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La Alegría, Sal de La Vida Cristinana - Amedeo Cencini

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Introducción. Algunas dudas

1. ¿Colaboradores de la alegría o sepultureros?

2. ¿Dar testimonio de la alegría o descubrir sus motivos?

3. ¿Qué alegría?

PRIMERA PARTE

COMPONENTES PSICOLÓGICOS DE LA ALEGRÍA: LOS CONTENIDOS

1. «Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,21):

Condición y función psicológica de la alegría

a) La alegría es «fruto del Espíritu», no se busca por sí misma

b) La alegría es trascendente; sentir alegría es una (oper)ación mística

e) A gozar se aprende

d) Umbral perceptivo de la alegría

e) Valor «diagnóstico» de la alegría

2. «Éste es mi Hijo predilecto, en el que me he complacido» (Mt 3,17):

La fuente de la alegría

a) Alegría y palabra del Padre

b) «...Candidato al paraíso»

3. «U Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4):

El m otivo y el «lugar» de la alegría

a) Alegría y mirada del Padre

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b) Relacional y personal

4. «No os alegréis porque los demonios se os someten; alegraos más bien porquevuestros nombres están escritos en los cielos» (Le 10,20):

La verdadera y la falsa alegría

a) Tentaciones... gozosas

b) Identidad (y alegría) «escondida con Cristo en Dios»

e) La tentación del censo

d) La alegría del último puesto

e) «En su voluntad está nuestra paz»

5. «Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda,por mí y por el evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno ahora, al presente...»(Me 10,29-30):

El fruto de la alegría

a) «Felix docibilitas»

b) Dios, el multiplicador de la alegría

c) La droga del «don»

d) ¿Dios engañador u hombre analfabeto?

SEGUNDA PARTE

DINAMISMOS PSICOLÓGICOS DE LA ALEGRÍA

1. «El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo... que, alencontrarlo un hombre..., por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene ycompra el campo aquel» (Mt 13,44):

La alegría como libertad

a) Al comienzo, la alegría (el gozo de quien busca)

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b) Al final, la alegría (el gozo de quien encuentra)

2. «Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán porañadidura» (Mt 6,33):

La libertad para buscarse o no a sí mismo

a) Regalo inesperado

b) La alegría de ser coherente

3. «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que meayude»... «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidadde pocas o, mejor, de una sola» (Le 10,41-42):

La libertad para hacer las cosas por amor

a) La tristeza (y el enfado) de quien no ama lo que hace

b) Alegría y placer, bien total-final y bien parcial-inmediato

e) Un único y gran amor

d) «El paraíso son los otros»

4. «Dichoso quien escucha la palabra de Dios y la cumple» (Le 11,28):

El amor gozoso y liberador a la Palabra

a) «Tu ley es mi alegría...» (Sal 118,77)

b) La Palabra, ritmo de la vida

c) Dinamismo mariano: la alegría del cumplimiento

5. «Dichosos los pobres de espíritu... los afligidos... los mansos» (Mt 5,3-12):

Los extraños caminos de la alegría cristiana

a) La prueba, garantía de la alegría

b) Dinamismo paulino: la alegría del anuncio

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e) El punto más alto de la alegría: «ser en Cristo»

d) La alegría del mártir

e) «Oscura y luminosísima noche»

6. «Habrá más alegría en el cielo por un pecador convertido que por noventa y nuevejustos que no necesitan convertirse» (Le 15,7):

La alegría del perdón

a) Un Dios que goza y hace fiesta

b) El hombre es la alegría de Dios

c) Dios es la alegría del hombre

d) ¡Uno entre cien!

e) Alegría comunitaria

f) Jugar con las diferencias

7. «Quien siembra entre lágrimas cosechará entre cantares» (Sal 126,5):

La alegría como libertad para esperar

a) Ya, pero todavía no

b) Los torrentes del Negueb

Conclusión. «Te bendigo, Padre..., porque has ocultado estas cosas a los sabios einteligentes y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25)

«Te bendigo, Padre...»

«...porque se las has revelado a los pequeños»

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RECUERDO un episodio que me contó hace algún tiempo una religiosa. Acababa dehacer ejercicios espirituales, regresaba en tren a su casa y estaba muy contenta. Habíapasado una semana en un clima de oración y meditación, en un lugar ameno y tranquilo,había escuchado muchas palabras importantes pronunciadas por un conocido predicador,y hasta se había relajado mental y físicamente, interrumpiendo el frenesí de una vida yde un trabajo (apostólico, ciertamente) que, al parecer, no respetaba ni siquiera el ritmonatural entre trabajo y descanso, entre día y noche. Había tenido, sobre todo, un poco detiempo, libre de la esclavitud del reloj, para estar con su Señor y reencontrarse a símisma en el gozo de la escucha de su palabra. En definitiva, se sentía serena, dispuesta avolver a zambullirse en la actividad (y tal vez estando más atenta a no dejarse engullir yanular por el activismo). Era evidente que esta serenidad se le notaba en la cara, porque,al cabo de un rato, la señora que estaba sentada frente a ella en el vagón le dirigió estaspalabras: «Hermana, está usted tan contenta que ni siquiera parece monja».

¡Menudo cumplido! La religiosa no sabía si alegrarse por la apreciación personal odisgustarse por la indirecta dirigida a la categoría de la que ella formaba parte. Aquellamujer acababa de pronunciar la última charla de los ejercicios: la más sencilla de recordary la más fácil de comprender, tal vez la más verdadera o, en cualquier caso, la más difícilde refutar.

Se plantean aquí, a partir de este episodio, dos posibilidades de reflexión paranosotros, que son como dos perspectivas: la primera nace de la observación empírica ydesearía responder a la pregunta acerca de la realidad efectiva del testimonio de laalegría. La segunda, de carácter más analítico, desearía, en cambio, precisar justamentela expresión «testimonio de la alegría», para preguntarse si ésta es de verdad la tareatípica del cristiano o si hay que concebir y formular esta cuestión de otra manera.

1. ¿Colaboradores de la alegría o sepultureros?

Hemos de admitir que no somos grandes expertos en el tema de la alegría; me refiero anosotros, los creyentes: sacerdotes, consagrados y consagradas o laicos. Es más, elproblema no es tanto teórico-conceptual como práctico-existencial. Por un lado, en elplano lógico-reflexivo, quien tiene fe debería conocer también perfectamente la alegría ylos motivos que la fundamentan. Lo confirma asimismo la investigación científica: laspersonas con fuertes convicciones religiosas o espirituales muestran un nivel de felicidad

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significativamente más elevado que quienes carecen de creencias religiosas'.

En la práctica, la cosa no resulta tan clara ni evidente, como nos narra el simpático einquietante episodio de la religiosa en el tren: con frecuencia no damos un testimonio dealegría. Nerviosos y tensos, preocupados o superocupados, olvidamos que éste esnuestro primer apostolado, y al final parecemos (¿o estamos?) más comprometidos einútilmente sombríos que contentos de servir al Dios del gozo, el Dios que «alegra mijuventud» (pero también «mi senilidad»), e incluso corremos el riesgo de caer en ladepresión de quien se toma a sí mismo demasiado en serio, o en el agotamiento nerviosode quien se siente demasiado importante. Ahora bien, ¿acaso no llama Pablo«colaboradores de la alegría» (2 Co 1,24) a los ministros del evangelio? ¿Cómo puede unsepulturero anunciar una «buena noticia»?

La cosa, o la contradicción, es tan evidente, que incluso hemos tomado medidas paraproporcionar un conjunto de explicaciones bastante realistas y que deberían resultarsuficientemente convincentes: el excesivo trabajo, las dificultades de apostolado, lacultura actual, que nos aísla y a veces se burla de nosotros, un cierto culto a la«seriedad» religioso-espiritual («risus abundat in ore stultorum», o sea, «la risa abundaen la boca de los necios»), una mirada un poco estrábica a la realidad de este mundo,inmersa «en este valle de lágrimas»... parece que todo contribuye a bajar en nosotros elnivel del humor. Si se añaden después a esta situación hechos molestos y gravesnegatividades internas de nuestro mundo (transgresiones, escándalos, fracasos...),entonces nuestra clericalis (o religiosa) mestitia («tristeza clerical [o religiosa]») tal vezresulte un poco más comprensible y motivada, y menos extraña. Pero, no obstante, conefectos deprimentes sobre nuestra Iglesia de hoy y sobre la calidad y la fuerzaconvincente del anuncio del evangelio, que es una noticia buena y hermosa. Tambiénpara nuestro mundo de hoy.

De hecho, si dirigimos una mirada a la sociedad en que vivimos y al modo en que laalegría está presente en ella, entonces la situación aparece verdaderamente con todo sucarácter complejo y contradictorio. Por un lado, ¿cómo puede hablar de felicidad laIglesia, con sus prohibiciones, sus penitencias y la cruz como su símbolo, a una sociedaddel bienestar, del desmadre y de las emociones extremas? Por otro, es exactamente laatención a este mundo actual lo que nos hace descubrir cómo la felicidad se haconvertido hoy en un estrés - una obligación remachada continuamente por los medios decomu nicación y la publicidad en un mundo donde el optimismo sirve para inducir alconsumo-, y cuánta tristeza profunda hay detrás de un goce superficial y falso, artificial ypasajero, pues ya casi no nos reímos, y la risa se ha convertido - a lo sumo - en un ritotelevisivo colectivo y repetitivo, frente a la habitual, aburrida y tonta ocurrencia sobre el

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sexo. Si seguimos en el ámbito de nuestra cultura, observamos también que antaño lafelicidad estaba quizá demasiado alejada, situada tal vez en el paraíso allí donde la culturaconservaba alguna raíz cristiana; hoy, en cambio, se trata de hacer creer que se puedealcanzar, a bajo precio y en poco tiempo, en nuestros días cada vez más frenéticos - paraver después cómo se escapa por una nadería y cómo hay que conquistarla siempre desdeel principio.

Y entonces, si ésta es la situación, los cristianos, hombres de la alegría, de la sonrisay del buen humor, tienen que convertirse en apóstoles de un nuevo apostoladohumanista, el del optimismo cristiano, que nace de la esperanza segura3. La Iglesia,precisamente porque es «casa de la Palabra»' evangélica, es decir, hermosa y fuente degozo, tiene que llegar a ser a la vez casa y escuela de comunión en la verdadera alegría,tanto más humana cuanto más divina.

En suma, la alegría es una cosa... seria, mucho más de lo que pensamos, esindicador infalible y eficacísimo mediador comunicativo. No podemos seguir situándolaentre los elementos optativos de la vida y del testimonio creyente («si está, bien, y sino... da lo mismo»), ni considerándola una cualidad natural o una cuestión de carácter(«no todos tienen un carácter alegre»), y ni siquiera como un simple accesorio estéticoque facilita el acercamiento y hace que el anunciador resulte simpático: la alegría escuestión de contenido, de madurez y solidez interior, de experiencia y sabiduría de vidas.Es evidente que no estamos hablando de gestos tontos ni de sonrisas forzadas, sino dequien ha descubierto la verdadera fuente de la alegría, como debería ser el cristiano.

Y aquí se abre la otra perspectiva.

2. ¿Dar testimonio de la alegría o descubrir sus motivos?

En efecto, la alegría cristiana viene de lo profundo, de razones de fe y de vida con Dios,y son exactamente estas razones las que le dan sustancia y hacen que ya no seasimplemente gesto exterior, expresión de una pura conducta, tal vez más o menosforzada o sentida como obligación moral, como si fuera una especie de uniforme queexhibir. Hay, a este respecto, personas que llegan a poner en duda el concepto mismo de«testimonio de la alegría», y lo hacen con razón si tal testimonio se entiende en esesentido, moral y sólo conductual.

Pero la alegría no es esto, no es exterioridad vacía y contradictoria ni es algo que sepuede y se debe manifestar siempre exteriormente. Hay «un tiempo para llorar y untiempo para reír, un tiempo para gemir y un tiempo para bailar» (Qo 3,4), decía ya lasabiduría antigua, sabiduría que todos, de algún modo, en mayor o menor medida,

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hemos experimentado ya en nuestra propia existencia. Factores externos e internos, lasvicisitudes mismas de la vida, algunas de las cuales son indudablemente tristes, perotambién nuestra debilidad personal, la presencia o la incidencia a veces gravosa de losotros y de sus límites en nuestra historia, pero también las dificultades del crecimientopersonal, diferentes situaciones previstas e imprevistas... pueden llegar a impedir que elgozo interior se manifieste en el rostro, o a hacer particularmente difícil su expresión.Pero sin dañar la paz interior que permanece en el corazón, discreta y silenciosa, y quees un elemento de la alegría, de la verdadera alegría.

Quizás, entonces, hablando con rigor, más que pedir una y otra vez al cristiano quedé testimonio de la alegría sea como sea, habría que ayudarle a descubrir que tienerazones para el gozo, para estar alegre. Razones... serenísimas, aun cuando esta alegríano se pueda manifestar ex teriormente y permanezca en el interior, o mayores, encualquier caso, que aquello que podría querer ofuscar su alegría o quitársela y que, detodos modos, antes o después, encontrarán también la manera de expresarse y transmitiralegría.

Y justamente eso es lo que desearía hacer este libro.

3. ¿Qué alegría?

Hay, por último, una ulterior premisa que aclarar: ¿de qué alegría hablamos? El título y elsubtítulo del libro lo dan a entender, pero merece la pena precisar y especificar: hablamosde la alegría cristiana, es decir, de la alegría que es una característica esencial de la vidadel creyente en Jesucristo, y que, por tanto, tiene motivaciones y finalidades nopuramente humanas, sino reveladas por el evangelio, trascendentes. Pero al mismotiempo decimos que esta alegría cristiana es también totalmente humana, no sólo porquehabita en corazón y carne humanos, o porque se puede expresar - por lo general - conpalabras y actitudes del ser humano, o aparece manifiesta en el rostro y en rasgosclaramente visibles, sino porque es energía e impulso vital que hacen vivir plenamente alhombre en aquello que es más humano en él, le permiten apreciar de todos modos suexistencia terrena y llevar a plena maduración su humanidad, y hacen que seacomunicador de esta alegría de vivir, y que la contagie para que también otros gocen deella. Precisamente porque es alegría cristiana y también alegría humana, aunque no sereduzca a ella.

Añadamos otra precisión, estrechamente ligada a ésta. La alegría sobre la quedesearíamos reflexionar es alegría sobre todo del corazón y de la mente, no sólo niprimariamente satisfacción por el eventual golpe de suerte o por la gratificación de los

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instintos; es alegría, si acaso, de todo el hombre o del hombre espiritual, en el verdaderoy doble sentido del término. Ante todo, espíritu como síntesis de lo humano: el espíritu esla expresión del ser humano en profundidad y también en su globalidad de individuo queama-quiere-cree, desde las motivaciones que lo impulsan a actuar hasta la sensibilidadque hace que esté atento a la realidad y también hace que goce, justamente. Y, al mismotiempo, el espíritu es relación: en este sentido, la alegría expresa ciertamente de modoestable algo profundo e incluso oculto, si queremos, pero también algo que puede serdicho y comunicado; tal vez sea el lenguaje humano más claro y convincente, auncuando la motivación y la realidad de la alegría interior no se identifican necesariamentecon un comportamiento festivo a toda costa... En el fondo, la alegría está siempre ligadaa la naturaleza relacional del hombre, a su relación con Dios y con los demás, con laverdad que se ha de descubrir y la belleza que se ha de contemplar y transmitir: quiengoza comunica de un modo u otro el motivo profundo de su felicidad interior, para quetambién los demás sean felices por ello, como ya se ha indicado. Por eso, la alegríapuede ser también humilde y modesta, no ruidosa ni entrometida, y tampoco tiene queser identificada sim plemente con una sonrisa que exhibir-exponer y menos aún con losgestos forzados de quien de alguna manera se la impone a sí mismo o siente que se laimponen.

Así pues, la alegría de la que hablamos no es sólo psíquica (o psicológica), sino quees alegría espiritual. Abarca la psique y los sentidos, pero va más allá de ambos, porquetoca y expresa el misterio del ser humano. Es una realidad estable, no eventual. Hay unareflexión de R.Guardini que expresa muy bien la perspectiva en la que queremossituarnos en este análisis, y la cito de buen grado al principio:

«Queremos que nuestro corazón viva alegre y feliz. No "divertido", que estotalmente distinto. La diversión es algo exterior, estrepitoso, fugaz... En cambio,la alegría mana dentro, callada, con raíces profundas... Es la hermana de laseriedad; donde está una, se halla también la otra.

Aquí vamos a tratar de una alegría a la que podemos dar cauce. De unaalegría que todos pueden poseer, con el mismo derecho, cualquiera que sea suíndole. Alegría independiente en absoluto de las horas felices o amargas, de losdías de vigor o abrumados de fatiga. Queremos meditar aquí acerca del modo deabrirle camino. Por de pronto, no procede del dinero, de una vida cómoda, de lagloria... aun cuando todo esto puede influir en ella.

La auténtica fuente de la alegría se halla más honda aún, en el corazónmismo, en su interior más profundo. Allí mora Dios, y Dios mismo es la fuente

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de la verdadera alegría»6.

Tratemos ahora de ver cómo podemos enraizar y recuperar esta alegría como parteesencial de la identidad del creyente y, en particular, del creyente llamado a anunciar labuena (y gozosa) noticia.

Más concretamente trataremos de especificar las fuentes, las condiciones, lasmanifestaciones y los frutos de esa alegría, con un tipo de reflexión que privilegia elanálisis psicológico, pero que partirá regularmente de la palabra de Dios. Y este modo deproceder es totalmente lógico, dado que hablamos de la alegría cristiana, o de la alegríahumana que caracteriza la vida cristiana.

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De la alegría de Dios a la alegría del hombre

Hay un dato que resulta claro al dirigir una mirada de conjunto a las Sagradas Escrituras:la alegría es una palabra clave del léxico cristiano. Desde el Primer Testamento, con elgozo de Dios y del hombre en la creación, hasta el Apocalipsis, con la promesa del gozosin sombras, un río lleno de alegría recorre toda la Biblia, con momentos de noche y deoscuridad, pero con la victoria final que lo ordena todo de nuevo, anticipando las razonesde la esperanza en todo momento. En las páginas de la Biblia se expresa todo sobre laalegría de Dios. Empezando por la satisfacción que siente el Creador por su creación, unDios que se conmueve por ella, porque la ve muy hermosa y buena. De hecho, losrabinos cuentan que, al contemplar la belleza del mundo y especialmente de la criaturahumana, la pupila de Dios se dilató, hasta soltar una lágrima de extrema alegría y placerdivinos por su creación.

Parece que el conjunto de las Escrituras quiere decirnos que la alegría es unacualidad divina y característica principal del Dios de los cristianos; no es algo exterior aDios, sino que es parte de él o, como dice una joven santa carmelita, la chilena Teresa delos Andes, «Dios es alegría infinita». Dios no es sólo belleza, como repite cada vez conmás frecuencia la teología moderna, sino que es alegría.

Y no es solamente alegría, sino que lo propio de Dios es dar alegría. La alianza esmanifestación explícita de esta voluntad divina de compartir el gozo; la alianza seconcluye en función de la alegría. Porque Dios no puede gozar a solas ni soporta lavisión de la tristeza de su criatura. Por consiguiente, la alegría es también modo de ser,realidad interior y manifestación exterior de quien cree en este Dios. Porque tiene milrazones para ser feliz. Y percibe mil invitaciones para vivir así, y para manifestar estemodo de ser y de relacionarse de los creyentes, como se ve en el Primer Testamento yen el Segundo.

Veamos sólo algunas de estas razones e invitaciones', en un diálogo natural - yesperamos que provechoso - entre palabra de Dios y reflexión antropológico-psicológica.En efecto, estamos convencidos de que la palabra de Dios no sólo puede ofrecernos laverdad o su contenido, sino que también puede inspirarnos el modo para alcanzarla; y

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asimismo estamos convencidos de que la reflexión humana, en este caso sobre todo lapsicológica, puede leer en una particular profundidad el impacto de esta propuesta sobreel corazón humano, y definir de un modo aún más preciso los caminos concretos paravivir en la alegría, en la verdadera alegría.

