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LA CASA 1028 De las leyendas más conocidas de Quito, La Casa 1028 cuenta la historia de una joven llamada Bella Aurora, hija única que junto a sus padres asistió a una corrida de toros a la Plaza de la Independencia, ya que en aquellos tiempos era habitual que se realizaran corridas allí. Al iniciar el espectáculo, salió un toro negro, muy grande y robusto. Como es normal, el toro dio una vuelta reconociendo la arena. Y luego de mirar a su alrededor, se acercó lentamente y de manera muy extraña hacia donde Bella Aurora estaba y la observó fijamente. La joven se atemorizó tanto por la actitud y la mirada del toro que cayó al suelo, desmayada. Sus padres la socorrieron inmediatamente, salieron de allí con la joven en brazos hasta su casa, la casa 1028, donde intentaron curarla del espanto. Yessenia Cárdenas Jaramillo 5 to “C” de Básica U. E. S. M. EUFRASIA

Leyendas Tradicionales de Quito

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Page 1: Leyendas Tradicionales de Quito

LA CASA 1028

De las leyendas más conocidas de Quito, La Casa 1028 cuenta la historia de una

joven llamada Bella Aurora, hija única que junto a sus padres asistió a una corrida

de toros a la Plaza de la Independencia, ya que en aquellos tiempos era habitual

que se realizaran corridas allí.

Al iniciar el espectáculo, salió un toro negro, muy grande y robusto. Como es

normal, el toro dio una vuelta reconociendo la arena. Y luego de mirar a su

alrededor, se acercó lentamente y de manera muy extraña hacia donde Bella

Aurora estaba y la observó fijamente.

 

La joven se atemorizó tanto por la actitud y la mirada del toro que cayó al suelo,

desmayada. Sus padres la socorrieron inmediatamente, salieron de allí con

la joven en brazos hasta su casa, la casa 1028, donde intentaron curarla del

espanto.

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Mientras tanto, el toro que permanecía en la Plaza al no encontraba a la

joven, salió corriendo enfurecido, saltando la barrera protectora, dirigiéndose hacia

la casa 1028, y al llegar al lugar derribó la puerta de la entrada asustando a los

criados, subió hasta la habitación donde estaba Bella Aurora, que yacía en su

cama. Al verlo ella intentó huir pero no tuvo fuerzas. El toro la embistió y la mató

con dureza.  Al oír que alguien se acercaba el toro se esfumó. 

Nada se pudo hacer por Bella Aurora, la encontraron bañada en sangre, falleció

eso misma tarde. Los padres devastados enterraron a su hija y poco después se

marcharon de la ciudad

Nunca se supo ni de dónde surgió este toro, ni el porqué de la ofensiva contra la

joven. Jamás lo encontraron.

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EL GALLO DE LA CATEDRAL

Cuando Quito era una ciudad llena de misterios, cuentos existía un hombre de

fuerte carácter, le tentaban las apuestas, las peleas de gallos, la buena comida y

sobre todo le encantaba la bebida. Este hombre era conocido como don Ramón

Ayala y apodado el "buen gallo de barrio".

Dentro de su día tenía la costumbre de visitar la tienda de doña Mariana, por sus

deliciosas mistelas, en el tradicional barrio de San Juan.

Dicen que la doña era muy bonita y trataban de impresionarla todos los hombre de

alguna manera.

Don Ayala después de sus acostumbradas borracheras, gritaba con voz

estruendosa que él era él era el más gallo de barrio y que ninguno lo ningunea a

él.

Caminando hacia su casa que se ubicaba a unas pocas cuadras de la Plaza de la

Independencia, decide pararse frente a la Catedral y así se enfrenta al gallo de la

Catedral, diciendo:"¿Qué gallos de pelea, ni que gallos de iglesia", !Soy el más

gallo!, !Ningún gallo me ningunea!, !Ni el gallo de la Catedral!

Se dice que los gritos de don Ramón podía acabar con la paciencia de cualquiera,

acercándose al lugar del diario griterío, vuelve don Ramón, ebrio, pero esta vez

sintió un golpe de aire, en un primer momento pensó que era su imaginación, pero

al no ver al gallo en su lugar habitual le entró un poco de miedo, pero como un

buen gallo se paró desafiante. El gallo con un picotazo en la pierna lo tiró en el

suelo de la Plaza Grande.

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Don Ramón entre el susto y el miedo pidió perdón a la Catedral y a su gallo, pero

este le dijo que prometiera que nunca volviera a tomar mistelas y él le contestó que

ni agua volverá a tomar.

Desde ese día, algunas personas que lo conocían, dijeron que nunca volvió a

tomar y se volvió una persona seria y responsable.

Dicen personas que vivían en la época que esto solo se trataba de una broma

hecha por los amigos de don Ramón y el sacristán de la Catedral para cambiar su

conducta.

