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1 La luna ya había empujado al sol tras los montes de la sierra, hacia el oeste. Bubú Locomotoro se desperezó en el hueco del tronco de acebo donde habitaba. Abrió su pico negro, curvo y achatado; agitó sus anchas alas; estiró sus fuertes patas, arañando la madera del árbol con las uñas negras, curvas y puntiagudas de sus dedos; balanceó su corto y grueso cuerpo. Y se asomó a la noche, sacando por el ventanuco del nido su cabeza de marioneta, grande, redonda y adornada con dos cuernos de plumas cortas y estiradas. Observó el acebal con sus grandísimos ojos amarillos de hipnotizador, girando la cabeza hasta tres cuartos de vuelta, a derecha e izquierda, a tal velocidad que parecía estar enroscándose él mismo la cabeza en su propio cuerpo. - ¡Demonios! ¡Lo que faltaba! - pensó el joven búho - ¡Termitas aladas reproductoras! Pronto formarán una nueva comunidad, con sus soldados estériles y sus obreros ciegos que se darán un banquetazo con cualquier pobre tronco de árbol, del que sólo quedará una mísera capa de corteza. ¡Espero que no sea mi tronco de acebo el que se zampen! Salió de su nido y se quedó inmóvil un instante.

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La luna ya había empujado al sol tras los montes de la sierra, hacia el oeste. Bubú Locomotoro se desperezó en el hueco del tronco de acebo donde habitaba. Abrió su pico negro, curvo y achatado; agitó sus anchas alas; estiró sus fuertes patas, arañando la madera del árbol con las uñas negras, curvas y puntiagudas de sus dedos; balanceó su corto y grueso cuerpo. Y se asomó a la noche, sacando por el ventanuco del nido su cabeza de marioneta, grande, redonda y adornada con dos cuernos de plumas cortas y estiradas. Observó el acebal con sus grandísimos ojos amarillos de hipnotizador, girando la cabeza hasta tres cuartos de vuelta, a derecha e izquierda, a tal velocidad que parecía estar enroscándose él mismo la cabeza en su propio cuerpo. - ¡Demonios! ¡Lo que faltaba! - pensó el joven búho - ¡Termitas aladas reproductoras! Pronto formarán una nueva comunidad, con sus soldados estériles y sus obreros ciegos que se darán un banquetazo con cualquier pobre tronco de árbol, del que sólo quedará una mísera capa de corteza. ¡Espero que no sea mi tronco de acebo el que se zampen! Salió de su nido y se quedó inmóvil un instante.

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- ¡Mi tronco! ¡Pueden zamparse mi casa! ¡Malditos insectos comedores de madera! ¡Ahora verán! ¡Van a saber por qué me llaman Bubú Locomotoro!

Bufando ¡buf, buf, buf!, como una locomotora, inflado de repente su plumaje amarillento manchado de gris y negro, a unos 70 km por hora, atacó a las termitas aladas. De ellas, nunca más se supo. Todavía deben estar corriendo del susto tan morrocotudo que se llevaron. Y, eso sí, perdieron las alas, pero no fue para encontrar a su pareja y formar un nuevo hogar, que es lo que normalmente hacen.

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Bubú Locomotoro, tras el ataque, reposó en una rama. Se encontraba un poco deprimido: - Hay que hacer algo en este bosque. Tengo 8 años y ya me sé de memoria casi todo lo que aquí va a pasar. ¡Y puedo vivir hasta 100 años! En este bosque ... hace falta ... algo... diferente ... algo ... nuevo ... ¡Eso es! ¡Marcha! ¡Aquí falta marcha! ¡Hace falta una noche de fiesta! ¡Una noche loca de fiesta! ¡Eso es! ¡Yupiiiiii!

En las puertas del acebal, el duende Acebur, guardián del bosque, vestido con su armadura, su lanza y su espada, desfilaba serio y rítmico como el tic-tac de un reloj: izquierda, tic-tac, tic-tac; derecha, tic-tac, tic-tac ... Sin su consentimiento, no sería posible la fiesta.

Bubú, ni corto ni perezoso, voló hasta la entrada del acebal. Allí estaba, ¡cómo no!, el guardián con su desfile: tic, tac, tic, tac. Acebur había cumplido ya los 783 años de edad. ¡El sí que estaba harto y aburrido de hacer siempre lo mismo! A medida que Bubú le hablaba de la fiesta que se le había ocurrido, los ojos del

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duende se iluminaban y, debajo de su larga barba blanca, se iba dibujando una amplia sonrisa de pícaro. - Cuanto antes, mejor - respondió Acebur, disimulando su alegría - Aún es joven la noche. Los pregoneros echarán bando enseguida.

Al poco rato, el cri-cri de cientos de grillos machos, llegados del pastizal lindante con el bosque, envolvió la noche. Pero era un cri-cri especial. Decía: - Cries crita, crino criche, crifies crita, crien criel, cribos crique, cridel cria, crice cribal, crito cridos, criin crivi, crita cridos.

El conjunto musical grillero "SI ME PISAS ME REMOSTAS", comenzó a animar la noche, en el paseo principal del acebal, frotando sus pequeñas alas delanteras sin descanso: cricrí, cricrí, cricrí cricrí cricrí. Bubú Locomotoro, excitado, rondaba por el bosque llamando a su pareja Buba con su canción de amor: "Bubaaah - Hu - hu - hu".

La noche se fue llenando de vida y alegría.

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Llegaron las VÍBORAS, tímidas, bailando como un muelle, elásticas, sacando su lengua bífida y mostrando sus dientes venenosos.

