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Koolau, el leproso
Koolau the Leper
Jack London ()
Nos quitan la libertad porqueestamos enfermos. Hemosrespeta-do la ley. No hemos
hecho nada malo. Y, sinembargo, quieren encarcelarnos.
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Molokai es una prisin. Lo sabis.Ah tenis a Niuli, cuya hermanafue enviada a Molokai hace sieteaos. No la ha visto desde
entonces y nunca volver a verla.All estar hasta que muera. No
por su voluntad, ni por la de Niuli,sino por la de los hombres
blancos que go-biernan la tierra.Y, quines son esos hombresblancos?
Lo sabemos por nuestros padres
y los padres de nuestros padres.Llegaron como cor-deros,
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hablando con dulzura. Slopodan tener buenas palabrasporque nosotros ramos muchosy fuertes, y todas las islas eran
nuestras. Como digo, tenanbuenas palabras. Eran de dos
tipos. Unos nos pidieron permiso,nuestro gracioso permiso, para
predicar la palabra de Dios. Otrosnos solicitaron autorizacin,nuestra graciosa autorizacin,para comerciar con nosotros. Asempez. Hoy, todas las islas,
todas las tierras, todos losrebaos, son suyos. Los que
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predicaban la palabra de Dios ylos que predicaban la palabra delron se han unido y convertido engrandes jefes. Viven como re-yes
en casas con muchashabitaciones y multitud de criados
a su servicio. Quienes nadatenan lo tienen todo; y, si
vosotros, o yo, o cualquiercanaco tiene hambre, arru-gan elceo y dicen: Bien, por qu no
trabajas? Ah estn lasplantaciones.
Koolau hizo un alto. Alz una
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mano y con dedos nudosos ydeformes levant la guirnalda dehibiscos que coronaba su negropelo. La luz de la luna baaba de
plata la esce-na. Era una nochede paz, aunque los que
escuchndole se sentaban a sualrededor, parecan restos de un
naufragio. Sus facies eranleoninas. Aqu, donde antes hubouna nariz, ahora vease un
agujero; y all, en el lugar de unamano haba un mun. Eran trein-
ta en total, hombres y mujeres,marginados porque llevaban el
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estigma de la bestia.
Sentados en una noche luminosay perfumada, adornados con
guirnaldas de flores, sus labiosemitan sonidos guturales y sus
roncas gargantas aprobaban laspalabras de Koolau. Erancriaturas que una vez fueronhombres y mujeres, pero que yano lo eran.
Relato publicado en diciembre de
1909 en The Pacific Monthly.Traduccin de Amparo Prez-
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Gutirrez.
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Eran monstruos, grotescascaricaturas del cuerpo y rostro de
un ser humano. Espan-tosamentemutilados y deformes, parecan
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criaturas torturadas por mileniosde infier-no. Si tenan manos,semejaban garras de arpas. Suscaras eran absurdas equivoca-
ciones, rasgos golpeados yaplastados por un dios loco a
cargo de la maquinaria de la vida.Aqu y all podan adivinarse
rasgos que ese dios casi hababorrado, y una mujer vertalgrimas ardientes por los
horribles hoyos que ayerocuparon sus ojos. Algunos
sufran dolores y de su pechosalan ruidos roncos. Otros tosan
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con una crepitacin querecordaba el rasgado de una tela.Dos eran idiotas, como simiosgrandes desfigu-rados desde su
concepcin y hasta un monohubiera parecido un ngel a su
lado.
Gesticulaban y farfullaban a la luzde la luna, bajo coronas de floresdoradas que ya empezaban a
marchitarse. Uno de ellos, cuyohinchado lbulo caa como un
abanico sobre su hombro,arranc una hermosa flor
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escarlata y naranja y se adorn laenorme oreja que aleteaba concada movimiento.
Koolau reinaba sobre esos seres.Y ste era su reino: un
desfiladero ahto de flores,sembrado de peas y riscos, delque salan balidos de cabrassalvajes. Tres de sus caras eranlgubres paredes festoneadas de
ricas cortinas de vegetacintropical y hora-dadas por las
entradas a las cuevas queconstituan las rocosas guaridas
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de los sbdi-tos de Koolau. En suotra cara, el terreno se abra a unprofundo abismo y all abajo sevean los salientes de los picos y
peascos en cuya base tronabany espumeaban las olas del
Pacfico. Con buen tiempo unbarco poda alcanzar la rocosa
playa que indicaba la entrada alValle de Kalalau, pero slo si eltiempo era muy bueno. Y un
montae-ro experto poda trepardesde la playa hasta el fondo del
valle, hasta la hondonada entrelos picos donde reinaba Koolau;
d b l b
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pero debera tener la cabeza muyfra y conocer muy bien loscaminos de las cabras salvajes.Era sorprendente que los
desechos humanos que formabanla gente de Koolau hubieran
podido arrastrar sus indefensasmiserias por caminos de vrtigohasta este lugar inaccesible.
