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LA VIDA sin Aura Aura Estrada tenía 25 años y Francisco Goldman 47 cuando se conocieron en Nueva York. Se enamoraron, se casaron y vivieron una vida intensa y literaria hasta que a ella, en una playa mexicana, la golpeó una ola que acabó con su vida. Años después, Goldman escribió Di su nombre, el relato de esta historia de amor, que llega este mes a librerías chilenas. [ Por Diego Zúñiga // Foto: Ginnette Riquelme ]

La vida sin Aura

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Entrevista a Francisco Goldman, autor de DI SU NOMBRE en la revista Qué pasa, de Chile

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LA VIDA sin Aura

Aura Estrada tenía 25 años y Francisco Goldman 47 cuando se

conocieron en Nueva York. Se enamoraron, se casaron y vivieron

una vida intensa y literaria hasta que a ella, en una playa mexicana, la golpeó una ola que acabó con su

vida. Años después, Goldman escribió Di su nombre, el relato de

esta historia de amor, que llega este mes a librerías chilenas.

[ Por Diego Zúñiga // Foto: Ginnette Riquelme ]

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Él sólo recuerda que eran las cuatro de la mañana y que ya había bebido demasiado. Era una costumbre, por esos días, el beber demasiado, cuando Aura, su mujer, lle-vaba varios meses muerta. Eran días autodestructivos. Él andaba así por las calles de Nueva York, perdido entre los bares, hasta que cerró los ojos, el golpe, la sangre, el cuer-po tirado, el auto que volvió a acelerar y desapareció. Cuando Francisco Goldman (58) abrió los ojos, se dio cuen-ta de que iba arriba de una ambulancia. Unos minutos después, en el hospital, los doctores le explicarían que lo habían atro-pellado y que uno de los escáneres que le tomaron mostraba una mancha negra, extraña, que si crecía, significaba que te-nía una hemorragia y que entonces podría morir. Pero a él no le dio miedo. Venía sumido, desde hace muchos meses, en una depresión, en un duelo que él no quería abandonar, porque abandonarlo significaba, de alguna forma, empezar a olvidar a Aura. Y él no quería, por ningún motivo, olvidarla. Finalmente, esa mancha negra no creció; él salió del hos-pital y pensó que ésa había sido su chance de morir, y que si no se había muerto, tenía que hacer algo con su vida. –Tenía que tratar de vivir de una manera que no le hubiera causado vergüenza a Aura –cuenta Goldman desde Ciu-dad de México–, tratar de honrarla con mi vida. Entonces, empezó a escribir un libro. Ese libro se llama Di su nombre (Sexto Piso) y es la historia de su vida con Aura Estrada, una joven escritora mexicana que conoció en Nueva York cuando ella tenía 25 años

to a ella, pero también otras cosas: la necesidad de reconstruir la vida de Aura, la búsqueda por sobrellevar, de una u otra forma, el dolor de la pérdida, los días que vinieron después de su muerte, la vida que se transfor-mó en otra cosa: algo profundamente inexplicable. –Este libro –dice Goldman– es intentar entender la vida de ella. Y así están escritas estas más de 400 páginas: desde el do-lor y la incomprensión de una muerte tan repentina, pero siempre con la necesidad de encontrar respuestas a este duelo. No hay autocompasión, sino el recuento de una vida, la explicación de cómo terminaron llegando a esa playa mexicana y, también, lo que vino después: las acusaciones de la familia de Aura en contra de Goldman –lo culparon del accidente–, y la vida de un hombre de poco más de 50 años que no sabe cómo reponerse de la pérdida de la mujer que le cambió la vida. –Éste es un libro que fue escrito desde muy adentro del duelo –cuenta Goldman–. Cuando uno está muy adentro de un duelo, donde en ningún momento te pudiste pre-parar para la pérdida, uno puede caer en la locura. Un día eres un esposo enamorado con todas las responsabilida-des y el próximo día sigues siendo un esposo enamorado, sólo que te han quitado las responsabilidades y estás frente a un vacío. Yo creo que eso es central en el libro, ése fue el estado en el que lo escribí. Goldman no sólo apela a su memoria, sino también a los diarios que dejó escritos Aura y, también, a sus tex-tos de ficción, los cuales recopiló –sobre todo cuentos y ensayos– y publicó en la editorial mexicana Alma-

Cuando Goldman vuelve a su departamento de Brooklyn, después

del accidente, no es capaz de sacar la ropa de Aura. Incluso, cuelga su

vestido de novia en una especie de altar. Y ahí, empieza a escribir el libro:

rodeado de las cosas de ella.

y él 47. Se enamoraron, se casaron y una tarde de 2007, en una playa mexicana llamada Mazunte, esa historia de amor empezó a terminar cuando a ella una ola le rompió la columna vertebral.

