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la Universidad Juárez del Estado de Durango;...durango, durango, México 1 mil ejemplares más sobrantes de reposición dIrectorIo c.P. rubén calderón luján rector de la unIversIdad

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Transición es el órgano de difusión oficial del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Juárez del Estado de Durango; su publicación es anual, más los números especiales que se publiquen durante el año. La concepción expresada en los trabajos firmados, es la de sus autores y no coincide necesariamente con la del Instituto, excepto que se indique lo contrario. Los trabajos que aparecen en la revista pueden reproducirse siempre y cuando se mencione la fuente, pero cuando con la reproducción se desee hacerlo en una publicación comercial se requerirá autorización del Instituto de Investigaciones Históricas de la UJED.

InstItuto de InvestIgacIones HIstórIcas de la unIversIdad Juárez del estado de durango r e v I s t a d e e s t u d I o s H I s t ó r I c o s

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conseJo asesordra. Marie-areti Hers. unaM

dra. clara Barguellini cioni. unaM

dr. aurelio de los reyes. unaM

dra. chantal cramausel vallet. colmich

dr. salvador álvarez. colmich

dr. Manuel Miño grijalva. colmex

dr. ramón Kuri camacho. BuaP

dr. José Francisco román gutiérrez. uaz

dr. Mario cerutti. uanl

conseJo edItorIalMtro. ricardo león. uacJ

dra. rocío gonzález Maíz

dr. arturo carrillo. uas

dr. gustavo aguilar. uas

dra. laura gema Flores garcía. uaz

Mtra. gloria estela cano cooley. uJed

Mtra. lorena díaz rodríguez. uJed

Mtro. Mauricio Yen Fernández. uJed

lic. gabino Martínez guzmán. uJed

dr. José de la cruz Pacheco rojas. uJed

Mtra. María guadalupe rodríguez lópez. uJed

dr. luis carlos Quiñones Hernández. uJed

dr. Miguel vallebueno garcinava. uJed

diseño: Mano de PaPel

Ilustraciones: Jorge garnica y santiago solís

cuidado de la edición: luis carlos Quiñones Hernández

transición

Impreso en los talleres de Imprenta gonzález

gómez Palacio 1218, zona centro, (618)152-27-50

durango, durango, México

1 mil ejemplares más sobrantes de reposición

dIrectorIoc.P. rubén calderón luján

rector de la unIversIdad Juárez

del estado de durango

dr. salvador rodríguez lugo

secretarIo general de la uJed

Mtra. María guadalupe rodríguez lópez

dIrectora del InstItuto de

InvestIgacIones HIstórIcas uJed

dr. luis carlos Quiñones Hernández

dIrector de la revIsta

transIcIón IIH-uJed

contenIdo

Tobosos, salineros e indios aliados La “sinagoga” del Tizonazo y la guerra de resistencia indígena en la Nueva Vizcaya durante el siglo XVII

10 64

98 110

José de la cruz

PacHeco roJas,

luIs carlos

QuIñones

Hernández

38

El mito del camino de los muertos en la cosmovisión tepehuana

eFraín

rangel guzMán

“El llano en llamas”Viejas y nuevas consideraciones en torno a la historia regional

Manuel

MIño grIJalva

Ferrería de Piedras Azules: el primero de los intentos siderúrgicos en Durango

Pedro

raIgoza reYna

Paradojas en la historia de la minería y el comercio en el norte novohispano

IgnacIo

del río

M I s c e l á n e a

124

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Se puede suponer que la labor editorial es una tarea fácil por la naturaleza secundaria, y casi accesoria, con que se la ve en al-gunos espacios consagrados fundamentalmente a la academia y la investigación, donde de ordinario se prefiere dejar que otros realicen la extenuante labor de coordinar los esfuerzos para la publicación de una obra que generalmente es de terceros. Pero se supone mal. La publicación en forma de libros y revistas de los avances de investigación y de las investigaciones concluidas, no sólo demanda un tiempo y un esfuerzo que a menudo no se tienen, o que, cuando están disponibles hay que combinarlos con la actividad cotidiana que uno realiza en la Universidad. Editar la Revista Transición del Instituto de Investigaciones Históricas de la UJED, demanda el esfuerzo colegiado de los miembros de su Consejo Editorial y de su cuerpo de asesores externos que laboran para nuestra universidad y para otras importantes universidades de México y el mundo.

Lo que subyace al trabajo editorial, y que generalmente no se ve, es una serie extenuante de tareas que supone el proceso de análisis y dictaminación de los trabajos a publicar, las múl-tiples revisiones de las llamadas galeras, la preparación formal de los textos, la revisión y corrección de estilos, la preparación de los gráficos y la composición de las versiones finales de los

PresentacIón

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sino para la transmisión de conocimientos nuevos sobre las reali-dades pasadas y presentes de la historiografía de la región norte de México. En Transición hemos recogido las voces de prestigiados investigadores locales, nacionales y extranjeros que han endereza-do su crítica a nuestra publicación con el propósito de mejorarla, y apuntado las formas para cumplir con la requisitoria administra-tiva y editorial de los cuerpos colegiados que califican las revistas arbitradas en nuestro país. Esa es la meta inmediata de Transición; lograr su incorporación en el mediano plazo al padrón de revistas con arbitraje del CONACYT.

En esta entrega número 36 de nuestra publicación, presenta-mos los trabajos de investigadores nacionales de El Colegio de México, la Universidad Nacional Autónoma de México y El Co-legio de Michoacán: los doctores Manuel Miño Grijalva, Ignacio del Río y Efraín Rangel respectivamente. Del ámbito local presen-tamos los trabajos de José de la Cruz Pacheco Rojas y Luis Carlos Quiñones Hernández, Guadalupe Rodríguez López, Gloria Estela Cano, Beatriz Valles y Pedro Raigoza Reyna. Todos ellos abordan-do temas relativos, unos, a la reflexión epistemológica y teórico metodológica de la construcción de la historia regional, y otros, a los temas centrales de la historiografia del norte de México donde pueden verse trabajos sobre la cosmovisión de los tepehuanes, el papel de los grupos indígenas de Durango y sus procesos de rebelión y pacificación, y sobre la vida social y cultural de las di-versas etapas de la historiografía local.

Este 2008 celebramos diecinueve años de vida pública de Transición. Dejemos pues, que sea ella misma la que nos mues-tre la fortaleza de su trabajo de construcción de la historia aca-démica de Durango y del norte de México, y que nosotros, sus hacedores, sigamos siendo los garantes de su consolidación his-toriográfica y editorial. Si queremos encontrar al diablo en sus rincones, busquémoslo a nuestro lado que hace ya buen tiempo que anda suelto.

El director

artículos, reseñas y avances de investigación y las portadas y el diseño de los interiores, sin contar las absorbentes reuniones de trabajo para determinar los criterios para la publicación y la selección de textos y autores, lo que debe ser la tarea del edi-tor profesional, pero que complementariamente realizamos en casa combinando los tiempos de la academia, la investigación y el posgrado. En fin, una tarea extenuante pero altamente sa-tisfactoria que sólo se ve cuando se quiere pero nunca cuando se debe. A propósito valga el símil (y toda proporción y distan-cia guardadas) con el comentario de Emmanuel Le Roy Ladurie a la historiografía del teólogo e historiador francés Michel de Certeau respecto de su investigación sobre la invención de lo co-tidiano, dice Le Roy: “para De Certeau el diablo está en todas partes, salvo en el rincón preciso donde los cazadores de brujas han creído haberlo detectado”. Igualmente Transición está ahí, en el rincón del trabajo colegiado de los investigadores del Ins-tituto de Investigaciones Históricas de nuestra Universidad; ahí en todos los espacios dedicados a la investigación histórica. Pre-cisamente ahí en el rincón más visible de la Universidad, y por ello mismo menos vista como lo que es: la voz de un colectivo académico e investigador, que como el diablo de De Certeau, se ve menos adentro que hacia fuera.

Sin embargo, esto no representa un problema, y sí, en cam-bio, una autocrítica que debe movernos a la mejora continua de nuestros procesos de producción de conocimiento historiográfico sobre las líneas de investigación planteadas en el Plan de Desa-rrollo Institucional del IIH, y en las líneas de facturación editorial de nuestra publicación que debería enmarcarse en las políticas de la firma editorial de nuestra Universidad, como una forma de fortalecer nuestra cohesión e identidad universitarias y la imagen productora y promotora de saberes de nuestra institución.

Transición es una muestra de pluralidad de pensamientos, de ideas, de posiciones teóricas y metodológicas de sus colaboradores y sus hacedores, y aún de las más diversas posiciones ideológicas y políticas, y por ello es un espacio privilegiado no sólo para el diálogo y la crítica sobre la academia y la investigación científica,

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11.transición.

toBosos, salIneros e IndIos alIadosLa “sinagoga” del Tizonazo y la guerra de resistencia indígena en la Nueva Vizcaya durante el siglo XVII

José de la Cruz Pacheco RojasLuis Carlos Quiñones HernándezInstituto de Investigaciones Históricas / UJED

1 agI guadalajara 68. “relación

del licenciado diego Medrano, cura

de la ciudad de durango, cabeza

del reino de la nueva vizcaya.

del estado en que se halla y le han

puesto los alborotos y estragos

que han hecho los indios alzados.”

durango, 31 de agosto de 1654. este

importantísimo documento ha sido

publicado (en edición bilingüe) por

thomas H. naylor y charles W. Polzer,

s.J. en The Presidio and Militia on

the Northern Frontier of New Spain,

vol. 1, tucson, the university of

arizona Press, 1986, pp. 409-479,

tomando como base la copia de la

colección Pastells, vol. 8, Biblioteca

razón y Fe, Madrid. guillermo Porras

Muñoz se refiere a ella en varias

ocasiones en su libro La frontera

con los indios de Nueva Vizcaya en el

siglo XVII, México, Fomento cultural

Banamex, 1980, véase pp. 165-188.

recientemente ha sido publicada en

chihuahua por la unidad de estudios

Históricos y sociales de la uacJ, bajo

el título de Textos de la Nueva Vizcaya.

Documentos para la historia de

Chihuahua y Durango. El Informe

de Medrano. La Nueva Vizcaya en

el siglo XVII, con notas de zacarías

Márquez terrazas, 2005. en esta

versión nos apoyamos para la

reconstrucción básica de los hechos

que vamos a narrar a continuación.

2 empleo el término “nación” con

el significado o connotación que se

le daba en la época colonial, como

factor de diferenciación étnica a partir

básicamente de la lengua. se sabe

bien que esta relación no corresponde

necesariamente y que más bien

es falsa, como lo ha mostrado

recientemente leopoldo valiñas

coalla, véase “lo que la lingüítica

yutoazteca podría aportar en la

reconstrucción histórica del norte de

México”, en Nómadas y sedentarios

dos “nacIones” del desIerto

Fueron los tobosos y salineros, habitantes del desierto de las feraces tierras del Bolsón de Mapimí, quienes darían continuidad a la serie de luchas indígenas antiespañolas en el norte novohis-pano adoptando tácticas y estrategias nuevas que les permitieron mantener una tenaz y prolongada resistencia. Actuando como aliados frecuentes, sostuvieron constantes ataques a los asenta-mientos de españoles y en ocasiones la guerra abierta. Todo ello a partir de los sitios misionales donde fueron concentrados: San Buenaventura Atotonilco, en el caso de los tobosos, y El Tizonazo, de salineros y cabezas; la primera bajo el cuidado espiritual de los franciscanos, la segunda de los jesuitas, haciendo de la última población “la sinagoga del Tizonazo,” según la expresión del ba-chiller Diego de Medrano,1 es decir, el centro del conciliábulo, de la conspiración.

Las naciones tobosa y salinera eran vecinas.2 Los tobosos ocu-paban el territorio ubicado al noreste de Parral sobre las aguas del río Florido, colindante con el de los conchos, nonojes, aclocames, totoclames, julimes, chizos, acomes, y gavilanes; aliados suyos en tiempos de guerra contra los españoles. “Su retiro es una tierra estéril y sin agua, que trajinarse no puede, si no es en la fuerza de las aguas”.3 Para mayor abundancia, se precisa: “La tierra de los tobosos comienza 12 leguas de las minas del Parral, de donde co-rre de levante a norte hasta más de 100 adentro y cae en la nación cahuilas y goza de algunos llanos y sierras con mucha espesura de matas espinosas por donde ellos solamente pueden entrar; y ahí desde su primer peñol que le sirve como de muro a 60 leguas del Parral y a otras 14 [leguas]. Su pueblo, sólo de cumplimiento, que llaman Atotonilco, cuando están de paz, y basta uno de ellos que capitanee para inquietar otras naciones de esta tierra”.4

Su población era realmente escasa, según se puede inferir de la información reportada por el teniente de gobernador y capitán ge-neral de la Nueva Vizcaya Francisco Montaño de la Cueva al mo-mento de establecer la paz con ellos en 1645 cuando “bajaron” a pactar el acuerdo los jefes tobosos, se dice que iban acompañados

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12 .transición. 13.transición.

por únicamente 76 personas, entre hombres y mujeres.5 Lo más probable es que esta reducida población haya sido el resultado de la mortandad causada por la epidemia de viruela que afectó a los indios tarahumaras de 1636 a 1641, que propagada desde Parral se extendió a las comunidades de tepehuanes, conchos y tobosos.6 Las funestas consecuencias de las enfermedades, físicas y psicológicas, causaron en los miembros de las distintas naciones indias enormes penas e irritación, al grado que se convirtieron en un motivo muy justificado de guerra contra los españoles.7 La in-formación demográfica sin embargo debe de tomarse con muchas reservas, pues, además de las cifras oficiales de los españoles, da-dos a distorsionar o manipular los datos inclinándolos a su favor, poseen siempre los imponderables de la verdadera situación que obliga al cotejo de diversas fuentes. En este sentido, es importante considerar el sinnúmero de bandas de tobosos que quedaron fue-ra de la esfera de las misiones, es decir, libres, que debieron ser los más, gracias a los cuales fue posible mantener una tenaz oposición contra los abusos de los españoles. En 1624 se menciona, por ejem-plo, que salineros, tobosos, coclames y nonojes “que todas [nacio-nes] cuatro de ordinario andan juntas... y habitan a 30 leguas da la provincia de Santa Bárbara; jamás han admitido doctrina, hay gran suma de ellos”,8 es decir, de indios libres.

Los tobosos, habitantes de arenales y desiertos, compañeros de vege-taciones xerófitas y asaltantes de los caminos, lo primero que me hicie-ron evocar fue el recuerdo de Dulcinea del toboso, la dama de los pen-samientos de don Quijote. (...) Los tobosos me hacen pensar también que todos en la vida somos trashumantes, que estamos de paso un tiempo y que no tenemos una mansión permanente aquí. No somos dueños de nuestras vidas, sino administradores de ellas, con obliga-ción de cuidarlas y de hacerlas productivas en bien de los demás.9

Esta suave evocación remite a don Luis González Rodríguez a una de las naciones norteñas más “bárbaras” del septentrión novohispano, quienes, al igual que sus vecinos los conchos: “se sustentan de conejos, liebres y venados, que hay en mucha can-tidad y de algunas sementeras de maíz y calabazas y melones de Castilla y sandías y pescado y de mescales que son pencas de lechuguilla [zotol].10

De la información anterior, como de la que referiremos más adelante, se desprende que la estructura social básica de los tobo-sos, es que estaban organizados a base de bandas lideradas por jefes adultos, sin embargo, no se sabe si esas bandas estaban cons-tituidas en base a un tipo de relaciones de parentesco o de orden totémico. Lo que queda más o menos claro es que en su lucha contra los españoles reconocían a caudillos o jefes militares, más que a los chamanes.

Los salineros, habitantes de “La tierra de las salinas, de que es-tos toman el nombre, es tan dilatada como estéril de pastos, aguas y montes: incontrastable [intransitable] en la seca y difícil de traji-nar en las lluvias, por los sartejales y atogaderos [que] suele haber de un paraje a otro, 20 y 30 leguas sin agua...”.11 En cuanto a su fi-liación étnica se les ha identificado con los laguneros, pueblo que habitaba en las proximidades de Parras, Mapimí y Cerro Gordo hasta las riberas nororientales del río Nazas alto, cerca de Indé y del río Florido. Sin embargo, esa relación no ha sido claramente establecida, es probable que se tratara de etnias emparentadas que compartían parte del mismo territorio. Se cree que hablaban una lengua de la familia yuto-azteca, y que los tobosos, conside-rados un pueblo atapascano, convivían con los salineros en varias rancherías, Gerhard piensa que también compartían una relación lingüística con la lengua aztecoide.12

La nación salinera que está más al levante [respecto de Parral], linda con esta parte con los coahuilas, y por la parte del norte tierra adentro raya con los cíbolas, nación muy estendida y numerosa; no tienen los salineros pueblo ni ranchería conocida en la tierra adentro, y es la nación menos consistente y más haragana y floja que se conoce en este reino. Compuesta de diferentes linajes de que toman el apellido, y unos se llaman: meresalineros, otros cabezas, otros natajes, otros negritos, colorados otros, y otros bausarigames; empero todos se re-ducen a una especie y hablan una misma lengua.13

Como se puede apreciar, la opinión que los españoles tenían de ellos no eran muy halagüeñas, al decir que era “la nación menos consistente y haragana y floja que se conoce en este reino”; peor aún, decían “que jamás siembran ni cultivan campos, no labran las minas, sino que viven y se alimentan de lo mismo que siempre [del

en el norte de México. Homenaje a

Beatriz Braniff, México, unaM, 2000.

pp. 175-205.

3 Informe de Medrano, 2005. p. 25.

4 agn Presidios 11, 1654. Informe

de don Juan de cervantes casaus, que

rindió al excelentísimo señor virrey

duque de albuquerque desde el Parral,

reino de la nueva vizcaya, siendo

visitador de aquellas reales cajas

y sus ministros, y con comisión por

lo tocante a paz y guerra. en Informe

de Medrano, 2005, p. 68.

5 archivo Histórico de Parral,

microfilm 1645a, fs. 227-243.

en naylor y Polzer, op. cit., p. 333.

6 daniel t. ref, disease,

Depopulation and Culture Change in

Northwestern New Spain, 1518-1764,

salt lake city, university of utah

Press, 1991, pp. 170-171.

7 véase José de la cruz Pacheco

rojas, “Misión y educación.

los jesuitas en durango, 1596-1767,”

tesis de doctorado, el colegio

de México, 1977, pp. 112-125.

8 agI guadalajara 37. “razón

y minuta de los indios...” en charles

W. Hackett, Historical Documents

Relating to New México, Nueva

Vizcaya and Approaches Thereto,

to 1773. collected by adolph F. a.

Bandelier and Fanny F. Bandelier.

edición bilingüe, ingles-español.

3 vols. Washington, 1923-1937.

carnegie Institution of Washington,

Publications, vol. II, pp. 152-158.

9 así evoca don luis gonzález

rodríguez el significado de “toboso.”

véase “los tobosos, bandoleros y

nómadas. experiencias y testimonios

históricos (1583-1849).” en Nómadas

y sedentarios en el norte de México.

Homenaje a Beatriz Braniff, México,

IIa / IIe / IIH-unaM, 2000, p. 355.

10 cfr. salvador álvarez,

“agricultores de paz, cazadores-

recolectores de guerra: los tobosos

del río conchos en nueva vizcaya.”

en op. cit., 2000, p. 328.

11 Informe de Medrano, 2005,

p. 31.

12 Peter gerhard, La frontera norte

de la Nueva España. México, unaM,

1996. p. 224.

13 Informe de Medrano, 2005,

p. 25.

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14 .transición. 15.transición.

robo], aunque hoy con mayor desenfreno y exorvitanería (sic) como arriba queda propuesto y advertido”.14

Considerada una nación numerosa, basaba su economía en la caza del venado y otras especies de animales menores, la recolec-ción y la pesca, en la cual eran muy hábiles, pues lo hacían con cestas tejidas de fibras de plantas ribereñas, conocidas como “na-sas”, de donde se cree viene el nombre del río Nazas. Es probable que al momento del contacto hispano-indígena también practica-ran la agricultura marginalmente, pues los primeros testimonios de los misioneros jesuitas que comenzaron a trabajar con grupos laguneros que habitaban en las cercanías con Cuencamé, sobre las vegas del Nazas, así lo demuestran. Queda claro, no obstante, que no poseían ningún asentamiento fijo de consideración, a manera de pueblo, que indicara la existencia de un centro de dominio o de control político. Si es verdad que la diversificación intraétni-ca de los salineros era a base de “linajes,” estaríamos hablando de todas maneras de una estructura social con cierto grado de complejidad que garantizaba una fuerte articulación del grupo, que haría posible la formación de una confederación firmemente compacta. Tal vez por esta razón fue que pudieron sostener una tenaz resistencia a los españoles.

BaJo el régIMen MIsIonal

Los tobosos como los salineros fueron parcialmente reduci-dos a vivir bajo el régimen misional, con el fin de acercarlos a la vida cristiana y a las formas de vida en “policía,” desde la visión religiosa y de los fines de la colonización dictados por el Consejo de Indias. Pero también, y sobre todo, para ser utilizados como mano de obra en las minas, una vez que los españoles hallaron ricas vetas de plata en las comarcas cercanas a los territorios de ambas naciones.

Misión de San Buenaventura de Atotonilco. “Pueblo sólo de cumplimiento, y cuando están de paz, se llama Atotonilco, [dista] 8 leguas del valle de San Bartolomé y catorce de El Parral...”.15 Era un pueblo de misión fundado por los franciscanos como parte del avance español que comenzó en la década de los sesenta del siglo XVI a raíz de los descubrimientos de las minas de Santa Bárbara e Indé, y del establecimiento de estancias de españoles

en los fértiles valles del río Florido. En un principio los mineros y hacendados blancos obtuvieron la mano de obra de los indios tepehuanes, tarahumaras y conchos, luego, ante la disminución de la población a causa de las constantes epidemias vieron la po-sibilidad de incorporar a la esfera de sus dominios a las naciones nómadas del desierto que hasta finales de ese siglo habían per-manecido al margen de la influencia directa de los españoles.

Las primeras fundaciones de pueblos de misión en las cerca-nías al Valle de San Bartolomé comenzaron en 1604, cuando fray Alonso de la Oliva fundó la misión de San Francisco de Conchos, establecimiento dedicado a la atención exclusiva de los indios conchos.16 Se cree que por esas mismas fechas se formó un asenta-miento en Atotonilco como medida para concentrar a los diversos grupos indígenas que deambulaban por el desierto en una socie-dad cristiana.17 Al parecer la fecha más probable de su creación fue en 1611, cuando se dio asiento a varias bandas de tobosos. Por ese tiempo fue destruida la iglesia de la misión por tobosos habitantes del desierto, pero después se reconstruyó; así de des-trucción en destrucción, el pueblo de Atotonilco pudo conservar el estatus de misión durante el periodo colonial.

Atotonilco estaba situado en territorio tepehuán, cerca de la frontera este con los tobosos, que hacía frontera a unas cuantas leguas al norte con el territorio de los conchos. Cierto número de bandas de tobosos fueron asentados aquí por periodos cortos du-rante el siglo XVII, por lo que fue llamada misión de los tobosos. Sin embargo todo parece indicar que sólo unos cuantos miembros de esa nación se asentaron en forma permanente, pese a los cons-tantes esfuerzos por reducirlos a la vida cristiana. Más bien, la misión de Atotonilco se mantuvo gracias a la incorporación de los miembros de otras naciones, como tarahumaras, conchos o aclo-cames, una banda de tobosos habitantes del desierto, reducidos a finales del siglo XVII.18

Dicha misión fue destruida y repoblada varias veces durante el siglo XVII a causa de las frecuentes rebeliones que protago-nizaron los tobosos, con quienes los españoles realizaron varios tratados de paz que obviamente no cumplían ninguna de las partes. Pues: “De los tobosos y salineros, dicen que no guardan ni palabra ni fe y que con facilidad las quebrantan”.19 Esa mala fama les hicieron los españoles porque no los pudieron someter,

14 Ibidem, p. 38.

15 Ibidem, p. 25.

16 William B. griffen, Indian

Assimilation in the Franciscan Area of

Nueva Vizcaya, tucson, the university

of arizona Press, 1979. p. 60.

17 Peter gerhard, 1996, p. 298.

18 griffen, op. cit., pp. 59-60.

19 Informe de Medrano, 2005,

p. 68.

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16 .transición. 17.transición.

ni el recurso de la conquista espiritual pudo tener efecto alguno en ellos. A raíz del hallazgo de importantes yacimientos de plata y fundación del real de minas de San José del Parral en 1631, el interés por incorporar a los tobosos creció enormemente.

Para ello se recurrió a distintos medios, por ejemplo, se esta-bleció el “Asiento con los tobosos sobre unas salinas”, que era una suerte de acuerdo de paz para el libre tránsito por sus territorios para que los españoles pudieran explotar la sal de las salinas que había en el territorio indígena. La demanda de sal resultaba de las necesidades derivadas del beneficio de los metales; tenían que trasladarla desde la provincia de Culiacán, a 120 leguas del real, en cambio, la de los tobosos les quedaba tan solo a nueve días. Bajo esas ventajas, el gobernador y capitán general de la Nue-va Vizcaya Gonzalo Gómez de Cervantes Casauz, mandó com-parecer “a don Jacomo, don Pablo, don Agustín, indios caciques y principales tobosos, y otro cacique de nación nonoje, llamado Chaome, y así mismo otro cacique de nación colocame, gentil, llamado Mazate, y mediante Lázaro indio intérprete en su len-gua, y Diego Leyva, en la mexicana y castellana... dijeron que en su tierra hay salinas de sal que comienza a cuajar por tiempo de cuaresma, donde se podrá coger mucha cantidad para cargar re-cuas y carros, que pueden entrar porque es tierra llana, y que las dichas salinas están nueve días de camino de este real, y que, gus-tando su señoría, ellos acudirían a tiempo con su gente a cogerla y amontonarla y que podrán entrar con toda seguridad carros y recuas a cargar, y al tiempo de la cosecha se les lleva bastimento para que coman y se les pague su trabajo, porque con puntuali-dad acudirán cada año a servir a su majestad en eso”.20

No se trataba de un acuerdo de paz para que se asentaran a vivir en la misión, sino de clara conveniencia para los españoles, quienes vieron la oportunidad para allegarse la codiciada sal y la mano de obra indígena tan escasa, cara e inaccesible por esas latitudes. Por el momento se les respetaría sus formas de vida nó-mada, pero después tanto mineros como soldados de la provincia los capturarían para esclavizarlos o procurarían concentrarlos en las misiones, ranchos y reales de minas para aprovecharse de su trabajo. Ante estos propósitos, los indígenas opusieron una tenaz resistencia que derivo en una guerra permanente que duró prác-ticamente todo el siglo XVII.

Por otro lado, la misión de San José del Tizonazo fue funda-da por el padre jesuita Juan Fonte hacia el año de 1606 con un grupo de tepehuanes.21 Sin embargo el misionero no permane-ció por mucho tiempo en ella, confiado tal vez que la cercanía al real de minas de Indé podía garantizar su permanencia. Por ello continuó sus trabajos misionales con los indios tarahumaras. Por ese tiempo se sumó a la provincia tepehuana el padre Jerónimo de Moranta, quien acompañó a Fonte en sus incursiones hacia el norte de la Sierra Madre y se hizo cargo, al menos por tempo-radas, del pueblo del Tizonazo que lo hizo crecer, pues se dice que “Premiaba Dios sus desvelos con notables conquistas: en el puesto de salinas (de los más apartados de esta misión) redujo y convirtió 500 gentiles”.22 Esto debió de haber ocurrido en los primeros años.

Los padres Fonte y Moranta dieron más en atender las misio-nes tarahumaras. No obstante, fue Moranta quien se hizo cargo de la misión del Tizonazo por más tiempo hasta antes de la in-surrección tepehuana de 1616 en que perdió la vida a manos de los alzados. Encontrándose ese año en dicha misión, ocurrió “que estando diciendo misa en el pueblo llamado San José, por otro nombre ’El Tizonazo,’ al tiempo de ofrecer el cáliz, los ayudantes de la misa vieron que bajando de improviso una paloma, le derra-mó el cáliz, salpicándole con sangre el rostro, la casulla, el altar y la peana. Atónitos por entonces los ayudantes por el caso, no se atrevieron a preguntarle qué significaba aquello que habían visto. Pero sucedió después, que ayudándole otra vez los mismos, en el puesto que llaman ‘las Bocas’, 15 leguas del dicho San José, vie-ron lo mismo que en el caso pasado. Y ya aquí, acabada la misa le preguntaron, qué quería significar aquello de aquella paloma y sangre, que ya por tres veces habían visto. A que respondió el padre Moranta: ‘Hijos a lo que yo entiendo, es que nuestro señor quiere que yo derrame mi sangre por su amor’. Y así sucedió den-tro de pocos días, que murió con otros tres padres a manos de los apóstatas tepehuanes en el pueblo de ‘El Zape’...”.23

Durante la rebelión tepehuana de 1616 todas las misiones de esta provincia, Laguna y Parras fueron materialmente destrui-das. Su reconstrucción inició en 1618, después de la endeble pacificación de los indios, pero en algunos casos el proceso fue muy prolongado, les llevó años a los misioneros jesuitas. Por

20 “asiento con los tobosos sobre

unas salinas”, 17 de noviembre de

1632, en guillermo Porras Muñoz, El

nuevo descubrimiento de San José del

Parral, México, unaM, 1988.

pp. 225-226.

21 Francisco zambrano, s.J.

Diccionario Biobibliográfico de la

Compañía de Jesús en México, t. vII,

México, Jus, 1967. dice el padre

gerard decorme “no sabemos la fecha

de otras fundaciones: s. Ignacio de

tenerapa, santos reyes, atotonilco,

santa cruz de nazas y tisonazo que

se hicieron en adelante” de la de el

zape que estableció en 1604. véase

pp. 41-42.

22 Ibidem, vol. X, p. 373. aunque

se dice que los congregó en las

salinas próximas al valle de san

Bartolomé, es de suponer que llevó

a algunos al tizonazo, pueblo que era

su centro de operaciones.

23 Pérez de ribas, 1992, pp.

235-238. ver nota de pie de página

número 22.

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ejemplo, el Tizonazo no aparece en la “relación” de las misiones de 1625, donde se asienta en relación a los salineros que: “Esta nación está unida con otras tres que son tobosos, clocames, no-noxes que todas cuatro de ordinario andan juntas y congregadas asisten y habitan a 30 leguas de la provincia de Santa Bárbara, jamás han admitido doctrina. Hay gran suma de ellos”.24 Esto sig-nifica que las cosas habían quedado como al principio.

Tuvieron que pasar varios años para volver a reducir a los sa-lineros a la vida sedentaria, según Griffen, a principios de la dé-cada de 1640, un grupo de salineros fueron incorporados a la mi-sión del Tizonazo a convivir con los tepehuanes, pero muchos de ellos murieron en una epidemia.25 Esta debió de haber ocurrido en 1644, un año antes de la gran rebelión contra los españoles, en la que se aliaron con los tobosos. Esta misión tuvo la peculiaridad de que en ella fueron asentados grupos de indígenas de diversas etnias de la comarca y aún de Sinaloa y Sonora. Los salineros, por su parte emprendieron a partir de ella una forma de vida que su-pieron alternar entre el sedentarismo y el nomadismo recurrien-do a la guerra y el pillaje.

Al pueblo del Tizonazo se encontraban adscritos los partidos de Santa Cruz del Río Nazas y el del Espíritu Santo del Cerro Gor-do. En el año de 1645 el Tizonazo tenía 130 familias de cristianos, más 70 familias de indios considerados “gentiles”. Para el año siguiente, junto con el pueblo de Santa Cruz llegaba solamente a 119 familias de cristianos, pues 20 habían huido de ambos pueblos para unirse con otros indios salineros que estaban en guerra en contra de los españoles. Tenía sin embargo 76 familias de indios recién congregados que fueron en aumento el año siguiente.26

Se sabe que en 1647 atacó a los habitantes del Tizonazo la epidemia de cocoliztli, que en tan solo cinco meses arrasó con pueblos enteros. Así lo reconocían los propios misioneros al decir “que es la causa de haberse minorado con lamentables ruinas la muchedumbre de indios”.27 Los pocos que se salvaron se inquieta-ron con el deseo de hacerles la guerra a los españoles, de quienes sabían bien que provenían todos sus males; ganas no les faltaron, pero tal vez por la falta de fuerzas no se levantaron. Otros se re-montaron a las montañas con el propósito de unirse a las bandas de salteadores, aunque postrados y enfermos los más, deambula-ban por los caminos pidiendo limosna todavía en 1652.28

Las causas de descontento de los salineros pudieron haber sido el temor a la peste, el contagio y la muerte, pues en el año de 1647 habían enfermado 600 personas en la misión del Tizona-zo, de las cuales murieron 143. Como en epidemias anteriores, las victimas eran los indios, no los españoles. Por mucho que los salineros, etnia mayoritaria que vivían en la misión, aceptara las calamidades como castigo de Dios, no podían dejar de preguntar-se por qué siendo los españoles laicos tan crueles no los castigaba también a ellos. No en vano era el despoblamiento y el cambio de actitud hacia la labor de los misioneros y a la religión cristia-na. Decían los padres que “solían antes del levantamiento acudir a la doctrina mañana y tarde con puntualidad y devoción pero después del alzamiento (se refieren a los de 1645 y 1652) están así lanzados y difíciles de seducir”, lo que, según ellos, “se puede entender procede más de falta de castigo que de mal natural”. Sugerían pues, que se les castigara.

Otra opinión que refuerza la postura de los padres jesuitas es la idea que Diego de Medrano, cura de la catedral de Durango, tenía de los salineros del Tizonazo. Decía de ellos en 1660, ser “la nación menos consistente y mas haragana y floja que se conoce en este reino”.29 Él, que sabía bien acerca de su conducta, informaba al arzobispo de México que estos indios acudían al pueblo del Tizonazo solo cuando estaban en paz, con el fin de recuperarse, fortalecerse y salir de nuevo a hacer la guerra, que asistían a él para disfrazar sus fechorías. Proponía por ello que desapareciera esta misión o se cambiara a un sitio más lejano, donde no causa-ran daños. En años recientes habían cometido frecuentes robos y asaltos en el camino real entre Cuencamé y Parral y sitios tan alejados como Parras; se habían aliado a tobosos, conchos o a otros indios de naciones diversas para atacar a los españoles des-de 1644,30 habiendo adoptado la inteligente táctica de regresar al pueblo, haciéndose pasar como inocentes.

Para darnos una idea de la importancia de ese pueblo de mi-sión, que concentraba a miembros de varias naciones, dice Ger-hard que los inmigrantes ayudaron a llenar el vacío que dejaban las constantes bajas causadas por las epidemias y las guerras. “Así, en 1662 encontramos que 700 fieles de comunión en los pueblos de misión cercanos a Indehe hablaban tres lenguas (tepe-huán, salinero y náhuatl), en tanto que en Bocas [San Miguel de]

24 Hackett, vol. II, 1926, p. 158.

25 William B. griffen, Culture

change and shifting population

in central northern México, tucson,

anthropological Papers of the

university of arizona, 1969,

pp. 10-11.

26 agn Misiones, vol. 26, exp. 29,

f. 167v.

27 agn Misiones, vol. 26, exp. 1,

fs. 33v-34.

28 agn Misiones, vol. 26, exp. 29,

fs. 167-167v.

29 Porras, Muñoz, 1980, p. 167.

30 Ibid. pp. 170, 176-177.

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había 200 hablantes de tarahumara y náhuatl. En 1678 había aún unos cuantos gentiles en el área. La población total de la misión en ese año consistía de 108 familias (435 personas), de las cuales 60 familias de tarahumaras vivían en Bocas, 17 familias de ópatas (recién traídos de Sonora) estaban en Tizonazo y 31 familias de tepehuanes permanecían en Santa Cruz del Río Nazas”.31

la “sInagoga” del tIzonazo

Los pueblos de misión de San Buenaventura de Atotonilco y El Tizonazo, como se puede apreciar, guardaban una situación muy peculiar. Por un lado, ambos fueron establecidos en las márgenes de los sistemas misionales de la provincia tepehuana, no dentro, próximas como tantas otras de los reales mineros de San José del Parral e Indé, a la vera del camino real de tierra adentro y del pre-sidio de Cerro Gordo. Además, sus pobladores gozaban de una ventaja excepcional respecto a otras misiones, pues tenían como suyas las inmensidades y en conocimiento del desierto allende el Bolsón de Mapimí y la Laguna de Parras, donde seguían vivien-do algunas bandas de su nación.

Una vez sujetos a las misiones, los indios tobosos y salineros fueron dados en encomienda a los españoles dueños de estan-cias y haciendas de beneficio de metales asentados en el Valle de Allende y las inmediaciones de los reales de Parral e Indé. Ante la escasez de mano de obra disponible, los blancos solían realizar incursiones entre las rancherías de los indígenas para capturarlos y luego someterlos a la esclavitud. Esta clase de abusos fueron frecuentes. A lo que hay que agregar los efectos catastróficos de las epidemias. No sabemos nada acerca de cuánto afectó su mun-do ideológico, pero es seguro que fue trastocado sustancialmente. Suponemos que fueron más bien estas las causas que los orillaron a sostener una guerra permanente contra los españoles a partir de 1645, que duró el resto de esa centuria. En ese sentido bien ha dicho Gerhard que: “La bonanza de Parral en 1631 atrajo a una horda de rufianes a una frontera hasta entonces poco ex-plorada, iniciándose un periodo de hostilidades con las tribus del desierto del norte que continuó por más de dos siglos, con breves interrupciones y frecuentes incrementos de la violencia. Los indios implicados fueron al principio los tobosos, laguneros,

conchos y otros grupos que abandonaron su tradicional forma de vida como cazadores-recolectores (algunos, como hemos visto fueron semi-agricultores) para hacerse totalmente nómadas. Sus bases estaban en las zonas fronterizas que separaban Nueva Viz-caya de Coahuila y Nuevo México.32

Efectivamente, a las etnias implicadas en los procesos anterio-res les ocurrió una especie de reafirmación de sus formas de vida predominante, que poseían al momento del contacto hispano-in-dígena, al hacerse totalmente nómadas. No les pasó como a otros que de nómadas pasaron a ser sedentarios y agricultores. Los to-bosos y salineros, forzados por las circunstancias, se volvieron exclusivamente cazadores-recolectores y agregaron a sus prácti-cas de subsistencia el pillaje. En este aspecto, la incorporación del caballo a su vida diaria los hizo no sólo excelentes jinetes sino, sobre todo, les dio enormes posibilidades de movilidad en los vastos territorios del desierto nororiental, facilitándoles sus acos-tumbrados recorridos por el “carril” del camino real, de Parral a Cuencamé, incorporando al mineral de Mapimí y Parras, junto con poblaciones y haciendas como parte de su universo de pilla-je. Con este nuevo modus vivendi ampliaron considerablemente el radio de acción gracias al empleo del caballo. Pero también traza-ron una línea de frontera delimitado por sus propias fuerzas, en primer término, y por las áridas arenas del desierto del Bolsón de Mapimí y de Coahuila, que impidió el avance español por esos territorios.

Todo comenzó en 1644 cuando en medio del hambre y la en-fermedad los indios salineros del Tizonazo pidieron permiso a los misioneros para “salir a comer mesteñas,” pues abundaba el ganado mostrenco (sin dueño). Pero se excedieron y les dio por asaltar a unos españoles en el paraje de las Cruces, cerca de don-de se estableció dos años después el presidio de Cerro Gordo, dándoles muerte. Luego de cometer esa fechoría regresaron a la misión diciendo que ellos no habían sido. Dice el cura Diego de Medrano que: “De esta y otras sofisterías se ha valido siempre para ejecutar daños que adelante se irán refiriendo, siendo el ma-yor, para continuar el curso de sus traiciones y tener a quien prohijarlas, el haber adiestrado y sacado a demarcar la tierra a los cabezas, mataraxes, gavilanes y bausarigames y otras muchas naciones”.33

31 gerhard, 1996, p. 280. 32 Ibidem, p. 207.

33 Informe de Medrano, 2005,

p. 20.

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Al año siguiente, 1645, según el mismo cura, los salineros inci-taron a los indios conchos contra los españoles. Lo que sucedió en realidad fue que a los conchos les habían impuesto por goberna-dor a un tal don José, hijo de un mulato y una india concha, quien los trataba con despotismo y abusaba de ellos en cuestiones de trabajo. Esto fue lo que los irritó, lo mataron y también asesinaron a los frailes Francisco de Zigarrán y Francisco Lavado, de la or-den de San Francisco. Prendieron fuego al convento y cometieron otros destrozos. Este fue sólo el comienzo, pues se les unieron los tobosos, julimes, ozames, aclocames, nonojes, así como otras naciones vecinas. “Mataron algunas personas cerca de El Parral, otras en Los Palmitos y en Cuencamé en donde llevaron mucha caballada, y en el paraje que llaman de Santa Ana [misión jesuita de la Laguna], entre Cuencamé y Parras, mataron 7 personas y se llevaron todos los puestos, atajaron los caminos, e impidieron el trajín y el comercio”.34

La rebelión había sido muy bien planeada desde el Tizonazo, en donde, después de haber tenido juntas y una serie de consultas entre los salineros eligieron gobernador, capitanes y una autori-dad religiosa a la que llamaron “obispo,” sabedores que era la máxima autoridad eclesiástica. La jefatura guerrera quedó a car-go de Nicolás Balusi, capitán mayor; Jerónimo de Moranta (como el mártir de los tepehuanes) capitán, considerado del mismo ran-go que Juan de Barraza, capitán del presidio de Tepehuanes; y Hernandote, con el oficio de obispo.35 Es probable que tuviesen dentro de sus miras aniquilar por completo a los españoles ata-cándolos primero por los puntos débiles de la periferia, para lue-go atacar los puntos neurálgicos, que eran los reales mineros.

Su táctica de ataque fue a base de pequeñas cuadrillas que arremetieron un área muy extensa, saqueando y matando a los españoles y sus sirvientes. Hacia el oriente tenían planeado llegar hasta Santa María de las Parras, pero sus espías les informaron en la estancia de Santa Ana que estaba fuertemente custodiada por soldados enemigos. Tomaron algunos cautivos blancos y se regre-saron con rumbo a las praderas vecinas a Cerro Gordo, donde ha-bían acordado concentrarse. Se estima que en la revuelta andaban 300 familias de los indios cabezas (parientes de los salineros) y un número indeterminado de salineros y algunos tobosos.36 Mientras tanto, conscientes del peligro que representaba la insurrección,

sobre todo con los antecedentes de la tepehuana, el virrey Con-de de Salvatierra, mando hacer leva de gente para mandarlos a combate, haciendo las aportaciones necesarias del caso. El gober-nador de la Nueva Vizcaya, Luis de Valdéz, partió a tierra de los salineros acompañado de su ejército más 70 soldados que aportó el corregidor de Zacatecas, general Pedro Sáenz Izquierdo, quien tenía intereses económicos en los reales mineros del norte.

En el mes de agosto llegaron a la tierra de los salineros, que se encontraban concentrados en el Peñol de la Porcíncula,37 cerca de la salina del Machete, allí los sitiaron los alzados, que eran “en cantidad de seiscientos flecheros”, sin considerar a sus familias que no se encontraban a la vista. Los indios pidieron la paz, la que aceptaron el gobernador y el corregidor. A fin de concertarla, el gobernador mandó al fraile Pedro de Aparicio con el mensaje de paz, quien volvió al campo con algunos caciques que manifesta-ron que bajarían al siguiente día al real “con todos sus pilguanes [seguidores] y chusma [familia].” Entre ellos se encontraba Jeró-nimo de Moranta. Mas aquella misma noche los indios huyeron con todo y familias. El gobernador y su gente lamentaron haber perdido la ocasión para castigar a los cabecillas del movimiento; no lo hicieron porque el conde de Salinas “le mandó que hiciese la guerra con toda suavidad y no se derramare sangre”. El corre-gidor se regresó a Zacatecas con su gente decepcionado, el gober-nador decidió ir en pos de los indios alzados.38

La paz tuvo que esperar. Jerónomo de Moranta había prometi-do que bajaría en tres días con toda su gente, pero no cumplió. El gobernador tuvo que aguantarse las ganas de perseguirlo, pues “no dio lugar el poco bastimento que ya quedaba en el real, y que se ponían en riesgo de perecer en tierra tan áspera y sin esperanza de socorro humano”.39 Ganó más el temor que el deseo de ven-ganza. Precisamente sería el desierto la mayor arma defensiva de los tobosos y salineros en su combate contra los españoles. En la huída de los rebeldes los españoles capturaron algunos rehenes que fueron condenados a muerte y ejecutados en el acto, como escarmiento para los demás. Lo mismo hicieron con una anciana de ochenta años que se había quedado en el Tizonazo; la acusaron de espía y la envenenaron, pero como no moría la ahorcaron.

