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Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

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Eric Hobsbawm

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Este libro aborda un tema tanimportante como desatendido en lahistoriografía de la Revoluciónfrancesa: la historia, no de laRevolución misma, sino de surecepción e interpretación. «Todosnosotros —nos dice Hobsbawm—formulamos por escrito la historia denuestro tiempo cuando volvemos lavista hacia el pasado y, en ciertamedida, luchamos en las batallas dehoy con trajes de época. Peroquienes sólo escriben sobre lahistoria de su propio tiempo nopueden comprender el pasado y loque éste trajo consigo.» Quienes

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han juzgado los acontecimientos de1789 separándolos de los dos siglosde historia del mundo dominados por«los ecos de la Marsellesa», secondenan a no entender hasta quépunto la Revolución trasformó elmundo, irreversiblemente, al dar alos pueblos la convicción de quepodían cambiar la historia por símismos. Por otra parte, los valoresreivindicados por los revolucionarios,junto a los de la razón y laIlustración, siguen siendo unaherencia valiosa que nos convienepreservar, «cuando el irracionalismo,el fanatismo, el obscurantismo y labarbarie nos amenazan

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directamente».

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Eric Hobsbawm

Los ecos de laMarsellesa

ePub r1.0Titivillus 22.01.15

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Título original: Echoes of the MarsellaiseEric Hobsbawm, 1990Traducción: Borja Folch

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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AGRADECIMIENTOS

Este libro es una versión algoampliada de las tres conferencias delciclo Mason Welch Gross que di en laRutgers University de New Brunswick,New Jersey, en abril de 1989. De ahí en

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primer lugar que esté en deuda con estauniversidad por haberme invitado; conla Rutgers University Press, por sugerirque se publicasen; y tal vez más que connadie, con el fallecido RichardSchlatter, eminente historiador y buenamigo, que tuvo la iniciativa deinvitarme. La mayor parte de laredacción de las conferencias y suposterior elaboración la llevé a cabo,bajo condiciones que rayaban en unautópica perfección, en el Centro J. PaulGetty para la Historia del Arte y de lasHumanidades de Santa Mónica,California, donde estuve como profesorinvitado en la primavera de 1989.Quiero hacer constar mi gratitud a esa

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institución y a los colegas y amigos queestuvieron allí durante aquellos meses.Ferenc Féher me brindó la ocasión dehacer una exploración preliminar dealgunos de los temas que se tratan aquíal pedirme que colaborara en el númeroespecial dedicado a la Revoluciónfrancesa de Social Research, la revistade la New School for Social Research(56, n.º 1, primavera de 1989), cuyosalumnos escucharon pacientemente misclases sobre «La revolución en lahistoria». Uno de ellos, FredLongenecker, me ayudó en lainvestigación de las publicacionesperiódicas del siglo XIX y principiosdel XX. La lectura de comentarios

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franceses recientes sobre la Revoluciónsuministró la adrenalina necesaria.

E. J. H.

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PREFACIO

En enero de 1989 las libreríasdisponían en sus catálogos de más de unmillar de títulos en francés listos para elbicentenario revolucionario. El númerode obras publicado desde entonces, así

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como las publicadas en otros idiomas,entre los cuales el inglés es el másimportante con diferencia, debe ser devarios centenares. ¿Tiene sentidoaumentar esta cifra? El presente ensayotiene la excusa de estar basado en lasConferencias Mason Welch Gross deRutgers, la Universidad Estatal de NewJersey, celebradas en 1989, año en quela Revolución francesa fue materiaobligada al cumplirse su segundocentenario. De todos modos, explicar noes justificar. Tengo dos justificaciones.

La primera es que la nueva literaturasobre la Revolución francesa,especialmente en su país de origen, esextraordinariamente sesgada. La

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combinación de la ideología, la moda yel poder de los medios publicitariospermitió que el bicentenario estuvieraampliamente dominado por quienes,para decirlo simplemente, no gustan dela Revolución francesa y su herencia.Esto no es nada nuevo (en el primercentenario probablemente se publicómás en contra de la Revolución que a sufavor), sin embargo, en cierto modo nodeja de ser sorprendente oír a un primerministro (socialista) de la RepúblicaFrancesa (Michel Rocard) dando labienvenida al bicentenario «porqueconvenció a mucha gente de que larevolución es peligrosa y que si puedeevitarse, tanto mejor».[1] Se trata de

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admirables sentimientos queprobablemente las más de las vecesexpresan un amplio consenso. Lostiempos en que la gente corriente deseaque haya una revolución, y no digamoshacerla, son poco frecuentes pordefinición. Con todo, uno habríapensado que hay momentos (1789 fueuno), y el señor Rocard sin duda pudohaber pensado en varios de ellos si sumente hubiese volado hacia el este deParís, donde los pueblos han dadomuestras de querer conseguir Libertad,Igualdad y Fraternidad.

La novedad de la situación actual esque hoy el recuerdo de la Revolución seve rechazado por quienes no están de

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acuerdo con ella, porque consideran quela tradición principal de lahistoriografía revolucionaria francesadesde aproximadamente 1815 deberechazarse por ser marxista y haberdemostrado ser inaceptable, en el campoerudito, por una nueva escuela dehistoriadores «revisionistas».(«Mientras, las carretas[2] recorren lascalles para recoger a la vieja guardia[de historiadores] y la muchedumbrelleva en alto la cabeza de Marx clavadaen una pica», según apunta unhistoriador reaccionario, acertado alpercibir el humor de los tiempos, aunqueignorante del tema.)[3]

En efecto, ha habido notables

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progresos en investigación,principalmente en los años setenta, obralas más de las veces de historiadoresbritánicos y norteamericanos, tal comopueden verificar los lectores de larevista Past and Present, que hapublicado artículos de la mayoría deeruditos innovadores.[4]

No obstante, es erróneo suponer queeste nuevo trabajo requiera que se echea la basura la historiografía de todo unsiglo, y aún sería un error más gravesuponer que las campañas ideológicascontra la Revolución se basan en estainvestigación. Se trata de diferentesinterpretaciones de lo que tanto losnuevos como los viejos historiadores a

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menudo aceptan como los hechosmismos. Por otra parte, las variadas y aveces conflictivas versiones«revisionistas» de la historiarevolucionaria no siempre proporcionanuna mejor orientación sobre el papelhistórico y las consecuencias de laRevolución que las versiones anteriores.Sólo algunos de los revisionistas creenque es así. En realidad, algunas de lasnuevas versiones ya dan muestras decaducidad, tal como lo harán otras a sudebido tiempo.

El presente ensayo es una defensa,así como una explicación, de la viejatradición. Una de las razones paraescribirlo ha sido la irritación que me

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han suscitado sus detractores. Lasegunda, y más importante, es queaborda un tema sorprendentementedesatendido: la historia, no de la propiaRevolución, sino de su recepción einterpretación, su herencia en los siglosXIX y XX. La mayoría de especialistasde este campo (entre los que no mecuento) están demasiado cerca de losacontecimientos de 1789-1799, o decualquier otra fecha que se elija paradefinir el período revolucionario, comopara preocuparse demasiado por lo queaconteciera después. Sin embargo, laRevolución francesa fue una serie deacontecimientos tan extraordinaria,reconocida en seguida universalmente

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como los cimientos del siglo XIX, queparte de la historia de la Revolución eslo que el siglo hizo de ella, igual que lapóstuma transformación de Shakespeareen el mayor genio literario británico esparte de la historia de Shakespeare. Elsiglo XIX estudió, copió, se comparó así mismo con la Revolución francesa, ointentó evitar, repetir o ir más allá deella. La mayor parte de este breve libroaborda este proceso de asimilar suexperiencia y sus enseñanzas, las cuales,por supuesto, están lejos de haberseagotado. Es una satisfactoria ironía de lahistoria que cuando los liberalesfranceses, ansiosos por distanciarse deun pasado jacobino, declaraban que

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entonces la Revolución ya no tenía nadaque decir, la inmediata pertinencia de1789 en 1989 estaba siendo observadapor estudiantes de Pekín y miembrosrecién elegidos del Congreso de Moscú.

Y sin embargo, a cualquier estudiosode la recepción e interpretación de laRevolución en el siglo XIX tiene quechocarle el conflicto entre el consensode ese siglo y, al menos, alguna de lasinvestigaciones revisionistas modernas.Incluso si tenemos en cuenta el sesgoideológico y político de loshistoriadores, o la simple ignorancia yfalta de imaginación, esto hay queexplicarlo. Los revisionistas tienden asugerir que en realidad la Revolución no

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produjo grandes cambios en la historiade Francia, y que sin duda no se trató decambios para mejorar. Además, fue«innecesaria», no en el sentido de quefuera evitable, sino porque tuvoresultados modestos (incluso negativos)con un coste desproporcionado. Pocosobservadores del siglo XIX e inclusomenos historiadores habríancomprendido, y mucho menos aceptado,esta opinión. ¿Cómo vamos aexplicar[nos] que hombres inteligentes einformados de mediados del siglo XIX(como Cobden o el historiador Sybel)dieran por sentado que la Revoluciónincrementó drásticamente el crecimientoeconómico francés y que creó un amplio

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cuerpo de satisfechos campesinospropietarios?[5] No se tiene la mismaimpresión al leer muchas de lasinvestigaciones actuales. Y, aunque lasde los contemporáneos por sí mismas notengan peso y puedan ser invalidadaspor investigaciones modernas serias,tampoco deben ser descartadas comomera ilusión o error. Es bastante fácildemostrar que, tal como se midenactualmente las depresioneseconómicas, las décadas que van demediados de los años setenta a losprimeros años noventa del siglo pasadono eran de ninguna forma una era decrisis económica secular, y muchomenos una «Gran Depresión», lo cual

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hace que nos debamos explicar por quépersonas por otra parte sensibles y conopiniones bien fundadas sobre larealidad económica, insistieran en quelo fueron. Entonces, ¿cómo podemosexplicar la divergencia, a vecesconsiderable, entre los puntos de vistanuevos y viejos?

Un ejemplo tal vez nos ayude aexplicar cómo ha podido suceder.Actualmente, entre los historiadoreseconómicos ha dejado de estar de modapensar que la economía británica, ymucho menos cualquier otra economía,experimentara una «revoluciónindustrial» entre 1780 y 1840, no tantodebido a los motivos ideológicos que

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llevaron al gran experto en estadísticade datos biológicos Karl Pearson arechazar la discontinuidad porque«ninguna reconstrucción social que vayaa beneficiar permanentemente acualquier clase de la comunidad estáprovocada por una revolución», sinoporque los cambios en el índice delcrecimiento económico y latransformación de la economía quetuvieron lugar, o incluso su meroincremento cuantitativo, simplemente noparecen suficientemente grandes nirepentinos a nuestro juicio parajustificar semejante descripción. Dehecho, es fácil mostrar que, en lostérminos de los debates entre

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historiadores cuantitativos, esto no fueuna «revolución».

En ese caso, ¿cómo se explica que eltérmino Revolución industrial seincorporara al vocabulario tanto en laFrancia como en la Gran Bretaña de1820 junto con el nuevo léxicooriginado por el reciente concepto deindustria, hasta el punto de que antes de1840 la palabra ya fuera «un término deuso corriente que no precisaexplicación» entre los escritores sobreproblemas sociales?[6] Por otra parte,está claro que personas inteligentes einformadas, entre las que se contabanhombres con una gran experienciapráctica en tecnología y manufactura,

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predijeron (con esperanza, temor osatisfacción) la completa transformaciónde la sociedad por medio de laindustria: el tory Robert Southey y elfabricante socialista Robert Owenincluso antes de Waterloo; Karl Marx ysu bête noire, el doctor Andrew Ure;Friedrich Engels y el científico CharlesBabbage. Parece claro que estosobservadores contemporáneos noestaban meramente rindiendo tributo a lacontundente novedad de las máquinas devapor y de los sistemas de fabricación,ni reflejando la alta visibilidad socialde lugares como Manchester o Merthyr,atestiguada por las sucesivas llegadasde visitantes continentales, sino que

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estaban sorprendidos, ante todo, por elilimitado potencial de la revolución queellos personificaban y la velocidad de latransformación que predijeroncorrectamente. En resumen, tanto loshistoriadores escépticos como loscontemporáneos proféticos tenían razón,aunque cada grupo se concentrara en unaspecto diferente de la realidad. Unohace hincapié en la distancia entre 1830y los años ochenta, mientras que el otrosubrayó lo que vio de nuevo y dinámicomás que lo que vio como reliquias delpasado.

Hay una diferencia similar entre losobservadores contemporáneos y loscomentaristas posnapoleónicos de la

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Revolución francesa, así como entrehistoriadores que se mantuvieron en sucamino y los revisionistas actuales. Lapregunta sigue planteándose: ¿cuál deellos es más útil para el historiador delsiglo XIX? Apenas cabe dudarlo.Supóngase que deseamos explicar porqué Marx y Engels escribieron unManifiesto comunista prediciendo elderrumbamiento de la sociedad burguesamediante una revolución delproletariado, hija de la Revoluciónindustrial de 1847; por qué el «espectrodel comunismo» obsesionó a tantosobservadores en los años cuarenta; porqué se incluyeron representantes de lostrabajadores revolucionarios en el

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Gobierno Provisional francés tras laRevolución de 1848, y los políticosconsideraron brevemente si la banderade la nueva república tenía que ser rojao tricolor. La historia que se limita acontamos lo alejada que estaba larealidad de la Europa occidental de laimagen que de ella se tenía en loscírculos radicales sirve de muy poco.Sólo nos dice lo obvio, a saber, que elcapitalismo de 1848, lejos de estar enlas últimas, apenas estaba empezando aentrar en juego (tal como incluso losrevolucionarios sociales no tardarían enreconocer). Lo que precisa unaexplicación es cómo fue posible quealguien tomara en serio la idea de que la

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política francesa, y tal vez la de todaspartes, se convirtiera en una lucha declases entre empresarios burgueses yasalariados, o de que el propiocomunismo pudiera considerarse a símismo y ser temido como una amenazapara la sociedad burguesa, a pesar delescaso desarrollo cuantitativo delcapitalismo industrial. Sin embargo asífue, y no sólo por parte de un puñado deimpulsivos.

Para los historiadores que quierancontestar preguntas sobre el pasado, ytal vez también sobre el presente, esindispensable una interpretaciónhistórica arraigada en el contextocontemporáneo (tanto intelectual como

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social y político; tanto existencial comoanalítico). Demostrar mediante archivosy ecuaciones que nada cambió muchoentre 1780 y 1830 puede ser correcto ono, pero mientras no comprendamos quela gente se vio a sí misma comohabiendo vivido, y como viviendo, unaera de revolución (un proceso detransformación que ya habíaconvulsionado el continente y que iba aseguir haciéndolo) no comprenderemosnada sobre la historia del mundo a partirde 1789. Inevitablemente, todosnosotros formulamos por escrito lahistoria de nuestro tiempo cuandovolvemos la vista hacia el pasado y, encierta medida, luchamos en las batallas

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de hoy con trajes de época. Pero quienessólo escriben sobre la historia de supropio tiempo no pueden comprender elpasado y lo que éste trajo consigo.Incluso pueden llegar a falsear el pasadoy el presente sin que sea esta suintención.

Esta obra se ha escrito con elconvencimiento de que los doscientosaños que nos separan de 1789 no puedenpasarse por alto si queremoscomprender «la más terrible ytrascendental serie de acontecimientosde toda la historia... el verdadero puntode partida de la historia del siglo XIX»,para utilizar palabras del historiadorbritánico J. Holland Rose. Y comparto

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la opinión de que el efecto de estaRevolución sobre la humanidad y suhistoria ha sido beneficioso, con elconvencimiento de que el juicio políticoes menos importante que el análisis.Después de todo, tal como dijo el grancrítico literario danés Georg Brandes apropósito del apasionado ataque contrala Revolución que hiciera HippolyteTaine en Los orígenes de la Franciacontemporánea, ¿qué sentido tienepronunciar un sermón contra unterremoto'? (¿O a favor de él?)