***

Say her name –el título original de Di su nombre– apare-ció en la lista de los mejores libros de 2011 de los diarios The New York Times y The Guardian, obtuvo en Francia el Premio Fémina extranjero y suscitó la admiración de escritores como Richard Ford, Junot Díaz y Annie Proulx. Es cierto: Francisco Goldman –periodista norteamerica-no, hijo de guatemalteca– no es ningún debutante. Al contrario, ha publicado varias novelas –traducidas por Anagrama– y colabora en The New York Times y The New Yorker. Fue corresponsal de guerra, y hace clases de Li-teratura en Connecticut y en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. De hecho, en estos días pre-para un libro de crónicas en el que aparecerá el texto que escribió sobre el movimiento estudiantil chileno en The New York Times el año pasado, y está terminando de es-cribir una crónica sobre Ciudad de México, “una suerte de epílogo de Di su nombre y todo lo que pasó este vera-no, que fue el quinto aniversario de la muerte de Aura”. Sí, Goldman no es un desconocido, pero ningún otro de sus libros generó tanta atención como Di su nombre. Y la historia que cuenta en el libro dice así: se conocie-ron con Aura Estrada en el otoño de 2002, en el lanzamiento de un libro en la Universidad de Nueva York. Goldman era uno de los presentadores y ella, “una joven delgada, hermosa, con cabello negro en un corte pi-xie bastante chic y brillantes ojos oscuros”, como la describe en el libro, había ido porque era amiga del au-tor, llamado José Borgini. Cuando terminó la presentación, Goldman se acercó a la mesa de los vinos y ella estaba ahí. Se saludaron, conversa-ron un poco y él se enteró de que ella no estaba invitada a una cena que se le haría a Borgini. Una cena exclusiva, pues uno de los invitados era Salman Rushdie. Pero Goldman –fascinado desde ese momento con Aura– logró que la in-vitaran. Y así extendió, por unas horas, ese encuentro, donde terminaron, junto a Borgini, en un bar, tomando, mientras ella recitaba, con un acento de judía neoyorquina que había aprendido viendo Seinfeld, un poema del siglo XVII, hasta que, finalmente, Aura se fue en un taxi con Borgini y Gold-

man se quedó ahí, mirando cómo desaparecía el auto. Tiempo después volverían a encontrarse, y esta vez Aura se iría con él en el taxi. Ahí, entonces, empezaría esta his-toria de amor intensa y literaria. Se irían a vivir juntos a un departamento de Brooklyn, ella entraría a un docto-rado en Columbia y luego estudiaría Escritura Creativa. Llegaría a ser asistente de investigación de la Premio No-bel de Literatura Toni Morrison y empezaría a publicar sus primeros textos de ficción en distintas revistas. Se ca-sarían el 20 de agosto de 2005, en México. Hay, en internet, algunas fotografías del matrimonio. En una aparecen abrazados, sonriendo. Ninguno mira a la cámara, pero sabemos que eso debe ser la felicidad. Sólo hay futuro en los rostros de ellos. De hecho, uno de los ca-pítulos más hermosos de Di su nombre es el que Goldman dedica a ese día. Pero anota, en un momento: “El video de la boda y las fotografías a color fueron un regalo de bodas del primo de Juanita (la madre de Aura). Pero no soporto ver el video (…). Mi euforia es completa, no como si me su-piera indigno o creyera que me había salido con la mía. Sino porque mucho antes de conocer a Aura había dejado de es-perar o de imaginar que un día como ése habría de llegar”. Casi dos años después de ese día, ocurriría el accidente.

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Di su nombre se mueve entre el relato autobiográfico y la memoria, ese músculo impredecible, misterioso. Pero Goldman confía en ella. Es, finalmente, lo único que le queda cuando Aura muere. La memoria de los días jun-

Francisco Goldman y Aura Estrada se casaron en México el 20 de agosto de 2005.

