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La profecía del guerrero

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LA PROFECÍA DEL GUERRERO

V.M. CAMERON

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© Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por parte de personas no autorizadas expresamente. La infracción de

esta cláusula traerá como consecuencia la puesta en marcha de todos los procedimientos legales pertinentes.

Título original: La profecía del guerreroFotografía y portada: © Todos los derechos reservados a V.M. Cameron.

Edición y maquetación: V.M. Cameron1ª edición: Octubre 2020

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Para mi tío Luis, feliz cumpleaños.

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ÍNDICE

PrólogoCapítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIICapítulo IXCapítulo XCapítulo XICapítulo XIICapítulo XIIICapítulo XIVCapítulo XVCapítulo XVICapítulo XVIICapítulo XVIIICapítulo XIXCapítulo XXCapítulo XXIEpílogoAgradecimientosSobre la autora…

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Las primeras pobladoras de la isla fueron ellas, las brujas.

Se llamaban finnè en las tierras lejanas de las que procedían sus ancestros, eran criaturasmágicas, seres de luz.

—Finnèan también se traducía como «Tierra de brujas» en la lengua antigua—.

Era un lugar hermoso, por eso atrajo a muchas personas:campesinos, mercaderes y, poco después, también valientes caballeros,

nobles, rebeldes princesas e incluso reyes.

Finnèan era un buen lugar… […]

1ª crónica de Finnèan, la Isla de las Brujas. Velann O’Sheran, 994 d.C.

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Prólogo Isla de Finnèan, Hébridas. Escocia. 1404.Le dolía tanto la cabeza que le resultaba difícil mantenerse en pie. Por eso tuvo que tomar

asiento ante ese hombre cuyo nombre ni siquiera lograba recordar con claridad.—Lord… Sullivan —consiguió decir por fin—, entended que… ni siquiera alcanzo a

comprender qué queréis de mí, qué me estáis pidiendo. Sé que mi hermano Collin fue el prometidode vuestra hija mayor durante más de diez años, pero yo no puedo devolverlo a la vida. Me temoque no hay nada que me sea posible hacer al respecto.

Ese hombre había aparecido sin previo aviso allí, en sus tierras, y Seth se sentía furioso alverlo sentado frente a él con una mueca orgullosa, como si hubiera algo que hacer para resucitar aCollin. Ojalá lo hubiera.

—El trato estaba claro, McAllister. Mi hija Odette se casaría con el duque de Finnèan ygobernador de la isla. Ese fue el acuerdo al que yo llegué con vuestro padre hace una década.

Seth apretó los dientes. De verdad que ese Sullivan era un cabeza dura. Con disimulo, Seth sellevó una mano a la cabeza y palpó sus sienes. Su piel ardía en fiebre.

—Ya os he dicho que… que mi hermano Collin ha muerto. Lo siento, Lord Sullivan, pero elacuerdo ha terminado.

—No, ¡me niego! —El hombre, grande y gordo, dio un golpe sobre la mesa. Su bigote pareciólevantarse como por arte de magia, fruto de su enfado—. Exijo que cumpláis con vuestra parte,McAllister.

Seth no daba crédito a lo que estaba escuchando.—No puedo ayudaros, lord Sullivan, ¡por enésima vez os lo digo! —gruñó—. Mi hermano ha

muerto y yo soy el primero que ha sufrido por su pérdida. Lo único que se me puede ocurrir es…no lo sé, quizás ofreceros a alguno de mis primos más jóvenes, organizar un matrimonio convuestra hija.

Para su sorpresa, Sullivan negó con la cabeza sin ningún tipo de duda. Después levantó undedo gordo con un anillo plateado y lo señaló directamente a él.

—Vos, McAllister. Vos sois el nuevo duque de Finnèan, así que doy por hecho que vos soisquien va a desposar a mi hija Odette.

Seth abrió mucho los ojos. ¿Cómo demonios había llegado ese viejo loco a esa conclusión?Pensó que tenía que negarse como fuera, quizás decirle que él ya estaba comprometido con algunaotra dama.

—Me consta que estáis soltero y libre de compromiso —masculló Sullivan.Seth tuvo que morderse la lengua. No tenía ninguna escapatoria, al parecer ese hombre había

realizado sus deberes antes de presentarse ahí, en su castillo de la isla de Finnèan.—No puede ser. Yo soy uno de los soldados escogidos por el rey para batallar en Normandía,

mi contrato con la Corona permanecerá en vigor durante diez años y me temo que comienza estemismo año. Así que, a no ser que tengáis interés en que vuestra hija Odette me espere durante diezaños… ¿qué edad tiene la dama?

—Veintidós años —contestó Sullivan con un gruñido.Seth esbozó una sonrisa triunfal, alzando una mano.—¿Veis? Me esperaría durante demasiado tiempo. Pero, de nuevo, os ofrezco arreglar un

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matrimonio con alguno de mis primos más…—Ni lo soñéis, McAllister —lo interrumpió Marcus Sullivan una vez más—. Me consta de

primera mano que aún no habéis firmado el contrato para ir a luchar a Normandía. Sois un hombrelibre ante los ojos del rey y de Dios.

Seth apretó la mandíbula al escuchar eso.—No lo he firmado aún porque mi hermano pequeño se ha caído de su caballo y ha muerto —

murmuró entre dientes, tratando de contener la rabia que comenzaba a sentir.Ese Sullivan se estaba convirtiendo en algo más que un fastidio. Los ojillos azules y

calculadores de ese hombre le dejaron claro que había algo que estaba maquinando. Algo quearruinaría todos los planes de Seth.

—Entiendo que vos no teníais ninguna intención de ejercer como duque antes, lo comprendo deveras. Vos sois un hombre de guerra, Seth, un soldado que no se siente completo cuando está fueradel campo de batalla. —Era evidente que sus palabras querían llevar la conversación hasta otropunto, conseguir ganarse su simpatía de algún modo—. Pero hace diez años firmé un acuerdo convuestro padre, Mick McAllister, y me importa bien poco si el duque de Finnèan se llama Seth,Collin o María Antonieta, debéis honrar la palabra de vuestra familia. Mi hija Odette será unaMcAllister, la nueva duquesa, y no hay más que hablar. Así que os casaréis con ella, aunque esamisma tarde partáis a Normandía. Si os rehusáis, acudiré al rey y, creedme, por mucho que osaprecie en el frente, no le hará tanta gracia que hayáis roto el contrato de una década con mi clan.No tengo más que decir.

Seth suspiró, dejándose caer sobre esa silla de madera, derrotado. Sabía que nada de lo quepudiera decirle lo libraría de ese odioso hombre y de su dichosa hija. Todo apuntaba a que, pormucho que lo intentara, no podría deshacerse de la vieja promesa de su padre. Seth tendría quedesposar a Odette y convertirla en una McAllister.

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Capítulo I Tres meses más tarde…La boda fue hermosa. Todo estaba decorado con un gusto exquisito y la comida que se brindó

en el banquete era absolutamente deliciosa. Odette contemplaba la fiesta a su alrededor, sentadaaún en el lugar que había ocupado durante todo el banquete. Frente a ella, una banda de músicatocaba canciones tradicionales con las que una gran cantidad de los invitados bailaba. Ellaprefería permanecer ahí.

Sila, su ama de compañía, se acercó a ella por la espalda.—¿Dónde está vuestro marido? —le preguntó.Odette se encogió de hombros. No tenía ni la menor idea de dónde se había metido Seth

McAllister… pero era mejor así. Ese hombre le daba miedo y prefería no tenerlo cerca.Seth no era como Collin. Había visto a Collin tres o cuatro veces antes y, aunque no lo conocía

bien, había tenido mucho tiempo para inspeccionarlo y hacerse a la idea de cómo sería pasar elresto de su vida junto a él. Collin era algo más joven que Seth, con el cabello corto, a la modaeuropea, y con unos modales perfectos para un caballero. Sabía defenderse con una espada, desdeluego, pero también conocía rimas y poesías, así como idiomas y contabilidad. En cambio, ¿SethMcAllister? Parecía un animal. Tan alto como una montaña y con el cabello oscuro y largo, Seth lahabía aterrorizado en cuanto lo había visto. Ni siquiera se había podido fijar demasiado en esosojos azules, pues algunas cicatrices cruzaban su ceja izquierda y un par de finas líneas blancas ensu mejilla le daban un aspecto casi felino. La sola idea de pasar una noche a solas con ese hombreera tan intensa que la hacía marearse.

—Quizás se haya acostado —respondió, sin esconder el poco interés que le generaba dóndedemonios podía estar ese hombre.

Pero, a pocos metros de ellas, unos niños pasaron corriendo frente a la mesa. Llevaban sendasde espadas de madera entre sus manos y parecían más que emocionados por algún tipo deacontecimiento.

—No corráis con esas espadas, tened mucho cuidado —les advirtió una de las invitadas a laceremonia, quien, seguramente, era madre de alguno de los críos.

—¡El señor McAllister nos va a enseñar a pelear! —respondió uno de ellos, sin frenar suvelocidad ni tan solo un poco.

Oh, por supuesto que sí. El guerrero iba a enseñar a pelear a unos niños que hasta hacía pocotiempo aún iban en brazos. Odette se obligó a sí misma a levantarse de la silla, componiendo unamueca de disgusto. A su alrededor, varias personas se giraron para mirarla, pero ella ignoró laatención que le brindaban. Odette sabía que estaba hermosa, era el día de su boda y Sila la habíapreparado durante horas y horas: había peinado su cabello dorado, le había enfundado un hermosovestido blanco y le había aplicado cremas y carmines en las mejillas y los labios para hacerlaresultar lo más bella posible. Y lo había conseguido.

—Ven, Sila —le pidió a la joven ama.Ambas caminaron en la misma dirección en la que habían corrido los niños. Lo hicieron con

lentitud, fingiendo que tan solo paseaban. A Odette no se le pasó por alto la mirada significativaque le dirigía su madre, Loraille Sullivan, desde la mesa en la que se encontraba sentada, pero nopudo corregir su comportamiento ni ordenarle que permaneciera sentada por dos razones: porque

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estaba demasiado lejos de ella como para hacerlo y, sobre todo, porque Odette ahora era unamujer casada y, por lo tanto, ya no debía obedecer a sus padres. Todo lo que sucediera a partir deese momento sería entre su marido y ella.

Se alejaron de ese banquete al aire libre poco a poco. El cielo aún permanecía azul, lo cual eraextraño para esa isla escocesa en la que abundaba la lluvia, pero ese día de agosto, el clima habíadecidido colaborar para no arruinar la fiesta.

—¿Estáis bien, señora? —preguntó Sila, observándola con gesto preocupado.Odette le quitó importancia con un gesto de su mano.—Estoy bien, solamente tengo curiosidad.—¿Por qué?—He escuchado a los niños decir que McAllister va a enseñarles a luchar. Me gustaría ver

eso.Cruzaron una de las esquinas del castillo y las dos jóvenes pudieron descender poco a poco

hasta una pequeña explanada de piedra blanca situada a varios metros del castillo. Presentaba unaligera elevación sobre el mar, pero el agua azul estaba muy cerca de ese lugar. Odette se detuvo uninstante y tomó aire de forma profunda. Olía a sal y a flores, era un olor tan puro como ella habíaimaginado durante años al pensar en esa isla. Llevaba toda su vida sabiendo que algún díaacabaría allí y que sería la duquesa de Finnèan… pero nunca imaginó que su compañero terminarasiendo Seth.

Odette había encajado la muerte de Collin con dolor, pero no podía ser hipócrita consigomisma ni fingir que lo amaba. No había podido hacerlo, si apenas lo conocía, pero sí amaba lossueños que había cosechado durante tantos años, sueños en los que ella era feliz en esa hermosaisla. Sueños que ya no se cumplirían.

—Creo que es una idea muy buena que el señor Seth enseñe a los niños a pelear. Estoy segurade que ellos se sentirán muy honrados de que un guerrero tan importante como él pase parte de sutiempo con ellos —comentó Sila.

Odette chasqueó la lengua, molesta.—Los niños no deberían luchar, sino todo lo contrario. Los niños deben aprender a convivir y

a compartir, no a odiarse y a hacerse daño.La idea de casarse con un soldado le había parecido terrible desde el principio. Conocía a los

guerreros reales: eran hombres sin ningún tipo de conciencia ni delicadeza, monstruos capaces deasesinar y sembrar el caos indiscriminadamente.

En esos momentos comenzaron a escuchar las risas y gritos que llegaban hasta ellas. Odette ySila se acercaron un poco más al lugar del que provenían esos sonidos y fueron capaces dedistinguir a una docena de niños y adolescentes y también a tres hombres adultos que losacompañaban. Todos ellos tenían espada y escudo y luchaban por turnos en el centro del círculoque habían formado.

Odette guardó silencio mientras los observaba y no tardó en darse cuenta de que no había nadade violento o terrible en aquello que estaban haciendo: tan solo jugaban. Su esposo, que rondabael metro noventa de altura y cuya inconfundible melena cobriza y oscura estaba despeinada por elviento, luchaba contra uno de los niños más pequeños, de apenas nueve o diez años. El pequeñoarremetía contra Seth con pura concentración y movía las piernas tal y como sus maestros lehabían enseñado, como si estuviera ejecutando una complicada danza. Seth, frente a él, paraba losgolpes con elegancia y dejaba que el pequeño pusiera todo de su parte para intentar vencerlo, perolo trataba con una delicadeza que, sin duda, era digna de ser remarcada.

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—A mí me parece algo divertido y tierno —comentó Sila.Odette se mordió la lengua y no contestó. No tenía nada malo que decir en esa ocasión, al

menos no mientras veía el respeto y el cuidado con el que esos muchachos se trataban entre ellos.No era precisamente una batalla sangrienta.

Tras parar un último golpe, Seth sonrió y le revolvió con cariño el cabello negro al niño con elque había estado «luchando». Después se arrodilló y le susurró algunas palabras que Odette nopudo escuchar desde allí. Segundos más tarde, como si algo en él pudiera sentirla ahí, SethMcAllister alzó la mirada hasta posarla en ella, Odette se la mantuvo sin dudar un ápice.

Con el viento rozando su rostro y el cabello rubio oscuro flotando alrededor de su cabeza,Odette clavó sus ojos verdes en la figura de Seth, sin poder creerse que ese hombre ahora fuera sumarido.

***

Odette estaba temblando, sentada sobre uno de los cómodos sillones de esa habitación. A su

alrededor, todo estaba construido en piedra y madera. La noche había caído y, curiosamente, nohacía frío afuera, pero ella no podía controlar el miedo que sentía en su interior.

Llevaba un largo rato esperando a su esposo en sus aposentos, sabiendo que él aparecería deun momento a otro, después de haber despedido a los invitados. Algunos de los hombres habíanpermanecido bebiendo en el gran salón del castillo, en la planta baja, pero la madre de Odette, sustías y sus hermanas habían insistido en cumplir la tradición y preparar a la novia para su nochenupcial. Odette habría preferido saltar desde la torre del último piso antes que tener que pasar unminuto escuchando los consejos íntimos de las mujeres de su familia, pero no tenía más opciónque soportarlo. Al fin y al cabo, lo peor estaba por llegar.

Se puso en pie, vestida con un camisón de fino lino plateado, después caminó hasta lachimenea de esas inmensas habitaciones. Era un lugar sin igual, a pesar de que su familia poseíaun castillo hermoso en las tierras de Elean, esa isla era una auténtica maravilla y saber que ahoraella era, junto a su esposo, la encargada de gobernar ese lugar le provocaba náuseas. Era unaresponsabilidad enorme.

Su madre le había aconsejado que se tranquilizara e incluso le había preparado una infusión dejengibre y lavanda con miel para controlar sus temblores, aunque no había tenido gran éxito alconseguirlo. «Será doloroso si no estás relajada», le había dicho su madre. Ella no quería pensaren eso, en que pudiera ser doloroso. Durante la siguiente hora, había escuchado una retahíla deconsejos a cargo de sus tías: cómo complacer a su futuro esposo, dónde tocarlo y cómo hacerlo,maneras de conseguir ganarse su confianza en el lecho… pero no, Odette no quería escuchar nadade eso. Jamás tocaría a Seth McAllister por propia voluntad, lo sabía.

Había algo en ese hombre… algo que la atemorizaba más de lo que podía explicar. Y eso queella no era una mujer que se asustara con facilidad.

La joven se acercó al pequeño fuego que ardía en la chimenea. En el castillo, los sirvientes lehabían dicho que era un día cálido y que no era necesario encender el fuego, pero una sola miradasevera por parte de Odette había sido suficiente para que una muchacha subiera a sus aposentos ypreparara una agradable lumbre. Observó el fuego con los ojos entrecerrados. ¿Qué sucederíadespués de esa noche? ¿En qué se convertiría su vida a partir de ese momento? Todos losinvitados a la boda se marcharían de la isla de Finnèan a partir del día siguiente y ella se quedaría

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allí sola, con Sila, pero sin ninguna de sus hermanas o su madre para ayudarla. Odette había salidode Elean con unos baúles de ropa y enseres personales y un maletín en el que guardaba algunas desus hierbas medicinales predilectas. Su padre le había prohibido trasladar sus libros y manuales ala isla, le había dicho, sin ningún tapujo, que Seth McAllister se llevaría una mala imagen de ellay su familia si aparecía cargada con un montón de libros, que era más recomendable que llevarajoyas para que su futuro esposo la percibiera como una mujer femenina y coqueta.

Bufó en voz alta al recordar las palabras de su padre. ¿Femenina y coqueta? ¿Y eso qué leimportaba a McAllister, si la había hecho llevar a sus tierras como si se tratara de comprarle unavaca lechera al vecino? Con Collin McAllister eso no habría sucedido así, estaba segura. Élcomprendería sus inquietudes por la medicina y la literatura. No pensaría mal de ella por susaficiones.

La puerta se abrió, sobresaltándola. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza, a pesar de queOdette se encontraba frente a la chimenea y sentía sus mejillas ardiendo. Contuvo la respiracióncuando lo vio, tan grande e imponente como esa mañana en la boda. Seth y ella no habían habladodurante la ceremonia, saltaba a la vista que no tenían nada en común. Él le había preguntado quecómo estaba al verla y le había tendido su brazo para acompañarla hasta el altar, Odette habíaaceptado su invitación con una inclinación de cabeza, sabiendo que no podía rehusarse, y, minutosmás tarde, se habían convertido en un matrimonio. Todo eso era tan frío que Odette sufría unasmolestas ganas de vomitar.

—Mi señora —la saludó él.Odette tomó aire y se apartó de la chimenea para acercarse a él unos pasos. Inclinó la cabeza

con educación en una pequeña reverencia.—Excelencia.Seth arrugó la nariz al escuchar eso, el tratamiento reservado para los duques. Aún le resultaba

difícil entender que ahora él era el señor de Finnèan. Durante los últimos años como soldado,incluso había ratos en los que olvidaba que provenía de la nobleza, pensaba que esa vida noestaba hecha para él. Escudos, espadas y una razón por la que luchar, eso era todo lo quenecesitaba.

—Creo que no existe razón alguna para que nos tratemos con formalismos, ¿no te parece?Odette se quedó mirándolo. ¿Qué pretendía? ¿Que lo tuteara? Enarcó una fina ceja rubia.—Si vos lo deseáis así… quiero decir, si lo deseas así.La observó, por fin sin mil capas y vestidos sobre su piel y con el cabello suelto y liso sobre

su espalda. Seth no había podido observar a su esposa en todo el día, pues la presión habíapodido con él: todo el mundo lo miraba y esperaba de él que fuera galante, educado y refinado.No podía, simplemente, no podía hacerlo. Llevaba fuera de ese castillo desde que habíacomenzado a tener barba y Seth se defendía a la perfección con la espada y con la lanza, pero notan bien con los gestos finos y las elegantes danzas. Había algo en esa mujer que resultaba tanrefinado, tan delicado, que Seth se sentía fuera de lugar tan solo encontrándose en la mismahabitación que ella.

Se alejó un par de pasos de Odette, tratando de grabar en su memoria esos rasgos perfectos quehabía encontrado en ella: unos ojos rasgados y verdes, la nariz, recta y pecosa y sus labiossimétricos y rosados. Por un segundo sintió que estaba robando algo que le pertenecía a Collin. Sepreguntó si su hermano la había amado, nunca había tenido la oportunidad de preguntárselo.

—Lamento que las circunstancias se hayan dado de este modo —comentó—. Mi hermano…Collin era un buen hombre. Un alma valiosa.

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—Lo sé —respondió ella.Seth se giró de nuevo hacia ella.—Créeme, Odette, si hubiera tenido otra opción yo no te habría desposado.Esas palabras la forzaron a abrir la boca. Esa clase de honestidad resultaba, sin ninguna duda,

ofensiva. ¿Es que acaso nadie le había enseñado modales a ese tipo? Por supuesto que sí, ¡era elprimogénito de un duque! Pero Seth McAllister decidía saltarse las normas sociales de maneraconsciente, a pesar de conocerlas.

—Vaya… no sé cómo debería interpretar eso.Sabía que lo mejor era mantenerse callada, asentir a lo que el duque le dijera y dejarse hacer

para que esa noche acabara lo más pronto posible. Pero ella no era así, Odette no sabía mordersela lengua.

—No lo digo por ti, no estoy hablando de un asunto personal, Odette. Es solo que… yo soy unsoldado.

—¿De veras? —murmuró ella con evidente sarcasmo.Seth frunció el ceño. Estaba intentando ser sincero con ella y ella se estaba burlando. No

quería brindarle la misma mentira que todo el mundo había interpretado ese día durante su boda.Seth quería que ella supiera cómo iba a ser su matrimonio en realidad: allí no habría amor, allí, enla mayoría de las ocasiones, ni siquiera habría un marido, pues él se encontraría luchando encualquier lugar en el que lo convocaran. No iba a prometerle amor, ni fidelidad, ni cariño… nisiquiera amistad. No podía prometerle ni que fuera a regresar en diez años.

—Sé que ha sido una situación imprevista. Que tú esperabas desposarte con mi hermanoCollin, pero me temo que esta es la vida que nos ha tocado vivir ahora, Odette. A los dos —dijoél con la mayor honestidad de la que fue capaz—. Como parece que ya sabes bien, sin que yotenga que repetirlo, soy un soldado. Renuncié a mi nombre de duque hace muchos años, cuandoblandí una espada por primera vez y decidí que esa sería mi vida durante el resto de mi existencia.Y solo quería que supieras que este matrimonio no cambiará esa decisión.

Odette apretó los dientes. En realidad, eso le resultaba una sorpresa, en cierto modo. Sabía delpasado de Seth como guerrero, pero había asumido de inmediato que ser duque sería un destinomucho más agradable para él y que permanecería en la isla. Al parecer no lo era. Ella no creía alprincipio que él hubiera tomado la decisión de renunciar al ducado de forma voluntaria, sino que,quizás, alguien le había ordenado entrar al ejército y dejar el buen nombre del ducado de Finnèanen manos de su hermano Collin.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó ella—. ¿Que eres uno de esos guerrerosdespiadados y que abandonarás tus deberes como duque durante meses para irte a empezar algunaguerra?

—Yo no empiezo las guerras, mi señora, yo las termino.El porte orgulloso de Odette se vio una vez más cuando ella no pareció apocada en absoluto

por hablar con él cara a cara, de igual a igual.—No me importa el resultado. Sé cómo son las batallas, sé lo que sucede durante las luchas

armadas.El duque, para mayor ofensa, le dedicó una mirada petulante.—Lo dudo mucho, mi señora.Ella tuvo que apretar los labios en ese momento para no decirle un par de cosas bien claras. Si

bien ella nunca había luchado en un campo de batalla, conocía de primera mano el infierno queprovocaba una guerra.

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—¿A dónde quieres llegar? —le preguntó, poniendo los brazos en jarras.—Quiero que sepas la verdad, que conozcas cómo será nuestro matrimonio desde hoy hasta el

final de nuestra vida. Dentro de dos meses me embarcaré hacia Normandía junto al rey. Estamisma mañana, antes de nuestra boda, he firmado un contrato en el que me comprometo apermanecer a su servicio hasta el fin del Pacto de Ruan.

Odette se llevó una mano al cuello y, nerviosa, pellizcó la piel clara dejándose una ligeramancha rojiza tras su tacto. El Pacto de Ruan, mediante el cual el rey se comprometía a no retirarsus tropas de Normandía, había sido firmado ese mismo año.

—¿De cuánto tiempo estamos hablando?Fue entonces cuando Seth se acercó a ella de nuevo y se plantó frente a su cuerpo,

demostrándole cuán grande era. La camisa blanca dejaba entrever el vello cobrizo de su pecho yese kilt[1] de tartán moldeaba unas piernas fuertes y bronceadas. A Odette le costó mirarlo a losojos, esa mirada tan clara, contrastando con los rasgos del caballero, le volvía a provocarescalofríos. Aun así, se armó de valor y clavó sus ojos en los de él, sintiendo que ese hombrepodía ver cada una de sus debilidades con solo mirarla.

—Ahí está lo que quiero que entiendas, Odette. No se trata de eludir mis responsabilidadesdurante meses y luego regresar a esta isla, no. Mi contrato con el rey tiene una duración de diezaños.

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Capítulo II Odette sintió que sus piernas temblaban al escuchar esas palabras. No sabía si había escuchado

bien, no podía ser. ¿Diez años? No era posible, el duque no podía ausentarse durante tanto tiempo.No tenía ningún tipo de sentido.

—¿Diez años? —corroboró ella.—Ininterrumpidos.La joven se apartó un mechón de pelo del rostro con tanta fuerza que Seth temió que se hiciera

daño. Después, ella dio un nuevo paso hacia él.—¿Y qué pasa con el ducado? ¿Con la isla? ¿Quién realizará todas las funciones del duque?—Mi esposa —contestó él con simpleza.Odette necesitó de un buen rato para tomar esa información y asimilarla del modo correcto. No

entendía qué demonios estaba pasando ni qué quería decir ese hombre con eso.—¿Quién? —logró preguntar, a duras penas—. ¿Yo? —Cuando Seth asintió frente a ella,

Odette retrocedió unos pasos hasta apoyarse en la pared de piedra de la elegante habitación. Nodaba crédito a lo que estaba escuchando—. Pero yo no puedo asumir esa responsabilidad, yo… nohe sido educada para eso.

—Has sido educada para ser la duquesa de Finnèan, ¿no? —preguntó él—. Es lo que habríassido si te hubieras casado con mi hermano.

—¡Pero Collin habría permanecido aquí! Él no me dejaría sola, encargándome de su isla y desu gente. Ese jamás fue el acuerdo.

—No te ofendas, Odette, sé que no ha sido culpa tuya… pero el acuerdo inicial no fue que tú teconvirtieras en mi esposa y, aun así, tu padre me obligó a aceptarlo. Me temo que ahora solo nosqueda resignarnos a que esta será nuestra vida, aunque ninguno de los dos la haya elegido. Yo noplaneé tomar una mujer.

Odette trató de componer unas palabras, las que fuera, pero no supo cómo responder. Se tomódos minutos antes de poder tomar aire en sus pulmones una vez más.

—¿Mi padre conocía tu contrato con el rey?Seth asintió con la cabeza. El silenció reinó entre ellos durante unos momentos tan incómodos

como dolorosos. Fue McAllister quien finalmente, retrocedió, alejándose de ella y acercándose ala puerta.

—Te dejaré espacio para pensar. Me dijeron que te encontrabas mal y que tu madre te habíapreparado una infusión. —El tono de Seth pretendía ser agradable, pero después de la noticia queacababa de darle, Odette ya no era capaz de entender sus palabras.

En cualquier otra ocasión se habría enfadado con quien fuera que le hubiera hablado a Sethsobre la infusión para calmar sus nervios, pero ni siquiera eso le parecía importante ahora. Elhombre llegó a la puerta y agarró el pomo. Durante un instante se detuvo, como si estuviera apunto de decirle algo más, pero al final pareció arrepentirse y decidió salir de la habitación.

—Será mejor que descanses.Odette no respondió.

***

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Los aposentos de Collin estaban en la torre favorita de Seth. Solían discutir cuando eran niños

por ver quién dormiría allí y normalmente era el hermano pequeño quien salía perdiendo. CuandoSeth se marchó de la isla de Finnèan y comenzó a entrenar para convertirse en guerrero, Collin porfin ganó los aposentos que tanto había deseado de forma permanente, aunque perdió a su queridohermano.

Seth entró a la habitación en silencio. Era ya noche cerrada y todo el mundo parecía estardormido después de la fastuosa celebración de la que había sido su boda. Seth vagó por el castillodurante horas, perdido en sus pensamientos tras hablar con Odette. En realidad, se sentía culpableporque esa joven quedaría atada a él durante lo que le restara de vida y ya no podría casarse otravez o enamorarse de alguien con sinceridad. Odette McAllister estaba condenada a ser la esposadel duque y a esperar con paciencia a que él regresara, dentro de diez años. La sola idea eraridícula, Seth sabía que era muy posible que él muriera antes de que se cumplieran esos diez añosde contrato con el rey.

En los aposentos de Collin, todo estaba tan ordenado como cuando él vivía allí. Sabía quenadie había tocado nada en ese lugar e, incluso, la habitación seguía manteniendo el aromaalmizclado de su hermano pequeño. Ese aroma se iría con el tiempo, cada vez sería más débil.

Caminó en silencio por el lugar y se acercó hasta una pequeña lámpara de aceite. Encendió elcandil y una pequeña mecha iluminó tenuemente la estancia. Sobre un escritorio de madera oscuroencontró algunos libros de caballerías que su nana les había leído a ambos cuando eran pequeños,una de las razones por las que Seth había decidido dedicarse a las armas desde bien niño.También halló dos figuritas de madera que el propio Seth había tallado hacía unos quince años conun pedazo de leña que Collin encontró en el bosque. Tomó una de las figuritas en su mano:representaba a un caballo, aunque tenía pequeños fallos y no parecía tan real como él había creídocon doce años. Seth tuvo que dejar ese caballito sobre el escritorio de nuevo, pues su manocomenzó a temblar.

No podía creer que Collin se hubiera ido. Que ya no fuera a volver. Había sido un estúpidoaccidente, pero ya no había vuelta atrás. Con rabia recordó las más de cien veces que él se habíareído del pequeño por no ser un jinete espectacular cuando eran niños. Como si Seth no hubierasido capaz de entender que, en esa familia, su hermano había heredado el temple y la sensibilidady él mismo, por el contrario, se había quedado con la fuerza bruta y la valentía o, más bien, con laimprudencia. Si al menos hubiera podido estar en el castillo ese día… si, aunque fuera, hubierapodido ser él quien llevara su cuerpo tras el accidente. Pero no, el deber lo había mantenido lejos,en el campamento militar. Y por esa razón había perdido la oportunidad de pasar con Collin susúltimos momentos.

Se sentó sobre la cama de su hermano, alta y mullida, cuyas sábanas estaban colocadas conpulcritud y no pudo evitar cerrar los ojos al sentir, una vez más, el olor de su hermano. Como si seencontrara ahí y estuviera a punto de mostrarle algún documento antiguo que había encontrado o,quizás, fuera a contarle una historia de esas que Collin narraba como si fuera un experto juglar.

Seth estaba harto de fingir fortaleza cuando se sentía herido después de la muerte de suhermano. Su padre había fallecido años atrás y su madre, su pobre madre, presentaba ya muchosproblemas de memoria y no parecía comprender que su hijo pequeño se hubiera ido. Era mejorasí, quizás.

Sentado sobre esa cama, el día de su boda y tan solitario que casi resultaba doloroso, Seth

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McAllister consiguió por fin de dejarse llevar. Las lágrimas abandonaron sus ojos, rodando porsus mejillas y él no hizo nada para detenerlas. Collin ya no estaba allí y él, por muy fuerte yvaliente que fuera, no podría hacer nada para traer a su hermano de vuelta.

***

Sila la despertó zarandeándola con suavidad, Odette abrió los ojos con dificultad y miró a su

alrededor sin saber muy bien dónde se encontraba. Tardó en recordar lo que había sucedido: queahora se llamaba Odette McAllister y que ese era su nuevo hogar.

—¿Qué sucede? —musitó.—Despertad, señora.El rostro de Sila quedaba oculto por la oscuridad del cuarto. Odette se sorprendió al

comprobar que ni siquiera había amanecido aún, por lo que algo estaba pasando. Se incorporócomo pudo en la cama, algo asustada.

—Tenéis una visita, señora Odette.—¿Una visita? —preguntó ella, levantándose de la cama torpemente—. ¿Por qué no estás

acostada, Sila?—Me mandaron llamar para que viniera a avisaros. Ha venido una mujer desde el otro lado de

la isla de Finnèan y quiere hablar con vos y con vuestro esposo.Odette tardó apenas unos minutos en colocarse uno de sus sencillos vestidos y en recoger su

cabello en un moño algo desarreglado. Sila le había traído una nueva infusión de lavanda queayudó a calmar un poco los nervios que aún la atenazaban. La duquesa bajó las escaleras de esecastillo, consciente de que serían alrededor de las cinco de la mañana. ¿Qué clase de visita podríaaparecer a esas horas?

Sila caminaba frente a ella, llevando un candil en su mano derecha y guiándola por esososcuros corredores de piedra. Cuando llegaron al gran salón, Seth ya estaba allí.

Era sorprendente que el salón se encontrara tan limpio y perfecto, pues apenas hacía unas horasdesde la celebración del banquete de bodas y la fiesta nupcial en esa misma cámara. Odettesiempre había soñado con disfrutar de ese día y ahora lo recordaba como si ella ni siquierahubiera asistido al evento, como si fuera solo un mal sueño.

—Odette —la saludó Seth.En sus ojos se veía que no había dormido ni un solo minuto durante esa noche. A decir verdad,

Odette esperaba que él regresara a la habitación en algún momento y durmiera junto a ella, pero élparecía no querer compartir su lecho esa noche. Ella no podía decir que eso le doliera.Correspondió su saludo con una ligera inclinación de cabeza.

—Mi señor.Entonces reparó en ella. Se trataba de una mujer joven, aparentaba unos dieciocho años, pero

algo en su mirada la hacía mayor, como si sus ojos supieran cosas que alguien de su edad nodebería conocer. Supo que era una bruja tan pronto como posó la vista en ella: tenía el cabellonegro como un cuervo y tan largo que le rozaba las caderas, vestía una túnica negra que cubría unvestido rojo fuego y la palidez de su piel era preocupante. Sus ojos negros parecían conocer todoslos secretos del universo. Era hermosa, tanto que casi dolía.

—Disculpad mi visita inesperada y a tan altas horas de la noche —comentó la bruja con untono de voz muy grave pero extrañamente atractivo—. Ni siquiera yo sabía que debía venir.

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Odette no entendía nada. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué hacía ahí? Tan pronto como pensaba enestas preguntas, la bruja se giró hacia ella y la observó con tanta profundidad como si estuvieradescubriendo todos sus secretos.

—Me llamo Sihonn, vivo en el otro lado de Finnèan.—Sihonn y su familia, las Blackburn, son y han sido aliadas de los McAllister desde hace

cientos de años —explicó Seth—. Ellas poseen algunos dones que han sido capaz de ayudar atodos los habitantes de Finnèan a lo largo de todas las eras, son finnè. Les debemos mucho.

La presencia de esa mujer era tan fuerte, tan magnética, que Odette no supo qué más decir alrespecto. Inclinó la cabeza levemente frente a Sihonn y ella realizó el mismo gesto. Habíaescuchado hablar de las finnè, las brujas de la isla en alguna ocasión antes, pero nunca creyó quefuera a conocer a una.

—Hacía años que no os veía, Seth McAllister, la última vez vos erais solo un niño.Seth no comentó nada acerca de la evidente diferencia de edad entre ellos. Seth parecía contar

con diez años más que Sihonn, sin duda, ¿cómo era posible que ella lo recordara siendo un niño?Esa duda quedaría sin respuesta, las brujas no estaban para contestar cuestiones sobre sí mismas,sino para resolver dudas acerca de otras personas.

—Es un placer recibir tu visita, Sihonn —respondió él de forma educada—, esperábamoscontar con tu presencia y la de tu familia durante la ceremonia, pero es agradable de igual maneraencontrarnos ahora. Ordenaré que te preparen una habitación y…

—No, no, por favor. No os molestéis, Seth —respondió la bruja, alzando la mano paradetenerlo—. Tan solo he venido a hablar con vosotros, me marcharé esta misma noche.

El duque no entendía bien por qué ella había acudido en mitad de la noche si no tenía ningunaintención de acostarse allí y partir al día siguiente, pero no conocía a las brujas, solo sabía que,por la gracia del destino, ellas ayudaban a los McAllister. Eran muchas las guerras que lasBlackburn habían ayudado a ganar y más aún las que habían impedido. Aun así, no todo el mundoen la isla las apreciaba. Algunos las temían.

—Permítenos, al menos, ofrecerte algo de comer.—Un té será suficiente —cedió la hechicera, mostrando unos dientes extraordinariamente

blancos al componer una media sonrisa—, gracias.Odette se giró hacia Sila de forma muy eficiente y levantó la mano para que la muchacha

obedeciera los deseos de su «invitada», Seth se sorprendió de lo rápido que su esposa habíareaccionado, como si ya se sintiera la señora de la casa. Caminó hacia una de las mesas demadera con ricos adornos oscuros y le ofreció una silla a Sihonn, ella la aceptó y tanto Odettecomo él se sentaron frente a la bruja. Al cabo de solo unos minutos, Sila apareció de nuevo ydepositó una tetera de porcelana pintada a mano sobre un platito en la mesa. Llevaba tres tazaspequeñas en su mano, pero solo Sihonn tomó una, tanto Odette como Seth declinaron la oferta. Alfin y al cabo, eran las cinco de la mañana, no era la hora del té, precisamente.

—¿Qué sucede? —preguntó el duque tras asegurarse de que Sihonn había bebido un par detragos de té, esperando con paciencia—. ¿Es una urgencia?

La pregunta era estúpida. Si fuera una urgencia, Sihonn ya habría hablado, pero, si no lo era…¿qué hacía ahí a esas horas?

—He tenido un sueño y, dentro del sueño, varias visiones.Odette aferró su vestido con las manos, sin darse cuenta de que lo estaba haciendo. Nunca

antes había hablado con una bruja y, por lo que ella conocía, no se trataba de criaturas en las quese pudiera confiar. Aun así, eso no quería decir que lo que ella había oído hasta ese entonces fuera

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verdad, pues Seth afirmaba que Sihonn y su familia eran de lo más confiable.—No me resulta fácil deciros esto, pero he de hacerlo. Es la única forma de que podáis

entender lo que el futuro os depara. Y nunca aceptamos lo que no entendemos.Ninguno de los dos contestó, esperando a que la bruja siguiera hablando y cuando por fin lo

hizo, ambos notaron cómo su sangre se helaba.—Hay tres sucesos. Tres sucesos que no pueden detenerse, que el destino ya ha escrito. —

Sihonn clavó sus ojos negros en Odette y se aseguró de que no apartara la mirada de ella—. LadyMcAllister, vos creéis conocer las plantas y la verdad es que lo hacéis con gran corrección: sufunción, su tratamiento y el modo en el que deben administrarse… pero, habéis de saber que enalgún momento os equivocaréis al utilizar una hierba. Y es importante que sepáis rectificar vuestroerror, que comprendáis en qué habéis fallado para evitar un mal mayor.

Odette tragó grueso. No podía fingir que era perfecta, se había equivocado con las plantasantes, no sería la primera vez. Una vez había preparado una cataplasma con hojas de ciruelo paraayudar a un joven a curar sus heridas tras una batalla y las hojas habían resultado provenir de otraplanta, una que había irritado el vientre del joven hasta el punto de hacerle creer que moriría porsu culpa. Pero, por fortuna, había conseguido salvarlo y, desde entonces, el miedo constante aequivocarse al realizar una sanación no la había abandonado.

—La siguiente visión es un niño. Tendréis un hijo sano, un hijo que traerá alegría y paz a la islade Finnèan…

Odette y Seth no se miraron. No sabían cómo hacerlo, pues esa idea, aunque hubiera rondadosus mentes desde que supieron que debían casarse, no parecía algo real y tangible. ¿Un hijo?¿Ellos? Odette estuvo a punto de protestar, de hecho, incluso abrió la boca para hacerlo, pero labruja habló una vez más:

—La desgracia es que vuestro hijo será huérfano de padre. —Sihonn guardó silencio unossegundos, antes de mirar a Seth con sus enormes ojos negros. La bruja suspiró antes de seguirhablando—: Se trata de la última visión: Excelencia, dentro de dos meses y dos días, vos habréismuerto.

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Capítulo III Decidieron mantener la visita de la finnè en secreto. ¿Qué bien podía hacer revelar las

visiones que ella les había compartido? Apenas pasaron un par de días antes de que Odette y Sethvolvieran a coincidir a solas. Hasta entonces, Seth había dormido en el cuarto de Collin, sabiendoque la intimidad con su esposa era inexistente.

Pero esa mañana, antes de que la mayoría de los habitantes del castillo se hubieran despertado,Seth ya regresaba de la armería tras haber consumado una hora de duro entrenamiento. No podíaperder la buena forma física en la que se encontraba, pues sabía que los días pasaban y prontotendría que regresar a formar parte de las huestes reales. Las palabras de Sihonn lo atormentaban,pero algo dentro de él le decía que no podía detener su vida. ¿Moriría dentro de apenas dosmeses? Si ese era su destino, sí, lo haría.

Tras dejar el edificio de la armería, se chocó de bruces con Odette. La dama vestía un trajecolor crudo que enfatizaba sus facciones seductoras y esos ojos que le recordaban a los de un gatopresumido. Estaban detrás del castillo, solos, donde lo único que podía escucharse eran las olasdel mar chocando con fuerza contra las piedras de esos muros. Seth debía admitir que habíaextrañado mucho la belleza de su hogar.

—Has despertado pronto —comentó él.Era consciente de que no estaba presentable para que la dama lo viera: su cabello cobrizo se

había enredado a su espalda por el sudor y su camisa blanca se pegaba a sus músculos como siestuviera mojada por el agua del mar. Recogió su cabello en una cola en su nuca, fijándola con unacinta de cuero que llevaba atada a la muñeca. Ella no pestañeó ni una vez, como si en realidad nopudiera importarle menos que él apareciera ante ella de esa guisa o vestido como el príncipe deGales.

