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La Megamaquina-Lewis Mumford

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Lewis Mumford

La Megamáquina

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(Texto extraído de la obra de Lewis Mumford, “The Mithof the Machine”, 1967. Edición sudamericana: Emecé,

Buenos Aires, 1969)

Entre:

Ateneo libertario Al Margen. ValenciaLikiniano Elkartea. Bilbao

Pepitas de Calabaza. LogroñoEtcétera. Barcelona

Ateneu Llibertari Poble Sec. BarcelonaFundació Estudis Llibertaris Anarcosindicalistes. Barna

Barcelona, Mayo 2002

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EL DISEÑO DE LA MEGAMÁQUINA

La máquina invisible

Al hacer justicia al inmenso poder y alcances deesas monarquías "divinas", estudiándolas como mitos ycomo instituciones activas, he dejado uno de susaspectos más importantes para examinarlo con másdetenimiento, ya que es  su contribución más grande yduradera: el invento de la máquina arquetípica. Enefecto, esta extraordinaria invención ha mostrado ser elprimer modelo funcional de todas las  complicadasmáquinas que vinieron después, aunque el énfasis delmaquinismo fue trasladándose lentamente desde losactores humanos a los mecanismos inanimados, muchomás fáciles de manejar e inspiradores de másconfianza. Pero entonces la gran hazaña de lamonarquía consistió en reunir todo el poder humano ydisciplinar la organización que hizo posible que serealizaran trabajos en una escala jamás lograda antes.Como resultado de esta invención, hace cinco mil añosque se cumplieron tareas de ingeniería que rivalizan conlas máximas realizaciones logradas después en cuantoa producción masiva, estandarización y minuciosidad.

Tal máquina eludió la publicidad, manteniéndoseinnominada hasta nuestros días, en que aparecieronotras máquinas, mucho más poderosas y actualizadas,servidas ahora por interminable multitud de otras

máquinas subordinadas. Para mejor comprensión,designaré a la primera gran máquina arquetípica conmás de un nombre, de acuerdo con cada una de susoperaciones específicas.

Es que los componentes de tal máquina, aunquefuncionaban como un todo rígidamente integrado,ocupando diversos y distantes espacios, por lo queresultaba entonces una "máquina invisible"; en cambio,cuando se utilizaba para realizar trabajos concretos alservicio de propósitos colectivos supremamenteorganizados, la denominaremos "máquina de trabajo"; y

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cuando se aplicaba a terribles acciones de destrucción ycoerción colectiva, merece el título, usado todavía hoy,de "máquina militar". Y cuando debamos referirnos atodos sus componentes, tanto políticos y económicos,como los burocráticos y monárquicos la llamaremos "lamegamáquina", es decir: la Gran Máquina.

Al equipo técnico puesto al incondicional serviciode tal megamáquina lo denominaremos "megatécnica",para diferenciarlo de esos otros modos de tecnología,mucho más modestos y diversificados, que continúanrealizando, aun en nuestro propio siglo, la mayor partedel trabajo diario de la Humanidad, en incontablestalleres, campos y granjas, a veces con la ayuda depobrísima maquinaria.

Hombres de facultades ordinarias y que sólocontaban con su fuerza muscular y su destreza, fueroncapaces de realizar amplísima variedad de tareas,desde la alfarería hasta los tejidos, sin más direcciónexterna ni otra guía científica que las ya circulantes en

las tradiciones comunes y en cada comunidad local.Pero lo que hizo la megamáquina fue muy diferente.Sólo los reyes, asistidos por las disciplinas de lasciencias astronómicas y respaldados por las sancionesde la religión, tenían capacidad suficiente para juntar ydirigir esa megamáquina, que era una estructurainvisible, compuesta de partes humanas, vivas, perorígidas, aplicada cada cual a su tarea específica, a sutrabajo, a su función, para realizar entre todas lasinmensas obras y los grandiosos designios de tanenorme organización colectiva. Al principio, ningún jefeinferior pudo organizar la megamáquina ni ponerla enfuncionamiento; y aunque la afirmación absoluta delpoder real continuaba actuando como sanciónsobrenatural, ni la monarquía misma habría prevalecidotan ampliamente si sus propias pretensiones nohubieran sido ratificadas por los colosales logros dedicha rnegamáquina.

Tal invento fue la suprema hazaña de la primitivacivilización: proeza tecnológica que sirvió de modelo atodas las formas posteriores de organización mecánica.Y este modelo se trasmitió, a veces con todas suspartes en buen estado de funcionamiento, y a veces en

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forma fraccionada o provisional, por intermedio deagentes puramente humanos y durante unos cinco milaños... hasta que se plasmó en la estructura materialque corresponde más ajustadamente a susespecificaciones y cristalizó en moldes institucionalesmás detallados, que abarcaron cada uno de los

aspectos de la vida humana.Reconocer los orígenes de las máquinas y susetapas subsiguientes es tener una visión completa delas fuentes de nuestra presente culturasupermecanizada y del hado y destino del hombremoderno. Y hallaremos que el mito originario delmaquinismo proyectó estos extravagantes anhelos quetan abundantemente se están cumpliendo en nuestraépoca, así como impuso, al mismo tiempo,restricciones, abstenciones, compulsiones yservidumbres que, o directamente, o como resultado delas reacciones contrarias que provocó, todavía nosamenazan con consecuencias más lamentables que las

que acarreó en la Era de las Pirámides. Ycomprobaremos, finalmente, que todos los beneficios dela producción mecanizada se vieron socavados por elproceso de destrucción masiva que dicha megamáquinahizo posible.

Aunque la rnegamáquina comenzó a actuar aproximadamente al mismo tiempo en que se inició eluso del cobre para hacer armas y herramientas, no haycorrelación entre ambos hechos, ya que lamecanización humana (que se venía practicando desdeque los hombres se adhirieron a los rituales), se habíaanticipado en milenios a la de sus instrumentos detrabajo; pero, una vez concebida, se extendiórápidamente, no porque fuese imitada, ni comoautodefensa liberadora de algo desagradable, sinoporque fue impuesta a viva fuerza por los reyes, queobraron como sólo podrían obrar los dioses o susrepresentantes ungidos. Dondequiera que se la reunió yse la puso en funcionamiento, la megamáquinamultiplicó la producción de energía y realizó trabajos entan enorme escala, que sus logros no habrían sidoantes ni concebibles. Juntamente con esta capacidadde concentración de inmensas fuerzas mecánicas, se

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impuso un nuevo dinamismo, que superó y desplazó,con su agresivo ímpetu y sus grandiosas realizaciones,las antiguas rutinas e insignificantes inhibicionescaracterísticas de la cultura aldeana, llena demenudencias.

Con las energías disponibles mediante el empleo

de la máquina real, se ampliaron enormemente lasdimensiones del espacio y el tiempo, pues las obras queantes ocupaban siglos enteros, se cumplían ahora enmenos de una generación. Respondiendo a las órdenesdel rey, se erigieron, sobre las más chatas llanuras,verdaderas montañas de piedra o de ladrillos cocidos,inmensas pirámides y zigurats; todo ello trasformó dehecho el paisaje circundante y dio, con sus formasgeométricas y límites estrictos, la exacta impresión de loque era el orden cósmico y lo que podía la voluntadhumana. Hasta que los relojes y los molinos de vientose extendieron por Europa Occidental (desde nuestrosiglo XIV  en adelante), no hubo ninguna máquina

comparable a dicha megamáquina ni en complejidad nien poderío utilizable.

¿Por qué tan enorme mecanismo resultó invisiblepara los arqueólogos y los historiadores? Por la sencillarazón que ya figuraba en nuestra primera definición:porque se componía únicamente de partes humanas. Ysólo conservó su necesaria estructura funcionalmientras la exaltación religiosa, su propia magiaencantadora y las inflexibles órdenes del rey lamantuvieron unida y fue aceptada por todos losmiembros de la sociedad como monstruo que estabapor encima de todo desafío humano. Por eso, cuando lapolarizadora fuerza del rey se debilitó -por su muerte, sufracaso en el campo de batalla, el escepticismoderrotista o la rebelión vengadora-, todo aquel enormemecanismo se desmoronó. Posteriormente, sus partes,o se reagruparon en unidades mucho menores(feudales o urbanas), o desaparecieron completamente,como suele ocurrir con los ejércitos derrotados cuandose les rompen las cadenas de mando.

De hecho, estas primeras máquinas colectivasestaban tan expuestas a la quiebra y eran, últimamente,tan frágiles y vulnerables, como los conceptos mágico-

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teológicos que servían de respaldo a sus actividades.De aquí que quienes las mandaban sufrieranconstantemente la más angustiosa tensión... a menudocon justa razón, por temer la herejía o la traición de suscasi-iguales, o la rebelión y represalias de las masasoprimidas. Tal máquina nunca habría sido manejable sin

la fe aplanadora que predicaban los sacerdotes y laincondicional obediencia a la voluntad real, queimponían los gobernadores, los generales, losburócratas y los capataces; y cuando estas actitudes nose sostuvieron, la megamáquina se desmoronó.

Tal máquina humana presentó desde el comienzodos aspectos: uno negativo tiránico y a menudodestructor, y el otro positivo, promovedor de vitalidad yconstructivo. Pero nunca funcionaron estos segundosfactores sin que, en algún grado, estuvieran presenteslos primeros. Aunque es casi seguro que cierta forma dela "máquina militar" funcionó antes que la "máquina detrabajo", fue ésta la que logró incomparable perfección yasombrosas realizaciones, no sólo por la inmensidad delas obras que hizo, sino por la calidad y complejidad desus estructuras y su organización.

Denominar  máquinas a estas entidadescolectivas no es mero ni ocioso juego de palabras.Según la definición de Franz Reuleaux, una maquina esuna combinación de partes resistentes, cada una de lascuales se especializa en una función y todas operanbajo el control humano, para utilizar la energía y realizar trabajos; de acuerdo con esta definición, la gran"máquina de trabajo" de que estamos hablando es, encada uno de sus aspectos, una genuina máquina:

mucho más porque sus componentes, aunque hechosde huesos, músculos y nervios humanos, se veíanreducidos a sus meros elementos mecánicos y estabanrígidamente estandarizados para realizar tareas bienprecisas y delimitadas. El látigo del capataz asegurabala conformidad de todas esas partes, que ya habíansido reunidas, si no inventadas, por los reyes de Egiptoa comienzos de la Era de las Pirámides, desde finalesdel cuarto milenio en adelante.

Precisamente porque no estaban sujetas a

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ninguna estructura externa fija, estas máquinas detrabajo tenían mayor capacidad de cambio y adaptaciónque sus réplicas metálicas de hoy, más rígidas einaplicables a otros usos que los previstos. Cuando seconstruyeron las pirámides, no sólo resultó evidente laexistencia de tales máquinas, sino que sus

realizaciones eran la prueba imponente de suasombrosa eficiencia. Hasta donde alcanzaba lamonarquía, llegaba también la "máquina  invisible", ensu forma constructiva o destructora, y esto no sólo enEgipto y Mesopotamia, sino igualmente en la India,China, Yucatán o Perú.

Cuando la Humanidad se encontró con talesrealizaciones, ya había tomado forma la megamáquinay se habían superado todas sus etapas preliminares;por eso, sólo nos queda adivinar cómo  estabanordenados sus miembros, cómo se los había entrenadoen sus funciones y qué lugar se le había asignado acada uno. En algún punto de este proceso, debió haber 

una mente inventora (o, más probablemente, toda unaserie de mentes inventoras) que, mirando por elresquicio de la primera operación exitosa, fue capaz decaptar todo el problema: el de movilizar inmensasmultitudes de hombres y coordinar rigurosamente susactividades, en todo tiempo y lugar, para lograr un finclaramente previsto, calculado y determinado.

Lo más difícil era organizar una multiformecolección de seres humanos, arrancados de susfamilias, sus comunidades y sus ocupacioneshabituales, y cada cual con su voluntad, o al menos sumemoria de sí mismo, para convertirla en un grupomecanizado que obedeciera órdenes y resultaramanejable. El secreto del correspondiente controlmecánico consistía en tener una misma mentalidad y unsólo propósito bien concreto, al frente de toda esaorganización, y el subsiguiente método de trasmitir lasórdenes a través de toda una serie de funcionariosintermedios hasta que llegaran a la más pequeñaunidad. En el momento de actuar era esencialreproducir exactamente cada mensaje-orden y cumplirlociegamente.

Quizá este gran problema se experimentó

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primero en organizaciones semimilitares, en las quepequeños grupos de cazadores, bastanteacostumbrados ya a obedecer a sus jefes, recibieron lamisión de controlar cuerpos mucho más numerosos decampesinos desorganizados. En todos los casos, elmecanismo así formado no operaba jamás sin la

correspondiente fuerza coercitiva que respaldabaferozmente a la voz de mando; y tanto los métodoscomo las estructuras han ido pasando, con levísimoscambios, a todas las organizaciones militares, comopodemos comprobarlo en nuestros propios días. Dehecho, fueron los ejércitos los que copiaron ytrasmitieron el modelo de la megamáquina a través delas épocas y las culturas.

Si algo faltaba para completar tan enormemecanismo operativo y adaptarlo lo mismo a las tareascoercitivas que a las constructoras, todo se logró con lainvención de la escritura. La facultad de trasladar lapalabra hablada al registro gráfico no sólo hizo posible

el trasmitir a cualquier distancia los impulsos y órdenesdel que mandaba, sino que también obligó a susdestinatarios a cumplir exactamente lo que se ordenabacon total precisión y constancia. Tal ajuste de loshechos y su concordancia con la palabra escrita fuerondatos que se unieron definitiva e históricamente paracontrolar mejor grandes cantidades de personas o decosas, por eso, no es accidental que los primeros usosde la escritura no fueran para trasmitir ideas, nireligiosas ni de cualquier otra índole, sino paramantener los registros (que llevaban los sacerdotes) delos bienes oficiales conseguidos, almacenados ydistribuidos: cereales, legumbres, ganados, alfarería,etc. Uno de los más antiguos escritos que conocemos,existente en el Museo Ashmoleano de Oxford, registrala captura de 120.000 prisioneros, 400.000 vacunos y1.422.000 cabras. Tal recuento aritmético resulta, paranosotros, mucho más importante que la propia captura.

Una de las características identificadoras de lanueva megamáquina era su posible acción a distancia,mediante los correspondientes escribas y velocesmensajeros; y si los escribas formaron enseguida unaprofesión favorita, fue porque tal máquina no podía

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funcionar eficazmente sin sus constantes servicios decodificar y descifrar las órdenes reales. "Los escribasdirigen todos los trabajos que se hacen en este país":así reza una composición egipcia del Reinado Nuevo.En efecto, probablemente cumplieron una funciónsimilar a la de los "comisarios políticos" en el ejército

soviético, lo que les permitía informar permanentementea sus superiores de todo lo ocurrido, informes que sonesenciales para la buena marcha de toda organizacióncentralizada.

La máquina militar y la de trabajo tuvieronanáloga estructura. Las cuadrillas de mineros y las quehacían correrías depredadoras, tanto en Egipto como enMesopotamia, ¿eran organizaciones civiles o militares?Al principio, tales funciones eran indistinguibles o, másbien, intercambiables, su unidad fundamental era elpelotón, y actuaba a las órdenes de un cabo o capataz.Aun dentro de los dominios particulares de los grandesterratenientes del Imperio Antiguo prevaleció este

modelo; según Erman, los pelotones se agruparondespués en compañías, para hacer algaras o desfilar bajo sus propias banderas. Al frente de cada compañíade trabajadores iba su jefe de Compañía, cosa nuncavista entre los campesinos de las aldeas neolíticas. "Elmagistrado egipcio -observa Erman- sólo considera asus gentes colectivamente, y el trabajador individualsólo existe para él en forma similar a como el soldadoraso existe para los principales jefes de nuestrosejércitos". Tal fue el modelo original de la máquinaarquetípica, y nunca se alteró radicalmente.

Con el desarrollo de la megamáquina, la ampliadivisión del trabajo entre funciones y oficios (a la queestamos acostumbrados en nuestros ejércitos) seaplicaba análogamente en los primeros tiempos a lastareas más especializadas del trabajo. Flinders Petriesubraya que, en la minería -trabajo en el que, tanto enMesopotamia como en Egipto, es difícil distinguir si suscomponentes eran militares o civiles-, se habíaestablecido desde muy antiguo una minuciosa divisiónde las tareas. "Por escritos hallados junto a las momias,sabemos -dice Petrie- cuán minuciosamente estabasubdividido el trabajo. De cada detalle era responsable

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un individuo distinto: uno reconocía la roca, otro lapicaba y otro cargaba los productos. En cualquiera delas expediciones mineras estudiadas, se encuentranmás de cincuenta calificaciones y grados diferentes deoficiales y trabajadores".

