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La verdad sobre la esclavitud en AméricaEspaña ilustró a los indios, que los elevó de condición, que los consideró tan humanos como los propios españoles y que nos mezclamos con ellos, es irrebatible. España prolongó en América las costumbres de la Reconquista, edificó como en ella, evangelizó como en ella
Fernando Paz
Miércoles, 26. Agosto 2015 - 11:20
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Regresan de forma cíclica y cansina las falacias sobre el horror de la conquista
española en América, a veces sustentada en torpes peticiones de perdón
repletas de soberbia, entre otras cosas porque no hay nada más soberbio que
pedir perdón por el supuesto pecado del otro.
Quien pide perdón, además, o cae en el anacronismo, es decir, enjuicia con
criterios de su tiempo a personas de otro tiempo, que no participaban de ellos;
o bien participa de la idea de que la conciencia ética de nuestro tiempo le
capacita para enjuiciar desde su Olimpo moral las acciones de los hombres en
cualquier otro tiempo.
Más probable parece que sean las dos cosas, puesto que enjuiciar moralmente
otra época exige haber desarrollado la conciencia de que la de uno lo amerita.
Sería, por eso, ineludible plantearse tal cuestión como primera providencia:
¿está cierto el peticionario de ese perdón de que nuestra moralidad es superior
a la de aquellos hombres, en este caso los de los siglos XVI ó XVII, pongamos
por caso? ¿está seguro de que los supuestos morales que sustentan un tiempo
en el que se han producido dos guerras mundiales con casi un centenar de
millones de muertos, un comunismo que lo rebasa con largueza o más de mil
millones de abortos son los más adecuados para proclamarse los severos jueces
de todo hombre en todo tiempo?
Durante la mayor parte de la historia humana, la guerra ha sido una actividad
que con frecuencia concluía con la esclavización de los derrotados, y esto siguió
siendo así tras la cristianización: a partir de entonces se justificaba la
esclavización de los derrotados a condición de que estos no fuesen cristianos.
La esclavitud siguió existiendo como una institución civilmente consagrada e
incluso avalada por la Iglesia.
Esto no debe inducir a escándalo alguno, pues la esclavitud era una propia de
ese tiempo y la Iglesia tiene también un aspecto de sujeción al tiempo. Los
papas, las órdenes religiosas y los monasterios tenían esclavos, y aunque los
jesuitas (no todos) se oponían a esclavizar a los indios en América, tenían miles
de esclavos negros para trabajar en sus ingenios y estancias. Sólo en la
plantación de Santa Cruz Acalpixca había doscientos negros esclavizados para
trabajar las tierras.
La esclavitud existente en América tomó forma en la medida en que la Iglesia lo
permitía; y, de hecho, las poblaciones de esclavos allí eran siempre de negros,
no de indios, porque eso era lo que prescribía la Iglesia. Pero convendría, con
todo, que conociésemos cuál era el régimen jurídico real de los esclavos en las
colonias hispanas.
(Eso no quita para que hubiese voces en América contra la esclavitud de los
negros, como la de Montúfar o la de Domingo de Soto. En algún caso, como el
de Bartolomé Frías de Albornoz su obra fue proscrita porque cuestionaba el
derecho mismo de hacer esclavos; la obra fue proscrita por....la Inquisición.).
No sería sino hasta el siglo XVII, y más enfáticamente en el XVIII, cuando la
Iglesia se manifestaría de modo más rotundo contra la esclavitud. Pero es
hecho innegable -y todos los autores lo conceden de mejor o peor gana- que, de
no haber sido por la entrada de los noreuropeos en el negocio del tráfico en el
XVII, la Iglesia católica hubiera acabado con la esclavitud en ese mismo siglo
XVII. (Por cierto, y para ser justos, hay que decir que algunos filósofos, como
Bodino, ya propugnaban la abolición a fines de la centuria anterior).
Por lo tanto, había eclesiásticos a un lado y al otro, como había autoridades
civiles en la misma situación; era el tiempo histórico. Pero la Iglesia justificó la
esclavitud durante largos siglos y desde el principio. Lo cual es lógico salvo que
se juzguen situaciones del pasado con criterios actuales, monstruosidad que no
me voy a ocupar en pormenorizar porque, como escribió el eminente historiador
Trevor Roper “Cada época tiene su propio contexto social, su propio clima, y lo
da por sentado... Desdeñarlo, empleando términos como “racional”,
“supersticioso”, “progresista”, “reaccionario”, como si solo fuese racional lo que
obedece a nuestras reglas de razonamiento, y sólo fuese progresivo lo que
apunta hacia nosotros, es peor que una equivocación; es una vulgaridad”.
Pues eso.
Dicho lo cual: la actitud de España difiere del resto de colonizaciones
enormemente. España, de hecho, no colonizó propiamente (al modo que se
hacía entonces, de factoría, apenas penetrando en el territorio y
desentendiéndose de todo lo que no fuera comercio) sino que se transportó a
América como un todo. Con sus virtudes y con sus defectos.