—Nunca duermo hasta tarde —contestó ella—, considero que durante el día hay demasiadascosas que hacer como para malgastar el tiempo en la cama.

—Entiendo.La realidad era que esa Odette tenía el rostro de un ángel y el carácter de mil demonios.—Me dirigía al otro lado de los muros —comentó ella—, quiero recoger algunas hierbas que

necesito para preparar una infusión.Tal y como esperaba, Seth se quedó en silencio. En absoluto había olvidado las palabras de la

bruja y una de las profecías la relacionaba con su costumbre de practicar su propia medicina. Elhombre se quedó pensativo. ¿Acaso le estaba pidiendo permiso para salir del castillo? Él la miró,algo confundido, pues no consideraba que tuviera que hacerlo; ese era su hogar también y ellapodía disfrutar de su propia libertad.

—Adelante —dijo finalmente—, ve.Odette se quedó allí parada. En su mano llevaba una cestita de mimbre que utilizaba para

recolectar hojas y flores, cualquier cosa que necesitara. Lo observó, como si él no la hubieraentendido.

—He dicho que saldré del castillo —recalcó—, más allá de los muros.—De acuerdo. Disfruta.La muchacha bufó. ¿Acaso era sordo? O, peor aún, ¿un desconsiderado?—Por el amor de Dios. ¿Es que no piensas acompañarme? —gruñó al fin.

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Por fin Seth comprendió lo que ella quería decirle. Si algo odiaba sobre la gente de sociedad,acostumbrados a no decir las cosas con claridad, era justo eso: que no lograba entenderlos. Sethse sentía como un bicho raro la mitad del tiempo y desde luego lo hacía cuando debía compartiruna conversación con alguna señorita de alta alcurnia como lo era Odette. A Seth no se le dabanmal las mujeres, no era eso, pero sí que se le daban mal las personas ricas.

—Claro, desde luego.Ella caminó delante de él, como si lo estuviera guiando. Durante varios metros, ninguno de los

dos habló con el otro. Dentro del castillo, algunas de las personas que ya despertaban alcanzarona distinguir a esas dos figuras saliendo juntas de los gruesos muros de piedra negra de ese castilloy las habladurías no tardaron en aparecer ese mismo día.

Seth se sentía incómodo, al fin y al cabo, esa era una mujer a la que no conocía de nada,aunque fuera su esposa. Trató de recordar algún momento de su vida en el que hubiera coincididocon Odette en algún evento o festividad y no encontró ninguno. No había nada de lo que pudierahablarle acerca del pasado, nada que tuvieran en común.

—¿Cuántos años llevas fuera de la isla de Finnèan? —preguntó ella de pronto.Seth se aclaró la garganta.—Doce.Ella asintió con la cabeza. De repente se detuvo ante unas flores moradas en el suelo y tomó

una entre sus dedos, examinando los pétalos. Después pasó de largo, decretando que no leinteresaba esa planta en particular.

—¿Y tú cuánto tiempo llevas dedicándote a las plantas?Odette pensó la respuesta unos instantes antes de hablar.—Desde que era niña. Mi madre ha sido mi mentora, ella aprendió de una mujer que provenía

de las Islas Orcadas.—¿Y qué es lo que haces, exactamente?La joven ni siquiera se giró hacia él para contestar, sino que lo hizo mientras caminaba, sin

perder un solo segundo de examinar cada pétalo de flor con el que se cruzaban.—Todo lo que me es posible. Preparo brebajes, vendajes, jabones, cremas… cualquier cosa

que me sea útil para curar a las personas o a los animales.Podía entender, tras escuchar sus palabras, por qué esa mujer se mostraba tan ofendida por el

hecho de que él fuera soldado. Seguro que lo veía como el causante de muchas de las heridas a lasque ella debía enfrentarse para sanar.

—Parece apasionante —murmuró Seth con sinceridad.Ella no pudo evitar pensar que esa honestidad que acababa de escuchar se trataba de

condescendencia. Se giró hacia el duque, observando una vez más su envergadura. Ese hombreparecía creado para atemorizar y, en ese momento, cansado y recubierto de transpiración despuésde su entrenamiento, daba la impresión de ser aún más amenazador. Aun así, ella quiso hablar denuevo. Jamás encontraría una ocasión en la que él no le diera miedo.

—Creo que debería marcharme de aquí—soltó a bocajarro.Pasó cerca de un minuto hasta que él contestó.—¿Qué quieres decir con eso?—Opino que es lo mejor para todos, en especial, lo mejor para ti. Tengo que irme.Seth no entendía a dónde quería llegar con esas palabras.—¿Por qué habrías de hacer eso?—No podemos fingir que la conversación con esa bruja el día de nuestra boda no existió. Nos

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dio un regalo de enlace terrible: predijo tu muerte.—¿Y por qué crees que la solución es que tú te vayas?—Porque tiene sentido. Si yo me marcho de aquí, esas cosas que ella auguró en sus visiones no

sucederán.El duque negó con la cabeza, mirándola con mayor seriedad de la que había mostrado hasta ese

momento. Sus ojos azules se entrecerraron con incredulidad.—No lo entiendes, Odette. Sihonn lo dijo: no hay forma de pararlo, sus profecías sucederán.

Ella no pretendía que las evitáramos, sino que las conociéramos para poder actuar enconsecuencia y evitar desgracias mayores.

—¿Qué quieres decir con que no podemos pararlo? —preguntó Odette, alzando la voz. Señalóhacia el mar, que se extendía a varios metros de ellos—. ¿Y qué sucedería si, ahora mismo, melanzara al mar y me ahogara? En ese caso yo jamás volveré a equivocarme con una hierba nitampoco podré engendrar un hijo, así que entiendo que tú tampoco morirías.

Seth se mantuvo en calma ante el arrebato de pasión de Odette. Comenzaba a entender que elcarácter de esa mujer era mucho mayor del que él podría habría imaginado. Una brisaparticularmente fría los azotó y el cabello largo de Odette voló, flotando en el aire, antes de queella agarrara el mechón y lo sujetara tras su oreja con cierta impaciencia. No le gustaba el silenciode Seth.

—Si ahora mismo te lanzaras al mar, yo saltaría detrás de ti y te rescataría.Esta contestación la molestó una vez más. Odette gruñó en un sonido muy poco propio de una

señorita de sociedad.—¿Es que acaso no estás preocupado? Esa mujer te dijo que morirás en dos meses. ¡Dos

meses! ¿Sabes lo que eso significa? —La duquesa tomó una profunda bocanada de aire—. Quepartirás de aquí y que, tan pronto como llegues al rey, alguien te asesinará o tendrás un accidente.Por Dios, McAllister, ¡necesitas hacer algo!

Y es que la calma que Seth presentaba era tan inquietante que ella no sabía qué hacer con él.No le tenía especial cariño, más bien al contrario, pero tampoco deseaba que muriera. Al fin y alcabo, era su marido.

—¿Algo como qué?—Rescinde tu contrato con el rey, quédate aquí.—Entonces moriré aquí.Odette chasqueó la lengua. Se dio la vuelta y, agachándose, tomó un par de flores azules que

depositó dentro de su cestita. Después siguió caminando.—No consigo comprender que estés tan tranquilo.—Sé que no lo vas a entender, Odette, y que tampoco quieres hacerlo… —Seth sentía que ese

era su momento justo para hablar, pues ella parecía estar tomándolo por tonto—. Pero en esoconsiste ser un soldado. Arriesgas tu vida día tras día, batalla tras batalla. Y lo más probable esque mueras. Ahora bien, ¿es mejor saber que eso sucederá o no saberlo? —Se encogió dehombros—. Créeme, se me ocurren destinos peores que, por lo menos, saber la fecha exacta de mimuerte. Eso me dará tiempo para cerrar asuntos, una oportunidad que muchos hombres no tienenen el campo de batalla.

Ella lo contempló con los ojos muy abiertos. No podía hablar en serio, ¿de verdad Sethpensaba eso? No tenía intención de luchar, de hacer algo al respecto, tan solo… quería aprovecharel tiempo que le quedaba para cerrar sus asuntos pendientes. Eso no podía ser cierto.

En un último intento, la muchacha se aproximó a él de nuevo.

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—¿Y qué sucede si la bruja se equivoca? Quizás lo que ella predijo no se cumpla…—Desde que tengo memoria, he observado tres predicciones de la familia de Sihonn

cumplirse. Tres predicciones cumplidas y tres predicciones hechas, no las he visto equivocarse.—Pero… ella dijo que tú y yo tendremos un hijo. —Esta vez, Odette no mostró la misma

seguridad cuando alzó la cabeza para enfrentar al duque. Lo miró con una mezcla entre miedo yvergüenza y él, por primera vez, vio en ella algo en lo que no se había fijado hasta entonces: quelo temía—. No sé cómo pueda ser posible eso…

Durante los últimos diez años había visto esa mirada en infinidad de ocasiones, en hombres enel campo de batalla, en otros nobles que habían tenido la mala fortuna de discutir con él y enpersonas que, en determinadas situaciones, habían querido aprovecharse de su buena voluntad.Pero Seth jamás habría querido ver ese miedo en la mirada de su esposa, aunque tampoco habríaesperado desposar a alguien a quien no conociera en absoluto.

El guerrero sintió la necesidad de acercarse a ella y agradeció que Odette no se apartara. Supolo que ella estaba pensando y eso le dolió. Odette creía que ellos no tendrían un hijo, a no ser queél la tomara por la fuerza.

Se permitió tocarla por primera vez en su vida, algo que ni siquiera había hecho durante laboda. Seth posó su dedo índice bajo la barbilla de la muchacha y la obligó a mirarlo a los ojos.

—En ningún caso te pondría un dedo encima contra tu voluntad. No lo pienses ni por unsegundo, Odette. Antes me clavaría mi propia espada en el pecho.

Y hubo algo en el tono de voz de ese hombre que la ayudó a convencerse de que estaba siendosincero. Que fuera un guerrero, un asesino en el campo de batalla, no significaba que fuera unabestia cuando no llevaba la armadura.

El dedo de Seth en su barbilla estaba muy caliente y la joven reparó en que el sudor no habíaabandonado la frente del duque, a pesar de que se encontraban en un claro junto al castillo en elque la temperatura era baja y, además, ya hacía tiempo desde que su entrenamiento hubieraacabado. Se permitió ponerse de puntillas y posar el dorso de su mano en la mejilla de Seth, quela miró, confundido.

—Tienes fiebre —susurró ella—, debes de haber pasado unos días difíciles. Sería prudenteque nos marcháramos ahora, te prepararé un té.

Seth se dejó convencer fácilmente, porque la realidad era que no se sentía bien y el dolor decabeza había regresado. Ambos caminaron hasta la muralla del castillo y, cuando entraron, todosparecían haber despertado ya. Odette acudió a las cocinas del castillo y, por primera vez, actuócomo la nueva duquesa de Finnèan.

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Capítulo IV Seth McAllister amaneció ardiendo en fiebre al día siguiente. La alta temperatura tan solo

parecía empeorar a causa del dolor de cabeza que lo atenazaba y le impedía moverse. Era como sisu cráneo fuese a estallar de un momento a otro.

Liam McKinnon, uno de los empleados más antiguos del castillo fue quien entró en lahabitación, tras tocar varias veces la puerta sin obtener respuesta. Alarmado, Liam no tardó enmandar llamar a un médico del pueblo más cercano y, por supuesto, a la esposa del duque.

Cuando Odette entró en esa habitación, supo que algo malo sucedía con solo atisbar el colorrojizo que teñía la piel de su esposo. Se acercó con rapidez a Seth, levantando su vestido para queéste no estorbara cuando se arrodilló en el suelo, ante la cama sobre la que reposaba él. Solo tuvoque tocarlo unos instantes para percatarse de que la fiebre había subido respecto al día anterior.Seth no parecía consciente, sino que navegaba entre un sueño ligero y un trance que lo manteníainquieto.

—Dios Santo —susurró Odette en voz baja antes de ponerse en pie y dirigirse a los sirvientes—. Necesitaré una tina de agua helada, hay que bajarle la fiebre como sea. —La mitad de losempleados se fueron a toda velocidad para cumplir sus órdenes, por lo que se dirigió al resto—.Ayudadme a desvestirlo, ahora.

Con ayuda de Liam y otro muchacho, Odette fue capaz de despojar a Seth de su ropa. Porsuerte, vestía pocas prendas y no fue necesario mucho esfuerzo para poder desnudar su piel.

—Quiero la tina cuanto antes —instó Odette con decisión.—Iré a buscarla yo mismo —resolvió Liam, saliendo por la puerta.Sobre la cama, Odette observó el cuerpo desnudo de ese hombre, sorprendida. Lo hizo desde

un punto de vista clínico, deteniéndose a observar cada corte y cada rasguño que hubiera formadouna cicatriz en su piel. Incluso se permitió acariciar con las puntas de los dedos algunas de esascicatrices blancas que se habían curado mal, como si Seth nunca hubiera tenido a un médico que loayudara con sus heridas de batalla… y probablemente, así era. Tocó con su dedo una superficiedura sobre el pectoral izquierdo del hombre. Apenas eran un par de centímetros, pero esa herida,aunque ya vieja, debía de haber sido muy dolorosa para Seth.

—Odette —susurró el duque.Ella olvidó la colección de heridas de guerra y se volvió hacia el rostro de ese hombre. Por

puro instinto, acarició su cabello largo con cuidado, peinándolo hacia atrás con sus manos.—Pronto te sentirás mejor —le prometió—, son solo unas fiebres.—Me duele la cabeza —comentó él.Y ella tan solo podía llegar a imaginar qué clase de dolor había tumbado como un árbol caído

a un hombre tan enorme e imponente como Seth McAllister. Tocó sus mejillas y siguió la línea desu mandíbula hasta llegar a sus orejas, palpando bien la zona para asegurarse de que nopresentaba síntomas de alguna otra enfermedad infecciosa. Todo parecía estar en orden.

Alzó la cabeza y alcanzó a ver a Sila, parada en la puerta de los aposentos. Le hizo una señal:—Trae mi maletín —le pidió.Sila, silenciosa como un hurón, se marchó tan pronto escuchó la orden.Cuando la tina llegó, Odette aún tuvo que esperar unos minutos a que la llenaran con agua de

ese mar helado que los rodeaba. Liam McKinnon y otro muchacho consiguieron cargar el enorme

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cuerpo de Seth e introducirlo en esa bañera. Mientras esperaba con paciencia, Odette tomó unacompresa y la mojó en el agua, después se la puso a Seth en la frente, sabiendo el pronto alivioque el duque sentiría. Los efectos no tardaron en aparecer cuando Seth por fin suspiró al cabo devarios minutos, plenamente consciente.

Ella permaneció en silencio, moviéndose de un lado para otro para asegurarse de que Seth seencontraba bien. No tardó mucho en aplicar ungüentos a las cicatrices más visibles de su pecho ysus brazos. Él se dejó hacer sin realizar comentarios al respecto.

Seth la observaba, aún débil para poder levantarse. Se imaginaba que Odette debía de tenermucha experiencia cuidando a enfermos, pues actuaba con eficacia y rapidez, a la vez que lotocaba de la forma más delicada en que él había experimentado nunca. Había gozado de cuidadosmédicos de vez en cuando, pero lo habitual era que alguno de sus compañeros vendara sus heridaso que él las dejara curar solas sin mayor interés ni preocupación.

—¿Qué es esto? —preguntó Odette, fijándose de nuevo en la herida dura del pectoral. Teníamala pinta, por eso ella no se atrevía a presionarla.

—Una herida de cuchillo. Me desmayé en cuanto me lo clavaron. —Para su sorpresa, Sethcompuso una extraña risa divertida—. Tuvieron que apartarme del campo de batalla para que nome pisara un caballo.

¿Qué tenía eso de gracioso? Era horrible. Odette tan solo lo observó un momento y siguiórastreando el resto de las cicatrices de su cuerpo, llegando hasta una línea blanca en su hombro.Aplicó sobre ella un ungüento que a Seth le pareció tan frío como el hielo, era agradable.

—Esa herida está curada desde hace más de un año—comentó.—Si con curada quieres decir que la cubriste con una venda durante tres días y te olvidaste por

completo de ella después… sí, imagino que lo está.El tono de ella, tan soberbio, le pareció que llegaba a resultar humorístico. La observó con el

buen humor y el agradecimiento brillando en sus ojos azules y cuando Odette se dio cuenta deesto, no pudo evitar estremecerse. Si bien era cierto que no le había prestado mucha atención antesy que, además, él resultaba muy alto como para observarlo sin garantizarse un terrible dolor decuello, por primera vez veía ese rostro a pocos centímetros del suyo propio y no podía negar queel caballero era apuesto, mucho, de hecho. Sus rasgos eran simétricos, a excepción de laspequeñas cicatrices de su mejilla y de su ceja. Por lo demás: el caballero tenía una nariz firme,labios llenos y unos ojos hermosos; Seth poseía una de esas miradas que nunca mentían, sincera ycristalina.

—No seas tan dura conmigo —rogó con una sonrisa—, hace mucho tiempo que no tenía unhogar. No soy un buen doctor.

Y ella se forzó a apartar la mirada de él, porque había algo hipnótico que la estabadesconcentrando y que la obligaba a perder el hilo de sus pensamientos.

—Señor duque, guardad silencio mientras os curo —pidió, aunque sus labios dejaron escaparuna pequeña sonrisa que Seth no pasó por alto.

Después de aplicar la crema fría sobre otras de las heridas, Odette rebuscó dentro de sumaletín y salió a la puerta de los aposentos del antiguo duque, Collin McAllister. Allí le tendióuna bolsita con salvia a Sila, que esperaba con impecable paciencia a las afueras de la recámarapara recibir noticias sobre el enfermo.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó Sila.—Creo que bien. Me parece que la fiebre va mejorando, pero me preocupa el dolor de cabeza.

Ay, Sila, algo me dice que no se trata de un mal repentino.

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—¿Qué queréis decir, señora? —La joven frunció el ceño, confundida.—Es un soldado, juntas hemos atendido a muchos como él. Suelen pasar por alto las dolencias

hasta que estas se convierten en insoportables.Sila asintió con la cabeza.—Prepárame un té con esta salvia, por favor. Y pregunta dónde demonios se ha metido ese

médico que iba a venir, lo llamamos hace varias horas.Tan pronto como pronunció esas palabras, Liam McKinnon atravesó el pasillo y llegó hasta

ella. El hombre, de unos sesenta años, de verdad parecía preocupado por la salud del duque.Según había escuchado, McKinnon lo conocía desde que era un niño de leche.

—El médico está aquí, señora. Es Timothy Kellen.—Gracias al Cielo —suspiró Odette—, que suba de inmediato, por favor.Odette regresó a la estancia en la que estaba Seth. Para su sorpresa, en un acto muy

inconsciente, él estaba tratando de levantarse de esa bañera, aunque de forma algo torpe. Seapresuró a llegar hasta él, con los ojos muy abiertos, antes de que pudiera caer y hacerse daño.

—¡McAllister! —lo reprendió—. ¿Qué estás haciendo? No puedes moverte de ahí, tu fiebreaún está bajando.

Sin dudarlo ni un segundo, Odette se acercó a él y pasó su mano por debajo del brazo derechodel hombre, dejando que se apoyara en su hombro. Pesaba mucho, tenía que reconocerlo, la pobreOdette apenas llegaba a los cincuenta y cinco kilos y estaba convencida de que Seth sobrepasabael doble de ese peso. Aun así, ella no se tambaleó cuando él continuó tratando de salir de la tina.

—Me siento incómodo ahí dentro, no me gusta la sal —gruñó él—, además, me encuentromucho mejor. Es un mal pasajero.

—Eres como un niño.Y tan pronto dijo esas palabras se percató de lo absurdas que sonaban. Con el enorme cuerpo

desnudo de Seth a su lado, no había ni un solo centímetro de él que pudiera hacerle pensar que noera un hombre: un hombre grande, fuerte y… sin ropa.

Odette apartó la mirada. Hasta entonces había estado demasiado preocupada como para fijarseen la masculinidad de ese guerrero que, ahora, era su marido. Sintió sus mejillas enrojecer deinmediato, intentando con todas sus fuerzas no posar la mirada en esa parte de la anatomía delduque que quería ignorar. ¿Qué clase de mujer se fijaba en la virilidad de un hombre herido al queestaba atendiendo? Lo ignoró el máximo tiempo posible y, para ello, se centró en los ojos azules yfelinos de Seth… pero supo que él estaba pensando lo mismo que ella en el instante en el que elduque esbozó una pequeña sonrisa socarrona, orgullosa.

La joven se aclaró la garganta, esforzándose en llevarlo hasta la cama con rapidez.—El doctor está al llegar. Iré a buscarlo —se disculpó.Y tan solo alcanzó a depositarlo sobre el colchón, marchándose un segundo después y

abandonando la habitación. No podía creer que de verdad hubiera mirado, que hubiera perdidotoda la elegancia que tanto la caracterizaba y acabara de sucumbir a una curiosidad primaria ycarnal. Para más inri, lo que había visto la dejaba turbada y avergonzada.

Por fortuna, no tuvo que volver a pensar en eso, pues Liam McKinnon regresó al pasillo de esatorre del castillo seguido por un joven rubio de cabellos rizados que portaba un maletín de pieloscura y brillante en su mano. Unos anteojos sobre su nariz le aportaban profesionalidad almédico.

—Señora duquesa, este es Timothy Kellen. Hemos tenido suerte de encontrarlo en el pueblo,pues lo normal es que él viva y trabaje en Edimburgo.

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Odette había conocido a muchos médicos durante su vida y, la gran mayoría, la hacían arrugarla nariz y poner los ojos en blanco. Eran muy dados a realizar prácticas invasivas que, más queayudar al paciente, empeoraban su estado de salud. Con frecuencia escuchaba sobre doctores quepracticaban peligrosas sangrías a los heridos o cuya falta de higiene traía problemas futuros einfecciones, es decir, que con los médicos el remedio era, en gran parte de los casos, peor que laenfermedad. Pero tuvo que decir que no fue eso lo que pensó en cuanto vio al doctor Kellen. Unmédico joven era una novedad, para ser sinceros, y había algo en su mirada que le pareció inusualen un hombre de su profesión.

—Seguidme —le ordenó.Ambos entraron en el cuarto del difunto Collin y Timothy observó con detenimiento al duque,

que se había acomodado sobre la cama y cubierto la mitad inferior de su cuerpo con una finasábana blanca.

—Me han dicho que su Excelencia sufre de alta temperatura.—La fiebre comenzó ayer por la mañana —explicó Odette, ignorando las reglas de protocolo

por las cuales Seth, consciente y capaz de hablar, le expondría sus síntomas al doctor él mismo—.Pero lo que más me preocupa es un dolor de cabeza que lo aqueja. Parece muy fuerte y creo quepuede ser la razón de que la temperatura de su cuerpo haya subido.

Tim miró a la joven duquesa con algo parecido a admiración en los ojos. Hasta ese momento élsolo había conocido a monjas experimentadas con heridos y curaciones, nunca una mujer noble.

—¿Habéis estudiado sobre medicina, mi señora?—He hecho lo posible por hacerlo, doctor.A partir de ese momento, Odette permaneció a unos tres metros de la cama, tan recta como un

palo y observando los movimientos del doctor, que inspeccionaba con cuidado a Seth. Él noparecía muy contento con ese examen, pero no dijo nada y se dejó hacer en silencio, mirando decuando en cuando a Odette.

Cuando por fin, minutos después, Timothy llegó a la herida cerrada en el pectoral derecho,Odette intervino de nuevo.

—Creo que hay algo raro con esa herida —comentó—. Me temo que no consigo averiguar aciencia cierta qué es, pero hay algo anormal en ella.

El médico le pidió al enfermo que le narrara cómo había sucedido esa horrible lesión y Seth nodudó en repetir la misma historia que ya le había contado a Odette ese día. El doctor lo escuchaba,atento, y, tras palpar de nuevo la herida, esta vez con mayor intensidad, chasqueó los dientes.

—Me temo que necesitaremos una pequeña cirugía para esto. Pero estoy bastante seguro dehaber averiguado la causa de las fiebres.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Odette, preocupada.Seth no pasó por alto ese detalle. Esa mujer parecía obsesionada con la buena salud y con

curar a las personas; bueno, más bien con curarlo a él. ¿Acaso se había casado con una doctora sinsaberlo? La idea no le parecía, en absoluto, desagradable.

—Es algo que he visto en muchas ocasiones en soldados, especialmente en los másexperimentados, quienes han librado más cantidad de batallas… —El doctor Timothy se llevó unamano a su propio pectoral, sobre la sencilla camisa, cubierta con una capa de lana, paraescenificar lo que sucedía—. En el campo de lucha, a veces las armas pequeñas se rompen. Loscuchillos se fragmentan y un pedazo de acero puede quedar enterrado en la piel de algún guerreroprovocando una infección a largo plazo que se alternará con períodos durante los que el herido nonotará nada inusual y otros en los que el paciente sufrirá fiebres, temblores o desmayos. —El

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médico se acarició la barba rubia, pensando—. No es la primera vez que trataré una dolenciacomo esta, durante mis años ejerciendo la medicina en Edimburgo me he encontrado con muchosde estos casos. Y explicaría el dolor de cabeza, la alta temperatura y el malestar en general.

A Odette no se le había ocurrido que se pudiera tratar de eso, pero tenía mucho sentido.Cuando había pasado el dedo sobre esa piel había notado algo extraño, algo que no debería estarahí.

—¿La cirugía es peligrosa? —preguntó Odette.—¿Podré entrenar mañana? —dijo Seth a la vez que su esposa.Odette le dedicó una mirada reprobatoria que el doctor pasó por alto, dirigiéndose a ambos.—No es peligrosa —anunció—, pero requiere de que el señor duque se abstenga de luchar

durante unos días. —Antes de que Seth pudiera decir algo al respecto, el doctor Timothy seapresuró a añadir, dirigiéndose a él en exclusiva—: he de decir que, además, la cirugía escompletamente necesaria en este caso. Todo apunta a que está causando el mal que sufrís en laactualidad, Excelencia.

Fue el afectado quien contestó, cuando el doctor terminó de hablar.—De acuerdo, podéis realizar la cirugía.—¿Cuándo será un buen momento? —preguntó Odette, ansiosa.—Hoy mismo me parece lo más prudente.Para ella, saber que Seth iba a pasar por una cirugía apenas días después de haberse casado

con él era una fuente de preocupación. El resultado de esta podría tener mucho que ver en sufuturo y, aunque Seth McAllister no fuera santo de su devoción, ahora era su marido y temía por suvida.

Los dos hombres convinieron en realizar la operación lo antes posible y la duquesa tan soloobservó la escena, guardando silencio y sabiendo que no había mucho más que ella pudiese hacero decir. Si Seth tenía un pedazo de acero enterrado en su piel, era más que necesario extraerlocuanto antes.

El doctor Timothy salió de la habitación, tras concretar con el duque cuáles serían los pasosque seguiría para llevar a cabo su operación. De nuevo, el matrimonio se quedó solo en ese cuartoy Odette se adelantó unos pasos, llegando una vez más hasta la cama sobre la que reposaba sumarido.

—No te preocupes —le dijo él—, parece un procedimiento sencillo.Odette apretó los labios sin decir nada al respecto. Él no sabía muy bien cómo tratarla, pero al

menos ya no veía miedo en los ojos de esa mujer, eso era un gran alivio. Cuanto más la miraba,más hermosa le parecía y no podía negar que había soñado con su esposa durante su extrañotrance febril. Las palabras de la bruja se habían clavado de forma profunda dentro de él y sabíaque, si de verdad tendrían un hijo pronto, solo había un modo de hacerlo.

Estiró su brazo hasta rozar la blanca piel de ella y sostuvo su mano con suavidad. Ella sesorprendió, pero no apartó su brazo de él ni evitó su contacto. Odette se arrodilló una vez más,mirándolo a los ojos y chasqueó la lengua.

—Sigues teniendo fiebre —le dijo, casi como si fuera un reproche, algo que él pudieracontrolar.

Seth compuso una pequeña sonrisa, sabiendo que aquello presente en la voz de su esposa erainnegable preocupación.

—Aún me quedan casi dos meses de vida, ¿no? Así que la cirugía irá bien, estoy convencido.Odette se puso en pie de nuevo, suspirando. Después soltó la mano de él, notando como el

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calor se desvanecía de entre sus dedos. Como si se hubiera alejado del fuego que la templara.—Intenta dormir —le recomendó a Seth—, será un día duro.

*** El doctor comenzó a operar a Seth a las cinco en punto de la tarde. El médico contó con la

ayuda de Louis Kellen, su hermano menor y aprendiz, y con la supervisión de la joven esposa delduque, que se mostró más que dispuesta a observar el procedimiento y a asistirlos, si eranecesario.

—¿Estáis segura de que no preferís esperar fuera? —le preguntó Louis, que era tan rubio comosu hermano y aparentaba unos dieciséis años—. La sangre podría marearos, mi señora.

Timothy le había dado un discreto golpe con el talón a su hermano tras ese comentario, peroOdette había permanecido impasible, tan solo entrecerrando los ojos con cierto desagrado. Noveía necesario mencionarle a ese imberbe la cantidad de heridos a los que ella había atendidojunto a su madre en su casa, en Elean.

La cirugía tomó casi tres horas y, cuando Timothy terminó la sutura que garantizaba el final dela operación, se giró hacia Odette, tendiéndole un platito de plata ligeramente ensangrentado en elque se podía ver con claridad un grueso pedazo de acero que medía unos dos centímetros.

—No puedo creer que lleve más de un año con eso dentro de su cuerpo —susurró.—Es un hombre de guerra. Suelen creer que nada podrá dañarlos y se acostumbran al dolor

con facilidad. Estoy convencido de que esta herida no preocupó al señor McAllister ni un segundocuando se produjo.

—Gracias, doctor.La joven dejó el platito plateado sobre el escritorio, recubierto por una tela blanca y limpia

que ella misma había extendido allí. Después salió de la habitación, lanzándole una última miradaa Seth, que se había quedado dormido después de casi dos horas de dolor insoportable y unabuena cantidad de savia de adormidera, un líquido capaz de paliar el dolor y conseguir que elenfermo conciliara el sueño con mayor facilidad.

En el pasillo, varias personas esperaban impacientes: Sila, Liam McKinnon y otros de losempleados más cercanos de Seth. También vio a un niño de unos diez años sentado en el suelo, elmismo que corría con una espada de madera en la mano el día de su boda.

—Todo está bien —anunció Odette.El suspiro fue generalizado y Sila se apresuró a acercarse a ella, mirándola con sus inocentes

ojos marrones.—El señor McAllister es fuerte, señora, me alegro mucho por vos.Odette asintió con la cabeza, mucho más tranquila, pero, aun así, con una sombra pendiendo

sobre su cabeza. ¿Acaso su vida junto a Seth McAllister sería así siempre? Preocupándose por lasheridas de batalla y, más adelante, llorando su pérdida. La simple perspectiva le provocabanáuseas y una intranquilidad que no se veía a sí misma con fuerzas para gestionar.

Se alejó del resto de las personas, bajando por las escaleras que llevaban a esa torre ypermitiéndose, por fin, respirar de forma profunda. Había temido mucho por la salud de esehombre al que ni siquiera conocía aún pero que ya era su marido. Se imaginó cómo sería quererloalgún día y eso resultó aún más doloroso, sabía que la haría sufrir, si sucedía. Vagando por loscorredores del castillo, no tardó en toparse con una figura alta y esbelta: lady Isabella McAllister.

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La madre de Seth no era anciana aún, pero había algo en su mirada que la hacía pasar por la mujermás vieja que Odette hubiera visto jamás. Durante la boda ellas no habían hablado en ningunaocasión, pues lady McAllister había permanecido sentada en una hermosa silla de madera junto asu ama de compañía, observando a todos los invitados con una media sonrisa en el rostro, con lamisma expresión con la que las abuelas contemplaban a sus nietos jugar en el campo.

Odette caminó hacia ella sin dudar, escuchando los golpecitos rítmicos que provocaban suspropios zapatos en el suelo de piedra. Se arregló el pelo apresuradamente antes de llegar hasta susuegra.

—Lady McAllister —la llamó—. Quería comunicaros que su hijo está en una situaciónestable, estoy segura de que estabais muy preocupada.

Para su sorpresa, Isabella la miró con el ceño fruncido y sus ojos azules se fijaron en Odette deforma muy profunda.

—¿Mi hijo? —preguntó—. ¿Qué le ha sucedido a mi hijo?Odette se mordió la lengua al escucharla. No era posible que nadie la hubiera avisado antes y

que ella misma fuera quien tuviera que darle la noticia acerca de la cirugía de Seth.—Disculpadme. —Odette agachó la cabeza en señal de arrepentimiento—. No puedo creer que

no os lo hayan comunicado antes, Seth ha sufrido unas fiebres muy altas y el doctor cree que larazón puede ser…

—¿Seth? —preguntó la mujer, alarmada de pronto, interrumpiéndola—. ¿Y cómo se encuentra?¿Alguien lo ha herido mientras batallaba?

—Sí, pero eso sucedió hace tiempo, lady McAllister, el problema ahora es que…El fuego brilló en los ojos de la mujer cuando pareció resuelta a hacer algo al respecto.—Tengo que hablar con Collin, lo mejor será que Seth regrese a Finnèan durante un tiempo.

¡Le dije que aún era muy joven para convertirse en soldado! —exclamó Isabella—. La mayoría demuchachos han de esperar hasta los veinte años pero él… claro que no, él ha decidido marcharsea los dieciséis. ¡Es solo un niño!

Odette no supo qué contestar, pues las palabras de su suegra no tenían ni el más mínimosentido. ¿Qué quería decir con que tenía que hablar con Collin? Si él había muerto hacía ya unassemanas y, además, ¿por qué hablaba de Seth como si fuera un adolescente en vez de un hombreexperimentado en la guerra? La joven dio un par de pasos hacia atrás, sin comprender la situacióny fue entonces cuando Isabella se giró hacia ella de nuevo.

—Pero… ¿qué haces tú aquí, Loraille? ¿Cuándo has llegado?Comprendió al instante que acababa de confundirla con lady Loraille Sullivan, su madre. A

pesar de haber asistido a su boda con Seth, apenas un par de días antes, Isabella McAllisterparecía haberlo olvidado y, de algún modo, su mente se había quedado estancada en el pasado. Noera habitual que Odette se encontrara con casos como ese, pero reconocía que no era la primeravez que veía algo así. Supo que explicarle la realidad sería demasiado complicado y, además,provocaría dolor y ansiedad en la mujer. En lugar de eso, decidió tomarla del brazo con toda lacalma que consiguió reunir.

—Os acompañaré a vuestros aposentos, mi señora —dijo Odette con voz dulce—, estoyconvencida de que estáis muy cansada.

La mujer se dejó llevar, encantada de que esa joven le prestara atención. En ocasiones, losmuros de ese castillo podían ser muy solitarios.

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Capítulo V Tim supo que estaba enamorado de ella desde el primer momento. A pesar de ser consciente de

que no debería hacerlo, él ya la amaba.Algo en ella lo hechizaba de un modo natural, se escapaba al control de ambos. Larissa no se

parecía en nada a las otras mujeres del pueblo y, en cuanto él puso los ojos en la muchacha, todopareció volverse en su contra: la familia de él la temía, la familia de ella lo rechazaba.

El joven médico sabía a qué se dedicaba la familia de Larissa: todas eran mujeres, todas eranbrujas. Eso no detuvo los sentimientos que él no tardó en desarrollar hacia ella y supo que su vidaestaba abocada a permanecer incompleta para siempre, a no ser que encontrara una manera deestar junto a Larissa. Aunque eso, de nuevo, no era tarea fácil.

Tardaron poco en verse a escondidas, no podían controlarse durante más tiempo sabiendo queestaban pensando el uno en el otro y eso no causó más que problemas y tensiones, tanto en elpueblo como en las familias de ambos. Permanecer juntos no fue nada fácil durante años y lascircunstancias de Timothy lo arrastraron a marcharse de la isla durante un tiempo, buscando unfuturo mejor fuera de allí.

Pasó tres años estudiando en escuelas y tratando de costearse, como fuera, su educación en laUniversidad de medicina en Edimburgo. Al mismo tiempo trabajaba en concurridos hospitalesrepletos de soldados heridos y ciudadanos moribundos a causa de males provocados por lainsalubridad de las calles y las casas. Durante ese tiempo, Timothy conoció a muchas personas,pero permaneció encerrado en el hospital, sin molestarse en tratar de olvidar a Larissa. Sabía queno sería posible, por lo que se planteó una nueva solución: convertirse en uno de los mejoresdoctores de Escocia, a pesar de su infancia y juventud humildes. Supo que esa sería la únicaoportunidad que tendría para lograr marcharse de Finnèan junto a Larissa; construir una vida solopara ellos, lejos de toda esa gente que tan solo ponía trabas y dificultad a su amor.

Fue a finales de agosto cuando Tim regresó a la isla. Tras tres años en la capital, su pueblo y elresto de pequeñas aldeas en Finnèan parecían parte de un cuento infantil alejado de la realidad. Eldolor que Timothy había contemplado en la capital, además, lo había cambiado como persona.Ahora, con veintisiete años recién cumplidos, el joven médico se había visto obligado atransformarse en un hombre, uno que había presenciado más de un infierno en Edimburgo.

Apenas llevaba horas en el pueblo cuando lo hicieron llamar: el jefe del clan McAllisternecesitaba de sus servicios. No fue hasta que no se encontraba de camino al enorme castillo en lacosta que no le informaron de que Collin McAllister ya no era el duque, que había sufrido un fatalaccidente unas semanas atrás, y de que el nuevo encargado de manejar el ducado de Finnèan era,nada más y nada menos, que Seth McAllister. Tim conocía la historia de Seth: el vigorosoheredero que, doce años antes, se había exiliado de allí por propia voluntad para perseguir elsueño de una carrera en ese sangriento mundo de armas y guerra. A decir verdad, a Timothy lehabía extrañado que Seth hubiera sobrevivido tantos años a las batallas, la mayoría de loshombres de armas no vivían para contarlo más de unos meses.

Ese mismo día tuvo que ocuparse, de forma acelerada e imprevista, de la cirugía del duque ycuando regresó a su hogar ya era noche cerrada.

—Lo has hecho muy bien —le dedicó a su hermano Louis cuando ambos caballos seaproximaron al que era su hogar: una pequeña casita de madera con apenas dos estancias

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diferenciadas dentro.Tim había pasado allí toda su vida, pero, ahora, con el dinero que había conseguido en

Edimburgo, trabajando incansablemente, tenía la intención de mandar a construir una casa muchomás grande para que su familia pudiera vivir con un poco más de tranquilidad y dignidad. Sus doshermanas menores aún no se habían casado y se dedicaban a cuidar de las pocas cabezas deganado que poseían, Louis parecía ir por el mismo camino que él: le gustaba la medicina y no sele daba mal, aunque aún era joven y pecaba de impulsivo con frecuencia.

—¿Cuánto te ha pagado la duquesa? —preguntó Louis, emocionado.Al tiempo que Tim se bajaba del caballo, tuvo que contener una sonrisa. Por supuesto que su

hermano solo podía pensar en el dinero que habían cobrado ese día. Hasta ese momento, Louis tansolo se había encargado de ayudar a parir al ganado de los vecinos y, como mucho, tambiéntrabajaba sanando las lesiones de algunos caballos. Sin Tim en la isla, y teniendo en cuenta quelos médicos escaseaban, las dos únicas opciones para las personas heridas eran recurrir a algúncurandero de dudosa credibilidad o… pedir ayuda a las brujas.

Algunas personas las temían, por lo que jamás se acercaban a esa enorme cabaña situada enuno de los extremos de la isla. Otros ya las conocían, lo habían hecho desde siempre y se fiabande las pócimas y mejunjes milagrosos que ellas preparaban. Timothy se contaba entre losescépticos: si bien era consciente de que la sabiduría de ellas era inmensa, no confiaba en lamagia tanto como lo hacía en la ciencia.

—Me ha pagado bien, Louis —contestó, sin querer entrar en detalles—. Se ha portado muchomejor de lo que yo imaginaba que lo haría.

El adolescente pareció sopesar qué diría después y, al final, se decidió por ser directo yarriesgado.

—¿Me corresponde la mitad?Y Timothy no pudo más que soltar una carcajada ante esa ocurrencia. ¿La mitad del dinero por

solo asistirle en la cirugía? Eso no tenía mucho sentido, no había que ser un lince para verlo. Aunasí, no se apresuró a darle una negativa a su hermano, al contrario. Esperó a que Louis bajara delcaballo y se acercó a él, golpeándole el hombro con cariño. Louis tenía algunas manchas desangre en la camisa, pero esas manchas representaban lo bien que había salido la cirugía al duquey, por lo tanto, eran un triunfo.

—¿Y para qué quieres tú la mitad del dinero que me ha dado la duquesa?Louis no dudó ni un instante antes de hablar.—Para arreglar el techado de nuestra casa. Cuando llueve todo se llena de agua y el pecho de

madre silba por la noche porque tiene frío.Escuchar algo así hizo que Tim apretara los labios. No era consciente de eso, pues si su madre

no se lo había dicho era, con toda seguridad, para no preocuparlo mientras él se encontraba enEdimburgo. No era consciente de que ella pudiera estar enferma y el hecho de no haberse enteradoantes lo enfureció, aunque se calmó con rapidez, tratando de aclarar su mente. Había solución aeso que Louis le contaba, estudiaría los pulmones de su madre al día siguiente.

—Te daré la mitad —le anunció a su hermano, mirándolo con cariño—, pero yo me ocuparédel techado. ¿De acuerdo? Guarda ese dinero, lo necesitarás antes de lo que crees, si de verdadquieres estudiar medicina.

Louis no rechistó, sino que pareció alegrarse infinitamente. El muchacho se adelantó, llegandohasta la puerta de madera barata de su casa y la abrió con tanta energía que casi se quedó con elpomo de hierro entre los dedos.

