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1 David Becerra Mayor Universidad Autónoma de Madrid LA REPÚBLICA EN LA NOVELA ESPAÑOLA ACTUAL: LA LIQUIDACIÓN DE LA HISTORICIDAD I Un paseo por las librerías o un simple vistazo a las listas de los títulos más vendidos en España bastaría para constatar que en los últimos años el tema de la República y de la Guerra Civil ha cobrado un especial protagonismo en la novela española. Dejando de lado la cuestión de la Guerra Civil, que en este momento –ciñéndonos al contenido de estas Jornadas- no nos compete, es nuestro propósito analizar el modo en que aparece tratada y retratada la República española en nuestra literatura actual, a través de tres novelas publicadas recientemente: La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina, Inés y la alegría de Almudena Grandes y Riña de gatos de Eduardo Mendoza 1 ; novelas, todas ellas, que han gozado de una notable acogida por parte del público y de la crítica. Del mismo modo, trataremos de mostrar –y aun de demostrar- la matriz ideológica que produce la aparición de este tipo de novela de corte histórica y los efectos asimismo ideológicos que dichas novelas producen en nuestra concepción del pasado y, por extensión, de nuestro presente mismo. En primer lugar, es preciso señalar que las tres novelas en cuestión proyectan una imagen de la República muy distinta entre sí. Y aunque es de rigor profundizar en aquellos aspectos que diferencian a las tres novelas, también será necesario no desatender el fondo común de todas ellas. Porque, en efecto, poco o nada tiene que ver la República que nos presenta Muñoz Molina en su novela La noche de los tiempos con la que nos entrega Almudena Grandes con su Inés y la alegría. Porque si en la primera se ofrece una visión de la República que se incorpora –podemos decir sin temor a equivocarnos- a la tradición inaugurada por los escritores fascistas de guerra y 1 Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos, Barcelona, Seix Barral, 2009; Almudena Grandes, Inés y la alegría, Barcelona, Tusquets, 2010; Eduardo Mendoza, Riña de gatos. Madrid 1936, Barcelona, Planeta, 2010.

La República en la novela española actual

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David Becerra Mayor

Universidad Autónoma de Madrid

LA REPÚBLICA EN LA NOVELA ESPAÑOLA ACTUAL:

LA LIQUIDACIÓN DE LA HISTORICIDAD

I

Un paseo por las librerías o un simple vistazo a las listas de los títulos más vendidos en

España bastaría para constatar que en los últimos años el tema de la República y de la

Guerra Civil ha cobrado un especial protagonismo en la novela española. Dejando de

lado la cuestión de la Guerra Civil, que en este momento –ciñéndonos al contenido de

estas Jornadas- no nos compete, es nuestro propósito analizar el modo en que aparece

tratada y retratada la República española en nuestra literatura actual, a través de tres

novelas publicadas recientemente: La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina,

Inés y la alegría de Almudena Grandes y Riña de gatos de Eduardo Mendoza1; novelas,

todas ellas, que han gozado de una notable acogida por parte del público y de la crítica.

Del mismo modo, trataremos de mostrar –y aun de demostrar- la matriz ideológica que

produce la aparición de este tipo de novela de corte histórica y los efectos asimismo

ideológicos que dichas novelas producen en nuestra concepción del pasado y, por

extensión, de nuestro presente mismo.

En primer lugar, es preciso señalar que las tres novelas en cuestión proyectan

una imagen de la República muy distinta entre sí. Y aunque es de rigor profundizar en

aquellos aspectos que diferencian a las tres novelas, también será necesario no

desatender el fondo común de todas ellas. Porque, en efecto, poco o nada tiene que ver

la República que nos presenta Muñoz Molina en su novela La noche de los tiempos con

la que nos entrega Almudena Grandes con su Inés y la alegría. Porque si en la primera

se ofrece una visión de la República que se incorpora –podemos decir sin temor a

equivocarnos- a la tradición inaugurada por los escritores fascistas de guerra y

1 Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos, Barcelona, Seix Barral, 2009; Almudena Grandes, Inés y la alegría, Barcelona, Tusquets, 2010; Eduardo Mendoza, Riña de gatos. Madrid 1936, Barcelona, Planeta, 2010.

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posguerra2 que describían la República según la famosa expresión de “terror rojo”, en la

novela de Almudena Grandes, contrariamente, se nos presenta una República alegre y

festiva. En la novela de Mendoza, por su lado y debido al carácter paródico de su Riña

de gatos, se mantiene una distancia irónica con respecto al momento histórico narrado

y, con ello, la República no cumple otra función que la de aparecer como mero

trasfondo o decorado. Pero vayamos por partes.

La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina3 cuenta la historia de amor

imposible entre la hispanista americana Judith Biely y su protagonista Ignacio Abel, un

arquitecto de origen humilde -pero casado con la hija de un aristócrata español- que con

el estallido de la Guerra Civil decide abandonar España y con ello renunciar a su

proyecto de construcción de la madrileña Ciudad Universitaria. La trama transcurre

entre los últimos meses de la República y el inicio de la Guerra Civil española. La tesis

de la novela de Antonio Muñoz Molina propone una visión de la República en que ésta

se devora a sí misma conduciendo la situación política y social del país hacia una

inevitable guerra civil. Su reconstrucción histórica se basa en la teoría de que las

comúnmente denominadas “dos Españas” –la España roja frente a la España fascista-

destrozaron una “tercera” España intermedia, democrática y liberal, verdaderamente

republicana, por medio del conflicto bélico nacional. A lo largo de la novela, Muñoz

Molina ofrece al lector una serie de episodios cuyo objetivo no es otro que establecer

una igualación entre esas dos Españas que, situadas en el extremo, enterraron la única

posibilidad que ha brindado la Historia de construir una España sobre los valores de

progreso y racionalidad. Comunistas y fascistas, situados en el mismo nivel ideológico

y moral en la novela, destruyeron todo lo que se había logrado durante los años de

reformas de la República liberal.

Para desarrollar y afianzar su tesis, Antonio Muñoz Molina presenta en su

novela constantes referencias y descripciones del “terror rojo”. De este modo, se habla

del “verano demente y sanguinario de Madrid” (p. 320), de “las noches siniestras del

verano de Madrid” (p. 334), de los registros de trámite en la calle y en las casas (p. 661),

de las detenciones arbitrarias (pp. 648 y 724), de hombres matándose entre ellos como

2 Vid. Julio Rodríguez Puértolas, Historia de la literatura fascista española, Madrid, Akal, 2008, vol. I, p. 291 y ss. 3 Para un análisis más exhaustivo de la novela de Antonio Muñoz Molina, vid. David Becerra Mayor y Julio Rodríguez Puértolas, “Aproximación crítica a La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina”, La República de las letras, nº 120 (enero 2011), pp. 37-70.

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bandoleros (p. 84), de muertes debidas a la confusión o a la arbitrariedad (p. 82), etc., y

todo ello realizado desde la ilegalidad y a espaldas de un Ministerio de Gobernación

“que recuerda que sólo pueden practicar detenciones la Policía, la Guardia de Asalto y

la Guardia Civil” (p. 658), pero que es consciente –como lo es Negrín en la novela- de

que “somos un gobierno que no existe” (p. 815) y que “redactamos decretos que no

cumple nadie” (p. 816). La descripción que Antonio Muñoz Molina hace de la ciudad de

Madrid conduce al lector a interpretar que la ciudad de la resistencia del imaginario

republicano no era más que una ciudad sin ley controlada por pistoleros sanguinarios.

