana igualdad! N o, “ la multitud” se basa en el número, en lo numérico, en el número de nobles, de millonarios, de altos dignatarios, etc.; en cuanto algo entraña lo numérico hay “ multi­tud” , “ la multitud” .

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manos. La falsedad estriba, en segundo lugar, en que la multitud tuvo el “ valor” de hacerlo, porque ninguno de los individuos era tan cobarde como siempre la multitud lo es. Porque, cada individuo que huye en busca de refugio a la multitud y huye así, cobardemente, de ser un individuo (que no tuvo el valor de levantar su mano sobre Cayo Mario, ni de admitir que no lo había hecho), este hombre comparte su porción de cobardía con la cobardía que nosotros conoce­mos como la “ multitud” . Tomad el más alto ejemplo, pensad en Cristo, y en toda la raza humana, en todos los hombres que han nacido y que tienen que nacer. Pero si la situación es tal que desafía al individuo y requiere que cada uno de ellos esté a solas con El, en un lugar solitario, y como individuo, elevarse a El y escupir sobre El, no ha nacido el hombre, ni nunca nacerá, con valor o insolencia suficiente para hacer tal cosa. Eso es mentira.

La multitud es mentira. De aquí que nadie tiene más desprecio por lo que es ser hombre que aquellos que del conducir a la multitud hacen su profesión. Si alguno se aproxima a una persona de este tipo, algún individuo, éste es asunto de tan poca monta para su atención que orgullosamente le rechaza. Es preciso que, por lo menos, sean centenares. Cuando son millares, entonces condes­ciende ante la multitud y se inclina ante ella. ¡Qué mentira! No, cuando se trata de un solo individuo, entonces es el momento de dar expre­sión a la verdad demostrando el respeto de uno por lo que es ser hombre; y si tal vez era, como se dijo probablemente, un pobre diablo, entonces lo que hay que hacer es invitarle a la mejor habitación, y aquel que posea varias voces debe utilizar la más amable y amistosa. Esta es la verdad. Si, por otra parte, hubiera una asamblea de miles o más y tuviera que decidirse la verdad por votación, entonces esto es lo' que debería hacerse

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(a menos que uno prefiriera pronunciar en silen­cio la petición del Padrenuestro, “ Líbranos del mal” ): uno debería, con temor divino, expresar el hecho de que la multitud, considerada como juez sobre materias éticas y religiosas, es mentira, mientras que es eternamente verdad que cada hombre puede ser uno. Esta es la verdad.

La multitud es la mentira. Por eso fue crucificado Cristo, porque, aunque El se dirigía a todos, El no quería tratos con la multitud, porque no hubiera permitido que la multitud le ayudara de ningún modo, ya que en este aspecto rechazaba a la gente absolutamente; no quería fundar un partido, no permitió la votación, sino que fue lo que es, la Verdad que se relaciona con el individuo. Y de aquí que todo aquel que verdaderamente quiera servir a la verdad es eo ipso, de un modo o de otro, un mártir. Si fuera posible para una persona decidir en el seno de su madre servir a la verdad verdaderamente, entonces, cualquiera que fuese su martirio, sería eo ipso, ya en el seno de su madre, un mártir. Porque no es gran cosa vencer a la multitud. Todo lo que se necesita es algún talento, una cierta dosis de falsedad y un poco de familiaridad con las pasiones humanas. Pero nin­gún testimonio de la verdad ( ¡ah! , eso es lo que todo hombre debería ser, incluyéndonos a ti y a mí), ningún testimonio de la verdad se atreve a comprometerse con la multitud. El testimonio de la verdad —el cual, naturalmente, no tiene nada que ver con la política y debe procurar más que nada vigilar que no le confundan con el político—, el trabajo lleno de temor de Dios del testimonio de la verdad, es comprometerse si es posible con todos, pero siempre individualmente, hablando con cada uno en las calles y en los campos. . . para desintegrar la multitud, o incluso hablar a la multitud, aunque no con intención de educar a la multitud como tal, sino más bien con la esperanza de que uno u otro individuo salga de este

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ayuntamiento y se convierta en un simple indivi­duo. Por otra parte, la “ multitud” , cuando se la trata como una autoridad y se consideran sus juicios como juicios definitivos, es detestada por el testimonio de la verdad más cordialmente que una doncella de buena moral detesta el baile público; y considera a aquel que se dirige a la multitud como la suprema autoridad como el instrumento de la mentira. Porque (y repito lo que ya he dicho) lo que en la política o en campos similares puede ser justificable, totalmen­te o en parte, se convierte en mentira cuando se transfiere a lo intelectual, a lo espiritual, a lo religioso. Y diría algo más, tal vez con una precaución exagerada. Porque por “ verdad” en­tiendo siempre “ verdad eterna” . Pero la política, etcétera, nada tiene que ver con la “ verdad eterna” . Una política que en el sentido propio de “ verdad eterna” quisiera emprender en serio la tarea de introducir la “ verdad eterna” en la vida real, demostraría ser, en el mismo momento en que lo intentara, la cosa más “ impolítica” que pueda imaginarse.Una multitud es la mentira. Y me aflijo al pensar en la miseria de nuestra época, comparada incluso con la mayor miseria de las épocas pasadas, debido al hecho de que la prensa diaria, con su anonimato, hace la situación aún más desesperada con la ayuda del público, esta abstracción que pretende ser juez en materia de “ verdad” . Porque, en realidad, las asambleas que tenían esta preten­sión no se reúnen ahora. El hecho de que un autor anónimo, con la ayuda de la prensa, pueda, día a día, encontrar ocasión de decir (incluso sobre materias intelectuales, morales y religiosas) lo que le viene en gana, y lo que tal vez estaría muy lejos de tener el valor de decir como individuo; que cada vez que abre la boca (¿o sería mejor decir sus fauces abismales?), se dirige a un mismo tiempo a miles y millares; que puede hacer que se

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repita lo que ha dicho mil veces diez mil, y que en todo eso nadie tenga responsabilidad, de forma que no es como en los antiguos tiempos en que la multitud, relativamente impenitente, poseía la omnipotencia, sino que ahora una cosa absoluta­mente impenitente, un nadie, una anoriimidad, que es el autor, y otra unanimidad, el público, algunas veces, incluso suscriptores anónimos, son ios que la tienen, y con todo esto, ¡nadie, nadie! ¡Dios mío! ¡Y a pesar de todo, nuestros Estados

se llaman a sí mismos Estados cristianos! Que nadie diga que en este caso le es posible a la “ verdad” , mediante la ayuda de la prensa, obtener beneficios de las mentiras y los errores. ¡Oh vosotros que decís eso! , ¿os atrevéis a sostener que los hombres considerados como multitud están tan dispuestos a caer sobre la verdad como sobre la mentira, siendo la primera muchas veces de mal sabor y estando la segunda preparada siempre delicadamente? ¡Sin mencionar el hecho de que dificulta aún más la aceptación de la verdad la necesidad de admitir que uno ha estado equivocado! ¿O es que tal vez os atrevéis a sostener también que la “ verdad” puede ser entendida con la misma rapidez que la falsedad, la cual no requiere conocimiento preliminar, ni enseñanza, ni disciplina, ni abstinencia, ni abnega­ción, ni honesta preocupación sobre uno mismo, ni labor paciente?

No, la verdad —que aborrece también esta mentira de aspirar a una gran difusión como meta— no tiene alas en los pies. En primer lugar, no puede trabajar con los fantásticos medios de la prensa, la cual es la mentira; el comunicador de la verdad sólo puede ser un individuo. Y la comunicación de la verdad sólo puede ser dirigida al individuo; porque la verdad consiste precisamente en esa concepción de la vida expresada por el individuo. La verdad no puede ser comunicada ni recibida si no es como si lo fuera bajo los ojos de Dios, ni sin

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la ayuda de Dios, ni sin que Dios sea el término medio, ya que El mismo es la Verdad. Por tanto, solo puede ser comunicada y recibida por “ el individuo” , el cual puede ser cualquier hombre viviente. La señal que distingue a este hombre es simplemente la de la verdad, en oposición a lo abstracto, a lo fantástico, lo impersonal, lo multitudinario, el público que excluye a Dios como término medio (porque el Dios personal no puede ser término medio de una relación imperso- nal), y, por tanto, excluye también a la verdad, porque Dios es, a la vez, la Verdad y el término medio que la hace inteligible.

Y la verdad consiste en honrar a todo hombre, absolutamente a todo hombre, y esto es temer a Dios y amar al prójimo. Pero desde un punto de vista ético-religioso, considerar a la “ multitud” como tribunal de apelación, es negar a Dios, y no puede exactamente significar amar al prójimo. Y el “ prójimo” es la absolutamente verdadera expre­sión de la igualdad humana. Si todos en verdad amaran al prójimo como a sí mismos, se lograría una total igualdad humana. Todo aquel que ama a su prójimo en verdad, expresa incondicionalmente la igualdad humana. Todo aquel que, como yo, admite que su esfuerzo es débil e imperfecto, pero se da cuenta de que la tarea es amar al prójimo, también se da cuenta de lo que es la igualdad humana. Pero yo nunca he leído en la Sagrada Escritura el mandamiento: amarás a la multitud, y aún menos: reconocerás, ético-religiosamente, en la multitud a la suprema autoridad en materia de “ verdad” . Pero la cosa es bastante simple: eso de amar al prójimo es abnegación; eso de amar a la multitud, o de pretender amarla, de hacer de ella una autoridad en materia de verdad, es el camino para el poder material, el camino para beneficios corporales y temporales de todo tipo, y al mismo tiempo es la mentira, porque la multitud es la mentira.