Hermanos... empez Koolau.
Pero una de aquellasquejumbrosas parodias si-
miescas emiti una salvaje risa delocura, y Koolau esper hasta
l id j d
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que la estridente carcajada y sueco se hubieron perdido a lo lejosen la calmada noche.
Hermanos, no es extrao?Las tierras eran nuestras y he
aqu que no nos perte-necen. Losque predicaban la palabra de Diosy la palabra del ron, qu nosdieron por ellas? Cualquiera devosotros ha recibido un dlar, un
solo dlar, por la tierra? Sinembargo, es suya; y a cambio nos
dicen que podemos ir a trabajar latierra, su tierra, y que ser suyo
l d t
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lo que produzcamos con nuestroesfuerzo. Mas, en los viejostiempos no te-namos quetrabajar. Y, cuando estamos
enfermos, nos quitan la libertad.
Quin trajo la enfermedad?,Koolau pregunt Kiloliana, unhombre flaco y ner-vudo de faztan parecida a la de un faunorindose que esperarase ver
unas pezuas hendidas bajo l.Y, ciertamente, estaban hendidas
pero por grandes y lvidas lcerasputrefactas. ste era Kiloliana, el
t d d d t d
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trepador ms osado de todosellos; el hombre que conoca cadasendero y haba llevado a Koolauy sus miserables seguidores
hasta los recovecos de Kalalau.
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Koolau, el leproso
A ! B t
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Ay! Buena pregunta contest Koolau. Como noqueramos trabajar los campos decaa de azcar donde un da
pastaron nuestros caballos,trajeron esclavos chinos de
allende el mar. Y con ellos vino laenfermedad china que sufrimos y
por la que nos en-carcelan enMolokai. Nacimos en Kauai.Hemos ido a otras islas, aqu y
all, a Oahu, Maui, Hawai,Honolulu. Pero siempre volvimos
a Kauai. Por qu? Debe haberalguna razn. Porque amamos
Kauai Aqu nacimos Aqu hemos
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Kauai. Aqu nacimos. Aqu hemosvivido. Y aqu moriremos, salvo...salvo que entre nosotros hayacorazones dbiles. A sos no los
queremos. Molokai es para ellos.Y si es as, no deben seguir entre
nosotros. Maanadesembarcarn los soldados.Dejemos que los dbiles decorazn bajen hacia ellos. Sernenviados a Molokai. Nosotros nos
quedaremos y lucharemos. Perosabed que no vamos a morir. Te-
nemos fusiles. Conocis losestrechos senderos por los que
deben trepar de uno en uno
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deben trepar de uno en uno.
Yo solo, Koolau, que una vez fuivaquero en Niihau, puedo
defender el camino frente a milhombres. Aqu est Kapahei, ayer
juez sobre los hombres y unhombre de honor, pero que ahoraes una rata acosada, comovosotros y como yo.Escuchmosle. Es sabio.
Kapahei se levant. Una vez
haba sido juez. Haba ido alinstituto en Punahou. Se haba
sentado a la mesa con caballeros
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sentado a la mesa con caballeros,jefes y altos representantes delas potencias ex-tranjeras queprotegan los intereses de
comerciantes y misioneros. sehaba sido Kapahei. Pero ahora,
como haba dicho Koolau, era unarata acosada; un ser fuera de laley, tan hundido en el fango delhorror humano que a la vezestaba por encima y debajo de
ella. Su rostro careca de rasgos,excepto unos orificios y los ojos
sin prpados que ardan bajounas cejas peladas.
No busquemos el
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No busquemos elenfrentamiento empez. Leshemos pedido que nos dejen enpaz. Si no lo hacen, suyos sern
la culpa y el castigo. Como veis,no tengo dedos levant los
muones de sus manos para quetodos pudieran verlos. Peroan me queda un vestigio depulgar que puede apretar el gatillocon la misma fuerza con que ayer
lo haca su desaparecido vecino.Amamos Kauai. Vivamos o
muramos aqu, pero no va-yamosnunca a la crcel de Molokai. La
enfermedad no es nuestra No
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enfermedad no es nuestra. Nohemos pecado.
Los que predicaban la palabra de
Dios y los que predicaban lapalabra del ron, la trajeron con los
esclavos coolies que trabajan lastierras robadas. He sido juez.Conozco la ley y la justicia y osdigo que es injusto robarle latierra a un hombre, hacerle enfer-
mar con el mal chino y meterle enprisin el resto de su vida.