En la campaña de “pacificación y castigo de los indios tobosos, nonojes, oclocames, coyomes, pimotologas, cabezas, gavilanes y

34 Ibidem, p. 20.

35 agn Historia, vol. 19, exp. 12,

f. 140v.

36 Ibidem, f. 147.

37 así lo llamó el fraile Pedro

de aparicio por el hecho de haber

llegado el día 2 de agosto a aquel

sitio, evocando la primera iglesia

y convento que fundó san Francisco

de asís.

38 Informe de Medrano, 2005,

p. 21.

39 agn Historia, vol. 19, exp. 12,

relación de los sucesos de la nueva

vizcaya por el padre nicolás

de zepeda, año de 1645. f. 148v.

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24 .transición. 25.transición.

otros a ellos aliados y revelados contra la real corona” participa-ron todas las fuerzas militares de la Nueva Vizcaya. A la cabeza iba el teniente de gobernador y capitán general, Francisco Mon-taño de la Cueva, quien partió del real del Parral con su ejercito,40 más una suma considerable de “indios amigos,” entre los que se contaban algunos tepehuanes, acaxees, tarahumaras y laguneros. En la provincia de Santa Bárbara, en donde los indios cabezas se habían llevado el ganado menor y mayor con toda la caballada, los combatía el capitán Juan de Barraza. En tanto, el capitán Cris-tóbal de Navarrete lo hacía por el rumbo de Cuencamé causándo-les algunas bajas. Bajo esa estrategia buscaban concentrarlos en la zona de Cerro Gordo a fin de pactar la paz con ellos.

El proceso de paz fue largo. A los españoles les urgía pues veían amenazadas sus propiedades y con ellas la ruina de la mi-nería. Por ello, desde el mes de mayo comenzaron a mandar men-sajeros de paz a los rebeldes, en especial les interesaba llegar a arreglos inmediatamente con los “tobosos y sus aliados por ser los más belicosos y los más cercanos a los labradores del valle de San Bartolomé, a quienes pueden hacer daños irremediables, quemándoles sus trigos por tenerlos en sazón... y en particular para los reales de minas de San José del Parral y San Diego y Minas Nuevas por ser de donde se proveen de bastimentos los mineros de ellos para el avío de sus haciendas de sacar plata en que su majestad es muy interesado en sus reales quintos.41 La ur-gencia de establecer la paz era para evitar mayores daños. Por eso la insistencia. El primer mensajero, el indio toboso Juan Largo, murió “por viejo” cuando se dirigía a con los suyos sin que les llegara la misiva. Después mandaron a Cristóbal el Gangoso, hijo del anterior, que sería el que llevaría los mensajes de uno y otro lado hasta que se concretó el acuerdo.

En el ínterin, se produjo el castigo de los caudillos de los con-chos condenando a la horca a cinco de ellos;42 a las familias se les bajó de paz, se les perdonó y con ellas se repobló la misión de San francisco de Conchos. Un hecho que los españoles utilizaron como advertencia ante los tobosos y de más naciones, en cierta forma como amenaza, ofreciéndoles que si aceptaban la paz no serían castigados. Como muestra de buena voluntad el teniente de gobernador les mandaba regalar ropa, harina y carne. Igual-mente, los rebeldes dieron en bajar con el mensajero en varias

ocasiones, mismas en que fueron agasajados. Así, entre idas y venidas, los alzados exigían que fuera el gobernador a pactar el acuerdo a sus rancherías, lo que no ocurrió. No obstante, con el interés de avanzar, el teniente de gobernador y capitán general de la Nueva Vizcaya, Francisco Montaño de la Cueva se presentó en “esta frontera y pueblo de Atotonilco con la gente que le ha que-dado de su real y campo para este efecto que pretende de bajar de paz a los indios de nación tobosos” el 30 de agosto de 1645. Allí se presentaron ante él el mensajero Cristóbal el Gangoso, quien hacía las veces de traductor, acompañado del indio capitán Cris-tóbal Zapata, toboso, con su séquito, y Domingo, representante de los salineros, a manifestarle la voluntad de paz de sus nacio-nes. “El indio llamado Domingo de nación salinero dijo, que ve-nía enviado de parte de los indios de su nación que estaban muy cerca de los tobosos y se comunicaban mucho con ellos a pedir a su merced los quiera recibir y admitir de paz que admitiéndolos bajarían a dársela a su merced”.43

Para ello prometieron volver con los suyos, el teniente de go-bernador aceptó con agrado las palabras de los representantes indígenas, después los agasajó con mucha comida como era su costumbre. Así, el 2 de octubre llegó a Atotonilco un contingen-te de indios salineros por la “otra banda del río Florido” que no pudieron pasar porque estaba crecido. Para tal efecto se tuvo que construir una balsa. Ya en el pueblo, se presentaron ante el te-niente de gobernador los jefes salineros Francisco Mama y don Pedro con sus gentes a dar la paz “y su merced los admitió y recibió en ella, dándoles parlamentos de que fuesen de hoy [en adelante] más leales vasallos de su majestad y no hiciesen robos a nadie y viviesen en policía acudiendo a rezar la doctrina cris-tiana, los cuales respondieron lo harían así como se les mandaba y dieron por nueva como don Jerónimo Moranta y don Gaspar, indios principales de nación salineros quedaban recogiendo su gente para venir así mismo a dar la paz”.44

Vinieron después dos representantes de los tobosos a mani-festar sus deseos de paz con los españoles. Luego llegaron los emisarios de los indios cabezas, Benito y Alonso, a decir lo mis-mo y a recibir regalos. Los tobosos ofrecieron en ese acto traer a todos los miembros de su nación. Los primeros que lo hicieron fueron los salineros, 84 personas (varones, mujeres y jóvenes)

40 archivo de Hidalgo del Parral,

microfilm 1645, fs. 227-243. traslado

de los autos hechos en razón de la

paz que se acento con los indios de

nación tobosos y salineros por el

señor ámese de campo don Francisco

Montaño de la cueva... año de 1645.

véase naylor y Polzer, 1986, pp.

303-334, p. 318.

41 Ibidem, p. 321.

42 agn Historia, vol. 19,

exp. 12, 161v.

43 naylor y Polzer, 1986, p. 327.

44 Ibidem, p. 330.

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26 .transición. 27.transición.

quienes se presentaron ante el teniente de gobernador el 14 de octubre de 1645, estaban liderados por los caciques Jerónimo de Moranta y don Gaspar. Acto seguido, el teniente de gobernador y capitán general “los recibió en ella en nombre del rey nuestro señor y debajo de su real amparo a los cuales su merced les man-dó y encargó viniesen con toda paz y quietud sin hacer daños y robos como solían hacer en parte ninguna y que de hacerlos estuviesen advertidos habían de ser rigurosamente castigados y así mismo les mandó que hiciesen sus casas, viviesen en policía acudiendo a rezar la doctrina cristiana teniendo mucho respeto a sus doctrineros”.45

Por fin, después de varias dilaciones, llegaron los tobosos a dar la paz el 31 de octubre de 1645. Los encabeza su gobernador, don Cristóbal, acompañado por los capitanes Cristóbal Zapata y Juan Bellaco con 66 personas de su nación, varones y mujeres. El teniente de gobernador y capitán general “los recibió en ella [de paz] en nombre del rey nuestro señor y debajo del real am-paro que para ello tiene del señor don Luís de Valdés... mediante el intérprete que lo fue Cristóbal Gangoso indio de su nación y muy ladino en la lengua mexicana les mandó y encaró de hoy más con toda paz y quietud sin hacer nuevos daños y ni robos en parte alguna como lo solían hacer que de hacerlo y quebrantar la paz que de presente le dan estuviesen advertidos serían riguro-samente castigados haciéndoles guerra a fuego y sangre y que así mismos han de estar obligados que así otros indios de cualquier naciones que sean saliesen de la tierra adentro a hacer daños y robos en las caballadas y ganados de esta provincia de Santa Bár-bara y demás estancias de fuera de ella, ...así mismo se dijo que viviesen en poblado y policía y cristiandad acudiendo a rezar la doctrina cristiana teniendo mucho respeto a los religiosos que se la dieron procurando hacer luego sus casas en que vivir y a su tiempo sembrar sus maíces y demás legumbres, criar gallinas y todo lo demás que las reales ordenanzas de su majestad en esta razón disponen”.46

Los tobosos de paz fueron reducidos a vivir en el pueblo de misión de San Buenaventura de Atotonilco. Mientras, según el cura Medrano, la paz con los salineros se concretó en un paraje co-nocido como los Nogales, situado entre el Cerro Gordo y a espal-das de la sierra de Canutillo, al norte de Durango. “Salió después

el gobernador al Tizonazo donde asentó y redujo a su población a los salineros y agregó a dicho pueblo (que no debería) la nación de los cabezas”.47 Consideraba que al sumar a los cabezas a la misión se multiplicaba en número de “enemigos domésticos y ca-seros que con disimulación tienen destruido al reino”.

Aunque algunos cabecillas fueron ejecutados previamente, la mayoría de los miembros de dichas naciones fueron perdonados. Por eso los menos convencidos de que con el acuerdo de paz y la reducción de estos indios a la misión del Tizonazo eran los mis-mos padres jesuitas, pues se hacían pocas ilusiones de que esas medidas fueran a resultar exitosas. En general compartían las mismas opiniones con los soldados españoles respecto a dichos indios, al decir: “Y así suele ser dicho muy común de un cierto capitán de este reino, muy antiguo como experimentado, que los más de los indios de estas naciones tienen su predestinación y salva-ción en la horca; porque al que ha cometido delitos dignos de ella, que se la perdonan, no sólo repite y reincide en ellos, más aún se empeora”.48

Los religiosos no eran capaces de reconocer sus fracasos en la labor de conversión religiosa y cultural, a este propósito decía el padre jesuita Nicolás de Zepeda, con cierto dejo de decepción: “Que después de muchos años de doctrina, tienen cada día nue-va dificultad en asistir en los pueblos, ni a las cosas divinas, ni al trato humano y modo de vivir entre gentes de razón. Y muchos que la conocen se hacen brutos y se fingen bozales, mayormente cuando se ven delante de quien no los conoce. Gente, en fin, en quien no cabe la razón, el discurso, ni ley... Y como desde que na-cen maman en los pechos de sus madres las envejecidas costum-bres de sus brutos naturales, pelean los hábitos de virtud con los hábitos de los vicios, y nunca pueden vencer aquellas a estos...”.49 En suma, consideraban que eran irredimibles.

El único remedio que veía el padre Zepeda era que cuando los redujesen de paz y admitieran a la ley del evangelio les pusieran leyes y estatutos que se impidieran definitivamente a “tan dañi-nos intentos como el querer ser por ahora o por una parte cristia-nos, y por otra libertad de conciencia”. Era de la opinión de que se les debía castigar ejemplarmente y no perdonarles los “delitos cometidos”.50 Reconocían, en cambio, “que las naciones de este reino aún no están propiamente conquistadas”. Por lo cual, en

45 naylor y Polzer, 1986, p. 332

46 Ibidem, p. 334.

47 Informe de Medrano, 2005,

p. 21.

48 agn Historia, vol. 19, exp. 12,

f. 158. las cursivas son mías.

49 Ibidem, f. 165v.

50 loc. cit.

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un acto de resignación pedían a Dios por los indios para que los conservara en su fe y por ellos les diera fuerzas suficientes para soportar a esos “bárbaros” y “animales”.

Lo cual aparte el Señor, por quien es, de sus pensamientos y los con-serve en la ley santa y divina que profesan y nos de fuerza, virtud y fortaleza de ánimo para poder asistir entre naciones tan bulliciosas, inconstantes, perversas, ingratas, fieras, bárbaras, contumaces, indómitas, sin ley, sin razón, sin temor, sin vergüenza, sin miedo, sin recato ni apenas acción de alma racional, sino todos, todos brutales y animales.51

Con esos conceptos sobre los indios salineros sólo quedaba que se pidiera su ejecución masiva, ganas no les faltaron a militares y religiosos, pero privó la visión calculadora de los empresarios mi-neros y hacendados de ese tiempo, quienes veían la posibilidad de cubrir medianamente con ellos las necesidades de mano de obra, tan apreciada por escasa, cara y codiciada en esos territorios. Por esta razón, como por cuestiones de defensa de los bienes de los españoles, se decidió la creación del presidio de Cerro Gordo, en plenos dominios de los salineros. Era también una medida para contenerlos y no volvieran a rebelarse. Al mismo tiempo serviría de guardia del camino real. Para su fundación, en 1646, se recu-rrió a donativos que hicieron los habitantes del mineral del Parral y los dueños de estancias del valle de San Bartolomé, principal-mente.52 Hay que hacer notar que el reclutamiento de soldados se hizo en el pueblo del Tizonazo, no de indígenas por supuesto, tal vez con la intención de causar temor en los indios de la misión.

Si entre sus funciones estaba la de poner freno a otras insu-rrecciones de indios, no cumplió con su cometido. Rápidamente comenzó a mostrar sus debilidades, pues se vio envuelto en la total inacción, falta de mando a causa de los achaques del capi-tán responsable, los soldados se vieron ocupados más en arrieros, otros en estafetas y correos, más que en oficios militares, también por la falta de apoyos de las autoridades de la provincia.53 El mis-mo año de su fundación los tarahumaras se sublevaron causan-do serios problemas en Villa de Aguilar y en Papigóchic, donde más tarde dieron muerte a su misionero el padre Cornelio Bendin de la Compañía de Jesús. Las causas fueron las vejaciones y da-ños que les hacían los españoles en sus sementeras y la captura

de jóvenes varones para llevárselos de esclavos.54 Esta vez salió a combatirlos el general Juan Fernández Carrión al frente de 45 soldados y algunos indios amigos. Su campaña fue un fracaso, encontró que eran muchos los levantados y muy valerosos, por lo que tuvo que regresar a Parral. Continuaron en guerra hasta que a finales de 1648, en que el nuevo gobernador de la Nueva Vizca-ya, Diego Guajardo Fajardo, dispuso emprender nueva campaña de pacificación.55

Guajardo Fajardo entró en tierra de los tarahumaras en enero de 1649, bien pertrechado. Es probable que los rebeldes no estu-viesen prevenidos, pues en tan sólo quince días fueron derrota-dos y los sobrevivientes severamente castigados. Haciendo alar-de de su tiranía: “Hizo diferentes presas en las mujeres y chusma de los tarahumaras, que se vendieron en pública almoneda en El Parral entregando el dinero que resultaba en poder de Diego Villafranca, receptor de éstos y otros diferentes efectos”.56 Sien-do la máxima autoridad civil de la provincia, que debía respetar y hacer respetar las disposiciones reales sobre el tratamiento de los indios según el derecho natural y de gentes en que se habían apoyado teólogos y juristas del siglo XVI para hacer valer los de-rechos de los indios y la abolición de las encomiendas y la escla-vitud, el nuevo gobernador legitimaba estos abusos revitalizando la esclavitud. Dirán que en tiempos de guerra todo se vale.

Sobre los mismos hechos dice el cura Medrano que “captu-raron en diferentes veces más de 400 muchachos, muchachas y mujeres; la mayor parte se vendió y la restante pereció misera-blemente en la cárcel del Parral porque no hubo compradores”.57 Los tarahumaras tomaron venganza toda vez que tuvieron opor-tunidad ejecutando a cuanto español podían. En 1650 el goberna-dor decidió enviar al ya general Juan de Barraza a combatir a los tarahumaras acompañado de gran cantidad de soldados e indios amigos, dejando únicamente a cuatro o cinco soldados a cargo del presidio de Cerro Gordo, con lo que quedaba prácticamente des-protegido. Esta oportunidad, caída del cielo, no la dejaron pasar los salineros y cabezas del Tizonazo; reemprendieron los ataques contra los viajeros del camino real y a estancias de los españoles. Por ejemplo, el 26 de julio de 1650 emboscaron a un contingente de 17 personas en el paraje de los Charcos, a 10 leguas de Parral, once de ellos armados de arcabuz, sólo uno se salvó, los demás

51 agn Historia, vol. 19, exp. 12,

f. 166v. las cursivas son mías.

52 naylor y Polzer, op. cit., pp.

335-353.

53 Informe de Medrano, 2005,

p. 22.

54 agn Historia, vol. 19, exp. 13,

alzamiento de los indios tarahumaras

y su asiento, año de 1646, fs. 167-

172. la muerte del padre Bendin

ocurrió el 4 de junio de 1652.

55 Informe de Medrano, pp. 22-23.

56 Ibidem, p. 31.

57 Ibidem, p. 32.

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perecieron. Entre las víctimas se encontraba Juan de Santoyo, juez cobrador del Santo Oficio.58 Sin saberlo, con la muerte de este fun-cionario de la Santa Inquisición los salineros le hicieron enormes beneficios a muchas personas.

Enterados de los sucesos, el gobernador mandó al general Juan Fernández Carrión a perseguir a los culpables, quien fue si-guiendo los “rastros y los despojos” que iban dejando en la huída, les dio alcance y “prendió en una ranchería, en la ribera del río Florido, dos indios indicados [sospechosos] por haberles hallado las flechas ensangrentadas y, llevados al Parral fueron atenazados vivos por las calles públicas, ahorcados y hechos cuartos [des-cuartizados], y puestas las manos y cabezas en el lugar donde habían cometido el delito”.59 Si el gobernador había hecho alarde de su espíritu desalmado, el general Fernández hizo ostentación pública del sadismo y la crueldad con que actuaban los soldados españoles contra los indios insumisos.

Mientras los tarahumaras continuaban en guerra, los tobosos y salineros se unieron nuevamente contra los españoles y desde entonces, para corresponder a las crueldades de estos, cada vez que ejecutaban alguno “le sacan los ojos y lengua vivos, y hacen en sus cuerpos nunca vistas hasta ese tiempo en que se dio prin-cipio al descaecimiento [decaimiento] de la minería, y a la ruina y destrucción general de todos; por no corregir desde sus princi-pios y atajar este cáncer”.60 Por no haberlos castigado desde que se hizo la paz con ellos en 1645, a eso se refería el cura Medrano, quien era del mismo parecer que los misioneros jesuitas, como ya se dijo.

A partir de 1650 los salineros, cabezas, tobosos y nonojes am-pliaron el radio de ataque, de Parral a Parras, en una distancia de 100 leguas, “que son cuadrillas de salteadores las que cometen los robos y muertes”. Los españoles consideraban que los daños eran más graves que si los cometiera un ejército organizado. Ese año, por ejemplo, salineros y nonojes atacaron la hacienda de Naica causando muertes y la ruina de ella; los indios se llevaron 400 bestias. El dueño, capitán Alonso Díaz, al no recibir ayuda alguna se vio precisado a abandonarla. De esta estancia dependía el abasto del real de Mapimí, así que quedaron suspendidos los suministros inmediatamente; al año siguiente llegaron a este real dando muerte a algunas personas y se llevaron las muladas de

los mineros. Se fueron después tras la hacienda de sacar plata de Sebastián Fernández, en las orillas del río Nazas, la cual sa-quearon. Dueños de la situación, continuaron su avance hacia el oriente, en junio de 1652, 300 salineros y cabezas, divididos en tres escuadras de cien cada una, acometieron a la hacienda de Palmitos llevándose la mulada y cuanto había. De ahí siguieron a Cuencamé saqueando todo a su paso por aquella jurisdicción, de donde se llevaron “multitud grande de caballada”.61

Los tarahumaras siguieron también causando bajas a los espa-ñoles, pues el mismo año de 1652 mataron al padre Jácome Anto-nio Basile, de la Compañía de Jesús y 7 soldados de presidio de Cerro Gordo y 2 del de Santa Catarina de Tepehuanes. Así, con guerra a dos frentes, en la sierra y en el desierto, y ante la ame-naza de la ruina inminente de la provincia de la Nueva Vizcaya, el virrey dispuso la cantidad de ochenta mil pesos para la guerra de tobosos y salineros, que eran los que causaban más daños, a los que sumaron otra importante cantidad en la provincia y gran cantidad de bastimento. Con estos apoyos y siguiendo el man-damiento del virrey, partió el gobernador al castigo de tobosos y salineros a mediados de septiembre de 1652. El día 29 de dicho mes les dieron alcance en el Peñol Nonolat, en tierra de los tobo-sos, donde, en un feroz ataque mataron trescientos “gandules” y capturaron a 200 muchachos y muchachas que no llegaban a los quince años. Con este hecho se dio oficialmente por aniquilada la nación nonoje. Pero según Medrano el informe de los capitanes Barraza y Levorio contradicen al gobernador, quien dio a enten-der que la guerra había llegado a su fin sin haber castigado a nin-gún miembro de las naciones cabeza ni salinera.

El gobernador continuó su campaña de pacificación en el te-rritorio de los tarahumaras con la mayor parte de las fuerzas mi-litares de la provincia. En esa coyuntura los salineros volvieron a atacar distintos puntos por abril de 1653, como el real de San Lu-cas, la hacienda de Guatimapé, el distrito de Parral y Atotonilco, cercano a Santiago Papasquiaro, llevándose grandes cantidades de caballada y reses. En estas acciones participaron cien indios de la escuadra del cacique Santiago y algunos conocidos del pueblo del Tizonazo.62 El gobernador regresó a Parral a mediados de ese año sin haber logrado el deseado acuerdo de paz con los tarahu-maras. Presionado por los españoles afectados por los salineros se

58 Ibidem, p. 33.

59 Ibidem, p. 34.

60 Ibidem, p. 35.

61 Ibidem, p. 35.

62 Ibidem, p. 37.

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vio obligado a propiciar un acuerdo de convivencia pacífica y de colaboración en la guerra contra los tobosos. Para ello ordenó el 24 de julio de 1653 a los capitanes Barraza y Levorio, éste último “gran fautor de los salineros,” así lo llamaba Medrano, para brin-dar la paz a los salineros y cabezas: “Redujeron, en fin, al cacique Santiago y su escuadra y a los salineros y, dándoles bastimento los dispusieron a que hiciesen entrada a los tobosos y demás na-ciones de tierra adentro... constituyéndose rufianes de nuestras pendencias; siendo así que ellos eran agresores”.63 En este acto convirtieron a los indios en mercenarios. El plan no resultó, los salineros no se prestaron a combatir a sus aliados.

El propio cura Medrano proponía el remedio para atajar los daños que causaban los salineros a la provincia. Para ello ingenió un plan que consistía en atraer a todos los miembros de esa na-ción con regalos de ropas y bastimento hacia el presidio de Cerro Gordo o al real del Parral, en donde, una vez concentrado se les prendiera para “dar con ellos por vía de depósito en los obrajes de Puebla y México”.64 Entre otras, la idea era desarticular “la sinagoga del Tizonazo... reino de semejantes correrías”. Aunque en esencia se trataba de un proyecto de destierro, que tampoco prosperó. Por el contrario, los ataques se acrecentaron, nuevas na-ciones se sumaron y la ruina fue casi total. El territorio dominado por los indios nómadas se consolidó: “Desde Parral hasta Parras, hay de distancia línea tirada, más de 100 leguas de campo abier-to, por donde los bárbaros salen a hacer correrías y se vuelven con los despojos y robos a sus tierras, a comunicarlos continua-mente hasta la Quivira y Florida, que éstas son las que llaman escuadrillas de cuatro ladroncillos hostigados del hambre”.65 Y no eran otros más que los salineros y cabezas, “el principal ins-trumento de nuestra ruina”. Más aún, se temía “una inundación de bárbaros que repentinamente acaben con todo; apostando a su lado sinaloas, sonoras, xiximes y tepehuanes, a cuya merced vivimos...”.

Los temores no eran para menos, pues según el recuento de los daños hecho a finales de 1659 las pérdidas de los bienes de los españoles eran cuantiosas: “Hace continuado tanto el estrago de hostilidades que hasta finales de 1659 pasan de 30,000 bestias las que ha robado, así en la Nueva Vizcaya como en las jurisdicciones de Nueva España y Nueva Galicia en que han penetrado estos

bárbaros. En ocasión en que este se escribió pasan de 700 perso-nas las muertas a manos de los indios, y a los fines de 1659 pasan de 3,000 en la Vizcaya y en las jurisdicciones de Nueva España y Galicia”.66 A lo que hay que agregar el despoblamiento total del real de Mapimí, en el tiempo de su mayor pujanza en la época colonial, el aniquilamiento de los reales de Guanaceví y San Pe-dro, como la decadencia de las haciendas de Parral a Guadiana. Además, hacia el sur, la ruina se había extendido hasta los valles de Valparaíso, Trujillo y Jeréz, cerca de Zacatecas, a consecuencia de los ataques de los indios “bárbaros.”

Y es que efectivamente los indios cíbolos comenzaron a avan-zar cada vez más hacia el sur. Se dice que a finales de la década de los cincuenta había alrededor de 600 indios de esa nación en el sitio conocido como El Casco, a orillas del río Nazas, “dándose estos indios la mano con los de El Tizonazo”.67 Fueron los saline-ros los que abrieron las puertas a las incursiones posteriores de los apaches y los comanches. Sería el 24 de junio de 1660 cuando se informaría oficialmente de la rebelión de los indios cabezas del pueblo del Tizonazo y los cíbolos contra los españoles. A ella si-guió el alzamiento de los laguneros y vahaneros, “únicas nacio-nes auxiliares nuestras en la guerra de los tepehuanes,” quienes atacaron las propiedades de españoles en el valle de Parras ma-tando a 14 personas y obligando a Isabel de Urdiñola, hija del ex gobernador de la Nueva Vizcaya Francisco de Urdiñola a huir de sus haciendas y refugiarse en el real de Mazapil, jurisdicción de Nueva Galicia.68

Sistemáticamente perseguidos y castigados, los salineros y ca-bezas sostuvieron una lucha sin cuartel con los españoles durante todo el siglo XVII hasta que fueron lentamente eliminados, pero jamás vencidos. Por su naturaleza indómita e irreductible a la vida cristiana y de sumisión al orden impuesto por los españoles, no reconocían escarmiento ni castigo alguno.

Nuevamente, en 1657 se encontraban sublevados salineros y tobosos, quienes al ser vencidos por las fuerzas del gobernador Francisco de Gorráez y Beaumont, quedaron asentados otra vez en el Tizonazo, concediéndoseles alimentos y ganado para que se acostumbraran a la vida sedentaria. Pero se volvieron a inquietar, por lo que el gobernador volvió a someterlos, esta vez ejecutando a sesenta “revoltosos.” Nueve años después, en 1666, se habían

63 loc. cit.

64 Ibidem, pp. 44-45.

65 Ibidem, p. 53.

66 Ibidem, p. 27.

67 Ibidem, p. 59.

68 Ibidem, pp. 61-63.

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levantado de nuevo. No sabemos cuando hayan sido pacificados, o tal vez aniquilados, pues a consecuencia de su carácter aguerri-do e indómito, el Tizonazo fue objeto de redoblamiento con etnias de lejana procedencia.

En efecto, para 1678 el Tizonazo era otro, se encontraba pobla-do por 16 familias de indios de Sinaloa y Sonora de lengua ore, “a quienes en nombre de su Majestad dio asiento de pueblo en este puesto el señor gobernador de la Vizcaya por haber hecho castigo general de la nación salinera por sus delitos y continuos alzamientos y traiciones que era la gente que antes la poblaba”.69 Al parecer, aquella fue la fecha del aniquilamiento de la nación salinera. Su lugar en la misión lo ocuparían indios de naciones lejanas, desarraigados, desmembrados de sus tierras, cultura y nexos espirituales. Los nuevos moradores hacían un total de 83 personas, que eran administradas por el padre jesuita Francisco de Vera. Terminaba así un capitulo de su historia e iniciaba otro, el de la rendición y el ejercicio absoluto de la explotación y domi-nación de los indígenas.

conclusIones

El caso que abordamos posee varias singularidades. En pri-mer lugar, trata principalmete de dos grupos étnicos nómadas que habiendo sido sujetos al sistema misional, como tantos otros, con la idea de reducirlos a las formas de vida sedentaria perma-nente para evangelizados e incorporarlos al régimen de explota-ción español, no pudieron ser sometidos. Más aún, el proyecto misional y de dominación laica fracasó con ellos. Tal vez se debió a que su mayor resistencia a la adaptación residió en la natura-leza libre de su cultura, propia de la vida nómada ancestral, y a que las nuevas circunstancias favorecieron la continuación de sus antiguas costumbres.

Siendo dos naciones numéricamente pequeñas, pudieron re-doblar fuerzas gracias al empleo extensivo del caballo, el cual aprendieron a manejar rápidamente con mucha pericia convir-tiéndose en excelentes jinetes; eran tan diestros que comúnmente montaban a pelo. Se enseñaron en los ranchos de los españoles donde comenzaron a trabajar de sirvientes y en los pueblos de mi-sión. La obtención era fácil, pues desde épocas muy tempranas del

siglo XVII los animales mostrencos fueron inundando las vastas tierras de la planicie norteña, donde quedaban dispuestos para ser capturados o cazados. Más tarde, como hemos visto, simple-mente los robaban de las haciendas ganaderas. Es muy probable que también hayan servido de alimento, que lo eran también de españoles.

El uso del caballo potenció la capacidad de movimiento y de desplazamiento de tobosos y salineros hasta latitudes antes ini-maginables por ellos para ser recorridas a pie. Al mismo tiempo, esto reafirmó el carácter nómada de sus sociedades constituidas a base de bandas. De igual modo, otro factor que resultó decisivo en la consolidación de esa forma de vida fue la presencia de los españoles productores de ganado vacuno y caballar, en abundan-cia, que bajo una débil protección dejaban expuestos al robo de los indios. Con este hecho cambiaron sus tradicionales formas econó-micas de caza-recolección a las de pillaje como modus vivendi.

Su carácter guerrero, que tanto destacan las crónicas colonia-les, se reafirmó con la práctica de la nueva actividad económica. En este sentido, el desierto, estéril e improductivo según la visión de los españoles, que había sido su antiguo hábitat, se convirtió en el escenario primordial de ese enjambre de bandas de indios tobosos, salineros, cabezas y demás, que realizaban rápidas y extensas correrías de Parral a Parras, y eventualmente hasta el Nuevo Reino de León. El temor con que se les veían radicaba en su capacidad de destrucción, pues se decía que causaban más perjuicios que un ejército organizado. Luego, combatirlos no era fácil, toda vez que los presidios que fueron creados durante los siglos XVII y XVIII sólo servían de cordón protector de los rea-les de minas, haciendas y el camino real de tierra adentro, por lo cual dieron más bien en considerarlos un mal que había que mantener alejado debido a las dificultades para perseguirlos y más aún exterminar.

A pesar de que para combatirlos se expidieran diversas dispo-siciones para hacerles la guerra “a sangre y fuego” para extermi-narlos, no sería sino hasta ya avanzado el periodo colonial cuan-do pudieron deshacerse de ellos. En el caso de los salineros todo parece indicar que los españoles acabaron con ellos a finales del siglo XVII, y si llegaron a sobrevivir algunos es probable que se hayan asimilado a los cíbolos o a los comanches. Los tobosos, en

69 agn Historia, vol. 19, exp. 34,

f. 299.

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cambio, sobrevivieron hasta el siglo XVIII, al menos de nombre, pues no es seguro que se tratara del mismo grupo étnico porque el nombre toboso se convirtió en genérico para todos los grupos indígenas que cometían algún robo o realizaba cualquier correría en la región del Bolsón de Mapimí hasta Nuevo León.

Finalmente, es justo reconocer sus contribuciones en la pro-longada formación de la cultura del septentrión. En este sentido, en virtud de la tenaz resistencia que opusieron al avance español, el aniquilamiento de las demás naciones indígenas fue más lento de lo que pudo haber sido y gracias a ello el proceso de mestizaje racial y cultural se consumó. Al mismo tiempo, sus acciones ayu-daron a la preservación de los grupos indígenas que habitaban más al norte.

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El aspecto mitológico de las culturas consideradas formando par-te de la región del Gran Nayar (coras, huicholes, mexicaneros y tepehuanos del sur), ha sido un tema de interés de muchos in-vestigadores en los últimos años.1 Sin embargo, todos los grupos asentados en dicha región no son igualmente favorecidos por los estudiosos, ya que estos han enfocado más sus estudios hacia los huicholes, coras y mexicaneros. Mientras que se ignora mucho todavía de la cultura de los tepehuanos del sur de Durango.

La intención del artículo es ahondar un poco más en el conoci-miento de la cultura y geografía mítica de los tepehuanos del sur. A continuación se describe un mito que tiene fuerte significación en el pensamiento cosmogónico tepehuano, es el del “camino de los muertos”. Para recuperar el mito se tuvo que transitar por la ruta que va del pueblo de Huajicori, Nayarit, hasta la comuni-dad de San Francisco de Ocotán, Durango. Algunos tramos de la mencionada ruta se pudieron recorrer en vehículo, de la cabecera de Huajicori a la comunidad de Los Cimientos, mientras que de Los Cimientos a San Francisco de Ocotán se hizo el trayecto a pie. El recorrido por el primer tramo fue de cerca de ocho horas y el segundo de tres días. En la ruta se pasa por los siguientes puntos, partiendo del pueblo de Huajicori: Santa María de Picachos, La Mesa de los Ricos, Los Cimientos, Tomates, Sihuacora, Los Ro-bles, Los Alacranes, Candelarita, hasta arribar a San Francisco de Ocotán.

La geografía es muy accidentada, se inicia el recorrido a una altura de 80 m.s.n.m y en la comunidad de Cimientos se alcanzan los 2000 m.s.n.m; desde esta última comunidad hasta Sihuacora hay que descender de nuevo hasta los 700 m.s.n.m; luego el ca-mino va subiendo de nueva cuenta y en San Francisco de Ocotán se rebasan los 2000 m.s.n.m. Las poblaciones de esa zona aun en nuestros días casi viven en total aislamiento, por la falta de vías carreteras y medios de comunicación en general, y se les dificulta el aprovechamiento de apoyos de gobierno así como al mismo tiempo el abasto de productos alimenticios.2

La ruta atraviesa un territorio que posee características geográ-ficas y climáticas muy particulares y contrastadas, se conforma de

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2 Para conocer más sobre el

sistema socioeconómico y cultural

de las poblaciones que habitan

en la ruta objeto de este estudio,

véase el II. capítulo “Historia mítica

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zonas bajas y altas, clima caliente y frío, y es habitado a la vez por mestizos en indígenas. Dicha ruta ha sido desde la antigüedad uno de los caminos utilizados por los indígenas para transpor-tar víveres y otros productos de la tierra caliente a la sierra y al altiplano.

El mito del “camino de lo muertos”, es un tema recurrente en las conversaciones con los indígenas cuando se recorre con ellos la ruta Cimientos-San Francisco de Ocotán porque ha impreso sus huellas en la geografía local.3 Este tipo de mitos nos ayuda a comprender mejor cómo se reafirman los lazos de comunicación entre la sierra y la costa, y cómo se conservan esas rutas de comu-nicación transversales que conectan geográficamente el altiplano con la tierra caliente. Pero también existen al mismo tiempo rutas cosmogónicas que transignifican los espacios y el territorio mar-cándolos a través de puntos simbólicos. Las rutas cosmogónicas configuran una geografía ritual y al mismo tiempo mítica.

El mito del “camino de los muertos o ruta de los muertos” no es exclusivo de la cultura tepehuana, también existe en muchas otras y en ocasiones hay versiones que parecen relacionarse. A lo largo del texto se retomarán algunos aspectos que se mencionan en narraciones similares de otros grupos culturales como el hui-chol, cora y mexicanero, los cuales colindan con los tepehuanos del sur. Pero no sólo por la razón anterior, sino también porque se considera que existe cierta relación histórico-cultural entre dichos grupos, tal como lo señala Antonio Reyes: “de los planteamien-tos de Preuss, así como de las discusiones del Seminario Antro-pología e Historia del Gran Nayar (casi cien años después), se desprende la posibilidad de considerar a los tepehuanes del sur dentro de la región histórico-cultural del Gran Nayar, la cual se ha definido principalmente a partir del llamado “complejo mi-tote”, postulado por Neurath”.4 Por su parte, Neyra Alvarado, también menciona que el espacio habitado por los cuatro grupos étnicos se puede considerar como una región culturalmente se-mejante cuya población tiene parentesco lingüístico,5 derivado del yutoazteca.

El mito denominado “el camino de los muertos” no sólo traza una ruta sino que también establece límites simbólicos territoria-les. Hace referencia a lugares sagrados reales, que se pueden ver y tocar aunque para los mestizos que habitan las partes bajas,

estos lugares no tienen importancia especial. Por otro lado el mito sólo es compartido por los indígenas tepehuanos que hablan la variante lingüística o’dam del municipio del Mezquital. Mientras que este mito no se encuentra en el bagaje cultural de los indíge-nas de la variante audam del municipio de Pueblo Nuevo.

Para los tepehuanos, muchos cerros, plantas y animales que se mencionan en el relato como el perro, el tejón, el cuervo, el árbol de pino, el clavellino, el cerro las campanas de los muertos, las piedras de los muertos, etc., son seres personificados que habitan nuestro mundo terrenal al igual que nosotros, a los que honran y rinden culto especial para que los puedan ayudar en la vida y también en la travesía que siguen después de la muerte hacia la morada de los muertos. Las dos series de vida, la animal y la vegetal no están disociadas en la mentalidad de los ejecutantes de los rituales. Los indígenas a través de la relación con las plantas, los animales, y la naturaleza en general pretenden dar una expli-cación al mundo en todos sus sentidos. De ahí que ejecuten ri-tuales especiales para llamar la lluvia, para obtener buenas cose-chas, para librar a la familia y pueblo en general de tempestades, para avanzar a la otra vida después de la muerte sin dificultades hacia su morada final a donde llegan los muertos. A través de esa relación también se reafirma la existencia de sus dioses pro-tectores y, al mismo tiempo, castigadores en caso de malos actos o desobediencias.

La cultura mestiza ubica mucho de los lugares mencionados en el mito por situarse en territorio geográficamente conocido, pero sólo perciben los elementos del relato como simples plan-tas, animales y cerros, que tienen cierta forma, posición, altura, etc., pero que no están ahí por decisión de los dioses, sino por-que la naturaleza así lo determinó. En cambio para los indígenas estos son personajes que funcionan como deidades protectoras, dadores de vida y que llegaron a sus tierras desde el principio, cuando el mundo indígena se formó. Respecto al origen de los te-pehuanos, “se cuenta que algunos de esos objetos fueron dejados alrededor del mundo por Jixkai’chio’ñ, que es el mítico personaje inventor del mitote o xiotalh. Por ejemplo, existe la creencia de que hay un lugar en la sierra donde están petrificados los partici-pantes del primer mitote. También se dice que los objetos que en aquella ocasión usó Jixkai’chio’ñ están dispersos en el paisaje”.6

de nuestra señora de Huajicori”

de mi tesis de doctorado, El culto de

Nuestra Señora de Huajicori, zamora,

Michoacán, el colegio de Michoacán,

2008 y el artículo de mi autoría

publicado en el núm. 35 de la revista

Transición, “comparación de la fiesta

de la candelaria en Huajicori con

festividades el día de la candelaria

entre tepehuanos de la sierra de

durango”, 2007, pp. 28-57.

3 recorrí esa ruta buscando

determinar la extensión del culto a la

virgen de Huajicori, objeto de mi tesis

doctoral ya citada.

4 antonio reyes valdés, Los que

están benditos. El mitote comunal

de los tepehuanes de Santa María de

Ocotán, México, InaH, 2006, p. 26.

5 neyra Patricia alvarado solís,

Oralidad y Ritual. “El dar parte” en el

xuravét de San Pedro Jícoras, Durango,

México, universidad Michoacana de

san nicolás de Hidalgo, 1996, p. 28.

6 reyes, 2006, pp. 45-46.

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42 .transición. 43.transición.

Para los indígenas la observación de la naturaleza influye en la construcción de su cosmovisión al mezclarse con elementos mí-ticos.7 Entonces “el espacio, el territorio se presenta en el incons-ciente colectivo bajo formas de símbolos; los límites del territorio y los atributos de sus elementos constitutivos son conocidos por los integrantes del grupo étnico como lo son los atributos de las diferentes divinidades”.8

La versión del mito del camino de los muertos que se rescató en la ruta de Cimientos a San Francisco de Ocotán, los tepehua-nos la llaman “el cuento de los jabones”. Los jabones es un sitio sagrado que se localiza en un cerro después de la comunidad de Sihuacora rumbo a Huajicori, Nayarit. Es un amontonamiento de piedras chicas y grandes que parecen haber sido labradas inten-cionalmente por su extraña forma rectangular. También existen en ese lugar unas rocas enormes y en cima de ellas hay una se-rie de piedras pequeñas que según los indígenas son los jabones que utilizan los muertos cuando pasan por ahí rumbo al Chamet, Chameta o Chametla, lugar considerado como la morada de los muertos.

El padre Antonio Arias de Saavedra en su informe escrito en 1673, rescatado por Alberto Santoscoy, menciona que para los co-ras “Chametla” quiere decir “la casa del mezcal” y otros la lla-man Ichamictla que quiere decir “casa del infierno y en su idioma natural Caulyan que se entiende “fuego o purgatorio”.9 Por otro lado, Alvarado afirma, que el Chamet de los mexicaneros de San Pedro de Jícora es Chametla. Mientras que para los mexicaneros de San Buenaventura éste se localiza en un cerro al oeste de la comunidad y otros lo ubican también en Chametla, Sinaloa, en la costa, al oeste.10 En el caso de los huicholes al lugar sagrado de la región de la oscuridad se le denomina Neirata. El nombre se deriva de la raíz nei “bailar”. Es un corral donde se castiga a los muertos, obligándolos a que bailen y canten entorno a las hogue-ras, cuando en vida omitieron hacerlo en las fiestas religiosas. Y según ellos se ubica al oriente de Acaponeta, en Nayarit.11 Para los coras la morada de los muertos también se localiza al oriente de Acaponeta.

Relacionado con lo anterior, Laura Magriñá, apoyándose en la relación del fray Antonio Arias de Saavedra señala que en el cosmorama cora se establece que durante la creación cada una

de las deidades fue escogiendo su lugar de asiento. Por ejemplo, Pyltzintli escogió el oriente, Uxxu el lugar por donde sale el sol el 21 de diciembre, Narama por donde sale el sol el 21 de junio (los solsticios de invierno y verano, respectivamente) y Nycanori “las aguas de mar por la parte del poniente”. Luego “habiendo cogido sus puestos dejaron estatuas señaladas” para que se les rindiera culto: la de pyltzintli sería el sol; la de Uxuu “una piedra que está dentro del mar que llaman Matanche que quiere decir ‘garrapata plateada”; la de Narama un cerro que llaman “cabeza de caballo’ y por otro nombre Ychamet que quiere decir ‘la casa del maguey y mezcal” y Nycanori eligió como su imagen “un brazo de mar”.12

Por su parte, Jesús Jáuregui sostiene que la “piedra blanca” (Uxuu) que se encuentra frente al Fuerte de San Basilio en San Blas Nayarit marca el territorio de los Coras. También hace hincapié en que las piedras antes mencionadas por Magriñá, se pueden relacio-nar con un cerro que está en Sinaloa y marca el extremo norte del territorio para los coras, se llama Chamet, o cerro Cabeza de Caba-llo. Además menciona el mismo investigador que los coras consi-deran al cerro el Chamet “la morada de los muertos”, y que desde la zona de la “cora baja” se aprecia perfectamente dicho cerro.13

Exploramos el sur de Sinaloa, donde antiguamente se encon-traba la provincia de Chiametla y en donde los indígenas aseguran que se localiza el Chamet o Chameta, que aparece en su mitología acerca de la morada de los muertos. Ellos no señalan la ubicación exacta del lugar sagrado, sólo hacen referencia al rumbo. Algunos grupos dicen que está cerca de la ciudad de Acaponeta al oriente, otros dicen que se sitúa en el poblado de Chametla, Sinaloa. Sin embargo, el hecho de no conocer el sitio exacto del lugar sagrado da pie a que en ocasiones se afirme que es en Chametla donde éste se encuentra, por relacionarse con el nombre de la población que existe hoy todavía en el municipio del Rosario, Sinaloa. Se lo-calizaron dos cerros que tienen relación con el lugar ya indicado, el primero se encuentra frente al pueblo de Palmillas14 al oriente, en el municipio de Escuinapa, Sinaloa, que colinda con el munici-pio de Acaponeta, Nayarit. Desde la carretera internacional Méxi-co-Nogales, específicamente en el crucero de Tecuala-Acaponeta, Nayarit se aprecia perfectamente el cerro, que los moradores de la zona nombran el “cerro del muerto”, porque se asemeja a una

7 Johanna Broda, “cosmovisión

y observación de la naturaleza:

el ejemplo del culto de los cerros en

Mesoamérica”, en Arqueoastronomía

y etnoastronomía en Mesoamérica,

México, unaM, 1991, p. 462.