E. J. Hobsbawm

Santa Mónica y Londres, 1989

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1. UNAREVOLUCIÓN DE LACLASE MEDIA

El subtítulo de este libro es «Dossiglos recuerdan la Revolución

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francesa». Mirar hacia atrás, haciaadelante o en cualquier otra direcciónsiempre implica un punto de vista[7] (enel tiempo, el espacio, la actitud mental uotras percepciones subjetivas). Lo queveo desde la ventana que se abre sobreSanta Mónica mientras escribo esto esharto real. No me estoy inventando losedificios, las palmeras, el aparcamientoque hay seis pisos más abajo, ni lascolinas de la lejanía, apenas visibles através del smog. Hasta este punto losteóricos que ven toda la realidadpuramente como una construcción mentalen la que el análisis no puede penetrarestán equivocados, y al decir esto alprincipio, estoy colgando mis colores

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conceptuales en una especie de mástil.Si la historia sobre la que escribimos nofuera discernible de la ficción, ya nohabría lugar para la profesión dehistoriador, y la gente como yo habríadesperdiciado su vida. No obstante, esinnegable que lo que veo desde miventana, o al volver la vista hacia elpasado, no es sólo la realidad que existeahí fuera o allá atrás, sino una selecciónmuy específica. Es a la vez lo que puedover físicamente desde el punto en queme encuentro y bajo determinadascircunstancias (por ejemplo, si no voy alotro lado del edificio no puedo mirar endirección a Los Ángeles, así como nopodré ver gran cosa de las colinas hasta

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que mejore el tiempo) y lo que meinteresa ver. De la infinidad de cosasque son objetivamente observables ahífuera, de hecho sólo estoy observandouna selección muy limitada. Y porsupuesto, si volviera a observarexactamente el mismo panorama desdela misma ventana en otro momento,podría centrar mi atención en otrosaspectos de él; o lo que es lo mismo,podría hacer una selección diferente. Sinembargo, es casi inconcebible que yo, ocualquier otro que estuviera mirando poresta ventana en cualquier momentomientras el paisaje permanezca como esahora, no viera, o para ser más precisosno advirtiera, algunos elementos

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ineludibles del mismo: por ejemplo, elesbelto chapitel de una iglesia que estájusto al lado de la mole insulsa de unedificio de dieciocho plantas, y la torrecúbica que hay en el terrado del mismo.

No quiero insistir en esta analogíaentre mirar un paisaje y mirar hacia unaparte del pasado. En cualquier caso,vamos a regresar a la cuestión que heintentado abordar a lo largo de estaspáginas. Como veremos, lo que la genteha leído sobre la Revolución francesadurante los doscientos añostranscurridos desde 1789 ha variadoenormemente, sobre todo por razonespolíticas e ideológicas. Pero ha habidodos cosas que han suscitado la

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aceptación general. La primera es elaspecto general del paisaje que seobserva. Prescindiendo de las distintasteorías sobre el origen de la Revolución,todo el mundo está de acuerdo en que seprodujo una crisis en el seno de laantigua monarquía que en 1788 condujoa la convocatoria de los EstadosGenerales (la asamblea querepresentaba a los tres estados del reino,el clero, la nobleza y el resto, el «TercerEstado») por primera vez desde 1614.Desde que se establecieron, losprincipales acontecimientos políticospermanecen inalterados: latransformación de los EstadosGenerales, o más bien del Tercer

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Estado, en Asamblea Nacional y lasacciones que terminaron visiblementecon el Antiguo Régimen: la toma de laBastilla, la prisión real, el 14 de Julio;la renuncia de la nobleza a sus derechosfeudales el 4 de agosto de 1789; laDeclaración de Derechos; latransformación de la Asamblea Nacionalen la Asamblea Constituyente que entre1789 y 1791 revolucionó la estructuraadministrativa y la organización delpaís, introduciendo de paso el sistemamétrico en el mundo, y que redactó laprimera de las casi veinte constitucionesde la Francia moderna, una monarquíaconstitucional liberal. Asimismotampoco existe desacuerdo alguno sobre

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los hechos de la doble radicalización dela Revolución que tuvieron lugardespués de 1791 y que condujeron, en1792, al estallido de la guerra entre laFrancia revolucionaria y una coaliciónvariable de potencias extranjerascontrarrevolucionarias, y ainsurrecciones contrarrevolucionariasinteriores. Este estado de cosas semantuvo casi sin interrupción hasta1815. Asimismo llevó a la segundarevolución de agosto de 1792, la cualabolió la monarquía e instituyó laRepública (una era nueva y totalmenterevolucionaria en la historia de lahumanidad) simbolizada, con unpequeño retraso, por un nuevo

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calendario. Empezando en el año I, elcalendario abolió la antigua división ensemanas y dio nuevos nombres a losmeses para ocasionar dolores de cabezaa los estudiantes de historia a pesar deser también útiles mnemotecnias. (Lanueva era y su calendario duraron sólodoce años.)

El período de la revolución radicalde 1792 a 1794, y especialmente elperíodo de la República jacobina,también conocida como el «Terror» de1793-1794, constituyen un hitoreconocido universalmente. Comotambién lo es el final del Terror, elfamoso Nueve de Termidor, fecha delarresto y ejecución de su líder

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Robespierre (aunque ningún otroperíodo de la Revolución ha suscitadoopiniones más encontradas que este).

El régimen de liberalismo moderadoy corrupción que asumió el poderdurante los cinco años siguientes carecíade una base de apoyo político adecuada,así como de la capacidad para restituirlas condiciones necesarias para laestabilidad y, una vez más todo el mundoestá de acuerdo, fue sustituido el famosoDieciocho de Brumario de 1799 por unadictadura militar apenas disimulada, laprimera de muchas en la historiamoderna, como resultado del golpe deEstado de un joven general ex radical deéxito, Napoleón Bonaparte. La mayoría

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de historiadores modernos dan porterminada la Revolución francesa eneste punto. Aunque, tal como veremos,durante la primera mitad del siglo XIX,el régimen de Napoleón, en todo casohasta que en 1804 se proclamó a símismo emperador, generalmente fueconsiderado como lainstitucionalización de la nuevasociedad revolucionaria. El lector talvez recuerde que Beethoven no retiró ladedicatoria a Napoleón de la 3.asinfonía, la Heroica, hasta que éste hubodejado de ser el jefe de la República. Lasucesión de los acontecimientos básicos,así como la naturaleza y los períodosestablecidos de la Revolución, no se

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discuten. Cualesquiera que sean nuestrosdesacuerdos sobre la Revolución ysobre sus hitos, en la medida en quevemos los mismos hitos en su paisajehistórico, estamos hablando de lomismo. (Lo cual no siempre sucede enhistoria.) Si mencionamos el Nueve deTermidor, todos aquellos que tengan unmínimo interés en la Revoluciónfrancesa sabrán lo que significa: lacaída y ejecución de Robespierre, elfinal de la fase más radical de laRevolución.

La segunda noción sobre laRevolución universalmente aceptada, almenos hasta hace muy poco, es en ciertomodo más importante: la Revolución fue

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un episodio de una profunda importanciasin precedentes en la historia de todo elmundo moderno, prescindiendo de quées exactamente lo que consideramosimportante. Fue, retomando la cita deHolland Rose, «la más terrible ytrascendental serie de acontecimientosde toda la historia... el verdadero puntode partida de la historia del siglo XIX;pues este gran trastorno ha afectadoprofundamente la vida política y másaún la vida social del continenteeuropeo».[8] Para Karl von Rotteck,historiador liberal alemán, en 1848 nohabía «un acontecimiento histórico demayor relevancia que la Revoluciónfrancesa en toda la historia del mundo;

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de hecho, casi ningún acontecimiento deuna grandeza semejante».[9] Otroshistoriadores eran menos extremistas,limitándose a pensar que era elacontecimiento histórico más importantedesde la caída del Imperio Romano enel siglo V d. C. Algunos de los máscristianos o, entre los alemanes, los máspatrióticos, estaban dispuestos acompararía con las Cruzadas y laReforma (alemana), pero Rotteck, quetuvo en consideración otros candidatoscomo la fundación del Islam, lasreformas del papado medieval y lasCruzadas, los desdeñó. Para él, losúnicos acontecimientos que habíancambiando el mundo en la misma

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medida eran el cristianismo y lainvención de la escritura y de laimprenta, y éstos habían cambiado elmundo gradualmente. Pero laRevolución francesa «convulsionóabruptamente y con una fuerzairresistible el continente que la vionacer. También se extendió hacia otroscontinentes. Desde que se produjo, hasido virtualmente el único asunto dignode consideración en la escena de lahistoria del mundo».[10]

Por consiguiente, podemos dar porsentado que la gente del siglo XIX, o almenos la sección culta de la misma,consideraba que la Revolución francesaera extremadamente importante; como un

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acontecimiento o una serie deacontecimientos de un tamaño, escala eimpacto sin precedentes. Esto no sedebió sólo a las enormes consecuenciashistóricas que resultaban obvias para losobservadores, sino también a laespectacular y peculiarmente drásticanaturaleza de lo que tuvo lugar enFrancia, y a través de Francia en Europae incluso más allá, en los años quesiguieron a 1789. Thornas Carlyle, autorde una temprana, apasionada y coloristahistoria de la Revolución escrita en losaños treinta del siglo pasado, pensabaque la Revolución francesa en ciertomodo no era sólo una revolucióneuropea (la veía como predecesora del

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cartismo) sino el gran poema del sigloXIX; un equivalente real de los mitosépicos de la antigua Grecia, sólo que enlugar de escribirlo un Sófocles o unHomero, lo había escrito la vida misma.[11] Era una historia de terror, y de hechoel período de la República jacobina de1793-1794 todavía se conoce como elTerror, a pesar de que, dados losestándares actuales de las matanzas,sólo mató a una cantidad de genterelativamente modesta: tal vez unascuantas decenas de miles. En GranBretaña, por ejemplo, esta fue la imagende la Revolución que estuvo más cercade apoderarse de la conciencia pública,gracias a Carlyle y a la obra de Dickens

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(basada en una idea del primero)Historia de dos ciudades, seguida delos epígonos de la literatura popularcomo La Pimpinela escarlata de labaronesa d’Orezy: el golpe de lacuchilla de la guillotina, las mujeressans-culottes tejiendo impasiblesmientras veían caer las cabezas de loscontrarrevolucionarios. Citizens, deSimon Schama, best- seller de 1989escrito para el mercado anglófono porun historiador británico expatriado,sugiere que esta imagen popular sigueestando viva. Era una historia deheroísmo y de grandes hazañas, desoldados harapientos liderados porgenerales veinteañeros que conquistaban

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toda Europa y que precipitaban a todo elcontinente y a los mares a casi un cuartode siglo de guerra prácticamenteininterrumpida. Produjo héroes yvillanos que fueron leyendas vivas:Robespierre, Saint-Just, Danton,Napoleón. Para los intelectuales produjouna prosa de una fuerza y una lucidezmaravillosamente lacónica. En resumen,fuera lo que fuere la Revolución, era ungran espectáculo.

Pero el principal impacto de laRevolución sobre quienes larememoraban en el siglo XIX, así comoen el XX, no fue literario sino político,o más en general, ideológico. En estelibro examinaré tres aspectos de este

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análisis retrospectivo. Primero, enfocaréla Revolución francesa como unarevolución burguesa; de hecho, en ciertosentido, como el prototipo de lasrevoluciones burguesas. A continuación,la analizaré como modelo para lasrevoluciones posteriores, especialmentepara las revoluciones sociales o paraquienes quisieron llevarlas a cabo.

Y por último, examinaré lascambiantes actitudes políticas que hanquedado reflejadas en lasconmemoraciones de la Revoluciónfrancesa celebradas entre su primer y susegundo centenario, así como su impactosobre quienes escribieron y escriben suhistoria.

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Actualmente, no sólo está pasado demoda ver la Revolución francesa comouna «revolución burguesa», sino quemuchos historiadores excelentesconsiderarían que esa interpretación dela Revolución es refutable einsostenible. De modo que, aunque notendría ninguna dificultad en mostrar quelos primeros estudiosos serios de lahistoria de la Revolución, que dicho seade paso vivieron durante el período queva de 1789 a l815, la vieronprecisamente como tal, tendré que deciruna palabras preliminares sobre la faseactual del revisionismo histórico quetiene por objeto a la Revolución, y quefue iniciado por el difunto Alfred

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Cobban de la Universidad de Londres amediados de los años cincuenta.

El revisionismo llegó a ser unmovimiento importante en 1970, cuandoFrançois Furet y Denis Richet criticaronlas ideas establecidas sobre la historiarevolucionaria, tal como se enseñabandesde la cátedra de la Sorbona(establecida con este propósito casi unsiglo antes).[12] En el último capítulo,volveré sobre la sucesión canónica deprofesores que defendieron laRevolución y la República. Ahora loimportante es observar que el ataquerevisionista se dirigió principalmentecontra lo que se consideraba como una(o mejor como la) interpretación

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marxista de la Revolución tal como seformuló en los veinte años anteriores ylos veinte posteriores a la segundaguerra mundial. Que se tratara o no de lapropia interpretación de Marx es unacuestión relativamente trivial,especialmente porque los exámeneseruditos más completos sobre los puntosde vista de Marx y Engels al respectomuestran que sus opiniones, que nuncafueron expuestas sistemáticamente, aveces eran incoherentes ycontradictorias. Sin embargo, merece lapena mencionar de paso que, según losmismos eruditos, el concepto derevolución burguesa (revoluciónbürgerliche) no aparece más de una

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docena de veces en los treinta y ochoenormes volúmenes que recogen lasWerke[13] de ambos autores.

La idea que ha suscitadocontroversia es la que ve el siglo XVIIIfrancés como una lucha de clases entrela burguesía capitalista naciente y laclase dirigente establecida dearistócratas feudales, que la nuevaburguesía, consciente de su condición declase, aprovechó para reemplazar lafuerza dominante de la sociedad. Esteparecer veía la Revolución como eltriunfo de esta clase, y, en consecuencia,como el mecanismo histórico queterminó con la sociedad aristocrática

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feudal y que inauguró la sociedadburguesa capitalista del siglo XIX, lacual, estaba implícito, no podría haberseabierto paso de otra manera a través delo que Marx, al hablar de la revoluciónproletaria que veía destinada a derribarel capitalismo, llamó «el tegumento dela vieja sociedad». En resumen, elrevisionismo criticaba (y critica) lainterpretación que considera que laRevolución francesa fue esencialmenteuna revolución social necesaria, un pasoesencial e inevitable para el desarrollohistórico de la sociedad moderna, y, porsupuesto, como la transferencia delpoder de una clase a otra.

No cabe duda de que opiniones de

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este tipo han sido ampliamentedefendidas, y no sólo entre losmarxistas. Sin embargo, también hay quedecir que los grandes especialistas enhistoria que defendían esta tradiciónestán lejos de ser reducibles a unmodelo tan simple. Por otra parte, estemodelo no era específicamente marxista,aunque (por razones que discutiré en elúltimo capítulo) entre 1900 y la segundaguerra mundial, la tradición ortodoxa dela historiografía revolucionaria seencontró a sí misma convergiendo con latradición marxista. También está claropor qué un modelo como este podíaresultar adecuado para los marxistas.Proporcionaba un precedente burgués

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del futuro triunfo del proletariado. Losobreros eran una nueva clase que habíanacido y crecido con una fuerzaimparable en el seno de una viejasociedad, y su destino era hacerse con elpoder. Su triunfo también se alcanzaríainevitablemente mediante unarevolución; y tal como la sociedadburguesa había derrocado al feudalismoque la precedió para tomar el poder, lanueva sociedad socialista sería lasiguiente y más alta fase del desarrollode la sociedad humana. La era comunistaaún se adaptaba más a la ideologíamarxista, dado que sugería que ningúnotro mecanismo podía transformar lasociedad tan de prisa y con tanta

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trascendencia como la revolución.No es preciso que resuma las

razones que han hecho insostenible estaopinión para describir lo que sucedió enla Francia de finales del siglo XVIII.Limitémonos a aceptar que en 1789 nohabía una burguesía con conciencia declase que representara la nueva realidaddel poder económico y que estuvierapreparada para tomar las riendas delEstado y de la sociedad; en la medida enque una clase como esta puedediscerniese a partir de la década de1780, su objetivo no era llevar a cabouna revolución social sino reformar lasinstituciones del reino; y en todo caso,no concebía la construcción sistemática

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de una economía capitalista industrial.Pero aun así, el problema de larevolución burguesa no desaparece, apesar de haberse demostrado que en1789 la burguesía y la nobleza no erandos clases antagónicas bien definidasque lucharan por la supremacía. Citandoa Colin Lucas, cuyo trabajo «Nobles,Bourgeois and the Origins of FrenchRevolution» han utilizado con frecuencialos revisionistas franceses, si en 1789no había dos clases antagónicas biendiferenciadas,

tenemos que decidir por qué, en1788-1789, grupos que puedenser identificados como no nobles

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combatían con grupos quepodemos identificar comonobles, estableciendo con ellolos fundamentos del sistemapolítico de la burguesía del sigloXIX ; asimismo debemos aclararpor qué atacaron y destruyeronlos privilegios en 1789,acabando así con la organizaciónformal de la sociedad francesadel siglo XVIII y preparando deeste modo una estructura en cuyoseno podría florecer eldesarrollo socioeconómico delsiglo XIX.[14]

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En otras palabras, tenemos quedescubrir por qué la Revoluciónfrancesa fue una revolución burguesaaunque nadie pretendiera que lo fuese.