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Pero aquel que reconoce la verdad de este punto de vista, el cual raramente viene presentado (porque suele ocurrir con frecuencia que un hombre piensa que la multitud es la mentira, pero cuando la multitud acepta su opinión en masa, todo entonces se allana), admite para sí mismo que es débil e impotente, porque ¿cómo le seria posible a un individuo oponerse a la multitud que posee el poder? Y él no puede desear que la multitud se ponga a su lado, para asegurarse asi de que su punto de vista prevalecerá, y porque, además, siendo la multitud la mentira, considera; da ético-religiosamente, eso sería burlarse de si mismo. Pero aunque, desde el primer momento, este punto de vista entrañe una admisión de debilidad e impotencia, y parece, por tanto, muy lejos de ser atrayente, y por esta razón tal vez se le escucha tan poco, tiene, sin embargo, la buena cualidad de ser imparcial, de que no ofende a nadie, de que no hace distinciones individuales, ni la más mínima en el mundo. La multitud, en efecto, está formada por individuos; por tanto, debe estar en poder de cada hombre el llegar a sel­lo que es, el individuo. Ya que nadie, nadie en absoluto, está excluido de llegar a ser un indivi­duo, excepto aquel que se excluye a sí mismo convirtiéndose en multitud. Convertirse en multi­tud, reunir una multitud alrededor de uno, es, al contrario, afirmar las distinciones de la vida humana. La persona más bien intencionada que hable de estas distinciones puede fácilmente ofender a un individuo. Pero entonces no es la multitud la que posee poder, influencia, reputa­ción y magisterio sobre los hombres, sino las envidiosas distinciones de la vida humana que despóticamente ignoran al individuo por débil e impotente y que, por un interés temporal y mundano, ignoran la eterna verdad, el individuo".

* El lector debe recordar que lo precedente (cuyo principio lleva la impresión de aquel instante en que voluntariamente me

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lJ!í/i?,PAljABRAS SOBRE LA RELACION" L % m v w u o ^ L I T E R A R I A C O N

Como se sabe, una puerilidad está condenada a llevar una vida despreciada y desdeñada; pero se toma su venganza. Porque ¿qué es, sino una puerilidad lo que se halla en el fondo de todo entendimiento, especialmente si es apasionado y malhumorado? De lo contrario no seria un mal entendimiento, sino un esencial no estar de acuerdo. Lo que constituye un mal entendimiento es el hecho de que una parte considera como significante lo que la otra considera como insigni­ficante, y esto porque en el fondo están separadas por una puerilidad; las partes que no están de acuerdo por un mal entendimiento no se han tomado el tiempo necesario para entenderse una a otra desde un comienzo. Porque en el fondo de toda desavenencia real hay un entendimiento. La

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expuse al rudo tratamiento de la vulgaridad literaria) fue escrito originalmente en 1846, aunque más tarde fue revisado y considera- b emente aumentado. Desde entonces los acontecimientos actua­les, todopoderosos com o son, han arrojado luz sobre esta tesis que la multitud, considerada ético-religiosamente como la suprema autoridad, es la mentira. Verdaderamente eso se acumula en ventaja mía. Por mi parte me ha ayudado para asegurar mi propia posición y comprenderme a m í mismo; y, por otra parte, estoy seguro ahora de que se me comprende mucho mejor que en el tiempo en que mi débil y solitaria voz era escuchada com o una ridicula exageración, a pesar de que ahora es difícil hacerse oír a causa del alto tono con que hablan los actuales acontecimientos.

* Este artículo fue escrito en 1847, pero después se revisó v amplio. J

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futilidad del “ mal entendimiento” se debe a la falta de un entendimiento preliminar, sin el cual, tanto el acuerdo como el desacuerdo son semejan­tes a un mal entendimiento. Por tanto, es posible salir de un mal entendimiento y llegar al acuerdo y al entendimiento; pero también es posible salir de él y llegar a un auténtico desacuerdo. Porque el hecho de que dos personas no estén realmente de acuerdo, no entraña mal entendimiento. Realmen­te no están de acuerdo precisamente porque se entienden la una a la otra.

Sin duda no estoy muy lejos de lo justo cuando pienso que lo que ha provocado y sigue provocan­do el desacuerdo entre cientos de mis contempo­ráneos y yo respecto de mi actividad como escritor se debe en parte a “ ese individuo” . Sin duda, muchos de ellos leerían si no fuera por esto, y la multitud me dejaría en paz si no fuera por esto.

Si esto del “ individuo” fuera una nadería para mí, lo abandonaría; es más, me encantaría hacerlo y me avergonzaría no desear hacerlo con la más presurosa presteza. Pero no es éste el caso. Para mí —no personalmente, sino como pensador-, este asunto de lo individual es lo más decisivo. Así, pues, la única posibilidad que me queda es apartar el malentendimiento. Si lograra poner en evidencia a los individuos que en verdad no es una nadería, el malentendimiento desaparecería. Por­que, en ocasiones, la confusión proviene de que la gente lo considera como una nadería y entonces se indignan al pensar que concedo tanta importan­cia a una nadería. Una de dos: o bien los otros tienen razón y es una nadería y yo debería abandonarlo; o es, como yo creo, algo muy esencial, y entonces no hay motivo para quejarse de que yo conceda tanta importancia a algo que es esencialmente importante. Por el contrario, hay materia suficiente para una seria reflexión sobre

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su importancia. Lo que yo, por mi parte, no debería de haber descuidado, no lo he descuida­do. Hace tiempo (en un pequeño artículo de “ Frater Taciturnus” en Patria*) conduje el asunto lo más lejos posible en la dirección de la singulari­dad, verdaderamente no fuera de una curiosa singularidad por mi parte. Al contrario, para mí estaba muy claro lo que hacía y actuaba con responsabilidad, con un sentido total de mi responsabilidad al hacer lo que hubiera sido para mí irresponsable no hacer. Permití que se hiciera (y lo imprimí en un periódico, además, y en un artículo que tocaba desde el principio al fin la murmuración provinciana) porque me parecía importante provocar la atención sobre ese punto, lo cual es algo que no se logra mediante diez libros que desarrollen la doctrina del individuo, ni en diez conferencias que traten de este tema, pero que en estos tiempos se logra solamente haciendo que la gente se ría de uno**, haciendo que la gente se enfade de forma que hablen una y otra vez y sin cesar de aquella misma cosa que uno desearía acentuar y, si fuera posible, someter a la atención de todos. Este es, sin duda, el más seguro tipo de amaestramiento aleccionador. Pero cual­quiera que desee realizar algo debe conocer la época en que vive y luego tener el valor de enfrentarse con el peligro de utilizar los medios más seguros.

Yo he empleado estos medios, aunque lá dialécti­ca de “ lo individual“ resultaba constantemente

* Es preciso recordar, además, que éste era un seudónimo, y que por eso era m ayor la dificultad en escribir un artículo polémico a causa de la forma poética que tuve que adoptar para estar de acuerdo con el carácter del seudónimo.

** Y (entendido rectamente) entre yo y la risa hay un entendimiento secreto y dichoso. Y o soy (rectamente entendido) amigo y amante de la risa, y en un sentido (es decir, con toda seriedad) mucho más auténticamente que los demás, todos esos miles y miles cuando se convirtieron en irónicos y yo (irónica­mente) fui el único que no entendía la ironía.

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ambigua a causa de su doble movimiento. En todos los trabajos firmados con seudónimo, este tema de lo “ individual” se pone en evidencia de una forma o de otra; pero allí lo individual es predominantemente el individuo preeminente en sentido estético, la persona distinguida, etcétera. En cada uno de mis trabajos edificantes, el tema de “ lo individual” aparece, y lo más oficialmente posible; pero aquí lo individual es lo que cada hombre es o puede ser. EL punto de partida de los trabajos firmados con seudónimo es la diferencia entre hombre y hombre con respecto al intelec­tual, la cultura, etcétera; el punto de partida de las obras edificantes es el edificante pensamiento del humano universal. Pero este doble significado es precisamente la dialéctica del “ individuo singu­lar” . “ El individuo singular” puede significar al único y exclusivo, y el “ individuo singular” puede significar cada hombre. Así, pues, si quisiéramos provocar la atención dialécticamente, debería­mos utilizar la categoría de “ lo individual” con un doble látigo. El orgullo en un pensamiento incita a algunos, la humildad en el segundo pensamiento acobarda a otros, pero la confusión que entraña el doble significado provoca una atención dialéctica; y, como ya he dicho, este doble significado es precisamente el pensamiento de “ lo individual” . Pero yo creo que la gente ha prestado atención en su mayor parte a “ lo individual” de las obras firmadas con seudónimo, y me ha confundido a mí con los seudónimos, de donde todas esas ha­bladurías sobre mi orgullo y arrogancia, condena de mí mismo, que realmente no pasa de una autodenuncia.Esta frase, “ lo individual” , se ha acentuado tanto que casi ha llegado a ser un proverbio, y yo — ¡pobre de mí! — he tenido que dejar la risa. Si yo hubiera suplicado con lágrimas y conjurado a todo el mundo por su felicidad y por amor de Dios que prestaran atención a este pensamiento

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de eterno valor, sin duda nadie se hubiera preocupado de él.

Ahora que ha sido debidamente acentuado, voy a hacer un intento, con todas las potencias a mis ordenes, para borrar el mal entendimiento, por lo menos en parte. Sin embargo, éste es un mal entendimiento que sólo puede existir para aquel que no se ha familiarizado profundamente con mis obras. Y el deseo de prevenir todo malenten- dimiento de una empresa que uno está a punto de iniciar es una cosa que sólo se le podría ocurrir a un joven. Nada es tan fácil de escapar al control de uno como el mal entendimiento. Aunque uno solamente pretendiera evitar el mal entendimien­to, en este caso seguramente sería uno el peor entendido de los hombres.

Yo sé, desde luego, que he tenido desde el principio mucho más que un lector. “ Dinamarca es un pequeño país” ; sus habitantes, que tienen su peculiar lenguaje, no son numerosos; con respecto a la literatura, las condiciones son tan tristes que ahora no existe, ni ha existido desde hace bastante tiempo, una revista literaria, y la literatu­ra estaba reducida (ad absurdum) a 1¿ prensa dia­ria. Como escritor he trabajado con desusada dili­gencia y desusada velocidad; al servicio de la verdad he consumido constantemente mucha fuerza y mucha inventiva, no digo que para impedir la circulación de mis obras, pero sí para impedir su circulación bajo un error; y cuando éste se toma en consideración, tengo más lectores de los que podía esperar. Esto lo sé perfectamente bien y no soy desagradecido; y tal vez he demostrado mi gratitud de forma más verdadera y honesta al no abusar de este hecho para buscar más comprado­res y lectores. Por tanto, la idea de que por mi parte podría haber algo que me impidiera desear que mis obras populares fueran leídas y enten­didas por todos, esta idea sólo la puede concebir

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la insensatez y el mal humor y só.o la envidia puede usarla para confundir a gente ya confundi­da (lo cual sucede con demasiada frecuencia, por desgracia), y para indisponer contra mí a los que están dispuestos, a los mejores, a los más compe­tentes, cosa que, ¡gracias a D ios!, ha frac asado en una medida que ha superado mis esperanzas, de manera que el hecho de que haya ocurrido justamente lo contrario es para mí realmente una alegría edificante.