Seguiremos, entonces, esta sucesión de temas: en la primera parte expondremos elcontenido «de verdad», lo que la alegría es, mientras que en la segunda trataremos decomprender su dinamismo - naturalmente, sin separaciones rígidas-. Con la finalidad deque resulte una reflexión que conecte en la mayor medida posible la inspiración teóricacon la pedagogía práctica, el mensaje evangélico con la parábola humana.

Sin pretensión alguna de redactar un tratado, tomamos en consideración sólo estospuntos: primero, la condición y la función psicológica de la alegría; después, su fuente; elmotivo que la determina y, luego, el «lugar» o el contexto que la hace crecer; lo que ladistingue de la falsa alegría y hace que sea verdadera y, por último, los frutos de laalegría.

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Condición y función psicológica de la alegría

ANTE todo, la alegría no es un sentimiento vacío, una pura sensación eufórica, abstractay sin contenido; por el contrario, la felicidad, aunque sólo sea en un plano humano, es larespuesta a la búsqueda de sentido, y estamos contentos porque ha sucedido algoimportante para la persona, porque se ha cumplido un cierto deseo y, al mismo tiempo,porque ha sucedido algo que no estaba del todo previsto. Por supuesto, uno puede gozarsimplemente porque... «mejor es pan duro que ninguno», o porque ha hecho bien ladigestión o ha desahogado un instinto, o porque no tiene preocupaciones o le ha tocado lalotería. Pero la alegría de la que hablamos aquí, la alegría cristiana, es siempre tambiéninédita y, en todo caso, está ligada a algo muy preciso que ha sucedido y que la personaha buscado o, en cualquier caso, lo considera significativo para su vida.

De aquí se derivan algunas consecuencias relevantes.

a) La alegría es «fruto del Espíritu», no se busca por sí misma

La primera es relativa a la condición psicológica (humana) que permite vivir en la alegría,en la verdadera, estable y profunda alegría (como la cristiana). Y podríamos formularlaasí: la alegría no es una cualidad que debemos buscar por ella misma, por el puro gustode gozar, sino que está ligada a algo que la motiva, que la hace saltar y estallar en lapersona. Algo que es importante para la persona, como el tesoro o la perla preciosa deMateo 13,44 - como veremos más adelante-, pero que, al mismo tiempo, es fruto de otracosa, es «fruto del Espíritu», como diría Pablo (Ga 5,22). Tesoro y fruto: dos símboloscentrales para comprender que la alegría revela dónde has puesto el tesoro de tu vida,pero la experimentas sólo como fruto del descubrimiento del tesoro o como consecuenciade la misma tensión de búsqueda.

Por consiguiente, plantearse como objetivo de la vida, o de lo que se hace, la alegríao la sensación de alegría, no tiene sentido desde el punto de vista psicológico, además deser algo que el sujeto no alcanzará nunca completamente de ese modo. En suma, eserróneo desde el punto de vista del mérito y del método. No se busca la alegría por símisma, sino que se la encuentra como don inesperado, como consecuencia gratuita dellogro de algo importante para el sujeto (el «tesoro» de su vida), de un cierto camino

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recorrido por la persona, de una tensión en su vida hacia un objetivo que ella buscaexplícitamente. Y que, una vez encontrado, le ofrece como don una sensación de gozointerior que sobrepasa regular e infinitamente todas sus expectativas. Es una leypsicológica natural, pero que se aplica también a la alegría espiritual.

b) La alegría es trascendente; sentir alegría es una (oper)ación mística

De hecho, la alegría, y más aún la alegría cristiana, es como una sorpresa, feliz,obviamente, y - como todas las sorpresas auténticas - no prevista o no explícitamentepretendida y, por consiguiente, no buscada y percibida después como inmerecida; y es«sorpresa» justamente porque no es procurada intencionalmente y, por tanto, siempreestá también más allá de las expectativas (y los méritos) del sujeto.

En este sentido, la alegría es trascendente, y sentir alegría es de por sí una(oper)ación mística. Viene de lo alto, de un motivo que no es sólo terreno (másconcretamente es trascendente) e indica lo que Dios está haciendo en el corazón delcreyente, su acción preveniente y formadora, y ésta es una (oper)ación mística. Dehecho, el místico es aquel que intuye, contempla y gusta la acción de Dios en su vida y lasecunda plenamente, y el Dios de la alegría sólo puede realizar (oper)aciones queexpresan y transmiten su alegría. Lo veremos aún mejor en los puntos siguientes.«Dios», afirma Danneels, «hace feliz al hombre. El hombre por sí solo no es capaz deello».

En todo caso, justamente por ser trascendente y mística, la alegría tiene estaimportante característica dinámica que estamos viendo: sale al encuentro de quien no labusca o, al menos, una condición psicológica de la alegría es no buscarla excesivamente.De otro modo, o no se obtiene en modo alguno, o nos encontramos en las manos (y en elcorazón) una alegría fingida, débil y pasajera, artificial y chapucera.

Plantearemos de nuevo esta cuestión más adelante, porque es un punto muyimportante. Pero aquí se señala ya un aspecto peculiar de la alegría, de la alegría cristianay del modo de alcanzarla (y tal vez también el motivo de tantas tristezas; ¿acaso no es ladepresión un modo erróneo de buscar la alegría?).

c) A gozar se aprende

Segunda consecuencia o implicación: el gozo no es sólo algo innato o instintivo que nos«obliga» de algún modo a alegrarnos de determinadas cosas o prestaciones. Si fuera así,todo ser humano gozaría sólo cuando algunas de sus necesidades fundamentales sonsatisfechas (por ejemplo, la alegría de ser queridos o, más sencillamente, de poder

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satisfacer determinados instintos psicofisiológicos o psicosociales); gozar de eso esnatural y también saludable, bajo ciertas condiciones, pero, de un modo aún mássignificativo, la alegría es algo que se aprende, y lo que se aprende es sobre todo lacapacidad de gozar por determinadas realidades o valores, y por situaciones yexperiencias concretas.

Todo individuo aprende a desear ciertos bienes y, por tanto, a ser feliz por el hechode alcanzarlos; de este modo, se hace sensible a un cierto tipo de dones de la vida o desituaciones y gratificaciones (y no a otras), o encuentra motivos para alegrarse donde otrapersona no los encontraría de ninguna manera. Existe, podemos decirlo claramente, unaformación de la capacidad de alegrarse, que se identifica con nuestra vida y la educaciónen general que recibimos. Esto quiere decir que cada uno tiene la sensibilidad para gozar(o sensibilidad «gozosa») que, en parte, ha recibido de su itinerario existencial, y en partese ha procurado y sigue procurándose. Es, por tanto, un principio claro en el nivelpsicológico: la misma sensibilidad que nos permite sentirnos contentos puede y debe serformada en dos sentidos. Primero, desde el punto de vista del contenido o del motivoque nos hace gozar; segundo, desde el punto de vista del llamado «umbral perceptivo», osea, de la vigilancia y atención interior que nos permite percibir a nuestro alrededor losmotivos de la alegría para regocijarnos por ellos. Expliquémonos.

d) Umbral perceptivo de la alegría

El umbral perceptivo es un concepto relativo, es decir, hace siempre referencia a losvalores de una persona, o a lo que es importante para la persona. Si, por ejemplo, elamor de Dios es central para mí, estaré muy atento a todo lo que en la realidad meremite a ese amor, es decir, desarrollaré un umbral perceptivo bajo, que me hará sensibleal mínimo estímulo en ese sentido, o que me permitirá ver en todas partes, en mayor omenor medida, los signos de ese amor, también los pequeños (o juzgados como tales porquien tiene otra sensibilidad); necesitaré «poco» para percibir el amor de Dios en torno amí y gozar de él; no tendré necesidad de signos grandes y extraordinarios (como los quepretendían los fariseos, a quienes Jesús reprocha por ello ásperamente, cf. Me 8,11); nopretenderé quién sabe qué para ver la obra de la divina benevolencia y, en cambio, serésensible a la «brisa ligera e imperceptible» de la presencia divina, como Elías3. Por elcontrario, tendré un umbral perceptivo alto para otras realidades relativas a otrosintereses menos centrales para mí, o para aquello que podría ser gratificante para uncierto narcisismo; ciertamente veré todas esas cosas, pero sin darles demasiadaimportancia ni, sobre todo, atribuirles la capacidad de darme alegría (y, comoconsecuencia, sin caer en una crisis en caso de que no se vean satisfechas).

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En cambio, quien pone en el centro de la vida otra cosa o intereses más subjetivos yegoístas tendrá un umbral perceptivo bajo para aquello que, en su percepción, satisfaceesos intereses (lo buscará por todas partes y a toda costa), o será muy susceptible para loque le pide una renuncia a ellos (y lo percibirá como más o menos insoportable ydeprimente); y no será en modo alguno sensible (umbral perceptivo alto) a otros valoreso realidades que empujan en una dirección centrada en el otro (o en el Otro): no lospercibirá ni los verá como algo que da alegría'.

Un ejemplo puede ser la parábola del buen samaritano, hombre bueno y generoso,cuyo umbral perceptivo bajo (con respecto al valor del altruismo) le impulsa a detenersey socorrer al desgraciado, mientras que el sacerdote y el levita, desde lo alto de su umbralperceptivo (alto) con respecto al amor desinteresado, ven y pasan de largo, tranquilos ypreocupados sólo por sus proyectos y horarios (o por su autorrealización como fuente desu alegría egoísta).

Es evidente que cada persona tiene su umbral perceptivo personal, que esconsecuencia de la formación en la capacidad de gozar recibida y maduradaprogresivamente en la vida. Es indudable que esa formación es permanente y, por tanto,tendrá sus clásicas fases formativas con posibilidades de conversión: del descubrimientode las alegrías inconsistentes a la libertad de saborear la ale gría que hace crecer. Unaauténtica formación para la alegría implica por su misma naturaleza una conversión - delas alegrías infantiles a las que indican madurez-, una conversión entendida comodecisión de abandonar aquello que en otro tiempo parecía asegurar el gozo y quedespués, llegado un cierto punto, la persona descubre como «basura», efímero y traidor,porque no puede garantizar la alegría que promete.

Es una conversión de la mente y del corazón, de gustos y deseos, componenteindispensable de un proceso de conversión general. La actitud de Pablo a este respecto esejemplar: «Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de CristoJesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura» (Flp 3,8).

e) Valor «diagnóstico» de la alegría

La tercera consecuencia se refiere a la función de este importante sentimiento humano.La alegría tiene un alto valor «diagnóstico» porque revela lo que hay en el corazón o,para decirlo con términos evangélicos, revela dónde «habita» tu corazón. Si quieres saberquién eres, qué llevas en el corazón, qué es importante para ti, dónde habita para ti elsentido de la vida... pregúntate cuáles son tus alegrías, pasadas y presentes, observacuándo estás contento, pregúntate qué debe suceder para que seas feliz, o cómo es tu

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sensibilidad (psicológica, pero también moral) al respecto.

Es evidente que esto funciona también en sentido negativo, es decir, que cuando laalegría está ausente o uno no experimenta ninguna alegría por lo que hace, se deduce queno ama ni quiere realmente lo que hace, ya que no le produce ningún gozo. Es inútil, porejemplo, que uno diga que ama al Señor y que hace todas las cosas por amor a él, sidespués muestra que no sabe gozar de las ocasiones que la vida le ofrece concretamenteen ese sentido (hacer algo costoso o que los otros rechazan, o sin que nadie se loagradezca...), o hace las cosas de mala gana o para que los demás lo vean. Marta, que selamenta ante el Señor porque su hermana la ha dejado sola en el trabajo, muestra - comoveremos mejor más adelante- que no ama tanto su servicio al Señor y tal vez ni siquieraal mismo Señor, si no es libre para hacer las cosas por amor a él; así también, el hermanomayor del hijo pródigo, cuando reprocha al padre que no le ha recompensadoadecuadamente por su fidelísimo trabajo, revela que nunca lo ha hecho por amor y queno ama el estar en la casa del padre ni a su padre... La alegría es, en este sentido, unaseñal infalible, aun cuando no debe expresarse necesariamente de un modo ruidoso ydemasiado evidente. La alegría auténtica es discreta y respetuosa, no se entromete ni espresuntuosa, y tampoco se impone ni perturba.

Pero hay otro aspecto interesante en esta función diagnóstico-reveladora: la alegría,especialmente cuando es duradera y profunda, revela que el camino de búsqueda desentido (o del tesoro de la vida) se encuentra avanzando en la dirección correcta. Enefecto, como hemos visto antes, la alegría sigue normalmente a un aconteci miento, es lasensación psicológica que acompaña o sigue a un acontecimiento particularmentesignificativo, es «lo que viene después de» una cierta operación existencial; y ahorapodemos decir que, en este sentido, revela no sólo la realidad, sino la cualidad delrecorrido realizado, la verdad (objetiva) del itinerario mismo y de la libertad (subjetiva)con que el individuo lo ha hecho. En particular, cuando la alegría es estable e intensa, auncuando sea serena y discreta, o cuando resiste a las dificultades de la vida y da la fuerzapara afrontar la intemperie, indica que ese camino se ha recorrido en la dirección justa.La alegría es también una señal que certifica, en definitiva, el propio itinerario decrecimiento; no es sólo una sensación pasajera o un estado de ánimo, tal vez ligado alcarácter, más o menos innato o predispuesto en ese sentido.

Si ésta es su función, resulta importante que cada uno, entonces, reflexione sobre supropia alegría, o verifique su propia libertad de gozar, de estar alegre. Es evidente, por lodemás, que cada uno tiene su personal «historia de la alegría», como parte muysignificativa de su biografía y elemento muy fiable para la verificación de su nivel demadurez, psicológica y espiritual.

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La fuente de la alegría

ESTA es la raíz o fuente de la alegría cristiana, también en un plano psicológico, y, portanto, es aquí donde comienza la formación de la sensibilidad humana y cristiana quepermite gozar de la alegría correspondiente.

a) Alegría y palabra del Padre

Hay que decir de inmediato con claridad que esta raíz no se encuentra en la persona quegoza, sino que viene de fuera, de la alegría de otra persona, la del Padre que reconoce enel Hijo a su Amado desde siempre, el pre-dilecto, amado desde el principio, desde toda laeternidad. Y goza, el Padre en primer lugar, de una alegría también eterna, pero que semanifiesta - según el evangelio - con ocasión del bautismo de Jesús. Y no sólo porqueDios, como hemos dicho, no puede reservar para sí su propia alegría, sino porqueaquellas palabras van más allá de su Hijo Jesús, y alcanzan a todos sus hijos, amadostambién ellos desde siempre.

La alegría es relación, es escuchar estas palabras y que cada uno sienta cómo sedirigen a él, como si él fuera el hijo único del Padre, y se ponga a llorar de gozo. Enefecto, Dios sabe contar sólo hasta uno, no nos ama en serie.

La alegría es un camino que conduce a lo esencial, a la raíz del yo, para descubrir ennuestros orígenes una ternura infinita e increada; más aún, es una bendición que loimpregna todo y que no podrá ser oscurecida por nada: hemos sido mecidos en una cunaeterna, en el pensamiento y en el amor de Dios; somos hijos de un don, que tiene suorigen antes de nosotros y va más allá de nosotros.

La alegría cristiana es una alegría... doble, que se multiplica: alegría divina del Padreque se complace en el Hijo y en sus hijos, y alegría humana de estos hijos que puedendirigirse al Eterno y llamarlo con el nombre de «padre». Pero ninguno de los dos - Dios yel hombre - podría gozar plenamente sin la alegría del otro. La alegría es relacional, creceen compañía y busca la compañía. Cuando uno goza, si goza verdaderamente, siente lanecesidad de compartir su alegría con las personas a quienes ama.

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La alegría cristiana es un camino de formación que conduce a una determinadasensibilidad humana, la sensibilidad del hijo, de quien ha aprendido a gozar de estaspalabras divinas. Porque no hay nada más hermoso y ver dadero que estas palabraspronunciadas por el Padre, el Padre que me ama como su pre-dilecto, me ha amadoprimero y desde siempre, antes de que yo naciera, me ha considerado digno de existir,me ha creado prodigiosamente... El Padre como aquella Voluntad Buena que me hapreferido a la no existencia y cuyo amor ha sido tan fuerte y eficaz que ha determinadomi vida y mi amabilidad, precediendo a cualquier mérito o pretensión de existir.

Y entonces, si soy amado desde siempre, soy también amado para siempre, sin másincertidumbres, reticencias o dudas sobre mi identidad ligadas al miedo de no ser dignode ser amado y de no haber sido suficientemente amado, o a complejos de inferioridad,con la consiguiente búsqueda afanosa de formas y ocasiones de autoafirmación, deautorrealización, de promoción de mi propia persona (carrera, títulos, éxitos...). Quienactúa así es esclavo del miedo y de la búsqueda angustiosa; y cae en una trampa, ya quenunca llegará a gozar de un sentido positivo del yo que sea cierto y estable; es más, amenudo terminará encontrándose más o menos deprimido o desesperado.

En cambio, quien ha aprendido a gozar al escuchar estas palabras del Padre, tieneesta certeza de un modo definitivo, cualquiera que sea la respuesta de la vida o de losotros, y no ambicionará determinados puestos ni soñará con recibir reconocimientos. Enefecto, la alegría es ser uno mismo, y el creyente que ha aprendido a reconocer enaquellas palabras su propia identidad, capta dentro de ellas un sabor de eternidad, algo oalguien que será así para siempre, amado eternamente. Goza, entonces, por ello, y nopodría ser de otro modo, como una persona que se regocija siendo lo que es, más allá delo que hace o de lo que le piden que haga, y también de lo que aparece exteriormente yrecibe de los otros. Es feliz por encontrarse en el lugar donde el Padre-Dios quiere queesté, es decir, «junto» a él en toda circunstancia y en todo lugar (como el Hijo, cf. Jn1,1), haciendo su voluntad con conciencia serena. Goza porque se siente hijo encualquier caso y en todas partes, desde el principio y para siempre, y llamado a vivircomo hijo del Padre-Dios.

b) «...Candidato al paraíso»

En relación con esto, recuerdo un simpático episodio que tuvo lugar hace varios años ydel que fui testigo. Sucedió en el marco del simposio preparatorio del sínodo de losobispos sobre la vida consagrada, organizado por la Unión Internacional de SuperioresGenerales (el máximo organismo mundial de representación de la vida consagrada): unagran asamblea con muchos participantes y también un discreto número de

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conferenciantes. Cada uno de éstos había sido presentado con su suntuoso curriculumvitae, donde se recogía una gran cantidad de información, especialmente desde el puntode vista de la competencia profesional; sólo que el resultado era una letanía infinita,hecha de títulos de publicaciones, de libros, artículos, diferentes cargos..., con una ciertaenfatización que la hacía pedante y pesada, como una extraña liturgia de celebración delyo. Al final intervino el presidente de la Unión Internacional de Superiores Generales,que era el padre Flavio Carrazo, a la sazón ministro general de los franciscanoscapuchinos'. Me acuerdo de que tomó la palabra sin necesidad de que alguien lopresentara (no había escrito su curriculum); en efecto, se presentó él mismo, con unasencillez franca y desbordante, con estas palabras: «Soy el padre Flavio Carrazo,candidato al paraíso».

Recuerdo la divertida sorpresa del auditorio (y la incomodidad en el rostro de algunosde los presentes).

¡Qué hermosa lección! ¿Qué es lo importante en nuestra vida, qué es lo que cuenta:la carrera, los títulos, las promociones, la estima de los demás? ¿No será acaso el destinoque expresa nuestro origen, sobre el fondo del amor del Eterno a cada uno de nosotros,un destino que se convierte también en fuente de la alegría, estable y fecunda?