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Timothy, aún fuera de la casa, se dispuso a entrar… pero se detuvo justo antes de hacerlo,notando una familiar sensación en la nuca y, acto seguido, en la boca del estómago. En vez deentrar a la vivienda de su familia, donde le esperaba un plato de cocido de cerdo caliente, Tim sedio la vuelta y oteó la oscuridad del bosque frente al que vivía. Y no sintió miedo al saber quealguien lo observaba, más bien fue al contrario. El doctor se alejó de esa casa como si estuvieraen llamas, corriendo hacia el bosque y controlando su respiración para no quedarse sin aire en lospulmones. Su corazón se aceleró cuando pudo distinguir, gracias a la luz de la luna, el primerretazo de color rojo entre los árboles. Un instante después, la tenía entre sus brazos.

—Has vuelto —susurró Larissa, envuelta en la oscuridad de la noche, aunque sintiéndose mássegura que nunca—, por fin has regresado.

Él necesitó acariciar su rostro con las puntas de sus dedos, mostrando una infinita dedicación,como si se estuviera asegurando de que realmente Larissa estaba allí. Después de tres largos añossintiendo su ausencia cada día. Todos los días de soledad transcurridos en ese tiempo parecíahaber quedado cubierto ahora por la presencia de Larissa, por su olor y la suavidad de su piel. Elcolor rojo de su cabello brillaba con suavidad bajo la luna, única encargada de iluminar esepequeño resquicio de bosque que les correspondía.

La besó con pasión, pensando en que, pese a la distancia y el tiempo, parecía que hubiera sidoayer la última vez en la que se besaran como en ese momento. La abrazó con fuerza, como habíaquerido hacer durante todo ese tiempo y se dijo a sí mismo que, si por él fuera, no la soltaríanunca más.

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Capítulo VI La puerta de la estancia se abrió y Seth tuvo que saltar para llegar a la cama tan rápido como le

fue posible. Se coló entre las sábanas torpemente, justo cuando Odette entraba, portando una tazaplateada en su mano derecha.

—Odette… —la saludó, fingiendo normalidad.Y ella no respondió al instante, sino que enarcó una ceja mientras dejaba el té sobre la mesilla

junto a la cama en la que Seth descansaba.—¿Estabas caminando? —preguntó, sospechosa.Seth fingió sorpresa.—¿Quién? ¿Yo? —Negó con la cabeza—. Por supuesto que no.—McAllister… —susurró ella, sabiendo que su marido le mentía.Seth, sabiendo que no podía mantener esa falsedad durante más tiempo, acabó rindiéndose.—Estoy bien, me encuentro bien. Te lo garantizo, ya puedo caminar.A Seth no le gustaba ver la decepción en los ojos de ella, era una de las cosas que había

descubierto en esa semana, desde la cirugía que le había practicado el doctor Timothy Kellen.Odette era una de las pocas personas que poseían el don innato de ser capaces de cuidar a losdemás y eso, sumado al increíble don de Seth para envolverse en situaciones espinosas y salirherido (pero glorioso) de ellas, resultaba una buena combinación.

—Deberías reposar al menos durante una semana más.Seth negó con la cabeza.—Creo que debería ejercitarme cuanto antes, Odette. Agradezco mucho que te preocupes por

mí, no sabes cuánto, pero no puedo detener mis entrenamientos. He de mantenerme ágil y rápidopara realizar mi servicio al rey.

Ella chasqueó la lengua, molesta.—¿No dices que vas a morir dentro de dos meses, de todos modos?—¿Ves? Ahí está: quizás muera por no ser capaz de reaccionar con rapidez al ataque enemigo.Odette puso los ojos en blanco. No había quién discutiera con ese hombre; tenía respuestas

para cualquiera de sus argumentos y, para colmo, todo en la vida parecía una chanza para él. Nohabía nada que Seth no pudiera convertir en objeto de burla.

—¿Ni siquiera vas a tomarte en serio tu propia muerte? —le preguntó, suspirando. Despuésalzó en su mano la taza de té que había traído y se lo tendió—. Toma, esto es para ti.

—¿Qué es?—Té de lavanda —comunicó ella.Una sonrisa se formó en los labios de Seth y ella pareció satisfecha, aunque evitó mostrarlo de

forma abierta. Sabía que le gustaba el té de lavanda más que los otros por el modo en el queapuraba cada gota del líquido y por cómo lo olía, tomándose varios segundos, antes de aproximarsus labios a la taza. Comenzaba a leer a Seth McAllister como si se tratara de un poema y eracurioso, pero ese poema cada vez le gustaba más y más. Lejos de sus primeras impresiones sobreSeth, no se trataba solo de un guerrero sin sentimientos, sino que era un hombre con suscomplicaciones y sus vivencias pasadas, pero agradable y cercano a la vez. Jamás habríaimaginado que alguien cuyos ojos parecían de hielo podría ser capaz de mirar al mundo de unmodo tan cálido.

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—Gracias —murmuró Seth, dejando la taza sobre la mesita de madera—. Gracias por todo. Séque no tenías por qué ocuparte de mí personalmente, nada te obligaba a hacerlo.

Ella lo observó en silencio, encontrándose con la sorpresa de esa inesperada amabilidad. Nopodía responderle que ser su esposa era una obligación suficiente, pues no era cierto. Ella biensabía que bien podría haber ordenado a cualquier otro sirviente del castillo que supervisara lasalud del duque por ella.

—Disfruto haciéndolo —afirmó, y era cierto.Con cuidado, Odette se acercó al hombre y tocó entre sus dedos la fina venda que cubría parte

de su pecho. Él permaneció inmóvil mientras ella comprobaba que todo estaba bien y que lamarca de la operación cicatrizaba correctamente. Asintió con la cabeza de un modo imperceptibleal fijarse en que no había ningún tipo de hinchazón alrededor de la herida y de que esta no parecíainfectada.

La piel de Seth McAllister estaba caliente, pero no por culpa de la fiebre, esta vez, sino másbien como uno de los atributos habituales de ese guerrero. Las yemas de los dedos de la delicadajoven acariciaron un instante más esa suavidad, perdiéndose en los vellos oscuros que coronabanel pecho de él. Seth contuvo un ronco gruñido y cuando Odette alzó la mirada de nuevo descubrióen sus ojos una especie de excitación que no había percibido hasta ese momento. Por más quesupiera que lo correcto era apartarse de él, no lo hizo, sino que permaneció allí, quieta.

Seth tomó un mechón de cabello rubio entre sus dedos, recreándose en su suavidad conlentitud. En verdad, hacía mucho tiempo que no sentía la suavidad del cuerpo de una mujer y Diosera testigo de que hacía mucho más que no sentía el calor del corazón de… nadie. Sus noches enel campamento militar estaban repletas de soledad y frío a la intemperie. Como si él nunca hubieratenido un lugar al que regresar. Acercó el mechón de cabello a su nariz y cerró los ojos, aspirandosu olor. Odette olía a lavanda, aunque ella no lo supiera. Cada vez que entraba o salía de unahabitación dejaba flotando ese aroma floral, fresco y dulce a la vez, de la lavanda recién cortada.Seth comenzaba a identificar ese olor con una recurrente punzada en el corazón.

—Me encuentro mucho mejor, te lo garantizo —susurró Seth y su voz no perdió esa tonalidadronca—. Y sé que no estás acostumbrada a que tus pacientes te lleven la contraria, Odette, pero yosoy un soldado y no habitúo a pasar tantos días sin sentir el peso de mi espada entre las manos.

Sus palabras la hicieron reaccionar, como si la sacaran de una ensoñación. La mujer se apartóde él, aplomando la falda de su vestido como si hubiera hecho algo para descolocarla. Después sepuso en pie.

—Haced lo que se os antoje —musitó, antes de salir de la habitación a paso ligero.Seth, aún tumbado sobre la cama, puso los ojos en blanco. Ahí tenía lo que significaba tener

una esposa, al menos una con un carácter de mil demonios. El miedo que una vez había visto en sumirada, al dirigirse a él, ya solo había quedado en pura cabezonería. Ya no lo temía; ahora lo veíacomo a un paciente al que dar órdenes. Por una parte, se sentía inclinado a escuchar lo que ella ledecía, pero, por otra, Seth no quería renunciar a entrenar y ejercitarse tanto como pudiera en losdías que le quedaran. Nada le garantizaba que Sihonn tuviera razón con sus predicciones, pero losMcAllister no desconfiaban de las brujas de la isla, pues las finnè nunca se habían equivocado.

Ese mismo pensamiento rondaba la cabeza de Odette mientras bajaba de la torre en la quereposaba Seth, dirigiéndose a la puerta principal del castillo. Necesitaba salir a que le diera elaire, pues su corazón estaba latiendo a mil por hora y no sabía qué hacer para detenerlo; quizás lafría brisa escocesa la tranquilizara. Con el paso de los días se estaba encariñando más y más consu marido, algo que no creyó que fuera a suceder ni en cien años. Pensar en el futuro en ese

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momento amenazaba con volverla loca: ¿qué sucedía si la bruja negra tenía razón? ¿Qué sería deella si su marido moría en pocas semanas? No, no podía permitirlo.

Según la lógica de las palabras de Sihonn, las tres visiones que la bruja había tenido secumplirían: el error de Odette al escoger una hierba, el hijo que ambos tendrían y la muerte deSeth. No había ninguna forma de evitar que ella se equivocara en la elección de un remedio, puessabía que sucedería tarde o temprano, pero sí la había de que ella quedara embarazada y… si esopodía detenerse, ¿no se pararía también la muerte de Seth McAllister? Por mucho que esa brujahubiera insistido con que esos eventos eran inevitables, Odette no los consideraba así; más bien alcontrario, podían cancelarse con facilidad

Pensando en el cariño que poco a poco le estaba tomando al duque, Odette resolvió que lomejor sería acabar con eso cuanto antes. Hablaría con Sila y le pediría ayuda, su ama decompañía personal tendría que ser quien se encargara de todo por ella, pues no quería levantarsospechas realizando sus gestiones ella misma.

Había una forma muy clara de no quedar embarazada de Seth McAllister: debía marcharse deallí tan pronto como pudiera.

*** Sila le dio un nombre apenas un par de días de haberle pedido ayuda: sir Jim Bawden. Parecía

ser que él era el hombre a quien acudir cada vez que se necesitaba un favor.La joven ama de compañía parecía haberse aclimatado a la perfección a su nuevo hogar en la

isla de Finnèan e incluso comenzaba a sumar jovencitos interesados en ella, entre ellos algunos delos aprendices de armas de los McAllister, que estaban disfrutando como nunca al tener a Sethcomo mentor en el castillo.

A pesar de los numerosos argumentos de Odette en su contra, el duque había regresado aentrenar, tanto en solitario como en compañía de otros de sus hombres. Odette tan solo podíaacudir todas las mañanas y todas las noches a Seth para asegurarse de que los vendajes estabanbien colocados y para limpiar la herida. Él trataba de hacerla reír con sus bromas y sus juegos yella, pese a negarse al principio, solía sucumbir a la dulzura de ese hombre que cada día leresultaba un misterio más grande. ¿Por qué Seth McAllister era un ser tan aparentemente feliz? Suvida parecía marcada por la tragedia: su hermano había muerto, su madre apenas lo reconocía,acababa de contraer matrimonio con una mujer a la que no amaba y alguien había predicho sumuerte. Y, aun así, Seth se despertaba cada mañana con fuerza y energía, capaz de realizarcualquier tarea que hubiera de llevar a cabo.

Justo por eso, Odette sabía que tenía que salir de ahí cuanto antes. Ese hombre se estabalabrando un camino hasta su corazón y ella no podía permitir eso: quería marcharse de allí paraque ninguna de las profecías se cumpliera y para eso contaría con la ayuda de ese tal Jim Bawdenque, al parecer, le conseguiría un pasaje en uno de los barcos mercantes que partiera fuera de laisla. Imaginaba que, para eso, tendría que arreglárselas para llegar al pueblo o al muelle máscercano, pero no le importaba. A esas alturas, la idea de marcharse de Finnèan le parecía lo máslógico del mundo. ¿Qué haría después? No lo sabía, no tenía ni la más remota idea, pero al menossalvaría la vida de Seth y se salvaría a sí misma de convertirse en una viuda noble atrapada en unlugar que ya no sería su hogar.

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—Me han dicho que entrena por las mañanas junto a la armería —le susurró Sila tras revelarleel nombre de ese hombre que podría sacarla de allí—. Dicen que Jim Bawden puede conseguircualquier bien y traerlo a la isla, por lo que espero que tenga la misma destreza llevándonos fuerade ella, mi señora.

Odette trató de sonreír, esperanzada, pero no fue demasiado exitosa en su labor. Sila entornósus ojos oscuros al observarla y su carita de niña se mostró preocupada. Vestía un trajecito azulque arrastraba ligeramente por su espalda y cuyo corte se asentaba muy bien en el cuerpocurvilíneo de Sila. A Odette no le extrañaba que la mitad de los jóvenes aspirantes a soldados delcastillo bebieran los vientos por su ama de compañía.

—Perdonad mi indiscreción —comentó Sila, algo dubitativa—. Pero no logro comprender porqué queréis que nos marchemos. Creía que el señor duque era agradable con vos.

Sila sabía que podía tomarse la libertad de preguntarle algo así a su señora, pues ella laconsideraba su amiga desde hacía mucho tiempo y solía contar con su opinión para tomar todaclase de decisiones. No en este momento, aun así, pues ella había decidido no hablarle a nadieacerca de la bruja que los había visitado la noche de su boda. Sila había visto a Sihonn, pero nosabía nada de la conversación ni las noticias recibidas de su boca.

—Y lo es, Sila, te aseguro que lo es. —Odette guardó silencio de forma prudente antes dehablar de nuevo—. Creo que esa es la razón principal por la cual tenemos que irnos.

Y Sila no habló más, pues no había quién entendiera a su señora, en especial cuando le hablabade ese modo tan enigmático. Pero, si algo no se le escapó en absoluto a Sila fue la tristezareflejada en la mirada de su ama después de pronunciar esas palabras.

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Capítulo VII Isabella McAllister se entretenía tejiendo unas medias de lana valiéndose de dos gruesas

agujas de madera. Las largas medias eran de color azul marino y Odette pudo apreciar que latécnica de su suegra era perfecta: cada puntada era idéntica a la anterior y el patrón era hermoso.

—¿Cómo estáis, lady McAllister? —preguntó Odette, sentándose junto a ella, frente a lachimenea de esa sala en la torre oeste del castillo.

La sala estaba oscura y tan solo el fuego iluminaba la estancia, pero lo hacía de un modoreconfortante, como si se tratara del lugar más cómodo de todo el castillo. Sentada junto a lapuerta, en una hermosa silla de madera, Sila remendaba algunas prendas con maña. Sonrió a suseñora cuando la vio llegar a ese salón.

—Muy bien, gracias —respondió Isabella, sonriendo, agradecida por el interés de esa joventan bella—. Disculpad mi descortesía, pero, ¿quién sois vos? Vuestro rostro me resulta familiarpero no consigo recordar dónde os he visto antes.

Odette suspiró, aunque mantuvo en su rostro una dulce sonrisa que colaboró en que ladyMcAllister no se sintiera incómoda de ningún modo.

—Me llamo Odette —anunció, sin añadirle un apellido que pudiera confundir a esa mujer.—Oh, ¡Odette! —La señora pareció encantada y, durante un momento, dejó de tejer para

observar a la muchacha—. Es un nombre precioso, como de una princesa.Isabella McAllister era una de las mujeres más dulces que conocía y Odette no pudo más que

imaginar cómo podría haber sido ella tiempo atrás, antes de que ese mal le afectara a la memoria.Día tras día, Odette trataba de recordar si existía alguna flor o raíz que ella pudiera usar paraayudar a Isabella a retener sus recuerdos de alguna manera. Sabía que no podría traer de vueltalos recuerdos que ya no existían, que estos se habían perdido en la mente de la mujer… peroanhelaba ayudarla a detener esa enfermedad que, sabía, tan solo empeoraría con el paso de losmeses y los años.

—¿Qué estáis tejiendo? —le preguntó.Lady Isabella McAllister alzó las medias azules, orgullosa. Eran gruesas y de buena calidad,

mucho mejor que si lo hubiera tejido gracias a un telar, pues el trabajo manual se veía en cada unode los detalles de la prenda.

—Son unas medias para mi hijo mayor, Seth —explicó—, y pronto comenzaré a tejer otraspara mi bebé.

Odette dejó escapar el aire contenido en sus pulmones una vez más.—¿Tenéis un bebé? —cuestionó, interesada.—Sí, Collin. Tiene solo cinco meses, pero es muy inteligente. Ese niño llegará muy lejos, estoy

segura.La ternura que desprendían las palabras de la mujer afectó a Odette como un pinchazo en el

corazón.—Habladme de Seth —pidió en un susurro.Y, entonces, Isabella se embarcó en un sinfín de anécdotas e historias de un pequeño Seth

McAllister que, con solo tres o cuatro años ya era un niño muy despierto y resuelto. A veces secolaba en las cocinas del castillo y se empeñaba en hornear pasteles y galletas y, al parecer, elpequeño era tan cálido y dulce que la cocinera no dudaba ni un instante en satisfacer todos sus

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caprichos. Isabella le confesó a Odette que Seth sería duque algún día, si no se decantaba porotros caminos como la guerra o la Iglesia y terminó explicándole a Odette cuánto ansiaba que suhijo tuviera una vida larga, plena y feliz.

Los ojos de la nueva duquesa se aguaron al escuchar sus palabras y tuvo que levantarse delsillón para que su suegra no la viera llorar.

—¿Y vos, Odette, tenéis hijos? —preguntó.Odette negó con la cabeza, conteniendo la respiración para no derramar alguna lágrima

traicionera que pudiera incomodar a su suegra, quien seguía tejiendo sus medias con tranquilidad.—Los hijos traen dicha y paz —dijo Isabella, guardando silencio mientras terminaba de dar un

par de vueltas al ovillo de lana azul—, y uno solo espera que, cuando crezcan, alcancen a serfelices.

Algo le dijo a Odette que, detrás de la sonrisa y el buen humor de Seth, se encontraba unsoldado destrozado por la guerra y por la enfermedad de su madre. Eso la hizo sentir mal por él:el estado de Isabella y la muerte de su hermano pequeño eran duros mazazos incluso para unhombre tan imponente como Seth McAllister.

Esa fue la primera vez que Odette sintió de verdad la profunda necesidad de calmar el dolor deSeth.

***

Si conseguía mezclar los ingredientes perfectamente y conservarlos en un lugar frío y oscuro,

los ungüentos de Odette podían mantenerse en buenas condiciones durante semanas. No erahabitual que duraran tanto tiempo, pues siempre había una persona en el castillo que acudía a ellacon un arañazo en la pierna, una picadura de abeja o una verruga extraña. En ese caso, Odette lesbrindaba un pequeño botecito y explicaba cómo aplicar su contenido a las horas correctas y con lahigiene necesaria para sanar su dolencia.

En esas pocas semanas Odette ya había acondicionado una parte de la cocina como el lugar enel que ella solía realizar las mezclas de las que precisaba, aunque en su mente fantaseaba con laidea de trasladarse a algún lugar del jardín, quizás construir una pequeña cabaña que pudieraservirle como almacén a la vez que como taller. No creía que Seth se opusiera, al fin y al cabo, aél parecía interesarle su experiencia como improvisada enfermera… luego recordaba la realidaden la que vivía: que quería marcharse de allí, que lo necesitaba para poder salvar al duque ytambién a sí misma.

Odette retiró una cazuelita de barro del fuego y la trasladó con cuidado a una de las mesas deesa inmensa cocina. Al otro lado de la sala, Jolie, la cocinera, preparaba un estofado de carne ypatatas que olía delicioso. Odette, por su parte, acababa de terminar un remedio para los doloresprovocados por el período, algo que sufrían una gran parte de las doncellas del castillo.

Sila entró en silencio por la puerta, con el cabello recogido en dos largas trenzas que leconferían un aspecto algo aniñado. Odette reparaba en cómo su ama de compañía parecíainteresarse un poco más que de costumbre en arreglarse y estar hermosa, algo que ella ya era depor sí. La observó acercarse a su posición con una sonrisa.

—Llevas un hermoso peinado hoy, Sila —la halagó.Sila enrojeció furiosamente, sabiendo que su señora se había dado cuenta porque, con toda

seguridad, se olía algo sospechoso en su conducta.

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—Gracias, señora.—Hay muchos jóvenes apuestos en este castillo, ¿no te parece? —comentó Odette, tomando la

cazuelita entre sus dedos, vaciando su contenido y colándolo para más tarde entregárselo a susdestinatarias.

—Sí, me imagino que sí… —susurró Sila con timidez.Odette sabía que era tímida y dulce, que no le confesaría nada aún, hasta que no hubiera algo

que contar en realidad. Por otra parte, ella apreciaba mucho a Sila y temía que algún muchachomayor que ella pudiera aprovecharse de su inocencia, así que se andaría con ojo, aunque solofuera para que su protegida no tuviera que pasar por alguna situación desagradable sin apoyo.

—¿Traes alguna novedad? —le preguntó, cambiando de tema.Por el modo en el que Odette la observó, Sila supo de inmediato a qué se refería. Asintió con

la cabeza.—Las chicas del servicio me han contado que sir Jim Bawden ha regresado a la isla esta

mañana. Se encuentra en la armería ahora mismo.La cazuelita casi se le cayó de las manos cuando escuchó eso. Logró retomar la calma por fin y

terminó de colar el contenido de ese recipiente. Después se alisó la falda, un gesto que hacíacuando se encontraba nerviosa.

—Por favor, Sila, encárgate de entregarle este té a las muchachas que me lo han pedido. Iré ahablar con Bawden ahora mismo.

La muchacha no pudo más que aceptar. Después contempló a su señora salir casi corriendo delas cocinas, dejando la estela de su vestido granate a su espalda. Sila suspiró, buscando entre laspropiedades de Odette algunos recipientes en los que guardar el té recién hecho. No se atrevería adecírselo a su señora, pero la realidad era que Sila no quería marcharse de Finnèan ni del castillo.No hacía mucho tiempo que había llegado allí, pero ella era capaz de imaginarse una vidacompleta en la isla y ya había encontrado más de una razón para querer permanecer en esehermoso lugar.

Rezó para que Odette, de un modo u otro, cambiara de opinión.

***

No sabía muy bien cómo hablaría con ese hombre. Necesitaba salir de ahí como fuera: enbarco, a caballo o en el carro de un mercante. Solo sabía que ese hombre, Jim Bawden, conocía elmodo de hacerlo. Le ofrecería tanto dinero como pidiera y, con un poco de suerte, se marcharía deahí cuanto antes.

De ese modo, la vida de Seth se salvaría y ella no tendría que cargar con su muerte en suconciencia… aunque toda su existencia cambiara desde el momento en el que saliera de esa isla.Odette nunca había vivido fuera de la protección de sus padres o, como en esa ocasión, de sumarido, el duque de Finnèan. ¿Cómo sería su vida después de haber abandonado la isla? Nadie losabía. Pero al menos esperaba que Seth viviera para contarlo.

Era increíble cómo había cambiado de opinión hacia él respecto al primer día en que lo vio.Ese hombre, grande y fuerte, le había mostrado una especie de optimismo que ella jamás habríaimaginado en nadie antes. A Seth no le importaba su posición social, ni el dinero ni tampoco leinteresaba aprovecharse de ella. Seth valoraba el honor más que nada en el mundo —por eso sehabía casado con ella, honrando la palabra dada por su padre, Mick McAllister, de desposar a su

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heredero con la hija mayor de los Sullivan— y actuaba de forma dulce y cariñosa con ella.Su corazón se estremeció un poco al pensar que no volvería a ver a Seth si se iba, por lo que

tuvo que repetirse a sí misma que lo haría por un bien mayor.Cuando se aproximó al edificio de la armería, se sorprendió al escuchar el inconfundible

sonido del acero entrechocando. ¿Alguien estaría entrenando? La armería, como esperaba, estabavacía, pero dos personas parecían luchar en el exterior, en esa explanada de piedra situada justosobre el nivel del mar, donde Odette había contemplado a Seth jugar a las batallas con esos niñosel día de su boda.

La joven cruzó la armería en silencio, deteniéndose unos segundos a observar la cantidad deespadas y escudos de distintos tamaños que reposaban en los muros. Se acercó a uno de ellos,contemplando una brillante espada cuya empuñadura presentaba unos hermosos grabados. Miró asu alrededor, asegurándose de que nadie la viera y, por primera vez en veintidós años, la jovenempuñó un arma. La agarró con firmeza, pero, aun así, pesaba demasiado y estuvo cerca de tirarlaal suelo tan pronto como tocó la arena. Definitivamente, ella no había sido entrenada desde niñapara ser una hábil espadachina.

El entrechocar del acero se detuvo en ese mismo momento y ella se apresuró a colgar de nuevola espada en el aro de metal que la sujetaba. Tuvo que hacer uso de todo su equilibrio para lograrenganchar el arma sin cortarse con ella ni dejarla caer al suelo de forma estrepitosa.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó una voz a su espalda.Cuando Odette se giró, distinguió la figura de un hombre joven y alto que portaba una espada

de acero con una empuñadura plateada con brillantes joyas engarzadas. La duquesa se aclaró lagarganta, fingiendo que tan solo observaba las armas. Se giró y comenzó a caminar, llegando hastaese hombre. Compuso un gesto más serio para afrontarlo.

—¿Vos sois sir Jim Bawden? —preguntó, decidida.Él asintió con la cabeza. Tenía el cabello corto y moreno, a la moda de lo que ella había visto

en los caballeros europeos que a veces llegaban a Escocia. Sus ojos grises presentaban motitasmarrones que le otorgaban profundidad a su mirada.

—¿En qué puedo ayudaros, lady McAllister? —preguntó él—. Ha llegado a mis oídos que mebuscabais.

Odette miró a su alrededor, comprobando de nuevo que se encontraban solos. ¿Con quién habíaestado él practicando hasta hacía solo unos instantes? La armería no le daba confianza para hablar,no era el lugar más seguro de ese castillo y, si en algún sitio Seth podía tener oídos y ojos, eraallí.

—Trataremos el asunto en otro lugar, seguidme —indicó Odette.Apenas se había dirigido a la salida de la armería cuando una nueva voz se unió a esa

conversación, helándole la sangre a la dama:—¿He de preocuparme por lo que estoy observando?Seth estaba allí. Por supuesto que sí, ¡él siempre estaba donde no debía! Odette trató de

aparentar normalidad, aunque con solo mirar una vez más a Jim Bawden supo que le habíantendido una trampa entre los dos: Seth lo sabía todo desde el principio.

—¿Por qué tendrías que preocuparte, Excelencia? —dijo ella con indiferencia.—Mi esposa interesada en un rato a solas junto al mejor de mis amigos… —Los ojos de Seth

brillaron con algo inconcluso entre el humor y el fastidio—. No me lo esperaba, tengo queconfesarlo.

Jim se adelantó unos pasos y se inclinó con respeto ante Odette, como si actuara de forma

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indiferente a la conversación que Seth había comenzado tras él.—Es un placer conoceros, lady McAllister. Todos los elogios a vuestra belleza que había

escuchado hasta ahora se quedan más que cortos, no se corresponden con la realidad.Desde luego, Bawden era un auténtico caballero. Su voz era educada y comedida, era muy

evidente que se estaba mostrando sincero y que, además, parecía complacido con la nueva esposadel que para él era como un hermano. A pesar de eso, Odette no podía fingir normalidad en esemomento. Más rígida que de costumbre, se dirigió a Jim, pasando por alto los halagos queacababa de dirigirle.

—Señor Bawden, por favor, ¿podríais dejarme a solas junto a mi marido?Jim no dudó un segundo antes de aceptar, pero intercambió una mirada significativa con Seth

antes de salir de la armería mientras mascullaba como excusa que debía atender a su caballo.Odette no habló de inmediato, sino que pasó por delante del duque y salió de la armería por la

puerta que conducía directamente al campo de entrenamiento. Observó las olas rompiendo contrala piedra que quedaba a sus pies y sintió el intenso olor a mar helado que llegaba hasta su narizrespingona. Cuando se dio la vuelta se encontró con que Seth la miraba, con los brazos cruzados,un par de metros a su espalda.

—¿Pretendías humillarme? —preguntó ella, cortando el tenso silencio.—En absoluto.—¿Has ordenado a todo el castillo que me vigile?Seth dejó la punta de su espada sobre el suelo, apoyada en la pared de piedra del pequeño

edificio de la armería. Después regresó para enfrentarse a ella. Era curioso cómo una mujer tanpequeña lo encaraba, haciéndole sentir que el único débil allí era él.

—No, Odette. No he ordenado a nadie que te vigile y tampoco lo he hecho yo mismo… tansolo me gusta estar informado de lo que sucede en mis tierras y, dejémonos de juegos de una vezpor todas; yo ya sabía que querrías marcharte, tú misma me lo dijiste. Era cuestión de tiempo quebuscaras un modo de hacerlo… y resulta que yo conozco todos y cada uno de ellos.

Los ojos verdes de la joven se encendieron de furia y de impotencia. Estuvo a punto degritarle, preguntando si acaso no se percataba de que, si quería irse de allí, era precisamente parapoder salvarlo a él. Pero ese guerrero cabeza dura no entendería algo como eso.

—¿Y pretendes retenerme aquí contra mi voluntad?Seth negó con la cabeza. Sus ojos azules parecían, una vez más, los de un león cerca de atacar.—En absoluto, Odette. Lo único que pretendo es que todo suceda como debe hacerlo. ¿Por qué

quieres escapar de esta isla, escapar de mí?Odette chasqueó la lengua, hastiada.—Lo sabes muy bien.Él suspiró. Le estaba dando toda la razón y, aun así, era tan terca como para negar la realidad.—Y, ahora dime… si Sihonn no hubiera aparecido en el castillo el día de nuestra boda, si todo

hubiera transcurrido con normalidad entre nosotros… ¿aún querrías marcharte? —Seth se acercó aella, recortando la distancia que los separaba poco a poco—. Soy solo un soldado, no uniluminado… pero no puedes negarme que ha surgido algo entre nosotros, que nos estamostomando… afecto.

—En primer lugar… no eres ni un soldado ni un iluminado, claro que no, ¡eres un duque, Seth!—Odette tragó saliva, insegura—. Y no puedo negarlo, tienes razón: te he tomado cariño. Por esome iré.

—Porque crees que eso impedirá que muera.

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—¡Es evidente, McAllister! —exclamó la doncella.—Te he dicho mil veces que no funciona así. Si Sihonn nos ofreció tres profecías, todas se han

de cumplir. Yo moriré, tú cometerás ese error y… y tendremos un hijo, Odette. Es inútil evitaralgo que ya está escrito.

Los ojos de ella volvieron a encenderse. Su respiración, acelerada, demostró hasta qué puntole resultaba frustrante hablar sobre Sihonn con él.

—Pues, señor duque, habéis de saber que si queréis que tengamos un hijo vais a tener queforz…

Ni siquiera llegó a terminar la frase. Al instante, Seth había llegado hasta ella, sujetándola delbrazo con vehemencia y sus ojos la miraban de un modo tan peligroso como la postura corporaldel caballero. Una parte de él quería que se atreviera a terminar esa maldita oración, que le dijeralo que pensaba. Seth ya le había dicho una vez que jamás le pondría un dedo encima sin suconsentimiento y la mera insinuación de algo así ya le provocaba arcadas.

—¿Voy a tener que hacer qué, amada esposa? —preguntó, no sin cierta ironía brillando en suvoz.

Odette se aclaró la garganta, nerviosa. Sabía que ofendería a Seth si terminaba la frase tal ycomo la había pensado al principio. Ella sabía que ese hombre, aunque bruto e imprudente, no leharía daño. Con toda la elegancia de la que fue capaz, ella logró zafarse del férreo agarre de Seth.

—No voy a dejar que mueras, McAllister —le dijo, mucho más tranquila—. Esa es mi últimapalabra.

—Ya estoy muriendo, Odette. Cada día muero un poco más.Si la predicción era cierta, Seth tenía mucha razón al afirmar eso. El tacto de Odette en sus

dedos había sido cálido y suave y Seth supo que no quería dejar de sentirlo. Se acercó de nuevo yposó las yemas de sus dedos sobre la inmaculada mejilla blanca. Odette cerró los ojos de formainstintiva y respiró el aroma de hombre de Seth.

—Me niego a creer que esté escrito.Cuando Seth posó la otra mano en el otro lado del cuello de la joven, su mirada fue más seria

de lo que nunca había sido.—Yo creo que sí lo está, desde hace mucho tiempo —le confesó—. Piénsalo, Odette… ¿qué

posibilidades había de encontrarnos en este mundo? ¿qué posibilidad existía de que tú y yoacabáramos casados? Siempre creí que mi destino era la guerra.

—Y, ¿acaso no lo es? —intervino Odette con voz suave—. Ahí encontrarás tu final, según laspalabras de Sihonn.

Seth acarició su piel detenidamente antes de contestar.—Imagino que hasta yo merezco sentir lo que es la felicidad por un minuto antes de

marcharme, entonces.Y, con esas palabras aún vibrando en su boca, Seth se inclinó hacia ella y tomó sus labios entre

los suyos. Llevaba ya demasiado tiempo queriendo sentir su sabor, la textura de su piel, y eseprofundo olor a lavanda que lo volvía loco desde el momento en el que conociera a Odette, lanueva duquesa de Finnèan.

El calor se extendió por todas partes en el cuerpo de Odette, que no pudo más que aceptar esebeso pasional que el guerrero acababa de robarle, pero que ella le había entregado, gustosa, alsentirlo tan cerca. Se aferró al pensamiento de que aún quedaba tiempo con él, que Seth era unhombre de los que disfrutaban cada segundo y que eso era algo que podría contagiarle a ella confacilidad. Los labios del guerrero la devoraban como si, no solamente fuera su primer beso, sino

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también el último. Odette tardó poco en descubrir que todos los besos de Seth eran así:apasionados y ardientes como si al separarse no fueran a volver a verse más. Tan ardientes comoel propio guerrero que amenazaba con tomar de ella todo lo que estuviera dispuesta a darle, másincluso de lo que tenía.

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Capítulo VIII El fuego crepitaba en ese pequeño salón del castillo. Era de noche, por lo que solo las llamas

iluminaban las manos de lady Isabella McAllister, que se movían, ágiles, de un lado al otro poresa capa de lana que le estaba tejiendo a su marido. La mujer no parecía saber que el antiguoduque de Finnèan, Mick McAllister, llevaba ya años fallecido y Odette sería quien le diera esadesagradable noticia a la frágil dama.

—Odette —la reprendió con voz muy suave—, tenéis que contar los puntos exactos de la lana,si no lo hacéis, el patrón quedará desnivelado.

Como ejemplo, Isabella solo tuvo que tomar entre sus delicados dedos la gruesa bufanda rojaque Odette tejía, con innegable torpeza, y le mostró a la muchacha que, en algunas partes de latela, esta parecía escalonada y alternaba entre fragmentos delgados y otros más gruesos en suestructura. Era la primera vez que tejía algo ella misma, así que era consciente de que aún tendríamuchos errores hasta que aprendiera.

—Lo haré —le respondió Odette con una sonrisa.Ambas mujeres siguieron tejiendo en silencio. Junto a Odette, Sila también tejía, aunque de un

modo mucho más avanzado que ella, una faja para el invierno.—Ya está listo —comentó con satisfacción Isabella.Odette y Sila se apresuraron a observar el resultado y ambas se miraron, sorprendidas. La

mujer acababa de tejer una capa grande y tan tupida y simétrica que parecía hecha por unatejedora profesional. Odette no dejaba de sorprenderse por la destreza de su suegra, pues ellaapenas lograba tejer un paño sin perder varios puntos y enredar las agujas con la gruesa lana.

—Es una maravilla, lady McAllister —comentó Odette, asombrada.En realidad, ella no creía tener muchos más talentos a parte de preparar remedios y ungüentos.

Cuando era niña había recibido algunas clases de danza y de canto, pero Odette no había sidonunca una artista.

—¿El qué es una maravilla?La voz profunda era inconfundible y Odette contuvo la respiración en el momento en el que vio

a Seth entrando en la sala. Estaba muy apuesto, con una camisa recién lavada y el cabello oscuroatado en una cola de caballo en su nuca. La joven tuvo que forzarse a dejar de mirarlo y volver adirigirse a lady McAllister.

—He terminado la labor de una capa —anunció Isabella, orgullosa—, han sido varios días detrabajo.

La mujer le enseñó su creación a Seth y este compuso una tierna sonrisa.—Lo es —confirmó él—, es una auténtica maravilla.—Es para mi marido, no quiero que sienta frío durante este invierno. Dicen que será un año

difícil.Odette y Seth compartieron una mirada al escuchar estas palabras. Ya estaba resultando un año

difícil para todos allí. Seth se arrodilló frente a su madre y posó una mano protectora sobre elantebrazo de la mujer. Ella se giró hacia él, algo confundida, dispuesta a exigirle a ese extraño quese apartara de ella… pero, entonces, algo en su mirada le comunicó que lo acababa de reconocer.

—Seth —susurró Isabella, posando un par de dedos en la mejilla de su hijo mayor, lo acariciócon cariño—. ¿Has vuelto?

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—Sí, madre.La forma en la que Seth observaba a su madre, con un amor infinito y, a la vez, con una

profunda tristeza brillando en sus ojos azules, estremeció a Odette. Se preguntó cuánto tiempollevaría ese hombre sufriendo por el cruel destino que le había deparado a Isabella McAllister,una mujer que había sido considerada una de las más poderosas de toda Escocia solo unos añosantes. Firme, estricta y justa, Isabella había criado a sus dos hijos con unos valores tan férreoscomo los que se le pudieran exigir a un duque encargado del bienestar y de la seguridad de todauna isla.

—¿Has conocido a Odette? —preguntó Isabella a su hijo, girándose hacia la dama rubia de suizquierda.

Odette contuvo la respiración. Era tan curioso cómo funcionaban los recuerdos en la mente dela antigua duquesa…

—Sí, la he conocido, madre —susurró Seth, componiendo una triste sonrisa.—Es una muchacha muy hermosa, ¿verdad? —comentó su madre, girándose hacia Odette—. Y

también es una mujer buena, paciente… hablaré con tu padre, Seth, deberíamos considerar unirnuestras familias.

Escuchar esas palabras le provocaba un vacío en el corazón a Odette. No era tristeza,precisamente, lo que sentía, sino más bien una inmensa pena. Buscó los ojos azules de Seth y losencontró al instante, pues él también la miraba ya. Mantuvieron la mirada del otro durante tantotiempo que todo a su alrededor pareció desaparecer durante un rato, dejándolos ahí, solos en esepequeño pero acogedor salón.

—Creo que sería una sabia decisión, madre —respondió él al final.E Isabella se alegró, era evidente. Se llevó la mano de su hijo a los labios y depositó en ella un

beso, después le tendió la capa de lana a él.—Quédatela tú. Pero no se lo digas ni a tu padre ni a tu hermano, no quiero que sientan envidia

hasta que no haya sido capaz de tejer una para ellos también.Seth sujetó entre sus dedos el grueso pedazo de lana, suave y fragrante. Durante un instante, mil

recuerdos felices de su infancia llegaron hasta su mente, pero trató de que estos no interfirieran ensu sonrisa, pues no quería apenar a su madre. A veces se preguntaba cómo se sentiría ser comoella: olvidarlo y recordarlo todo de un modo incierto que él no llegaba a comprender.

—No lo dudes, madre, no les diré nada.Con el tipo de movimientos que solo una mujer noble sabe hacer, le hizo un gesto sutil a Sila.—Acompáñame a mi habitación, joven —le pidió—, creo que me vendría bien descansar un

poco.—¿Quieres que vaya contigo? —propuso Seth, poniéndose en pie con agilidad.Ella lo rechazó inmediatamente, sin siquiera pensarlo.—No es necesario, hijo mío. Quédate aquí con nuestra invitada, con Odette. Y compórtate

frente a ella, por favor, jamás me perdonaría que mi hijo se mostrara grosero con la hija de un clanamigo.

Dijo esto como si se tratara de una broma, pero Seth sabía que había una parte de verdad en laspalabras de su madre, que para ella las relaciones sociales y los modales eran un pilar de lo másimportante en la vida de la nobleza.

Sila tomó lady McAllister del brazo y se la llevó, a paso lento, mientras la mujer comenzaba acontarle historias y anécdotas que le venían a la cabeza de repente. Seth se preguntó si, tan prontocomo se dio la vuelta, ya se habría olvidado de quién era él… y de cómo era su vida ahora. No

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fue hasta que las mujeres no estuvieron fuera de la sala que él se giró hacia su esposa, que habíaparado de tejer. Odette se puso en pie, quedando al mismo nivel que él. Agradeció lo ancho de suvestido gris, pues sentía sus piernas temblando por debajo de la tela y no quería que él se dieracuenta.

—Tu madre es… muy buena conmigo.La melancolía que cruzó los ojos de Seth en ese momento fue más que evidente. El guerrero

miró al suelo, con una luz triste adornando esa mirada azul.—Es buena con todo el mundo, o eso creo yo. Gracias por tu tiempo con ella, Odette, sé que en

ocasiones no es fácil mantener una conversación con ella y que eso…—No, no, Seth —lo interrumpió—, no tienes nada que agradecerme. Lady McAllister es parte

de mi familia ahora y disfruto mucho de su compañía. Incluso me está enseñando a tejer, aunque hede confesar que no soy la mejor de sus alumnas. Sila me lleva algo de ventaja.

Con un movimiento, Odette alzó la bufanda contrahecha que había tejido en los últimos días y aSeth se le escapó una pequeña carcajada que disimuló con una tos y llevándose la mano a loslabios para cubrirlos con elegancia.

—Es… peculiar. Mejorarás, estoy seguro —le dedicó, intentando permanecer serio—,además, no está tan mal, creo que cumplirá su función.

Odette no se molestó. Sabía que no era precisamente talento lo que acababa de mostrarle a él.Dejó la bufanda caer sobre la silla en la que se había sentado antes y caminó hasta el fuego conlentitud.