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LA IGLESIA DEL ROBO

Varios sacerdotes subían cierta mañana por la quebrada de Jerusalén. Iban llenos

de preocupación. A poco rato se detuvieron. ¡Cuál no sería su sorpresa al ver en el

suelo el copón y las hostias perdidos!

¿Qué había sucedido?

-unos Iadrones habían cometido ese sacrilegio. Hasta dar con ellos hubo

procesiones

-Españoles e indios, salieron a las calles de Quito. Llevaban imágenes de santos

Y crucifijos he iban arrastrando cadenas y grillos caminaban azotándose o puestas

en cruz.

-¿Y para qué hacían todo eso?

-Para calmar la furia de Dios. Decían que a Quito llegaría una gran peste.

La procesión salió de la iglesia de Santa Clara, siguió hacia el convento de Santo

Domingo, de allí paso a Santa Catalina, luego se dirigió a las iglesias de La

Compañía y La Catedral.

-¿Qué pasó con los ladrones?

No aparecían por ningún lado. Entontes se organizó otra procesión tan grande y

devota como la primera.

Pero tampoco se dio con los ladrones, cierto día fueron descubiertos por una india.

Habían pensado que la caja del santísimo era de palta maciza y guardaba joyas

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muy finas, pero no los hallaron, sino el copón y las hostias, por eso las botaron a la

quebrada, y luego huyeron a Conocoto

-¿Qué castigo recibieron los ladrones?

-EI morir ahorcados, arrastrados y descuartizados.

-¿Se cumplió esa orden?

AI pie de la letra

En el lugar donde los religiosos encontraron los objetos sagrados, se levanta hoy

la Iglesia del Robo.

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LEYENDA DEL PADRE ALMEIDA

Narra la leyenda que en el convento de San Diego, de la ciudad de Quito-

Ecuador, vivía hace algunos siglos un sacerdote joven, el padre Almeida, el mismo

que se caracterizaba por su afición a las juergas y al aguardiente.

         Todas las noches, él iba hacia una pequeña ventana que daba a la calle,

pero como esta era muy alta, él se subía hasta ella, apoyándose en la escultura de

un Cristo yaciente. Hasta que una vez el Cristo ya cansado de tantos abusos, cada

noche le preguntaba al juerguista: ¿Hasta cuándo padre Almeida? , a lo que él

respondía: “Hasta la vuelta Señor”.

         Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su ánimo

festivo y tomaba hasta embriagarse. Al amanecer regresaba al convento.

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Tanto le gustaba la juerga, que sus planes eran seguir con este ritmo de vida

eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le hizo cambiar

definitivamente.

         Pues una madrugada el padre Almeida regresaba borracho, tambaleándose

por las empedradas calles quiteñas, rumbo al convento, cuando de pronto vio que

se aproximaba un cortejo fúnebre. Le pareció muy extraño este tipo de procesión a

esa hora, y como era curioso, decidió ver el interior del ataúd, y al acercarse vio su

propio cuerpo dentro del mismo.

 Del susto se le quitó la borrachera, corrió desesperadamente hacia el convento,

del que nuca volvió a escaparse para irse de juerga.

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LA OLLA DEL PANECILLO

Se dice que en Quito había una mujer que todos los días llevaba su vaquita al

Panecillo para que pudiera comer ya que no tenía un potrero donde llevarla.

Un buen día, mientras recogía un poco de leña, dejó a la vaquita cerca de la olla

pero a su regreso ya no la encontró. Muy asustada, se puso a buscarla por los

alrededores.

Pasaron algunas horas y la vaquita no aparecía. En su afán por encontrarla, bajó

hasta el fondo de la misma olla y su sorpresa fue muy grande cuando llegó a la

entrada de un inmenso palacio.

Cuando pudo recuperarse de su asombro, miró que en un lujoso trono estaba

sentada una bella princesa que al ver allí a la humilde señora, le preguntó

sonriendo:

-¿Cuál es el motivo de tu visita?

- ¡He perdido a mi vaca! Y si no la encuentro quedaré en la mayor miseria.

Contestó la mujer llorando.

La princesa, para calmar el sufrimiento de la señora, le regaló una mazorca y un

ladrillo de oro. Además, la consoló asegurándole que su querida vaquita estaba

sana y salva.

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La mujer agradeció a la princesa y salió contenta con sus obsequios. Pero, cuando

llegó a la puerta, se llevó una gran sorpresa al ver a su vaca de regreso. -¡Ahí está

mi vaca! Gritó la mujer muy contenta.

Y fue así como la mujer y la vaquita regresaron a su casa luego de esa inolvidable

aventura que quedó escondida en la Olla del Panecillo.

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Leyenda de La Fundación Indígena de Quito

Cuenta la leyenda que hace muchos, muchísimos años había un pueblo

llamado Cochasquí.