Inevitablemente, estas divisiones llegaron a ser 

parte de la organización social, mucho más amplia, queoperaba más allá de los límites fijados a lamegamáquina. Y cuando Herodoto visitó Egipto (en elsiglo V antes de Cristo), la subdivisión del trabajo eratan completa y tantas eran sus especialidades -noconfiadas ya a la megamáquina-, que se parecíanmucho a las de nuestro tiempo, pues llegó a ver que"algunas médicos sólo lo son para los ojos, otros para lacabeza, otros para el vientre y otros para los malesinternos".

Pero nótese la diferencia que había entre laantigua máquina humana y sus rivales modernas, tandeshominizadas, tanto en sus métodos como en sus

fines subyacentes. Sean cuales sean los resultados desu empleo, todas las máquinas modernas estánconcebidas como instrumentos para ahorrarle trabajo alhombre:  todas intentan realizar la mayor cantidad detrabajo con el menor gasto de energías humanas. Masno ocurría esto en la organización de las primitivasmáquinas; al contrario: eran instrumentos de usar 

trabajo humano y sus inventores se enorgullecían deemplear el mayor número posible de trabajadores... contal que la tarea misma fuese suficientemente grandiosa.

El efecto total de ambos tipos de máquina era elmismo, ya que ambos estaban diseñados para realizar con eficiencia, exactitud y copiosa energía -pues lomismo amontonaban soldados que peones- tareas que

 jamás habrían podido cumplir los usuarios individualesde herramientas mucho más simples. Tanto la máquinamilitar como la de trabajo lograron niveles de eficienciacomo  nunca se habían conseguido hasta entonces;pero en vez de liberar al hombre de la dura carga deltrabajo bruto, aquella megamáquina real se enorgullecíade abrumarlo y esclavizarlo.

Si se hubiesen mantenido los modos puramentehumanos de trabajo, que los hombres emprendían

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voluntariamente para cumplir sus necesidadesinmediatas, probablemente habrían sido inconcebibleslas colosales obras de las antiguas civilizaciones; yhasta es posible que nunca se hubieran inventado lasmodernas máquinas no-humanas, movidas por energíasextrañas a ellas y destinadas a economizar trabajo al

hombre, pues los agentes mecánicos debieron ser primero "socializados" antes de que la máquina mismaresultase completamente mecanizada. A la vez, si lamáquina colectiva no hubiese sido capaz de utilizar eltrabajo forzado -procedente de la esclavitud o de laconscripción periódica-, no habrían ocurrido loscolosales desmanes, perversiones y destrozos que tanconstantemente acompañaron a las megamáquinas.

Niveles mecánicos de estas realizaciones

Examinemos tales máquinas humanas en suforma arquetípica. Como sucede a menudo, hay cierta

claridad en las primeras demostraciones, claridad quese perdió cuando la megamáquina se difundió ydiversificó en los modelos más complejos que usaronlas sociedades posteriores y que resultaron mezcladoscon las supervivencias familiares, mucho más humildes.Si la megamáquina nunca logró realizaciones másimportantes que las de la Edad de las Pirámides, quizáno sólo fue por fallo de los talentos de ingeniería quediseñaban y hacían operar a dichas máquinas iniciales,sino también porque el mito que mantenía unidas a suspartes humanas, nunca pudo volver a ejercer entre lasmasas tan atractivo poder, por haber tenido seriosfracasos a partir de la Sexta Dinastía. Hasta entonces,sus triunfos fueron indiscutibles... y aún no se hablabade sus perversidades crónicas.

De todas las hazañas constructivas que dieronfama a la megamáquina, la pirámide sigue siendo sumodelo arquetípico máximo; en su elemental formageométrica, en la extraordinaria precisión de susmedidas, en la organización de toda su fuerza detrabajo y en la enorme masa de construcción implicada,las pirámides de la última época demuestran a laperfección las propiedades únicas de aquel nuevo

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complejo técnico. Para detallar las propiedades de estesistema, me referiré a una sola pirámide: la GranPirámide de Gizeh.

Las pirámides egipcias fueron concebidas comotumbas para guardar los cuerpos embalsamados de losfaraones y asegurar así su buen tránsito a la otra vida

de ultratumba. Al principio, sólo el rey tenía el privilegiode asegurarse esa prolongación "divina" de suexistencia terrenal. En las momias y las pirámides, eltiempo quedaba detenido, simbólicamente, parasiempre. Este destino celestial que se preparaba el rey,alteraba todos los aspectos de la vida de su pueblo, queno participaba de él (como ocurre hoy con la conquistadel espacio) más que para pagar impuestosabrumadores o hacer trabajos forzados.

Entre las primeras pirámides de piedra-construidas en forma de escalones, como las quedespués hallamos en América Central- y la enormepirámide de Keops, de la Cuarta Dinastía -que ha sido

la primera y la más duradera de las Siete Maravillas delMundo Antiguo-, transcurren menos de ciento cincuentaaños: cambio comparable en velocidad y progreso aldesarrollo de las construcciones con estructuras deacero, peculiares de nuestra época. De ese modo,resultaron prácticamente contemporáneas, de acuerdocon la antigua escala del tiempo para invenciones, laforma más primitiva de pirámide y la final (ya que jamásse repitió.)

La rapidez de este desarrollo indica granconcentración de energía física y de imaginacióntécnica. Tal transformación es por demás asombrosa,ya que las tumbas de los faraones no estaban solas,sino que formaban parte de toda la ciudad de losmuertos: complejas estructuras de múltiples edificioshabitados por los sacerdotes, que eran quienes dirigíanlos elaboradísimos rituales que se considerabannecesarios para asegurar la feliz existencia futura del"divino" rey, que se iba de este mundo al otro, al de suscompañeros, los dioses.

La Gran Pirámide es uno de los ejemplos másperfectos y colosales del arte y la ciencia de laingeniería de todos los tiempos y culturas; aun sin aludir 

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al carácter primitivo de las herramientas de que sedisponía en aquel tercer milenio, ninguna construcciónde nuestros días sobrepasa a dicha pirámide ni envirtuosismo técnico, ni en audacia. Sin embargo, tangrandiosa tarea fue emprendida por una cultura queacababa de salir de la Edad de la Piedra y que, durante

mucho tiempo, había de seguir usando herramientas depiedra, aunque ya se disponía de cobre para losescoplos y sierras que daban forma a los enormesbloques de piedra con que se construían los nuevosmonumentos. Desde luego, todas las operaciones serealizaban a mano.

Además de los esclavos y los siervos, elreclutamientp nacional era parte importantísima de estesistema: llegó a ser esencial para la provisión de toda laenergía necesaria. Ni siquiera los sacerdotes -nos diceErman- estaban libres de tales trabajos forzados. Lasoperaciones principales eran realizadas por profesionales especializados, asistidos por 

innumerables peones y trabajadores semiadiestrados,reclutados trimestralmente de entre los campesinos.Toda la tarea se hacía sin más ayuda que la de dos"máquinas simples" de la mecánica clásica: el planoinclinado y la palanca, pues aún no se habían inventadoni la rueda, ni la polea, ni el tornillo. Por lasrepresentaciones gráficas sabemos que aquellasenormes piedras eran arrastradas sobre plataformas,por batallones de hombres, a través de las arenas deldesierto; y nótese, por ejemplo, que la losa que cubre lacámara interior de la Gran Pirámide en que descansabael faraón, pesa cincuenta toneladas. Cualquier arquitecto de hoy tendría que pensarlo dos veces antesde enfrentarse con tal hazaña mecánica.

La Gran Pirámide es algo más que unaformidable montaña de piedra de 755 pies cuadrados debase, por una altura de 481,5 pies, pues tiene unacomplicada estructura interior, consistente en una seriede pasajes, situados a diferentes niveles, que llevan a lacámara final del difunto; y cada una de sus partes estáconstruida con una precisión que, según ha subrayadoBreasted muy apropiadamente, corresponde más bienal arte del relojero que al de los modernos constructores

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de puentes o rascacielos. Esos enormes bloques depiedra están colocados uno junto a otro con juntas quemiden una diezmilésima de pulgada, y las dimensionesde los lados de la base sólo difieren entre sí en 7,9pulgadas... en una estructura que cubre varios acres.En resumen: la medida exacta, la precisión mecánica y

la perfección sin fallas no son monopolio de la presenteépoca. La organización social faraónica se nos adelantócinco mil años en el arte de crear la primera máquina degran potencia, máquina que llegó a tener entre 25.000 y100.000 "fuerzas de hombre", equivalentes al menos a2.500 "caballos de fuerza" o, mejor dicho, "fuerzas decaballo".

Era evidente que ninguna mano de hombre,ningún esfuerzo humano ni clase alguna decolaboración humana, como la que solía usarse enconstruir aldeas o cultivar los campos, hubiera sidocapaz de reunir y alistar esta fuerza sobrehumana, nihabría logrado sus resultados casi sobrenaturales, sólo

un rey "divino" podía exigir tales actos masivos deacatamiento y esfuerzo colectivo, y sólo él podría lograr transformaciones materiales en tan descomunal escala.Ahora bien, ¿era posible cumplir tales hazañas deingeniería masiva sin la ayuda de una máquina?Decididamente, ¡NO! Sólo una complejísima máquinade gran fuerza pudo lograr estas inmensasconstrucciones; y este último producto de que hemoshablado -la Gran Pirámide de Gizeh-, demuestra que,además de ser una máquina enorme, había adquiridogran precisión y refinamiento. Aunque el equipo materialdel Egipto dinástico era todavía muy rudimentario, lapaciente mano de obra y el método rígidamentedisciplinado superaron todas las desventajas. Dichamegamáquina se componía de multitud de partesuniformes, especializadas e intercambiables, perofuncionalmente diferenciadas, rigurosamenteadiestradas como conjunto y coordinadas en un procesocentralmente organizado y dirigido, según el cual cadaparte se comportaba como un componente mecánico deaquel todo mecanizado.

En unos tres siglos -posiblemente en la mitad detiempo en Egipto-, tal máquina humana quedó

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perfeccionada. La clase de mente que diseñó esaspirámides, esos grandiosos templos macizos y esasciudades amuralladas, representaba un nuevo tipohumano, capaz de efectuar la organización abstracta decomplejas funciones en un diseño estructural cuyaforma final determinaba cada etapa del trabajo. Para

emplazar estas grandes estructuras de modo tal quecada uno de sus lados mirara exactamente a los puntoscardinales, se necesitaban no sólo correctos cálculosmatemáticos, sino también minuciosas observacionesastronómicas; y esas finas medidas y cálculos exigenun riguroso nivel de profesionalismo que no ha sidosuperado hasta nuestros propios tiempos. Puesto que elemplazamiento de la Gran Pirámide sólo dista un cuartode milla del río, cuando está en su máximo lainundación, hubo que asentarla sobre roca firme, lo queexigió remover innumerables metros cúbicos de arena;de hecho, el perímetro de su base sólo se desvía delverdadero nivel en poco más de media pulgada.

Las mentes que resolvieron estos problemas yrealizaron tales designios, eran, sin duda, mentes degran jerarquía, que habían conseguido reunir en sí laprivilegiada combinación del análisis teórico, el asideropráctico y la previsión imaginativa. lmhotep, que fuequien dirigió la construcción de la primera pirámide depiedra de Sakkara, era, además de ministro de Estado,arquitecto, astrónomo y médico. No había entoncesespecialistas rígidamente dedicados a su especialidadbien restringida, sino hombres que se movíanlibremente por toda el área superior de la existenciahumana, como ocurrió después con las grandes figurasdel Renacimiento europeo durante los siglos XV y XVI.Sus proezas y autoconfianza se nivelaban con lasdificultades de cada ocasión, hasta desconfiar a vecesde la propia prudencia y sobrepasar el poderío de susmejores máquinas, como ocurrió más tarde con elempotrado obelisco de Asuán, que pesa 1.168toneladas y jamás se despegó de la roca sólida.

También los trabajadores que realizaban talestareas tenían mentes de nuevo tipo: ya estabancondicionadas mecánicamente, ejecutaban cada trabajocon la más estricta obediencia a las instrucciones

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recibidas, eran infinitamente pacientes y se limitaban aresponder "¡sí!" a la voz de mando. Es que el trabajo demáquina sólo puede ser hecho por máquinas, y estostrabajadores, durante su período de servicio, sedespojaban de sus reflejos (por decirlo así), paraasegurar la más perfecta realización mecánica. Sus

dirigentes sabían leer las órdenes escritas, y muchos deestos empleados reconocerían varios de aquellossignos, pues hasta llegaron a dejar pintados susnombres con rojo-ocre (según nos lo cuenta Edwards)en los bloques de la pirámide de Meidón: "La cuadrilladel lanchón, gente vigorosa y buenos artesanos". Trassu diario practicar la misma rutina mecánica, se habríansentido muy cómodos en una de las líneas de montajeque se usan en nuestros días. Sólo les faltarían en lasparedes los retratos desnudos de las artistas de moda.

Tanto en la organización, como en los modos detrabajo, ritmo de producción y productos obtenidos, nohay duda que las máquinas que construyeron esas

pirámides, esos enormes templos y las demás grandesobras de "civilización" en otras áreas y culturas, eranverdaderas máquinas. En sus operaciones básicas,realizaban colectivamente el equivalente de todo uncuerpo de palas mecánicas, topadoras, taladrosneumáticos, sierras sin fin, volquetes, etc., con unaexactitud en las medidas, unos refinamientos dedestreza y una producción total, que aun hoy seríanmotivo de orgullo para nuestros operarioscontemporáneos. Y estas características no eranmonopolio exclusivo de Egipto: "Los excavadoresalemanes de las ruinas de Ur calculan que cada uno delos complejos de los templos protoliteratos debe haber ocupado a unos 1.500 hombres que trabajaran diezhoras por día durante cinco años".

Esta extensión de la magnitud en todasdirecciones, este brotar y elevarse los esfuerzoshumanos, esta subordinación de las aptitudesindividuales y de los intereses particulares a la tareamecánica que se tiene entre manos, y esta unificaciónde tantas multitudes de subordinados a un solo fin,derivado de una sola fuente -el poder "divino", ejercidopor el rey- era cosa nunca vista, y aun hoy es

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admirable. El rey o, más bien, la monarquía, era elprimer motor; y a su vez, los éxitos deslumbradores quese consiguieron en tales empresas confirmaron yrevalidaron ese poder.

Tal orden estricto y abarcador de todocomenzaba desde lo alto: desde la conciencia de los

movimientos predecibles del Sol, la Luna y los planetaso, si Zelia Nuttall tiene razón, desde la posición, aunmás firme y predecible, de la estrella Polar. Tanto en losceremoniales del templo como en el comienzo deaquellas gigantescas obras colectivas, el rey daba laprimera orden, exigía conformidad absoluta y castigabahasta la más trivial desobediencia. Sólo el rey tenía lafacultad divina de convertir a los hombres en objetosmecánicos y de reunir estos objetos en una máquina.Las órdenes, que eran trasmitidas desde los Cielos através del rey, pasaban a cada una de las partes de lamáquina y creaban a su vez otras unidades mecánicassubsidiarias en otras instituciones y actividades; tales

órdenes comenzaron a mostrar la misma regularidadque caracteriza a los movimientos de los cuerposcelestes.

Ni los viejos mitos de la vegetación ni el dios de lafertilidad pudieron establecer este orden abstracto, nidesviar tanta energía de su inmediato destino al serviciode la vida. Y nótese que sólo la minoría que estabaestrechamente unida a la megamáquina podía participar plenamente de tal poder; en cambio, si alguno intentabaoponerse, era como si  se opusiera al curso de lasestrellas: ya estaba al borde de la muerte. A pesar desus repetidas contrariedades y fracasos, tales fantasíascósmicas se han mantenido intactas hasta hoy; y ennuestros días reaparecen disfrazadas de "armasabsolutas" y de "soberanía absoluta", inocentesalucinaciones de la Era Nuclear.

El monopolio del poder 

Para comprender la estructura o las realizacionesde la megamáquina humana, hay que hacer algo másque mirar los puntos en que materializó susoperaciones, pues ni siquiera nuestra actual tecnología,

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con su vasta red de máquinas visibles, puede ser entendida en esos términos.

Dos artificios eran esenciales para conseguir quela máquina funcionara: la organización segura delconocimiento, tanto del natural como del sobrenatural, yuna estructura bien elaborada para dar órdenes,

transmitirlas y seguirlas hasta su total ejecución. Elprimero de esos artificios se había logrado con el cleropues sin la activa colaboración de los sacerdotes, lamonarquía ni habría llegado a existir; el segundo serealizó en la burocracia. Ésta y el clero eranorganizaciones verticales y jerárquicas, en cuya cúspidebrillaban el rey y el sumo pontífice; y sin la armoniosacombinación de sus efectos no habría podido operar eficazmente aquel poder tan complejo. Tal condiciónsigue siendo válida en nuestros días, por más que lascomputadoras que se regulan por si mismas y lasgrandes fábricas automáticas estén encubriendo tantosus componentes humanos como las ideologías

religiosas que laten bajo la actual automatización.Lo que ahora llamamos ciencia, fue parte integral

de la megamáquina desde sus comienzos. Talconocimiento ordenado, que se basaba en lasregularidades cósmicas, floreció (como hemos visto)con el culto del Sol. Estudiar los astros y hacer elcalendario fueron actividades científicas quecoincidieron con la institución de la monarquía y lapropiciaron, aunque no pequeña parte de los esfuerzosde los sacerdotes, magos, adivinos y demás científicosde entonces se dedicara también a interpretar elsignificado de hechos singulares, como la aparición decometas, los eclipses de la Luna y el Sol u otrosfenómenos naturales erráticos, como el vuelo de lasaves o el estado de las entrañas de los animalessacrificados.