Lo cual viene atestiguado por las iglesias y catedrales, por las universidades,
por las ciudades que construimos y por los cientos de millones de indios y
mestizos que hoy existen en América (del centro y del sur, ni que decir tiene).
Ni en la India ni en Africa hay mestizos.
Ni en la India ni en África hay universidades coloniales (y menos en las que
pudieran estudiar los nativos).
Ni en la India ni en África tienen por idioma materno el inglés.
Ni en la India ni en África le rezan a Dios, ni los niños ni los adultos, en inglés.
Cuando un niño aprende a decir las primeras palabras en el Perú, en Costa Rica
o en Cuba le habla en español a su madre, en un español como el mío. Es SU
idioma, como es el mío. No es una impostura cultural, ni una lengua franca, ni
una lengua aprendida en el colegio.
España admitió la humanidad de los indios (obviedad que entonces no era tal)
prácticamente desde el principio y obró en consecuencia; el capitán Cook
sostenía, en el siglo XVIII, que los indígenas de las islas del Pacífico eran monos,
los australianos recogieron la inferioridad racial de los aborígenes en sus leyes
hasta 1967 –a los que envenenaban y cazaban en el campo como a animales
salvajes ¡entrado el siglo XX!- y los belgas, a principios de ese mismo siglo XX
cometieron un genocidio de entre dos y tres millones de seres humanos contra
los pobladores del Congo. La eliminación de estas poblaciones no fue una
consecuencia indeseada de otro proceso que buscase una finalidad distinta,
sino precisamente el objetivo que se buscaba.
En fin, recapitulando:
Que fue voluntad de los reyes y gobernadores de España ascender la condición
de los seres humanos que en las Américas encontraron, es algo poco discutible,
creo yo. Que no hay más que leer el testamento de Isabel la católica para ello,
y examinar las leyes de Indias de 1512 y las posteriores de 1542; y que el
emperador Carlos examinó la moralidad de la colonización española en América
y del derecho que nos asistía a ello, es hecho poco discutible, y único en la
Historia. Único.
Que España liberó millones de indios que gemían bajo la cruel e inhumana
opresión de los imperios azteca e inca, también es poco discutible. Y que con
respecto a los usos y costumbres de la época, el trato que se dio a los indios fue
-salvadas las primeras dos décadas- incomparable con el que ningún otro país
sobre la tierra dio a los naturales de las tierras que descubrían, es también un
hecho.
Buscar un documento aquí y otro allá, la excepcionalidad de unos hechos en los
que los colonizadores españoles mostraron su condición humana, avara,
codiciosa, brutal, nada añade a esto; cabe archivarlo en el inventario de las
debilidades humanas, pero en modo alguna achacarlo a la especificidad de la
colonización española.
Que la colonización española no ofrece cotejo alguno con la de ninguna otra
potencia de la historia humana, por su humanidad, por su generosidad, es
indiscutible. España, en su recorrer del orbe, y particularmente en América, se
dio entera, como es: con sus virtudes y sus defectos, España se trasplantó al
otro lado del mar y los reyes quisieron gobernarla como sus otras posesiones,
cometiendo con ella los mismos errores y aciertos que en sus otras tierras.
Que España ilustró a los indios, que los elevó de condición, que los consideró
tan humanos como los propios españoles y que nos mezclamos con ellos, es
irrebatible. España prolongó en América las costumbres de la Reconquista,
edificó como en ella, evangelizó como en ella y extendió, entre otras minucias,
el poder de la Iglesia hacia latitudes asombrosas.
NO tenemos tampoco que ocultar los propósitos económicos de la conquista
española. Existieron, por supuesto, pero no se deben disimular como si
hubieran sido ilícitos. No lo fueron, porque no estaban reñidos con la moral
cristiana ni con el orden natural. Lo malo es, justamente, cuando apartadas del
sentido cristiano, las personas y las naciones anteponen las razones financieras
a cualquier otra; pero no fue el caso.
Las matanzas deliberadas de indios –con el propósito de asesinarlos o
de blanquear la población- se produjeron tras la “gloriosa” independencia de la
madre patria. Los ejércitos españoles –realistas- durante la guerra de
Independencia estaban compuestos por indios, mestizos, negros, mulatos,
cholos….mientras eran blanquísimos los de los libertadores de la patria. Que en
las tropas de Boves o las de Abascal predominaban los negros, indios y
mestizos, mientras los criollos constituían la base de los independentistas.
La causa de la actual situación en Hispanoamérica no tiene su origen en la
colonización española, sino en su proceso de independencia y en los años
posteriores. Cuando se produjo la independencia, la condición de los indígenas
americanos era notablemente superior a la del proletariado europeo; en 1800,
la Nueva España tenía un PIB calculado en unas 200 veces el de EE.UU. Los
plateros mejicanos eran los mejores pagados del mundo después de los de
Silesia, y su agricultura era la más productiva del mundo tras la francesa,
multiplicando por 1.8 cada hectárea de la de Castilla.
Así fue la Historia. Qué le vamos a hacer.