8 Marcello carmagnani, El

regreso de los dioses. El proceso de

reconstrucción de la identidad étnica

en Oaxaca, siglos XVII y XVIII, México,

Fondo de cultura económica, 1988,

p. 15.

9 alberto santoscoy, Obras

completas, t. II, México, uned, 1986,

p. 985. este mismo informe de arias

aparece en thomas calvo, Los albores

de un nuevo mundo, siglo XVI y XVII,

México, universidad de guadalajara,

1990, p. 303.

10 neyra Patricia alvarado solís,

Atar la vida, trozar la muerte.

El sistema ritual de los mexicaneros

de Durango, México, universidad

Michoacana de san nicolás de

Hidalgo, 2004, p. 280.

11 silvia leal carretero, Xurawe

o la ruta de los muertos. Mito huichol

en tres actos. México, universidad

de guadalajara, 1992, p. 200.

12 laura Magriñá, Los coras entre

1531 y 1722, México, Instituto

nacional de antropología e historia

y universidad de guadalajara, 2002,

p. 242. la misma autora señala, que

uxuu, se le concibe como “la mujer

criatura” (fertilidad), madre tierra,

creadora “de todas las semillas

y frutos de verano”; narama, hombre

“salitroso”, cuyo “sudor se convirtió

en sal”, creador también del mezcal

y el chile;: por último nycanori

o neauxi, el padre fuego, creador de

las aves y los peces, con “asiento en

el poniente sobre las aguas del mar”,

a quien se le ofrecen los primeros

frutos por ser el fecundador, con

“sus rocíos”, de la madre tierra,

pp. 241-242.

13 Plática dada por Jesús Jauregüi

en la visita a los esteros de san Blas,

la Piedra Blanca, los adoratorios

huicholes de tatei Haramara y el

Fuerte de san Basilio, sábado 9

de diciembre de 2006. esta visita se

organizó al final del simposio

“la semana santa en el noroccidente

de México” celebrado en el auditorio

de la biblioteca magna de la

universidad autónoma de nayarit,

los días del 7 al 9 de diciembre

de 2006 en tepic, nayarit, donde

participaron: conaculta-InaH-uan.

14 teodoro natividad salazar,

Toponimia, geografía e historia

de Sinaloa, t. II, culiacán, sinaloa,

México, segunda edición, once ríos

editores, 2007, p. 187. Palmillas, ojo

de agua de Palma. también llamado

punta de Matarén, en la época de

la conquista española. en el tratado

sobre el arte cahita editado por don

eustaquio Buelna Pérez, señala que,

los indígenas llamaban a éste árbol

(la palma o palmilla), con la expresión

taco. ojo de agua de Palmillas nombre

de una sindicatura, conformada por

las comisarías de ejidos la campana

1 y 2, el trébol 1 y la ciénega.

Palmillas, nombre de una comunidad

y el de las marismas cercanas a

este asentamiento. toponimia.- se

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44 .transición. 45.transición.

persona muerta. En ocasiones también lo identifican como “el ce-rro cola de caballo” porque viéndolo de lejos figura la cola de un caballo hondeada por el viento. La figura del cerro como ya se dijo, parece representar a una persona acostada con la cabeza al oriente y los pies al poniente estirados hacia el mar. Pero los moradores del lugar desconocen el significado simbólico de este cerro, sólo mencionan que para los pescadores locales es de vital importancia, porque cuando se internan en alta mar es el que los orienta para no extraviarse. También comentaron que es un cerro con el que se identifica la población del lugar.

En el municipio del Rosario, Sinaloa, frente a la ciudad del Rosario, existe otro cerro que los rosarenses denominan “el ce-rro el yauco”. “Yauco” es un vocablo náhuatl. La etimología de yau-co está compuesta de yau, apócope de yautle o iyautli, flor de ofrenda; de iyaua, ofrecer en sacrificio, incensar; y co equivale a desinencia de lugar. El topónimo significa “lugar de sacrificios o de ofrendas. El origen de este topónimo está relacionado con su historia y tradición.15 La altitud de este cerro es de 900 m.s.n.m. y se ubica a los 22º y 58”, latitud norte y 105º y 45”, longitud oeste, en el municipio del Rosario.

A este mismo cerro en lenguaje común le denominan “la mu-jer dormida”, porque se parece a una persona que está acostada dormida o muerta como en el caso del cerro anterior, con las ma-nos sobre el pecho y con los pies estirados, y en este caso los pies van a dar a las marismas de la sindicatura16 de Chametla. La posi-ción que presentan los dos cerros recuerda la manera de sepultar a los difuntos en la cultura indígena tepehuana, la cabeza viendo al rumbo oriente y los pies apuntando al poniente.

Cuando realicé el recorrido por la sierra tepehuana, me posi-cioné en el punto sagrado ubicado en la serranía huajicorense, al que los indígenas tepehuanos identifican como “las campanas de los muertos”, de donde se aprecia perfectamente la costa y el mar. De ese punto en línea recta también se puede ver muy bien “el ce-rro del muerto” y más al norte “el cerro el yauco”. Si tomáramos como punto de partida las campanas de los muertos para trazar una línea hacia esos lugares podríamos formar un triangulo como se observa en el mapa que se anexa al presente artículo.

Al parecer los dos cerros son un referente para ubicar la zona considerada como la morada de los muertos, estos delimitan el

espacio sagrado, por eso la semejanza y posición que tienen de-notan un simbolismo especial para los indígenas. Como pode-mos apreciar, la región sagrada de los muertos o Chamet, no es exclusiva del grupo tepehuan, también aparece en el cosmorama de los coras, huicholes y mexicaneros. En la relación que realiza Arias de Saavedra sobre la cosmogonía cora, indica que el espa-cio donde se ubicaba la provincia de Chiametla es consideraba como un lugar salitroso, localizado al poniente, se dan muchos frutos y minerales y por donde entra el sol en el primer grado del signo de cáncer que es a los veinte y uno de junio. Además establece que el sudor del Narama se convirtió en sal, dándole patrocinio de crear la sal, mezcal y chile.17 Es por ello que para los grupos indígenas referidos, además de ser un sitio sagrado, también, era una fuente de satisfactores. Ya que en dicho lugar se encontraban los bancos de sal más importantes del norte de la Nueva Galicia, y la obtenían para consumo propio o para co-mercializarla.

los Buenos actos realIzados en la vIda son recoMPensados en la Muerte

El tema de la muerte es algo muy recurrente en casi todas las culturas del mundo, y en muchas de ellas como sucede en nuestro caso, se habla de otra vida después de la muerte. Los te-pehuanos, los coras, los huicholes y los mexicaneros que son los grupos étnicos que habitan la sierra de Durango, Nayarit, Jalisco y Zacatecas, nos dice José Luis Iturrioz, creen todos que la vida les fue otorgada por los dioses para disfrutarla en la tierra, mas esta donación no es gratuita, porque los humanos deben de agra-decer a las divinidades con un comportamiento ejemplar. No sólo tienen que respetar las normas éticas de su propia cultura, sino también tienen que ofrendar a los dioses una parte simbólica de los bienes recibidos, como generalmente los hacen en sus fiestas religiosas.18 Los dioses establecen las reglas, determinan los es-pacios y las formas como deben ejecutarse los rituales. Quienes faltan a estos mandamientos pueden ser castigados primeramen-te con avisos previos, bajo la forma de alguna enfermedad, malas cosechas, tempestades naturales pero cuando la falta es muy gra-ve los dioses los privan de la vida.

interpreta como “lugar de palmas”.

lo anterior tiene lógica, pues en esta

región son comunes los bosques se

palmas. localización.- ojo de agua

Palmillas esta ubicada en los 22º

y 37”, de longitud oeste. su elevación

sobre el mar es de 10 metros. dicha

sindicatura colinda con el municipio

de acaponeta del vecino estado

de nayarit. también es la última

localidad más importante del estado,

hacia el sur.

15 Héctor olea, Los asentamientos

humanos en Sinaloa, México,

universidad autónoma de sinaloa,

1980, p. 171; teodoro navidad

salazar, Toponimia, geografía

e historia de Sinaloa, sinaloa,

once ríos editores, segunda edición,

2007, p. 162. Por su parte para

Pablo lizarraga arámburo, Nombres

y piedras de Cinaloa. Nomenclator

indígena, datos geográficos, históricos,

de los animales y palabras que han

sido de uso común, t. I, san Miguel

de culiacán, sinaloa, México, 1980.

“Yauco” es el “cerro de san Francisco

Javier, del rosario. Proviene del

vocablo nahuatl yacauitzco, de

yacauitztic, puntiagudo, y co en lo.

Que quiere decir, en “lo puntiagudo”.

este cerro es muy conocido porque

tiene un remate agudo visto desde el

noroeste, aunque en realidad cuenta

con varios picachos muy agudos.

también menciona, que tiene una

cueva natural con la forma de la

guadalupana mexicana.

16 Instancia que se encarga

de administrar las demarcaciones

territoriales en que se dividen los

municipios de sinaloa, es lo mismo

a lo que en otras entidades se le llama

“tenencia”. el titular o representante

máximo de una sindicatura, se

le llama “sindico procurador”,

equivalente a “jefe de tenencia”

o “delegados municipales” en otros

lugares.

17 Magriñá, 2002, p. 241.

18 José luis Iturrioz leza,

Reflexiones sobre la identidad

étnica, México, universidad de

guadalajara, 2002, pp. 249-250.

Por su parte Jacques soustelle,

Pensamiento cosmológico de los

antiguos mexicanos. Representación

del mundo y el espacio, México,

librería Hermann & cia. editeurd,

París, primera edición en español,

1959, pp. 73-79. sostiene que los

antiguos aztecas tenían deidades que

se relacionan con el camino de los

muertos. un ejemplo, es el dios del

infierno del norte Mictlantecutli, que

era el “señor de Mictlán” o del “lugar

de los muertos”, asistido por su mujer

Mictecaciuatl “diosa de los infiernos”.

se llama también Tzontemoc, “aquel

que tumba la primera cabeza”, como

el sol en el ocaso. el Códice Borgia lo

representa llevando sobre su espalda

un sol negro. es el sol de los muertos,

el sol de la noche, es aquel que lleva

una vida misteriosa debajo de la

tierra entre el crepúsculo y la aurora.

también consideraban que el norte

era el país negro del frío, de la noche,

del invierno, por lo tanto de la aridez

y del hambre. entonces los vientos

del norte o del mictlan, se creía que

estaban cargados de un poder mortal,

era el viento del infierno

y de la muerte. relacionado con

dioses del inframundo, Hermann

steuding, Mitología griega y romana,

Barcelona, labor, septima edición,

1953, pp. 34-35. Menciona acerca

de los dioses del inframundo griego,

que “Hades, el cual tiene su patria en

élida. en la época de Homero había

ascendido desde la categoría de dios

local a señor del mundo subterráneo

y de todos los muertos. al igual que

estos, es también invisible, por lo que

se le llama ‘aidoneus, ‘aides o Hades,

que quiere decir: el invisible o el que

tiene el poder de hacerse invisible

[…] el todo poderoso señor de los

Infiernos es considerado hermano de

zeus y de Poseidón por lo que se llama

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46 .transición. 47.transición.

La vida se concibe como una guía, que al momento en que nace y crece una persona se va desenredando, pero cuando llega la muerte esa guía se troza y desaparece. Por eso los tepehuanos en vida se preparan para la muerte, si cumplen cabalmente con todas las promesas de cualquier índole, en el otro mundo podrán andar por el camino de los muertos sin tener obstáculos ni sufrir castigos penosos, impuestos por las deidades petrificadas, ani-males y plantas sagradas. Es por eso que cada una de las etapas de la vida está marcada por rituales específicos y todas las perso-nas deben cumplir con ellos de manera obligatoria. Los padres de familia y el marakame19 en la cultura tepehuana señala Sánchez Olmedo, deben vigilar que sus hijos y los miembros de la comu-nidad realicen cabalmente estos actos. Por su parte menciona Re-yes, que cuando un niño tepehuano nace y aun no se puede valer por si mismo, los familiares procuran enterrar la placenta en un lugar especial del patio de su casa para que el individuo no sufra durante su vida la enfermedad del frío. Al enterrar la placenta unen el niño a su familia y a la tierra donde ha de vivir, crecer y morir. El bebé debe ser bautizado en dos rituales, en el indígena y en el cristiano. Primero se realiza el bautizo indígena a unos días de nacido, se localiza a un padrino para que le ponga sobre la frente agua recién sacada de un manantial por la mañana.20 Y posteriormente el bautizo cristiano, no hay una fecha que respe-tar, éste se lleva a cabo cuando el sacerdote acude a las visitas pas-torales a las comunidades una o dos veces por año y se consiguen a los padrinos. Así pueden bautizarse niños pequeños y hasta de seis años como se pudo observar en San Francisco de Lajas en la fiesta de la Candelaria en el 2007.21

Relacionado con lo anterior, Sánchez y Reyes, también indi-can, que una vez que los niños han cumplido un año, los tepe-huanos en la ceremonia del mitote de mayo se les da a comer los alimentos más sagrados: el venado, el maíz y la sal. A esa edad el marakame los cura de la enfermedad del cochiste. Si los bebés con-traen dicha enfermedad lloran mucho y les da sueño en exceso. Al llegar a la etapa de la pubertad en un ritual especial los jóvenes fuman tabaco makuche y consumen mezcal, ésta es la señal de que ya pueden valerse por sí mismos y si lo desean pueden matrimo-niarse porque ya han alcanzado la madurez debida. Los jóvenes ya no tienen ningún impedimento para formar su propia familia,

además son conscientes de que tienen que asistir a todas las ce-remonias que marca el costumbre y las celebraciones católicas. La edad que debe tener un hombre o mujer indígena para poder contraer matrimonio es de los 15 en delante, aunque se dan casos principalmente en las mujeres que suelen hacerlo antes de llegar a esa edad, a los 13 o 14 años. Es bien sabido por todos que cuando faltan a la moral indígena, no cumplen bien el costumbre pueden ser castigados con enfermedades o bien privados de la vida. Si las faltas cometidas por alguno de los miembros de la comunidad no son muy graves, el marakame tiene la posibilidad de curarlos, pero si lo son difícilmente puede convencer a los dioses para que le den otra oportunidad al infractor.22 En la obra de Furst, encontra-mos que “los indígenas (huicholes) consideran al marakame como guardián de la comunidad contra todos los peligros, cualquiera que sea su origen, y como escudo contra toda amenaza a la inte-gridad espiritual y equilibrio de sus miembros”.23 En los tepehua-nos este personaje parece tener función semejante.

En el pensamiento indígena también se dice, que los anima-les sagrados son muy importantes porque fueron enviados por los dioses a determinados puntos de la ruta de los muertos para proteger o castigar a los humanos. “Se consideran dotados de una matriz de vida como el alma”.24 Es por eso que se realizan rituales especiales para honrarlos, por ejemplo según Reyes, los tepehua-nos de Santa María de Ocotán tienen identificados ciertos cerros donde se cree habitan los tejones, los cuervos, los ratones, los tla-cuaches entre otros. También le rinden culto a dos cerros que es la nieve y la enfermedad. En la morada de cada uno de estos perso-najes petrificados se realiza la ceremonia de la entrega de alimen-tos, esparcen pinole sobre la cima y alrededor de los montículos y pronuncian un discurso de agradecimiento. El mismo autor sostiene que en San Francisco de Ocotán, los nativos ofrendan pinole a “doce cerros” que se encuentran alrededor del poblado y se cree son los “doce antepasados” tepehuanos, los cuales fueron distribuidos en “doce pueblos” en la serranía.25

El ritual de ofrecimiento de alimento a los seres petrificados se lleva a cabo con la finalidad de tenerlos contentos y así evitan que estos se rebelen contra ellos, atacando las siembras o atentando contra su salud. Si pasan por alto la ceremonia de ofrecimiento de alimentos, están propensos a que los animales les coman la

zeus subterráneo, representándosele,

como aquellos, con trono y cetro.

su esposa es Persefoneia o Perséfone,

y de la misma manera que ésta,

Hades, señor de las profundidades de

la tierra, es protector de las cosechas,

mientras están ocultas en su seno.

lleva como característica el cuerno

de la abundancia y es adorado bajo el

nombre de Plutón, que quiere decir:

el rico guardador […]

19 José guadalupe sánchez

olmedo, Etnografía de la Sierra Madre

Occidental: tepehuanes y mexicaneros,

colección científica, núm. 92,

etnología, México, seP-InaH, 1980,

p. 109. Menciona que el “curandero

o marakame” es el personaje que

dentro de la cultura indígena actúa

en la organización política y religiosa.

la actividad religiosa y curativa del

“marakame” o curandero como le

denomina el autor está íntimamente

ligado al concepto mágico de la

enfermedad. no todos los indígenas

pueden llegar a ser curanderos;

sólo los elegidos por el dios.

el aprendizaje comienza desde

que están pequeños; al lado de un

curandero ayunan un mes por año,

aprenden las oraciones mágicas

y hacen una flecha adornada con

plumas de águila hasta que completan

cinco. en este punto parece que hay

divergencia, pues unos usan cuatro

y otros usan cinco flechas, y más

bien parece que dependen de las

familias el derecho de usar un número

determinado. las “u’u” o flechas de

carrizo con punta de palo de brasil,

adornadas con plumas de águila

suspendidas en la parte superior;

todas juntas conforman la imagen

de dios; en ellas reside el poder

mágico curativo. cada curandero tiene

obligación de llevar consigo estas

flechas. las guardan en un “umú

maiñ” o petaca de soyate rectangular.

cuando el curandero es hombre

o mujer, termina el aprendizaje, da

gracias a dios con un “Xiotal” familiar

por el beneficio recibido. desde este

momento cumple funciones para las

que el médico “navat” o (mestizo)

no está preparado, pues es imposible

para éste saber de dónde provienen

las enfermedades de los “poblanos”.

20 antonio reyes valdez,

Tepehuanes del Sur. Pueblos indígenas

del México contemporáneo, México,

cdI, 2006, p. 29.

21 ver artículo de rangel, 2007,

pp. 50-51.

22 véase sánchez olmedo,

1980, pp. 109-114 y reyes, 2006,

pp. 29-34.

23 Peter Furst y salomón nahmad,

Mito y artes huicholes, México, seP/

setentas, 1972, p, 28.

24 Furts y nahmad, 1972, p. 53.

25 véase reyes, 2006,

pp. 143-148.

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48 .transición. 49.transición.

cosecha, la nieve les seque la siembra y la enfermedad ataque a cualquier miembro de la familia. Finalmente menciona Alvarado, que “los cerros son puntos clave de los rituales. Son elevaciones que permiten la comunicación con los dioses, el acercamiento a los cielos a las glorias”.26 En esta forma, la naturaleza no es una fuerza hostil, enemiga de los hombres, sino una aliada del grupo étnico.27

Otro de los animales que consideran sumamente importante los tepehuanos es el perro. El perro es el animal guardián de la casa y de los indígenas, es el que les ayuda a atrapar el venado cuando se necesita para alguna ceremonia del costumbre. Según los tepehuanos el color del perro sagrado de los indígenas es el negro, los perros que son de otro color son para los mestizos. Por lo tanto, este animal debe ser muy bien tratado porque se consi-dera guardián del inframundo, o sea es el que guía y ayuda a cru-zar a todos los difuntos el río que se localiza en el camino de los muertos. En consecuencia, si los indígenas no le dan de comer, lo golpean o lo rechazan, en la muerte éste los castigará y se resistirá a ayudarles a cruzar el río. En el mito huichol que rescata Furst también se hace referencia al perro, este autor menciona:

Primero llega uno a donde está un perro. Es un perro macho. Es negro ese perro pequeño con una mancha blanca en la garganta. Se para ahí ese perro como si estuviera atado. Está ladrando ahí. Es como si quisiera morder a esa alma cuando trata de pasar. Uno pide permiso a ese perro para pasar, porque hay agua allá. Uno debe pasar por esa agua. Y ese perro pequeño le dice a esa alma: ‘Oh tengo tanta hambre. […] Y esa alma saca un poco de esta comida y se la da al perro. […] El perro está ocupado comiendo y de inmediato esa alma se va.28

Los huicholes creen que descienden de una perra negra llamada Tixi’iwa. Es la primera mujer que existió en el mundo y también es la madre de todos los perros. Mientras tanto, en la tradición azteca, cuya cultura tuvo su asiento en una geografía algo alejada de nuestro estudio, hay también elementos semejantes, debido probablemente a la comunicación que mantuvieron los pueblos de la llamada mesoamérica. Para los aztecas, el perro es Xolotl, el dios que penetra en el infierno al principio de los tiempos, a robar los huesos de donde los dioses hicieron a los nuevos hombres y

guía a las almas hacia su última morada. Izcuintli, “el perro”, es el signo de uno de los 20 días del calendario adivinatorio, día cuyo patrón no es otro que el dios del infierno Mictlantecutli. Decían que los muertos cuando realizan el largo viaje llegan a la orilla de los “nueve ríos” y cruzaban con la ayuda del perro. El número nueve es considerado como el número de las cosas terrestres y nocturnas que se aplica justamente al río que constituye la úl-tima barrera de los infiernos.29 En la creencia azteca también se sostiene, que los perros de pelo blanco y negro no podían nadar ni cruzar el río, porque según decían los animales, por ejemplo el de pelo blanco: “yo ya me lavé” y el perro de pelo negro: “yo ya me he manchado de color prieto por eso no puedo pasarte”, solamente el perro de pelo bermejo (color amarilloso) podía pasar a los difuntos.30 La relación entre el perro y el camino de los muer-tos parece ser común a muchas culturas, en la mitología griega también el can de tres cabezas del inframundo llamado “cerbero” es el que se encargaba de resguardar la entrada que conducía al Hades, lugar donde pensaban estaba la morada de los muertos. Los animales que se consideraban como devoradores de cadáve-res y, por tanto, como animales fúnebres, eran el perro y las aves de rapiña.31

Hay otros elementos de tipo moral que los tepehuanos deben respetar en vida. Tener relaciones sexuales cuando se exige estar bendito, es motivo igualmente de castigos severos en vida y des-pués de la muerte. Pero se cree que es mejor pagar las faltas cuan-do se está vivo para poder transitar después por el camino de los muertos sin ninguna dificultad. Es por eso que deben cumplir las reglas morales y divinas que establece la creencia. En vida deben ingresar a la cárcel en cinco ocasiones, les es permitido tener cinco esposas o amantes pero si un hombre o mujer se excede de más de cinco amantes es considerado como un gran pecador. Muchos varones tepehuanos tienen a más de una esposa o amante en la actualidad. En la comunidad de Sihuacora nos percatamos que había varios hombres jóvenes y maduros que tenían a dos esposas que compartían al marido en la misma casa. Sólo en un caso no convivían, una de ellas vivía en la casa y la otra debajo de un árbol a la orilla del río. La que vivía en la casa se consideraba la principal y la segunda que se había juntado después con él, se dedicaba a pastorear chivos y vacas. En San Francisco de Ocotán, la persona

26 alvarado, 1996, p. 126.

27 carmagnani, 1989, p. 15.

28 Furts y nahmad, 1972,

pp. 58-59.

29 soustelle, 1959, pp. 63-64.

30 silvia trejo, Dioses, mitos

y ritos del México antiguo, México,

secretaría de relaciones exteriores

e Instituto Mexicano de cooperación

Internacional, 2000, pp. 49-50.

31 steuding, 1953, pp. 28.

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que nos proporcionó mayor información sobre los temas de nues-tro interés también vivía con dos señoras. En San Francisco de Lajas, municipio de Pueblo Nuevo, encontramos un caso todavía más sorprendente, se trataba de un hombre ya maduro que tenía a cuatro esposas viviendo en la misma casa, con las que había tenido de 15 a 20 hijos en total. En todos los casos la mayoría de las mujeres son hermanas o las une algún vínculo familiar.32 En la comunidad de Sihuacora los hombres iban con sus dos esposas durante el baile que se realizó el día de la Candelaria en el 2005 pero se dieron el lujo de bailar con otras mujeres y enamorarlas frente a ellas.

Otra de las reglas morales que no pueden infringir los indí-genas tepehuanos es la de la prohibición del incesto. El hecho de tener relaciones sexuales con la mamá, hermanas e hijas es un delito que conlleva los castigos más dolorosos que enfrentará el infractor en la otra vida. Lo mismo que tener relaciones sexuales con animales o cometer homicidios. Así también el cuidado de la naturaleza, como el agua y los árboles es algo esencial. Si las personas no protegen el agua de los ríos, de los manantiales y destruyen los árboles sin tener alguna necesidad especial en el inframundo serán castigados.

El ciclo de vida de una persona termina con la muerte, pero ésta puede llegar por vía natural, brujería o por castigo de los dioses cuando se ha faltado a sus disposiciones. Se cree que el marakame es el único que puede averiguar el motivo real por el que le llega la muerte. Se considera como el intercesor de los dioses, cuando fallece alguien en el sueño se transporta hacia el mundo de las deidades donde estos le informan porqué se trozó la vida de esa persona y al volver a la tierra les da razón a sus familiares.

Una vez sepultado el difunto en el cementerio, se espera un año para realizar el ritual llamado “correr al muerto” o “correr el alma”. Esta ceremonia se realiza porque se piensa que el difunto aún anda entre los vivos a pesar de que su alma dejó de pertene-cer a este mundo. Puede espantar a los vivos, perjudicarlos con alguna enfermedad o llevarse con él a los familiares. La ceremo-nia de la corrida del alma dura cinco días, durante esos días se reúnen los parientes en la casa del fallecido, ayunan, se abstienen de tener relaciones sexuales, de consumir bebidas embriagantes,

de comer sal y de hacer coraje. A este ritual le llaman “estar ben-ditos”, porque cumplen con un conjunto de abstinencias con lo cual llegan a un estado de purificación. Actos semejantes realizan cuando se preparan para realizar la ceremonia del “mitote” fami-liar o comunitario.

Para el ritual de “correr el alma”, se construye un pequeño altar donde se colocan todas las pertenencias del muerto, además de agua, mezcal, los alimentos que más le gustaban, sin contar las velas y las flores. Durante los cinco días, el marakame pronuncia una serie de oraciones, se transporta al lugar donde anda el alma del difunto y trata de convencerlo para que regrese a presenciar la ceremonia que sus familiares y amigos le han ofrecido con el fin de que pueda realizar su viaje al Chamet. Al quinto día por fin se despide al muerto, señala Sánchez Olmedo que es el momento de realizar la ceremonia de “cortar a los vivos”. Esto significa que todavía en ese momento los parientes estaban unidos al muerto pero entonces el curandero con sus instrumentos sagrados los li-bera. Por último, “el curandero, con el haz de flechas y plumas, ahuyenta al difunto. Los parientes forman una procesión detrás del curandero. El muerto es ahuyentado hacia alguna quebrada o lugar donde ya no sepa regresar. Se le obliga a ir hacia el lu-gar donde se mete el sol (poniente) pues ahí es el lugar de los muertos”.33

Por su parte, los antiguos mexicanos también realizaban algo parecido a lo descrito anteriormente. Los familiares del difunto llevaban acabo ciertas ceremonias para ayudar al muerto en su viaje al infierno. Estas podían prolongarse hasta ochenta días, bien podían ser, uno, dos, tres o cuatro años después de haber fenecido la persona. Una vez que se terminaba tal ritual ya no ha-bía nada que hiciera regresar al muerto. Se pensaba que ya había llegado a Chiconamictlan “el noveno infierno”, y era aquí donde cesaba de existir definitivamente desintegrado y abolido, se in-mergía en la nada.34

El ofrecimiento de alimentos que se realiza en esta ceremonia de “correr al muerto” en los tepehuanos es de vital importancia, ya que éste come y se abastece de alimentos para emprender el largo viaje hacia el inframundo.

32 en todos los casos existen

fuertes problemas de abasto de

alimentos principalmente en

temporada de secas. su dieta

cotidiana regularmente se basa

en los productos que pueden obtener

en el campo, tanto vegetal como

animal. respecto a los vegetales que

consumen son camotes silvestres

como “gualacamotes”, “zarabiques”,

guamúchiles, verdolagas, nanchis,

pochotes, bayusas (flor del maguey)

y nopales. a veces logran cazar

venados, armadillos, chachalaca,

codorniz y techalote. o también

capturan algunos peces como bagres,

carpas, mojarras y truchas. Por la

escasez de recursos monetarios

difícilmente pueden adquirir otros

productos que llegan de las ciudades

y en su mayoría aun siguen viviendo

al modo antiguo, de la recolección de

productos silvestres y de la caza

de animales.

33 sánchez olmedo, 1980, p. 114.

34 soustelle, 1952, p. 64.

eso mismo se creía en muchas de las

culturas australianas según asienta

Mircea eliade, Introducción a las

religiones de Australia, argentina,

amorrortu editores, 1973, p. 154,

que el alma de los muertos abandona

el cuerpo para siempre, con lo

cual provoca su descomposición

y destrucción total. además

menciona, que la muerte constituye,

en esencia, una experiencia extática:

el alma abandona el cuerpo y marcha

hacia la región donde se desarrolla

su existencia posterior.

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la ruta sagrada

El mito del camino de los muertos que conocen los tepehua-nos sigue una ruta que nos describieron los sihuacoreños y san-francisqueños al relatarnos el “cuento de los jabones”.

Cuento los jabones según los sanfrancisqueños

El camino de aquí empieza desde Sihuacora, desde Sihuacora empie-za el castigo, todo lo que está haciendo uno cuando se muere, hasta llegar hasta allá (Chameta). […] ya empieza hay en Sihuacora, ese río grande (río San Pedro) hay ta’un perro se llama ahí, “los perros” (gagox) […] Cuando uno vive como ahora, si tengo perro, si yo lo golpeo, si no le da comida uno, “negro”, negro ese es de nosotros los indígenas, amarillo, blanco son de ustedes los mestizos. Y el perro prieto es el de nosotros, entonces uno cuando golpea al perro, no le da comida, que lo regaña cuando ando así vivo como ahora. ¡Ah! cuando se muere, ahora si allí le rinde cuenta, porque uno llega ahí de onde pues ¡uh! Hay nota’ (está) el arroyo cómo voy a pasar. Entonces el perro es el que me va a pasar. Bueno, hay me regaña, cuando tú es-tabas vivo me hiciste esto, me regañabas, me pegabas, pero bueno te paso. Entonces que móntale aquí en las narices, entonces ya cuando va uno a cinco, diez pasos se mete pos hay me está dando mi mereci-do, allí, allí, así pasa ya, ya al otro lado. Entonces pos hay le platicas al cerro (que está enfrente de la comunidad de Sihucora) que vas pa’tu otra casa. Pos al otro lado del río está “el mujer” (uví), ese también te castiga. Ahí sale en el tepetate de Sihuacora, ese cerro grande35 es la maestra (representante) de las mujeres. Esas mujeres indígenas pos cuando ya tienen de quince años o más o menos trece años, quince años entonces ya usa hombres. Entonces nosotros los hombres pos las arreglamos (tienen relaciones sexuales con ellas), cuando uno es trabajador, ya sabe sembrar y esas cosas pos ya puede uno. Pos tiene que completar cinco mujeres arregladas, sino pos hay me castiga el mujer ese que está esperando a los muertos.¡Uh! pos allí hay muchas cosas. Allí hay también unos casones gran-des (manantial de aguas termales) al otro lado, donde hay agua her-vida, allí se baña uno con agua caliente. El agua está caliente, caliente, hay cuando uno tiene un picado (pecado) grande aquí, cuando anda uno vivo, pos allí se va a bañar pero con agua caliente demás, ahora

ya. ¡Uh! pos un grande castigo ya cuando se muere uno. De allí cinco casos, está la agua hervida, si salgo de allí de esos cinco, sino hay queda uno, tanto delito que tiene uno. Hora, de allí empieza, cuando uno agarra muchas viejas, ahí está también. Antes era mira, tienes que agarrar cinco nomás, nada más […] mira había muchas cosas de respeto antes, no como hora, hora no, ¿ya que ganamos haber? […] Ah, pues tenían que agarrar en vida cinco nada más, que agarrar mu-chos ya les castiga ahí mismo, ahí en el tepetate hay uno esperando para castigar a los que van llegando). […]Y luego todo ahí mismo inmediato, de ahí cabando ese ya sale uno ahí arriba de Tomates (comunidad tepehuana que colinda con la de El Cimientos de Huajicori) pa’ca, hay taba un “pino” (juc), pos de ahí corta uno la hoja y ahí riega uno con eso ahí, así, así. Sale de ahí y enseguida hay un flor (clavellino) ahí, ta’uno, llega, se pone aquí, cor-ta uno. Luego, allí se va uno, luego cerquitas de Tomates más pa’ca está el “cuervo” (cacon), antonces también, cuando uno siembra, aquí como andamos ahora, siembra uno se viene a comer y yo le balaseo, lo corre yo a ese tiempo, allí me va a castigar también […] Ahora si, (te acuerdas) cuando antes me corrías cuando tenías sembrado, ahora si me la pagas porque yo no les doy de comer. Bueno, me regaña ahí y todo me hace. Entonces ya me perdona, ya me da de comer tantito, ya me voy, hay también es lo mismo. […] Cuando mira este y yo soy el muchacho (quiere decir cuando es joven) cuando somos herma-nos que’tábamos peleando y jugando, nos va aruñar el “tejón” (vaisil) porque andan jugando o peleando con hermano dice, que se respe-ten. ¡Uh! pos ahí otra regañada también, pos nos pone una regañada ahí me salva y me voy.Entonces ya de hay ya puede llegar uno a donde está el “jabones”, ahí se lo lleva uno a bañarse allí en la arroyo, un pila por hay está cer-quitas así en una barranca, hay se baña uno. Luego de bañarse llega a la “cárcel”, donde están los muertos, las piedras juntas que se llaman muertos. Ese es cárcel. Luego se va hay en donde esta la cárcel y ya. […] hay se meten. […] Y si a usted nunca te metieron a la cárcel hay se va a quedar uno cinco años. Si la metieron cinco veces aquí como anda (en vida) hay sale (ya no recibe castigo). En ese mismo lugar lo peinan, así todo bien arreglado el dijunto como si va por hay al baile o algo. Entonces ya se mira pa’llá bien, bien se ve iluminado y pa‘tras de donde van está todo oscuro. (Entonces) […] ya no debe, que pase más delante, […] derechito va. A pos allá están campanas, nomás

35 los sihuacoreños saben que

la palabra “sihuacora” se debe al

cerro alto que está enfrente de la

comunidad, el cual en tepehuan o’dam

se dice sipkulhim, pero ignoran su

significado.

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hay al Indio que le dicen los vecinos, hay, esas piegras altas son las “campanas de los muertos”. De ahí se ve bien la “laguna” pues, el mar pues allá abajo. Entonces cuando uno se muere aquí, allá suena nomás allá llegando suena. De allá de Chameta dicen los que se fue-ron antes (los que ya se murieron), ¡ah! ya viene mi papá, mi mamá, haya viene mi tío, todos los que mientan allá vienen porque ya se oye el campana. Y cuando uno se muere […] aquí, uno va sonando allí, ahora sí, ¡ah ya viene, tulan, tulan, tulan! Pos ya de ahí sonando y ya llega pronto, que ya llego a “Chameta”, es donde llegan los dijuntos, todos los que se van de aquí.Ahí esta un cerro, en donde esta la carretera de Mazatlán, […] un cerro que hay llega. Pero bueno, que será bueno, esa historia antes que iban de aquí a vender vino (mezcal) allá a esa Chameta. Si a Cha-meta, hay se concentraban las gentes que iban a vender vino allá a los muertos. Dicen que antes de allí de Acaponeta en las noches se oía que había fiesta, baile, que borrachos se oía de ahí y toda la cosa, músicos se oía. Bueno de aquí se iba y llega allá uno, pos dicen que cuando manece (amanece) tirados puros trapos por ahí y las cosas de la fiesta, y todo así. Pero ya cuando amanece eso se levanta de ahí dicen que cuando oscurezca que ya se levantan solas, y no hay nada. […] Dicen que de aquí iban, ya nomás a poner vino, hay la mesa en la tarde ponen. Ya cuando manece nada de vino (y el) puro dinero hay amontonado ya uno puede recoger, pero ya nada de fiesta, ni de gen-te pues. (Que dizque había) puro baile, que puro baile y borrachera. Y luego uno mire, allá no puede hablar uno, si yo voy no puedo hablar, porque yo le hablo mira ven, no nomás lo miro, si le voy hablar allá me quedo […]. Nadie puede hablar porque allá se queda con aquellos que ya se murieron.36

El camino de los muertos como nos indica esta narración, resulta dificultoso para los que abandonan el mundo de los vivos, aun-que no a todos les toca correr con la misma suerte, ésta se define de acuerdo a la cantidad de pecados que han cometido en vida. Todos tienen que pagar sus culpas en cada una de las etapas de la ruta, sino no pueden dar el siguiente paso. El recorrido inicia en la orilla del río Sihuacora, Mezquital o San Pedro, el cual bordea la comunidad de Sihuacora, ahí está el perro negro esperando a los muertos indígenas, le piden perdón, le dan comida o agua según sea el caso y luego éste después de castigarlos decide cruzarlos

sobre su cuerpo o nariz. Muy cerca de la comunidad de Sihuacora existe un rancho que se llama “Los Perros”, le nombran así por-que precisamente en dicho lugar están unas piedras grandes que asemejan perros y según los habitantes del poblado representa el perro petrificado del camino de los muertos.

Al otro lado del río los está esperando una mujer, la cual es la representante de las mujeres indígenas y todas las que pasan por ahí le rinden cuenta cuando han tenido a más de cinco amantes o por haber cometido otro tipo de faltas. Luego se localiza un ma-nantial de aguas termales en donde se encuentran cinco piletas que contienen agua caliente, ahí se introducen los difuntos que come-tieron pecados serios, como lo es el incesto, el suicidio y también se sumerge a aquellos que se excedieron de más de cinco amantes o trataron mal al agua. Después de soportar el castigo del agua caliente, continúan por el camino hacia la cima del cerro donde se localiza un pino. En ese lugar el finado debe realizar el ritual de cortar hojas del árbol y regarlas sobre su morada, en señal de arrepentimiento por haber talado el bosque de manera inmode-rada. Posteriormente el siguiente personaje con el que se topa el fallecido es con la flor de clavellino. El árbol que produce dicha flor a veces se le nombra “clavellino” o “árbol de pochote”, ahí realiza el mismo ritual que con el árbol anterior.37 Las flores de clavellino se usan mucho en las ceremonias religiosas, se adorna con ellas los altares de las imágenes, como durante la fiesta de la Candelaria en San Francisco de Lajas y en Sihuacora. También, cuando aún no madura el pochote, los indígenas suelen comerse las semillas, crudas o tatemadas de ese árbol.

El camino sigue ascendiendo, luego se llega a donde está el tejón, éste araña o muerde al difunto si en vida no cumplió con la ceremonia de ofrecimiento de los alimentos en su lugar sagrado o si por coraje lo mató cuando le comió la siembra. Entonces ahí pide perdón por sus faltas, le ofrece agua o comida para que deje de torturarlo. En caso de que los familiares del muerto no lo equi-paron en el ritual de despedida con suficientes alimentos y agua, el animal después de castigarlo le proporciona algo de esos vita-les alimentos para que pueda continuar con su viaje. La morada del tejón es una piedra no muy grande que se encuentra por el camino, ésta si se observa de lejos parece la figura del animal en cuestión. A continuación el difunto se encuentra con el cuervo, el

36 el “cuento de los jabones”,

me lo relataron en toda la ruta

mencionada en el texto, las personas

coinciden en el contenido de la

narración. sin embargo, la versión que

presento me pareció más sistemática,

fue narrada por don antonio

rodríguez galindo y don adelaido

aguilar de la cruz, de san Francisco

de ocotán, los cuales originalmente

la relataron en lengua tepehuana,

pero la tradujeron al español el

gobernador tradicional del mismo

lugar, zeferino galindo de la cruz

y segundo gobernador, Pedro soto

aguilar.

37 la denominación clavellino

es cuando brotan las flores, y pochote

cuando ya se formó el fruto que tiene

características de una vaina gruesa

de no más de quince centímetros de

larga. ésta cuando sazona, del interior

se extrae un material esponjoso

como algodón y suele utilizarse para

rellenar almohadas.

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cual le hace las mismas reclamaciones que el tejón, por alimento, agua o por haberlo herido o matado. En seguida por fin llega al lugar de los jabones, como ya se dijo en párrafos anteriores, éste es un cerro formado de pura pedacería de piedras en forma rec-tangular de distintos tamaños y a los dos lados hay rocas gigan-tes las cuales tienen arriba muchos piedritas (jabones). Al lado derecho sobre la barranca hay un arroyo de agua fresca donde los muertos se enjabonan para purificarse y liberarse de algunas culpas. Según dicen, realizan este acto porque el alma del difunto se pone muy pesada, los muertos van fatigados y adoloridos por el tormento de los castigos. Al enjabonarse se liberan de algunas culpas y así continúan el camino con menos peso.

Los lugares sagrados indicados anteriormente se localizan en-tre la orilla del río Sihuacora o (San Pedro) hasta poco antes de la comunidad de Tomates. El camino de aproximadamente siete kilómetros de extensión en el que se ubican, se caracteriza por tener subidas muy prolongadas de modo que se necesitan cerca de dos horas para recorrerlo. Una vez que se llega a la comuni-dad de Tomates, la geografía cambia porque se abre ante el cami-nante un llano grande. Desde Sihuacora hasta la comunidad de Tomates el clima es cálido, predominan árboles de roble, encino, nanchi y otras plantas propias de la selva tropical. Después de Tomates el camino atraviesa la parte plana y sube nuevamente aunque la cuesta ya no es muy prolongada, pero no deja de ser cansado transitar por ella. A unos siete kilómetros de Tomates es-tán las piedras de los muertos que distan a su vez de unos cuatro kilómetros de la comunidad de Cimientos. Este sitio se caracte-riza por contar con una gran cantidad de piedras grandes, cir-culares, ovaladas, en forma de conos, todas de color oscuro. Este sorprendente acomodo de piedras embellece el paisaje y parece haber sido creado intencionalmente. Pero los indígenas dicen que es una cárcel, porque las piedras representan a los muertos que aun no se liberan de sus pecados y siguen pagando sus culpas. De acuerdo con el mito tepehuano, éste es el último punto sagrado donde los difuntos reciben castigos, los muertos que logran salir de ahí ya van limpios de sus faltas. En dicho sitio se encuentra una piedra que llaman “piedra de los muertos”, en la parte in-ferior tiene una abertura ancha, pero conforme va ascendiendo ésta se hace más estrecha. Funciona como filtro purificador, de

la cual sólo se van liberando las almas de aquellos difuntos que han pagado por todos los pecados, es decir los que están ya lim-pios de todas sus culpas. Según los tepehuanos, si un hombre no fue encarcelado en vida cinco veces, ahí se queda prisionero por cinco años. Lo mismo si no cumplió con las cinco mujeres con las que les es permitido tener relaciones sexuales, se queda a cumplir una condena de cinco años. En este lugar también se cree, que al difunto se le peina y se le viste con ropa elegante porque en el Chamet los muertos que ya se adelantaron lo recibirán con una fiesta. La purificación de los muertos es total, de cuerpo, alma y prendas de vestir, todo debe estar limpio para continuar el cami-no hacia el Chamet.

El relato también indica que una vez que los muertos han sido liberados de todos los pecados, al momento de salir de la piedra purificadora, ya pueden distinguir la región de la luz de la región de la oscuridad. Se dice que el camino recorrido hasta ese punto es oscuro y el que falta para arribar al Chamet está iluminado. En este mito, la morada de los muertos se aprecia como “la glo-ria” en la tradición cristiana, en donde todo es puro, brillante y reina la felicidad: la cárcel y la piedra de los muertos se podría relacionar con “el purgatorio”, lugar donde pagan las almas las ultimas infracciones y terminan purificándose; y el camino peno-so y sufriente que ya han recorrido hasta ese sitio se asemeja al “infierno”. Con esto no queremos asegurar, que el mito del cami-no de los muertos de los tepehuanos es una copia de la tradición cristiana, más bien refleja ciertas coincidencias acerca de la per-cepción que se tiene sobre de la vida y la muerte, lo mismo que en la cosmovisión de otras culturas.