—Además de enseñarme a tejer, me he percatado de que lady McAllister es muy dulce. Merepite de forma incansable que soy muy hermosa…

—En eso tiene toda la razón del mundo —susurró Seth.—Y también que debo hallar un marido cuanto antes —concluyó Odette con una sonrisa,

sabiendo que solo ellos podrían encontrarle la gracia a ese comentario.—Me temo que eso ya no me parece una idea tan buena.Seth caminó hasta llegar a ella. Hacía solo un par de días que la había besado y no podía

pensar en otra cosa desde entonces. Odette lo había hechizado, algo que jamás creía que pudierasuceder en un matrimonio concertado. Hasta hacía unas semanas, Seth ardía en deseos de marcharhasta Normandía con el rey, ser el mejor de sus guerreros y cubrirse en gloria. Ahora, con Odetteen su vida y en su corazón, solo podía pensar en quedarse allí con ella.

El olor de la lavanda en ella se entremezclaba con suavidad con el aroma de la maderaardiendo muy lentamente ante sus ojos. Ese salón siempre había sido uno de sus favoritos en elcastillo y recordaba encerrarse en él junto a Collin cuando era niño para leer historias decaballerías y antiguas hazañas llevadas a cabo por hombres que, años después, se convertirían enleyenda. Seth había querido convertirse en uno de ellos durante su niñez y, en realidad, no estabamuy lejos de serlo.

—He traído algo para ti. Bueno, Jim lo consiguió en un mercado de la isla de Skye. No sé si teparecerá interesante, pero le pedí que encontrara algo así porque creí que podría serte útil.

De la parte trasera de su kilt, fijado a su espalda gracias a su cinturón, McAllister sacó unlibro verde y se lo tendió. Odette vaciló un poco, sorprendida, aunque al final agarró el libro entresus dedos y se quedó mirándolo. Era un tratado de herbología aplicada a la medicina.

—No sé qué decir… —susurró la joven.Y, acto seguido, la más brillante de las sonrisas se dibujó en su rostro. El agradecimiento se

reflejaba en ella tanto como la felicidad.

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—¡Esto es fantástico! —exclamó.Se lanzó a abrazarlo sin pensar en las normas sociales ni por un segundo. Para Odette, ese

suceso era casi un reflejo de alguno de esos recuerdos de vida que atesoraba desde su infancia,aquellos en los que recibía algún regalo especial cuando era niña. A partir de los doce o treceaños, nadie más le había regalado ningún libro ni incentivado su pasión por las hierbas y lasflores, muy al contrario, debía conseguir todos sus manuales ella misma y su padre fruncía la bocacon disgusto cada vez que la encontraba enfrascada entre las páginas de alguno de esosimportantes tratados. Que su marido, que Seth, le regalara algo así era casi como un tesoro no solofísico, sino también sentimental.

Seth sintió la calidez de ese cuerpo femenino de golpe y se estremeció con su roce inesperado.Odette reía y eso solo podía ser interpretado como que ese era un buen regalo. A decir verdad,Seth no era ningún genio de la medicina y al principio no estaba muy seguro de que ese libro fueraa acertar, pero parecía ser que sí lo había hecho bien en esa ocasión.

Pasaron varios segundos hasta que Odette se separó de él, aún sonriente, aunque tambiénsonrojada.

—Disculpa —murmuró, dándose cuenta de lo que acababa de hacer—. Creo que me he dejadollevar por la emoción, no esperaba algo así. Mi padre me obligó a dejar todos mis libros en suhogar y no he podido contar con ninguno de ellos desde que llegué aquí.

—No me pidas disculpas, por favor. Me alegra mucho que te agrade mi regalo y, ahora queconozco con más detalles la prohibición de tu padre, enviaré a algunos hombres a la casa de losSullivan para traer aquí todos y cada uno de tus libros.

Sus palabras parecían más un sueño que la realidad. Odette abrió mucho los ojos, sorprendida,y por un instante quiso llorar de agradecimiento. Seth McAllister era toda una caja de sorpresas,no un guerrero inculto y desinteresado como ella lo había imaginado al principio.

—No sabría cómo agradecértelo, Seth…—No hay nada que agradecer. Tú eres mi esposa, la duquesa de la isla de Finnèan, eres libre

de poseer lo que se te antoje y de tomar las decisiones que creas convenientes. Me hasdemostrado con creces que eres una mujer digna de confianza.

Jamás había creído que su vida con Seth sería así. Sus padres le habían advertido de laprofesión de su marido y, además, toda su vida anterior se había enfocado en exclusiva enconvertirse en la señorita perfecta que debía ser. ¿Podía ser real que ahora alguien la liberara deesa carga?

Seth dio un paso hacia ella, frunciendo el ceño al advertir que el rostro de Odette parecíaafectado por algo. La muchacha cerró los ojos de pronto, tratando de contener las lágrimas queamenazaban con derramarse sobre sus mejillas.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Seth.—Sí, todo está bien. —Abrió los ojos, mirándolo y recompuso su gesto—. Solo se me ha

metido algo dentro del ojo.Un extraño calor se aposentó en el pecho de Seth al escuchar esa triste excusa, como si alguien

hubiera encendido una vela dentro de él. ¿Era orgullo? ¿Era ternura? Acarició la mejilla de lajoven con una media sonrisa que no podía quitarse de encima. La notaba algo temblorosa, pero losojos verdes de Odette se centraban en los suyos con la misma decisión que esa mujer presentabaante cualquier situación de su vida.

—¿Puedo pedirte algo más, Seth? —dijo Odette con voz suave.—Cualquier cosa —contestó él.

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Fue entonces cuando esa mirada dulce cambió. De pronto, una llamarada cruzó los ojos deOdette cuando volvió a abrir sus delicados labios rosados.

—¿Puedes besarme de nuevo?Y, más que una petición, sonó como un ruego. Seth se tensó al escucharlo porque, siendo

sincero, era lo único que deseaba hacer desde el momento en el que la besara por primera vez,solo dos días antes. Odette se le había colado tan dentro que ya veía muy complicado podersacarla de su pecho.

Fue el propio Seth quien tomó el libro entre sus manos una vez más, quitándoselo a ella, y lodejó sobre una de las sillas en las que las mujeres habían tejido antes. Una vez que ambos tuvieronlas manos libres para ocuparlas en otros menesteres, Seth posó sus dedos en el cuerpo de ella,pero no lo hizo en su cuello o en su cabeza, como ella esperaba, sino que el guerrero la sujetó porla cintura y la condujo un par de pasos hacia atrás, hasta que Odette rozó la pared de esahabitación con su cabello. Lo miró, confundida, y los sensuales ojos de Seth se posaron en suslabios, como si se trataran de lo más apetecible que él hubiera observado nunca.

Devoró su boca con ansia, con toda la pasión que llevaba demasiado tiempo conteniendo. Paraél, esa mujer era como un rompecabezas que él no sabía cómo descifrar y que amenazaba convencerlo en el intento. Odette se dejó besar sin ningún tipo de resistencia, ansiándolo cada vezmás. La dama se cuestionaba en qué momento ese hombre le había podido parecer desagradablecuando, ahora, le resultaba lo más viril y deseable que pudiera imaginarse. Todo en él lahechizaba: su olor, su sabor, el sonido de su voz…

Seth abandonó sus labios y comenzó a besar su cuello sin delicadeza, tan solo con un primitivodeseo en su interior. Ella gimió y él sintió su virilidad haciéndose más y más grande dentro de suscalzas, provocando un agradable dolor que llevaba tiempo sin ser aliviado. Cuando el guerreroregresó a sus labios ella se abandonó por completo a Seth, acariciando también el pecho de él através de la abertura en su camisa blanca. Ni siquiera sabía qué era exactamente aún, pero sí eraconsciente de que lo deseaba, lo deseaba tanto como pudiera hacerse con un hombre.

Se estremeció de pies a cabeza cuando Seth la agarró en brazos y la condujo a uno de lossillones de esa sala. El sillón, tapizado en exquisito terciopelo rojo, era suave y lujoso. Sethdepositó su cuerpo sobre la mullida tela y se arrodilló frente a ella. Con el máximo cuidado tomósus piernas con ambas manos y las separó, quedando en el medio de ambas. El vestido de Odettede repente se había convertido en un accesorio pesado e incómodo que no hacía más queentorpecer los movimientos que ella quería llevar a cabo. Seth introdujo sus cálidos dedos pordebajo del vestido y durante unos instantes acarició las suaves piernas de Odette, que lo miraba,extasiada. El roce de esas manos le provocaba escalofríos y calambres que confluían poco a pocoen algún punto del bajo vientre de ella que, hasta ese día, permanecía inexplorado.

Seth deslizó su cabeza hacia una de las rodillas femeninas, que había quedado descubierta, ypaseó sus labios por la piel con sensualidad. Ella se tensó al sentir el suave beso del caballero ensus muslos y cerró los ojos mientras él la exploraba con mayor libertad. Se sentía mareada y tanexcitada que los movimientos de Seth amenazaban con llevarla al desmayo. Un dedo expertoacarició los alrededores de su feminidad y la encontró húmeda y suave, más de lo que él habríaimaginado en sus mejores sueños. Odette sollozó, víctima de una dulce tortura que no habíaexperimentado antes.

Abandonando sus muslos, Seth buscó los labios de Odette y la besó una vez más, combinandolos movimientos de su lengua en la boca de ella con suaves caricias entre las piernas de la dama,que se había abandonado a todas esas sensaciones con el mayor de los placeres.

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—Quiero hacerte mía —le susurró él al oído.Y, tras escucharlo, eso mismo fue lo único que Odette pudo desear. Ser su mujer en todos los

sentidos, sentirlo tan cerca como un hombre podía estar de una mujer. Un suspiro lento salió deentre sus labios mientras lo imaginaba y Odette buscó sus labios para besarlo una vez más, tanprofundamente como lo habían hecho hasta ese momento.

Entonces se armó de valor y cerró las piernas con firmeza, recuperando la consciencia de quéestaba sucediendo. Disfrutó del sabor de sus labios solo un segundo más, obligándose a sí mismaa abandonarlos para centrarse en la realidad. Ese mundo de sensaciones y placer desconocidoexistía, sí, pero no podía formar parte de su vida. Al menos no podría hacerlo ahora.

—No —susurró con un hilo de voz.Seth no opuso ningún tipo de resistencia y se alejó de ella hasta conseguir una distancia

prudencial con la dama. Su virilidad palpitaba bajo sus calzas, tan dura que parecía a punto deestallar y reclamando una atención que ya no recibiría. Observó a Odette, interrogante, aunque noera ningún ingenuo e imaginaba cuál era la razón por la que ella se había detenido.

—No podemos, Seth.—¿Por qué? —se forzó a sí mismo a preguntar, conociendo la respuesta de antemano.Ella suspiró y pasó un largo rato hasta que pudo hablar de nuevo. Lo observó con las lágrimas

brillando en sus ojos.—No quiero que pase. Si yo me quedo embarazada, tal y como dijo la predicción de la bruja…Como imaginaba, esa era la razón por la que ella se había detenido. Aún seguía con la idea de

que, si evitaba que una de las profecías se cumpliera, habría logrado detener las otras dos. Unasonrisa sardónica se apostó en el apuesto rostro de Seth.

—No seas inocente, Odette —susurró con voz aún ronca a causa de la excitación que habíallegado a sentir, pero que se disipaba poco a poco—. Te lo he dicho ya y no me cansaré derepetirlo. No podemos cambiar algo que ya ha sido escrito.

—Yo quiero intentarlo —protestó ella.Poniéndose en pie de nuevo, Seth acarició un instante la barbilla de su esposa. Lamentó no

acabar lo empezado, pero sabía que Odette era una mujer tozuda. También sabía que acabaríacediendo, solo así podría suceder aquello que estaba predestinado a pasar.

—Odette, si hubiera algún modo de que yo pudiera vivir, créeme, yo también lo intentaría.Pero la familia de Sihonn ha profetizado desastres, otras muertes y un sinfín de sucesosimposibles. Basándome en el pasado, sé que lo más inteligente para mí es creer en que Sihonn nosha dicho la verdad.

Ella no supo qué contestar, pero, de todas formas, tampoco fue necesario que lo hiciera. Conuna última caricia en el hueso de su mandíbula, Seth se alejó de ella. El cuero de sus zapatosresonó en la fría piedra del suelo de ese castillo cuando el duque caminó los metros que loseparaban de la enorme puerta de madera de roble. La cruzó sin mirar atrás ni una vez,dirigiéndose a los aposentos que ahora ocupaba, en lo alto de la torre.

En ese salón, Odette se llevó una mano al rostro, gruñendo con libertad al saber que nadie laobservaba ni podía escucharla.

Si el destino estaba escrito ya, el suyo era quedarse con el corazón roto.

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Capítulo IX Seth se preparó para salir a cazar muy pronto el día siguiente. El otoño acababa de comenzar y

debían aprovechar que el clima no era tan frío aún como para impedir las salidas de los hombres.Además, Seth se sentía en deuda con las personas del clan McAllister, sabiendo que él no tardaríamucho en faltar, como duque y como jefe del clan. Quizás por eso se propuso disfrutar tanto comopudiera ese día fuera, junto a sus amigos, sus perros y sus monturas.

Por su parte, Odette no pudo más que verlos partir desde sus aposentos al amanecer. El cielocomenzaba a clarear poco a poco, con tonos de turquesa y azul claro, y los cascos de los caballosgolpeaban con dureza el suelo de la entrada al castillo, donde un grupo de unos quince hombres yase encontraba listo para salir. Vestían el kilt de tartán rojo de los McAllister y, además, llevabanprovisiones para pasar todo el día fuera, como si estuvieran a punto de realizar un ritualmasculino ancestral. Y en cierto modo, así era.

A Odette no se le escapaba el detalle de que las cacerías eran peligrosas, que CollinMcAllister había fallecido en una de ellas apenas unos meses antes de ese día. Pero sabía queSeth no se amedrantaría de ningún modo por algo así, muy al contrario, su esposo parecía quereraprovechar cada pequeño instante que le quedara en ese mundo y ella lo entendía.

La dama los contempló partir, alejándose por el camino que dejaba atrás el castillo de Finnèany no apartó los ojos de Seth y su montura. Ese hombre se había abierto paso en su interior de unmodo incierto: en un principio como un enfermo que precisaba de sus cuidados, más tarde como elguerrero imponente que había conseguido seducirla con un cuerpo y una mente que ella jamásantes había imaginado que tendría. Odette sufría, contando los días para que Seth partiera aNormandía y la profecía se cumpliera. Estaba asustada, no podía negarlo.

Con un movimiento que casi le resultaba ajeno, se llevó la mano derecha a su vientre porencima del vestido color hueso que llevaba. Su vientre vacío, pues no había manera de queestuviera embarazada. Según esa profecía, lo estaría pronto. ¿Podría soportar vivir despuéssabiendo que las palabras de la bruja Sihonn habían sido ciertas?

—Buen día, señora —saludó Sila, entrando a sus aposentos y sobresaltándola un poco.Sila no se mostró sorprendida al ver que Odette ya estaba vestida y preparada para su día. Ella

nunca había sido como otras señoras, dormilonas que esperan ser vestidas y peinadas por suscriadas. Al contrario, Odette era tan responsable de sí misma que costaba trabajo saberla noble.

—Buen día —contestó Odette, alejándose de la ventana y apartando la mano de su vientre conrapidez.

Cuando se volvió hacia Sila, se fijó en que la muchacha se había trenzado el cabello de unmodo especialmente hermoso ese día. No dejaba de pensar que la joven ama de compañía teníaalgún interés romántico en alguien de ese castillo. De todas formas, una voz en su mente le dijo locontrario: que, quizás, Sila solo se había hecho mayor y ya no actuaba más como una niña. Enrealidad, ella tenía ya dieciséis años, por supuesto que era normal que presumiera de sushermosos ojos y sus modales refinados.

—¿Queréis que vaya a por vuestro desayuno? —preguntó Sila.—No es necesario, Sila, bajaré yo misma a las cocinas a preparar algunos tés.La adolescente asintió con la cabeza y, entonces, Odette reparó en que un punto rojo encendido

brillaba en la piel de Sila, justo en su frente. Al principio se sorprendió, preguntándose de qué se

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trataría. Tuvo que acercarse para estudiar con mayor detenimiento ese grano que parecía habersalido de un momento a otro. Se tranquilizó con rapidez: tan solo se trataba de uno de esospuntitos hormonales que solían aparecer durante la adolescencia.

—¿Lo has estado tocando? —preguntó Odette con voz reprobatoria.Sila trató de pensar una excusa rápida para explicar la respuesta afirmativa.—Me picaba, señora.Odette suspiró.—Te prepararé un ungüento, ¿de acuerdo? No nos gustaría que dejara alguna marca en tu piel

tras irse.No era la primera vez que Odette le brindaba a su ama de compañía, o a las personas de su

alrededor, remedios de ese tipo. Sila asintió, agradecida.—Me alegraría mucho poder librarme de él. —Señaló al grano con su dedo índice.Odette supo que no había razón para esperar más. Con paso firme, la muchacha salió de sus

aposentos y bajó las escaleras hasta llegar a la cocina, donde encontró la cestita de mimbre en laque ella siempre depositaba las hierbas y flores que recogía. Armada con ella y, algo inquieta porno contar con la presencia y la compañía de Seth, decidió salir del castillo a buscar la soluciónpara el «problema» de Sila. La verdad era que prefería estar distraída, no pensar más en Seth y ensu seguridad. Odette sentía que, poco a poco, perdería la cabeza si se obsesionaba con contar losdías y las horas para el cumplimiento de esa profecía.

El contacto con la hierba, suave y fría a su alrededor, la ayudó a tranquilizarse. Necesitabadejar de pensar en ese terrible futuro que parecía escrito para ella y disfrutar del hermosopresente que la rodeaba. Odette tomó aire profundamente mientras se alejaba del castillo conpasos lentos. Todo a su alrededor era verde y húmedo, con colores tan vivos a causa de laconstante lluvia que se le encogía el corazón con tanta belleza. No le resultaba una ardua tareapensar en que toda su vida transcurriría en la isla de Finnèan, ahora que había renunciado amarcharse, pues era un lugar hermoso.

Siguió caminando, observando a cada paso el suelo que la rodeaba. Necesitaba varios dientesde león para preparar el ungüento que trataría el pequeño brote en la piel de Sila. Además, quisorecoger algunas otras hierbas con las que contaría en el futuro a la hora de realizar sus medicinasy sus infusiones. No podía negar que, con cada planta que tomaba gentilmente de la naturaleza, sepreguntaba si en ella estaba el error que cometería en el futuro. Trató de deshacerse de esa idea envarias ocasiones; el secreto de recolectar hierbas estaba en hacerlo de forma calmada, disfrutandodel tacto y el olor de cada uno de los elementos de ese lugar.

Se agachó, tomando entre sus dedos algunos tréboles que utilizaría más tarde. Eran de colorverde oscuro, perfectos y simétricos. Apenas se estaba poniendo en pie de nuevo cuando sepercató de que había alguien más ahí, observándola. Odette se puso tensa y entornó los ojos condesconfianza, tan solo notaba cómo los vellos de su nuca se habían erizado con la inesperadacompañía. No tardó mucho en atisbar un mechón de cabello rojo como el fuego y, lejos detranquilizarse porque fuera una mujer quien la miraba a unos metros de distancia, se puso aún másnerviosa al comprender que se trataba de una bruja. Para su sorpresa, no era Sihonn, sino que erauna muchacha a la que no reconocía. No entendía de qué modo intuía de qué se trataba, ni que ladesconocida tuviera la palabra finnè grabada en la frente…

Odette se acercó a ella por propia iniciativa, no quería que esa joven creyera que podíaobservarla entre la maleza sin que ella fuera a enfrentarla. Confirmó que era una bruja con solover que algo extraño brillaba en sus ojos, algo que le provocaba escalofríos y confianza ciega al

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mismo tiempo.—¿Quién sois? ¿Por qué me miráis? —preguntó Odette, alzando la voz para que su

interlocutora la escuchara.La extraña ni siquiera trató de esconderse, muy al contrario, salió a plena vista, caminando

hacia la duquesa, despacio. Vestía un traje negro algo anticuado, Odette se preguntó si lo habríaheredado de sus numerosas hermanas, ya que Seth había afirmado en alguna ocasión que Sihonntenía una gran familia y, sin ninguna duda, esa joven formaba parte de ella.

—Me llamo Larissa Blackburn —se presentó con formalidad cuando llegó hasta ella.Larissa era más joven que Sihonn, era evidente, pero lo más perturbador era que no fuera un

asunto de edad. Ambas aparentaban unos dieciocho años, aproximadamente, pero… demonios,Sihonn era enigmática y extraña, con unos ojos que parecían haber vivido diez vidas más antesque esa. Larissa era distinta: con ojos color miel y cabello rojo que caía por su espalda en gruesostirabuzones. Su piel era blanca, inmaculada… tenía un cierto aire infantil.

—¿Por qué me observabais? —La voz de Odette sonaba recelosa.—Tenía mucha curiosidad por conoceros, lady Odette McAllister. Se habla mucho de vos en

vuestra isla, se dicen cosas buenas.A pesar de que la situación era suficiente como para desconfiar, había algo en ese tono de voz

calmado y en la voz melodiosa de Larissa que provocó que Odette se relajara. Daba la impresiónde ser sincera.

—¿Erraría en asumir que sois parte de la familia de Sihonn?—No, no erráis en absoluto. Soy una de sus hermanas menores.—¿Cuántas hermanas sois?Larissa se encogió de hombros.—Más de las que creeríais. No todas vivimos aquí, en la isla de Finnèan. Otras tantas están

establecidas en otras tierras, ayudando a otras gentes.Y, ante eso, Odette no pudo más que bufar. Porque suficiente era la ayuda que le habían dado a

ella: profetizando la muerte de su esposo. ¿A eso se dedicaban esas mujeres? ¿A dar malasnoticias?

Larissa percibió la turbación de Odette de inmediato y trató de sonreír de formatranquilizadora. Había algo bueno en Odette, algo que a ella también le generaba confianza.Quizás era esa coraza rígida, pero dulce y frágil a la vez, que mostraba. Al mismo tiempo, parecíaevidente que Odette McAllister era fuerte como un roble en su interior. Larissa pensó en laprofecía que su hermana Sihonn le había hecho y no pudo más que suspirar al saber que la duquesaestaba rememorando eso mismo en ese instante. Violando algunas reglas de educación, puesOdette no dejaba de ser la duquesa de la isla y una mujer noble, Larissa buscó su mano pequeña yla agarró entre las suyas. Odette no se resistió cuando los dedos fríos de la joven pelirroja latocaron.

—Lo superaréis —susurró la bruja—. También yo puedo verlo. Seréis una gran mujer en estaisla, el ducado de Finnèan os estará eternamente agradecido a vos en los aós venideros, cuando elduque no esté aquí ya.

Y, ante esas palabras, Odette no pudo contener las lágrimas. Brotaron de sus ojos, cayendo porsus mejillas mientras ella luchaba por mantener la compostura.

—¿Cómo podéis estar tan seguras? ¿No existe la posibilidad de que vuestras adivinacionescambien?

Larissa negó con la cabeza, chasqueando su lengua con suavidad.

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—No son adivinaciones, son profecías. Me temo que se escapan hasta al poder de la magiamismo. Nosotros solo somos mensajeras, no hay nada en mi naturaleza o en la de mi familia quequiera infligirle dolor a nadie, Odette.

Odette apretó los dientes, cada vez más dolida por lo que estaba escuchando. Miró a Larissacon algo parecido a la súplica brillando en su hermoso rostro.

—Pero yo no quiero perderlo —sollozó.No quería que la duquesa se derrumbara frente a ella, por lo que Larissa tomó de su bolsillo un

pañuelo de tela que ella misma había bordado y se lo tendió a Odette. Estaba hecho de la mássuave seda negra, con puntos plateados que simulaban el cielo estrellado de la noche. Odette seenjugó las lágrimas con él, quería librarse también de ese horrible nudo en su garganta, pero noera tan fácil hacerlo.

—Nos veremos pronto, lady McAllister —susurró Larissa con voz tierna y acarició el cabellode la mujer rubia con cariño—. He visto que vos y yo seremos grandes amigas en el futuro y esaes una buena profecía.

Ni siquiera tuvo tiempo de contestarle ni de devolverle su pañuelo. Antes de que pudierahacerlo, Larissa ya se había dado la vuelta y su larga melena roja se agitaba con el viento a suespalda. En realidad, ese encuentro tan solo confirmó lo que Odette ya creía y pensabaconstantemente: si no había forma de parar la maldición que estaba a punto de llegar, solo lequedaba la opción de cumplirla. No era posible impedirla, pero al menos disfrutaría de la partebuena de esa profecía, la que le permitía acercarse más a Seth. Y lo haría con gusto.

***

Seth cojeaba cuando volvió. Por mucho que quisiera ocultarlo, Odette no lo pasó por alto, pero

disimuló su preocupación tanto como le fue posible al principio. Era ya de noche cuando Seth ysus hombres regresaron: traían algunos corzos e incluso un ciervo en sus caballos y una decena desabuesos los seguía cuando llegaron a la puerta principal del castillo.

Odette decidió no bajar a recibirlos, a pesar de desearlo con todas sus ganas, pues quería ver aSeth, asegurarse de que se encontraba bien y de que no había sufrido ningún daño. Contemplar alduque bajarse de su caballo con cierta dificultad no había ayudado a tranquilizarla, desde luego.

Antes de acostarse, Sila le ofreció prepararle un baño en la habitación y Odette aceptó.Anhelaba relajarse, sentía que lo necesitaba, a esas alturas. Apenas acababa de abandonar elcálido y aromático baño cuando alguien llamó a la puerta de sus aposentos. Sila se aproximó a lapuerta con premura y, tras intercambiar un par de palabras con ese interlocutor que acababa detocar la puerta, se giró hacia su señora.

—Es el señor duque, mi señora —anunció.Odette enrojeció. Se miró a sí misma, encontrándose aún desnuda, y corrió hacia su camisón de

algodón blanco colgado sobre una pequeña silla de madera negra. Sobre él se puso una finacamisa blanca.

—Dile que espere, por favor, Sila.Su ama de compañía obedeció las órdenes y, por tanto, Seth permaneció en la puerta durante

varios minutos. Olía el inconfundible aroma de jabones y sales, lo que significaba que su esposaestaba tomando un baño y la sola imagen en su cabeza ya sirvió para excitarlo. Al fin y al cabo,Seth llevaba todo el día cazando entre hombres, preguntándose, cada vez que la caza le dejaba

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algún momento libre, cómo estaría ella y qué estaría haciendo. Deseaba a esa mujer hasta el puntode que Odette parecía haber bloqueado su mente en muchos aspectos. Ahora quería hablar con ellaa cada rato, preguntarle su opinión sobre cualquier cosa que sucedía y, también, discutir con ellaacerca de algún aspecto en el que sus pensamientos no coincidieran. Valoraba mucho lainteligencia de esa mujer, tras haber experimentado de primera mano sus cuidados y losconocimientos que Odette poseía.

Cuando la puerta se abrió, por fin, Seth entró en los aposentos de su esposa —aposentos que,en un principio, estaban destinados a pertenecerles a ambos— y la observó un instante, como si sucerebro se hubiera bloqueado en la belleza de esa mujer, cuyo cabello rubio flotaba a su espalda,con algunos mechones húmedos después del baño, y un fino camisón que acentuaba las formasfemeninas de ese cuerpo al que él ya había tenido acceso una vez, aunque no del modo que habríaanhelado.

—Odette… —la saludó él, observándola como si nunca hubiera visto una belleza semejante ensu vida.

Y, entonces, ella le lanzó una intensa mirada con sus ojos verdes, una mirada de inconfundiblereproche.

—Os han herido. —Fue su escueta respuesta.Seth suspiró. Intercambió una mirada significativa con Sila, que murmuró una excusa para

abandonar la habitación y cerró la puerta a su espalda. Seth se aproximó a Odette, que habíadejado de mirarlo y se afanaba en colocar los numerosos cojines sobre la cama, preparándolospara acostarse.

—No me han herido.—¿Y por qué cojeáis?Odette enarcó una ceja al realizar esta pregunta. En sus dedos acarició las finas telas de los

cojines y las sábanas, la promesa de un sueño reparador que la liberara de sus preocupaciones.—Porque me he caído, Odette. Es lo más común del mundo, mis hombres y yo nos hemos reído

durante toda la tarde al recordarlo.Y ella bufó ante esas palabras. De nuevo, como si olvidara que él era un duque y un aclamado

guerrero en el ejército del rey.—¿Te has caído mientras cazabas? —Odette dejó de tratarlo con distancia de repente y en sus

ojos se reflejó cierta sensibilidad y preocupación, más allá de su inicial enfado—. Seth, hastahace muy poco tiempo yacías en cama a causa de unas fiebres que te impedían levantarte.Sobreviviste a la cirugía del doctor Kellen y, sin tiempo aún para poder recuperarte de formacorrecta, ya peleas y cazas con normalidad.

—Entiendo tu preocupación, Odette…—¿La entiendes? —preguntó ella en un hilo de voz—. No, no lo haces. A ti nadie te ha dicho

que yo voy a morir dentro de… menos de un mes, a estas alturas. Si ese fuera el caso, sí, tepermitiría que dijeras que entiendes lo que siento.

La vulnerabilidad en la voz de Odette fue evidente, ya despojada de cada pequeño resquicio defuria. Tan solo quedaba impotencia y preocupación hacia él y eso provocó una extraña sensaciónde calor en el pecho de Seth. Era agradable, en realidad, pues él mismo era cada vez másconsciente de que la magnitud de los sentimientos que envolvían su relación con Odettecomenzaba a convertirse en inabarcable.

Seth posó su mano en el rostro de ella, temiendo que quizás la doncella quisiera apartarlo. Sealegró de que no lo hiciera y la miró a los ojos con intensidad. El aroma que provenía del cuerpo,

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aún húmedo, de Odette, le erizó la piel.—No tienes idea de cuánto agradezco que hayas aparecido en mi vida, Odette.Ella se quedó sin palabras. Desde luego, si algo no esperaba escuchar, era una declaración tan

hermosa después de que ella le hubiera hablado de un modo inapropiado de acuerdo a su posiciónsocial. Estaba frustrada y enfadada, pero la forma en la que Seth la miraba tan solo podía expresaruna admiración absoluta. Se sintió enrojecer.

—¿Por qué me estás mirando así? —susurró Odette.—Porque eres un regalo que la vida me ha dado, aunque haya sido en el último momento.Seth se adelantó un paso y, con su mano derecha ya en la mejilla de la joven, se aproximó lo

suficiente para que sus labios rozaran los de ella. Primero lo hicieron con cierta timidez, después,el beso se intensificó y Odette gimió al sentir ese ansiado contacto con el guerrero. Ella misma seencontró enredando sus manos en el cabello largo de él y explorando de forma impudorosa lalengua de su marido. Su corazón latía con fuerza y esa presencia varonil y ardiente junto a ella lehacía perder el sentido.

Él se separó solo unos instantes para mirarla a los ojos. Ese rostro de porcelana era tanhermoso que Seth se preguntaba cómo había podido vivir tantos años en ese mundo sin buscar aOdette. Si lo hubiera sabido, habría dejado al rey y su ejército en el campo de batalla hacía añospara regresar a Escocia lo más rápido posible y buscarla en la tierra de los Sullivan. Habríapermanecido bajo su ventana durante días hasta que ella decidiera asomarse y, siquiera, regalarleuna sonrisa. Pero había sido necesario esperar a que el destino decidiera juntarlos. A esas alturasél no sabía si el devenir de los acontecimientos se trataba de una broma macabra o de unabendición.

—Eres la mujer más hermosa que he conocido.Seth nunca había sido un romántico, a la vista estaba que lo único que sabía hacer era empuñar

una espada y dar órdenes a sus subordinados durante la guerra, pero con ella era distinto, sentía lanecesidad de demostrarle cosas que ni siquiera él mismo entendía aún.

La joven lo observó. En sus ojos brillaba el mismo fuego que en los de él y sabía que era elmomento, que no podría soportar más esa situación: huir de algo que estaba escrito la estabamatando. Era un castigo no abandonarse a sentir lo que sería entregarse en cuerpo y alma a esesoldado.

Adelantándose, Odette se encontró a sí misma posando sus pequeñas manos sobre el duropecho del guerrero. Lo acarició con suavidad, con dedicación, y Seth tuvo que cerrar los ojos,sintiendo el intenso placer de ese roce. Sin mediar palabra, tan solo dejándose llevar, se deshizode su camisa blanca y la dejó caer al suelo. Cuando abrió los ojos de nuevo se encontró con unavisión que no esperaba, pero que colaboró a despertar su virilidad con rapidez: Odette sedesabotonaba con lentitud el vaporoso camisón de seda y tul. Cuando sus pechos quedaron aldescubierto, Seth tragó saliva. Ella no se detuvo ahí y pasaron varios gloriosos segundos antes deque la tela resbalara por la suave piel de Odette, dejándola ante él más desnuda y vulnerable quenunca.

—Tómame, McAllister.Esas palabras fueron suficientes para que Seth sintiera que su cordura lo abandonaba. No dudó

en absoluto en alzarla en sus brazos y conducirla a la cama, donde dejó caer el peso ligero de lajoven y él mismo se deshizo también del resto de ropas que lo cubrían. Aunque hubiera sidoOdette quien había suplicado que la tomara, Seth dudaba mucho de que eso fuera a suceder: concada beso, con cada caricia de Odette, el duque se convencía un poco más de que en esa ocasión

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sería su esposa, Odette, quien tomaría absolutamente todo de él.

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Capítulo X Los labios de Seth eran dulces y suaves, algo que jamás habría imaginado cuando lo vio por

primera vez. Tampoco habría pensado que disfrutaría de su contacto, que ansiaría que él la tocarauna y otra vez en lugares donde se suponía que no debería hacerlo.

Odette dejó escapar un suspiro largo cuando el duque se situó sobre ella y comenzó a besar sucuello. Seth era gentil y decidido al mismo tiempo, le provocaba sensaciones que ella considerabadesconocidas. Dejó un rastro de besos por su pecho y los gemidos de Odette se intensificaroncuando experimentó por primera vez los labios del guerrero acariciando su vientre. No entendíabien qué estaba a punto de pasar, pero si sentirlo así era parte de entregarse a él, quería hacerlocada momento de su vida.

Los dedos del duque comenzaron a explorar esa zona tan sensible de ella, la encontró húmeday su solo tacto amenazó con hacerla estallar ahí mismo. Seth quería contemplarla cuando alcanzarael clímax, saber que él mismo lo había provocado. Era consciente de que Odette nunca antes habíaestado con un hombre y quería que experimentara tanto placer como él pudiera darle.

—Si hiciera algo doloroso o incómodo para ti… —dijo Seth en voz baja, besando consuavidad la parte interna del muslo de Odette—, dímelo, por favor.

Y ella solo pudo preguntarse cómo demonios podría suceder eso. ¿Dolor? Lo que sentía era elmás grande de todos los placeres, así como una inmensa incertidumbre. No tenía claro qué debíahacer, cómo tendría que tratarlo.

La lengua de Seth se internó en la suavidad de la dama de pronto y ella gimió, dejando que sucabeza cayera sobre la almohada de suaves plumas de oca. El calor que la recorrió fue tal que, sino hubiera tenido los ojos abiertos, habría creído que esa habitación estaba en llamas. Seth ladevoró con calma, disfrutando de cada uno de los gestos de ella, de cada uno de los sonidos deplacer que Odette le regalaba. Quería amarla como jamás lo había hecho con una mujer,demostrarle hasta qué punto lo podía volver loco sin ningún tipo de esfuerzo. Como si, además deser la primera vez, fuera la última.

Odette se sabía más expuesta que nunca ante ese hombre, pero no temía, de ninguna de lasmaneras. ¿Cómo podría albergar algún miedo hacia alguien que la hacía sentir tan segura? Sethrecorrió de nuevo su vientre con los labios, pasando una vez más por los pezones rosados de ladama y llegando hasta su cuello. Odette estaba sin aliento, turbada por la cantidad de sensacionesque él le estaba haciendo experimentar. Notaba el cálido sudor en su nuca y no se controló alpasear su lengua por la piel salada de cuello de Seth. El guerrero ahogó un gruñido primitivocuando ella hizo esto y por fin se colocó sobre ella, fijando su virilidad entre las piernas de ladama.

Ninguno de los dos dijo nada, tan solo se observaron el uno al otro de un modo brutalmentesincero. Sin esconder nada, sin fingimientos. Fue ella quien le dio paso al guerrero con una ligerainclinación de cabeza que significaba que, ante cualquier duda, ella quería hacer eso. Deseaba queambos se entregaran al otro sin reservas.

Cuando Seth se colocó en su entrada, supo que lo que estaba a punto de hacer marcaría un antesy un después en su relación y en su matrimonio. Para él, después de ese día ambos serían marido ymujer por completo. No pretendía que nada lo separara de ella en ningún momento durante eltiempo que le quedaba en ese mundo. Aunque este no fuera mucho, planeaba pasarlo junto a esa

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mujer cuyo cuerpo lo enloquecía y cuya mente lo retaba de forma constante.Odette lo abrazó estrechamente, acogiéndolo sobre su pecho y él entró en ella, despacio,

rompiendo aquella barrera que los separaba. No quería dañarla, aunque era consciente de que nohacerlo era complicado, pues para las mujeres, la primera vez casi siempre era dolorosa e inclusodesagradable. Solo podía rezar para que no fuera así con ella, que Odette pudiera disfrutar tantocomo lo hacía él.

—¿Estás bien? —preguntó Seth cuando percibió que el gesto de su esposa cambiaba—. ¿Hesido muy brusco?

Ella tomó aire, negando con la cabeza. La fricción le provocaba dolor, pero el placer detenerlo dentro era tal que podría ignorarlo durante unos segundos más. Era suave y cálido, unapequeña cascada de humedad la invadió en un estremecimiento. Esa incomodidad se desvaneciópoco a poco hasta que, de un momento a otro, desapareció. Y entonces, en esa cama, solo quedóSeth y su cuerpo desnudo para ella, provocándole sensaciones que para Odette antes habían estadoprohibidas, que permanecían en la ignorancia antes de conocerlo.

Gimió de placer, sintiéndose más viva que nunca y Seth bebió de su boca, ahogando losprofundos suspiros que salían de entre sus labios, moviéndose al mismo ritmo que ella marcaba ensalvajes acometidas. Cuando ella estuvo a punto de alcanzar el clímax, gritó. Seth la observó conlos ojos entrecerrados, tenso. Solo entonces se dejó ir en su interior, justo cuando pudo distinguirla liberación en el cuerpo relajado de la dama.

Compartiendo ese intenso orgasmo, Seth McAllister se prometió a sí mismo, de nuevo, quedisfrutaría todos y cada uno de los segundos que le quedaran de vida junto a Odette.

*** A la mañana siguiente, ella se despertó primero, algo que no dejaba de ser extraño, pues Seth

aún tenía más que interiorizado su horario de soldado y acostumbraba a levantarse de la camaantes que cualquier otra persona del castillo para poder ejercitarse con el silencio que brindaba laprimera hora del día. Odette miró a su alrededor, algo confundida. No sabía qué hora podía ser,pero el sol había salido hacía ya varias horas. Aun así, no se sintió culpable por no madrugar, sinoque se notaba más feliz de lo que recordaba haber estado en años. Se giró sobre ese agradable ysuave colchón, encontrándose con el imponente cuerpo de Seth McAllister, aún dormido. Su pechose movía con suavidad arriba y abajo, siguiendo el vaivén de su respiración. Era tan atractivo quecontemplarlo la hacía enrojecer, aunque tenía suerte de que él no pudiera distinguir el rubor en susmejillas. A pesar de ser su esposo, era capaz de hacerla sentir como una niña atolondrada.

Con timidez, Odette extendió su mano derecha y la posó en el rostro del guerrero, en un toquetan tenue que parecía ser casi una ilusión. Odette frunció el ceño justo en el instante en el que Sethabrió los ojos y la enfocó en su campo de visión. No pudo evitar componer una brillante sonrisa.

—Buen día —susurró él con voz ronca.Ella, aún con un deje de preocupación en su rostro, después de haber palpado su piel, dejó

escapar el aire de entre sus labios cuando solo susurró unas palabras:—Tienes fiebre de nuevo.Para Seth, esa clase de comportamientos aún resultaban extraños. Él siempre había sido un

hombre de lo más saludable y sano, desde que era un chiquillo. Sin ninguna duda, tener una esposa

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constantemente preocupada por su estado de salud no era lo que habría esperado tener cuando seconvirtiera en adulto. Pero allí la tenía y, por extraño que pareciera, ese comportamiento no loexasperaba. Se incorporó, girándose hacia ella.

—Me encuentro bien —aseguró, componiendo una sonrisa—, lo prometo.Inclinándose, Seth depositó un beso en los labios de Odette y esta no pudo negarse a recibirlo

y, además, a corresponderlo. De repente, el calor que desprendía el cuerpo de Seth parecía teneruna razón diferente a la de la fiebre y ella misma se sentía sonrojada y más que dispuesta arendirse a las atenciones de su marido. Se alejó de él unos centímetros, observándolo en silenciodurante unos segundos. Él alzó una ceja, curiosa.

—¿Qué sucede?—Me tenéis cautivada, Excelencia —susurró, acercando su cuerpo aún más al del hombre—, y

sorprendida.Seth acarició su cabello rubio oscuro, aspirando una vez más ese agradable aroma a lavanda

que parecía seguirla a todas partes. Después, cubriéndose con las sábanas blancas de esa inmensacama, McAllister no perdió ni una oportunidad para volver a besar una vez más la piel blanca deOdette, que lo recibió entre risas, cerrando los ojos y centrándose en sentir una vez más el placerque Seth podía darle.

***

Lady Isabella McAllister tenía algunos días buenos. Días en los que se levantaba y era capaz

de iluminar todo el castillo de Finnèan solo con su presencia. Salía de su cama y se comportabacon toda naturalidad, bajaba a las cocinas y ordenaba que se sirviera una u otra comida.Reconocía los rostros de todo el mundo y actuaba como si nunca hubiera dejado de ser la duquesade la isla. Durante su juventud, Isabella había destacado por su ingenio y su bondad y en esos días,todo el mundo se alegraba de contar de nuevo con la mujer que tantas veces había sido una piezaindispensable para la gestión del ducado. No obstante, mañanas como esas no abundaban.