En la ciudad, bajo el dominio de la barbarie, “poco a poco las pistolas se habían ido

volviendo reales” (p. 340). Todos los personajes, salvo Ignacio Abel, llevan una pistola,

desde Eutimio, el capaz de las obras de la Facultad de Medicina, hasta el mismo Juan

Negrín, conscientes de la situación de peligrosidad en la que se encuentran. La

situación, bien parece, no está como para andar desarmado o desprotegido:

“No debería usted ser tan confiado, don Ignacio [le dice Eutimio]. Si usted me da su autorización

yo me encargo de que un par de compañeros del sindicato le den escolta cuando va usted de

inspección por los tajos (…) Hay mucho demente suelto, don Ignacio, nadie estamos a salvo” (p.

341).

Los pistoleros, por medio de la imposición del caos, aplican su orden, marcan el tempo

de la ciudad, incluido el ritmo de construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid. La

construcción se realiza a pesar de

… los propagandistas apocalípticos de la huelga y de la revolución libertaria que se presentaban

en los tajos blandiendo banderas rojas y negras y pistolas automáticas (p. 379).

Y poco después, le advierte el capataz al arquitecto:

-Los anarquistas, don Ignacio, un piquete de huelga. Han llegado en un coche, como en las

películas, delante de la Facultad de Medicina, y se han liado a tiros con los obreros del turno de

la mañana, llamándolos fascistas y traidores de la clase obrera. Pero les han respondido desde las

ventanas unos muchachos de la milicia socialista que estaban de vigilancia… (p. 380).

Más adelante, y una vez iniciada guerra, se dice lo que sigue:

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Parecía que íbamos a abolir el Estado burgués y por lo pronto en Madrid cada partido y cada

sindicato ya tiene su propia cárcel y su propia policía, además de sus propias milicias. Gran

adelanto. Supongo que nuestros enemigos están encantados con nosotros. En las milicias

anarquistas se somete a votación si conviene o no conviene atacar al enemigo y en las nuestras

fusilan por sabotaje a los pocos mandos militares que nos quedan si una ofensiva resulta un

desastre (p. 713).

Se habla, a lo largo de la novela, de tranvías incendiados, de casas en llamas, de

muebles y obras de arte lanzados desde los balcones a las plazas. Y, como no podía ser

de otro modo, no puede faltar el tan manido tópico de la quema de iglesias:

Desde un balcón varios hombres armados disparaban contra la torre de la iglesia, haciendo

repicar violentamente las campanas. Las llamas salieron por las ventanas más altas del colegio

después de un estallido de cristales. No sólo estarían ardiendo los polvorientos retablos barrocos,

las estatuas de santos de escayola pintada, los confesionarios de celosía siniestra junto a los que

Ignacio Abel se había arrodillado tanto tiempo: ardería la biblioteca, las bancas de las aulas, las

largas mesas del laboratorio, los mapamundis de hule, reventarían en esquirlas las vasijas de

vidrio y los tubos de ensayo (p. 628).

Pero ésta no es la República en la que cree el protagonista Ignacio Abel y acaso

tampoco su autor. La República en la que cree el protagonista, tal y como se deduce de

su conversación con Juan Negrín en un punto avanzado de la novela, es una República

que se funda sobre los valores de progreso y racionalidad, con el siguiente diagnóstico:

Necesitan estar mejor alimentados. Necesitan mejor calzado, tomar más leche de niños para que

no se les caigan los dientes. Necesitan tener más higiene y no traer tantos hijos al mundo.

Necesitan buenas escuelas y trabajos pagados decentemente, y a ser posible calefacción en

invierno. ¿Sería tan difícil de conseguir una organización racional del país que facilitara todo

esto? Una vez que todo el mundo coma a diario, y que haya electricidad y agua corriente

saludable, digo yo que sería el momento de ponerse a discutir sobre la sociedad sin clases o

sobre las glorias de la raza española (…) Fíjese que no hablo del socialismo, ni de la

emancipación, ni del fin de la explotación del hombre por el hombre. Yo no hago profesiones de

fe, y creo que usted tampoco (pp. 445-446).

Y más adelante:

La calidad de los dientes facilita la risa: se acuerda del dictamen de Negrín cuando observaba en

Madrid las caras de la gente con sus ojos de médico, los signos tristes de la malnutrición y la

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falta de higiene. ¡Leche pasteurizada y aceite de hígado de bacalao iban a ser los remedios del

atraso de España, calcio abundante para las dentaduras enfermas! (p. 837)

Junto a la alimentación resulta de igual modo fundamental el plan arquitectónico y

urbanístico que sólo existe en los bocetos de Ignacio Abel:

… los bloques de viviendas sociales que ya existían en sus cuadernos de bocetos, ventanas

amplias, terrazas, campos de deporte y parques infantiles, plazas con centros de asamblea y

bibliotecas públicas (p. 52)

Para Ignacio Abel la arquitectura era el instrumento más idóneo para la transformación

del mundo: “… una vivienda racionalmente concebida, con agua corriente y cuarto de

baño: no imaginaba formas más prácticas de mejorar el mundo (p. 261)”. Sin embargo,

el proyecto será imposible de realizar, como dice Negrín en otro lugar de la novela:

… bastarán dos generaciones para mejorar la raza, y nada de eugenesia, ni de planes

quinquenales. Reforma agraria y alimentación saludable. Leche fresca, pan blanco, naranjas,

agua corriente, ropa interior limpia; si nos dejaran tiempo, los otros y los nuestros… (p. 680. La

cursiva es nuestra).

Pero, como decíamos, Frente a esta visión de la República, marcada por el

dominio de un “terror rojo” que impide la modernización del país, Almudena Grandes

propone una República en la que el caos y la confusión que dominan el Madrid de los

últimos meses de la República y de los primeros días de la guerra, dejan paso, en Inés y

la alegría, a un Madrid festivo, lúdico y, sobre todo, donde lo que impera no es el terror

sino la alegría.

Inés y la alegría cuenta, a través del personaje de Inés, su protagonista, la

historia de la frustrada invasión de Arán por parte del ejército de la UNE (Unión

Nacional Española) por medio de la denominada “operación reconquista” durante el

mes de octubre de 1944. No obstante, y para ponernos en antecedentes no sólo

históricos sino también concernientes a la personalidad y el carácter de la protagonista,

la trama se inicia en los años de la República. Inés, hija de una familia acaudalada

madrileña, y hermana de uno de los líderes de Falange, empieza a frecuentar, fruto de su

relación de amistad con su vecina Aurora, el Lyceum Club que, como se define en la

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misma novela, es “el club femenino más moderno de Europa” (p. 69). Y es allí donde

Inés configura su propia imagen de la República. Para ella, la República representa:

…mujeres que fumaban y conducían sus propios coches, los poetas guapos y rubios que besaban

en la boca a escritoras rubias y guapísimas delante de todo el mundo, los poetas morenos que

tocaban el piano, y los dramaturgos de éxito que se emocionaban jugando con unos niños rotos y

tiñosos mientras contagiaban sus sonrisas a una cámara (70).