La vida es corta, y los das
estn llenos de dolor dijo
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estn llenos de dolor dijoKoolau. Bebamos, baile-mos yseamos cuan felices podamos.
De unos huecos en la rocasacaron calabazas y las hicieron
correr entre todos. Estaban llenasdel ardiente destilado de la raz dela planta del ti; y, a medida que elfuego lquido circulaba por ellos yalcanzaba su cerebro, olvidaban
que haban dejado de serhombres y mujeres, porque
volvan a serlo otra vez. La mujerque lloraba lgrimas ardientes por
los hoyos abiertos en el lugar de
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los hoyos abiertos en el lugar desus ojos, volva a vibrar llena devida y rasgaba las cuerdas de unukulele y elevaba su voz en una
brbara llamada de amor, como laque debi brotar de las
profundidades del bosque en elalba de la humanidad.
El aire se estremeca con su llantodulcemente imperioso y seductor.
Kiloliana bailaba 250
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sobre una estera al ritmo de lacancin de la mujer. Erainconfundible. El amor bailaba entodos sus movimientos y
enseguida le acompa en sudanza sobre la estera una mujer
de anchas caderas y pechosgenerosos, negados por su cara
corrompida por la enfermedad.Era la danza de la muerte en vida
porque en sus cuerpos en desin-
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porque en sus cuerpos en desintegracin la vida an amaba yanhelaba. La mujer cuyos ojosciegos lloraban lgrimas
hirvientes prosigui cantando sulamento de amor; los bailarines
continuaron su danza en la nochetemplada, y las calabazascircularon hasta que a suscerebros llegaron los gusanos dela memoria y el deseo. Y a la
mujer que bailaba sobre la esterase uni una esbelta doncella de
bello y virginal rostro, pero cuyossarmentosos brazos al subir y
bajar mostraban los estragos de
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bajar mostraban los estragos dela enfermedad. Y los dos idiotas,
farfullando y arti-culandoextraos sonidos, bailaban
aparte; grotescos, fantsticos,parodiando el amor como ellos
haban sido caricaturizados por lavida.
Pero el lamento de amor de lamujer se quebr a mitad de
camino, las calabazas ba-jaron ylos bailarines pararon; todos
miraron al abismo sobre el mar,donde una ben-gala llameaba
como un plido fantasma a travs
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co o u p do a tas a a t a sdel aire iluminado por la luna.
Son los soldados dijo Koolau
. Maana habr lucha.Debemos dormir y prepa-rarnos.
Los leprosos obedecieron ygatearon hacia sus guaridas
sobre el acantilado, hasta queKoolau qued solo, sentado
inmvil a la luz de la luna, con sufusil cruzado sobre las rodillas,
mirando hacia abajo a los barcosque a lo lejos llegaban a la playa.
El fondo del Valle de Koolau era
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El fondo del Valle de Koolau eraun refugio bien elegido. SalvoKiloliana, que conoca hasta lasms estrechas sendas en las
escarpadas laderas, ningnhombre poda ac-ceder al valle si
no era avanzando por una crestaque era como el filo de uncuchillo. El paso meda unas cienyardas de largo y doce pulgadasde ancho como mximo. A cada
lado se abra el abismo. Unmnimo desliz y el que pretendiera
cruzarlo caera a derecha o aizquierda hacia la muerte. Pero
una vez pasado estara en un
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pparaso terrenal. Un mar de
vegetacin baaba el paisaje,derramando sus verdes olas de
un extremo a otro del valle,goteando grandes masas de
vides desde los bordes de losacantilados, y enviando a lasmltiples grietas una lluvia dehelechos y lquenes. En losmuchos meses del reinado de
Koolau, l y los suyos habanluchado contra este mar vegetal.
La as-fixiante selva con suprofusin de flores haba sido
mantenida alejada de los
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jbananos, naranjos y mangos
silvestres. En pequeos claroscreca la mandioca silvestre; en
las terrazas de piedra, rellenascon tierra, haba sembrados de
taro y melones; y en los espaciosabiertos, all donde penetraba laluz del sol, los rboles de papayaestaban car-gados de su doradafruta.
Koolau haba sido empujado a
este refugio desde el valleprximo a la playa. Y si te-na que
abandonarlo an conoca
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gargantas entre el sinfn de picos
del refugio interior donde podallevar a sus seguidores y vivir. Y
ahora yaca con su fusil al lado,vigilando a travs de una cortina
de follaje a los soldados en laplaya. Observ que tenangrandes caones en cuyasuperficie se reflejaba el sol comoen un espejo. Ante l se hallaba el
paso, estrecho como el filo deuna navaja. Poda ver hombres
que como puntos ne-Ars Medica.Revista de Humanidades 2008;
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gros trepaban por el sendero quellevaba hasta l. Saba que noeran soldados, sino policas.Cuando ellos fracasaran entraranen juego los soldados.