Odette se cruzó con Isabella en la sala y se sorprendió de verla tan activa. La mujer se hallabade pie en mitad del enorme comedor de la planta de abajo, una visión muy contraria a la queOdette estaba acostumbrada a observar: Isabella McAllister apenas caminaba y tampoco bajaba alas plantas inferiores del castillo si eso no era indispensable. Esa mañana, la imagen era muydiferente a la que solía encontrarse. Isabella alzaba los brazos con ímpetu, indicándole a dossirvientas muy jóvenes cómo debían colgar las cortinas junto a la ventana para que estas tuvieranla mejor presentación posible.

—Arianna, ata el cordón más a tu derecha, por favor —pidió con educación, pero con firmeza.Contemplar esa escena fue extraño para Odette, que contempló a su suegra casi con la boca

abierta. Cuando la mujer se percató de que ella también estaba allí, hizo un gesto a las dos criadaspara que detuvieran sus quehaceres.

—Bajad de ahí —les indicó—, la cortina está bien colocada, aguantará.Las dos muchachas se apresuraron a bajar al suelo con rapidez y, tras una inclinación de

cabeza, se marcharon en dirección a las cocinas, de donde ya salía un exquisito olor a guiso depavo que la antigua duquesa había ordenado cocinar.

—Odette, querida —saludó Isabella con una sonrisa—, ¿me acompañaríais al jardín?La joven duquesa, aún confundida e intrigada al mismo tiempo, aceptó la oferta y entrelazó su

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brazo con el de su suegra. Se percató de que ese día, Isabella llevaba puesto un vestido de colorburdeos mucho más lujoso que de costumbre. Parecía nuevo y, además, le otorgaba un aspecto muyjuvenil a su suegra. Como si de pronto, por fin aparentara la edad que tenía.

—Estáis muy hermosa —le dedicó Odette, sonriendo.—Oh, tonterías, tonterías —comentó Isabella, quitándole importancia al comentario con un

movimiento de mano, aunque fue evidente que el halago la complacía—. He despertado con másánimo que de costumbre, me temo que la mayoría de los días pasan sobre mí como si fueran uncarruaje tirado por ocho caballos.

—Me alegra mucho escuchar eso.Salieron a los jardines por fin. El castillo era más una fortaleza de protección, pero contaba

con unos hermosos terrenos traseros, junto a la armería y al pequeño campo de entrenamiento en elque Seth pasaba tantas horas junto a sus hombres.

—¿Cómo encontráis la isla? —preguntó la antigua duquesa—. ¿Os agrada?—Muchísimo, señora. Soy muy feliz aquí.Isabella miró de reojo a la joven, como si quisiera asegurarse de que ella estaba diciendo la

verdad. Compuso una cálida sonrisa al convencerse de que Odette parecía sincera.—Sabía que encajaríais aquí desde el primer momento en el que os vi… Seth era reacio a

tomar una esposa y, me temo que yo no pude ayudarlo en esa decisión. Como ya sabéis, Odette, lamayor parte de mis días yo… no soy yo misma.

Darse cuenta de que Isabella era consciente de su propia enfermedad era aún más duro paraOdette, qué imaginaba cuán difícil debía de ser para esa mujer sentir que su propia razón se leescapaba entre los dedos sin que hubiera nada que ella pudiera hacer.

—Me alegro de que hoy no sea uno de esos días.—También yo. Me temo que cada vez son menos las mañanas en las que me levanto siendo

capaz de recordar qué va antes: si la enagua o la blusa. Por eso me alegra teneros aquí, Odette.Creo que le hacéis bien a este lugar, que le hacéis bien a mi hijo Seth.

Esas palabras eran como una caricia a su corazón. Odette apretó los labios, sintiendo que seemocionaba al escuchar la dulce voz de su suegra. Ambas se detuvieron frente a un hermoso rosale Isabella se acercó a él. Tomó una de las rosas rojas entre sus manos, pero no la arrancó, tan solola admiró un instante antes de dejar la planta en ese mismo lugar. Odette la siguió. De fondo podíaescucharse el sonido del acero entrechocando, provenía de la armería. Con toda seguridad,alguien entrenaba allí a esas horas.

—Seth es un hombre bueno, disfruto mucho de su compañía —respondió Odette, tratando de nopensar en cuánto había disfrutado de su «compañía» esa misma mañana.

—Siempre lo ha sido, desde niño. Mi hijo primogénito… tan centrado en sus luchas y susguerras… tanto que se marchó a luchar junto al rey cuando, en mi opinión, aún no erasuficientemente mayor como para tomar una decisión como esa. Pero también habréis notado quees un testarudo, ¿no? Ni siquiera había tenido tiempo para mujeres hasta ahora, siempre ha estadotan ocupado con sus guerras que llegué a creer que jamás se casaría.

Y eso no tenía que jurarlo, pues su cabezonería era una de las principales características deese guerrero que poco a poco le iba robando el corazón. Cada día un poco más. Le venían a lamente todas esas veces en las que Odette trataba de convencerlo para que se preocupara un pocomás por su salud y, aun así, él no parecía ni un poco alarmado.

—¿Fue difícil para vos verlo marchar?Lady Isabella se giró hacia ella de nuevo. Su rostro denotaba que algo en ella estaba viajando

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al pasado, como tratando de recordar con gran exactitud cómo habían sucedido los hechos.—Desde luego, desde luego. El día que Seth se fue, yo no dejaba de pensar que esa sería la

última vez que vería a mi pequeño… aunque ese muchacho que yo aún concebía como un niño, yatuviera barba y una espada entre las manos. Uno nunca deja de ver a sus hijos como criaturasindefensas, ¿sabéis? En especial alguien como yo.

—¿Qué queréis decir con eso, señora? —preguntó Odette, curiosa.Una pequeña brisa fría sopló tras pronunciar esas palabras y el vello de la nuca de la dama se

erizó, como si fuera una señal de algo que estaba a punto de suceder… o de decirse. Isabella miróal mar, sus ojos se perdieron en las pequeñas olas que golpeaban contra la piedra del castillo y unintenso aroma a agua salada llegó hasta ellas.

—Creía que no tendría hijos. Mick McAllister y yo tratamos de traer descendencia a estemundo durante varios años, sin ningún resultado. —La voz de la mujer adquirió un matiz triste—.No está bien tratar estos temas, pero somos mujeres de la misma familia. Fueron tiempos oscuros,yo sufrí mucho, mi cuerpo también. Quedaba encinta de forma constante y, con cada nuevo bebéque perdía, nuestras esperanzas se rompían un poco más. Fue entonces cuando algo cambió: trasun embarazo fallido, yo estuve a punto de morir. Quedé postrada en una cama semanas, adoloriday esperando a que la muerte viniera a llevarme de una vez por todas. Y entonces apareció ella:Sage, una bruja del otro lado de la isla. Una finnè.

Odette apretó los dientes al escuchar eso. ¿Una bruja? Respiró con dificultad, tratando de noperder ni una sola de las palabras que su suegra estaba pronunciando.

—No era malvada, lo supe al instante. Yo era como tú, acababa de llegar a este lugar y jamáshabía visto una bruja en mi vida, mucho menos una que trajera buenas intenciones. Ese mismo díame dijo que ella había tenido dos sueños y que debía contármelos, que para eso estaba allí.

—¿Cua… cuáles fueron? —preguntó Odette, tartamudeando.—Me dijo que no podría decírmelo todo, pero que mi tortura terminaría ese mismo día. Yo

creía que moriría, aliviándome por fin, pero la bruja se sentó a mi lado y me susurró dosprofecías: una sería un niño moreno y fuerte, un guerrero, el otro sería pequeño y tímido, unestudioso. Ambos se convertirían en lo más valioso que yo llegaría a tener en mi vida… y así fue.

La sangre pareció detenerse en el cuerpo de Odette, como si, de un momento a otro, ya noestuviera allí. Consiguió volver a respirar al cabo de varios segundos y tuvo que tocarse la faldacon una mano para asegurarse de que no estaba en un sueño, sino allí mismo, en el jardín de sucastillo. Sentía que podía desmayarse de pronto e Isabella lo notó, pues se acercó al cuerpo de lajoven con el ceño fruncido.

—¿Estáis bien? —preguntó.Odette se tambaleó, aunque consiguió mantenerse en pie. Tomó aire y se sostuvo firme.—Sí, sí, no os preocupéis. Me encuentro bien, ha sido un… pequeño mareo.—Volvamos al castillo. Hace algo de frío aquí y creo que necesitáis un té.Odette no se resistió, sino que asintió con la cabeza y su suegra volvió a tomar su brazo,

enredándolo en el suyo, y la condujo a la cocina con pasos lentos pero firmes. Por mucho queOdette tratara de no darle vueltas, la imagen de Sihonn en el comedor, la noche que ella se habíacasado con Seth, volvía una y otra vez a su cabeza. No pudo dejar de pensar en eso.

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Capítulo XI Sentirla junto a su cuerpo era, sin ninguna duda, la mejor sensación que él jamás hubiera

experimentado. Adoraba cada pequeño poro de esa piel blanca e impoluta y habría dado cualquiercosa por ella. O al menos así había sido siempre.

Timothy recorrió una vez más el abdomen de Larissa con sus labios, depositando besos por lasuavidad que tantas veces le había hecho perder el control en los últimos años. Hacía frío en esepequeño claro junto al río del pueblo, pero bajo la manta de piel con la que los dos amantes seresguardaban, todo era pasión y calor. La joven dejó escapar un suspiro entre sus labios rellenos yél decidió regresar a su boca, besándola una vez más, saboreándola. Larissa estrechó sus brazosalrededor del cuerpo del médico y de nuevo se unieron en uno solo. Tim soltó un gruñido grave altiempo que clavaba su mirada en los ojos color miel de esa mujer y se obligó a esperar un pocomás más para dejarse ir por completo. Conocía el cuerpo de Larissa casi tan bien como el suyopropio y sabía que, con solo un par de caricias más, ella alcanzaría el éxtasis. No se equivocabay, acto seguido, la sintió deshacerse entre sus brazos, entre jadeos. Besó sus labios,abandonándose también a ese cuerpo femenino que amaba de un modo que se escapaba a lacordura.

Pasaron varios segundos hasta que por fin se separaron. Allí mismo, en mitad del bosque, soloel sonido del viento azotando los árboles y algunos pájaros interrumpían el profundo silencio.Ambos se envolvieron en la gruesa manta que los protegía del viento y se abrazaron una vez más,Larissa se recostó sobre el pecho del médico y lo acarició con aire distraído.

—He conocido a la duquesa —comenzó, con aire casual, al cabo de unos minutos.Ese comentario, desde luego, llamó la atención de Tim, que abandonó sus pensamientos para

mirarla a los ojos dorados.—¿A lady Odette McAllister?Larissa asintió con la cabeza.—Me pareció dulce, aunque ya imaginaba que lo era. Todo el pueblo habla de ella con cariño.—¿Dónde la conociste? —preguntó Tim, algo desconfiado a estas alturas.Larissa tardó en contestar, preguntándose de pronto si había hecho bien sacando ese tema a

colación.—En el castillo… me acerqué hasta allí porque quería verla.La ceja enarcada de Tim fue suficiente prueba de que el doctor sabía que estaba cerca de

escuchar algo que no le agradaría.—¿Querías verla?—Seremos amigas en el futuro. Lo he visto —confesó Larissa, apartando la vista.Timothy no era tan radicalmente escéptico si lo comparaba con cualquier otro hombre de

ciencias que pudiera conocer. Tim era consciente de que, tanto Larissa como su familia tenían undon que él no conseguiría explicar ni en un millón de años, pues no llegaba a comprenderlo. Detodos modos, eso no quería decir que él creyera a pies juntillas todos los posibles sucesos queLarissa y su familia eran capaces de profetizar, ni tampoco sus supersticiones y dogmas. Creía enLarissa, sí, pero a la vez opinaba que la razón y la lógica siempre debían tomarse en cuenta.

—Larissa… no me gustaría que te expongas demasiado a ella de momento. Sabes cómo puedenllegar a ser los nobles y… no soportaría que alguien te hiciera daño. Es duro aceptarlo, pero la

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religión de alguna gente sobrepasa su cordura y su compasión hacia otras personas.Timothy hablaba desde la experiencia. En Escocia la Iglesia aún no tenía un poder

desmesurado y su jurisdicción era más bien limitada. Pero en otros lugares de Europa… lasituación había sido insostenible durante siglos para los acusados de herejía. Y Tim sabía que aLarissa le daba miedo que la moralidad y la religión de la época pudiera traerle problemasdebido a su naturaleza. La conocía mejor que a sí mismo, ella jamás habría tenido un solopensamiento oscuro o negativo… pero no todo el mundo pensaba lo mismo de las Blackburn. Élno sabía cómo serían las brujas en otros lugares, pero su mala fama había perjudicado también alas personas inocentes, a las finnè. Ser pagano era cada vez más peligroso.

—Pero ella es una mujer buena, tú mismo me lo dijiste después de sanar al duque.En eso Larissa tenía razón. Odette McAllister no le había dado la impresión de ser la típica

noble extremadamente religiosa y dispuesta a alegar cualquier mentira para condenar a alguien ala hoguera. De hecho, lo último que había hecho ella era rezar durante la operación de su marido,sino que, más bien, había querido ayudarlo a él y a su hermano en todo lo posible.

—Espero que lo sea. Y sé que tú… has visto que seréis buenas amigas en el futuro —pronunció esta última frase con cierta duda, puesto que aún tenía sus reservas respecto a lasvisiones de Larissa—, pero, aun así, me gustaría que tuvieras cuidado, que no te expusierasdemasiado ante alguien desconocido como ella.

Ya era tarde. Larissa no había escondido de ningún modo su naturaleza frente a la duquesa.Pero no le importaba, sabía que había obrado bien. Era Tim quien no llegaba a entender del todopor qué ella había decidido confiar en Odette McAllister. Si él hubiera visto con tanta claridad lomismo que ella: que serían amigas muy cercanas, sí, después de que el duque hubiera muerto y deque ella misma, por alguna razón, también se encontrara sola. Saber que Timothy desaparecería dealgún modo le provocaba un profundo vacío en el estómago.

—¿Cómo está Mcallister? —se interesó Larissa, cambiando de tema. No quería profundizar enla idea de que, en un futuro cercano, Timothy no estaría allí.

—Bien, ha evolucionado mejor, pero… me temo que insiste en que marchará a Normandíadentro de pocos días. Yo le he recomendado reposar, permanecer en el castillo durante unos mesespara poder recuperarse del todo. Es un imprudente ese hombre.

Larissa se mordió la lengua para no confesarle a Tim la profecía de su hermana Sihonn. Eramucho mejor mantener una cierta discreción, que nadie más supiera lo que le sucedería al duque.Imaginaba que ya era bastante difícil para el joven matrimonio lidiar con esa espantosa noticia asolas y, de todos modos, no había nada que Tim pudiera hacer al respecto, pues ya estaba escrito.

—¿Sabes? —dijo Tim de pronto—. He estado pensando mucho sobre algo. —Guardó unsilencio un momento antes de volver a hablar, pensando muy bien en qué palabras utilizaría—. Siyo me fuera a Edimburgo de nuevo… ¿vendrías conmigo?

El rostro de Larissa se ensombreció al escuchar esa pregunta. ¿Lo haría? Eso implicaríamarcharse de Finnèan, la isla que era su casa, el hogar de su familia. Exponerse al peligro quesuponía el mundo exterior.

—No creo que pueda salir de aquí, Tim…—Empezaríamos de nuevo en la ciudad. Lejos de aquí, sin que nadie nos conociera.Los ojos de Larissa se tornaron preocupados.—Tim, no… no puedo esconder lo que yo soy, jamás sería capaz. Creo que eso podría ser

peligroso fuera de la isla. Y no solo para mí, pues sabemos que también podría suponer unproblema para ti en el futuro. He escuchado que hay lugares en los que no solo acaban con

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nosotras, sino también con cualquiera con quien tengamos alguna relación, que nos ame.El joven doctor suspiró al escuchar el miedo en sus palabras. Inclinándose hacia el suave

cuerpo de Larissa, tomó su mentón entre su dedo pulgar e índice y la mantuvo ahí, con sus ojosfijos en los de ella.

—Cualquiera que te tema o que te odie por ser lo que eres… tendrá que vérselas conmigo.Larissa, tú eres una fuerza de la naturaleza: eres equilibrio y paz. Quien quiera acabar con eso, esun necio.

El rostro de la joven se contrajo, emocionada al escuchar esas hermosas palabras. Esos ojos,que en ocasiones parecían conocer todos los secretos del universo, ahora solo mostrabaninocencia y un inmenso temor a lo desconocido. Como si ella, que podía leer el futuro de muchasmaneras diferentes, ahora se encontrara ciega.

—Me gustaría saber qué hacer, pero no encuentro ninguna pista, ningún modo de averiguarlo.Solo siento que… debo quedarme aquí, Tim, en la isla. No podría marcharme contigo.

Quizás estaba ahí, ante sus ojos, la razón por la que ellos no estarían juntos en el futuro, en susvisiones. Puede que ya hubiera llegado el momento de separare, a pesar de amarse tanto como lohacían.

Timothy ocultó su decepción lo mejor que pudo. Con un movimiento suave, se acercó ydepositó un beso en la piel blanca de la mejilla de Larissa. No dijo nada más.

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Capítulo XII Seth esquivó con maestría el golpe que Jim acababa de asestarle y su amigo trastabilló hacia

delante. Tardó un instante en recuperar el equilibrio y no dudó un en lanzarse de nuevo a atacar alduque. Seth se apartó en cuanto averiguó sus intenciones, evitando que el acero rozara su piel,aunque la embestida no habría sido lo suficientemente fuerte como para dañarle, pues tan solo seencontraban entrenando.

—Rata bastarda… —gruñó Seth, mostrando los dientes.Jim soltó una carcajada al escuchar el juramento de su amigo y se detuvo, dejando la punta de

la espada reposar sobre el suelo de arena. Tan solo entre ellos podrían insultarse de ese modo yademás tomar sus palabras como si fueran el mejor de los cumplidos.

Ambos hombres estaban cubiertos de sudor y de la arena del suelo, a causa de las caídas.Entrenaban solos, como habían hecho siempre, desde que se conocieran, más de veinte años atrás.Jim era solo un niño cuando había llegado al castillo de Finnèan, solo. No sabía explicar dóndeestaban sus padres, tan solo recordaba a una mujer que lo había dejado en el castillo de losMcAllister una lluviosa mañana, cuando solo tenía cinco años. Mick McAllister aceptó tomarcomo criado a ese jovencito solitario y curioso cuando creciera, esperando tener en él a un mozode cuadra de confianza. Lo criaron entre todos los sirvientes: Jim dormía en la cama de alguna delas criadas más jóvenes cuando era niño, considerando a Jolie, la cocinera, como si fuera sumadre, y al resto de los empleados del castillo como familiares cercanos.

Nadie se imaginaba que, del modo más imprevisto, el joven huérfano conocería al primogénitodel duque una mañana de verano en la que ambos decidieron tomar una espada y jugar a losguerreros. Ese mismo día se forjó una amistad a prueba de acero y, además, se firmó el destino deambos: pocos años después, los dos adolescentes salieron de Escocia juntos, rumbo a convertirseen dos de los mejores guerreros del rey de toda su generación. Fueron nombrados caballeros a lavez, solo tres años después de marcharse de la isla.

—Deberías descansar, amigo —recomendó Jim—, faltan pocos días para que partamos ynecesitarás todas tus energías para aparecer frente al rey. Nos esperan diez años muy largos. Sethdejó caer su espada y su expresión cambió. Pasó de ser la euforia del entrenamiento a convertirseen una mucho más calmada y tranquila. Seth observó a su amigo. Jim era esa cara amable que lohabía acompañado a mil lugares, su hombre de confianza y su compañero en todas sus aventuras.

—Jim, he de pedirte un favor inmenso. —Su amigo frunció el ceño, algo confundido, pero nodijo nada, tan solo lo observó—. Tengo que rogarte que, por una vez, no vengas conmigo aNormandía.

—¿Qué quieres decir con eso, Seth? Pero, el rey...—Lo sé. El rey ha firmado un contrato con nosotros, pero estoy seguro de que sabrá

dispensarte de tu responsabilidad durante unos meses, un año a lo sumo.Jim aún no comprendía a dónde quería llegar el duque con esas palabras. ¿Dispensarlo durante

un año del contrato que habían firmado? ¿Por qué haría algo así el rey? Tan solo una situación muyespecial permitiría que un hombre como él accediera a un trato así.

—¿Y por qué habría de dispensarme?—Porque necesito que permanezcas en la isla un tiempo más. Que veles por mi esposa y, si

Dios lo permite, por mi hijo.

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Jim abrió mucho los ojos al escuchar eso.—¿Tu hijo? ¿Qué quieres decir? ¿Odette está...?—No puedo asegurarte algo así, Jim, pero, si lo estuviera, no hay nadie en quien yo confíe más

que en ti para asegurarte de que ella está bien.El rostro de Jim se ensombreció, confuso por lo que estaba escuchando, y además, comenzando

a temerse lo peor.—¿Qué quieres decir con todo esto, Seth? ¿Por qué sería yo la persona indicada para hacer

algo que tú mismo puedes realizar? Habla con el rey, es posible que te permita reducir tu contratocon él, pídele un par de años para disfrutar de tu esposa y para tener retoños. No te prives a timismo de ese placer.

Seth, ante la insistencia de su amigo, negó con la cabeza.—Jim, estoy hablando de una situación... en la que yo no estaría aquí para poder desempeñar

estas funciones. ¿Lo entiendes? Si algo me sucediera, yo...—No digas eso, Seth, tú nunca has sido pesimista. Nada va a sucederte. Con tu suerte

ridículamente buena, el rey accederá a conmutar tu contrato por uno de solo dos años. Y tendrástiempo de sobra para engordar y hacerte viejo junto a Odette y los chiquillos que decidáis tener.No deberías preocuparte por eso ahora.

Seth no pudo más que sonreír, imaginándose un futuro en el que esa imagen se hiciera realidad.Sabiendo que daría cualquier cosa para que eso pudiera suceder.

Sus ojos azules se obligaron a centrarse en su amigo, fijándose en cada detalle de ese hombreal que tanto amaba. Era increíble ver cómo ese niño famélico que un día había tomado una espadapara retarlo a duelo ahora era un caballero disciplinado y valiente, capaz de luchar hasta la muertepara proteger a las personas importantes para él.

—De acuerdo, Jim, no seré tan pesimista. Pero... al menos prométeme esto: que si algo mesucediera, tú te asegurarás de que Odette no sufre ni un solo momento si eso puede evitarse. Porfavor.

El rostro de Jim se tornó tan serio como nunca lo había visto.—Tienes mi palabra, McAllister. Y Jim le tendió la mano al duque, sin dudarlo un segundo.

Seth estrechó esa mano con firmeza, sintiendo el valor presente en el apretón de su amigo.—Espero que tú también tengas la oportunidad de encontrar a alguien, una mujer tan especial

como lo es Odette para mí.Tras estas palabras, Jim golpeó el hombro de su amigo con suavidad, entre risas.—Demonios que sí estás extraño esta mañana, Seth.El duque se separó de él, agachándose para tomar su espada entre sus manos una vez más.—Tan solo pretendía mostrarte cuánto te aprecio, amigo, pero eso no quiere decir que vaya a

permitirte ganar de nuevo con la espada.Jim empuñó su arma también, alzándola en alto. Sus ojos se entornaron cuando se concentró

por fin, aceptando el reto que Seth acababa de pronunciar.—Preparaos, Excelencia, dejadme deciros que, en mi opinión, la ventaja de no tener esposa es

que yo sí he tenido toda la noche para dormir y descansar. Eso me hace más ágil y rápido que vos.—Eso lo veremos ahora. Si yo fuera tú, no jugaría con fuego.Y, con esas palabras, ambos aceros se entrechocaron una vez más.

***

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Era ya mediodía cuando la duquesa cruzó los jardines a paso apresurado, con una pequeña

cesta entre las manos. En ella llevaba algunas frutas, un pedazo de tarta de manzana perfectamentecortado y algunos hojaldres de miel. Sabía que a Seth le gustaban los dulces, ese era uno de esospequeños detalles que él tenía y que hacían que ella se enterneciera al pensarlos: a veces Sethparecía un muchacho, animado y despreocupado.

Llegó a la armería con una sonrisa en los labios, sorprendiéndose a sí misma por cuán feliz eraen la isla de Finnèan. ¿Quién se lo habría dicho el día en el que su padre le anunció que Collinhabía fallecido y que ella tendría que desposar a su hermano en vez de a su prometido? AhoraOdette sabía que todo sucedía por una razón, pues no había ni un solo rincón de su mente quepudiera imaginar una vida sin haber conocido a Seth McAllister.

Si hubiera tenido que casarse con Collin… ¿cómo habría sido conocer a Seth? Era imposiblesaberlo con certeza, pues ese escenario jamás se llevaría a cabo, pero, si lo hubiera hecho…imaginaba que habría tenido que huir a Normandía persiguiendo a su cuñado para confesarle suamor secreto por él. El simple pensamiento la hizo sonreír, habría sido una auténtica locura.

—¿Seth? —llamó, entrando al pequeño edificio de solo una planta. Como de costumbre, laspuertas estaban abiertas.

Nadie respondió. Odette caminó por la estancia, dudando de qué hacer. Parecía que Seth noestuviera por ninguna parte y tampoco había nadie más a quién pudiera preguntarle si había visto asu esposo. La muchacha se mordió el labio, algo molesta por no encontrarlo allí y se dio la vuelta,dispuesta a marcharse en busca de Seth a otro lugar. Fue entonces cuando recordó cuánto adorabasu esposo ejercitarse frente al mar. Girando de nuevo sobre sí misma, Odette cruzó la armeríahasta llegar a esa puerta que conducía a la explanada rocosa que conectaba directamente losterrenos del castillo con el mar de las Hébridas. No se equivocaba, pues ahí encontró a Seth, tanconcentrado en sus entrenamientos que ni siquiera reparó en su presencia. Seth empuñaba unclaymore[2] con sus dos manos y maniobraba con el arma de tal manera que parecía tener toda suatención puesta en golpear y controlar el acero. Sus músculos, descubiertos al no llevar camisa, setensaban y relajaban de forma rítmica y tan solo los gruñidos a causa del esfuerzo del hombre seescuchaban en ese campo de entrenamiento.

Odette se sentía hipnotizada por los movimientos de ese guerrero. Su kilt se movía con lafuerza de sus piernas cada vez que él se giraba o saltaba. En ese momento, teniéndolo a solo unosmetros de ella, Odette supo que, aunque la imagen de un león le hubiera venido a la cabeza comoprimer pensamiento cuando vio a Seth por primera vez, la semejanza nunca había sido tan fuertecomo en ese instante. Desde niña había escuchado historias sobre bestias africanas, losmercaderes del sur de Europa y de Asia llegaban cada año a Escocia, con nuevas historias ypinturas que retrataban enormes bestias tan fieras que helaban la sangre de cualquier humano quese acercara a ellos. Y ahora, Odette experimentaba en sus propias carnes lo que era encontrarsecara a cara con uno de esos leones, aunque no le helaba la sangre contemplarlo, sino justamente locontrario: su cuerpo comenzaba a hervir por todas partes cuando lo miraba.

Seth lanzó un golpe con la espada, moviéndose de forma sincronizada con su arma y se giró depronto, percibiendo al mismo tiempo que había alguien más allí. Se congeló al ver a Odette, quelo miraba con los ojos fijos. Pensó que quizás la había asustado, que la violencia que acababa dedemostrar podía herir la sensibilidad de una dama. Pero, entonces, Odette compuso una inmensasonrisa y dejó la cestita de mimbre que llevaba en el suelo. Sin dudarlo, la duquesa corrió hacia él

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y lo abrazó, Seth dejó caer la inmensa espada, estrechándola entre sus brazos y alzándola unoscentímetros por encima del suelo. Podían permitirse hacer algo así porque, en ese lugar y en esemomento, estaban solos. Nadie podía juzgarlos, mirarlos por encima del hombro o susurrarpalabras envenenadas si se comportaban como niños enamorados. No, estaban solos y nonecesitaban a nadie más ahí.

—¿Y esto? —preguntó él, haciendo alusión a su visita inesperada.—Te extrañaba. Saliste pronto hoy.—He estado ejercitándome.—Puedo verlo. —Odette sonrió de nuevo, acariciando el mentón de su marido.El tacto de esos dedos era mágico y Seth estaba convencido de que podría curar con solo

tocarlo incluso si él resultaba herido por una espada. Con una especie de ronroneo, Odette se pusode puntillas y depositó un beso en el cuello del soldado, que sintió un ramalazo de excitación conel contacto con su esposa. Jamás una mujer lo había vuelto loco de ese modo.

—¿Qué intentas hacer? —le susurró a su esposa con un deje travieso en su voz.—Oh, no intento nada, señor duque, solo… quería saludarte.Odette se apartó de él, sin desviar su mirada verde de los ojos azules del duque. No dudó en

tomarla del brazo tan pronto como ella se alejó, atrayéndola de nuevo hacia él.—¿Y ya me has saludado?—Diría que sí… ¿o acaso debería haberlo hecho con más cortesía?Su forma de hablar, tan seductora, parecía creada específicamente para despertar en él sus

impulsos más primitivos. Esa mujer, Odette, su esposa, era la personificación exacta de todoaquello que él deseaba y amaba.

—Creo que un beso en los labios habría sido lo más apropiado.—¿Un beso? ¿Estás seguro, milord? Alguien podría vernos…Y Seth decidió poner fin a ese inocente juego, que no era tan inocente, en realidad. Tomó a la

mujer por la cintura y la atrajo hacia su cuerpo, sabiendo que ella lo deseaba tanto como él. Labesó de un modo suave al principio, saboreando esos labios que tantas sensaciones leprovocaban. Aspiró el olor a lavanda y se internó aún más en cada centímetro de Odette,dedicándose a pasear sus labios también por el dulce y delicado cuello de la duquesa. Losgemidos de la mujer le hicieron saber que estaba desarrollando bien su tarea y fue él mismo quienterminó por alejarse de ella, logrando contenerse.

—No creo que este sea el lugar más adecuado —le dijo con voz grave—, cualquiera de mishombres podría entrar.

Odette tuvo que controlarse para no protestar. Desde que probara lo que significaba hacer elamor con Seth, ningún lugar ni ninguna situación le parecían incorrectas. Ella se forzó a dar unpaso atrás, tomando aire de forma profunda para lograr calmarse y tratar de enfriar el calor que yala había poseído. Su vestido rojo de terciopelo tan solo lograba acentuar las sonrojadas mejillas,pero Odette tenía el porte de una reina y logró fingir tranquilidad de inmediato. Se giró hacia ellugar en el que había depositado la cesta con la comida.

—Te he traído unos dulces, has de estar hambriento.—Lo estoy —reconoció Seth—, aunque me temo que no he entrenado lo suficiente aún.Sabía que esas palabras despertarían a la curandera que había dentro de Odette, pues ella

arqueó una ceja rubia al instante y caminó hacia él de nuevo.—Debes alimentarte para poder ejercitarte, es fundamental. Tu salud depende de cuánto cuides

de ti mismo.

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Seth cometió el error de reírse entre dientes y, acto seguido, tuvo frente a él el ceño fruncidode Odette.

—¿Qué es tan divertido, Excelencia?—Nada, mi duquesa. Tan solo… tus palabras pueden ser interpretadas de muchos modos

distintos. Y sabes que aprecio más que nada en el mundo tu preocupación, pero entrenar para laguerra no me permite detenerme a cada rato para comer un refrigerio: requiere de gran disciplina.

—¿Sí? —Odette se cruzó de brazos ante él, mirándolo con el desafío pintado en el rostro—.¿Cuán grande?

—Inmensa.—Enséñame.Esta vez fue él el sorprendido.—¿Que te enseñe? ¿El qué, exactamente?Odette se encogió de hombros, como si fuera evidente lo que quería decir.—A pelear.El duque se rio de nuevo, aunque no lo hacía de un modo ofensivo, en absoluto. Tan solo

encontraba de lo más novedoso a una persona que pudiera desafiarlo de ese modo tan abierto y,además, hablarle de forma tan orgullosa. Odette parecía olvidar que ella pesaba menos de lamitad que él.

—Ya peleas muy bien, mi señora, cada día lo haces conmigo, de hecho. ¿Quieres aprender alucha con una espada? ¿Es eso lo que quieres decir?

Ella asintió con la cabeza, observándolo con la mirada fija. Seth se dio la vuelta y,agachándose, tomó entre sus manos el claymore. Tomó la empuñadura con cuidado y se la tendió aOdette. Ella, que nunca en su vida había sostenido una espada entre sus manos, se asustó alprincipio. No lo demostró, de todos modos, y la tomó con toda la confianza que consiguió reunir.Era pesada, pero no tanto como había creído al principio, eso le dio un poco más de confianza.

—Es ligera —comentó.Seth se rio.—Claro, eso piensas hasta que la empuñas durante dos horas por encima de tu cabeza —

murmuró, después se colocó a la espalda de su esposa y la ayudó a empuñar la espada con las dosmanos manteniendo la espada recta—. Álzala un poco.

Ella obedeció sin titubear y él sonrió, complacido. Se apartó de la joven unos centímetros.—Imagina que hay un enemigo frente a ti. Golpéalo sin que la espada toque el suelo.Y, como era de esperar, sin una postura depurada, la espada cayó al suelo tan pronto como la

fuerza de la gravedad jugó su papel en el movimiento y ella perdió el control de la trayectoria delacero. Aun así, logró levantar el claymore tan pronto como tocó la arena y se colocó de nuevo enla posición de ataque, tal y como le había visto hacer a Seth. Él la observó, satisfecho. Sabía queOdette era una mujer fuerte, no físicamente, sino en su mentalidad. Era consciente de que ellapodría permanecer ahí diez horas si con eso lograba convencerlo a él de seguir sus consejos.

—Buen manejo y buenos reflejos. Ponte recta, Odette —le corrigió de nuevo, como haría concualquiera de los muchachos a los que entrenaba. Esperó unos segundos hasta que ella lo huboobedecido y de nuevo apuntó al enemigo imaginario que se encontraba frente a ella—. Embiste denuevo, primero por la derecha y luego por la izquierda.

Esta orden fue mucho más complicada que la anterior y, aunque Odette se manejaba conbastante agilidad, estuvo a punto de caer a causa de su vestido largo, que la hizo trastabillar. Sethse acercó a ella con rapidez, ayudándola a recomponerse. En sus ojos brillaba un inmenso orgullo

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por ver cómo su esposa era capaz de manejar un claymore y que, además, había copiado, deforma, innata las figuras que le había visto realizar a él durante sus ejercicios.

—Creo que deberíamos intentarlo de nuevo en otro momento, este vestido puede ser una ruinay no me perdonaría que tropezaras y cayeras al mar por mi culpa.

—Entonces, ¿podemos marchar a comer de una vez? —preguntó ella.Seth cedió, tomando la espada entre sus manos y apoyándola en el muro exterior de la armería.—Como la duquesa mande.Odette sonrió al escucharlo. Lo había convencido, aunque era consciente de que él también

había dado su brazo a torcer por propia voluntad. La duquesa tomó la cesta entre sus dedos y laalzó, enseñándole su apetecible contenido a Seth. Él observó, durante unos instantes, las manzanasy las ciruelas apiladas en un lado de la cesta, así como los pequeños hojaldres de miel que tantole gustaban.

—¿Ves, Seth? Hay cosas mucho más agradables que tropezarse una y otra vez portando unhierro en la mano.

Seth no pudo más que asentir con la cabeza, aunque él ya no estaba mirando a la comida, sinoque la observaba a ella. Su rostro ovalado, esos pómulos marcados y la sonrisa permanente yamigable en esa faz tan hermosa.

—Mucho más agradables, no hay duda —dijo.Después la siguió y ambos cruzaron la armería para establecerse en alguno de los agradables

sitios del jardín en el que pudieran sentarse y charlar con tranquilidad sobre cualquier cosa; sobretodo y nada a la vez, como ya acostumbraban a hacer cada día y cada noche. Porque para ellos, sumatrimonio ya no era un negocio ni una farsa, nada que ver con eso. Tanto Seth como Odettesabían ya, a esas alturas, que lo que ellos estaban experimentando era uno de esos milagros que nole suceden a todo el mundo. Los duques eran conscientes de que, entre tanto ruido y tanta gente deese mundo, ellos se habían encontrado el uno al otro.

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Capítulo XIII El doctor bajó de su caballo a unos doscientos metros de esa inmensa casa de madera oscura.

No se atrevía a acercarse más, aunque era consciente de que, sin necesidad de hacer acto depresencia, ellas ya sabrían que estaba allí.

Jamás había podido visitar a Larissa en su casa, como hacían los muchachos normales delpueblo con sus enamoradas. Timothy había sabido desde siempre que él no podría tener unarelación al uso con la mujer que reinaba en su corazón, que todo sería mucho más complicadopara ellos que para los otros jóvenes. Pero lo había aceptado tal y como venía, porque Larissa erala mujer a la que amaba, era su felicidad y su fe.

Podía ver luz en el interior de la casa de las hechiceras y distinguía algunas figuras a través delas ventanas, pero no estaba lo suficientemente cerca como para saber si ella estaba allí, no eraLarissa con quien quería hablar, de todas formas, al menos no en ese momento. Sabía que sumadre estaba ya mayor y que se dedicaba solo a actuar como partera y curandera para algunos delos pescadores en la costa, a ese lado de la isla. Al parecer, era la hermana mayor de Larissa,Sihonn, quien había tomado el mando de la familia en los últimos meses y Tim no llegaba aentender si eso era algo bueno o algo malo. Sabía que él no le agradaba a Sihonn y, aunque porrespeto no lo diría en presencia de Larissa, la bruja tampoco era santo de su devoción. Aun así, apesar de que la jerarquía de esa familia fuera extraña, debía respetarla.

Timothy permaneció ahí varios minutos más, sabiendo que, tarde o temprano, repararían en supresencia. La noche era oscura y el viento soplaba, tan frío que parecía la afilada hoja de unacuchilla contra su piel. A su alrededor solo podía escuchar el silbido de los árboles de ese espesobosque que él había tenido que atravesar para llegar hasta allí. Con la mirada fija en esa inmensacasa, antigua y algo espeluznante, Timothy distinguió que la puerta principal, de madera oscura, seabría. Una figura salió del edificio, portando una vela en su mano derecha para poder alumbrar sucamino. Su mano izquierda, blanca como la nieve, cubría la llama con cuidado para que el suaveviento no acabara con ella. El cabello negro de Sihonn era inconfundible y rozaba las caderas dela mujer en suaves ondas. Timothy la observó y pensó que podría haber sido hermosa, si no fueratan escalofriante.

—Kellen —lo saludó ella, asintiendo con la cabeza.—Buenas noches, Sihonn.La voz de Sihonn era grave y atractiva al mismo tiempo, como el rugido de un felino pequeño.

Mirándola a los ojos, Tim se preguntó qué edad tendría, pues la recordaba exactamente igualdesde que él era solo un adolescente y ella apenas parecía una joven doncella.

—Queríais hablar conmigo.No fue una pregunta, sino una afirmación. Y no le faltaba razón. El asintió con la cabeza y su

caballo, aún sujeto por las riendas de duro cuero, retrocedió unos cuantos metros tras sentir lamirada de Sihonn puesta en él. Timothy tuvo que calmar a su montura posando su mano sobre sulomo, aunque no culpaba al animal, también él quería salir corriendo, aunque no lo demostrara deforma tan abierta.

—Es sobre Larissa —informó el doctor.—¿Y ella sabe que estáis aquí?—No, no lo sabe. No he creído conveniente hablar con ella antes de hacerlo con vos. Sé

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cuánto significa para vosotras que se respete la jerarquía en vuestra familia.Sihonn apretó los labios un momento, después dejó entrever unos dientes blancos y

perfectamente colocados, enmarcados por unos labios gruesos y sensuales. Sihonn era la criaturamás extraña que él había tenido la ocasión de contemplar en su vida.

—Vos diréis —dijo ella, alzando su mano con elegancia, dándole paso para hablar.—Quiero que ella venga conmigo a Edimburgo. Imagino que vuestra madre no se encuentra en

condiciones de poder atenderme, así que por eso me dirijo a vos, Sihonn. He oído que estáis acargo de la familia ahora.

—Habéis oído bien —respondió ella, moviendo la cabeza en gesto afirmativo—, pero que meocupe de mi familia ahora no significa que pueda interferir en la voluntad de ninguna de mishermanas. ¿Larissa quiere marchar a Edimburgo con vos, doctor Kellen?

—No es cuestión de que ella quiera o no… sino de que está asustada, cree que la gente noentenderá lo que sois en la ciudad y que tratarán de dañarla.

—Y no le falta razón —explicó ella con solemnidad—, fuera de las islas cercanas, donde senos reconoce como finnè, se nos percibe como una amenaza y, ciertamente, nadie comprenderánuestra naturaleza. ¿O acaso tú puedes comprenderla? —Era evidente que esa pregunta era comoun dardo dirigido de forma directa al corazón del médico.

Sihonn nunca había aprobado la relación de Larissa con él, parecía encontrarla antinatural.Aun así, Timothy jamás se había preocupado demasiado por eso, sabía que las mujeres Blackburntambién tomaban esposo, algunas de las hermanas de Larissa se habían marchado tras casarse,aposentándose en otras aldeas o hasta en otras islas de alrededor. Incluso Larissa había tenido unpadre, aunque el hombre hubiera muerto cuando ella era solo una niña.

—Sé que sois unas mujeres sabias. Y que amo a Larissa, no me hace falta indagar nada más enningún otro asunto.

—¿No crees, como hacen los católicos en Europa, que tenemos pactos con ese señor malignoal que mencionan los sacerdotes?