Se trata de una reconstrucción pop4 de la República española. Porque, en efecto, la

República, que se presenta como sinónimo de modernidad y belleza, se describe a partir

de elementos superficiales. Y observaremos, más adelante, cómo la belleza republicana

se define a través de sus mercancías. Avanzada la trama, Inés se encuentra en el pueblo

de los Pirineos de Bosost, con el Ejército de la UNE, donde se encarga de la cocina en el

campamento. En un pueblo vecino, al que se ha desplazado para adquirir los víveres

necesarios, se compra un vestido a través del cual proyecta su imagen de la República

española:

… aquel vestido tan sugerente, tan favorecedor, tan pasado de moda, que no habría llamado la

atención de nadie en otra época, cuando las mujeres podían ponerse guapas sin parecer

indecentes, cuando resultar atractiva no estaba prohibido, cuando llevar un cuello tan original

como aquel, con dos solapas pequeñitas que se cerraban con un botón casi en la garganta para

enmarcar un escote redondo y ni siquiera muy profundo, no era pecado. Un vestido que, sin

embargo, en el otoño de 1944 parecía un prodigio, un tesoro, un vicio escogido y clandestino (p.

286).

Y a renglón seguido:

No debería habérmelo comprado, me reproché mientras me lo ponía por encima para mirarme en

el espejo y seguir regañándome, no debería haber cedido a aquella tentación, una frivolidad, una

simpleza, pero tampoco podía dejarlo abandonado en su percha, porque aquella belleza de falda

amplia, ondulante, mangas estrechas y cuerpo ceñido, era lo mismo que yo, un superviviente de

la Segunda República Española (p. 287).

Frente a la belleza republicana, se oponen las puntillas del mundo de su infancia:

4 Vid. Fredric Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1991, p. 60.

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En aquella época [primavera de 1936], yo ya había empezado a pensar por mi cuenta, aunque eso

aún no lo sabía nadie, quizá ni siquiera yo misma, en la inmejorable familia de gente de orden en

la que había nacido. Mi infancia, plácida y confortable, almidonada como las sábanas de hilo

entre las que dormía, transcurrió en un país de puntillas blancas, donde todo cuanto existía, mi

ropa y la de mis muñecas, las cortinas de mi habitación y las de su casita, la colcha de mi cama,

las colchas de sus cunas, mis pañuelos y hasta las repisas de mi cocina de juguete, estaba

rematado con una monótona variedad de primorosas tiras de encaje. Cuando cumplí trece años,

miré a mi alrededor y decidí que las puntillas no me gustaban, pero nadie tuvo en cuenta mi

opinión. Tampoco la escucharon un par de años más tarde, cuando me obligaron a renunciar a la

equitación, quizás porque los caballos eran el único elemento de mi vida que no podía adornarse

con puntillas (p. 57)

Y también el peinado de su cuñada Adela:

… aquel tupé tan exagerado, característico del peinado que se había puesto de moda entre las

mujeres de los vencedores. “Arriba España”, llamaban a aquel enrome rulo de pelo que desafiaba

a la gravedad, trepando varios centímetros sobre sí mismo, para despejar la frente y alargar la

estatura de la interesada sólo a costa de deformar su perfil, un precio que sólo podían permitirse

las auténticas bellezas (p. 172)

Un peinado que, a su vez, representa el estancamiento que padece la España franquista:

Ya nadie lleva esos peinados de los años treinta, nadie excepto ellas, que han elegido vivir en un

paréntesis, un tiempo detenido y sin tupés, como si esos rollos de pelo, armados con algodón de

rama, que se llevan en España, no fueran más que otra versión del enemigo (p. 456)

Del mismo modo, y ya durante la Guerra Civil, en las páginas de Inés y la alegría el

denominado “terror rojo” no tiene cabida; bien al contrario, se describe un Madrid

festivo y alegre y sobre todo moderno. El Madrid en guerra se define por medio de

perfumes, sonrisas y besos en público:

… empecé a sentirme bien en aquel tumulto de gente despareja, misteriosamente integrada en un

conjunto armónico que tenía sentido pese a su dificultad, mujeres perfumadas, elegantes,

aceptando con una sonrisa la lumbre que les ofrecía un obrero que no se había quitado su ropa de

trabajo, señores impecablemente vestidos discutiendo a blasfemia pelada en las mesas de los

cafés, parejas de adúlteros a quienes les había tocado la lotería de besarse en las esquinas sin que

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nadie se parara a mirarles, oficiales de uniforme que sonreían con el puño en alto cuando

escuchaban aplausos a su paso, muchos extranjeros, Virtudes y yo, una multitud vivísima de

hombres y mujeres de aspecto familiar y naturaleza desconocida, un Madrid distinto,

insospechado, que seguía siendo el mismo y mi ciudad, a la que me sentía pertenecer como

nunca antes (81).

Resulta interesante contrastar esos “señores implacablemente vestidos” con los

personajes de clase alta de La noche de los tiempos que prescinden de sus signos de

distinción –joyas y pulseras, corbatas y la suavidad del afeitado, etc.- para confundirse

entre las masas y evitar su persecución. De este modo describe Muñoz Molina cómo el

terror rojo obliga a la burguesía a disimular su status por medio de la eliminación de

todo rasgo de distinción de clase:

… hoscos aspirantes a fugitivos, que intentaban no hacer visible su rango social: señoras de clase

alta sin pulseras ni joyas; hombres sin corbata o con una gorra o una boina y una chaqueta vieja

que no llegaban a disimular su origen, revelado, sin que ellos se dieran cuenta, por la suavidad de

su afeitado, por el buen corte del pantalón o el color rosado de las uñas (p. 649).

El caso de Eduardo Mendoza es bien distinto a las dos novelas comentadas. Riña

de gatos cuenta la historia de Anthony Whitelands, un reputado especialista en arte que

viaja a Madrid enviado por el oscuro coleccionista Pedro Teacher, con la misión de

comprobar la autenticidad de una colección de cuadros del aristócrata español don

Álvaro del Valle y Salamero, duque de la Igualada. La familia quiere vender los cuadros

para poder abandonar el país y huir de la tragedia que se avecina. Pero, una vez que

entra en contacto con la familia del Valle, Anthony descubre que su misión, en realidad,

consiste en autenticar un cuadro cuya autoría, desde un principio, se atribuye a

Velázquez. A medida que la trama avanza, el inglés se da cuenta de que la familia

quiere vender el cuadro al extranjero para comprar armas que suministrar a Falange.

Anthony Whitelands se encuentra de pronto en medio de una conspiración

internacional. La novela se convierte en una novela de intriga policial, con la República

de fondo. En medio de todo esto, la trama se completa con el triángulo amoroso entre

Anthony, Paquita (hija del duque) y José Antonio Primo de Rivera.

En la novela de Mendoza, como en la de Muñoz Molina y Almudena Grandes,

no faltan descripciones acerca de la situación política y social en la que se encuentra

Madrid en marzo de 1936, fecha en la que el inglés protagonista llega a la capital. La

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diferencia fundamental entre las dos novelas previamente descritas y Riña de gatos es

que en esta última se incorpora, siguiendo una técnica muy cervantina, el punto de vista

del personaje extranjero que permite describir la situación desde cierta distancia irónica.

Un primer ejemplo de lo que aprecia Anthony Whitelands al pisar Madrid es que las

calles se encuentran empapeladas de propaganda electoral y llamadas a la huelga y a la

insurrección:

Las fachadas de los edificios están cubiertas de carteles de propaganda electoral, rotos y sucios, y

de pasquines de todas las tendencias que invariablemente llaman a la huelga, a la insurrección y

al enfrentamiento (p. 17).