Y no tiene sentido decir que ésta es una teoría espiritual o una doctrina abstracta, tanhermosa como se quiera - dice irónicamente algún realista empedernido-, pero con escasaincidencia en la vida práctica, porque justamente éste es el problema que nos debe hacerreflexionar mucho: la no correspondencia entre verdad creída y vivi da. Por eso, lo quenosotros creemos por la fe resulta después muchas veces débil psicológicamente, noincide sobre la personalidad, es una verdad sólo intelectual, o teológico-espiritual, peroparece que no llega a los sentimientos ni toca el corazón. De hecho - he aquí la prueba-,a menudo no está en condiciones de suscitar la alegría; es verdad creída, pero no gozada,o tal vez no es creída hasta el final (o sólo con la cabeza), como si no entrara a formarparte de nuestra identidad, del modo estable de sentirnos y definirnos, y se volviera dehecho débil e insignificante, como si fuera demasiado pequeña (¿?) para estar contentos yvivir en la alegría.

La conclusión es tan impresionante como inevitable: parecería como si... no bastarasaber que somos hijos del Dios altísimo y creados a su imagen y semejanza paracomprender nuestra dignidad y ser felices. Evidentemente, en estos casos el corazón (o eltesoro) de la persona está en otra parte. En el lugar equivocado o... fuera de lugar.

En efecto, cuando uno olvida o minusvalora estas raíces de la alegría, aunque laspredique o recomiende a los otros; cuando las considera de hecho irrelevantes o empieza

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a equivocarse y a considerar importante lo que es secundario, o a engañarse creyendoque sus valores positivos se hallan en lo que no es esencial ni estable, corre el riesgo dellegar a encontrarse en una situación anómala, porque en ese caso termina dependiendode lo que hace, del resultado positivo, de sus éxitos, de los aplausos... y podría perder lapaz y el gozo3. En efecto, ¡cuántas depresiones se deben a este diabólico malentendidoque nos hace buscar en vano o en la dirección equivocada la fuente de nuestros valorespersonales!

Entonces, el problema es comprender qué sensibilidad ha madurado y estámadurando el individuo en tal sentido, porque ella es la que le orienta hacia un cierto tipode goce y le hace insensible para otras alegrías, incluidas las que están ligadas a la fe y ala vocación. Pero después tendrá que aprender otra sensibilidad, acorde con su propiaidentidad y verdad, que le permita sentir que las palabras del Padre se dirigen a él, queson nuevas y tienen mucho sentido cada día, y sobre todo gozar por ellas, con unaalegría que es el reflejo de la del Padre.

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El motivo y el «lugar» de la alegría

QUEREMOS comprender mejor aún esta sensibilidad y sus componentes, para verdespués también cómo formar para ella, a través de qué dinamismos y pedagogías.

Me parece que una indicación muy iluminadora nos la ofrece el pasaje evangélico enel que Jesús no recomienda al creyente sobre todo un cierto tipo de comportamientos,todos ellos muy buenos en sí (limosna, oración y ayuno), sino más bien una actitudinterior y exterior muy precisa con la que acompañarlos, es más, una motivacióncoherente con su origen (cf. Mt 6,1-6.16-18). Es una clarificación importante, porquepuede ayudarnos a comprender dónde está nuestro corazón o el tesoro por el quegozamos.

a) Alegría y mirada del Padre

El Maestro habla aquí a creyentes, a personas que viven y dan testimonio de su fe conactos coherentes: creyentes practicantes, que socorren al pobre, ayunan y oran al Padreque está en los cielos. Uno diría espontáneamente: «¿Es posible hacerlo mejor?». Y, sinembargo, esto no basta. Hay que hacer todo esto con una actitud precisa: sin «tocar latrompeta» ni «desfigurar el rostro», como dice una imagen muy gráfica de Jesús, niasumiendo actitudes que atraigan la atención de los demás (como «orar en las sinagogasy en las esquinas de las plazas bien plantados»). Éstos se comportan así para ser vistos yadmirados por los hombres, y es posible que lo consigan, si les va bien, pero de estemodo - sigue diciendo el Maestro- «ya han recibido su recompensa», de los hombres,obviamente, consistente en la apreciación inmediata, por lo general no definitiva, y quetiene que ser ganada de nuevo una y otra vez, a menudo fatigosamente (con undesvergonzado derroche de energías).

Por eso, el Señor sugiere una actitud exactamente contraria, a saber, hacer limosna,oración y ayuno en lo secreto, con esta motivación: «Tu Padre, que ve en lo secreto, terecompensará». Porque la alegría cristiana habita «en lo secreto» de la intimidad con elPadre-Dios; ése es su «lugar». O representa exactamente la recompensa otorgada porDios por haber actuado «en lo secreto», es decir, rectamente, buscando sólo su rostro.

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Así pues, quien hace estos gestos para ser visto y aplaudido por los hombres harecibido ya alguna recom pensa, pero es una recompensa o alegría pequeña, porque duraun instante, es superficial y se desvanece de inmediato, puesto que no abre al misterio dela dignidad de la persona, ni alcanza su dignidad radical ni produce ninguna sensaciónbenéfica definitiva (desde el punto de vista de la autoestima), sino que - como es biensabido - normalmente aumenta aún más la necesidad del consenso de los otros y delaplauso, de la audiencia y del índice de aprobación, hasta crear dependencia (comosucede cada vez más también a quienes anuncian el evangelio en una sociedad como laactual, donde uno sólo es alguien si se hace visible y es conocido por todos).

b) Relacional y personal

En cambio, quien hace las cosas lejos de miradas interesadas y en lo secreto, se cruzacon la mirada del Padre, de aquel Padre que - según la singular definición de Jesús eneste pasaje - es el que ve en lo secreto o incluso el que «está» en lo secreto (Mt 6,18), esdecir, el que ve lo que escapa a la mirada humana atraída por el centelleo de las cosas opor el carácter excepcional-extraordinario de los acontecimientos; del Padre que apreciala transparencia de quien hace el bien sin segundas intenciones, únicamente porque sesiente atraído por el bien, aunque no sea aplaudido por nadie. Jesús nos revela aquí a unDios que se manifiesta sólo a quien lo busca únicamente a él y ha aprendido a interceptarsu mirada, una mirada dulcísima y penetrante, que da a la criatura la certeza de uncarácter positivo definitivo («le recompensará»: acción que continúa en el futuro y daestabilidad en la percepción positiva de sí mismo) y le hace sentir un amor que laenvuelve por completo.

El cristiano es exactamente aquel que ha aprendido a gozar de esta mirada porque seencuentra en esos ojos, o es aquel que encuentra su alegría en el estar -a solas- ante Diosy en el dejarse mirar por él, y busca a menudo esa mirada como aquello que da unsentido a la vida y a todo lo que hace, sin tener ya necesidad de llegar a ser importante ode tratar de hacerse visible o de realizar cosas grandes que impresionen y le valgan laaprobación de los demás. Si Dios es aquel que «está» en lo secreto, también su hijo amaestar y vivir en lo secreto, no hacerse notar ni estar en el candelero, para dar importancia,en cambio, también a las cosas pequeñas, y casi dar culto a lo pequeño y a los gestossencillos, porque en ellos es más fácil buscar y encontrar a Dios solo... No por una falsahumildad ni haciéndose violencia, ¡sino porque su alegría está en cruzarse con los ojos deDios!

Así pues, la alegría, lo repetimos también ahora, es relacional, es ser mirados por unojo amoroso y, por tanto, es algo que se recibe. Pero es también algo que alcanza a la

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persona en las fuentes del yo, y que ella advierte en un lugar muy profundo de suinterior, en su intimidad más íntima y personal, y es una sensación profunda y discreta,serena y segura: relacional en el grado máximo y a la vez totalmente personal.

En cambio, quien no ha experimentado esa alegría y no ha hecho crecer en suinterior tal tipo de sensibilidad, está condenado a mendigar como un pordiosero laatención y el aplauso de los demás hasta parecer, a veces, vanidoso y exhibicionista,mientras que, en realidad, está desesperadamente «solo».

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La verdadera y la falsa alegría

JESÚS se dirige aquí a una determinada categoría de personas, los apóstoles yanunciadores del evangelio, como individuos y como comunidad, sometidos confrecuencia a la tentación de buscar la alegría en el lugar equivocado, o de un modo falsoy engañoso.

a) Tentaciones... gozosas

Podríamos decir que, al pronunciar estas palabras, Jesús nos invita, al menosimplícitamente, a reflexionar sobre las tentaciones de la falsa alegría, tentaciones queseducen al individuo creyente que anuncia el evangelio, pero también a la vidaconsagrada y a la Iglesia como organismo social que siempre siente la tentación de buscaruna determinada forma de afirmarse frente al mundo. Del mismo modo que haytentaciones dolorosas o gloriosas, también hay tentaciones gozosas - al igual que losmisterios del rosario-. Y aquí tenemos un ejemplo de ello (de los misterios de nuestrascontradicciones...).

Los setenta y dos acaban de regresar de una experiencia apostólica «llenos dealegría» (Le 10,17) por sus éxitos, porque todo va maravillosamente bien. Jesús confirmael acontecimiento, tal vez también complacido, pero se apresura, creando en ellos unaduda saludable, a recordarles a cada uno de ellos que la fuente de la verdadera alegría delapóstol no son las empresas apostólicas, el consenso de la muchedumbre o de losdiferentes poderes, los números de los seguidores o el entusiasmo de quien te aplaude nila espectacularidad de las intervenciones que atraen a las muchedumbres, y tampoco unacierta eficiencia y éxito con la consiguiente «sumisión» de los enemigos (incluidoSatanás...), sino algo completamente distinto, expresado por Jesús con un lenguajefigurado-metafórico: «Alegraos porque vuestros nombres están escritos en los cielos».De lo contrario, es una alegría falsa, efímera e inconsistente y, peor aún, diabólica.

b) Identidad (y alegría) «escondida con Cristo en Dios»

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En la Escritura, el «nombre» es la identidad profunda de la persona, y los nombres de loselegidos por Jesús están «escritos» en el cielo. Esto significa que la identidad de lapersona no se apoya sobre algo vago e inestable, exte rior y aparente, sino que se afirmay se escribe de modo definitivo en su condición positiva, porque está escrita «en elcielo», y el cielo es el símbolo de la perennidad, en oposición a la precariedad de la tierra.En suma, Dios no sólo habla y expresa su alegría por nosotros, no sólo nos mira en elsecreto de su complacencia ilimitada que se cruza con nuestra mirada, sino que también«escribe» en su corazón nuestro nombre, para custodiarnos en su alegría, o protegerla élmismo.

Así pues, la alegría aparece una vez más ligada a una perspectiva de verdad ybelleza, y a la correspondiente capacidad de captarla sobre uno mismo y dentro de unomismo, o - como hemos dicho - a la sensibilidad con que uno ha aprendido a gozar de laverdad y de su esplendor. Y la verdad es que nuestros nombres están escritos en loscielos, es decir, que nuestra identidad está ya afirmada y se halla en un lugar seguro, yaque está «escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3), es custodiada con esmero por elPadre; la dignidad y la condición positiva del anunciador del evangelio están ligadas a él,al hecho de ser criatura suya, elegida por él, pre-dilecta, llamada, bendecida... Nos ha«escrito» sobre la palma de sus manos, con la tinta indeleble de su amor para siempre.Ese amor es más fuerte que toda contrariedad o negatividad, fracaso o fallo, y existíaantes de que pudiéramos soñar con merecerlo.

No es una satisfacción sólo humana; la alegría que el Señor nos promete y nos da esde otro género. Si nuestra identidad está «escondida con Cristo en Dios», tambiénnuestra alegría lo está.

c) La tentación del censo

Y entonces, el carácter positivo y la alegría del apóstol, en particular, no están en elhecho de ser forzosamente el primero, en los resultados apostólicos que alcanza, en losfrutos de su trabajo, en subir los peldaños de la carrera, en realizar cosas notables o entener muchos... «hijos» (diferentes obras o realizaciones que hagan evidente, en lamedida de lo posible, que ha sido él - y no otros - quien los ha engendrado); así como, enel nivel más comunitario-eclesial, no están en la fuerza de la Iglesia, o en su poder, o ensu capacidad de influir sobre la sociedad más que otros agentes sociales, ni siquiera en suser necesariamente respetada y promovida por los otros, o en los números o en lasmuchedumbres de las diferentes asambleas; así también, nuestros institutos no valen envirtud de las obras, de la cantidad de los miembros, del renombre social, de la eficienciaapostólica, del número de sus miembros que han sido ordenados obispos, del poder

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político-eclesial...

Debemos estar atentos y vigilantes, porque éstas son tentaciones constantes paraquien trabaja en la viña del Señor, desde siempre, desde los tiempos del rey David,cuando, preocupado por valorar la grandeza del poder bélico de Israel, cometió lanecedad de censar a su pueblo para calcular las fuerzas con las que podía contar. Estofue considerado un pecado grave, que atrajo sobre David la ira y el castigo del Señor,único apoyo de su pueblo, que - pobrecillo-, en efecto, tuvo que pagar por el pecadocometido por su rey (cf. 2 Sm 24,1-9).

A nosotros nos parece un poco excesiva la reacción divina; a nosotros, que estamoscontinuamente contándonos y haciendo estadísticas y proyecciones lúgubres, para añorarun pasado que ya no existe y temer un futuro, más o menos lejano, en el que podríamosno existir según esas cuentas (aunque con frecuencia la historia de la Iglesia - y tambiénla de los institutos religiosos - ha desmentido las previsiones más catastróficas). Peroprecisamente éste es el problema: la mirada deprimida y deprimente con que observamosy vivimos este momento de crisis, esparciendo pesimismo a nuestro alrededor. Somoscreyentes que corremos el riesgo de perder de vista que nuestro nombre está escrito en elcielo - fuente de alegría perenne-, alto y seguro por encima de nosotros y nuestrastristezas.

d) La alegría del último puesto

Hay una hermosa imagen de creyente anunciador gozoso del evangelio que esparticularmente elocuente: el beato Charles de Foucauld, hermanito de Jesús. Él buscócon tenacidad el «último puesto» y, de hecho, vivió una vida de perdedor, desde laperspectiva de los resultados concretos. Durante su peregrinación a Tierra Santa, Nazaretfue el lugar que más le impresionó: no se sentía llamado a seguir a Jesús en su vidapública, y Nazaret quedó grabado en lo más profundo de su corazón. Quería imitar aJesús silencioso, pobre y trabajador. Quería seguir al pie de la letra las palabras de Jesús:«Cuando te inviten, vete a sentarte en el último puesto» (Le 14,10). Y ciertamente nohabría podido encontrar un último puesto más alejado que aquel poblado perdido enpleno desierto. Se diría que fue un fracasado, desde el punto de vista del éxito humano,si pensamos que De Foucauld no consiguió fundar en vida la congregación que queríafundar, la de los «Hermanitos del Sagrado Corazón», y sólo pudo lograr que sereconociera la asociación de fieles, que contaba con un mínimo número de miembros. Elflorecimiento tuvo lugar después de su muerte. La difusión de sus escritos y la famaacerca de la radicalidad evangélica de su vida hicieron que nacieran, a lo largo de losaños, 19 familias diferentes de laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas que viven el

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evangelio en el mundo siguiendo sus intuiciones. Sin embargo, su rostro humildementeradiante reproduce el esplendor del Resucitado: la mirada luminosa y penetrante, latímida sonrisa de los labios, la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda como siestuviera dispuesto a retirarse... parecen la traducción en rasgos humanos de Ga 5,22:«El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz...»'.

Podríamos ahora, una vez llegados a este punto, tratar de definir así, en síntesis yprovisionalmente, la diferencia entre la alegría verdadera y la alegría falsa: la primera es«recibida» de Dios, como una participación en su alegría; la segunda está ligada asituaciones afortunadas para el sujeto. Por tanto, la primera es profunda, la segunda essuperficial. La alegría verdadera está ligada a la identidad radical de la persona; la falsa yengañosa está asociada a la apreciación eventual de sus logros. La alegría sana yduradera es un don no buscado intencionalmente, quien la quiere a toda costa corre elriesgo de caer en el estrés y la tensión de la felicidad. La alegría verdadera es una certezaestable; la alegría falsa es una sensación pasajera y también incierta. La primera es serenay discreta («escondida en Dios»), la segunda es ruidosa y nerviosa.

e) «En su voluntad está nuestra paz»2

Por último, me parece que esta advertencia de Jesús a los setenta y dos, supervivientesdel apostolado glorioso, nos pone en guardia frente a otra tentación análoga, la de buscara Dios y la alegría, no sólo en la gloria y en el éxito, sino también en lo extraordinario,para que aprendamos, en cambio, a descubrirlo en el sencillo, cotidiano y normalcumplimiento de su voluntad, y gocemos con ello. Porque en ello, nos recuerda Dante,descansa nuestra paz. Y la paz es un nombre de la alegría, de la alegría cristiana, quehuye de las proclamas y de las poses artificiosas, de los gestos forzados y de los excesos,y es por su misma naturaleza discreta y «pacífica».

El creyente ha aprendido a gozar haciendo la voluntad de Dios; para estar contento lebasta saber que la está cumpliendo, en el puesto y en el lugar que otros le han confiado,con hermanos que él no ha elegido y por los cuales no ha sido elegido... No estaríaigualmente feliz y en paz si todo esto fuera fruto de sus propias maquinaciones, timos,condicionamientos, sutiles imposiciones de su voluntad, astutas manipulaciones... aunqueestas cosas puedan dar al sujeto una sensación de satisfacción por haber obtenido lo quequería o la complacencia engañosa de que es «alguien» si puede imponerse sobre losdemás, hasta llegar a gozar durante un tiempo; pero no pueden darle el gozo intenso de lapaz que canta en tu corazón porque sabes que has hecho lo que Dios quiere, «lo bueno,lo que le agrada, lo perfecto» (Rm 12,2), confiando en él hasta el punto de fiarte inclusode sus (imperfectas) mediaciones. Éste es el gozo pleno, que llena la vida, aunque sea

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silencioso y modesto, porque viene de Dios, el cual no quiere simplemente hijosobedientes, sino hijos felices, y somos felices cuando cumplimos su voluntad.

Así pues, muestra una gran madurez psicológico-espiritual quien puede orar con todaautenticidad con estas palabras: «Me gozo cumpliendo tus órdenes más que en todariqueza... En tu voluntad está mi alegría» (Sal 118,14.16). 0 quien, dirigiéndose a Dios,puede sostener, como sugería un antiguo dicho espiritual, que era feliz, porque «voloquod vis, volo quomodo vis, volo quia vis, volo quam diu vis» 3.

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El fruto de la alegría

ESTAMOS tratando de comprender y definir la sensibilidad que debería orientar cadavez más la atención del creyente para gozar de Dios y de aquello que sólo Dios puededarle. Sensibilidad en el sentido de aprender a gozar, de afinar los sentidos, externos einternos, para entender las cosas de Dios y su lenguaje, y apreciar todo lo que viene deél, todo lo que «sabe» a él. ¿Cuál es el fruto, nos preguntamos ahora, de esta sensibilidadgozosa?

a) «Felix docibilitas»

Si la docibilitas es la actitud interior gracias a la cual aprendemos a aprender de la vidapara toda la vida', lafelix o gaudiosa docibilitas indica la particular sensibilidad delcreyente que ha aprendido a gozar de todo lo que Dios ha preparado y prepara cada díapara quien se fía de él. Precisamente en virtud de este aprendizaje, llega un momento enque uno percibe el ciento por uno prometido por Jesús a quien le sigue, y goza de ello.Pero hay que aprender a descubrir este ciento por uno, a tener un umbral bajo depercepción del amor del Eterno, desde esta perspectiva, para percibir y gozar también delas señales mínimas de valores positivos a nuestro alrededor, sin pretender quién sabequé gratificaciones para ser felices (corriendo de esta manera el riesgo de no serlonunca). Y esto no hay que darlo en modo alguno por descontado.

En efecto, hay personas que no han desarrollado tal sensibilidad o que tienen lasensibilidad orientada en otra dirección. En términos evangélicos, diríamos que haypersonas que juzgan y, por lo tanto, sienten «según la carne» (Jn 8,15) y, porconsiguiente, son sensibles a otro género de gratificaciones, de modo que no pueden nientender el lenguaje de Jesús ni descubrir las numerosas si tuaciones de la vida a travésde las cuales el Padre les da el ciento por uno de lo que ellas le han ofrecido, y terminanyendo a buscar en otras partes lo que ya se les ha dado en abundancia. Sin darse cuenta

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de lo que hacen.