Timothy entornó los ojos. Sihonn lo estaba poniendo a prueba, creyendo que él caería en sutrampa. Pero no pensaba hacerlo, él no era un aldeano supersticioso, era un hombre de ciencia.

—No tenéis más contacto con lo sobrenatural del que tengo yo ahora mismo. Y sé que miescepticismo enfada a Larissa con facilidad, pero es así como yo lo siento. Vosotras tenéisvuestros dones, yo tengo los míos, Sihonn. Y cualquiera que se atreva a querer dañar a Larissatendrá que pasar por encima de mi cadáver.

Una nueva ráfaga de viento sopló y la vela de las manos de Sihonn se apagó. Ambos sequedaron en silencio durante unos instantes, con la oscuridad como única compañera. Sihonnacercó sus labios a la mecha de esa vela blanca y sopló; esta se encendió de nuevo. Pese a queTim quiso salir corriendo al observar esto, se obligó a quedarse parado en ese punto del claro.Había ido hasta allí con el propósito de conseguir el favor de Sihonn respecto a marcharse junto aLarissa y no pensaba irse sin él.

La bruja se sorprendió de que ese doctor no moviera ni una pestaña al contemplar lo que ellaacababa de hacer con la llama. Debía de estar muy enamorado de su hermana para mantener esenivel de estoicismo, era admirable. Contuvo la risa que había querido soltar, pues incluso a ella lehacía gracia jugar a ser todo un misterio, de cuando en cuando, delante de personas como esehombre.

—Timothy Kellen… sabéis muy bien que, en nuestra familia, la ciencia no es la opción másacertada… y que tampoco vos lo sois para Larissa, a nuestros ojos. Pero tengo que deciros que, si

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ella quisiera irse de la isla, sería más que libre de hacerlo. Os lo repetiré una vez más: si sudecisión ha sido quedarse aquí… —Sihonn lo observó con atención una vez más, con los ojosbrillando gracias a la brillante luz de esa vela—, no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Esella quien elige seguir una u otra línea de su destino.

El doctor suspiró. Sabía que, en el fondo, Sihonn tenía razón y que había ido hasta allí paranada; no podía forzar a Larissa a marcharse de un lugar en el que ella quería permanecer, aunquesolo lo hiciera por miedo. Eso significaría, entonces, que quizás no lograran estar juntos nunca. Apesar de que muchos habitantes de la isla sí apreciaban y aceptaban a las Blackburn, los Kellen noeran precisamente unos admiradores de las brujas. De un modo u otro, siempre estarían bajo elescrutinio público, sintiéndose prisioneros en sus propias pieles.

—De acuerdo —dijo el doctor, resignado—. Gracias por recibirme.Sin esperar a que Sihonn respondiera, puso su pie en el estribo de metal de su montura y subió

a su caballo. Desde allí, comprobó que su cuñada no se había movido un ápice, sino que loobservaba en silencio.

—¿Sucede algo? —preguntó el doctor.La enigmática mujer subió su cabeza, dedicándole una última mirada de sus ojos dorados.—¿Sabéis, Kellen? Me gustáis, creo que sois un buen hombre, aunque no aprecie mucho la

veracidad de eso que vos llamáis ciencia —le confesó con toda sinceridad—, y también opinoque, quizás, deberíais quedaros aquí, dejar de lado esa cabezonería de hombre de ciudad que tantodaño os está haciendo. Creo que mi hermana tiene fe en que lo hagáis.

Con una última inclinación, demostrándole respeto, aunque de forma orgullosa, Sihonn se diola vuelta y caminó hacia su casa. Tim, aún confuso por lo que acababa de escuchar, puso rumbohacia el pueblo. ¿De verdad Sihonn creía que él podría quedarse en la aldea? Quizás en unosaños… sí, podría ser. Pero aún era joven, su carrera apenas estaba despegando y debía luchar porlabrarse un buen futuro en la ciudad. Se marcharía de allí en los próximos días, pues permaneceren la isla le resultaba tan tóxico como consumir veneno puro. Sí, amaba a Larissa, pero a la vezsentía que su tiempo en Finnèan había acabado, que ya no quedaba nada para él ahí.

Él no lo sabía aún, pero estaba muy equivocado.

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Capítulo XIV Si Odette hubiera podido parar el tiempo, no lo habría dudado ni un segundo. Cada minuto que

pasaba, Seth estaba más cerca de marcharse y eso la rompía por dentro. Quedaban solo cinco díaspara su partida, cinco días para que él tomara su caballo y se marchara de Finnèan hacia la guerra.Y, según la profecía de Sihonn, dos días después moriría.

—¿En qué piensas? —preguntó él.Ambos se encontraban tendidos en la cama, ignorando que ya eran más de las diez de la

mañana y todo el castillo bullía de vida. Odette había convencido al duque de no entrenar esamañana, pues ansiaba aprovechar todo el tiempo que les quedara juntos. No quería separarse desu marido.

—En nada. —Odette le quitó importancia, fingiendo una sonrisa. Después se incorporó en lacama y le tendió a su marido un pastelito de miel que ella misma había cocinado esa mañana—.¿Quieres uno?

—Por supuesto.Seth lo devoró de un solo mordisco y ella soltó una carcajada.—Se supone que deberías saborearlo, si no, no hay ningún modo de averiguar si los he

cocinado bien.—Más que bien, diría yo —contestó Seth, relamiéndose los labios—. Podría alimentarme solo

de estos manjares que preparas.Entre dos dedos, Odette tomó otro de los pastelitos, que reposaban en una pequeña bandeja de

plata, sobre la mesita auxiliar junto a la cama. Mordió una esquina del pastel y no pudo evitararrugar la nariz al comprobar que el sabor de la miel era extremadamente dulce. Al parecer, a Setheso no le había supuesto ningún problema, pues parecía más que encantado de consumir eseempalagoso hojaldre.

—Creo que no soy la mejor midiendo cantidades en cuanto a repostería se trata —se rio ella—. ¡Está demasiado dulce!

Seth, relajado por completo, se incorporó también en la cama y posó sus labios en los de ella,saboreando la miel de un modo mucho más sensual que antes.

—A mí me parece perfecto —susurró con voz grave.Ambos habían descubierto que su apetito amoroso era prácticamente insaciable el uno con el

otro. Como si no pudieran dejar de hacerlo ni un instante, aferrándose a la idea de que era posibleque no les quedara mucho tiempo juntos.

Odette depositó el pastelito mordido sobre la bandeja de plata y se centró en disfrutar delcalor de Seth, que la besó con pasión en cuanto ella comenzó a participar de ese momento. Erantan similares en la cama que resultaba difícil creer que de verdad fuera posible. A veces solohacía falta un cruce de miradas para que pudieran leerse la mente y les faltaba tiempo para correral dormitorio. Cuando acababan, pasaban horas hablando y compartiendo historias de sus vidas,de lo que les gustaría hacer en el futuro, si es que acaso ese futuro existía… para Odette, laperspectiva no dejaba de ser amarga, aunque no lo exteriorizara frente a él: en el mejor de loscasos, pasaría diez años sin verlo, esperándolo con el corazón en un puño día a día. En el peor delos casos, lo perdería en una semana. Ambas opciones le brindarían una cantidad inabarcable dedolor y miseria que no sabía cómo podría afrontar.

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El duque supo que ella estaba preocupada de nuevo, solo con observarla otra vez. Suspiró.—No pienses en eso ahora, por favor —le suplicó—. Estás aquí, conmigo.Odette asintió con la cabeza, sabiendo que él tenía razón, aunque le rompiera el corazón. Lo

besó, pidiéndole que la amara una vez más, necesitándolo tanto como respirar. Seth no se hizo derogar, sino que la agarró con fuerza de las caderas y cambió su posición, colocando a Odette bajosu cuerpo y enterrando sus labios en el cuello de la dama una vez más. Recorrió su piel con loslabios, reconociendo ya cada uno de los puntos que la encendían como si fuera una hoguera. Notóen sus manos cómo ella se estremecía, cómo su piel se ponía de gallina y suspiros ahogados salíande los labios de Odette. Y solo entonces entró en ella, haciéndole el amor con lentitud, pero conseguridad. Sabiendo que cada uno de sus movimientos le resultaba tan placentero a ella como loera para él, que se volvía loco cada vez que ella lo tocaba.

Supo que la amaba, sin restricciones, sin ningún tipo de reservas. La amó despacio,escuchando con cuidado los gemidos de Odette e interpretándolos como señales de que esesentimiento también estaba presente en el pecho de ella.

Se dejó ir en su interior, permitiendo que un gruñido escapara de su boca, ella no dudó enatrapar sus labios, besándolo con profundidad, sintiéndolo tan dentro física comoemocionalmente. Ambos cayeron sobre la cama, exhaustos tras esa intensa acometida. Odettenotaba cómo sus muslos temblaban a causa de la fuerza con la que Seth la había hecho suya y sucorazón latía tan rápido que daba la impresión de ir a escapársele del pecho. La dama se giróhacia su marido, observando esos ojos azules que tanto adoraba. Después acarició su cabellooscuro, componiendo una sonrisa.

—Sois muy apuesto, señor duque —le dedicó.Él le devolvió la sonrisa, complacido.—Creo que eso no fue lo que dijiste el día que nos casamos.—Tampoco dije lo contrario… ¿o sí?—Déjame recordar… dijiste algo así como que soy… ¿un guerrero despiadado?El hecho de que a él le pareciera tan gracioso fue incluso ofensivo para Odette, que frunció los

labios en un agradable puchero y golpeó el brazo de su marido con suavidad, demostrando que subroma no le resultaba agradable en absoluto. Fue entonces cuando mantuvo su mano en la piel deél unos minutos más de lo esperado. Odette entornó los ojos, preocupada, y trasladó sus dedos a lafrente del soldado. Fue como si ese ambiente distendido y agradable acabara de cortarse derepente.

—¿Qué está pasando? —preguntó él, confundido.—Tienes fiebre de nuevo.Sabía que había algo que no parecía normal, esa temperatura era demasiado alta como para

que el duque se encontrara saludable, como para que no le hubiera dicho nada antes. Odette habíaestado tan concentrada en no pensar en las cosas negativas, tan ocupada en disfrutar de él yprovocarle placer, que no le había prestado atención a la salud de Seth durante varios días.

—Estoy bien —contestó él.—Te prepararé un té —repuso ella, poniéndose en pie—. Y unas compresas de agua fría.—De acuerdo —aceptó él a regañadientes—, pero estoy seguro de que no es nada, me

encuentro mejor que nunca.Odette se vistió tan rápido como pudo, colocándose el corsé sin ningún tipo de cuidado y

cubriéndose con una capa ancha estampada con el tartán rojo de la familia McAllister. Salió de lahabitación sin mirar atrás, concentrada tan solo en conseguir los remedios que hicieran remitir la

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fiebre de Seth, pues temía que su fiebre fuera a más y que volviera a caer en una enfermedad comola que había visto ya, al principio de su matrimonio.

Solo unas horas después, la fiebre le subió tanto que Seth perdió la consciencia.

*** Odette pasó parte de la noche en vela. No entendía por qué, pero el estado de salud de Seth

empeoró de repente y, antes de que ella pudiera pensar en cómo proceder, el duque comenzó asufrir de convulsiones y vómitos. Las horas pasaban, pesadas, mientras el cuerpo de Seth ardía enfiebre y sudaba bajo las compresas de agua fría que Odette le suministraba.

—Debéis dormir —susurró Sila cuando amanecía, asomándose a los aposentos de sus señores—. Señora, vais a enfermar vos también.

—No puedo dejarlo solo, quizás despierte.Sila, con la preocupación grabada en su propio rostro, se acercó a su señora. Le llamaba la

atención la diferencia entre cuán feliz había sido solo unas horas antes, pues ahora parecía de lomás miserable.

—Yo me quedaré con el duque, pero, por favor, dormid. No servirá de nada que paséis lashoras aquí con él, tan solo os preocupáis más y más.

Era muy consciente de que su dama de compañía llevaba toda la razón, pero todos los sucesosacontecidos desde que llegaran allí, casi dos meses antes, la llevaban a querer acurrucarse juntoal pecho de Seth en esa cama, olvidándose de cualquier otro detalle que la rodeara.

—No sé si…—Yo cuidaré de él, lo prometo. Lleváis aquí desde la mañana, vuestro cuerpo debe de estar

exhausto, señora.Confiaba en Sila más que en ninguna otra persona y sabía que sí, lo haría, se aseguraría de que

Seth se mantuviera estable.—Muchas gracias, Sila. Volveré en cuanto amanezca.Se puso en pie, dirigiéndose a la puerta de los aposentos y se sorprendió cuando vio que allí

esperaba ya una comitiva de gente esperando las noticias que ella pudiera darles. Entre ellos, JimBawden tenía el cabello revuelto y la miró con inquietud en cuanto la vio salir de la habitación.Sus ojos azules y moteados se mostraban preocupados.

—¿Cómo se encuentra?—No lo sé. —Odette se dirigió a todos, esta vez—. No estoy segura de qué le sucede. Creo

que sería prudente contar con la presencia del doctor Kellen.—Yo mandaré a buscarlo. —Liam McKinnon se mostró tan eficiente como siempre—. Os

hemos preparado un cuarto agradable para que paséis la noche, lady McAllister. Es recomendableque descanséis.

—Gracias, Liam. —Odette se obligó a forzar una sonrisa y, por tanto, a mostrarse amable conesas personas que tan solo querían ayudarla.

Pero estaba tan cansada, tan tensa por dentro y por fuera que no sabía cómo manejar todas esassensaciones. Separarse de Seth le resultaba casi doloroso, pero había de hacerlo. Tenía quecuidarse a sí misma para poder cuidarlo a él.

—¿Serías tan amable de mandar a alguien que me traiga algo de comer? No creo ser capaz dedormir con el estómago vacío.

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—Desde luego, lady McAllister. Ahora me ocuparé de eso. —Solícito, McKinnon la observócon ojos preocupados—. Yo mismo ordenaré que se os prepare una buena cena para que podáisreponeros.

Y el sirviente larguirucho, de modales tranquilos y serviciales, no perdió más tiempo y sedirigió inmediatamente al primer piso de ese inmenso castillo. Era inquietante el silencio quereinaba en la fortaleza, aunque era ya demasiado tarde como para escuchar los pasos y voceshabituales que reinaban durante la mañana y la tarde.

—Yo os acompañaré a vuestros aposentos —indicó una joven criada llamada Jamie—,encenderé el fuego para vos.

—Te lo agradezco —susurró Odette.Caminó cabizbaja hasta los agradables aposentos que el servicio había preparado para ella,

aunque su cabeza estaba en otra de las estancias del castillo, justo en el lugar en el que seencontraba Seth. Tenía miedo de perderlo, miedo de que él sufriera o que esas altas fiebrespudieran ser síntoma de algo aún peor.

Tumbándose en la cama que le ofrecieron, la dama no consiguió cerrar los ojos hasta muchosminutos después. Se llevó la mano al corazón, observando el techo de madera y piedra sobre sucabeza y suspiró mientras una lágrima abandonaba sus ojos, cruzando su mejilla y resbalandohasta su oreja a causa de la postura en la que se encontraba. Se imaginó que, si perdía a Seth, suvida se convertiría en eso a partir de ese momento: una sucesión de noches vacías, solitarias ysilenciosas.

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Capítulo XV El doctor Timothy Kellen había desaparecido. Como si se lo hubiera tragado la tierra, como si

ya no hubiera nada que lo atara a la isla de Finnèan. Su hermano, Louis, comentó que Tim se habíaasegurado de atender correctamente a su madre, cuya salud había mejorado desde que él regresaraa su casa, y también había dejado el dinero suficiente para cubrir los gastos de su pequeña casitaen la aldea durante unos meses. Que, con toda probabilidad, había regresado a Edimburgo y novolvería a la isla hasta pasado un tiempo, pero que tampoco había hablado mucho al respecto. Que parecía triste.

Escuchar esta noticia fue como un balde de agua fría para Odette, que día tras día contemplabacómo el estado de salud de Seth empeoraba poco a poco. Ella trataba de pasar junto a él todo eltiempo que le era posible, aunque él no era capaz de permanecer consciente durante muchotiempo.

—Odette —susurró él desde la cama.Su voz captó su atención y Odette cerró el libro sobre herbología que estaba leyendo, el mismo

que él le había regalado. Lo hojeaba con la intención de hallar entre esas páginas alguna soluciónpara el problema de su esposo, aunque no había tenido mucho éxito hasta el momento. La damasaltó de su sillón y se arrodilló ante la cama de Seth. Él la observó, aunque sus ojos no parecíanmuy capaces de enfocarla de verdad. Los ojos azules de Seth se movían por toda la habitación ensu búsqueda de Odette y, cuando por fin logró distinguirla, Seth pudo respirar con tranquilidad.

—He soñado que no estabas —susurró.Odette se apresuró a tenderle un tarrito con agua.—Bebe, Seth, lo necesitas.Él obedeció, pues tenía tanto calor como sed en el cuerpo. El líquido pareció calentarse tan

pronto como entró por su garganta. Odette supo que no aguantaría así mucho tiempo más, que teníaque hacer algo.

—En mi sueño no estabas —siguió hablando él—, pero yo te buscaba de todos modos. Sabíaque te iba a encontrar al final. Aunque tardara mucho tiempo, aunque me tomara años hacerlo.

Odette chasqueó la lengua, algo nerviosa al comprender que su esposo estaba delirando. Retiróla compresa de agua de su frente y la humedeció de nuevo en agua fresca. Verlo así, tan desvalido,le daba ganas de llorar. Por más que buscaba y rebuscaba, no encontraba en el cuerpo de Sethninguna herida mal curada que pudiera contener algún pedazo de metal, tal y como había sucedidola última vez. En esta ocasión, ella solo era capaz de ver un dolor que se apoderaba de él sinmotivo aparente y que era conseguía dañarla a ella también, sin necesidad de estar dentro de sucuerpo.

—Esto va a pasar, vendrán momentos mejores —le susurró ella de forma cariñosa, acariciandola piel húmeda del duque.

—¿De verdad? —preguntó con cierto sarcasmo—. Odette… ¿cuántos días quedan?—¿Cuántos días quedan para qué?No quería aceptar lo que él le estaba preguntando, aunque él mismo terminó de formular su

pregunta.—Para que yo muera.Escucharlo le provocó un inmenso escalofrío. La muchacha, sentada en el suelo, se encontró a

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sí misma frotando el frío piso de piedra con las uñas de sus finos dedos. Trató de contenerse, pueslo último que quería era llorar frente a él. Debía mantenerse fuerte, porque ella aún teníaesperanza, tanta como amor por él.

—No vas a morir.—Dímelo, por favor, Odette.Contra su propia voluntad, ella contestó a la pregunta.—Cuatro días, Seth.Y escuchar eso no fue aterrador para él, más bien al contrario. Cuatro días eran muchas horas

de sufrimiento, de sentirse como lo hacía en ese momento: como si la vida se le escapara delcuerpo poco a poco. Pero, al menos, también significaba que tendría cuatro días más para pasarlosjunto a ella, aunque fuera de ese modo. Una expresión de extraña paz se aposentó en el rostro delduque.

—¿Sabes, Odette…? Acabo de comprender que, en realidad, nunca estuvo escrito que yomuriera en mi lucha junto al rey. Creo que la profecía se refería a esta isla desde el principio, aque moriría en esta cama.

Y comprender eso fue como un golpe en el pecho para Odette, que aún conservaba la ridículaesperanza de que él se recuperaría en los próximos días y marcharía a Normandía para morir ahí.No, desde luego que no. Había una posibilidad que concordaba mucho mejor con las palabras deSihonn: un destino en el que el duque jamás llegaba a salir de allí y las fiebres se lo llevaban encuatro días.

Quizás, llegar a esa conclusión fue el detonante para que la joven se pusiera en pie y tomarauna renovada decisión: luchar. Se negaba en rotundo a creer que todo estaba escrito, que no podíahacer nada por salvar a Seth de la muerte.

—No voy a rendirme, Seth —dijo con confianza—, encontraré la manera, estoy convencida.Él levantó su mano con gran esfuerzo y logró sujetar la de él. Comparada con su piel ardiente,

la de Odette parecía fría como la porcelana.—Eres toda una guerrera —le susurró él con una pequeña sonrisa—, mucho más de lo que yo

he sido nunca.Con todo el cuidado del que fue capaz, Odette se sentó junto a su cuerpo, sobre la cama. Posó

su mano sobre el pecho del hombro y lo acarició, él cerró los ojos, tensándose ante ese dulce tactoque ya no estaría allí en apenas unos días.

—Todo va a salir bien. —Parecía tan segura de sí misma que él quiso creerle con todas susfuerzas—. Vamos a estar juntos, lo sé.

—Siempre lo estaremos, de todas formas.—No, Seth. Vamos a estar juntos aquí, eso es lo que quiero decir. —Los ojos de Odette se

aguaron con tristeza, aunque ella misma se había prometido mil veces no llorar frente a él—. Note atrevas a morirte después de hacer que me haya enamorado de ti.

Ninguno de los dos había hecho referencia al amor hasta ese entonces y para Seth fue unaauténtica sorpresa, aunque tan agradable como esperada. Él sabía que la amaba desde hacíamucho tiempo, tan solo no se había atrevido a expresarlo en voz alta, pues prefería hacerlo consus acciones. Dejó pasar varios segundos sin decir nada, como saboreando las palabras queacababa de dedicarle. Después, contestó:

—Yo también te amo. Más de lo que podría expresarte con palabras, pues ya sabes que no soyprecisamente un erudito.

Entre lágrimas, ella dejó escapar una pequeña carcajada y se inclinó para besar el pecho de

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Seth con cariño.—No eres un erudito, eres un soldado y un caballero del rey, como tú mismo no te cansas de

repetirme. Y seguirá siendo así.Seth consiguió alzar su mano de nuevo y esta vez acarició el suave cabello de Odette con

cariño. Parecía tener un sinfín de tonos rubios, con tantos matices como sus ojos verdes. El duquese maravilló una vez más de la hermosura de su esposa, una belleza que, sabía, no era solosuperficial.

—Te amo, Odette.La joven se incorporó, poniéndose de pie de nuevo. Lo observó con cariño una vez más.—Descansa, Seth, lo necesitas.Después, tomando el libro de herbología entre sus dedos, salió por la puerta con rapidez. Allí

le hizo una señal a Sila para que ella se encargara de vigilar al duque durante un rato. Entonces,con el libro muy apretado en sus brazos y una idea firme, Odette bajó al jardín, determinada aencontrar una solución a la enfermedad de Seth McAllister.

***

Odette estaba convencida de haber visto ya la mayoría de las plantas autóctonas de la isla, no

en vano pasaba varias horas cada semana examinando la naturaleza que la rodeaba y ya estabamás que familiarizada con ella. Durante las batallas, su madre y ella se habían valido de una grancantidad de hierbas para bajar la inflamación de las heridas en los soldados, desinfectarlas ypotenciar su curación. ¿Por qué ahora se sentía tan inútil a la hora de bajar la fiebre de Seth? ¿Quédemonios la estaba causando?

En su cesta llevaba ya varias hierbas que, sabía, serían beneficiosas para el estado de suesposo. La pregunta ahora era lo más complicado: ¿serían suficiente? Algo le decía que no, quedebía probar algo distinto, algo más fuerte. Odette se sentía a ciegas en cuanto a qué hacer y,además, no podía sacar de su mente la primera profecía recibida por Sihonn: que en algúnmomento elegiría la hierba incorrecta. Era consciente de que la propia profecía era una trampa: silo que Sihonn le había dicho era cierto, no había forma de elegir la opción correcta, pues yaestaba escrito que se equivocara.

Le habría gustado no creer las palabras de Sihonn, no verlas como verdaderas, pero ahora eraya casi imposible. ¿Cuáles eran las posibilidades de que la hechicera hubiera adivinado que Sethcaería enfermo justo esa semana? No. Había algo más, algo de verdad en esa historia que parecíacasi un cuento de hadas.

Tomó un ramito de romero del jardín, asegurándose de tener una cantidad suficiente. El romerosolo podría ser beneficioso para Seth pero, a la vez, se preguntaba hasta qué punto marcaría unadiferencia en el estado de salud del duque. Quizás debería arriesgarse, usar una planta nueva,realizar una infusión y empapar con ella las compresas repartidas por la piel de su esposo. Eltiempo se agotaba y no había manera de predecir qué sucedería después.

Entró a las cocinas del castillo minutos más tarde, dirigiéndose a su pequeño rincón, en el quesolía ocuparse de preparar sus remedios. Las manos de Odette temblaban con cada nueva hierbaque tomaba entre sus dedos. ¿Tomillo? Podía funcionar. ¿Malva? Observó las florecitas moradasde esa planta que le habían llevado desde el sur de Gran Bretaña, por mediación de Jim Bawden,esa misma semana. Las tomó con cuidado y se quedó observándolas un instante. Las infusiones de

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malva eran efectivas, pero no todo el mundo reaccionaba bien a ellas. ¿Debería arriesgarse? Laspalabras de Sihonn resonaban en su memoria una y otra vez: «En algún momento os equivocaréisal utilizar una hierba…». ¿Qué sentido tenía entonces intentarlo?

—Lo tiene, lo tiene —se contestó a sí misma—. Debo hacer algo.Apretó la malva entre sus dedos, dejándola sobre una pequeña tabla de madera clara que

utilizaba para preparar sus proyectos. Después tomó aire profundamente: solo le quedaba rezarpor no estar cometiendo un error.

***

Timothy sabía que volvería a Finnèan en algún momento. Por mucho que intentara librarse de

ese lugar, la isla lo atraía como si se tratara de un imán. Larissa, su familia, las esperanzas quealgún día había tenido en ese en su hogar…

Pero él ahora era un doctor de cierto renombre, no podría consumirse, abandonarse en esapequeña isla que no tenía más que ofrecerle que desilusión y resentimiento. La mayoría de losaldeanos no confiaban en él, pues para ellos él era casi un forastero que se había marchado delpueblo y ni siquiera Larissa le otorgaba verdadera importancia a su labor como médico, puessiempre le daba preferencia a la magia. En cambio, en Edimburgo, todo era diferente para él, allíse sentía mucho más valorado en su profesión y oficio… aunque tuviera que pasar todas y cadauna de las noches solo.

—¿A dónde vais, señor…? —preguntó uno de los mercaderes de ese pueblo costero al quehabía llegado. Necesitaba tomar una embarcación para poder llegar a la isla de Gran Bretaña. Elmercader tardó unos instantes en seguir hablando—. Kellen, ¿verdad? No es la primera vez que osveo por aquí.

—Sí, Timothy Kellen. Me dirijo a Edimburgo. ¿Conocéis a alguien que parta hacia allá mañanaal amanecer?

El joven mercader negó con la cabeza, frunciendo los labios y acariciándose el cabello rubio ylargo con un par de dedos roñosos. Timothy no evidenció su disgusto, pero le parecía que entre lasuñas de ese joven vivía un auténtico submundo de suciedad y porquería. Trató de centrarse en losojos azules y expresivos del joven que, a pesar de su higiene defectuosa, era bien parecido.

—Me temo que nadie sale mañana hacia allí. Podría conseguiros una embarcación que os llevea Mallaig y, quizás, alguien traslade algo de pescado desde allí a la capital en los próximos días.

La opción le pareció razonable, aunque implicaba detenerse en Mallaig, una población costera,sin tener una idea muy clara de cuándo podría llegar a Edimburgo. Necesitaba pensar rápido, puesel joven parecía impaciente por asegurar su negocio.

—¿Cuándo saldremos de Finnèan? —preguntó.El mercader sonrió, triunfante, reconociendo que acababa de cerrar un trato que le garantizaría

algunas monedas para fundírselas al día siguiente en alguna taberna.—Al atardecer. Estoy esperando una carga de whisky que parte hacia el continente.—De acuerdo, os buscaré en el puerto.Timothy se alejó de ese hombre, con su petate al hombro y muy poco dinero en el bolsillo, pues

le había dejado casi todas sus pertenencias a su hermano en la aldea. Como si le hubiera leído elpensamiento, el mercader lo llamó, a varios metros de donde él se encontraba.

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—Por cierto, Timothy Kellen. —Lo dijo como si acabara de recordar una última noticia—.Espero que tengáis dinero para pagarme. Vuestra bolsa no parece muy pesada.

Tim gruñó por lo bajo, aunque logró disimularlo. No era fácil ofenderlo y, además, a esehombre no le faltaba razón: apenas llevaba el dinero suficiente para llegar a Edimburgo del modomás barato posible, le había dejado casi todos sus bienes a su madre.

—Descuidad, eso no será un problema, os lo garantizo.Después volvió a girarse, caminando en dirección contraria a la del hombre.—Lo que me faltaba —masculló por lo bajo, refiriéndose al mercader—, además de cerdo, es

desconfiado…Parado en mitad de ese muelle, el doctor se preguntó cómo mataría el tiempo hasta el

atardecer, cuando por fin pudiera salir de esa isla en la que lo dejaba todo: su familia, su casa y sucorazón.

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Capítulo XVI Los pasos acelerados de Sila se escucharon desde el otro lado del pasillo. Un instante más

tarde, la dama de compañía apareció, con las mejillas sonrojadas por la pequeña carrera quehabía dado para encontrar a su ama.

—¡Señora! —la llamó, desesperada—. Señora, algo sucede con el duque.Odette, que apenas llegaba de las cocinas con una infusión entre los dedos, sintió que sus

rodillas temblaban cuando distinguió la desesperación en el rostro de su joven dama. Sila no sealteraría tanto si no fuera porque algo muy grave estaba sucediendo.

—¿Qué está pasando, Sila? Rápido, ¡habla!—No… no sabemos qué es. La fiebre… la fiebre continúa y el señor parece estar ahogándose,

no cesa de vomitar.Escuchar eso era para ella extremadamente duro. Le tendió la pequeña bandeja de plata en la

que llevaba la infusión a Sila y salió corriendo hasta los aposentos que antes habían sido suyos,pero que ahora se habían convertido en el lecho de muerte de su joven esposo. No le llevó más deunos minutos llegar hasta allí y el horrible sonido de los vómitos fue lo primero que escuchó.

No entendía nada. Al principio, Seth había reaccionado bien a la malva, pero por la noche, elestado de salud del duque había empeorado de repente y llevaba horas delirando. Seth hablaba ensueños, le decía cosas que jamás admitiría en voz alta: que tenía miedo, que en realidad no queríapartir hacia Normandía y que, aunque tratara de disimularlo frente a ella, le aterraba saber que lamuerte le pisaba los talones. Escuchar estas palabras le encogía el corazón a Odette, que se habíaencontrado rezando de rodillas frente a la ventana muchas más veces de las que se habríaimaginado a sí misma. Ni si quiera el día en que recibió la profecía de parte de Sihonn se habíasentido tan cerca de perder a Seth, de verlo apagarse poco a poco, hasta que su luz sedesvaneciera del todo.

Cuando Odette entró a la habitación y llegó hasta el cuerpo de su marido, lo contempló tandébil como un niño. Incluso su peso era menor al que tuviera una semana antes, pues el duqueapenas tenía fuerzas para comer y eso había desembocado en la pérdida de varias libras. Surostro, ceniciento, marcaba de forma demasiado evidente los pómulos y la mandíbula deMcAllister y sus ojos parecían hundidos en ese rostro tan hermoso, pero que reflejaba tantosufrimiento.

Seth dejó de vomitar después de unos minutos y logró recostarse otra vez sobre la cama,cerrando los ojos para controlar el intenso mareo que se había apoderado de él durante lo queparecían horas.

—¿Me escuchas, Seth? —susurró Odette, acercándose a él, pero intentando no tocarlo para noperturbar su corta paz.

El duque solo pudo hacer un pequeño gesto afirmativo, pues no se sentía con la fuerzasuficiente para poder hablar. Una gruesa capa de sudor cubría su piel y Odette se apresuró aaplicar una compresa húmeda y fría en la frente de él. Pudo contemplar que los labios de Seth seveían secos y agrietados, verdaderamente se moría frente a sus ojos.

—¿Cuánto…? —Seth logró pronunciar esa palabra, aunque con evidente dificultad—. ¿Cuántotiempo… tengo?

Tres días. Tenía tres días, pero no pensaba decírselo porque Odette no iba a rendirse. Seth

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estaba ahí frente a ella, tan moribundo como podría haberlo estado cualquier otro noble al que lellegara su hora, pero él no era uno de ellos, no lo sería aún. La joven se plantó frente a su marido,posando su mano sobre la compresa fría que ella misma había aplicado unos instantes antes. Ya seencontraba caliente, tales eran las fiebres del duque. Algo le decía que, si no conseguía hacer algopronto, incluso en el caso de sobrevivir, Seth podría quedar con alguna secuela a causa delsufrimiento que su cuerpo estaba experimentando durante esos días.

—Tienes mucho tiempo, Seth, todo el tiempo del mundo.—No veo… nada —la voz fue casi un susurro.Estas palabras le helaron la sangre. Él abrió los ojos y los movió de un lado para otro, pero no

pareció capaz de enfocar nada en particular. Como si hubiera perdido la visión de golpe y, a lavez, estuviera demasiado enfermo como para poder proferir un grito o tratar de levantarse.

El duque intentó hablar de nuevo, pero ella se agachó y, con mucho cuidado, posó sus labiossobre la mejilla del hombre, intentando tranquilizarlo.

—McAllister, no hables, necesito que duermas bien para que mañana te despiertes recuperado.¿De acuerdo? Porque este no es el fin de nada y no existe una fecha para que te marches. Seth,sabes que no hay nadie más terca que yo cuando tomo una decisión y… —Puso los brazos enjarra, alejándose de él—. Yo ya he dicho que no te irás a ninguna parte y lo mantengo. Aunquetenga que remover cielo y tierra para conseguirlo.

Seth, demasiado cansado para contestar, movió de forma leve la cabeza y se acomodó en laalmohada, dispuesto a descansar un poco, aunque creía que no le sería posible, pues todo elcuerpo le ardía y se sentía exhausto.

Cuando él se quedó dormido por completo, Odette se dirigió a la puerta de los aposentos congesto muy serio. Sila no tardó en acudir a ella, pues su dama se estaba ocupando del duque casitanto como ella: le cambiaba las compresas del cuerpo continuamente, le ofrecía líquido cada vezque el duque despertaba y velaba por su bienestar como una verdadera enfermera. Odette se sentíamás que orgullosa de Sila y de la mujer en la que, casi sin que ella se diera cuenta, ya se habíaconvertido.

—Debéis comer algo —le aconsejó la dama de compañía en el pasillo, Odette negó con lacabeza, deteniéndose frente a ella—. Por favor, señora Odette, lleváis dos días sin apenas probarbocado. ¿Cómo vais a poder cuidar de su Excelencia en este estado?

—Comeré cuando lo haya salvado, Sila, comeré tanto que reventaré, tenlo por seguro.La dama frunció los labios, sin atreverse a evidenciar que no aprobaba en absoluto el

comportamiento de su señora. Odette alzó sus manos suaves y posó una de ellas en el hombro deSila.

—Necesito un favor muy importante, Sila. Debes buscar a sir Jim Bawden, el amigo del duque.—¿Para qué?—Quiero que también mandes preparar un caballo, lo antes posible. Encontrarás a sir Bawden

y le pedirás de mi parte que vaya a la cabaña de las brujas, necesito que me traiga a Sihonn hoymismo. Quiero que sea él, es la persona en la que Seth ha depositado más confianza en estecastillo.

—¿A Sihonn? —preguntó Sila, confusa—. Pero esa mujer es… la misma hechicera que estuvoen el castillo la noche de vuestra boda con el duque, ¿me equivoco?

—Sí, ella misma. La quiero aquí cuanto antes.Sila no entendía qué podía querer su señora con esa mujer ese mismo día, cuando su marido

estaba muriéndose. Quizás, a falta del doctor Kellen, quería los servicios de la magia, o lo que

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fuera que realizara esa tal Sihonn que tanto le había helado la sangre. La joven criada se santiguóal pensar en que volvería a verla, sin poder controlar el miedo que ella le provocaba. Odetteinterceptó su mano derecha antes de que la bajara y la apretó entre las suyas con suavidad.

—No debes tener miedo. No hay nada de malo en esas mujeres, confía en mí.—Esa mujer, Sihonn… a mí me aterrorizó la noche en la que apareció por aquí. Desde

entonces tengo miedo de encontrarme con alguna de las hermanas en el pueblo, aunque ellasapenas lo frecuentan.

A pesar de la situación en la que se encontraban, Odette dejó escapar una pequeña carcajada alescuchar eso. Quizás porque creía con firmeza dentro de ella que estaba muy cerca de dar con lasolución para salvar a Seth y eso la consolaba, de algún modo.

—Sila, me creas o no, tengo la sensación de que Sihonn resulta terrorífica hasta sin necesidadde conocer que se trata de una de las brujas Blackburn, que ella es así, sin mayor explicación.Siempre nos aterra lo desconocido, ¿no te parece?

—Imagino que tenéis razón. —Mordiéndose los labios, Sila tomó la decisión de hacerle caso asu señora cuanto antes—. Está bien, iré a buscar a sir Bawden de inmediato. —Antes de partir,Sila se quedó parada un instante, observándola—. Mi señora, espero con todo mi corazón quetengáis buena fortuna y que el duque se salve de esta prueba que Dios le ha enviado. Es un hombrejoven y bueno, no merece marcharse ahora.

Con cariño, Odette se aproximó a su dama de compañía y la estrechó entre sus brazos. Despuésla dejó ir, antes de hacerle una señal con los brazos, indicando que quería que obedeciera a susórdenes de inmediato. Cuando Odette se quedó sola, solo pudo golpear el suelo con el zapato decuerpo, deseando ser capaz de hacer que el tiempo pasara más rápido. Ya quería tener a Sihonnahí, frente a ella. Porque Odette iba a salvar a su marido, costara lo que costase. En su corazón,lady McAllister deseaba que el mal de Seth pudiera desaparecer con la misma rapidez con la queun día, dos meses atrás, alguien les había profetizado un destino terrible.

***

Era ya noche cerrada cuando Jim cruzó los enormes corredores del castillo caminando junto a

ella. Su cabello rojo y largo brillaba, como si el sol la persiguiera de algún modo incluso amedianoche. Era muy hermosa, no podía negarlo, con la piel blanca, impoluta, y unos ojos queparecían pozos infinitos de miel. Jim apartó la mirada de Larissa y trató de concentrarse en lo querealmente le incumbía: llevarla ante Odette.

A Jim no le gustaban las brujas, le generaban cierto temor, pues su vida siempre había estadounida a ellas, de algún modo. Respetaba muchísimo a Odette, pues no solo era la esposa de sumejor amigo, sino que también le parecía una mujer valiente y culta, pero Jim Bawden tenía claroque él jamás habría dejado a una bruja entrar en su casa, ni aunque esta fuera una finnè, un ser deluz. Bajo ningún concepto. Esas criaturas temibles e impredecibles no merecían confianza.

—La duquesa se enfadará cuando os vea —siseó Jim, sin mirar a Larissa—, mandó a buscar avuestra hermana, no a vos.

—Me temo que no marcará ninguna diferencia que sea yo quien haya acudido. Sihonn seencontraba ocupada en otros asuntos.

La voz de Larissa era calmada, orgullosa. Como si le fuera indiferente por completo el tono devoz despectivo que se evidenciaba en cómo Jim le había hablado. Larissa estaba acostumbrada a

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lidiar con personas que la prejuzgaban, ya no le generaba ningún tipo de inseguridad experimentarel rechazo de las personas. Desde niña había sido así: era tan complicado para ella hacer amigasen el pueblo que, al final del día, solo podía contar con la amistad de sus hermanas.

—¿Queréis decir que no ayudaréis a salvar al duque?Larissa se detuvo en mitad de ese corredor. No se escuchaba nada en el ambiente, tan solo el

eco de los pasos de ellos dos, subiendo las escaleras para acercarse a los aposentos de SethMcAllister. Se giró hacia Jim y lo observó unos instantes. A decir verdad, Jim Bawden nunca lehabía parecido un aldeano supersticioso cualquiera, así que no comprendía bien qué era lo que éltenía en contra de su familia. Hacía años, cuando eran niños, creía que se trataba de alguna suertede orgullo absurdo por ser el mejor amigo del heredero a duque, un niño que había pasado de noser nada a tenerlo todo… pero, en las pocas veces en las que habían coincidido a lo largo de losaños, en las festividades de la aldea o en el mercado, Larissa notaba con claridad que Jim setensaba cada vez que escuchaba la palabra «bruja» y le faltaba poco para no santiguarse y echarsede rodillas a rezar cuando la veía a ella o a alguna de sus hermanas.

—No hay nada más que hacer ya por el duque, James Bawden —aclaró Larissa—. Creedme,me gustaría ser capaz de cambiarlo, pero su destino está sellado ya.

El guerrero bufó.—El destino no existe.—¿Ah, no?Sin detenerse a pedirle su consentimiento, Larissa se colocó frente al soldado y tomó su mano

entre las suyas. Bawden se tensó como un arco, pero no la apartó, pues no quería evidenciar quetenía miedo de ella. A ningún guerrero que se preciara le convenía demostrar que una chiquillapodía llegar a atemorizarlo. En silencio, Larissa colocó la palma de la mano de Jim hacia arriba yse quedó mirándola sin pestañear.

Para Jim eso era una auténtica violación, como si esa mujer le estuviera robando algo de símismo. No tenía ni idea de qué intentaba, a qué estaba jugando, pero decidió fingir indiferencia,aunque por dentro temblara.

—¿Qué miráis? —preguntó al cabo de unos segundos.—Leo qué os depara ese destino en el que no creéis.Jim bufó, consiguiendo ser tan grosero como pretendía. La amabilidad era una característica

que solo reservaba para la gente a la que quería.—No me gustan los trucos de feria, pienso que son sandeces para crédulos.Larissa no contestó, sino que se dedicó a recorrer con la punta de su dedo las infinitas líneas

de la mano grande y callosa de ese hombre. Contuvo la respiración tras leer algo particularmentesorprendente, aunque trató de que Jim no pudiera interpretar en su rostro que lo que el destinoparecía depararle era más que interesante. Al final soltó su mano, apartándose de su lado con losojos muy abiertos y una suerte de humor sarcástico reflejado en ese bello rostro.