A medida que avanza la novela el inglés va adquiriendo conciencia sobre la situación

española a través, entre otras cosas, de la lectura de la prensa diaria:

De los grandes titulares y el derroche de signos de admiración saca una impresión general poco

atrayente. En muchas localidades de España ha habido choques entre grupos de partidos rivales

con el resultado aciago de algunos muertos y muchos heridos. También hay huelgas en varios

sectores. En un pueblo de la provincia de Castellón el párroco ha sido expulsado por el alcalde y

se ha organizado un baile dentro de la iglesia. En Betanzos a un Santo Cristo le han cortado la

cabeza y los pies. La clientela del bar comenta estos sucesos con gestos grandilocuentes y frases

sentenciosas mientras dan furiosas caladas a sus cigarrillos (p. 18).

Pero también, y sobre todo, a partir de la observación de las trifulcas callejeras que se

encuentra a su paso por Madrid:

Al llegar a la plaza (…) se encontraron con la banda de música, que en aquel momento se puso a

tocar La Internacional, y con todo el pueblo, que jaleaba y lanzaba gritos amenazadores contra el

edificio del Ayuntamiento y contra la iglesia, a pesar de que la iglesia estaba cerrada a cal y

canto y de que en el balcón del Ayuntamiento ondeaba la bandera tricolor. Los cazadores

[falangistas] tardaron un rato en darse cuenta del peligro que corrían y ese momento de

vacilación bastó para que un lugareño advirtiera su presencia y dirigiera la atención de los demás

hacia el grupo de señoritos. Uno de los cazadores quiso echar mano de la escopeta que llevaba

terciada, pero el ojeador, hombre de edad y de experiencia, se lo impidió. En actitud tranquila,

pero no desafiante, los cazadores empezaron a retroceder el paso y acabaron marchándose por

donde habían venido. Cuando se habían alejado un par de kilómetros, volvieron la vista atrás y

percibieron una columna de humo, de lo que infirieron que el populacho había pegado fuego a la

iglesia, siguiendo el ejemplo de tantos lugares de España (p. 46).

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Y en otro lugar:

En Cibeles se hizo a un lado para dejar pasar a un nutrido grupo de obreros con gorra y mandil

que se dirigía a una manifestación o un mitin, a juzgar por las pancartas y banderas que algunos

llevaban enrolladas. Gracias a su aventajada estatura, Anthony pudo ver estacionados en la Gran

Vía a unos jóvenes con camisa azul que contemplaban la escena con aire de desafío. Los obreros

les lanzaban miradas rencorosas (p. 62).

La situación de conflicto está presente en todas partes. También en una taberna, donde

el inglés cree asistir a una discusión taurina cuando en realidad se trata de un

enfrentamiento político entre obreros y falangistas:

Al principio pensó [Anthony] que se trataba de una de las habituales disputas taurinas, pero en

esta ocasión no era la tauromaquia la causa del alboroto. De los dos grupos enfrentados, uno,

más reducido en número, estaba formado por muchachos muy jóvenes, bien parecidos, bien

vestidos y bien alimentados. El otro estaba integrado por tipos rudos, menestrales y obreros, a

juzgar por la indumentaria, la gorra y el pañuelo de lunares anudado al cuello. El conflicto inicial

había alcanzado ya la fase de los insultos. Los obreros gritaban: ¡Fascistas!, a lo que los otros

respondían: ¡Rojos! Ambos coincidían en calificarse recíprocamente de ¡cabrones!

-Ya ve usted –dijo el vecino de Anthony cuando se hubo restablecido la calma en el

establecimiento-, antes se venía aquí a pelear por si era mejor Cagancho o Gitanillo de Triana…

Toreros, ¿me entiende? (…) Hoy: que si Mussolini, que si Lenin, que si la madre que los parió a

todos, dicho sea con perdón de las ideas de usted (pp. 53-54).

Más adelante, el protagonista se encuentra con que “los de la CNT y los falangistas

están en plena batalla campal” (p. 110), que “en la calle había tiros otra vez” (p. 112),

que “en Madrid y en el resto de España se han quemado varias iglesias” (p. 168), que

“ha muerto un bombero” (p. 169), que “Falange Española ha convocado un acto en el

cine Europa”, que “las organizaciones obreras han vuelto la espalda a los políticos y

sólo vacilaciones y disidencias internas les retraen de echarse a la calle a tomar el poder

por la fuerza” (p. 170), etc. De este modo, y en mitad del camino entre el “terror rojo”

descrito por Muñoz Molina y el ambiente festivo que trae en sus páginas la novela de

Almudena Grandes, en Riña de gatos “todo el mundo vaticinaba un inminente estallido

de violencia, pero hasta que no se produjera la tragedia, los españoles parecían

decididos a divertirse” (p. 84)

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II

Hasta aquí, una descripción somera de cómo se presenta y representa la República en la

novela española actual. Pero hay que ir más allá. La pregunta que debemos formularnos

a continuación es: ¿qué mecanismos se ponen en marcha en esta reconstrucción de la

República española en nuestra literatura actual? En la matriz ideológica del capitalismo

avanzado hallaremos la respuesta.

Desde que en 1989 el politólogo americano de origen japonés Francis Fukuyama

advirtiera que nos encontrábamos en el “fin de la Historia”, entendido éste como el

estadio último de la evolución histórica de la humanidad, lograda a partir de la

consolidación de la democracia liberal5, hemos estado asistiendo a una especie de

“milenarismo invertido en las que las premoniciones del futuro, ya sean catastróficas o

redentoras, han sido sustituidas por la convicción del final de esto o aquello (el fin de la

ideología, del arte o de las clases sociales; la crisis del leninismo, la socialdemocracia o

el Estado del bienestar, etc., etc.)”6. La ideología del capitalismo avanzado produce y

legitima una concepción del mundo acabado y perfecto, sin conflicto y sin

contradicciones, un mundo en el que el concepto de lucha de clases ha quedado obsoleto

debido a que si la lucha de clases se entendía como el motor de la Historia –como así lo

creemos desde el materialismo histórico- ésta queda de inmediato inhabilitada debido a

que la Historia ya ha alcanzado su fin. El motor de la lucha de clases se desactiva desde

que se concibe que no hay camino que recorrer.

La ideología del fin de la historia se detecta en la lógica interna de la literatura

del capitalismo avanzado. En nuestras tres novelas se observa la interiorización de un

discurso que indica que vivimos en un mundo perfecto y sin conflicto. La vuelta al

pasado encuentra su causa en la asunción de esta ideología: los autores una vez han

asumido que vivimos en un mundo sin conflicto, ¿con qué material construyen las

novelas? Porque sin conflicto no es posible la novela, según la definición de la misma

que propuso Bajtin en su clásico ensayo Teoría y estética de la novela. Es en su

capítulo central, titulado “Épica y novela (acerca de la metodología del análisis

5 Francis Fukuyama, “The End of History?”, National Interest, nº16 (Summer, 1989), pp. 3-16. El artículo fue después reformulado en su libro The End of History and the Last Man, New York, The Free Press, 1992. 6 Fredric Jameson, Op. cit., p. 9.