Con su retorcida mano acarici
con mimo el can del fusil y
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comprob que los puntos de mira
estaban limpios. Haba aprendidoa disparar cuando cazaba ganado
salvaje en Niihau y su habilidadcomo tirador no haba sido
olvidada en la isla. A medida quelos puntos negros seaproximaban, calcul la distancia,la desviacin produ-cida por elviento que soplaba en ngulo
recto sobre la lnea de fuego, yvalor la posi-bilidad de disparar
por encima de las manchas quese hallaban por debajo de su
nivel.
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Pero no dispar. No dara aconocer su presencia hasta que
alcanzaran el comienzo del paso.No se mostr, sino que habl atravs de la espesura.
Qu queris? pregunt.
Queremos a Koolau, el leproso
contest el hombre que dirigaa los policas nati-vos, unamericano de ojos azules.
Dad la vuelta dijo Koolau.
Conoca a aquel hombre, el
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comisario local, porque era quien
le haba echado de Niihau, atravs de Kauai, hasta el Valle de
Kalalau y desde el valle hasta eldesfiladero.
Quin eres? pregunt elcomisario.
Soy Koolau, el leproso fue la
contestacin.
Entonces, sal. Venimos a por ti.Hay mil dlares por tu cabeza,
vivo o muerto. No puedes
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escapar.
Koolau solt una carcajada desde
la espesura.Sal! orden el comisario;pero slo le contest el silencio.
Habl con los policas ycomprendi que se preparaban
para atacarle.Koolau grit el sheriff. Voy
a cruzar para atraparte.
Entonces mira antes a tu
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alrededor, el mar, el sol y el cielo,
porque ser la ltima vez que loscontemples.
Est bien, Koolau dijo el
sheriff en tono tranquilizador.S que posees un disparo mortal.Pero no quieres dispararme.
Nunca te he causado ningn mal.
Koolau gru en el matorral.
Te digo, y lo sabes, que nuncate hice nada malo, no es cierto?
insisti.
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Me haces mal cuando intentasencarcelarme fue la respuesta
. Y eres injusto conmigocuando pretendes los mil dlaresque ofrecen por mi cabeza. Siquieres vivir, qudate dondeests.
Tengo que cruzar el paso y
detenerte. Lo siento, pero es mideber.
Antes de cruzarlo morirs.
El sheriff no era un cobarde. Perod d b Mi b j l lf d l
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dudaba. Mir abajo, al golfo del
otro lado y recorri con la miradael filo que deba atravesar.
Entonces se decidi.
Koolau! llam.
Pero la espesura sigui en
silencio.
Koolau, no dispares. Voy haciaah.
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Se dio la vuelta; orden algo a los
policas e inici su peligrosocamino. Avanzaba despacio. Era
como andar en la cuerda floja;slo poda apoyarse en el aire; elsuelo de lava se desmigajababajo sus pies y los pedazos de
roca caan al abismo a cada lado.El sol arda sobre s cabe a s
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El sol arda sobre su cabeza y su
rostro estaba hmedo por elsudor. Sigui avanzando hasta un
punto a la mitad del paso.
Alto! orden Koolau desdelos matorrales. Un paso ms ydisparo.
El comisario se tambale hasta
que qued inmvil sobre el vaco.Estaba plido, pero en sus ojoshaba decisin. Se humedeci lossecos labios antes de hablar.
Koolau, no deseas dispararme.S q e no q ieres hacerlo
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S que no quieres hacerlo.
Reinici la marcha. La bala le hizo
darse la vuelta. En su rostro habauna expre-sin de quejumbrosasorpresa mientras se balanceabaantes de caer. Intent salvar-selanzndose a travs del paso,
pero en ese instante conoci lamuerte. Un momento despus el
sendero estaba vaco. Entoncesempez el ataque; cinco policas,
uno tras otro, corrieron conesplndido equilibrio por el afilado
paso. A la vez, el resto abrifuego sobre la espesura Fue la
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fuego sobre la espesura. Fue la
locura. Cinco veces apretKoolau el gatillo, tan deprisa que
sus disparos parecieron uno solo.Variando su posicin y
arrastrndose bajo las balas quemordan y silbaban a travs de losmatorrales, se asom.
Cuatro de los policas haban
seguido al sheriff. El quinto, cadoatravesado en el paso, an viva.
El resto de policas segua al otrolado, sin disparar. All, sobre la
roca desnuda, no tenan ningunaesperanza Antes de que
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esperanza. Antes de que
hubieran podido descender,Koolau habra podido acabar, uno
a uno, con todos. Pero no dispary uno de los policas, tras
conferenciar, sac una camisetablanca y la onde como unabandera. Seguido por otro avanzpor el filo hasta el compaeroherido. Koolau no dio seales de
vida, pero les vio alejarselentamente hasta convertirse en
puntitos a medida quedescendan hacia el valle.