—¿Qué sucede? —preguntó Jim.—¿A qué os referís? —contestó ella, haciéndose la tonta.—¿Qué habéis visto?Larissa se encogió de hombros.—Creía que no os importaba, que el destino no existía.En definitiva, odiaba a las brujas, no había ninguna duda. Jim suspiró y continuó andando,

centrándose en llegar lo antes posible a los aposentos donde Seth descansaba, casi muerto. Notenía tiempo para perderlo allí con ella.

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—Guardaos vuestros cuentos —le respondió, sin siquiera girarse de nuevo.Larissa, en lugar de responder, tuvo que poner todo su empeño en esconder una pequeña

sonrisa sardónica que pugnaba por aparecer en sus labios. No había visto con claridad el futuro deJim pero, si algo había distinguido en su mano era el hecho de que su futuro estaba más que unidocon la hechicería, algo que él trataba de evitar a toda costa. Larissa sabía, sin embargo, que esa noera la ocasión oportuna para regodearse en los irónicos giros del destino, pues los habitantes deese castillo vivían una situación muy tensa y seria: el duque estaba a punto de morir. No podíaolvidarse de eso, ni actuar como si ese suceso careciera de importancia. Era inevitable, sí, perotambién era una terrible pérdida para los habitantes de la isla, para los McAllister y para elpropio Seth.

—Es aquí —informó Jim al llegar a la puerta cerrada de los aposentos del duque.—Entraré sola, gracias —le comunicó Larissa.Para su sorpresa, Jim negó con la cabeza.—Prefiero estar presente cuando la duquesa os vea —le informó con cierta malicia—, por si

acaso fuera necesario acompañaros a la salida más tarde.Jim se aproximó a la puerta y llamó con los nudillos de forma muy suave. Odette no tardó en

acudir con premura a abrir, por lo que Jim entendió que Sila estaría durmiendo a esas horas parapoder relevar a su señora más avanzada la noche. Observó a Odette con preocupación: la dama,tan hermosa y saludable unos días antes, ahora presentaba una delgadez extraña y su piel parecíamás pálida que de costumbre, aunque con profundas ojeras bajo su mirada verde. Pudo percibir elalivio en los ojos de la joven cuando lo vio, aunque esta expresión cambió al fijarse en suacompañante, pues no era Larissa a quien ella había mandado llamar. Sus ojos brillaron, como situvieran fuego dentro. Acto seguido, se giró hacia Seth para confirmar que el duque estabaprofundamente dormido. Una vez se aseguró de esto, salió de los aposentos y cerró la puerta a suespalda con cuidado. Entonces, por fin se sintió libre de hablar, aunque controlándose para noalzar demasiado la voz.

—No era ella a quien necesitaba, Jim. ¡Es Sihonn a quien he de ver!Ante los ojos atónitos y furiosos de la duquesa, Jim se encogió de hombros.—Lo intenté. Le dije mil veces que no la habíais mandado llamar a ella, sino a su hermana,

pero me temo que no había discusión posible. Sihonn ni siquiera me recibió y Larissa insistió enacompañarme.

—Dejadnos a solas —gruñó Odette, aunque se arrepintió sin remedio de su brusquedad y tratóde arreglarla, consciente de que Jim no era el culpable de su infortunio y no debía pagar por él—.Comed algo, por favor. Están siendo unos días muy duros para todos y me temo no haber sidodemasiado hospitalaria en los últimos tiempos, os pido disculpas.

El guerrero se despidió de ella con una ligera inclinación de cabeza y le lanzó una últimamirada de desconfianza a Larissa antes de marcharse. Odette suspiró y abrió la puerta de losaposentos de Seth de nuevo, indicándole con un gesto a Larissa que debía guardar silencio para noimportunar al enfermo.

—Es vuestra hermana quien debería estar aquí, no vos —susurró Odette.Se sentía tan decepcionada que ni siquiera era capaz de encontrar un resquicio de esperanza en

la presencia de Larissa ahí. Ella había esperado que Sihonn tuviera alguna respuesta, al fin y alcabo, era ella quien había profetizado la muerte del duque. Pero Sihonn no estaba allí y Odette seencontraba tan perdida como al principio. Desvió la mirada hacia Seth, que reposaba sobre lacama a unos metros de ellos. Su respiración era dificultosa, su pecho subía y bajaba produciendo

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un extraño silbido que no podía significar nada bueno.—¿Os importa…? —preguntó Larissa con voz calmada, señalando a Seth.—Adelante.La duquesa contempló, a la distancia, cómo esa bruja pelirroja se aproximaba a Seth y lo

estudiaba durante varios minutos. El rostro de Larissa parecía genuinamente preocupado einteresado por el estado de salud del duque y, tras posar su mano sobre la sudorosa cabeza deSeth, volvió a mirar a Odette. Sus ojos parecían tristes.

—Lo siento mucho —dijo con sinceridad.Un sollozo atacó a Odette. Frente a ella, Seth aún respiraba, pero las palabras de Larissa

querían decir que no había duda: que el guerrero estaba condenado. Odió el detalle de que ella lehablara como si él ya estuviera muerto, como si eso presente en esa sala fuera su cadáver.

—Tiene que haber algo, que podamos hacer. Por eso necesito hablar con Sihonn. Larissa,sabéis lo que este hombre significa para mí, estoy segura de que sois consciente.

—Sihonn no tiene más respuestas de las que tenéis vos, lady McAllister. Ella ya os dijo cuantosabía el día de vuestra boda. Nuestras visiones no son exactas, no podemos indagar en ellas conmás detalle.

Odette se negaba a aceptar eso. Iba a aferrarse a Seth con uñas y dientes, aunque tuviera queluchar ella misma contra la muerte para poder salvarlo de ese destino que no se merecía.

—Mi esposo es un guerrero. Toda su vida la ha pasado luchando, protegiendo a las personas alas que ama. No voy a dejar que se vaya así, no lo haré. ¿Lo entendéis? —El coraje quedemostraba Odette impresionó a Larissa—. Él se quedará aquí, conmigo. Ni siquiera he tenidotiempo suficiente para poder pasarlo con él, no he podido ser su esposa. —Había algo en su tonode voz que expresaba una fuerza y una determinación impresionantes—. Vuestra hermana me diotres profecías y estoy segura de que lo hizo por alguna razón. Cuando algo ha de sucedersimplemente sucede, no se anuncia. Porque si un suceso se sabe con antelación, significa quepuede cambiarse. Y Seth no ha muerto todavía.

La bruja entendía la desesperación de la duquesa, era consciente de que estaba pasando porunos momentos muy difíciles para ella y que aceptar el destino era, la mayoría de veces, algo muycomplicado. Larissa guardó silencio, sentía el dolor en la voz de la joven y eso, en cierto modo,también le hacía daño a ella.

—¿Vos habéis estado enamorada alguna vez? —preguntó Odette.La pregunta la pilló tan desprevenida que Larissa dejó escapar un poco de aire entre sus labios

cuando se encontró con los ojos verdes de Odette, mirándola con desesperación. La imagen deTimothy Kellen la golpeó tan fuerte que la bruja balbuceó un par de palabras inconexas antes deconseguir hablar por fin:

—Sí. Lo estoy.—¿Y dejaríais que él muriera sin oponer algún tipo de resistencia si hubierais recibido una

profecía como la mía?Odette caminó hasta Larissa y posó su pequeña mano en el antebrazo de la hechicera, cubierto

por un vestido largo de brillante terciopelo granate. La obligó a mirarla a los ojos.—Tim se ha ido —contestó Larissa—, mi destino también es perderlo, aunque de un modo

distinto al vuestro.Y ese fue el segundo exacto en el que algo encajó en la mente de Odette. La joven llevaba días

pensando, tratando de discurrir lo suficiente para poder dar con una respuesta. Una respuesta queno llegaba nunca, hasta ese momento.

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—¿Tim? ¿Tim Kellen? —preguntó.—Sí. La magia ha separado nuestros caminos.—Queréis decir que… ¿Tim Kellen se ha ido de Finnèan por vuestra causa?Larissa no entendía por qué de pronto era tan importante eso. Seth estaba en su lecho de muerte

y su esposa parecía más interesada en su relación con Kellen que en su marido.—No se ha marchado por mí, no exactamente, al menos, sino porque la magia ha deparado que

nuestros destinos…—¡Por el amor de Dios! —exclamó Odette, harta de toda esa palabrería mágica—. Solo quiero

saber si la razón por la que Kellen se ha marchado sois vos, Larissa. ¿Lo es?—Sí —contestó la bruja, dubitativa y sorprendida por la impaciencia que demostraba la dama.Ante sus ojos, Odette dio un paso atrás y se llevó ambas manos a la cabeza. Cerró los ojos,

intentando concentrarse tanto como pudiera en sus pensamientos. Sabía que la respuesta estabaahí, en algún lugar. Solo necesitaba llegar a ella. Y tardó varios minutos en recolectar toda esainformación, en lograr encontrar un camino para solucionar todo ese enredo en el que habíaentrado sin siquiera saberlo. Odette quería recordar todas y cada una de las conversacionesimportantes que había tenido hasta ese instante, pues se habían grabado en algún lugar de sumemoria a fuego. Todo eso, sumado al descubrimiento que acababa de hacer, la conducían a unlugar concreto: su última esperanza de salvar a Seth.

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Capítulo XVII No entendía qué pasaba, por lo que Larissa tan solo siguió a Odette con la mirada mientras la

duquesa marchaba de un lado para otro, pensativa.—¿Qué estáis haciendo? —preguntó al final.—Recordar —contestó Odette de forma escueta.No sabía qué era aquello que recordaba, ni tampoco qué relación podía tener con ella. Por

suerte, la dama no tardó mucho más tiempo en dejar fluir sus pensamientos en voz alta.—Creo que nuestras historias, de alguna forma, están ligadas. Vuestra hermana me dio tres

profecías: la muerte de Seth, un embarazo y… y también un error por mi parte a la hora de elegiruna planta. —Odette frunció el ceño al decir esto—. Sihonn dijo que debía rectificar este errorpara evitar un mal mayor…

—¿Rectificarlo? ¿Cómo?—Eso es lo que no entendía hasta ahora. Le di a Seth flor de malva para intentar bajar su

fiebre, pero esto solo resultó ser peor y le provocó vómitos y ceguera. Creía que ese había sidomi error, por lo que, a lo largo de la tarde, le he administrado otras plantas distintas, muchas más,pero todas han fallado y su estado de salud tan solo se ha deteriorado a cada hora.

Larissa se encogió de hombros.—Me temo que no comprendo bien qué intentáis decirme…—Que Sihonn predijo este error. Sabía que yo intentaría curar a Seth con plantas y hierbas,

pues es mi única forma de sanación, no hay nada más que yo sepa hacer. —En los ojos de Odettepodía leerse que había llegado a una conclusión—. ¿Qué sucedería si ese es mi error?Suministrarle remedios de herbología a un enfermo cuyas necesidades son mucho más complejas,a alguien que no puede ser sanado de ese modo.

—Lady McAllister, la muerte de Seth no puede evitarse. Como ya os dije, hay profecías que seescapan al poder de la magia.

Una extraña sonrisa afloró en los labios de Odette.—Pero, quizás, no se escapan al poder de la ciencia. Todo este tiempo he pensado que la

muerte de Seth estaba escrita, me convencí de ello, aunque no quisiera aceptarlo… pero, hastaahora, solo una persona ha podido sanar al duque y esa persona no está aquí… justo por vuestracausa, Larissa.

—¿Os estáis refiriendo a Tim?—Sí. Él fue capaz de realizarle una cirugía particular a mi esposo, lo salvó de unas fiebres

muy similares a estas. Quizás eso solo era una prueba más de que no todo está escrito, que esposible cambiar las circunstancias.

—¿Y qué nos garantiza que la vida del duque pueda ser salvada?Odette tomó aire muy profundamente antes de dirigirse con decisión al cuerpo de Seth. El

duque temblaba sobre esa cama, con la piel sudorosa y brillante. Viéndolo ante ella, era evidenteque a ese hombre le quedaban solo unas pocas horas de vida. Cuarenta y ocho, para ser másexactos. Tal y como había predicho Sihonn.

—Nuestras decisiones, Larissa. El doctor Kellen lo salvó una vez, quizás estaba escrito que lohiciera en ese entonces, pero ahora mismo él no está en ningún rincón de la isla y no me ha sidoposible localizarlo, aunque hemos tratado de buscarlo en cada rincón. Pero vos estáis más cerca

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que nadie de ese médico, estáis en su corazón. Estoy segura de que podríais encontrarlo y pedirleque vuelva. Por esa razón vos habéis venido aquí y no Sihonn.

—Yo… creo que Timothy habrá regresado ya a Edimburgo. Ha trabajado allí durante años, seha forjado una buena reputación —explicó—. Fui a buscarlo a su casa ayer y su familia meinformó de que había partido sin dejar rastro, ni siquiera se despidió de mí. Creí que lo mejorsería dejarlo seguir su camino, aunque me duela hacerlo.

Odette acarició la piel de Seth y este, inconsciente, se estremeció. Sus labios parecieronquerer decir algo, pero las palabras no abandonaron sus labios. Odette lo observó, con infinitoamor en sus ojos y, con mucho cuidado, besó la palma de su mano. Después, sin soltar el brazo desu marido se puso en pie y fijó su mirada en Larissa Blackburn.

—Me temo, Larissa, que nos encontramos ante mi última esperanza para salvar la vida de miesposo y, creedme, voy a aprovecharla tanto como pueda. Tengo fe en que queráis ayudarme ahacerlo.

Larissa, conmovida por esa imagen, no pudo más que dedicarle un breve asentimiento decabeza.

—De acuerdo, lo haré.—Mandaré ensillar a mis dos caballos más veloces. Ordenaré buscar al mejor de mis hombres

para que os acompañe, aunque sé que él no estará muy dispuesto a hacerlo. Mientras tanto, porfavor, pedidle a alguno de los empleados de las cocinas que prepare provisiones para dos díascuanto antes. Parece ser que el ducado requiere de un servicio especial por parte de lasBlackburn… debéis partir tan rápido como podáis y traerme aquí a Timothy Kellen.

Lejos de mostrarse adversa a la orden que la duquesa acababa de darle, Larissa aceptó deinmediato. Su determinación se reflejó en la mirada dorada de la hechicera, cuyos talentos ocultosno eran los que se necesitaban en esa ocasión. Lo que Odette le pedía no era un conjuro o unapócima, no, sino algo mucho más importante y personal: debía convencer al joven doctor deregresar a la isla y tenía que encontrarlo muy rápido.

—Saldré ahora mismo —informó Larissa, caminando con rapidez hacia la puerta—. Esperoque vuestra intuición esté en lo cierto y Tim tenga la capacidad de salvar al duque.

—¿Acaso dudáis de él? —Odette hizo una corta pausa, como si no llegara a entender la razónde que Larissa no pareciera del todo convencida—. Lo amáis.

—No, no dudo de él. Si de algo no estoy segura es de si llegaré a alcanzarlo a tiempo… comoya os he dicho, siempre he confiado en la magia, nunca la había desafiado.

—Entonces marchaos de una vez, salid de aquí cuanto antes para lograr alcanzar al doctorKellen. El duque necesita vuestra ayuda.

Larissa corrió fuera de la estancia y se tomó un par de segundos más antes de apresurarse abuscar a Liam McKinnon, el mayordomo al que ella ya conocía, para que él mismo se ocupara detodas las preparaciones y de encontrar a Jim en el castillo. Sabía que lo último que querría elamigo de su esposo sería partir en un viaje junto a una bruja, mucho menos después de que laduquesa le hubiera aconsejado descansar y alimentarse… pero ahora era cuestión de vida omuerte que lo hiciera.

Dentro de la habitación, los labios de Seth trataron de hablar una vez más y sus ojos seentreabrieron con enorme dificultad. Entonces, Odette tomó la mano de su marido entre las suyas yla condujo con suavidad hacia su vientre. No sentía nada ahí, no aún, pero esa era la última de lasprofecías, la única que no había afrontado aún: su futuro hijo.

—No he podido evitar que se cumpliera una de las visiones de Sihonn, Seth —le susurró con

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dulzura—, y tampoco lo haré con esta otra, con nuestro hijo. Pero te juro por esta isla que nopermitiré que te vayas, que lo escrito aún puede borrarse.

Dándole un último beso en los labios a su marido, Odette salió corriendo hacia la puerta de losaposentos y no se detuvo allí, sino que bajó las escaleras rápidamente, buscando a Sila para quela ayudara con todo lo que debían hacer aún. En pocos minutos, todo el castillo se habíadespertado y los sirvientes corrían de un lado para otro, preparando alhajas para contener losalimentos que los dos viajeros se llevarían en su viaje. Odette permaneció, vigilante, hasta queLarissa y Jim salieron del castillo subidos en sendos caballos. La joven duquesa los contemplómarcharse y le pidió a Seth, en voz baja, que aguantara un poco más en el mundo de los vivos.

***

Pasar la noche en vela no pareció afectar a los dos viajeros, tan determinados a llevar a cabo

su misión que ni siquiera sucumbieron al cansancio y fueron capaces de organizarse para consumirun poco de comida al amanecer, para mantenerse en pie con mayor facilidad, y otra parte de lasprovisiones por la mañana.

En esos momentos ambos viajaban en un barco mercante desde la isla de Finnèan hasta elpequeño pueblo pesquero de Mallaig, en la costa de Gran Bretaña. Dejaron los caballos alcuidado de una tabernera y se pusieron en marcha para encontrar a Timothy Kellen que, según lesdijeron, había pasado por ahí solo unas horas antes.

—¿Alguna vez habíais salido de Finnèan? —preguntó Jim, apoyándose en la barandilla deproa de esa pequeña embarcación.

Él estaba muy acostumbrado a viajar por todas partes, era bien reconocido en cualquier lugarde Europa y conocía las islas escocesas tan bien como si él mismo las hubiera dibujado. Pasabalargas temporadas en la isla de Skye y a veces viajaba a los territorios de clanes amigos paraayudar a los McAllister a cultivar sus relaciones sociales y sus negocios. Si bien sir Jim Bawdenera un buen guerrero, tanto como lo era el duque, Seth, su talento también radicaba en ser hábilcon la lengua y carismático, algo que le granjeaba el favor de cuantas personas lo conocían.Larissa sabía que, de hecho, la influencia de Bawden era la que les había garantizado un hueco enese barco de forma casi inmediata.

La joven pelirroja se giró hacia él, agradecida por el tono un poco más amigable del soldado.Había esperado recibir frialdad por su parte durante todo el viaje y se había convencido a símisma de que no le daría importancia, pero en realidad prefería que Bawden le brindara un tratocordial que no le añadiera más tensión a la misión que compartían.

—No, nunca había viajado fuera de la isla —reconoció.—¿No estáis interesada en hacerlo?Ella chasqueó la lengua.—Más bien, no lo creo prudente. He escuchado que las personas pueden ser muy crueles fuera

de casa, especialmente con alguien… alguien como yo.Para su sorpresa, Bawden enarcó una ceja castaña y sus ojos azules reflejaron cierto humor

que ella no terminó de entender.—¿He dicho algo divertido?—No, bueno, quizás un poco. Creía que a las brujas no os importaba lo que la gente pensara de

vosotras.

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Larissa había escuchado eso más de una vez y, aunque algunas mujeres, como Sihonn, fuerancapaces de tomar todo el desprecio que se les profesaba y seguir adelante con él, ese no era elcaso para ella. Era capaz de ignorar la animadversión, incluso de acostumbrarse a ella, pero elodio real era otro asunto. El hecho de que algunas personas pudieran herirla o incluso asesinarlapor ser una hechicera le helaba la sangre.

—No es tan fácil. Yo también tengo sentimientos, ¿sabéis? Lo único que me diferencia decualquier otra mujer es la familia a la que pertenezco. Las Blackburn fuimos bendecidas con elpoder de ser finnè hace muchas generaciones, no es algo de lo que podamos deshacernos.

Jim no estaba seguro de si la palabra «bendecidas» podía ajustarse a la condición de esafamilia, pero no hizo ningún comentario al respecto.

—Precisamente por eso deberíais tener la posibilidad de salir de Finnèan si así lo queréis. Sicomo decís, una parte de vuestra vida ya ha sido impuesta, ¿por qué no ser capaz de decidir sobrela otra parte?

El hecho de que Jim fuera tan reacio con las Blackburn siempre le había brindado la impresiónde que el hombre era más bien simple y de que toda esa fuerza muscular no se reflejaba tambiénen su intelecto. A partir del instante en el que el guerrero hizo esa apreciación, Larissa se percatóde que llevaba mucho tiempo equivocada. Había inteligencia en esa cabeza y, en especial, habíasinceridad. Ella apretó los labios.

—No sabéis lo que decís. Me matarían si salgo de Finnèan, pondría en peligro la vida de Tim,también, y si algo le sucediera a él por mi culpa...

Y Jim se encogió de hombros como respuesta.—Si convenceros de eso os hace feliz…—¿Qué queréis decir con eso? ¿Feliz? —La voz de Larissa se tornó enfadada cuando volvió a

mirar a Jim.—Sí, feliz por no tener que aceptar la realidad. Nada os pasará fuera de la isla, no seáis

inocente. Las personas son buenas y malas en todos los lugares, en todos sin ninguna excepción.Pero si preferís escudaros en ese miedo para no marcharos jamás… es vuestro problema y vuestradecisión. —Jim esbozó una sonrisa sardónica y no pudo controlarse al hablar de nuevo—.Imagino que por esa razón el doctor ha decidido irse.

Jim parecía disfrutar cada vez que podía hacer algún comentario malévolo a su costa. Ante susojos, el hombre se rio de buena gana y ella se controló para no empujarlo por la borda del barco.Al fin y al cabo, ya no lo necesitaba, Jim había averiguado que Timothy apenas les sacaba unashoras de ventaja y ella misma podría apañárselas para encontrarlo. Tuvo que tomar aire parapoder tranquilizarse y, entonces, fue ella quien compuso una sonrisa burlona.

—No os reiríais tanto si os dijera lo que vi el otro día en vuestro destino al leer vuestra mano,James Bawden.

La risa de Jim se detuvo de repente. Ya no parecía encontrarle tanta gracia a sus palabras e,inmediatamente, frunció el ceño. Le incomodaba que lo llamara así, nadie utilizaba su nombrecompleto a excepción de esa mujer.

—¿Qué visteis? Decídmelo ahora mismo, bruja.No tuvo tiempo suficiente para regodearse en la confusión de Bawden, pues en ese mismo

momento, el capitán del pequeño barco ordenó en un grito recoger las velas con las que habíannavegado durante solo unas horas. La distancia entre la isla de Finnèan y Mallaig no erademasiada.

—¡Tierra a babor! —gritó un marinero.

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Y todos los miembros de esa pequeña tripulación se prepararon de pronto para desembarcar enMallaig, cuya visión quitaba el aliento. Se trataba de un pueblo pequeño, pero las casitas dedistintos colores de madera dibujándose en el horizonte, cada vez más cerca, eran hermosas.Larissa olvidó su discusión con ese soldado y sus ojos trataron de distinguir a las personas que semovían en el puerto, imposible de ver con claridad aún. Rezaba para que Tim estuviera allí, suTim, pues se había marchado sin despedirse y ni siquiera se había percatado de cuánto necesitababesarlo hasta que él ya no estaba allí. La vida sin Tim era aburrida y miserable, ya se había dadocuenta durante los años en los que él se había marchado de la isla y se corroboraría una vez más apartir de ese día, si él decidía marcharse a Edimburgo y dejarla allí.

Larissa no podía permitirlo, no quería hacerlo de nuevo. Con un suspiro, cruzó los dedoscorazón y anular de ambas manos y las llevó a su espalda. Tomó aire profundamente, cerró losojos y, entre susurros, le pidió a la Madre Tierra y al Padre Mar poder hacer las cosas diferentesesa vez, conseguir una nueva oportunidad con Timothy.

A su lado, Jim la observó realizar ese extraño ritual. Con los labios apretados y una muecaconfusa, reiteró para sí mismo la firme convicción de que nunca más volvería a relacionarse conbrujas tras esa aventura.

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Capítulo XVIII Lady Isabella McAllister estaba tranquila, demostrando el tipo de serenidad que solamente

podría tener una persona que ignorara la realidad que la rodeaba. Y era así, claro estaba.Odette entró en el pequeño salón en el que su suegra acostumbraba a tejer. La mujer tenía dos

agujas en los dedos y la mitad de una bufanda ya casi terminada, pero no movía las manos, sinoque sus ojos estaban perdidos en algún lugar del fuego que ardía en la chimenea del salón. Lajoven duquesa llevaba entre sus manos un té de valeriana que ella misma le había preparado a susuegra. Odette intentaba estar pendiente de Seth la mayor parte del tiempo, pero no quería queIsabella se sintiera abandonada. Sabía que la mujer apreciaba cada vez que ella pasaba tiempocon ella, aunque algunas veces ni siquiera pudiera reconocerla.

—Os he preparado un té —le dijo con voz suave.Isabella sonrió cuando la reconoció y Odette dejó escapar un pequeño suspiro, agradecida de

que lo hubiera hecho. No se sentía con fuerzas para encontrarse con la Isabella que aún la mirabay creía ver en ella a Loraille Sullivan.

—Odette, me alegra veros.Dejó la bandejita sobre una de las mesas del salón y se sentó junto a ella. Sabía que Sila

vigilaba a Seth y que, si sucedía cualquier cosa, ella la mandaría llamar de inmediato.—¿Qué estáis tejiendo, lady McAllister?—Una bufanda. Para vos. En realidad era una sorpresa, pero ya que estáis aquí…El corazón de Odette se enterneció al escuchar esas palabras, sintió cómo su piel se ponía de

gallina. Una parte de su mente se alegró, durante un instante, de que la mujer no fuera conscientede la situación que estaban atravesando. No había sido un buen año para los McAllister, enabsoluto.

—Os lo agradezco mucho, lady McAllister. Sois muy amable por haber pensado en mí, no sécómo agradecéroslo.

—No seáis tonta, niña, no es necesario ningún agradecimiento. —Isabella entornó los ojos,mirando a la dama con una sombra de duda en el rostro—. Decidme una cosa, Odette… ¿sucedealgo de lo que yo no me haya percatado? Todo el mundo parece alborotado en este castilloúltimamente. ¿Mis hijos están bien?

Odette, poniéndose en pie, se colocó frente a su suegra y trató de transmitirle un poco deternura con una enorme sonrisa que le fue muy difícil mantener, pues no encontraba ni un soloresquicio de alegría en su interior que le permitiera hacerlo. Su voz tembló un poco al hablar,aunque fue capaz de controlarse.

—Sí, señora. Sus hijos se encuentran bien.Isabella pareció satisfecha con la respuesta, pues sus dedos volvieron a moverse y siguió

tejiendo la bufanda. Odette caminó hasta la puerta de esa sala en silencio, dejando atrás la tiernacompañía de esa mujer que, por suerte o por desgracia, no era consciente de lo que sucedía bajoese techo.

***

Él no solía beber y, si le hubieran preguntado a alguno de sus amigos de la aldea en Finnèan,

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probablemente se habría reído al recordar el día que Timothy Kellen, con solo dieciséis años, seemborrachó tras consumir una botella de whisky casero y se cayó al río mientras vomitaba esebrebaje del demonio. El herrero de la aldea, su amigo Thomas, había tenido que saltar al río parapoder salvar su cuerpo antes de que se ahogara en el agua.

Por eso era tan raro encontrar al doctor Kellen en esa taberna de Mallaig, con un vaso decoñac francés entre los dedos, preguntándose cómo demonios hacía uno para beberse sus penas yolvidar el pasado. Porque Finnèan era eso para él ahora: pasado. Sentía que no podía regresar alhogar que lo había visto nacer hasta que no se hubiera sacado a Larissa del corazón, una hazañaque le parecía imposible. Bebió un trago de ese líquido ambarino y dulce, le pareció repulsivo.

—Una mujer, ¿no? —le preguntó un hombre ya casi anciano, acercándose a la barra de lataberna para tomar un vaso de espumosa cerveza de ella—. Se os ve en la cara, hijo.

El desconocido vestía como un mendigo y le faltaban varios dientes, además, el olor quedesprendía su capa era más que nauseabundo. Tim tuvo que contenerse para no arrugar la nariz,¿acaso estaba rodeado de personas que no conocían la más básica noción de higiene? No leextrañaba que, día a día, tantas enfermedades asolaran a la población escocesa. Al menos él iba aluchar por mejorar esa situación desde Edimburgo.

Tim no contestó. No se sentía con fuerzas para hacerlo y, con los pocos ánimos que lequedaban, tan solo pudo levantar el vaso una vez más para beber un nuevo trago del coñac.Deseaba estar borracho cuanto antes, pues aún le quedaban varias horas en Mallaig hasta que unode sus conocidos en el pueblo saliera en su carro rumbo a Edimburgo, ya estaba todo apalabrado.Tendría que pasar un par de días junto a ese mercader de lana, cruzando caminos y algunasciudades pequeñas del norte, pero al menos apreciaba realizar ese viaje con una cara amiga.

—No hace falta que me habléis de ella —siguió el anciano, llevándose el vaso a los labios ybebiendo con avidez la mitad de su cerveza en un solo trago—, son todas unas brujas, lo sé.

Tim bajó la cabeza con una media sonrisa. «No sabes hasta qué punto esta lo es», quisodecirle, pero optó por cerrar los ojos e ignorar una vez más al desconocido, que siguió hablandodurante un largo rato y terminó por marcharse cuando se acabó la cerveza. El hedor en esa tabernaera intenso y el sonido de los gritos y las voces de esos hombres tan solo contribuía a que Timsintiera que, poco a poco, su propia consciencia desaparecía un poco más dentro de esacochiquera. Como si su cerebro se fuera lejos, muy lejos, y tan solo su cuerpo quedara ahí. Notóel tacto de Larissa en su cuello de una forma tan intensa, tan real, como si ella estuviera allí deverdad. Sonrió para sí mismo.

—Tim —lo llamó ella con voz suave.¿Estaría ya borracho? Si eso era lo que sucedía después de beberse un par de copas de coñac,

entonces él se compraría dos botellas enteras. Porque tenía que olvidarla, sí, pero tampoco podríahacerlo ese mismo día. Necesitaba tiempo.

—Timothy —lo llamó ella de nuevo.—Mi amor —respondió el médico—. Ojalá estuvieras aquí.Su tacto y su voz eran tan reales que le provocaron un escalofrío. Incluso su olor era tan

intenso, que conseguía cubrir el anterior hedor de la taberna. El placer que experimentaba con ellale daba ganas de abandonarse a su presencia.

Larissa lo zarandeó.—¡Timothy! —exclamó—. ¿De verdad estás tan borracho? Demonios, tú nunca habías

bebido…Cuando Tim abrió los ojos y la encontró allí, tuvo que parpadear en repetidas ocasiones,

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recordándose a sí mismo que eso no podía estar sucediendo. Larissa nunca saldría de la isla, ellamisma se lo había dicho mil veces.

—¿Estás… aquí?—¡Claro que estoy aquí!La joven tomó el vaso de coñac entre sus blancas manos y se lo llevó a la nariz un instante,

después contrajo el gesto con una mueca.—Pareciera que estás bebiendo té de azufre. Por los cielos, es repugnante.—Pero esto no puede ser. ¿Estoy en Mallaig?—Lo estás.—¿Y tú cómo has llegado a la isla?—He venido a buscarte, Tim. Te has marchado sin siquiera despedirte de mí, sin confesarme

que te ibas. No me ha quedado otra opción más que venir a por ti.Por fin, el doctor abrió los ojos y los fijó en ella, comprobando que no era posible que

estuviera tan borracho como para tener una alucinación así, tan clara, tan perfecta. Larissa estabaahí, delante de él. Gloriosa como siempre: con su cabello rojo y rizado y un vestido oscuro cuyafalda se mostraba manchada de barro. Como si hubiera cabalgado hasta ahí a toda velocidad.

—No entiendo, ¿qué…?Larissa contuvo una sonrisa cuando pudo ver en la mirada de Timothy cómo el doctor

comprendía de pronto que su presencia era real, que no era parte de su imaginación. Como unimpulso, Larissa se apoyó en las puntas de sus zapatos y lo besó. Lo hizo con tanta intensidad ypasión que, a su alrededor, algunos de los hombres de esa taberna comenzaron a jalearlos.Tuvieron que separarse cuando se percataron de que la pasión de su beso parecía a punto dedesbordarse.

—Debes venir conmigo a Finnèan, Tim. Es cuestión de vida o muerte.—¿Qué sucede?—Es el duque, McAllister —le informó, tomándolo de la mano y conduciéndolo a la salida—.

Requiere de tu ayuda, está a punto de morir.Tim dejó el vaso de cristal sobre el mostrador de esa taberna, agradeciendo haber pagado ya

un buen rato antes, pues Larissa no parecía dispuesta a dejarle una oportunidad para pararse apensar en qué le sucedía, tal era la prisa que presentaba la mujer.

—Pero, no lo entiendo, hay curanderos en la isla, su esposa también practica la sanación, yo…—No necesita un curandero, Tim. Te necesita a ti, a un médico, tú eres el único que puede

salvarloY jamás habría creído que escucharía esas palabras de la boca de Larissa. Para ella, la magia

era la respuesta y la solución para todo. ¿De verdad acababa de decirle, y de un modo tan rotundo,que la medicina era la clave para salvar al duque? Ni siquiera le fue posible responder, de tansorprendido que se encontraba. Cuando Larissa lo arrastró hacia la puerta de la taberna, él tropezóy estuvo a punto de caerse de bruces sobre un saco de harina.

—Estoy borracho, Larissa —se quejó.Y ella solo pudo carcajearse al escucharlo, sin soltar su mano ni un instante. Tomándolo con

firmeza y llevándolo tras ella, decidida. Su voz mostró una expectación casi maléfica al mismotiempo que divertida:

—Espera a que Bawden te vea así, se le va a parar el corazón.

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Capítulo XIX Cada vez quedaba menos tiempo, era evidente. El cuerpo de Seth se había debilitado ya hasta

el máximo y el guerrero, anteriormente imponente y lleno de vitalidad, estaba demacrado, rozandola muerte.

Odette pasaba horas y horas sentada frente a su cama, a veces le hablaba o le cantaba, otras,tan solo pensaba, atenta por si Seth realizaba algún movimiento o recuperaba la consciencia. Lohabitual era que esto no sucediera, pues el duque estaba demasiado frágil para despertar de esesueño que parecía arrastrarlo a sus profundidades.

La joven tomó la mano del duque entre las suyas. Le parecía increíble pensar que, solo dosmeses antes, lo había despreciado de un modo tan abierto. Cuánto habría dado por poderrecuperar el tiempo perdido, la cantidad de noches en las que había dormido sola cuando podríahaber disfrutado del calor y el amor de Seth McAllister.

—Odette —susurró Seth.No sabía si se trataba de un sueño, como la mayor parte de las ocasiones. Seth llevaba días sin

mantener una conversación con ella y solo se despertaba para beber agua o quejarse, entrelamentos, por lo terrible de su estado de salud. Odette había llegado a plantearse si todo esesufrimiento valdría la pena, si de verdad podría salvarse después de tantos días de calvario. Noparecía lo más probable, a esas alturas.

—Dime, Seth —le susurró ella, suavemente. Para hablarle más de cerca, Odette se arrodilló enel suelo frente a él, tal y como siempre hacía, sin soltar su mano.

—Deberías descansar. Llevas muchas horas aquí.Odette casi se sobresaltó al comprender que él estaba ahí, que había recuperado la consciencia

por un momento. Estaba acostumbrado a escucharlo balbucear entre sueños y delirios.—No, por supuesto que no. Aquí es donde quiero estar, contigo. ¿Puedes verme?Seth hizo lo posible por abrir sus hermosos ojos azules, aunque sus párpados parecían pesados

y le era muy complicado hacerlo. Se conformó con entornarlos para poder observar el hermosorostro de su amada y se tranquilizó cuando lo consiguió.

—Sí, te veo. Estoy resultando un incordio terrible —dijo él, con voz rasposa—, con todo elmundo vigilándome, cuidando de mí.

Era increíble. Incluso a punto de morir, Seth no perdía su amabilidad innata. La dama seinclinó para tomar el vaso de agua fresca que reposaba en una mesita de madera y le dio de bebercon cuidado. Seth quiso tomar más agua de la que su cuerpo le permitía y acabó tosiendo sinsiquiera poder incorporarse, cada nueva tos parecía partirlo en dos y Odette masajeó su pecho concuidado, ayudando a que el mal remitiera.

—Todos estamos haciendo lo posible por cuidarte, en absoluto podrías ser un incordio. ¿He derecordarte que eres el duque de Finnèan?

Una risa, que más bien parecía ser un silbido, escapó de los débiles labios amoratados deSeth.

—Casi lo había olvidado. Es evidente que no me he acostumbrado a serlo.Odette se adelantó y pasó su mano por la frente de Seth, apartando el cabello de esta. La

melena de Seth estaba cubierta del sudor que desprendía su piel ardiente.—Vas a recuperarte, Seth, te lo garantizo.

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Él negó con la cabeza, aunque débilmente.—No lo creo, mi ángel. Pero está bien, he vivido más cosas que la mayoría de las personas de

este mundo: luché durante años, viajé por el mundo y me casé con la mujer más hermosa queconocí. ¿Qué más puedo pedir?

—Quedarte con esa mujer y no dejarla a cargo de tus responsabilidades.En realidad, Odette pretendía ser un poco graciosa y, con suerte, sacarle una nueva sonrisa a su

marido. Pero no lo consiguió, porque su voz se rompió a mitad de la oración y estuvo a punto deecharse a llorar. Una lágrima resbaló por su mejilla y dio gracias a que Seth tenía los ojoscerrados, no podía verla.

—¿Estás llorando? —preguntó él.—Por supuesto que no —mintió.Ambos guardaron silencio. Odette no podía sostener más esa situación, la presión amenazaba

con dejarla postrada en una cama tal y como había hecho con Seth. Aunque sabía que uno de losdos debía permanecer fuerte y firme y, en este caso, tenía que ser ella.

—Sé que no hemos hablado de esto —comenzó Seth en voz baja, como si proyectar su voz leresultara muy difícil—, pero me gustaría que el niño se llamara Collin. Por mi hermano.

No tuvo que ser específico con ese «niño», pues era evidente que se refería al bebé que él yano viviría para poder educar y que ni siquiera sabían con certeza si iba a nacer. De todas formas,esa era parte de la profecía: el niño vendría al mundo, pero no tendría padre.

—Decidiremos el nombre cuando nazca —rebatió la duquesa.—Odette… —pidió Seth con un tono que recordaba ligeramente a una regañina, como la que

se le daría a un niño—, no insistas más, te lo ruego. Tú solo… dime que lo harás, por favor.Odette sollozó.—Lo haré. Lo llamaré Collin.Después se llevó la mano de Seth a los labios y lo besó una vez más, como siempre hacía. La

respiración de Seth se volvió regular pocos segundos después. Supo que se había dormido, lo cualno era extraño, pues el pobre guerrero debía dormir más de veinte horas al día para podersoportar ese dolor que lo dejaba extenuado.

Se hizo el silencio en esa habitación y Odette apretó su pecho para contener el llanto que laasolaba, aunque estaba segura ya de que Seth no podía oírla. Ella no se rendía nunca, en ningunasituación. Siempre había sido así: luchando incluso en las causas más perdidas, como esa. Yllegar a esa percepción le dolía y la frustraba a la vez.

Porque Odette sentía que ya no le quedaban fuerzas, que tan solo podía rendirse… pero habíaalgo dentro de su corazón que no le permitía hacerlo, algo que siempre se quedaba ahí, creyendoque, en algún momento las cosas cambiarían y recuperaría la esperanza.

Odette se preguntó cómo sería su vida más tarde, cómo acabaría todo. Le parecía un futuroincierto casi irreal y tan solo podía fijarse en esa ventana de madera en la habitación de Seth,deseando que su última esperanza apareciera en el castillo de pronto. No tuvo que esperardemasiado esa vez, pues, solo unos minutos tras la conversación con Seth, las puertas del castillose abrieron y cuatro jinetes entraron a los territorios del duque, cabalgando tan rápido como leshabían permitido las circunstancias.

—¡Están aquí! —gritó uno de los hombres de la puerta—. ¡Han vuelto ya, el médico haregresado!

Y Odette dejó escapar un suave suspiro. Sentía que debía rendirse, sí, había notado esasensación de abandono mil veces, aunque no lo había hecho. La duquesa supo, al ver a esos jinetes

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aparecer en sus territorios como alma que lleva el Diablo, que había merecido la pena guardar ensu corazón esa pequeña esperanza.

***

Los viajeros pasaron por la aldea antes de llegar al castillo. La familia de Timothy,

maravillada al ver que su hijo mayor regresaba a casa, ni siquiera pudo disfrutar de su presencia,pues Tim agarró tan rápido como pudo todos sus artilugios de doctor y le ordenó a su hermanoLouis prepararse para acudir al castillo junto a él y los otros dos jinetes, que lo esperaban en lapuerta sin siquiera bajarse de sus caballos.

Louis aceptó de inmediato y preparó su montura para poder salir hacia el castillo cuanto antes.Louis había oído que el duque estaba enfermo, que moriría pronto, pero también era consciente deque, si el mal que lo aquejaba era el mismo de la última vez, solo su hermano, Timothy, seríacapaz de salvarle la vida.

Era más de medianoche cuando por fin llegaron al castillo, cabalgando entre las sombras ydeseando que Seth McAllister aún estuviera vivo y no fuera demasiado tarde. Lo estaba, puesLiam McKinnon salió a recibirlos a la carrera y los invitó a pasar y subir a los aposentos en losque Seth descansaba. Cuando Odette los escuchó llegar, salió de sin perder tiempo de la estancia yse encontró con ellos a medio camino entre la entrada principal y el lugar en el que estaba Seth, enel inmenso salón que era la estancia principal del primer piso del castillo. Se detuvo deinmediato, clavando sus zapatos en el suelo de piedra y en sus ojos se reflejó un inmenso alivio.