Ningún rey podría moverse con seguridad nieficiencia sin el apoyo de tal "conocimiento superior",como tampoco el Pentágono puede actuar hoy sinconsultar a sus científicos especializados, a sustécnicos, a sus computadoras y a sus expertos enpeleas: nueva jerarquía a la que se supone menosfalible que aquellos adivinos que actuaban mediante

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varitas mágicas o entrañas de animales, pero que, a juzgar por sus tremendos errores, no es mucho másvidente.

Para ser efectivo, tal conocimiento debía ser secreto; y así lo era: era el monopolio secreto de lossacerdotes. Si cualquier interesado hubiese tenido igual

acceso a las fuentes de esos conocimientos y alcorrespondiente sistema de interpretación, nadie habríacreído en su infalibilidad, ya que ese intruso no podríaocultar sus errores. De aquí que la violenta protesta deIpu-wer contra los revolucionarios egipcios quederribaron el Reinado Antiguo, se basara en el hecho deque "se habían descubierto los secretos del templo", esdecir: que habían hecho pública una "informacióncodificada". Los conocimientos secretos son la clave detodo sistema de control totalitario. Hasta que se inventóla imprenta, la palabra escrita se mantuvo, durantesiglos, como el monopolio de una sola clase social; yhoy, el lenguaje de la matemática superior, más las

misteriosas claves de las computadoras, estánrestaurando el secreto y el monopolio de tal saber... conlas consiguientes consecuencias totalitarias.

La posterior asociación de la monarquía con elculto del Sol no se debió al hecho de que el rey, como elSol, ejercían su fuerza a gran distancia. Por primera vezen la historia, el poder llegó a hacerse efectivo fuera delalcance inmediato de la voz amenazadora o del brazoarmado, pues ningún arma militar había logradopropagar tal poder. Para ello se había necesitado crear un engranaje especial de transmisión: un ejército deescribas, mensajeros, mayordomos, superintendentes,capataces y ejecutivos mayores y menores, cuya propiaexistencia dependía de su fidelidad y rapidez en llevar las órdenes del rey o, más  inmediatamente, las de susministros y generales, hasta donde fuere necesario. Enotras palabras, que era parte esencial de lamegamáquina esa burocracia rígidamente organizada,ese grupo de hombres capaces de trasmitir y ejecutar una orden con la minuciosidad ritualista de un sacerdotey la irracional obediencia de un soldado.

Imaginarse que la burocracia es una instituciónrelativamente reciente equivale a ignorar los anales de

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la historia antigua. Los primeros documentos queatestiguan la existencia de la burocracia pertenecen a laEra de las Pirámides. En un cenotafio de Abidos, unoficial de carrera, que ejercía durante el reinado de PepiI, de la Sexta Dinastía (allá por el año 2375 antes deCristo) dictó la siguiente inscripción: "Su Majestad me

ha enviado al frente de su ejército, corno se hanmantenido a la cabeza de sus respectivas gentes delAlto y del Bajo Egipto o de las aldeas y ciudades quedeben regir, los condes, los que usan el sello real en elEgipto Inferior, sus exclusivos compañeros del Palacio,los gobernadores y mayores del Alto y el Bajo Egipto,los jefes intérpretes y sus compañeros, los principalesprofetas del Alto y el Bajo Egipto y todos los burócratasprincipales."

Este texto no sólo nos revela una burocracia, sinoque evidencia -corno lo apuntó Petrie anteriormente-que la división del trabajo y la especialización defunciones eran indispensables, y que ya estaban

actuando en pro de la mayor eficiencia mecánicaoperativa.

Tal desarrollo burocrático había comenzado almenos tres dinastías antes, y no por accidente, alconstruirse la gran pirámide de piedra de Zoser, enSakkara. John Wilson subrayó, en su City Invincible,

que "hay que acreditar a Zoser no sólo los comienzosde la arquitectura monumental de piedra, que secomenzó en Egipto, sino también la iniciación de unnuevo monstruo: la burocracia". Ambas cosas no fueronmera coincidencia, sino natural concordancia. W. F.Albright, comentando esto, señalaba que "el gran

número de títulos que ya se ven en los textos de laPrimera Dinastía... suponen sin duda una oficializaciónbien elaborada y minuciosa".

Una vez que se estableció la estructura jerárquicade la rnegamáquina, ya no hubo limitación teóricaalguna del número de manos que podía controlar ni delpoder que podía ejercer, pues la remoción de lasdimensiones humanas y de los límites orgánicosnaturales constituye el principal orgullo de tan autoritariamáquina. Parte de su productividad se debe a su uso de

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la coerción física irrestricta para superar la perezahumana o la fatiga corporal. La especialización laboralera un paso necesario para el buen montaje yfuncionamiento de la megamáquina, pues sólo sepodría lograr la ansiada precisión sobrehumana yobligatoria perfección de los productos mediante la

intensa concentración de destrezas en cada una de laspartes del proceso total. En este momento comenzó ladivisión en gran escala y la subdivisión del trabajo conque nos encontramos en la sociedad moderna.

La máxima romana de que la Ley no se aplica acuestiones triviales, es válida igualmente para larnegamáquina. Las enormes fuerzas puestas enmovimiento por el rey exigían empresas colectivas detamaño descomunal, como grandes traslados de tierra ypiedras para cambiar el curso de los ríos, excavar canales o erigir murallas. Corno ocurre con la tecnologíamoderna, la megamáquina tendía cada vez más a dictar los fines a que debía aplicarse, excluyendo otras

necesidades más humanas, pero de menor importanciapara la monarquía. La megamáquina era, por naturaleza, grandiosa e impersonal y deliberadamentedeshumanizada; tenía que operar en gran escala, o nohacer nada, pues ninguna burocracia, por eficiente quesea, podría gobernar directamente millares depequeños talleres y granjas, cada cual con sustradiciones peculiares, sus especiales habilidadeslaborales, su propio orgullo y su  particular sentido deresponsabilidad. Por eso, la rígida forma de control quemanifestó en aquella gran máquina colectiva, hacontinuado adscripta hasta nuestros días a las grandesempresas masivas y a operaciones en gran escala. Estedefecto original limitó la extensión de la megatécnicahasta que se inventaron los sustitutos mecánicos de losoperadores humanos.

La importancia del enlace burocrático entre lafuente de poder -el rey "divino"- y las reales máquinashumanas que realizaban los trabajos de construcción odestrucción, fue auténticamente enorme: mucho máspor ser la burocracia quien recogía los impuestosanuales que sostenían aquella pirámide social, y reunía,por la coerción, las innumerables fuerzas humanas que

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componían aquel organismo mecánico. La burocraciaera, de hecho, la "máquina invisible", a la quepodríamos llamar también "máquina decomunicaciones", y que coexistía con la “máquinamilitar” y la “máquina de trabajo”, para formar, entre lastres, la gran estructura totalitaria monárquica.

Otra importante calificación de la burocraciaclásica es que ella no origina nada; su función estrasmitir, sin alteración ni desviación, las órdenes querecibe de arriba, del cuartel general central; y no puedeadmitir ninguna información meramente local ni ningunaconsideración humana que altere su inflexible procesode transmisión. Sólo la corrupción o la rebelión decididapueden modificar su rígida organización. Tal métodoadministrativo requiere idealmente una cuidadosarepresión de todas las funciones autónomas de lapersonalidad, así como exige notables aptitudes pararealizar sus tareas específicas con exactitud ritual. Yahemos visto que no era la primera vez que el orden

ritual entraba en el proceso de trabajo, y no es probableque tal sumisión invariable a tan monótonasrepeticiones se hubiera podido lograr con aquellareconocida fidelidad si no hubiera sido precedida por lasdisciplinas milenarias de los rituales religiosos.

De hecho, esa regimentación burocrática fueparte de una regimentación mucho más amplia de todoaquel vivir, que había sido introducida por tal cultura,centrada y afirmada en la fuerza. Nada emerge másclaramente de los propios textos de las Pirámides, consu aburridora repetición de fórmulas, que su colosalcapacidad para soportar tanta monotonía: capacidadque anticipa el súmmum del aburrimiento universal quehemos alcanzado en nuestros propios tiempos. Estacompulsión verbal es el lado psíquico de la compulsiónsistemática general que dio existencia a la "máquina detrabajo"; sólo quienes eran suficientemente dóciles parasoportar este régimen -o suficientemente infantiles paradivertirse con él- en cada una de las etapas que vandesde la orden hasta la ejecución, podían convertirse enunidades eficientes de tales máquinas humanas.

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La magnificación de la personalidad

Son fácilmente reconocibles las marcas de esteorden mecánico copiado del cósmico. Para comenzar (como señalamos antes), hubo un cambio de escala,pues el hábito de "pensar a lo grande" se introdujo con

la primera máquina humana, ya que una escalasobrehumana que desbordaba las estructurasindividuales, magnificó la  autoridad del soberano.Tendiendo al propio tiempo a reducir el tamaño eimportancia de los componentes humanos de talmáquina, excepto en su función de prestar energía ypolarizar el elemento central: el rey.

Paradójicamente, el monopolio del poder trajoconsigo el monopolio de la personalidad, pues sólo elrey disfrutaba todos los atributos de la personalidad,tanto los ya incorporados al grupo comunal como losque, precisamente en este período, parecen haber comenzado a emerger lentamente del alma humana, la

que ya estaba picoteando el cascarón social en el quehasta entonces había transcurrido su existenciaembrionaria.

En esta primera época, se desarrollanconjuntamente la personalidad y el poder, amboscentrados en el rey. Es que sólo el soberano podíatomar decisiones, alterar las antiguas costumbreslocales, crear estructuras y realizar hazañas colectivascomo nunca se habían imaginado y, mucho menos,cumplido; en resumen, él podía comportarse comopersona responsable y capaz de elección racional, almargen de las costumbres tribales, pues sólo él podíapermitirse el lujo de ser disconforme cuando la situaciónasí lo exigiese, y de introducir por edicto y ley lasnecesarias desviaciones del modelo ancestral. Comoocurrió con el monopolio original del rey -el de lainmortalidad-, algunas de estas prerrogativas pasaron,bajo presión, a toda la comunidad. Pero lo que hay quenotar es la magnificación, pues se sobrepasaron todaslas viejas dimensiones, así como se habían desbordadolos límites físicos del horizonte aldeano y de todopequeño grupo social. Ahora la frontera estaba en elCielo, y la ciudad ya era un universo en sí misma,

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mucho mas cerca del Cielo en cada dimensión.En la práctica, y aun más en la fantasía, tales

rnagnificaciones se aplicaban al tiempo y el espacio.Kramer nota que, en las primeras dinastías se atribuyenreinados de increíble longitud a reyes legendarios: casi250.000 años para los ocho reyes que preceden al

Diluvio, y un total de 25.000 años para las dos primerasdinastías subsiguientes al Diluvio. Eran estos losperíodos que los sacerdotes egipcios asignaban aún asu historia antigua cuando Herodoto y Platón visitaronaquel país. Hasta para la más exuberante fantasía talesnúmeros estaban hinchados. Este nuevo rasgo culturalalcanza su clímax en los cálculos abstractos de losmayas, según nos dice Thompson: "En una estela quehay en la ciudad de Quirigua, figura un cómputo 'exacto'de años que llega a los noventa millones; y otra estelade la misma localidad se fija una antigüedad de 400millones de años".

Y esta multiplicación de años sólo era el lado

secular de una expansión, mucho más general, delpoder, simbolizada en la pretensión regia de lainmortalidad. Al principio, en Egipto, tal atributo eraexclusivo del rey; en cambio, en Sumeria, donde toda laCorte moría simultáneamente dentro de la tumba regiade Ur, probablemente para acompañar a su señor hastael otro mundo, quizá los ministros, y aun los sirvientesdel rey, tendrían el derecho de compartir los anhelosregios de inmortalidad.

En el mito sumerio del Diluvio, el rey Ziusudra(contrapartida de Noé) es recordado por los dioses An yÉnlil, no mediante un arco iris simbólico, sino por haber 

conseguido "vida eterna, como un dios". El deseo devida ilimitada formaba parte de aquella generalanulación de límites que había propiciado lamegamáquina desde que se vio con tan enormecantidad de poder; entonces se enfrentó y desafió a ladebilidad humana, sobre todo a la que consiste en lamortalidad.

Pero si la inevitabilidad biológica de la muerte y lasubsiguiente desintegración se burlan de esa infantilfantasía del poder absoluto que la máquina humanaquería lograr, la vida misma se burla mucho más de tan

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absurdos anhelos, pues esa noción de “vida eterna”, enla que no hay ni concepción, ni crecimiento, nifructificación, ni decadencia -una existencia tan fija, tanesterilizada, tan sin amor ni propósitos, tan inamoviblecomo la de una momia regia-, equivale a la muerte enotra forma. ¿Qué es eso sino retornar al estado de

detención y estancamiento que se ve en los elementosquímicos estables que aún no se han combinado enmoléculas suficientemente complejas como parapromover la renovación y la creatividad? Desde el puntode vista de la vida humana, como de toda existenciaorgánica, esta afirmación de poder absoluto era unaconfesión de inmadurez psicológica... una falla radicalpara comprender el proceso natural de nacimiento,crecimiento, maduración y muerte.

El culto de los viejos dioses de la fertilidad nuncaeludió enfrentarse con la muerte, nunca se le ocurrieronesas burlas monumentales de piedra, sino que prometíael renacimiento y la renovación siguiendo el orden

rítmico de la vida. En cambio, lo que la monarquíaprometía ahora era la grandilocuente eternidad de lamuerte. Si los dioses de la fuerza no hubiesen triunfado,si la monarquía no hubiese hallado ese modo negativode aumentar el alcance de la megamáquina humana yafirmar así la pretensión regia de obediencia absoluta,el curso ulterior de la civilización habría sido muydiferente.

Juntamente con el deseo de vida eterna,intentado mediante acciones mágicas y materiales, losreyes y sus dioses alimentaban otras ambiciones queflotaron sobre los siglos para venir a formar parte de lavulgar mitología de nuestros tiempos. Según la fábulasumeria, Etana monta en un águila para ir en busca deuna hierba que cure a sus ovejas de la esterilidad quepadecen. Ya en tan temprana época había nacido -onació mucho antes y se registró entonces- el anhelohumano de volar... aunque tal sueño parecía aún tanpresuntuoso, que Etana, como Dédalo después, fuelanzada a la muerte cuando ya estaba cerca de sumeta.

Sin embargo, enseguida aparecen los reyescustodiados por toros alados, y hasta decían tener a sus

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órdenes mensajeros celestiales que superaban alespacio y al tiempo para llevar los mandatos regios asus súbditos terrenales. Los futuros cohetes y losequipos de televisión estaban así germinando,secretamente, en lo íntimo de este mito regio de lamegamáquina, y los "genios" de Las Mil y Una Noches

sólo fueron continuaciones populares, muy posteriores,de estas antiquísimas formas del poder mágico.Tal ansia de poder, que fue la característica de

las religiones orientales hacia el Cielo, se convirtió, conel tiempo, en fin en sí misma. En el lapso de la primera"civilización" (desde el año 3000 al 600 antes de Crist),el impulso formativo para ejercer control absoluto sobrela Naturaleza y sobre el hombre, osciló entre los diosesy los reyes. Josué mandó al Sol que se detuviera paratener tiempo de destruir las murallas de Jericó con supoderosa música marcial; y Jehová mismo se anticipó ala Era Nuclear destruyendo a Sodoma y Gomorra conuna ráfaga de fuego y azufre. . . como más tarde

recurrió a la guerra bacteriológica para desmoralizar alos egipcios y ayudar a los judíos a escapar de ellos.

En resumen: ninguna de las fantasíasdestructoras que se han posesionado de los líderes denuestros tiempos, desde Kemal Atätürk a Stalin y desdelos Khans del Kremlin a los Khans del Pentágono,fueron extrañas a las mentes de aquellos fundadores"divinos" de la primera civilización maquinista, pues concada crecimiento del poder, brotaban de sussubconsciencias los impulsos más sádicos yextravagantes. Tal es el trauma que ha distorsionado elsubsiguiente desarrollo de todas las sociedades

"civilizadas", y esos son los hechos que han manchadola historia de la Humanidad con estallidos de paranoiacolectiva y alucinaciones tribales de grandeza,mezclado todo ello con suspicacias malévolas, odioscriminales y atroces actos inhumanos.