Dos horas despus, tras otromatorral Koolau observ cmo
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matorral, Koolau, observ cmo
otro grupo de policas intentabaascender por el lado opuesto del
valle. Vio cmo las cabrassalvajes huan de-lante de ellos a
medida que iban subiendo; dudde su cordura y llam a Kiloliana,que, trepando, lleg junto a l.
No. No hay paso dijo
Kiloliana.
Y las cabras? preguntKoolau.
Vienen desde el valle de allado pero no pueden pasar a
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lado, pero no pueden pasar a
ste. No hay camino.
Ellos no son ms sabios que lascabras. Pueden caer hacia sumuerte. Vemoslos.
Son hombres valientes dijo
Koolau. Observmoslos.
Codo con codo permanecierontendidos en el suelo, entre lascampanillas y una lluvia de floresamarillas de hau cayendo sobre
sus cabezas. Vean los puntosque eran hombres trepando
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que eran hombres trepando
ladera arriba, hasta que pas loque tena que pasar y tres de
ellos, resbalando, rodando,deslizndose por el borde del
barranco, se despearon desdemil pies.
Kiloliana ri en silencio. Ya novolvern a molestarnos dijo.
Tienen caones respondiKoolau. An no han hablado lossoldados.
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Koolau, el leproso
En la somnolienta tarde, lamayora de los leprosos dormaen sus guaridas en la roca.Koolau dormitaba a la entrada de
la suya con el fusil, limpio y listosobre las rodillas. La muchacha
de brazos retorcidos vigilabaabajo entre los matorrales el
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abajo, entre los matorrales, el
afilado paso. De repente, Koolause sobresalt por el ruido de una
explosin en la playa.
Un instante despus unestruendo desgarrincreblemente la atmsfera. El
terrible ruido le asust. Era comosi todos los dioses hubieran
tomado la bveda celestial en susmanos y la estuvieran
desgarrando como una mujerrasga una sbana de algodn.
Pero era un desgarrar inmenso,que se acrecentaba con rapidez.
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que se acrecentaba con rapidez.
Koolau, levant la mirada conaprensin, como si temiera ver
las consecuencias. Entonces, conuna columna de humo negro, la
granada estall en el pico quehaba sobre sus cabezas. La rocase hizo aicos y los pedazoscayeron hacia la base delprecipicio.
Koolau se pas la mano por su
frente sudorosa. Estaba muyalterado. No haba visto un
bombardeo y ste era msterrible de lo que hubiera podido
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terrible de lo que hubiera podido
imaginar.
Una dijo Kapahei, dedicadoenseguida a llevar la cuenta.
Una segunda y una tercerapasaron rugiendo sobre la
muralla, estallando lejos de suvista. Kapahei llevaba la cuenta
ordenadamente. Los leprosos seapiaron en el claro que habaante las cuevas. Al principioestaban aterrados, pero, como
las granadas seguan volandosobres sus cabezas, se calmaron
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sobres sus cabezas, se calmaron
y empezaron a admirar elespect-
culo. Los dos tontos chillaban deplacer y hacan payasadas concada una que cruza-ba sobreellos torturando el aire. Koolau
empez a recobrar la confianza.No les estaban haciendo dao.
Evidentemente, desde tan largadistancia los proyectiles no
podan lan-zarse con la precisinde un fusil.
Pero la situacin cambi. Losobuses empezaron a caer cortos.
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obuses empezaron a caer cortos.
Uno estall bajo los matorralescercanos al paso. Koolau record
a la muchacha que se hallaba allvigilando, y baj deprisa para ver
qu haba sucedido. El humotodava sala de los arbustoscuando l se arrastraba entreellos. Qued atnito. Las ramasestaban rotas y astilla-das. Donde
haba estado la muchacha habaun agujero en el suelo. Estaba
despeda-zada. El obs habaexplotado justo sobre ella.
Tras asomarse para comprobarque los soldados no intentaban
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q
cruzar, Koolau ech a correrhacia las cuevas. Sin pausa, los
proyectiles continuaban silbando,aullando, chi-llando, y el valle
retumbaba y reverberaba con lasexplosiones. Cuando estabacerca de las cuevas vio a losidiotas brincando, cogindose lasmanos con los muones de los
dedos. An corra cuando unacolumna de humo negro brot del
suelo, cerca de ellos. Laexplosin los lanz en sentidos
opuestos. Uno qued inmvil,pero el otro se arrastraba con las
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p
manos hacia la cueva. Tras s,tiraba de sus piernas intiles
mientras la sangre brotaba de sucuerpo. Baado en sangre, al
reptar gema como un perri-llo.Los dems, salvo Kapahei,haban huido hacia las cuevas.