—Lo habéis encontrado —susurró al distinguir el familiar rostro del doctor Kellen entre lospresentes.

Nunca se había sentido tan agradecida hacia alguien como en ese momento lo estaba con JimBawden y Larissa Blackburn. Los contempló como si ellos fueran los soldados más leales yvalientes al final de una guerra. Después se giró hacia el doctor Kellen y su joven hermano.Timothy presentaba los ojos bastante enrojecidos, con toda seguridad por no haber dormido y,además, por haber sufrido más de un imprevisto en ese inesperado viaje de vuelta.

—¿Dónde está su Excelencia? —preguntó el médico.—Arriba, está dormido.Tim asintió con la cabeza, tan concentrado y profesional como lo había estado la última vez,

aunque su aspecto fuera desaliñado.—Necesitaré inspeccionarlo, saber cuál es la causa de su mal. He de limpiarme primero, no

conviene contaminar de ningún modo al enfermo.—Desde luego, doctor —Odette se mostró de acuerdo, gratamente sorprendida una vez más

por las inusuales prácticas de Kellen. Era complicado dar con un médico siquiera inquieto por lahigiene en los enfermos.

—Os llevaré hasta el duque —resolvió Jim, indicándole al médico que lo siguiera escalerasarriba.

En ese mismo instante, Sila apareció corriendo desde el otro lado del corredor. Llevaba elvestido azul colocado de cualquier manera y el cabello despeinado, como si se acabara dedespertar de golpe y, de hecho, así había sido. Tan pronto como había escuchado el trotar de loscaballos al acercarse, la joven dama se había vestido en apenas unos minutos para encontrarse consu ama en el piso de abajo.

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—Señora, he oído que la señorita Blackburn y sir Bawden han regresado de su…Sila se quedó callada de pronto y se detuvo al distinguir la figura de Louis, el hermano

pequeño de Timothy Kellen. Tan pronto como lo vio, sus mejillas enrojecieron con furia y laadolescente abrió mucho los ojos. No esperaba encontrarse a Louis ahí, tan de golpe. Parasorpresa de Odette, el joven rubio apartó la mirada con rapidez de ella y sus pies comenzaron amoverse, nerviosos. Así que ese era el muchacho en el que su dama de compañía estaba taninteresada. En realidad, Odette había visto a Louis más de una vez en los alrededores del castillo,pero tampoco le había llamado la atención en especial, muchos adolescentes vagaban de formacontinua entre la aldea y el castillo, intercambiando bienes o tan solo tramando algún lío en el quemeterse.

—Sí, Sila, ya están aquí. ¿Serías tan amable de llevar a Louis hasta el almacén? Él te indicarátodo lo que el doctor y él van a necesitar para tratar a mi marido.

Sila asintió con la cabeza con exagerada vehemencia y ambos jóvenes bajaron al pisosubterráneo del castillo a través de unas oscuras escaleras de piedra, sin perder ni un solosegundo de ese tiempo tan valioso. Odette sonrió de medio lado, imaginando que Sila lerecriminaría más tarde, no sin cierto agradecimiento, por haberlos dejado solos. Volvió su cabezaa Larissa en cuanto su dama de compañía se perdió de vista.

—No sé cómo daros las gracias por lo que habéis hecho, Larissa…La bruja se acercó a ella y se llevó el dedo índice a los labios.—No os apresuréis, recordad que aún queda lo más difícil: sanar al duque.Aunque eso, para Odette, casi resultaría la tarea más sencilla de todo ese embrollo. Ahora

tenía fe y no era precisamente en la magia ni en el destino, sino en que las cosas estaban saliendocomo debían salir, en que se había dado cuenta lo bastante rápido como para corregir sus erroresy no rendirse. No dudaba de que la profecía se habría cumplido sin interrupciones si no hubierasido porque ella se había enamorado de Seth y estaba dispuesta a cualquier cosa por salvarle lavida.

Compuso una sonrisa que, de repente, la hizo ver como la hermosa duquesa que era. A pesar delos días de privación del sueño que llevaba encima y del peso que había perdido, Odette fue tanhermosa y elegante como siempre cuando volvió a hablar.

—Todo irá bien —dijo, confiada—. Vos ya habéis hecho vuestra parte, ahora solo nos quedaesperar a que vuestro amor haga la suya.

Ambas mujeres se miraron antes de separarse de nuevo. Odette se dirigió al piso de arriba sindudar un momento. Por el contrario, Larissa se decidió a salir del castillo, permanecer a laintemperie para poder hablar con mayor facilidad con el cielo y los astros. Quería canalizar todasu energía, pedir a los elementos que, por favor, ayudaran en la sanación y recuperación delduque. Si ese día Timothy conseguía salvar a Seth McAllister, la vida de Larissa cambiaría parasiempre, ya había tomado la decisión… y la realidad era que ella se moría de ganas de que esosucediera.

Con el frío viento rozándole los labios, Larissa se sentó bajo las ramas de un sauce llorón.Notó la humedad de la tierra bajo su cuerpo, pero no sintió ningún frío, tan solo la calma que legeneraba ese agradable silencio y la oscuridad de la noche. Solo escuchaba el sonido del mar, quellegaba a sus oídos como si fuera el ruido lejano de otras épocas, de otros mundos.

—Juro que me iré con él —susurró de forma inaudible, pues no lo hacía para los oídos de loshombres, sino para los dioses. Extendiendo los brazos, rozó la tierra mojada por la lluvia con susníveos dedos—. Si lo salva, si consigue demostrar que hay maneras de cambiar el destino de una

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profecía, también yo cambiaré mi propio destino, saldré de Finnèan.Y, como si con eso sellara el valor de sus propias palabras, Larissa cerró sus ojos de color

ámbar y respiró una vez más el aroma oscuro y salado de la noche.

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Capítulo XX Fueron necesarias unas dos horas de reconocimiento para que Tim encontrara cuál era

exactamente el mal de Seth. Gracias a las detalladas explicaciones de Odette, así como a losinconfundibles síntomas, consiguió averiguar que el mal debía de provenir de algún lugar en sucabeza. La ceguera y los desmayos eran la consecuencia de un elemento externo, algo ajeno alcuerpo del enfermo que nunca habían visto ni imaginado, debido a la gran altura del soldado y sucabello largo.

No era de extrañar que nadie lo hubiera percibido antes, ni siquiera el propio afectado, puesese afilado pedazo de metal se había alojado en la parte trasera de su cráneo, con todaprobabilidad, meses atrás, quizás incluso años. No tenían claro cuándo habían comenzado lossíntomas de esa terrible infección. Tim suspiró, aliviado, cuando por fin dio con la causa de laenfermedad, pues había temido en numerosas ocasiones no lograr hacerlo.

—El metal está enterrado a través del hueso occipital, sobre la nuca, mucho más profundo delo que me gustaría, pero lo suficientemente superficial como para garantizar su extracción —explicó—, ni siquiera me explico cómo ha podido sobrevivir tanto tiempo. El duque ha debido devivir un verdadero infierno.

Odette recibió la noticia con cierto alivio, al menos lo había encontrado. Saber que había unproblema físico y tangible significaba mucho para ella. A la vez, la información la preocupó y leprovocó cierto dolor en el corazón. Seth había sufrido mucho tiempo en silencio, estaba segura deeso.

—¿Podéis extraerlo?—Puedo intentarlo, pero será peligroso y me preocupa que durante la extracción

desencadenemos secuelas: podría dañar otras áreas del cerebro. Pero me temo que no es posibleaveriguar el futuro. La única manera de saber qué hacer es… hacerlo.

Eso le resultaba casi una broma, a esas alturas. La duquesa ni siquiera comprendía qué era elpeligro ya, cuando a la vida de Seth se refería. Todo era peligroso, sí, pero también era necesariopara poder salvar su vida.

—Mi marido morirá antes de que acabe el día si no hacéis algo para remediarlo.Y Tim enarcó una ceja al escuchar eso. Ni siquiera él, que era médico, era capaz de decir con

tanta seguridad cuánto tiempo le quedaba a ese enfermo.—Ese es un pronóstico muy exacto, señora duquesa, ¿no os parece?—Lo es —admitió ella, que no dudaba en absoluto de la fecha facilitada por Sihonn—, pero

creedme, ahora mismo no hay nada que me haga dudar de él. No hay otra opción, doctor,extraedlo.

La decisión en el tono de voz de Odette era increíble. La primera vez que Tim tratara a Seth, unpar de meses antes, ella había estado más que correcta y colaboradora, pero no parecía tener unvínculo por Seth mayor al que se le supondría a un cuidador con su enfermo. Ahora, todo eradiferente en ella: el modo en el que se acercaba a la cama, cómo colocaba las compresas de aguasobre su frente y la manera que tenía de mirar a Seth McAllister. Como si supiera que, si él se iba,todo sería diferente en su vida, que todo sería peor.

—Lo haremos a primera hora de la mañana. He de reconocer que llevo dos días sin dormir, nome atrevería a realizar ninguna cirugía en este estado.

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—De acuerdo —aceptó ella —ordenaré que se os preparen habitaciones para vuestro hermanoy para vos. Y también para Larissa.

Esto captó la atención del médico, que alzó la cabeza al escuchar eso y la miró por encima desus gafas.

—¿Larissa aún está aquí?El doctor había estado concentrado en realizar el análisis del duque durante demasiado tiempo,

tanto que una parte de su mente había dado por hecho que Larissa habría regresado a su casa. Perono, tenía sentido que hubiera permanecido allí, expectante. Durante un instante, Tim pensó quedesearía, tan exhausto como estaba, poder abrazarla para liberar a su cabeza de la agitación de laque era él presa.

—Se encuentra afuera. Uno de los jóvenes del servicio acaba de llevarle una infusión devaleriana a los jardines, donde permanece sentada.

—Iré a buscarla.—No, no os preocupéis. Yo misma la conduciré hasta vuestros aposentos para esta noche.

Centraos en descansar, por favor, necesito que lo hagáis.Era evidente que la duquesa sabía de la relación que había entre ellos, por lo que Timothy ni

siquiera trató de pensar una excusa que explicara la situación. Odette le caía bien, no le juzgabapor haberse marchado, dejando a Larissa en la isla, más bien le había agradecido mil veces queregresara para tratar a Seth.

—Gracias, mi señora.Tim abandonó la habitación y ella se quedó allí unos segundos más. Tratando de no

despertarlo, Odette caminó hasta la cama de Seth y lo contempló con cariño. Para bien o para mal,el sufrimiento de McAllister acabaría ese día. Arrodillándose una vez más, Odette depositó unsuave beso sobre la frente de su esposo.

***

Era muy pronto cuando comenzó la operación, aunque ya no quedaba ni una sola persona en el

castillo que aún durmiera. El ambiente estaba tenso, todos y cada uno de los habitantes de eselugar esperaban, preocupados, que el doctor fuera capaz de salvar a Seth McAllister.

Odette se forzó a dormir al menos un par de horas, aunque le resultaba imposible conciliar elsueño sabiendo que el día había llegado, que la vida de su esposo estaba en juego. Sila acudió ala habitación en la que ella descansaba y la ayudó a vestirse y a peinarse en silencio. La duquesaestaba tan tensa, tan perdida en sus pensamientos, que era como si no estuviera allí de cuerpopresente.

—Confío en que todo saldrá bien hoy, señora —dijo Sila, una vez la dama ya estaba preparadapara salir del cuarto—. Merecéis ser feliz.

Le llamaba la atención que su ayudante hubiera utilizado de nuevo esa palabra «merecer». Yale había dicho, en otra ocasión, que Seth era un hombre bueno que no merecía marcharse aún.Como si algo o alguien en ese mundo pudiera decidir qué y qué no era justo… Mirando los ojososcuros y puros de Sila, supo que esa muchacha tenía un concepto de justicia mucho más elevadoy exacto que la mayoría de las personas que había conocido en su vida. En su bondad innataestaba también la verdadera honestidad.

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—Gracias, Sila.Estrechó a la joven entre sus brazos, consciente de que Sila llevaba con ella desde que era

prácticamente una niña. A pesar de ser menor que ella, su presencia la reconfortaba tanto como sise encontrara junto a su madre. Ella era, tras tantos años, una parte indispensable de su familia.

—Iré a reunirme con el doctor Kellen.Salió de los aposentos con calma, sabiendo que aún era pronto. De todas formas, comprobó,

satisfecha, que Timothy Kellen ya se encontraba junto a Louis en la sala del primer piso en la quehabían decidido trasladar a Seth para llevar a cabo el procedimiento. Seth dormía, o al menos esoparecía, pues sus ojos cerrados se movían de un lado para otro debajo de los párpados, como siestuviera teniendo una terrible pesadilla. Su esposa acarició su rostro con suavidad y el duque nodespertó.

—Doy por hecho que permaneceréis con nosotros durante la cirugía, señora McAllister, tal ycomo lo hicisteis la última vez —afirmó Tim sin mirarla, al tiempo que tomaba variosinstrumentos quirúrgicos de su maletín y los colocaba sobre una de las bandejas de plata que lehabían facilitado en el castillo.

—Así es.Louis sonrió al escucharla. No esperaba menos de ella, pues Sila ya le había contado tantas de

sus anécdotas sanando a soldados en su localidad natal que él mismo se sentía estúpido al habercreído alguna vez que alguien como Odette McAllister podría asustarse por ver un poco de sangre.Louis depositó una buena cantidad de toallas y gasas blancas sobre la mesa en la que reposaba elmaterial quirúrgico.

La camilla que utilizarían para la operación de Seth era alta, tanto que le llegaba a Odette hastael pecho. Sus manos sudaban y se encontró a sí misma con el estómago revuelto, aunque consiguióocultar su malestar delante de los Kellen. No pretendía ser una interrupción para esa cirugía.

—Louis, ¿le has administrado el líquido de adormidera?—Sí. Hace varios minutos.—Comencemos, entonces —comunicó Tim con voz clara y profunda.El doctor se colocó bien las gafas sobre el puente de la nariz y tomó aire. Después, Louis y

Odette tomaron a Seth de las piernas y las axilas para darle la vuelta sobre la camilla, ella fue laencargada de sujetar a Seth para que él pudiera mantenerse en esa posición sin asfixiarse con supropio peso. Lo próximo que Odette McAllister experimentó, con el cuerpo de Seth impidiéndolever la operación en primer plano, fue el intenso olor de la sangre derramándose.

***

La cirugía era difícil para todos en esa sala. Los gemidos de Seth se habían extendido durante

un largo período de tiempo, hasta que el duque había perdido la consciencia y su dolor ya nopermanecía acompañándolos a cada instante. La savia de adormidera era un opiáceo efectivo solohasta ciertos límites.

Odette sujetaba el cuerpo de su esposo con cuidado, velando su sueño. Estaba más asustadaque nunca en su vida, pero tenía fe en el modo en el que Timothy movía sus manos como todo unexperto alrededor de la cabeza del duque. Había afeitado una buena parte de la cabeza de Seth conuna cuchilla de barbero y por fin se distinguía de un modo más visible, a través de su piel, lainconfundible consistencia oxidada y brillante del inicio de la pieza metálica que un día se había

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alojado en la cabeza del herido.—Se enfurecerá cuando despierte —dijo Odette en referencia al nuevo peinado que el duque

se vería forzado a llevar durante algún tiempo.Timothy no respondió nada, pero era evidente lo que estaba pensando: que no estaba nada

claro que Seth McAllister fuera a despertar. Aun así, no pretendía desmoralizar a Odettehablándole de las posibilidades reales de que su marido sobreviviera, pues eran muy pocas.

Junto a Tim, su hermano Louis lo asistía con premura. El muchacho sabía con exactitud quéartilugio debía tenderle al doctor y tampoco era necesario recordarle en ningún momento quelimpiara la herida para mejorar la visibilidad del Tim, pues cada pocos segundos Louis ya estabapreparado para hacerlo. De todas formas, después de un par de horas realizando la intervención,incluso el joven Louis sudaba de forma profusa y se arremangaba la camisa blanca, cubierta poralgunas manchas de sangre de las que le había sido imposible librarse.

Tras haber limado el hueso de forma ligera con un escalpelo para desencajar el metal, que sehabía fusionado con el tejido corporal de Seth, el médico supo que había llegado el momento derealizar lo más difícil de esa operación. Con gran cuidado y paciencia se dedicó a extraer la piezametálica, poniendo especial atención en no rasgar por accidente ningún tejido interno, pues esodesencadenaría en una hemorragia fatal. Era fundamental no dañar el interior del cráneo.

—Louis. —Timothy hizo una señal que Odette no comprendió, al cabo de varios minutos.Como si pudiera leerle la mente, el joven rubio tomó un vasito de vidrio y lo mantuvo quieto,

junto a su hermano. Timothy tomó aire y, solo un poco más tarde, se alejó del cuerpo de Seth conunas pinzas entre los dedos; sostenía algo entre ellas. El metal golpeó el cristal de ese vaso y elsonido que eso generó fue como un zarandeo para Odette, que alzó la cabeza de repente. Nisiquiera podía percibir la noción del tiempo ya, después de incontables minutos en la mismaposición.

—¿Está hecho? —preguntó con voz grave.—Sí. Tan solo he de coser la herida.El doctor comenzó a realizar la labor mientras Odette apretaba la mano inerte de Seth. La

cirugía había terminado, sí, pero no era así como ella lo había esperado. Seth no se movía.Respiraba, pero su estado de salud parecía ser igual de malo que unas horas antes. Su temperatura,aún elevada, no presentaba ningún cambio y los labios secos y morados eran más propios de unapersona fallecida que de un joven a punto de regresar a la vida.

Cuando Timothy terminó la sutura en la parte posterior de la cabeza de Seth, Odette se percatópor primera vez de lo cansado que estaba el doctor. Su cabello rubio y rizado caía sobre su frentede forma desordenada, con algunos mechones cubiertos de sangre. Louis, a su lado, presentaba unaspecto más bien similar y se preguntó si también ella se vería tan mal como ellos. La realidad eraque su apariencia era aún peor que la de los dos hombres, aunque nadie en ese castillo tendríaagallas para decirle algo así.

El doctor tomó un rollo de vendas blancas que su hermano le tendió. Su propia madre eraquien, durante horas, solía tejer vendajes que luego él utilizaba en su oficio. Con calma, Timrealizó un vendaje de capelina de Hipócrates, una técnica que garantizaba la correcta cobertura ysujeción de la zona intervenida durante la operación.

—He acabado, lady McAllister.Timothy dejó el instrumental sobre la bandejita de plata, suspirando como si llevara horas

conteniendo la respiración. Y, en cierto modo, así era.—Gracias, doctor.

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—Debe descansar. Pasarán horas hasta que despierte. Cuando lo haga, habéis de tener encuenta que existirán muchas cosas que el duque no podrá hacer durante semanas, quizás meses:esfuerzos físicos, comidas pesadas, viajes…

La lista de prohibiciones para Seth solo iba en aumento. Llegó un punto en el que todas esaspalabras se hicieron inteligibles en la mente de Odette, que solo escuchaba a Timothy añadir másy más cosas que su marido ya no podría realizar, o al menos no aún. Parecía que hubieran pasadominutos enteros cuando Odette por fin habló, con lágrimas poblando sus ojos.

—Pero, doctor… decidme. ¿Vivirá?Y, por un momento, solo la sonrisa de ese médico fue suficiente para cambiar la vida de

Odette.—Espero que lo haga. Muchos años, además —contestó con sinceridad—, pero debéis dejarle

tiempo para recuperarse, lady McAllister. Su cuerpo ha quedado muy débil a causa de las fiebresy debemos mantenernos muy atentos a otros efectos secundarios: ceguera, falta de coordinación,vómitos, náuseas… vigiladlo durante las próximas horas.

Cuando los hermanos Kellen abandonaron la sala, dejando a Odette sola junto a Seth, ella sepermitió acercarse y tomar entre sus manos el vaso de cristal que contenía el pedazo de metal queel doctor había extraído. Estaba muy afilado por los bordes y tenía el tamaño de un dedo, parecíahaber sido parte de una flecha en el pasado y ella se estremeció cuando imaginó que esa armahabía herido a Seth alguna vez, acompañándolo hasta ese día, la había llevado consigo duranteaños. Debía de haber sido una vida muy difícil para él, antes de que ella pudiera conocerlo, antesde amarlo.

Odette se sentó junto a su esposo y, por primera vez, lloró a su lado. No dejó escapar un par delágrimas, no, sino un torrente entero de llanto que nacía de su alma. Sentía muchas cosas por Seth:compasión, miedo, amor… pero en esos momentos lloraba por otra cosa. Liberaba toda la tensiónque llevaba días acumulando en su interior y, en especial, derramaba en forma de lágrimas todo elmiedo que había pasado. Porque, ante sus ojos, Seth seguía vivo y se iba a recuperar.

En realidad, Odette lloraba de alegría.

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Capítulo XXI Dos semanas más tarde… Seth McAllister jamás habría imaginado que sentarse podría darle tanto placer. Logró

acomodarse en ese sillón, con la ayuda de su esposa, y sus ojos se entrecerraron con incomodidadcuando recibió de lleno la luz solar del exterior, a través de esa ventana. Aún no podía salir de susaposentos, pero no veía el día en que le permitieran hacerlo. Tim le había retirado el vendaje dela cabeza el día anterior con gran optimismo respecto a su estado.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Odette.—No, me encuentro bien.El rostro del duque comenzaba a recuperar la forma angulosa y masculina que tanto lo

caracterizaba, pero que había perdido a causa del peso que lo había abandonado durante su graveenfermedad. Hacía ya dos semanas desde el día de la operación y ese día por fin podía sentarse,aunque con ayuda. La fiebre había remitido poco a poco, tan solo horas después de la cirugíallevada a cabo por el doctor Timothy Kellen.

—¿Estás seguro de eso? —preguntó Odette, preocupada, contestándose a sí misma después—.No. Le pediré a Sila que baje a las cocinas y encargue algo de comer…

—Shhh… —pidió Seth, agarrando a su esposa de la muñeca y atrayéndola hacia él—. Estoybien, Odette. Prefiero que te quedes aquí conmigo, hemos perdido mucho tiempo juntos.

—Claro que no, yo he estado contigo todos los días.Le hizo gracia su respuesta. Casi había olvidado que Odette McAllister tenía contestaciones

para cualquier cosa que a él se le ocurriera decirle, sin excepciones. Se decidió por posar sumano en su cintura, acercándola a él. Acarició las formas femeninas de ese cuerpo con lentitud.

—Desafortunadamente yo no estaba tan presente, he de decir. Imagino que ahora deborecuperar esos momentos, ¿no?

Odette se inclinó hacia su marido y colocó su rostro muy cerca del suyo. Después clavó suvista en los carnosos labios de Seth, aunque no hizo nada por acercarse a él.

—¿Y cómo piensas hacerlo?Lo estaba retando y, ¡por el amor de Dios! Cuánto echaba de menos que lo hiciera. Sin

necesidad de levantarse de ese sillón, algo que aún le resultaría difícil, Seth acarició la cintura deOdette por encima de la tela de ese hermoso vestido color vino. Ella cerró los ojos,estremeciéndose. Seth ni siquiera tuvo que esforzarse para alcanzar los labios de Odette y la besócon suavidad, solo un instante. Al separarse de ella, pudo ver en los ojos de la dama que eso nohabía sido suficiente.

—Seth… —susurró ella.Él solo la contempló. De repente quiso besarla, hacerlo con pasión hasta que ambos se

encontraran cegados por la pasión. Quería besarla en todas partes y, aunque aún no estuvierarecuperado por completo, también quería hacerle el amor. Pero algo tomó su atención con másintensidad que el deseo por hacerla suya una vez más, algo que lo sorprendió: recordar que, apesar de llevar varios días despierto y consciente después de su enfermedad, no le había dado lasgracias a Odette por todo lo que ella había hecho para ayudarle.

—Odette —comenzó él—, creo que no he sido tan buen esposo como yo mismo me considero.

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—¿Qué quieres decir?El duque dejó de tocar su cintura y, en esta ocasión, su rostro se tornó serio, muy serio.—No te he agradecido todo lo que me has dado desde que nos casamos, ni tampoco te he

pedido perdón.—¿Por qué habrías de pedirme perdón? No has hecho nada malo. Bueno, a excepción de

aquella vez en la que desoíste mis consejos y te fuiste de caza…El guerrero fijó su intensa mirada azul en la de la dama, controlando la sonrisa que ella estaba

a punto de arrancarle. La muy condenada estaba dispuesta a seguir bromeando con el fin demolestarlo.

—Estoy hablando en serio, Odette —dijo, manteniendo su gesto—, debo disculparme por elsufrimiento que te he provocado desde el mismo día en el que nos casamos. Me temo que no fuitan considerado contigo como te merecías, llegué a creer que morir no sería tan malo, que noperdería tanto si me marchaba, por eso me mostraba tranquilo con la idea. —Negó con la cabezasin dejar de mirarla a los ojos—. No sabes cuán equivocado estaba.

Odette no quería emocionarse, especialmente teniendo en cuenta que esas estaban siendo, sinninguna duda, las mejores semanas de toda su vida. Tener a Seth junto a ella de nuevo era más delo que podría pedir.

—Te amo, Seth.—Yo también te amo, ángel mío. Y jamás dejaré de agradecerle a Dios, al destino o a quien

quiera que haya sido, el haberme traído a la mujer más valiente y decidida del mundo.Escuchar esas palabras la hacía sentir bien, Odette sabía que él la amaba y el sentimiento que

eso le provocaba era como un volcán dentro de su corazón. El duque la quería y, por suerte,ninguno de los dos se iría a ninguna parte.

Odette estrechó su mano y estaba a punto de besarlo cuando la puerta de sus aposentos resonó,pues alguien estaba llamando con los nudillos sobre la madera.

—Adelante.La cabeza de cabello moreno de Sila se asomó.—Disculpad la interrupción. Señora, tenéis una visita.—¿Una visita? —preguntó Odette, confundida—. No espero a nadie.—Es una bruja —susurró Sila, como si tuviera miedo de que su voz fuera a escucharse desde

el piso de abajo del castillo.El corazón de la duquesa se paró un instante, antes de comenzar a latir de forma descontrolada.

Se apartó de Seth con brusquedad, pues no quería que él la notara agitada. La última vez que algocomo eso había sucedido, ellos habían recibido la peor experiencia de todas sus vidas. No podíapasar de nuevo.

—¿Una bruja? —preguntó, intentando esconder su inquietud—. ¿Es Sihonn?Sila negó con la cabeza.—Se trata de Larissa —anunció.Escuchar el nombre de ella funcionó como un alivio instantáneo. Larissa, a pesar de ser una

Blackburn y, por consiguiente, de aún resultarle algo extraña, también le transmitía una especie deternura que ella no terminaba de comprender. Recordaba con claridad que Larissa le había dicho,el día que se conocieron, que ellas serían amigas en el futuro. No le había dado ningún tipo decredibilidad al escucharla, pero ahora las cosas eran diferentes. Si no hubiera sido por Larissa,Seth no habría estado allí, vivo, a su lado. Sus historias, entrelazadas, habían resultado ser lasolución para los problemas de ambas.

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El duque, que también se había tensado momentáneamente, le dirigió un leve asentimiento decabeza a su esposa.

—Ve.—De acuerdo —dijo ella en voz baja.Se detuvo a tomar algo de uno de los cajones y lo sostuvo entre sus dedos con cuidado y

cariño. Siguiendo a su dama de compañía a través de los pasillos, Odette se dirigió al piso deabajo del castillo. La piedra del suelo resonaba bajo sus hermosos tacones y podía escuchar que,a diferencia de los días en los que Seth reposara en cama, moribundo, ahora el castillo de Finnèanparecía más vivo que nunca.

Distinguió a Larissa de inmediato, parada en mitad del enorme salón en el que un día Sihonnles había dado una noticia fatídica a su esposo y a ella. La joven de brillante pelo rojo llevaba unvestido negro que Odette habría calificado de anticuado un tiempo atrás, aunque a ella le quedabatan bien como si fuera una prenda de diseño a la última moda de Milán. Larissa sonrió al verla ysus ojos color ámbar se iluminaron.

—Me alegra veros —la saludó Odette, era sincera.—También a mí, lady McAllister —contestó la bruja—. Espero de corazón que el duque se

encuentre bien.Odette inclinó la cabeza con educación y agradecimiento.—Se recupera a pasos agigantados. El doctor Kellen lo revisó apenas hace un par de días y

nos comunicó que todo marcha bien, se cercioró de que no quedara ni un solo resto más de aceroen su cuerpo.

Eso que vio en los ojos de Larissa no podía ser más que orgullo, estaba orgullosa de lo queTim había conseguido y, sin duda, ahora confiaba más que nunca en sus capacidades. Sabía que lamagia ya no era el único camino.

—No sabéis cuánto me complace escuchar eso.A su alrededor, algunos sirvientes paseaban de un lado a otro y preparaban la mesa para servir

la comida en menos de una hora. En el otro lado de la sala, dos niños jugaban a las peleas consendas espadas de madera entre sus manos.

—Deberíais quedaros a comer con nosotros, hoy Jolie ha preparado un estofado estupendo. Nohabéis probado algo así nunca, lo garantizo.

—No, muchas gracias, lady McAllister.—Y llamadme, Odette, por favor. Creo que ya hemos pasado el período de las formalidades.—De acuerdo, Odette. Agradezco vuestra invitación, pero…—Insisto. —Odette alzó una mano, interrumpiendo a la joven bruja. En realidad, quería que

aceptara, pues algo en ella le provocaba mucha curiosidad. Nunca había tenido una amiga bruja yese parecía ser el momento para hacerlo por primera vez.

—En realidad solo he venido a despedirme, Odette.Esto sí que resultó inesperado. ¿Despedirse? El ruido de fondo pareció disiparse de repente.

Los niños que estaban luchando ya no gritaban al otro lado del comedor y el sonido de cacerolas yplatos disminuyó considerablemente. Odette frunció el ceño.

—¿Despediros? ¿Por qué?Larissa compuso una sonrisa algo insegura.—Me iré a Edimburgo con Tim. He tomado la decisión de salir de aquí, marcharme de la isla

junto a él.Eso la dejó sin palabras. ¿De veras pensaba irse?

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—Pero, ¿y qué sucede con vuestra familia?—Mi familia también es Timothy. Nos casaremos al llegar a Edimburgo, haremos una

ceremonia sencilla… si mi familia descubre que estoy casada, será un escándalo. —Larissa soltóuna carcajada, como si en realidad fuera a disfrutar mucho de eso—. Así que es conveniente quese enteren después de que ya haya sucedido.

—Os deseo lo mejor, entonces. Tanto a vos como al doctor Kellen, ambos habéis sidoindispensables para nosotros. El ducado de Finnèan os estará agradecido por toda la eternidad.

Pasaron varios segundos hasta que Larissa pudo hablar. No sabía por qué, pero algo de lo quele había dicho Odette la hacía emocionarse. En verdad, le costaba mucho marcharse de allí,dejarlo todo atrás, pero sabía que no podía dejarse condicionar por el miedo que le daba miedosalir de la isla. Había toda una vida esperándola más allá de esas aguas.

—Volveremos, aunque no sé cuándo será. Ahora me espera un tiempo fuera de Finnèan, perono olvidéis lo que os dije cuando nos conocimos: os he visto a vos y a mí en otro momento, en unfuturo. Nuestros hijos jugarán juntos y nuestras vidas estarán unidas durante muchos años más,estoy segura.

A pesar de que ese destino le parecía a Odette más que agradable, no pudo evitar formular unapregunta.

—Pero, ahora que hemos comprobado que vuestras profecías no son infalibles… ¿cómopodéis estar tan segura de que eso sucederá?

Y en los labios de Larissa se formó una sonrisa enigmática.—Porque ahora sé que, más allá de la magia, son la voluntad y las decisiones de las personas

las que pueden cambiar nuestro destino.Odette se quedó callada un momento, entendiendo que Larissa tenía toda la razón. Ambas

habían llegado a la conclusión acertada, al final.—Oh, casi lo olvido. Tomad, Larissa —Odette le tendió aquello que había guardado en su

puño cerrado desde que salió de sus aposentos—. Esto os pertenece.Era un pañuelo negro con bordados plateados que ella le había dado el día que se conocieron.

Lo había lavado con agua de rosas, maravillándose por el modo en el que había sido trabajado.Era, sin duda, el pañuelo más hermoso que ella hubiera visto nunca y se imaginaba que a la finnèno le habría gustado que se lo quedara. Para su sorpresa, Larissa sonrió, negando con la cabeza.

—Quedáoslo, por favor —le pidió—, tomadlo como una promesa.Con una inclinación de cabeza de lo más distinguida, la joven se dio la vuelta y caminó hasta la

puerta principal del castillo. Odette se quedó mirándola en mitad de ese salón, con decenas depersonas pasando frente a ella y hablando de forma animada, casi sin reparar en que su señorapermanecía ahí, pensativa y algo apenada. Odette tardó unos minutos en reaccionar y, cuando lohizo, tomó una bocanada profunda de aire y se guardó el pañuelo en el pequeño hueco quequedaba entre su blusa interior y el corsé de su traje. Después se alisó el vestido antes de dirigirsea las cocinas, donde la esperaban una docena de tés y remedios que preparar para los habitantesde ese castillo. Ahora que Seth se estaba recuperando, Odette por fin podía centrarse endesempeñar la labor para la que había sido llevada allí: podía relajarse y dedicarse a ser laduquesa de la Isla de Finnèan.

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Epílogo Isla de Finnèan, 1406.En ocasiones, Seth actuaba como si tuviera quince años. Ignoraba por completo las normas

sociales de educación y buen hacer, escudándose en el hecho de que él, como duque, podía hacercuánto quisiera. Quizás por eso aprovechó ese momento para tomar a su esposa de la muñeca yllevársela de esa abarrotada sala de fiestas, conduciéndola a los jardines de su inmenso castillo.

—Seth, ¡se van a dar cuenta! —exclamó ella entre risas—. Por el amor de Dios, estaba a puntode ofrecerle un pedazo de bizcocho a la señora Isabella, y tú me has...

—Yo le he dado mi porción, Odette —contestó Seth—, no hay nada de lo que preocuparserespecto a eso, mi madre está comiendo más bizcocho hoy que en todos los últimos diez años.

La fiesta de bienvenida para Jim Bawden llevaba semanas organizándose. El caballero habíatenido que partir al servicio del rey durante dos años, por orden del monarca, aunque ese contrato,que en un inicio había sido acordado en diez años, se había acortado dramáticamente por eldevenir de los acontecimientos. Por fortuna, Seth había quedado dispensado de todas susobligaciones bélicas a causa de esa enfermedad que tanto daño le había causado, llevándolo casia la muerte. Ahora, su única obligación era la de velar por los habitantes de esa isla de la que élestaba a cargo.

Sin prestarle atención a las protestas de su esposa, él la tomó suavemente de la barbilla y besósus labios. Sabían tan bien, o incluso mejor, que la primera vez en la que los había probado.Parecía que esos días hubieran quedado en otra vida y, en cierto modo, así había sido. Desde esavez en la que casi había muerto, Seth sentía que su vida ya no era la misma, que cada día era unnuevo inicio.

Fue ella quien comenzó a besarlo de un modo más apasionado, escondiéndose tras un enormemuro de piedra para que los numerosos invitados a esa fiesta no alcanzaran a verlos. Odette sabíaque era muy afortunada por tener a Seth ahí con ella, lo amaba más y más a cada segundo quepasaba con él.

—¿Volvemos? —preguntó él al cabo de unos minutos recreándose en la suavidad de la piel deOdette, estaba más hermosa que nunca—. Los invitados nos esperan.

Esta vez fue ella quien se mostró reticente.—Pueden esperar, estoy segura. Creo que la mayoría de nuestros invitados estarán más

ocupados interesándose en Jim, ¿verdad? La fiesta es para él, al fin y al cabo.Ese comportamiento le sacó una sonrisa a Seth, que conocía muy bien a su esposa. Era bastante

fácil para él arrastrarla a su mundo de deseo y placer, puesto que ella no presentaba mucharesistencia. Volvió a besarla de nuevo, sintiendo que Odette se entregaba sin ninguna restricción.Lo amaba con tanta intensidad como él a ella.

—Ma… ¡ma!Una vocecita infantil llegó hasta ellos, forzando que se separaran de inmediato. Ambos miraron

hacia abajo, distinguiendo la cabeza rubia de su pequeño hijo.—¡Collin! —exclamó Odette, agachándose para tomar al niño en brazos. Cada día pesaba un

poco más, aunque aún podía cargarlo—. ¿Cómo has llegado hasta aquí!La respuesta llegó solo un instante después, cuando Sila apareció corriendo desde la sala de

fiestas. Su respiración estaba agitada, aunque esbozó una sonrisa en cuanto distinguió al pequeño

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junto a sus padres.—Por el amor de Dios, ¡aquí estás! Lo he perdido de vista un segundo y ha salido corriendo.

Collin es un pequeño remolino.Lo normal era que el niño disfrutara mucho de pasar tiempo con Sila, pero en esa ocasión, no

quiso dejar los brazos de su madre y se aferró a Odette con fuerza para que ella no lo dejaramarchar.

—Está bien, Sila, no te preocupes.—¿Podrías disculparnos en la fiesta? —preguntó Seth al tiempo que acariciaba con dulzura el

cabello de su hijo—. Si alguien te preguntara, diles a nuestros invitados que estamos ocupándonosde Collin y tardaremos unos minutos en regresar.

—Entra y disfruta del bizcocho, por favor —le pidió Odette.—Me temo que llego tarde, sir Bawden y la señora Isabella están arrasando con él. ¡Apenas he

llegado a verlo!Odette y Seth compartieron una mirada cómplice.—Entonces, al menos, baila con Louis, estoy segura de que no has tenido ni un minuto para

hacerlo aún.—Desde luego, lo haré —aceptó Sila sin dudar. Se dio la vuelta y volvió al interior del

castillo, ya sin correr.Odette se giró hacia su esposo de nuevo. En realidad, aunque la fiesta estaba resultando de lo

más agradable, la perspectiva de poder pasar unos momentos a solas con Seth y con su hijo eraaún mejor. La dama se inclinó y depositó un suave beso en la mejilla sonrojada del pequeño.Después miró a su esposo, cuyos ojos azules se encontraban fijos en ella. Esto le arrancó unasonrisa.

—¿Quieres dar un paseo, Collin? —le preguntó a su hijo con voz dulce.El niño asintió con la cabeza, revolviéndose de repente para que su madre lo dejara en el

suelo. Desde que Collin había comenzado a andar, no hacía más que correr de un lado a otro,inquieto. Se parecía mucho a su padre.

Collin McAllister corrió durante unos metros, deteniéndose a los pocos segundos, se agachópara tomar una flor entre sus pequeños dedos infantiles y se quedó mirando la planta concuriosidad, con sus enormes ojos claros perdidos en el brillante color amarillo de los pétalos.Después se la llevó a la nariz y el aroma de la hierba pareció disgustarle, pues la alejó de surostro sin dudar, con una mueca de repulsión.

Tras él, Seth y Odette respiraron una vez más la sal del viento frío que siempre losacompañaba en Finnèan. El sonido del mar chocando con los muros del castillo, a pocos metrosde ellos, era parte habitual de la vida allí. Estar en la isla les generaba paz, calma. Les recordabauna y otra vez que ese era su hogar.

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Agradecimientos A la gente que me apoya, que lo sigue haciendo. A los que me han acompañado por todos estos

caminos tan raros que yo misma he elegido, gracias por vuestra paciencia y amor incondicional.A mi madre, que día a día me demuestra que si soy una romántica empedernida no es por los

libros ni las películas, sino por ella y su hermoso modo de ver la vida. A mi hermano, que me lee;en su mente yo sé que me lee.

A Águeda, Rosario y Carlos, que siguen aquí y eso ya es mucho. Que todavía leen cualquiercosa que yo les tire a la cara, que nunca (¡nuncaaaa!) en la vida me han dicho una sola palabra quepueda desanimarme.

A Andy y a Eiden, cuyo nombre tengo que usar para próximas aventuras escocesas, aunque nosé si debería esperar dieciséis años para poder hacerlo sin que me remuerda la conciencia.

A David, que no solo sigue mis historias (sieeeempre), sino que ahora también me ayuda contodos los asuntos sanitarios que yo no entiendo y que pretendo resolver con mis «licenciaspoéticas».

A Sai y Cami, parte de mi familia escocesa, que me llenan el corazón de buenos sentimientos.A Shannon y Oliwer, para quien debería traducir esta historia.

A mis lectores alrededor del mundo, que me hacen feliz cada vez que leen alguna de mis líneas.Que solo con existir ya hacen demasiado.

Y a ti, que si has comprado este libro es porque te mereces, como mínimo, que nos tomemos uncafé juntos algún día. Invito yo.

¡Gracias!

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Sobre la autora…

V.M. Cameron

V.M. Cameron es una escritora procedente del norte de España, que habitualmente reside acaballo entre España y Reino Unido. Escribe desde niña y ha cosechado una buena cantidad deamigos y seguidores en la red a lo largo de los años, por lo que considera a sus lectores un pilarfundamental en la aventura de escribir. Dedica la mayor parte de su tiempo libre a su pasión por lalectura, escritura y creación de nuevas historias. Se inclina por el romance, la novela juvenil y lafantasía. En la actualidad es estudiante de Filología Hispánica, siente verdadera fascinación por lamúsica y es una viajera empedernida. Ha publicado decenas de obras en internet y debutó en 2016con su novela «Pasión Vikinga», finalista del VI Certamen de novela romántica Vergara-RNR. En2017 publicó «Mil días con Nebraska», seguida por «Mirando al cielo de Roma» y «En algúnlugar del mar» en 2018.

Contacto:

Correo electrónico: [email protected]

Wattpad: tequila213

Facebook: VM Cameron

Twitter e Instagram.

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[1] Kilt: Prenda típica escocesa con aspecto de falda, vestida comúnmente por hombres. Secaracteriza por la tela tartán, cuyos colores definen el clan al que pertenece quien la lleva. Hoy en día formaparte de la indumentaria formal de los hombres escoceses.

[2] Claymore: Espada escocesa. Caracterízada por su gran longitud y peso, requería de ser blandida conambas manos.