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Arte: Agustín González. Textos: Juan Villoro, Diego José, Andrea Fuentes, Rubén Morales Lara y Agustín González, Ilallalí Hernández Rodríguez, Alfonso Macedo, Mario Islasáinz.
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1 LA PALANCA # 13 OTONO 2009
2
3Presentacin:
ndice:
5. Juan Villoro, Llamadas de msterdam. 12. Diego Jos, Fabular en la tormenta.
16. Andrea Fuentes, Poemas.18. Rubn Morales Lara y Agustn Gonzlez, Cuidado con los monos.
24. Ilallal Hernndez Rodrguez, Serie del hospital de alienados. 26. Alfonso Macedo, La irona de un excntrico35. Mario Islasinz, El convertidor de sueos.
# 13 OTONO 2009LA PALANCA
El tiempo de la literatura es distinto al acontecer cotidiano, incluso cuando la narracin logra adherirse al vrtigo del instante, como en Ulysses, ella misma deviene reflexin actualizante, es decir, que se renueva y fluye en la continuidad de la percepcin; quiz el mpetu de la palabra intente conjurar la temporalidad, eso que seala Elizondo, a propsito de Joyce: la experiencia actual de la vida, el recuerdo mismo es una vivencia actual, un acontecimiento que se desarrolla en ese eterno presente que es la vida. Por otra parte, la narrativa se apropia de la vivencia, inventndola en la memoria para plantarse frente al olvido: la recuperacin de la experiencia a partir de la percepcin que el recuerdo tiene de sta. Entonces, cobra sentido la idea de construir el relato de nuestros tiempos, ya sea desde la tajante certeza del presente o desde nuestros inciertos pasados, despus de todo se trata de reproducir un sentir que slo el lenguaje puede concebir.
Para esta sesin de La palanca, invitamos, por una parte, a Juan Villoro, quien acept con la generosidad que brinda la autntica calidez humana; y por otra, al artista plstico Agustn Gonzlez. Compartimos con nuestros lectores el inicio de Llamadas de msterdam, novela que Villoro public este ao en Almada, en la que construye la historia de un anhelo amoroso dentro de una tensin latente, as como una gratsima conversacin que da cuenta de su experiencia literaria. Y como la imagen tambin puede narrar, el arte de Agustn Gonzlez nos sugiere una lectura dinmica de su nuevas propuestas.
Este nmero 13 se pliega hacia la prosa, con un cuento de Ilallal Hernndez y una detallada revisin que Alfonso Macedo hace del Diario argentino de Gombrowicz. La poesa corresponde a Andrea Fuentes, y el ltimo corte de esta ldica sesin literaria corre a cargo de Mario Islasinz, quien nos platica el origen, la intencin y el entusiasmo detrs de la coleccin de poesa El celta miserable.
A nuestros lectores les deseamos una placentera estancia en el nmero otoal de LA PALANCA...
4Consejo de colaboradores:Geney Beltrn Flix
Jair Corts Daniel FragosoDavid MaawadJoan M. Puig
Alberto Tovaln
Agradecemos profundamente el apoyo y entusiasmo para la realizacin de este proyecto:
Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de HidalgoLourdes PargaSergio Aranda
Trico PachucaPedro Liedo
Jaime Lavaniegos
Tecnolgico de Monterrey Campus HidalgoClaudia GallegosArturo Alvarado
Instituto Hidalguense de la JuventudPalmira VeneroDaniela Mndez
LA PALANCA se termin de imprimir en noviembre de 2009 en los talleres de Offset Santiago, Rio San Joaqun, 436, Col. Ampliacin Granada, Mxico D.F.
Para su composicin se utilizaron tipos de la familia Century Schoolbook. La tipografa y el logotipo de LA PALANCA son BD PLAKATBAU
del Buro Destruct: www.typedifferent.com
Para consultar las referencias de nuestros colaboradores y otros contenidos:
LA PALANCA en lnea: www.lapalancax.blogspot.comEl contenido de los artculos y el arte es responsabilidad de sus autores.
Todos los registros en trmite.
Para ms informacin sobre la obra de Agustn Gonzlez:
www.arronizartecontemporaneo.comwww.ferenbalm-gurbruestation.de
Las fotografas de la obra de Agustn Gonzlez son cortesa de Andrea Martnez.
Portada: Agustn gonzlez, Sputnik, mixta / papel.Fondo pg. 2: Agustn gonzlez, Seales II, lpiz / papel.
LA PALANCAEdicin: Diego Jos. Arte y diseo: Pablo Mayans.
Escuela Inglesa de Pachuca A.C.Lillian Pratt de HoskingRoberto Hosking Pratt
Hotel EmilyRosy Jurez
Roxana Vargas
Santa Clara
Offset SantiagoSamuel Sadovitch
5Llamadas de msterdam (fragmento)
Juan Villoro
Juan Jess coloc la tarjeta en el telfono y
marc el nmero de Nuria. Escuch su voz
en la contestadora, el tono fresco y optimista
con que la conoci, aunque en el fondo slo
conocemos optimistas. Quin anuncia sus miserias desde el primer encuentro? No dej
mensaje.
Record los das en que ella perdonaba
sus retrasos picos, sus olvidos (las llaves dentro del auto, el paraguas en la fiesta de
ayer), su cartera sin billetes ni tarjetas de
crdito en el restorn agradable pero algo
pretencioso, escogido por l para halagarla. Nuria mitig el nerviosismo con su disposi-cin a ignorar los desastres menores creados por Juan Jess, a sentirse bien en la prime-
ra o la ltima fila del cine. Tal vez se dej
llevar por las esperanzas del principio y las
imprecisas virtudes atribuibles a un desco-nocido, o tal vez advirti sus altibajos desde
entonces y decidi ignorarlos.
A la distancia, le gustaba suponer que l
hizo todo para fracasar rpido, como si anti-
cipara futuros daos con un sagaz instinto.
Nuria lo quera con misteriosa aquiescencia,
como si lo amara a pesar de algo; acept su silueta descompuesta y empapada en su de-
partamento de La Condesa como la magn-
nima capitulacin del bienestar ante el des-orden. A l le pareci un milagro estar ah,
escogido por el azar, del mismo modo en que
diez aos despus odiaba ser aceptado por ella. Diez aos, demasiados para una pareja
sin hijos ni un proyecto de colonizacin en
tierras vrgenes.Cuando se separaron, Nuria desapare-
ci de su rbita. Se fue a Nueva York como
abducida por extraterrestres. En siete aos
no supo nada de ella. A veces, la soaba en
naves espaciales que parecan casas de la
colonia Roma, con fachada de los aos trein-ta, protegida por una reja de lanzas, y donde
alguien abusaba de ella en una habitacin mal iluminada; una criatura con muchos de-dos anillados untaba ungento color arcilla en los senos de su ex mujer. Cuando vivan
juntos, estas fantasas le ayudaban a hacer
el amor en cualquier sitio que no fuera la
cama; ahora resultaban absurdas al modo de una envejecida pelcula de ciencia ficcin:
cun ingenua era la mente que imagin esos
aparatos para el porvenir.Nuria desapareci, engullida por una
zona ingrvida, y l se vio obligado a recono-
cer que los amigos comunes podan dedicar-
se a otra cosa que mantener un vnculo con-
jetural y venenoso entre los amantes sepa-
rados. No lo abrumaron con la posteridad de Nuria en Nueva York. La discrecin era tan
marcada que le bastaba beber una ginebra
o inhalar una raya de coca para sospechar
que deseaban evitarle la humillacin de co-
nocer los triunfos de su ex mujer. Hay vidas
que se estructuran como la trayectoria de un
actor de gnero, un solo papel perfeccionado hasta el infinito. Nuria Benavides slo era
concebible al margen del dolor y el fracaso o,
eventualmente, aceptando a los dems como
su dolor y su fracaso.
Cuando vivan juntos y ella se hizo cargo
de un conglomerado de revistas femeninas, le ofreci a Juan Jess retirarlo de su traba-
jo en la imprenta. Los dos saban que para l
el diseo grfico significaba un medio para
un fin; su meta estaba en los leos acuchi-
llados que guardaba en el cuarto de azotea,
6la serie de vandalismo expresionista que re-
flejaba tan bien el miedo de vivir en la ciu-
dad, o lo reflejara cuando acabara aquellos
cuadros cautivos en la azotea. l se neg. El
departamento era de Nuria, su suegro les haba regalado un equipo de sonido con ms
funciones de las que podan descifrar, casi
todos los muebles provenan de la poca an-tediluviana en que ella administr una tien-
da polinesia. Me pagas cuando expongas en
el Guggenheim, le dijo ella con una confian-
za horrorosa. No hubo irona ni solemnidad
en la frase. Nuria crea que eso era posible.
Juan Jess no poda aceptar un trato que
incluyera expectativas que tal vez iba a trai-
cionar. Se vea como un piloto en la niebla, carismtico y mojado, con una chamarra
tipo Indiana Jones, dispuesto a arriesgar-
se pero no a garantizar su horizonte. Salvo
uno, sus contactos con la crtica haban sido deprimentes. Sola exponer en esas galeras que saben aliarse al secreto y se ubican en
una calle doblada hacia un panten o en el ltimo patio de un centro cultural. No espe-raba mucho de la crtica. Una noche vio una entrevista en televisin con un clebre pt-cher de bisbol, un hombre ansioso de tener oponentes, que se mentalizaba al subir al
montculo para lanzar bolas inesperadas, y
se sinti capaz de enfrentar rivales armados
con un bat. El secreto estaba en restarles importancia, en tratarlos como impostores. La respuesta ante la originalidad siempre carece de sentido. No poda entregar su des-tino a los anhelos y las frustraciones de los
otros. Saba de sobra que nada se reparte
tan bien como la envidia y que hay quienes
viven para criticar los errores que no se atre-
ven a cometer. Aun as, le doli el aire de
suficiencia de un crtico que lo descart sin
rebajarse a argumentar. Otro cuestion su
no muy clara relacin con la raz del hom-
bre. El ms imaginativo lo llam Chucho
el Rothko por confundir la influencia con el
hurto. El futuro de Juan Jos luca brumoso.
No haba nada seguro en un mundo que de-
penda de veleidades ajenas y donde acaso
no hubiera coleccionistas de leos concluidos con navajas.
