10
“Loco, ven”, y el loco fue Iu Ruiz Tell

Loco, ven

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Rechazado y refugiado en la autolamentación, nuestro protagonista intenta evadirse de la realidad a base de alcohol, hierba y palabras, sin saber que lo único que necesita es quererse de nuevo. Y que le quieran.

Citation preview

“Loco, ven”, y el loco fueIu Ruiz Tell

Ella no lo sabe, pero me salvó.

Dicen que cuando tocas fondo sólo puedes ir hacia arriba; el problema, y lo que nadie te dice, es que puedes quedarte en él y no salir. Así estaba yo, acostado en el frío y liso fondo, autocompadeciéndome, bebiendo y fumando para inten-tar evadir una realidad que no me gustaba. Me detestaba, hacía poco había sido rechazado por la chica que quería, y aunque sabía que ella sentía lo mis-mo por mí, había perdido las fuerzas para seguir intentar luchar por ella.

“¿Por qué me rechaza?”, no podía dejar de preguntármelo. Por eso bebí, bebía mucho, las penas mitigadas con vino son menos pena, o al menos te olvidas de ellas mientras el alcohol recorre tus venas. No hay nada peor para un hombre que ser rechazado cuando hay sentimiento, te cuestionas cada uno de los as-pectos de tu vida y de tu personalidad que le han llevado a tomar esta decisión. Tienes aversión de ti mismo y te conviertes en un mendigo del amor. Cualquier caricia está bien, cualquier sonrisa, cualquier mirada. Una desconocida en el metro se queda mirando en la dirección en la que estás tú y te sientes bien, aunque esté observando a cualquiera de los veinte tíos que se encuentran de pie detrás de ti, pero claro, eso no lo sabes o no quieres saberlo. Luego te sien-tes estúpido al llegar al final del día y recordar dicha situación, y entras en el bucle de las preguntas que te llevan a no poder dormir.

Yo no podía dormir. No podía dormir desde que me rechazaron, no he podido dormir siempre que me han rechazado. De ahí el motivo del beber y del fumar, y el escribir. Es mi terapia para conservar mi salud mental aunque destroce la corporal. Encima, ver a las parejas en primavera no ayudaba. Tanta caricia, tantos besos, tanta cursilería, como si quisieran hacernos sentir mal a los que estábamos solos.

- ¿A ti también te dan asco? – me dijo nada más conocerme, mucho antes de que me salvara.

- Mucho, les deseo lo peor.

- ¿Si yo tuviera novio también me desearías lo peor?

- Sí, así podría consolarte y dejaría de estar sólo, aunque fuera por poco tiem-po.

Sonrió. Mi observación había sido sincera, real. Desde el momento que se ha-bía sentado en el banco de la plaza no había podido dejar de mirarla, creo que

se dio cuenta pese a que llevaba mis gafas de sol. Era inevitable, era pura be-lleza: ojos grandes y expresivos, una sonrisa radiante con una dentadura per-fecta y un cuerpo de pecado cuyos movimientos fascinaban. Había que ser muy homo para no fijarse en aquella chica, muy homo o muy ciego, un ciego que no pudiese oler ni oír, y es que su olor y su tono de voz también encandilaban.

- Llámame – me dijo mientras me daba un papel con su número de teléfono escrito antes de irse.

Me pasé un par de días pensando si debía llamarla o no. Después de todo, ha-cía poco que me había sentido despechado, así que me sentía inseguro y con poca confianza a la hora de pasar un momento más o menos íntimo con una persona del otro sexo.

Al final pasaron tres días antes de que marcara el botón de llamada. Había es-crito el número un par de veces pero en el último momento me había asustado, volviendo al menú principal del móvil.

- Pensaba que no ibas a llamarme – dijo entre reproche e ilusión.

- Tuve mis dudas. Hay que reunir un poco de valor para hablar con una chica bonita, sino la voz tiembla y se entrecorta.

- Tu voz no tiembla ni se entrecorta, parece valerosa.

