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Semanas 48 y 49 Psicotidianidades Diciembre 5 y 12, 2013 Juan José Ricárdez López [email protected] Psicólogo clínico 044951-1009730 Hace algún tiempo, fui invitado a un programa de radio a hablar sobre “la rebeldía en los jóvenes”. Comenté, de inicio, que este título representa para mí un pleonasmo puntual: no puedo pensar a un joven típico sin una dosis importante de rebeldía; ¿rebeldía frente a qué?, eso es lo de menos. La rebeldía sin duda puede manifestarse de varias maneras. Considero, como regla general, que una persona que es consciente de lo que siente es más sana que quien manifiesta no sentir. Con la rebeldía (el deseo de rebelarse [¿o de revelarse?]) no es diferente. Si se es observador, pueden notarse, desde las etapas tempranas de la vida, manifestaciones rebeldes en los niños. Los síntomas que en ellos aparecen, muchas veces, son evidencia de un deseo de re(b/v)elarse. No obstante, es en la juventud (entendida como pubertad, pre-adolescencia, adolescencia y adultez joven) en la que esta rebeldía parece más difícil de manejar para quienes rodean a un joven. Hay que explicar que todo tránsito de una etapa de la vida a otra implica un duelo insoslayable. Quizás la cultura de consumo que procura el éxito, el progreso, el avance, el ir hacia adelante, etc., no haga más que sesgar la certeza de que, avanzar, por mayores beneficios y satisfacciones que se obtengan, siempre implica abandonar una etapa, un lugar, o a algunas personas. De ahí que haya duelo. El joven abandona su cuerpo infantil y tiene que aceptar uno nuevo. Cuando habla de su descontento con los cambios físicos, lo bombardean con la psicología barata del “debes aceptarte y aprender a quererte”. Todo el mundo sabe que un amor verdadero requiere tiempo para su consolidación. El joven está inconforme; y lamentable/afortunada-mente, cuenta ya con recursos más eficaces que el niño para mostrar esa inconformidad; pero esas manifestaciones no son tan bien recibidas por el mundo, un mundo que piensa como adulto. Bettelheim (1988) dice: Al final de la adolescencia, se necesita creer, durante algún tiempo, en la magia para compensar la privación a la que, prematuramente, ha estado expuesta una persona en su infancia debido a la violenta realidad que la ha constreñido. […] Muchos jóvenes que hoy buscan un escape en las alucinaciones producidas por la droga, que creen en la astrología, que practican “la magia negra”, o que de alguna manera huyen de la realidad abandonándose a ensueños diurnos sobre experiencias mágicas que han de transformar su vida en algo mejor, fueron obligados prematuramente a enfrentarse a la realidad, con una visión semejante a la de los adultos. (p. 72) Es decir, si de por sí la interacción con ese nuevo ser que se está construyendo dentro de él es complicada, la visión se torna más tormentosa cuando el joven siente que no encaja con un mundo que, aunque teóricamente entiende su malestar, en la práctica sigue esperando algo distinto de él. A partir de esta inconformidad, el joven puede funcionar de dos modos: 1) puede replegarse en esa individualidad que aún desconoce (porque está en construcción) y cerrar las puertas al mundo con esfuerzos conscientes (como la reclusión en pandillas, en actividades individuales, en una actitud generalizada de hostilidad frente a los demás, etc.), o inconscientes como la producción de síntomas que le distingan y alejen de los demás (como signos depresivos,

La rebeldía en los jóvenes

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Semanas 48 y 49 Psicotidianidades Diciembre 5 y 12, 2013

Juan José Ricárdez López [email protected] Psicólogo clínico 044951-1009730

Hace algún tiempo, fui invitado a un programa de radio a hablar sobre “la rebeldía en los jóvenes”.

Comenté, de inicio, que este título representa para mí un pleonasmo puntual: no puedo pensar a

un joven típico sin una dosis importante de rebeldía; ¿rebeldía frente a qué?, eso es lo de menos.

La rebeldía sin duda puede manifestarse de varias maneras. Considero, como regla general, que

una persona que es consciente de lo que siente es más sana que quien manifiesta no sentir. Con la

rebeldía (el deseo de rebelarse [¿o de revelarse?]) no es diferente. Si se es observador, pueden

notarse, desde las etapas tempranas de la vida, manifestaciones rebeldes en los niños. Los

síntomas que en ellos aparecen, muchas veces, son evidencia de un deseo de re(b/v)elarse. No

obstante, es en la juventud (entendida como pubertad, pre-adolescencia, adolescencia y adultez

joven) en la que esta rebeldía parece más difícil de manejar para quienes rodean a un joven.

Hay que explicar que todo tránsito de una etapa de la vida a otra implica un duelo insoslayable.