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novelístico)”7, donde Bajtin nos describe la novela según su carácter imperfecto,

abierto, su proyección de futuro y la presencia de un héroe problemático, en oposición

al universo cerrado y perfecto que representa la epopeya clásica. La cuestión es que si

nuestro presente –tal y como lo define la ideología dominante- es cerrado y perfecto, y

se ha producido la denominada “muerte del sujeto” ¿cómo es posible la novela? O en

otras palabras: ¿acaso vivimos tiempos no aptos para la novela? Bien lo parece. Por ello,

nuestros autores, que reproducen y legitiman la lógica del capitalismo avanzado, se ven

obligados a acudir a un tiempo histórico problemático, imperfecto y todavía abierto. Los

años de la República –y, por extensión, de la Guerra Civil española- son idóneos para su

propósito. Nuestros novelistas necesitan echar una mirada al pasado, a un pasado

convulso y conflictivo, para poder armar una trama novelesca.

La prueba se encuentra en las palabras que Almudena Grandes incluye en su

“Nota de la autora” que, a modo de epílogo, cierra su Inés y la alegría. Allí la autora

afirma escribir sobre los “momentos significativos de la resistencia antifranquista” con

el convencimiento de que sin esos “casi cuarenta años de lucha ininterrumpida (…)

nunca habría llegado a ser posible la España aburrida y democrática, desde la que yo

puedo permitirme el lujo de evocarla” (pp. 720-721). Resulta interesante comprobar de

qué forma tan transparente se exterioriza el inconsciente ideológico en apenas unas

líneas. En primer lugar, en esta frase se pone en juego la noción de continuidad histórica

propia del progresismo historicista que entiende la Historia como un continuum

temporal, lineal y homogéneo –contra la que se enfrentó en sus Tesis sobre el concepto

de Historia8 el heterodoxo marxista alemán Walter Benjamin. Esta noción, mecánica y

causal, que entiende el proceso histórico en tanto que acumulación de hechos heroicos,

borra las huellas de revolución y ruptura como parte constituyente de la Historia. El

segundo aspecto que participa en estas líneas de la autora de Inés y la alegría se

encuentra en el sintagma “lujo de evocarla” en relación con la definición que ofrece de

su presente y de su “España, aburrida y democrática”. Con la utilización de estos dos

adjetivos –aburrida y democrática- Almudena Grandes parece haber asumido la lógica

del capitalismo avanzado que define nuestro universo como perfecto y cerrado, carente

de conflicto. Una vez la autora ha interiorizado el discurso de que nuestro presente

7 Mijail Bajtin, “Épica y novela (acerca de la metodología del análisis novelístico), en Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus, 1989, pp. 449-485. 8 Walter Benjamin, Sobre el concepto de Historia, en Obras, libro 1/vol.2, Madrid, Abada, 2008, pp. 303-318.

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13

histórico es aburrido y no conflictivo, lo que podría considerarse como una suerte de

privilegio, la novelista se puede permitir el lujo de no hablar de su tiempo histórico –un

presente en el que no pasa nada-, sino de hablar de un tiempo pasado donde todavía

reside la acción, el conflicto, un futuro todavía por construir y, en definitiva, la

posibilidad de escribir una novela.

Llegados a este punto, es necesario traer a colación las palabras que Etienne

Balibar y Pierre Macherey escribieron en 1974: «El mandamiento primero de la

ideología literaria es: “Hablaré de todas las formas de lucha de clases salvo de aquella

que te determina inmediatamente»9. Y esto es de lo que nos está hablando el

inconsciente ideológico de Almudena Grandes no sólo en estas líneas, sino en la

totalidad de su novela; pero no sólo a través de ella habla la ideología, sino también de

Antonio Muñoz Molina y de Eduardo Mendoza y de sus dos novelas analizadas. Al

evocar un pasado conflictivo, como es el de la República y la Guerra Civil española, se

pone en funcionamiento el mecanismo ideológico que desplaza la posibilidad de tomar

conciencia de que nuestro presente es asimismo conflictivo. El lector, al observar los

conflictos del pasado que se describe en las tres novelas, creerá –por oposición a lo

narrado- vivir en un tiempo sin conflicto, pero no porque en su presente no exista el

conflicto, sino porque éste permanece invisibilizado, oculto, por la propia ideología

dominante y por uno de sus aparatos privilegiados de reproducción ideológica: la

literatura.

Pero existe algo más. Porque en esta vuelta al pasado, que se produce en la

última hora de la novela española, subyace, desde una perspectiva que podemos

designar neorromántica, una visión nostálgica del pasado, una sensación de pérdida de

un tiempo en el que todavía todo era posible. En este sentido, Juan Carlos Rodríguez

analiza la irrupción del folletín histórico del romanticismo a través de la noción de

pérdida y nostalgia, de un modo que bien puede aplicarse a nuestro objeto de estudio:

La novela histórica como género medievalista subraya siempre sin duda esta sensación de

pérdida, esta nostalgia de quien no encuentra su sitio (…), una nostalgia hacia un tiempo

9 Etienne Balibar y Pierre Macherey, “Sobre la literatura como forma ideológica”, en Louis Althusser et al., Para una crítica del fetichismo literario, Madrid, Akal, 1975, p. 32.

Page 14: La República en la novela española actual

14

perdido, el tiempo de los romances y de los ideales, frente a la prosa cotidiana de la vida que se

vivía fuera de la lectura10.

Porque, en efecto, la República representa –sobre todo en el caso de Almudena Grandes

pero también, aunque en menor medida, en las otras dos novelas- el retorno al lugar de

los hechos heroicos y de los ideales frente al tiempo aburrido y democrático, prosaico,

de nuestros tiempos posmodernos. Y, continuación, comentando el ensayo de Lukács

titulado, precisamente, La novela histórica, añade Juan Carolos Rodríguez que Lukács

insiste en “en que la novela histórica medievalista no es más que un retorno a la

“infancia de la humanidad””11. Del mismo modo, Lukács en su ensayo hace referencia

constantemente al componente evasivo del folletín historicista. Pues bien, ¿acaso

Almudena Grandes, cuando comenta los casi cuarenta años de lucha ininterrumpida que

nos han conducido a esta España democrática y aburrida, no está ofreciendo una visión

nostálgica de la infancia –por supuesto perdida- no de la humanidad pero sí de nuestros

tiempos actuales? ¿Al hablar del pasado no ofrece la novela una evasión del presente?

Parece que sí.

El pasado como nostalgia, en efecto, es propio de la lógica posmoderna del

capitalismo avanzado, si seguimos las tesis de Fredric Jameson. En sus análisis sobre la

posmodernidad, el crítico americano analiza los efectos ideológicos que produce la

estética de la nostalgia y advierte que, en definitiva, su función no es otra que “empañar

su contemporaneidad”12. La visión nostálgica del pasado, dice Jameson, confiere

… a la realidad actual y a la apertura del presente histórico la distancia y el hechizo de un espejo

reluciente. Pero esta nueva e hipnótica moda estética nace como síntoma sofisticado de una

liquidación de la historicidad, la pérdida de nuestra posibilidad vital de experimentar la historia

de un modo activo13.

En efecto, la reconstrucción nostálgica del pasado impide al lector reconocerse en el

pasado y experimentar la historia de un modo activo, debido a que, como frente al

espejo reluciente o el cristal empañado, le impide ver su propio rostro reflejado y

aprehender la contemporaneidad del pasado histórico. Esto se produce debido a que al 10 Juan Carlos Rodríguez, “A propósito de la novela histórica”, De qué hablamos cuando hablamos de literatura, Granada, Comares, 2002, p. 258. 11 Ibid., p. 258. Vid. Gyorgy Lukács, La novela histórica, México, Era, 1966. 12 Fredric Jameson, Op. cit., p. 52. 13 Ibid., p. 52.