Es hermoso, en este sentido, el testimonio del cardenal Cé, patriarca emérito deVenecia, que dice a propósito de su vida: «El Señor me ha dado una vida hermosa: enparticular me ha concedido la gracia de gastarme por las cosas más hermosas en las quehe creído. No he buscado el dinero o la carrera, aunque he llegado a ser obispo ypatriarca de Venecia, pero he querido a las personas, les he dado las cosas más hermosasen que creía, el evangelio. Al mirar atrás, he de decir que estoy contento... La mayoralegría de mi sacerdocio es la gente a la que he querido, pero que también me ha queridocomo sacerdote».

b) Dios, el multiplicador de la alegría

En el fondo, el ciento por uno está precisamente ahí: en descubrir que consagrarse alDios del amor multiplica la capacidad afectiva del corazón humano y, por tanto, nos hacepositivos y abiertos a los otros, verdaderos hombres de corazón grande; el ciento por unoestá en constatar que en su nombre se pueden estrechar innumerables vínculos deamistad y fraternidad de gran intensidad y, al mismo tiempo, con gran libertad interior. Eshermoso y fuente de gozo pensar que Dios, el multiplicador de la alegría, no construye sualegría sobre las cenizas o las ruinas de nuestra humanidad, sino que quiere que seamossiempre hijos muy humanos y gozosos, resplandecientes por nuestra simpatía, capacesde tener sentido del humor, libres para amar y hacerse amar, pero también para captar ellado gracioso de la vida cuando puede servir para mitigar ciertas durezas y tristezas, parareconocer la amabilidad del otro, de todos los demás seres humanos, y para hacer quesea amado por todos Aquel que es el gozo infinito y verdaderamente amable en gradosumo.

Si Dios es el multiplicador de la alegría, el cristiano es hombre de la alegríamultiplicada. Podríamos decir, por lo tanto, que el fruto de la alegría es la alegríacentuplicada, o que el fruto de la capacidad-libertad de gozar (y de una ciertasensibilidad) es encontrar cada vez más motivos de gozo.

He aquí otro test sencillo que todos podemos aplicar: ¿puedo decir que hedescubierto este ciento por uno a mi alrededor y que me lo ha concedido el Maestro?¿Puedo decir que he descubierto en mi vida este ciento por uno? Es impresionante oír aalgunos creyentes, o consagrados y consagradas, que admiten honestamente que nuncahan descubierto este ciento por uno. Como si el Maestro les hubiese engañado. ¡Locontrario de la alegría!

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c) La droga del «don»

Recuerdo, a este respecto, el caso de don Pasquale, sacerdote bueno y estimado por lossuperiores, que había llegado mucho antes que otros a desempeñar cargos deresponsabilidad en la diócesis, pero que también es apreciado por sus hermanossacerdotes - que reconocen que es una persona sabia-, y por la gente - que le quiere ymuestra que sigue sus iniciativas-. Vino a entrevistarse conmigo cuando era párroco deuna gran parroquia, donde desde hacía años había iniciado una pastoral que estárenovando de manera inteligente e inspirada la concepción misma de la parroquia, elmodo de vivir la fe, y que está convirtiéndose para los mismos sacerdotes en un modo depracticar finalmente la formación permanente. Sin embargo, en todo esto don Pasqualeno se siente del todo contento o, como él dice: «En toda esta tensión de fondo se muevesubterráneamente una suerte de sentimiento depresivo, de tristeza sutil. Con frecuenciame parece que no puedo llegar a cumplir mis compromisos; me sobrecargo de trabajohasta llegar al agotamiento; me siento obligado a inventar continuamente cosas nuevas yconvincentes...».

Durante varios encuentros examinamos juntos con atención su realidad ydescubrimos el problema común en estos casos, a saber, el frenesí del «don», queciertamente trabaja por el Reino, pero que en todo mete también un poco «de lo suyo»,es decir, de su reino, sobrecargándose de trabajo precisamente porque el trabajo se haconvertido en una especie de tarjeta de crédito para él, algo que confirma los valorespositivos de su yo, sus capacidades y habilidades también frente a los otros, el obispo yla gente, sus hermanos sacerdotes y sus amigos. Pero sin darle nunca una confirmacióntotal o definitiva. Por un lado, tiene que seguir multiplicando frenéticamente el trabajo,mientras que - al mismo tiempo - tiene la sensación de que nunca llega a una certezapositiva final relativa a su yo; a pesar de sus éxitos, tiene que inventar mil cosas nuevasque hacer... Y esto constituye ya una explicación plausible de la pequeña depresión queserpentea en su corazón.

d) ¿Dios engañador u hombre analfabeto?

Pero aquí, en la historia de don Pasquale, hay algo más, a saber: el trabajo se convierteen una especie de droga, una droga... religiosa, justamente porque el «don» no tienenada mejor, es decir, no se siente suficientemente gratificado por el apostolado «normal»,por decirlo así, tiene que hacer algo más o extraordinario, porque en lo ordinario noencuentra una satisfacción suficiente, así como también debe tener forzosamente unarelación «particular» con un varón o con una mujer, porque las relaciones habituales nole ofrecen mucho, al menos eso dice (a diferencia del testimonio anterior del cardenal

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Ca)... Pero de este modo, la alegría que obtendrá estará... también drogada y seráincapaz de dar una plena gratificación.

Al final de un encuentro, le propongo que medite la frase de Jesús que encabeza estecapítulo, es decir, la promesa del ciento por uno a quien ha dejado todo para seguirle; lepido que se confronte sinceramente con aquella promesa y que se pregunte hasta quépunto ha sido verdadera para él, indicando, si es posible, las situaciones en que aquelciento por uno se ha hecho evidente. Sorprendido, me pide que repita dos veces el temade reflexión; parece que no es una meditación habitual para él.

Después de un par de semanas vuelve y, sin provocación alguna por mi parte, medice a bocajarro con aspecto triste, casi resignado: «No, no puedo decir que aquellapromesa del Maestro se haya cumplido en mi vida... o al menos yo no me he dadocuenta».

Respuesta sincera y grave al mismo tiempo. Grave, porque es muy inquietantepensar que un sacerdote no pueda haber gozado de esta promesa; es como decir queprecisamente él, un discípulo, ha sido engañado por el Maestro. Pero es también unarespuesta inteligente y verdadera, porque don Pasquale deja un resquicio abierto cuandoañade: «...o al menos yo no me he dado cuenta». En efecto, todo el problema seconcentra por lo general aquí: no es el Señor quien nos ha engañado, sino que tal veznosotros no hayamos desarrollado la sensibilidad espiritual que lleva a descubrir larealización de la promesa, es decir, las numerosas situaciones de la vida a través de lascuales el Señor nos ha colmado de bienes. Y corremos el riesgo de ser analfabetos de laalegría, de no saber verla a nuestro alrededor, o de tener a este respecto un umbralperceptivo muy alto, por el cual percibimos sólo las gratificaciones más evidentes y quecorrespon den de inmediato a nuestras expectativas (a veces también un poco infantiles opropias de adolescentes), por lo que - por ejemplo - queremos o pretendemos signosclarísimos, incluso muy sensibles y físicos, de afecto y consideración, sin sentirnos nuncasaciados, mientras que carecemos de la delicadeza de ánimo que permite percibir yapreciar todas aquellas situaciones vitales muy humanas, portadoras de gracia divina yque dan paz al corazón, aunque sean pequeñas y discretas: gestos de atención, cortesía,respeto, cuidado, un saludo cordial, una mirada luminosa, una palabra amistosa, unaescucha atenta, un compartir fraterno, una invitación a cenar, dos pasos dados en común,un apretón de manos, una palmada en la espalda, un mensaje, una caricia, un beso...

Hay una finura elegante en el corazón de quien ha aprendido a gozar de todo esto, delas alegrías sencillas de la vida3, y goza de ellas siempre con el sentido de asombro típicode quien está convencido de que no lo merece y se encuentra siempre frente a la

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sorpresa y sabe dar gracias a la vida, a los demás y a Dios. En cambio, cuánta rudezadesconcertante hay en el alma de quien ha aprendido a gozar sólo de lo que... se toca, seve y se gusta inmediatamente, y termina - imposible de contentar- queriendo siempremás y queriéndolo ya «todo», y va a buscar la alegría (y a Dios) quién sabe dónde...

Éste era tal vez, al menos en parte, el caso de don Pasquale, que llegó incluso a nosentir ya como gratificante, también en el plano humano (y más aún en el espiritual), suministerio, o a no ser ya capaz de gozar de las numerosas y variopintas posibilidades queel ser sacerdote y pastor ofrece para una plena realización del yo, o para una vida derelación extraordinariamente rica, con muchas personas, en la que siempre se recibemuchísimo de la gente sencilla, mucho más que lo que se da, o para un descubrimientocontinuo de los numerosos signos de belleza y autenticidad que hay en la vida, aunquesean pequeños, especialmente en la vida de un ministro apasionado por su trabajo...

Tal pastor debería recordar cómo Jesús pidió justamente a sus discípulos querecogieran también los pedazos que sobraron después de haber alimentado a lasmultitudes con la multiplicación de los panes. Del mismo modo, Dios multiplica la alegríadel discípulo, pero todavía hoy pide a todos sus apóstoles que «recojan los pedazos» o,con otras palabras, que reconozcan todas las ocasiones en que se esconde la alegría, queaprendan a gozar de cada fragmento de alegría, ya que la alegría, grande o pequeña,viene siempre de Dios, que es quien la multiplica. Y regresa a él.

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Pasamos ahora a la parte más dinámica y pedagógica, aunque ya hemos visto algunaslíneas de este dinamismo. Tales dinamismos no sólo nos indican el camino hacia lafelicidad, sino también - al menos implícitamente- las condiciones para serverdaderamente felices, cómo buscarla.

Siempre a la luz de la Palabra y en correspondencia, más o menos inmediata, conrasgos distintivos que expresan el contenido de la alegría.

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La alegría como libertad

EN la primera parte hemos visto que una función de la alegría es revelar dónde seencuentra el corazón de la persona, qué es para ella lo más importante en la vida.También hemos dicho que la alegría no hay que buscarla por ella misma, sino que es laconsecuencia de la búsqueda de esta realidad que da sentido a todo.

En este conocidísimo pasaje evangélico, como en el siguiente (el de la perlapreciosa), la alegría es presentada como la reacción interior al descubrimiento del«tesoro», que es exactamente esta realidad central para la persona y para su identidad.Pero, en verdad, la alegría es lo que acompaña todo el recorrido del creyente que caminahacia el Reino, en todas sus fases, es aquello que lo convierte en un itinerario de libertad.Veámoslo.

a) Al comienzo, la alegría (el gozo de quien busca)

En primer lugar, las dos parábolas con las que Jesús nos cuenta el Reino hablan de unhombre que busca: implícitamente la primera parábola, explícitamente la segunda. Ahorabien, si un hombre busca, quiere decir que espera encontrar; es más, si espera, quieredecir que «cree» y, si cree en Dios, su fe-esperanza le da la certeza de encontrar: por esose esfuerza por buscar, es libre para buscar. Y, por consiguiente, es una búsqueda queimplica la alegría, una alegría inicial, casi embrionaria y aún no manifiesta, pero presenteen lo profundo del corazón, porque es consecuencia de la confianza que el creyente poneen Dios, el Dios que es misterio bueno, no enigma impenetrable, y se deja buscar-encontrar. Es la alegría de la que habla el salmista: «Que exulten y se alegren quienesbuscan tu rostro, Señor» (Sal 39,17).

Si el autor de la Carta a los Hebreos afirma que «la fe es el fundamento de las cosas

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que se esperan» (Hb 11,1), podríamos añadir que la alegría es la consecuencia y, almismo tiempo, lo que empuja a caminar hacia ellas, a buscarlas. En este sentido, laalegría está muy ligada al deseo, casi se identifica con él y está implícita en el hecho dedesear, porque desear es ya poseer de algún modo, en la mente y/o en el corazón, lo quese desea y, por tanto, gozar de ello. Y el deseo es una expresión ulterior de libertad.

Es interesante este aspecto, que expresa de un modo muy claro la naturaleza denuestra vida sobre la tierra, del peregrino-buscador de la verdad en la libertad, cuyaalegría no está sólo en el descubrimiento, sino que se encuentra ya presente en el simplehecho de buscar. Por este motivo buscamos a Dios, y buscar a Dios es ya fuente de unagran alegría. Buscar a Dios es orar, vivir en su presencia, desearlo, habitar en su casa,pero también el mero hecho de llamar a su puerta, de pedirle el pan de cada día, dealimentarse de su palabra, de dirigirle nuestras palabras, no sólo para alabarlo sinotambién para expresarle nuestra pena o nuestra decepción, e incluso nuestradesesperación, estar con él, también cuando parece más un «torrente peligroso» que unamigo dulcísimo, y estar con él se asemeja a una lucha...

Es la alegría del orante, ya que la oración es la primera expresión naturalísima dequien busca, y descubre que su buscar es ya encontrar. Si no existe esta alegría, sepueden decir cada día un montón de oraciones sin orar nunca, o reduciéndolas a«prácticas de piedad» impuestas por alguien o por alguna regla, y que se han dedespachar de algún modo, como pura burocracia del funcionario de lo divino, hasta llegara cansarse de ellas.

b) Al final, la alegría (el gozo de quien encuentra)

En la primera parábola parece que el tesoro es encontrado por casualidad, sin unparticular esfuerzo por parte de quien lo encuentra, al menos aparentemente. Tal vez sequiera subrayar la absoluta gratuidad del don que viene de lo alto, la iniciativaexclusivamente divina al concederlo, y que, de todos modos, hace estallar la alegría delafortunado que lo encuentra. El cual, de hecho, está tan «lleno de alegría» por eldescubrimiento, que no duda ni un momento en liberarse de todas sus posesiones paracomprar el campo.

Lo interesante es justamente la intensidad de esta reacción, que lleva a hacerelecciones, y elecciones totales y determinantes: hasta tal punto que el hombre delevangelio «vende todo lo que tiene» por aquel tesoro, pero lo hace con prontitud, no conesfuerzo o porque la persona está de algún modo obligada, ni con la tensión ligada a larenuncia que con frecuencia da un sentido de frustración a la vida del seguidor de Jesús o

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hace que se sienta «cansado y oprimido» (Mt 11,30). No, aquí hay una persona libre,con una pasión fuerte por un tesoro frente al cual nada en el mundo tiene importancia ytodo palidece; aquí hay una alegría contemplativa y activa, mística y ascética: brota, enefecto, de la fascinación por su belleza y se transforma en energía que da valor paratomar decisiones, incluso definitivas, pero con libertad interior, por amor.

Éste es un punto central en nuestra reflexión sobre el dinamismo de la alegríacristiana: la alegría es lo que te permite hacer las cosas con libertad, en virtud de unaatracción interna, rica en energía, que da la fuerza de la renuncia y hace ligero su peso(«mi yugo es suave y mi carga ligera», Mt 11,30). En este sentido, la alegría es condiciónprevia para hacer elecciones, es «lo que viene antes», pero también lo que las acompañay las sigue, es «lo que viene después», como aquello que las acredita porque es garantíade libertad. Nadie, por consiguiente, puede imponerse una renuncia si no es por algo queconsidera más hermoso que aquello a lo que dice «no», ni puede imponérsela a losdemás si, al mismo tiempo, no deja entrever el espacio de libertad que esa renuncia haceaccesible a quien la elige.

Por eso, «Dios ama a quien da con alegría» (2 Co 9,7), porque sólo ese modo dedarse es sincero y apasionado, no obligado ni hecho de mala gana (y, por tanto, nosincero). Por otro lado, como ha recordado recientemente Benedicto XVI, «la verdaderaalegría está enraizada en aquella libertad que sólo puede ser dada por Dios»'.

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La libertad para buscarse o no a sí mismo

ESTAS palabras de Jesús no se refieren exactamente a la alegría (sino a aquellas cosasque a menudo constituyen «un afán» para tantos seres humanos, cosas materiales comoel alimento o el vestido), pero creo, en cualquier caso, que la alegría forma parte de«todas esas cosas... dadas por añadidura» a quien busca primero el Reino de Dios y suamor.

a) Regalo inesperado

Es otro punto muy importante relativo a la dinámica de la búsqueda de la alegría, y yahemos aludido a él'. Lo re tomamos aquí para captar de un modo más preciso su aspectopsicológico. Muchas veces no alcanzamos la alegría porque la buscamos mal, de unmodo equivocado, convirtiéndola en el objetivo inmediato de nuestro obrar, o porque labuscamos para nosotros mismos (ignorando al otro o sin buscar suficientemente y antesque nada su alegría y, por tanto, olvidando que la alegría es relacional)2, o porque labuscamos por ella misma, como sensación positiva, de relax y bienestar psicofísico,como si fuera posible alcanzar directamente la alegría como finalidad de la existencia, ydesatendiendo así un principio psicológico de importancia fundamental (y en sintoníaadmirable con el evangelio), según el cual la alegría se puede alcanzar y experimentarsólo como consecuencia preterintencional de una intencionalidad trascendente de vida. Esposible que la expresión suene un poco áspera y artificial, casi como un juego depalabras. En realidad, es la traducción en términos psicológicos del dicho de Jesús enMateo 6,33, pero es una traducción preciosa, porque nos indica un camino pedagógico-existencial, gracias al cual podemos tener la experiencia igualmente preciosa del gozo.

Si la alegría es relacional y fruto de una situación relacional, como hemos visto, deun amor y de una pasión, de un interés fundamental por algo importante, que lleva a lapersona fuera de sí, no se puede conseguir como un bien para uno mismo, sinoúnicamente en una dinámica que lleva a la persona fuera de sí, es decir, en una lógicaautotrascendente. La alegría es posible sólo como consecuencia no directa yexplícitamente pretendida de una tensión de vida que conduce al individuo fuera de su

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yo, hacia el otro, hacia lo que es verdadero-bello-bueno, hacia el Reino, en palabras deJesús. Entonces, la alegría se le dará por añadidura o, dicho de otro modo, como un bienno buscado por sí mismo, como el cuarto trascendental humano (junto a lo verdadero, lobello, lo bueno - y más allá de ello-), según las palabras del padre Jesús Castellano3. Éstaes, en el fondo, más allá de la apariencia, la lógica del grano de trigo que cae en tierra ymuere, y al final produce mucho fruto (Jn 12,24)... Y es feliz, ¡podemos pensarlícitamente!

b) La alegría de ser coherente

Hay otro modo de alcanzar la alegría que está estrechamente ligado a lo que se acaba dedecir y es casi una consecuencia de aquella misma ley psíquica o una reelaboración deella. La alegría es un fruto típico de una vida coherente. Cuando uno se comporta segúnsus valores, y sobre todo cuando hace una elección explícita y también un poco costosaen ese sentido, no puede sino estar contento, pese al «precio» que ha pagado. Lacoherencia produce alegría; no podría ser de otra manera.

Es fácil decir cuál es el motivo psicológico: que la coherencia sitúa a la persona enarmonía con la verdad de sí misma, y vivir en la verdad es intrínsecamente gratificante.Así pues, si de la verdad viene la coherencia de vida, ser veraces y hacer concretamentela verdad es también una condición para la armonía interior, la paz profunda, ladistensión que serena, la alegría del corazón, porque nada como la coherencia consigomismo ofrece al hombre todo esto. La voluntad de ser fieles a lo que se intuye como lapropia verdad en el obrar y en el ser, en el desear y en el elegir, en el amar y en elsufrir... es por su misma naturaleza relajante y re-creativa, dado que pone al hombre ensintonía consigo mismo, con aquello que es y para lo que ha sido hecho, por encima detodo moralismo. Aunque esto pueda resultar muy costoso. De hecho, nada produce tantorelax y alegría como la verdad y la conciencia de haber actuado según la verdad'. Alegríasencilla, pero que ilumina la vida y brilla en los ojos.