Paradójicamente, a pesar de la promesa de unavida ulterior sin fin, la otra gran prerrogativa de estatécnica real es la velocidad, pues todos los proyectosdel rey deben ejecutarse dentro de su vida terrenal. Talprisa por terminar cualquier empresa, es una función delpoder efectivo y se convierte a su vez en uno de los

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principales medios de ostentación del poderío real. Estaparte de la mitología del maquinismo ha llegado aprofundizar tanto en las suposiciones básicas denuestra tecnología, que la mayoría de nosotros haperdido de vista su punto de origen: que las órdenesregias (corno las más urgentes de los ejércitos

modernos) hay que hacerlas por duplicado. Aquí estánlos comienzos de las actuales oscilacionesintercontinentales, siempre en avión de chorro, queusan nuestros hombres de negocios y nuestrosGobiernos, cómicamente expuestas como símbolo de lalocomoción supersónica.

Nada ilustra mejor esta aceleración del paso queel hecho de que en Egipto, como después en Persia,cada nuevo monarca de aquella Era de las Pirámides sehace construir una nueva capital, para usarla sólodurante su propia vida terrenal. Compárese esto con lossiglos que se solían emplear en construir las catedralesmedievales cuando las ciudades libres que las erigían

carecían de esos recursos regios para reunir fuerzashumanas. Por el lado práctico, la construcción de rutasy canales, que era el principal medio de acelerar lostransportes, ha sido, a través de toda la historia, laforma favorita de las obras públicas de los reyes, formaque alcanzó una breve cúspide tecnológica en la Edaddel Hierro, cuando los  romanos planearon, durante elreinado de Nerón, abrir el canal de Corinto a través de98 pies de lodo y roca: obra que, si  entonces se hubieralogrado, habría dejado chicas a todas lasconstrucciones contemporáneas de acueductos ycarreteras.

Sólo una economía de abundancia, en aquellaépoca en que probablemente el valle del Nilo noalbergaba más que cuatro o cinco millones de personas,pudo proporcionar el enorme drenaje de labor de unoscien mil hombres por año, a la vez que proveía de loscorrespondientes alimentos a quienes realizaban tancolosales obras y al resto de la población, pues tal usodel poder humano era el más estéril imaginable para elbienestar de la comunidad. Aunque muchos egiptólogosno quieren avenirse a aceptar las consiguientesimplicaciones, no es mera metáfora inepta la sospecha

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de John Maynard Keynes de que la construcción depirámides fue un recurso necesario para gastar elexceso de fuerza laboriosa en la que era una sociedadafluyente, y cuyos dirigentes se oponían a la  justiciasocial y la nivelación económica. Por tanto, todo ello eraun ejemplo de productividad simulada... como lo es

nuestro moderno equivalente de construcción decohetes interplanetarios.

Las tareas de consumo

La más duradera contribución económica de estaprimera mitología del maquinismo fue la separaciónentre los que trabajaban y los que vivían en plenavagancia, parásitos de aquel superávit de trabajo yreduciendo a la mayor penuria el nivel de vida dequienes realmente se esforzaban en producir. Lapobreza forzada hizo posible el trabajo forzado: ambosfenómenos fueron simultáneos y concomitantes en

aquella sociedad agrícola, que se basaba en elmonopolio regio de la tierra y en el rígido control de suusufructo. Según las escrituras acadias y babilónicas,los dioses habían creado a los hombres para librarseellos de la dura necesidad de trabajar. En ésta, como enmuchas otras ocasiones análogas, los dioses prefiguranen la fantasía lo que los reyes hacen en la realidad.

En épocas de paz, los reyes y los nobles vivíansólo para sus placeres: comer, beber, cazar, jugar ycopular. . . todo ello con el mayor exceso y ostentación.Por eso, en el propio periodo en que estaba tomandoforma el mito de la megamáquina, ya resultaron visibleslos problemas de la economía de abundancia,reflejándose en el  comportamiento fantástico de lasclases dirigentes... y anticipándonos el proceso dedescomposición espiritual que es tan manifiesto ennuestros tiempos.

Si examinamos con atención las aberraciones delas clases dirigentes a través de la historia, veremoscuán lejos estuvieron los líderes de comprender laslimitaciones del mero poder físico y de unas vidas quese centraban en ir consumiéndose sin hacer esfuerzoalguno: la reducida vida del parásito que vive a costa de

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un huésped tolerante. Desde sus propios comienzos, elhastío de la saciedad persiguió a esta economía desobrantes de poder y de bienes, arrastrando a susaprovechados usufructuarios a las más insensatasconcupiscencias personales y a los más atroces actosde destrucción y delincuencia colectiva, pues todo ello

eran los medios de establecer y mantener la posiciónprivilegiada de la minoría gobernante, cuyas ambicionesno conocían límites y cuyos delitos se convertían envirtudes nietzscheanas.

Se nos viene a la mano un antiquísimo ejemplode los irritantes problemas de tal economía de afluencia:Cierta historia egipcia revela (según la traducción deFlinders Petrie) la vaciedad de la vida de un faraón,cuyos deseos se  satisfacían con la más completafacilidad, por lo que el tiempo pesaba abrumadoramentesobre sus manos vacías. Desesperado ante talsituación, llamó a sus consejeros para que lepropusieran algún alivio a tan tremendo aburrimiento; y

a uno de ellos se le ocurrió la sugerencia de queequipara bien y llenara un barco de hermosasmuchachas, apenas cubiertas por velossemitrasparentes, y que se hiciera una expedición ríoarriba y río abajo, en la que todos fueran cantandocanciones para el rey. Así, por el momento, cesó aquelhorrible tedio del faraón... a la vez que (como indicaPetrie) se había inventado la "revista musical": solaz delos "cansados hombres de negocio" y de los soldadoscon licencia.

Pero, con frecuencia, estos modos pasajeros dealivio resultaron insuficientes, como lo revelan, entre losescasos documentos literarios desenterrados, dosdiálogos sobre el suicidio, uno egipcio y otromesopotámico. En ambos casos, habla un miembro delas clases privilegiadas, ahíto de toda clase de lujos ysensualidades, y dice que tal vida le resulta intolerable yque sus fáciles sueños quedan desabridos ante larealidad. El debate egipcio entre un hombre y su almadata del período que sigue a la desintegración en queterminó la Era de las Pirámides, y refleja ladesesperación de una persona de las clasesprivilegiadas que ha perdido su fe en la exaltación

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ritualista de la muerte como la culminación última de lavida, que era lo que racionalizaba las irracionalidadesde la "alta" sociedad egipcia. Y aun es más significativoel diálogo mesopotámico entre un señor muy rico y suesclavo (fechado en el primer milenio antes de Cristo),pues el señor halla que la acumulación de riquezas,

poder y placeres no produce la esperada vida plena designificado y validez. Otra narración (del siglo VII antesde Cristo), titulada Diálogo acerca de las miserias

humanas, desarrolla el tema de que la amargura queproduce el poder, no es aliviada ni por el amor, y que lariqueza muestra su vaciedad al condenarnos a gozar sólo los bienes que pueden comprarse con dinero. Por la profundidad de su pesimismo, ha sido llamado "elEclesiastés de Babilonia".

Si esto era lo que podían esperar los privilegiadosen compensación de tan inconmensurables esfuerzos ysacrificios de la colectividad, es obvio que el culto de lafuerza y del poderío se basaba, desde sus comienzos,

en meras falacias, pues en fin de cuentas, el productofinal se mostraba tan derrotista para las clasesdominantes, como ese mecanismo todo lo fue siemprepara los desheredados: los trabajadores socialmenteaislados y los esclavos.

Desde las primeras etapas de este desarrollo,bajo el mito de la monarquía "divina", losdesmoralizados acompañantes del poder ilimitado serevelaron como tales tanto en la leyenda como en lahistoria registrada; pero tales defectos fueronencubiertos durante mucho tiempo por las exorbitantesesperanzas que despertaba la "máquina invisible".Aunque había una multitud de invencionesindependientes que, durante mucho tiempo quedaronfuera del alcance de la megamáquina colectiva, quesólo podía proporcionar sustitutos parciales yengorrosos de lo auténticamente progresista, durante laprimera época de la megamáquina se plantó y alimentóabundantemente en el rico suelo de la fantasía elfundamental ánimo que respaldaba tales invenciones: elesfuerzo por conquistar el tiempo y el espacio, lavelocidad en las comunicaciones y transportes, laexpansión de la energía humana mediante el uso de las

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fuerzas cósmicas, el acrecentamiento de la producciónindustrial, el consumo sobreestimulado y el establecer un sistema de absoluto control centralizado sobre laNaturaleza y sobre el hombre.

Algunas de estas semillas brotaron enseguida enbullicioso crecimiento; otras, han requerido cinco mil

años para iniciar su germinación. Cuando estosucediera, el rey "divino" aparecería bajo nuevoaspecto; pero le acompañarían las mismas ambicionesinfantiles, infladas hasta más allá de cualquier dimensión previa, y sólo diferentes porque eran, al final,realizables.

La época de los constructores

Ahora bien, ninguna institución puede medrar basándose sólo en sus propios desengaños e ilusiones.Aun admitiendo sus muchas imposiciones y flagrantesagravios, todavía hay que considerar a la megamáquina

como una de las máximas invenciones mecánicas; yhasta es dudoso afirmar que las máquinas no-humanashabrían llegado a su perfección actual si las primeraslecciones elementales de construcción de máquinas nose hubiesen practicado primero con aquellas maleablesunidades humanas.

No sólo fue la megamáquina el modelo para lasmáquinas posteriores y más complejas, sino quetambién sirvió para poner orden, continuidad ypredictabilidad en el desbarajuste de la vida diariadespués que la provisión de alimentos y el sistema decanales habían sobrepasado los límites de laspequeñas aldeas neolíticas. Es más: la megamáquinadesafió las caprichosas uniformidades de lascostumbres tribales, introduciendo un método másracional, posiblemente universal, que colaboró en sugran eficiencia.

Es cierto que, comparado con el de la aldea,cuyas interiores compulsiones y conformidades eran decarácter mucho más humano, el modo de vida que la"civilización" imponía no tenía sentido para muchagente, que lo hallaba restringido, inhibitorio y a menudoopresivamente especializado; pero es que la estructura

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producida por la megamáquina tenía significaciónmuchísimo mas grande, pues había dado  a laspequeñas unidades un destino cósmico que trascendíala mera existencia  biológica y la clásica continuidadsocial. En las nuevas ciudades, todas las parteshumanas desmembradas se encontraban reunidas,

aparentemente, en una unidad superior.Como ya hemos visto cuando hicimos un examencompleto de la megamáquina, los muchos factoresnegativos que la acompañaron desde el principio, sehicieron cada vez más formidables, en vez de disminuir con los éxitos que ella logró; pero antes de dictaminar acerca de esos rasgos negativos, hay que tener encuenta tanto sus éxitos prácticos como la  evidentepopularidad de tal institución a través de las diferentesépocas y culturas.

Al principio, las propiedades de la monarquía"divina" deben haber deslumbrado a todas las gentes.Es que ya estaban en la "Era de los constructores", y

las nuevas ciudades que tan rápidamente  surgían,estaban diseñadas deliberadamente como un simulacrodel Cielo. Nunca hubo antes tanta energía disponiblepara magníficas y permanentes obras públicas. Sobreinmensas plataformas levantadas por los hombres,pronto se elevaron ciudades con edificios de hastacuarenta pies de altura, con grandes murallas de veintey aun cincuenta pies de espesor, suficientementeanchas en su parte superior como para que  pudiesencircular por ellas dos filas de carros militares; seconstruyeron asimismo cuarteles en los que podíanalojarse a la vez cinco mil hombres armados, quienescomían y bebían de los enormes depósitos anexos; yson bien conocidos los templos, como el de Sumeria, deochenta pies de altura, cuyo recinto sagrado estabarodeado por su propia muralla interna, y que tenían unacapacidad como para que la mayoría de la poblaciónpudiera estar en el tabernáculo presenciando lascorrespondientes ceremonias sagradas.

Predominaron en las nuevas ciudades deMesopotamia estos grandes edificios, cuyas superficiesde ladrillo cocido estaban revestidas con vidrios decolores, y aun con láminas de oro, incrustadas a veces

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con piedras semipreciosas. También las embellecían, aintervalos, monumentales esculturas de leones o detoros. Análogas construcciones, de diferentes formas ymateriales, aparecieron por doquier. Tales edificacionesenardecían, naturalmente, el orgullo de la comunidadque las había levantado y, subsidiariamente, hasta el

más insignificante de los peones que participaba delnuevo ceremonial de aquellos grandes centros yciudades, se sentía autor parcial de tales hazañas depoderío y de las maravillas artísticas que testimoniabandiariamente una vida que estaba más allá del alcancede los humildes campesinos o pastores de laslocalidades distantes. Aun para los más alejadosaldeanos, estas monumentales estructuras servíancomo imanes que, periódicamente, sobre todo en losdías festivos, atraían a las multitudes desde los camposhacia las grandes capitales: primero hacia Abidos oNipur, más tarde hacia Jerusalén o La Meca, despuéshacia Roma o Moscú.

Estas grandes actividades constructivas servíande base para una clase de vida más intensa y másconsciente, en la que el ritual se convertía en drama, laconformidad enfrentaba nuevas prácticas y nuevosrecursos que llegaban de las diversas partes del granvalle, y había diario aguzamiento de las mentesindividuales mediante el constante intercambio conotras mentes superiores; era, en resumen, la nueva vidaciudadana, en la que se magnificaba e intensificabacada uno de los aspectos de la existencia. Tal vidaurbana trascendía la de las aldeas en todas susdimensiones, importando materias primas desdemayores distancias, introduciendo rápidamente lasnuevas técnicas y mezclando los diferentes tiposraciales y nacionales. En mi libro, La Ciudad en la

Historia, ya he pagado el debido tributo a estasexpresiones colectivas de orden y belleza.

Aunque las aldeas y las pequeñas ciudadesrepartidas por los campos dieron los modelos originalespara el establecimiento de los centros humanos, laconstrucción y elevación cultural de las grandesciudades fue, ampliamente, labor de la megamáquina.La rapidez de su erección y la implicación de todas sus

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dimensiones -particularmente de su núcleo central: eltemplo, el palacio real y el granero comunal- dantestimonio de la supervisión regia. Las murallas ydemás fortificaciones, los caminos que las recorrían, loscanales y los edificios en general de la ciudad, hanseguido siendo en épocas posteriores lo que fueron en

la "Era de los constructores": actos supremos del poder soberano que, al principio, fue una persona viva, ydespués, una abstracción constitucional.

A través de la historia, esta imagen original de laciudad puso de manifiesto el esfuerzo y devoción de loshumanos. La gran misión de la monarquía había sidosuperar el particularismo y el aislamiento de laspequeñas comunidades, para borrar las diferencias, amenudo muy significativas, que separaban a un grupohumano de otro y les impedían intercambiar ideas,inventos y otros beneficios que, finalmente, podríanhaber intensificado su individualidad.

La monarquía sometió a su regla común las

diversas pesas y medidas, y hasta los límitesterritoriales se fueron esfumando, en parte porque laexpansión del poder real absorbía cada vez máscomunidades en su sistema de cooperación. Bajo unaley común, las conductas se hicieron más ordenadas ypredecibles, así como las desviaciones frívolasresultaron menos frecuentes. En gran medida, estaafirmación de todos en la ley y el orden dio las basespara establecer mayor libertad, pues abría la puerta aun mundo en el que cada miembro de la especiehumana podía sentirse como en su casa, como loestuvo antes en su aldea. Hasta donde la monarquíacolaboró en tan valiosa universalidad y uniformidad,cada comunidad y cada miembro de ella recibió loscorrespondientes beneficios.

Con la construcción de la ciudad y de lasmúltiples instituciones que la formaban, la monarquíaalcanzó su culminación como constructora. La mayoríade las actividades constructivas que solemos asociar con la idea de "civilización" se encontraban ya enaquella original explosión de fuerzas técnicas y sociales.Tales obras crearon una confianza bien fundada en elpoder humano, muy distinta de las ilusiones e ingenuas

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decepciones de la magia. Los reyes demostraron cómopodían formarse y crecer esas populosas comunidadesen cuanto se organizaban colectivamente en grandesunidades mecánicas. Esto era un logro verdaderamenteaugusto, y la visión que  lo hizo posible puede,honestamente, haber   parecido divina. Si no hubiese

producido distorsiones en la psiquis humana, susresultados se habrían propagado beneficiosamente, conel tiempo, a través de todas las actividades de loshombres, elevando y acrecentando sus funciones ypropósitos comunes por todo el planeta.

Los grandiosos reyes y héroes culturales queorganizaron la megamáquina y cumplieron talesempresas, desde Gilgamés e lmhotep a Sargón yAlejandro Magno, elevaron a sus contemporáneosdesde la aceptación pasiva y perezosa de estrechoslímites "naturales", hasta colocarlos en el nivel de lo"imposible"; y cuando la gran obra quedaba hecha, loque había parecido imposible, los humanos lo habían

realizado. Hacia el año 3500 antes de Cristo, nada de loque los hombres podían imaginarse razonablemente,parecía quedar enteramente fuera del alcance del poder real.