Page 15: La República en la novela española actual

15

pasado, interferido por la nostalgia, se le ha arrebatado su propia historicidad. Por este

motivo la novela histórica de la posmodernidad es una novela sin historicidad o, lo que

es lo mismo, deshistorizada.

En las tres novelas que venimos analizando observamos cómo, en su lógica

interna, actúa esta liquidación de la historicidad a través de tres formas asimismo

distintas. En la primera de ellas, en La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina,

no sólo hay un falseamiento de la Historia al situar en el mismo plano ideológico y

moral al fascismo y al comunismo. En la novela de Muñoz Molina hay una referencia

constante a los males endémicos de España que, en última instancia, son los que

provocan la estampida de salvajismo y barbarie –a través del fascismo y del movimiento

obrero. La Guerra Civil española se interpreta en La noche de los tiempos como

consecuencia de la fatalidad histórica que persigue a España desde sus orígenes, como

un mal atávico y endémico del que el país no se puede desprender, pues no se puede

“salvar a España de sus enemigos ancestrales” (p.411). Muñoz Molina ofrece una

lectura de la Historia de España, y concretamente de la Guerra Civil, borrando la huella

de todo componente político e histórico. No hay Historia, sólo repetición de los mismos

males atávicos que, desde el principio de los tiempos, ha recorrido la Historia de

España. No se describen los procesos históricos. No hay Historia en esta novela

histórica que Muñoz Molina nos presenta: sólo la reincidencia de un mal que hace de

España un país reticente a la modernización y al progreso14.

Por otro lado, para analizar la liquidación de la historicidad en Riña de gatos de

Eduardo Mendoza, no debe pasar desapercibida la carta que el protagonista Anthony

Whitelands escribe a su amante inglesa Catherine. La carta dice lo siguiente:

¡Oh, Catherine, mi adorada Catherine, si pudieras ver este magnífico espectáculo comprenderías

el estado de ánimo con que te escribo! Porque no es sólo un fenómeno geográfico o un simple

cambio de paisaje, sino algo más, algo sublime. En Inglaterra, como en el norte de Francia, por

donde acabo de pasar, la campiña es verde, los campos son fértiles, los árboles son altos, pero el

cielo es bajo y gris y húmedo, la atmósfera es lúgubre. Aquí, en cambio, la tierra es árida, los

campos secos y cuarteados, sólo producen mustios matojos, pero el cielo es infinito y la luz,

heroica. En nuestro país andamos siempre con la cabeza baja y la vista fija en suelo, oprimidos;

aquí, donde la tierra nada ofrece, los hombres andan con la cabeza erguida, mirando el horizonte.

Es tierra de violencia, de pasión, de grandes gestos individualistas. No como nosotros, uncidos a

14 Vid. David Becerra Mayor y Julio Rodríguez Puértolas, Art. cit., p. 60.

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16

nuestra estrecha moral y a nuestras nimias convenciones sociales (…). Sumergidos en la

pequeñez de nuestra mediocre climatología moral, no lo podíamos percibir, nos parecía algo

insuperable que estábamos faltamente obligados a sufrir. Pero ha llegado el momento de nuestra

liberación, y es el sol de España el que nos lo ha revelado (pp. 7-8).

Resuenan en cada una de las frases que componen el texto un eco nítidamente

noventayochista. El determinismo ambiental propio de los autores del 98 emerge en

estas primeras líneas de la novela. La violencia que en las siguientes páginas va a

encontrar el inglés en España ya tienen, desde el principio mismo, explicitada su causa:

el clima. La explicación de los hechos no son consecuencia de los procesos históricos,

sino, y muy al contrario, del cielo infinito y de la luz heroica, de la tierra árida y de los

campos secos. ¿Estamos ante el mito tradicionalista donde “el ahora es igual o casi

igual que entonces, en una España que, en lo esencial, no cambia nunca”15? Así parece.

Porque, según nos muestra la novela, la historia de Velázquez se repite –o tal vez habría

que decir que se reencarna- en la vida de nuestro protagonista inglés. Los paralelismos

entre ambos son constantes a lo largo de Riña de gatos. El primer paralelismo que se

establece entre el pintor y el inglés es la edad: “Velázquez pintó el retrato de don Juan

de Austria a la misma edad que ahora tiene el inglés que lo contempla sobrecogido” (p.

20). Pero es en el carácter de ambos donde se establecen las similitudes: ambos son

descritos en la novela como hombres cuya vida personal carece de relieve, que además

no sienten el más mínimo interés por la política y que se han situado siempre al margen

de las intrigas palaciegas el uno y académicas el otro. No obstante, ambos se presentan

como personas con una fuerte, aunque disimulada, ambición de poder o de

reconocimiento. Velázquez dejó de pintar, se nos cuenta en la novela, cuando obtuvo

algo de poder, en forma de cargo burocrático y Anthony Whitelands se encuentra

continuamente pensando en el prestigio que habrá de adquirir cuando haga público su

descubrimiento del Velázquez insólito. Aunque la similitud más marcada se localiza en

el triángulo amoroso en el que se ven inmersos los dos personajes. En efecto, Velázquez

se encuentra en medio de la relación entre don Gaspar Gómez de Haro y su esposa

Antonia de la Cerda, mientras que el inglés se encuentra en idéntica situación entre José

Antonio Primo de Rivera y la hija del duque de la Igualada, Paquita. Baste un ejemplo

para señalar la asociación: 15 Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas e Iris M. Zavala, Historia social de la literatura española, Madrid, Akal, 2000, vol. 2, p. 156.

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17

El frío humor de Paquita no era el ingrediente más adecuado para despertar el ardor del inglés, al

cual, por otra parte, no se le escapaba lo absurdo de la situación ni las consecuencias nefastas

para todos que por fuerza había de tener aquella aventura. Pero estas reflexiones nada podían

contra la presencia física de Paquita en el reducido espacio de la habitación, cuya atmósfera

parecía haberse cargado de electricidad. Esto mismo debió de experimentar Velázquez por la

mujer de don Gaspar Gómez de Haro, con grave peligro de su posición social, de su carrera

artística y de su vida, pensó Anthony mientras abandonaba toda cordura y se precipitaba en

brazos de la adorable joven (pp. 274-275).

¿La Historia se repite o, como se pregunta Paquita en otro momento, con destreza

posmmoderna, no será que el inglés se está apoderando “de Velázquez y lo ha moldeado

a su imagen y semejanza” (p. 73)?

Otra forma de cuestionar la noción clásica de Historia se encuentra en la

deconstrucción de la Historia al servirse de elementos ficticios, que sólo funcionan

dentro de la novela, para explicar sucesos históricos que sucedieron fuera de la misma .

Fijémonos en este episodio de la novela, como ejemplo: la duquesa observa que su hija

Paquita está triste y como sospecha que la causa de los males que le aturden no es otra

que su amor por José Antonio Primo de Rivera, decide reunirse en secreto con el

presidente Niceto Alcalá Zamora para pedirle que detenga al líder falangista:

-He venido a pedirte un pequeño favor. Algo entre tú y yo, Niceto. Para venir me he escapado de

casa por la puerta trasera (…) Quiero que metas en la cárcel al marqués de Estella. Prométeme

que lo harás, Niceto, por nuestra antigua amistad [ambos son naturales de la localidad cordobesa

de Priego]

-¿Al hijo de Primo? Cáspita, a veces no me faltan ganas, lo reconozco (…) Pero lo que me pides

escapa a mi capacidad, Maruja. Yo no soy un dictador. Debo velar por la legalidad republicana,

con la palabra y más aún con el ejemplo.