En alguna de las terapias a las que se
someti despus de la ruptura, lleg a pen-sar que Nuria lo haba invitado al abismo;
su generosa propuesta de mantener al genio poda ser un magnfico pretexto para incri-
minarlo despus. Lo cierto es que pensaba
demasiado en su ex mujer, inventaba a dia-
rio motivos para las decisiones que ella tom
por l, buscaba claves en su rostro, anuncios de lo que ya haba hecho pero adquira otro
peso ahora que entraba en su memoria: Nu-
ria abra una puerta y permita que l la
viera como no lo hizo aos atrs, anunciaba
algo que Juan Jess no supo descifrar en-
tonces.En siete aos, l no haba vivido con na-
die ms. Sus relaciones iban de la fase no
te abres al momento en que contaba algo
de Nuria; el rostro de su interlocutora se ilu-minaba con repentino inters; luego venan preguntas detallistas, ansiosas, que rara vez
consegua esquivar y lo ponan en psima si-
tuacin, por ms que deseara parecer banal,
indiferente, apagado. El fantasma de Nuria se sobrepona a la figura que tena enfrente,
insulsa, misteriosamente irreal. El proble-ma slo poda agravarse con el tiempo; Juan
Jess evocaba a una mujer que slo en parte
existi con l, la perfeccionaba en su imagi-nacin para hacerse el mayor dao posible.
Con todo, hubo un tiempo, diez aos ya
espectrales, en que vivieron juntos. Su mo-
mento decisivo, la condensacin de la que
le hablaron al menos dos terapeutas, tena un solo nombre, msterdam. Juan Jos ob-
tuvo una beca para mirar la luz que entraba
por las ventanas de Vermeer. Se vio en bici-
cleta, con una bolsa de red en el manubrio para llevar pan o quesos o pinturas. Nada
le hubiera molestado ms en Mxico que an-
dar en bicicleta y llevar el pan colgado del
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l.manubrio, pero msterdam estaba para eso, para vivir de otro modo y hacer estimulan-
tes las molestias. Nuria acept el plan con sencilla felicidad. Renunci a su trabajo sin
alardes ni reproches ni gestos concesivos, compr guas de los Pases Bajos, descubri
a un novelista policiaco que narraba estu-
pendos asesinatos en los muelles de Rotter-dam, consigui una agenda para su vida fu-tura con un Mondrian en la portada.
Empacaron sus adornos, muebles y libros
favoritos y los mandaron por barco a esa tie-
rra donde le ganaran terreno al mar.Despus de varias reuniones de despe-
dida en las que alguien aconsejaba conocer
San Petersburgo y en el entusiasmo de la
noche sonaba no slo lgico sino necesario ir a Holanda para conocer las noches blancas de Dostoyevski, Nuria fue a ver a su padre y
regres descompuesta.No me vas a preguntar nada? habl
como si llevaran una eternidad en silencio y
l ya hubiera acabado de descorchar la bote-
lla que tena en las manos.
Qu te pasa? pregunt, en forma maquinal.
El padre de Nuria tena leucemia. Se lo acababan de descubrir. l quiso ocultar su
enfermedad, pero la madre decidi enterar a las hijas.
Las lluvias haban llegado a la ciudad y un
torrente negro lama las ventanas, como una concrecin del nimo en ese departamento
sin adornos. Juan Jess acarici a Nuria. Le
pareci ms hermosa y lejana que nunca. La
oy llorar durante dos, tres horas. No saba
que se pudiera llorar tanto. Al cabo de varias
tazas de t que dej intactas, Nuria dijo:
No lo voy a volver a ver.
Juan Jess supo lo que tena que hacer.
Era su turno.Cancel el viaje con la misma sencillez con
que ella lo acept. Fueron sus mejores das
juntos. Nuria irradiaba una dicha absoluta
8entre los estantes donde las cosas favoritas haban desaparecido. Tardaron en comuni-
car su cancelacin a los amigos y pasaron se-
manas sin citas, dignas de su agenda vaca, con el Mondrian en la portada. Las moles-
tias locales se volvieron tan sugerentes como las que anhelaban en msterdam; misterio-
samente, estaban de regreso. Les gustaba hablar a Holanda para preguntar por sus cosas y averiguar la ruta por la que volve-
ran. Su nica ocupacin era Felipe, el padre de Nuria. Tenan que estar con l, apoyar-
lo como pudieran. En esos das de mudanza
inmvil, Juan Jess propuso tener un hijo.
Nuria se frot la ceja donde supervisaba sus
problemas. Tard en contestar. No descarta-
ba nada pero an deba probarse cosas a s misma y, sobre todo, deba velar por su pa-
dre; sus reservas emocionales se consuman en esa enfermedad; tal vez despus, claro
que s, no creas que no.
Felipe Benavides haba sido senador de
la repblica por el PRI, un hombre de cui-dada oratoria, con ciertos excesos de voca-bulario (deca justipreciar, haba colocado
un balcn circundante en su biblioteca slo para referirse al ambulatorio, opinaba que
el tequila reposado era ms spido). Orlo
era como verle los zapatos, lustrados por un
bolero que pasaba a diario por su casa. Juan
Jess tena una estupenda mala relacin con
l. Felipe Benavides procuraba por todos los
medios que su voluntad se confundiera con
los deseos de los dems. Organizaba viajes,
comidas, idas al teatro, como si obedeciera los caprichos de una grey exigente. Lo favo-
reca el hecho de tener cuatro hijas semihis-
tricas entre las que interceda con tcticas
de tahr. Nuria era la quinta. Creci un poco
a destiempo, relegada de la pandilla inquie-
ta, ruidosa, competitiva. Sus hermanas vi-van para medirse entre s y disputar por la
predileccin del senador.A los 67 aos, Felipe Benavides preserva-
ba su abundante cabellera en un esmerado
tono caoba. Al tercer tequila, sus ojos adqui-
ran el brillo lapislzuli que hizo leyenda en
la Facultad de Derecho. La prctica de la
abogaca le haba dejado contactos de hierro
para asegurarse puestos ms o menos polti-
cos y un sinfn de ancdotas escabrosas para
amenizar reuniones. Aunque lo que contaba
era siempre venal, ruin, miserable, su voz
de locutor de los aos cuarenta y sus fanta-
siosos adjetivos daban una confusa dignidad
a las historias del hampa, el latrocinio, los stanos de la justicia. Haba conquistado a
ms de una mujer con sus patricias descrip-
ciones del mal; quien lo escuchaba se senta
misteriosamente protegido por sus palabras, en un crculo cmplice; el senador hablaba con la pericia del sobreviviente, de quien
sabe que los modos raros son los verdaderos.
Aquel abogado sin deseos de litigar trabaj
a fondo en las sobremesas y urdi una red
de solidaridades que lo llev al escao que
reclamaba su apostura fsica: exista para
aparentar a un senador.Pero en nada invirti tanta energa como
en lograr la irrestricta adoracin de sus hi-jas. Logr transformar a su mujer en una
sombra conveniente, algo ms que una cria-
da, algo menos que una ta que estuviera de
visita. La gentica respondi con fantica
lealtad a sus deseos. Las cinco tenan su son-risa avasallante. Un hijo (que juraba haber
deseado) hubiera arruinado su neurtico ha-rem. La primera vez que Juan Jess vio a
Nuria junto a su padre conoci los alcances
de la idolatra: se anticipaba al complejo c-
digo de seales del senador con una ternura hipertensa.
Cmo te cay? le pregunt ella des-
pus del primer encuentro.Se pinta el pelo, verdad?As sell su estupenda mala relacin con
el suegro. Felipe Benavides era un benefac-
tor egosta; se las arreglaba para ayudarlos
en pos de fines que tarde o temprano lle-
garan. Nuria lo adoraba con una entereza
9 envidiable que trataba en vano de ocultar.
Obviamente, todo podra haber sido peor. Juan Jess se resign a disfrutar las bulli-
ciosas reuniones en casa de sus suegros.En algn momento se pregunt si habran
cancelado el viaje en caso de que la madre
enfermara. La suposicin era absurda; aque-
lla mujer estaba hecha para extinguirse en
forma fulminante, sin dar molestias. En cambio, su suegro se entreg a un trnsito
despacioso, sin muchos sntomas aparentes, que acerc a sus cinco hijas y renov sus po-
sibilidades de disputa. Una confiaba en los
hospitales de Houston, otra estaba casada con un cardilogo que odiaba al inmunlo-
go de Benavides, la tercera recomendaba
curaciones con planchas de bronce y brujos
de Catemaco, la cuarta repasaba los seguros mdicos y posibles demandas por negligen-
cia. Slo Nuria pareca un tanto al margen. Poco a poco, Juan Jess entendi su verda-
dera fuerza, lo mucho que se pareca a su
padre. Con suave reticencia, la hermana me-nor se convirti en rbitro de las disputas
y llev los acuerdos comunes al rumbo que
deseaba. Desde su cama de enfermo, Felipe la miraba con la misma idolatra que ella so-
la brindarle.Los muebles an no regresaban de Ho-
landa cuando ella decidi pasar las noches en casa de su padre. Los mdicos insistan en el elemento emocional y el apoyo de
Nuria resultaba decisivo. Al cabo de unas
semanas, la mejora fue asombrosa; el mal
segua en su cuerpo, pero neutralizado. Una
tregua para vivir. Cuando lleg el Derby de
las Amricas, el senador volvi al hipdro-
mo, con unos binoculares costossimos, rega-lo de su hija menor. En las muchas comidas
de festejo, entrelazaba sus dedos con los de
Nuria y le besaba el dorso de la mano: Mi
doctora estrella, deca. Ahora, el tercer te-
quila no lo llevaba a la picaresca del crimen
sino a considerar que la leucemia haba re-
mitido lo suficiente para permitirle morir de
cualquier otra cosa. Estoy tan sano como
ustedes, sealaba de uno en uno a los con-
tertulios, como si les atribuyera enfermeda-
des an no descubiertas.Juan Jess haba cobrado cierto afecto
por el hombre de repentino pelo blanco y voz
dbil, que acept con silencio y entereza la
posibilidad de morir. El sobreviviente, en cambio, hablaba en tono ventajoso, se ufa-
naba del final que no lleg pero le otorgaba
derechos raros; haba estado en el umbral como en los separos policiacos; su cuerpo ne-goci una tregua en esas sombras.