Por primera vez en el desarrollo del hombre, lapersonalidad humana, al menos en unas pocas figurasrepresentativas y que  se autoelevaron, trascendió loslímites ordinarios del espacio y el tiempo; y el hombrecomún, por identificación y participación vicaria -comotestigo, si no como agente activo-, tuvo exaltado sentidodel poderío humano, tal como se expresaba en losmitos de los dioses, en el saber astronómico de lossacerdotes y en las actividades y decisiones, siemprede gran alcance, propias de los reyes. En el transcursode una sola vida, la mente podía abarcar entonces unestado más alto de creatividad y una conciencia del ser mucho  más rica que el estado y conciencia que anteshabían sido asequibles a los humanos. Tal fue la partemás significativa de la llamada "revolución urbana",mucho más que la ampliación de las oportunidadescomerciales o la marcha de los imperios.

Aunque esta elevación del sentido de lasposibilidades humanas era obra de una audaz minoría,

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no pudo, como el saber astronómico de los sacerdotes,permanecer secreta, ya que trasuntaba cada una de susactividades civilizadoras, dándoles un aura debeneficiosa racionalidad; la gente ya no vivíameramente al día, sólo guiada por el pasado, al querevivía en mitos y rituales, y siempre temerosa de

cualquier aventura nueva en la que todo se perdería;ahora la arquitectura y la escritura, y por supuesto laciudad misma, eran estables: autónomasincorporaciones de las nuevas mentes humanas.Aunque en la vida urbana había conflictos y tensionesinteriores de los que estaban libres las comunidadesmás pequeñas, por su propio criterio vital, los desafíos aque llevaba este nuevo modo de vivir abrían a losciudadanos posibilidades siempre renovadas.

Si se hubiesen apreciado debidamente todas lasventajas emergentes de estas empresas en granescala, y se hubiesen distribuido con más liberalidad lasprincipales funciones de la vida urbana, podrían

haberse corregido a tiempo la mayoría de las primerasfallas de la megamáquina, y haberse aliviado, y auneliminado, muchas de sus incidentales compulsiones;pero, lamentablemente, los dioses se enloquecieron, ylas deidades responsables de estos avances mostraronfallas que anularon los genuinos beneficiosconquistados: primero se cebaron en los sacrificioshumanos, y después inventaron la guerra como laprueba última de su "poder soberano" y el arte supremode la “civilización”. Mientras que la "máquina de trabajo"colaboraba ampliamente en tan notable brote de"civilización", su contrapartida -la "máquina militar"- seensayaba en reiterados ciclos de exterminio,destrucción y autoextinción.

LA CARGA DE LA "CIVILIZACIÓN"

La pirámide social

La monarquía procuró deliberadamente, por 

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medio de la megamáquina, poner al alcance de loshombres las facultades y glorias de los Cielos; y tuvo enello tanto éxito, que los inmensos logros de esta unidadmecánica arquetípica superaron en mucho, por sueficiencia técnica y sus resultados, las contribuciones,importantes, aunque modestas, de las otras máquinas

contemporáneas.Organizado lo mismo para el trabajo que para laguerra, este nuevo mecanismo colectivo imponía atodos la misma clase de regimentación general, sobretodos ejercía los mismos  modos de coerción y decastigo, y limitaba estrictamente los premios tangibles,reservándolos para la minoría dominante, que era quiencreaba y dirigía la megamáquina. A la par de esto,dichos privilegiados reducían el área de la autonomíacomunal, de la iniciativa personal y de laautorregulación, cada componente estandarizado quese encontraba por debajo del nivel de comando, nopasaba de ser parte de un hombre; estaba condenado

al trabajo, pero sólo a su función parcializada del trabajoy, por fin, sólo vivía una parte muy restringida de sutriste vida. El tardío análisis que hizo Adam Smith de ladivisión  del trabajo, explicando los cambios queocurrieron en el siglo XVIII por culpa del sistemainflexible y deshumanizado entonces imperante, aunquecon mayor eficiencia en la productividad, iluminaigualmente aquella prístina "revolución industrial"suscitada por la megamáquina.

Idealmente, el personal de la megamáquina debíaser célibe, despojado totalmente de responsabilidadesfamiliares, de instituciones comunales y de los normalesafectos humanos, tal como siguen procurándoselo,todavía hoy, los ejércitos, los monasterios y lascárceles.

El otro nombre de la división del trabajo, cuandoésta logra el punto ideal de confinamiento solitario delhombre y su absoluta dedicación a una sola tareadurante toda su vida, es el desmembramiento del 

hombre. Los modelos impuestos por esta megamáquina

centralizada se trasmitían eventualmente a los oficios yocupaciones de la localidad, precisamente en las tareas

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más serviles; es que no le queda virtud humana aningún oficio cuando en hacer una espuela, por ejemplo, intervienen siete especialistas para realizar lassiete operaciones que se requieren para completar laelaboración de tan simple herramienta. La sensación deque todo trabajo era degradante para el espíritu humano

se extendió subrepticiamente desde la megamáquina atodas las ocupaciones manuales. El por qué estecomplejo técnico "civilizado" debió considerarse comoun triunfo omnímodo y por qué la especie humana hatenido que sufrirlo durante tantos siglos, son dos de losmás trágicos acertijos de la historia.

En adelante, la sociedad "civilizada" quedódividida aproximadamente en dos clases: la mayoría,condenada para siempre al implacable trabajo -atrabajar sin replicar, no sólo para subvenir a susnecesidades vitales, sino para producir un superávit quecubriera mucho más que lo exigido por su familia o suinmediata comunidad-, y una minoría "noble" que

despreciaba toda forma de trabajo manual y dedicabasu vida a elaborar "realizaciones placenteras" (para sí,por supuesto), usando la sardónica caracterización queThorstein Veblen hace de tales actividades de los"nobles". Parte de ese superávit se destinaba, en

 justicia, a sostener las obras públicas que beneficiabana todos los sectores de la comunidad; pero otra parte,mucho mayor, tomaba la forma de despilfarro privado,de lujosos bienes materiales y del ostentosomantenimiento de innumerables siervos y criados,queridas ocasionales y concubinas fijas. Y en lamayoría de las sociedades, la mayor porción de esesuperávit se destinaba a alimentar, armar y hacer operar a la destructora máquina militar.

De este modo, la pirámide social establecidadurante la Era de las Pirámides en el Fértil Crecientecontinuó sirviendo de modelo para todas las sociedades"civilizadas" mucho después de haber pasado la modade construir tales tumbas geométricas. A su cúspide seaferraba una minoría, henchida de orgullo y poderío,encabezada por el rey y sus ministros, sus nobles, sus

  jefes militares y sus sacerdotes, todos ellossostenedores de tan injustos privilegios. La principal

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obligación social de esta minoría consistía en controlar la megamáquina, tanto en su forma de producir riquezas, como en su otra labor de producir daños,aparte de lo cual, su restante tarea era "dedicarse aconsumir". En este respecto, aquellos antiquísimosdirigentes fueron los prototipos de los que hoy dictan el

estilo y determinan los gustos usados en nuestrasociedad actual de masas, tan "adelantada" ysupermecanizada.

Los registros históricos comenzaron con estapirámide "civilizada", con su división en clases y suamplísima base de trabajadores aplastados por el pesosuperior, ya establecido firmemente; y como estadivisión ha continuado directamente hasta nuestros días-y en países como la India hasta se ha intensificado,agravándose en sus actuales castas hereditarias einviolables-, a menudo se la ha tomado como si fuera elorden natural de las cosas. Pero debemos preguntarnoscómo ocurrió eso y sobre qué bases putativas de razón

o de justicia ha persistido tan prolongadamente, ya quetal desequilibrio de posiciones, aunque en aquellasépocas se infiltrara en la ley y la propiedad, sólo por accidente puede haber coincidido con la naturaldesigualdad de capacidades, debida a las repetidasmezclas de la herencia biológica de cada generación.

En la discusión entablada entre Leonard Wooleyy sus comentaristas soviéticos, en La prehistoria y los

comienzos de la civilización, el arqueólogo británicoquedó perplejo ante la insistencia de los rusos encorregir su falla, pues no había hecho más que dejar desubrayar una condición tan normal (según su punto devista), que ni siquiera se había molestado enmencionarla. Tampoco habría que culpar a Breasted por idéntica falta, pues él fechaba los comienzos de la

 justicia y la sensibilidad moral en el momento en que,por fin, son escuchados por un tribunal los ruegos del 

campesino elocuente, quien suplica se le libre de losdespojos y malos tratos con que lo acosa un avaroterrateniente.

Lamentablemente, Breasted sobreestimó talmejoría en el ejercicio del derecho y la moral -todo locual consideró como "el despertar de la conciencia"-,

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pues en realidad estaba partiendo de la salvajeexplotación del poder tal como la iniciaron aquellosprimeros reyes: "Narmer", "Escorpión" y sus sucesores.Al opinar así, estaba olvidando las prácticas amistosas ygenerosas de los aldeanos neolíticos, entre los queprevalecía la indulgencia y la ayuda mutua, virtudes que

se generalizaron entre casi todas las comunidades"precivilizadas". Breasted vio en ese papiro el aumentode sensibilidad ética de las clases dirigentes, que sedisponían, por fin, a liberar a los pobres campesinos delas groseras intimidaciones y desmedidas explotacionesque sobre ellos descargaban muy a menudo los que sedecían sus superiores; pero nunca se preguntó cómoesas minorías dominantes habían escalado esasposiciones que les permitían ejercer tan arbitrariospoderes.

La crisis de conciencia a que se refiere Breastedhabría sido más meritoria si no hubiese sido tan tardía,pues era una reparación demasiado postergada... como

la entrega que hizo de sus privilegios la noblezafrancesa en vísperas de la Revolución de 1789. Si el"elocuente campesino" obtuvo, finalmente, justicia(como parece indicarse cuando el documento,incompleto, se interrumpe), sólo fue -debemosrecordarlo- después que había sido ultrajado, expoliadoy aun vapuleado por sus "superiores", para seguir acumulando ellos más placeres y privilegios. En lossistemas "verticales", característicos de todas lastiranías y las megamáquina, ese hablar  elocuente

constituía una afrenta inaudita para los dirigentes, y asícontinúa considerándose dentro de las actualesdisciplinas militares. Con su "insolencia oficial", losEstados modernos han conservado para sí las peoresmañas egoístas de los primitivos soberanos, así comosus facultades despóticas y abrumadoras.

La suposición en que se basan tales sistemas esque la riqueza, el ocio, las comodidades, la salud y lavida prolongada pertenecen por derecho sólo a laminoría dominante, mientras que a la gran multitud queconstituyen todos los demás humanos sólo lecorresponde el duro trabajo permanente, la constanteprivación y negación de beneficios, comida de esclavos

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y muerte temprana.En cuanto tal división quedó establecida, ¿hay

que maravillarse de que los sueños de las clasestrabajadoras fueran, durante todo el curso de la historia(o al menos en aquellos períodos relativamente felicesen que los pobres se arriesgaban a contarse cuentos de

hadas) tener algunos días de descanso y disfrutar dealgunos bienes materiales? Quizá para que talesdeseos no estallaran en las lógicas erupciones de ladisconformidad, dichos dirigentes establecieronocasionales fiestas y carnavales; pero se hanmantenido vivos, siglo tras siglo, los anhelos popularesde lograr una existencia similar a la de las clasesdirigentes, aunque sólo fuera como las alhajas defantasía usadas por los pobres en la Inglaterra de laépoca victoriana, en las que se copiaban de bronce las

 joyas de oro que lucían las clases privilegiadas; y esosanhelos siguen siendo un activo ingrediente en lafantasía de tantos desheredados, que los contemplan

como si vieran nubes rosadas sobre las modernasmegalópolis.

Desde el comienzo, sin  duda, el peso de lamegamáquina fue la más grave carga de la"civilización", pues no sólo convertía al diario trabajo delos humildes en agraviante castigo, sino quemenoscababa las recompensas psíquicas que suelencompensar a los cazadores, granjeros y pastores de susafanes y tareas. Nunca fue esta carga tan pesada comoal principio, cuando la gran actividad pública de Egiptoestaba dirigida principalmente a sostener laspretensiones faraónicas de divinidad e inmortalidad.

Para dar a todo este tejido de ilusiones ciertaapariencia de credibilidad, en el siglo XXIX antes deCristo, "la tumba del príncipe Nekura, hijo del rey Kefrende la Cuarta Dinastía, recibió como dote la fortunaparticular de dicho príncipe, más los impuestospermanentes que abonaban no menos de doceciudades y que se destinaban exclusivamente alsostenimiento de tal tumba". Análogos impuestos y paratan vacías ostentaciones, siguieron caracterizando lamoral de los dirigentes, que obraban como el antiguoDios Sol, o como el moderno Roi Soleil que construyó el

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palacio de Versailles. Y no se detuvo aquí, pues esterasgo de las clases "superiores" sigue corroyendo todaslas páginas de la historia.

El costo de tales esfuerzos ha sido subrayado por Frankfort: "Egipto quedó exhausto de talentos, porquetodos fueron absorbidos por la residencia real. Las

tumbas de Qua-el-Kebir -un cementerio del EgiptoMedio, usado durante el tercer milenio- son muestra delmás raquítico equipo y de la más pobre artesanía, queallí se empleó precisamente durante el florecienteperíodo del Reino Antiguo, que fue cuando seconstruyeron las Pirámides". Esto lo aclara todo. Losfuturos historiadores de esos "grandes" Estados queahora gastan sumas asombrosas en hacer cohetesinterplanetarios, harán sin duda aclaraciones muysimilares... si es que nuestra "civilización" dura lonecesario como para poder contarlo.

Los traumas de la “civilización”

Si bien la "máquina de trabajo" puede ser vista yseguida adecuadamente, a través de la historia, máspor sus obras públicas (como carreteras, fortificaciones,etc.), que por las descripciones que hayan quedado deella, en cambio, poseemos el más exhaustivoconocimiento documental de la megamáquina, por susmasivas y frecuentes aplicaciones negativas en laguerra. Es que todos los modelos de organización deltrabajo, antes descritos, repetidos en pelotones,escuadrones, compañías y unidades mayores, setrasmitieron de una cultura a  otra sin alteraciónsustancial, excepto en el endurecimiento de sudisciplina y en la introducción de sus máquinas deasalto.

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Esto nos enfrenta con dos preguntas: 1ª, ¿por qué la megamáquina persistió durante tantos siglos ensu forma negativa?, y 2ª (aún más significativa), ¿quémotivos y propósitos se escondían detrás de lasostensibles actividades de la máquina militar? En otraspalabras: ¿cómo fue posible que la guerra se convirtiera

en parte integral de la "civilización" y fuera exaltadacomo la suprema manifestación de todo "poder soberano"?

En su original ambiente geográfico, la "máquinade trabajo" casi se explica y justifica por sí misma, pues¿qué otros medios podían haber empleado las llamadascivilizaciones hidráulicas para regular y aprovechar lasinundaciones que les eran tan necesarias paraaumentar sus cosechas? Los pequeños esfuerzos quese podrían lograr juntando cooperaciones de diminutaslocalidades, no habrían podido resolver tan enormeproblema. En cambio, la guerra no ofrece justificaciónalguna, sino que, como institución, no hacía más que

trastornar la paciente laboriosidad de la cultura neolítica.Quienes intentan imputar la guerra a la naturalezabiológica del hombre, considerando a ese fenómenodestructivo como una manifestación de la famélica"lucha por la existencia" o como un desahogo de susinstintos animales de agresión, muestran pocaperspicacia respecto de las diferencias que hay entrelas fantásticas matanzas ocasionadas por la guerra yotras variedades menos organizadas de hostilidad,conflicto y antagonismo potencialmente sanguinarios.La pelea, la rapacidad, y aun el asesinato, paraconseguir alimento, son rasgos biológicos, al menosentre los carnívoros; pero la guerra es considerada por algunos como una institución "cultural".

Las principales especies no-humanas quepractican la guerra, con ejércitos organizados, que sebaten en combates mortales, son ciertas variedades dehormigas. Estos insectos tan sociales inventaron, haceunos sesenta millones de años, todas las institucionesmayores de nuestra "civilización", incluso la del "rey"(que, en su caso, es "reina"), las conquistas militares, ladivisión del trabajo, la separación en castas, ladomesticación de otras especies, y hasta los comienzos

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de la agricultura. Y la principal contribución del hombre"civilizado" a este complejo funcional de las hormigassólo ha consistido en agregarle el poder estimulante demil fantasías irracionales.

En las primeras etapas de la cultura neolítica nohay ni insinuaciones de combates armados entre los

aldeanos; posiblemente, hasta las macizas murallas querodeaban a ciudades como Jericó (según sospechaBachofen y confirma Eliade) cumplían una funciónmágico-religiosa antes que proporcionar ventajasdecididamente militares, pues lo que es conspicuo enlas excavaciones neolíticas es la completa ausencia dearmas, allí donde no faltan abundantes herramientas yalfarería. Tal evidencia, aunque negativa, es bastanteaclaratoria y está muy generalizada. Entre pueblos tancazadores como los bosquimanos, las más antiguaspinturas rupestres no muestran representaciones deluchas mortales entre hombres, mientras que suspinturas posteriores sí que lo hacen. Asimismo, aunque

la antigua Creta fue colonizada por grupos muy distintosy potencialmente hostiles, Childe subraya que "todosparecían vivir pacíficamente, ya que no se han halladofortificaciones".