Su comentario me reconfortó. Era agradable sentir de nuevo un piropo de una chica. Había estado tan encerrado en mi mismo, aislándome de todo, que no había tenido oportunidad de conocer a alguien que sacara el clavo que tenía hundido en una de las aurículas de mi corazón.

Le pregunté cómo lo tenía ese día.

- Lo siento cari, hoy no puedo, pero te digo algo en breve – me la imaginé gui-ñándome un ojo. Me lamenté, pero no podía hacer otra cosa que esperar. Estuve toda la tarde re-cordando esos minutos en el banco, tenía muchas ganas de volver a verla. Era de esas chicas que enganchaban, de mis chicas, las chicas que me gustaban. Tenía la total seguridad de que leía, fantaseaba y tenía algún punto artístico. Era una seguridad generada por la marihuana de aquella tarde, pero a mí me convencía, y con eso me bastaba.

“¡Va, loco, ven!”

Y el loco fue al ver el mensaje, no podía decir que no. Quería que trajera hierba y un pack de cervezas. Le contesté que tardaría veinte minutos, el tiempo de sacar dinero, comprar las cervezas e ir a su casa después de que me mandara su dirección.

Bajé Passeig de Sant Joan, hice zigzag hasta llegar a Sicilia, a la altura con Ausiàs March, y una vez allí, la llamé al móvil:

- Oye, que esto es un hotel. Me has dado mal la dirección.

Vivía en un hotel, en la habitación 310. No entendí nada, pero aún así, en-tré. Evité la mirada del recepcionista, no fuera que se pensara que era un ladrón. Llamé al ascensor y subí a la planta. El pasillo olía a marihuana,

no sé de qué tipo, pero era un buen indicio de que no me había engañado, real-mente parecía vivir allí.

“Toc, toc”, y la puerta se abrió, pudiendo volver a admirar aquella sonrisa que hizo que me olvidara de las preocupaciones e inseguridades que me habían rodeado hasta entonces. Recibí un cálido abrazo que reforzó mi bienestar.

- ¿De verdad vives en un hotel? – no pude evitar preguntárselo. Asintió. - Mi novio es uno de los socios. Se me acabó el contrato de alquiler y, mientras encuentro algo, vivo aquí.

Era un buen lugar, hubiese querido vivir en un hotel de cuatro estrellas, y más si era gratis. Mini-bar, Internet para escuchar la música que quisiera, y la soledad para poder recluirme y poder escribir así una buena novela.

- ¿Quieres colocarte?

No era mala idea. Aún me duraban los efectos del cigarro de la tarde, pero ente-rarme que la belleza que tanto había anhelado desde el instante que me mandó el mensaje tuviera pareja, hizo que me entraran ganas de evadirme un poco más de esta realidad. Parecía buscar a un amigo “gay”, que aunque no fuera gay, hiciera la misma función.

Una y dos, por su parte. Una y dos por la mía, siguiendo la norma de las dos caladas. El cigarro se iba consumiendo mientras un poco de jazz sonaba de su reproductor musical a la vez que nos íbamos rulando el cigarro. Sentí la paz, la veía bailar, y empecé a desearla, hasta que me di cuenta de un detalle:

- Ahora que lo pienso, aún no me has dicho cómo te llamas. No puedes estar encerrado en una habitación de hotel fumando porros y bebiendo cervezas con una chica, y no saber su nombre.

- Fátima, me llamo Fátima – me dijo con otra gran sonrisa.

Y me quedé embobado mirándola, fascinado por unos labios que transmitían confort y alegría. Quería besarla, lo hice en mi imaginación, pero en el mundo real me quedé inmóvil, acongojado por miedo a recibir un nuevo rechazo.

“Recuéstate aquí”, me dijo señalando su abdomen. Puse mi cabeza en él, de lado, pudiendo ver como su caja torácica se hinchaba y se vaciaba al inspirar y expirar. Era agradable, cerré los ojos intentando no dormirme.

- ¿De qué huyes? – preguntó.

- No huyo.