Era ruin criticar a Felipe por sus desplan-tes de convaleciente, pero las ideas de Juan
Jess se enredaban mucho en los das en que
recibi la mudanza sin Nuria (ella tena una
junta con los mdicos o con el comit de se-
leccin de un nuevo trabajo). Abri las cajas
llenas de aserrn y papel burbuja, sac los
adornos y los puso en los entrepaos con la
rara sensacin de manipular objetos de otro
tiempo, no las artesanas de Oaxaca ni los ceniceros de difuso modernismo escandina-vo, sino un juguete roto o un absurdo super-
hroe de la infancia, cosas llegadas por error o accidente. Esa noche volvi al tema del hijo. Nuria se cubra la cara con una crema
verde. Juan Jess habl con firmeza, como si
la mscara lo favoreciera a l. El suegro ha-
ba recuperado la salud hasta donde era po-sible, haban regresado a Mxico, estaban
rodeados de sus pertenencias, podan abrir otra puerta, darle un giro al destino. Ella habl con la boca torcida por la crema que
se le iba secando en la cara. Tena un nuevo
trabajo, quera concentrarse en esa puerta,
despus veran, la idea del hijo, por supues-
to, era estupenda, adems, le gustaba que
no viniera como una renovacin obligada, el hijo a cambio del padre muerto, sino como
algo que agregaran al futuro, otra puerta
abierta.La oficina de Nuria estaba en un edifi-
cio de Santa Fe donde los vidrios captaban
10
energa solar y las luces de los pasillos se
encendan por medio de sensores. Se encar-gaba de la prospectiva (la idea de futuro, le
explic a Juan Jess) de cinco revistas lde-
res en sus respectivos ramos. Sus colegas se referan a la empresa como corporativo, lo
cual significaba que haba pasado por exito-
sas depredaciones internacionales. Los fun-dadores mexicanos la haban vendido a unos espaoles que fueron engullidos por alema-
nes y ahora pertenecan a un consorcio de
Nueva York (directiva inglesa, gestin grin-
ga, capital japons).
Juan Jess consigui un trabajo como di-
seador grfico de una revista que se repar-
ta en las salas mviles del aeropuerto. Los pasajeros tenan unos minutos para recoger
esa publicacin gratuita, entre el pasillo donde haban abordado y el avin que espe-
raba en una posicin remota. La compara-
cin de empleos era menos agraviante que la
seguridad de Nuria para reordenar el espa-cio, su habilidad para hacer placentera, no se diga la sala, sino un recodo inservible en el pasillo; este trato elemental y dichoso con
las formas le caa a l como granizo cido, le
recordaba su incapacidad para servirse del color, sus lienzos inacabados en el cuarto de
azotea. Nada ms lgico que trabajara para
una revista que circulaba en un limbo, en el
vehculo que iba del aeropuerto al avin.
Una noche rentaron un vdeo de los aos cuarenta, una historia de amor y separacio-
nes, reencuentros inslitos y merecidos. Juan
Jess habl con entusiasmo de los das en que
esperaban sus cosas de msterdam, apenas vean gente, se tenan el uno al otro, sin ador-nos ni compromisos, en un horizonte abierto.
La pelcula termin y la pantalla se cubri de
vibrantes cenizas sin que trataran de apagar-
las, tal vez porque Juan Jess hablaba con de-
masiado bro y a ella le pareca una desaten-
cin hacer otra cosa o porque necesitaban esos
puntos fugaces para hablar de msterdam, de hacer, ahora s, el viaje que perdieron.
Nuria estuvo de acuerdo, como tantas ve-ces. La idea sonaba genial, nada como recu-perar esa utopa con bicicletas, pero haba algo:
No sabes lo difcil que es dijo en un
tono tenso, que slo poda referirse a algo
que no haban conversado.
Qu es difcil?Los ojos de Nuria se llenaron de lgrimas,
un temblor se apoder de su labio superior. Tengo que estar cerca de l. Es dursi-
mo. No sabes el asco que me da.
Juan Jess se asom a la ventana y vio un
gato de pelambre amarillenta. Saba que no
iba a olvidar ese momento ni ese gato. Nuria lo vio a travs de las lgrimas, rota, indefen-
sa. Haba velado la agona de su padre hasta convertirla en una recuperacin, acept un trabajo absorbente, que acaso no le intere-
sara tanto pero los mantena a flote, medi
entre sus hermanas con extenuante dedica-cin; saba que su padre era un crpula, a
veces simptico, casi siempre egosta, pero
algo, el dibujo del destino, la haba llevado a
un cruce en el que deba actuar. Haban per-
dido y aplazado sueos, no poda ser de otro
modo. Esto fue lo que l ley en su llanto y
en el temblor con que ella lo abraz y le pidi
que la perdonara.
En infinidad de ocasiones, al repasar la
escena, se iba a reprochar no haber buscado lo que Nuria llevaba dentro y tal vez slo le
dira esa noche. O quiz era mejor as, mejor
no conocer la herida ntima y ajena, que una
vez dicha compromete y desarma a quien la
escucha. l se durmi sin desvestirse, mien-
tras acariciaba a Nuria. Fue ella quien arre-
gl los platos dispersos y apag la tele.
Llamadas de msterdam se public en Mxico en la editorial Almada en abril de 2009.
11
Agustn gonzlez, Narizn, grabado.
12
Fabular en la tormenta,una conversacin con Juan Villoro
Diego Jos
En 2001 viajaste a Espaa para vivir un en-
cuentro con tus races, pero acaso tambin
para descubrirte y para afirmar tu indivi-
dualidad, qu te proporcion Barcelona?,
fue importante la lejana para escribir?
Los motivos de viajar son muchos y muy
confusos. Nos asaltaron en Mxico de ma-
nera violenta y mi padre quera pasar una
temporada en la ciudad donde naci, pero no se senta con fuerzas para ir por su cuenta.
Esos fueron los primeros impulsos para ir a Barcelona. Yo tena amigos all y mi esposa
hizo su tesis sobre Vila-Matas. Todo esto fue
determinante. La llegada fue ms dura de lo
esperado porque, a ltima hora, no acept el
abusivo contrato que me ofreca el peridico
en el que iba a colaborar ah. Me fui por la
libre, sin permiso de residencia, y tuve que
buscar trabajo. Esto fue muy desgastante,
pero tambin nos puso a prueba como fami-lia y nos acab fortaleciendo. Desde Barcelo-
na pude cultivar la nostalgia de Mxico, algo
que no siempre es fcil en el hartazgo de la
vida diaria. Al mismo tiempo entr en con-
tacto con la cultura catalana y pude trabajar
ah. Volv a ser un principiante. Si llevaba
un texto a una redaccin no tenan preno-ciones acerca de mi trabajo. Desde entonces
qued un poco escindido, con un pie en am-
bos lugares; no dejo de regresar all por mo-
tivos de trabajo y en busca de un tiempo que
no siempre tengo en Mxico, donde el jolgo-
rio se impone a cualquier urgencia laboral.
En diversas ocasiones has reconocido la
amistad que tienes con escritores, editores e
intelectuales, y has mencionando la manera
en que stos te han enriquecido: cmo perci-
bes las conversacin literaria?, es posible la
amistad ms all de los libros, sobre todo en
un medio franqueado por muchas vanidades?
Depende del temperamento de un autor. A m
me parece una limitacin no frecuentar a gen-te a la que admiro. Se suele admirar al autor
atribulado, cabrn, irritable, porque se consi-
dera que esas salidas de tono son atributos de
su genialidad. No tengo una visin tan folkl-
rica de mis colegas. En el fondo, me parece muy ingenuo posar de autor maldito, estar
obligado a poner mala cara o despotricar para mostrar rebelda. Se trata de algo tan codi-
ficado como los gestos de una muchacha en su
baile de 15 aos. Es obvio que toda buena lite-
ratura es radical porque surge de la inconfor-
midad, pero desconfo de los que se conside-
ran los nicos, los originales, los que estn por
encima del resto. He tenido la suerte de poder trabar amistad con escritores muy variados.
A algunos los quiero ms por sus afectos. Uno
no escoge a sus amigos por su prosa, pero en algunos casos el aprecio tambin pasa a su obra. La conversacin es un gnero literario. Ricardo Piglia ha incluido varios dilogos en
sus libros de ensayos y yo he tenido la suerte
de sostener dilogos pblicos con l, lo mis-
mo que con Enrique Vila-Matas, Sergio Pitol,
Juan Jos Mills, Alejandro Rossi, lvaro
Mutis, y muchos otros. Soy tan supersticio-
so con el tema de la conversacin que a veces
slo voy a un sitio si s que tengo alguien con
quien hablar a gusto. Mi gran amigo Fabrizio
Meja Madrid, conversador insigne y genero-
so, me suele acompaar a lugares a los que no
ira si no pudiera platicar con l.
13
Por momentos, parece que el inters editorial
en Espaa por autores latinoamericanos es-
tablece una relacin entre nuestras literatu-
ras; aunque, por otra parte, da la impresin
de ser una idea editorial: qu tan distante se
encuentra nuestra literatura respecto a Espa-
a, a Latinoamrica y dentro del propio pas?
Hay mucho desconocimiento de lo que pasa
en Amrica Latina y la eleccin de autores
es bastante azarosa. Son pocos los autores
que en verdad se leen y se discuten. Hay
mucho de parque temtico en el asunto. De
pronto, se anuncian autores latinoamerica-nos como una tierra de la fantasa, pero se
conoce poco. Pasa lo mismo en Amrica La-
tina. Muchos de los autores espaoles que
son muy importantes en su tierra aqu pa-
san inadvertidos. Estos malentendidos son inevitables y creo que no hay que preocupar-
se demasiado de ellos.
Creciste en un medio intelectual que influ-
yera en tu percepcin de la cultura?
No tuve una infancia muy cercana a los in-
telectuales porque mis padres se divorciaron
cuando yo tena 9 aos. Por otra parte, en la
infancia, una de las peores cosas que pueden
suceder es la de estar rodeado de gente que
se ocupa poco de los nios, como suelen ser los intelectuales, sobre todo los de entonces.
La idea y la figura del escritor ha cambiado
junto con el pas?
Creo que ha cambiado la idea del caudillis-
mo literario. El figurn que habla para que lo
oiga el presidente y le levanten un monumen-
to es arcaica. La idea del profeta que opina de
todo y civiliza a una nacin sin lectores es ya
obsoleta. Fuentes debe ser el ltimo de ellos.
Tu novela El testigo, representa el mito del retorno, coincide con el cambio de partidos
en el poder y con la persistencia de fantas-
mas histricos: cmo percibes a tu nove-
la frente al rumbo que ha tomado nuestro
pas?, es un buen momento para pensar en
Mxico?
Algunas de las cosas que menciono ah co-
braron mayor fuerza en la realidad. Mi pro-
tagonista regresa a Mxico luego de 24 aos
de ausencia y se sorprende de que el cam-
bio panista transcurra hacia atrs. Entre
otras cosas se vincula con la guerra Cristera, una rebelin popular soterrada, que de pron-
to se vuelve chic. Jams hubiera imaginado
que unos pocos aos despus el secretario de
Gobernacin, Carlos Abascal, iba a partici-
par en una beatificacin multitudinaria de
mrtires cristeros nada ms y nada menos
que en el Estadio Jalisco, y que el traje tpi-
co de la Seorita Mxico iba a ser una falda
decorada con motivos cristeros. La realidad me rebas.