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La libertad para hacer las cosas por amor

OBSERVAMOS otro episodio evangélico, el de Marta y María, para comprender elsentido de esta libertad en el camino cristiano y humano hacia la alegría: de la alegríacomo libertad «con respecto a» a la alegría como libertad «para».

a) La tristeza (y el enfado) de quien no ama lo que hace

En este episodio encontramos de algún modo confirmado - pero al revés - lo expuestohasta aquí. De hecho, Jesús reprende ante todo a Marta porque - a juzgar por lo que ellamisma dice - muestra que no cumple con alegría el servicio que está realizando, no amalo que hace, y se enfada... con todo el mundo: primero con María, la espabilada que estásentada cómodamente a los pies del Maestro sin hacer nada, mientras ha descargado elpeso del trabajo material sobre ella, la pobrecita y también un poco incomprendida; seenfada con Jesús, que no reprende a María ni se da cuenta de nada; y, por último, seenfada consigo misma, porque no tiene valor para expresarle directamente a su hermana,tan querida (¿?), sin rodeos, su rencor, como una mezcla de frustración y envidia (cf. Le10,41-42). Demasiada irritación, indudablemente, fruto evidente de un malestar interiorcentral y no controlado: Marta no ama lo que hace, lo hace de mala gana, recriminando yprotestando, presentándose como víctima y mujer cansada; desempeña un servicio quetiene su dignidad, pero ella no la reconoce, y termina sirviendo sin alegría'. Para ella, eltrabajo noble y gratificante, también en un plano simplemente humano, es el que hace suhermana, mientras que el servicio que se le ha asignado a ella es pobre y de clase inferior,es un trabajo fatigoso e ingrato. De este modo se cierra frente a su hermana, ni siquierale dirige la palabra y encarga al Maestro que le transmita todo su enfado y sunerviosismo.

Es «tristemente» interesante notar lo que desencadena en el alma la falta de gozo en

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lo que se hace: irritación consigo mismo y con los otros, frustración y sentido deinutilidad, pérdida de entusiasmo y creatividad en el trabajo, envidia y celos, desprecio denuestro papel e idealización del papel de los demás, aislamiento y ruptura de la relación...

Por eso, Marta no sólo está agitada, sino que es una triste agitada o una siervairritada, esclava de su irritación.

b) Alegría y placer, bien total-final y bien parcial-inmediato

Profundizamos en este aspecto, porque puede revelarnos aspectos útiles acerca del gozoque la vida nos ofrece.

Hemos dicho que la alegría nace del hecho de haber alcanzado un bien que se desea,un bien que sacia todo deseo y, en definitiva, aquel bien que es Dios. Más concretamentepara el creyente, la alegría está ligada al cumplimiento de la voluntad de Dios, o delproyecto que él tiene sobre la vida del hombre. Pero la alegría está y debe estar tambiénen el camino, en la búsqueda, en el modo en que la persona llamada responde al sueñode Dios sobre su vida, aunque no sea aún una alegría plena. No puede haber alegríadonde uno se siente obligado o hace las cosas por miedo o simplemente se adapta...porque no tiene otra alternativa. Entre otras razones, porque nadie puede mantenersetoda la vida haciéndose violencia o presumiendo de que vive perennemente defrustraciones y renuncias, ni puede pensar que está allí esforzándose u obligándose ahacer lo que considera que es su deber, por muy noble que sea, e incluso aunque seaconsiderado como voluntad divina: antes o después, el equilibrio se rompe con dañosgraves en el nivel emotivo y nervioso. Quien hace el bien por la fuerza, al final lo hacemal (e incluso puede ser que termine haciendo el mal).

Hay que entender, en cambio, que la alegría es parte de la actitud virtuosa, esnecesaria para la santidad. Y que la virtud no tiene nada que ver con la coacciónpsicológica o moral. El hombre virtuoso, como recuerda de hecho Tomás, es unapersona que ha experimentado gusto y placer por la acción virtuosa y advierte la libertadinterior de hacer algo que le atrae cada vez más, porque en ese gesto, en definitiva, hadescubierto y descubre cada vez en mayor medida su propia identidad y verdad. Enefecto, afirma Tomás de Aquino: «No se puede decir que es justo quien no goza de susacciones justas». Precisamente por esto Agustín ora: «Hazme amar, Señor, lo que túordenas». Casi haciéndose eco de esta oración, Teresa de Lisieux escribe a su atareadahermana Leonia, siempre un poco insatisfecha (como Marta), que «la única felicidad quehay en la tierra es la de trabajar por juzgar siempre deliciosa la parte que Jesús nosasigna» 3. Re macha el mismo concepto, en términos más laicos, Dostoievski, para el

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cual el secreto de una vida plena es comprometerse para actuar por lo que uno ama yamar aquello por lo que uno se compromete.

Por eso podemos añadir sin vacilación que el placer es necesario para el ser humano.Si la alegría está ligada al bien final de la vida y a la conciencia de tender constantementehacia él, el placer es la sensación refleja de felicidad y bienestar ligada másparticularmente a las acciones concretas del sujeto, en los diferentes niveles (físico,relacional, pasional...).

Ahora bien, el secreto de una vida equilibrada y gozosa es la correlación entre las dossensaciones o entre los dos bienes, el final-total y el parcial-momentáneo; másexactamente, es necesario que el placer, y el motivo del placer, estén directa oindirectamente ligados al bien final de la vida y su deseo o, cuando menos, no estén encontraste con él. Por esta razón, por ejemplo, puedo gozar de una buena comida con losplatos que me gustan, o de un buen paseo en serena compañía, si esto no me impideseguir tendiendo hacia mis valores trascendentes de vida, o ayuda a mi físico y relaja mipsique para el cumplimiento de mis deberes.

De otro modo, cuando no se respeta esta conexión y el placer es buscado por símismo, éste tiende a convertirse en absoluto, presentándose como realidad capaz de daruna satisfacción total. Y esto tiene tres consecuencias: la primera es la de reducir de esemodo el marco ideal del sujeto, restringiendo y cerrando a la persona en el reducidoespacio de vida al que pertenece aquel gesto (en el nivel corporal o pasional, etc.); lasegunda es la repetitividad, por la que el placer, dado que termina al cesar el gesto que loproduce, empuja a la persona a repetir continuamente ese gesto para engañarse pensandoque puede seguir experimentando el gusto producido por él'; la tercera consecuencia es ladependencia, por la que, por un lado, el sujeto no puede prescindir de esa gratificación,pero, por otro, la «dosis» de los comienzos para procurarse el placer ya no es suficiente(ha disminuido la sensibilidad-capacidad misma de encontrarnos a gusto o se estáelevando el umbral perceptivo) y tendrá que aumentar cada vez más, con la esperanza deobtener finalmente una gratificación plenas. Pero es una ilusión.

La realidad es, en cambio, que en ese momento la persona detiene, tal vez sin darsecuenta, aquel camino hacia el ideal que la había atraído al comienzo, y se bloquea en larepetición vana de gestos que le procurarán un placer siempre demasiado breve y traidor,a menudo seguido por un regusto amargo. Poco a poco, el individuo perderá de vistaaquella felicidad alta para la que está hecho el corazón humano y de la que el placerbuscado de ese modo es sólo una falsificación miserable'.

Podríamos formular positivamente el principio que regula la vida y la moderación del

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placer con estas palabras: está bien hacer las cosas con placer, pero no por el placer'.

c) Un único y gran amor

Volviendo a Marta, encontramos que en ella este equilibrio entre alegría y placer serompe en la práctica, porque no ha sido capaz de poner el servicio de la mesa que se lehabía confiado, humilde y ordinario, en relación con lo que ella misma consideraba queera el centro de su vida, a saber: la relación con el Maestro. Esto explica la cerrazónairada en sí misma, y la pérdida de la alegría y de lo que podría haber sido un momentode gozo.

A decir verdad, Marta está cerrada en un doble sentido: ante todo, en relación con loque hace - tal vez incluso consigo misma - y sólo en un segundo momento en relacióncon su hermana (pero también de algún modo en relación con Jesús). Es imposible enestas condiciones (de cerrazón irritada) experimentar la alegría, que es relacional y estáabierta al otro por su misma naturaleza. Y es probable que ambas cosas estén ligadasentre sí: hacer las cosas por amor implica normalmente la apertura al otro.

Por eso, se nos ocurre pensar que, si hubiera amado lo que estaba haciendo, si sehubiera implicado enteramente interpretándolo como gesto de amor al Maestro y comoservicio de algún modo complementario de lo que estaba haciendo su hermana o, encualquier caso, en sintonía con ella, sin sentirse ni inferior ni explotada, no se habríapuesto nerviosa ni habría merecido el reproche de Jesús, el cual, en efecto, le reprendeporque hace las cosas con agitación y afán, pero sobre todo porque no las hace por loúnico que cuenta verdaderamente, a saber: el amor. El amor al Señor (primer amor), quese extiende después a los otros (segundo) y a lo que se hace (tercero). Como un único ygran amor.

Ésta es «la mejor parte/elección» de todas, porque es el bien o el amor final-total quecontiene todos los amores parciales-temporales; porque es la elección que permite amarcualquier cosa que uno haga por amor a ella; es la elección que hace verdadera, hermosay noble toda acción, o la que unifica la vida y concentra las energías, y da una alegríaque nada ni nadie podrá arrebatarnos. Hacer las cosas por amor es la elección que nospermite realizar una infinidad de cosas amándolas en virtud de aquel único y gran amorque está en el centro de nuestro ser, sin correr el riesgo de caer en la esquizofrenia o desufrir un infarto, o - por el contrario - de decidir abandonarlo todo y hacer «como hacentodos» o «como hacen los más astutos», o sea, ir a lo suyo o caer en la mediocridad, grise irritada...'.

La alegría es tanto mayor cuanto más central sea en la vida el único y gran amor.

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d) «El paraíso son los otros»

Cuando Pablo habla del cristiano como aquel que «siente» de acuerdo con Cristo yjuntamente con él (cf. Flp 2,5), creo que la dimensión interpersonal o la apertura al otrorepresenta una de las consecuencias más relevantes de tal conformidad de sentimientos eintenciones profundas. En otras palabras, se trata, para el discípulo auténtico delMaestro, de «sentir al otro como vínculo constitutivo del propio ser "yo"», perorecordando claramente que «en el sentirse no cuenta ante todo el ponerse en primerplano, porque sentirse uno mismo como prioridad es egoísmo. Es justo - ciertamente -prestar atención al propio sentir, pero para aprender a sentir al otro, para sentirseradicalmente en relación» 9. De aquí procede la alegría, que - repitámoslo - es unarealidad esencialmente relacional, mientras que la tristeza significa cerrarse en el sentirreferido a uno mismo.

Podríamos citar muchísimos ejemplos, más o menos conocidos. Uno bastantereciente es el de sor Emmanuelle, la «Madre Teresa de El Cairo», que murió con casi100 años de edad, después de una vida totalmente dedicada a los demás, considerada pordos años consecutivos - ella, alta y enjuta, con aquella sonrisa que le iluminaba el rostro,marcado por arrugas sutiles, y que vestía descuidadamente - como la mujer másinteresante para los franceses, por su acción humanitaria, el altruismo, la compasión y lasolidaridad manifestadas en su larga vida. Hasta tal punto que pudo afirmar, invirtiendo elcélebre e «infeliz» dicho de Sastre («el infierno son los otros»), que «el paraíso son losotros». Su máxima felicidad, en efecto, había sido la inauguración de un instituto paramuchachas pobres en un barrio de chabolas de El Cairo. Pero en el origen de su entrega,y de su gozo, reconocía la beatificante tensión de la búsqueda «en Dios de un amorduradero y sin límites... que quería llevar a miles de niños marginados en el mundo»10.

Es interesante lo que dice a este respecto un psiquiatra como V.Andreoli, que seprofesa no creyente, pero que está muy atento a las cosas de la fe y es sensible a losproblemas de los sacerdotes (porque les ha conocido en su actividad profesional): «Elsacerdote hace lo que hace no sólo porque conoce los preceptos de su religión, sino porla experiencia de la alegría, porque ser bueno con los otros significa también sentirse biene incluso ser feliz (...), siente placer haciendo el bien al prójimo, siendo incapaz de hacerel mal (...). Si un sacerdote no alcanza también en el plano humano la experiencia delbien y no experimenta la alegría misma del bien a favor de los otros, no podrá ser unbuen sacerdote. Corre el riesgo de ser un burócrata que contabiliza, pero no contagia. Encambio, si el bien se convierte en fuente de la alegría vi vida, entonces lo hará también demanera gozosa. Y semejante experiencia se hace epidémica, porque al transmitir el bien,aumenta el deseo de hacerlo. ¡Qué hermoso es poder hacer el bien sin una razón,

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simplemente porque el bien es la recompensa del bien hecho, porque es maravillosohacerlo. ¿Qué es el sacerdote? Un hombre verdadero que quiere el bien verdadero, unhombre que se pierde por la felicidad de los otros»".

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El amor gozoso y liberador a la Palabra

LA alegría no es una simple sensación, sino que indica un proceso interior muy dinámicoque implica mente y corazón, sentidos externos e internos, y cuyo punto final es unasensación que llamamos justamente alegría, a la que Jesús en el evangelio da el nombrede bienaventuranza, término que remite a la idea de quietud, bienestar, serenidad.

Pero Jesús ha indicado también cuáles son los contenidos de esta bienaventuranza yquiénes son las personas que han vivido plenamente esta bienaventuranza. En elversículo que da título a este capítulo, «dichoso/a» constituye una referencia implícita asu Madre, María, a quien una persona de la multitud había exaltado por ser madre de talhijo, y a la que, en cambio, el Maestro alaba como creyente que ha escuchado y puestoen práctica la palabra de Dios.

Aquí hay dos aspectos importantes para nuestra exposición sobre el dinamismo de laalegría: la Palabra como punto de referencia del deseo del creyente (la Palabra comocontenido) y también del proceso dinámico creyente que conduce a la alegría (la palabracomo método).

a) «Tu ley es mi alegría...» (Sal 118,77)

Aquí hay que entender «ley» como palabra, como palabra-de-Dios. El salmista nosregala en este salmo expresiones extraordinarias que expresan todo su amor a estapalabra, como punto de llegada de un camino creyente. Una palabra esperada ylargamente deseada («me adelanto a la aurora y pido auxilio... a fin de meditar en tuspromesas», vv. 147-148), porque es palabra de verdad («la verdad es principio de tupalabra», v. 160), palabra amada («por encima de todas las cosas», v. 167) y a la veztemida (v. 161), nunca olvidada porque es palabra de vida, que hace vivir («tu palabrame hace vivir», v. 50); en ella espera el creyente («de no haberme deleitado en tu ley, yahabría perecido en mi aflicción», v. 92); ella es lo que el creyente pide a Dios («dame aconocer el camino de tus preceptos», v. 27).

Hoy, gracias a Dios, en la comunidad de los creyentes ha cambiado la relación con laPalabra, pero todavía no hasta el punto de convertirse, como consecuencia, en una

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relación de amor y de alegría. En realidad, éste es el punto fundamental, el que deberíaser el fruto de una familiaridad asidua con la Palabra, de una costumbre diaria con ella: elamor a la Palabra. De nada serviría la lectio si no se convirtiera en dilectio', es decir, enamor típico y específico a aquella realidad misteriosa que es la Palabra, hasta el punto depoder decir: «¡Qué dulce me sabe tu promesa, más que la miel a mi boca! ...Tu palabraes antorcha para mis pasos, luz para mi sendero» (Sal 118,103.105).

Es un sentimiento nuevo, que no se ha de confundir simplemente con el interés porla Palabra, la intuición espiritual, el gusto por el estudio, la capacidad de exposición...,porque para el hombre amar la palabra, estar enamorado de ella, es algo inédito yoriginal. Pero éste es el modo, el único modo auténtico de relacionarse con la Palabra.Como dice Kierkegaard: «Como un enamorado lee una carta de la amada, así tienes queponerte a leer la Escritura... La Biblia ha sido escrita para ti»2. Pero esto sucede paraquien detrás y dentro de ella aprende a percibir a Quien no deja de pronunciarla, a Quiense revela, a través de ella, como una presencia viva.

En efecto, la Palabra es el signo inmediato del amor de Dios, y del Dios revelado porJesucristo, un Dios que ha amado tanto al hombre que le ha dirigido su palabra, ya seaenviando al Verbo, ya sea instaurando con el hom bre un diálogo rico en signos ysímbolos, sonidos y voces, visiones e historias, parábolas y palabras, unas veces muydulces y otras, muy amargas..., todo ello contenido en el jardín de las Escrituras santas,semejante al jardín del sepulcro, donde sólo los ojos amantes, en efecto, saben reconocerel rostro del Amado (cf. Jn 20,15-16).

Y esto se debe a la particular identidad del Dios de los cristianos: si este Dios esrelación, entonces «la Palabra de Dios es Dios mismo en el signo de su palabra; éstaparticipa de Su poder» 3. Dios vive y casi respira en ella; su corazón palpita en ella, y lapalabra es su manifestación espontánea e inmediatamente accesible, es la relación dehecho, es la evidencia del amor que busca la comunión. Por eso, san Gregoriorecomienda: «Aprende a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios»'. Si Diosme habla, quiere decir que me ama; su amor es revelado de inmediato por su palabra,cualquiera que sea, antes que por su contenido; y es amor personal porque es unapalabra dirigida a mí, aquí y ahora, para entablar un diálogo conmigo. Amar la Palabra,por tanto, es descubrir en ella al Dios amante para dejarse amar por él'. Y sentirse en laalegría.

Y no sólo eso; amar la Palabra es aceptar concretamente el entrar en contacto conAquel que me habla, es empezar a responderle, y con la respuesta más lógica y natural,la del amor y la gratitud, por un lado, acogiendo y dejando resonar en las profundidades

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de mi pequeño mundo interior la palabra del Eterno y, por otro, dejándome envolver poresta corriente de amor que me capacita para hablar, o me educa para vivir la relación,para estar también yo en la relación, porque el Creador me ha querido así, para decir unay otra vez a Dios las palabras que él me ha dicho, que son palabras de amor. ¡Qué granmisterio!

Aquí nace el creyente, como un niño que aprende a hablar en virtud del amor de sumadre y repitiendo las palabras de su madre. Pero aquí crece también el adulto, el «niñoen el regazo materno» (Sal 131,2), a quien el Padre-Dios ha convertido en suinterlocutor.

b) La Palabra, ritmo de la vida

El signo más evidente de este amor y, al mismo tiempo, lo que transforma este amor enuna constante sensación de gozo, es aprender a adaptar nuestro ritmo de vida a laPalabra', a partir del ritmo cotidiano, que es el más estratégico y decisivo. Un creyente,especialmente el anunciador de la Palabra, debería aprender a estructurar su jornada entorno a la Palabra que Dios le da cada día. Este aprendizaje es también un ejercicio deaprendizaje de la alegría, o de experiencia de hasta qué punto la Palabra, yconcretamente la Palabra-del-día, puede dar luz y paz al corazón del hombre. Pero parahacer esto, primero debe infundir un ordo, verdadero y auténtico orden, a la propiajornada a menudo frenética. Podemos esbozar este orden haciendo referencia a dosdinamismos creyentes fundamentales: el mariano, que veremos a continuación, y elpaulino (que trataremos más adelante, en el capítulo 6).

c) Dinamismo mariano: la alegría del cumplimiento

El dinamismo que podríamos llamar mariano es típico de quien se sitúa ante la Palabracon la misma actitud con que María acogió en su corazón la palabra del ángel, para quese cumpliese en su vientre, determinando su alegría, la cual estalló en el Magnificat, perohabía sido evocada ya por el anunciador mismo del mensaje divino: «Alégrate, María,has encontrado gracia..., eres la llena de gracia». Como el vientre de María, la jornadadel creyente podría y debería llegar a ser un espacio pequeño y laborable, donde secumple cada día una Palabra siempre nueva, y debería ser también un lugar lleno degracia y, por tanto, de alegría.