Diecisiete dijo Kapahei.
Dieciocho aadi.
La ltima granada habapenetrado en una de las cuevas.
Con la explosin se vacia-rontodas. Pero de aqulla no sali
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q
nadie. Koolau se adentr en ellaarrastrndose a travs del acre y
picante humo. Terriblementemutilados, cuatro cuerpos yacan
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terior. Uno era el de la mujerciega cuyas lgrimas no haban
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cesado hasta ese momento.
Fuera, Koolau hall a su gentepresa del pnico y empezando atrepar por el sendero de cabrasque llevaba al exterior de lagarganta y al revoltijo de crestas
y simas. El idiota herido intentabaseguirlos gimiendo dbilmente y
reptando con la ayuda de susmanos. Pero al llegar a la primera
cuesta le pudo la impotencia ycay hacia atrs.
Sera mejor matarle dijoKoolau a Kapahei, que
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permaneca sentado en el mismositio.
Veintids contest Kapahei.S; sera lo mejor. VeintitrsVeinticuatro.
El idiota solt un quejido agudo alver el fusil apuntndole. Koolau
dud y baj el arma.Es duro hacerlo dijo.
Eres un tonto; veintisis,
veintisiete dijo Kapahei. Djame ensearte.
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Se levant y con una pesada
piedra en la mano se acerc alherido. Cuando levanta-ba elbrazo para golpear, una granadaexplot de lleno sobre l,evitndole la necesi-dad de
hacerlo y, a la vez, dando fin a sucmputo.
Koolau estaba solo en lagarganta. Vio a los ltimos de lossuyos arrastrar sus mutilados
cuerpos sobre la cresta de un altoy desaparecer. Entonces dio la
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vuelta y baj hasta los matorralesdonde haban matado a la mujer.
El bombardeo continuaba, perose qued all; all abajo, a lo lejos,
poda ver trepar a los soldados.Una granada estall a veintepasos de donde estaba. Pegado
a la tierra oy volar fragmentospor encima de su cuerpo. Una
lluvia de flores de hau cay sobrel. Levant la cabeza para mirar
hacia el paso y suspir. Tenamucho miedo. Las balas no le
asustaban, pero este bombardeoera abominable. Con cada
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granada que pasaba cerca de l,se estremeca y agazapaba; pero
una y otra vez se incorporabapara vigilar el sendero.
Por fin, ces el bombardeo. Debaser, razon, porque los soldados
se acercaban.
Trepaban por el camino en filaindia y trat de contarlos hastaque perdi la cuenta. En cualquiercaso eran unos cien, todos tras
Koolau, el leproso. Sinti unapunzada de orgullo. Policas y
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soldados venan a por l concaones y fusiles; por l, un
hombre solo y, adems, unapiltrafa. Ofrecan mil dlares porl, vivo o muerto. En toda su vidanunca haba tenido tanto dinero.Fue un pensamiento amargo.
Kapahei estaba en lo cierto. l,Koolau, no haba hecho nada
malo. Como los haolesnecesitaban mano de obra para
trabajar las tierras robadas,haban trado a los coolies chinos,
y con ellos haba venido laenfermedad. Y por haberla
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contrado ahora vala mil dlares;pero no por s mismo. Era su
cuerpo sin valor, podrido por elmal, o muerto por la explosin deuna bomba, el que vala esedinero.
Cuando los soldados alcanzaronel afilado paso estuvo a punto de
advertirles. Pero su mirada diocon el cuerpo de la mujerasesinada y permaneci ensilencio. Cuando ya se haban
aventurado seis por el sendero,abri fuego. No par hasta que
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qued desierto.
Vaci la recmara; la recarg y lavaci de nuevo. Siguidisparando. Todos los agraviossufridos ardan en su cerebro yestaba furioso de venganza. A lo
largo del camino de ca-ArsMedica. Revista de Humanidades
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Koolau, el leproso
bras los soldados disparaban y,aunque permanecan cuerpo a
tierra e intentaban ocul-tarse trassus poco profundas
irregularidades, estaban adescubierto. Las balas silbaban y
golpeaban con un ruido sordo asu alrededor y a veces algunarebotaba y cruza-ba el aire conun agudo silbido. Una abri un
fino surco en su cuero cabelludo yuna segunda le quem la paletilla
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sin llegar a romperle la piel.
Fue una masacre causada por unhombre solo. Los soldadosiniciaron la retirada llevndose asus heridos. Mientras disparaba,Koolau percibi olor a carne
quemada.
Mir alrededor y descubri queproceda de sus manos y, aunquesu carne se quema-ba y percibasu olor, no senta dolor.