Este problema nunca preocupó a losprimeros hombres que vieron laRevolución francesa como unarevolución social, una lucha de clases yuna victoria burguesa sobre elfeudalismo en los años inmediatamenteposteriores a la caída de Napoleón.Ellos mismos eran liberales moderados,y, como tales, bourgeois sin concienciade clase; tómese como ejemplo alcurioso liberal moderado Tocqueville,que pertenecía a la antigua aristocracia.De hecho, tal como el propio Marx

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admitió abiertamente, de estos hombresfue de dónde sacó la idea de la lucha declases en la historia.[15] Se tratabaesencialmente de historiadores de supropio tiempo. François Guizot teníaveintinueve años cuando Napoleón fuedeportado a Santa Helena, AugustinThierry tenía veinte, Adolphe Thiers yE. A. Mignet diecinueve y Victor Cousinveintitrés. P. L. Roedereder -que vio laRevolución como algo que ya se habíaproducido «dans les moeurs de la classemoyenne» («en las costumbres de laclase media») , y que escribió sobre lapredestinada ascensión secular de lasclases medias y la sustitución de latierra por el capital en 1815) nació en

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1754 y tomó parte activa en la propiaRevolución.[16] Era un poco mayor queAntoine Barnave, un moderado que fueguillotinado pero cuya «Introducción ala Revolución francesa», escritamientras esperaba su ejecución, siguióuna línea similar. Jean Jaurès utilizó estetexto en su Historia de la Revoluciónfrancesa como fundamento de lainterpretación socialista de las clases.Al escribir sobre la Revolución francesaestos hombres estaban formando unjuicio sobre lo que ellos habían vivido,y sin duda sobre lo que sus padres,maestros y amigos habían experimentadode primera mano. Y lo que estabanhaciendo cuando empezaron a escribir

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historia a partir de la década de 1820era, para citar un texto francés reciente,«celebrar la epopeya de las clasesmedias francesas».[17]

Esta epopeya, para Guizot y Thierry,así como para Marx, empezó muchoantes de la Revolución. De hecho,cuando los burgueses medievaleslograron cierta autonomía respecto delos señores feudales, se constituyeron enel núcleo de lo que llegarían a ser lasclases medias modernas.

La burguesía, una nuevanación, cuyos principios y morallos constituyen la igualdad civil

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y el trabajo independiente,apareció entre la nobleza y lossiervos, destruyendo así parasiempre la dualidad socialoriginal del antiguo feudalismo.Su instinto para la innovación, suactividad, el capital queacumuló [la cursiva es mía],formaron una fuerza quereaccionó de mil modos distintoscontra el poder de aquellos queposeían la tierra.[18]

«La continua ascensión del tiers état esel hecho predominante y la ley denuestra historia», pensaba Thierry. La

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aparición histórica de esta clase, y suascenso al poder, fue demostrado yratificado por la Revolución, y aún máspor la Revolución de 1830, que Thierryvio como «la providencial culminaciónde todos los siglos desde el XII».[19]

François Guizot, un historiadorsorprendentemente interesante que llegóa ser primer ministro de Francia duranteel régimen con conciencia burguesa de1830-1848, fue incluso más claro. Lasuma de las emancipaciones locales deburgueses durante la Edad Media «creóuna clase nueva y general».

Por eso, aunque no había ningunaconexión entre estos burgueses que nocompartían una actividad pública común

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como clase, «los hombres que sehallaban en la misma situación endistintas partes del país, que compartíanlos mismos intereses y el mismo estilode vida [moeurs], no podían dejar deengendrar vínculos mutuos, una ciertaunidad, de donde iba a nacer laburguesía. La formación de una granclase social, la burguesía, fue laconsecuencia necesaria de laemancipación de los burgueses».[20] Yno sólo esto. La emancipación de losmunicipios medievales produjo la luchade clases, «esa lucha que llena laspáginas de la historia moderna: laEuropa Moderna nació de la lucha entrelas distintas clases de la sociedad».[21]

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Sin embargo, la nueva burguesía que sedesarrollaba gradualmente se limitaba alo que Gramsci llamaría susubalternidad y que Guizot denominó«la prodigiosa timidez de espíritu de losburgueses, la facilidad con la que se lespodía satisfacer».[22] En resumen, laburguesía fue lenta al hacer valer susderechos como clase dirigente, tardó endemostrar lo que Guizot llamó «eseauténtico espíritu político que aspira ainfluir, a reformar, a gobernar».[23] En1829, bajo el gobierno reaccionario deCarlos X, que pronto sería barrido poruna auténtica revolución burguesa, eraimposible hablar más claramente desdeuna tarima universitaria.

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¿Pero cuál sería el carácter exactode la sociedad dirigida por la burguesíauna vez ésta se decidiera finalmente «ainfluir, a reformar, a gobernar»? ¿Acasofue, tal como sigue manteniendo lavisión convencional de la Revolución ya pesar del rechazo de los«revisionistas», «la era del capitalismoliberal basado en la propiedad privada,la igualdad ante la ley y les carrièresouvertes (al menos teóricamente) auxtalents»?[24] No cabe ninguna dudasobre la intención de los portavoces deltiers état, por no hablar de los liberalesde la Restauración, de instaurar los tresúltimos principios. La Declaración delos Derechos del Hombre dice otro

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tanto. Tampoco puede dudarse de loprimero, a pesar de que en 1789 lostérminos liberal y capitalismo noexistían, o no tenían sus connotacionesmodernas, puesto que el términocapitalismo no aparece en la lenguafrancesa hasta después de 1840, en ladécada en que la recién acuñadaexpresión laissez-faire también pasa aformar parte del vocabulario francés.[25]

(No obstante capitalista, en el sentidode persona que vive del rédito de unainversión, aparece documentado en1798.)

Estos hombres estaban a favor de lalibertad de empresa, de la nointerferencia del gobierno en los asuntos

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de la economía. El propio hecho de queel eslogan internacional de semejantepolítica («laissez-faire, laissez-passer»)sea de origen francés y ya tuviera unaantigüedad de varias décadas en 1789 losugiere claramente.[26] Como lo hace lapopularidad e influencia de Adam Smithcuya Riqueza de las naciones, tal comoadmitirían los propios franceses muy asu pesar, «desacreditó a los economistasfranceses que eran la vanguardiamundial... reinando sin competenciadurante la mayor parte del siglo».[27]

Hubo al menos tres ediciones en francésde su trabajo antes de la Revolución yotras cuatro se publicaron durante elperíodo revolucionario (1790-1791,

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1795, 1800-1801, 1802, sin contar laprimera edición de la obra de sudiscípulo J.B. Say, Tratado deeconomía política (1803) ya que elautor sólo hizo valer sus méritos con laRestauración) y sólo hubo otras cincoediciones francesas de La riqueza delas naciones desde la caída deNapoleón hasta el final del siglo XIX.[28] Apenas puede negarse que estodemuestra que durante el períodorevolucionario había un considerableinterés por el profeta de lo que hoy sinduda llamaríamos la economía delcapitalismo liberal.

Uno no puede siquiera negar que losliberales burgueses de la Restauración

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apuntaban hacia un capitalismoindustrial aunque los teóricos de 1789no pudieran formularlo así. (Peroentonces no busquemos en la gran obrade Adam Smith ninguna anticipaciónseria de la Revolución industrial, la cualestaba a punto de producirse en supropio país.) Hacia el final del períodonapoleónico, la conexión entredesarrollo económico eindustrialización ya era evidente. Eleconomista J.-B. Say, antiguo girondino,probó suerte con los hilados de algodóny pudo confirmar sus convicciones sobreel mercado libre al enfrentarse a losobstáculos de la política deintervencionismo estatal de Napoleón.

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Hacia 1814, Saint-Simon ya vio laindustria (en el sentido moderno de lapalabra), y los industriales (término queacuñó él mismo) como la base delfuturo, y el término Revoluciónindustrial estaba abriéndose camino enlos vocabularios francés y alemán poranalogía con la Revolución francesa.[29]

Además, el vínculo entre el progreso, lapolítica económica y la industria yaestaba claro en las mentes de losjóvenes filósofos liberales. VictorCousin declaró en 1828: «Las cienciasmatemáticas y físicas son una conquistade la inteligencia humana sobre lossecretos de la naturaleza; la industria esuna conquista de la libertad de volición

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sobre las fuerzas de esta mismanaturaleza... El mundo tal como lasciencias matemáticas y físicas y,siguiéndolas, la industria, lo han hecho,es un mundo a la medida del hombre,reconstruido por éste a su imagen ysemejanza».[30] «La economía política -anunciaba Cousin (es decir, AdamSmith)- explica el secreto, o mejor eldetalle, de todo esto; es consecuencia delos logros de la industria, que a su vezestán estrechamente relacionados conlos de las ciencias matemáticas yfísicas.»[31] Y es más,

la industria no será estática e

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inmóvil sino progresiva. No secontentará con recibir de lanaturaleza lo que la naturalezaesté dispuesta a concederle...Ejercerá fuerza en la tierra conel objetivo de arrancarle elmáximo número de productos y asu vez actuará sobre estosproductos para darles la formaque se adapte mejor a las ideasde la época. El comercio sedesarrollará a gran escala, ytodas las naciones que tengan unpapel en esta era serán nacionescomerciantes... Será la era de lasgrandes empresas marítimas.[32]

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No es preciso un gran esfuerzo parareconocer tras las generalidades deldiscurso del joven profesor el modelode la sociedad del siglo XIX que tieneen mente; podía verse desde Francia através del Canal. En breve volveremos ala orientación británica del liberalismofrancés.

El punto que debe quedar claroahora no es que la idea de una economíaindustrial como tal no surgió claramentehasta después de la era napoleónica, talcomo atestiguan tanto Saint-Simon comoCousin, cuando el concepto general yaera familiar para la izquierdaintelectual, sino que apareció como unaprolongación natural del pensamiento

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ilustrado del siglo XVIII. Fue elresultado de la combinación del«progreso de la ilustración» en general,de la libertad, la igualdad y la economíapolítica junto a los avances materialesde la producción. La novedad residía enhacer depender el triunfo de esteprogreso del ascenso y el triunfo de unaclase específica, la bourgeoisie.

¿Pero cuándo encajó en esteesquema la Revolución francesa? F. A.Mignet en su Historia de la Revoluciónfrancesa de 1824 nos da una respuesta.Siendo la primera obra que mereciera elnombre de historia, al trabajo de Mignetsólo lo precedió un trabajo similar,aunque más amplio, escrito por un

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hombre que, como. Guizot, estabadestinado a los más altos cargospolíticos. Adolphe Thiers, En el AntiguoRégimen, mantenía Mignet, los hombresestaban divididos en dos clases rivales:los nobles y «el pueblo» o TercerEstado, «cuyo poder, riqueza,estabilidad e inteligencia aumentaban adiario».[33] El Tercer Estado formuló laConstitución de 1791 instituyendo unamonarquía constitucional liberal. «Estaconstitución -afirma Mignet- fue obra dela clase media, que en aquellos tiemposera la más fuerte; pues como todo elmundo sabe, el poder dominante siempretoma el control de las instituciones.» Enresumen, la clase media era ahora el

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poder dominante o clase dirigente.Desgraciadamente atrapada entre el reyy la aristocracia contrarrevolucionariapor un lado y «la multitud» por el otro,la clase media fue «atacada por unos einvadida por los otros».[34] Si había quemantener los logros de la revoluciónliberal, la guerra civil y la intervenciónextranjera requerían la movilización dela gente común. Pero dado que senecesitaba a la multitud para defender elpaís, «ésta exigió gobernar el país; demodo que llevó a cabo su propiarevolución, tal como la clase mediahabía llevado a cabo la suya». El poderpopular no duró. Pero se habíaalcanzado la finalidad de la revolución

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liberal a pesar de «la anarquía y eldespotismo; durante la Revolución sedestruyó la antigua sociedad, y la nuevase estableció bajo el Imperio».[35] Conbastante lógica, Mignet terminó suhistoria de la Revolución con la caídade Napoleón en 1814.

Por consiguiente, la Revolución secontemplaba como un proceso complejoy en absoluto lineal que, sin embargo,supuso el punto culminante de la largaascensión de la clase media y quereemplazó la vieja sociedad por otranueva. La discontinuidad socialfundamental que marcó se ha expresadopocas veces de forma más elegante yelocuente que en las obras de Alexis de

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Tocqueville, cuyos trabajos citan conotros propósitos los historiadoresrevisionistas. «Nuestra historia -escribió en sus Recuerdos-, vista adistancia y en conjunto, configura elcuadro de la lucha a muerte entre elAntiguo Régimen, sus tradiciones, susconmemoraciones, sus esperanzas y sushombres, representados por laaristocracia, y la Nueva Francia dirigidapor la clase media.»[36] Como Thierry,Tocqueville contemplaba la Revoluciónde 1830 como una segunda y másafortunada edición de la de 1789 que fuenecesaria dada la tentativa de losBorbones por hacer retroceder el relojhasta 1788. La Revolución de 1830,

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declaró, fue un triunfo de la clase media«tan claro y completo que todo el poderpolítico, todas las prerrogativas y todoel gobierno fueron confinados yamontonados entre los estrechos límitesde esta clase... Por consiguiente, no sólogobernó la sociedad sino que podemosdecir que la formó».[37] «La Revolución-como escribió en otra parte- hadestruido completamente, o está entrance de destruir, todo aquello de laantigua sociedad que derive de lasinstituciones feudales y aristocráticas,todo lo que de una forma u otra tuvierarelación con ellas, todo lo que tenga lamínima huella de ellas.»[38]

Ante tales aseveraciones en boca de

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hombres que al fin y al cabo estabandescribiendo la sociedad donde vivíanes difícil comprender las opinionescontemporáneas que afirman que laRevolución fue «ineficaz en suresultado», por no mencionar a loshistoriadores revisionistas quemantienen que «al final la Revoluciónbenefició a la misma elite terratenienteque la había empezado», o que veían ala nueva burguesía «s’insèrer dans unevolonté d’identification à l’aristocratie»(«participando de una voluntad deidentificarse con la aristocracia»).[39] Loúltimo que se puede decir es que estafuera la impresión que tenían quienesvivían o visitaban la Francia

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posrevolucionaria. Al menos en opiniónde los observadores extranjeros, asícomo de Balzac, la Franciaposrevolucionaria era una sociedad enla que, más que en ninguna otra, lariqueza era el poder y los hombres seconsagraban a acumularla.

Lorenz von Stein, al seguir la pistadel surgimiento de la lucha de clasesentre burgueses y proletarios en Franciadespués de la Revolución, inclusoconcibió una explicación histórica deesta excepcional propensión alcapitalismo. Bajo

Napoleón, razonó, la cuestióncrucial de la Revolución, a saber, «elderecho de todo individuo a alcanzar,

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por sus propios méritos, los puestos máselevados de la sociedad civil y delEstado», se vio reducida a la alternativade acumular propiedades o hacercarrera en el ejército.[40] El despotismoexcluía las demás formas decompetencia para alcanzar honorespúblicos. De modo que Francia seenriqueció «precisamente porque al caerbajo el despotismo del Imperio inauguróel período donde la riqueza constituyeel poder de cada individuo».[41] Cómoexplicar esta considerable divergenciaentre algunos historiadores de fines delsiglo XX y los observadores deprincipios del XIX es otra cuestión. Seacual fuere la respuesta, el hecho de que

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los liberales moderados del primerperíodo vieran las consecuencias de laRevolución francesa en términoscompletamente distintos que sussucesores liberales moderados de losaños ochenta, no puede eludirse.