Otro aspecto que es recurrente en la narración, es la mención del número cinco. El número cinco aparece en los tepehuanos como regulador del tiempo y el espacio. Se refiere a los cuatro puntos cardinales y al centro. Este mismo aspecto lo encontramos también en la cosmogonía de los otros grupos de la región del Gran Nayar y en otras culturas amerindias.38 Sobre este punto, se-ñala Jáuregui que “se trata de una cosmovisión en buena medida compartida por los grupos indígenas de la región, y hasta cierto punto, por muchos grupos amerindios, si bien en cada caso se presentan matices específicos que determinan la particularidad de cada étnia”.39

38 Para conocer más sobre

el significado del número cinco

véase, alvarado, 1996, p. 119-124

y soustelle, 1983, p.156.

39 Jesús Jáuregui, Coras, México,

cdI, 2004, p. 26.

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Finalmente los difuntos que logran sanar todas sus culpas sa-len de la piedra de los muertos, continúan el viaje unos 40 kiló-metros más hasta llegar a las campanas de los muertos en territorio nayarita, a 10 kilómetros del pueblo de Huajicori. Este lugar para los huajicorenses y para las personas que habitan la zona, como los de Santa María de Picachos, El Riyito entre otras comunida-des, es el “cerro del indio”. Se trata de una especie de monolito que figura dos personas gigantes, pero visto desde otro ángulo se asemeja a dos pájaros parados que parecen ser pingüinos. Para los indígenas, el cerro no es otra cosa que las campanas de los muer-tos, cuando los finados abandonan la piedra de los muertos, las campanas comienzan a repicar sin parar, porque les están dando la bienvenida. Los difuntos que se encuentran abajo en el Chamet escuchan y comienzan a exclamar: “hoy, allá viene mi hermano, allá viene mi compadre, allá viene mi tío, allá viene mi papá, allá viene mi mamá”… etc., según la persona de la que se trate, y le hacen un gran recibimiento con baile y bebidas embriagantes.

La asociación de la recepción de los muertos con campanas, puede relacionarse con el ritual cristiano. Por ejemplo, cuando una persona fallece, se anuncia con repique de campanas de due-lo para que en el pueblo se enteren que alguien ha abandonado nuestro mundo terrenal. El muerto se vela en su respectiva vi-vienda, luego se le traslada a la iglesia del pueblo y se le recibe con campanas. Enseguida le rezan algunas plegarias para que le ayuden a descansar en paz en el mundo de los muertos. Una vez que se realiza el acto litúrgico funerario se le despide de la misma manera con toques de campanas hacia el cementerio, de donde se cree ya no regresará. Señala Reyes, que en la celebración del día de muertos entre los tepehuanos las campanas repican sin cesar desde las ocho de la mañana del día primero de noviem-bre, hasta veinticuatro horas después “anunciando la visita de los difuntos”.40

El uso de las campanas en actos mortuorios pertenece a una tradición muy antigua en la cultura europea así como en culturas de otros continentes en Asia, y África. Frazer cita una serie de ejemplos relacionados con el tema de las campanas en su obra El folklore en el Antiguo Testamento, dice que ha sido una creencia común, desde los días de la más remota antigüedad hasta los ac-tuales, que el sonido del metal tiene la capacidad para provocar

la huida de demonios y espíritus, ya se trate del tintineo musical de unas campanillas, del son grave y profundo de una gran cam-pana, de la estridencia de unos címbalos, del retumbar lento y pausado de un gong,41 o del simple reteñir de platos de bronce o hierro a los que se hace entrechocar o que son golpeados con ma-zos o palillos. También señala que esta práctica no necesariamen-te tuvo que haberse trasmitido por los evangelizadores a todas las partes del mundo, muchos grupos desde épocas muy antiguas utilizaban objetos metálicos que producían sonidos con los cuales se ahuyentaba a los espíritus malignos que provocaban tempesta-des, enfermedades y también a través del sonido de estos objetos se acompañaba a los muertos en el viaje sin regreso.42

Se sabe que el estudioso inglés de la antigüedad, capitán Fran-cis Grose, afirmaba que antiguamente se tocaba la campana de los muertos por dos razones: la primera, para pedir las oraciones de los buenos cristianos a favor de un alma a punto de abandonar este mundo; y la segunda, para ahuyentar a los espíritus malig-nos que se hallaban agazapados al pie del lecho del moribundo y en los rincones de la casa prestos a lanzarse sobre su presa o, en todo caso, a molestar y aterrorizar al alma en el momento de su transito.43 En el mito el camino de los muertos de los tepehuanos, no podemos saber si el uso de la campana para recibir a los muer-tos en el inframundo, es anterior a la llegada de los evangelizado-res o posterior a ella, puesto que constatamos que esta práctica se realiza en otras culturas del mundo con fines muy semejantes.

Para los tepehuanos la región de los muertos, es en el Cha-met, donde reposan para siempre los difuntos, ya no regresan al mundo de los vivos. La morada de los muertos puede concebirse desde el plano terrenal, como la región de la oscuridad o el in-framundo. Pero en el mito, es la región de la luz, donde reina la armonía, donde pueden verse y comunicarse los muertos, es el mundo donde se desarrolla la vida inmaterial. Algunas personas tepehuanas entrevistadas comentaron, que sus abuelos les plati-caban que antes había indígenas que iban a vender mezcal a los difuntos en el Chamet. En el día colocaban la bebida en varios puntos y por la mañana del día siguiente se dirigían a recoger el dinero que les dejaban los difuntos a cambio del producto. En la noche los difuntos habían tenido fiesta, en la que bailaban y se emborrachaban como lo revelaban las huellas de pies de

40 reyes, 2006, p. 175. 41 el “gong” es el platillo

de bronce que se ha utilizado desde

la antigüedad en china, entre uno

de sus usos de este instrumento era

producir ruidos para ahuyentar brujas

y demonios.

42 James george Frazer, El folklore

en el Antiguo Testamento, México,

Fondo de cultura económica, 1981,

p. 558.

43 Frazer, 1981, p. 562.

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personas, la ropa tirada, y las botellas que se encontraban en el sitio.44 Para poder ingresar al lugar había sólo un requisito, no hablar para nada, porque si lo hacían se quedaban con los muer-tos y ya no podían regresar al mundo terrenal. La morada de los muertos como ya se ha señalado, no es un lugar sufriente para los tepehuanos, es el espacio de la vida inmaterial, la cual manifiesta gozo. Porque se consume mezcal y se celebran fiestas. De ahí que uno de los significados que menciona Arias de Saavedra, “Ycha-met” sea la casa del maguey y mezcal.

Otros estudiosos de los grupos indígenas vecinos señalan lu-gares con algunas características semejantes al lugar de los muer-tos como lo conciben los tepehuanos.45 Los huicholes y mexica-neros suelen considerar el lugar de los muertos como un corral de piedra, el cual tiene dos funciones. Sirve como centro de di-versión y también como prisión. Comenta Alvarado que se habla del castigo que reciben los difuntos después de gozar del baile, del agua ardiente y del sexo; según los mexicaneros, una vez que los difuntos han gustado de todo, un judicial los lleva a un lugar que se asemeja una prisión. Cuando el difunto se da cuenta, está triste, solo y encerrado; en ese lugar está penando, dando vueltas, no puede ir a ninguna parte. Pero cuando el alma de ese muer-to cumplió con la pena en la prisión, lo sacan y lo envían para la gloria, a la que entra después de llevarse a cabo la ceremonia de la corrida del alma.46 Se cree que para entonces el difunto ya descansa tranquilo, todas las torturas y pesares desaparecen. Por su parte los antiguos mexicanos también hablaban de la última morada de los muertos de donde ya no regresaban. El destino final de los aztecas era el Mictlán, lugar conocido como el nove-no y último inframundo, el lugar sin puertas, ni ventanas donde terminan por desaparecer totalmente los muertos.47 En el caso de los tepehuanos, la región de los muertos se ubica también en el inframundo, es el lugar donde se pierde el sol en la inmensidad del mar. Por tal motivo, los dos cerros que delimitan la morada de los muertos van a dar hacia el mar.

La creencia de que el alma de una persona, una vez que aban-dona el cuerpo seguía una ruta donde era castigada por sus malas conductas y desobediencia que tuvo en vida, es algo que ya apa-recía también en la cosmogonía de la antigua cultura griega. Para los griegos al igual que los grupos indígenas antes mencionados,

llevar una vida digna apegada a reglas morales, de justicia, bue-nos principios éticos y religiosos, era una marca de honradez ante los dioses. Después de fallecer seguían la ruta de los muertos ha-cia el Hades, sin dejar de padecer tormentos que les imponían los jueces a lo largo del camino para hacerles pagar sus culpas a los que se dirigían a la región de los muertos. En esta tradición, se tenía “la concepción de la existencia de un lugar subterráneo, residencia de las almas, y al cual no podían llegar los hombres ni con ruegos ni con sacrificios. Está separado del mundo, bajo el cual se halla, por ríos y lagos infranqueables, como la laguna Estigia (la odiosa), el Aqueronte (río del dolor), el cócitos (río de las quejas), el Piriflegethon (arroyo de fuego) y el Leteo (río del olvido), y se creía que bebiendo en estas aguas los muertos con-seguían el olvido”.48 Una vez más comparten elementos comunes mitos que surgieron en varias regiones del mundo.

conclusIón

Los dioses pueden ser buenos o malos, fuertes y débiles, y se les coloca en moradas especiales: mansiones de luz o mundos subterráneos, cielos o infiernos, a los cuales se accede a través de un viaje, difícil y aventurado, hasta alcanzar la orilla de otros tiempos y espacios.49 La relación vida-muerte se representa de diferentes maneras. En algunos casos, la muerte suele conside-rarse como una metamorfosis que culmina en la reintegración al proceso de vida a través de la trasmigración del alma con todos los efectos de las acciones de una vida a otra. En otros casos, es la culminación de un proceso, siendo el fruto de la muerte la nega-ción de la vida material, y a la vez, la puerta a la vida espiritual en la eternidad del paraíso o el infierno,50 como lo es también dentro de la cosmovisión tepehuana, aunque no existen como tales el proceso de purificación o pagos de castigos de los muertos tepe-huanos podrían identificarse la esfera del infierno, purgatorio y gloria como en la tradición cristiana.

Por último, el mito se aprecia como un listado de reglas que regulan la actuación de los indígenas, en relación a la moral, a la flora, a la fauna y a los rituales durante su vida terrenal y después de la muerte. Al cumplir los mandamientos impuestos por las divinidades aseguran gozar de una vida prolongada, de

44 “antes de allí de acaponeta

en las noches se oía que había fiesta,

baile, que borrachos se oía de ahí

y toda la cosa, músicos se oía”.

45 alvarado, 2004, pp. 265-284,

en los huicholes Furts, 1972, pp.

64-73, leal, 1992, pp. 91-93, Iturrioz,

2002, pp. 254, 255, Preuss, 1998,

p. 286.

46 alvarado, 2004, pp. 282-283.

47 véase, soutelle, 1959, pp.

63-64, Monjarás, 1987, p. 140 y trejo,

2000, pp. 49-50.

48 steuding, 1953, p. 28.

en el mito griego, se dice, que “desde

el momento en que los cadáveres

quedaban cubiertos con tierra,

el barquero caronte pasa a la otra

orilla a las almas, que guardan en

la ribera y que han de atravesar

la laguna estigia o el aqueronte

para entrar en el Hades. Por esto

recibe como salario, el óbolo era la

cantidad mínima con que aquellos

compraban sus efectos del mundo

subterráneo. en el Infierno vivían

los muertos, según las creencias de

Homero, una apariencia de vida triste

y estéril, en la cual continuaban sin

variación sus ocupaciones terrenas,

aunque de manera inconsciente y

despojados de toda energía, ya que

ésta había desaparecido en el acto

de la cremación. de este reino de

los muertos nadie podía volver”. Por

su parte en los Diálogos de Platón,

editados por la uaM, en 1921, pp.

251-255. en el dialogo “Fedón

o del alma”, se menciona “he aquí

lo que esta tierra con todo lo que

la rodea. en torno suyo, en sus

cavidades, hay muchos lugares; unos

más profundos y más abiertos; y los

hay que tienen menos profundidad

y más extensión. todos estos lugares

están taladrados por bajo en muchos

puntos, y comunican entre si por

conductos, al través de los cuales

corren como fuentes una cantidad

inmensa de agua, de ríos subterráneos

inagotables, manantiales de aguas

frías y calientes, ríos de fuego

y otros de cieno, unos más líquidos,

otros más cenagosos, como los

torrentes de cieno y de fuego que

en sicilia preceden a la lava. […]

dispuestas así todas las cosas por

la naturaleza, cuando los muertos

llegan al lugar a que les ha conducido

su guía, se les somete a un juicio

para saber si su vida en este mundo

ha sido santa y justa o no. los que

no han sido enteramente criminales

ni absolutamente inocentes, son

enviados al aqueronte, y desde allí

son conducidos en barcas a la laguna

aquerusia, donde habitan sufriendo

castigos proporcionados a sus faltas,

hasta que, libres de ellos, reciben

la recompensa debida de acuerdo

a sus buenas acciones. los que se

consideran incurables a causa de

lo grande que son sus faltas y que

han cometido muchos y numerosos

sacrilegios, asesinatos inicuos

y contra la ley u otros crímenes

semejantes, el fatal destino, haciendo

justicia, los precipita en el tártaro

(decía Homero que este se ubicaba

en el abismo más profundo que exista

en las entrañas de la tierra), de donde

no saldrán jamás. Pero los que sólo

han cometido faltas que pueden

expiarse, aunque sean muy grandes,

como haber cometido violencias

contra su padre o su madre, o haber

quitado la vida a alguno en el furor

de la cólera, aunque hayan hecho

por ello penitencia durante toda su

vida, son sin remedio precipitados

en el tártaro; pero transcurrido un

año, las olas los arrojan y echan los

homicidas al cocito, y los parricidas

al Pyriflegeton, que los arrastra hasta

la laguna aquerusia. allí dan grandes

gritos, y llaman a los que fueron

asesinados y a todos aquellos contra

quienes cometieron violencia y los

conjuran para que los dejen pasar la

laguna y ruegan se les reciba allí. si

los ofendidos ceden y se compadecen,

aquellos pasan y de se van libres de

todos los males; y si no ceden, son

de nuevo precipitados en el tártaro,

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buena salud, buenas cosechas y felicidad. En la muerte se refle-jarán las buenas o malas acciones, los castigos vendrán sólo si la vida de los individuos no fue ejemplar o si faltaron a los cánones de obediencia.

Todas las culturas “tienen un origen primordial y tienen una divinidad como actor paradigmático. También los territorios y los acontecimientos más relevantes en una cultura son remontados de varias maneras a los orígenes”.51 La geografía mítica del cami-no de los muertos refleja la relación entre la planicie, la sierra y el altiplano. Se aprecia como una transposición de la idea imagi-naria de espacio y se concreta en la idea de territorio, el espacio en el cual los hombres, viviendo en comunidad, despliegan sus acciones.52 De ahí que se nos presenta como un espacio dinami-zado por el tiempo, por la historia y el mito.53 La ruta que sigue el camino de los muertos, es una ruta que tradicionalmente ha conducido a los indígenas a la tierra caliente para abastecerse de sal y productos marinos, en la actualidad la recorren todavía para realizar trabajos en los campos agrícolas o comercializar sus pro-pios productos, la cual forma parte por lo tanto de la geografía vivida de los tepehuanos.

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que los vuelva arrojar a los otros

ríos hasta que hayan conseguido el

perdón de los ofendidos porque tal

ha sido dictada la sentencia de los

jueces. Pero los que han justificado

haber pasado su vida en la santidad,

dejan estos lugares terrestres como

una prisión y son recibidos en lo alto,

en esa tierra pura, donde habitan.

Y lo mismo sucede con los que han

sido purificados por la filosofía, los

cuales viven por toda la eternidad sin

cuerpo, y son recibidos en estancias

aún más admirables”.

49 María Jesús Buxó i rey,

“la inexactitud y la incerteza

de la muerte: apuntes entorno

a la definición de la religión en

antropología”, en c. álvarez santaló

et. al., La religiosidad popular.

II Volumen, Vida y muerte:

la imaginación religiosa, Barcelona,

anthropos, 1989, p. 214.

50 Buxó, 1989, p. 214.

51 severino croatto, “las formas

del lenguaje de la religión”, en

Enciclopedia Iberoamericana de

Religiones. El estudio de la Religión,

Madrid, trotta, 2002, p. 82.

52 carmagnani, 1988, p. 52.

53 rangel, 2008, p. 218.

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65.transición.

1 “¿existe la historia regional?”,

Historia Mexicana, vol. lI:4, 2002,

pp. 867-897.

2 Polémica resumida en robert

William Fogel y g.r. elton, ¿Cuál de

los caminos al pasado?, México, Fondo

de cultura económica, 1989.

“el llano en llaMas”Viejas y nuevas consideraciones en torno a la historia regional

Manuel Miño GrijalvaEl Colegio de México

IntroduccIón

Cuando escribí el ensayo original sobre este tema,1 lejos estu-ve de pensar que tendría una acogida importante en el quehacer historiográfico latinoamericano y particularmente mexicano, por ello he acudido abusivamente a esa hermosa metáfora de Juan Rulfo para situar el estado de la discusión. Sin duda, discutir so-bre la pertinencia de lo regional y de la historia regional en estos tiempos puede parecer trillado, de igual manera como puede pa-recer el hecho de que ahora sea pertinente discutir acerca de si la historia es ciencia social o pertenece al campo de las humanida-des. La historiografía nos ha enseñado que cada época vuelve a escribir la historia y analiza el pasado con sus propias preocupa-ciones: género, familia, historia urbana, poder, cultura, etc. ameri-tan una vuelta a nuestra manera de hacer historia, porque no sólo los intereses se han multiplicado, sino que los instrumentos esta-dísticos, matemáticos y tecnológicos han impactado de manera clara en nuestra manera de reconstruir el pasado. Ha sido intensa la discusión sobre la pertinencia de los enfoques o los “caminos” al pasado, traducida en el dilema modelos conductuales de las ciencias sociales aplicados al pasado vs. historia “tradicional”,2 aquella disciplina que trata de sostenerse y mantenerse viva con sus propios “métodos”. Obviamente cito la polémica porque es el marco general que debemos discutir, más allá de atender a los elementos secundarios como el espacio o la base física de los fe-nómenos como centro de un debate metodológico, aunque tenga qué ver con él. Sin embargo, en un país como México, histórica-mente tan complejo y rico culturalmente hablando, debe hacerse porque el concepto “historia regional” como el de “estudios regio-nales” —equivalentes a maestría en historia regional o doctorado en estudios regionales— se han multiplicado rápidamente cobi-jando un sin número de errores y confusiones en la comprensión de problemas concretos que deben ser vistos desde cada una de las ciencias sociales, pero sin distorsionar su propia especificidad disciplinar. Evidentemente todos los fenómenos históricos tienen una base regional, porque siempre suceden en alguna región, pero

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no se trata de discutir esta premisa obvia, sino de cómo recons-truir la investigación y explicación de la historicidad de éstos.

Esta es la razón de fondo de esta polémica, pues durante mu-chos años hemos venido cultivando una disciplina poco menos que fantasma: la historia regional. ¿Por qué fantasma? en princi-pio porque no es una disciplina, pues no tiene una unidad con-ceptual y metodológica y porque, vista como parte de lo regional, los historiadores la han concebido más integrada a los contenidos geográficos y naturales que a los procesos sociales o, simplemen-te, se da por supuesto, que cualquier estudio, al referirse a una sociedad provincial ya, de por sí, es historia y regional. Sin duda, el peso de “lo geográfico” heredado del siglo XIX tiene mucho que ver con toda esta problemática.

El pensamiento común en el mundo de la cultura, asegura que en “realidad la geografía es la madre de la historia”, tratando de privilegiar el espacio y las regiones como tales, como si el espacio por si solo fuera el elemento creador de un proceso o fenómeno histórico; subordinación, por otra parte, innecesaria y falsa. Esta manera de pensar revela, por otro lado, el hecho de que por mu-cho tiempo la geografía tuvo el monopolio del concepto región y la propia disciplina fue el eje de misiones científicas y congresos académicos y de investigación, lo cual, en otras palabras quiere decir que el siglo XIX fue el siglo de la geografía base previa para pensar los problemas que se originaban en el ámbito de las cien-cias sociales y humanas, y este es justamente el caso de las histo-rias regionales. De todas formas, es claro que el concepto región es una construcción científica actual y más aún, es un receptáculo “semántico vacío” que de manera discrecional se llena de acuer-do a las prioridades de cada investigador, lo que se revela como el obstáculo principal para construir un consenso científico general.3 Pero no es el uso personal que el investigador hace de la región lo que imposibilita el consenso, sino los atributos metodológicos definitivos que se le otorgan en la explicación de los fenómenos históricos, hasta el punto en que algunos organismos oficiales le otorgan el estatuto de disciplina.

Por ello, la discusión siguiente tratará de ubicar las posiciones prevalecientes al respecto, con un fin eminentemente académico y sin ninguna intención de desconocer o desvalorizar el esfuer-zo de aquellos profesionales que se asumen como historiadores

regionales, y por lo mismo, tratando de evitar una conclusión apresurada con fines condenatorios a este quehacer por muchas razones loable, sin pretender tampoco argumentar su irrelevan-cia, hasta condenarlo a un simple amasijo de datos. Debo aclarar que cuando hago mención a la historiografía regional, me estoy refiriendo principalmente a un determinado tipo de reconstruc-ción y explicación del pasado, cuya preocupación central es la reconstrucción de parte o de todos los aspectos de la vida de una región en la cual su eje es la reconstrucción cronológica y factual, básicamente anecdótica y dominada por los personajes locales. Se maneja de manera indiscriminada el concepto región como si-milar y equivalente a municipios y estados, sin uso de métodos ni instrumentos analíticos que ordenen la idea del proceso que se quiere historiar. Una investigación seria necesariamente debe identificar problemas o hipótesis que deben ser señalados de ma-nera explícita. Por ello es que muchas de las investigaciones clá-sicas identifican problemas concretos por estudiar y procesos que explicar.

los concePtos Y los contenIdos de la “HIstorIa regIonal”

El concepto historia regional —no estudios regionales en gene-ral— padece de varias confusiones conceptuales, particularmente patentes en una falta de formalización que demuestra de manera clara la ambigüedad e indefinición que la caracteriza. Por otra parte, prima la confusión entre historia regional y micro historia y, lo que es más lamentable, se ha identificado el centralismo de la ciudad de México como un contrasentido del régimen fede-ral, y a éste como parte de la fórmula estado-región, dotándole de criterios y connotaciones geográficas cuando en realidad co-rresponden a criterios políticos y administrativos distintos de la formulación regional. Por lo demás, se usan conceptos como mi-crohistoria, historia regional e historia subnacional como homo-géneos, unívocos y semejantes, pero el primero hace alusión a la historia local definida desde la teoría, lo “micro” y lo “histórico”, al “terruño”, a lo “universal” de una localidad “fundada” e his-tóricamente definida y existente de acuerdo con sus tradiciones locales, distinta a la funcionalidad, básicamente económica que

3 armando Martinez garnica,

“Puede seguir existiendo la historia

regional”, (mss,s/p).

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implica el ser regional y a lo subnacional que es la expresión par-cial del ser nacional total. Por ello la incongruencia cuando quere-mos estudiar el Estado con categorías “regionales” subordinando métodos y conceptos o categorías políticas y administrativas que son de naturaleza distinta a las categorías geográficas y económi-cas que implícitamente encierran a aquellas.

No resulta extraño para muchos de nosotros la ambigüedad del concepto regional usado por muchos historiadores, dada la di-versidad de contenidos que entraña dependiendo de las perspecti-vas teóricas del investigador que lo trate de utilizar. Mientras que para el geógrafo la región es un objeto de estudio que se deriva de la observación de un paisaje, para el economista se transforma en un instrumento analítico destinado a explicar la localización de “los agentes” y las actividades económicas. Para los historiadores esta diversidad anotada por Claude Morin no es un obstáculo a su explicación: “el historiador no se deja turbar —dice— por con-sideraciones metodológicas” y selecciona más bien las antiguas divisiones territoriales transitando aparentemente por “el camino más fácil”.4 En el fondo ha primado más un criterio personal y múltiple que uno ligado a consideraciones teóricas.

¿Qué es lo más adecuado hablando en términos de la construc-ción del conocimiento histórico? Para Morin tanto la demarcación regional-espacial como la político-administrativa no tienen nada que envidiarse porque de todas formas mutilan el espacio en su esfuerzo por conseguir una demarcación determinada y, porque, al final, “el tiempo somete a prueba cualquier trazo, lo modifica, acepta o rechaza”.5 Entonces, ni lo regional ni lo político-adminis-trativo, por sí mismos, son fundamentales para la explicación his-tórica. Pero esta aseveración tan clara y aparentemente conocida por los historiadores no resulta en la práctica tan evidente y se ha tratado a la historia regional incluso como un “paradigma”.

Por otra parte, se podría argumentar que toda la historia es historia regional, pero esto es como decir que todos somos uni-versales, porque ocupamos un lugar en el universo, como lo hace el enunciado del premio Anastasio G. Saravia que mucho ha ayu-dado a la investigación nacional, cuando afirma que “se entiende por historia regional el estudio de los hechos, los procesos, las transformaciones y las continuidades históricas de un espacio geográfico y social que comparten características que lo hacen

único y diferente”.6 De cualquier manera, la discusión no trata de estas “verdades” que se ubican más en el plano de la localización de los fenómenos, sino de cómo construir, en su plano más meto-dológico e instrumental, el conocimiento histórico. No es, pues, un problema de ubicación y de ordenamiento espacial. En bue-nas cuentas, se trata de pensar como historiadores, más allá del desarrollo regional o del simple determinismo geográfico de los fenómenos históricos. Es un problema, por trillado que pueda pa-recer, útil en términos de formación de profesionales nuevos que han crecido inmersos en un concepto que seguramente quisieran comprender y discutir.

El más notable historiador impulsor de la historia regional la-tinoamericana, Luis González y González, escribía que ésta, en términos rigurosos, no debía confundirse con la microhistoria, ”que pertenece al reino del folclore”, es también menos emotiva que ésta, pero sobre todo la historia regional tiene dos caracterís-ticas fundamentales y distintivas: a) quienes la cultivan son profe-sionales e historiadores formados y b) tiene una estrecha relación con las ciencias sociales y humanas; es de hecho fruto universita-rio y académico.7 Debía ser, en buenas cuentas, la fórmula de los economistas, demógrafos, politólogos, antropólogos, incluso de “historiadores de espacios más extensos que el de la región”; sin embargo, a pesar de su énfasis en la economía la historia regional “precisa ser global tan entera como lo permitan las fuentes”.8 No se trata entonces de que la historia local, la del terruño, sea equi-parable a la historia regional, ni en términos geográficos ni en términos metodológicos. Por lo demás, lo microhistórico ha sido entendido como “la visión del cosmos de un solo individuo”, también como “acciones” y “actitudes” cotidianas muy concretas —pelea de gallos, la vida en una fábrica, etc.—, además del estu-dio de localidades, pueblos o aldeas , básicamente europeas. Este “método microhistórico” estaría muy ligado a los estudios de co-munidad de los antropólogos, y fue, casi siempre, una reacción frente al cuantitativismo generalizante.9

No hay duda de que como enfoque ha resultado muy útil, pero queda el problema por descubrir, si lo hay, este cuerpo metodoló-gico propio y sus instrumentos de análisis capaces de mostrar sus atributos más allá de un cambio de enfoque que resulta simple-mente instrumental, semejante al cambio mencionado por Burke

4 claude Morin, Michoacán de

la Nueva España en el siglo XVIII.

Crecimiento y desigualdad en una

economía regional, México, Fondo

de cultura económica, 1979, p. 15.

5 Idem.

6 convocatoria al XI Premio

Banamex anastasio g. saravia

de Historia regional Mexicana

2004-2005.

7 luis gonzález y gonzález,

“Historia regional en sentido

riguroso”, en Invitación a la

microhistoria, México, clío-el colegio

nacional, 1997, p. 194.

8 Idem, pp. 196 y 199.

9 Peter Burke, Historia y teoría

social, México, Instituto José Ma.

luis Mora, 2000, pp. 52-53.

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del telescopio por el microscopio, lo cual de por si no garantiza la “cientificidad” del mundo cuyo pasado se quiere explicar. Cuáles son estos métodos, sin duda y ya lo ha dicho Luis González, los de las ciencias sociales. ¿Pero es la historia una ciencia social? Enton-ces hablaríamos de una “microhistoria” demográfica, una econó-mica, otra política, etc., con lo cual este marco y enfoque operativo cede su lugar a lo que es lo sustantivo, el método en las ciencias sociales. Parece simple la solución, pero más del cincuenta por ciento de los historiadores están de acuerdo en que la historia no es una ciencia social, sino básicamente parte de las humanidades. Pero este es otro problema que el enunciado en este ensayo.

El eje metodológico central de lo que entendemos por historia regional, propia, específica, diferente, no se sustenta, pues aún si la aceptáramos debemos preguntarnos ¿cuáles serían los principios metodológicos que servirían de sustento? Sobre esta pregunta me interesa insistir después de comprender su definición y objetivos más generales. Es decir, la historia regional está planteada como un género de la investigación histórica, pero necesitamos avanzar hacia una concreción teórico-metodológica que es justamente el plano donde no encuentra sustento, por lo menos son discutibles los parámetros hasta ahora tomados como inamovibles.

¿Por qué, se pregunta Eric Van Young, cuando estamos dis-puestos a luchar hasta la muerte por conceptos como clase social, feudalismo, dependencia, no existe una definición sistemática de un concepto tan importante como región? Van Young piensa que la respuesta es que todos sabemos de antemano lo que es: “el es-pacio que estamos estudiando en ese momento”.10 Obviamente hay otra razón y es que aquellos conceptos estuvieron matizados por fuertes posiciones políticas, y fue, justamente en ese momen-to, cuando el concepto de región se colaba por los intersticios de esas discusiones. Sin embargo, no han sido los historiadores “re-gionales” quienes han mostrado mayor preocupación por encon-trar elementos metodológicos que les permitieran penetrar en el pasado, porque tampoco les preocupaba a los historiadores pro-fesionales, muchos de los cuales —la mayoría tal vez— asumen que la historia no es una ciencia social, sino humana. Posiblemen-te comparte y vive de ambas esferas.

Últimamente la formulación de Carol Smith ha sido tomada en cuenta y adaptada para el caso de Guadalajara por Eric Van

Young en un esfuerzo por encontrar asidero a la incertidumbre. Así, las economías y sociedades regionales son diferentes de acuerdo a su vinculación con el mercado, es decir, si éstos son internos o externos a la región en cuestión. Se asume que “unas regiones pueden verse centradas en ciudades, poseyendo una je-rarquía urbana más o menos jerárquicamente estructurada y una división interna del trabajo concomitante. Otras regiones pueden ser descritas como agrupamientos o ramilletes de unidades pro-ductivas o de empresas vinculadas con un mercado externo... Así, la diferenciación entre los tipos de olla de presión y de embudo corresponde globalmente a sistemas característicos de los mer-cados regionales designados por los teóricos del emplazamien-to central como tipos solares y dendríticos”.11 Pero en general, la existencia o no de una economía exportadora dominante tenía también consecuencias de tipo espacial y social.

Esta posición expresada en 1973 por Carol Smith era una clara manifestación de la preocupación teórica del momento por en-contrar salida a la discusión sobre feudalismo y dependencia, porque subyacía en esta posición justamente el marco vertebra-dor analítico que definía las relaciones de dependencia como la relación entre centros productivos y puerto exportador, como la manifestación esencial de la economía (el embudo),12 porque ade-más suponía que la economía latinoamericana, particularmente la colonial, era una economía básicamente regionalizada (o den-drítica simplificando el argumento), se producía, como decía en 1936 Luis Chávez Orozco, para el consumo regional y se vivía en torno a los límites de las regiones, pueblos o villas. No estamos entonces ante una discusión nueva, pero sí ante una formalización novedosa del acercamiento teórico de los antropólogos. Pero justa-mente en 1973 Assadourian, tomando como punto de partida el caso peruano mostraba la falacia del aislamiento regional, pues era comprobable empíricamente la conformación y articulación de un “vasto espacio económico” caracterizado por “una nota-ble división geográfica de la producción mercantil” de diversos territorios y regiones, tomando a la minería basada en el azogue como la producción dominante en esa transición hacia la nueva economía mercantil.13 Las reacciones a esta posición no son po-cas, pero será la historiografía futura la que se encargue de su esclarecimiento.

10 eric van Young, “Haciendo

historia regional”, op. cit., p. 429.

11 Idem, p. 436.

12 Para el caso mexicano véase

alejandra Moreno toscano y enrique

Florescano, El sector externo y la

organización espacial y regional de

México, 1521-1910, México, InaH,

1974.

13 ver carlos sempat assadourian,

El sistema de la economía colonial,

p. 14.

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No me interesa entrar en una discusión que no tendría fin, simplemente intento reflexionar sobre el problema de lo regional y la utilidad de las regiones pensadas históricamente. El hecho es que más allá de la polémica, existen estudios que comprueban que tanto “lo solar” como “lo dendrítico” son fruto de una cons-trucción teórica con base en sociedades contemporáneas (Nigeria y Haití principalmente) y por lo tanto anacrónica, a pesar de su solidez, aunque en general queda claro que cada región no vivía ni moría de manera inerte y pasiva, que había un intercambio extensivo de acuerdo a la especialización regional. Tanto lo suce-dido en Nigeria, Haití o los andes bien puede aplicarse a Nueva España, sin embargo, simplemente me interesa destacar que las aproximaciones de estudio responden a motivaciones lejanas de la región aparentemente productora de historia y reguladora de las actividades humanas.

Sin duda, los antropólogos han identificado el contenido de lo regional tanto con el estudio del terruño como con el de una región o regiones más amplias. Es evidente que cuando en an-tropología se habla de estudios regionales, el término incluye las formas en que un cierto grupo humano, definido y acotado conforme a ciertos criterios, vive, piensa, siente y actúa sobre un territorio, cuyo espacio también es definido y acotado conforme a ciertos criterios. Un antropólogo argumenta acertadamente: “la región no es simplemente algo que está allí, sino un espacio privi-legiado de investigación que se construye tanto por el observador como por los sujetos que viven ese espacio. La construcción del observador ocurre a partir de la pregunta por las dimensiones es-paciales de un conjunto de relaciones y prácticas sociales; la de los sujetos a partir del horizonte donde ellos sitúan esas prácticas”. Es decir, en principio se trata de un espacio que es discriminado por los investigadores de acuerdo con su objetivo o interés, pero que también ha sido construido por quienes habitan ese espacio.

Se supone, por otra parte, que entendemos lo que significan las “relaciones y prácticas sociales” y que está bien definido o es identificable el “horizonte donde ellos sitúan esas prácticas”.14 Esto ha sido entendido así por historiadores como Silvia Palo-meque para Cuenca, Ecuador, que afirma que el “espacio como unidad de análisis se va construyendo de acuerdo a las preguntas que nos hagamos y a la importancia de cada problema en cada

situación histórica”.15 No hay la menor duda de la virtud de este planteamiento, al que hay que añadir que los fenómenos histó-ricos se producen dirigidos por los sujetos, las gentes, las socie-dades. No son los espacios los que mantienen sus relaciones al interior y el exterior del espacio estudiado; son los grupos, los hombres y sus intereses, entonces hablamos de relaciones, de redes económicas, políticas y sociales y, secundariamente, de es-pacios regionalmente diferenciados. Necesitamos desprendernos de ese condicionamiento físico en el que se han entrampado las “historias regionales.”

Historiadores como Gilbert M. Joseph piensan más bien que la historia regional revela una contraposición entre lo particular y lo general, entre un plano de profundidad y otro de generalidad, ya que al “centrar más su atención, los estudiosos pueden em-prender estudios de caso en los cuales una cantidad de informa-ción local, extraordinariamente rica y diversa, ilumina una serie de problemas históricos mayores que les permite poner a prueba la sabiduría convencional y, con cierta frecuencia, replantearla”. Piensa que “debemos manifestar nuestro acuerdo con Wigberto Jiménez quien afirmaba que “sin buena historia regional y local, no puede haber una buena nacional”.16 A lo regional y local se le añade el horizonte “nacional”. Joseph es consciente de que “los historiadores rara vez distinguen entre historia regional y local, y la mayoría emplea el concepto ‘historia regional’ como una forma conveniente de referirse a toda la historia subnacional. Además, región es un concepto multivalente, y un poco de flexibilidad con-ceptual —a diferencia de una definición a priori— puede resultar beneficioso. Sergio Ortega piensa también que lo conveniente para el investigador de historia regional es optar por una sociedad y un espacio que por su amplitud permita plantear con claridad la ex-plicación del proceso histórico que analiza. Tal vez el historiador no puede anticipar la amplitud espacial adecuada a su estudio, pero en el curso de la investigación podrá modificar la extensión de la región según lo pidan los conocimientos que progresivamen-te obtenga”.17 Es decir el espacio o la territorialidad del fenómeno estudiado en función y subordinación al objeto de estudio.

En cambio, para Micheline Cariño Olvera, el concepto de re-gión como objeto de estudio de la opción teórico-metodológica de la historia regional, es la composición de la trama regional bajo

14 guillermo de la Peña, “la

región: visiones antropológicas”, en

Pablo serrano álvarez (coordinador),

Pasado, presente y futuro de la

historiografía regional de México,

México, unaM, 1998, p. 9.

15 silvia Palomeque, “notas

sobre las investigaciones en historias

regionales (siglos XvIII y XIX)”,

en Revista de historia, universidad

de comahue, núm. 5, p. 10.

16 gilbert M. Joseph, “la nueva

historiografía regional de México:

una evaluación preliminar”, en Pablo

serrano álvarez (coordinador), Pasado,

presente y futuro de la historiografía

regional de México, op.cit., p. 43.

17 sergio ortega noriega,

“reflexiones sobre metodología de la

historia regional en México”, en Pablo

serrano álvarez (coordinador), Pasado,

presente y futuro de la historiografía

regional de México, op. cit., p. 56.

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la forma de un espacio social con características sui generis.18 No hay duda de que la falta de precisión ha sido una característica de la historia regional contemporánea, por ello resulta explicable la metáfora de Eric Van Young cuando dice que las regiones son como el amor “difíciles de describir, pero las conocemos cuan-do las vemos”, porque están ahí. Son, como diría Ignacio del Río, “como si fuera cosa de prestidigitación”.19 Observa el mis-mo Van Young, que las regiones a menudo terminan siendo lo que cualquier investigador en particular esté “estudiando en el momento”.20 Esta ausencia de precisión terminológica, según él mismo, impide el trabajo comparativo, ya que nunca queda en claro cuáles variables están siendo comparadas de un caso his-tórico al otro.21 ¿Qué es multivalente y hasta dónde debe haber flexibilidad conceptual? Son justamente estas indefiniciones las que oscurecen el panorama de la historia regional.

Ya hace tiempo Ignacio del Río se planteaba la dificultad de “encontrar la clave que permita definir sin lugar a dudas nuestro común objeto de estudio”.22 Sergio Ortega Noriega, por su parte, afirma que “quienes nos ocupamos del género historiográfico ca-lificado como “regional”, entre otros problemas enfrentamos el de la imprecisión de algunos términos que planteamos profusa-mente, como “región” o “historia regional”. No se esconden las carencias de precisión en torno al planteamiento de los objetivos de la historia regional y, consecuentemente, la poca claridad en los lineamientos metodológicos para su estudio. Desde la pers-pectiva que se está tratando de argumentar, estas imprecisiones restan rigor académico al trabajo de los historiadores regionales. ¿Cuál es la solución? Según Ortega Noriega, el trabajo en equipo de los investigadores para encontrar soluciones a este problema, soluciones que no serán fáciles ni inmediatas, pero si factibles. Es evidente que existe el esfuerzo por alcanzar un consenso en cuestión de términos, conceptos, objetos y lineamientos metodo-lógicos relativos a nuestra actividad académica.23 De hecho los historiadores reiteran sus puntos de vista acerca de la “necesi-dad de que los historiadores regionales se aboquen a discutir y problematizar cuestiones tales como el tiempo, el espacio y la identidad regional; de la definición de región, la territorialidad, el regionalismo, la macrohistoria y la microhistoria regional, la historia estatal, intrarregional, las regiones dominantes y las

dominadas, la periodización nacional y sus implicaciones en la historia regional, así como su propia y particular periodización; el conflicto regionalismo versus centralismo, no solo federal, sino también estatal”.24 En pocas palabras hay que decir todo sobre todo. Con el tiempo seguramente muchas de estas “historias” re-clamarán carta de naturalización, aunque estos problemas más que una necesidad sólo parecen una ocurrencia por la heteroge-neidad y extensión de conceptos tan dispares.

Es sabido que la historia regional tiene a su haber importantes logros y que ha alcanzado difíciles metas y objetivos, básicamente en el terreno del conocimiento de la información, pero que el gran ausente en esta abundante producción historiográfica es el rela-tivo al análisis y reflexión de la metodología regional,25 ausencia que es explicable a mi manera de ver, porque no existe una me-todología histórico-regional. Las preguntas que surgen de inme-diato sobre el “quehacer histórico regional”, muestran justamente que existen diversos niveles de comprensión y análisis, y que la aproximación a un objeto concreto puede contar con varios hori-zontes resumidos por Valenzuela: ¿Se está haciendo microhisto-ria conforme a los principales planteamientos de Luis González?; ¿se está haciendo geohistoria conforme a la Escuela de los Annales y de Fernando Braudel?; ¿se está haciendo sociología histórica re-gional conforme a la definición y planteamientos de Carlos Mar-tínez Assad? Para la historia regional de 1700 a 1850 ¿es posible aplicar a lo largo y ancho del país las metodologías dendrítica y solar planteada?26 Aquí está enunciado el nudo del problema. Ha-blamos de cosas distintas y se plantean, por lo mismo, soluciones distintas; se habla de geohistoria, sociología histórica, antropolo-gía social o simplemente de historia; de la multidisciplina, o sim-plemente disciplina a secas y el de una territorialidad determina-da, pero siempre secundaria y subordinada al nivel metodológico de una o varias disciplinas.

La historia regional no parece tener salida si se reduce a un costal o saco al cual se le llena de multitud de conceptos, temas o líneas de investigación heterogéneas, propias de un quehacer dis-ciplinario múltiple y complejo. Tal vez ese saco relleno y redondo sea “lo regional”, pero esto hablaría más de un quehacer mecáni-co y pragmático que de uno científico y analítico para explicar los fenómenos históricos.

18 Micheline cariño olvera,

“Hacia una nueva historia regional

del México”, en Pablo serrano álvarez

(coordinador), Pasado, presente

y futuro de la historiografía regional

de México, op. cit., p. 73.

19 Ignacio del río, “de la

pertinencia del enfoque regional en la

investigación histórica sobre México”

[1996], en Vertientes regionales de

Méxixo. Estudios históricos sobre

Sonora y Sinaloa (siglos XVI-XVIII),

México, unaM, 2001, p. 139.

20 eric van Young, “Haciendo

historia regional. consideraciones

teóricas y metodológicas”, en La crisis

del orden colonial. Estructura agraria

y rebeliones populares de la Nueva

España, 1750-1821, México, alianza

editorial, 1992, p. 429.

21 Idem, p. 44.

22 Ignacio del río, “de la

pertinencia”, p. 139.

23 sergio ortega noriega,

“reflexiones sobre metodología”,

art. cit., p. 52.

24 Pablo serrano citado por

georgette José valenzuela,

“el historiador. y la historia regional

contemporánea”, en Pablo serrano

álvarez (coordinador), Pasado,

presente y futuro de la historiografía

regional de México, op. cit., p. 62.

25 georgette José valenzuela,

“el historiador”, p. 61.

26 georgette José valenzuela,

“el historiador y la historia regional”,

art. cit., pp. 61-62, Apud en eric van

Young, “Haciendo historia regional:

consideraciones metodológicas

y teóricas”, en Pedro Pérez Herrero,

Región e historia en México, Instituto

José Ma. luis Mora-uaM, 1991,

pp. 99-122.