Llegaron los ESCARABAJOS ENTERRADORES, en familia, con su uniforme amarillo y negro, felices porque acababan de enterrar a un ratoncillo muerto en la casa de una nueva pareja de enamorados; ratoncillo que servirá de alimento a los hijos-larvas que van a tener.

Llegó el MOCHUELO, gris y pequeño, pero orgulloso, recordando que, antiguamente, en Grecia fue símbolo de sabiduría y que su imagen quedó grabada en las monedas. Tras él aparecieron los grandes discos de la cara del CÁRABO.

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Llegó una pareja de ZORROS, la zorra aullando su largo y triste grito de amor, el zorro respondiéndole y marcando su territorio de baile con cagarrutas alargadas y enroscadas.

De pronto, se oyó a lo lejos el sonido de una banda de música que se acercaba. Estaba formada por una familia de JABALÍES asustadizos, conocidos en el mundo musical animal como "GRUÑIDOS EN EL REVOLCADERO". Tenían por costumbre dejar las huellas de las pezuñas y de las hozaduras marcadas por el camino y rascarse en los troncos de los árboles. Eran muy buenos caminantes y tenían un buen olfato y oído. Al amanecer, siempre volvían a su revolcadero, por mucho que hubiesen caminado durante la noche.

Todos les aplaudieron y gritaron a rabiar. Y más Bubú Locomotoro que, justo en aquel momento, se unía a la fiesta con su guapa pareja Buba, tan marchosa como él. Los dos comenzaron a bailar muy animados, volando al mismo ritmo, unas veces planeando en silencio; otras, cayendo en picado o arrancando desde una rama bufando e inflados, presumiendo de sus plumas de colores.

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Bubú ya vivía a tope su querida fiesta.

Una nube de MARIPOSAS NOCTURNAS vistió la noche formando un manto de brillantes colores rojos, blancos, negros y azules en el acebal.

Los ojos rojos de noche de los TEJONES, animales juguetones y coquetos, se acercaban. Venían limpiándose las uñas y acicalándose la piel en los árboles.

Un desfile de COMADREJAS, largas y delgadas, levantadas sobre sus patas traseras, llegó bailando una especie de gimnasia rítmica o aerobic comadrejil.

El MURCIÉLAGO (ratón ciego), animó más la música; primero

con sus chillidos nerviosos; luego con esos gritos tan agudos que lanza, que las personas no podemos oír y que a él le sirven, al escuchar el eco que vuelve de esos gritos, para saber dónde están las cosas: los insectos que caza, las paredes, los árboles.

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El ESCARABAJO PELOTERO apareció jugando con su pelota de excrementos animales: en ella ha puesto sus huevos y de ella se alimentarán sus hijos-larvas.

Un olor muy especial hizo saber a todos que la MUSARAÑA,

bigotuda y hocicuda, se encontraba también en la fiesta: solitaria, devorando comida y piando como un pájaro.

Y lanzando un rayo de luz roja por sus brillantes ojos,

apareció volando el CHOTACABRAS. Realizó una serie de bonitas acrobacias en el aire, para que todos le vieran; es lo que suele hacer siempre al finalizar sus viajes de vuelta desde los países más cálidos.

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Llegaron más y más animales. Y todos bailaban, bailaban, bailaban.

Unos, en solitario, como la musaraña; otros, en pareja, como

los zorros; otros, en grupo, como las comadrejas; o en familia, como el escarabajo enterrador; o en comunidad, como las hormigas.

Unos eran habitantes del bosque, como el búho; otros,

visitantes, como el jabalí; otros, veraneantes, como el chotacabras... De repente, un bramido ronco, hondo y poderoso, hizo

temblar un instante la noche.

Montados en un gran ciervo macho de cuernas de árbol, los

duendes se sumaban a la fiesta con un circo sorprendente. Con ellos venían:

- domadores de pulgas, chinches, piojos, pulgones y

mosquitos - viejos y tiernos payasos con mirada infantil, de sorpresa

continua ante la vida - acróbatas, trapecistas y equilibristas - hábiles funambulistas sobre hilos de tela de araña - magos, adivinadores, hipnotizadores ... - y músicos para la verbena final, con instrumentos de hierba,

hojas, cortezas, palos y piedras.

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Con ellos, la noche llegó a ser de verdad, la NOCHE LOCA DE FIESTA que Bubú había imaginado en su tronco de acebo.

Poco antes de que la luna se fuera a descansar, Bubú Locomotoro y el duende guardián, alegres por el licor de baya de acebo que habían tomado, cantaban algo así como “un amigo excelente” y “adiós con el corazón”.

Duendes y animales les acompañaban con sus gritos, píos,

chillidos, gruñidos, bufidos, zumbidos o bramidos, lo mejor que podían: aunque el coro sonaba desafinadillo, la verdad.

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…………………………… El recuerdo de la PRIMERA FIESTA LOCA NOCTURNA del

acebal fue tan hondo y agradable y profundo que al año siguiente se celebró la SEGUNDA FIESTA LOCA NOCTURNA y al siguiente, la TERCERA ....

Ya van por la fiesta 56 (quincuagésimo sexta), así que a Bubú

Locomotoro aún le quedan unas cuantas por celebrar, si todo va bien.

Me han dicho que Bubú sigue igual de marchoso y animado.

Que tuvo muchos buhítos con su pareja Buba. Y que se pasa los días recordando la última fiesta loca celebrada y preparando la siguiente. A veces, hasta se le olvida salir a cazar pajarillos o roedores para comer.

Moncho Marín Calvo Ilustraciones: alumnos de la clase de 6º curso

(Cuento perteneciente al trabajo “Tres rutas didácticas” realizado en el C. P. de Ezcaray en el año 2002)