Indicamos brevemente las diferentes cadencias de ese ritmo cotidiano, que se puedey se debe imprimir a toda jornada. Se trata de aprender a esperar, ante todo, estaPalabra, «como los centinelas de la mañana», para leerla después en un clima de oración

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y contemplación, en una lectio que es más un dejarse leer que el hecho de leer, animadapor la certeza de que dentro de esa Palabra el Señor se me revela y me revela a mímismo. De la meditación matutina el creyente toma una palabra, un versículo, unaimagen..., lo que él considera que está más lleno de sentido, aun cuando no seanecesariamente lo más comprensible ni lo más comprendido, para custodiarlo dentro desí como un tesoro a lo largo de toda la jornada, y en las normales y habitualesocupaciones en ella. Las cuales, sin embargo, son hechas nuevas justamente por esaPalabra, tanto más nuevas cuanto más arraigadas en la Palabra-del-día, mientras que éstaconstituye de algún modo la raíz, o se convierte en la motivación de todo lo que hace elsujeto, en el criterio de todas sus elecciones cotidianas. De este modo, él permanece en laPalabra y la Palabra permanece en él, no hay peligro de que se olvide de ella... Pero laPalabra será conocida en su sentido profundo sólo cuando el creyente tenga el valor deapostar por ella, como Pedro cuando decide obedecer a Jesús que le invita a hacer algopoco convincente e ilógico: echar la red, en pleno día, al otro lado de la barca. Pedro lohace, pero sólo «por tu palabra» (Le 5,5), porque ésta es la que se lo pide. Así, laPalabra-del-día se cumple, poco a poco se vuelve clara y comprensible, se realiza en lavida de cada día, exactamente como en el vientre de María: ¡qué gran y cotidianomisterio! Y la jornada concluye con la oración de la tarde, que retoma la Palabra, pero esuna Palabra ahora más rica, porque se ha cumplido en los acontecimientos del día, y, portanto, se ha de contemplar-gustar aún más a la luz de la lectio de la mañana. El creyentela convierte en alabanza al Padre que se la ha dado, y le da las gracias con las palabrasdel santo y anciano Simeón, «porque mis ojos han visto tu salvación» (Le 2,30), hoy, enmi jornada. Aquella oración es como las buenas noches que el creyente dirige a su Dios,concluyendo su jornada como la había empezado: ante la Palabra-del-día que se hacumplido en su jornada como se cumplió en otro tiempo en el vientre de María'.

Es imposible que un creyente aprenda ese ritmo, con paciencia y constancia, si no lodescubre como ordo amoris, «orden del amor», como dice Agustín8, o si no brota en sucorazón el amor a la Palabra, y no encuentra dentro del amor la alegría y la libertad paragozar por ella.

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Los extraños caminos de la alegría cristiana

Es extraordinariamente significativo y atrayente que el gran predicador del reino de loscielos iniciara la difusión de su mensaje nuevo, al menos en Mateo, con una invitación ala felicidad y una promesa: la de las bienaventuranzas y la bienaventuranza.Bienaventurados, es decir, felices y gozosos, los que entren a formar parte de estacomunidad creyente. Pero ¿con qué condiciones? Y aquí aparece la singularidad delanuncio y del anunciador: serán felices y contentos en situaciones que, humanamentehablando, no sólo no están próximas a la alegría, sino que se oponen a ella, al menosaparentemente.

En otras palabras, la naturaleza de la felicidad traída por Jesús no tiene nada encomún con la felicidad de la que habla el mundo y que parece natural. La felicidadcristiana es en cierto sentido contraria a la del mundo, viene de otra fuente y tienecriterios diversos, va por otros caminos y crea sensaciones inéditas. Y, sin embargo, esalegría verdadera y plenamente humana.

a) La prueba, garantía de la alegría

Esto es lo que nos dice el pasaje del discurso de la montaña, que es la charta magna de laalegría cristiana. Pero parece lícito preguntarse si hemos comprendido de verdad elsentido profundo de las palabras de Jesús, de los «macarismos evangélicos», que confrecuencia son interpretados en sentido predominantemente conductual, casi moralista,como si Jesús quisiera recomendarnos con esas palabras simplemente que seamosmansos, misericordiosos, constructores de la paz, etc., quizá con diversos esfuerzos yrenuncias (más o menos deprimentes).

No, Jesús habla ante todo de alegría, de felicidad, antes que de comportamientos quese han de observar. Y tampoco habla de una simple bendición - como si estuvieraexpresando un deseo o un voto para el futuro-, sino de un bien ya presente, de unaconstatación de algo muy real en algunas personas. Más aún, para el Maestro esa alegríaparece exclusiva, es una alegría que sólo pueden experimentar quienes creen en él. Escomo si Jesús dijera: «¡Felices ellos y sólo ellos!», es decir, quienes le han elegido a éljugándoselo todo por él sin temor a perder, o quienes han aprendido a «leer» su propia

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vida, especialmente determinados momentos, en los que parecen perdedores desde elpunto de vista humano, pero encuentran en ellos los rastros de un amor inédito ysorprendente.

Como consecuencia, la parte importante de cada uno de los anuncios debienaventuranza no es la indicación de las diversas categorías «afortunadas», o larecomendación de los comportamientos ligados a ellas, sino la particularísima experienciade Dios concedida a los mansos, los perseguidos, los puros de corazón, lospacificadores... Los cuales, por un lado, son bienaventurados sólo gracias a esa vivencia,mientras que, por otro lado, «nos cuentan» a todos nosotros lo que quiere decir unaauténtica experiencia de Dios y de su amor.

El Maestro quiere decir aquí que el cristiano, el auténtico creyente, es aquel que entodas aquellas situaciones que son intrínsecamente negativas (persecuciones, calumnias,injusticias, vejaciones, violencias...) ha descubierto la felicidad, o ha aprendido aexperimentar - en el fondo de ellas - una inesperada y singular presencia de Dios.Cristiano es aquel que ha ido creciendo poco a poco en este sorprendente aprendizajeexperiencial: ha aprendido a gozar justamente allí donde el hombre por lo general sólopuede sufrir; a cruzarse con la mirada del Padre en el desierto de la soledad o de laingratitud humana; a sentirse particularmente custodiado por él justo en el momento enque ha sido abandonado o traicionado; a sentirse precioso a sus ojos cuando no significanada para nadie; a considerarse hijo pre-dilecto de Dios cuando la vida es violenta y laspersonas a quienes ha amado se vuelven contra él...'. Hasta tal punto que esta experiencia se ha convertido en sabiduría, en el sentido del verbo latino sapere: aprendizaje deuna nueva manera de gustar, que es como tener un nuevo paladar o nuevas papilasgustativas, ¡que permiten gustar el sabor de Dios!

En todo esto hay una paradoja, pero sólo hasta cierto punto: ya la intuiciónpsicológica nos recuerda que la verdad está muchas veces hecha de opuestos, y que elsentido pleno de la vida lo experimenta sólo quien tiene el valor de afrontar a la vez laspolaridades contrastantes de la existencia humana, donde una polaridad convive con laotra y necesita de ella para ser comprendida correctamente, la ilumina y es iluminada porella. Por eso, por ejemplo, aquel a quien las cosas le van siempre bien, es estimado yquerido por todos, no tiene problemas y conoce siempre el éxito... ¿cómo podráexperimentar el hambre y la sed de Dios, y después la bienaventuranza correspondiente?Pero también en un plano meramente humano: quien no ha sufrido nunca la soledad¿qué sabe de la intimidad de la relación? Quien no ha experimentado el abandono eincluso la desesperación ¿cómo puede dirigirse a Dios e invocarle como el únicoconsuelo, el amigo seguro, la esperanza inconmovible, con la alegría que se deriva de

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ello? O bien, quien no ha tocado el fondo de la propia debilidad, ¿cómo podrá descubrirel poder de la Gracia, e incluso gloriarse de su debilidad («cuando soy débil, entoncessoy fuerte», 2 Co 2,19)? Quien no ha corrido nunca el riesgo de «hundirse» en laconstatación de su impotencia o en la derrota de su presunción, ¿cómo podrá gritar aDios de verdad: «¡Señor, sálvame!»? (cf. Mt 14,30). ¡Cuántos salmos cuentan la derrotahumana personal en varios niveles, desde el social-relacional al psicológico e inclusomoral, como lugar imprevisto de gracia, como sorprendente inicio de un camino nuevo,como contacto con un rostro inédito de Dios, como purificación del corazón y de lamente, como salvación y, por último, como experiencia de un gozo no sólo humano!

La prueba, en este sentido, es la marca que acredita la alegría cristiana, una especiede conditio sine qua non, en virtud de la cual no es alegría cristiana aquella que a la largano es acreditada y garantizada por el paso providencial de la prueba. La prueba comocategoría bíblica, de la que no se ha librado ningún creyente «amigo de Dios», a travésde la cual creció la fe de Abrahán y de nuestros padres en la fe, y por la cual se han dedar gracias a Dios, porque es el signo de su estilo inconfundible, porque así «hizo connuestros padres» (Jdt 8,25); la prueba que no se entiende como test para verificar la fe,sino como ocasión de crecimiento en el amor; la prueba como instrumento del que Diosse sirve para pedirnos algo que no habríamos tenido nunca el valor de sacrificarleespontánemante3. Por eso, la prueba es también escuela de aprendizaje de la alegría, deuna alegría nueva. En efecto, sin la prueba o no hay alegría, o ésta sería, una vez más,débil e insignificante, vieja e inestable y no creíble.

b) Dinamismo paulino: la alegría del anuncio

El dinamismo mariano, como hemos visto, nace de la escucha de la Palabra y estátotalmente articulado en torno a ella para llegar a engendrar la Palabra misma en la vidadel creyente, como un cumplimiento de ella. El dinamismo paulino, en cambio, prevé unitinerario de crecimiento en la fe que, aun cuando nace siempre de la escucha de laPalabra-que-salva y de la acogida del don de la misma fe, se extiende después a variosaspectos y dimensiones de la vida humana y creyente, pero siempre y totalmente enfunción de su anuncio. Evidentemente, los dos dinamismos, mariano y paulino, no seoponen entre sí, sino que sencillamente tienen acentos distintos y ambos son preciosos.El primer modelo, el mariano, parece subrayar más el aspecto genético de la fe en ladinámica de cada día, mientras que el paulino parece más atento a su aspecto evolutivo,a su crecimiento en la vida'. Pero ambos dinamismos coinciden y se encuentran en latensión final hacia la experiencia de la alegría.

Según el dinamismo paulino, la fe nace - decíamos- con la escucha del mensaje y la

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acogida agradecida del mismo, con una conciencia cada vez más clara de la gratuidad deldon que viene de lo alto, más allá de todo presunto mérito del sujeto que se está abriendoa la fe, y en la acogida de las mediaciones humanas de la fe misma (desde la familia deorigen a la comunidad creyente). La oración, personal y comunitaria, no es sólo lo quenutre la fe, en este punto, sino que se convierte también en el espacio donde aquellaconciencia se hace cada vez más agradecida y adoradora. Aquí empieza entonces elproceso de personalización y apropiación de la fe: en aquello que es el objeto de su fe, elindividuo descubre también su propia identidad y verdad, lo que es y lo que está llamadoa ser, y se implica en ello cada vez más intensamente, traduciendo la fe objetiva enexperiencia personal y subjetiva de vida. Así, por ejemplo, su mente estudia y trata decomprender la verdad contenida en la fe, el corazón descubre su belleza y se sienteatraído por ella, la voluntad advierte también las exigencias y pretensiones sobre su vida.¿Y cuál es el resultado de este proceso? Que es cada vez más todo el hombre el que seabre a la fe, que de algún modo es confirmado por él. Pero la fe es también misterio, unalógica diferente, una mentalidad que no es de este mundo..., y no tarda en llegar elmomento en que creer se hace particularmente difícil y sitúa al sujeto ante una pruebapropiamente dicha. Entonces, la fe es acrisolada y controvertida, pero sólo en esemomento se hace verdadera fe, porque ha pasado a través de la lucha con Dios. Antes,Dios era conocido «de oídas» (Jb 42,5); ahora, el creyente puede decir que lo ha vistocon sus propios ojos. Y es un paso indispensable, no sólo porque únicamente una feacrisolada se convierte en fe fuerte y auténticamente personal, vivida en la propia piel,sino también porque sólo quien pasa por la prueba de su fe puede llegar a gozar de ella, aexperimentarla como aquello que al final da luz y plenitud a la vida, como felicidad. Talfe, y solamente una fe probada y gozada hasta este punto, puede ser compartida - conlos hermanos creyentes, en primer lugar, para crecer juntos-, y anunciada después convalor y creatividad a quien no cree. Así nos lo cuenta la historia de Pablo. Y serápercibido como un anuncio necesario, porque el creyente no podría prescindir de él («¡ayde mí si no predicara el evangelio!», 1 Co 9,16), y también como un anuncio gozoso,porque es rico en experiencia personal e intensa. Sobre todo porque es fruto de laexperiencia de la prueba, paso indispensable para el crecimiento del creyente, que sólo eneste momento se convierte de verdad en «colaborador de la alegría» (2 Co 1,24)5.

c) El punto más alto de la alegría: «ser en Cristo»

Ésta es la razón por la que Pablo es un gran experto en la alegría, hasta el punto de serllamado el «teólogo de la alegría», y no sólo por la cantidad de las referencias contenidasen sus cartas', sino por su doctrina de la gracia y de la justificación «en Cristo», graciaque llega al hombre en virtud de su «ser en Cristo». A partir de un determinadomomento de la vida de Pablo, la alegría, al igual que la libertad, le parece una realidad

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cada vez más profunda y exclusivamente ligada a esta gracia, la gracia de su «ser enCristo».

Expresado con términos más precisos, el cristianismo es para Pablo «una religión dela alegría en la medida en que es la religión de la gracia»', de la gracia que viene delSeñor Jesús, de su muerte y resurrección.

Por eso, Pablo invita a los cristianos a «alegrarse en el Señor» (Flp 3,1; 4,4.10), yaque él es la fuente de la verdadera alegría, el gozo definitivo y estable que ha vencido a lamuerte. En Filipenses 4,4-7 («estad alegres en el Señor...») hay una especie de breve«historia de la alegría», que es exactamente parte de la historia de la relación que elcreyente vive con Cristo, «historia de una experiencia profunda que el hombre tiene desu Dios en Cristo»8. Historia de un «mismo sentir» con el Señor, de una vibraciónunánime con él, de una misma afinación interior en virtud de la cual lo que antes erafuente de alegría (éxito, vanagloria, victoria sobre el rival, afirmación de uno mismo...)experimenta ahora un vuelco total y ya no cuenta nada, es basura, como ha afirmado enel capítulo anterior (cf. Flp 3,8). En cambio, se convierte en fuente de sentido elsentimiento profundo del Hijo9, de quien no se ha apropiado ávidamente de su riqueza,sino que se ha abajado para hacerse uno con el hombre en la humildad más plena (Flp2,5) y recibir como don del Padre el «nombre que está sobre todo nombre» (2,9), fuentede una alegría que está por encima de todas las demás. Se hace sensata, entonces, laactitud más insensata en el mundo: asumir en sí este sentimiento divino-humano. Quienrevive en sí los sentimientos del Hijo comparte también su alegría. Como intuyó PabloVI: «Por su misma esencia, la alegría cristiana es participación en la alegría insondable, ala vez divina y humana, que está en el corazón de Jesucristo glorificado»10.

Pablo ora y comparte cada vez más este sentir nuevo con Cristo, y justamente deaquí procede su gozo. Y escribe, cuenta y recomienda tal gozo incluso desde un lugarque ciertamente no es emblema de la alegría ni se asocia a ella: la cárcel. Su condición deencarcelado se ilumina con una cualidad paradójica y es vivida como oportunidad.Incluso las cadenas son gracia, a la vista de este «sentir» lo mismo que el Hijo o tenersus mismos sentimientos (2,6)". De este modo, quien vive «en» el Crucificado-Resucitado participa del don de su alegría. Así lo manifestará después toda la historia dela Iglesia.

d) La alegría del mártir

En efecto, es la alegría de Pedro la que invita a los primeros creyentes a gozar en lasdiferentes pruebas, en la esperanza cierta de la manifestación de Jesucristo (cf. 1 P 1,6-

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7); es el gozo de los apóstoles, contentos por haber sido ultrajados «por amor del nombrede Jesús» (Hch 5,41), y el de la Iglesia primitiva, que sufre persecución porque anunciael evangelio de la muerte y la resurrección del Señor Jesús, con la plena conciencia deque así se hace semejante a él, fiel a él (Hch 8,8). Es la alegría de Ignacio, que suplica alos suyos que no le eviten el martirio, porque quiere ser como su Señor, porque ahora«no queda ya en mí ningún interés por las realidades materiales, sino sólo un agua vivaque habla dentro de mí y me dice: "Ven al Padre"»'2. Y también es la experiencia quecontinuará a lo largo de toda la historia de la Iglesia, en los innumerables mártires,antiguos y modernos, de Esteban a Lorenzo, del obispo Policarpo a los mártires deAbitene, de las mártires Perpetua y Felicidad` a Annalisa Tonelli, de Maximiliano Kolbeal mártir vietnamita Paolo Le-Bao-Thin", de sor María Laura Mainetti a sor LeonellaSgorbati's... Todos ellos fueron creyentes que afrontaron el martirio imitando al Señor,no sólo con valor y perdonando a quienes les daban muerte, sino con un gozo interno yexterno que a menudo ha sido el signo más convincente de la identificación plena conJesús y de la verdad de la fe por la que morían. Gozo misterioso, cuyas raíces se hundenen la misteriosa alegría de Jesús en la cruz, el Cordero inocente, según la interpretaciónde algunos iconos antiguos, que lo representan con un imperceptible movimiento deflexión de las piernas, por el que casi parece que danzan.

Y si las raíces son ésas, el florecimiento es continuo. Y el gozo florece todavía hoyde diferentes maneras: es la serenidad de ánimo del creyente injustamente atacado y talvez calumniado, y que decide no convertirse en abogado defensor de sí mismo, porquees cierto que la verdad es más fuerte que las calumnias, y deja todo en las manos deDios; deja que sea su Señor quien cuide de quien confía en él. Y llega un momento enque experimenta este cuidado divino en abundancia, y se convierte en gozo en él.Exactamente como el cardenal Bernardin, que fue acusado de abusos sexuales cuandoera presidente de la Conferencia Episcopal Estadounidense. Confiesa el cardenal en suautobiografía (escrita un par de semanas antes de morir) que en un determinadomomento se encontró más solo que nunca16, pero que tomó la firme determinación deresponder con mansedumbre a las acusaciones infundadas y de no preocuparsedemasiado por su defensa, porque se sentía fuerte por la certeza de que no seríaabandonado por Dios, pero más aún porque estaba atraído por esa inédita posibilidad quela vida le ofrecía: ser no sólo el Pastor que conduce el rebaño, sino el Cordero inocente,una experiencia que le faltaba y que le configuraría aún más con su Señor. De hecho, unavez reconocida su total inocencia, no sólo perdona al joven que le había calumniado",sino que va a buscarle, con el corazón grande y misericordioso del padre, y le manifiestatoda su amistad, llevándole como regalo una Biblia y un cáliz. Al regresar a casa aquellanoche, Bernardin escribió: «No podía dejar de recordar la obra del Buen Pastor: tratar derestituir al redil a quien se ha perdido, aunque haya sido por poco tiempo»18. Y

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experimenta la alegría más grande que pueda existir para un ministro de Dios19.

e) «Oscura y luminosísima noche»20

Pero existe también el gozo singular de quien ha vivido la terrible noche del espíritu o haexperimentado y experimenta durante mucho tiempo la aridez interior y, a pesar delterrible silencio de Dios, insiste en la oración, en permanecer ante el Señor, en «mirar aJesús amándole», y encuentra en esta permanencia de amor su propia bienaventuranza,aunque - al menos aparentemente - carezca de algún atisbo de respuesta, comoconfesaba con dramático candor el beato Charles de Foucauld: «No sé si el Señor meama. ¡Nunca me lo dice!»21, y, sin embargo, se sentía feliz`, no sólo fiel, en la oración ydando testimonio, a sus amigos y a los tuaregs del desierto, de que su Dios había sidosiempre el tesoro de su vida, una realidad hermosa, ¡la más hermosa de todas!

Ésta fue también la terrible experiencia de santa Teresa de Lisieux, llamada en undeterminado momento de su vida a «sentarse a la mesa de los pecadores», aexperimentar «las tinieblas más densas, el túnel oscuro, la bruma espesa» de graves crisisde fe y de esperanza. «Ya no creo en la vida eterna: me parece que después de esta vidamortal ya no hay nada. Todo ha desaparecido para mí. Sólo queda el amor»23. Pareceun testimonio blasfemo, pero en realidad es una afirmación intensa de su certeza delprimado de la caridad, tan intensa que puede soportar la sensación de la ausencia delamado, y sigue amándole.