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Esta heterogeneidad, sin duda, no termina allí si acogemos, por una parte, la advertencia de Guillermo de la Peña respecto a que no se puede hacer historia regional si se desconoce la his-toria estatal y la nacional, y por otra, si no se entiende que el eje conductor de la problematización de estos fenómenos es la his-toricidad de los mismos.27 Dos elementos, si sumamos a estos el análisis municipal, que complican de manera definitiva la tradi-cional manera de hacer “historia regional”. De todas formas, es evidente que los marcos administrativos o geográficos cuentan poco a la hora de la explicación, pues la importancia metodoló-gica que da un realce sustantivo a la historia regional es el hecho de que “cada investigación de historia regional requiere de un planteamiento amplio, en el sentido de incluir el conocimiento de la economía, de la demografía, de las relaciones y los conflictos sociales, de la cultura, de las ideas, de la organización política, in-cluso del impacto internacional. Una historia regional no deja de ser total porque, según Martínez Assad, abarca un universo con limitaciones espaciales y temporales, incluye todos y cada uno de los componentes.28 En esta concepción lo amplio ya queda más acotado por el carácter particular que adquieren cada una de las disciplinas, pero ciertamente una historia regional no tiene por qué ser total, aunque abarque un micro universo, porque enton-ces se me aparece el saco del todólogo. Esta distorsión se observa en la expresión de otro historiador regional: “¿Qué pasaría si, por ejemplo, por razones insospechadas, este ‘pueblo en vilo’ se con-formara en un Estado nacional independiente? Sin duda […] se convertiría en un primer texto de Historia nacional de San José de Gracia”.29

Tal vez en este punto alguna anécdota que a todos los investi-gadores nos ocurre aclare lo que quiero decir. Un alumno, quien había hecho una tesis exitosa sobre la historia de una región en el centro de México, me preguntaba acerca del por qué se le di-ficultaba hacer una tesis nueva con planteamientos, problemas e hipótesis concretos cuando antes le había resultado fácil la de tipo “regional”. Evidentemente en la de “tipo regional” incorporaba toda la información que encontraba sobre el espacio seleccionado y únicamente lo estructuraba temáticamente. Aunque es evidente la objeción acerca de que no estoy pensando en un historiador regional de relevancia, es aún palpable el hecho de que el “histo-

riador regional” parece más bien un eslabón en la transición entre el cronista y el historiador profesional, apreciación que nada tiene de peyorativa, simplemente corresponden para mí a etapas en la profesionalización del quehacer histórico. Ciertamente estoy de acuerdo en que el propio quehacer de cada uno de ellos es diferente y enriquecedor y, por supuesto, pueden coincidir en la práctica.

los ProBleMas del Método

Han servido como criterios básicos y suficientes de la cons-trucción de la historia regional, más o menos los siguientes: a) la delimitación mediana —entre la nación y la localidad—de las dimensiones del espacio donde se desenvolvió el tema estudia-do, b) la determinación de características fisiográficas homogé-neas del marco geográfico asignado al objeto de estudio y c) las crónicas y/o monografías cuyo objeto es la descripción general, parcial de los “hechos memorables” acaecidos en una entidad fe-derativa, un[os] (en tanto que límites político-administrativos), o en su localidad y las interpretaciones de la historia nacional exal-tadas por el fervor de un enfoque regionalista.30 Nuevamente nos encontramos ante la necesidad de desechar el “criterio” de “deli-mitación mediana” que, si no me equivoco, no indica nada, como el famoso “marco geográfico” que en principio todo fenómeno humano necesariamente posee. Mucho antes, Arístides Medina por el contrario afirmaba que el objeto de de la historia regional era estudiar una región “que puede ser un diminuto espacio o un gran espacio”.31 Y lo que es peor, en la vida cotidiana la historia regional se practica entendiendo como tal “varias formas y ex-presiones que pueden referirse a regiones y localidades, estados, provincias, distritos y municipios, e incluso hasta unidades clá-sicas de producción”.32 Para ambos autores la espacialidad y las fuentes son las condiciones básicas de cualquier acontecimiento. Por supuesto, no se trata de afirmar que las regiones no existen como unidades geográficas o sociales, sino de que estas unida-des, espacios o zonas simplemente constituyen el marco físico y por sí mismos no bastan para crear teoría o una metodología, de los procesos históricos, aunque pareciera que las regiones, por sí mismas proporcionan la explicación histórica. Se añade a este

27 georgette José valenzuela,

“el historiador y la historia regional”,

art. cit., p. 62 y guillermo de la Peña,

op. cit.

28 carlos Martínez assad, “Historia

regional. un aporte a la nueva

historiografía”, en El Historiador frente

a la historia, México, unaM,1992,

p.128.

29 Joaquín roberto gonzález

Martínez, “tendencias historiográficas

en los estudios regionales. aspectos

metodológicos y epistemológicos”,

en XII Congreso Internacional de

AHILA, universidad do Porto, 1999,

vol. I, pp. 89-100.

30 Micheline cariño olvera,

“Hacia una nueva historia regional

de México”, pp. 72-73.

31 arístides Medina rubio,

“Introducción la historia regional”,

p. 3.

32 Idem, p.3.

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conjunto de indefiniciones el uso de un tipo particular de fuentes como si necesariamente, éstas y sólo éstas, fueran útiles para la explicación del pasado. Las fuentes no sólo deben estudiarse en función de las localidades o las entidades federativas sino en fun-ción del problema por explicar.

Simplemente como un ejercicio intelectual excluyamos el con-cepto regional de la afirmación de un conocido historiador. Él dice:

Si son amplios los límites temporales que el historiador eligió para su trabajo, además de la precaución antes señalada, el investigador estará atento para observar las modificaciones espaciales en la región (el subrayado es mío) bajo estudio, ya que la sociedad regional cam-bia con el tiempo. Una sociedad regional que aparece en un momento dado, puede crecer o disminuir en su magnitud, puede fundirse con otras regiones y puede transformarse hasta desaparecer. El historiador observará con cuidado estos cambios, cuando se presenten, porque el estudio de las variaciones en la sociedad regional y en el espacio que ocupa, forma parte de los objetivos de la historiografía regional. Ade-más, cada uno de estos cambios constituye un problema histórico que pide una explicación; es decir, estos cambios son hitos en el proceso histórico que sirven al historiador para orientar su análisis.33

Quedaría así en mi versión que excluye el término regional:

Si son amplios los límites temporales que el historiador eligió para su trabajo [...] el investigador estará atento para observar las modifi-caciones espaciales bajo estudio, ya que la sociedad [...] cambia con el tiempo. Una sociedad [...] aparece en un momento dado, puede crecer o disminuir en su magnitud, puede fundirse con otras [...] y puede transformarse hasta desaparecer. El historiador observará con cuidado estos cambios, cuando se presenten, porque el estudio de las variaciones en la sociedad [...] y en el espacio que ocupa, forma parte de los objetivos de la historiografía [...]. Además, cada uno de estos cambios constituye un problema histórico que pide una explicación; es decir, estos cambios son hitos en el proceso histórico que sirven al historiador para orientar su análisis.

Así enunciado, el problema es que cualquier tipo de análisis his-toriográfico de cualquier sociedad y de cualquier tiempo cae bajo

estas reglas. Entonces estamos frente al verdadero problema y éste radica en que no tenemos claros los objetivos de la “histo-ria regional”. Por ejemplo, se afirma que “uno de los principales objetivos de la historia regional es conservar adecuadamente la correspondencia que debe existir entre el proceso histórico estu-diado, la sociedad que lo vivió y el espacio y el tiempo en que ocurrió”.34 Si yo excluyo el adjetivo regional, esta definición se puede aplicar a cualquier cosa, si la incluyo no gano nada, porque lo que le interesa a la historia es la explicación de los fenómenos sociales y no el espacio, que al delimitarlo o seleccionarlo, por sí mismo no me ofrece los instrumentos, conceptos y métodos para explicar, por ejemplo, el problema del mercado, de la familia o de la estructura social.

Es claro, sin embargo, que la historiografía regional permite al investigador identificar las peculiaridades del proceso histó-rico regional, que pueden resultar contrastante de una región a otra. En términos enunciativos es evidente también que el cono-cimiento de las particularidades es imprescindible para poder comprender el comportamiento de las sociedades regionales y, a mi parecer, también debe serlo para explicar el proceso histórico de la sociedad colonial o nacional en su conjunto, y moderar así las imprecisas o inexactas generalizaciones que se suelen hacer de manera frecuente. Tampoco hay duda de la importancia de la comparación de dos o más procesos regionales de sociedades que vivieron procesos históricos semejantes, en medios sociales diferentes. Sin embargo, las discrepancias hacen su aparición cuando se afirma: “si quisiéramos resumir en una expresión qué es lo propio de la historiografía regional y las ventajas que ofrece al conocimiento de la historia, diría que es la sistemática intro-ducción del espacio como un elemento más para el análisis de lo histórico”.35 En otras palabras, si interpretamos bien el sentido de esta conclusión, se trata de una condición básicamente geográfica que irrumpe de manera determinante en la concepción de histo-ria regional.

Por otra parte, la definición expresa dos elementos constituti-vos de la región: el primero es “una porción de territorio”, parte o segmento de un territorio más amplio; el segundo elemento es una “circunstancia” o característica que determina, o califica, aña-diría, a la porción del territorio, y es el que le da uniformidad ante

33 sergio ortega noriega,

“reflexiones sobre metodología de la

historia regional en México”, p. 56.

34 Idem, p. 53.

35 sergio ortega noriega,

“reflexiones sobre metodología de la

historia regional en México”, p. 53.

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la mirada del observador. Sin embargo, de estos dos elementos el primordial es el segundo, o sea, la circunstancia o característica objeto de observación y es en relación a ésta que se señalan los lí-mites del territorio correspondiente. Es importante subrayar esta afirmación: al identificar una región, la característica o circuns-tancia elegida por el observador es la que determina al territorio, y no al contrario.36 Esta circunstancia es la que no queda clara-mente definida. Qué es lo que hace que una región sea étnica o económica, justamente no es el espacio sino aquello que los antro-pólogos lo definen como “lo étnico” y los economistas como “lo económico”, es decir un problema social. Justamente este es uno de los problemas, la subordinación de los fenómenos históricos al espacio, subordinación que determina la explicación histórica a una “porción de territorio y circunstancias espaciales”, con lo cual los fenómenos sociales vienen a ser una de estas circunstan-cias —es decir aleatorias al proceso por explicar— tales como la organización política o social.

Como de la Peña, Sergio Ortega piensa que en historiografía la región es el resultado de una opción del historiador quien, por alguna razón académica, elige a cierto segmento de la sociedad como objeto de estudio —la sociedad regional—, y que esta socie-dad regional determina el territorio regional, que es aquel donde se asienta. En nuestro medio, buena parte de la historiografía es resultado no sólo de una razón académica, sino también y, casi siempre, de una razón vital, pues se ha hecho y se hace historia “regional” por coincidir con la tierra en donde nació el investi-gador. Por supuesto, muchos historiadores regionales han hecho historia por razones académicas y no sólo por su origen.

Entonces empezamos con el problema ¿tiene la explicación histórica regional un método? Se reitera de manera frecuente “que la opción del historiador plantea implícita o explícitamente que la sociedad regional y su territorio son segmentos de una sociedad y de un territorio más amplio que, para el caso mexicano que nos ocupa son la sociedad y el territorio del conjunto de la colonia o la nación (los llamaremos sociedad y territorios generales)”.37 Aún siendo cierta esta aseveración lo mismo puedo decir para países y para continentes. Nos estamos fijando en la superficie y no en los contenidos, en los límites y no en la profundidad de los fenóme-nos históricos. Además, cuando pensábamos que lo único cierto

era el espacio resulta que “el investigador elige provisionalmente el espacio que presuntamente ocupa la sociedad regional objeto de su estudio. Es una opción tentativa porque aún no conoce con precisión la extensión espacial de la sociedad regional; es una hi-pótesis de trabajo que deberá confrontar con los datos obtenidos en la investigación”.38 El espacio puede ser una hipótesis de tra-bajo? ¿Acaso se trata de estudiar el espacio?

Todas las investigaciones tienen un problema metodológico y todas admiten una amplia gama de soluciones. Las razones y las soluciones deben ser académicas. Las razones académicas, se puntualiza, deben estar acordes “con los objetivos que en su investigación pretende alcanzar. Por ejemplo, si la investigación versa sobre un problema económico, la característica social elegi-da será también productiva. Si lo que se estudia es un problema político, la característica social elegida será también de tipo polí-tico. Si el objeto de investigación es un proceso cultural se elegirá como circunstancia determinante de la región a una característica cultural de la sociedad”.39 Pero ¿qué significa, metodológicamen-te hablando, lo económico, lo político y lo cultural? Simplemente el método de la economía y de la ciencia política, es decir de utili-zar los fundamentos de las disciplinas y no de los espacios.

Se vuelve secundario el eje regional o espacial —lo regional es única y exclusivamente el espacio— y sus límites en donde el historiador desarrollará su investigación. El espacio es tan gran-de que justamente son innumerables las posibilidades regionales que delimitan las acciones y los procesos sociales. No hay duda de que la región se modifica al correr del tiempo, pero no se modi-fica por sí, sino por la acción de la sociedad, del trabajo y del cre-cimiento y no porque, de manera espontánea, la “circunstancia social” cambie con el tiempo, pues la idea de Ortega es la de que la sociedad regional, objeto de estudio, como lo hizo notar Luis González, “se modifica incesantemente; es una realidad históri-ca. En consecuencia, según el primero de los autores, el territo-rio donde esta sociedad se asienta también está sujeto al cambio. La región historiográfica es cambiante porque la sociedad que la determina es cambiante”.40 En consecuencia, la historiografía re-gional deberá: a) estudiar los procesos históricos introduciendo sistemáticamente el espacio como un elemento analítico; b) el objeto de estudio de la historiografía regional será la sociedad

36 Idem, p. 53.

37 sergio ortega noriega,

“reflexiones sobre metodología

de la historia regional en México”,

pp. 53-54.

38 Idem, p. 55.

39 Idem, p. 54.

40 Idem, p. 54.

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regional; c) el espacio regional estaría determinado por la socie-dad regional y no a la inversa; d) la sociedad regional y el espacio que ocupa son segmentos de una sociedad y de un espacio más amplio y e) la sociedad regional y el espacio que ocupa cambian con el tiempo.41 La pregunta entonces es ¿y cómo se estudia la sociedad?

Surgen en el horizonte nuevas concepciones que intentan afinar mejor y delimitar el estudio de la historia “regional”, sin embargo, persiste la idea de que lo regional es un “espacio so-cial” con estatuto de “modelo explicativo global” de todas aque-llas actividades que constituyen “la trama regional”. En términos epistemológicos, la historia regional posee, según Cariño Olve-ra, suficiente capacidad explicativa e interpretativa “para ir de explicaciones particulares a generales y regresar a las primeras”. Tampoco sabemos cuáles son los elementos constitutivos de este modelo, aunque ya no se confía en que lo regional, por la simple razón de serlo, sea válido y por sí mismo explicativo.

El manejo práctico de este concepto de región histórica precisa del conocimiento, como lo habían señalado otros autores, de teo-rías y metodologías provenientes de la economía, la sociología, la geografía, la ciencia política, la antropología y la psicología social, entre otras disciplinas”.42 Así, el enfoque de la historia regional estaría determinado tanto por el reconocimiento de que en el ám-bito del territorio nacional existen procesos históricos particulares con dinámica propia, correspondientes a sociedades con caracte-rísticas socioeconómicas y culturales de índole también particu-lares, sociedades regionales relacionadas entre sí y que forman la nación; ésta, por su lado no está formada por un conjunto social armónico, sino que todo lo contrario, cada una conserva muchas de sus particularidades; existen también ciertos valores y una me-moria colectiva con los que la sociedad regional actual se identi-fica. De tal manera, que “si hoy podemos distinguir una región homogénea por sus características geoeconómicas y sociales, es presumible que dicho espacio sea el marco de una sociedad con un proceso histórico particular. Es decir, si en la actualidad existe una región particular, es que tiene una historia particular”.43

Pero esto es tanto como identificar el objeto de la historia con el de la geografía histórica.44 Insiste Cariño Olvera en que el baga-je metodológico que requieren las distinta etapas de investigación

y síntesis de la historia regional, no puede limitarse a la especiali-zación mono o bidisciplinaria. Esto es porque tanto los objetos de estudio como los problemas de investigación que aborda necesi-tan una perspectiva global para analizar los procesos históricos regionales. Es decir, la “cultura como un todo”.45

Con lo anterior volvemos a la idea totalizadora, casi siempre generalizante y caemos en los mismos consejos “prácticos” que debería seguir todo historiador regional: a) identificar las carac-terísticas del medio geográfico y las transformaciones que éste ha tenido a causa de la acción del hombre, así como las conse-cuencias de éstas en relación con el dominio, aprovechamien-to y conservación del medio ambiente; b) analizar las formas y los medios puestos en práctica por la sociedad para identificar, apropiarse y manejar su territorio, con la finalidad de explotar los elementos naturales del ambiente y convertirlos en recursos, c) analizar la formación, el funcionamiento y las transformacio-nes de las actividades productivas y las estructuras de mercado; d) examinar el origen, transformación y localización de las ac-tividades económicas generadoras de cierta distribución de in-gresos y por consiguiente de ciertos procesos de acumulación de capital; e) explicar la formación y evolución de la estructura de la sociedad regional, a partir de la acumulación y distribución de la riqueza; f) identificar la composición de los núcleos de poder y sus transformaciones, así como el margen de autonomía (y la lucha por adquirirlo) que estos poseen en la toma de decisiones cruciales para su región y g) estudiar los patrones para la evolu-ción y distribución de los asentimientos humanos a través de las formas de concentración demográfica y de los flujos migratorios y h) identificar, caracterizar y valorar el peso que las tradiciones, la vida cotidiana y las formas de “pensar y de sentir” tiene como elementos integradores de la identidad y la dinámica regional a lo largo del tiempo y ante los fenómenos de aculturación o inter-cambio cultural”.46

No se entiende el por qué la obsesión de querer hablar y decir todo sobre todo. Pero supongamos que esto es válido, entonces cabe preguntarnos por el método o métodos que nos llevarían a la explicación de este cúmulo de fenómenos, muchos dependiendo de la disciplina en la que se enmarquen, consecuentemente ¿de cuánta gente o especialistas se necesitará para llegar a buen fin

41 Idem, p. 55.

42 Micheline cariño olvera,

“Hacia una nueva historia regional

de México”, art. cit., p. 73.

43 Idem, p. 74, Apud, en sergio

ortega noriega, “Planteamientos

metodológicos para la historia

regional del noreste”, en Mexibó,

México, unaM-uaBc, órgano del

centro de Investigaciones Históricas,

vol. I, núm. 3, septiembre, 1993,

pp. 108, 110.

44 Por ejemplo carl sauer piensa

que el “geógrafo historiador debe

ser un especialista regional, debe

estudiar el pasado y debe tener

un a) conocimiento de la cultura

como un todo; b) control de toda la

evidencia contemporánea de varios

tipos y c) familiaridad con el terrno

(región) que la cultura ocupó”,

carl o. sauer, “Introducción a la

geográfica histórica” en claude cortez

(compilador) Geografía histórica,

México, Instituto José Ma. luis Mora,

1997, p. 40.

45 Micheline cariño olvera,

“Hacia una nueva historia regional de

México”, p. 74.

46 Idem, p. 75.

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el estudio regional? Sólo investigar y explicar la formación de la estructura social regional puede llevar muchos años, lo que es irrelevante si el historiador no está armado de los métodos más actualizados de la demografía histórica.

Por otra parte, se postula que este “paradigma” de la histo-ria regional debe concebirse a partir de dos principios que han orientado la investigación histórica desde los años treinta: la glo-balidad y la multideterminación de los procesos sociales. Las im-plicaciones que ambos tienen en el quehacer historiográfico son tan amplias que en realidad son excepcionales las obras que han logrado concretarlos. Sin embargo, en términos de la historia re-gional, la cristalización de esos dos principios como ejes rectores de la investigación, es posible y necesario.47 Por multidetermina-ción se entiende a una multiplicidad de aspectos de la realidad social, pues la originalidad de cada estructura regional está pre-cisamente determinada por un vínculo social preponderante que incide en un aspecto de la realidad social. Por lo tanto, la defini-ción del objeto de estudio en cada investigación de historia regio-nal esta confrontada a entender y a explicar esa preponderancia. Finalmente está la multideterminación y el ejemplo del método comparativo, determinarían una ruta objetivamente factible, lle-gando al esclarecimiento de la estructura regional bajo parámetro de validez difícilmente refutable.48

¿Pero la historia regional es una disciplina con sus propios métodos y conceptos? Está claro que no, es fundamentalmente el conocimiento histórico de una sociedad localizada en un espacio determinado. En este sentido, como conocimiento histórico los métodos son los de la historia y subsecuentemente de la histo-ria social, historia política, historia económica etc. Por ello, por ejemplo, Mario Cerutti escribe Frontera e historia económica49 por no decir historia económica de la frontera; de la misma forma Eric Van Young escribe sobre la “economía rural de la región de Gua-dalajara”. En este caso muchos de los métodos tienen que ver con los de la historia y segundo con los de la economía, dejando lo regional como un marco espacial secundario en donde su ubica su objeto de estudio y nada más.

No hay duda de que la antropología ha entendido mejor el problema de la investigación “regional”, por ello Guillermo de la Peña muestra que el problema no es de espacio sino de disciplina,

y método, por ello afirma que “desde sus inicios como disciplinas científicas distintivas, la etnología y la antropología social se han planteado —entre otros— un tema explícito de estudio: el de las relaciones entre la cultura, la organización social y el territorio. Por lo mismo, el concepto de espacio es a menudo utilizado en estudios socioantropológicos; no solo referido a la dimensión ma-terial de los objetos físico sino también como recorte analítico.50 Consecuentemente se puede afirmar que en la antropología social mexicana se encuentran cuatro tipos de análisis regionales —to-dos ellos en trabajo de campo—, distintos entre sí por las pregun-tas fundamentales que guían su análisis (el subrayado es mío). En primer lugar, encontramos estudios sobre la organización social, otros que determinan y explica el sistema de intercambio y la cir-culación; uno nuevo que define las formas de dominio y el cuarto que trata de la identidad colectiva.51 Me interesa destacar la ex-presión “por las preguntas fundamentales que guían el análisis”. Su advertencia también es importante en el campo metodológico cuando reafirma que los tipos de estudio están fundados “todos ellos en trabajos de campo”, trabajo que tiene una formalidad y una metodología y seguramente podemos atribuirle a su asevera-ción el hecho de los estudios tienen una perspectiva teórica dentro de la antropología y la etnografía. Esta es una de las diferencias importantes con la historia regional que parte del espacio como objeto de su explicación y abandona la perspectiva metodológica y teórica de las disciplinas, mientras el espacio es casi el principio y el fin del corte analítico. El divorcio entre historia y región o mejor de las múltiples opciones de entender la región y el terri-torio, como simple variable de la explicación ha sido ilustrada en ocasiones muy puntuales.52

Pareciera una opción analítica posible el reemplazo del concep-to región por el de territorio. ¿Por qué el abandono de lo regional por la territorialidad? Me aventuro a ofrecer una posición: porque la territorialidad es un espacio que se construye de acuerdo al objeto de estudio, mientras la regionalización tiene un predomi-nante contenido geográfico de características estáticas, “dadas” y predeterminadas por la naturaleza. Existen ejemplos que mues-tran la falacia del concepto regional para el caso de la historia. Por ejemplo, el ensayo de Elisabetta Bertola, Marcello Carmagnani y Paolo Riguzzi, “Federación y estados: espacios políticos y rela-

47 Idem, p. 76.

48 Idem, p. 76.

49 Publicado por el Instituto José

Ma. luis Mora-uaM, 1993, 177 pp.

50 guillermo de la Peña “la región:

visiones antropológicas”, p. 8, debe

criticarse el uso irreflexivo del término

para designar un territorio (lugar

físico) o, peor aún, para hablar de un

“vacío” que debe ser “llenado” por la

actividad humana como si existieran

vacíos en la naturaleza. una reflexión

interesante al respecto se encuentra

en Juan José Palacios, “el concepto

de la región: dimensión espacial

de los procesos sociales”, Revista

interamericana de planificación, XvII,

66, 1983, pp. 56-68.

51 guillermo de la Peña “la región:

visiones antropológicas”, p. 9.

52 Por ejemplo, por Pedro Pérez

Herrero en Región e Historia en México

(1700-1850), Métodos de análisis

regional, México, Insituto José Ma.

luis Mora-uaM, 1991.

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ciones de poder en México (siglo XIX)”53 es el mejor ejemplo del análisis del sistema político y la construcción política del México liberal hacia 1850 como una alternativa a la crisis de ansíen régime colonial iniciada a fines del siglo XVIII. Terminan sus autores por mostrar que “el nuevo orden liberal transformó el poder informal y difuso presente en los pueblos, municipios, ciudades secun-darias y terciarias dando vida a poderes institucionales que se traducían en jerarquías políticas” reguladas por nuevos y viejos actores, ahora transformados en actores políticos.54 Apenas men-cionados, los estados están presentes en el análisis de las relacio-nes políticas, mientras las regiones subyacen como categoría polí-tica. Estados, pueblos y municipios debieron construir su propia territorialidad en diversos períodos de su devenir histórico.

Así, las limitaciones de la “historia regional” se agrandan con la irrupción y fortalecimiento del análisis del gobierno local o municipal y, por supuesto, de la historia de los propios estados. Las instancias municipal y estatal son básicamente históricas, diseñadas y construidas por la sociedad tratando de buscar un orden, una institucionalización, un gobierno o simplemente un eje articulador de su actividad cotidiana. No importa el espacio porque está implícito —y aún siendo explicito— en el diseño ju-risdiccional o en el ámbito de acción de los hombres y las autori-dades y ésta es su fortaleza frente a lo regional. Pero lo municipal y lo estatal como objeto de estudio no bastan para ser legítimos, porque a menos que se tratara de análisis de corte institucional, que nacen y se refieren siempre a estos ámbitos, los problemas sociales, económicos o simplemente históricos necesitan de una formulación metodológica desde sus disciplinas que los explique. Como las regiones, los municipios y los estados sólo constituyen el marco político e institucional en torno a los cuales se desarro-lla la vida de sus pobladores. En este sentido sería equivocado pensar que sólo porque existen historias o crónicas municipales o estatales, éstas de por sí son historia regional.

la PersPectIva teórIca de la HIstorIa

La discusión generada por el planteamiento anterior generó un réplica enérgica y lúcida de Ignacio del Río quien hizo va-rios cuestionamientos centrales. Dice en su exposición: “Podemos

los historiadores estudiar al hombre que produce bienes, que los hace circular o que los consume, pero no lo concebimos sino ac-tuando en ámbitos sociales dados, nunca exentos de contradiccio-nes; no lo podemos ver sino estrechado por marcos normativos e institucionales, respondiendo de alguna manera a su condición de animal político, portador siempre de una cultura establecida y, no obstante ello, dinámica; constreñido por factores del orden natural, pero también enfrentado a ellos, resistiéndolos o modifi-cándolos; capaz de ser movido por resortes ideológicos y de obrar a veces aun en contra de sus propias conveniencias económicas, creador y destructor al mismo tiempo”.55 No puedo estar en des-acuerdo, por el contrario, comparto con Ignacio del Río su propia visión de la historia. Digamos que esto ya es patrimonio de la humanidad .Sin embargo, no era este el marco de la discusión, sino más bien cómo construir metodológicamente este conjunto de acciones e interacciones en el tiempo y particularmente en el espacio, digamos para el caso, en la región.

El principal reto o problema es el uso de las ciencias sociales en la construcción y explicación del proceso histórico. Hace ya muchos años Hobsbawm advertía que “la historia de la socie-dad no puede ser escrita mediante la aplicación de unos cuantos modelos de las otras disciplinas, sino que precisa […] el desarro-llo de los esbozos existentes hasta convertirlos en modelos”.56 De la misma forma Ignacio del Río sostiene que “los problemas de investigación que el historiador se plantea pueden y deben estar apoyados en formulaciones teóricas extraídas de las cien-cias sociales; las soluciones que propone, en cambio, no deben ser acotadas por alguna disciplina científica particular…Por eso bien podemos decir que los procedimientos del historiador son por definición multidisciplinarios y que, si en cierta medida son tributarios de las ciencias sociales, hay en ellos también un consi-derable grado de autonomía”. Es decir, hay un consenso sobre la interdependencia y autonomía de la historia frente a las ciencias sociales, pero lo que nos interesa entender es también que no se trata de aplicar conceptos exitosos de otras historiografías y apli-carlos para el caso mexicano, es necesario “esforzarse” como de-cía Gaos, “por crear conceptos propios de la cultura mexicana”.57 El problema para nuestra discusión es cuál México de los muchos Méxicos numerosos cuantas realidades culturales existen. Esta

53 art. cit., pp. 237-259.

54 art. cit., p. 240.

55 Ignacio del río chávez,

“reflexiones en torno de la idea y

práctica de la historia regional”, texto

leído como conferencia en el Instituto

de Investigaciones Históricas de la

unaM el 26 de abril de 2005, dentro

del ciclo titulado “el historiador

frente a la Historia”, dedicado en esa

ocasión a conmemorar el sexagésimo

aniversario de la fundación de dicho

Instituto y publicada en Calafia,

revista de la universidad de Baja

california, nueva época, vol. I,

núm. 10, julio-diciembre, 2005.

56 eric Hobsbawm, “de la Historia

social a la historia de la sociedad”,

en Historia social y tendencia de la

demografía, México, seP/setentas,

1976, p. 71.

57 citado por José María Muriá,

Centralismo e historia, guadalajara,

el colegio de Jalisco, 1977, p. 21.

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variedad obviamente no nos obliga a que tenga necesariamente a ser regional, puede ser local, estatal y nacional. Ahora no vamos a solucionar ese problema, pero es necesario dejarlo sentado en el sentido de que hay un problema conceptual.

En segundo lugar, pensar en la función que técnicas y méto-dos de las ciencias sociales cumplen en la explicación de los his-toriadores, dado que en general éstos han sido olvidados en aras de la oratoria, el discurso y la literatura. Ser historiador, además de acumular datos y fechas era hablar bien y redactar como si la historia fuera literatura. La “¡buena historia es aquella que atra-pe al lector!”, se decía. Esto no está por demás, pero más allá de la narración y las descripciones existen técnicas y métodos muy útiles a la hora de construir la historia y otra vez Hobsbawm nos auxilia, “debido a la naturaleza de nuestras fuentes, poco avan-zaríamos si no tuviéramos las técnicas para descubrir, agrupar en forma estadística y manejar gran cantidad de información, que además requiere de la ayuda de los avances tecnológicos, reque-rimientos que otras ciencias sociales han venido desarrollando desde hace tiempo”.58 La incapacidad de los historiadores para solucionar problemas planteados desde nuevas perspectivas y necesidades ha orillado a los economistas, sociólogos o politólo-gos a incursionar en la historia.

Así, si es legítimo anunciar y definir especificidades y califica-ciones, sobre lo que no hay discusión, entonces discutiremos acer-ca de lo que genera discrepancias y este es el centro del problema, la cuestión del método de la historia regional, porque el problema no sólo es de conceptos y calificaciones, sino de métodos y de instrumentos analíticos.

la calIFIcacIon en la HIstorIa

En realidad pienso que por varias válidas razones sí pode-mos hablar con toda legitimidad de una historia que admita la calificación de regional… Es más: debemos hablar siempre con una prudente reserva y ánimo crítico de todas y cada una de las que llamaré “historias calificadas”, como la historia económica, la historia cuantitativa, la historia serial, la historia de las menta-lidades, la historia cultural, la microhistoria, la historia urbana, la geohistoria, la ecohistoria.

Pero así visto el asunto, todas las historias calificadas arriba tienen un sustento metodológico propio. La pregunta entonces subsiste: ¿cuál es el sustento de la historia regional? Puede ha-ber historia económica, política, social, geohistoria, ecohistoria, con trasfondos disciplinares. No existe la micro historia como disciplina, como la historia cuantitativa o la propográfica porque sencillamente son enfoques, técnicas y recursos analíticos de los cuales se sirve el historiador en sus estudios.

Veamos un ejemplo que Ignacio del Río trae a colación: el clásico Sevilla y el Atlántico (1550-1650) de Pierre Chaunu. “Nos sugiere, aunque vagamente, el gran asunto de una investigación histórica, pero si se dice que se trata de una obra apoyada en fuentes seriales y en la que se hace historia cuantitativa se estará proporcionando un dato interesante acerca de la forma en que esa obra fue producida”. Pero esto no es todo, lo que es importante —y hay que decirlo— es cómo y con qué instrumentos estudia la relación. Quien estudia esta obra, puede percatarse que el histo-riador aprendió a manejar, a construir series, que maneja técni-cas de investigación como la estadística, pero sobre todo que se construye su explicación con base en interrogantes, preguntas y que si además de ello se acoge a la demografía y la economía, en palabras del propio Chaunu, “la ganancia no solo es cuantitativa, es también cualitativa”. Y no solo es cuestión de una calificación, porque no sólo es un problema gramatical, sino conceptual.

Se puede postular que “no es obligatorio para el historiador establecer de manera explícita el tipo de historia que se propo-ne hacer con la investigación que tenga en curso”. Justamente en este punto su historiador, en otras palabras estaría exclamando: “que los documentos me lo indiquen” y así, como alguna vez en clase ironizaba Luis González, van al archivo y el primer docu-mento que encuentran es la base de su investigación y de otras muchas. El documento, equivocadamente precede al problema y a la pregunta. Pero si el historiador no sabe qué tipo de historia hace, entonces, está perdido, es lo mínimo que debe saber. Y esto no quiere decir que el historiador deba renunciar a su esencia: el manejo y control de los datos sobre el pasado que quiere estudiar o estudia.

Entiendo que el Ignacio del Río quiera encontrar en nuestra realidad al historiador regional ideal y propone el método: “el

58 eric Habsbawom, op. cit., p. 71.

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historiador regional sabe qué fenómenos está empeñado en estu-diar, qué procedimientos tiene que emplear para tratar de resol-ver los problemas de investigación que se haya planteado, qué tipo de fuentes le proporcionan la información que requiere y qué técnicas especiales le es conveniente utilizar”. Así definido, el his-toriador regional no es más ni menos que un historiador.

“La historia calificada que Manuel Miño dice que no existe como una disciplina con fundamento teórico-metodológico pro-pio es, como ya lo dije, la historia regional. Y yo estoy enteramen-te de acuerdo con él: la historia regional no es ni puede ser una disciplina historiográfica discreta y autónoma, que encuentre su fundamento teórico-metodológico en alguna de las ciencias so-ciales en particular”, y yo agrego, fundamento propio. Así enton-ces, se admiten mis razones.

La historia económica, política y del derecho, por citar al-gunas, tienen a sus disciplinas como soporte metodológico; en cambio la historia cuantitativa y alguna “otras de igual jaez” para usar la expresión de Del Río, son fantasmales, porque en ellas prevalece únicamente el instrumento estadístico y serial y esas, por supuesto, no son historia.

En este punto de la discusión es importante retener que la his-toria económica, política o del derecho no son importantes por las teorías que ellas encierran, porque éstas tienen como referente fundamental al proceso social contemporáneo y su aplicación me-cánica al pasado sería un anacronismo evidente, los son porque han ayudado a formalizar la investigación y a abrir nuevas líneas de investigación. Qué teoría escoger sin duda es la cuestión, pero no podemos a principios del siglo XXI afirmar que la teoría en la historia, por cambiante y hasta por contradictoria que fuere, no sirva para nada. Porque, de otra manera, la conclusión evidente es que la historia no necesita de la teoría porque su fundamento solo son los acontecimientos, los hechos puros y simples, anecdó-ticos y aislados y que se explican por sí mismos y que la acumula-ción de fuentes son el principio y el fin de todo estudio histórico. Entonces necesitamos pensar cual es el papel de la teoría en la historia. Lo cual no es el objeto de esta discusión.

Evidentemente aquí tengo un problema difícil de subsanar, porque todos nos creemos historiadores desde los cronistas has-ta los economistas, sociólogos o polítólogos que por casualidad

encontraron un papel viejo por allí extraviado. Hasta el taxista que encontramos en el camino dice que es historiador o que, por lo menos, sabe mucho de historia. En Morelia encontré al cami-nar por una de sus calles céntricas un nuevo hotel que se cons-truye con el nombre nada menos que de “Historia”, así con H. En cambio solo los que verdaderamente lo son se atreven a decir que son economistas, politólogos o sociólogos. La confusión está justamente en que la historia toca, desde la educación primaria, las raíces más profundas de nuestra identidad. Se la ha usado po-líticamente, para fines públicos y privados, con lo cual el pasado, por individual que fuere, es parte de la historia. Pero no hay nada de malo en pensar que en vez de hablar de historia regional ten-gamos que hablar de historia especializada: historiador del arte; historiador del derecho, de la política, o historiador, pura y sim-plemente, sin dotar a la categoría historia regional de un marco metodológico, por el hecho de vivir en los estados.

Supongamos tres tesis michoacanas de las que tengo noticias: una que estudia la Iglesia y el estado, otra la política agraria en-tre las reformas borbónicas y la primera reública federal y otra la elite de la ciudad, Valladolid. Son regionales en la medida en que geográficamente se ubican en el interior de alguna región, pero si la primera pretende explicar el funcionamiento de la igle-sia como tal sería una notable equivocación porque el referente iglesia-estado entraña una comprensión local, nacional y hasta internacional sin meternos a disquisiciones teóricas y su territo-rialidad estará definida por el marco de la entidad, o la ciudad, como lo estará o estuvo la tesis que explicaba la política agraria. Y para nada esto es historia regional. Si quien estudia la elite en la ciudad de Valladolid plantea su investigación como un simple desprendimiento regional también se equivocaría porque el refe-rente urbano tiene definidas connotaciones económicas, sociales y, obviamente, políticas. Son, en todos los casos, sus problemas, sus preguntas, sus hipótesis las que delimitarían mejor el campo de estudio y las ciencias, ahora sí auxiliares, como la política, la sociología y la economía, serían las que permitirían una explica-ción más sólida de su objeto de estudio. Pero no se puede abordar las ciencias auxiliares simplemente haciéndolas a un lado bajo el argumento de la acumulación de fuentes y datos, que subrayo, siempre serán el lado fuerte del historiador.

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Así vista la discusión, ¿estos historiadores que trabajan Mi-choacán pueden llamarse historiadores regionales? No lo creo, a menos que por definir un campo de estudio en términos es-paciales y territoriales hayan definido su campo de esta mane-ra, pero son, fundamentalmente historiadores a secas que hacen historias especializadas o calificadas bajo la guía de la política, la sociología o la economía, como habrá otras en que la ecología sea fundamental, pero que todas intentan explicar varios casos de la vida michoacana. Yo no conozco abogados regionales, ingenie-ros regionales, arquitectos regionales, por lo mismo tampoco veo historiadores regionales. Pero si de acuerdo en muchas cosas o en descardo en otras, algo anda mal en nuestra disciplina.

En mi expresión “es... claro el hecho de que ‘el historiador re-gional’ parece más bien un eslabón en la transición entre el cro-nista y el historiador profesional”, simplemente quise decir que el cronista tiene como fundamento de su quehacer el resguardo de la memoria histórica de una localidad, municipio o ciudad, que incluye, además, la promoción de la literatura, el arte y en general la vida cultural de su localidad, el historiador regional se ha con-centrado en la construcción de su historia, una historia que bási-camente ha cultivado la historia de bronce, cronológica y anec- dótica, lo cual no es el objetivo del historiador profesional. Y si lo fuera tiene instrumentos analíticos diferentes, y en muchos casos ha llegado ha fungir como cronista de su localidad porque es el más indicado para ello, pero no hay que confundir la crónica con la historia. No creo yo que esto deba ser ofensivo, simplemente son distintas esferas de trabajo.

Mi discusión ha sido, creo yo, mal interpretada en algunas co-sas. Nunca sostuve que quienes o que todos quienes estudian las regiones —y ahora se me hace decir que quienes radican en los estados del país— son historiadores regionales, con algún dejo de ofensa por mi parte. Todos aquellos muy identificables a lo largo y ancho del país han producido obras importantes o señeras en la historiografía local o nacional, Desde Baja California, pasando por Durango, Zacatecas, Jalisco, Oaxaca, Tamaulipas, Michoacán, Estado de México, hasta Yucatán. Mi discusión estuvo encamina-da a desmentir o cuestionar la metodología propia de la historia regional expuesta por varios colegas particularmente por el doc-tor Sergio Ortega, en uno de los encuentros que cito en el artículo.

Es justamente a esa visión metodológica del historiador regional, expuesta por los propios cultivadores, que iban dirigidos mis co-mentarios, y que, por supuesto, nada tienen que ver con los histo-riadores profesionales que viven en los estados.

La verdad es que es una función de la historiografía la críti-ca, mientras sea sana y constructiva. El crítico no tiene la culpa cuando en una excelente compilación, dictaminada seguramente, se reúne a lo mejor de la historiografía regional aparece el capí-tulo de metodología, sean ahora vistas por Del Río como “posi-ciones extremas tan insensatas que no merecerían ser tomadas en cuenta”. Y subraya “Totalmente desatinada es la posición de ciertos colegas […] que conciben la región como una especie de bloque histórico, como una totalidad constituida cuyo desarrollo histórico sólo puede ser esclarecido mediante estudios totaliza-dores. Para quienes proclaman estas ideas, la historia regional es la historia de las regiones estudiadas como totalidades, cosa que, en verdad, nadie ha conseguido hacer hasta ahora, que se sepa. Estos colegas […], pretenden ilustrar su propuesta dizque meto-dológica ofreciendo listas de temas o rubros a estudiar, las que no pueden ser sino enteramente arbitrarias y ociosas. Lo peor es que esas listas de ocurrencias sean presentadas por quienes las formulan como los “lineamientos metodológicos” que tienen que seguirse por fuerza para hacer una historia regional “digna de ese nombre”. Evidentemente no puedo estar en desacuerdo con esta sentencia.

Finalmente, no creo que la solución esté en preguntarse por la existencia o no de las regiones y tampoco creo en la propuesta de Eric van Young acerca de que en un estudio histórico la región es siempre una “hipótesis a demostrar”, porque la región, como par-te de la geografía y del paisaje está allí, la hipótesis a demostrar se construye con base en los fenómenos históricos, o del funcio-namiento de las actividades económicas, que son las que le dan contenido a la región en términos de las ciencias sociales.

Para una conclusIon

Hasta aquí la conclusión evidente es que lo que podríamos llamar historia regional no se sostiene por sí misma, se confun-den los marcos operativos con los contenidos y ninguna receta de

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temas o aspectos de la vida de un espacio, por totalizadora que sea, le puede dar sustento. La explicación de los fenómenos his-tóricos se construyen, no son realidades “dadas”. Y no es que las regiones no existan, lo que no existe es la región como método para reconstruir procesos absolutamente sociales. La historia no tiene como fin estudiar los valles y montañas ni perseguir las vetas que cruzan los estados, esa es función de geógrafos y geólogos. Los historiadores trabajamos con problemas y nos esforzamos por plantear hipótesis y explicarlas sobre realidades humanas, por lo mismo históricas. Estudiar la sociedad regional, su carácter de ser en si, no la convierte en historia regional —salvo en sentido de orden y ubicación— y mucho menos si optamos por un marco intrumental y operativo de conocimiento que radica en las cien-cias sociales.

Sin ir más allá, las regiones o lo regional está dando paso a un nuevo concepto, el referido al territorio, instrumento conceptual que está en función del proyecto de investigación y que puede ser definido de acuerdo a los cortes analíticos requerido, pero siempre tratándose de áreas subordinadas a las actividades hu-manas, básicamente referidas a las relaciones políticas; sobre todo se construye un concepto, como el de la territorialidad, esencial-mente movible, histórico, que evoluciona con el tiempo y que “no es ni un simple agregado de comunidades ni una construcción artificial a partir de la geografía”.59 Ciertamente lo territorial pue-de parecer un concepto teórico artificial para explicar la naciente formación de las entidades federativas que aparentemente no ex-plica el concepto regional, porque también lo regional es suscep-tible de ser una expresión de las relaciones políticas, económicas y sociales de un conglomerado social definido, pero aceptemos al territorio como ejemplo analítico de valor similar al concepto de región, pero de ninguna manera podría identificarse región y estado, pues ambos, de todas formas recobran un claro contenido histórico en función de los requerimientos analíticos del investi-gador. En buenas cuentas, son los problemas y las hipótesis por investigar el eje fundamental de cualquier investigación históri-ca y los métodos de las ciencias sociales el engranaje en torno al cual se mueve la explicación. Esto, que ya lo dijo Luis González y González, y que lo señalamos en páginas anteriores, es cierto a condición de que no nos quedemos en el enunciado. En resumen:

existe la historia regional en términos de localización de un objeto de estudio, pero de ninguna manera como un cuerpo metodoló-gico o analítico.