No deben sorprendernos tales datos. La guerra-según observa muy  bien Grahame Clark en su

 Arqueología y sociedad - está "directamente limitada por las bases de subsistencia, ya que la conducción decualquier conflicto prolongado presupone un excedentede bienes de consumo y de energías". Y hasta que lasociedad neolítica no produjo tales excedentes, loscazadores "paleolíticos" se mantuvieron bastanteatareados con conseguir su caza de cada día. Talejercicio no sostiene a más de cinco o seis personas por kilómetro cuadrado; y entre tan poca gente, la agresiónasesina sería difícil, por no decir suicida. Hasta elestablecimiento de "exclusividad territorial" entre losdiversos grupos de cazadores, aunque probable, nosugiere conflictos sanguinarios, como seguimosviéndolo entre las aves que la practican.

Los exuberantes rendimientos de las cosechasneolíticas en los grandes valles del Fértil Crecientecambiaron este cuadro y alteraron las posibilidades de

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vida tanto para el granjero como para el cazador, puesmultitud de animales peligrosos -como tigres,rinocerontes, caimanes, hipopótamos, etc.-, queinfestaban al África y el Asia Menor, llevaron su terror alos campos de cultivo. Estos agresores y otros, comolos vacunos salvajes (los uros), antes de que fueran

domesticados, atacarían a las personas y los animalesdomésticos, y a menudo pisotearían y se comerían lossembrados.

El valor de enfrentar a tales bichos y la destrezapara matarlos correspondieron a los cazadores, no a losatareados hortelanos y granjeros, que, cuando más,podían pescar con redes o atrapar pájaros. El granjero,pegado a su terrenito, tan difícil de mantener en buenestado, y acostumbrado siempre a las mismas tareas,era la antítesis del cazador, aventurero y errante, yestaba incapacitado para la agresión, si no paralizado,por sus apacibles virtudes. De aquí el escándalo queprovocó la indignación de un exponente del antiguo

orden social, cuando la Era de las Pirámides terminóviolentamente, ante el espectáculo de encontrarse con"los matapájaros" -meros campesinos, ¡no cazadores!-que se habían convertido en capitanes de tropas.

Estos sedentarios habitantes deben haber prevalecido en Egipto y en Mesopotamia antes que loscazadores aprendieran a explotarlos; el hecho de quelas ciudades originales de Sumeria distarannormalmente entre sí menos de doce millas, pareceargüir en pro de que se establecieron en un periodo enque todavía tal proximidad no provocaba la invasión delas propiedades ajenas, con los consiguientesconflictos. Es más: esta pasividad, esta mansedumbre yla ya citada falta de armas, facilitaron el que las bandasde cazadores se atrevieran a exigir tributos -lo que hoyse llama "pagar por ser protegido"- a comunidadesmucho más numerosas de hortelanos y granjeros. Deeste modo, paradójicamente, la surgencia de losguerreros precedió a la guerra.

Casi inevitable sería que esta transformaciónocurriese simultáneamente en más de un lugar; resultaasí indiscutible la evidencia de que surgieran conflictosarmados entre dos grupos, independiente y

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políticamente organizados, que es el criterio de guerraexpuesto por Malinowski, para distinguirlo de las merasamenazas y prohibiciones territoriales, como las de lospájaros, o de las expediciones depredadoras, o de lascanibalescas cazas de cabezas humanas. Es que laguerra implica no sólo agresión, sino resistencia

colectiva armada frente a la agresión; y cuando falta talresistencia, se puede hablar de conquista, deesclavización y aun de exterminio, pero no de guerra.

Ahora bien, el equipo, la organización y lastácticas de un ejército no se completan de la noche a lamañana, pues debe transcurrir un período de transiciónantes que una gran masa de hombres esté entrenadapara operar bajo un mando unificado. Hasta que lasciudades no se soliviantaron y su población no seconcentró suficientemente, el preludio bélico consistióen despliegues de fuerza y belicosidad que culminabanen expediciones depredadoras de maderas, malaquita,oro y esclavos.

Creo que tan radical cambio institucional paraterminar en la guerra, no puede ser explicadocompletamente ni por razones biológicas nieconómicas; por debajo de ello late un componenteirracional, mucho más significativo, que hay queexplorar debidamente. La guerra "civilizada" comienzano por la conversión directa del jefe de los cazadores enel rey que hace la guerra, sino que hay antes elnecesario pasaje del cazador de animales al cazador dehombres; y el propósito especial de esta caza-recordemos cautamente las evidencias del remotopasado- era capturar víctimas para los sacrificioshumanos. Son muchos los datos sueltos, ya citados altratar de la domesticación, que sugieren que lossacrificios humanos precedieron a la guerra entre lastribus o las ciudades. Según esta hipótesis, desde elprincipio, la guerra fue, probablemente, el subproductode un ritual religioso cuya vital importancia para lacomunidad trascendía en mucho a las gananciasmundanas de territorio, de botín o de esclavos, que eslo que las comunidades posteriores buscarían paraexplicar sus paranoicas obsesiones y sus espantososholocaustos colectivos.

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Patología de la fuerza

A los psicólogos les resulta sospechosa todaconcentración personal de poder como fin en sí, puesdeclara involuntariamente su intento de ocultar la

inferioridad, la impotencia y la preocupación que afligena quien así acumula poder. Cuando tal tendencia secombina con  ambiciones desorbitadas, hostilidad ysuspicacias incontroladas y cierta pérdida del sentido delas propias limitaciones subjetivas, todo lo cual produce"ilusiones de grandeza", nos encontramos ante lossíntomas de la paranoia: uno de los estadospsicológicos más difíciles de exorcizar.

Ahora bien, los primeros hombres "civilizados"tenían razón en espantarse de las fuerzas que ellosmismos, por su serie de éxitos tecnológicos, estabandesatando. En el Cercano Oriente, muchascomunidades se habían librado ya de las restricciones

que antes les imponía su "economía de subsistencia"dentro de su ambiente ya circunscrito y domesticado, yse estaban enfrentando con un mundo que crecía entodas direcciones, ya porque se ensanchaban las áreasde cultivo, ya porque se intensificaba el trueque,mediante barcos de remos y velas (hacia el año 3500),de materias primas procedentes de distintas regiones, locual les ponía en frecuente contacto con otros pueblos.

Nuestra propia época sabe cuán difícil es lograr elequilibrio en una "economía de abundancia"; y nuestratendencia a concentrar responsabilidades por la accióncolectiva en un presidente o un dictador es, comoWoodrow Wilson lo señaló mucho antes de que losdictadores se pusieran por enésima vez de moda, unade las condiciones -la más fácil, aunque también la máspeligrosa- para mantener dicho equilibrio y controlarlo.

Ya he intentado rastrear los efectos de estasituación general en el desarrollo de la monarquía, peroahora deseo afirmar más específicamente su relacióncon los crueles rituales de la guerra. A medida que lacomunidad se extiende más y se hace más relacionada,su equilibrio interno resulta menos estable y es muchomás amenazadora la posibilidad de daños y

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penalidades de hombres y pérdidas de vidas. En talescircunstancias, que están más allá el control local, esprobable que aparezca la ansiedad neurótica. Laidentificación mágica del rey "divino" con toda lacomunidad no disminuía tales ocasiones de ansiedad,pues a pesar de esas pretensiones regias de divinidad e

inmortalidad, los reyes estaban sujetos, como losdemás, a los accidentes, las desgracias y la muerte; y siel rey se elevaba por encima de los hombres comunes,su caída podía resultar mucho más aplastante para todala comunidad.

En épocas muy remotas, antes que se pudieradisponer de documentos escritos, formaban una mezclaindistinguible los sueños y los hechos, los mitos y lasalucinaciones, el conocimiento empírico y lasadivinaciones supersticiosas, la religión y la ciencia. Sidespués de un ritual en el que se habían hechosacrificios humanos, ocurría un afortunado cambio detiempo, tal casualidad podía dar sanción a ulteriores

matanzas propiciatorias en escala aun mayor. Esta es larazón para sospechar -según evidencias muyposteriores recogidas en África y en América por Frazer- por qué el rey mismo, precisamente porqueencarnaba a toda la comunidad, fue en algunasocasiones ofrecido en sacrificio ritual.

Para salvar de tan indigno hado al adorado rector,pudo inducirse temporalmente a un plebeyo a ejercer talcargo, para convertirse, en el momento oportuno, en lavíctima propiciatoria del sacrificio; y cuando tal sacrificiovicario resultó localmente impopular -como se indicaclaramente en el clásico maya, el Popul Vuh-, se habíande hallar sustitutos en los cautivos de otrascomunidades. La transformación de estas expedicionesrapaces en guerras en gran escala entre reyes que eranpoderes igualmente soberanos y estaban respaldadospor los dioses igualmente sedientos de sangre humana,aunque no ha podido ser documentada, es la únicaconjetura que une a todos los componentes de la guerray explica en cierto modo la firmeza con que tan ferozinstitución se ha mantenido durante siglos.

Las condiciones que favorecen a la guerraorganizada, conducida por una "máquina militar" de

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gran potencia, capaz de destruir completamentemurallas bien macizas, de romper diques y arrasar templos y ciudades, resultaban ampliadas en gran partepor los genuinos triunfos de la "máquina de trabajo".Pero es muy dudoso que tales heroicas obras públicas,que exigían esfuerzos casi sobrehumanos, hayan sido

emprendidas con fines meramente mundanos, pues lascomunidades nunca se exigen a sí mismas al máximo, ymucho menos cercenan vidas individuales, excepto por lo que consideran ser un gran fin religioso. Sólo lapostración ante el mysterium tremendum, ante algunamanifestación de la divinidad en su temible poder oluminosa gloria, reclamará tan excesivos esfuerzoscolectivos. Esta fuerza mágica prepondera sobre laficción de las ganancias económicas; y en aquelloscasos posteriores en que tales esfuerzos y sacrificios sehacen, al parecer, sólo para conseguir ventajaseconómicas, hay que observar que este secular propósito se ha convertido por sí mismo en un dios, en

un objeto sagrado de codicia, identificado con Mammon,o no.

Como la organización militar necesitaba capturar prisioneros, enseguida tuvo otro deber sagrado quecumplir: el de proteger activamente al rey y a los dioseslocales contra las represalias, anticipándose al ataquedel enemigo. En este proceso, la extensión del poder militar y político se convirtió muy pronto en fin en sí,como el testimonio último del poder de las divinidadesque regían a la comunidad, y para mantener la supremaposición del rey.

Ese ciclo de conquista, venganza y exterminio esla condición crónica de todos los Estados "civilizados" y,como observaba Platón, la guerra es su ser "natural".Aquí, como había de ocurrir a menudo más tarde, lainvención de la megamáquina, como el instrumentoperfeccionado del poder real, produjo los nuevospropósitos a los que más tarde había de servir; y eneste sentido, la invención de la máquina militar hizo a laguerra "necesaria", y aun deseable, así como lainvención del avión de chorro ha hecho "necesarias", yaun provechosas, las masas de turistas.

Lo que resulta más notable, en cuanto hay

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documentos que lo acrediten, es que la extensión de laguerra como brazo permanente de la "civilización" nohizo más que ampliar la ansiedad colectiva que el ritualde los sacrificios humanos había intentado aplacar. Ycomo la ansiedad comunal aumentó, ya no pudo ser superada por los simbólicos sacrificios de entrañas ante

el altar, sino que ese pago como  muestra o ejemplohabía que reemplazarlo por la entrega colectiva devidas a escala mucho mayor.

De este modo, la ansiedad invitaba alapaciguamiento de los dioses mediante los sacrificiosmágicos, éstos inducían a hacer más expediciones paracazar víctimas humanas, y tales expediciones seconvertían en combates armados y en contiendasmutuas entre potencias rivales. Así, fueron arrastradosa estas tremendas ceremonias cada vez más hombres ycon armas ya más efectivas, y lo que al principio fue unpreludio incidental para un mero sacrificio simbólico, seconvirtió ahora en el “sacrificio supremo”, cumplido

masivamente. Tal aberración ideológica fue lacontribución final a la perfección de la megamáquinamilitar, con lo que la capacidad de hacer guerras y deimponer sacrificios humanos colectivos se ha mantenidocomo la marca identificadora de todo poder soberano através de las más lúgubres páginas de la historia.

Cuando los registros escritos hablaron de guerra,aquellos primeros hechos de Egipto y de Mesopotamiaya estaban enterrados y olvidados, si bien no debenhaber   sido diferentes de los que después hemosconocido entre los mayas y los aztecas. Todavía entiempos tan tardíos como los de Abraham, la voz deDios pudo mandar a un padre amoroso que ofreciera asu propio y queridísimo hijo en cruento sacrificio ante elaltar; y los sacrificios públicos de prisioneros capturadosen la guerra siguieron siendo una de las ceremoniasnormales en Estados tan "civilizados" como la Romaimperial. Los historiadores modernos, al glosar estasevidencias, muestran cuán necesario ha sido para loshombres "civilizados" reprimir estos malos recuerdos,para poder seguir respetándose a sí mismos comoseres racionales: ilusión que salvará sus vidas.

Por tanto, los dos polos opuestos de la

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"civilización" son el trabajo mecánicamente organizadoy la destrucción y el exterminio, también organizadosmecánica y sistemáticamente. Casi las mismas fuerzasy los mismos métodos de operar son aplicables a esasdos áreas. Hasta cierto punto, el sistemático trabajodiario ha servido para mantener entrenadas las

sobrantes energías que ahora quedaban disponiblespara convertir en realidades a los sueños y las locasfantasías; pero ni aun este saludable cambio se haoperado entre las clases dirigentes. Por estar ahítas deocio, sólo la guerra les da "algo que hacer", ya que, consus incidentales opresiones, responsabilidades yriesgos mortales, proporciona el equivalente del trabajohonorable. La guerra se ha convertido así, no sólo en "lasalud del Estado" (como dijo Nietzsche), sino quetambién es la forma más barata de creatividad ficticia,pues en pocos días produce resultados bien visibles,que destruyen los esfuerzos de muchas vidas.

Esta inmensa "creatividad negativa" anula

constantemente las auténticas ganancias de lamáquina. El botín que se recoge en una expediciónmilitar que tenga éxito es, económicamente hablando,una "expropiación total"; pero demuestra ser, como losromanos tardaron es descubrir, un pobre sustituto de losimpuestos permanentes que se recaudan anualmentemediante una organización económica bien establecida.Como ocurrió con la rebatiña de oro que losconquistadores españoles hicieron en Perú y en México,tal "dinero fácil" suele minar la economía del vencedor.Cuando tales economías ladronas se generalizan,robándose unas a otras, cierran toda posibilidad a lasganancias correctas, y el resultado económico de todoello es tan irracional como los propios medios militares.

Como compensación (involuntaria, por cierto) deestas insensatas explosiones de hostilidad y de estosdesvíos de los modelos de conducta que sostienen elnecesario orden vital, la megamáquina introdujo unmodo más severo de orden interno que cualquiera delos que había logrado antes la comunidad tribal másadicta a las buenas costumbres. Este orden mecánicosuplementó a los rituales de los sacrificios, pues elorden, de cualquier clase que sea y por mucha que sea

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su severidad, reduce la necesidad de elegir, y con ellodisminuye la ansiedad. Tal como ha señalado elpsiquiatra Kurt Goldstein, "los modelos compulsivos delorden" resultan esenciales, aun cuando la ansiedadhaya sido causada por un daño puramente físico delcerebro.

Los rituales de los sacrificios y los rituales de lacompulsión se unificaron concordemente en lasoperaciones de la máquina militar. Si la ansiedad era elmotivo original que ocasionaba las respuestassubjetivas de los sacrificios, la guerra, por el solo hechode ampliar el área de sacrificios, restringía el área enque las elecciones humanas normales, basadas en elrespeto de todas las potencias creadoras delorganismo, debían actuar; es decir: que el logro central 

de la megamáquina negativa fue un modelo compulsivo

y colectivo de orden. Al propio tiempo, la ganancia enpoder, conseguida por la organización de lamegamáquina, resultó ampliamente contrarrestada por 

los marcados síntomas de deterioro que había en lasmentes de quienes habitualmente ejercían tal poder,pues no sólo resultaron deshumanizados, sino que,crónicamente, perdían todo sentido de la realidad...como aquel rey sumerio que extendió sus conquistashasta tan lejos, que cuando retornó a su capital, laencontró en manos de otro enemigo.

Las estelas y monumentos de muchos grandesreyes abundan en insensatos alardes de poder y envanas amenazas contra quienes se  atreven a registrar sus tumbas o borrar sus inscripciones. .. hechos que,sin embargo, ocurrieron repetidas veces. Como Marduken la versión acadia de la epopeya de la Creación, losreyes de la Edad del Bronce, montados en sus carrosbélicos, "irresistibles y terroríficos", eran "peritos enpillajes y diestros en toda clase de destrucciones...siempre recubiertos por la armadura del terror".También ahora estamos bastante familiarizados consimilares sentimientos agresivos y dañinos, pues noslos infiltra nuestro Pentágono mediante suscomunicados de prensa en que habla de la guerranuclear.