Toda persona seria que tenga vista para las condiciones de nuestro tiempo, se dara cuenta fácilmente de lo importante que es hacer un esfuerzo profundo y rigurosamente consistente, que no se asusta de las extremas consecuencias de la verdad, para oponer la inmoral confusión que, filosófica y socialmente, tiende a desmoralizar “ el individuo” mediante la “ humanidad” como una fantástica idea de la sociedad; una confusión que propone un desprecio absoluto por aquello que es la primera condición de la religiosidad, ser un individuo singular. Sólo es posible oponerse a esta confusión haciendo de los hombres individuos singulares, ¡después de todo, cada hombre es un individuo singular! Toda persona seria que sepa lo que es la edificación —toda, tanto alta como baja, sabia como simple, hombre como mujer, toda persona que se haya sentido edificada y a Dios cerca de ella— estará de acuerdo incondicio­nalmente conmigo en que es imposible edificar o ser edificado en masa, aún más imposible que es­tar enamorado en cuatro o en masa. La edificación, incluso mucho más expresamente que el amor, se relaciona con el individuo. El individuo —no en el sentido del individuo especialmente distinguido o con dotes especiales, sino el individuo en el sentido en que todo hombre, absolutamente todo hombre, puede y debería ser— debería estar orgulloso de serlo, pero realmente debe descubrir también su felicidad por ser. . . un individuo.

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Todo individuo entre los muchos que han leído algo de mis obras edificantes y han encontrado edificación en ellos, todo aquel sobre el cual yo, como escritor edificante, he tenido alguna in­fluencia, si, en una hora tranquila de meditación, se plantea la cuestión (como debería hacer por su propio bien, siendo él el juez, y acaso también por mi bien, y yo que tantas veces he tenido que ser juzgado en un lugar donde no es exactamente la sabiduría la que es juez) de si le he engañado al hablarle de “ individual” , de si le he engañado al exponerle, por un tiempo, a la risa de la mayo­ría*, y por los propósitos por los que la envidia podría desear utilizar esta risa; sin duda admitirá, si no a mí (cosa que no le exijo), a sí mismo, que lo que le falta es que aún no se ha convertido justamente en un individuo singular, cosa que yo no pretendo ser, aunque la he deseado, y conti­núo deseándola, aunque no olvido que “ lo indivi­dual” en su más alta medida está más allá del poder del hombre.

“ Lo individual” es la categoría a través de la cual, respecto de la religión, esta época, toda la historia, la raza humana en su conjunto, debe pasar. Y aquel que estaba en las Termopilas no se hallaba tan seguro de su posición como yo, que defiendo este estrecho desfiladero “ individual” , con la intención, por lo menos, de que la gente se dé cuenta de él. Su deber era impedir que las

* No insistiré aquí sobre el hecho de que, junto a la razónaducida en este lugar había otras, y entre ellas esta consideración, que al objeto de que mi generación se diera cuenta de la inmoralidad literaria que existía en todas direcciones, yo , inmolán­dome a m í mismo, me arriesgué a ser durante un tiempo — ¡ay, pobre Maestro de Ironía! — sacrificio de la risa, la cual, sin embargo (¿pues no son la ironía y la tristeza una misma cosa? ), me llenó el alma de una profunda tristeza con respecto a una cosa; porque lo que llamaban el pueblo corriente contaba con pocaspersonas en Copenhague que le quisieran de manera más sincera­mente cristiana que yo, cosa natural, ya que yo no he sido ni periodista ni agitador.

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huestes pasaran a través del desfiladero; si pasa­ban estaba perdido. Mi misión, por lo menos, no me expone al peligro de perecer pisoteado, ya que mi misión era, como humilde criado (como he dicho desde un buen principio y he repetido muchas veces, “ sin autoridad” ), provocar, invitar si era posible, atraer a la mayoría a que pasara a través de este desfiladero de “ lo individual , a través del cual, sin embargo, nadie puede pasar sm antes haberse convertido en individuo, ya que lo contrario es categóricamente imposible. Y si yo tuviera que desear una inscripción para mi tu^ ba’ no desearía otra que “ Ese Individuo - si eso no se entiende ahora*, sin duda se .enten^ \ E* ^ tiempo, las obras bajo seudommo cuando aquí sólo se hablaba de sistema, siempre de sistema, die r o n un golpe al Sistema**, con la categoría de o individual” . Ahora casi no se oye mencionar el Sis tema*** y en absoluto com o la ultima palabra la moda y como requerimiento de la época. Señale el principio de la producción literaria bajo mi propio nombre con la categoría de “ lo .n d m d u ^ ,V eso se ha quedado como una formula estereotipa­da demostrando que esta cosa de lo individual no « u n a invención mía de más í^ fe , smo m. pnmer nensamiento. Con la categoría de lo individual , está ligada toda la importancia etica que y o pueda tener Si esa categoría es justa, si esa categona estaba en su lugar, si vi rectamente e n « te p u r to v comprendí rectamente que era mi tarea (sil duda ni agradable ni agradecida) llamar la aten­ción sobre ello, si ésa fue la tarea asignaba a m no obstante los sufrimientos interiores de un tipo

* Fi lector recordará que esto fue escrito en 1847 . El trastorno mundial de 1848 ha hecho más fácü la comprensión.

** Y todo aquel que posea un poco de

él ^ ó f H a f l n T u n C t a l m e n t e un punto espermáüco, el individuo, ética y religiosamente concebido y existencialmente acentuado.* * * ¡Y mucho menos ahora, en 1848 .

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que sin duda son poco experimentados y con los sacrificios exteriores de una clase que un hombre no se encuentra cada día deseoso de hacer, en este caso, sigo adelante y mi obra conmigo.

Esa categoría, el hecho de haber usado esa categoría y haberla usado tan personal y decisiva­mente, es éticamente el punto definitivo. Sin esta categoría y sin el uso que se ha hecho de ella, la reduplicación faltaría en toda mi actividad como escritor. Porque, del hecho de que en las obras se diga, presente, desarrolle y declare todo lo que realmente está declarado allí y además tal vez, con imaginación, dialéctica, visión psicológica y otras cualidades parecidas., no se debe deducir en absoluto como cosa sabida que el autor había comprendido, y comprendida como expresar me­diante una sola palabra con absoluta finalidad (mientras mediante su acción, expresaba su enten­dimiento de su época y de él mismo en ella), que ésta era una época de disolución*.

Por proclamar esto, el autor no se llama a sí mismo “ un testimonio de la verdad” . ¡Nada de eso! Este título no debe aplicarse a todo aquel que diga algo verdadero; no, de esta forma tendríamos más que suficientes testimonios de la verdad. No, para distinguir “ un testimonio de la verdad” , debe examinarse éticamente su modo personal de existencia en relación con lo que dice, para ver si su existencia personal es una expresión de lo que dice. Aunque ésta es una consideración que la tendencia sistematizadora y lectora, y la general falta de carácter de nuestra generación ha puesto a un lado. Ahora bien, resulta cierto que la vida del autor ha expresado con tolerable preci­sión la meta que éticamente definía como la de ser un individuo. Ha tenido conocimiento con infinitas personas, pero siempre ha permanecido* Sobre esta apreciación de la época actual, compárese, entre otros pasajes, la segunda parte de Una critica literaria.

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solo, y con todo su deseo ha anhelado, entre otras cosas, el poderse quedar solo, mientras a su alrededor se celebraran reuniones casi sobre todas las cosas, levantándolas, derribándolas o ponién­dolas a un lado. El autor ha hecho también más de un sacrificio por amor a su categoría, se ha expuesto a un peligro tras otro y, obsérvese, justamente al tipo de peligro que categóricamente corresponde a “ lo individual” , es decir, se ha expuesto a “ la multitud” y a “ el público” . Pero aunque no hubiera nada más (de la pretensión que es “ un testimonio de la verdad” ), existe el hecho de que no estaba obligado a trabajar para vivir. Eso sólo basta, es un privilegio que le rebaja a una clase más baja. Pero, además de eso, ha tenido demasiada imaginación y más que demasiado de poeta para atreverse a ser llamado en un sentido estricto un testimonio de la verdad. Al principio, estaba muy lejos de tener una visión de conjunto, de forma que gradualmente aprendió a compren­derse como había aprehendido rectamente. De ahí que ha tenido que grabar en su corazón el sabio dicho que Lessing tan felizmente expresa: “ No seamos sabios cuando sólo hemos sido afortunados” , y ha tenido ocasión de acordarse del deber de devolver a Dios las cosas que son de Dios. Ha tenido demasiado que ver con lo ético para ser poeta. La sucesión de su vida recuerda la primera fase del escritor estético en Alternativa, que fue repetida más tarde, sobre no desear ser poeta*, y recuerda el énfasis con que el escritoi ético** aprueba esto, reconociendo que el hom­bre debe salir de lo poético y entrar en lo existencial, lo ético***. Y sin embargo, tiene

* Cfr. A ltern ativa , I Diapsalmo; cfr., además, “ En vano me pongo a ello. Mi pie resbala, etc.” .** Cfr. A ltern ativa , II parte, pág. 2 2 7 ; cfr. P ostscrip tu m . pág. 238.# ** El movimiento de “ lo poético” a la existencia religiosa es sustancialmente el movimiento de toda mi actividad com o autor

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demasiado de poeta para ser un testimonio de la verdad. El está entre los dos como la línea fronteriza, la cual, no obstante, se relaciona con precisión categórica con la historia en su estadio futuro.

“ Lo individual” es la categoría del espíritu, del despertar espiritual, una cosa lo más opuesta a la política que imaginarse pueda. Recompensa terre­na, poder, honor, etcétera, no tiene ninguna relación con el justo uso de esta categoría. Porque, aun cuando se usa en interés del orden establecido, la interioridad no interesa al mundo; y cuando se usa catastróficamente, tampoco interesa al mundo, porque hacer sacrificios, o ser sacrificado, no interesa al mundo.