En este punto de la reflexión, es claro que no podemos ha-blar de una historia regional como disciplina, porque no tiene ni tendrá definido un cuerpo conceptual ni uno metodológico. Al revés, las regiones están en función de las disciplinas, que son la matriz o la trama básica que ordena el análisis regional o espacial de manera que éste está en función de problemas e hipótesis por investigar y no al revés. Por ello resulta un contrasentido, en tér-minos prácticos, que se abran programas de maestría y doctorado en “historia regional” o simplemente de “estudios regionales”. Entonces empezamos a inventar “líneas de investigación” para justificar el hecho de que en el fondo no vamos a tratar de hablar y decir todo sobre todo. ¿Por qué necesitamos problemas, hipó-tesis o cuerpos teóricos para la explicación de nuestro pasado? Honestamente pienso que no es obligatorio tenerlos y debo reco-nocer que mi sesgo se dirige claramente a tratar de convencerme de que la historia es una ciencia social. Elton posiblemente acierta cuando sentencia que la virtud intelectual y social de la historia descansa precisamente en su escéptico rechazo de las camisas de fuerza científicas que otros desean poner al comportamiento y la experiencia humanos.60 Y tal vez esto es cierto, pues a fuer-za de querer explicar las estructuras y los procesos, nos hemos olvidado de los actores sociales, de los sujetos. Además ahora algunos historiadores intentan demostrar que porque existe un conjunto de hipótesis, análisis estadístico y teoría, ya de por si sus proposiciones son “científicas”, únicas e incuestionables, lo cual es absolutamente falso. Vivimos un momento en que el cálculo intenta apropiarse del pensamiento, de instrumento y auxiliar quiere constituirse en el sentido y fin de las ciencias sociales y convertirlas en ciencias exactas; intenta ser, por si mismo, histó-rico y explicativo, cuando en realidad el cálculo sólo responde o debe responder a preguntas y situaciones concretas del análisis y la explicación de los fenómenos históricos.

Es evidente que si se asume la omnipotencia y omnipresencia de las ciencias sociales en la historia, llegaríamos a un punto de deslegitimación de la propia historia como disciplina, al dejar en manos de la economía, la sociología, la demografía, el derecho o

59 Marcello carmagnani, “del

territorio a la región”, en alicia

Hernández chávez y Manuel Miño

grijalva, Cincuenta años de historia

en México. En el cincuentenario del

Centro de Estudios Históricos, México,

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60 g.r. elton, “dos tipos de

historia” en robert William Fogel

y g.r. elton ¿Cuál de los dos caminos

al pasado?, México, Fondo de cultura

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la antropología, por citar algunas, la explicación del pasado. Pero a éstas, ¿su gran fortaleza teórica e instrumental —estadística y su temática— les basta para hacer historia económica o social o política? ¿Cuando algún economista asegura que hace historia económica en realidad no está haciendo economía histórica? De hecho el avance contemporáneo en términos instrumentales y metodológicos pareciera diluir nuestro antiguo conocimiento y especificidad. Ya no basta con saber o tener un “criterio” histórico ni son suficientes las operaciones de interpretación como las de sistematización documental. ¿Se ha convertido la historia en una asignación de cultura general y punto? Entiendo que los proble-mas son complicados, pero estas preguntas sólo son otra manera de tratar de encontrar no el por qué o el para qué de la historia, suficientemente discutido, sino, sobre todo, el cómo y el con qué construir el conocimiento histórico.

Para avanzar necesitamos fortalecer, en primer lugar, la en-señanza y la práctica de la historia con temas que fortalezcan el análisis sobre los procesos históricos estatales, territorialmente producto de una construcción de hombres y mujeres a lo largo del tiempo, pero sobre todo definiendo mejor los postgrados y las licenciaturas, con guías conceptuales que respondan al avan-ce de la historiografía general. Se necesita reformular los panes de estudio introduciendo materias propias de las ciencias socia-les que ayuden a hacer pensar al alumno, métodos cuantitativos para historiadores sobre los cuales el alumno latinoamericano tiene un notable desconocimiento, y se reduzca, a la par, innu-merables historias mundiales, geografías de todo tipo o historias locales también numerosas e innecesarias. No porque no sean im-portantes, sino porque la tendencia educativa contemporánea es a comprimir los años de estudio y a discriminar en importancia las necesidades del alumno. Para qué le sirve a un alumno de licenciatura en historia salir con un amplio conocimiento de la historia mundial, cuando no se tocan las necesidades prácticas de los países latinoamericanos como, por ejemplo, que se llegue a una docencia especializada y no se la cubra con licenciados en derecho que para llenar su tiempo ofrecen cursos de historia en las preparatorias o secundarias, e incluso universidades, o que tengamos un extraordinario patrimonio cultural y no se sepa cómo cuidarlo o simplemente explicarlo, que los archivos —para

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99.transición.

Al describir la situación en que, hacia el año de 1750, se encon-traban en general los colonos españoles de Sonora, José Rafael Rodríguez Gallardo, que había actuado en la región como juez pesquisidor y gobernador interino, decía que le había entristeci-do darse cuenta de que aquellos pobladores eran “unos pobres cargados de familia, precisados a buscar el diario sustento en el ejercicio de la vaquería o escarbando minas”, tan sólo para poder ofrecer a sus familias “un poco de leche, un tasajo o pe-dazo de carne seca y un poco de pinole o maíz molido”, y dis-poner de un burdo vestuario en el que se veía “muy poca seda o lino”.1 Esto, decía, sin embargo de ser “la provincia de Sonora una de las más nombradas y distinguidas con el especioso título de opulenta y rica”, de suerte tal que se daba la paradójica si-tuación de que no hubiera “vecinos más pobres” asentados en “tierra más rica”.2

Quizá no en todo el norte novohispano podía observarse un panorama tan extremo como el que había percibido Rodríguez Gallardo en Sonora, pero no hay duda de que las penurias econó-micas que padecía la mayor parte de los pobladores de las pro-vincias del norte, las Provincias Internas, contrastaban con la que había sido y seguía siendo en el siglo XVIII la riqueza mineral de esta parte del país. A esto se agregaba la situación, también para-dójica, de que en zonas productoras de plata, como eran las del norte central y las del noroeste, casi no circulara la moneda, como sucedía en mayor o menor grado en casi todo el resto del país.

Todo esto requiere de una explicación, que es la que se procu-ra ofrecer en este artículo. Para ello es necesario retroceder en el tiempo y situarse en los inicios de la expansión española hacia el continente americano.

La búsqueda de yacimientos de metales preciosos fue un em-peño en el que consumieron sus más afanosos esfuerzos muchos de los españoles y demás europeos que se esparcieron por el Nue-vo Mundo desde fines del siglo XV. Colón mismo anduvo siem-pre en busca de indicios de la existencia de oro, persuadido de que la posesión de ese metal era la posesión de todo lo que solían ambicionar los hombres.3

1 José rafael rodríguez gallardo,

Informe sobre Sinaloa y Sonora. Año

de 1750, ed., introd., notas, apéndice

e índices de germán viveros, México,

archivo general de la nación, 1975,

p. 33.

2 Ibid. pp. 21-22.

3 en una carta escrita en Jamaica

en 1503 aseveraba colón: “¡el oro es

una cosa maravillosa! Quien lo posee

es dueño de todo lo que desea. con

el oro hasta pueden llevarse almas al

Paraíso”. texto citado por eric roll,

Historia de las doctrinas económicas,

trad. de Florentino M. torner, tercera

edición, México-Buenos aires, Fondo

de cultura económica, 1958, p. 59.

ParadoJas en la HIstorIa de la MInería Y el coMercIo en el norte novoHIsPano

Ignacio del RíoInstituto de Investigaciones Históricas / UNAM

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Pero no el oro sino la plata fue lo que a la postre se encontró en grandes cantidades en el subsuelo indiano. Al mediar el siglo XVI ya se había hecho el descubrimiento del Cerro del Potosí, en el Alto Perú, y de los yacimientos de Zacatecas, en la Nueva Galicia. Nada quizá como la expectativa de encontrar plata u oro dio impulso a los movimientos de expansión de los contingentes españoles, y bien claro resulta que el hallazgo de esos metales, sobre todo de plata, obró invariablemente como un poderoso es-tímulo de la colonización.4

Ahora bien, al parejo de la minería se fue extendiendo el co-mercio, que hizo posible el abastecimiento de los distritos mineros y la necesaria salida y puesta en circulación de la plata y el oro. Po-demos tener como principio casi axiomático que donde hubo pro-ducción de metales preciosos hubo una correspondiente actividad comercial que se daba localmente pero que tendía a conectar los centros productores de metales con los de bienes de consumo in-mediato y de manufacturas, aun cuando estos últimos estuvieran en lugares lejanos dentro del virreinato o, incluso, en el extranjero.

Tan estrechamente ligados estuvieron la minería y el comer-cio que muchas de las poblaciones mayores surgidas en el norte del país por efecto de las explotaciones mineras fueron a la vez importantes centros de comercio. Tales fueron los casos, por ejem-plo, de Zacatecas, Durango, Parral, Chihuahua, Álamos y Rosa-rio, por no citar sino algunas de las más importantes poblaciones minero-comerciales. Es cierto que también hubo centros de po-blación que, sin ser mineros, tuvieron cierta importancia comer-cial, como Saltillo; pero habría que preguntarse si la importante feria celebrada en ese lugar no fue sino un efecto colateral de la minería de metales preciosos.

Desde el inicio de la colonización española, minería y comer-cio se desarrollaron, pues, en una estrecha asociación, entre otras razones porque la producción de metales, particularmente de metales preciosos, no tenía sentido sino dentro de una economía de mercado. Entre los productores mineros y los comerciantes que los abastecían se trabó una relación tal que unos y otros se hi-cieron mutuamente indispensables. De manera simple y puntual decía esto un parralense del siglo XVII citado por Robert West: “El minero no puede hacer cosa sin el mercader ni el mercader sin el minero”.5

Que el mercader dependiera del minero parece ser algo lógico si se considera que, por disponer de plata (u oro, cuando era el caso), el minero era un consumidor imprescindible, sobre todo en los sitios, como los reales de minas, en donde no había otros productos que intercambiar; pero parece menos comprensible eso de que el minero dependiera del mercader. El caso es que, como veremos, esta dependencia, la del minero respecto del mercader, era prácticamente total.

Hace algunas décadas, Carlos Sémpat Assadourian hacía ver que en las economías de los grandes virreinatos de la América española —él estudiaba entonces el virreinato del Perú— se ha-bía llegado a formar un vasto mercado interno generado y dina-mizado primordialmente por la plata, la que, además de ser un elemento integrador de ese mercado, lo había articulado desde un principio con los mercados internacionales.6 Assadourian re-saltaba, además, el hecho, bien establecido por los teóricos de la economía y los historiadores del comercio de Indias, de que, en su papel “de equivalente general”, y dada su amplia circulación, la plata había operado entonces como valor de referencia para “determinar el precio del resto de las mercancías”.7

No viene al caso hacer aquí una mención detallada de los mu-chos estudios que se han hecho en tiempos recientes sobre el esta-blecimiento, organización y desarrollo de los mercados general y regionales de la Nueva España; pero es de señalarse que los más de esos estudios han tendido a reforzar expresa o tácitamente las consideraciones de Assadourian.

Sin embargo, nos parece que es necesario tener presentes al-gunas precisiones respecto de la función integradora de la plata en los mercados internos y de la relación de los precios de la plata con los de las otras mercancías. En cuanto a lo primero conviene no olvidar que la geografía minera se proyecta en la geografía de los mercados regionales de tal modo que parece pertinente ha-blar, como lo hace Assadourian, de mercados dinamizados direc-tamente por la producción de metales preciosos y de mercados que sólo indirectamente se activaban por la circulación de esos metales. Cabe pensar también en mercados nucleados por otras producciones de alto valor comercial, como la grana cochinilla, y, en fin, en mercados con altos grados de marginación. En resu-men: si bien podemos postular que en la Nueva España existía un

4 vid. Jorge gurría lacroix,

“la minería, señuelo de conquistas

y fundaciones en el siglo XvI

novohispano”, en Miguel león-Portilla

et al., la minería en México. estudios

sobre su desarrollo histórico, México,

universidad nacional autónoma de

México, Instituto de Investigaciones

Históricas, 1978, pp. 37-65.

5 robert c. West, The Mining

Community in Northern New Spain:

the Parral Mining District, Berkeley

and los angeles, university of

california Press, 1949, p. 84. el texto

en castellano aparece en la p. 129,

nota 35.

6 carlos sémpat assadourian,

El sistema de la economía colonial.

El mercado interior. Regiones y espacio

económico, México, nueva Imagen,

1983, pp. 20-21 y 244. en esta obra

se recogen varios trabajos escritos

por el autor entre 1968 y 1979.

7 Ibid. pp. 246 y 247.

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mercado interno ampliamente integrado, tenemos que reconocer también que ese mercado presentaba profundas desigualdades regionales.8

En cuanto al juego de los precios no se puede dejar de consi-derar la incidencia que en los precios manejados en las transac-ciones mercantiles tenían las prácticas comerciales monopólicas, apuntaladas en el terreno operativo por la generalizada utiliza-ción del avío (o crédito a la producción), dado casi invariable-mente en especie y el que, por ser imperativo para la mayoría de los mineros, permitía fijar los términos del intercambio en favor del mercader.

De por sí, los precios a que se expendían en las provincias del norte las mercancías llevadas de la ciudad de México eran muy altos. Para no abundar mayormente en esto ponemos aquí el solo ejemplo de la bayeta, que era una tela corriente, de uso general entre la gente de medianos o escasos recursos. Según un comi-sionado gubernamental, la vara de esta tela costaba tres reales en la ciudad de México, y aun cuando, agregados los gastos de comisiones, alcabalas y fletes, su costo no pasaba de cuatro rea-les cuando la recibía “el mercader más distante”, era expendida localmente a un precio regular de ocho reales, o sea que el precio duplicaba entonces el costo.9

Pero la disparidad de los valores intercambiados se exacerba-ba en los puntos terminales de los circuitos, cuando el regatón o el mercader viandante daban su mercancía ya no a intermediarios sino a consumidores, como eran los mineros. Un observador bien enterado señalaba que en los reales de minas de la gobernación de Sonora y Sinaloa era común que los mercaderes que aviaban a los mineros entregaran sus mercancías a precios excesivamen-te altos y, encima de ello, les impusieran un sobreprecio de un real por cada peso de mercancía (exigían nueve reales por cada peso de mercancía, siendo así que el peso equivalía normalmente a ocho reales), mientras que esos mismos mercaderes no recibían la plata o el oro en pasta sino con un descuento que podía llegar hasta dos pesos por marco de plata y más de cuarenta pesos por marco de oro.10 Así, a los beneficios ya de suyo elevados que los aviadores obtenían por la distribución de sus géneros, agregaban los que obtenían por la fijación arbitraria de los precios de las mercancías intercambiadas.

Esta forma de operación comercial aseguraba la captación, por parte del mercader, de los excedentes de producción de los mineros y, en consecuencia, hacía imposible que los productores directos capitalizaran esos excedentes y dejaran de depender del avío comercial, o sea, del financiamiento de los mercaderes. En las zonas mineras bajo su control, el comerciante tenía así consu-midores prácticamente cautivos, a los que seguía entregando su mercancía en calidad de avío porque en eso consistía su lucrativo negocio, un negocio que redituaba las más altas ganancias a quie-nes controlaban las redes comerciales desde la ciudad de México: los comerciantes del Consulado.

Agregaremos que, a través de ese sistema comercial de efec-tos descapitalizadores, los grandes almaceneros de la ciudad de México se hacían de la mayor parte de la plata que se producía en el país —la otra parte la captaba el fisco—, la que, convertida en moneda en la ceca capitalina, les daba a estos negociantes la liquidez necesaria para adquirir en las ferias de Jalapa o México grandes lotes de mercancías importadas. Asegurado así su control monopólico de las mercancías de importación —a las que desde luego se sumaban las manufacturas novohispanas, principalmen-te textiles—, los almaceneros capitalinos estaban en posibilidad de reiniciar el ciclo: envío de mercancías al norte minero, entrega de las mismas a los mineros y otros productores en calidad de avío, captación y concentración de la plata o el oro por parte de los aviadores, remisión del metal a los mercaderes capitalinos, amonedación de los metales en la ceca de la ciudad de México y, de nuevo, utilización de esos recursos monetarios para comprar al mayoreo los productos de importación.

Conviene llamar aquí la atención sobre un punto que resulta de la mayor importancia: el de la incorporación de manufacturas novohispanas a los circuitos comerciales que funcionaron en las provincias del norte del país.

Bien sabido es que las manufacturas novohispanas —princi-palmente textiles, pero también loza y artículos de madera, cuero y metal— concurrieron desde fechas muy tempranas a los mer-cados del norte minero. Su transporte y distribución se hicieron a la par que los de las mercancías importadas provenientes de Europa y de Asia. Tanto las producciones “de la tierra”, como se decía, como las de importación fueron manejadas por los mismos

8 este señalamiento se compadece

plenamente con las prevenciones

que hace carlos sémpat assadurian al

referirse al problema de los cambios

en la regionalización del espacio

colonial, el que, dice, no debe

pensarse como “un bloque uniforme

y homogéneo”, op. cit., p. 127 y ss.

9 Informe de Eusebio Ventura

Beleña al virrey, álamos, 16 mayo

1770, archivo general de la nación,

México, Provincias Internas 247,

f. 218.

10 Ibid. f. 220-220v.

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agentes, dentro de las mismas redes de distribución y con los mis-mos sistemas de negociación, basados en el crédito.

Para los comerciantes mayores y menores no parece haber ha-bido inconvenientes, sino, antes bien, ventajas en cuanto a que fluyeran juntas y a su cargo las mercancías importadas y las del país, puesto que unas y otras tenían destinatarios diferenciados: los productos de importación eran adquiridos por los consumi-dores de mayores recursos económicos, mientras que los produc-tos “de la tierra” constituían el único consumo posible de la gente de medianos o escasos recursos.

No vamos a ahondar más en este punto, pero sí diremos que gracias al mercado del norte minero la actividad manufacturera de la Nueva España, realizada en un conjunto de poblaciones del centro y el occidente del país, tuvo un permanente estímulo para su desarrollo, pese a las restricciones marcadas por el régimen colonial.

El sistema de comercio que someramente hemos descrito tuvo el múltiple efecto de limitar y, en muchos casos, cancelar la posi-bilidad de capitalizar los excedentes de producción obtenidos en las explotaciones mineras, de no permitir el incremento regional de la masa de circulante, de no propiciar la inversión en otras actividades productivas, por ejemplo, en las orientadas a la pro-ducción manufacturera, y de mantener la dependencia de la po-blación de las provincias norteñas respecto de las manufacturas llegadas de fuera y de los comerciantes que las distribuían. A la vez, como ya dijimos, ese sistema hacía posible que los grandes mercaderes radicados en la ciudad de México y matriculados en el Consulado fueran los mayores beneficiarios de la actividad mi-nera y los principales receptores de los flujos de la plata.11

¿Qué pudo pensar respecto de todo esto la gente que, en el norte mismo, observaba o sufría directamente las graves conse-cuencias de este sistema de comercio?

En el siglo XVIII —y probablemente desde tiempos anterio-res— no pocos observadores hicieron señalamientos duramente críticos respecto de las prácticas comerciales de uso común en las regiones norteñas y de sus negativos efectos en el conjunto de la población. En el último cuarto del siglo XVIII, el franciscano Juan Agustín Morfi señalaba como una de las causas de la miseria general de los españoles de Nuevo México “el método capcioso

con que se ejercita el comercio y la variedad maliciosa de pre-cios y monedas imaginarias con que se gira”.12 Una apreciación semejante había hecho hacia 1750 el ya mencionado José Rafael Rodríguez Gallardo, quien aseguraba que el sistema de comercio establecido era una de las causas de la pobreza generalizada de los pobladores de las provincias de Sonora y Sinaloa, pues los despojaba totalmente del único bien valioso que poseían —que era el metal precioso en moneda o en tejos—, a cambio de dejarles solamente “consumibles y trapos”.13

Puesto que los metales preciosos se veían no sólo como mer-cancías sino como moneda potencial o sucedánea no es extraño que ese intercambio de manufacturas por oro o plata se tuviera como expresión del comercio pasivo, tan repugnado por los adep-tos a las doctrinas mercantilistas. Y en verdad que las consecuen-cias de las prácticas comerciales que arriba describimos eran las mismas nocivas consecuencias que se atribuían al comercio pasi-vo: agotar la masa monetaria disponible en un momento dado sin dar oportunidad de que la moneda circulara con alguna amplitud y fomentara las producciones regionales. De esto se lamentaba el franciscano Francisco Antonio Barbastro el año de 1793:

El comercio activo no se conoce... en ninguna de estas Provincias In-ternas; aquí sólo se ve el pasivo, que descarna a todos sus moradores y los tiene y los tendrá pobres y miserables en común y en particular. Desde un plato hasta el cambray ha[n] de venir de México, pasando antes por dos o tres manos.14

Las cosas no cambiaron mayormente cuando empezaron a apli-carse en el país las reformas al sistema de comercio decididas por el régimen borbónico, tendientes a incrementar el número de puertos de la metrópoli y de la América española que participa-ban en el comercio ultramarino e intercolonial. Estas reformas de-bilitaron al Consulado de comerciantes de la ciudad de México, lo que era uno de los propósitos del gobierno imperial; pero no mo-dificaron mayormente las prácticas comerciales que hacían que los productores radicados en las provincias norteñas, particular-mente los dedicados a la minería, siguieran dependiendo del avío comercial y entregando a sus aviadores sus excedentes de pro-ducción con poca ventaja para sí. Ni siquiera el establecimiento

11 Pedro Pérez Herrero, Plata

y libranzas. La articulación comercial

del México borbónico, México,

el colegio de México, centro de

estudios Históricos, 1988, p. 199.

sobre el control de la plata por parte

de los comerciantes véanse en esta

misma obra los capítulos 8 y 9 passim.

12 Desórdenes que se advierten

en el Nuevo México... por fray Juan

Agustín de Morfi [s. l., s. f.], archivo

general de la nación, México, Historia

25, f. 138 y ss.

13 José rafael rodríguez gallardo,

Informe sobre Sinaloa y Sonora...,

pp. 49-50.

14 Informe de fray Francisco

Antonio Barbastro, aconchi, 1

diciembre 1793, archivo general de

la nación, México, Provincias Internas

33, f. 539.

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en 1795 de los consulados de comerciantes de Guadalajara y Ve-racruz, que obligó al Consulado capitalino a compartir espacios de hegemonía e implicó la redistribución de las redes comerciales del país, les trajo a los consumidores de las provincias norteñas alivio económico alguno.

Cualesquiera que hayan sido las vías por donde en adelante fluyeron las manufacturas remitidas a los mercados norteños, la inequidad de las transacciones siguió privando en las provincias septentrionales, según lo proclamaron diversas voces autorizadas en los años que habrían de ser los últimos del régimen colonial. En las mismas Cortes de Cádiz, el diputado por Coahuila, Miguel Ramos Arizpe, denunciaba el año de 1812 la desigualdad del de-sarrollo de las regiones novohispanas y la trampa en que, a causa del sistema de comercio, se hallaba la economía de las provincias norteñas, como se ejemplificaba con el caso de Coahuila:

Las interesantísimas manufacturas [locales] de algodón están en el mayor atraso, de suerte que, teniendo en abundancia esta primera materia, en la provincia de Coahuila se ven en la necesidad de sacri-ficar toda su utilidad a las provincias externas que, recibiéndola en rama, la vuelven al año en manufacturas que venden a sus mismos dueños con el recargo de fletes de extracción y retorno de más de doscientas leguas, el de tres o cuatro derechos de alcabala..., el de los salarios de los manufactureros y el de las utilidades que han tenido los varios contratantes que han manejado el algodón y esas manu-facturas.15

Tan lejos estaban los pobladores de las Provincias Internas de des-embarazarse de la onerosa dependencia respecto de sus abaste-cedores de manufacturas que, según Ramos Arizpe, se hallaban ellos reducidos prácticamente a la condición de esclavos de los mercaderes.16 Y agregaba: al “desgraciado estado del comercio de aquellas feracísimas provincias... más debe dársele el nombre de horrible y bárbara servidumbre que de puramente pasivo”.17

Por su parte, el gobernador-intendente de Sonora y Sinaloa, Alejo García Conde, decía en 1813 que “hasta los géneros más groseros” tenían que llevarse de fuera a las provincias de su man-do, donde lo mismo los dueños que los operarios de las minas vi-vían “llenos de miseria”, pues, al pasar a manos de los mercaderes

los metales que eran la única riqueza de la región, no quedaba allí caudal alguno que pudiera circular y fomentar “los ramos de agricultura e industria”, siendo así que todo el metal tenía que “pasar a México para cubrir el importe de las refacciones”.18

Resulta de la mayor importancia advertir que la inconformi-dad manifiesta en escritos como los que acabamos de citar era provocada por la desigualdad de las transacciones comerciales, por el abuso cometido mediante la manipulación de los precios, por la limitada posibilidad de capitalizar recursos económicos y retenerlos en la región, por la carencia de una producción ma-nufacturera propia y por el hecho de que los pobladores de las provincias norteñas tuvieran que abastecerse con manufacturas llegadas de otras partes del país.

Para quienes se sentían perjudicados por esta situación tenía que resultar irrelevante distinguir entre las manufacturas im-portadas y las de origen novohispano, pues veían ellos que con unas y otras los extorsionaban los mercaderes. Las inveteradas prácticas comerciales confundieron, pues, en una misma masa las manufacturas importadas y las del país. Por eso no debe extrañar que en aquellos tiempos y en las latitudes más septentrionales del país el sentimiento anticolonial se haya manifestado inicialmente como un fuerte sentimiento anticentralista.

Seguramente será de nuestro interés introducir aquí, aunque sea brevemente, otro tema que tiene que ver con la crítica al sis-tema cerrado de comercio que se implantó en la época colonial, pero también con una preocupación que empezó a generalizarse en el norte desde las últimas décadas del siglo XVIII: la preocupa-ción por las tendencias expansionistas de los Estados Unidos.

Apenas unos años después de haberse consumado la Guerra de Independencia de los Estados Unidos se dejaron oír los pri-meros llamados de alerta respecto de las amenazas que se cer-nían sobre los extensos y desprotegidos territorios del norte de la Nueva España. En una fecha tan temprana como la de 1783, Juan Gassiot, uno de los secretarios de la Comandancia General de las Provincias Internas, dirigió un memorial al comandante general Felipe de Neve en el que le decía que era de esperarse que, ya depuestas las armas por los norteamericanos, volvieran éstos “su genio industrioso hacia la agricultura,... las artes y... [el] comer-cio”, comercio al que procurarían “dar toda la extensión posible”,

15 Miguel ramos arizpe, “Memoria

presentada a las cortes por don...,

diputado por coahuila, sobre la

situación de las Provincias Internas

de oriente...”, en enrique Florescano

e Isabel gil sánchez (comps.),

Descripciones económicas regionales

de Nueva España. Provincias del

norte, 1790-1814, México, InaH,

departamento de Investigaciones

Históricas, 1976, p. 173.

16 Ibid. p. 175.

17 Ibid.

18 Informe del gobernador-

intendente Alejo García Conde al

comandante general Bernardo de

Bonavía, arizpe, 14 agosto 1813,

Biblioteca nacional de México,

Archivo Franciscano 37/838.1, f. 12v.

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lo que amenazaría sin duda la seguridad de los establecimientos fronterizos novohispanos. Exhortaba Gassiot a adelantarse a los recién independizados vecinos, a no permitir que hicieran avan-ces territoriales y a abrir la comunicación y el libre comercio por la provincia de Texas antes de que fuera demasiado tarde.19

No sabemos si la carta de Gassiot tuvo algún eco en la Coman-dancia General de las Provincias Internas o en la corte virreinal, pero sí que los peligros que el militar señalaba no se conjuraron por entonces y, en cambio, se hicieron cada vez más amenazantes, sobre todo luego que España entregó la Luisiana a la Francia na-poleónica y ésta vendió esos territorios a los Estados Unidos, que ya habían dado señales de sus tendencias expansionistas.

De esos peligros y de la necesidad de tomar las necesarias prevenciones ante ellos seguían hablando tres décadas después del llamado de Gassiot algunos prominentes personajes oriun-dos de las provincias norteñas o ligados a ellas. Pedro Bautista Pino, nombrado diputado por Nuevo México a las Cortes de Cádiz, reiteraba en el informe que preparó para presentarlo ante aquella soberanía que la compra de la Luisiana por los Estados Unidos había colocado a este país en condiciones de hostigar con sus aliados indios los establecimientos españoles de la frontera o, incluso, llegada la oportunidad, de invadir con sus tropas las provincias del norte novohispano.20 Entre las medidas preventi-vas que el diputado recomendaba estaba la de abrir los puertos del golfo de México al comercio libre, en la seguridad de que los consumidores de los efectos que por allí entraran serían celosos “defensores del territorio español contra las tentativas de los Es-tados Unidos”.21

El comandante general de las Provincias Internas, Nemesio Salcedo, se quejaba también de “la cesión perjudicial e inconside-rada” que España había hecho de la Luisiana, y de la adquisición de ésta por los Estados Unidos, hechos, que, según expresaba, habían obligado a sobrevigilar la nueva frontera para contener el contrabando, que amenazaba con destruir “en el reino todo el comercio nacional”.22 Miguel Ramos Arizpe, en fin, pedía que se destacaran tropas competentes en la capital de Texas, “por pedir toda su atención allí... la vecindad de los Estados Unidos”.23

Es evidente, pues, que en el tiempo en que se produjeron los escritos que acabamos de citar se había generalizado la percepción

entre la gente del norte de que los vastos territorios del septentrión novohispano se hallaban en riesgo de ser objeto de una inconteni-ble invasión por parte de los Estados Unidos. Las voces de alarma que se dieron en ese sentido se hicieron eco también del reclamo de una apertura comercial que permitiera cambiar las relaciones de dependencia económica de las provincias del norte respecto de quienes, por efecto de las prácticas monopólicas, no sólo domina-ban los mercados de estas provincias sino que las sometían a una especie de expoliación permanente.

Bastarán las referencias que hemos venido haciendo para mostrar que quienes tuvieron entonces la oportunidad de hacerse oír en los altos círculos del gobierno se inclinaban notoriamente en favor de una apertura comercial, persuadidos de que ésa sería la condición primordial para reorientar el desarrollo económico regional y para que los pobladores de las provincias norteñas dejaran de ser tributarios de los comerciantes establecidos en la Nueva España nuclear.

El advenimiento de la independencia del país hizo que se pro-dujera un giro radical en aquella situación tan insistentemente denunciada. Rebasa los límites del interés de este trabajo exami-nar las consecuencias de la apertura de los puertos mexicanos al comercio exterior que se dio en cuanto se rompieron los lazos políticos, administrativos y comerciales con España; pero no está de más recordar aquí que por esos mismos años inaugurales los comerciantes estadounidenses accedieron a los mercados del nor-te minero mexicano a través de Nuevo México, hasta cuya capital, Santa Fe, se prolongaba el Camino Real de Tierra Adentro.

Desde entonces no fueron nada más los territorios del norte los que estuvieron en la mira de los estadounidenses, sino tam-bién los mercados dinamizados por la producción de metales pre-ciosos, sobre todo los de los estados de Durango y Chihuahua. Queda pendiente determinar en qué medida estos mercados del norte fueron perdidos por México en un momento crucial de su desarrollo histórico y qué consecuencias tuvo esa pérdida parcial o total para la incipiente industria manufacturera mexicana.

19 Carta de Juan Gasiot al

comandante general Felipe de Neve,

arizpe, 9 octubre 1783, Biblioteca

nacional de México, Archivo

Franciscano 3/29.1, f. 1-6v.

20 Pedro Bautista Pino, “noticias

históricas y estadísticas de la antigua

provincia de nuevo México...”,

en enrique Florescano e Isabel gil

sánchez (comps.), Descripciones

históricas regionales..., p. 242.

21 Ibid. p. 232.

22 Informe del comandante general

Nemesio Salcedo, chihuahua, 16 junio

1813, Biblioteca del centro cultural

vito alessio robles, saltillo, coahuila,

Fondo Óscar Dávila Dávila, Miscelánea

28, parágrafo 66.

23 M. ramos arizpe, “Memoria

presentada a las cortes...”, p. 339.

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Período colonIal Y el ensaYo de HuMBoldt

La ciudad de Durango, como muchas ciudades del norte de México, fue fundada por los conquistadores españoles en su bús-queda de nuevos yacimientos mineros. En nuestro caso, las pri-meras exploraciones, se debieron a la búsqueda del cerro de oro y plata por Ginés Vázquez de Mercado en el año de 1552, expedición que concluyó con decepción por ser en realidad un cerro de hie-rro. Años después al extenderse la búsqueda de minerales al norte de Zacatecas, la familia Ibarra emprende la conquista de nuestra región, fundando el joven Francisco de Ibarra el día 8 de julio de 1563 la capital de lo que sería la Nueva Vizcaya. A partir de ahí se comienzan a fundar varios pueblos mineros al norte y noroeste de Guadiana, así llamada por Ibarra, que poco tiempo después se convertiría también en Arzobispado en el año de 1620.1

La tarea no fue fácil durante los siglos posteriores, para los nuevos habitantes dadas pues las enormes distancias que había que recorrer de pueblo a pueblo, además de lo abrupto del terre-no, y lo indomable de sus habitantes originales, que sostuvieron durante todos estos años alzamientos y rebeliones, retrasando con esto el crecimiento económico prevaleciente en el resto de la Nueva España. Las soluciones de presidios y misiones que se es-tablecieron en la región, no fueron suficientes para apaciguar a los naturales que no permitieron ser esclavizados en las minas y en las encomiendas de los presuntos nuevos dueños de sus tierras.

La bonanza originada con el descubrimiento y posterior explo-tación de las minas de Guarisamey por José Zambrano a fines del siglo XVIII, dieron a la ciudad de Durango, un alivio a sus siglos de abandono y un lugar de privilegio por sus aportaciones de pla-ta al necesitado imperio español de principios del siglo XIX.

José Zambrano originario de Alfaro en Navarra España, pasó muy joven a la Nueva España donde se graduó de capitán de las milicias provinciales, trasladándose posteriormente a Durango atraído por el descubrimiento de las nuevas minas de plata.2 La riqueza de Zambrano fue tan grande que alrededor de él se forja-ron varias leyendas; la más famosa es la que se refiere a la ocasión

Ferrería de PIedras azules: el PrIMero de los Intentos sIderÚrgIcos en durango

Pedro Raigoza Reyna

1 guillermo Porras Muñoz, Iglesia y

Estado en Nueva Vizcaya (1562-1821),

México, d.F., unaM, segunda edición,

1980. pp. 17-26.

2 José Ignacio gallegos caballero,

Historia de Durango (1563-1910),

gómez Palacio, durango, Impresiones

gráficas, México, p. 517.

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en que se colocó una banqueta de barras de plata de su casa al templo donde bautizaron a su hijo. Lo que sí es cierto y el tiempo aún lo testifica es la construcción de su majestuosa casa en el cen-tro de la ciudad de Durango. Casa que abarca casi la totalidad de una manzana —y que actualmente sirve como sede del Gobierno del Estado de Durango— y que cuenta además anexo a la misma un teatro (actual Teatro Victoria), que fue el primero de esta na-turaleza construido en el norte de la Nueva España. La inaugu-ración del teatro llamado “Coliseo”, según crónica de la Gaceta de México se llevó a cabo el día 4 de febrero de 1800, y sobre su construcción señalaba lo siguiente: ...la fábrica material que ascendió a $ 22,000.00 ha sido construida a expensas del Regidor, Alférez Real y actual Alcalde Ordinario Don Juan Joseph de Zambrano.3

A Zambrano se le llegó a calcular su fortuna en $ 14,000,000.00 (catorce millones de pesos).4

Lo que nos interesa resaltar de todo este período es la presencia del científico alemán Alejandro de Humboldt (1769-1859), quien aprovechando la apertura del reino español a las nuevas ideas, consigue que se le apruebe su proyecto de viaje científico a la colo-nias de América, viaje que finalmente realiza durante los años de 1799 a 1804, sobresaliendo el que llevó a cabo al reino de la Nueva España, después de conocer varios países de América del Sur.

Su estancia en estas tierras mexicanas se cuenta desde prin-cipios del año de 1803 en que desembarca en el puerto de Aca-pulco procedente de Guayaquil Colombia, hasta su partida a la isla de Cuba a principios del mes de marzo de 1804 del puerto de Veracruz.

Hay que señalar que físicamente Humboldt no conoció el norte de México, pero por los informes de los intendentes y los grandes deseos que tenían los novohispanos, de dar a conocer su tierra al mundo, al permitirle el libre acceso a los Archivos del Real Tribunal de Minería y del Colegio de Minería, Humbodlt uniendo todo este conocimiento a su gran capacidad de análisis científico logró concluir su libro titulado: Ensayo Político sobre el Reino Nueva de la España. Obra fundamental durante la prime-ra mitad del siglo XIX para México y en nuestro caso particular para Durango, por el conocimiento científico de su realidad.5 En dicha obra Humboldt analiza la situación de la minería en Méxi-co, y al hacerlo sitúa las minas de Guarizamey entre las más ricas

de Nueva España por su extracción de plata. Al describir la geo-grafía de Durango, destaca la ubicación del Cerro de Mercado y concluye en base a los informes y a las muestras de hierro que le muestran los sabios novohispanos, que dicho cerro es un aerolito similar al que cayó en la Hraschina cerca de Agram en Hungría en 1751.6

durango IndePendIente Y la construccIón de la Ferrería

Al alcanzar México su independencia del reino Español, Durango junto con Chihuahua formaba la provincia de Nueva Vizcaya, y con Sonora, Sinaloa, los territorios de las californias y Nuevo México, las provincias internas de occidente, poco des-pués al establecerse la República Federal en el año de 1824, por acuerdo del congreso constituyente al formarse los estados de la federación, designan con el nombre de estado interno del norte a Chihuahua, Durango y Nuevo México. Finalmente en el mes de mayo de 1824, se acordó la división de los estados de Durango y Chihuahua.7

Durango ya como estado libre, elabora su propia Constitución Política, la que es promulgada el 1 de septiembre de 1825, divi-diendo su territorio en 10 partidos: Durango, capital de la antigua provincia de la Nueva Vizcaya, ahora capital del estado, Villa de Nombre de Dios, San Juan del Río, Villa de Cinco Señores, Santia-go Papasquiaro, Cuencamé, Santa María del Oro, Indé, Tamazu-la y Guarizamey.8 Destacando los últimos cinco partidos y el de la capital por su actividad minera; además también sobresalían como distritos mineros, San Dimas, Canelas, Siánori, Guanaceví, Mapimí y Bacís. De la primera Constitución Política del Estado, surge el primer gobernador Constitucional, don Santiago Baca Ortiz (1790-1829) el cual tomo posesión de su cargo por acuerdo de las cámaras, que en esta primera etapa en Durango se compo-nían de 11 diputados y 7 senadores.9

Por su importancia y momento los informes del primer gober-nador constitucional de Durango, don Santiago Baca Ortiz,10 re-sultan de gran trascendencia para entender la situación del nuevo estado en sus primeros años; del caso que nos ocupa, la minería y la industria el gobernador comentaba, que el numero de minas

3 Gaceta de México, México,

miércoles 19 de marzo de 1800, p. 97.

4 carlos Hernández, Durango

Gráfico, durango, talleres de J.s.

rocha, 1ª. calle de allende núm. 13,

1903. p. 37

5 alejandro de Humboldt, Ensayo

Político sobre el reino de la Nueva

España. México, d.F., Porrúa, 5ª.

edición. 1991, pp. 186-190.

6 Idem.

7 gallegos, op. cit., pp. 581-586.

8 Colección de Leyes y Ordenes

del Honorable Congreso Constituyente

del Estado Libre de Durango. desde su

instalación el 30 de junio de 1824,

hasta el 26 de octubre de 1825 en

que cesó. victoria de durango, 1828,

Imprenta liberal a cargo de Manuel

gonzález, p. 31.

9 Colección de Leyes y Decretos

del Primer Congreso Constitucional

del Estado Libre de Durango, victoria

de durango, 1828, Imprenta Manuel

gonzález, p. 3.

10 Informe de Don Santiago Baca

Ortiz, a las Camaras del Congreso

General. durango, diciembre 15 de

1826, también en Informe de Don

Santiago Baca Ortiz en Memoria de los

ramos que son a cargo del gobierno

del Estado Libre de Durango, durango,

Imprenta liberal a cargo de Manuel

gonzález, 1827.

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explotadas o semiexplotadas era de 52, que la alternativa para que Durango destacara en este campo era la explotación industrial del Cerro de Mercado, proponiendo que su gobierno daría todas las facilidades para tal fin. Además de los informes, la presen-cia en Durango en el año de 1827 del señor Henry George Ward, encargado de negocios de Inglaterra, —admirador y conocedor de la obra de Alejandro de Humboldt, misma que le serviría de guía fundamental para ir encontrando las situaciones geográfico-económicas que Humboldt había señalado en su obra—,11 animan el interés que mostraba el Sr. Ward en la posible inversión de ca-pitales de su país en la explotación minera-industrial.

El desarrollo de la industria moderna en esos años dependía fundamentalmente del hierro, y Ward conocedor —por la obra de Humbodlt— de la existencia del Cerro de Mercado, describe su situación y recomienda su explotación, al mencionar en su in-forme lo siguiente: A un cuarto de legua de las puertas de la ciudad, el hierro se encuentra en abundancia el Cerro de Mercado se compone, enteramente, de metales ferruginosos, siendo dos las variedades (crista-lizado y magnético), casi iguales en riqueza, pues las dos contienen de setenta a setenta y cinco por ciento de hierro puro. La fundición de los metales se ejecuta con dificultad considerable; no es comprendida como en los Estados Unidos, Inglaterra o en Silesia, lugares en los que se be-nefician metales que sólo contienen del veinte al veinticinco por ciento; la fundición recientemente establecida por dos nativos de Vizcaya (los señores Urquiaga y Arechavala), en las orillas del río a veinte leguas de Durango, ha fracasado por carencia de conocimientos en el manejo apropiado de los metales. Los empresarios, al mismo tiempo, encuentran difíciles sus operaciones debido a la escasez de su capital. Se ha edifi-cado una planta en un sitio en donde existen agua, para la maquina-ria, y abundantes provisiones de madera y de carbón vegetal; pero como los propietarios no poseen los medios de construir un camino carretero (aunque la naturaleza del terreno permitiría la construcción sin gran desembolso), la conducción de los metales, a lomo de mula, disminuye los beneficios de la especulación. En cuanto a la dificultad en el trata-miento, es indudable que se resolvería contándose con un metalurgista sueco, conocedor del proceso apropiado, ya que el hierro del Mercado y el de Darmemora (Suecia) presentan una gran afinidad.12

Resulta sorprendente que Ward, habiendo estado tan pocos días en Durango ya que según cuenta en la obra referida, sólo

el gran deseo que tenían de conocer estas tierras, y la gran in-sistencia del Presidente Guadalupe Victoria, nativo de Tamazu-la, Durango, lo hicieron modificar su itinerario y emprender un viaje que comenzó el 16 de diciembre en Sombrerete Zacatecas, y regresar de Durango a Zacatecas el 19 del mismo mes.13 Comenta Ward que sentía curiosidad por conocer esta región por saber que en ella era poca la presencia de extranjeros, y de los que en ella habían estado hablaban favorablemente de su situación.

Lo anterior lo comentamos porque a todas luces resulta ad-mirable que con tan pocos días de su estancia en Durango, haya levantado un informe tan favorable, principalmente en sus re-comendaciones de inversión en las minas y en la industria del hierro. Se comprende ya que así lo comenta, que la gran informa-ción que le proporciona el gobernador, afirma lo que ya conocía principalmente sobre la riqueza de las minas que anteriormente explotara Zambrano.14

Es entendible la presencia de Ward si analizamos al paso de los años que la labor de divulgación científica de Humboldt sirvió de punta de lanza a la penetración del capital extranjero, con el beneplácito del científico alemán que veía con ello la cristaliza-ción de las políticas liberales con las cuales simpatizaba.15

En el caso de Durango el resultado de esta combinación si dio resultado, ya que para el año de 1828, la compañía inglesa “Unida de Minas” inició la construcción de una ferrería a orillas del río del Tunal en un lugar llamado de piedras azules.