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distancia –dice Goldman–. Sería un trabajo de memoria. Lo otro fue estar sumergido en un torrente de dolor, de recuerdos, de episodios del pasado que explotaron den-tro de ti como en un sueño, aunque estabas despierto. Era un estado muy raro, y como novelista mi trabajo fue ma-nejar ese torrente donde estaba sumergido. Y agrega: –Era el tiempo del pensamiento mágico: uno se niega a cre-er, dentro de ti, que tu ser amado está muerto, no lo puedes creer. No lo aceptas. Y crees que tú puedes hacer algo, hay algo que tú puedes hacer y obviamente no es cierto. En ese estado de locura total yo estaba escribiendo el libro. Por-que de cierta manera, a través de las palabras, yo podía hacer que Aura volviera.

*** Pero Aura no volvió. Escribe Goldman: “La mayoría de los días, cuando abro los ojos por la mañana, lo primero que veo, saliendo de mi ce-rebro y de mis órbitas oculares como rayos láser del horror, es a Aura cuando me dijeron que estaba muerta y volví co-rriendo junto a su cama y la vi. O la ancha franja de espuma del océano cuando retrocedió y la dejó al descubierto, flo-tando boca abajo”. El 25 de julio de 2007, cuando estaban nadando en la playa de Mazunte, una ola golpeó a Aura y le fracturó y dislocó las vértebras segunda, tercera y cuarta, “las que penetraron en la médula espinal seccionando los nervios que controlaban su respiración, el torso y las extremidades”, anota Goldman, llegando al final del libro, cuando describe, con una intensi-dad inolvidable, las últimas horas de Aura. Es difícil explicar la sensación que produce la lectura de esas páginas: sabemos el final, pero no queremos que muera Aura. Seguimos el re-lato de Goldman conmovidos, queriendo que eso que nos cuenta nunca haya ocurrido, pero no podemos dejar de leer. Es el relato de una agonía que empieza cuando él logra sacar-la del agua, junto a otros bañistas, y luego empieza a mover todo –todo– para conseguir una ambulancia y un helicópte-ro, hasta que llegan, muy tarde, a un hospital en Ciudad de México, donde la madre de Aura no puede creer que traigan a su hija así, agonizando. Entremedio, Goldman recuerda las últimas palabras que cruzó con Aura. Porque cuando la sacaron del mar ella es-taba consciente y le habló. Le dijo que no se quería morir. Le dijo que la quisiera mucho.

“Uno se niega a creer, dentro de ti, que tu ser amado está muerto. No lo

aceptas. En ese estado de locura total yo estaba escribiendo el libro. Porque

de cierta manera, a través de las palabras, yo podía hacer que Aura

volviera”, dice Goldman.

día, con el título Mis días en Shanghai (2009). Di su nombre, entonces, está armado a través de esos fragmentos: de los diarios de vida de Aura, pero también de la memoria de los lugares y de los objetos. De hecho, cuando Goldman vuelve a su departamento de Brooklyn, después del accidente, no es capaz de sacar la ropa de Aura. Incluso, cuelga su vestido de novia en una especie de al-tar. Y ahí, en ese lugar, empieza a escribir el libro: rodeado de las cosas de ella. –Tuve la suerte de que un amigo me ofreció su departa-mento en Berlín para que pudiera escribir, y lo acepté. Nunca había estado allá, y cuando llegué sentí que la at-mósfera era perfecta: ciudad gris, frío, no había luz, no había sol, se oscurecía a las cuatro de la tarde. Es una ciu-dad llena de fantasmas de la muerte. Ahí avanzó en el libro hasta que volvió a Nueva York, don-de investigaría acerca del proceso del duelo, mientras toda la ciudad, de alguna forma, le recordaba a ella. Intentó, eso sí, en algún momento, vivir otra historia de amor con una joven mexicana que había conocido cuando es-taba con Aura, pero no duró más de un mes con ella. Así que siguió escribiendo, sin pensar que algún día publica-ría el libro. Siguió reconstruyendo la vida de Aura, su infancia, la compleja relación con su madre, sus deseos de ser escritora, mientras anotaba, de alguna forma, lo que significaba escribir ese libro. En algún momento anota: “Estoy aterrorizado de perderte en mi interior”. Y tam-bién: “Por esto es que necesitamos la belleza, para iluminar incluso aquello que nos ha destrozado”. –Yo no podría escribir este libro ahora, con cinco años de

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