Uno no escoge los momentos para pensar a su pas. ste es confuso, duro, indescifra-
ble. A pesar de Tlatelolco y del PRI, crec en
un Mxico que en lo fundamental era opti-
mista, pero los jvenes escritores slo han
conocido la crisis. No nos queda de otra que
fabular en la tormenta. Ha habido tiempos peores, y de los grandes dilemas suelen sur-
gir grandes obras.
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14
Respecto a este fabular en la tormenta:
consideraras que la violencia se ha conver-
tido en un tema o en una circunstancia de la
literatura mexicana?
La violencia se ha convertido en un tema insoslayable. Esto no quiere decir que es-
temos pensando en ella todo el tiempo o que sea de lo nico que escribimos, pero sin
duda es un elemento que desencadena mu-
chas tramas. No puede ser de otra manera en un pas con tantos asesinatos y donde
la presencia del crimen organizado es tan
fuerte que incluso se le atribuye lo que no
hace. Los secuestros virtuales han sido po-sibles gracias a que el miedo los vuelve cre-
bles. De pronto alguien habla por telfono y dice que tiene a tu hijo. La situacin de
miedo que padecemos le otorga verosimi-
litud a algo que no la tiene. Todo esto ha
ingresado en la literatura. Tenemos la obli-
gacin de registrar crticamente la sociedad rota en que vivimos, pero tambin y sobre
todo la de imaginar lo que no es infierno,
la de construir una alternativa. El humor, el placer y el juego deben tener un espacio
en medio del desastre. No siempre es fcil
lograrlo pero se trata de una de las tareas ms altas que nos podemos asignar.
En tu novela Llamadas de msterdam cons-truyes la historia de un anhelo amoroso con
su dosis de nostalgia y tensin: te propusiste
relatar los matices, complejidades y cambios
del discurso amoroso en nuestros das?
No me propuse hacer una historia represen-tativa de nuestra poca aunque inevitable-
mente tiene que ver con la forma en que ama-
mos y nos separamos en el mundo contempo-
rneo. Sobre todo, me interesaba contar una
historia de amor desde la ruptura, cuando eso ya se ha perdido y sin embargo existe en el
sentimiento y la memoria. A diferencia de la
cancin ranchera o el bolero, que suelen tra-
tar el tema de la separacin con cierto aire de despecho, quise que el protagonista enten-
diera la ruptura sin dejar de amar a quien lo
rechaz. A partir de las llamadas telefnicas
que hace trata de volver como recuerdo a lo
que no pudo existir como realidad. Digamos
que se plantea un ltimo lance, un episodio
pstumo en el que an puede significarle algo
a la mujer que am, sin volver con ella.
Has ejercido una escritura en la mayora de
las posibilidades de la prosa, en qu forma
el ensayo puede contar, y, cundo la novela o
el cuento pueden discurrir entre ideas?
La mezcla de gneros es muy sugerente,
pero yo prefiero mantenerme fiel a cada uno
de ellos. Creo que las restricciones estimu-
lan respuestas que no tendras si tuvieras
libertad absoluta. Por supuesto que hay va-
sos comunicantes. En El testigo hay algo del cronista que tambin soy y en mis crnicas
hay reflexiones del ensayista. Por otro lado,
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15
cuando hago retratos de Casanova, Cervan-tes o Rousseau en De eso se trata aspiro a que tengan el temple de un cuento. Pero pro-
curo que cada uno de los gneros sea fiel a
sus propias manas. No me siento cmodo en ninguno de ellos y por eso me desafan. El
artculo periodstico exige claridad y la nove-
la exige explorar los lmites del gnero. Hay
que aprovechar estas invitaciones diversas
para poner a prueba energas distintas. Ob-viamente, por mi boca habla una persona muy dispersa, que piensa que la lnea ms
recta entre dos puntos es el zig-zag.
Recientemente publicaste en Espaa, para
451 editores, la reescritura de un relato de
Henry James: cmo percibes este experi-
mento literario?
En realidad, el compromiso consista en na-rrar un cuento que James dej apuntado pero
no lleg a escribir. En sus cuadernos hay una
enorme cantera de cuentos posibles. Cada uno de los participantes eligi uno. Hay apun-
tes que slo se pueden desarrollare en estilo
jamseano y tienen que ver con un noble que
invita a cenar a personas que le recuerdan su
tiempo de guerra en la India y donde hay ten-
siones secretas entre ellos, cosas por el estilo. En mi caso, escog algo muy abstracto: para
preservar su propio secreto, una persona asu-me el secreto de otra. Quise hacer un cuen-to cercano a mi universo pero tocando temas propios de James. A l le obsesionaba el con-
traste entre los norteamericanos y los ingle-
ses. En mi relato, dos descendientes del exilio espaol en Mxico siguen rutas distintas, uno
vuelve a Europa, el otro se queda en Mxico.
El cuento surge del reencuentro que les sirve
de contraste; no slo se comparan, sino que
comparan sus mundos. Tambin quise ocu-
parme del tema del monstruo, del desfiguro
espectral, que es muy propio de la imagina-
cin de James, pero llevndolo a terrenos pro-
pios, los nicos en los que me siento cmodo.
Qu caminos sueles recorrer para intuir,
preparar y elegir la escritura de un ensayo,
una crnica o una narracin?
Muchas veces el gnero viene dado por el
tema. Acabo de escribir un ensayo sobre Pe-
ter Handke y no es algo que pudiera abor-
dar desde la ficcin. En ocasiones, al prepa-
rar una crnica lo que no puedo investigar
es ms interesante que lo que s consegu.
En ese caso, las preguntas sin respuesta me plantean el desafo de trabajar eso como fic-
cin. El dilogo me interesa mucho en la no-
vela y en el cuento (de hecho, Los culpables son siete monlogos de gente que trata de
justificar algo y acaba contando una histo-
ria), pero hay veces en que el dilogo cobra
autonoma y se convierte en una forma de
la accin: los personajes cambian por lo que
estn diciendo. Esa escena merece pasar al
teatro. En fin, es un laberinto en el que nun-
ca sabes muy bien qu va a pasar. El princi-
pal atractivo de cada gnero proviene de la incertidumbre de poder llevarlo a cabo.
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16
Claror
Ahora despliego,
tengo la tendencia,
cuartos de hora tras los que el cielo se oscurece.
Dentro
se enciende
la lmpara.
En la arquitectura del gesto abrevan demasiados siglos de letras y cantares
y los rostros, que han desaparecido:
la disposicin del orden y la eleccin de cada veredicto
se refiere ms a la sombra que desde s puede proyectarse,
al fondo que retiene detrs
a la certidumbre, a pesar de su forma.
Ellos lo presencian: hoy acaba un tiempo, como otros han pasado.
Atestiguan lo que se escabulle,
pretenden encarnarlo y a sus piezas dar
la eufona que vaya trazando y traslade
la mirada de este lado del sncopa
al otro
adonde ya nada nos pertenece
ni sera de nadie ya,
pero nos refleja.
Poemas
Andrea Fuentes
17
Causal
Arremeter puede ser un inicio altisonante.
Perdura, sin embargo.
Como una flecha.
Pasabas ese da
en aqul entonces
al inicio de las cuestiones.
Comenzaba el da
haba sido el arremeter lo que flotaba
tras perpetrado
en la piel que ahora se adverta
transparente.
Algo all se durmi para despertarse.
Le acompaaban
ruidos exteriores, sonidos
que se hacan adentro
y el espacio de la mente amplsimo
ensanchaba
tras y desde el punto en que las aguas y el aire
marcaban una sola lnea por la cual atravesar,
arremeter,
cuantiosas
humanas
aperturas extensiones.
Podra ser, no necesariamente, el fin
La estela que deja detrs de s el desasosiego:
Antes an (muerde la sanda) puede
Abrir una lnea, mientras lo contempla.
Qu han de decir las palabras o el cuerpo
Qu no de apuntalar la sonrisa.
T, postrado ante el ataque
Sientes los msculos confluir en un movimiento
Al estertor
Y ante el dolor, despiertas.
Inventas una escuadra, angulosa. Cortante.
Pues han de ser desplazadas las multitudes
Multitudinarias
Suciedades como cuando se barbecha el campo.
No has de mentir ni un solo segundo.
Ya no te queda nada.
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18
Cuidado con los monos
Primero que nada tendra que decir que Agustn Gonzlez el Guty y yo hemos neceado tantas veces en relacin a lo que nos dedicamos, que no saba por dnde empezar y lo mas importante, tratar de que tuviera sentido. El viaje que realizaron l y Andrea a Nueva York, hizo posible este juego que a continuacin presentamos.
Rubn Morales Lara
Mxico, D. F. a 13 de octubre de 2009
Mi estimadsimo Agustn, hola cmo estuvo el vuelo? Espero que la aduana no haya sido una tortura, en fin, saldame a todos por all
He estado pensando casi todo el fin de semana sobre el texto para la revista y sobre lo que estuvimos platicando el viernes en tu ta-ller. Hay cosas que aun no me quedan del todo claras. Por ejemplo, cuando al principio hablbamos sobre la imagen como una de las cosas que ms te importaban y explorabas posiblemente lo que voy a preguntar es algo estpido, pero cuando hablbamos sobre la imagen di por hecho que hablbamos de lo mismo, y despus de darle varias vueltas, me di cuenta, no se cul es tu idea de imagen podras describir lo que para ti es la imagen? Y cmo y desde que dudas, pautas y/o caractersticas la investigas y exploras?
Por otro lado no dejaba de pensar en monos, montaas y los re-ferentes que son recurrentes a lo largo de tu produccin. Entiendo que pueden ser manas que cada uno es libre de tener pero esos referentes son por algo en particular? Esto es ms por morbo, que por otra cosa. La idea del referente me llev a pensar que dentro de tu trabajo, aparte de los referentes directos a la pintura y a algunos grandes pintores, hay otros referentes que tienen que ver con otras disciplinas del arte, y sobre todo del arte contemporneo cules y por qu te interesan estos referentes?
Una de las cosas que tambin me genera varias dudas, fue tra-tar de entender un poco mas a fondo cules son las diferencias y coincidencias entre tu dibujo y tu pintura? Podra decir de manera superficial que los dos formatos tienen la misma estructura, pero est claro que funcionan de manera diferente, y la verdad es que no quiero empezar a decir cosas que ni al caso, por eso mejor te lo pregunto.