Una cosa está clara. En algúnmomento entre 1814, cuando Mignetterminó su historia, y 1820, los jóvenesliberales de clase media que crecieroncon el cambio de siglo leyeron lainterpretación de la Revolución francesacomo la culminación del ascenso secularde la burguesía hasta la posición declase dirigente. Adviértase, no obstante,que ellos no identificaban la clase mediaexclusiva ni esencialmente con los

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hombres de negocios, a pesar de quetuvieran pocas duda de que, enterminología posterior, la sociedadburguesa de hecho tomaría la forma deuna sociedad capitalista y cada vez másindustrial. Guizot, una vez más, loexpresó con su habitual lucidez. En elsiglo XII, la nueva clase la constituíanbásicamente mercaderes, pequeñoscomerciantes («négociants faísant unpetit commerce») y pequeñospropietarios de casas o de tierraresidentes en las ciudades. Tres siglosmás tarde, también incluía a losabogados, los médicos, las personascultivadas de todo tipo y todos losmagistrados locales: «la burguesía fue

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tomando forma con el tiempo, y estabacompuesta por elementos diversos.Tanto su secuencia cronológica como sudiversidad a menudo han sidoinsignificantes en su historia... Tal vez elsecreto de su destino histórico residaprecisamente en la diversidad de sucomposición en los diferentes períodosde la historia».[42]

Sociológicamente, Guizot estabaobviamente en lo cierto. Fuera cualfuese la naturaleza de la burguesía oclase media del siglo XIX, estabaformada por la transformación de variosgrupos situados entre la nobleza y elcampesinado, que anteriormente notenían necesariamente, mucho en común,

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en una clase única, consciente de símisma y tratada por los demás como tal;y muy especialmente por aquellos cuyaposición se basaba en la educación(Besitzbürgertum y Bildungsbürgertum,en la reveladora terminología alemana).[43] La historia del siglo XIX esincomprensible para quien suponga quesólo los empresarios eran «auténticos»burgueses.

La interpretación burguesa de laRevolución francesa llegó a ser ladominante, no sólo entre los liberalesfranceses sino entre los liberales detodos los países donde «el comercio y elliberalismo», es decir, la sociedadburguesa, todavía no había triunfado (tal

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como, por supuesto, los liberalespensaban que era su destino en todaspartes). En 1817, Thierry pensaba quelos únicos países donde había triunfadohasta entonces eran Francia, Inglaterra yHolanda. La afinidad entre los paísesdonde la sociedad burguesa habíallegado a ser dominante parecía ser tanestrecha que en 1814 Saint-Simon, elprofeta de la industrialización e inventorde la palabra, y Thierry, que por aquelentonces era su secretario, llegaron avislumbrar un único parlamentoanglofrancés que sería el núcleo de unorganismo único de instituciones paneuropeas en el seno de una monarquíaconstitucional paneuropea cuando el

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nuevo sistema fuera universalmentetriunfante.[44] Los historiadores liberalesno sólo observaron la afinidad existenteentre Francia y Gran Bretaña sino quetambién vieron a esta última como encierto modo predecesora y modelo paraFrancia. Nada es más sorprendente,dado el habitual galocentrismo de lacultura francesa, que la dedicación deestos hombres a la historia de GranBretaña (especialmente Thierry yGuizot, ambos profundamente influidospor Walter Scott). Incluso podría decirseque no sólo vieron la Revoluciónfrancesa como una revolución burguesa,sino que hicieron lo mismo con laRevolución inglesa del siglo XIX. (Este

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es otro de los aspectos de la herencialiberal de la Restauración que másadelante llamaría la atención de losmarxistas.) Había una poderosa razónpara ello: el precedente inglés ratificabala postura de los liberales franceses declase media, cuyo ideal sin duda no erala propia revolución sino, citando denuevo a Thierry, «el progreso lento peroininterrumpido», con la convicción deque, con todo, la revolución podía sernecesaria, mientras el ejemplo inglésdemostraba que tal revolución tantopodía sobrevivir al equivalente de1793-1794 (1649 y Cromwell) comoevitarlo (1688) para crear un sistemacapaz de llevar a cabo una progresiva

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transformación no revolucionaria.[45]

Los argumentos de Guizot estánparticularmente claros, pues aunqueinsistía en la importancia de la lucha declases en la historia europea, no veíaesta lucha como un enfrentamiento quellevara a la victoria completa de unos ya la eliminación de otros, sino (inclusoen 1820) como generadora, dentro decada nación, «de un determinadoespíritu general, un determinadoconjunto de intereses, ideas ysentimientos que triunfan sobre ladiversidad y la guerra».[46] Su ideal erala unidad nacional bajo la hegemoníaburguesa. Sin duda estaba fascinado porel desarrollo histórico de Inglaterra,

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donde, más que en cualquier otro lugarde Europa, «los distintos elementos delentramado social [état social] se hancombinado, han luchado y se hanmodificado recíprocamente, obligándosepermanentemente a consensuar unaexistencia en común». Donde «el ordencivil y religioso, la aristocracia, lademocracia, la realeza, las institucioneslocales y centrales, el desarrollopolítico y moral, avanzaron y crecieronjuntos, aparejados, tal vez no siemprecon la misma velocidad, pero nuncademasiado alejados unos de otros». Yde este modo Inglaterra había sidocapaz, «más rápidamente que cualquierade los estados del continente, de

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conseguir el anhelo de toda sociedad, esdecir, el establecimiento de un gobiernofirme y libre a la vez, y desarrollar unbuen sentido político así comoopiniones fundadas sobre los asuntospúblicos. [“Le bon sens national etl'intelligence des affaires publiques.”]».[47]

Hubo razones históricas queexplicaron esta diferencia entre lasrevoluciones francesa y británica (fue eltema de la última clase del curso deGuizot), a pesar de que la tendenciafundamental de la evolución de ambospaíses fue similar. Mientras elfeudalismo británico (el «NormanYoke») fue la conquista de una nobleza

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normanda sobre una organizaciónpolítica anglosajona estructurada, locual trajo aparejada una resistenciapopular institucionalizada y estructuradaque reivindicaba las anterioreslibertades anglosajonas, el equivalentefrancés había sido la conquista de losnobles francos sobre una poblaciónnativa gala disgregada («nos ancêtresles Gaulois»), que no se resignaba peroque era impotente. Su insurgencia contralos nobles durante la Revoluciónfrancesa fue por ello más incontrolada eincontrolable, y en consecuencia dicharevolución fue más terrible y extrema.[48] Así se intentaba explicar lo que tantochocaba a los historiadores liberales del

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siglo XIX, es decir, el por qué (enpalabras de lord Acton) en Francia «elpaso de una sociedad feudal yaristocrática a otra industrial ydemocrática estaba ligado aconvulsiones», lo cual no sucedía enotras naciones (es decir, en Inglaterra).[49]

A pesar de eso, los británicospodían servir de modelo para la Franciaposterior a 1789: si Gran Bretaña habíasuperado a su Robespierre y/o a suNapoleón (Cromwell) para posibilitaruna segunda, pacífica y más decisivarevolución que instaurara un sistemapermanente (la Revolución Gloriosa de1688), Francia podía hacer lo mismo.

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Podía, y así lo hizo, instaurar laMonarquía de Julio en 1830.

Por lo tanto, en la Francia de laRestauración, los vencedores de larevolución burguesa ya eran moderadosen potencia, conscientes de haberalcanzado la victoria decisiva de suclase. Fuera de Francia, lo que resonabaclaramente en los oídos de las clasesmedias eran las exigencias de 1789. Alas instituciones de la Edad Media leshabía llegado la hora, pensaba unhistoriador liberal alemán. Habíansurgido nuevas ideas, y éstas afectaban«ante todo a las relaciones de las clasessociales [ Stände] en la sociedadhumana», siendo la «clase burguesa»

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[Bürgerstand] la que cada vez cobrabamás importancia. De ahí que «loshombres empezaran a hablar y escribirsobre los Derechos del Hombre, y ainvestigar los derechos de quienesbasaban sus reivindicaciones en losllamados privilegios».[50] Estas palabraseran términos de lucha en la Alemaniade 1830, mientras que en Francia yahabían dejado de serlo. El términobourgeois, en Francia, se definía porcontraste con el pueblo (peuple) o losproletarios (proletaires). En Alemania(en la enciclopedia Brockhaus de 1827),se contrastaba con aristocracia por unlado y con campesinado por el otro,mientras que el término bürger cada vez

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se identificaba más con el término clasemedia y con el francés bourgeois.[51] Loque los liberales alemanes de clasemedia querían o consideraban necesarioera una revolución burguesa. Y lo veíanmucho más claro que sus predecesoresfranceses en 1788, puesto que contabancon los hechos y las experiencias de1789 como referencia.

Además, los alemanes considerabanque el modelo británico, que loshistoriadores franceses analizarían aposteriori, establecía un mecanismo detransformación histórica muy poderoso yde gran alcance: «¿Acaso es preciso queun gran pueblo, para alcanzar una vida

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política independiente, para hacerse conla libertad y el poder, tenga que pasarpor una crisis revolucionaria? El dobleejemplo de Inglaterra y Francia nosapremia a aceptar esta proposición».Así escribía el liberal germano GeorgGervinus en la víspera de 1848. Él,como muchos de su clase, era al mismotiempo erudito y activista político.[52]

Como tantas otras ideas queposteriormente serían adoptadas por losmarxistas, esta concepción de lanecesidad de la revolución, establecidamediante una extrapolación histórica (loque Charles de Rémusat llamaría «unaconvicción geométrica de que en elmundo moderno existía una ley de las

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revoluciones»), procedía de losliberales franceses de la Restauración.[53] Desde luego resultaba plausible, ylos desarrollos ulteriores no handisminuido su plausibilidad.

En algún momento entre el sigloXVII y mediados del siglo XX, lahistoria de prácticamente todos losestados «desarrollados» (Suecia es unade las raras excepciones) y de todas lasgrandes potencias del mundo modernoregistran una o más discontinuidadesrepentinas, cataclismos o rupturashistóricas, clasificables bien comorevoluciones o bien como inspiradas enlas mismas. Sería excesivo achacarlo auna simple combinación de

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coincidencias, aunque es bastanteilegítimo y evidentemente erróneoinferir que los cambios por rupturasdiscontinuas sean inevitables en todoslos casos.

De cualquier modo, la revoluciónnecesaria de los liberales de laRestauración no debe confundirse conversiones posteriores de la misma. Noles preocupaba tanto demostrar lanecesidad de la violencia para derrocarun régimen, ni se oponían a la políticade proceder gradualmente. Es más, sinduda habrían preferido proceder de estemodo. Lo que necesitaban era (a) unateoría que justificara la revoluciónliberal ante las acusaciones de que

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necesariamente produciría jacobinismoy anarquía, y (b) una justificación parael triunfo de la burguesía. La teoría de larevolución necesaria e inevitable lesproporcionaba ambos ases, puesto queesquivaba toda crítica. ¿Quién podíadiscutir contra un fenómeno queescapaba a todo control y voluntadhumana, similar al deslizamiento de lasplacas tectónicas en la Tierra? Por milrazones, pensaba

Victor Cousin, la revolución habíasido absolutamente necesaria, incluidossus excesos, los cuales formaban partede su «misión destructiva». Y paraGuizot, «los shocks que llamamosrevoluciones no son tanto el síntoma de

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lo que está empezando como ladeclaración de lo que ya ha tenidolugar», es decir, la ascensión secular dela clase media.[54] Para algunosobservadores razonables de la primeramitad del siglo XIX, esta opinión no eradel todo insostenible.

De forma progresiva, al enfrentarsea la necesidad de llevar a cabo unarevolución burguesa y conscientes deque la posibilidad de realizarla habíallegado a Alemania procedente deFrancia, incluso para las clases mediasalemanas menos extremistas fue másfácil pasar por alto la violencia de laRevolución de lo que jamás lo fue parasus contemporáneos ingleses, quienes

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(a) no necesitaban tomar a Francia comomodelo del liberalismo inglés y (b) seenfrentaban a la erupción de las fuerzassociales desde abajo. La imagen de laRevolución francesa que penetró másprofundamente en la concienciabritánica no fue la de 1789 o la de 1791sino la de 1793-1794, el «Terror».Cuando Carlyle escribió su Historia dela Revolución en 1837, no sólo estabapagando un tributo a la grandeza delespectáculo histórico, sino queimaginaba lo que podría ser una revueltade los trabajadores pobres ingleses. Talcomo aclaró más adelante, su punto dereferencia era el cartismo.[55]

Los liberales franceses, por

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supuesto, temían los peligros deljacobinismo. Los liberales alemanes locontemplaban con una calmasorprendente, aunque los radicalesgermanos, como el joven geniorevolucionario Georg Büchner, loafrontaran sin pestañear.[56] FriedrichList, el paladín del nacionalismoeconómico alemán, defendió a laRevolución de la acusación de ser unamera erupción de fuerza bruta. Su origenestaba en «el despertar del espírituhumano».[57] «Sólo lo débil e impotentenace sin dolor», escribió otro liberalalemán, estudioso de la Revolución,[58]

antes de casarse con una soubrette[59] y

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convertirse en catedrático de economíaen la Universidad de Praga.[60]

Así pues, si es innegable que lageneración de liberales francesesinmediatamente posteriores a laRevolución la vieron como unarevolución burguesa, también estáigualmente claro que el análisis de lasclases y de la lucha entre ellas que éstosdesarrollaron habría sorprendido atodos los observadores y participantesde 1789, incluso a esos miembros delTercer Estado más resentidos ante elprivilegio aristocrático, como Barnave,o, si se me permite, como Fígaro en laobra de Beaumarchais y en la ópera deMozart y Da Ponte. Fue la propia

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Revolución la que creó, en el estratointermedio entre la aristocracia y elpueblo, la conciencia de la clase mediao classe moyenne, un término que dehecho se utilizaría más (excepto en elcontexto de su desarrollo histórico) quebourgeoisie, especialmente durante laMonarquía de Julio.[61]

Se trataba de una clase media en dossentidos. Ante todo, el Tercer Estadoque se erigió a sí mismo en «nación» en1789, era, para entendemos, no ya lapropia nación sino lo que el abadSiéyès, su más elocuente portavoz, ydicho sea de paso, defensor de AdamSmith, llamó «las clases disponibles» deese Estado; a saber, en palabras de

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Colin Lucas, «el grupo sólidamenteunificado de los profesionales», el rangomedio de la sociedad, que fueron loselegidos como sus representantes. Queellos también se vieran a sí mismos, conbastante sinceridad, como losrepresentantes de los intereses de todala nación, e incluso de la humanidad engeneral, porque defendían un sistemaque no se basaba en el interés y elprivilegio ni en «los prejuicios y lascostumbres, sino en algo que pertenece atodos los tiempos y lugares, en algo quedebería ser el fundamento de todaconstitución, la libertad y la felicidaddel pueblo», no impide que observemosque procedían de un segmento

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específico del pueblo francés, y queeran conscientes de ello.[62] En palabrasde Mignet, si el electorado de 1791 (larevolución de los liberales) se«restringía a los ilustrados», quienes deeste modo «controlaban toda la fuerza yel poder del Estado», al ser «los únicoscualificados para controlarlo puesto quesólo ellos tenían la inteligencianecesaria para el control del gobierno»,ello se debía a que constituían una eliteseleccionada por su capacidad,capacidad que quedaba demostrada porsu independencia económica y sueducación.[63] Esta elite abierta, basadano en el nacimiento (salvo en la medidaen que se consideraba que la

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constitución física y psicológica de lasmujeres las privaba de talescapacidades) sino en el talento,inevitablemente estaba compuesta en sumayoría por los rangos medios de lasociedad (puesto que la nobleza no eranumerosa y su estatus no se considerabaen absoluto vinculado a la inteligencia,mientras que la plebe no tenía educaciónni medios económicos). No obstante,dado que uno de los fundamentosesenciales de dicha elite era el libreacceso del talento a cualquier carrera,nada podía evitar que cualquiera quesatisficiese los requisitoscorrespondientes pudiera pasar a formarparte de ella, con independencia de su

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origen social. Cito de nuevo a Mignet:«Dejemos que compartan los derechoscuando sean capaces de ganarlos» (lacursiva es mía).