(…)

-Ese marquesito de nuevo cuño es la fuente de donde brotan todos mis pesares –dijo-. Ayer

mismo sorprendí a mi hija mayor hecha un mar de lágrimas. No me quiso decir el motivo pero a

una madre no hace falta contarle según qué cosas. El marquesito la ronda desde hace tiempo (…)

(…)

-No llores, Maruja. Te diré lo que voy a hacer. Daré instrucciones a la policía para que lo

detenga con cualquier pretexto

Page 18: La República en la novela española actual

18

(…) Cuando quedó a solas, Alcalá Zamora hizo que llamaran al ministro de la Gobernación y

cuando lo tuvo al aparato le encomendó la busca y captura de José Antonio Primo de Rivera.

Algo sorprendido, don Amós Salvador se atrevió a poner objeciones.

-Legalmente no habrá problema, señor Presidente. Pero el Jefe Nacional de la Falange en la

cárcel es una bomba de relojería. Sus escuadras se echarán a la calle. Y no podemos encerrarlos a

todos.

-Encierra a unos cuantos capitostes. Ya sabes, diezmar las filas, provisionalmente. En este país,

pasar una temporadita a la sombra no es ningún desdoro. A mí me detuvieron en el 31. Mételos

en la Modelo, y si se arma jarana, los sacas de Madrid y los llevas a un sitio tranquilo: a Lugo, a

Tenerife, a Alicante, a donde se te ocurra. Allí estarán a salvo de los demás y de sí mismos

(p.408-409-410)

Se trata de la detención histórica del 14 de marzo de 1936, fecha en la que José Antonio

ingresa en la Modelo de Madrid por posesión ilícita de armas. Más tarde, el 5 de junio,

como se anuncia en la novela, será trasladado a la prisión de Alicante. El autor, al situar

en el mismo nivel ontológico la realidad y ficción, la Historia y la literatura, está

convirtiendo la Historia igualmente en relato de ficción, siguiendo la estela de la escuela

hermenéutica y narrativista de la Historia de Paul Ricoeur y Hayden White16. O lo que

es lo mismo: está liquidando la historicidad del pasado descrito.

Por último, Almudena Grandes afirma haber escrito Inés y la alegría para

combatir “la Historia con mayúsculas” como una forma de rescatar del olvido y del

silencio las vidas de los combatientes que lucharon y emprendieron la denominada

“operación reconquista”:

En el silencio, perece la memoria de unos cuantos miles de hombres que arriesgaron su vida por

la libertad y la democracia de su país (…) hoy nadie los recuerda porque nadie sabe que

existieron, ni el precio que pagaron por ajustar sus acciones a su conciencia (…) Ciento

veintinueve, algunos más o muchos menos, los soldados de la UNE que no lograron salir vivos

de Arán, murieron para que nadie lo sepa. La Historia con mayúscula de los documentos y los

manuales los ha barrido con la escoba de los cadáveres incómodos, hasta esconderlos debajo de

la alfombra que marca el sendero que condujo a su patria hacia el futuro, y allí siguen, cubiertos

de polvo, rebozados en pelusas (pp. 483-484)

16Paul Ricoeur, Historia y narratividad, Paidós-Universitat Autònoma de Barcelona, 1999; Hayden White, El texto histórico como artefacto literario, Universitat Autònoma de Barcelona-Paidós, 2003

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19

Aunque la finalidad que propone la autora –salvar del olvido y del silencio a quienes

lucharon libertad en España- dignifica a la obra, y aunque debe considerarse como un

rasgo positivo el hecho de que se pretenda cuestionar la Historia oficial que, como dice

el texto, siempre la escriben los vencedores, creo que Almudena Grandes se confunde

de enemigo. Porque es bien distinto hablar de la Historia oficial de los vencedores, que

imponen su visión del mundo por medio de una tradición que ellos mismos escriben –

que es lo que Benjamin llamaría historicismo17- y otra, muy distinta, es la ciencia de la

Historia. Y Almudena Grandes, cómo se verá, al cuestionar la vigencia de lo que

denomina “Historia con mayúscula” arremete contra esta última y nada dice sobre los

que escriben imponen su visión histórica. Vamos a verlo. La autora propone que, debido

a que la Historia con mayúscula conduce al olvido y silencia a las víctimas, se debe

escribir Historia en “minúsculas”, o lo que es lo mismo, una reconstrucción de la

Historia fuera de las nociones clásicas de objetividad y racionalidad. Su propuesta

consiste en introducir de elementos irracionales como la pasión, el amor, los celos, la

ambición y acaso la venganza y el despecho para explicar la Historia. Para ello

Almudena Grandes se sirve en la novela una frase que se repite como un estribillo desde

la primera hasta la última de sus páginas: “La Historia inmortal hace cosas raras cuando

se cruza con el amor de los cuerpos mortales”18. La frase no tiene desperdicio, si nos la

analizamos detenidamente. En primer lugar, es obligado señalar la antítesis

inmortal/mortal referida a la Historia y a los cuerpos mortales respectivamente; ante lo

cual habrá que preguntarse, ¿en qué sentido la Historia es inmortal? ¿Acaso se propone

que la Historia con mayúscula –la que recogen los manuales de Historia, racionalista y

fría- es inexacta porque no tiene en cuenta el amor como variable? ¿La Historia no se

puede narrar, es inenarrable, debido a que es impredecible, ya que en ellas participan

individuos asimismo impredecibles, esto es, los “cuerpos mortales”? O, por último,

¿acaso el adjetivo “inmortal” se refiere a que la Historia, en tanto que inmortal, es

siempre igual a sí misma? En cualquier caso, parece que la Historia con mayúscula,

parece quedar inhabilitada a causa de la presencia de los “cuerpos mortales”,

imperfectos, impredecibles, llenos de pasión y odio, que la habitan:

17 Vid. Walter Benjamin, Tesis VII, Op. cit., pp. 307-308 18 Aparece en las páginas 23, 28, 35, 36, 471, 481, 671, 680, 681, 689, 698.

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La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales. O

quizás no, y es sólo que el amor de la carne no aflora en la versión oficial de la historia que

termina siendo la propia Historia, con mayúscula severa, rigurosa, perfectamente equilibrada

entre los ángulos rectos de todas sus esquinas, que apenas condesciende al contemplar los

amores del espíritu, más elevados, sí, pero también mucho más pálidos, y por eso menos

decisivos. Las barras de carmín no afloran a las páginas de los libros. Los profesores no las

tienen en cuenta mientras combinan factores económicos, ideológicos, sociales, para delimitar

marcos interdisciplinares y exactos, que carecen de casillas en las que clasificar un

estremecimiento, una premonición, un grito silencioso de dos miradas que se cruzan, la piel

erizada y la casualidad inconcebible de un encuentro que parece casual, a pesar de haber sido

milimétricamente planeado en una o muchas noches en blanco. En los libros de Historia no

caben unos ojos abiertos en la oscuridad, un cielo delimitado por las cuatro esquinas del techo de

un dormitorio, ni el deseo cocinándose poco a poco, desbordando los márgenes de una fantasía

agradable, una travesura intrascendente, una divertida inconveniencia, hasta llegar a hervir en la

espesura metálica del plomo derretido, un líquido pesado que seca la boca, y arrasa la garganta, y

comprime el estómago, y expande por fin las llamas de su imperio para encender una hoguera

hasta en la última célula de un pobre cuerpo humano, mortal, desprevenido (pp. 23-24).