Respecto a lo escrito que tienes en tu obra, s que funciona dentro de la composicin de la obra, pero hay algo mas? cul es la intencin de usar la palabra escrita? O solamente nos adviertes que tengamos cuidado con el mono, lo cual estoy completamente de acuerdo.
Pues creo que por el momento sera todo, si me surge alguna otra pregunta te la har saber, disfruta muchsimo de tu viaje y sobre todo de la comida, te mando un abrazo.
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Agustn gonzlez, Montaa, mixta / papel.
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Agustn gonzlez, Diputado naciendo, mixta / papel.
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Agustn gonzlez, Disparate, mixta / papel.
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Agustn gonzlez, La mordida infinita, leo / tela.
23
Nueva York, a 21 de octubre de 2009
Rubn esto de la correspondencia est bien, me parece un medio que pue-de dar diferentes pautas para necear y hablar del trabajo.
Lo de la imagen es importante. Tratar de llegar a ella es un poco pau-sado y trabajoso, primero busco cosas o me encuentro con cosas que deto-nan algo y con ese algo empiezo a dibujar, trato de hacer una enciclopedia visual, que a manera de bitcora o papeles puestos por todos lados, me van guiando hacia lo que ms o menos tengo en mente, esto es la imagen.
Hago un dibujo, lo exploto, veo variantes, lo tacho, lo superpongo, lo niego, me canso, lo rescato, lo olvido y al final cuando cumple con varias partes del proceso lo dejo por una sencilla razn, ya lo puedo ver y convi-vir con l, ese momento es cuando s que ya llegu a una imagen.
La imagen que trabajo casi siempre tiene que ver con personajes, stos van totmicos al centro del cuadro, a veces creo que son hroes o anti-hroes, la imagen es una concentracin de sucesos que participan para poder determinar una pieza.
Esto es un poco como veo la imagen, tambin los soportes cuentan bastante para la eleccin de la imagen o de la pieza. Trato de trabajar diferente en cada soporte. En las telas y en el papel.
En el grabado ocurren diferentes posibilidades que trato de explotar, en l me importa que la imagen sea clara, por eso todo mi grabado va en blanco y negro. As puenteo ms salidas y caminos por explorar en la pin-tura o el collage o lo que el proceso necesite.
Respecto a los referentes, casi todos mis personajes estn ligados a una idea o tpico, que en diferentes casos narran una dualidad. Me pasa que cuando encuentro algo lindo en el mundo, de alguna manera tiene algo trgico y truculento todo ngel es terrible ya lo dijo Rilke. Y bueno en mi chamba se reitera esta idea de tener amor con espinas. Hablo de montaas como el ser ms grande del mundo, que est llena de pequeas cosas, pero que en s es una sola. La montaa tambin tiene pequeos seres que la habitan.
Trato de hablar de mis personajes y de escribirlos antes de dibujarlos, pintarlos, etc. Entonces la escritura es bsica, ya sean lecturas o cancio-nes, por eso tambin en algunos momentos la escritura aparece en las pinturas.
Por otro lado, las dems disciplinas del arte son bien necesarias, des-de la instalacin, la foto, la msica, etc. Me gustan artistas como Paul Macharty, Richard Serra, Martin Kippenberger entre otros ms. Todava creo que al contario de hacerse jetas y reproches, las artes pueden ser un buen canal para enriquecer la chamba, trato de tener dilogos con gente que ha estado a la par de mi proceso y viceversa, como Jos Luis Landet, Moris, Omar Barquet, Ernesto Alva, etc. y tratar de aprender de cada uno y tener crticas y jaloneos para de repente salirse de las muletillas
En relacin a las diferencias y coincidencias vuelvo a lo mismo. Trato de pintar en tela, madera o papel, el resultado es diferente, en algunos ca-sos trato que la pintura y la grfica se mezclen, no me importa quien gane o que sepa ms. Lo importante es que las piezas tengan una coherencia, una relacin de soportes y de ideas, un ejercicio que conlleva quitarse el saco de pintor purista y puritano, y el de un dibujante que no quiere hacer dibujos con sombritas y que cuando es necesario, mandar todo al carajo y regresar a lo bsico que es dibujar en las carpetas.
De lo escrito, bueno de eso ya hable hace rato. Y eso de cuidado con los monos tiene diferentes lecturas, pueden ser los monos que nos gobier-nan los dibujos que hablan ms que un noticiero, o puede ser realmente un animal sin vida del otro lado del espejo.
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24
Serie del hospital de alienados
Ilallal Hernndez Rodrguez
I.Supongo que ella dijo lo que cualquiera ex-
presa a un amigo que perece en medio de la
calle. No te mueras. Tras la explosin del
vehculo, fragmentos de vidrio se tornaron proyectiles. Aydenme! De la boca entre-
abierta de su amigo escurre un hilo prpu-ra. Escucha la sirena. Al llegar los para-
mdicos la introducen en la ambulancia. A
l, aydenlo a l! Avanza el vehculo, atrs
queda el cuerpo de su amigo que ser parte
de las cifras del atentado del da. A ella la
serenan con un potente sedante.
Aquello ocurri a la hora en que a los pa-
cientes del hospital de alienados les da por aullar.
II. En la luna de miel los recin casados contem-plaron la boca de un barranco. Saborearon dulces de ajonjol. Dijo la esposa: Lamento
que toda la vida sea tan poco tiempo. Salt.
Aquello ocurri a la hora en que a los pa-
cientes del hospital de alienados les entre-gan hojas para dibujar sus sueos.
III. Esa noche comenzaron las lluvias y el
asfixiante calor ces. Me decid a tomar un
taxi. Contrario a mi costumbre abord en el asiento del copiloto. Dije al conductor
el domicilio. A dnde?, pregunt. Respi-
r profundo. Repet la direccin. Sudor. El hombre escuchaba una ensordecedora m-sica. Le ped, amablemente, que bajara el
volumen, me ignor. El ruido de los carros
cercanos y el hombre mascando chicle, ha-
ciendo pequeas bombas que reventaba con
su lengua. Revolv mi bolso para buscar un pauelo desechable. Slo encontr un bol-grafo de plstico. Mientras avanzbamos
por la avenida central baj el volumen del
escndalo. El taxista prendi el radio y co-
menz a cantar alto, le ped que detuviera el
carro. Pgueme. Pero si slo avanzamos un
par de cuadras, le dije. Abr mi bolso cuan-
do la luz del semforo se torn roja. Sin re-
flexionar enterr el bolgrafo econmico en
la mano del conductor. Salt fuera del carro dejando la puerta abierta. Detrs quedaron
los bramidos. Unos metros adelante abord otro taxi. Aunque compacto y sucio, me llev
a la direccin indicada.
Aquello ocurri a la hora en que a los pa-
cientes del hospital de alienados les distri-buyen pastillas de color verde.
IV.
Me sentaba en la orilla de la cama de mi pa-
dre. Debajo de la sbana colocaba calcetines
rellenos de algodn. Con el dedo ndice ras-caba la planta del pie de tela. Mi padre rea.
Durante aos jugamos a esas cosquillas fal-
sas. Perdi cada extremidad hasta slo ser un tronco de rostro adelgazado. A partir de
la tarde que volvimos del cementerio mi ma-
dre logr conciliar el sueo abrazada a un
par de almohadones vestidos con el pijama
de mi padre.
Aquello ocurri a la hora en que a los pa-
cientes del hospital de alienados les permi-ten caminar por el jardn.
25
V.
Santa Mara. Vi al diablo. Santa Madre de
Dios. Frente al espejo me miraba. Santa Vir-
gen de las Vrgenes. Mi ojo vaco, mirndo-
me. Madre de Jesucristo. Se vacan. Madre
de la divina gracia. Qued la pura mirada. Madre del divino verbo. An tiemblo. Madre
pursima. Sin saberlo, era el prembulo. Ma-
dre castsima. Dejar que me venza el sueo
con la luz prendida. Madre intacta. Porque
creo que soy el diablo. Madre sin mancha.
Acaso soy el diablo? Vaso insigne de devo-
cin. Me vi en el espejo. Refugio de los peca-
dores. El diablo debe arder. Madre del Crea-
dor. Entre llamas me encuentro. Madre del
Salvador. Soy.
Aquello ocurri a la hora en que a los pa-
cientes del hospital de alienados les permi-ten mirar el televisor.
VI.
Cierra la ventana, se meti un pjaro.
Creo que ese pjaro est enamorado de
m, entra por las maanas a trinar. No seas ridcula, los pjaros no se ena-
moran.Sabes que escuch sobre uno que deja
de comer cuando muere su pareja? Una espe-
cie extraa Imagina a un pjaro andrgi-
no castigado por los dioses; dividido, lanzado
a la tierra y condenado a la reconstruccin
de sus pasos hasta encontrar esa otra mitad. Quiz el andrgino se convierte en pjaro
Qu haces? Sultalo!
Aquello ocurri a la hora en que a los pa-
cientes del hospital de alienados les autori-zan las visitas de sus familiares.
VII.
Se burla de los rezos de su criada. Ese libro
tiene al diablo, le dice apuntando al relieve de los siete animales enlazados. No cree en
supercheras aunque siente que una presin
en el pecho. Se re de las maldiciones a pesar de la inexplicable noma que le cubre medio
rostro por las noches y desaparece repenti-
namente por la maana. Si ha de morir ser
redactando las conclusiones del estudio so-bre ese libro antiguo que descansa sobre la
mesa, no quiere que el demonio la encuentre
dormida. Aquello ocurri a la hora en que a los pa-
cientes del hospital de alienados les permi-ten colocarse frente al espejo.
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26
La irona de un excntrico:Gombrowicz en Argentina.
Alfonso Macedo
A finales de la dcada de los aos diez, Mar-
cel Duchamp pas una temporada en Bue-
nos Aires, mientras terminaba la Gran
Guerra. Su paso fue fugaz pero, de acuerdo
con Graciela Speranza en Fuera de campo.
Literatura y arte argentinos despus de Du-
champ (Anagrama, 2006), fue tambin deci-
sivo en la conformacin de un modo distinto y novedoso de pensar el arte y las letras en
Argentina. La monotona de la vida riopla-
tense no slo se encontraba en sus calles, costumbres e ideologas: el desarrollo arts-
tico se encontraba en un momento de infe-cundidad. Es quiz por eso que Argentina
no fue lo suficientemente importante para
Duchamp, quien se refera muy poco a esta
nacin despus de haber pasado una breve estancia.