Sus habitantes vieron cierta noche aparecer una estrella fugaz en el cielo.

Asustados, los indios corrieron al palacio y contaron al Rey lo sucedido. Además,

le suplicaron salvarles de la desgracia que dicha estrella anunciaba.

El Rey, que también era sacerdote y brujo, les pidió tener calma y un poco de

paciencia.

Él lo arreglaría todo con los dioses. Para esto, cogió un vaso de chicha entre sus

manos, dijo unas cuantas palabras mágicas y bebió hasta quedarse

profundamente dormido.

Una vez despierto, el Rey contó a los cochasquíes lo que había soñado. Los

dioses no están enojados con nosotros, les repitió una y otra vez. Pero nos

ordenan dejar estas tierras e irnos a otro suelo más rico y hermoso. A fin de

señalar ese lugar, lanzó un aerolito, valiéndose de una huaraca. En el sitio donde

aquel cayera, allí debería fundar el nuevo pueblo.

Paso a paso fueron siguiendo el camino que recorrería el aerolito, hasta llegar a las

faldas del volcán Pichincha. El aerolito estaba enterrado media vara en el suelo. Ese

era el lugar escogido para la fundación indígena de lo que ahora llamamos Ciudad 

de Quito. Llenos de contento comenzaron enseguida a construir sus chozas y a

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levantar templos a la Luna y al Sol. Después cultivaron maíz, papas y mellocos para

alimentarse a así vivir dichosos.

EL PENACHO DE ATAHUALPA

Cuenta la historia que, vencido y muerto el último Shyri durante la guerra

entre caranquis e incas, los jefes del ejército y más señores del reino   de 

Quito proclamaron, en el mismo campo de batalla, soberana y legítima dueña de la

corona a la bella y joven princesa Paccha, hija única de Cacha.

Después Paccha tomaría por esposo al conquistador Huayna Capac. Solo por amor

y mediante este matrimonio, el imperio de los incas pudo extenderse hacia el norte

del Tahuantinsuyo.

Una de sus primeras obras fue el hermoso Palacio Real o Inca huasi, levantado

en Caranqui. Dicho palacio cobró fama en seguida, no por la riqueza que guardaba,

ni porque allí vivieron Huayna  Cápac y Paccha al comienzo de su monarquía, sino

principalmente porque allí nació Atahualpa.

Desde niño Atahualpa tuvo carácter fuerte. De cuerpo robusto, sus enormes ojos se

le irritaban fácilmente cuando sentía cólera. Aprendía sin dificultad todo cuanto le

enseñaban capitanes, generales y amautas o profesores.

Viendo Huayna Cápac que su querido hijo manejaba con suma habilidad la cerbatana,

lanza y otras armas, cierto día le regaló un arco de bejuco y varias flechas de oro.

El principito estaba feliz y orgulloso con el nuevo juguete. De pronto asomó por ahí

un guacamayo, ave de preciosos colores: cuerpo rojo, pecho azul y verde, alas

también azules y cola roja con azul. Así al instante cargó el arco, apuntó bien,

disparó con certeza y la mató.

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Saltando de alegría y con la presa en la mano corrió Atahualpa en busca de su

madre. Paccha no le recibió contenta. Al contrario, le hizo notar que había cometido

una maldad. Y le dijo que se mataba al enemigo en la guerra, porque él también

posee armas para defenderse. No así a las avecillas de Dios, que adornan la

naturaleza con su vistoso plumaje y lo alegran con sus trinos.

Atahualpa enmudeció largo rato. Con la cabeza baja y en silencio dio a entender

que reconocía tan grave falta.

Entonces Paccha arrancó un plumón de la guacamaya y le puso en la frente del

pequeñuelo, para que no olvidase la lección aprendida. Y así sucedió. Desde

aquella ocasión y hasta la tumba lució el penacho en la corona real, junto con la

esmeralda de los Shyris, el quiteño que llegaría a ser el Gran Emperador

del Tahuantinsuyo.

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ULTIMO ENSUEÑO DE MANUELITA

Cuenta la Sra. Laura Pérez de Oleas que Manuelita Sáenz estaba agonizando.

Llenos de fiebre, sus enormes ojos negros vivieron un lucero errante. La enferma

imaginó que era el alma de Bolívar diciéndole:

Manuelita, toma esta corona de rosas. Es la misma que tú me arrojaste desde un

balcón aquella mañana de mi entrada triunfal a Quito. ¿Recuerdas?

!Bolívar! ... !Bolívar! _ exclamó la moribunda, extendiéndole los brazos. ¿Dices que

soy hermosa con este vestido blanco y los colores de la Libertad?

Sí, Libertadora, respondió el alma de Bolívar.