“ Lo individual” , ésa es la decisiva categoría cristiana, y será decisiva también para el futuro del cristianismo. La confusión fundamental, el pecado original de la cristiandad año tras año, década tras década, siglo tras siglo, es que ha perseguido el insidioso propósito —medio incons­ciente de lo que deseaba y esencialmente incons­ciente de lo que hacía— de arrebatar a Dios sus derechos, como propietario de la cristiandad, y se ha metido en la cabeza que la raza, la raza humana, era la inventora, o había llegado muy cerca de inventar el cristianismo. Así como en Derecho civil una fortuna vuelve al Estado cuan­do, durante un determinado período de anos, nadie la ha reclamado ni se ha presentado ningún heredero, así la raza, equivocada por la observa­ción del hecho trivial que la cristiandad es una

íntegramente entendido. Se puede comparar L os trabajos del am or, II. A y B, con respecto al uso que de nuevo se hizo de “ lo poético” como term inus a q u o para la existencia religiosa cristiana. Con relación al movimiento descrito en una serie de obras como fuera d e lo filosófico, lo sistemático, hacia lo simple, es decir, lo existencial, es esencialmente el mismo movimiento de lo poético a la existencia religiosa.

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cosa que actualmente existe, ha pensado para sí como sigue: “ Hace tanto tiempo que Dios ha dejado de llamarse propietario y dueño, que el cristianismo ha revertido consecuentemente a nosotros, los cuales podemos decidir abolirlo, m o­dificarlo ad libitum, igual que podríamos tratar con nuestras posesiones o invenciones, tratando al cristianismo no como algo que en obediente servicio a la majestad de Dios debe ser creído, sino como algo que, para ser aceptable, debe ser tratado con la ayuda de razones para satisfacer ‘la época’, el ‘público’ , ‘esta distinguida asamblea’ . Toda revolución en la ciencia. . . contra la discipli­na moral, toda revolución en la vida social. . . contra la obediencia, toda revolución en la vida política. . . contra el gobierno mundano, está relacionada con y se deriva de esta revolución contra Dios con respecto al cristianismo. Esta revolución —el abuso de ‘la raza humana’ como categoría— no se parece, sin embargo, a la rebeldía de los titanes, porque tiene lugar en la esfera de la reflexión, y se produce insidiosamente de año en año, de generación en generación. La reflexión constantemente arranca sólo un peque­ño pedazo cada vez, y sobre este pequeño pedazo se puede decir, constantemente: ‘En las cosas pequeñas, uno puede consentir’ , hasta que, al final, la reflexión se lo habrá llevado todo sin que nadie lo advierta, porque lo hace poco a poco, ‘y en las cosas pequeñas, uno puede, sin duda, consentir’. De ahí que los hombres deben conver­tirse en individuos singulares • para conservar la auténtica impresión cristiana del cristianismo. El individuo, cada individuo, sin duda se guardará de iniciar un proceso legal contra Dios en el cielo para determinar cuál de los dos, absolutamente y hasta el último título, tiene derecho a la propie­dad del cristianismo. Dios debe convertirse de nuevo efectivamente en el factor decisivo; pero como decisivo factor, corresponde a Dios el individuo. Si la ‘raza’ debe ser el tribunal de

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última instancia o incluso tener una jurisdicción subordinada, el cristianismo está abolido, si no de otro modo, por lo menos por la forma equivoca­da y anticristiana que se da el mensaje cristiano. Ni siquiera el más fiado espía de la más aguda agencia detectivesca puede atestiguar con más confianza el contenido de este informe que yo, un simple aficionado, un espía si placet doy testi­monio de la corrección de éste” .

“ El individuo” , con esta categoría la causa del cristianismo se mantiene o se cae, ya que el desarrollo del mundo ha llegado muy lejos en la reflexión. Sin esta categoría, el panteísmo ha triunfado absolutamente. Sin duda vendrán hom­bres que sabrán cómo llevar esta categoría dialécti­camente a una tensión más alta; no habrán tenido el trabajo de ponerla en evidencia. Pero la categoría de “ lo individual” es y sigue siendo el punto capaz de resistir la confusión panteísta, es y sigue siendo el peso que hace inclinar la balanza. Pero aquellos que trabajan y operan con esta categoría deben ser cada vez mas dialécticos a medida que la confusión va aumentando. Porque se puede dar por garantizado que es posible hacer un cristiano de cada hombre que se pueda poner bajo esta categoría. En cuanto un hombre pueda hacer por otro esto, puede asegurar que ese otro se convertirá en cristiano. Como individuo singu­lar está solo, solo ante el mundo, solo ante Dios, ¡y con ése no hay problema de obediencia! Toda duda (la cual, sea observado entre paréntesis, es simplemente una desobediencia a Dios, cuando se considera éticamente y no se arma una madeja con ella con aire de superioridad científica), toda duda tiene su última agarradera en la ilusión de existencia temporal que nosotros somos muchos, casi tantos como toda la humanidad, que al final podemos alegremente intimidar a Dios y ser el Cristo. Y el panteísmo es una ilusión acústica que confunde la vox populi con la vox Dei, una

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ilusión óptica, un dibujo de nubes formado con las brumas de la existencia temporal^ un espejismo formado por la reflexión de la existencia temporal considerada como eterna. Pero esta categoría no puede ser comunicada en una plática; es una habilidad específica, un arte, una tarea ética, y es un arte cuya práctica podría, en su tiempo, haber costado la vida del practicante. Por lo cual, ante los ojos de Dios, es la más alta cosa, aquella que la raza de los obstinados y los huéspedes de las mentes confusas consideran como un crimen de lesa majestad contra “ la raza” , “ la multitud” , “ el público” , etcétera.

“ El individuo” , esta categoría fue usada sólo una vez con decisiva fuerza dialéctica, y por primera vez, por Sócrates, para disolver el paganismo. En la cristiandad servirá una segunda vez para conver­tir a hombres (es decir, cristianos) en cristianos. No es la categoría del misionero que trata con los paganos, ante los que proclama el cristianismo por primera vez; sino que es la categoría del misionero dentro de la misma cristiandad que pretende introducir el cristianismo en la cristiandad. Cuan­do él, “ el Misionero” , venga, usará esta categoría. Porque si esta edad espera un héroe, lo espera en vano. Pronto vendrá uno que enseñara a los hombres obediencia en su divina debilidad. . . por el hecho de que ellos en rebeldía mataron a él, que obedecía a Dios, a él, que mientras tanto usó esta categoría, aunque en una escala infinita­mente mayor, y “ con autoridad” . Pero basta de esto. Agradecido a la providencia, insisto en la tarea, la cual fácilmente se ve que es infinitamente subordinada a por lo menos llamar la atención sobre esta categoría.

POSTSCRIPTUM

Lo que se dice aquí está dicho refiriéndose alpasado, al tiempo que se fue, como el lector habrá

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observado, aunque sólo sea a causa de los tiempos de verbo usados. Y la categoría es, “ llamar la atención” , cosa que repito aquí al objeto de hacer hasta lo último todo lo que pueda para prevenir malentendidos.

(1849)

CON RELACION A LAS “ DOS NOTAS”

POSTSCRIPTUM

Marzo, 1855

Al volver a leer estos dos artículos, ahora añadiría yo lo siguiente:

Es perfectamente cierto (por mencionar el más alto ejemplo) que la Verdad misma, Jesucristo, tuvo discípulos; y (por mencionar un ejemplo humano) que Sócrates tuvo discípulos.

Por ello parece, en un círculo, que fuerzo la idealidad de lo individual más altamente incluso que lo que ellos hicieron. ¿Cómo entiendo eso? En parte lo entiendo como imperfección mía, y en parte como relacionado con la singularidad de mi tarea. Lo entiendo como una imperfección, ya que mi actividad total como escritor, tai com o he dicho con frecuencia, constituía al mismo tiempo mi propia educación, durante el curso de la cual he aprendido a reflexionar más y más profunda­mente sobre mi idea, mi tarea. Pero, en tanto fue éste mi caso, no estaba, aunque hubiese deseado estarlo, lo bastante maduro para conducir a los individuos más cerca de mí. Entiendo esto como relacionado con la singularidad de mi tarea, porque mi tarea es oponer un factor dado equivocadamente promulgado, es decir, no es promulgar algo por mi cuenta, sino al contrario.

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Pero en este caso es importante andar con cautela para no contraer relaciones íntimas con indivi­duos, so pena de arriesgarme a alcanzar a mi vez una falsa promulgación. No es mi tarea, y en la cristiandad no puede ser rectamente la tarea, crear una serie de cristianos titulares o ayudar a confirmar a millones en su ilusión de que son cristianos. No, los términos precisos de la tarea consisten en arrojar luz sobre el fraudulento truco por cuyo medio los dignatarios de la Iglesia, los párrocos, los mediocres (bajo el nombre de ardor y celo cristianos; ¡oh, cuán sutil! ), han engañado a esos millones. El asunto es iluminar ese fraudu­lento truco y poner en claro que “ en la cristian­dad” , el ardor y el celo cristianos significan justamente esa tarea desagradecida (y aquí tene­mos la nota que caracteriza a la actividad cristia­na, igual que el provecho caracteriza a la actividad mundana) de liberar al cristianismo y a algunos de esos batallones de cristianos.

Sólo una palabra más. Es perfectamente verdad que Cristo tuvo discípulos, y (por citar un ejemplo humano) que Sócrates tuvo también discípulos; pero ni Cristo ni Sócrates tuvieron discípulos en un sentido capaz de desmentir mi tesis. Eticamente y ético-religiosamente, la multi­tud es la mentira, la mentira de desear trabajar por medio de la multitud, lo numérico, de desear hacer de lo numérico el criterio que decide lo que es la verdad.

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SOBRE MI LABOR COMO ESCRITOR

Copenhague, 1851

Wer glaubt, der ist gross und reich,Er hat Gott und das Himmelreich.Wer glaubt, der ist klein und arm,Er schreiet nur: Herr, Dich erbarm!

El que es grande y rico, y cree, tiene a Dios, tiene el reino de los cielos. El que es pobre y pequeño, y cree,- clama sólo: ¡Señor, ten misericordia!

(Terstegen: Der Frommen Lotterie)

JUSTIFICACION

Copenhague, marzo de 1849.

Cuando un país és pequeño, las proporciones son en todos aspectos pequeñas en el pequeño país. Así, con relación a la literatura: los honorarios y todo lo que va con ella serán insignificantes. Si uno no es poeta, y más particularmente dramatur­go, y no escribe libros de texto o no se gana la vida de cualquier otra manera gracias a su profesión, entonces, el asunto de ser escritor es el peor recompensado, el menos seguro. Si viviera un hombre que poseyera los talentos requeridos para ser escritor y que además fuera tan afortunado como para poseer algunas propiedades, entonces podría convertirse en escritor más o menos a su

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propia costa. Sin embargo, esto es bastante digno y, por tanto, no constituye tema de lamentación. Sí lo es para el individuo que ama su idea, la nación a que pertenece, la . causa que sirve y el lenguaje en que como autor tiene el honor de escribir. Tal será también el caso cuando haya armonía de entendimiento entre el individuo y el pueblo, el cual, a su vez (si tal es el caso), tratará al individuo bastante liberalmente.