Tales repetidas afirmaciones de poder eran, sin

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duda, esfuerzos para conquistar fácilmente al enemigopor el terror y anticipadamente; pero testimonianasimismo un aumento de irracionalidad, casiproporcional a los instrumentos de destrucción de quese disponía: algo que también estamos viendo ennuestra época. Esta paranoia era tan metódica, que el

conquistador, en más de una ocasión, arrasó unaciudad, sólo para reconstruirla de nuevo en el mismositio, demostrando así su ambivalente función comodestructor y creador, es decir: como demonio y diosalternativamente.

Hace medio siglo, podrían parecer discutibles losdatos de tales hechos históricos; pero el gobierno de losEstados Unidos ha seguido precisamente esa mismatécnica en la total destrucción de Alemania y susubsiguiente reconstrucción postbélica. . . coronandoasí una atroz estrategia militar, impuesta a fuerza demiles de bombas de exterminio, con un criterioeconómico y político, igualmente desmoralizador, que

ha devuelto la victoria a los impenitentes partidarios deHitler.

Esta dualidad y ambivalencia de la megamáquinaquedó bien expresada en la afable y escalofrianteamenaza con que termina un poema sumerio citado por S. N. Kramer:

El zapapico y el canasto construyen ciudadesFirmes casas construye el zapapico; peroLa casa que se rebela contra el rey,La casa que no se somete a su rey,El zapapico la hace sumisa al gran rey.

Una vez que se estableció firmemente el culto dela monarquía, las demandas de poder, en vez dedisminuir, crecieron, porque las ciudades que hastaentonces habían coexistido pacíficamente, casitocándose, como ocurría con el original racimo deciudades de Sumeria, se convirtieron en enemigospotenciales, pues cada una tenía su propio diosbelicoso, cada cual su propio rey, y todas, la posibilidadde levantar fuerza armada e inflingir destrucción a suvecina. En estas condiciones, lo que comenzó como

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una ansiedad neurótica, con exigencias de sacrificioscolectivos ceremoniales, se convirtió fácilmente en unaansiedad racional, llena de temores bien fundados, quenecesitó tomar medidas del mismo orden...o someterseabyectamente, como propuso el Consejo de Ancianosde Erech cuando su ciudad fue amenazada.

Nótese lo que se dice como encomio de uno delos primeros exponentes de tales sistemas de fuerza,Sargón de Acadia, en la Crónica de Sargón: "No tuvorival ni oponente, pues desparramó su aureola de terror por todas las comarcas". Para mantener este peculiar halo de poder, el que -según Oppenheim- procedía sólode los reyes, "5.400 soldados comían diariamente en supresencia", es decir, dentro de la ciudadela, dondeprotegían el tesoro y el granero del templo, que eran losinstrumentos monopolizadores del control político yeconómico. El grueso muro que rodeaba a la ciudadelano sólo era una seguridad más para el caso de que seabriera una brecha en las murallas exteriores de la

ciudad, sino que era asimismo la salvaguarda contracualquier rebelión de la población local. La propiaexistencia de semejante ejército en pie de guerra y sudiaria disposición indica dos cosas: la necesidad detener medios de coerción siempre listos para conservar el orden, y la capacidad de implantar y mantener la másestricta disciplina militar, ya que, de otro modo, el propioejército habría degenerado en peligrosos motines...como tan a menudo sucedió después en Roma.

El curso del imperio

La solemne asociación de la monarquía con elpoder sagrado, los sacrificios humanos y laorganización militar, ya hemos dicho que fueconsustancial con todo el desarrollo de la "civilización"que se dio entre el año 4000 y el 600 antes de Cristo. Y,bajo diversos disfraces, sigue siéndolo hoy. El "Estadosoberano" de nuestro tiempo no es más que lacontrapartida abstracta y magnificada de aquellos reyes"divinos", y las instituciones de los sacrificios humanos yla esclavitud las tenemos aún presentes, igualmenteampliadas y quizá más imperiosas en sus demandas. El

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servicio militar universal (conscripción de tipo faraónico)ha multiplicado enormemente el número de víctimassacrificiales, mientras que el gobierno constitucional por "consenso popular" ha llegado a hacer más absolutoslos poderes del gobernante, ya que no son reconocidaslas críticas ni las disensiones.

Con el tiempo, los antiguos incentivos mágicospara la guerra se escondieron bajo disfraces utilitarios,que parecían menos indecorosos. En vez de aumentar el número de víctimas sacrificiales, matando también alas mujeres y los mitos de los pueblos conquistados, sepensó que convenía más a los intereses utilitariosperdonarles la vida y mantenerlos como esclavos,aumentando así los efectivos que cumplirían trabajosforzados y acrecerían la eficiencia económica delconquistador. De este modo, tales productossecundarios del esfuerzo bélico -el botín, los esclavos,la tierra y los impuestos- sustituyeron y ocultaroninsidiosamente los motivos irracionales que antes

obraban descaradamente. Puesto que la expansióngeneral de la productividad económica y de la riquezacultural había acompañado a la monarquía y habíacontrarrestado, aparentemente, sus tendenciasdestructivas, las gentes se veían condicionadas aaceptar el mal como el único modo de asegurarse lobueno, pues no había otra alternativa, a menos que lamegamáquina se desmoronase.

En vista de las muchas civilizaciones que han idosucumbiendo, o por desintegración interna, o por asaltodel exterior -según lo ha documentado ampliamenteArnold Toynbee-, tenemos  que subrayar el hecho deque los elementos malos de esta amalgama cancelansobradamente sus beneficios y alegrías. Una de lasmás duraderas contribuciones de la megamáquina fueel mito de la máquina misma: la noción de que talmáquina es, por su propia naturaleza, absolutamenteirresistible... con lo que, si nadie se le opone, resultaráúltimamente beneficiosa para todos. Tal apelaciónmágica sigue sojuzgando hoy tanto a los dirigentescomo a las víctimas de las megamáquinas de nuestrotiempo.

A medida que la máquina militar se hizo más

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fuerte, resultó menos necesaria la autoridad del templo,y la organización palaciega (que fue haciéndose cadavez más rica y autosuficiente, por tener mayoresterritorios para expoliar) a menudo dejó en segundolugar las antiguas prerrogativas de la religión.Oppenheim lo observó así al estudiar el período

subsiguiente a la caída de Sumeria; pero tales cambiosde poder y de autoridad ocurrieron repetidas veces,pues los sacerdotes se convirtieron frecuentemente ensumisos servidores de la megamáquina, a la que, en suorigen, santificaron y ayudaron a establecer.

El propio éxito de la megamáquina reforzó laspeligrosas potencialidades que hasta entonces lahabían tenido en jaque, por culpa de la debilidadhumana. La enfermedad inherente a todo sistemabasado en la fuerza se manifiesta en el hecho de quelos reyes, exaltados así sobre todos los demáshombres, resultaban constantemente engañados,adulados y envueltos en informes erróneos.

Celosamente protegidos por tales precauciones, nuncaaprendieron por sí mismos ni por el estudio de lahistoria el hecho de que el poder absoluto es enemigode la vida, que sus métodos son autoderrotistas, quesus victorias militares son efímeras y que sus exaltadaspretensiones son fraudulentas y absurdas.

En Egipto, desde finales de la gran Era de losConstructores, hay evidencias que corroboran esataladrante irracionalidad, mucho más significativas por proceder de los egipcios, gente ordenada y exorcizada:"El ejército volvió a salvo, tras haber arrasado el país delos Moradores de las Arenas, tras haber destruido todassus fortificaciones, tras haber cortado sus higueras ysus viñas, tras haber puesto fuego a sus viviendas yhaber matado más de diez mil de sus hombres. . . "

Tal es el resumen del curso de los imperios por doquier: siempre las mismas palabras soberbias, losmismos actos viciosos, los mismos resultados sórdidosy macabros... desde lo que nos cuentan los primeros

 jeroglíficos egipcios hasta las últimas noticias de losperiódicos norteamericanos -llegadas cuando escriboesto- relatando las atrocidades en masa, cometidas asangre fría, mediante bombas incendiarias llenas de

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gasolina y diversos venenos exfoliadores, por lasfuerzas militares de los Estados Unidos, contra losindefensos campesinos del lejano Vietnam: genteinocente, desarraigada de sus hogares, aterrorizada,envenenada y quemada viva en el más fútil intento dehacer "creíbles" las fantasías de poder que están

enloqueciendo a las clases dirigentes norteamericanas,cómplices de la misma confabulación militar, industrial ycientífica.

Por su propia incitación a destruir y matar, laguerra, con su desastrosa espontaneidad, superatemporalmente las estructuradas limitaciones de lamegamáquina; de aquí la sensación de alivio que aveces acompaña al estallido de la guerra, cuando alpueblo se le suprimen las diarias cadenas, paraempezar a contar los que pronto han de ser mutilados omuertos. Es que, en la conquista de un país o en latoma de una ciudad, las ordenadas virtudes de lacivilización se trastornan y ponen del revés: el respeto

por la propiedad privada deja su lugar a la destruccióndesenfrenada y al robo; la anterior represión sexual seve sustituida por el estímulo oficial de raptos yviolaciones; y el crónico odio que el pueblo siente hacialas clases dirigentes, tiene propicia ocasión paradesahogarse mutilando o matando enemigosextranjeros.

En resumen: que en vez de luchar entre si losopresores y los oprimidos, todos transfieren su agresióna otra meta común: contra otra ciudad rival. Así, cuantomás graves sean las tensiones y más onerosas lasrepresiones diarias de la civilización, más útil será laguerra como válvula de escape. Finalmente, la guerracumple otra función que es aun más indispensable (simi hipotética conexión entre la ansiedad, los sacrificioshumanos y la guerra resulta defendible): la deproporcionar su propia justificación, al sustituir laansiedad neurótica por el temor racional que se sientefrente al peligro real. En cuanto estalla la guerra, haysólidas razones para sentir aprensión, dejarse llevar por el terror y entregarse a compensatorios despliegues devalentía.

Evidentemente, el estado crónico de guerra era el

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altísimo precio que había que pagar por tan cacareadosbeneficios de la "civilización", pues la mejoría auténticay permanente sólo podía llegar exorcizando ese mito dela monarquía "divina", desmontando su poderosísimamegamáquina y eliminando su despiadada explotaciónde la fuerza bruta del hombre.

Los pueblos psicológicamente saludables nonecesitan entregarse a tales fantasías del "poder absoluto", ni tienen que hacer componendas con larealidad inflingiéndose automutilaciones ni cortejandoprematuramente a la muerte; pero la debilidad crítica delas estructuras institucionales superreglamentadas -ycasi por definición las "civilizaciones" eran, desde suscomienzos, superreglamentadas- se manifiesta en queno producen pueblos psicológicamente saludables. Surígida división del trabajo y su separación en castasproduce caracteres desequilibrados, mientras que larutina mecánica normaliza, y premia, a esascompulsivas personalidades que tienen miedo de

enfrentarse con las embarazosas riquezas de la vida.En una palabra: el obstinado desprecio de los

límites orgánicos y de las facultades humanas socavóesas contribuciones que eran válidas tanto para ordenar los asuntos humanos, como para comprender el lugar del hombre en el cosmos, que habían predicado esasnuevas religiones orientales hacia el Cielo. Eldinamismo y expansionismo de las técnicas "civilizadas"pudieron haber servido como contrapesos vitales a lasfijaciones y aislamientos de la cultura aldeana, si supropio régimen no hubiera resultado mucho másrestrictivo de la vida misma.

Ahora bien, todo sistema basado en la suposicióndel poder absoluto es muy vulnerable. El hermosocuento de Hans Christian Andersen acerca de aquelemperador que se instaló en su aeronave paraconquistar la Tierra y fue derrotado por un minúsculomosquito que se le metió en un oído y lo atormentó sincesar, ejemplariza multitud de otros infortunios. Hasta lapuerta más fuerte de la ciudad puede ser abierta por laastucia o la traición, como ocurrió en Troya y enBabilonia; y la mera leyenda de que Quetzalcoatl estabaa punto de regresar, le impidió a Moctezuma tomar 

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medidas efectivas para aplastar al minúsculo ejército deCortés. Hasta las órdenes regias más severas puedenser desobedecidas por hombres que se atengan a suspropios sentimientos o que confíen en su propio juicio...como hizo el delicado leñador que desafió secretamentea su rey y conservó la vida de Edipo.

Después del segundo milenio, se hizo cada vezmás intermitente el uso de la colosal "máquina detrabajo", la que    jamás volvió a alcanzar eficienciaanáloga a la mostrada en la construcción de lasGrandes Pirámides. La propiedad privada y el empleoprivado de mano de obra fue asimilando lentamente lasfunciones que antes habían sido públicas y oficiales,pues ahora las perspectivas de provecho particular resultaban más efectivas que el miedo a los castigos.Por otra parte, la "máquina militar", aunque alcanzó sucúspide reglamentaria en las famosas "falanges" deSumeria, logró adelantos tecnológicos mucho  másimportantes en otros aspectos profesionales; y no es

exagerado decir que, hasta el siglo XIII de nuestra era,los inventos mecánicos deben más a la guerra que a lasartes de la paz.

Esto abarca grandes lapsos de la historia: Elcarro militar precedió al uso general de carros y carretaspara transporte de personas y mercaderías; el petróleoardiendo se usó para repeler a los enemigos queasediaban las ciudades, mucho antes de ser empleadopara calentar calderas o mover máquinas; una especiede chalecos salvavidas, bien inflados, fueron usados por las tropas asirias, para cruzar los ríos, miles de añosantes que  para hacer salvamentos o ejercicios denatación; también las industrias metalúrgicas sedesarrollaron más rápidamente en las aplicacionesmilitares que en las civiles: la guadaña fue anexada alos carros de combate, para cortar hombres, muchoantes de que existieran las máquinas segadoras; y losconocimientos que Arquímedes tenía de mecánica y deóptica se aplicaron para destruir la flota romana queasediaba a Siracusa, mucho antes de que nadie losempleara en industrias constructivas. Desde el fuegogriego a las bombas atómicas y desde las ballestas alos cohetes teledirigidos, la guerra ha sido la fuente

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primordial de los inventos mecánicos que han requeridoaportes metalúrgicos o químicos.

Pero después de evaluar debidamente todosesos inventos y apreciarlos en lo mucho que valen, seve que ninguno de ellos, ni todos juntos, llegaron a ser una contribución tan grande a la eficiencia técnica y a

las operaciones colectivas en gran escala como lo fue lapropia megamáquina, pues ésta estableció, tanto en susformas constructivas como en las destructoras, nuevosmodelos de trabajo y un novísimo estilo derealizaciones. Algo de esa disciplina y autosacrificio delejército se ha mostrado ingrediente necesario para todagran sociedad que eleve sus miras por encima delhorizonte aldeano... como algo de la estrictacontabilidad, introducida por los sacerdotes y losfuncionarios palaciegos en los asuntos económicos, esesencial para cualquier gran sistema de cooperaciónpráctica y de comercio.

Finalmente, hasta estaban implícitas en el modelo

abstracto de la megamáquina las modernas máquinasque actúan por sí solas, sin necesitar la supervisiónhumana permanente, ya que no el control último. Lo queal principio se hacía burdamente y con sustitutoshumanos imperfectos, siempre necesariamente en granescala, preparó el camino para las operacionesmecánicas, que ahora podemos hacer con precisión,directamente y en pequeña escala: una estaciónautomática hidroeléctrica puede trasmitir la energía decien mil caballos. Evidentemente, muchos de lostriunfos mecánicos de nuestra época ya estabanlatentes en las primeras megamáquinas, y lo que esmás: aquellas fantasías ya anticipaban plenamenteestos logros actuales. Pero antes que nosenorgullezcamos demasiado por nuestro progresotécnico, recordemos que una sola bomba termonuclear puede matar fácilmente a diez millones de personas, yque las mentes que ahora están a cargo de talesbombas ya se han mostrado tan abiertas a erroresprácticos, a juicios humanamente distorsionados, afantasías corrompidas y a trastornos psicóticos, comoaquellos horribles reyes de la Edad del Bronce.

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Reacciones contra la megamáquina

Desde el principio, la balanza del poder mecanizado parece haberse inclinado hacia el lado dela destrucción; lo que más pasó de la megamáquina alas civilizaciones posteriores fue su forma negativa, su

máquina militar, ya bien dispuesta en filas y columnas,estandarizada y dividida en partes especializadas. Estose aplica aun a los detalles de disciplina y organización,como la primera división de sus tareas entre armas dechoque y armas de larga distancia: arqueros, tiradoresde fuego, lanceros, espadachines, caballería y carros decombate.