- Uno no se encierra con una chica que acaba de conocer, colocándose, inten-tando borrar su realidad, si no huye de algo.

Respiré al ritmo de su cuerpo mientras trataba de reunir un poco de valor. - Huyo de la soledad. Me siento solo, así que no podía desaprovechar una oca-sión como ésta – recibí compasión – ¿Y a ti qué te ha pasado? Una chica como tú no se encierra en su habitación de hotel con un tío que acaba de conocer si no está disgustada por algo.

“Levanta”, recibí una bofetada y, casi al instante, la calidez de sus labios entra-ron en contacto con los míos.

- Pero… pero… – balbuceé.

- Calla y sigue besándome.

Así lo hice, su carnosidad era más adictiva que la heroína y más excitante que

la cocaína. Los mordí, sentí su sensualidad, y no podía parar, no quería sepa-rarme de ella. Era la unión perfecta, la operación ideal para que el clavo que tenía clavado fuera sacado y desapareciera para dar lugar a la pasión y al des-enfreno que suponía haber conocido a una nueva fémina que le diera de nuevo sentido a la existencia de este mundo.

Me desprendí de mi camisa, la ayudé a sacarse su camiseta. Los be-sos, las caricias y los gestos de cariño fueron una constante mientras in-tentábamos quedarnos tal y como habíamos llegado al mundo. Los dos pa-recíamos buscar lo mismo: sentirnos queridos y deseados por alguien que nos valorara por lo que éramos, y no por lo que pudiéramos llegar a ser. Era una pasión frenada que se iba desenfrenando a medida que nos íba-mos quitando prendas. Sólo quedaban mis pantalones y su ropa inte-rior, así que intentó empatar la situación, pero de repente sonó su teléfono.

“No lo cojas, no lo cojas…”, pero lo cogió.

- ¿Ahora? Pero si es muy tarde… – era su novio – Está bien… – dijo resignada.

Su cara había cambiado por completo, de la alegría había pasado a la tristeza y a un poco de enfado. Al menos eso creí al ver que una vena de su cabeza se había hinchado.

- Tienes que irte… Mi novio va a venir en breve. Esta tarde hemos discutido otra vez. Llevamos días discutiendo, y necesitaba hacer algo distinto, quedar con alguien que no me juzgara, que sólo me apreciara.

Empezó a llorar. Se tapó, como si sintiera que se estaba afeando, pero era todo lo contrario, su vulnerabilidad hizo que la encontrara aún más bella. La abracé, esperando que su tristeza desapareciera.

- Parece que me has deseado lo peor, al final has podido consolarme. La besé en la cabeza mientras recordaba el momento en que la había conocido. “Debes irte”, dijo finalmente. Esperaba que no pronunciara estas palabras, pero sabía que tarde o temprano las oiría. Me vestí lo más rápido posible, comprobé no dejarme nada y me dirigí a la puerta junto a su compañía. Y de nuevo me besó, un largo y apasionado beso que duró unos segundos y que sonaba a despedida.

Intenté salir por el pasillo que seguía oliendo a marihuana, pero de repente oí una voz. “Por la escalera de emergencia”, me dijo señalándomela a la vez que me man-daba un beso al aire. Crucé la puerta corriendo, bajé las escaleras corriendo, recor-dando el tacto de sus labios y pensando que hubiese querido amarla hasta el final.

“Ha estado muy bien, eres un amor. Espero que nos volvamos a ver.”

El mensaje con el que le respondí decía lo mismo que el suyo. No volví a saber de ella hasta meses después, antes de embarcar en un avión rumbo a Santia-go de Chile, pero eso no importa, es otra historia. Lo que realmente importa es que tenía la cabeza en el culo, conocí a una chica maravillosa que se llamaba Fátima y que me salvó de la autodestrucción que suponía estar en el fondo de un pozo de degradación a base de hierba, alcohol y autolamentación.

Volví a quererme, alguien había vuelto a quererme y ojalá hubiese tenido la ocasión de quererla de verdad. Nos hubiéramos merecido esta oportunidad.

FIN