Se mantuvo tumbado entre losmatorrales, sonriendo, hasta que
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record los caones.
Sin duda, volveran a abrir fuegocontra l y ahora las bombascaeran en la espesura desdedonde haba disparado. Nadams desplazarse a un recoveco
tras un recodo en el que habaobservado que no caan los
obuses, se reanud elbombardeo. Los cont.
Cayeron sesenta en la garganta
antes de que callaran loscaones. La pequea superficie
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qued tan picada por lasexplosiones que pareca
imposible la supervivencia decualquier criatura. Eso debieronpensar los soldados y volvieron atrepar por el estrecho caminobajo el ardiente sol de la tarde. Y
el estrecho sendero fue disputadootra vez y nuevamente hubieron
de retirarse hasta la playa.
Durante dos das ms Koolaudefendi el paso, a pesar de que
los soldados se con-formabancon lanzar bombas sobre su
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refugio. Entonces, Pahau, unadolescente leproso, subi hasta
un pico a espaldas de la gargantay le grit que Kiloliana habamuerto en una cada cazandocabras para comer, y que lasmujeres estaban asusta-das y no
saban qu hacer. Koolau lemand bajar y le cedi un fusil
para guardar el paso.
Hall a su gente desalentada. Lamayora era incapaz de
procurarse alimento en tan durascircunstancias y ayunaba. Eligi a
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dos mujeres y uno de loshombres menos daados por la
enfermedad y los envi tras lagarganta para que subierancomida y esteras. Anim yconsol a los dems, hasta quelos ms dbiles pudieron echar
una mano para construir unosrefugios sencillos.
Pero los enviados por comida novolvan y fue hacia la garganta. Alllegar a la cima restallaron media
docena de fusiles. Una bala leatraves la carne del hombro y
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una segunda, al rebotar contra laroca, desprendi una lasca que le
cort la mejilla. En ese momento,al retroceder de un salto, vio queel desfiladero estaba lleno desoldados. Su propia gente lehaba traicionado. El ltimo
bombardeo haba sido demasiadoterrible y haban preferido la
prisin de Molokai.
Volvi atrs y se despoj de unade las pesadas cartucheras.
Echado entre las rocas esper aque la cabeza y los hombros del
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primer soldado fueran bienvisibles antes de disparar. Lo hizo
dos veces y despus, tras unapausa, en vez de una cabeza yunos hombros, una banderablanca fue empujada por encimade la cresta.
Qu queris? pregunt.
Si eres Koolau el leproso, tequeremos a ti lleg la
respuesta.
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A M di R i t d
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Koolau se olvid de todo y dedonde estaba; echado en el
suelo, maravillado por la rarainsistencia de estos haoles
dispuestos a imponer su voluntadaunque el cielo ca-yera sobre
ellos. S; impondran su voluntadsobre todos los hombres y todas
l ll l
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las cosas, aunque en ello lesfuera la vida. Estaba convencido
de lo imposible de su lucha. Noera posible resistir a la terriblevoluntad de los haoles. Aunquematara a mil, se levantar-
an tantos como las arenas delmar y cada vez vendran ms por
l. Nunca se daban cuenta decundo estaban vencidos. Tal erasu defecto y su virtud. Y ah eradonde fracasaban los de su raza.
Ahora entenda cmo un puadode predicadores de Dios y de
di d d l h b
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predicadores del ron habaconquistado la tierra. Era
porqueBien, qu tienes que decir?
Vendrs conmigo?
Era la voz del hombre invisiblebajo la bandera blanca. All
estaba, como todos los haoles,empeado en un objetivoconcreto.
Hablemos dijo Koolau.
L b l h b
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La cabeza y los hombrosaparecieron sobre la roca y
despus el cuerpo entero. Era unjoven de veinticinco aos, derostro lampio, ojos azules,estilizado y elegante con suuniforme de capitn. Avanz
hasta que Koolau le mand parary se sent a doce pasos de l.
Eres un hombre valiente dijoKoolau con asombro. Podramatarte como a una mosca.
No; no podras respondi.
P ?
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Por qu no?
Porque, Koolau, aunque malo,eres un hombre. S tu historia.Matas con justicia.
Koolau gru, pero se senta
halagado en su interior.Qu habis hecho con mi
gente? Con el muchacho, las dosmujeres y el hombre.
Se entregaron, como vengo a
pedirte que t hagas tambin.
Koolau ri incrdulo Soy un
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Koolau ri incrdulo. Soy unhombre libre proclam. Nada
malo he hecho. Slo quiero queme dejis en paz. He vivido libre ylibre voy a morir. Nunca me
entregar.
Tu gente es ms prudente quet respondi el joven capitn.