FuncIonaMIento de la Ferrería de PIedras azules Y las dIscrePancIas con HuMBoldt

La primera descripción de la Ferrería se la debemos a la plu-ma del licenciado José Fernando Ramírez, que en un ensayo pu-blicado con el fin de analizarla como un mero establecimiento in-dustrial, reconoce que: … no puede hablarse de ella sin mencionar el Cerro de Mercado, y este nos lleva en espíritu por los dilatados campos de la historia, la geografía, la mineralogía, y la crítica…16

Ramírez demuestra primero que la información y muestras de mineral que le proporcionó a Humboldt don Fausto Elhuyar, di-rector del Tribunal de Minería de México, no pertenecían al Cerro de Mercado; supone que el científico alemán se dejó influenciar

11 Henry george Ward, México en

1827, selección, México, d.F., primera

edición, lecturas Mexicanas, Fondo de

cultura económica-seP, 1985, p. 20.

12 Henry george Ward, Durango

en 1826, castillo nájera Francisco,

obras, edición en homenaje, uJed,

1991. p. 12.

13 Idem.

14 Idem.

15 alejandro de Humboldt, op.

cit., p. 429.

16 José Fernando ramírez, Ferrería

de Durango, en el Museo Mexicano, t.

I, México, d.F., Imprenta de Ignacio

cumplido, 1843, pp. 28-34.

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por la información que su paisano el mineralogista alemán Fede-rico Sonneschmid, que hace referencia a un aerolito que encontró en Zacatecas años antes de la llegada de Humboldt a México: Dice el Sr. Barón que las muestras de hierro del Mercado que le facilitó el Sr. Elhuyar dieron en su análisis un resultado idéntico al del aerolito de Hraschina; tal circunstancia me persuade que el error viene desde el Sr. Elhuyar, y que él fue tal vez engañado por otro que le dio muestras del aerolito descubierto en Zacatecas por Sonneschmid, diciéndole que eran del Mercado. Esta es la única suposición que me parece probable, porque serían un verdadero absurdo el suponer que sabios tan distingui-dos hubieran equivocado el hierro meteórico de Zacatecas con las piedra metálicas del Mercado; esto raya en lo imposible.17

El científico mexicano concluye diciendo que el Cerro de Mer-cado no es un aerolito, que lo más probable es que sea producto de alguna erupción volcánica y cita al señor Juan Bowring, em-pleado de la compañía inglesa de minas de Guadalupe y Calvo que en año de 1840 en su tránsito por Durango hizo un escrupu-loso reconocimiento del Cerro de Mercado y publicó un artículo periodístico que el licenciado Ramírez cita textualmente diciendo que: Entre las riquezas minerales de que ha sido tan pródiga la natura-leza en el territorio mexicano, ningún depósito metálico es más digno de llamar la atención que el Cerro de Mercado, en las cercanías de Duran-go, que es el único de su clase en el mundo, componiéndose en casi en su totalidad de metal de hierro, que parece hallarse en diferentes grados de oxidación, aunque por falta de los medios necesarios no lo ha podido analizar. Este cerro extraordinario tiene de extensión sobre 1,900 varas de largo y 900 de ancho, elevándose hasta la altura de 686 pies, sobre el nivel del llano en que está situada la ciudad...18

Después al puntualizar sobre la construcción de la Ferrería, nos cuenta que se comenzó por construir una presa con com-puertas móviles con un valor $ 50,000.00 además de un horno alto revestido interiormente de ladrillo refractario con valor de $ 7,000.00.19 De su funcionamiento sabemos además por otros autores que la compañía inglesa era dirigida en Durango por el metalurgista alemán Schmid, y que al momento de comenzar la labor de fundición informaba que se llevaba invertida la cantidad de $ 250,000.00.20

Pese a todos estos esfuerzos, no se logró encontrar por sus métodos el sistema adecuado de fundición, ya que debido a su

costumbre de usar carbón mineral y por la escasez en Durango de piedra y tierra refractaria, más los lentos litigios de la compañía con los contratistas mexicanos, llevaron al abandono y al descré-dito a esta empresa, en la que tenían los durangueños puestas sus esperanzas.

La ferrería fue comprada en el año de 1834 por el señor Ran-dell, formando una nueva compañía con sus socios, Bras de Fer y Lehmann, los que le modificaron el sistema de fundición, sustitu-yeron una máquina de soplo de tinas, movida por una rueda grande de agua; dos martinetes y un mortero, movidos igualmente por ruedas hi-dráulicas; cilindros, fraguas, tornos y demás aparatos necesarios, cuyas mejoras ascendieron a un costo total de $ 50,000.00 pesos. El resultado fue que su producción ascendió por semana, de 50 a 80 quintales de hie-rro, con un consumo de 1500 a 2000 arrobas de carbón y un costo de 500 a 800 pesos, en salarios para los 130 o 150 operarios y carboneros.21

Se le llamaba a la ferrería “Piedras Azules”, y el principal obstáculo para su crecimiento lo tenía en la legislación tributaria, pues si Durango la había exentado de todo impuesto, no sucedía lo mismo con los demás estados vecinos, que lo gravaban como “efecto nacional”, impidiéndole competir al pagar más impuesto que el hierro extranjero.22 Por fin, el 26 de octubre de 1842, se de-cretó la liberación de impuestos para todas las ferrerías del país, incluyendo la importación de maquinaria, cilindros, piedras y la-drillos refractarios para el funcionamiento de las mismas.23

En el año de 1846 muere trágicamente el Sr. Bras De Fer y la fe-rrería es vendida a los señores Gallegos y Peimbert mismos que la vendieron en 1847 al señor Juan Nepomuceno Flores.24 Este em-presario durangueño le proporcionó algunas mejoras, al cambiar las forjas catalanas por hornos castellanos, a la vez que la pone en manos de un buen administrador, el señor Jerónimo María Or-tiz, ocupando sólo personal durangueño —así lo manifestaba con orgullo—.25 En el año de 1848 esta ferrería producía 3,522 quin-tales de hierro en platinas, barras y almadonas.26 También se fa-bricaban las herramientas propias para la agricultura, la minería y la construcción, así como llantas y ejes para carruajes, de muy buena calidad más no económicos, señalando además como un reto a sus detractores que dentro de poco tiempo el público podrá ver obra de hierro vaciado así como acero de buena calidad en cantidad suficiente.27

17 Ferrería ramírez, op. cit., p. 30.

18 Idem. p. 32.

19 Idem.

20 Periódico oficial del gobierno

del estado de durango. Informe

Científico sobre el Cerro de Mercado de

Durango. tomado del escrito publicado

por el señor Federico Weidner,

durango, jueves 28 de febrero de

1889, pp. 17-18. el primer informe

que Weidner presento al gobernador

José de la Barcena sobre el cerro

de Mercado fue en el año de 1858

en Boletín sobre geografía, primera

época, t. vI, 1859.

21 Idem. pp. 17-18.

22 Ferrería ramírez, op. cit., p. 34.

23 Weidner, op. cit., p. 18.

24 Idem. p. 18.

25 El Registro Oficial, durango,

domingo 24 de octubre de 1847, p. 4.

26 José Fernando ramírez, Noticias

Históricas y Estadísticas de Durango,

1849-1850; México, d.F., Imprenta

de Ignacio cumplido, 1851, p. 54.

27 El Registro... op. cit., p. 4.

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Otro alemán que radica en Durango en esta época es Federi-co Weidner, de profesión ingeniero que llega contratado por el gobernador José de la Bárcena y del que señala en su memoria de gobierno de 1857, que fue contratado: ...un profesor alemán que posee conocimientos no comunes en las ciencias naturales y exactas y que designado ingeniero civil del Estado, prestó desde luego y sigue prestando buenos y útiles servicios, reconstruyendo el acueducto de la ciudad del que levanto un plano curioso y útil del que tiene una copia el Honorable Congreso.28 Se le encomendó también a Weidner la formación de la estadística general del Estado.29

Alemán, científico y mineralogista a Weidner le interesaba —según lo relata él mismo— por los informes que sobre el Cerro de Mercado se conocían, emprender algunas expediciones con el objeto de presentar un informe mas detallado y actualizado sobre el valor del mineral y recomendar su adecuada explotación.30

Él al igual que José Fernando Ramírez disculpa al científico que elaboró el primer informe, al mencionar que probablemente si eran las muestras de hierro meteórico procedente de Durango, pero no del Mercado sino de una parte de la finca de Labor de Guadalupe o de una de las haciendas de Río Florido y Concep-ción donde efectivamente si se encuentran pequeños yacimientos provenientes de aerolitos.31

Demuestra además que el Cerro de Mercado no puede ser un aerolito ya que por la magnitud del yacimiento es mucho mayor que todos los aerolitos juntos conocidos en el mundo, además se-ñala en varios puntos que: la composición química de los aerolitos se caracteriza por el fierro níquel y cobalto que en ellos se encuentran en estado nativo o maleable; pero en la masa del Cerro de Mercado faltan el níquel y el cobalto enteramente, y su hierro no se haya en clase de puro o maleable sino en estado de oxido.32

El informe es tan completo que además adjunta una lamina de la geografía del Cerro, donde señala la cantidad y clase de fierro que en un corte se pudiera observar. Concluye Weidner el trabajo al señalar la situación en que se encontraba la ferrería ubicada en el río del Tunal y que en esos años ya se llamaba de San Francisco, a la cual su propietario le había invertido una nueva cantidad de $ 50,000.00, al modificarle el método de beneficio e implantarle el de moda en Inglaterra y Alemania.33 … al horno alto pues se le ha devuelto su crédito: la falta de carbón de piedra se ha suplido con

carbón de pino, mixto con leña de encino… la maquinaria de soplo que no dejaba de ser algo torpe y pesada se ha cambiado por otra de cilindro de doble acción. Así es que donde antes trabajaban las modestas fraguas catalanas, al abrigo de un matorral de nopales, hoy en medio de risueñas campiñas se elevan como castillos los nuevos edificios y oficinas de la Ferrería de San Francisco… El problema de la fundición del fierro del Cerro de Mercado, después de 30 años de ensayes, esta resuelto.34

Los responsables de la fundición eran los ingleses Marcos Ison y Juan W. Bell, el primero arrendó la Ferrería al señor Flores de 1860 a 1888, el segundo se encargó de la comercialización. Duran-te estos años se producía fierro por un valor de ochenta a cien mil pesos al año, dejando buenas utilidades al negocio.35

los ÚltIMos años de la Ferrería de Flores

Con la muerte del señor Juan Nepomuceno Flores Alcalde, el día 2 de diciembre de 1886,36 la antigua Ferrería de Piedras Azules después llamada San Francisco, comenzó a llamarse Fe-rrería de Flores, al aparecer como nuevo propietario su yerno y gobernador de Durango el General Juan Manuel Flores,37 de la situación de la Ferrería, sabemos por un Informe presentado a la Secretaría de Fomento, Colonización, Industria y Comercio en el año de 1892, que funcionaba de la siguiente manera: … 1.- Planta de beneficio: “La Ferrería de Flores”.- 2.- Propietario: Gral. Juan M. Flores. Administrador: Vicente Heredia, no es ingeniero.- 3.- Sistema de beneficio: fundición. Minerales que beneficia: del Cerro de Mercado. Ley según ensaye: de 70 a 90%. Ley industrialmente aprovechable: 50%.- 4.- Fuerza motriz y maquinaria: ruedas hidráulicas 85 caballos, turbina horizontal, horno alto, hornos de afinación y caldear, cúpula y cilindros ventiladores.- 5.- Pérdidas en el beneficio: el 15%, fundición dócil: dura una campaña dos meses, en este intervalo funde el horno 4,000 a 5,000 quintales de mineral.- 6.- Naturaleza de los productos: fierro en lingote y fierro estirado.- 7.- Producción semanaria: 50,000 libras de fierro lingote y 15,000 de fierro estirado.- 8.- Mercado de los productos: los estados de Durango y Zacatecas.- 9.- Combustible: carbón de encino y leña de pino. Precio por 100 libras: $ 0.40 y $ 0.24 respectivamente: Procede: de la Sierra del oso inmediata.- 10.- Impuestos: al Estado, el 6% sobre el ca-pital invertido; a la Federación, timbres en las facturas.- 11.- Distancia a la población más importante y al criadero: siete kilómetros a la ciudad

28 Memoria de gobierno del señor

José de la Bárcena 1857 en La Enseña

Republicana, durango, octubre jueves

29 de 1857, p. 1.

29 Idem.

30 Informe Weidner, op. cit.,

pp. 1-20.

31 Idem. p. 5.

32 Idem. p. 8.

33 Idem. p. 18.

34 Idem. pp. 18-19.

35 luis zubiría y campa, El Cerro

de Mercado, México, d.F., Imprenta

victoria, 1924, p. 6.

36 Boletín Municipal, durango,

miércoles 8 de diciembre de 1886,

p. 4.

37 luis zubiría y campa,

op. cit., p. 8.

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de Durango y nueve al Cerro de Mercado.- 12.- Cantidad de Operarios y jornal: 70 hombres a $ 0.60 diarios.- Observaciones: La Negociación cuenta con ocho pertenencias mineras sobre el Cerro de Mercado; tiene taller con torno, taladro, juego de cilindros para estirar fierro en distin-tas formas y variada colección de modelos…38

Sin embargo, esta fundidora no pudo competir con la nueva compañía que utilizaba el ferrocarril para traer y trabajar con car-bón mineral, y abaratar sus productos; por lo que la Ferrería de Flores dejó de funcionar en el año de 1893. En los años de 1897 a 1899 realizó la Ferrería un último intento de funcionamiento al arrendarla el licenciado Raúl Torres Ugarte, que por desgracia al acumular gran cantidad de leña y carbón para comenzar sus trabajos, se declaró un incendio que se propagó por los departa-mento de la planta de fundición.39

nuevas FundIdoras, el arrIBo del FerrocarrIl

En el año de 1875 surge un nuevo proyecto para construir una nueva fundidora, esta vez al pie del propio Cerro de Mercado, dirigida y con capital norteamericano, el responsable era el señor Daniel Murphy, que por desgracia no vio concluido su trabajo. En el año de 1882, se emprendió el segundo intento llamándole a la empresa, “Compañía de la Montaña de Fierro”, teniendo su directiva en Filadelfia, EUA. Años después se le cambió su nom-bre por el de “Compañía Manufacturera de Fierro del Cerro de Mercado”. En el año de 1890 se formó otra nueva compañía de-nominada “Steel and Iron Company”, que adquirió la propiedad y el derecho de la anterior. Los resultados de esta nueva empresa fueron buenos construyendo un horno alto moderno, y que por algunos años estuvo produciendo grandes cantidades de hierro dulce en forma de varilla y telera y hierro fundido para fabricar piezas vaciadas.40

Con la inauguración de la línea del Ferrocarril Internacional Mexicano en el año de 1892, y el interés de su principal accionista C.P. Huntington, (dueño también de los yacimientos de carbón mineral de Coahuila) la nueva fundidora construida al pie del Cerro de Mercado alcanza un período de auge que por desgracia se diluye en los albores del siglo XX.41

estado actual de la HacIenda de la Ferrería Y ProPuesta Para estaBlecer en las ruInas de la FundIdora un Museo de sItIo

Cuando la Ferrería de Piedras Azules pasó a ser propiedad de don Juan Nepomuceno Flores, comentábamos que dicho empre-sario, invirtió gran cantidad de dinero en modificar su funciona-miento. Además construyó contiguo a la fundidora a las faldas de un cerro con vista a la presa y a la ciudad de Durango, la Casa Grande de la Hacienda. Se sabe que fue en el año de 1855 por la inscripción que se encuentra en la parte alta de la puerta principal. Sin temor a equivocarnos dicha casa por su tipo de construcción es de lo mejor que se conserva en el estado de Durango. Cuenta además la casa con su propia capilla que servía de sepultura a los miembros de la familia42 (o de personas afines a ella, en el caso de la poeta Dolores Guerrero, sepultada en la capilla en 1858).

Con la Revolución Mexicana (1910-1917) y los nuevos tiem-pos, la casa de la Hacienda y la Ferrería sufrieron deterioros y ruinas. En los años 20’s del siglo pasado pertenecían a la señora Rosa Flores viuda de Sisniega, funcionando solamente la presa para fines esencialmente agrícolas,43 característica que sirvió para que la modificaran años después. De las ruinas de la fundidora sobresalen el alto horno un horno auxiliar, la planta principal, la estructura hidráulica así como restos de las oficinas.

Desconocemos el porque el General Elpidio G. Velásquez go-bernador de Durango de 1940 a 1944, figuraba como dueño de la casa de la Ferrería, mismo que traspasó al señor José Saracho al comienzo de los años 60’s, persona que posteriormente cedió en 1965 al norteamericano Robert O. Anderson, que se encargo de remodelarla y amueblarla.

El último propietario fue el ciudadano alemán Gerard Mar-tins, al que el gobernador del estado licenciado José Ramírez Gamero (1986-1992), le expropió la propiedad al acusarlo de es-tar vinculado con el tráfico de armas. El siguiente gobernador licenciado Maximiliano Silerio Esparza (1992-1998), coloca en la Casa Grande de la Hacienda el Museo de Arte “Guillermo Ce-niceros”, pero la familia del señor Martins demanda al gobier-no del estado y le gana el pleito en los tribunales por lo que la casa volvió a sus legítimos propietarios en el año de 2003, siendo

38 Idem.

39 Idem. p. 9.

40 luis zubiría y campa, op. cit.,

pp. 9-22.

41 Pedro raigoza reyna, “cuando

la modernidad llego a durango, el

arribo del Ferrocarril Internacional”,

en Transición, IIH-uJed, 1 (5), 1990,

pp. 21-24.

42 Miguel vallebueno garcinava,

Haciendas de Durango, gobierno del

estado de durango, Imprenta graphic

Factory, s.a. de c.v., Monterrey, n.l.,

1997, pp. 47-54.

43 luis zubiría y campa,

op. cit., p. 9.

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el gobernador del estado el licenciado Ángel Sergio Guerrero Mier (1998-2004). Por suerte para Durango el nuevo gobierno del contador Ismael Hernández Deras (2004-2010), rescató la Hacienda al negociar con la familia la propiedad, que con un valor de 55 millones de pesos se consigue en 5.5. millones de pesos en facilidades de pago. El gobierno —extraoficialmente se dice— dedicará la Casa Grande para establecer el Museo de Francisco Villa. Nuestro interés —y creemos que el de mu-chos durangueños—, es que en las ruinas de lo que fuera la antigua Fundidora de Durango —que todavía son factibles de rescatar—, se establezca un museo de sitio. Razón por la cual el Cuarto Encuentro Nacional de la Conservación del Patrimonio Industrial Mexicano, que se celebró en la ciudad de Puebla los días 28 de septiembre al 1 de octubre de 2005, se adhirió a este llamado para el nuevo dueño de la Ferrería para lograr tal fin.

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Informe Científico sobre el Cerro de Mercado de Durango.

Tomado del escrito publicado por el señor Federico Weidner,

durango, jueves 28 de febrero de 1889. el primer informe

que Weidner presento al gobernador José de la Barcena

sobre el cerro de Mercado fue en el año de 1858 en

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Los diarios de viajeros son libros que revelan la forma en que una persona describe sus experiencias en un país ajeno al que ha vivi-do y crecido, por lo que encontramos en ellos una forma diferente de ver y valorar los acontecimientos. Muchos de ellos han servido de base en investigaciones realizadas respecto a la vida personal de sus autores o a los negocios que establecieron.

Sin embargo, la mayoría han sido escritos por varones, tal vez porque su número superó al de las que emigraron, tanto como pa-rejas de los viajeros, como en solitario, porque no contaban con los conocimientos necesarios para hacerlo, o bien por ambas razones.

Precisamente una de las riquezas del texto que me permito comentar, es el que haya sido escrito por una mujer extraordina-riamente sensible, culta, detallista, Johanne Carolina Wehmeyer, quien a través de sus relatos, y de los anexos como fotografías, notas, carteles, etc., nos hace acompañarla, desde el momento en que, con sus hijos Carlos y Annelie y su sirvienta Ana, salió de su natal Alemania para reunirse con su marido en México, hasta que abandona este país rumbo a los Estados Unidos de América.

Considero éste un documento invaluable tanto para la histo-ria regional, pues refiere acontecimientos que tuvieron lugar en el norte del país en los inicios del movimiento revolucionario de los años 1910 y 1911, como para la historia de la vida cotidiana, pues el escenario donde se desarrollan la mayoría de los aconte-cimientos que se relatan es la ciudad de Durango, México, lugar donde residía su esposo, y donde algunos edificios o tradiciones como la celebración de la Semana Santa son todavía familiares para quienes habitamos esta ciudad. El relato se complementa con situaciones tan ordinarias como los nombres de las mujeres que trabajaron de cocineras en su hogar, lo que la familia acos-tumbraba comer, cuales frutas o verduras se podían conseguir en el mercado local, o que entraron a un negocio de chinos en la ciudad de Torreón, Coahuila, a tomar café con pan.

Johanne Carolina Wehmeyer nació en Bremen, Alemania el 29 de abril de 1876, la más pequeña de 6 hijos. El 29 de febrero de 1900, en un matrimonio arreglado por su familia, se casó con Louis Karl Böse, un hombre veinte años más grande que ella,

adIós a durangoDiario de una alemana en México

Beatriz Elena Valles SalasInstituto de Investigaciones Históricas / UJED

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razón por la cual viajo a Durango, México, donde éste tenía sus negocios.

Pero Herr Böse enfermó del corazón y, en 1904, la familia tuvo que regresar a Alemania buscando su recuperación. cinco años después, su socio Rudolph Schommer, le llamó pidiéndole que regresara a Durango, pues la empresa estaba mal económicamen-te y, un año después, Frau Böse con sus acompañantes viajó para reunirse con el.

El documento original fue manuscrito en alemán por su auto-ra y traducido por su hijo Carlos al inglés, con el propósito de que su hija Susana Carolina (Böse) Mullins conociera más a su abuela. La nieta presentó la traducción al editor y obtuvo la autorización para que fuera publicado por Smith, Smith y Smith Publishing Company en Oregon, EUA en 1978.

Cuando realizaba la investigación para mi tesis de maestría pude tener acceso por medio del sistema de intercambio biblio-tecario de la Universidad Autónoma de Zacatecas a una copia de este precioso libro que se conserva en El Colegio de México. Des-de entonces surgió en mi la inquietud de comentarlo alguna vez para que se conociera como era descrita o vista nuestra ciudad en los primeros años del siglo XX, y en especial los sentimientos, ale-grías, miedos, frustraciones y preocupaciones que experimentó una mujer extranjera, viajera, esposa, y madre que vivió en ella.

El libro consta de cuatro capítulos: Cruzando el Atlántico, Fila-delfia, Durango y Revolución, así como de una introducción escrita por el editor Robert W. Blew, en la que nos narra los antecedentes de la vida de la autora antes de iniciar la obra, y de lo que sucedió a la familia cuando se trasladaron a vivir a los Estados Unidos de América.

El primer capítulo que nos habla de la travesía por el mar, inicia diciendo que después de haber vivido en México en el año de 1900 y regresado a Alemania, nunca creyó que volvería a este país y sin embargo, el miércoles 7 de septiembre de 1910, a las 3:45 p.m., se embarcó en Bremen, Alemania, con su pequeña fa-milia en el barco Köln, propiedad de la compañía Norddeutscher Lloyd, bajo el mando del capitán H. Mayer, rumbo a Durango, en donde la esperaba su esposo, a donde éste había salido el día 8 de octubre de 1909. En ese casi un año de separación, tras dificulta-des y trabajos decidió quitar su casa y seguirlo.

Unas cuantas lágrimas rodaron por sus mejillas cuando dos amigas la despidieron junto a sus hijos Annelie y Carlos, quienes cargaban, una muñeca la primera, y una bandera alemana y una cesta de chocolates el segundo, siendo acompañados por Anna Müller la sirvienta de la familia quien trabajó para ellos desde 1907 hasta 1921.

Haciendo una comparación con el barco “Pretoria” en el que había viajado la vez anterior hacia América, le pareció que este era un barco pequeño con camarotes sólo de segunda clase, en el que viajaban gentes de muchas nacionalidades como polacos, ru-sos, judíos, gallegos; lo que nos da idea de la cantidad y variedad de viajeros que desde Europa llegaron en ese tiempo a América, en busca de mejores horizontes.

El diario muestra en sus páginas una tarjeta postal y un plano del barco donde, con un círculo, está marcado el camarote de la señora Böse, un sello que fue puesto en el equipaje, donde apa-rece su nombre, el del barco, y el destino de salida y llegada, una fotografía de los pasajeros y un menú de la comida servida.

Nos relata que la travesía tuvo días de buen clima donde los pasajeros jugaban, leían y cuidaban a sus hijos y días en que el mar estaba embravecido haciendo que temieran por sus vidas y que “los libros de oraciones hicieran su aparición”, hasta que una mañana, con gran júbilo divisaron las costas de Estados Unidos de América.

El capítulo segundo titulado Filadelfia, narra las horas que per-manecieron en esa ciudad, que aunque no era su destino final, era el punto que debían tocar primeramente para que algunos viaje-ros bajaran, todos fueran revisados por un médico, les expidieran un pasaporte, y el barco se reabasteciera de carbón. (Se anexa una copia del pasaporte expedido para la Sra. Böse y familia).

Nos habla de la emoción que experimentó su pequeña hija al ver a los hombres negros y que le hacían gritar ¡Oh Mommy, un negro, dos negros..! despertando la risa de ellos, también narra el paseo en automóvil que, junto con otras dos damas americanas, hizo por la ciudad, visitado Fairmount Park, lugar por donde cru-zaba el río Delaware, y sede de la exposición del centenario de 1876, el que describe como “lleno de flores y de grandes espacios con árboles de maderas extrañas”; dice también haber visto los grandes almacenes Wanamaker. Por la tarde continuaron el viaje.

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Recuerda que la luz de la luna se reflejaba en las aguas haciendo que éstas parecieran plata líquida.

Los siguientes fueron días calurosos y describe al capitán y a su tripulación vestidos con sus uniformes blancos, repartiendo vasos de limonada fría, mientras los pasajeros permanecían en cubierta tumbados en los camastros. Habla de lo emocionado que estaba su hijo al ver la fosforescencia del mar, los peces voladores, y los albatros que rondaban el mástil del barco, y luego divisar el puerto naval de Key West, Florida donde —dice— vivían 15,000 habitantes.

Narra igualmente un incidente motivado por el mal compor-tamiento de su hijo, al que tuvo que dar una nalgada, y amena-zarle con que al llegar al puerto de Gálveston, donde los esperaba su padre, se lo haría saber.

A ese destino, fin de la travesía, llegaron el 28 de septiembre a la 1:20 de la mañana y, tras ser revisados por el médico y el oficial de la aduana, bajaron al muelle donde los esperaba su esposo, a quien hacía un año que no veía. Carlos corrió a los brazos de su padre mientras que la pequeña Annalie lo llamo “tío”.

Después de descansar en el Hotel Royal, a las 7 de la tarde abordaron el tren que los llevaría de Gálveston a Durango, en el tren por la mañana fue servido el desayuno en el carro comedor y llegaron a la ciudad de Eagle Pass, Texas, a las cuatro de la tarde. Al cruzar el puente del río Grande (río Bravo) fueron inspeccio-nados por los oficiales de aduana mexicanos, y al oír hablar en español, supo que se encontraba en territorio mexicano.

Después de otra noche en tren como última parada del viaje arribaron por la mañana a la ciudad de Torreón donde, en un negocio de chinos, tomaron un vaso de café con pan, para final-mente arribar Durango a las 2 de la tarde del día 30 de septiem-bre de 1910.

El tercer capítulo nos habla de su vida en Durango, donde al llegar encontró tremendamente sucia su casa, situada en lo alto del negocio de su esposo, la Mercería Alemana.1 Carolina expresa en su diario su queja pues después de tres semanas de viaje y de haber trabajado tanto para quitar su casa en Bremen, tuvo que comenzar de nuevo a limpiar.

La casa constaba de 7 habitaciones con un corredor largo, lle-no de plantas, por el cual Carlos andaba en su triciclo y Annelie

jugaba con un carrito de madera en donde paseaba a su perro llamado “Cual”.

Además de Ana, otra servidumbre trabajaba para ella, entre ellos un mozo llamado Juan quien, cuando ya no quiso trabajar ahí, en lugar de decirlo, inventó que tenía que regresar a su ran-cho porque su hermano había sufrido un accidente (después supo Carolina que Juan había tomado otro trabajo); una mujer que le ayudaba a lavar y a planchar, y una cocinera quien se encargaba de preparar las comidas. Generalmente el menú del medio día consistía en sopa de arroz, carne, papas, frijoles y tortillas. A las 4 se tomaba el café, y a las 7 sopa de arroz y papas acompañadas de cerveza y pan. La cocinera tenía encargado ir a comprar lo necesario al mercado, en donde se conseguían verduras y frutas como coliflor, ejotes verdes, calabaza, tomates, zanahorias, beta-beles, espinacas, guayabas, tejocotes naranjas, plátanos, piñas y chirimoyas.

La primera que ocupó este puesto fue una mujer gorda lla-mada Refugio, (de la que aparece una fotografía en el diario), después de ella, y tras entrevistar a siete mujeres, el puesto lo ocupó Juana, y después de ella Porfiria una vieja mujer callada y de buenas maneras, quien, repentinamente, un domingo le dio una gran sorpresa, ya que desplazándose de un lado a otro de la cocina contó cuatro veces la misma historia; entonces reparo que estaba intoxicada, pues se había bebido una botella de tequila que tenía escondida en un gabinete de la cocina.

La señora Böse hecho de menos que en la ciudad no hubiera diversiones, ni un centro comercial como en Bremen, ni grandes tiendas alrededor de la plaza, que nadie saliera a la calle solo por el placer de pasear y que sólo, entre 6 y 8 de la noche viera gente pasar por la plaza, cuando se asomaba al balcón. Comenta tam-bién que por las tardes, se escuchaba el sonido de la música que venía del cine que se encontraba cruzando la calle, y el sonar de las campanas de la iglesia ubicada en la parte trasera de su casa.2

Nos refiere los acontecimientos de la Navidad de 1910, fecha en la que extraño la nieve y el hielo de su país, ya que el termóme-tro marcaba solamente 4 grados Reaumur, 41 grados Farhenheit, nos habla del bello cielo azul de la ciudad en donde ahora vivía.

Carlos tomo parte en el festival del día 23 de diciembre en la escuela americana a donde asistía, al que fueron invitados los

2 se refiere a la actual Iglesia

de san Juanita de los lagos.

1 la mercería se encontraba

ubicada en el edificio que

actualmente ocupa la tienda sears,

en la esquina de las calles de

5 de Febrero y constitución.

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padres de los niños.3 En la entrada estaba colocado un gran letre-ro que decía Merry Christmas, y un gran árbol de navidad lleno de luces.

Después de las cálidas palabras del predicador, los niños ves-tidos de blanco, cantaron canciones en inglés, y con la ilusión bri-llando es sus ojos, cada uno recibió una media roja llena de dul-ces. A Carolina le sorprendió la buena pronunciación del inglés que tenían los niños mexicanos.

La noche de Navidad la celebro en su casa, en compañía de Mr. Dubbels, Mr. Gasser y Mr. Griese quienes eran sus vecinos. El árbol de navidad que adornaba la sala fue decorado por ella misma con papel y pequeñas velas, y acompañados del piano que habían traído con ellos desde Alemania, interpretaron durante la velada viejas canciones de navidad, como Noche de Paz.

Carlos recibió de regalo un triciclo y una caja de herramientas y Annelie una muñeca a quien puso de nombre “Lolo”.

Extrañando los deseos de “Feliz Año Nuevo” reflexionaba sobre qué les podrá deparar el año que iniciaba pues se oían ya rumores de una revolución en el país. Al mismo tiempo se alegra-ba de que algunas mañanas fueran bastante frías pues le daban oportunidad de usar cuando paseaba por la plaza, las ropas de invierno que usaba en Alemania.

A principios de febrero de 1911, arreciaron los rumores de que la Revolución se extendía. Supo que el gobernador de Chihuahua Alberto Terrazas tuvo problemas que derivaron en el entallamien-to del conflicto armado en ese estado, nombrando a Orozco como el líder de los maderistas que comandaba la División del Norte, y dando por seguro que en pocos días llegaría a Durango.

Los conflictos de la Revolución tanto en Durango como en los estados de Chihuahua y Coahuila, donde las revueltas no habían podido ser contenidas, fueron el motivo por el cual muchas fami-lias empezaron a llegar a Durango desde sus ranchos buscando protección.

Sin embargo, el diario de Carolina registra también otros eventos como lo acontecido el domingo 5 de marzo de 1911, en relación a un agradable paseo que, hasta la iglesia de Guadalupe, la autora realizo a pie con su esposo Carlos; de regreso, ambos pasaron a lo largo de las vías del tren, por la casa de los Stenner y luego siguieron a lo largo de “una fea vereda de agua” hasta

3 se refería al colegio Mc. donell.

(nota de la autora).

el paseo de las Moreras; también reseña lo sucedido el día 7 de abril como a las 12 del medio día cuando, estando en la recámara cosiendo, oyó un ruido extraño, y pensó que el techo de la casa se iba a caer, corrió hacia el corredor donde se encontraban Ana y la pequeña Annelie, pregunto, ¿que pasa? Entonces se dio cuenta que estaba ocurriendo un temblor de tierra cuya duración fue de 5 segundos.

Recuerda la celebración de la Semana Santa de ese año cuando el jueves, como era costumbre, hubo peregrinaciones en todas las iglesias, y los altares lucieron ricos decorados con flores y cande-leros, mientras que el Cristo de la iglesia de San Agustín, fue visi-tado el viernes por muchos hombres con túnicas de color violeta y cordones alrededor del cuello.

El Domingo de Pascua su hijo Carlos tomó parte en una ce-remonia, en la Iglesia Americana, donde los niños, vestidos con trajes blancos, y con banderas azules en sus manos, recitaron un poema y cantaron. Después siguió el sermón del Reverendo Fitz-gerald, y cerca de las 12:30 abandonaron la iglesia.

El espíritu de Pascua se oscureció un poco al llegar reportes de que los rebeldes estaban muy cerca de Durango y con la noticia de la renuncia del gobernador Esteban Fernández, sustituido en forma provisional por el diputado Ventura G. Saravia. Carolina Sospecha que la ciudad no tardaría en caer en manos de los rebel-des, pues se encontraría sitiada por ellos.

El arribo de los rebeldes tuvo a la ciudad en un suspenso te-rrible. No se reciben cartas, ni telegramas, los negocios no pedían recibir o enviar mercancías, y la gente permaneció en las calles, de pie en pequeños grupos esperando noticias; y todas las torres de las iglesias fueron fortificadas con adobes. La gente hacia acopio de enseres y comida y carga sacos de arena a sus casas.

Los varones de la localidad se organizaron para formar una guardia de defensa y mantener el orden en las calles por si los re-beldes entraban y causaban excesos, convocatoria a la que res-pondieron cinco de los empleados de la Mercería. Para protec-ción de la ciudad se coloco una ametralladora en el Cerro de los Remedios y se tendió alambre de púas alrededor de la ciudad; el jefe político, Onésimo Borrego, emitió una disposición (copia de la cual se encuentra anexa) por medio de la cual se dio a conocer a los habitantes que se prohíbe circular a grupos de mas de tres

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personas después de las 7 de la noche, subir a las azoteas de las casas sin permiso, y que se impondrían penas muy severas, que podrían llegar hasta la de muerte, a quienes cortaran las alambra-das puestas en las calles, dañaran algunas de las obras de defensa de la ciudad o alteraran el orden y difundieran la alarma lanzan-do gritos subversivos.

En el ámbito familiar, los preparativos consistieron en guardar los artículos de valor de la tienda en un lugar seguro, tener lista la bandera de su país para ondearla cuando fuera requerida, y hacer acopio de provisiones y de pistolas.

La colonia americana había acondicionado el edificio de la es-cuela Mc. Donell como refugio y había invitado a la familia Böse a trasladarse ahí para su protección. La señora Böse era conciente de que su casa, situada en la esquina directamente mirando a la plaza y a una cuadra del Palacio de Gobierno, era insegura por lo que se trasladó al edificio para ver las condiciones en que se en-contraba dándose cuenta de que se había convertido en un fuer-te. Sobre la azotea, y en todo el edificio, había pilas de sacos de arena, provisiones, leña para las estufas, las puertas habían sido reforzadas y se había habilitado una noria para el abasto de agua. Viendo esto decidió enviar a Ana y a sus hijos allí sabiendo que estarían seguros, mientras ella permanecía junto a su esposo.

En el lapso comprendido de los días 10 al 21 de mayo nos relata haber escuchado tiros desde la mañana hasta el anochecer; observando desde la azotea de la casa, se dio cuenta de que los re-beldes pasaban disparando por el Cerro del Mercado, el Cerro de los Remedios y el Cerro de Guadalupe. Todas las calles estaban solas y así permanecieron. El suministro de agua y de electricidad de la ciudad había sido cortado. Los pocos comercios que abrían, cerrarían temprano pero realmente nadie trabajaba, todos esta-ban absortos en la Revolución.

En un intento de ayuda el sábado 13 de mayo los cónsules acreditados en la ciudad, Mr. Charles M. Freeman (Estados Uni-dos), Rudolf Schommer (Alemania), Calixto Burillón (Francia), William Woodrow Graham (Inglaterra) y Sinforiano de Sisniéga (España) fueron en automóvil a encontrarse con los rebeldes para hacer un trato con ellos, pero no fueron atendidos, acción que fue muy criticada por los mexicanos calificando de humillante la citada intervención.

Se sabe que en otras partes del Estado se libraban combates, como lo demuestra la nota que un jefe de los maderistas Tiburcio Cuevas envió al señor Böse y que se transcribe a continuación:

Sr. D. Louis BöseDurangoEstimado señor:Suplico a Ud. me mande con el portador de la presente, un par de gemelos de los mayores que tenga para el uso de mis operacionesEl Salto, mayo 13 de 1911El comandante de las fuerzas maderistas de San DimasTiburcio Cuevas.

Finalmente la ansiada noticia llego a finales del mes de mayo. El día 21 por la tarde se oyeron gritos en las calles anunciándola. Poco a poco, los habitantes de Durango, fueron informados que la paz había sido declarada con el consiguiente júbilo.

En los siguientes días los habitantes de la ciudad observaron la entrada de los rebeldes a la ciudad, entre ellos, Emilio Madero y Jesús Agustín Castro. El día ultimo de mayo, la ciudad con-templó “el espectáculo mas interesante y peligroso que espero no volver a vivir jamás” la pacífica entrada de 1,000 o 1,500 indios cansados y sucios, armados con sables, pistolas y rifles, algunos montando a caballo, 300 blancos y 300 negros, todos espléndidos animales. (Se anexa una fotografía).

Gradualmente, después de catorce días de permanecer en la ciudad, vagando por la Plaza y las Alamedas, gracias a Dios —dice Carolina— empezaron a retirarse, porque no había lugar a donde pudieran ir. Las calles estaban desiertas de “gente decen-te”, y al anochecer no se ven mujeres por ninguna parte.

“Las pérdidas en todas las ciudades y el campo, son mayús-culas. Pasaran años antes de que se vuelvan a recobrar”, escribía Frau Böse.

El mes de julio no reportó acontecimientos gratos, cerrado el negocio de su esposo, realizó la novena mudanza de su vida de casada, estableciéndose en una pequeña casa localizada en el cen-tro de la ciudad, en la tercera calle de Zambrano núm. 59.4 La idea de trasladarse a vivir a los Estados Unidos de América empezaba a tomar forma. En la nueva casa encontró chinches, pulgas y dos

4 Hoy calle Bruno Martínez.

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alacranes, animales con una apariencia terrible que para matar-los, tenía que hacer un gran esfuerzo prefiriendo dejar ese trabajo a su esposo quien los pisaba con sus botas. Sentada en el patio de su casa, escuchaba que las campanas de las iglesias de San Agus-tín y del Sagrario repicaban con monotonía.

Los días eran muy calurosos, y una gran sequía se abatía por todo el país, por otro lado en la parte sur de México cerca de la capital, había un rebelde de apellido Zapata quien junto a 1,000 rebeldes, se había vuelto contra Madero.

Llegó el mes de septiembre y, con su esposo y más gente, su-bió en romería hacia el Cerro a celebrar la fiesta de la Virgen de los Remedios, mientras que soldados maderistas permanecían al pie de la colina para mantener el orden. Por la tarde, contemplo extasiada la bella puesta de sol que se divisaba desde ese lugar.

Posteriormente en una visión retrospectiva, analiza en su dia-rio qué mal año ha sido para ella 1911, acordándose que, ya em-pacados sus baúles para marcharse al extranjero, realizó con su familia un día de campo al río Tunal.

Ahí cuenta la forma en que llegaron atravesando un camino anegado y pedregoso y se sientan en la rivera a comer el almuer-zo preparado, mientras disfruta por última vez del paisaje.

El último registro tiene fecha del 28 de octubre. La noche an-terior había dado cuenta de que no quedarse ningún mueble en su casa, los había vendido preparando su partida; solo quedaron algunos platos y tazas y unas cajas de madera que les sirvieron como sillas.

Camino a la estación del tren miró por última vez el Cerro del Mercado y el cielo tan azul que tanto le fascino. Cuando el tren comenzó su marcha, expresa con tristeza y desde el fondo de su corazón Adiós a Durango.

ePílogo

Aparentemente la decisión de establecerse en los Estados Unidos de América fue porque el señor Böse no tenía ninguna propiedad o familia en Alemania. Se instalaron primeramente en Kennedy, Texas donde le señor Böse abrió un negocio de ferre-tería, que tuvo que cerrar años después. Entonces la familia se mudó a San Antonio, Texas, donde entró a trabajar de cajero en la compañía cervecera Lone Star, hasta que, seis años después, por la prohibición de la venta de alcohol, la compañía cerró.

En el año de 1921 el señor Bose perdió la vista debido al glau-coma, y permaneció inválido hasta el año de 1923 en que murió. Antes de que el esposo se quedara ciego, la señora Böse sostenía a su familia operando un negocio de lavandería, Cuando murió su esposo se cambió con sus hijos a vivir a Nueva Orleáns donde permaneció hasta su muerte en el año de 1937.

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conMeMorar*

Ma. Guadalupe Rodríguez LópezInstituto de Investigaciones Históricas / UJED

Sin duda, la mejor manera de conmemorar un acontecimiento es buscando una mejor comprensión del mismo. Más aún, cuando la iniciativa de conmemorar nace de una institución cuya tarea primordial es enseñar a pensar. A partir de ello, creo —sin lugar a duda— que la obra: México en tres momentos: 1810-1910-2010, editada por la UNAM, cumple dignamente con el propósito de encaminarnos a recordar bicentenario y centenario de la indepen-dencia y la revolución mexicanas respectivamente.

Mi texto es muy breve pues, entiendo que, en una ceremonia de presentación de un libro, más que poner en la mesa y en el am-biente un debate de tipo académico, venimos a dar la bienvenida a una obra nueva sobre la historia de los mexicanos. Obviamente, los comentarios que alienten a la lectura de la publicación, son obligados y creo que para eso fui invitada.

Cuando los lectores adquieran y lean: México en tres momentos 1810-1910-2010 tendrán en sus manos una obra físicamente muy bella, de una gran sobriedad, cualidad que identifica, de facto, a la Universidad Nacional; aunque no es profusamente ilustrada, es una obra que, con finura, inserta al final de cada texto imágenes verdaderamente hermosas. Sacadas de algunas de las mejores co-lecciones, con orgullo vemos que muchas de ellas provienen de colecciones pictóricas, fotográficas y filmográficas propiedad de la UNAM, lo que también nos muestra la preocupación universitaria por conservar el patrimonio histórico de nuestro país. Las imáge-nes son, además, precisas al texto ilustrado; son algo así como la cereza del pastel, para evitar el término empresarial del plus. Con la lectura de los textos, queda el sabor de una obra en la que forma y contenido se hacen uno y se dignifican mutuamente.