Tú fuiste la dueña de mi vida. Tú me salvaste de la muerte, en la noche

septembrina. Dame tus manos y vamos juntos a la cumbre de la inmortalidad.

Entonces Manuelita quiso levantarse, más no puedo sino gritar angustiada:

!Bolívar, no te vayas! !No te separes de mí!

Amada mía, contestó el eco lejano de Bolívar.

Cierra bien tus ojos y sígueme: tú coronada de rosas y espinas: yo, de laureles y

cardos.

En vano trató Manuelita de correr hacia la sombra de su amado, pues hallábase

paralítica y agonizante. En medio del amargo llanto, volvió a escuchar:Yessenia Cárdenas Jaramillo5to “C” de BásicaU. E. S. M. EUFRASIA

Page 15: Leyendas Tradicionales de Quito

Mi Manuelita ... en vida estuvimos atados por el amor, en la muerte nos unirá la

gloria...

No te vayas!... !No te vayas, por Dios!... !Vuelve a mis brazos, amor mío!, clamaba

Manuelita.

Semejante súplica fue oída por la sirvienta mulata, quien, suponiendo que llamaba,

se acercó de inmediato.- No es a ti, Imaya. Es a Bolívar... ¿No lo viste salir de

aquí?, le respondió Manuelita muy molesta.

No, mi niña. No he visto de la muerte, la Libertadora del Libertador tuvo junto a sí

el espíritu de quién expresó:

He arado en el mar y cosechado en el viento. También es así como detrás de un

hombre ilustre está una gran mujer.

Cuando las campanas de la capilla vecina daban las seis de la tarde, murió

Manuelita en Paita, en 1856.

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EL ATRIO DE SAN FRANCISCO

Corrían tiempos de la Colonia. Un indio llamado Cantuña se comprometió a

construir el atrio de San Francisco. A punto de ir preso por no haber cumplido su

palabra, el pobre indígena pidió ayuda a Dios.

-¿De qué medio se valió?

De la oración. Rezó piadosamente. Luego salió de su casa, envuelto en una ancha

capa, y tomó el camino de la construcción. En ese lugar de entre el montón de

piedras, vio que salía un hombre vestido de rojo. Era alto, de barbilla puntiaguda y

nariz aguileña.

Soy Luzbel, dijo. No temas, buen hombre. Te ofrezco entregar concluido el atrio

antes de rayar el alba. Como pago por mi obra quiero tu alma. ¿Aceptas mi

propuesta?

Aceptada, respondió Cantuña. Pero al toque del Avemaría no debe faltar una sola

piedra, o el trato se anula.

De acuerdo, agregó Satanás.

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Firmado el pacto, miles de diablillos se pusieron a trabajar sin descanso. Cerca de

las cuatro de la mañana, el atrio estaba a punto de ser terminado. Pronto el alma

de Cantuña pasaría a poder de Luzbel. Pero los diablillos no alcanzaron a colocar

todas las piedras. Todavía faltaba una. Por eso Cantuña salvó su alma.

Entonces Luzbel montó en cólera y desapareció con sus obreros del infierno.

Desde su partida tenemos el hermoso atrio de San Francisco. Es tan grande y

precioso el atrio, que los quiteños han inventado esta agradable leyenda.

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La Capa del Estudiante

Todo comenzó cuando un grupo de estudiantes se preparaban para rendir los

últimos exámenes de su año lectivo. Uno de ellos, Juan, estaba muy preocupado

por el estado calamitoso en el que se hallaban sus botas y el hecho de no tener

suficiente dinero para reemplazarlas.

Para él era imposible presentarse a sus exámenes en semejantes fachas; sus

compañeros le propusieron vender o empeñar su capa, pero para él eso era

imposible, finalmente le ofrecieron algunas monedas para aliviar su situación, pero

la ayuda tenía un precio; sus amigos le dijeron que para ganárselas debía ir a las

doce de la noche al cementerio de El Tejar, llegar hasta la tumba de una mujer que

se quitó la vida, y clavar un clavo, Juan aceptó.

Casualmente aquella tumba era la de una joven con la que Juan tuvo amores en el

pasado y que se quitó la vida a causa de su traición. El joven estaba lleno de

remordimientos, pero como necesitaba el dinero, acudió a la cita.

Subió por el muro y llegó hasta la tumba señalada, mientras clavaba, interiormente

pedía perdón por el daño ocasionado. Pero cuando quiso retirarse del lugar no

pudo moverse de su sitio porque algo le sujetaba la capa y le impedía la huida, sus

amigos le esperaban afuera del cementerio, pero Juan nunca salió.

A la mañana siguiente, preocupados por la tardanza se aventuraron a buscarlo y lo

encontraron muerto. Uno de ellos se percató de que Juan había fijado su capa

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junto al clavo. No hubo ni aparecidos ni venganzas del más allá, a Juan lo mató el

susto.

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