En segundo lugar, las «clasesdisponibles» del Tercer Estado, que seconvirtieron en las moldeadoras de lanueva Francia, estaban en el medio enotro sentido. Se encontraron a sí mismasenfrentadas política y socialmente tantocon la aristocracia como con el pueblo.El drama de la Revolución, para quienespodemos llamar retrospectivamente losliberales moderados (esta palabra, comosu análisis de la Revolución, noapareció en Francia hasta después de lacaída de Napoleón),[64] fue que el apoyo

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del pueblo era imprescindible paraenfrentarse a la aristocracia, al AntiguoRégimen y a la contrarrevolución, altiempo que los intereses de dicho puebloy los de los estratos medios estaban enserio conflicto. Tal como diría un siglodespués A. V. Dicey, el menos radical delos liberales: «Confiar en el apoyo delpopulacho parisiense implicabaconnivencia con ultrajes y crímenes quehacían imposible el establecimiento deinstituciones libres en Francia. Larepresión del populacho parisienseconllevaría una reacción, y con todaprobabilidad, la restauración deldespotismo».[65] En otras palabras, sinla multitud no habría nuevo orden; con

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ella, el riesgo constante de revoluciónsocial, la cual pareció convertirse enuna realidad por un breve período en1793-1794. Los forjadores del nuevorégimen necesitaban protegerse de losviejos y los nuevos peligros. Apenassorprende que aprendieran areconocerse entre sí en el transcurso delos acontecimientos, yretrospectivamente, en su condición declase media, al tiempo que comprendíanque la Revolución era una lucha declases contra la aristocracia y contra lospobres.

¿Qué otra cosa podrían haber hecho?La moderna opinión revisionista quesostiene que la Revolución francesa fue

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en cierto sentido «innecesaria», es decir,que la Francia del siglo XIX habría sidomuy parecida a como fue, aunque laRevolución no hubiese tenido lugar, esel tipo de proposición no basada enhechos que resulta tan poco demostrablecomo plausible. Incluso en el sentidomás restringido con el que se argumentaque «el cambio atribuible a laRevolución ... está muy lejos de serresponsable de una movilidad socialsuficientemente importante como paramodificar la estructura de la sociedad»,que no fue necesario desbloquear alcapitalismo en un Antiguo Régimen queno presentaba serios obstáculos para elmismo, y que si la Revolución francesa

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hizo algo, ese algo consistió en retrasarlos avances posrevolucionarios, esimposible que implique que losmoderados de 1789 pudieran compartiresta opinión, aunque sólo sea porquepertenece al discurso de finales delsiglo XX y no al de finales del sigloXVIII.[66]

Estaba bastante claro, al menosdesde el momento en que se convocaronlos Estados Generales, que el programailustrado de reforma y progreso que, enprincipio, todos los hombres adineradosy con educación aceptaron, fuerannobles o no, no sería llevado a cabocomo una reforma dirigida desde arribapor la monarquía (como todos ellos

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esperaban) sino por un nuevo régimen.Lo llevó a cabo una revolución, a saber,una revolución desde abajo, puesto quela revolución desde arriba, por másdeseable que fuera teóricamente, en1789 ya había dejado de ser una opción,si es que alguna vez había llegado aserlo. De hecho, jamás se habríaproducido sin la intervención del pueblollano. Ni siquiera Tocqueville, quieninsistía en lo agradable que habría sidoque un autócrata ilustrado hubiesellevado a cabo la revolución, llegó asuponer por un momento que talproceder fuera posible.[67] Y aunque encada fase del proceso revolucionariosurgiese, alguien que considerase que

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las cosas habían llegado demasiadolejos y deseara dar el alto a losacontecimientos, los historiadoresliberales de la Restauración, adiferencia de los liberales modernos yde algunos revisionistas, tras habervivido una gran revolución de primeramano, sabían que semejantesacontecimientos no podían activarse ydesactivarse como un programa detelevisión. La imagen que esconde lametáfora de Furet del «patinazo»(dérapage) es antihistórica, dado queimplica que es posible controlar elvehículo: pero la pérdida del control esparte integrante tanto de las grandesrevoluciones como de las grandes

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guerras del siglo XX u otros fenómenoscomparables. «Los hombres olvidaronsus verdaderos intereses, sus interesesconcretos -escribió Thierry en 1817,refiriéndose a la Revolución- perohabría sido fútil intentar advertimossobre la vanidad de los objetivos queestábamos persiguiendo;...la historiaestaba allí, y podíamos dejarla hablar ennuestro nombre y abominar de larazón.»[68] Mignet lo sabía mejor quealgunos de sus descendientes queformaban la familia del liberalismomoderado:

Tal vez sería osado afirmar

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que las cosas no pudieronsuceder de otra manera; pero locierto es que, teniendo en cuentalas causas que la provocaron ylas pasiones que utilizó einflamó, la revolución estabadestinada a tomar ese curso y aalcanzar ese resultado... Ya noera posible ni evitarla nidirigirla [la cursiva es mía].[69]

En el capítulo 2 volveré a abordar eldescubrimiento de la revolución comouna especie de fenómeno natural queescapa al control humano, una de lasconclusiones más importantes y

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características que los observadoressacaron de la experiencia de laRevolución francesa.

Sin embargo, precisamente por estarazón, ¿acaso no deberíamos habersupuesto que los liberales moderados dela Restauración, al igual que sussucesores actuales, lamentaron elincontrolable cataclismo por el queFrancia pasó? Si los revisionistas tienenrazón cuando consideran que el cuartode siglo de revolución fue «unepéripétie cruelle» de la historiafrancesa, tras la cual las cosasrecuperaron el ritmo lento de loscambios, ¿debe sorprendemos que losmoderados a veces denuncien el

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desproporcionado coste de esoscambios relativamente tan pequeños?[70]

¿Y que incluso den muestras de esanostalgia por el Ancien Régime quequienes visitan regiones de Europa queuna vez estuvieron gobernadas por lamonarquía de los Habsburgo todavíadetectan en los intelectuales de paísesque se deshicieron de ese yugo entiempos de sus abuelos o bisabuelos?(¿No deberíamos haber esperado unaregresión hacia la monarquía en lasmasas cuyas vidas se vieron tanconvulsionadas a cambio de tan poco?)[71]

Pero no hay señales que indiquenque tales reacciones se produjeran.

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Los liberales de la Restauración, pormás asombrados que estuvieran con loque había sucedido en su país, norechazaron la Revolución ni hicieronuna apología de la misma. De hecho, uncontemporáneo británico conservadorvio su historiografía como una«conspiración general urdida contra losantiguos Borbones, una paradójicaapología de la vieja Revolución y unaprovocación encubierta para llevar acabo otra».[72] El autor en quienpensaba, Adolphe Thiers, a duras penaspuede ser acusado de excesivoradicalismo, ni siquiera en la décadaposterior a 1820.[73] Fueran cualesfueren los excesos de la Revolución, ¿no

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habría sido peor la alternativa, es decir,la no revolución? François-XavierJoseph Droz, que vivió el Terror en sujuventud, lo expresó así: «No imitemosa esos antiguos que, aterrorizados por laquema del carro de Faetón, suplicaron alos dioses que los dejaran en lapermanente oscuridad».[74]

Nada sorprende tanto en losliberales de la Restauración como surechazo a abandonar siquiera esa partede la Revolución que no era defendibleen aras del liberalismo, que losliberales no deseaban defender, y quesin embargo los moderados habíandesbaratado: el jacobinismo de 1793-1794. La Revolución que deseaban

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preservar era la de 1789, la de laDeclaración de los Derechos delHombre, sobre cuyo intrínsecoliberalismo Tocqueville nunca dejó dehacer hincapié, o para ser másconcretos, la de los principios de laConstitución de 1791.[75] ¿Pero no fue elpropio Guizot quien defendió laRevolución en su totalidad como «eldesarrollo necesario de una sociedad enprogreso... la terrible pero legítimabatalla del derecho contra el privilegio?Acaso no fue él quien dijo

no deseo repudiar nada de laRevolución. No pido que se la

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disculpe de nada. La tomo comouna totalidad, con sus aciertos ysus errores, sus virtudes y susexcesos, sus triunfos y susinfortunios... Me diréis que violóla justicia, que oprimió a lalibertad. Estaré de acuerdo.Incluso participaré en el examende las causas de tan lamentablesdigresiones. Y lo que es más: osgarantizaré que el germen deestos crímenes estaba presenteen el mismísimo origen de laRevolución.[76]

A diferencia de muchos de quienes

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preparaban, o de quienes dudaban enpreparar, la celebración del bicentenariode la Revolución, los liberales de laRestauración, a pesar de toda sumoderación, opinaban que «si laconsideramos en conjunto, crímenesincluidos, la Revolución mereció lapena».[77]

Una razón que explica esta voluntadde aceptar lo que Thierry, al hablar de laRevolución inglesa, llamó «actos deviolencia necesarios», fue, sin duda, queel Terror jacobino fue un episodio corto;un episodio, además, cuyo final impusola propia Revolución. Los moderadossólo perdieron el control temporalmente.Pero otra razón más poderosa, si cabe,

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fue que la Revolución seguía pareciendoindispensable, ya que si había sidoimprescindible para derrocar el AntiguoRégimen en 1789, la tentativa porrestaurarlo, que ellos consideraban queestaba progresando, también tendría quefrustrarla una revolución.

Detrás del desarrollo del modeloburgués de la Revolución francesa, cuyapista he seguido a lo largo de laRestauración, se halla precisamente lalucha política de los burgueses liberalesmoderados contra la intentonareaccionaria de hacer retroceder el relojde la historia. Esto se les hizo evidenteen 1820, cuando los activistas políticosliberales (incluidos todos los nombres

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que hemos mencionado) tuvieron queabandonar la acción y retirarse a pensary escribir. El dirigente liberal Royer-Collard, tras la caída del gabineteDecazes, parece ser que se dirigió aaquellos jóvenes intelectuales,diciéndoles: «Escriban libros, ahoramismo no hay nada más que hacer».[78]

Así es como surgió la escuela dehistoriadores formada por Guizot,Thiers, Mignet y demás, aunque cuandola acción volvió a ser plausible, algunosprefirieron permanecer en sus estudios.Estos jóvenes historiadores estabaninmersos en la elaboración de una teoríapara llevar a cabo una revoluciónburguesa. En 1830 la pusieron en

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práctica.Llegados a este punto se precisa una

aclaración. Debe entenderse claramenteque para los liberales moderados, adiferencia de los herederos deljacobinismo, la Restauración de 1814 nofue una desgraciada concesión a lareacción debida a la presión de laderrota, sino exactamente lo quequerían. Aunque al principio fueseincierto, los liberales pronto vieron (oencontraron conveniente ver) a LuisXVIII como un monarca constitucional, apesar de que la apariencia monárquica einternacional se salvó cambiando eltérmino Constitución por el de Cartaotorgada generosamente desde arriba.[79]

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Napoleón había salvaguardado a laburguesía de los dos peligros que laamenazaban, pero pagando un precio: laexclusión de la vida política y laausencia de derechos del ciudadano. Laburguesía no participaba del poder.Según Lorenz von Stein, «seguíahabiendo ricos y pobres pero no habíauna clase dirigente ni una clase dirigida.Sólo había súbditos».[80] Pero laRestauración de 1814 no restauró sólola monarquía sino también la noción degobierno constitucional que parecía tannecesaria, y lo hizo sin correr el peligrode un exceso de democracia. Fue comosi institucionalizara los logros de laRevolución moderada anterior a 1791

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sin la necesidad de una revoluciónulterior. Como escribió Guizot, «hoy,revolución y legitimidad tienen encomún el hecho de que el objetivo deambas es preservarse a sí mismas ypreservar el status quo».[81] Al hacerloestablecieron esa «cooperación franca»mediante la cual «los reyes y lasnaciones» (Guizot pensaba en Inglaterra,como de costumbre) «han terminado conesas guerras internas que denominamosrevoluciones». Guizot culpaba a losreaccionarios no ya de la intención derestaurar un Antiguo Régimen que ya notenía posibilidad de revitalizarse, sinode que corriera el riesgo de que las

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masas volvieran a la acción, una acciónque podía llegar a ser tan necesariacomo peligrosa e impredecible. A laburguesía le gustaba Luis XVIII porque«la casa de Borbón y sus partidarios[ahora] no pueden ejercer un poderabsoluto; bajo ellos Francia tiene queser libre».[82] En resumen, se trataba deuna salvaguardia mejor y más deseableque Napoleón contra el AntiguoRégimen y la democracia. Y el régimende 1830, esa revolución que se llevó acabo como una auténtica revoluciónburguesa y que instituyó un régimenconsciente de sí mismo y con concienciade clase, con un rey que llevaba unachistera en lugar de una corona, fue una

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solución todavía más deseable. Inclusopareció resolver el problema crucial delliberalismo burgués moderado, a saber,el control de la movilizaciónrevolucionaria de las masas. Comoluego se vio, no lo había logrado.

De hecho, la Revolución fuenecesariamente moderada (1789) yjacobina (1793-1794). Toda tentativa deescisión, aceptar a Mirabeau perorechazar a Robespierre, es pocorealista. Por supuesto, esto no significaque uno y otro deban considerarsesemejantes, como hacían losconservadores del siglo XIX: «eljacobinismo, llamado ahoraliberalismo», escribía el ideólogo

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protestante holandés Isaac Da Costa(1798-1860) en 1823.[83] Los ideólogosdel liberalismo burgués intentaronmantener la democracia a raya, a saber,evitaron la intervención de los pobres yde la mayoría trabajadora. Los liberalesde la Restauración y la Constitución de1830 lo hicieron más despiadadamenteque la Constitución de 1791, puesto querecordaban la experiencia deljacobinismo. Creían, como hemos visto,en el electorado de Mignet «restringidoa los ilustrados», quienes «controlabantoda la fuerza y el poder del Estado»,porque eran los únicos que estabancualificados para controlarlo. No creíanen la igualdad de derechos para todos

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los ciudadanos, sino que para ellos elauténtico sello de «verdadera igualdad»,citando de nuevo a Mignet, era la«admisibilidad», así como el sello de ladesigualdad era la «exclusión».[84] Lademocracia liberal les parecía unacontradicción terminológica: oliberalismo, que se basaba en una elite ala que se podía acceder por méritos, odemocracia. La experiencia de laRevolución les había hecho suspicaceshasta de la República, que en Francia seasociaba al jacobinismo. Lo que más leshabría agradado hubiese sido unamonarquía constitucional como labritánica, aunque tal vez un poco máslógica y sistemática y un poco menos

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fortuita, preferentemente instituidamediante una revolución controladacomo la de 1688. En 1830 pensaron quela habían encontrado.

Pero no funcionaría. Una vez pasadala puerta de 1789, ya no era posibledetenerse. Aquí reside el enorme méritode Tocqueville, un liberal de origenaristocrático, que no compartió lasilusiones de un Guizot o de un Thiers.Los escritos de Tocqueville sobre laRevolución francesa se han interpretadomal, como si considerara que no fuenecesaria y estuviera a favor de lacontinuidad histórica de la evoluciónfrancesa. Pero, como hemos visto, nadieestaba tan convencido del papel de

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ruptura irreversible con el pasado comoél. Asimismo, sus escritos sobre lademocracia en América se han leído,especialmente en Norteamérica, comoapreciaciones sobre los méritos dedicho sistema. Pero esto es un error.Tocqueville reconoció que, por más queél y otros hombres ilustrados temieran ala democracia, no había manera deimpedir que se estableciera a largoplazo. Estaba implícita en elliberalismo. ¿Pero era posibledesarrollar ese sistema sin que trajeraaparejados el jacobinismo y larevolución social? Esta fue la cuestiónque le llevó a estudiar el caso de losEstados Unidos. Llegó a la conclusión

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de que la versión no jacobina de lademocracia era posible. Sin embargo, apesar de su disposición para apreciar lademocracia norteamericana, nunca fueun entusiasta de dicho sistema. Cuandoescribió su notable obra, Tocquevilleprobablemente pensó, y sin dudaesperaba, que 1830 proporcionara unmarco permanente para la ulteriorevolución de la sociedad francesa y desus instituciones. Lo único que quisoseñalar fue que, incluso en ese caso,inevitablemente debería ampliarse parapoder manejar la democracia políticaque, les gustara o no, generaba. A largoplazo, la sociedad burguesa así lo hizo,aunque no llevó a cabo ningún intento

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serio hasta después de 1870, ni siquieraen el país que vio nacer la Revolución.Y, como veremos en el último capítulo,la evaluación de la Revolución en suprimer centenario estaría en gran medidadominada por este problema.