Frente a la ciencia de la Historia, Inés y la alegría propone el acercamiento a la misma

donde los elementos objetivos –“factores económicos, ideológicos, sociales”- se

desplazan a favor de lo irracional: el carmín en los labios, los ojos en la oscuridad. En

definitiva, se trata de una propuesta en la que la Historia con mayúscula queda

desplazada por la una “historia en minúscula”:

La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales, pero

más allá del inmutable, azaroso milagro que labran dos miradas al cruzarse, los seres humanos

somos tiempo, historia en minúscula (pp. 689-690).

Esta historia en minúscula supone una pérdida de historicidad debido a que ensalza

episodios que pueden tildarse de accidentales a elementos constituyentes del devenir

histórico. La Historia desaparece en sentido fuerte para ofrecer una visión débil de la

misma. Porque en Inés y la alegría todo el conflicto histórico que se retrata queda

reducido a dos historias de amor problemáticas: la de Dolores Ibárruri con Francisco

Antón, por un lado, y la de Jesús Monzón con Carmen de Pedro, por el otro. La novela

nos dice, en uno de sus capítulos finales, que nada de lo que ha sucedido en la Historia

hubiera sido posible sin el amor y el desamor, sin el despecho y el rencor, que sintieron

estos personajes. Porque, en efecto, estos cuerpos inmortales y enamorados tomaron

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decisiones políticas -de vital importancia para el devenir de la Historia- guiados por el

corazón y no por la cabeza; decisiones que terminan siendo nefastas porque el amor les

impidió medir las graves consecuencias políticas que iban a conllevar sus actos.

Aunque la cita es larga, es imprescindible sacar a colación estos párrafos pues

constituyen la clave de la novela:

La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales.

Si en la primavera de 1939 Dolores Ibárruri no hubiera estado enamorada de Francisco Antón,

no se habría marchado a Moscú con la angustia de dejarlo abandonado en Francia, y tal vez se

había pensando mejor en qué manos depositar la responsabilidad de dirigir el Partido al norte de

los Pirineos.

Si unos meses después, Carmen de Pedro no se hubiese enamorado de Jesús Monzón,

seguramente se habría limitado a ventilar por las mañanas y quitar el polvo de vez en cuando, tal

y como la dirección esperaba de ella.

Si el amor de Pasionaria no hubiera sido tan grande, tan auténtico que, en lugar de disminuir,

creció con la distancia de un mundo en guerra, nunca habría aprovechado la ocupación alemana

de Francia para mostrar en público la debilidad que le impulsó a pedirle un favor personal a

Stalin.

Si tanto amor no hubiera logrado el milagro de que Francisco Antón fuera liberado de su

cautiverio, y despachado a Moscú en el primer avión, el Buró Político del PCE habría seguido

teniendo un representante en Europa Occidental.

Si Paco no se hubiera reunido con Dolores en la otra punta del continente, Jesús Monzón no se

habría atrevido a salir a la luz en el verano de 1940.

Si el amor de Carmen a Pedro no hubiera sido tan ferviente, tan constante como para animarla a

desafiar, tan pequeña como era, a la cúpula del Partido, Jesús Monzón nunca habría llegado a ser

el máximo dirigente del PCE en Francia y en España.

Si Jesús Monzón no hubiera llegado a estar tan seguro del amor de aquella mujer, no se habría

atrevido a marcharse a Madrid en marzo de 1943.

Si Carmen de Pedro no hubiera estado dispuesta a hacer lo que fuera con tal de recuperar el

favor, el amor de aquel hombre, la invasión militar del valle de Arán no habría llegado quizá a

producirse.

Y entonces, la inefable Pilar Franco Bahamonde no habría podido escribir en sus memorias que

sólo recordaba haber visto a su hermano fuera de sus casillas en 1944, cuando lo de los maquis.

Ni que el Generalísimo procuró ocultárselo a los españoles para que no se preocuparan.

Las barras de carmín no afloran a las páginas de los libros. El amor de la carne mortal se

desvanece en esa versión oficial de la historia que termina siendo la propia Historia, con una

mayúscula severa, rigurosa, perfectamente equilibrada entre los ángulos rectos de todas sus

esquinas, que apenas condesciende a contemplar los amores del espíritu.

Page 22: La República en la novela española actual

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La Historia con mayúscula desprecia los amores del cuerpo, la carne débil que la distorsiona, la

desencaja, la desordena con una saña que no está al alcance de los amores del espíritu, más

prestigiosos, sí, pero también mucho más pálidos, y por eso menos decisivos (698-699).

La Historia –o “historia”, así en minúsculas, habría que escribir- no hubiera sido tal y

como la hemos conocido si Pasionaria en la primavera de 1937, no hubiera decidido

pintarse “los labios sólo para él” (p. 26). Sin ese amor, nos dice la novela, todo hubiera

sido muy distinto. Las condiciones objetivas de los procesos históricos quedan fuera del

universo que nos describe Almudena Grandes, donde son los episodios minúsculos e

íntimos los que tienen la capacidad de cambiar la Historia. Tras la descomposición de

los “grandes relatos”, en el sentido expuesto por Lyotard19, sólo nos queda observar el

mundo y nuestra Historia desde la lógica de los minúsculos e íntimos relatos, como la

novela propone.

Hemos visto, con el análisis de estas tres novelas –La noche de los tiempos de

Antonio Muñoz Molina, Inés y la alegría de Almudena Grandes y Riña de gatos de

Eduardo Mendoza- tres formas muy distintas de representar la República española. Un

análisis de estas diferencias resulta útil para entender el posicionamiento de cada uno de

estos autores con respecto a la República española, que hoy homenajeamos en estas

Jornadas. No obstante, como decíamos arriba, no conviene perder de vista el fondo

común de las tres visiones expuestas. Porque tanto la novela de Mendoza como la de

Muñoz Molina o la de Almudena Grandes funcionan como el espejo reluciente o

empañado del que nos hablaba Jameson, impidiendo al lector reconocerse en el pasado

y, por consiguiente, experimentar la historia en un sentido activo. La liquidación de la

historicidad anula la posibilidad de participar en un movimiento histórico, porque si la

Historia no es más que la repetición de un mal endémico siempre igual a sí mismo,

porque si la Historia se encuentra en el mismo nivel ontológico que la ficción, y porque

si la Historia sólo depende de una buena o mala noche de amor, ¿para qué la acción

política? Aunque claro, se me puede argüir que la pregunta se encuentra fuera de lugar,

ya que nos encontramos en el “fin de la Historia” donde la posibilidad de una alternativa

también se ha liquidado. Pero no. Todavía el final no está escrito. Solamente tenemos

que desenmascarar estos discursos y analizarlos como lo que verdaderamente son: el

resultado de las relaciones de producción del capitalismo avanzado y, en tanto que ello, 19 Jean- Françoise Lyotard, La condición posmoderna, Madrid, Cátedra, 2008.

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cumplen la función de reproducir y legitimar su ideología y, asimismo, de socializar o

naturalizar sus efectos.