O como la beata Teresa de Calcuta, que conoció un tiempo increíblemente largo desilencio completo de Dios hacia ell Y, sin embargo, también ella permaneció fielmente ensu sitio, hasta el punto de que nadie sospechó del drama que en ese momento tenía lugaren su corazón. Y su puesto era el de quien busca y encuentra la alegría en el hecho deexpresar una y otra vez insistentemente a su Señor el amor que siente hacia él, y en elhecho de contar con su afecto y entrega ilimitada a los pobres que Dios es amor, esternura, es gozo.

¡Singular y misteriosa alegría del espíritu que trata sólo de agradar a su Señor!Ciertamente sólo quien ha aprendido este tipo de alegría puede considerarse cristiano deverdad.

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La alegría del perdón

iESTE es uno de los versículos más extraordinarios del evangelio y de toda la revelacióncristiana, ya que nos revela un rostro absolutamente inédito de Dios, totalmenteinimaginable, que, sin embargo - si somos honrados-, nos resulta difícil acoger, creerverdadero y hacer creíble.

Es sorprendente que Jesús nos dijera esto de su Padre, que nos haya hablado de laalegría como modo de ser de Dios.

a) Un Dios que goza y hace fiesta

No deja de ser extraño que nos resulte más agradable imaginarnos y proponer a un Diosserio y moderado, casi triste, que a un Dios como aquel del que nos habla Jesús en elevangelio de Lucas, que incluso organiza fiestas en el cielo. Pero entonces no deberíamoslamentarnos si de esta catequesis un poco estrábica resulta un cristiano medio deprimidoque da un contra-testimonio del evangelio, tal vez virtuoso y observante - como elhermano mayor del hijo pródigo-, pero después incapaz de celebrar una fiesta con susamigos (el típico reprimido, que termina culpando a su padre). Por el contrario, esjustamente el evangelio el que nos revela la alegría como parte integrante de la identidaddivina, como verdad de su ser y rasgo revelador de su rostro, como elemento teológicoesencial, y no como expresión extemporánea y eventual. No se comprende al Dios de loscristianos ni se entabla una relación con él si no se percibe su alegría ni se entra en ellaexperimentándola (cf. Mt 25,23).

Dios es alegría y la alegría es divina. ¿Hasta cuándo tendremos una teología de laalegría de Dios que pueda ser acusada de superficialidad o, peor aún, consideradaopuesta al misterio de la cruz?

b) El hombre es la alegría de Dios

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Pero lo que sorprende infinitamente es la revelación del motivo de la alegría: ¡el motivode la alegría de Dios es el hombre! Es evidente que también en Dios la alegría esrelacional, y que, según las palabras de Jesús, el hecho de que Dios pueda gozar dependeprecisamente del hombre. Del hombre como tal, cuando se reconoce en la verdad de suser. ¿Y cuál es el hombre verdadero? El que tiene el valor de admitir su propia debilidady miseria, sus propias contradicciones y negatividades, le desagradan y las sufre anteDios, se arrepiente de ellas y pide perdón... Éste y sólo éste es el hombre verdadero,porque el hombre es así.

Y sólo el hombre verdadero puede de algún modo provocar-evocar la verdad deDios, o su misericordia sin límites, aquel amor que va más allá de la justicia'. Es lanovedad del Dios de los cristianos, es su identidad. Y si el hombre verdadero evoca laverdad de Dios, el pecado del hombre, una vez reconocido y llorado, evoca lamisericordia del Eterno.

Y, llegado a este punto, Dios no puede sino gozar. Gozar porque sólo en esemomento puede manifestarse plenamente a sí mismo; no podría actuar de otro modo,porque finalmente ha encontrado a alguien que le «permite», por decirlo así, expresar almáximo su identidad, su ser amante. Por eso, alguien ha podido decir que el corazón delhombre es el paraíso de Dios.

c) Dios es la alegría del hombre

El cerco se cierra. Si el hombre es la alegría de Dios, Dios es, en mayor medida, laalegría del hombre. Es decir, la verdad de Dios sólo puede hacer que resalte y resplandezca la verdad del hombre. ¿Y cuál es la verdad del hombre? Que es un ser amadopor el Eterno y, por tanto, desde toda la eternidad, desde siempre y para siempre, porencima de sus méritos y de sus culpas.

Una verdad que provoca de inmediato la alegría. Porque también para el hombre laverdad es experiencia de plenitud interior, de conquista de sí mismo, de sentido de supropia dignidad. Sobre todo si es experiencia vivida ante la verdad de Dios. Tambiéncuando la verdad del amor de Dios hace que el hombre descubra aún másprofundamente la verdad de su falta de amor, como es lógico, por otra parte: laspolaridades opuestas se refieren mutuamente; es evidente, por tanto, que sólo ante elamor del Eterno podrá el ser humano pecador descubrir su egoísmo en sus numerosasversiones, más o menos sofisticadas (y que podrían tranquilamente seguir ocultas en unexamen de conciencia privado... ante la propia conciencia). Pero también en este caso,más allá de la amargura y tal vez de la sorpresa por su propio pecado, el creyente

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pecador se siente envuelto en el abrazo del Padre. Y no sólo eso, sino que cuanto másdescubre su propia maldad y debilidad, tanto más sentirá la grandeza del amor divino,porque es absolutamente inmerecido y, por tanto, es un amor verdadero, un amorseguro, un amor grande, un amor divino... un amor que da alegría.

Podríamos decir que la alegría del cristiano se encuentra en la confluencia de laexperiencia radical del amor de Dios y de la conciencia igualmente radical de su propiopecado, es como la resultante de ambas o la prueba de que el camino delautoconocimiento ha tenido lu gar a la luz del amor de Dios y, por tanto, ha sido uncamino acrisolado y auténtico, recorrido por quien no ha temido percibir la raíz del maldentro de sí, por un lado, pero justamente por eso ha saboreado también la grandeza dela misericordia del Eterno, como amor que va mucho más allá de la justicia del hombre.Es el «gozo de ser salvado» (Sal 50,14); es el gozo de Pablo que «se gloría» de sudebilidad que antes le humillaba; podríamos decir que es el Magnificat de Pablo (cf. 2 Co12,9)2. Es la alegría del hijo pródigo, sobre todo cuando es abrazado por el padre, elmomento en el que percibe que es un hijo amadísimo y en el que - al mismo tiempo -comprende también la gravedad de su pecado (cf. Le 15,20-21). Es la alegría deChristian de Chergé, ya mencionada anteriormente, cuando sueña con encontrarse en elcielo junto con aquel que va a quitarle la vida («amigo del último instante»), ambos«ladrones agraciados... colmados de alegría» 3. La alegría marca el punto de contactoentre dos polaridades que parecerían inconciliables: el amor (de Dios) y el pecado (delhombre), la experiencia del hijo y del pecador. Y que, en cambio, son esenciales parahablar de auténtica experiencia cristiana, pero también de verdadera alegría humana.

La cual, en efecto, es auténtica y segura, estable y profunda sólo cuando esconsiguiente a estas dos experiencias simultáneas, porque sólo entonces se fundamentasobre la alegría de Dios.

d) ¡Uno entre cien!

Hemos dicho que la novedad del Dios que hace fiesta en el cielo es una novedadtípicamente cristiana. Pero - ay de mí - con frecuencia es novedad-rareza también paralos cristianos, que buscan a Dios de otro modo y por otro camino. Lo dice Jesús, porotro lado, al establecer el contraste entre un pecador convertido y noventa y nueve justosque no necesitan (y que piensan que no necesitan) conversión, y que no provocan laalegría y la fiesta de Dios (cf. Le 15,7).

Más allá de los números, esta desproporción expresa claramente la pobreza de unacierta experiencia de Dios basada preferentemente en la cualidad de las prestaciones de la

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persona, o en la pretensión de los méritos de la persona. Como si pudiéramos merecer oconquistar a Dios con nuestros medios. Es la vieja presunción humana, que se resisteencarnizadamente a morir desde los tiempos de Jesús, y fue muchas veces contestadapor Pablo y por la primitiva predicación cristiana. Pero tal vez sea también la causa deaquella tristeza que se ve a menudo actualmente en demasiados cristianos.

En el fondo, el que no provoca la alegría de Dios no puede ni siquiera pretender queél está alegre...

e) Alegría comunitaria

Todo lo dicho hasta ahora, especialmente en este capítulo, tiene una implicacióncomunitaria inmediata o se refiere a la alegría no sólo de un individuo en relación conDios, sino a la alegría de todos en la dinámica de la vida de todos los días, sobre todo enel caso de los creyentes que hacen de la vida en comunidad una elección existencial paradar testimonio de su fe común, y también la alegría que debería brotar de ella como unfruto natural.

En efecto, si el perdón de Dios es fuente de la alegría del individuo, como hemosvisto, también el perdón entre nosotros, fruto del perdón divino, es fuente de la alegríacomunitaria.

Pensándolo bien, la alegría de una comunidad de creyentes, y más aún deconsagrados/as, no tiene más fuente que aquel perdón que los individuos y el grupo hanrecibido del mismo Señor, grande en amor y rico en misericordia. El ser comunidadreconciliada es la condición de la alegría estable y tenaz de los miembros de aquellafraternidad porque, una vez más, sería una alegría que viene de Dios y de su amordifundido en los corazones de los creyentes.

Lo dice con mucha claridad la Regla de vida de mi Instituto: «Alegrémonos yhagamos fiesta, porque somos una comunidad reconciliada»'.

Por otro lado, este gozo no puede limitarse a la experiencia espiritual, sino que debeabrazar la simplicidad de la existencia, el tejido banal de lo cotidiano. «Una fraternidadsin alegría», dijo hace ya algunos años aquel profeta que fue el padre Tillard, «es unafraternidad condenada a morir. En efecto, muy pronto sus miembros irán a buscar enotra parte lo que no pueden encontrar en su casa. El sheol no ha atraído nunca a loshombres»s.

Y además, la experiencia de la misericordia del Padre, que en la sangre del Hijo nos

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ha reconciliado consigo, haciendo de los dos un solo pueblo nuevo y eliminando todacontraposición determinada por la raza, el pueblo, la cultura..., nos permite vivir laexperiencia de la diferencia sin que ésta turbe y perturbe la unidad, y, más aún,haciéndola motivo de alegría. Como sucede en la Santísima Trinidad...

f) Jugar con las diferencias

La comparación es audaz, pero es lo que nos dice también el prior de los mártirestrapenses de Tibhirine, con un lenguaje místico y, sin embargo, sencillo y expresivo.Bebemos una vez más de su testamento espiritual, donde habla de su muerte y de laposibilidad - a través de ella- de satisfacer la que él llama «mi más dolorosa oscuridad. Esverdad que podré, si Dios quiere, sumergir mi mirada en la del Padre para contemplarcon él a sus hijos del islam como él los ve, totalmente iluminados por la gloria de Cristo,frutos de su pasión, investidos del don del Espíritu, cuya gloria secreta será siempre la deestablecer la comunión y recomponer la semejanza, jugando con las diferencias»6.

¡Admirable! El místico-mártir está en condiciones de desvelamos la alegría delEspíritu, casi de contárnosla por experiencia directa: una alegría que consiste por enteroen la relación, producida por una comunión que se ha de establecer y una semejanza (dela criatura con el Creador) que se ha de rehacer en cada ocasión, nunca descubierta yrealizada del todo. Pero la expresión más significativa parece la última, aquella donde seatribuye al Espíritu la prerrogativa de la libertad de «jugar con las diferencias», es decir,de hacer que converjan lentamente hacia el centro, respetando al mismo tiempo suoriginalidad, en un equilibrio que sólo puede ser «espiritual».

«Jugar» expresa exactamente la libertad del movimiento junto con el gusto gratuitode hacer una determinada cosa', y es más libre para moverse quien tiene un punto sólidode referencia, como es un gran amor. El Espíritu de Dios, lugar de este amor, posee tallibertad en grado sumo; suma es, por consiguiente, también su alegría. Partícipe de estaalegría es aquel creyente y consagrado que no establece conflictos entre las diferencias,las numerosas diferencias que inevitablemente puntúan cada vez más la dinámica de lavida común (de la alteridad de cualquier otro miembro a la internacionalidad de tantasfraternidades), sino que ha aprendido a convivir con ellas, a «jugar con ellas», porque elamor difundido en sus corazones es más fuerte, inmensamente más fuerte que aquelloque puede dividir a las criaturas entre sí.

Una comunidad de creyentes y consagrados debería ser el lugar donde el Espíritu deDios puede seguir «jugando con las diferencias». Resultarían enormemente beneficiadasla calidad de la vida y la riqueza del testimonio. ¡Y nosotros viviríamos mucho más en la

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alegría!

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La alegría como libertad para esperar

AL mismo tiempo, esta alegría cristiana no será nunca plena aquí, en esta tierra. Sóloalcanzará su plenitud en el eschaton. Ahora podemos afirmar que ser cristianos significaser creyentes en la Pascua del Señor Jesús, quiere decir exactamente creer que aqueltiempo sin fin será tiempo de alegría, de alegría purísima, que no se verá mermada porninguna sombra de tristeza, como «domingo sin ocaso»'.

a) Ya, pero todavía no

Pero ser cristianos significa también creer que aquella alegría no sólo puede empezar yaahora, dando casi se ñales misteriosas y remotas, sino que ya aquí es alegría verdadera,precisamente porque es vivida en la fe del Hijo de Dios que ha vencido a la muerte y atoda causa de tristeza, en aquella fe que se convierte en esperanza segura.

Entonces podemos repetir también desde este punto de vista que, por un lado, nohay que pretender estar siempre en el gozo pleno, en la alabanza exultante, en lasatisfacción explosiva...; y, por otro, en ningún caso hay que predicar ni recomendar unaalegría que se detenga sólo en el aspecto exterior, que no parta del corazón, quizá forzadao puramente exhibida y, por consiguiente, también falsa. Ahora bien, habrá que ponersiempre atención en el peligro de influir en el prójimo con nuestras actitudes negativas,tristes y deprimentes, para... deprimir también a los otros.

Pero, por otro lado, el cristiano sabe que son siempre muchas más las razones paraser feliz que las contrarias, sabe que hay una motivación constante que justifica suserenidad, y que su testimonio tiene mucho que ver con tal motivación de fondo, tenazcomo la muerte. La alegría, parafraseando a Pedro, es exactamente lo que da razón denuestra esperanza (cf. 1 P 3,15), lo que la hace evidente y convincente. Alegría que nacede la certeza de que lo esencial se nos ha dado, lo poseemos ya desde ahoradefinitivamente, aun cuando debemos esperar el cumplimiento pleno, y debemos aceptarahora que vivimos en la espera, en la fatiga, en la contradicción de cuanto pareceoponerse a aquel cumplimiento, en la decepción de ver cómo actúa el espíritu del mal yde la te nebrosa tristeza, aparentemente vencedora, a la vez que seguimos sembrandosiempre «entre lágrimas» la buena semilla, que florecerá más adelante.

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A veces, la alegría es también «sólo» esta certeza oculta, espera ferviente y activa,conciencia grata y tranquilizadora de estar en la verdad, nostalgia del Esposo, esperanzaque no ceja, libertad para soñar, paz del corazón... y se manifiesta con actitud serena ypacífica, con el rostro sereno dispuesto a esbozar una sonrisa. Como dice muyacertadamente el Catecismo de la Iglesia católica: «La paz interior encuentra su fuente enel amor. Consiste en una alegría inalterable del alma que está en Dios. La llamamos pazdel corazón. Es el inicio y un anticipo de la paz de los santos que están en la patria, de lapaz de la eternidad».

Aun cuando aquí abajo no sea siempre «pacífica».

b) Los torrentes del Negueb

Como cuando los judíos sufrieron la deportación lejos de Jerusalén, junto a ríosextranjeros en cuyas orillas ni siquiera los cantos salían de sus gargantas para subir haciael cielo. También ellos eran de algún modo prisioneros. Pero después de este terribleacontecimiento vino la liberación, y la posibilidad del regreso: «Cuando el Señor repatrióa los cautivos de Sión, nos parecía estar soñando; entonces se llenó de risas nuestraboca, nuestros labios de cantos de alegría... ¡Sí, grandes cosas ha hecho el Señor pornosotros, y estamos alegres!» (Sal 126,1-3).

Pero al mismo tiempo se da también la decepción amarga por todos los queprefirieron quedarse lejos de Sión, tal vez la mayoría, porque se habían adaptado a lanueva situación y se encontraban bien en aquella tierra. Y entonces el creyente se dirigede nuevo a Dios con confianza: «¡Recoge, Señor, a nuestros cautivos, sean comotorrentes del Negueb!» (v. 4), las secas torrenteras del desierto del Negueb, en cuyoscauces, después de las lluvias, se desbordan las aguas.

Así, la oración concluye con un canto de esperanza por el futuro, que restituye laalegría a quienes han permanecido fieles: «Los que van sembrando con lágrimascosechan entre gritos de júbilo. Al ir, van llorando, llevando la semilla; y vuelvencantando, trayendo sus gavillas» (vv. 5-6).

Y hay alegría ya ahora. Porque una cierta alegría de vivir forma ya parte del Reino.

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CONCLUIMOS con este versículo, que expresa la exultación de Jesús ante los discípulosque regresan después de predicar.

«Te bendigo, Padre...»

El máximo de la alegría para el Hijo, o el motivo de ella, es el Padre, y esto vale tambiénpara nosotros. Estamos en la alegría por su presencia («gozo pleno en tu presencia», Sal16,11), por su «bendición» (Ef 1,3), por su cercanía («el Señor está cerca», Flp 4,4),por la pertenencia a él, por la certeza de su paternidad.

Es más, podríamos decir que el máximo de nuestra alegría es saber que tenemoscomo padre a Dios y un Dios como padre. Dios y su presencia amorosa son el máximode la felicidad para un creyente; o, dicho de otro modo, estar contentos con Dios es elpunto máximo de la felicidad cristiana. Así lo dijo monseñor Savio al término de su vida.

El obispo Savio, apreciado y amado como pocos por la gente y por sus sacerdotes(de la diócesis de FeltreBelluno), se vio golpeado de improviso, en el momento deplenitud de su creativa actividad pastoral y todavía joven (contaba 56 años), por unaenfermedad grave que en pocos años lo condujo a la muerte. En su breve testamento(redactado sólo siete días antes de morir), el obispo Vincenzo nos regala una expresiónabsolutamente extraordinaria, que expresa por sí sola el sentido y la belleza de su relaciónpersonal con Dios, purificada sin duda por la experiencia del dolor: «...Lo másimportante es decir a todos que yo vivo contento con Dios sin medida. ¡Esmaravilloso!»'.

La frase fue escrita, notémoslo bien, por una persona sumida en el dolor, pocos díasantes de su muerte, en medio de un sufrimiento físico devastador y de la pena hu manapor dejar una vida terrena rica en relaciones, un ministerio episcopal fecundo,perspectivas de futuro y de apostolado igualmente prometedoras..., lo cual, en definitiva,habría hecho lícito y comprensible un cierto resentimiento hacia la misteriosa voluntad

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del Altísimo. Pero el obispo Vincenzo no actúa así. Sólo tiene motivos para dar gracias y,más aún, con el fin de evitar malentendidos (es decir, que alguien hubiera podido objetarque... no era justo morir tan joven) aclara: «Habría podido acoger la vida terrena en todomomento sintiéndome "lleno" de gratuidad y estupor». Así pues, ninguna recriminación,ningún resentimiento, ninguna velada acusación dirigida a Dios. Todo lo contrario: ¡elsentido de asombro agradecido!

Se diría que la enfermedad lo llevó velozmente hacia el Señor y la identificación conél. Porque es la escuela del sufrimiento, paradójicamente, la que educa el corazónhumano para que perciba la belleza de la existencia, para que identifique aquel amor deDios que es más fuerte que toda desventura y le da sentido, o que incluso se manifiestaen plenitud precisamente en ese momento. Porque ése es el momento de la máximaidentificación del hombre con Dios, con el Dios que sufre y que es él mismo débil en elHijo que está en la cruz.