El hecho fundamental era, y siguesiendo, que 1789 y 1793 están ligados.Tanto el liberalismo burgués como lasrevoluciones sociales de los siglos XIXy XX reivindican la herencia de laRevolución francesa. En este capítulo heintentado mostrar cómo cristalizó elprograma del liberalismo burgués en laexperiencia y el reflejo de laRevolución francesa. En el próximocapítulo consideraremos la Revolución

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como un modelo para las revolucionessociales posteriores que se propusieronir más allá del liberalismo y como puntode referencia para quienes observaron yevaluaron dichas revoluciones.

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2. MÁS ALLÁ DE LABURGUESÍA

La Revolución francesa dominó lahistoria, el lenguaje y el simbolismo dela política occidental desde su comienzo

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hasta el período posterior a la primeraguerra mundial, incluida la política deesas elites de lo que hoy conocemoscomo Tercer Mundo, quienes veían lasesperanzas de sus pueblos en vías demodernización, es decir, siguiendo elejemplo de los estados europeos másavanzados. Así, la bandera francesatricolor proporcionó el modelo para lamayoría de las banderas de los estadosdel mundo que lograron independizarseo unificarse a lo largo de un siglo ymedio: la Alemania unificada eligió elnegro, el rojo y el oro (y más tarde elnegro, el blanco y el rojo) en lugar delazul, el blanco y el rojo; la Italiaunificada, el verde, el blanco y el rojo; y

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en la década de los veinte, veintidósestados adoptaron banderas nacionalesformadas por tres bandas de distintoscolores, verticales u horizontales, yotros dos las compusieron en bloquestricolores en rojo, blanco y azul, lo cualtambién sugiere una influencia francesa.Comparativamente, las banderasnacionales que muestran la influenciadirecta de las barras y estrellas fueronmuy pocas, incluso si consideramos queuna única estrella en el ángulo izquierdosuperior pueda ser una derivación de labandera estadounidense: hay un máximode cinco, tres de los cuales (Liberia,Panamá y Cuba) fueron virtualmentecreados por los Estados

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Unidos. Incluso en América Latinalas banderas que muestran una influenciatricolor superan numéricamente a lasque muestran influencias del norte. Dehecho, la relativamente modestainfluencia internacional de laRevolución norteamericana (excepto,por supuesto, sobre la propiaRevolución francesa) debe sorprender alobservador. En tanto que modelo paracambiar los sistemas político y social sevio absorbida y reemplazada por laRevolución francesa, en parte debido aque los reformistas o revolucionarios delas sociedades europeas podíanreconocerse a sí mismos con mayorfacilidad en el Ancien Régime de

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Francia que en los colonos libres y losnegreros de América del Norte.Además, la Revolución francesa se vio así misma, en mayor medida que lanorteamericana, como un fenómenoglobal, el modelo y la pionera deldestino del mundo. Entre las numerosasrevoluciones de finales del siglo XVIIIse destaca no sólo por su alcance, y entérminos de sistema estatal por sucentralismo, por no mencionar su drama,sino también, desde el principio, portener conciencia de su dimensiónecuménica.

Por razones obvias, quienesproponían llevar a cabo revoluciones,especialmente revoluciones cuyo

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objetivo fuera la transformaciónfundamental del orden social(«revoluciones sociales»), estabanparticularmente inspirados e influidospor el modelo francés. A partir de 1830,o como muy tarde, de 1840, entre dichastendencias se contaban los nuevosmovimientos sociales de las clasesobreras de los países industrializados, ocuando menos las organizaciones ymovimientos que pretendían hablar ennombre de esas nuevas clases. En lapropia Francia, la ideología y ellenguaje de la Revolución seextendieron a partir de 1830 hastaregiones y estratos que habíanpermanecido intactos durante el primer

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período revolucionario, incluidasgrandes extensiones del campo. MauriceAgulhon analizó y describiómaravillosamente el desarrollo de esteproceso en la Provenza en su obra LaRépublique au Village.[85] Fuera deFrancia, los campesinos seguían siendohostiles ante las ideologías que lestraían los hombres de las ciudades,incluso cuando podían comprenderlas, yjustificaban sus propios movimientos deprotesta social y sus anhelos de revueltacon una terminología distinta. Losgobiernos, las clases dirigentes y losideólogos de izquierdas, hasta bienentrada la segunda mitad del siglo XIX,estaban de acuerdo (con satisfacción o

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con resignación) en que los campesinoseran conservadores. Estainfravaloración del potencial radical delcampesinado por parte de la izquierdapuede apreciarse en las revoluciones de1848, y quedó reflejado en suhistoriografía hasta mucho después de lasegunda guerra mundial, incluso hayindicios, en las secuelas de 1848, de queFriedrich Engels no consideró laposibilidad de una segunda edición de laguerra campesina a la que tachó (alescribir una historia popular de lamisma) de totalmente utópica. Porsupuesto, participó en la acción con losrevolucionarios armados del surestealemán, la zona del país donde, tal como

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los historiadores actuales reconocen,1848 fue esencialmente un movimientoagrario, y tal vez el mayor de este tipoque se diera en Alemania desde laguerra campesina del siglo XVI.[86] Noobstante, incluso para los campesinosrevolucionarios la Revolución francesaera algo remoto. El joven GeorgBüchner, autor de la sorprendente Lamuerte de Danton, no se dirigía alcampesinado de su Hesse natal enlenguaje jacobino, sino en el lenguaje dela Biblia luterana.[87]

No sucedió lo mismo con lostrabajadores urbanos o industriales,quienes no hallaron ninguna dificultadpara adoptar el lenguaje y el simbolismo

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de la revolución jacobina que la Franciaultraizquierdista (sobre todo a partir de1830) había adaptado a su situaciónespecífica, identificando al pueblo conel proletariado. En 1830 lostrabajadores franceses adoptaron laretórica de la Revolución para suspropios propósitos, a pesar de que eranconscientes de ser un movimiento declases contra las autoridades liberalesque también recurrían a esa retórica, yno sólo en Francia.[88] Los movimientossocialistas austríaco y alemán, tal vezdebido a la identificación de sus líderescon la Revolución de 1848 (los obrerosaustríacos celebraban el aniversario delas víctimas de marzo de 1848

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(Märzgefallene) antes de celebrar elPrimero de Mayo) hacían hincapié en lacontinuidad de la Gran Revolución. LaMarsellesa (en diversas adaptaciones)era el himno de los socialdemócratasalemanes, y los socialdemócratasaustríacos de 1890 seguían poniéndoseel gorro frigio (característico de laRevolución) y la consigna «Igualdad,Libertad, Fraternidad» en sus distintivosel Primero de Mayo.[89] No essorprendente. Al fin y al cabo, laideología y el lenguaje de la revoluciónsocial llegaron a Europa central desdeFrancia, gracias a los oficiales(trabajadores cualificados) radicalesalemanes que viajaban por todo el

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continente, a los turistas, a los alemanesque emigraron por motivos políticos alParís de antes de 1848, y graciastambién a las publicaciones a menudoextremadamente bien informadas einfluyentes que algunos de ellos sellevaron consigo al regresar a su tierra,como la de Lorenz von Stein.[90] Poraquel entonces se estaban desarrollandoimportantes movimientos obrerossocialistas en la Europa continental, loscuales redujeron la activa e insurgentetransformación política de laRevolución a su componente obrero. LaComuna de París de 1871 vinculó a losjacobinos con la tradición de revoluciónsocial proletaria tanto como el elocuente

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y analítico obituario que Karl Marx lededicara.[91]

Para los observadores atentos eraevidente que la Revolución seguía tanviva en 1793-1794 como en 1789. Poreso 1848, a pesar de que en aparienciafuese un breve episodio rápidamentefrustrado en la mayoría de paísesconvulsionados por la revolución,demostró sin lugar a dudas que elproceso revolucionario seguía su curso.En Francia, la esperanza de que hubiesellegado a una conclusión definitiva en1830 dio paso al pesimismo y a laincertidumbre entre los liberales. «Nosé cuándo terminará este viaje —exclamó Tocqueville poco después de

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1850—. Estoy cansado de pensar, una yotra vez, que hemos alcanzado la costa ydescubrir que sólo se trataba de unengañoso banco de niebla. A menudo mepregunto si esa tierra firme que andamosbuscando desde hace tanto realmenteexiste, o si nuestro destino será navegaren un océano tormentoso parasiempre.»[92] Fuera de Francia,utilizando el mismo símil, JacobBurckhardt, en la década de los setentadel siglo pasado, inauguró su cursosobre la Revolución francesa con estaspalabras: «Sabemos que la mismatormenta que azotó a la humanidad en1789 nos sigue conduciendo hacia elfuturo».[93]

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En esta situación, la Revoluciónfrancesa servía a un buen número depropósitos. Para aquellos que queríantransformar la sociedad, proporcionabaun elemento de inspiración, una retóricay un vocabulario, un modelo y unestándar de comparación. Para quienesno necesitaban o no querían llevar acabo una revolución, los tres primeroselementos citados tenían pocaimportancia (excepto en Francia),aunque la mayor parte del vocabulariopolítico de todos los estadosoccidentales del siglo XIX se derivarade la Revolución y a menudo consistieraen adaptaciones directas del francés:por ejemplo, la mayor parte de lo que se

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asociaba al término «la nación». Porotra parte, la Revolución como estándarde comparación era más importante,dado que el temor a la revolución esmás común que una perspectiva real dela misma. Y como veremos, aunque parala mayoría de los nuevos izquierdistasoccidentales (obreros y socialistas) larelevancia operacional de 1789-1799, adiferencia de su relevancia ideológica,cada vez era más tenue, los gobiernos ylas clases dirigentes valorabanconstantemente la posibilidad de unasubversión y de una rebelión de loshombres y mujeres que, como biensabían, tenían un montón de buenasrazones para estar descontentos con su

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suerte. Las revoluciones del pasadoconstituían puntos de referencia obvios.Por eso, en 1914, el ministro británicoJohn Morley se preguntaba si el humordel país, en vísperas de lo que llegó aser la primera guerra mundial, ysumergido en un considerable malestarsociopolítico, no era semejante al queprecedió a 1848.[94] Cuando unarevolución llegaba a estallar, tantoquienes estaban a favor de la mismacomo sus oponentes la comparabaninmediatamente con sus predecesoras.Cuanto más central y de mayor alcanceera, más inevitable se hacía lacomparación con 1789.

De este modo, en julio de 1917 la

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Current History Magazine del NewYork Times publicó un artículo anónimocuyo título, «The Russian and FrenchRevolutions 1789-1917: Parallels andContrasts», sin duda reflejaba laspreocupaciones de todos los europeos ynorteamericanos cultos de la época.[95]

Probablemente, muchos de ellosestuvieron de acuerdo con las pocasperceptivas observaciones del citadoartículo. En ambos países, según elautor, «si los soberanos, con másinteligencia y lealtad, hubiesenrenunciado en el momento crítico,estableciendo institucionesrepresentativas... no habría tenido lugarninguna revolución. Asimismo, en

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ambos países, la oposición última y fatalfue instigada por la reina extranjera(María Antonieta en un caso, la zarinade origen alemán en el otro), gracias alpeligroso poder que ejercía sobre elsoberano». En ambos países,argumentaba, los filósofos y escritoresse habían estado preparando durantemucho tiempo para la revolución -Voltaire y Rousseau en un caso, Tolstoi,Herzen y Bakunin en el otro. (El autor deeste ensayo no consideró relevante lainfluencia de Marx.) Estableció unparalelismo entre la Asamblea deNotables francesa, sustituida por losEstados Generales y la AsambleaConstituyente en un caso, y el Consejo

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del Imperio ruso, sustituido por la DumaImperial, en el otro. Al observar eldesarrollo interno de la Revolución, quepor supuesto no había progresado muchoen el verano de 1917, el autor veía a los«cadetes», a Rodzianko y a Miliukovcomo una versión de los girondinos, y alos diputados del Soviet deTrabajadores y Soldados como losnuevos jacobinos. (En la medida en queesto pudiera implicar que los liberalesserían barridos por los soviets, no erauna mala predicción, aunque en otrosaspectos el análisis del autor no esdemasiado agudo.)

Estas comparaciones se centraban noya en la revolución liberal sino en la

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revolución jacobina y sus posiblesconsecuencias. De forma progresiva,excepto en la Rusia zarista y en Turquía,1789 estaba dejando de ser un temacandente. A finales del siglo XIX,Europa estaba formadamayoritariamente, con la excepción delas dos monarquías absolutasmencionadas y de las repúblicas deFrancia y Suiza (no es preciso tener encuenta las minirrelíquías de la EdadMedia como San Marino y Andorra),por monarquías que se habían adaptadoa la Revolución, o a la inversa, porclases medías que se habían adaptado alos antiguos regímenes. Después de1830 ya no hubo más revoluciones

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burguesas con éxito. Pero los antiguosregímenes aprendieron que sobrevivirdignificaba adaptarse a la era delliberalismo y a la burguesía (encualquier caso, al liberalismo de 1789-1791, o mejor aún al de 1815-1830). Acambio aprendieron que la mayoría deburgueses liberales, si pudieran,aceptarían no llevar a cabo todo suprograma siempre y cuando se lesgarantizara la necesaria proteccióncontra el jacobinismo, la democracia, olo que éstos pudieran producir. Dehecho, la restauración de la monarquíaen Francia en 1814 demostró ser laanticipación de un modelo general: unAntiguo Régimen que asimilaba parte de

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la Revolución francesa para satisfacer aambas facciones. Tal como elarchiconservador Bismarck escribió en1866, con su habitual e incomparablelucidez y su gusto por la provocación:«Si tiene que haber una revolución,mejor que seamos sus artífices que susvíctimas».[96]

El liberalismo burgués (excepto enRusia y en Turquía) había dejado denecesitar una revolución y sin duda yano la deseaba. De hecho estaba ansiosopor apartarse del análisis queanteriormente había promovido, puestoque dicho análisis, en principio dirigidocontra el feudalismo, ahora apuntabacontra la sociedad burguesa. Tal como el

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socialista moderado Louis Blancescribió en su Historia de laRevolución francesa de 1847, laburguesía había ganado una libertadgenuina mediante la revolución, pero lalibertad del pueblo era sólo nominal.[97]

De modo que precisaba su propiaRevolución francesa. Otrosobservadores más lúcidos o radicalesfueron más lejos y vieron la lucha declases entre la nueva clase dirigenteburguesa y el proletariado que explotabacomo la clave principal de la historiacapitalista, del mismo modo en que la dela burguesía contra el feudalismo lohabía sido en la era antigua. Estaopinión la compartían los comunistas

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franceses, hijos de la ultraizquierdajacobina del período posterior aTermidor, Este desarrollo del análisis dela clase burguesa liberal era tan grato alos revolucionarios sociales comoMarx, como ingrato para sus fundadores.Thierry, trastornado por la Revoluciónde 1848, llegó a la conclusión de que elanálisis de las clases era pertinente en elAntiguo Régimen pero no en el nuevo,porque la nación, al constituirse a símisma mediante la Revolución, habíapasado a ser un todo, una globalidadinmutable; y lo que todavía era máserróneo era suponer que el tiers état loconstituyera la burguesía y que este tiersétat burgués fuese superior a otras

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clases inferiores y tuviera interesesdiferentes a los suyos.[98] Guizot, quesiempre previo una salida deemergencia para evitar su propioanálisis, se desdijo de su anterior apoyoa cualquier revolución. Lasrevoluciones formaban, o deberíanformar, parte del pasado.