Por experiencia propia, mis compañeros del Instituto de Inves-tigaciones Históricas de nuestra Universidad Juárez del Estado de Durango, y una servidora, hemos sabido de las dificultades que conlleva la hechura de una obra de esta magnitud. Reunir a un número tan grande de autores, 53 en total en este caso, pertene-cientes a 24 instituciones y a diversas disciplinas académicas, nos habla de la confluencia de un muy amplio abanico de miradas so-bre un mismo objeto de estudio; miradas que conllevan distintos

* texto leido en la presentación,

en durango, de la obra México en Tres

Momentos: 1810-1910-2010.

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intereses, métodos, edades (tanto biológicas como académicas), nacionalidades, disciplinas; cada trabajo es un mundo individual que se hace necesario acomodar del mejor modo para darle el me-jor sentido posible a la obra en su conjunto. Entendemos la dificul-tad que representa hacer una obra que, con ópticas tan diversas, pudiese ir hilvanando los textos de manera tal que acabara dándo-nos una prolongada visión del proceso bicentenario. Sin embargo, en la presentación que hace la doctora Alicia Mayer, directora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y coordina-dora de la publicación, nunca menciona que sea ese el propósito de la obra; textualmente la Doctora explica: En esta publicación con-tribuyeron autores que se encuentran desarrollando actualmente investi-gaciones sobre estos hechos y que realizan trabajos que proyectan ambos movimientos, bien en planos comparativos o de sucesión. Será nuestro reto —dice— introducir novedades metodológicas y temáticas en este esfuerzo conjunto de integración.

Entendemos pues que la obra no es precisamente la explicación de un proceso de largo aliento, lo que sí podemos decir es que es una excelente compilación de trabajos de calidades distintas pero de calidad todos, sin excepción. Sabemos que cada generación le hace sus preguntas particulares al pasado, y esta es una muestra de lo que los historiadores, antropólogos, geógrafos, sociólogos y economistas del siglo veintiuno le preguntan a la historia.

Si hubiera que identificar con algo esta gran compilación, po-dríamos hacerlo con una sinfonía, en la que se perciben tonos altos y bajos, sonidos de largo y de corto aliento, en la que escuchamos silencios y estridencias; sentimos ritmos acelerados pero también pausados; y todo ello en conjunto arma un concierto; así pode-mos ver nuestra historia plasmada en un par de volúmenes, que son muestra de una historiografía renovada que, al tiempo que devela nuevos temas, propone nuevas interpretaciones y lanza hipótesis frescas desarticuladoras de mitos: ¿cómo que Hidalgo era monárquico y no republicano? ¿cómo que la independencia de México vino de España y no del México mismo? ¿cómo que la agenda de la independencia la hicieron criollos sin incluir las reivindicaciones indias? ¿cómo que al decir independencia no se pensaba en México sino en España? y ¿cómo que independencia y libertad no fueron sentimientos nacidos en el corazón mismo de los mexicanos sino que, como mercancía, fueron términos

importados? Independencia, libertad, nación, ciudadanos y ciu-dadanía, entre muchos más, son conceptos a los que, en esta obra, se les ha quitado la planura y se les aborda percibiendo los movi-mientos y los altibajos propios de la historia.

Hay en esta obra una historia política renovada. Y como parte de ella encontramos a un Alan Knight que identifica los rasgos de las culturas políticas así como de los políticos del México re-volucionario. Dice Knight: “El personalismo, el poder arbitrario y la corrupción fueron rasgos de la elite revolucionaria” rasgos capaces de explicar al México de la época “¿Por qué México no podía alcanzar…. metas [progresivas y populares] por medio de la democracia o la burocracia transparente y pacífica?” esto —dice Knight— es tanto como preguntar “¿Por qué México no es Suecia?” Y en esa misma búsqueda de particularidades de Méxi-co y de nuestra revolución, Katz da una explicación del por qué la oligarquía mexicana sobrevivió física y económicamente después de la revolución, a diferencia de las oligarquías rusa y francesa que, tras sus respectivos momentos revolucionarios, desapare-cieron. La explicación de Katz es que en México, a diferencia de Francia y de Rusia, no hubo líderes, partido ni revolucionarios que quisieran acabar con la vieja oligarquía.

El diálogo disciplinar que entablan la geografía y la historia es como una vertiente de agua fresca en la que se trasciende la presencia de la geografía como mero capítulo introductorio de las historias monográficas. Los cuatro autores del capítulo México y el cambio geográfico llevan la atención a la multiplicidad de fac-tores que han ido marcando los cambios geográficos; población, mercados, cultivos, ferrocarriles, ganado, tecnología, distribución de la tierra, entre otros pero, sobre todo dicen textualmente: “El ser humano se ha convertido en el principal desencadenador de la transformación de los ecosistemas, superando por mucho el efecto de eventos naturales”.

No menos fresco es el tema del agua; su presencia en esta obra es síntoma incuestionable de que el agua es una de las grandes preocupaciones del siglo XXI, a la que los historiadores no se pue-den sustraer. Alejandro Tortolero busca “explicar la relación entre el agua, las revoluciones y el desarrollo de México”. Ver la revolu-ción mexicana a través del filtro del agua, es ver otra cosa. Tortole-ro encuentra innumerables referencias documentales que revelan

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la gran preocupación de los líderes revolucionarios por la tierra pero también por el agua; sólo que, como el mismo autor lo dice: el discurso agrarista [que es el que predomina en la historiografía sobre la revolución] casi sepultó el tema del agua. “[Los] movimien-tos populares originaron esa nueva cultura política estudiada por Alan Knight [que lleva en sí misma] un fuerte y genuino compo-nente agrarista, que … —dice Tortolero— nos impidió entender que tanto o mas importante que la tierra lo era el agua”.

Tortolero nos hace pensar que el grito de la revolución debió haber sido “¡Agua Tierra y Libertad!”.

Como temas y nuevas propuestas deseen, hay muchas y como autores qué citar también: los importantes trabajos sobre el plano internacional, los aportes sobre la economía en las revoluciones y el excelente recuento historiográfico de Álvaro Matute; pero co-mentar una obra de 900 páginas y siquiera esbozar esa riqueza de que están plagadas, rebasa con mucho mi capacidad de síntesis y, seguramente la capacidad de la audiencia para escuchar.

Sólo me referiré pues, brevemente, a lo que, a mi ver, son las ausencias más notables de esta publicación.

Un asunto que llama la atención es lo que, yo considero, una todavía muy centralizada visión de la historia de México. Y llama la atención por que la historia regional en este país se viene desa-rrollando desde los años setenta del siglo pasado; es decir, habla-mos de casi cuatro décadas de historizar las regiones. Ya el título mismo de la obra: México en tres momentos 1810-1910-2010, me genera una pregunta inmediata: México en tres momentos y ¿en cuántas regiones? Según pude percibir, la mayoría de los trabajos hacen referencia a la región del centro del país, justificado, en par-te por que ahí brotaron muchas de las decisiones fundamentales y ocurrieron hechos de gran trascendencia para el resto del país; pero México no es sólo el centro del territorio y la independencia, como la revolución, o la elección presidencial del 2006 no fueron lo mismo en el norte que en el sur, por hacer una separación geo-gráfica simple. Aunque podamos entender como hechos naciona-les los ocurridos en una región que fue particularmente activa y clave en ambos procesos, la observación va, en todo caso, dirigida al título de la obra, en tanto que la historia hecha sobre una región particular como es la central sigue llamándose, como en el siglo pasado, Historia de México.

Es cierto que en la obra son varios los autores que refieren la importancia de resaltar las diferencias regionales; ya Hernán-dez Jaimes señala cómo el discurso historiográfico que explicó la independencia como el efecto de un cúmulo de agravios y de agraviados materiales, (es decir, por la pobreza y los pobres) fue un discurso que propició —dice Jaimes— anular “las di-ferencias regionales, urbano-rurales y de clase…”. Es decir, el país se hizo uno, plano e indiferenciado y el motivo de las re-voluciones se redujo a una sola razón, sin distinción de estados ni de regiones.

Por su parte Alan Knight nos dice “no hubo una sola cultura política revolucionaria, sino muchas; muchos Méxicos nos dan muchas revoluciones y muchas culturas políticas”. Habría que tratar de entender, con Knight, qué tanto los rasgos de los proce-sos de insurgencia y revolución, del centro del país, fueron ras-gos nacionales y saber, con él mismo, ¿dónde hubo agrarismo? ¿dónde racismo? ¿dónde anticlericalismo? ¿dónde radicalismo magonista?

Son muchos los factores que han mantenido a la historia re-gional en una relativa inexistencia, y una que debemos entender y asumir es que no se produce en igual cantidad en el centro que en el resto del país, ni se cuenta con similares recursos de edición ni de divulgación.

Echo de menos, en una obra tan grande y tan variada en te-mas, la presencia de trabajos sobre la actuación de las mujeres en la independencia y en la revolución. Están los niños, como un tema novedoso y muy poco conocido, pero luego de algunas dé-cadas de surgidos los estudios de género, y luego del tránsito de varios feminismos y de muchas páginas escritas sobre el asunto, debo decir que no sé en que momento de desarrollo se halla la historia del género, y hubiera sido una buena ocasión para saber-lo; lo que tengo claro es que personalmente, y creo que en general las mujeres disfrutamos mucho las historias de mujeres.

Un comentario final es que, siendo una obra hermosa y de un gran valor académico y social, el editor tuvo un problema particularmente notorio con el ensayo de Friedrick Katz, el cual muestra reiteradas fallas tipográficas sumadas aparentemente a problemas de traducción, ante lo que sólo queremos decir: “suce-de en los mejores libros”.

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Cierro con una cita de Ana Carolina Ibarra quien dice: “la in-cesante transformación de la historia. se convierte en un reto al obligar a la renovación constante de la historiografía”. Renova-ción de la que da muestras sobradas el libro aquí comentado. En-horabuena la llegada de México en tres momentos: 1810-1910-2010.

Felicidades doctora Alicia Mayer.

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reseña:la sIerra tePeHuana. asentaMIentos Y MovIMIentos de PoBlacIónChantal Cramaussel1 y Sara Ortelli2 (coordinadoras), editado por El Colegio de Michoacán y la UJED, 2007

Cecilia Navia AntezanaUniversidad Pedagógica de DurangoGloria E. Cano CooleyInstituto de Investigaciones Históricas / UJED

IntroduccIón

Este libro guarda la memoria del Simposio Internacional Asentamientos y movimientos de población en la Sierra Tepehuana des-de la prehistoria hasta nuestros días, organizado por El Colegio de Michoacán y la UNAM, con el respaldo del Instituto Nacional Indigenista de Durango. Este evento se realizó en abril del 2000 en la comunidad de Santa María de Ocotán del municipio de El Mezquital, que es considerada uno de los centros ceremoniales tepehuanos más importantes del sur de la sierra de Durango.

Contra la costumbre de congregar a los especialistas partici-pantes en un recinto universitario, los antropólogos, historiado-res y arqueólogos que asistieron a dicho simposio se reunieron en el Salón de Juntas en el que los tepehuanos realizan sus reuniones comunitarias. Y en vez de la tradicional audiencia formada por académicos y estudiantes, los ponentes expusieron sus aportes ante los invitados especiales: las autoridades tradicionales y los habitantes de Santa María de Ocotán, incluidas las mujeres y los niños; es decir, ante una audiencia directamente involucrada con los espacios geográficos y el pasado cultural estudiados. El et-nólogo José Guadalupe Sánchez Olmedo asistió como invitado de honor, en reconocimiento a su pionera labor en el rescate del patrimonio cultural e histórico de esta región serrana.

Los especialistas que atendieron a la convocatoria del Simpo-sio fueron Clara Bargelini (Italia), Chantal Cramaussel, Jean-Fran-cois Genotte, Denis Lemaistre y Christophe Guidicelli (Francia), Fernando Berrojalviz (España), Marie Areti Hers (Bélgica), Yos-hiyuki Tsukada (Japón), Sara Ortelli (Argentina) y Susan Deeds (Estados Unidos). De México participaron Salvador Álvarez, José Refugio de la Torre, Carlos Manuel Guerrero, Patricia Fernández de Castro, Antonio Reyes, Neyra Alvarado, Miguel Vallebueno, Mauricio Yen, Luis Carlos Quiñónez y Gloria Cano.

Los trabajos que ellos expusieron, están agrupados en el libro por disciplinas afines en tres secciones: arqueología, historia y an-tropología, y desde perspectivas teóricas específicas, nos presen-tan estudios de gran importancia para comprender la historia y

1 cramaussel es profesora

investigadora del centro de estudios

Históricos de el colegio de Michoacán.

tiene varios estudios sobre la nueva

vizcaya, entre los que destaca su

tesis de doctorado presentada, en

1997 en la école des Hautes études

en sciencies sociales de París, y

traducida al español en el 2006 con el

título: Poblar la frontera. La provincia

de Santa Bárbara en la Nueva Vizcaya

durante los siglos XVI y XVII.

2 ortelli realizó sus estudios de

posgrado en el colegio de México,

y su tesis doctoral, presentada en

el 2003, fue publicada por dicha

institución en el 2007, con el título

Trama de una guerra conveniente.

Nueva Vizcaya y la sombra de los

apaches (1748-1790).

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la cultura de los pobladores de la Sierra Tepehuana de Durango. El recuento de sucesos, de obras escritas, de actores y de sentidos del pasado que nos ofrece este libro, tiene la particularidad de aportar una visión crítica en torno al conocimiento dominante del pasado. La mayoría de los investigadores lamenta la ausencia de trabajos serios sobre esta región, pues los que existen no están fun-damentados en datos empíricos y/o en información de fuentes primarias como son los archivos para el caso de los historiadores. Es por ello que en sus ensayos estos especialistas buscan despejar al pasado de la carga de los mitos y de las interpretaciones que, con pretensiones de verdad, han permeado por mucho tiempo el discurso académico y consecuentemente el del vox populi.

De manera tal que este libro ofrece más un estado de la cues-tión que una panorámica histórica global de esta región. En este sentido, el corpus de esta obra no logra cubrir un vacío real de conocimiento, empero, logra abrir un espacio real al diálogo entre diferentes disciplinas de las Ciencias Sociales, que dicho sea de paso son aún incipientes en Durango. Este libro tiene a su vez la virtud de que, con la intención de regresar a los tepehuanos los resultados de las investigaciones presentadas en el mencionado Simposio, el libro fue entregado a las autoridades y a la comuni-dad de Santa María de Ocotán en septiembre del 2007.

reFleXIones arQueológIcas: éPoca PreHIsPánIca

Varias de las investigaciones presentadas en esta sección for-man parte del Proyecto Hervideros, financiado por CONACYT e impulsado por Marie Areti Hers, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Un punto en el que los autores parecen coincidir, es que Durango ha sido uno de los es-tados menos trabajados o marginados en la investigación arqueo-lógica. De igual modo, señalan los autores, buena parte de las investigaciones realizadas lejos de mostrar la realidad, han ten-dido a opacarla y, en algunos casos, a favorecer imaginarios en los que prevalece una visión histórica etnocéntrica y dominante sobre las culturas que habitaron esta región. Como señala Berro-jalbiz, se han impuesto valores de la sociedad actual para mirar las culturas del pasado, con un “culto a la monumentalidad y a la complejidad técnica”, menospreciando a estas culturas porque

sus integrantes eran cazadores-recolectores o agricultores ante-riores a los mesoamericanos.

La primera apreciación que salta a la vista en el acercamiento de los arqueólogos es la constatación de que ésta ha sido una zona afectada por un proceso sistemático de saqueos, dejando en situa-ción crítica a muchas de las zonas arqueológicas. Esto ha vuelto más compleja la tarea de estos especialistas para el estudio de las formas arquitectónicas originales, así como para la recuperación de cultura material, hoy prácticamente desaparecida o destruida. De modo tal que, de algún modo, la arqueología en la zona puede ser denominada como “arqueología de rescate”, término acuñado para definir el trabajo arqueológico que recupera, protege y con-serva los restos arqueológicos amenazados.

Marie Areti Hers en su trabajo La sierra tepehuana: imágenes y discordancias sobre su pasado prehispánico, resalta la importancia del sitio Loma de San Gabriel, centro cultural chalchihuiteco nacido de la migración desde el sur, en el cual se encontraron, para el 600 de esta era, rasgos culturales que mostraban una cultura distinta a la de chalchihuites. Si bien este hallazgo no indica la existen-cia de algún sitio anterior a la presencia mesoamericana, muestra la existencia de grupos que sirvieron como freno a la expansión mesoamericana y que a su vez mediaron la introducción de la agricultura del sureste de los Estados Unidos.

Entre estos rasgos culturales Areti destaca el arte rupestre, grabados y pinturas, hallados en Coscomate, con motivos como el guerrero mesoamericano con su escudo circular y sus dardos, y el flautista Kokopelli ligado a las culturas del sureste de los Es-tados Unidos. De igual modo distingue que sus habitantes, a di-ferencia de los chalchihuiteños, no contaban con unidades habi-tacionales relativamente autónomas, sino con cuartos alineados que se abrían directamente sobre la calle, a un espacio abierto a toda la comunidad, del mismo modo que sus construcciones no contaban con estructuras defensivas.

Areti distingue la fase Tunal Calera (900/1000-1250) como una época de grandes cambios en las regiones circunvecinas de nor-te, sur y oeste, y se distinguen elementos del norte, de la cultura Anazasi, el fenómeno Chaco y los cliff dwelings o casas en acanti-lados, asociados erróneamente a los pigmeos. Es característica de esta fase los flujos de chichomoztoquenses o toltecas-chichimecas

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que se instalan posteriormente en el centro del país, pertenecien-do a estos últimos los purépechas norteños que regresan a tierra michoacana y los toltecas chichimecas que fundan Tula. Esta con-tracción al sur, dejó a Durango como un reducto aislado respecto a la cultura mesoamericana. Al final de la fase Tunal-Calera se se-paran los destinos de las poblaciones de los valles orientales y de los asentamientos de la sierra adentro, marcado para los primeros por una ruptura con Mesoamérica y por la llegada de pueblos del norte, antepasados de los tepehuanos, y para los segundos por una continuidad de unos 1,000 años desde el siglo VI hasta la lle-gada de los españoles, que Punzo atribuye a los antepasados de los xiximes, ocupantes de la región en el siglo XVI.

Yoshiyuko Tsukada, nos presenta un estudio comparativo entre dos sitios tradicionalmente referidos en la literatura como chalchihuiteños: el Cañón de Molino y Hervideros. El Cañón de Molino posee diversos sitios densamente poblados, que abarcan un área superior a 30 hectáreas, entre los que destacan el sitio Mesa de los Indios y el Cementerio de los Indios. Estos sitios si-guen un patrón de asentamiento basado en los recursos de la zona semi-árida, agua y tierras de cultivo, su organización interna está orientada al control visual y estratégico para protegerse de las amenazas de las fuerzas hostiles, tanto naturales como sociales.

En Hervideros, Tzukada, encuentra que su orientación arqui-tectónica parece tener una finalidad distinta, pues no parece ha-ber restricciones al sitio, como la construcción defensiva de las murallas de Molino. A partir del reconocimiento de su inicio en Hervideros en el 675 d.c., este autor plantea que el inicio de la cul-tura Chalchihuite en el noroeste de Durango puede ser ubicada en más o menos el 600 d.c., creciendo su población constantemen-te por un período de 300 años, hasta alrededor del 900 d.c. Sin embargo, tanto Hervideros como la Mesa de los Indios se aban-donaron alrededor del 1000 y 1100 d.c., habiendo sido ocupados por los chalchihuitecos (aunque en menor número) sitios como el Cementerio de los Indios, La Tutuveida y el Olote. Sin embargo, destaca que estos sitios pudieron haber sido reocupados por los “tepehuanos históricos”, pero que esta ocupación es posterior a los cambios ocurridos en estos sitios.

José Luis Punzo Díaz, señala la presencia de grupos mesoame-ricanos en el centro norte de Durango, desde el 600 d.c., durante

la fase Ayala-Las Joyas, expansión que para el autor dura alrede-dor de 600 años en los valles y 1,000 en lo alto de la Sierra Madre. En el sitio de estudio se encuentran grandes asentamientos con alta densidad de restos arquitectónicos y materiales, que se ubi-can en amplios cordones usados como tierra de cultivo.

Punzo distingue tres sitios de arte rupestre, siendo el sitio Pie-dra de Amolar el más importante. En la Fase Cocedores, que el autor ubica entre el 1000 y 1600, se encontraron elementos que revelan una nueva oleada del norte. Este sitio se caracteriza por la construcción de casas en acantilado y la aparición de urnas fu-nerarias llamadas cocedores. Resalta como el sitio más caracte-rístico la Cueva de los Olotes, que es una casa en acantilado con una estructura semicircular de 1.20 m de altura, con una puerta cuadrada adosada al muro del abrigo. En esta fase se encuentran también los sitios de Cueva Larga, Cueva de Pueblo Nuevo y Ce-rro Blanco, el Cerro de los Indios (al que le atribuye relación con la expansión de Aztatlán de la costa) y el Cerro de los Fortines.

Otra fase analizada por Punzo es la Xixime del postclásico me-dio y tardío, en la que destaca la presencia de rancherías abiertas, sitios con reducidas proporciones, pertenecientes tal vez a fami-lias nucleares. Un sitio que menciona es Boca del Potrero, con una terraza y dos estructuras, construidas con lajas de piedra, que pertenecía a agricultores que aprovechaban los recursos locales y que se encontraban en contacto con habitantes de regiones ale-jadas. Reconoce la existencia de sitios integradores, entre los que señala el de las Adjuntas 3, en el que se encuentra un juego de pelota y estructuras no habitacionales. Otros sitios, denominados santuarios, constan de una o dos estructuras circulares de diver-sos tamaños y están ubicados en las partes más altas y alejadas de las tierras de cultivo y de los recursos de agua permanente.

Punzo muestra, como los anteriores autores citados, la presen-cia de elementos culturales provenientes del norte, tales como los cuadriláteros y la presencia del Kokopelli. Reconoce la llegada de los tepehuanes a los valles, procedentes del noroeste desde el si-glo XIII y señala que a partir de este reacomodo se consolidan los xiximes con quienes se enfrentaron los españoles a su llegada.

Fernando Berrojalviz, desarrolla un estudio sobre el valle del alto río Ramos, cuyos sitios parecen marcar diferencias respecto a la cultura chalchihuites. Estos están ubicados en lomeríos sin

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gran ventaja para defensa ni visibilidad, sin corriente de agua permanente, aunque en algunos casos con manantiales cerca-nos, y no cerca de las mejores tierras de cultivo irrigables, pero sí de temporal, mostrando así un tipo de agricultura diferente a la mesoamericana.

Los asentamientos no se agrupaban en patios, ni tenían un lu-gar central, sino que se caracterizaban por su forma alargada, estre-cha y dispersa. En los sitios no se revela la presencia de terrazas ni indicios de transformación del terreno, pareciendo que los materia-les para construcción fueron perecederos, aunque las habitaciones pudieron haber tenido cimientos de piedra. El autor localiza diver-sos sitios que corresponderían a los tepehuanes, entre los que se encuentran el de Divisadero 2, el RAM-2, el Ato-20 y el Alamillo.

Analizando los datos históricos, Berrojalviz encuentra des-cripciones que confirman que los habitantes de la región vivieron en pequeñas rancherías, en grupos de treinta a cien, en casas de madera, piedra y barro. Se caracterizaban por el uso de instru-mentos de piedra, fundamentalmente de riolita, pero con ausen-cia o escasez de instrumentos de molienda, pulidos y de obsidia-na, mostrando como poco usual las cadenas operativas propias de los chalchihuiteños.

Entre sus hallazgos arqueológicos destaca la localización en la cima más alta del sitio Divisadero 2, de un cementerio con siete enterramientos simples en su construcción y un ordenamiento en forma de líneas en dirección noroeste-sureste o este-oeste. Entre otros aspectos encontró en ellos el uso de tierra de color rojo so-bre varios huesos, en algunos casos ceniza fina, y fragmentos de huesos quemados.

Berrojalviz encuentra la reutilización de objetos chalchihuite-ños, tales como las esculturas de piedra y materiales cerámicos, lo que le permite afirmar que los tepehuanes parecen haber reuti-lizado los sitios chalchihuites como espacios sagrados, dándoles un significado propio en función de sus ideas religiosas o por lo menos sus ideas de muerte.

reFleXIones HIstórIcas: éPoca colonIal

Los trabajos de carácter histórico son los más numerosos en esta obra y en su gran mayoría contienen muy útiles recursos

cartográficos y estadísticos, ilustrativos de los temas y los argu-mentos que abordan. Todas las investigaciones tienen un enfo-que crítico y están centradas en los asentamientos y movimien-tos poblacionales, con lo cual cumplen con lo propuesto en el título del libro.

A partir de una revisión a la historiografía sobre la Sierra Te-pehuana, los historiadores encuentran que las investigaciones se han centrado en la época colonial, particularmente en el período de la rebelión tepehuana, y en el norte de la sierra.3 Argumentan la falta de aportes nuevos en los trabajos consultados ya que la mayoría reproduce la interpretación de la documentación colo-nial sin llevar a cabo una crítica de las fuentes, siendo ésta una importante cuestión metodológica en la que estos investigadores ponen especial énfasis. Es por ello que, en buena medida, su vi-sión crítica de la historia hegemónica orientó sus investigaciones hacia los mismos temas y períodos tratados por la historiografía tradicional: la época colonial, desde la llegada de los españoles a la región serrana hasta finales del siglo XVIII,4 y la rebelión tepe-huana junto con las misiones religiosas que se establecieron en la región.

Excepciones de estas recurrencias temáticas son: el trabajo de Clara Bargellini que con su experiencia en la historia del arte ana-liza las características arquitectónicas y ornamentales de la iglesia de Santa María de Ocotán, relacionándolas con la historia y la cultura religiosa de esta comunidad y de otras regiones del país; el trabajo de Miguel Vallebueno que, desde la historia económica, ofrece un panorama general de la minería serrana y los factores demográficos, políticos y económicos que a lo largo de la época colonial influyeron en su comportamiento, destacando el gran auge del distrito minero de Guarizamey al finalizar el siglo XVIII; y el trabajo de Luis Carlos Quiñónes quien explora la demografía histórica a través de los registros matrimoniales de las comunida-des tepehuanas asentadas en la jurisdicción de El Mezquital, con el fin de determinar las tendencias endogámicas y exogámicas en las uniones matrimoniales, registrados en el siglo XVII por los franciscanos. Este investigador concluye que la endogamia era la norma entre los tepehuanos establecidos en las misiones, pero te-nían una movilidad geográfica importante hacia las localidades periféricas a la ciudad de Durango.

3 los estudios antropológicos de

sánchez olmedo enfocados en la zona

sur de la sierra serían la excepción de

esta tendencia historiográfica.

4 los tres trabajos referentes al

siglo XIX y XX que se presentaron en

el simposio, por razones imputables a

los autores, no fueron entregados con

oportunidad para la edición del libro.

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Desde la perspectiva de la geografía histórica, Salvador Álva-rez en un extenso y crítico trabajo, rico en cartografía, que lleva por título De zacatecos y tepehuanes. Dos dilatadas parcialidades de chichimecas norteños, aborda la gran movilidad geográfica de los habitantes norteños relacionándola con la enorme extensión que ocuparon las poblaciones de lengua o´dame o tepehuana, así como con sus amplias relaciones culturales con otros grupos que habi-taban la región de las barrancas. A partir de un análisis de docu-mentos coloniales, este historiador insiste en señalar cómo los en-casillamientos y significados de la palabra “chichimecas” ocultan a una variedad de sociedades y culturas. Más aún, él muestra y critica que los especialistas contemporáneos reproducen todavía esta engañosa división entre los grupos norteños considerados como “plenamente agrícolas” y por lo tanto “sedentarios”, rela-cionándolos con las culturas del centro de Mesoamérica, y, en un grupo aparte con el término de chichimecas colocan al resto de los pobladores encasillándolos dentro de la categoría de “cazadores-recolectores” y esencialmente “nómadas”. En opinión del autor, esta palabra de origen y significado inciertos era ya usada antes de la llegada de los españoles, para designar a los habitantes de las regiones norteñas. Su significado despectivo fue dado por los conquistadores al considerar a estos pobladores inferiores a los aztecas, por su forma montaraz de vida, sin grandes construccio-nes ni estructuras de poder centralizadas.

Al analizar las interacciones y la continuidad de las relaciones culturales entre los “inmigrantes mesoamericanos” y los pobla-dores norteños autóctonos, Álvarez demuestra cuán frágil es esta tajante y excluyente división teórica. De más difícil explicación son para él todavía, lo extensas que llegaron a ser las geografías culturales de los tepehuanes y los zacatecos, importante línea abierta a futuras investigaciones.

Un análisis detallado del discurso español acerca de las gue-rras indias es objeto de estudio de Chantal Cramaussel, Christo-phe Guidicelli y Sara Ortelli, quienes buscan entender y explicar el sentido real de los términos usados en la época colonial, tales como rebelión, alzamiento, levantamiento o sublevación, entre otros. Los dos primeros investigadores citados centran su explo-ración en la rebelión tepehuana de 1616. Cramaussel, coincidien-do con Ortelli, encuentra que el sentido de la palabra rebelión

es muy vago en la documentación colonial, y se calificaba de re-beldía a cualquier acto de desobediencia de los indios, como no acudir al trabajo obligatorio en las haciendas de los españoles, o de sublevación a los que abandonaban una reducción misional para volver a sus pueblos de origen. La laxitud de estos térmi-nos para Cramaussel tiene que ver con la poca precisión de los documentos coloniales respecto a la temporalidad y la extensión geográfica de las rebeliones, como la de 1616. Ella plantea que esta sublevación tuvo un fuerte impacto en la colonización del norte y cómo esta sublevación fue usada como pretexto por los colonos para la captura de esclavos que en ese tiempo era una de las actividades más lucrativas. Las causas atribuidas a esta re-belión tampoco son claras en la documentación española (como lo señala también Deeds en su trabajo). Cramaussel opina que la pérdida del control de su territorio, por parte de los tepehuanos, debe haber jugado un papel fundamental, mientras que Guidicelli opina que el trabajo forzado, la esclavitud, la imposición de una religión y de costumbres extrañas, son motivos más que suficien-tes para provocar el rechazo a los colonizadores por parte de los indígenas. Para Cramaussel esta explicación es un tanto simplista y, en un intento de dar una inteligibilidad a los sucesos dentro del marco de la historia cristiana, propia de la época, arguye que para los españoles toda rebelión tenía un carácter religioso y, en tanto que ellos se consideraban portadores de la palabra de Dios, señalaban que el verdadero instigador de las rebeliones indígenas era el Diablo (Deeds expone en el contexto de su trabajo el caso de una mujer que supuestamente hace un pacto con el diablo, encontrado en los archivos de la Inquisición). Por ello, concluye Cramaussel, la documentación sobre las rebeliones es una fuente de información muy pobre para comprender la colonización es-pañola o las sociedades indígenas. Guidicelli, con una perspecti-va más filosófica, concluye también que los conceptos utilizados en estas fuentes impiden analizar la complejidad de los sucesos, debido a su “fragmentación hermenéutica”.

El trabajo de Ortelli retoma la rebelión tepehuana de 1616 como parte de una exploración más amplia, en términos de tiem-po y espacio, y está más enfocado en los impactos del alto grado de movilidad geográfica de los habitantes indígenas, de pueblos y misiones, particularmente tepehuanos, tarahumaras y apaches,

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en la implantación del sistema colonial. Coincide con Álvarez respecto a que los diferentes grupos, serranos y de las llanuras, “nómadas” o “sedentarios”, pacíficos o de guerra, agricultores o cazadores-recolectores, no estaban aislados en compartimentos estancos como lo plantea la interpretación tradicional, sino que por el contrario estos grupos mantenían frecuentes relaciones de intercambio, a pesar de los reacomodos y las transformaciones de la presencia española. Un aporte interesante es su crítica al término genérico “apaches”, más frecuentemente usado en los documentos del siglo XVIII, en el cual encuentra solapados a una variedad de grupos heterogéneos, conformados por tarahumaras, tepehuanes, mestizos, negros, mulatos, “gente de castas” y hasta españoles, señalados en la documentación como los verdaderos responsables de las incursiones de esa época.

Susan Deeds, basándose en la documentación de los archivos parroquiales, judiciales y en el Fondo de la Inquisición, anali-za a los tepehuanes de Durango y del sur de Chihuahua, y sus vínculos con las misiones jesuitas, a las cuales los oficiales reales calificaban como opulentas haciendas. Cuestiona la visión tradi-cional que presenta a las misiones como comunidades cerradas y disciplinadas, creadas en condiciones adversas por heroicos pa-dres mártires de la fe católica. Así mismo, destaca la diversidad de sus relaciones económicas, culturales y étnicas, tanto en su interior como hacia el exterior, propiciadas por lo que ella llama sus “fronteras porosas y fluidas”. Menciona cómo las misiones sirvieron a los intereses de los españoles al congregar poblaciones útiles para la demanda laboral, y cómo la población indígena a su vez desarrolló una gran habilidad para abrirse espacios dónde conservar sus costumbres y sacar de ellas provecho en tiempos de hambre, de epidemias o para protegerse de sus enemigos. Deeds sostiene que las transformaciones ocurridas a lo largo de la co-lonia no erradicaron todos los vestigios de la cultura tepehuana, pues todavía en el siglo XIX se les calificaba como “indómitos y rebeldes a toda buena dirección”, lo cual habla de una resistencia continua, a pesar de los cambios.

Jean-Francois Genote, narra con detalle la llegada de las pri-meras misiones jesuitas a la región norteña de la sierra formada por las cuencas del los ríos Santiago, Tepehuanes, Ramos y Za-pe-Sextín, conocida como los valles orientales de Durango, y la

evangelización de los tepehuanes en los años de 1596 a 1604 que dio origen a los primeros pueblos de misión. El autor concluye que en menos de 10 años estos religiosos recorrieron gran parte de esa zona, fundando las misiones de Papasquiaro, Santa Catalina y El Zape y una variedad de pueblos evangelizados y de pequeñas poblaciones esparcidas en zonas de difícil acceso. Para principios del siglo XVII los asentamientos a su cargo sumaban alrededor de 25, con cerca de 2,000 habitantes indígenas. Entre los factores que contribuyeron a esto que él llama gran éxito, menciona la curiosi-dad de los indígenas por los cantos, los instrumentos musicales, la indumentaria y los ornamentos del ritual católico, así como a la presencia de otros indígenas ya cristianizados (tarascos y mexica-nos) y la conversión de caciques reconocidos. Admite sin embargo que este éxito culminó en 1616, con la rebelión de los tepehuanes en esa zona.

José R. de la Torre, narra los primeros contactos entre los reli-giosos de la orden de San Francisco con los habitantes tepehuanes de la parte sur de la sierra, a finales del siglo XVI. La expansión de estos religiosos, es explicada por este autor en cuatro etapas de crecimiento, alentadas por procesos distintos. Estudia el mo-delo religioso-administrativo que ellos implantaron para agrupar a los pueblos dispersos en torno a conventos-cabeceras que con el tiempo fueron reconocidos como puntos de entrada a la Sie-rra Tepehuana, similar al modelo jesuita. Narra cómo el modelo franciscano funcionó hasta la secularización de las doctrinas re-ligiosas, a mediados del siglo XVIII, y su debacle en la siguiente centuria, con el decreto de 1859 sobre la supresión de las órdenes monásticas promulgado por el gobierno de Juárez.

reFleXIones antroPológIcas: la actualIdad

Carlos Manuel Guerrero Durán, describe las dificultades y es-fuerzos educativos y de conservación de la lengua en la Sierra Te-pehuana, abriéndose las primeras escuelas entre 1939 y 1940, con un internado en Santa María de Ocotán y otro en Xoxonotle. Estos esfuerzos educativos quedaron frustrados tras el ataque a las es-cuelas y a sus docentes por parte de los cristeros. Posterior a ello el autor enumera la apertura de diversos espacios educativos: en 1956, la escuela en los Charcos, Mezquital, que atendía sólo a los

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hijos de un aserradero; estudios fonéticos de la lengua, desarro-llados en 1954 por el Instituto Lingüístico de Verano, continuados por el lingüista Willet; en 1963 se construye la primera escuela primaria pública en Xoconoxtle; en 1970 el Plan Huicot, impul-sado por Echeverría, dio lugar a la construcción de veintiséis aulas escolares, tres escuelas-albergues para niños tepehuanes y huicholes; en 1977 se abre el centro Coordinador Indigenista, en Santa María Ocotán. Si bien a este esfuerzo se fueron sumando nuevos albergues y escuelas primarias, de preescolar, de educa-ción inicial, de educación de adultos y de capacitación a padres de familia, en nutrición, higiene y cuidados del recién nacido, el autor cuestiona que la atención educativa no parece haber sido desarrollada de forma articulada entre las instancias encargadas. Sin embargo, destaca como logros el desarrollo de la capacitación de maestros en lengua escrita, la investigación de la lengua y la producción de textos, de material didáctico, la definición de un alfabeto basado en el trabajo de Willet, libros de texto tepehuanos en 1995 y el diccionario bilingüe tepehuán español en 1997.

En un trabajo más etnográfico, Antonio Reyes nos permite adentrarnos en el complejo Sistema de Cargos entre los tepehua-nes del sur y el papel que en éste juegan los danzantes y los jine-tes ancestros portadores de lluvia. Reyes devela la organización y jerarquías presentes en los grupos de danzantes, entre los que destaca un jefe supremo, el Cristo de la Iglesia, quien expresa su voluntad a través de los sueños de los jefes de la danza, que representan al viejo de la danza, el jaok. Señala la existencia de dos jaok, el jefe viejo, portando una máscara de madera, montado en un bastón de otate, conocido como caballo del diablo, quien efectúa bromas a los danzantes tratando de desviarlos de sus co-reografías así como a los espectadores, y el jaok joven, sólo porta una máscara de plástico. Los efectivos de la danza son ocho, dis-tribuidos en dos filas paralelas encabezadas por dos danzantes expertos, conocidos como Malinche a la derecha, y Monarca a la izquierda. Junto con ellos están los músicos, un guitarrista y un violinista. Son cargos vitalicios y cualquier hombre puede desem-peñarlos, salvo si existen prohibiciones para ello.

Al referirse a los Caballeros del Señor Santiago, Reyes señala que son jinetes voluntarios que danzan en la fiesta de San Juan, el 24 de junio y en la fiesta del Señor de Santiago el 25 de julio.

Estos jinetes montan corceles llevados por cuatro mayordomos. La función de esta danza está ligada al inicio de la temporada de lluvias y la ingesta ritual del guachicol (mezcal). Reyes des-taca la asociación existente entre el agua y el mezcal, la cual nos muestra a partir del relato de un capitán del gobierno de Santa María: “si sueñas con borrachos o mezcal, es que viene la lluvia y es bueno soñar con eso”. Del mismo modo se describe la carrera de los caballeros, ligada a los ciclos agrícolas, representando con este juego el triunfo sobre el gallo sol que asegura su temporal de lluvias.

Denis Lemaistre, presentan una comparación de las estructu-ras rituales y cognoscitivas de los tepehuanos del sur y huicholes. Sustentada en una concepción de los rituales que evolucionan y se transforman, más que algo fijo, la autora recupera el carácter histórico del ritual, como un reto permanente de la adaptación del grupo. Según ella ambos grupos coinciden al afirmar que los antepasados les enseñaron un camino de vida, la wixarika en huichol o la costumbre “yeiyarii (con un significado ligado al ser como en el de caminar).

A pesar de que la lengua de tepehuanos del sur y huicholes provienen del mismo tronco uto-azteca, la o’dam está ligada a la pima y la huichol a la “cora-chol”. Históricamente se han iden-tificado pocos contactos entre ellos, siendo estos muy recientes, entre los que destacan la epopeya agrarista de Manuel Lozada y medio siglo después la insurrección cristera. A pesar de estas distancias, lingúisticas e históricas, Lemaistre señala, consideran-do al territorio como un espacio mitológico, que ambos pueblos comparten por lo menos un cerro sagrado, el Cerro Gordo, espa-cio de oración y de ofrendas de ambos grupos.

Del mismo modo, ambos grupos comparten el concepto de mitote que, para ambos grupos, tiene por función “pedir por la vida”, asegurar la continuidad de la vida y de la comida y lo-grar cabalmente la posición equilibrada del ser humano dentro del universo. Si bien estos rituales no se relacionan con la guerra, conservan un sentido político mediante símbolos que expresan a su vez una profunda reflexión y cuestionamiento de problemas políticos y religiosos de tiempos pasados y actuales.

Finalmente, en el texto Los tepehuanes en el mundo mexicanero de Neyra Alvarado, expone el lugar que ocupan los tepehuanes

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en la concepción mexicanera, grupos que comparten el territorio de San Pedro Jícoras. Distinguiendo a los tepehuanos de la sierra, nombrados “poblanos”, de los tepehuanos miembros de la comu-nidad, la autora plantea que, si bien se han dado matrimonios y estatus de comuneros a tepehuanos, autorizados por la asamblea, en esta comunidad se marcan diferencias entre ambos grupos.

En el orden político, el espacio comunitario se relaciona his-tóricamente con los títulos primordiales otorgados en la época colonial y con la fundación de los pueblos. La autora destaca que existe una interrelación entre la organización social de las autori-dades de la comunidad, estando los cargos civiles ligados al mun-do mestizo y los religiosos, los mayordomos y las “costumbres” a los indígenas. Las costumbres, definidas estas últimas como mitotes, son asumidas por los mexicaneros y permiten establecer las diferencias entre comunitarios y miembros de los distintos li-najes. Sin embargo, la autora señala que su papel es más complejo que la conservación de límites territoriales, pues está relacionado con el lugar que los mexicaneros ocupan en su propia concepción de mundo.

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El Consejo Editorial de la Revista Transición del Instituto de Investigaciones

Históricas de la Universidad Juárez del Estado de Durango solicita

manuscritos sobre los distintos periodos de la historia de la región

centro-norte de México; reseñas de las publicaciones recientes que sean

de importancia para los historiadores y los lectores de la región, y ensayos

escritos por especialistas en otras disciplinas siempre y cuando traten

sobre la historia ya referida.

colaBora en transIcIón

Se requiere que los trabajos académicos sean producto de investigaciones origina-les y que incluyan fuentes primarias. Los manuscritos deben ser trabajos inéditos escritos en español. Transición también acepta trabajos previamente revisados por otros especialistas; los que deben en-viarse acompañados de la comprobación documental con los dictámenes emitidos por ellos.

Toda correspondencia y colaboracio-nes enviarse a la siguiente dirección:

Revista Transición:Instituto de Investigaciones HistóricasUniversidad Juárez del Estado de DurangoTorre de Investigación2do. piso, Boulevard del Guadiana 501Ciudad UniversitariaCP 34120Durango, Durango, MéxicoTel y fax. 01-618-827-12-41

Con atención a:Dr. Luis Carlos Quiñones HernándezDirector de la Revista Transició[email protected]

Características de las colaboraciones:1. Los autores deben enviar un manuscri-

to y un CD con el artículo en Microsoft Word o un programa compatible, ad-juntando las ilustraciones, mapas, y/o cuadros relacionados con sus artículos.

De los investigadores de instituciones foráneas se po-drán recibir sus artículos vía correo electrónico.

2. La extensión de cada manuscrito no excederá las 40 páginas escritas a doble espacio incluyendo las no-tas a pie de página con letra Times New Roman de 12 puntos. Es condición necesaria la inclusión de su curriculum vitae en el envío de su manuscrito.

3. Los manuscritos deben estar mecanografiados o im-presos por una sola cara en papel de tamaño carta con márgenes de 3 cm en ambos lados. Se recomienda el uso del mismo tipo de letra tanto para el texto como para las notas a pie de página.

4. Las notas a pie de página deben estar enumeradas en orden y a doble espacio. Al final del trabajo incluya la bibliografía consultada.

5. Sírvase incluir el nombre completo de todos los indi-viduos cuando los cite por primera vez en el texto o en las notas a pie de página.

6. Las palabras escritas en otros idiomas deben ir en cur-siva cada vez que se citen, incluyendo su traducción en el texto o en una nota a pie de página.

7. Las citas originales en inglés (u otro idioma) deben ser traducidas al español, toda vez que el artículo se soli-cita en este idioma. Si se desea incluir el texto escrito en su idioma original, se puede insertar en una nota a pie de página.

8. En Transición se trata de disuadir el uso de la primera persona del singular y del plural (“yo” y “nosotros”) tanto en el texto como en las notas a pie de la página. La forma reflexiva es un buen sustituto de la primera persona.

9. Para la utilización de las notas a pie de página sírva-se consultar el Chicago Manual of Style, 14ta edición, y Webster’s New World Dictionary, 3ra edición.

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