Así lo confirma también el obispo Vincenzo cuando escribe: «Probablemente elSeñor ha querido que yo ejercitara mi ministerio dando no sólo el testimonio de unaeficiencia humana, sino también de un valor que viene de la fe y de la esperanza en Dios,nuestro Salvador. Probablemente Dios ha querido que manifestara el amor que he tenidosiempre al Señor, a través del testimonio de un abandono a sus designios de salvación.En el fondo, ¿no fue el Cristo inerme en la Cruz el que despertó la fe de centurión? Nofue esto lo que el Resucitado quiso expresar cuando dijo a Pablo: "Mi gracia te basta; mipoder se manifiesta plenamente en la debilidad". ¡Sí, es la fuerza del Espíritu del Señor laque anima toda nuestra actividad pastoral y hace que dé fruto! Con la esperanza de llegara ser capaces de amar "por toda la eternidad" a aquel que es "sólo amor"»2. Ya que,también con sus palabras, «provenimos de la eternidad, y en la eternidad tendrá lugarnuestra cita» 3.

¿Cómo no estar contentos con un Dios como éste, que es nuestro origen y nuestrodestino?

Quien no está contento con Dios, le ofende gravemente, porque es como si leacusara de no ser sólo amor. Y no sólo eso; el creyente que no está contento con Dios esun personaje triste, y entonces tendrá que resignarse a no poder entrar en el reino de loscielos, donde - como dice C.S.Lewis - «la alegría es la verdadera ocupación».

Por otro lado, el mismo Jesús nos habló de la alegría en el cielo, especificando queella alcanza el punto más alto cuando un solo pecador se convierte, como hemos visto(cf. Le 15,7.10).

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Ésta es la razón por la que hoy en particular sólo podemos dar un testimonioauténtico de nuestra fe por medio de la alegría. Y ésta es la razón por la que quien no haaprendido a estar contento en la tierra ¡tampoco podrá tener acceso al cielo!

«...porque se las has revelado a los pequeños»

Es la exultación frente a la benevolencia del Padre para con los hombres, que puedengozar de su amor sin tener ningún derecho a él. El hombre puede gozar del hecho de queDios se acerque a él en Jesús y todo se resuelve en una cuestión de miradas, comohemos expuesto anteriormente.

El hombre no tiene que conquistar a Dios, sino abrirse a su revelación, porque a Diosno se le merece, sino que se le acoge y basta. Dios está ya de parte del hombre. La únicaconquista «virtuosa» sería adquirir aquella actitud del corazón que consiente en recibir larevelación de su amor. Es decir, hacerse pequeños y renunciar a la presunción del sabio,que pretende conquistar a Dios con sus fuerzas.

En cuanto nos hacemos pequeños, y en la medida en que nos hacemos pequeños,Dios se nos revela. Aquí se oculta el secreto de la obediencia de Jesús al Padre, de laobediencia del discípulo a su Maestro y de la obediencia de la fe.

De aquí procede tanto la exultación de Jesús como la del creyente.

1. Cf. R.M.BRIcEÑo REYNA y S.E.LAGUNA SOTO, «Felicidad y locus de control dejóvenes en la formación inicial religiosa»: Revista de Psicología [Universidad Católicade Santa María, Arequipa (Perú)], 4 (2007).

2. Véase el interesante volumen de G.DANNEELS, Lo stress della felicité, Bologna2008.

3. Éste es el fondo del mensaje de la encíclica Spe salvi, en la que el tema de la alegríaestá constantemente presente como componente o consecuencia de la esperanza.

4. Ésta es una de las sugerentes imágenes con las que el Mensaje conclusivo del Sínodosobre la Palabra presenta las dimensiones de la Palabra en la vida y la misión de laIglesia (Mensaje al pueblo de Dios, tercera parte, nn 7-10, Roma 2008).

5. Tal vez sea éste el motivo por el que en los últimos años se están multiplicando laspublicaciones sobre este tema: cf. el ya citado volumen de G.DANNEELS, Lo stressdella felicitd; pero véase también Z.J.KIJAS, 12 vie per la felicitd, Bologna 2008;P.FANELLI, Felicitd con le ali. Le Beatitudini di Gesi, Milano 2008;

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G.BREGANTINI, Per una gioia piena, Leumann, Torino 2008; A.M.CANOPI, Siatelieti nel Signore. «Lectio divina» sulla lettera al Filippesi, Milano 2008.

6. R.GUARDINI, Lettere sulla autoformazione, Brescia 1971, p. 7 (trad. esp. del orig.alemán: Cartas sobre autoformación, San Sebastián 19666, pp. 9-10).

1. Para esta sección me inspiro en el artículo «Gioia», en (X.LéonDufour [ed.])Dizionario di Teologia Biblica, Casale Monferrato 1984, pp. 467-480 (trad. esp. delorig. francés: «Gozo», en Vocabulario de teología bíblica, Barcelona 197810, pp. 362-365).

2. G.DANNEELS, Lo stress, p. 28.

3. Está claro también el vínculo con la formación de la conciencia: quien tiene un umbralperceptivo bajo con respecto al amor de Dios lo tendrá igualmente para la concienciade pecado y, por consiguiente, estará también muy atento a lo que de por sí puededesagradar mínimamente al Dios amante y amado, y se sentirá afligido por ello. Porencima de todo escrúpulo y manía perfeccionista, porque aquí la tensión nace delamor y lleva al gusto del amor, a la sabiduría del amor. A diferencia de quien tiene unumbral perceptivo alto, que se concederá bastantes libertades a este respecto sinsentirse en modo alguno culpable. Aquí no afrontamos esta temática, pero síseñalamos la relación.

4. Cf. A.CENCINI y A.MANENTI, Psicologia e formazione. Strutture e dinamismi,Bologna 2000, pp. 176-180.

1. Que después fue nombrado obispo de Arezzo y, más tarde, de Verona.

2. Otra expresión que va en esta dirección es la del padre Christian de Chergé, que en sutestamento se define, junto a aquel que lo asesinará, como «ladrones agraciados...ladrones colmados de alegría», deseando que él mismo y este «amigo del últimoinstante» se encuentren en el paraíso (cf. B.OLIVERA, Martiri in Algeria. La vicendadei sette monaci trappisti, Milano 1977, p. 9).

3. Me permito, en este punto, hacer referencia a mi volumen sobre la formaciónpermanente: La veritd della vita. Formazione continua Bella mente credente, CiniselloBalsamo 2007, pp. 70-83 (trad. esp.: La verdad de la vida. Formación continua de lamente creyente, Madrid 2008).

1. Cf. HERMANITOS DE JESÚS, Come Gesi a Nazaret: al seguito di Charles de

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Foucauld, Cinisello Balsamo 2004.

2. DANTE ALIGHIERI, La divina comedia. Paraíso III, 85.

3. «Quiero lo que quieres, quiero como lo quieres, quiero porque quieres, quiero hastaque quieras».

1. Sobre esta concepción de la docibilitas como condición intrapsíquica que permite vivirla vida como formación permanente, cf. A. CENCINI, Il respiro della vita. La graziadella formazione permanente, Cinisello Balsamo 2002, p. 35 (trad. esp.: La formaciónpermanente, Madrid 2002).

2. F.DAL MAS, «Venezia festeggia il card. Cé», en Avvenire, 26 de abril de 2008.

3. Sobre la libertad y sensibilidad que permite gozar de las pequeñas cosas hermosas dela vida, cf. A.SPADARO, «Tante piccole cose. Gli oggetti nella vita quotidiana», enLa Civiltd Cattolica, 3.799 (2008), pp. 22-30.

1. Lo afirmó Benedicto XVI al final del concierto interpretado en su honor, en el AulaPablo VI, por la Orquesta Sinfónica y el Coro de la Radio Bávara, en mayo de 2008.

2. Tal vez también por este motivo, en la antigua sabiduría latina se decía: «Animal postcoitum triste». Es decir, el animal y quien incluso en el acto sexual, gesto relacionalpor excelencia, busca sólo o sobre todo el placer privado, no lo alcanzará, o loalcanzará sólo durante unos brevísimos instantes, engullidos de inmediato por unasensación de tristeza.

1. Cf. Primera Parte, capítulo 1, apartado a): «La alegría es "fruto del Espíritu", no sebusca por sí misma».

3. Cf. J.CASTELLANO, «Gioia e humorismo nella spiritualitá cristiana», enL'Osservatore Romano, 13 de julio de 2006.

4. Cf. A.CENCINI, La veritd della vita. Formazione continua della mente credente,Cinisello Balsamo 2007, pp. 149-150.

1. Es cierto lo que dice la escritora (de novelas policíacas) M.Higgins Clark: «Si quieresser feliz durante un año, que te toque la lotería. Si quieres ser feliz para siempre, amalo que haces».

3. TERESA DE LtsIEUx, «Carta 228, de 17 de julio de 1897», en Obras completas,

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Burgos 1989', p. 650.

2. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, la IIae, q. 59, V.Tomás especifica en otropasaje: «Los hombres que no sienten placer en la virtud no pueden perseverar enella» (ID., In decem libros Ethicorum Aristotelis ad Nichomacum Expositio, X, lect.6).

4. Cf. TOMÁS DE AQUINO, Summa, IIa IIae, q. 35, IV; en este sentido, cuanto máshace uno lo que le gusta, tanto menos le gusta lo que hace.

5. Sobre el recorrido psicológico que conduce del proceso restrictivo a la dependencia,cf. A.CENCINI y A.MANENTI, Psicologia eformazione, pp. 25-28.

6. Cf. TOMÁS DE AQUINO, Summa, la IIae, q. 33, I.

7. Cf. G.MURARO, «Chi si accontenta, gode»: V7ta Pastorale 7 (2008), p. 28. Se tratade una reflexión sencilla y sintética que, en parte, ha inspirado también mi reflexiónaquí.

9. M.I.ANGELINI, «"...nel Signore, sempre". Meditazione sulla gioia»: La Rivista delClero italiano 2 (2008), p. 92.

10. G.FAZZINI, «"Madre Teresa del Cairo": che black out!», en Avvenire, 22 deoctubre de 2008, p. 26.

8. Cf. A.CENcINI, La veritd della vita, pp. 285-287.

11. V.ANDREOLI, «Il piacere di fare del bene», en Avvenire, 14 de mayo de 2008, p.15.

2. Citado por monseñor Ravasi como clave de lectura del Mensaje final de los PadresSinodales, en la presentación de este texto, el 24 de octubre de 2008.

1. Me permito hacer referencia ami librito La vita al ritmo della Parola. Come lasciarsiplasmare dalla Scrittura, Cinisello Balsamo 2008, pp. 76-79, donde he tratado estetema (trad. esp.: La vida al ritmo de la Palabra. Cómo dejarse plasmar por laEscritura, Madrid 2009).

3. B.FORTE, La Parola per vivere. La Sacra Scrittura e la bellezza di Dio, Carta pastoralpara el año 2006-2007, 2.

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5. Afirma, en efecto, Kierkegaard: «Se exige, cuando lees la Palabra de Dios, que terecuerdes a ti mismo de continuo: es a mí a quien habla, es de mí de quien habla»(citado por B.FORTE, «Contro i teologi sonniferi», en Avvenire, 4 de diciembre de1996, p. 19).

4. GREGORIO MAGNO, Regestum (Archivo de correspondencia), 5, 46.

6. Me remito de nuevo al librito ya citado (La vita al ritmo della Parola) para eltratamiento de este aspecto según los diferentes ritmos de la vida: cotidiano, semanal,mensual, anual.

8. Cf. AGUSTÍN DE HIPONA, De civitate Dei, XV, 22.

7. Cf. A.CENCINI, La vita, pp. 59-65.

1. Es obligado acordarse de la «perfecta alegría» del Hermano Francisco cuando se verechazado por los frailes y dejado fuera del convento bajo la lluvia, el frío y el hielo...

2. «Las verdades se descubren de dos en dos», decía Guitton (cf. J. GuITTON,Artenuova di pensare, Cinisello Balsamo 1996,p. 16 [trad. esp. del orig. francés: Nuevoarte de pensar Madrid 2000]). Sobre esta característica de la verdad y del camino quelleva a descubrirla, cf. A.CENCINI, La veritd della vita. Formazione continua dellamente credente, Cinisello Balsamo 2007, pp. 181-187.

3. Sobre la prueba como componente normal del camino de formación de la Iglesia y delcristiano, cf. el número monográfico dedicado a la prueba por la revista Parola, Spiritoe Vita y, en particular, L.MANICARDI, «La prova permanente della fede delcristiano»: Parola, Spirito e Vita 55 (2007), pp. 237-258.

4. Sobre la complementariedad de los dos modelos, cf. A.CENCINI, I sentimenti delFiglio. Il cammino formativo nella vocazione presbiterale e consacrata, Bologna 2005,pp. 122-126 (trad. esp.: Los sentimientos del Hijo. Itinerario formativo en la vidaconsagrada, Salamanca 2000).

5. Para un análisis más detallado sobre el modelo paulino, cf. ¡bid., pp. 124-126.

9. Es el significado profundo del verbo griego phronein.

10. PABLO VI, Gaudete in Domino, Roma 1975, 11, p. 3.

8. Cf. J.MOFFAT, «Gioia», en (AA.Vv.) Dizionario di Paolo e delle sue Lettere,

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Cinisello Balsamo 1999, p. 762.

6. Es sabido que el cuarenta por ciento de los pasajes donde se habla de la alegría en laEscritura pertenecen a las cartas paulinas.

7. Chara (= alegría interior) y chairein (= alegrarse) derivan de la misma raíz char dedonde procede también el término «gracia».

11. Cf. M.I.ANGELINI, «"...nel Signore, sempre". Meditazione sulla gioia»: La Rivistadel Clero Italiano 2 (2008), p. 90.

12. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Romanos 4,1-2; 6,1-8,3 (FUNK, vol. 1,pp. 217-223).

13. «Brilló, finalmente, el día de la victoria y pasaron de la prisión al an fiteatro, como siestuvieran en el cielo, exultando, pero llenas de dignidad, ansiosas tal vez, pero por laalegría, no por el miedo» (Gioia, sofferenza, persecuzione nei Padri della Chiesa,Roma 2000, citado en J.CASTELLANO, «Gioia e humorismo»).

14. El testimonio de este mártir es citado por Benedicto XVI en la Spe salvi: «Yo, Pablo,encarcelado por el nombre de Cristo, os quiero explicar las tribulaciones en que meveo sumido cada día, para que, enfervorizados en el amor de Dios, alabéis conmigo alSeñor, porque es eterna su misericordia (cf. Sal 136 [135]). Esta cárcel es unverdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas dehierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias, palabrasindecentes, peleas, actos perversos, juramentos injustos, maldiciones y, finalmente,angustias y tristeza. Pero Dios, que en otro tiempo libró a los tres jóvenes del hornode fuego, está siempre conmigo y me libra de las tribulaciones y las convierte endulzura, porque es eterna su misericordia. En medio de estos tormentos, queaterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porqueno estoy solo, sino que Cristo está conmigo...» (Spe salvi, 37).

15. Ambas murieron en circunstancias muy distintas, pero repitieron la misma palabra:«Perdono». Quien perdona se siente sereno; quien no perdona está oprimidofatalmente por un sentimiento de depresión.

18. Ibid., p. 66.

19. C£ A.CENCINI, L'albero della vita. Verso un modello di formazione iniziale epermanente, Cinisello Balsamo 2005, pp. 295-296 (trad. esp.: El árbol de la vida.

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Hacia un modelo deformación inicial y permanente, Madrid 2005).

16. «En mis 65 años de vida, ésta fue realmente la primera vez que comprendí el dolorde la agonía que tú, Señor, experimentaste aquella noche en el huerto»(J.BERNARDIN, Il dono della pace. Riflessioni personal¡ del card. J.Bernardin,Brescia 1997, p. 51 [trad. esp. del orig. inglés: El don de la paz. Confesiones delcardenal Joseph Bernardin, Barcelona 1998]).

20. Es el título del segundo libro de CHIARA M. (Oscura, luminosissima notte, CiniselloBalsamo 2008), donde la autora narra su experiencia de creyente golpeada en lajuventud por una enfermedad gravísima, que se convirtió poco a poco en lugar de unainédita pero difícil experiencia de Dios. También el primer libro, que trataba sobre elmismo tema, expresaba ya en el título, como un oxímoron, el contraste sufrido por lamisma experiencia, con un Dios que, no obstante, es percibido como amor (Crudele,dolcissimo amore, Cinisello Balsamo 2005).

21. A.ScArroLINI, «I cristiani: un identikit a colorí. Testimoni di gioia», en Suplementode Evangelizzare 9 (2008), p. 113.

17. «No sentía hacia él ningún resentimiento» (¡bid., p. 61).

23. Testimonio en el proceso de canonización de Teresa de Lisieux, aducido por sorTeresa de San Agustín, PO, 583/584, citado por C.M. MARTINI, «Portare lucenell'incredulitá del nostro tempo», en (AA.Vv.) La seconda chiamata. II coraggio dellafragilitd, Saronno 2007, p. 79.

22. «Soy feliz por la felicidad de aquel a quien amo, y pensar en su inmutable paz serenami alma», escribirá él mismo a Mme. de Bondy (CHARLES DE FOUCAULD,Lettere a Mme. de Bondy, Roma 1968).

24. «Si llego a convertirme en santa, seré la santa de la oscuridad. Seguiré estandoausente del cielo para dar luz a quien está en la oscuridad en la tierra» (MADRETERESA, Come, be my Light. Tre Private Writings of the «Saint of Calcutta», NewYork 2007, Prólogo [trad. esp. del orig. inglés: Ven, sé mi luz. Las cartas privadas dela «Santa de Calcuta», Barcelona 2008]). Su director espiritual habla de una «terribleoscuridad»... ¡que duró unos 50 años! (¡bid., p. 1).

1. Cf. JUAN PABLO II, Dives in misericordia, 5. Afirma exactamente el pontífice que«el amor se transforma en misericordia cuando hay que superar la norma precisa de lajusticia: precisa y a menudo demasiado estrecha».

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3. B.OLIVERA, Martiri in Algeria, p. 9.

2. Para un análisis de la experiencia paulina de integración de nuestro propio mal, cf.A.CENCINI, L'albero della vita, pp. 312-328.

4. CONGREGACIÓN DE LOS HuOS DE LA CARIDAD (CANOSIANOS), Regola divita, Verona 1985, número 152.

6. B.OLIVERA, Martiri in Algeria, p. 9. Cf. también P.CLAVERIE, Lettere dall'Algeria,Milano 1998, p. 307.

5. J.M.R.TILLARD, Davanti a Dio e per il mondo, Alba 1975, p. 275.

7. Es la libertad de la que hemos hablado en el capítulo 3 de la segunda parte, la libertadpara hacer las cosas por amor.

1. De un prefacio de la misa de difuntos.

2. Catecismo de la Iglesia católica, 1.730; 1.739-1.742.

1 El texto continúa así: «Una sorpresa continua, hasta tal punto que puedo decirme conabsoluta convicción que en todo momento Su medida era plena y colmada. Habríapodido acoger la vida terrena en cualquier instante sintiéndome "repleto" de gratuidady estupor. Creo, es más, estoy segurísimo de que El tiene muchas cosas que cuadraren mí y que no son poco importantes. Kyrie eleison! Entre las sorpresas seencuentran la fraternidad, las colaboraciones y todas las amistades. Una gratuidadimpensable. ¿Cómo podría enumerarlas? No he dejado de decir a las personas que lasquería intensamente. Quien debe saberlo lo sabe, y sigue siendo verdad, por encimadel humor de cada momento. De modo perenne. Os bendigo a todos, y a todos ospido que me bendigáis. Vincenzo Savio, obispo de la Iglesia católica» (cf.A.CENCINI, L'albero della vita, p. 297).

2. De un pasaje de la carta del obispo V.Savio al nuncio en Italia, monseñor Romeo, leídaen la catedral el día del funeral.

3. Es parte de su última oración, grabada en una cinta, como un «hasta luego»evangélico a cada una de las personas con quienes se había encontrado.

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