Podra pensarse que de la relacin en-
tre este artista extranjero y aquella ciudad
slo fue la ltima la que verdaderamente re-
cibi el impacto de un genio que renov no
slo las artes, sino la esttica y los modos de
comprender el arte. Algo ms decisivo en las
relaciones entre artista extranjero y ciudad
es, probablemente, la relacin que estableci
Witold Gombrowicz (1904-1969) con Argenti-
na, durante una larga estancia de veinticua-tro aos (de 1939 a 1963), en las que se man-
tuvo al margen de los crculos intelectuales y artsticos de Buenos Aires. A diferencia de
Duchamp, Argentina se convirti, en mu-
chas ocasiones, en el centro de la obsesin
del escritor polaco, a quien bien puede verse
como un autor marginal en su propio pas, Polonia, y que por accidente lleg a otro pe-
rifrico, en el momento del estallido de la Se-gunda Guerra Mundial. Marginal como Ka-
fka y Joyce en cuanto a su origen excntrico
(la actual Repblica Checa, Irlanda y Polonia
estn fuera de las altas culturas europeas) y
separado culturalmente de las grandes na-ciones cosmopolitas, Gombrowicz renunci
a un lugar destacado en la patria adoptiva, limitndose a ocupar un sitio modesto y poco
visible en los medios intelectuales.Como un personaje kafkiano, Gombrowicz
consigui un empleo burocrtico en un banco
polaco. Slo haba escrito Ferdydurke en su pas natal y en Argentina pas casi inadverti-
do, hasta que al final de su estancia en Am-
rica comenz a ser visto como uno de los gran-
des renovadores de las letras occidentales.Una de las obras que definitivamente ha
contribuido a exaltar e, incluso, a exagerar su leyenda de escritor fracasado, marginado
y maldito, es el Diario argentino, una selec-cin de fragmentos que forman parte de un
Diario voluminoso. En la escritura de su dia-rio, Gombrowicz se propuso no la relacin de
sucesos cotidianos, sino la reflexin sobre las
posibilidades de su escritura y de sus condi-
ciones de escritor en particular, y de la litera-
tura en general. De ah que esta obra adopte
diferentes tipos de discurso: la divagacin
filosfica y existencial, la ancdota, el relato
autobiogrfico, etc. Esta forma de concebir y
hacer un diario refleja la capacidad que tiene
este gnero, considerado comnmente menos potico y ms tendente a lo histrico, para
crear nuevas formas de expresin, donde se
A Ana Rosa Domenella
La literatura, por mucho que nos apasione negarla, permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que la
mirada contempornea, cada da ms inmoral, pretende deslizarse con la ms absoluta indiferencia.
enriQue VilA-MAtAs
27
combina (en la escritura de otros autores y
teniendo a Gombrowicz como maestro) la cr-
tica literaria con el cuento, la autobiografa con el ensayo, la carta y hasta el telegrama
con la poesa. La leccin de Gombrowicz es,
en buena medida, integrar varios registros discursivos en un solo texto, flexible como
el diario, para crear otros modos de decir y
reflexionar sobre la literatura y la escritura
mismas; el diario se convierte en una forma expresiva para pensar sobre el propio diario:
Gombrowicz piensa y medita mientras escri-
be sobre las condiciones del diario mismo:
De all, alrededor de la media noche, me
dirig al Rex a tomar un caf. Eisler se sen-
t a mi mesa. Nuestras conversaciones son
por este estilo: Qu tal, seor Gombrowi-
cz!, Tranquilcese un momento Eisler, se
lo agradecer mucho.
De regreso a casa entr en el Tortoni a
recoger un paquete y a conversar con Po-
cho. En casa le el Diario de Kafka. Me
acost a las tres.
Publico esto para que me conozcan en
la intimidad.
La mencin al diario de Kafka se convier-
te en toda una referencia implcita a la escri-tura del diario como modo de sobrevivencia en un mundo aburrido, apagado, montono y carente de importancia. Se convierte en la
bsqueda de s mismo y en la reflexin de que
el diario, como escritura privada, se hace p-blico, paradjicamente, en el momento en que
un escritor como Gombrowicz tiene al lector
en la mente y, al mismo tiempo, piensa en el
diario como un modo de expresin que per-
mita un punto de fuga y que aterrice en los
modos expresivos ilimitados de esta forma narrativa. Sin embargo, nada en Gombrowicz
es ingenuo, cursi o sentimental: la ltima ora-
cin citada no intenta conmover o emocionar al receptor; intenta mostrar un proceso de escritura creado con residuos, con elementos
desechados de la vida cotidiana, para perse-guir aquellas ideas que expresen la sensacin
de lo inacabado, lo inmaduro, que es, justa-
mente, uno de los temas recurrentes en Gom-
browicz, volvindose todo esto, as, parte de
su estilo literario.Esa aparente ingenuidad y candor que
podra ofrecernos la frase Publico esto para que me conozcan en la intimidad se disipa
si la pensamos en relacin con un fragmento del Diario [no argentino] que rescata el pro-tagonista de Bartleby y compaa de Enri-que Vila-Matas:
Mientras esperaba el primer plato, he sa-
boreado algunos fragmentos que yo cono-
ca ya bien, del Diario de Gombrowicz. De
entre todos ellos, me ha vuelto a encantar
ese en el que se re de Lon Bloy, de cuando
ste anota que en la madrugada le desper-
t un grito terrible como llegado del infini-
to. Convencido escribe Bloy de que era
el grito de un alma condenada, ca de rodi-
llas y me sum en una ferviente oracin.
Gombrowicz encuentra absolutamente
ridculo a ese Bloy de rodillas. Y an lo en-
cuentra ms ridculo cuando ve que, al da
siguiente, ste escribe: Ah, ya s de quin
era aquella alma. La prensa informa que
ayer muri Alfred Jarry, justamente a la
misma hora y en el mismo minuto en que
me lleg aquel grito
Y aqu no terminan las ridiculeces para
Gombrowicz, pues descubre otra ms que vie-
ne a completar el cuadro de ridiculez de toda
esa secuencia imbcil del Diario de Bloy. Y, encima concluye Gombrowicz , la ridiculez
de Jarry que, para vengarse de Dios, pidi un
palillo y muri hurgndose los dientes.
La sensacin de ingenuidad se disipa por completo ante la mirada de Vila-Matas,
quien lee a un Gombrowicz irnico, ofensi-
vo, ubicado en una posicin lejana que le
permite burlarse de las cursileras de Bloy
28
y del patetismo de Jarry; sin embargo, nue-
vamente tenemos la reflexin implcita de
cmo escribir un diario: el gnero narrativo
de Bartleby y compaa est construido en una relacin hbrida donde se junta la nove-
la con el diario, en un texto que es llamado
por el escritor barcelons como una serie de notas sin texto o de notas a pie de pgina
de un texto invisible [pero] no por eso inexis-tente y que tambin sugiere la forma del
diario: en una serie de ochenta y seis frag-
mentos, el narrador-personaje divaga y re-
flexiona sobre el futuro de la literatura; en
uno de esos fragmentos parecidos a los de un diario, escribe que ha recordado la lectura
del Diario de Gombrowicz, quien a su vez es-cribe en su diario sobre la serie ridcula que
se encontr en el diario de Bloy El diario
permite pensar sobre su propia forma y sus
capacidades de expresin.El diario es un gnero literario cuyos lmi-
tes lejanos abarcan la propia reflexin sobre
el diario mismo, sobre lo que puede conside-
rarse como parte de la potica de un escritor:
Escribo este diario sin ganas. Su insincera
sinceridad me fatiga. Para quin escribo?
Si tan slo para m, por qu se imprime?
Y si lo es para el lector, por qu finjo enton-
ces conversar conmigo mismo? Hablar con
uno mismo para que lo oigan los dems?
Cun lejos me encuentro de la seguridad
y el aliento que vibran en m en el momento
perdonad de crear. Aqu, en estas p-
ginas, me siento como si estuviera saliendo
de la noche bendita a la dura luz de la ma-
ana que me llena de bostezos y saca a la
claridad mis imperfecciones. La falsedad
existente en el principio mismo del diario
me intimida, les ruego que me disculpen
(Pero tal vez estas ltimas palabras son su-
perfluas, son ya pretenciosas).
La literatura de Witold Gombrowicz se
centra en el tema de lo inmaduro, de lo
inacabado, de lo carente de imperfeccin. En lo joven e inexperto se encuentra la literatura
de vanguardia, la que revela el gesto rebelde
que se opone al discurso de la gerontocracia
culta y controladora de los espacios cultura-
les: frente a una Victoria Ocampo y su grupo
de la Revista Sur, con todo y Borges en ca-mino a la consagracin mundial, Gombrowicz
prefiere el mundo de los jvenes poetas, de los
artistas que renovaran las letras. El supues-
to ninguneo del que Gombrowicz es vctima,
de parte del Parnaso local, se origina en la
propia narracin del autor polaco, producto de una cena que no logr establecer vnculos:
Pero, prescindiendo de las dificultades tc-
nicas, de mi castellano defectuoso y de las
dificultades de pronunciacin de Borges,
quien hablaba rpido y poco comprensible-
mente, omitiendo tambin mi impaciencia,
mi orgullo y mi rabia, tristes consecuencias
del doloroso exotismo y del consiguiente
aprisionamiento en lo extranjero, cules
eran las posibilidades de comprensin en-
tre esa Argentina intelectual, estetizante y
filosofante y yo? A m lo que me fascinaba
del pas era lo bajo, a ellos lo alto. A m me
hechizaba la oscuridad de Retiro, a ellos las
luces de Pars. Para m la inconfesable y si-
lenciosa juventud del pas era una vibrante
confirmacin de mis propios estados an-
micos, y por eso la Argentina me arrastr
como una meloda, o ms bien como un pre-
sentimiento de meloda. Ellos no perciban
ah ninguna belleza. Y para m, si haba en
la Argentina algo que lograra la plenitud
de expresin y pudiera imponerse como es-
tilo, se manifestaba nicamente en los tem-
pranos estados de desarrollo, en lo joven,
jams en lo adulto [] Pero ellos no vean
en esto ningn atractivo, y esa lite argen-
tina haca pensar ms bien en una juven-
tud mansa y estudiosa cuya nica ambicin
consista en aprender lo ms rpidamente
posible la madurez de los mayores.