Por otro lado, para los nuevosrevolucionarios sociales vinculados alproletariado, la cuestión de larevolución burguesa seguía siendo,paradójicamente, urgente y vital.Resultaba evidente que la revoluciónburguesa precedía a la revoluciónproletaria, puesto que al menos habíauna revolución burguesa exitosa, y sin

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embargo, hasta entonces, ningunarevolución proletaria que hubiesetriunfado. Se pensaba que sólo eldesarrollo del capitalismo en el seno dela sociedad burguesa victoriosa crearíalas condiciones para que emergiera eserival proletario económico y político yaque, tal como escribió Marx cuandocriticaba al Thierry de después de 1848,«el enfrentamiento decisivo entreburguesía y pueblo no se establece hastaque la burguesía deja de pertenecer altiers état, que se opone al clergé y a lanoblesse».[99] También podríaargumentarse, y más tarde se hizo, quesólo la extensión de la revoluciónburguesa hasta la conclusión lógica de la

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república democrática crearía lascondiciones institucionales yorganizativas que permitirían dirigir deforma efectiva la lucha del proletariadocontra la burguesía. Sean cuales fuerenlos detalles de este argumento, se aceptóuniversalmente hasta 1917, al menosentre los marxistas, que el camino haciael triunfo de la clase obrera y delsocialismo pasaba por una revoluciónburguesa, considerada la primera fasede la revolución socialista.

Llegados a este punto, no obstante,surgen tres preguntas. Primero, parecíaevidente que ambas debían estarentrelazadas. El espectro del comunismoempezó a obsesionar a Europa en un

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momento en que la revolución burguesatodavía no se había llevado a cabo(como en Alemania), o estaba lejos dehaberse completado, al menos paraimportantes sectores de la burguesía,como en la Monarquía de Julio o en laInglaterra de la Primera Acta reformista.Segundo, ¿qué pasaría si, como sucedióen muchos países, la burguesíaconseguía sus objetivos principales sinllevar la revolución burguesa más alládel punto de satisfactorio compromisocon el Antiguo Régimen? O, la terceracontingencia, ¿qué ocurriría si una vezmás ésta sacrificaba su reivindicaciónpolítica de una constitución y de ungobierno representativo en favor de

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algún tipo de dictadura que mantuviera alos obreros a raya? La Revoluciónfrancesa proporcionaba respuestas parael primer y el tercer casos, pero no parael segundo.

El jacobinismo parecía ser la clavedel problema de 1848. Parecía tanto unelemento esencial para el éxito y lasupervivencia de la revolución burguesacomo un medio para radicalizarla yhacerla tender a la izquierda, más alláde los límites burgueses. En resumen,constituía tanto el medio para conseguirlos objetivos de la revolución burguesa,dado que la burguesía por sí sola noestaba en condiciones de lograrlo, comoel medio para ir más allá de la misma.

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El análisis inicial de Marx en losprimeros años cuarenta del siglo pasado(y él fue sólo uno de los muchosizquierdistas que escudriñaron cada unade las fases de la historia de laRevolución con una lupa política, con laintención de discernir lecciones para elfuturo) se centró en el jacobinismo comofenómeno político que permitía que larevolución saltara en lugar de caminar yque alcanzara en cinco años lo que deotro modo requeriría varias décadas«debido a las timoratas y excesivamenteconciliadoras concepciones de laburguesía».[100] No obstante, durante ydespués de 1848, la posibilidad deempujar la revolución hacia la izquierda

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mediante una vanguardia política, laposibilidad de transformar su carácter,pasó a ser el tema central de supensamiento: esta fase del pensamientoestratégico de Marx sería la queconstituiría el punto de partida de Lenin,o más exactamente de losrevolucionarios marxistas rusos que seencontraron a sí mismos en lo que ellosconsideraban una situación análoga a lade una burguesía y un proletariado,ambos evidentemente demasiado débilespara desempeñar los cometidoshistóricos que su propia teoría lesexigía. A sus oponentes les gustaba decirque Lenin era un jacobino.

Por supuesto, la idea de que el

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comunismo era hijo del jacobinismohabía sido la esencia del argumento dela Historia de la sublevación de losIguales (1828) de Buonarroti. Laultraizquierda francesa lo dio porsentado antes de que los blanquistas,después de 1848, se comprometierancon la opinión de que los hebertistas yno el insuficientemente ateo Robespierrehabían sido los auténticosrevolucionarios, lo cual aceptó sinreparos el joven Engels.[101] Tanto élcorno Marx compartieron al principio laopinión de que los partidarios de laRepública jacobina eran «elproletariado insurgente», pero unproletariado cuya victoria en 1793-1794

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sólo podía ser temporal y constituir «unelemento de la propia revoluciónburguesa» dado que las condicionesmateriales para el desbancamiento de lasociedad burguesa todavía no estabanmaduras. (Este es uno de los raros casosen que Marx utilizó la expresiónrevolución burguesa.)[102] Hasta muchomás tarde no se formuló un análisis máscompleto de la composición social delpueblo de París en 1789-1794, ni seestableció la clara distinción entrejacobinos y sans-coulottes que sería tanimportante en la historiografía francesade la izquierda desde Mathiez hastaSoboul.

En resumen, era natural que Marx se

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dirigiera a los polacos en 1848,diciéndoles: «El jacobino de 1793 se haconvertido en el comunista de hoy».[103]

Como tampoco debe sorprender queLenin no disimulara su admiración porel jacobinismo ni se dejara convencerpor los mencheviques que le atacabanpor ser jacobino a principios del sigloXX, ni por los narodniks, que hicieronlo mismo en otros ámbitos.[104] Tal vezdebería añadirse que, a diferencia demuchos otros revolucionarios rusos,Lenin no parece que tuviera un detalladoconocimiento de los pormenores de lahistoria de la Revolución francesa,aunque durante su exilio en Suizadurante la guerra se dedicó a leer sobre

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el tema. Prácticamente todo lo queescribió sobre esta cuestión podríaderivarse de la cultura general y de lasobras de Marx y Engels.

Sin embargo, al margen de sufiliación histórica, la reflexión marxistasobre la estrategia del proletariado enuna futura revolución posterior a 1848(como en el Discurso a la LigaComunista, 1850), el famosollamamiento a «la revoluciónpermanente», constituye un vínculo conel tipo de problema político al que losbolcheviques tendrían que enfrentarsemedio siglo después. Además, la críticaque Trotski hiciera de Lenin,eventualmente encarnada por las

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ortodoxias rivales de las sectastrotskistas, hace referencia al mismopunto del pensamiento de Marx, a saber,su (ocasional) utilización de laexpresión «revolución permanente», queindica esta posibilidad de transformar larevolución burguesa en algo másradical. El uso original que Marx hacíade esta frase, huelga decirlo, hacíareferencia directa a la historia de laRevolución francesa.[105]

Por lo demás es evidente que lacuestión de la revolución burguesa teníaun sustancial interés práctico para losrevolucionarios sociales, llegando atener carácter urgente en las rarasocasiones en que se encontraban al

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frente de la revolución. Ha seguidosiendo una cuestión crucial hasta laactualidad, tal como lo atestiguan losdebates suscitados en el seno de laizquierda latinoamericana a partir de1950, que a su vez han alimentado eldebate erudito entre los especialistas enAmérica Latina, los teóricos de los«sistemas mundiales» y los teóricos dela «dependencia». Tal vez debamosrecordar que la cuestión teórica másrelevante entre los partidos comunistasortodoxos de tipo soviético y lasvariadas nuevas izquierdas (izquierdasdisidentes como la trotskista, la maoístao la castrista) era si la cuestión másinmediata era unirse con la burguesía

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nacional contra los regímenesdominados por los terratenientes, quepodían compararse a los señoresfeudales, y por supuesto, contra elimperialismo, o aprovechar paraderrocar también a la burguesía yestablecer directamente un régimensocialista.[106] Aunque estos debates delTercer Mundo, igual que los debates quedividen el movimiento comunista indio,no hacían referencia directa a laRevolución francesa, está claro que sonuna suerte de prolongación de losdebates entre marxistas cuyo origenpodemos rastrear hasta esa revolución.

El contraste con el Viejo Mundo eschocante. En fechas tan avanzadas como

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1946, Daniel Guérín, en Bourgeois etBrasNus, presentó la versión trotskistadel debate («revolución permanente»)en términos específicos de Revoluciónfrancesa. Esta obra describió la historiade la lucha de clases bajo la PrimeraRepública y se debatió como un ejemplode la tesis de la revolución permanente.[107]

Supongamos que la burguesíarenunciara a su revolución; osupongamos que la hace, pero que sesiente incapaz de protegerse de lospeligros de la izquierda bajo unasinstituciones liberales. ¿Qué sucede? LaRevolución francesa puede orientar muypoco en el primer caso, aunque después

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de 1848 llegara a ser algo bastantefamiliar, especialmente en Europacentral. Los historiadores todavíadiscuten sobre si la burguesía alemanarealmente abdicó en favor de la noblezay la monarquía prusianas (a diferenciade las clases medias británica yfrancesa), entrando así en un Sonderwego peculiar autopista histórica que lescondujo hasta Hitler, o si de hechoforzaron a Bismarck y a los junkers agarantizarles un régimen suficientementeburgués. Sea cual fuere la respuesta aestas preguntas, los liberales alemanesdespués de 1848 se conformaron conbastante menos de lo que la mayoría deellos consideraba indispensable cuando

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se unieron a la Revolución de 1848.Friedrich Engels, a veces jugaba con laidea de que, por analogía con Francia,tarde o temprano un sector de ellos haríaotro esfuerzo por conseguir un poderabsoluto, pero de hecho el nuevomovimiento obrero y socialista alemánya no contaba con ello. Por másprofundamente comprometido que dichomovimiento estuviera con la tradición dela Revolución francesa (y no debemosolvidar que antes de que laInternacional se convirtiera en suhimno, los trabajadores alemanescantaban versiones de la Marsellesa),políticamente la historia de 1789-1794había dejado de ser relevante para los

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nuevos partidos social- demócrataslaboristas.[108] Y todavía fue menosrelevante en los países industrializadoscuando los líderes reconocieron, unosmás a regañadientes que otros, que elcamino a seguir no pasaba por nuevastomas de la Bastilla, ni por laproclamación de comunas insurrectas.Por supuesto, se trataba de partidosrevolucionarios, al menos los que eranmarxistas, que eran mayoría. Pero talcomo lo expresó Karl Kautsky, el gurúteórico del poderoso SPD alemán, nosin cierta dosis de turbación, «somos unpartido revolucionario, pero no hacemosla revolución».[109]

Por otra parte, la Revolución

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francesa proporcionó un espectacularejemplo de retroceso hacia elautoritarismo como resultado de unarevolución excesivamente radical, asaber, la toma del poder político porparte de Napoleón. Además, la historiade Francia ofrecía una repetición dedicho esquema en 1848-1851, cuando,una vez más, los liberales moderados,tras haber frustrado una nuevainsurrección de la izquierda, fueronincapaces de establecer las condicionesque posibilitaran la estabilidad política,y en lugar de ello prepararon el terrenopara que otro Bonaparte tomara elpoder. Por eso no es sorprendente que eltérmino bonapartismo formara parte del

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vocabulario político de losrevolucionarios sociales, especialmentede los que estaban inspirados por Marx,quienes en uno de sus panfletos másgeniales describían la ascensión delsegundo Napoleón vinculándola al golpede Estado del primero. Este fenómenono escapó a la atención de losobservadores liberales. Heinrich vonSybel probablemente pensaba en ellocuando al principio de su Historia de laRevolución francesa, que empezó aescribir en 1853, pensaba que elderrocamiento del sistema feudalmedieval (Feudalwesens) propiciaba entodas partes el surgimiento del Estadomilitar moderno.[110] En 1914 el

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historiador liberal británico y futuroministro del gobierno H. A. L. Fischergeneralizó, con poca brillantez, acercade este fenómeno en seis conferenciasbajo el título Bonapartismo. Sinembargo, la palabra se usaba con másfrecuencia en el discurso políticoconvencional para describirsimplemente la causa de los partidariosde la dinastía Bonaparte, o como unsinónimo de lo que también podríahaberse llamado cesarismo después deJulio César.

No obstante, la izquierda marxistadiscutiría largamente sobre elbonapartismo, básicamente en loconcerniente a la cuestión de la lucha de

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clases y de la clase dirigente ensituaciones de relativo equilibrio entrelas clases enfrentadas. ¿Hasta qué punto,en esas situaciones, era posible que unaparato social, o incluso un dirigentepersonal, llegara a ser autónomo,elevándose por encima de las clases uoponiéndolas entre sí? Aunque estosdebates derivaban de la experiencia dela primera Revolución francesa,realmente tuvieron lugar a ciertadistancia de la misma, puesto que sebasaban mucho más en la experienciadel segundo Bonaparte que en la delprimero. Y por supuesto, trataban sobreproblemas históricos y políticos cadavez más alejados del Dieciocho de

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Brumario y de una creciente generalidadhistórica. Algunos discursos modernostienen en común poco más que elnombre con el Bonaparte original, comocuando el término se utiliza para arrojaralguna luz sobre los regímenesautoritarios y fascistas del siglo XX.[111]

No obstante, el término volvió aemplearse en los debates políticosrelacionados mucho más directamentecon la Gran Revolución francesa a partirde 1917, como pronto veremos.

Mientras el siglo XIX avanzaba, laexperiencia de la revolución originalcada vez estaba más alejada de lascircunstancias en las que se encontrabanlos revolucionarios. Esto era así incluso

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en Francia. La burguesía liberalcontemplaba el año 1830 (de hecho asífue) como una repetición afortunada de1789-1791, dado que esta vez estabapreparada ante el peligro jacobinopotencial y por consiguiente dispuesta aenviar a casa a las masas movilizadas,unos días antes de llegar a ser burlada.El año 1848 fue, una vez más, fácilmentevisto como una nueva variante de larevolución original: esta vez con unacomponente jacobina-sans-coulottemucho más importante, encarnada en unaizquierda radical que se erigía enrepresentante del nuevo proletariado,pero que nunca tuvo la oportunidad dealcanzar el poder, ni siquiera

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temporalmente, porque perdió en laselecciones, la superaron en estrategia yterminó viéndose empujada a unainsurrección aislada en junio de 1848,dando píe a que fuera brutalmentesuprimida. Pero, al igual que después deTermidor en 1794, los liberalesvictoriosos, incluso cuando pactabancon los conservadores, carecieron delapoyo político necesario para establecerun régimen estable, dando paso alsegundo Bonaparte. Incluso la Comunade París de 1871 se ajustó al modelo dela revolución radical de 1792, al menosen lo concerniente a las cuestionesmunicipales: la comuna revolucionaria,las secciones populares y demás.

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Aunque la burguesía ya no pensaba entérminos de 1789-1794, sin duda losrevolucionarios sociales radicales loseguían haciendo. Al igual que Blanqui ysus seguidores, estaban empapados de laexperiencia de la década de 1790, porno mencionar a los neojacobinos comoDelescluze que se veían a sí mismoscomo herederos directos deRobespíerre, Saint-Just y el Comité deSalvación Pública. En los añosposteriores a 1860 había hombres cuyaidea acerca de lo que había que hacertras la caída de Napoleón III era la derepetir, tan exactamente como fueseposible, lo que había ocurrido en laGran Revolución.[112] Tanto si estos

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paralelismos con la revolución originaltenían sentido como si no, no resultaronirrelevantes por una razón principal: eraevidente que Francia no habíaconseguido establecer un nuevo régimenpermanente desde la caída del antiguoen 1789. Había conocido diez años deRevolución, quince años de Napoleón,otros quince de Restauración, dieciochoaños de Monarquía de Julio, cuatro añosde Segunda República y dieciocho añosde otro imperio. Por lo visto, laRevolución seguía en marcha.

Sin embargo, tras 1870 cada vezresultó más obvio que la fórmula paraconseguir un régimen burguéspermanente se hallaba en la república

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parlamentaria democrática, aunque esarepública pudiera verse amenazada devez en cuando. Pero dichas amenazasprocedían de la derecha, o en el casodel boulangismo de algo parecido albonapartismo, lo cual de hechofacilitaba la unión de los herederos deljacobinismo y del liberalismo endefensa de la República y así reforzaruna política que, tal como SanfordElwitt demostró, estuvo dirigidasistemáticamente por la oposiciónmoderada durante la década de 1860.[113] Pero echemos un vistazo a la otracara de la moneda. El hecho de que losliberales burgueses a partir de ahorapudieran operar en el marco de una

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república democrática, la cual habíanintentado evitar hasta aquel momento,demostró que el peligro del jacobinismono era, o había dejado de ser, lo que sehabía temido. Los radicales podíanintegrarse en el sistema, y quienes senegaban a ello podían confinarse enguetos minoritarios. Lo que Danton oRobespierre habían hecho ya no teníainterés operativo para quienes seinspiraban en 1792- 1794, aunque porsupuesto, como hemos visto, fue laburguesía liberal la que, al asumir larevolución radical y popular, confirió alos eslóganes, a los símbolos y a laretórica una enorme resonancia dealcance nacional. Al fin y al cabo, la

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fecha del episodio más dramático de laintervención popular en la Revolución,la toma de la Bastilla, se eligió en 1880como Fiesta Nacional de la Repúblicafrancesa.