Quizás la cultura de consumo que procura el éxito, el progreso, el avance, el ir hacia adelante, etc.,

no haga más que sesgar la certeza de que, avanzar, por mayores beneficios y satisfacciones que se

obtengan, siempre implica abandonar una etapa, un lugar, o a algunas personas. De ahí que haya

duelo. El joven abandona su cuerpo infantil y tiene que aceptar uno nuevo. Cuando habla de su

descontento con los cambios físicos, lo bombardean con la psicología barata del “debes aceptarte

y aprender a quererte”. Todo el mundo sabe que un amor verdadero requiere tiempo para su

consolidación. El joven está inconforme; y lamentable/afortunada-mente, cuenta ya con recursos

más eficaces que el niño para mostrar esa inconformidad; pero esas manifestaciones no son tan

bien recibidas por el mundo, un mundo que piensa como adulto. Bettelheim (1988) dice:

Al final de la adolescencia, se necesita creer, durante algún tiempo, en la magia para

compensar la privación a la que, prematuramente, ha estado expuesta una persona en su

infancia debido a la violenta realidad que la ha constreñido. […] Muchos jóvenes que hoy

buscan un escape en las alucinaciones producidas por la droga, que creen en la astrología,

que practican “la magia negra”, o que de alguna manera huyen de la realidad

abandonándose a ensueños diurnos sobre experiencias mágicas que han de transformar

su vida en algo mejor, fueron obligados prematuramente a enfrentarse a la realidad, con

una visión semejante a la de los adultos. (p. 72)

Es decir, si de por sí la interacción con ese nuevo ser que se está construyendo dentro de él es

complicada, la visión se torna más tormentosa cuando el joven siente que no encaja con un

mundo que, aunque teóricamente entiende su malestar, en la práctica sigue esperando algo

distinto de él. A partir de esta inconformidad, el joven puede funcionar de dos modos: 1) puede

replegarse en esa individualidad que aún desconoce (porque está en construcción) y cerrar las

puertas al mundo con esfuerzos conscientes (como la reclusión en pandillas, en actividades

individuales, en una actitud generalizada de hostilidad frente a los demás, etc.), o inconscientes

como la producción de síntomas que le distingan y alejen de los demás (como signos depresivos,

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signos narcisistas, adicciones, etc.); o 2) acceder a un camino de autoconocimiento y

autocomprensión que siempre requiere de la presencia de alguien más para desarrollarse. Esto

puede ser a través de la psicoterapia, o de la realización de actividades que permitan al joven

cotejar virtudes y carencias con respecto a lo que es (como actividades deportivas y culturales).

La mayoría de las personas sale avante de su juventud sin tener idea de lo que pasó. La

comprensión del otro siempre será más saludable que los juicios (lo cual no implica estar de

invariablemente de acuerdo con ese otro). Lo ideal, a mi parecer, es que un adulto salga de su

juventud con una personalidad que oscile entre las dos opciones de funcionamiento juvenil que

hemos mencionado; es decir, un sujeto tendría que ser capaz de reconocerse como una persona

individual, con intereses, virtudes y defectos propios; con derecho a un monto de privacidad en el

que nadie más tiene derecho de acceso; pero al mismo tiempo, y tras la certeza de ser un sujeto

irrepetible, sostener relaciones que no amenacen su desarrollo, además de una capacidad de

elaboración de los problemas que si bien, no siempre pueden ser solucionados, siempre pueden

ser pensados; y el desarrollo de esta capacidad colabora con un menor surgimiento de angustia

frente a circunstancias difíciles. “Todos sentimos alguna vez la necesidad de huir de la realidad, o

de otro modo no leeríamos nunca una novela, ni iríamos al cine, ni beberíamos un vaso de whisky”

(Neill, 2004, p. 201); sólo cuando alguna de estas actividades solicita de nosotros una entrega

exclusiva, mermando nuestra interacción social, podemos saber que algo no anda del todo bien.

Los jóvenes son rebeldes porque su naturaleza le exige serlo; no obstante, habrá que saber que

algo de esa rebeldía se conserva en el adulto permanentemente. Quizás sean otros los escenarios

(porque así debe de ser), pero la inconformidad siempre habrá de manifestarse. Sólo quien esté

enterado de esto, y sepa observarse sin angustia, podrá ir por la vida con paso seguro. La rebeldía

es sólo uno de los elementos de la personalidad, y habrá que entender que un joven está en

proceso de acomodo de su personalidad y sus diversos elementos. Un joven está completo, pero

su completitud no es definitiva; él no lo sabe, por eso el adulto será de gran ayuda si lo entiende y

lo respeta como ser total: “la verdadera identidad se alcanza sólo después de haber dado vida y

alimentado al ser que se llevaba en las entrañas: cuando el bebé succiona el cuerpo materno.”

(Bettelheim, 1988, p. 329)

Hasta el próximo jueves.

Psic. Juan José Ricárdez.

Referencias

Bettelheim, B. (1988) Psicoanálisis de los cuentos de hadas. México D. F.: Grijalbo.

Neill, A. S. (2004) Summerhill. Un punto de vista radical sobre la educación de los niños. México D.

F.: Fondo de cultura económica

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