Mira, ah vienen.Koolau se volvi y vio cmo se
acercaban los que quedaban.
Gimiendo y suspirando en unaprocesin atroz, arrastraban su
miserable pasado Y an tuvo que
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miserable pasado. Y an tuvo quesaborear una amargura mayor,
porque al acercarse le cubrieronde insultos e imprecaciones; y labruja jadeante que cerraba lamarcha se detuvo a su lado yextendiendo sus descar-nadas
manos de arpa a la vez queagitaba su enmaraada cabeza
de muerte, le mal-dijo. Uno a unofueron superando la cresta y se
entregaron a los ocultossoldados.
Ya puedes irte dijo al capitn. Nunca me rendir. Es mi
ltima palabra Adis
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ltima palabra. Adis.
El capitn descendi por la laderahacia sus soldados. Al momento,y sin bandera de tregua, iz su
sombrero con la vaina de laespada y Koolau lo atraves de
un balazo.
Aquella tarde le bombardearondesde la playa y perseguido porlos soldados hubo de retroceder
hasta los picos ms inaccesibles.
Durante seis semanas lesiguieron de refugio en refugio,
sobre cimas volcnicas y tro chas
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sobre cimas volcnicas y tro-chasde cabras. Cuando se escondi
en la jungla formaron lneas debatidores y le Ars Medica. Revistde Humanidades 2008; 2:248-
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Koolau, el leproso
acosaron como a un conejo entrela lantana y los guayabos. Mas
cambiaba de direccin les
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cambiaba de direccin, lesesquivaba y siempre escapaba.
No podan acorralarlo. Cuando sele acercaban demasiado, sucertero fusil les haca retroceder ypor angostas veredas debanbajar a sus heridos hasta la playa.
Hubo ocasiones en que fueronellos los que dispararon, como
cuando por un momento sutostado cuerpo apareci entre los
arbustos. Una vez, cincosoldados le sorprendieron en un
sendero descubierto ydescargaron sus fusiles sobre l
mientras trepaba por un camino
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mientras trepaba por un caminode vrtigo. Ms tarde encontraron
all restos de sangre y supieronque estaba herido. Al cabo deseis semanas abandonaron.Soldados y policas volvieron aHonolulu y el valle de Kalalau
volvi a ser suyo, aunque de vezen cuando, y para su desgracia,
algn cazador de recompensasse aventuraba tras l.
Dos aos despus, y por ltima
vez, Koolau camin despaciohasta los matorrales y se tumb
entre hojas de ti y flores de
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entre hojas de ti y flores dejengibre. Haba vivido libre y libre
iba a morir. Empez a caer unafina lluvia y se ech una mantarada sobre los deformesmuones de sus miembros.Llevaba un chaquetn de tela
impermeable. Cruz su fusilMuser sobre el pecho,
detenindose un instante ensecar con afecto la humedad del
can. La mano con que lo hizono tena dedos para apretar el
gatillo.
Cerr los ojos porque con lad bilid d d l
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Cerr los ojos, porque con ladebilidad de su cuerpo y laborrosa confusin de su cerebro,supo que se acercaba su fin.Como un animal salvaje, se
esconda para morir.
Semiinconsciente, errante sinrumbo, revivi su prematuramadurez en Niihau. A medida quesu vida se apagaba y el goteo dela lluvia le llegaba cada vez ms
dbil, le pareci que volva a estar
en medio de la doma de loscaballos; sinti cmo los potros
in-dmitos se encabritaban y
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in dmitos se encabritaban yagitaban debajo de l con los
estribos atados sobre la panza; ogalopar frenticamente por elcercado haciendo que losvaqueros saltaran las empa-lizadas. Al instante, y como lo
ms natural, se vio persiguiendotoros salvajes por las altas
praderas, cazndolos a lazo yllevndolos hacia los valles. El
sudor y el polvo del marcado afuego en el corral le volvieron a
picar otra vez en los ojos y apenetrar en la nariz.
Toda la fuerza y plenitud de su
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Toda la fuerza y plenitud de sujuventud volvieron a ser suyas,hasta que las agudas punzadasde una inevitable disolucin le
devolvieron a la realidad. Pero,cmo? Por qu? Por qu su
brava juventud se habatransformado en esto? Record
entonces que, otra vez y slo porun momento, era Koolau, elleproso. Sus prpados temblaroncansados y a sus odos dej de
llegar el ruido de la lluvia. Un largotemblor recorri su cuerpo; hasta
que tambin ces Levant unl b l d j
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que tambin ces. Levant unpoco la cabeza, pero la dej caer.
Luego, sus ojos se abrieron parano volver a cerrarse. Su ltimopensamiento fue para su Muser,que apret contra su pecho conlas manos enlazadas y sin dedos.
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