29
La literatura puede verse como un discur-so poltico-esttico que sirve para que el es-
critor se deslinde del grupo oficial y tambin
para resaltar su propio proyecto potico, ba-
sado en el tratamiento de lo bajo, lo inculto,
lo popular, lo satrico; frente al europesmo que Gombrowicz critica porque crea imita-
dores de Proust y de lo refinado en Polonia
o Argentina, su obra literaria se asienta en
lo absurdo, lo ridculo y lo bajo, como pue-
de observarse en los cuentos de Bakaka o en la novela Trans-Atlntico. Todo empe-o juvenil que trate de abrir un nuevo ca-
mino a las formas literarias es bienvenido
por Gombrowicz; a la inversa, todo intento
de apropiacin de lo vanguardista por par-te de los europeizados para terminar lle-
vando a cabo obras repetitivas que imiten
otras creaciones, sin aportar nada nuevo en lo formal, es visto con ojos irnicos, con una
mirada que busca ridiculizar. En su ensayo
La novela polaca, de Formas breves (otro libro que tambin integra diferentes discur-
sos, incluyendo el de la crtica literaria, la
autobiografa, el cuento y el ensayo), Ricar-
do Piglia recuerda aquella escena de Trans-
Atlntico en la que el personaje Gombrowicz
se encuentra con una personalidad literaria
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del grupo Sur, Eduardo Mallea, quien posa de refinado y erudito y se pasea por el in-
fierno de las influencias: cada vez que Gom-
browicz habla le hace ver que todo lo que
dice ya ha sido dicho por otro. Despojado
de su originalidad este europeo aristocrti-
co y vanguardista se ve empujado casi sin
darse cuenta al lugar de la barbarie. En-
tre lneas, se sugiere que la forma de com-
batir la pedantera institucionalizada es
mediante la irona y la repeticin invertida
del gesto del oponente. En los recursos de
la irona, la inversin, la stira, el cruce de
gneros literarios, as como la nocin de lo inacabado e inmaduro, se basa la escritura de Gombrowicz; el Diario argentino es, por lo tanto, un mosaico de frases y reflexiones
que, ubicadas en el trasfondo de las ancdo-
tas gombrowiczianas, permiten percibir el
proyecto literario de su autor: sin rodeos ni
concesiones, es ms soberbio que su retador,
as sea un joven que lo admira y que no por
eso deja de provocarlo, as sea alguien que
se interese en sus textos:
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Roby me sorprendi poco antes de su visita
a Buenos Aires nunca nos habamos es-
crito con una carta enviada de Tucumn
en la que me peda le enviara Ferdydurke
en la edicin castellana:
Witoldo: algo de lo que dices en la in-
troduccin a El matrimonio me ha intere-
sado esas ideas sobre la inmadurez y la
forma que parecen constituir la trama de
tu obra y tienen relacin con el problema
de la creacin.
Claro est que no tuve paciencia para
leer ms de veinte pginas de El matrimo-
nio
Luego me pide Ferdydurke y escribe:
Habl con Negro es su hermano, el libre-
ro y veo que sigues atado a tu chauvinismo
europeo: lo peor es que esa limitacin no te
permitir lograr una profundizacin de este
problema de la creacin. No puedes com-
prender que lo ms importante actualmen-
te es la situacin de los pases subdesarro-
llados. De saberlo podras extraer elementos
fundamentales para cualquier empresa.
Con esta muchachada me hablo de t
y consiento en que me digan lo que les
viene en gana. Comprendo tambin que
prefieran, por si acaso, ser los primeros en
atacar nuestras relaciones distan mucho
de ser un tierno idilio. A pesar de eso la
carta me pareci ya demasiado presuntuo-
sa qu se estaba imaginando? Contest
telegrficamente:
ROBY S. TUCUMN SUBDESARROLLA-
DO NO HABLES TONTERAS FERDYDUR-
KE NO LO PUEDO ENVIAR PROHIBICIN
DE WASHINGTON LO VEDA A TRIBUS
DE NATIVOS PARA IMPOSIBILITAR DE-
SARROLLO CONDENADOS A PERPETUA
INFERIORIDAD TOLDOGOM
A partir de la lectura de Gombrowicz,
otros escritores (adems de Vila-Matas y Pi-
glia) han reflexionado sobre el diario como
gnero literario. Su gran traductor, Sergio Pitol, ha desarrollado parte de su obra lite-raria en torno a la conjuncin de dos gneros:
el ensayo y la novela, pero la autobiografa y
las formas del diario no estn ausentes de
aqulla. Por su parte, Juan Villoro entiende
el diario del escritor polaco como un ejemplo
de oposicin ante la vida cotidiana aburrida y absurda. El diario como gnero personal e
ntimo es, de hecho, un registro de los das cotidianos; publicar los diarios de un escri-tor significa que el gnero ofrece una signifi-
cacin implcita, oculta, en donde radica su fuerza potica: decir algo y decir otra cosa
simultneamente, en una intencin y una
tentacin poticas. Ante el mundo regido por
la tecnocracia, el escritor propone diversas formas de escape, que tambin son, parad-
jicamente, formas de resistencia:
La sociedad del Costco, el Corte Ingls y
el alto rating ha trado una homologacin de lo cotidiano. La psicologa, las aflicciones y
las formas de relacin estn tan catalogadas
como un almacn. Narrar la vida comn sig-nifica abordar conductas previsibles. Cmo
encontrar la singularidad sin salir del orde-nado acervo de lo diario? La respuesta de Witold Gombrowicz consiste en aquilatar la
inexperiencia. Asesino de la hora actual,
guarda sus das como si se desconociera (no soy yo lo que est pasando conmigo), desor-
dena lo que crea saber. Guiado por la nica
conducta que garantiza aprendizaje: la in-
madurez: Quin decidi que se debe escri-
bir cuando slo se tiene algo que decir? El
arte consiste en precisamente en no escribir lo que se tiene que escribir, sino algo comple-
tamente imprevisto.
En su proyecto literario, lo imprevisto re-
presenta para Gombrowicz aquellos caminos
que no repitan lo dicho por predecesores en el
mismo orden, con la misma intencin; se tra-ta, posiblemente, de encontrar un estilo cuya
forma exprese una potica: lo inmaduro fren-
te a lo consagrado, lo desautorizado contra el
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canon, lo marginal frente a lo autolaudatorio. Es posible que la estancia y las experiencias
acumuladas en Argentina hayan terminado
por fijar, definitivamente, la percepcin de un
ya no tan joven Gombrowicz que vio la madu-
rez de sus das en medio de la pobreza, la ex-
centricidad, el ninguneo, el trabajo cotidiano
en el banco, donde se puso a escribir Trans-Atlntico. El desasosiego y el ahogo de lo coti-
diano quedan de manifiesto en esta cita:
Desde hace tres aos, desgraciadamente,
me desvincul del arte puro. Mi trabajo li-
terario no es de aquellos que se pudieran
practicar de pasada los domingos y das
festivos. Comenc a escribir este diario
precisamente para salvarme, por miedo a
la degradacin y a la inmersin definitiva
en la marea de vida trivial que me llega ya
hasta la boca. Pero resulta que aqu tam-
poco soy capaz de un esfuerzo pleno. No se
puede ser una nada durante la semana
para lograr existir el domingo. Ustedes,
periodistas, consejeros respetables y aficio-
nados no debis temer nada. Ya no los ame-
naza ninguna presuncin ma, ningn mis-
terio. Al igual que ustedes, que el universo
entero, me deslizo hacia el periodismo.
La figura de Gombrowicz est presente,
de manera muy especial, en la novela Res-
piracin artificial de Ricardo Piglia. El fil-
sofo polaco que llega de Europa a Sudam-
rica durante las hostilidades de Hitler se llama Tardewski. Ha abandonado por nada
su doctorado en filosofa con Wittgenstein y
prepara alumnos para presentar exmenes
de admisin en una modesta provincia de la Argentina. El retrato de este intelectual,
que decidi fracasar con plena conciencia, es
Gombrowicz. El personaje mitad ficcin y mi-
tad realidad que crea Piglia en su novela, que
descubri el horror de Kafka cuando descu-
bre que ste, en su Diario (otra vez), escribi
sobre su encuentro en Praga con quien sera
el Fhrer, y cuya escena no puede ser ms kafkiana al escribir un ensayo en ingls, tra-
ducido al espaol por alguien desconocido y
publicado en un diario argentino, sin conocer exactamente lo que ah se dice por su descono-
cimiento de esa lengua, y justo en la maana
en la que entran en su habitacin para robar-
se las escassimas pertenencias que le queda-
ban, no puede ser ms kafkiano que Kafka,
pero lo es: en el peridico, el nombre del au-
tor es Tardowski, no Tardewski; la referencia ya indica la idea de alguien que ha llegado
tarde a todo, que siempre estar marginado.
Cuando sale a buscar en el peridico el texto que lo registrar como el propietario del des-
cubrimiento de la entrevista entre Hitler y el
autor de El proceso, Tardewski descubre un error en su nombre; que no entiende el texto
en espaol; y que, cuando vuelva apesadum-
brado a su miserable habitacin, encontrar
los restos del naufragio al notar que ha sido
robado. En un gesto de vanidad, quiso publi-
car su noticia sobre ese encuentro espeluz-
nante. Lo kafkiano (y en esto Piglia tambin
sugiere un gesto de lo gombrowicziano, el
fracaso azaroso pero, tambin, decidido por
el que lo padece) aparece en todo su esplen-
dor en el siguiente fragmento: Era ridcu-
lo, bien pensado. Publicar en La Prensa, en plena guerra mundial, un artculo traducido del ingls para asegurarme as la propiedad intelectual de un futuro libro y recibir como
respuesta un robo real. No era una leccin? Yo haba actuado como un acadmico ridculo [] un universitario sin universidad, un po-
laco sin Polonia; un escritor sin lenguaje. Es
probable que el Gombrowicz histrico haya
sentido lo que su homlogo Tardewski sinti
en esa escena tragicmica: Al lado mo, cual-
quier personaje de Kafka, por ejemplo Gre-
gorio Samsa, poda considerarse un hombre satisfecho.
La ubicacin perifrica de Gombrowicz
del orbe literario e intelectual rioplatense se ha convertido en todo un referente actual de
33
la cultura argentina, que busca en el escri-
tor polaco algo de la identidad multicultural que la conforma. La figura de Gombrowicz
tambin refleja la dignidad del escritor in-
comprendido. Ricardo Piglia vuelve al autor polaco en su ensayo El escritor como lec-
tor. Para cerrarlo, recuerda la ancdota con
Jacobo Muchnik, editor fundamental de la
segunda mitad del siglo XX, que quera ree-
ditar en Argentina, en 1960, la traduccin al
espaol de la novela que aqul haba escrito
en Polonia. Muchnik le propone al escritor
una edicin de 10 000 ejemplares y le ofrece
como anticipo un tercio de los derechos. Eso es lo de menos, le contesta Gombrowicz. Yo
estoy dispuesto a autorizarle esa edicin,
si usted se compromete a editar otro libro muy importante que estoy escribiendo. Us-
tedes me hacen un contrato de edicin del Diario argentino, y yo les autorizo a editar
Ferdydurque. Muchnik le responde que
no puede comprometerse sin haber ledo el libro. Y entonces, cuenta Muchnik, sin
quitarme los ojos de encima, Gombrowicz
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se llev las manos al bolsillo del saco, extra-jo un par de pginas escritas a mquina y
me las alcanz por encima de mi escritorio.