El que mi experiencia haya sido en todos los respectos el contrario de ésta, el que no haya sido tratado liberalmente por uno o muchos, eso, hablando con propiedad, es algo que no me concierne, sino que concierne a ellos. Por otro lado, lo que me concierne y lo que yo alegremen­te reconozco que me concierne, es tener el deber y el privilegio de dar las gracias por el favor, buena voluntad, amistad y aprecio que me ha sido demostrado en general o por individuos particu­lares.

El movimiento descrito por mi actividad de escritor es éste: desde el poeta (desde lo estético), desde la filosofía (desde la especulación), al señalamiento de la definición mas central de lo que es el cristianismo; desde la seudónima Alter­n a tivaa través del Postscriptum, con mi nombre como editor, a los Discursos sobre la comunión de los viernes” * , dos de los cuales fueron pronuncia­

* Más tarde, sin embargo, apareció un nuevo seudónimo, Anti-Climacus. Pero el hecho de que sea un seudónimo (com o el nombre mismo Anti-Climacus indica) requiere que haya que considerarlo más bien com o una señal de parada. Todos los seudónimos anteriores están por bajo del “ autor edificante” ; el nuevo seudónimo representa una seudonimidad más alta. Sin embargo, hay que entender que la “ parada” se realiza señalando un ideal más alto, con la consecuencia de sumirme de nuevo dentro de las fronteras de mis limitaciones, condenándome porque mi vida no corresponde a una pretensión tan alta, siendo, por tanto, necesariamente la comunicación de tipo poético. Y algo después apareció un pequeño libro, D o s tratados m en ores ético -re- ligio sos por H. H. Sin adentrarnos en la cuestión, no es fácil de

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dos en la Iglesia de Nuestra Señora. Este movi­miento se cumplió o descubrió uno tenore, de una sola respiración, si me es permitido usar expresión tal, de forma que mi profesión de autor, vista íntegramente, es religiosa de lo primero a lo últi­mo, cosa que todo el mundo puede ver si desea verlo, y, por tanto, debería ver. Y así como el naturalista reconoce al momento, por la manera como están cruzados los hilos de la telaraña, cuál es el insecto que hace la telaraña, así la mente que discierne reconocerá que, en correspondencia con esta profesión de autor, hay un originador, el cual, como autor, “ solamente ha deseado una cosa” *. La mente discerniente reconocerá al mismo tiempo que esta cosa única es lo religioso, pero lo religioso transpuesto en la reflexión, aunque de tal manera que ha sido retirado de la reflexión y restaurado a su simplicidad, es decir,

explicar el significado de este pequeño libro, el cual no está tanto d en tro de mi profesión de autor com o ju n to a esta profesión considerada en su totalidad, y, por tanto, fue escrito anónimamen­te para mantenerlo fuera. Es com o un faro náutico hacia el que uno navega, pero de forma, obsérvese, que el navegante co m p ren d e que d e b e m a n ten er cierta distancia co n él. Define las limitaciones de la profesión de autor. “ La diferencia entre un Genio y un A póstol” (tratado n ° 2) es que “ el genio no tiene autoridad” . Pero justamente porque el genio como tal no tiene autoridad, le falta enteramente la última concentración en sí mismo que da poder y título para ensalzar el deber de “ dejarse ma.tar por la verdad” (tratado n ° 1). El genio, como tal, queda en la esfera de la reflexión. Eso de nuevo es la categoría de toda mi profesión de autor: llamar la a ten ción sobre lo religioso, más específicamente sobre el cristianismo, pero sin autoridad. Y finalmente, por tener en cuenta hasta las más pequeñas cosas, aparecieron, más tarde. Los lirios del ca m p o y L o s pájaros del aire, tres discursos que servían de acompañamiento a la segunda edición de A lternativa . Y también el S um o S a cerd ote , El fa riseo , La m ujer q u e era pecad ora . tres discursos sobre la comunión de los viernes que servían d e - acompañamiento a la E n ferm ed a d en la m u erte de Anti-Climacus, cuyas dos obrillas repiten el primer prefacio, el prefacio a los D iscursos ed ifica n tes de 1843.

O ctu b re de 1849

* Refiriéndose al tema de uno de sus discursos, titulado Pureza d e cora zón , que es desear una cosa.

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verá que el camino seguido tiene el propósito de acercarse, de alcanzar la simplicidad.'

Y esto, además, es el movimiento cristiano (un movimiento reflexivo, como de hecho fue origi­nalmente). En un sentido cristiano, la simplicidad no es el punto de partida para llegar a ser intere­sante, agudo, profundo, poeta, filósofo, etcétera. No, al contrario. Aquí es donde uno empieza (conlo interesante, etcétera) y se va haciendo cada vez más sencillo, alcanzando la simplicidad. Esto, en la “ cristiandad” , es el movimiento cristiano: uno no se refleja a sí miSmo en el cristianismo, sino que se refleja fuera de otra cosa y se convierte, cada vez más simplemente, en un cristiano. Si el autor ha sido una mente muy dotada, o (suponiendo que ha sido así) si ha sido doblemente dotado mentalmente, habrá necesitado más, o sin duda tanto tiempo, para seguir este sendero en su producción literaria de alcanzar este punto.

Pero tal como ha sido comunicado (el pensamien­to religioso) ha sido traducido enteramente en términos de reflexión y luego sacado de la refle­xión, de forma que también la forma de comuni­cación ha sido marcada decisivamente por la refle­xión; en otras palabras, se ha autorizado el tipo de comunicación más adecuada a la refle­xión. “ La comunicación directa” significa comu­nicar la verdad directamente. “ La comunicación en términos de reflexión” significa engañar a una persona con la verdad. Pero como el objeto del movimiento es alcanzar la simplicidad, la comuni­cado i, más pronto o más tarde, debe terminar en comunicación directa. Empezó con las obras estéticas mayéuticamente*, y todas las obras

* La actitud mayéutica está en relación entre las obras estéticas com o principio y la religión como réXo<;. El punto de partida fue el estético, y entonces se introduce lo religioso tan inesperadamente que aquellos que seguían gracias a la atracción de

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escritas con seudónimo son mayéuticas. Esa, precisamente, es la razón de que todas esas obras fueran escritas con seudónimo, mientras que la comunicación directa religiosa (que estaba presen­te desde el principio como una sugestión brillan­te) llevó mi propio nombre. La comunicación directa estaba presente desde lo primero, ya que los Dos discursos edificantes de 1843 fueron realmente simultáneos con Alternativa*. Y para establecer esta comunicación religiosa directa definitivamente como contemporánea, cada obra escrita con seudónimo iba acompañada casi simul­táneamente de una pequeña colección de Discur­sos edificantes, hasta la aparición del Postscrip­tum, el cual plantea el problema, el cual es el Problema m r é$oxw de toda la profesión de escri­tor, o sea, “ cómo llegar a ser cristiano” **. Desde ese momento cesan los brillantes señuelos de la comunicación directa religiosa y empieza la pro­

lo estético, se encuentran de repente en medio de las más decisivas definiciones del cristianismo y se ven obligados a por lo menos darse cuenta.

* Al mismo tiempo éste dispone de la ilusión que la religión es algo a lo qua uno ha recurrido en cuanto envejece. “ Se empieza com o escíitór éstético, y luego, cuando uno ha envejecido y ya no posee el vigor de la juventud, uno se convierte en un escritor religioso.” Péro cuando simultáneamente un autor empieza com o autor estético y religioso, no se pueden explicar las obras religiosas partiendo de la circunstancia casual de que ha envejecido; porque uno simultáneamente no puede ser más viejo de lo que es.

* * ■ La situación (es decir, llegar a ser cristiano en la “ cristian­dad” , cuando uno naturalmente es “ cristiano” ) es una situación qué, com o cualquier dialéctico puede ver, al traducirlo todo en términos de reflexión, hace necesario al mismo tiempo el uso de la comunicación indirecta, porque el objetivo en este caso es apartar a los hombres de una ilusión que consiste en llamarse cristianos, imaginándose tal vez que lo son, sin ser nada de eso. Y así, el hombre que planteó el problema, no se describió d irec ta m en te com o cristiano y a los otros com o si no lo fueran; al con tra rio , negó que lo fuera y admitió que lo eran los demás. Esto es lo que hace Johannes Climacus. A llí donde concierne a la pura receptivi­dad, como el vaso vacío que hay que llenar, la comunicación directa está en su lugar; pero en cuanto interviene la ilusión, es decir, cuando hay algo que es preciso anular, la comunicación dilecta está fuera de lugar.

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ducción puramente religiosa: Discursos edifi­cantes en diversos espíritus; Los trabajos del amor; Discursos cristianos. Pero, como un resto del principio (y correspondiendo a la posición ocupada por los Dos discursos edificantes al principio, cuando la mayoría de los escritos eran estéticos), aparece (cuando durante mucho tiem­po la producción había sido exclusivamente y voluminosamente religiosa) un pequeño artículo estético por Inter et Inter en la edición de Patria, de julio de 1848, números 128-129. Volviendo al principio, los Dos discursos edificantes mostraron, como un relámpago preliminar, que esto era realmente lo que tenía que salir de todo ello, la meta que había qué alcanzar. El relampagueo del pequeño artículo estético, llegando a la conclu­sión, reflejándose como si fuera el anzuelo dado al principio de la profesión de autor, atrae la atención sobre el hecho que desde el mismo principio lo estético fue simplemente el punto de partida, una postura que era preciso dejar atrás. El Postscriptum es el punto medio, y tanto es así (aunque sólo vale la pena de mencionarlo como curiosidad) que incluso la cantidad de material presentado antes y después es aproximadamente igual, siempre y cuando, como parece razonable, los ¡Dieciocho discursos edificantes se incluyan dentro de los trabajos puramente religiosos; y hasta el tiempo empleado por el escritor antes y después del Postscriptum es casi el mismo.