"No seas soldado", advierte un escriba egipcio delNuevo Reinado, pues desde que entres como recluta"recibirás en tu cuerpo quemaduras, golpes brutalessobre los ojos y alguna herida te partirá la cabeza; serásarrojado al suelo y pisoteado; allí te golpearán y temagullarán con mil azotes". Tal era la formación de la

soldadesca, y sobre ella se construía aquel "encantador poderío"; como se ve, el proceso destructor comenzabadesde la instrucción de las unidades más elementales.Evidentemente, el "prusianismo" del sargento instructor tiene antiquísima historia.

Nos consolaría creer que el lado constructivo y eldestructor de la megamáquina se compensaronmutuamente, y que dejaron algún lugar para que sedesarrollaran propósitos humanos más centrales,basados en los progresos que antes se habían hechoen las tareas de domesticación y humanización. Encierto grado, así sucedió realmente, pues grandesterritorios de Asia, Europa y América sólo fueronconquistados nominalmente, y algunos ni aun eso.Varios de los pueblos conquistados, aparte de pagar impuestos o tributos, consiguieron aislarse y encerrarseen su vida comunal, exagerando a veces susprovincialismos en tal manera, que volvieron a caer enretrocesos y trivialidades ruinosas.

Pero la gran amenaza a la eficiencia de lamegamáquina procedió de adentro: de su propia rigidez,de su brutal represión de toda capacidad individual y desu aguda falta de propósitos racionales. Además del

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ánimo destructor que caracterizaba a todos los actos dela máquina militar, tenía ésta en sí muchas limitaciones;el solo crecimiento de su poder provocaba en las clasesdirigentes el desborde de las más estrepitosas fantasíasde sus subconscientes, dejando sueltos los impulsossádicos que hasta entonces no habían hallado otra

salida colectiva; en cambio, la máquina mismadependía, para sus operaciones, de miembroshumanos, que eran, en su mayoría, débiles, falibles,estúpidos o testarudos. Por todo ello, tan gran aparatoestaba muy expuesto a desintegrarse bajo sus propiastensiones. A tales partes humanas mecanizadas no eraposible mantenerlas juntas sin que las sostuviera unaprofunda fe mágico-religiosa en el sistema mismo, talcomo la expresada en el culto de los dioses. Así, bajo laimponente superficie uniforme de la megamáquina, yaunque siempre la sostuvieron pavorosas figurassimbólicas, debe haber habido, desde el principio,numerosas grietas y fallas.

Felizmente, se confirmó así el hecho de que lasociedad humana no podía concordar con la rígidaestructura teórica que había erigido el culto de losreyes, pues hay mucho en nuestra vida diaria queescapa a todo control y a toda supervisión efectiva, y,con más razón, a las disciplinas coercitivas. Desde losprimeros tiempos de la megamáquina, hay indicacionesde resentimientos, desconfianzas, retiradas y escapes:todo ello bien patente en la clásica historia de la fuga delos judíos y su liberación de la tiranía egipcia. Auncuando no fuera posible la retirada colectiva total, lasprácticas diarias de la granja, del taller, del mercado, asícomo el aliciente de los lazos de familia y de laslealtades regionales y el culto de los dioses menores decada localidad, eran factores que tendían a debilitar aquel sistema de control total.

Como ya dije antes, el colapso más grave de lamegamáquina parece haber ocurrido en el primer período, cuando la Era de las Pirámides, a juzgar por sus recuerdos mortuorios, estaba en su apogeo. Sólouna sublevación revolucionaria puede explicar elinterregno de casi dos siglos que separa al ReinadoAntiguo del Reinado Medio; y aunque, finalmente, se

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restauró el complejo poder arcaico, ya hubo de ser modificado por importantes concesiones, incluso laextensión de la inmortalidad (que antes era derechoexclusivo del faraón o, cuando más, de las clasessuperiores) a toda la población en general. Aunque nonos haya quedado registro alguno de los reales

incidentes que provocaron y produjeron talderrocamiento del poder central, tenemos, además delelocuente testimonio del silencio oficial, la ausencia deactividad en las habituales construcciones públicas yuna explicación vívida de los cambios que se habíanimpuesto, y que sólo podían ser consecuencia de unarevolución muy violenta, tal como los relata un partidariodel antiguo régimen, Ipu-wer. Su lamento es un reflejode la revolución vista desde el lado no-revolucionario, yresulta tan gráfico, aunque no tan novelado, como elreflejo que el Dr. Zhivago hace de la revoluciónbolchevique.

La primera revuelta contra el poder establecido

puso  boca abajo la pirámide de la autoridad, sobre laque se fundaba la megamáquina, pues se obligó a lasmujeres de los nobles a hacer de sirvientas y deprostitutas -según confirman los papiros-, y la gentecomún asumió los cargos oficiales. "Los porterosdecían: ¡Vayamos a saquearlo todo...! Cada hombremiraba a su hijo como enemigo... Los nobles selamentaban, mientras que los humildes se alegraban...El lodo cubría todo el país, y nadie tenía entoncesblancas sus vestiduras... Los que construían laspirámides se habían convertido en granjeros... Y laprovisión de grano se hacía sobre la base del ¡toma ydaca!"

Es obvio que la realidad había roto losimponentes muros teológicos y había derribado laclásica estructura social. Durante algún tiempo, el mitocósmico y el poder centralizado se disolvieron...mientras que los jefes feudales, los grandesterratenientes lejanos, los gobernadores regionales y losConsejos vecinales de las aldeas y las pequeñasciudades apartadas volvieron a poner en el altar a suspequeños dioses locales y se hicieron cargo delgobierno. Es difícil que esto hubiese ocurrido si no

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hubieran resultado ya intolerables las torvasimposiciones de la monarquía, aun contando a su favor con los estupendos logros tecnológicos de lamegamáquina.

Lo que, felizmente, probó esta primera revoluciónes algo que quizá necesitemos recordar todavía hoy:

que ni la ingeniería ni las ciencias exactas prevalecencontra la irracionalidad de los sistemas y de quienes losimponen, y, sobre todo, que los errores humanos no soninmortales, y que hasta la más fuerte y eficiente de lasmegamáquinas puede ser destruida. Tal colapso, enmedio de la Era de las Pirámides, prueba que lamegamáquina se basaba en creencias humanas quepueden desmoronarse, en decisiones humanas quepueden resultar falibles, y en consentimientos humanosque pueden suspenderse cuando queda desacreditadala magia que los sostenía. Las partes humanas quecomponían la megamáquina eran, por naturaleza,imperfectas; en consecuencia: no se podía confiar en

ellas del todo, y menos  mecánicamente. Hasta quepudieran hacerse en cantidad suficiente auténticasmáquinas de madera y de metal, que ocuparon elpuesto de la mayoría de los componentes humanos, lamegamáquina siempre resultó vulnerable.

He citado esta revuelta (de cuyas consecuenciastenemos testimonio, aunque no lo tengamos de sucadena detallada de causas), para que sirva de muestrade las muchas otras sublevaciones y rebeldías queprobablemente ocurrieron y que, con todo esmero,fueron borradas de las crónicas oficiales. Por suerte,podemos agregar a tales alternativas, la captura y fugade los judíos, cuyos trabajos forzados para lamegamáquina egipcia quedaron debidamentedocumentados... como ocurrió también con lasublevación de los esclavos ocurrida en Roma duranteel aristocrático gobierno de los Gracos. Es razonablesospechar que hubo muchas otras rebeliones humanascontra los poderosos tiránicos, y que todas fueronreprimidas sin piedad, como ocurrió con la sublevaciónde Wat Tyler y la de la Comuna de París en 1871.

Pero había muchas otras formas normales deexpresión, además de la alienación, la resistencia y las

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represalias activas; algunas de esas formas eran tannormales, que apenas necesitaban más que el sanoejercicio de las operaciones económicas en pequeñaescala y de los intereses seculares. La ciudad misma,aunque al principio fue una enorme empresa sóloasequible a los reyes, no sólo resultó una activa rival de

la megamáquina, sino que llegó a ser una alternativamás eficiente y humana que ella, pues tenía mejoresmedios para organizar las funciones económicas yutilizar todas las capacidades humanas. Es que la granfuerza económica de la ciudad no se basaba en lamecanización de la producción, sino en su capacidad dereunir la mayor variedad posible de habilidades,aptitudes e intereses; y en vez de allanar y estandarizar las respuestas y las diferencias humanas, para hacer que la megamáquina operase más efectivamente comouna unidad homogénea, la ciudad reconocía ymagnificaba tales diferencias. Mediante el continuointercambio y cooperación, los líderes urbanos y los

ciudadanos eran capaces de utilizar aun sus conflictospara suscitar insospechadas potencialidades humanas,las que, en otro ambiente, habrían quedado suprimidaspor la regimentación y la conformidad social. Lacooperación urbana, basada en el intercambiovoluntario, fue, a través de toda la historia, seria rival dela regimentación mecánica, a la que a menudoreemplazó eficazmente.

También es cierto que la ciudad nunca se librócompletamente de las compulsiones de lamegamáquina: ¿cómo podría hacerlo teniendo en sucentro la ciudadela, que era la permanente advertenciade la inevitable presencia del rey y el enlace orgánicodel poder sagrado y el poder temporal? Pero la vida dela ciudad favorecía el diálogo humano múltiple eincesante, contra el monólogo del poderío regio, si bienlos valiosos atributos que emergían de la vida urbananunca se incorporaron al pensamiento del rey, quien amenudo los reprimió.

Similarmente, la ciudad dio su aliento a pequeñosgrupos y asociaciones, basándose en la coincidencia devocaciones y en la vecindad, factores que siempre mirócon suspicacia la clásica autoridad soberana

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constituida. La realidad fue que, al menos enMesopotamia, si no es que también en Egipto, la ciudadtuvo -según señala Leo Oppenheim- suficiente fuerza yauto-respeto para desafiar a la organización estatal."Algunas de las más antiguas e importantes ciudadesgozaban privilegios y exenciones respecto del rey y de

su poder... En principio, los moradores de dichasciudades 'libres' pretendieron siempre, con más omenos éxito, según la situación política, librarse delservicio obligatorio y gratuito, así como del serviciomilitar... y aun del pago de impuestos". Para ajustar todoesto a la terminología que he venido usando, diré queestas ciudades antiguas aspiraban a librarse, en granmedida, del poder absorbente de la megamáquina.

Cortapisas contra la megamáquina

Puesto que las transformaciones básicasinstitucionales que precedieron a la construcción de la

megamáquina eran mágicas y religiosas, no debemossorprendernos de encontrar que la reacción másefectiva contra ella se basara en las mismas fuentespoderosísimas. Dos factores me han  sugerido talreacción: la institución del sábado (en Babilonia), con supropagación a todas las comunidades del mundocivilizado de entonces, y la actividad de las sinagogas.En efecto, la institución del sábado era un modo dequebrar periódica y deliberadamente la actividad de lamegamáquina, mediante una pausa que cortaba supoderío. De este modo, una vez por semana, prevalecíaesa íntima y pequeña unidad básica que era la familia yque se magnificaba en la sinagoga, reafirmando loscomponentes humanos esenciales que el poder estatalhabía pretendido disgregar, y aun anular, tanrepetidamente.

A diferencia de los demás días festivos, el sábadose extendió desde Babilonia, por todo el mundoentonces conocido, mediante tres religiones: el

 judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Ahora bien, talinstitución tenía limitado origen local, y las razoneshigiénicas expuestas por Karl Sudhoff para justificarla,aunque eran fisiológicamente válidas, no explican

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suficientemente su persistencia y propagación. Cortar todo un día de la semana de trabajo es un expedienteque sólo puede prosperar en áreas en que hayaexcedentes económicos, más el deseo de librarse de laonerosa compulsión del trabajo permanente y lanecesidad de reafirmar los intereses más significativos

del hombre; éstos pueden ser -hay que suponerlo- losconducentes a la liberación de un grupo tan oprimido yexplotado como era el de los judíos de Babilonia. Sóloel sábado, las clases ínfimas de la comunidad gozabande una libertad, un descanso y una dignidad que seconsideraban como privilegios exclusivos, diarios yvitalicios, de las clases dirigentes.

Y no es que tal desafío, tal cortapisa contra lamegamáquina, fuera el resultado de ninguna evaluaciónni crítica de aquel sistema de poder, sino que debehaber brotado de fuentes mucho más profundas: quizáen su fondo late la necesidad de controlar la vida interior del hombre mediante rituales bien organizados, como

ya lo estaba por el trabajo obligatorio. Es que los judíos,que se aferraron a su sábado y lo propagaron por losdemás pueblos, ya eran antiguas víctimas de lamegamáquina, sobre todo desde que todo su pueblocayó, en bloque, en tal cautividad. Durante su obligadoexilio en Babilonia supieron combinar el sábado con lainstitución de la sinagoga, que fue otro subproducto delmismo lamentable episodio.

Esta unidad organizadora estaba libre de lasrestricciones que ataban a todas las otras religiones asus respectivos dioses territoriales, a un sacerdociobastante remoto y a una ciudad-capital, pues lasinagoga, por el contrario, podía ser trasladada acualquier parte sin afectar en nada su esencia ni suactividad, ya que el líder de tal comunidad -el rabino-era juez y erudito, más que sacerdote, y no dependía nidel poder real ni del municipal. Como en la comunidadaldeana, la sinagoga era una asociación de Tú-y-Yo acara descubierta; era el mantenerse unidos, no por lamera proximidad vecinal, sino más bien mediante losrituales practicados en común y la convivencia conjuntade un día por semana dedicado a la observanciareligiosa, así como a la instrucción y discusión de toda

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clase de cuestiones morales y legales. Esta última tareaintelectual, derivada ya del ambiente ciudadano, era loque le estaba faltando a la antigua cultura aldeana.

Ninguna otra religión anterior al año 600 antes deCristo combinó esos atributos esenciales, inclusive latransportabilidad en pequeñas unidades y la

universalidad, aunque Woolley dice que esos rasgoscorresponden a las prácticas religiosas caseras queAbraham pudo haber adquirido en Ur, donde hasta losenterramientos se realizaban en criptas debajo de lamorada de cada familia. Por medio de la sinagoga, lacomunidad judía recobró la autonomía y capacidad deréplica que la aldea había perdido ante el crecimientode organizaciones políticas más amplias.

Este hecho explica no sólo la milagrosasupervivencia de los judíos a pesar de interminablessiglos de persecución, sino también su expansiónmundial, y muestra, aun más significativamente, queesta organización, siempre mantenida en pequeña

escala, aunque estaba tan desarmada y abierta a laopresión como la aldea, pudo mantenerse como núcleoactivo de cultura intelectual autosostenida durante másde veinticinco siglos después de haberse desintegradotodos los demás modos de organización que sólo sehabían basado en la fuerza bruta. Es que la sinagogatenía una fortaleza interior y unas bases de persistenciade la que carecieron hasta los imperios mejor organizados, con todos sus instrumentos de coerción,temporalmente efectivos y terribles.

A su vez, hay que admitir que esta pequeñaunidad comunal judaica tenía serias debilidades. Por unlado, su premisa fundamental -la existencia de un pactoespecial establecido entre Jehová y Abraham, por elque los judíos eran declarados como el  PuebloEscogido por Dios- resultaba tan presuntuosa como laspretensiones de divinidad que se atribuían los reyes.Tan infortunado solecismo impidió durante muchotiempo que el ejemplo de la sinagoga fuera imitado másuniversalmente, y que sirviera, antes de surgir la herejíadel cristianismo, como medio de establecer unacomunidad mucho más universal. El exclusivismo judíosuperó aun al de la tribu o la aldea, pues en éstas solía

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estimularse el casamiento con gentes de otros grupos.Pero, a pesar de tales debilidades, parece evidente, por el propio antagonismo que despertaron lascomunidades judías, que, tanto en la sinagoga como enla práctica estricta del descanso sabatino, hallaron elmodo de obstruir las tareas de la rnegamáquina y

desafiar sus infladas pretensiones.Esta hostilidad que constantemente suscitaron enlos grandes Estados tanto los judíos como los primeroscristianos, nos da la medida de la frustración que elmero poder militar y la autoridad política "absoluta"experimentaron al tratar con pequeñas comunidadesque se mantenían unidas por una común fe tradicional,ritos inviolables e ideales bien racionales. Es que   lafuerza bruta no puede prevalecer mucho  tiempo amenos que aquellos a quienes se impone vean en ellaalguna razón para respetarla y conformarse. Pequeñasy aparentemente desvalidas organizaciones, dotadas defuerte coherencia interior y de ideales bien propios, se

han mostrado mucho más eficientes para socavar elpoder arbitrario, que las más grandes unidadesmilitares... aunque sólo sea por lo difícil que esacosarlas y perseguirlas. Esto explica los esfuerzos detodos los Estados soberanos que brillaron en la historiapara restringir, y aun suprimir, dichas organizaciones, yafueran cultos misteriosos, o sociedades amistosas, oIglesias, o hermandades, o universidades, o sindicatos.Y tal antagonismo sugiere también el modo en quepodrán ser destruidas las futuras megamáquinas,poniéndolas bajo algún tipo de autoridad racional ycontrol democrático.

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