Muchnik le sugiere que se las deje para leer.
No, insiste cortante Gombrowicz. Dos p-
ginas se leen en un momento, lalas ahora, yo espero. Entonces Muchnik se puso a leer,
con Gombrowicz delante, y ese texto dice
Muchnik, me atrap desde la primera frase.
Pero cuando termin de leerlo le dije, bueno,
es extraordinario, pero no puedo comprome-terme a publicarlo sin conocer todo el libro. Gombrowicz no me respondi, se puso de
pie. Por encima del escritorio me quit sus
dos hojas, murmur algo que no s si fue un
insulto o un saludo de despedida, y sin ms
gir sobre sus talones y se fue. Prefiri no
reeditar Ferdydurque, no recibir el dinero del anticipo que seguro necesitaba porque
quera ver publicado el Diario argentino. El Diario argentino de Gombrowicz es
una seleccin de pginas que ste tom de su
Diario, una obra monumental editada en tres volmenes. Los fragmentos argentinos anun-cian su interrupcin cuando W. G. anuncia
que ha recibido una invitacin para pasar una
estancia en Alemania. Hay relatos de su viaje
en barco hacia Europa; a Argentina, lo sabe,
no ha de volver. El estilo irnico y satrico de
Gombrowicz no decrece cuando ya est en el
otro continente. Su reconocimiento como un escritor de primer nivel en Europa y Amri-
ca lleg tardamente, pero ahora puede dedi-carse, con mayor tiempo, a la literatura. Seis
aos pasarn despus de su regreso de Argen-
tina, hasta que una enfermedad respiratoria
acabe con su vida. En sus ltimos aos, deci-di que Francia sera su residencia, en medio
del respeto mundial que haban suscitado sus
novelas, su diario y sus ensayos. Sin embargo,
siempre se permiti el gesto irnico dirigido a quienes se sentan superiores por acceder a la
cultura (a las ineptitudes de la inepta cultu-ra, en palabras de Lpez Velarde) y a s mis-
mo. Gombrowicz cierra su Diario argentino:
Las institutrices? Las institutrices?
Mlle. Jeanette, luego Mlle. Zwieck, suiza
adiestrndonos en la infancia en francs
y en urbanidad, hace ya de esto muchos
aos, en Maloszyce. Insertas en el fresco
y agreste paisaje del campo polaco, como
dos papagayos. Mi aversin al idioma fran-
cs no fueron acaso ellas quienes me lo
imbuyeron? Y Pars? No es para m hoy
como una gigantesca institutriz francesa?
El leve baile de Mlle. Jeannette y Mlle.
Zwieck alrededor de la Torre Eiffel, en la
plaza de la pera No son ellas acaso las
que vuelan sobre las aceras?
Fuera, fuera, ninfas ridculas que de-
gradan mi ataque a Pars!
En su estancia final, en Francia, Gom-
browicz alcanz a dictar algunas lecciones
de lo que hubiera sido un curso de filosofa,
un poco para distraerse de los momentos agnicos que lo aquejaban y lo tenan pos-
trado. Esas lecciones filosficas aparecieron
en forma de libro pstumo gracias a Marie-
Rita Labrosse (Rita Gombrowicz), la mujer
que conoci a su vuelta a Europa y con quien
se cas, con el ttulo de Curso de filosofa en seis horas y cuarto. Kant, Schopenhauer, He-
gel, Marx, Nietzsche y Sartre forman parte
del programa; en realidad, son ellos el centro de las conversaciones de Gombrowicz con su
esposa y su amigo Dominique de Roux. Ms
all del dramatismo existencialista que, po-
dramos pensar, apareci como una niebla oscura en la habitacin, slo destaco el ep-grafe del libro que pone en escena, nueva-
mente, la ubicacin excntrica (en el doble sentido del trmino) de Gombrowicz: Es
para m un misterio que libros interesantes
como los de Schopenhauer (y los mos!) no
encuentren lectores.
Todas las citas proceden de: Witold Gombrowicz, Diario argentino, traduccin de Sergio Pitol, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2006.
35
El convertidor de sueos
Mario Islasinz
Luego de finalizar mis estudios en una de
la universidades ms costosas en 1987, de-
cid quemar los cuatro ttulos obtenidos en
un acto contracultural frente a la rectora de dicha Institucin. Tena 26 aos y todo
un recorrido con una serie de personajes del
medio literario (desde los 18 aos), en talle-res, reuniones, encuentros, viajes, lecturas,
cantinas, hasta en sus propias casas y en las
de sus amantes, desafortunadamente hoy la
gran mayora estn muertos (sus amantes
no), y no se valdra hablar de ellos, aunque
los que an tienen la vida necesaria para ca-
llarme el hocico, s que lo haran sin compa-
sin alguna, pero ese no es el caso, lo que s
viene a tema es que me regres al terruo no
sin antes recibir una andanada de adverten-cias de vivos y muertos; ms las promesas
de compartir un alto puesto en la empresa familiar logr que los escuchara con admira-
cin s, lo confieso, pero sin la atencin que
despus me retumbara y contina jodin-
dome las pocas neuronas sanas que me res-
tan en el cerebro salvadas por haber dejado
de beber, algo que hice desde los once aos
hasta los treinta y uno, momento en que al-
cohlico ya, decid de golpe interrumpir ese
horroroso deporte en el que estuve inmerso
veinte largusimos aos con la singular ale-gra de hacerlo a diario.
Ello me vali perderlo todo, y a dos aos
de casado sin empleo y con temblores hasta
en las uas, me sent una madrugada lue-go de diecisiete regaderazos con mi amada
a platicar lo que en mis das y noches de de-
lirios haba decidido: volver a la literatura
como forma de vida. Recuerdo que me mir
un tanto sorprendida, pues si bien de vez en
cuando me vea cmo me le arrimaba a darle a las teclas de mi vieja mquina, tambin
acepto que todo lo escrito se hallaba rega-
do en una casa contigua en donde me reuna con los riquillos de la ciudad a dizque tocar
rock, puros pretextos. Sin embargo y a pesar
de su extraeza asinti, yo creo por los ester-
tores que vea que estaba sufriendo mientras
me desintoxicaba de aquellos veinte aos de
alcohol. Hicimos el amor hasta que se qued
dormida, en diciembre cumpliremos veinte aos de casados y tenemos dos hermosos hi-
jos varones, no tuvimos nias, yo guard la
esperanza de que alguno me saliera gay para
regalarle vestidos y peinarlo, pero al comen-
trselos terminaron con mi ilusin de padre
deseoso de organizar unos quince aos con
toda la pompa, hoy ren cuando lo comentan
con amigos y amigas.
Por esos das comenc a hacer llamadas a los cuates, recog lo tirado en la casa de al lado, incluso la limpi e intent hacer un estudio con los libros que guardados en ca-
jas, se vieron de pronto en estantes y libre-
ros, bueno, hasta me compr un ordenador de esos de pantalla verde. Los cuates empe-zaron a responder, los menos, y comenc a
publicar en suplementos y revistas del pas,
tom tanta fuerza que me lanc a las calles
con la firme idea de toparme con otros y otras
como yo. A los que me top resultaron ser
puros despojos que haban estado en otros
talleres y en otras ciudades, en sta no haba
nada, lo que se llama nada, ah empezaron
a retumbarme las advertencias escuchadas haca ya cuatro terribles aos, a tal grado
que me envalenton tanto, que a la semana
de mi salida en bsqueda de hacedores como
36
yo, inici un taller de creacin literaria con
los despojos humanos recogidos en mi andar
la ciudad. No sabra decir cmo es que empe-
zaron a llegar personas jvenes, inquietas,
con ganas de decir algo, aqu debo reconocer
que a su vez se allegaron otros no tan jve-
nes, pero con el mpetu necesario como para comentar que aquel taller dur diez aos,
el Parmnides Garca Saldaa en honor al
creador de la novela Pasto Verde y otras bel-dades como El Rey Criollo y ms, oriundo de esta ciudad y quien por cierto y para no
variar, tena ya algunos aos de haber fa-
llecido, mejor, como la ta Chofi de Sabines
que a nadie le haca falta. Junto con aquel
taller, las primeras ediciones surgieron lue-go de varias lecturas que hicieron mella en
el maltratado cerebro de un servidor, en es-pecial una de un nobel que no debo mencio-
nar, pues tambin est muerto. Recuerdo
que la titul Escritos del tendedero, ya que
los colgaba en los parques y en plazas de la
ciudad a travs de un cordn inmenso y con
pinzas de ropa sostena los ejemplares que
semana a semana iba editando, fueron ca-torce y segn el contador de una copiadora
hoy extinta, tir ms de diez mil ejemplares,
la locura ya me haba hecho su presa, pues
a cada ttulo que haca por semana le pona:
se tiraron un sinfn de ejemplares, motivo
de bromas de varios cuates a nivel nacio-nal. Cuando la copiadora feneca, alcanc a sacar una coleccin: El retorno de Quetzal-
catl en donde les publiqu a cada uno de
los integrantes del taller su primer libro, ya
no s cuntos ttulos fueron, ni cuntos pa-
saron en esos diez aos por el taller, lo que
alcanzo a rescatar son los nombres que les
di a las colecciones que saqu en ese largo
periodo, mencionar slo algunas, porque
el espacio en el papel es poco y se me pidi
algo sobre lo que hablar ms adelante: Llo-
vizna de letras, El rey criollo, El ao que la
abuela descans, etctera. Al mismo tiempo
que haca suceder todo esto, tuve otro sueo
que convertir y este fue hacer una revista li-
teraria que titul Pasto Verde, para que el
rendimiento de honores fuera an ms com-
pleto, aunque tampoco hiciera falta, bueno,
pues logr de 1993 a 2003 cuarenta y ocho
nmeros en donde inclu a ms de mil escri-
tores y escritoras del pas y del extranjero,
amn de artistas plsticos en igual nmero
que las revistas editadas, ya que le otorgu
un nmero a cada artista plstico, con ella
obtuve dos reconocimientos a revistas inde-pendientes y los cumpl cabalmente, es ms,
hasta me pas. Se termin aquel taller afor-
tunadamente y surgieron otros, El cenculo
del jueves, el memorable La comuna irrea-
lista y otros ms que se fueron dando a lo
largo y ancho del pas.
Sobra comentar todos los inconvenientes a los