Finalmente, en otro aspecto, también el movi­miento de la profesión de autor está decisiva­mente caracterizado por la reflexión, o, mejor dicho, es el movimiento de la reflexión misma. El método directo de empezar es con individuos, con algunos pocos lectores; y entonces el asunto es —o, mejor dicho, la dirección del m ovim iento- reunir una multitud, ganar para uno una abstrac­ción, el Público. Aquí, al contrario, el principio

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fue realizado mayéuticamente, sensacionalmente, y con lo que naturalmente acompaña a eso, es decir, el Público —que siempre se halla a mano dondequiera que ocurra algo—, y el movimiento era, mayéuticamente, conmover a la “ multitud” para coger al “ individuo” *, entendida esta pala­bra en un sentido religioso. Precisamente en el mismo momento en que la sensación despertada por Alternativa estaba en su máximo, aparecieron los Dos discursos edificantes de 1843, que em­plearon la fórmula repetida después como frase estereotipada: “ Busca ese, individuo singular al que con alegría y gratitud yo llamo mi lector” . Y precisamente en el momento crítico en que se entregaba al impresor el Postscriptum (el cual, como he dicho, plantea el Problema), con instruc­ciones de que empezara el trabajo lo más pronto posible y en el que cabía presumir que la publicación tenía que aparecer en seguida, justo en ese momento uno de los artículos.aparecidos bajo seudónimo en un periódico, dirigido al punto do n d e podía tener más efecto, hiz9 el esfuerzo más grande para repeler al público**, y

* Esto (correspondiendo al hecho de que un autor religioso em p ieza por una producción estética, y al hecho de que, en lugar de amarse a sí mismo y su propio provecho y de apoyar su esfuerzo creando ilusión, se odia y derriba las ilusiones), esto, digo, es el movimiento dialéctico, o es esencialmente dialéctico, es decir, en la acción de uno contraatacarse a üno mismo al mism.o tiempo, cosa a la que llamo reduplicación, y es un ejemplo de la heterogeneidad que distingue todo esfuerzo realmente divino de un esfuerzo mundanal. Esforzarse o trabajar d irec ta m en te es trabajar o esforzarse en inmediata continuidad con una condición realmente dada. El movimiento dialéctico es exactamente lo opuesto a eso, o sea, por la acción de uno mismo, contrarrestar el esfuerzo de uno mismo al mismo tiempo, una duplicación que es “ seriedad” , como la presión sobre el arado que determina la profundidad del surco, mientras que el esfuerzo directo es un pasar por encima, lo cual no solamente es mucho más rápido y fácil, sino también mucho más agradecido, a causa de su mundanalidad y homogeneidad.

** Sólo una cosa más. El periódico de literaria ruindad (XLIII) había alcanzado una espantosa circulación desproporcionada. Hablando con toda sinceridad, yo creía que lo que hice era, al mismo tiempo, una acción caritativa. Fue premiada (incluso por

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así empezar la producción decididamente reli­giosa. Religiosamente me ligué otra vez con “ ese individuo” a quien dirigí la próxima obra esen­cial* (después del Postscriptum). Me refiero a los Discursos edificantes en diversos espíritus, o más bien a la primera parte de ese libró, que es una exhortación a la confesión. Tal vez nadie se dé cuenta a lo primero de que yo empleaba la categoría “ ese individuo” , y nadie prestó mucha atención al hecho de que se repetía en forma estereotipada en el prefacio de cada número de los Discursos edificantes. Cuando, por segunda vez o en segunda potencia, reiteré el mensaje y me mantuve firme en mi primera palabra, se hizo todo lo que se podía hacer para subrayar esa categoría. Aquí de nuevo el movimiento tiende hacia la simplicidad: va del público al individuo. Religiosamente hablando, no existe eso que se llama público, sino solamente individuos**; por­que la religión es seriedad, y la seriedad es. . . lo individual, sin embargo, en sentido en que todo hombre, absolutamente todo hombre, además de ser hombre, puede ser, mejor dicho, debe ser un individuo. Para mí, el autor edificante, fue y es, por lo tanto, motivo de alegría el hecho que desde aquel momento hubiera varios que se dieran cuenta de ese asunto de “ lo individual” . Fue y es materia de alegría para mí, porque, aunque es

aquellos por amor a los cuales yo me expuse a tal trato). . . com o se suele premiar una obra de amor en este mundo, y mediante tal premio se convirtió en una obra de auténtico amor cristiano.

* Porque la pequeña crítica literaria de la novela D o s gen era cion es siguió tan inmediatamente al P o stscrip tu m , que lo es todo menos contemporánea. De hecho, es una de las cosas que escribí como crítico, no com o autor; sin embargo, en su última sección, contiene, desde el punto de vista de “ lo individual” , un esbozo del futuro que el año 1848 no desmintió.

** Y en cuanto, en un sentido religioso, existe algo com o una “ congregación” , éste es un concepto que no contradice a “ lo individual” , y al que no hay que confundir en absoluto con lo que puede tener importancia p o lít ic a : el público, la multitud, lo numé­rico, etc.

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verdad que yo tengo fe en la rectitud de mi pensamiento contra todo el mundo, sin embargo, casi la última cosa de que abjuraría es mi fe en los hombres individuales. Y ésta es mi fe, que, a pesar de lo mucho que puede haber de confuso, malo y detestable en los hombres, que se han convertido en esta cosa irresponsable sin posibilidad de arrepentimiento que llamamos el “ público” , la “ multitud” , hay tanta verdad, dicha y amor en ellos cuando se logra hacer presa en lo individual. ¡Oh y en qué alto grado los hombres se conver­tirían en hombres, y en hombres amables, si se convirtieran en individuos ante Dios!

Así, pues, lo entiendo todo ahora. Porque en un principio yo no podía prever el que ha sido de hecho mi propio desarrollo. Aquí hubiera estado fuera de lugar la prolijidad'de explicaciones. Lo que se requiere aquí es ser capaz de reunir en la simplicidad lo que está disperso en varios libros, o que, disperso así, constituye esos varios libros; y esta breve comunicación tiene su motivo parti­cular en el hecho de que el primer fruto de mi profesión de autor aparece por segunda vez, es decir, la segunda edición de Either/Or, la cual yo no deseaba publicar antes.

Personalmente —cuando recapacito sobre mis sufrimientos interiores, tanto como sobre mis ofensas personales— sólo una cosa me importa de forma absoluta, me importa más que toda mi profesión de escritor, y está más cerca de mi corazón: expresar, lo más sincera y fuertemente posible, que nunca estaré bastante agradecido y que, cuando haya olvidado toda mi profesión de autor, no dejaré nunca de recordar lo mucho que la providencia, ha hecho por mí infinitamente más! de lo que nunca hubiera podido esperar, he esperado, o podía haberme atrevido a esperar.

Llamar la atención sin autoridad sobre la religión,

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sobre el cristianismo, es la categoría de toda mi actividad como autor considerada íntegramente. Desde un principio he asegurado claramente y repetido como una frase estereotipada que yo “ no tenía autoridad” . Me consideraba a mí mismo más como lector de libros que como escritor.

“ Ante Dios” , religiosamente, cuando hablo con­migo mismo, llamo a toda mi actividad literaria mi propia educación y desarrollo, sin que ello implique, sin embargo, que ahora soy perfecto o completamente acabado, de forma que no nece­sito más educación y desarrollo.

MI POSICION COMO ESCRITOR RELIGIOSO DENTRO DE LA “ CRISTIANDAD” Y MI TACTICA

I

MI POSICION

Copenhague, noviembre de 1850

Nunca he peleado de forma que dijera: yo soy el cristiano verdadero, los otros no son cristianos. No, mi modo de proceder ha sido éste: yo sé lo que es el cristianismo, reconozco plenamente mi imperfección como cristiano, pero sé lo que es el cristianismo. Y para reconocer esto previamente todo hombre debería decidir, creo yo, si es cristiano, o no, si su intención es aceptar al cristianismo o rechazarlo. Pero yo no he atacado a nadie por no ser cristiano, yo no he condenado a nadie. Realmente, el seudónimo Johannes Clima- cus, que plantea el problema de “ llegar a ser cristiano” , hace exactamente lo opuesto: niega que es cristiano y concede esta pretensión a los demás. ¡La más remota cosa de condenar a los demás! Y yo, desde el principio, he asegurado claramente, y repetido una y otra vez, “ que no tengo autoridad” . Y finalmente, en el último libro de Anti-Climacus (el cual, especialmente en la primera parte, mediante el tratamiento poético que se an'iesga a decirlo todo y de una dialéctica que no teme las consecuencias, se ha dedicado a derribar las ilusiones), nadie, absolutamente na­

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die, es condenado. La única persona nombrada, a la cual ataca, diciendo que, al intentar realizar los ideales, no es más que un muy imperfecto cristiano, soy yo mismo. En esto me doy por satisfecho, porque me preocupa infinitamente que, por lo menos, escuchen los requerimientos del ideal. Pero, sin duda, esto es lo mas alejado de condenar a los demás.

II

MI TACTICA

La táctica en uso durante mucho tiempo ha sido emplear todos los medios para conseguir que la mayor parte, y si hubiese sido posible todos, entraran en el cristianismo; pero sin tener muchos escrúpulos en asegurarse de si realmente habían entrado en el cristianismo. Mi táctica, con la ayuda de Dios, consistía en emplear todos los medios para poner en claro cuál es el requeri­miento del cristianismo verdaderamente, aunque ni una sola persona se sintiera tentada a entrar en él, y yo mismo pudiera haber dejado de ser cristiano (en cuyo caso, me hubiese sentido obligado a admitir abiertamente el hecho). Por otra parte, mi táctica era ésta: en lugar de dar la impresión de que hay tales dificultades sobre el cristianismo que se necesita una apología de él, si hay que convencer a los hombres a que lo abracen, representarlo como una cosa infinita­mente altísima, como en verdad es, tanto que la apología pertenece a otro lugar, es decir, se requiere para nosotros por el hecho de que nos atrevemos a llamarnos cristianos, o se transforma en una contrita confesión de que tenemos que dar gracias a Dios si solamente nos atrevemos a considerarnos como cristianos.

Pero tampoco hay que olvidar esto: el cristia­nismo es tan benigno com o austero, tan benigno,

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es decir, infinitamente benigno. Cuando el infi­nito) requerimiento es escuchado y sostenido, escuchado y sostenido en toda su infinitud, entconces la gracia es ofrecida, o mejor dicho, la gracia se ofrece, y a ella el individuo, cada uno por sí mismo, com o yo también hago, puede buscar refugio. Y entonces es posible. Pero sin duda no es una exageración cuando (en interés de la misma gracia) el requerimiento de lo infinito, el “ infinito requerimiento” , es presentado infinita­mente. La exageración sólo se produce cuando, en forma totalmente distinta, se presenta el requeri­miento y ni siquiera se alude a la gracia. Por otra parte, es tomar el cristianismo en vano cuando (tal vez en consideración de la pretensión —la cual seguramente intimidaría tanto a Dios en el cielo corno a la cristiandad y a los apóstoles y mártires y testimonios de la verdad y padres de la Iglesia, con toda su praxis— que “ eso no sirve para la vida práctica” ), el cristianismo se toma en vano cuan­do., a la vista de esta consideración, el infinito requerimiento es reducido a términos finitos, o tal vez ignorado enteramente, y la “ gracia” se intro­duce como cosa sabida, lo cual simplemente significa que se toma en vano.

Pero nunca, ni de lejos, he actuado como si deseara desarrollar una severidad pietística, cosa ajena a mi espíritu y naturaleza. Y tampoco he deseado en lo más mínimo sobrecargar la exis­tencia humana, jorque ésa es una cosa que destrozaría el espíritu dentro de mí. No, yo he deseado ser un instrumento para llevar un poco más de verdad a las imperfectas existencias^ que llevamos (señalando en la dirección del carácter ético y ético-religioso, la renuncia de la sabiduría mundana, la disposición de sufrir por la verdad, etcétera), lo cual, después de todo, es al^o, y es, de todos modos, la primera condicion para aprender a vivir más eficazmente. Lo que he deseado es impedir que uno que se ha limitado a

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la facilidad y a la bajeza vaya más allá y derroque lo más alto, vaya aún más lejos y ponga a lo más bajo en su lugar, vaya más lejos y represente a lo mas alto como una exageración fantástica y ridicula, y a lo más bajo como la sabiduría y la auténtica seriedad; para impedir que nadie en la cristiandad tome a Lutero y al significado de la vida de Lutero en vano. De todo esto he deseado ser instrumento para prevenirlo.

Lo que necesitaba, entre otras cosas, era un sátiro con temor de Dios. Esto he representado, espe­cialmente con la ayuda de mis trabajos con seudónimo. Pero para que 110 hubiera ninguna posibilidad de confusión, para que ese sátiro no se confundiera con una cosa demasiado postrada para darse como sátiro: la profana rebeldía del Poder más profundamente sumido, fui yo, yo que me había presentado como ese sátiro divino, que me expuse a esa profana sátira de una rebeldía de esclavos. Así, pues, en primer lugar he anhelado ser honesto. Y luego, aunque se conserva en las preposiciones una parte de la verdad, todo se hace lo más benigno posible, viendo que sólo se habla de admisiones y concesiones, y realmente sólo de aquellas concesiones y admisiones que cada uno puede hacer por sí mismo ante Dios. Sin embargo, esta misma benignidad tal vez en otro sentido resulta vejatoria para algunos. Será mucho más fácil mandarlo todo a rodar, si el autor fuera un atolondrado que a cada momento exagerara tanto la acusación como los requerimientos. Y aunque éste no es el caso, alguien podría alegar que sí. Pero, con la ayuda de Dios, este esfuerzo fra­casará. Si yo fuera de hecho un carácter fuerte ético-religioso — ¡ay, soy poco más que un poe­ta! — y si, de consiguiente, me viera obligado y autorizado en virtud de la verdad, a hablar más austeramente, es plausible.suponer que, en lugar de hallar favor entre mis con temporáneos, hallaría oposición. Pero como no soy tan fuerte, sin duda

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lograré el favor de mis contemporáneos, no a causa de mi perfección, como un sentido de la verdad me obliga a admitir.

Con respecto al “ orden establecido , viendo que mi especial preocupación era “ lo individual , que era el tema de mi polémica contra lo numérico, la multitud, etcétera, siempre he hecho lo opuesto a atacar; nunca he estado en ni con la “ oposicion , que quiere derribar el “ gobierno” (XLVI), ni me he aliado con ella; pero he proporcionado lo que podría llamarse un “ correctivo” , cuya intención era: por el amor de Dios vamos a seguir siendo gobernados por aquellos que están designados y llamados para esta tarea, y que ellos sigan en el temor de Dios y sólo deseen el bien. Y, por tanto, he procurado estar fuera de la oposicion y del público y he encontrado de cuando en cuando ia desaprobación de algún que otro (tal vez no bien informado) funcionario de la burocracia. Hasta tanto la Iglesia establecida se entiende a si misma, en el mismo grado se entenderá también el ultimo libro, La enseñanza cristiana, como un intento para proporcionar un soporte ideal al estableci­miento. A lo primero yo no quise hablar direc­tamente**, como hago aquí, para, en ínteres de la verdad no perderme frente a una situación que, probable o improbable, era siempre una posibi­lidad (XLVII); para no evadir las dificultades y peligros que pudieran levantarse si la Iglesia oficial hubiera querido convertir mi comunicación en oposición, lo cual hubiera procurado senas dudas sobre el estado de la salud de la Iglesia oficial.

** Que el libro sea (excepto el Prefacio del editor, que se sostiene por sí m ismo) una defensa del orden establecido, no puede afirmarse directamente, ya que la forma de comunicación está doblemente reflejada; muy bien podría ser revés, o ser entendido así. Por tanto, yo solo digo directamente que un orden establecido que se entiende a siconsecuencia, entender el libro; toda comunicación doblemente reflejada hace igualmente posible una interpretación contrar , . juez se manifestará por su juicio.

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Gracias a Dios esto no ocurrió. Sin embargo, es posible que algún funcionario bien informado —para quien el hecho de que yo no tenga oposición oficial constituía ya en sí mismo un reproche— pudiera haber realizado la ridicula locura de salir en defensa y protección de la Iglesia oficial contra lo que en este momento es seguramente una segura defensa de la Iglesia oficial, en cuanto se entiende así a sí misma.

En 1848 los hilos de la telaraña de la sabiduría mundana se rompieron. ¡Se oyó la desentonada nota que anuncia el caos! “ Este fue el año 1848, partidario del progreso.” Sí. . . en el caso de que se consolidara un “ gobierno” . Por ello tal vez no hace falta ni un solo funcionario nuevo, ni la destitución de los antiguos, sino, acaso, una transformación interior que consolidara en el temor de Dios. La falta de arriba era claramente ésta, que a través del gobierno, tomado en su conjunto, de arriba a abajo, la fuerza descansaba sobre lo que era esencialmente astucia mundana, la cual, esencialmente, no es más que falta de fuerza. La falta de abajo era que deseaban librarse del gobierno, es decir, del castigo. Pero el castigo conviene al crimen, y el castigo ahora es que el deseo más agudamente sentido en estos tiempos es simplemente el deseo de gobierno. Nunca en nuestro siglo estuvo la raza y el individuo dentro de ella (el guiador y el guiado, el superior y el inferior, el maestro y el enseñado, etcétera), tan emancipados de toda contención (por llamarla así) debido a la idea de que hay algo que incondicionalmerfte se aguanta firme. Nunca la raza y el individuo dentro de ella ha descubierto tan profundamente que la raza misma y todo individuo dentro de ella necesita y anhela tener algo que incondicionalmente se sostenga firme. Nunca las “ opiniones” (las más heterogéneas bajo los más diversos campos) sé han sentido, bajo la “ libertad, igualdad y fraternidad” , tan libres, tan

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sueltas, tan afortunadas con ia regla de ve adonde quieras expresada en la frase “ hasta un cierto punto” . Nunca la raza y el individuo dentro de ella descubrirán tan profundamente que ella y todo individuo en ella necesita y anhela tener algo que se mantenga incondicionalmente por si mis­mo, anhela lo que la amante Divinidad descubrió en el amor, lo incondicional; en lugar de la cual, el hombre, el cual siente admiración por si mismo, ha puesto esta admirada máxima, “ hasta un cierto punto” . Pedid al navegante que navegue sin lastre: zozobrará. Dejad que la raza, dejad que cada individuo, hagan el experimento de prescindir de lo incondicional: es un torbellino y seguirá siéndolo. Mientras tanto, durante un periodo mas o menos largo, puede parecer lo contrario, puede semejar la seguridad y la estabilidad. enfondo es y seguirá siendo un torbellino. Hasta los mayores acontecimientos y las vidas mas labo­riosas son torbellinos, o son como coser sin hacer un nudo en el hilo, hasta que el extremo de nuevo se tiene, por el hecho de que lo incondicional ha vuelto a aparecer, o que el individuo, por muy remotamente que sea, vuelve a relacionarse con lo incondicional. Vivir en lo incondicional, respi­rando solamente lo incondicional, es imposible para el hombre; perece, como el pez, obligado a vivir en el aire. Pero, por otra parte, sin relacionar­se con lo incondicional, el hombre no puede dedi­que “ vive en el sentido más profundo” . Abandona su espíritu, es decir, tal vez siga viviendo, pero sin espíritu. Para no apartarme de mi tema, lo religioso, digo que la raza, o un considerable número de individuos dentro de 1a raza, han rebasado el concepto infantil de que otra peisona puede representar lo incondicional para ellos y en su plural. Muy bien; pero, a pesar de ello, lo incondicional no deja de ser necesario. Al con­trario, es más necesario cuanto más supera el individuo a la dependencia infantil de otios hombres. De ahí que “ el individuo debe íela-

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cionarse con lo incondicional. Esto es lo que yo, en proporción a los talentos que me fueron entregados, con el mayor gasto de esfuerzo y con muchos sacrificios, he estado luchando, luchando contra toda tiranía, incluyendo la del número. Este esfuerzo mío ha sido interpretado como odio, como arrogancia y orgullo monstruosos; yo creo y sigo creyendo que esto es cristianismo y amoral prójimo.

I N D I C E

PROLOGOpor José A n to n io M iguez ................................. Pág. 7

C ronología de Kierkegaard .............................. 23MI PUN TO DE V ISTA .......................................................... 25

In trod ucción ............................................................. 27Primera Parte.

A . La am bigüedad o duplicidad en la p rofe­sión de escritor: D e si el autor es un autor estético o religioso . .......................................... 33

B. La exp licac ión de que el autor es y ha sidoun autor r e l ig io s o ..................................................... 37

Segunda Parte.Toda la obra del autor interpretada desde el punto de vista de que el autor es un autorreligioso .............................................................................. 45

C apítulo I.A. Las obras estéticas. Por qué el principio de

las obras fue esté tico , o lo que eso significa, en tend ido en relación con el to ta l ................. 451. La cristiandad es una prodigiosa ilu sión 452. Si el a u tén tico éx ito es lograr el esfuer­

zo de llevar a un hom bre a una definida p o sic ió n , ante to d o , es preciso fatigarse para encontrarla don de está y em p e­zar a h í ................................................................... 50

3. La ilu sión que la relig ión y el cristianis­m o son cosas a las que se recurre cuan­do se envejece .................................................. 53

4 . Que aunque un hom bre no quiera seguir hasta donde uno se esfuerza por con d u ­cirle, es posib le aún hacer algo por él: obligarle a darse cuenta ............................... 57

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5. El con ju nto de la obra estética , co n sid e­rada en relación co n el tota l de la obra, es un engaño; en ten d ien d o , sin em bargo, esta palabra en un sen tid o especial 61

B. El Poslscriptum . ....................................... .. 63C. La obra religiosa ..................................................... 64

CO NC LU SIO N ...................................................................... 64C apítu lo II.

La diferencia de mi m od o personal de ex is ten ­cia corresponde a la diferencia esencial de m is obras ........................................................................... 67A . El m od o personal de ex isten cia en relación

con las obras estéticas .......................................... 68B. fil m odo personal de ex isten cia en relación

con las obras religiosas .............................. .. . . 75C apitu lo III.

La parte que la divina providencia tuvo en miprofesión de autor ........................................................ 85

E p i lo g o ...................................................................................... 111C onclusión .............................................................................. 117

OTROS T R A B A JO S ............................................................. 121ESE IN D IV ID U O . DOS N O TA S SO BRE MI L A ­BOR COMO ESCRITOR .............................................................. 123

Prefacio .......1231. Sobre la dedicatoria a “ese in d iv id u o” . . 1262. Unas palabras sobre la relación de mi

actividad literaria con “el in d iv id u o ” . . 136Con relación a las “ D os n o ta s” . Posts-

criptum ..................................................................... .......150SO BRE MI LA BO R COMO E S C R IT O R ....153

Justificación .......153MI POSICION COMO ESCRITO R RELIGIO SOD ENTRO DE LA C R IST IA N D A D Y MI TACTICA 163

I. Mi p o sic ió n .................................................163II. Mi táctica ....................................................164

BIBLIOTECA DE INICIACION FILOSOFICA

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N U M ER O S P U BLIC AD O S

Santo Tom ás: El ente y la esencia.Spinoza: La re form a del en tend im ien to . Descartes: Discurso del m étodo.Séneca: De ¡a breve­dad de la vida.Karst: Prolegómenos. James: Pragmatismo. Santo Tom ás: De los p rin c ip ios de la natu­raleza.Ta ine: In tro d u cc ió n a la h is to ria de la lite ra ­tu ra inglesa.Platón: Alcibíades. Eckehart: El lib ro del consuelo d iv ino . Ravaisson; El h á b ito . ' Baum garten: R efle ­x io n e s f i lo s ó f ic a s acerca de la poesía. Schleiarmacher: M o­nólogos.Boecio: La consola­c ión de la filo so fía .San Agustín: De la v ida fe liz .Le ibn iz : D iscurso de m etafísica.Duns Se o to : T ra tado del p rim e r p r in c ip io . Balmes: De las ideas. S tuart M ili: El u t i l i ta ­rismo.Vives: In tro d u cc ió n a la sabiduría.Suárez: De las p rop ie ­dades del ente en ge-

1. D 'Alem bert: Discurso 16.p re lim ina r de la enci­

17.clopedia.2. Platón: Fedro, o de la

18.belleza.3. San Anselmo: Proslo-

19.gión.5 bis Cyrano de Bergerac:

20.El o tro m undo 1. Losestados e im perios de 21.la luna. 22.

6. San Buenaventura: i t i ­nerario de la m ente a

23.Dios.7. Berkeley: Tres d iá lo ­

gos entre H ilas y Fi-24.lonus.

8 bis Kant: El poder de las 25.facu ltades afectivas.

26.9. Anónimo: Bhagavad-G ita o can to del bien­ 27.aventurado. .

10 bis Cyrano de Bergerac:28.El o tro m undo I I . Los

estados e im perios del29.sol.

11 bis Huma: Investigación30.sobre los p rin c ip ios de

la m oral.31.12. Platón: El banquete.

13. Schelling: La re lación32.de las artes figurativas

con la naturaleza.33.14 bis Schopenhauer: A fo ­

rismos sobre la sabi­ 34.du ría de la vida.

35.15. Rosmini: Breve esque-ma de los sistemas de

36filo so fía m oderna yde m i p ro p io sistema.

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neral y de sus p r in ­cipios.

3 7 . Dewey: La recons­tru cc ió n de la f i lo ­sofía.

38. Plotino: Eneada p r i­mera.

39. Kant: Por qué no es in ú til una nueva c r í t i ­ca de la razón pura.

40. Cousin: De lo verda­dero.

41. Maine de Biran: A u to ­b iog ra fía y o tros es­critos.

42. Hegel: In trodu cc ión a la h is to ria de la f i lo ­sofía.

43. Hume: Del conoci­m ien to .

44. Locke: Ensayo sobre el en tend im ien to hu­mano.

45 bis Peirce: D educción, in ­ducción e hipótesis.

46. Condiliac: Lógica y ex trac to razonado del tra tado de las sensa­ciones.

47-50. Vico: Ciencia nueva. 4 vols.

51. Pascal: Opúsculos.52. Spinoza: Etica.53. De Cusa: La docta

ignorancia.5 4 . Leibniz: M onadología.

55. Platón: Fedón.56. James: S ign ificado de

la verdad.57. Berkeley: Princip ios

del conoc im ien to hu­mano.

58. Occam: Princip ios de la teología.

59. Kierkegaard: M i pu n ­to de vista.

60. Descartes: M ed itac io ­nes metafísicas.

61. Heráclito: E xposic ión y fragmentos.

62. Pascal: PensamientosI.

63. Pascal: PensamientosII.64. Platón: Teeteto o de la ciencra.65 biis Cicerón: Sobre la na­turaleza de los dioses.

66. Lulio: L ib ro del am i­go y del amado.67. Tagore: La re lig ión del hombre.

68. Platón: C ritón .

69. Saint Simón: Catecis­m o p o lí t ic o ds los in ­dustriales.70. Bacon: Ensayos.

71. K ant: C im entación para la m etafís ica de las costumbres.72. Kierkegaard: Diapsál- mata.

73. Aristóteles: Gran é- tica.74. Platón: Gorgias.75. Filón: T o do hom bre bueno es libre.

76. Aristóteles: A rgum en­tos sofísticos.

77. Anaxágoras: Fragmen­tos.

78. Aristóteles: Cateqo- rías.79. Aristóteles: Del senti­do y lo sensible y de la m em oria y el re­cuerdo.

80. Rousseau: Discurso sobre las ciencias y las artes.81. Parménides - Zenón Maliso (Escuela de E- lea) Fragmentos.

82 bis Leibniz: Nuevo tra ta ­do sobre el en tend i­m ien to hum ano. T o ­m o I .

83. Platón: C ritias o la A- tlán tida .84. Platón: T im eo.

85.86 .

87.88 .

89.

90.

91.92.93.

9 4 .

9 5 .

96.97.98.99.

100.

101 .

102 .

Leibniz: Nuevo siste­ma de la naturaleza. Descartes: Las pasio­nes del alma.Platón: E u tifró n o de la piedad.Platón: Parménides. Jenófanes de Colofón:Fragm entos y testi­monios.Empédocles: Sobre la n a tu ra le z a de los seres. Las p u rifica ­ciones.Leucipo y Demócrito:Fragmentos.Plotino: Enéada se­gunda.Berkeley: Ensayo de una nueva teo ría de la vis iónSchopenhauer: Losdos problem as funda­mentales de la ética.I-Sobre el lib re al- berdío .Schopenhauer: Losdos problem as funda­mentales de la éticaII-E I fundam ento de la m oral.Plotino: Eneada te r­cera.Proclo: Elem entos de teo logía .Protágoras: Fragmen­tos y testim onios.De Cusa: De D ios es­cond ido . De la bús- aueda de Dios.Pródico e Hippias: Fragm entos y testi­m onios.Trasimaco, Licofrón y Jeníades: Fragm entos y testim onios.Gorgias: Fragm entos y testim onios.

10 3 . Hermes Trismegisto:Tres tratados.

104. Leibniz: La profesión de fe del filó so fo .

105. Descartes: Reglas para la d ire cc ió n de la mente.

106. Plotino: Enéada IV .107. Eunapio: Vidas de f i ­

lósofos y sofistas.108. Critias: Fragm entos y

testim onios.

109. Schopenhauer: Frag­m entos sobre la h is to ­ria de la filo so fía .

110 bis Leibniz: Nuevo tra ta ­do sobre el en tend i­m ien to hum ano: T o ­m o 11.

111 bis Leibniz: Nuevo tra ta ­do sobre el en tend i­m ien to hum ano: To­mo I I I .

112. Plotino: Enéada V113. Plotino: Eneada V I.114. Schopenhauer: Sobre

la cuádrup le raíz del p r in c ip io de razón su­fic ien te .

115. Kierkegaard: Los esta­d io s eróticos inme­diatos.

116. Abelardo: Etica.117. Peirce: M i alegato en

fa v o r d e l pragm a­t is m o .

118. Leibniz: Nuevo tra ta ­do sobre el en tend i­m ien to hum ano. T o ­m o IV .

119. Longino: De lo su­blim e . '

120. Stuart M ili: Auguste Com te y el p o s it i­vismo.

121. Giordano Bruno: So­bre el in f in ito un ive r­so y los m undos.

Page 89: KIERKEGAARD MI PUNTO DE VISTA · PDF filePartimos ya de un hecho cierto. Sóren Kierke ­ gaard ... Alternativa, el Diario del seductor, los Estadios en el camino de la vida, reflejan

SE TERM IN Ó DE IM PR IM IR EN OFFSET EL DÍA SEIS DE NOVIEMBRE DEL AÑO M IL NOVECIENTOS SETENTA Y DOS EN LOS TALLERES GRAFICOS DE LA C O M ­PAÑ ÍA IM PRESORA ARGENTINA, S. A ., CALLE ALSINA 2049 - BUENOS AIRES.