Si así estaban las cosas en la patriade la Revolución, todavía eran másevidentes en otras partes. Lasrevoluciones ya no formaban parte delos programas políticos, o en todo casose trataba de revoluciones de muydistinto cariz. Por eso, incluso cuandouna política de insurrección, de rebelióny de poder basado en la pólvora sepracticara o fuera posible, como en lapenínsula Ibérica, no era fácil establecerun paralelismo con 1789-1799. Para

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ilustrarlo, podemos observar la carrerade Giuseppe Garibaldi, quienprobablemente tomó parte en másrevueltas, revoluciones, alzamientosarmados y guerras de liberación quecualquier otro hombre del siglo XIX, yque dicho sea de paso, inició su carrerapolítica bajo la influencia de laRevolución francesa, vista a través delprisma de la ideología de Saint-Simon,la cual le marcó profundamente.[114] Porsupuesto todo el mundo creía en losDerechos del Hombre y en el país queles había dado su expresión másinfluyente, excepto los reaccionariosmás recalcitrantes. El caudillo militarMelgarejo de la lejana Bolivia, más

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versado en empatía política que engeografía e información, se ofreció alanzar su caballería en ayuda de Francia,el país de la libertad, cuando tuvonoticias de la guerra franco-prusiana de1870-1871. No obstante, la admiracióno incluso la inspiración son una cosa, ylos modelos políticos otra.

De este modo, en Rusia laRevolución francesa volvía a ser unmodelo, o un punto de referencia,debido a razones que ya se han expuesto.Por una parte, los paralelismos parecíanobvios: una monarquía absoluta deAntiguo Régimen en crisis, la necesidadde instituciones liberales burguesas quebajo las circunstancias impuestas por el

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zarismo sólo eran posibles mediante unarevolución, y otras fuerzasrevolucionarias más radicalesesperando tras aquellos que sólo queríanun constitucionalismo liberal. Por otraparte, los cuerpos y gruposrevolucionarios (no olvidemos que bajoel zarismo incluso los reformistasmoderados tenían que serrevolucionarios, puesto que no habíaningún sistema legal para cambiar elrégimen que no procediera del trono),estaban empapados de la historia de laRevolución francesa y contaban ademáscon el incentivo de evaluar esaexperiencia histórica. Había unarevolución que universalmente se

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aceptaba como inevitable e inminente.El propio Marx empezó a invertir sudinero en las agitaciones rusas a partirde 1870.

Los intelectuales rusos, la mayoríade los cuales bajo el zar también eranforzosamente revolucionarios, estabanempapados de la historia de laRevolución francesa. «Conocen laRevolución francesa mejor quenosotros», exclamó Marcel Cachin,quien sería uno de los grandes hombresdel comunismo francés, ante losdelegados del congreso del PartidoSocialista celebrado en Tours en 1920; asu regreso de Moscú.[115] Una pequeñamaravilla: la contribución rusa a la

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historia de la Revolución fue sustancial.De hecho, L V. Luchitskii (1845- 1918),un liberal ruso, y N. I. Kareiev (1850-1931), liberal pero anteriormentenarodnik, fueron los pioneros en elestudio del campesinado y de la cuestiónde la tierra en la Francia de finales delsiglo XVIII. Por otra parte, el anarquistaPietr Kropotkin escribió una historia dela Revolución francesa en dosvolúmenes que durante mucho tiempofue la mejor historia izquierdista seriaen cualquier país. Primero se publicó eninglés y en francés, en 1909, y en 1914,finalmente, en ruso.

Por eso no es sorprendente que losrevolucionarios rusos automáticamente

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buscaran paralelismos con los sucesosde 1789-1799 en Francia, tal comoPlejanov, el «padre del marxismo ruso»,hiciera hasta el final de sus días.[116]

El paralelismo con la Revoluciónfrancesa, aunque obvio para las mentesde los participantes ilustrados, noparece que fuera muy importante en laRevolución rusa de 1905, tal vez debido(sobre todo) a que el zarismo, aunque setambaleó temporalmente, nunca llegó aperder el control hasta que consiguióreprimir la revolución.[117] En 1905Lenin tachaba de «girondinos» a losmencheviques, por no dignarseconsiderar la posibilidad de unadictadura jacobina en Rusia, aunque

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todo el asunto sólo fue académico.[118]

En cualquier caso, Lenin estabarespondiendo con una alusión directa ala experiencia de la Convención de1793. Tras la derrota, la relación entrelas revoluciones burguesas y de claseobrera se discutió seriamente, confrecuentes referencias al jacobinismo y asu naturaleza. De todos modos, lacomparación con 1789-1799 no fue másallá de las meras generalidades.

Por otra parte, 1917 y los años quele siguieron estaban llenos dereferencias a la Francia revolucionaria.Se llegó incluso a buscar sosias rusos delos personajes famosos de laRevolución francesa. En 1919, W. H.

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Chamberlin, que más tarde escribiríauna de las mejores historias de laRevolución rusa, pensaba que Lenin eracomo Robespierre, sólo que «con unamente más brillante y con unaexperiencia más internacional», peroCharles Willis Thompson, dos añosdespués, pensó que el paralelismoestablecido entre Lenin y Robespierreno era válido. Para Chamberlin, Trotskiera como Saint-Just, pero paraThompson se parecía a Camot, elorganizador de los ejércitosrevolucionarios. Más tarde, Thompsondesdeñó a quienes veían un Marat enTrotski.[119]

Sería fácil seguir la pista a las

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maneras en que los revolucionariosrusos compararon su propia revolucióncon su predecesora. Sujanov, el famosoperiodista de 1917, es un ejemploexcelente de individuo «amamantado enlas historias de las revoluciones inglesay francesa», el cual especuló sobre laposibilidad de que el «poder dual» delos soviets y del Gobierno Provisionalpodría producir algún tipo de Napoleóno de Cromwell (¿aunque, a cuál de lospolíticos revolucionarios se elegiríapara el papel?), o tal vez unRobespierre. Pero una vez más, noaparecía ningún candidato claro.[120] Lapropia historia de la Revolución rusa deTrotski está llena de comparaciones de

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este tipo, las cuales sin duda poblabansu mente en aquellos días. El PartidoDemócrata Constitucional (el partidoliberal mayoritario) que intentabamantener una monarquía constitucionalle sugirió lo diferentes que eran 1917 y1789; entonces el poder real se aceptabauniversalmente, ahora el zarismo habíaperdido legitimidad popular. El poderdual sugería un paralelismo con lasrevoluciones francesa e inglesa. En juliode 1917 los bolcheviques se vieronempujados a encabezar manifestacionespopulares que ellos consideraban fuerade lugar, y su supresión condujo a unaderrota temporal del partido y la huidade Lenin de Petrogrado. El paralelismo

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con las manifestaciones en el Campo deMarte en julio de 1791, en las queLafayette supo manejar a losrepublicanos, acudió rápidamente a lamente de Trotski, así como elparalelismo entre la segunda y másradical revolución del 10 de agosto de1792 y la Revolución de Octubre, ambasprácticamente sin resistencia, y ambasanunciadas con antelación.[121]

Tal vez sea más interesante ver cómose utilizaban los paralelismos con laRevolución francesa para evaluar, ycada vez más para criticar, losprogresos de Rusia. Recordemos unavez más el prototipo histórico que sederivó de la Revolución francesa.

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Consistía en seis fases: el estallido de laRevolución, es decir, la pérdida decontrol de la monarquía sobre eltranscurso de los acontecimientosdurante la primavera y el verano de1789; el período de la AsambleaConstituyente que condujo hasta laconstitución liberal de 1791; el fracasode la nueva fórmula en 1791-1792,debido a tensiones internas y externas,que desembocó en la segunda revolucióndel 10 de agosto de 1792 y en lainstitución de la República; en tercerlugar, la radicalización de la Repúblicaen 1792-1793 mientras la derecha y laizquierda revolucionarias (la Gíronda yla Montaña) la combatían en la nueva

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Convención Nacional y el régimen sedebatía contra la revuelta interna y laintervención extranjera. Esto terminó enel golpe que dio el poder a la izquierdaen junio de 1793, iniciando la cuartafase: la República jacobina, la fase másradical de la Revolución, eincidentalmente (tal como indica sunombre popular), la que se asocia con elTerror, una sucesión de purgas internas yuna extraordinaria y exitosamovilización general del pueblo. Unavez Francia estuvo a salvo, el régimenradical se terminó el Nueve deTermidor. Para nuestro propósito, elperíodo que va de julio de 1794 hasta elgolpe de Napoleón puede considerarse

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como una sola fase, la quinta, en la quese trató de recuperar un régimenrevolucionario más moderado y viable.Dicho empeño fracasó y el Dieciocho deBrumario (de 1799) el régimenautoritario y militar de Napoleón se hizocon el poder. No cabe duda en que hayque distinguir claramente el régimennapoleónico antes de 1804, cuandotodavía gobernaba como jefe de laRepública, y el Imperio que la siguió,pero para nuestro propósito ambos senecesitan mutuamente. En cualquiercaso, para los liberales de laRestauración todo el períodonapoleónico pertenecía a la Revolución.Mignet puso punto y final a su historia

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de la misma en 1814.Resultaba bastante obvio que los

bolcheviques eran la versión de 1917 delos jacobinos. El problema para losadversarios izquierdistas de Leninresidía en que a partir del momento enque estallara la revolución se hacíadifícil criticar a los jacobinos. Eran losrevolucionarios más consistentes yefectivos, los salvadores de Francia, ypor encima de todo, no debíanidentificarse con el extremismo comotal, puesto que Robespierre y el Comitéde Salvación Pública se habían opuestoa enemigos situados tanto a su izquierdacomo a su derecha. Por eso, el viejoPlejanov, que no aprobaba el trasvase

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de poder de Octubre, se negaba aconsiderarlo como una victoria de losjacobinos. Argumentaba que loshebertistas (los radicales queRobespierre liquidó en la primavera de1794) habían tomado el poder y quenada bueno podía esperarse de ello.[122]

En cambio, algunos años después elteórico socialdemócrata alemán KarlKautsky también rechazó el vínculoentre jacobinos y bolcheviques.Naturalmente, argumentó, los amigos delbolchevismo señalaban las similitudesentre la Monarquía constitucional y losgirondinos republicanos moderados poruna parte y los revolucionarios socialesvencidos y los mencheviques rusos por

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otra, y por eso identificaban a losbolcheviques con los jacobinos. Lohacían así para aumentar su credibilidadcomo revolucionarios. Aunque alprincipio los bolcheviques parecieranel equivalente de los jacobinos, actuaronde forma muy distinta: habían resultadoser bonapartistas, es decir,contrarrevolucionarios.[123]

Por otra parte, los bolcheviquesrecibieron el sello de autenticidadjacobina de manos de la fuente másautorizada: la Sociedad de EstudiosRobespierristas, la cual hizo llegar a lajoven Revolución sus mejores deseoscon la esperanza de que «encuentre aunos Robespierres y unos Saint-Justs

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capaces de dirigirla, salvaguardándoladel doble peligro de la debilidad y laexageración».[124] (Y podríamos añadircon la esperanza de que continuaran laguerra contra Alemania, guerra a la quepronto pusieron punto final.) De hecho,la mayor autoridad en el tema, AlbertMathiez, el cual veía a Lenin como «elRobespierre que tuvo éxito», escribió unpanfleto, Bolchevismo y jacobinismo,donde argumentaba que aunque lahistoria nunca se repite a sí misma, «losrevolucionarios rusos copiarondeliberadamente y a conciencia elprototipo francés. Les empuja el mismoespíritu».[125] El entusiasmo de Mathiezpor los Robespierres que tenían éxito

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fue breve (1920-1922) gracias a unadoctrina más efectiva que la original enel seno del Partido Comunista, un hechoque pudo haberle costado la sucesiónoficial en la cátedra de la Sorbonacuando Aulard se retiró en 1924. Perosigue siendo difícil verlo como unmarxista o un comunista característico, apesar de que la experiencia del esfuerzode la guerra de 1914-1918 (en el queparticipó), y de la Revolución rusa,contribuyeron a que la síntesis de suhistoria de 1789-1794 (1921) tuvierauna mayor dimensión social y másconciencia política que trabajosanteriores del mismo tipo.

Curiosamente, al principio hubo

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pocos defensores de la izquierdafrancesa más radical. Tal vez se vierandesarmados por el evidente entusiasmoque los bolcheviques experimentabanpor Marat, cuyo nombre utilizó el nuevorégimen para bautizar uno de sus buquesde guerra y una calle de Leningrado. Encualquier caso, una revoluciónvictoriosa se identificaba másfácilmente con Robespierre que con susoponentes guillotinados de la izquierda,a pesar de que Lenin, poco después deOctubre, se defendiera ante la acusaciónde practicar el terror jacobino: «Elnuestro no es el terror revolucionariofrancés que guillotinaba gentedesarmada, y espero que no tengamos

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que llegar tan lejos».[126]

Desgraciadamente, sus esperanzasfueron en vano. Hasta el triunfo delestalinismo, la izquierda radical noencontró un oponente que se enfrentaraal Robespierre de Moscú. Entre éstos seencontraba Daniel Guérin, cuya La luttedes classes sous la premièreRépublique (1946), una curiosacombinación de ideas libertarias ytrotskistas con un toque de RosaLuxemburg, revitalizó la tesis de que lossans-coulottes eran proletarios queluchaban contra los burgueses jacobinos.

De hecho, tanto si Stalin se veía a símismo como Robespierre como si no,para los comunistas extranjeros era

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reconfortante pensar, cuando tomaban enconsideración los juicios y las purgas delos Soviets, que eran tan necesarios yestaban tan justificados como el Terrorde 1793-1794.[127] Lo mismo sucedió enFrancia, donde la idealización deRobespierre dominaba la tradiciónhistórica jacobina por razones que pocotenían que ver con Marx o Lenin. Paralos comunistas franceses como Mathiezera fácil ver a Robespierre como «unaprefiguración de Stalin».[128] Tal vez enotros países en los que la palabra Terrorno sugería tan inmediatamente episodiosde gloria nacional y triunforevolucionario, este paralelismo conStalin pudo haberse evitado. Aun así, es

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difícil no estar de acuerdo con IsaacDeutscher en que Stalin «perteneció a lafamilia de los grandes déspotasrevolucionarios, junto a Cromwell,Robespierre y Napoleón».[129]

No obstante, el debate sobre elpropio jacobinismo no tenía mayorrelevancia. En realidad, no cabía dudade que si alguno de los participantes en1917 representaba el equivalente de losjacobinos, éstos eran los bolcheviques.El problema real era: ¿dónde estaba elBonaparte o el Cromwellcorrespondiente? Y lo que es más,¿habría un Termidor? Y en casoafirmativo, ¿a dónde conduciría aRusia?

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La primera de estas se veía comouna posibilidad muy real en 1917. Hastatal punto se ha excluido a Kerenski de lahistoria que recuerdo mi sorpresacuando me dijeron que el pequeñoanciano que veía caminar frente a laBiblioteca Hoover de Stanford era él.Por alguna razón, uno se sentía inclinadoa pensar que llevaba décadas muerto,aunque de hecho por aquel entoncestodavía no tenía ochenta años. Sumomento histórico duró de marzo anoviembre de 1917, pero durante esteperíodo fue una figura central, tal comolo demuestran los persistentes debatesde entonces y después sobre su deseo ocapacidad para ser un Bonaparte. Esto

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rápidamente pasó a formar parte de laherencia de los soviets, ya que añosdespués tanto Trotski como M. N. Royargumentaron, en el contexto de lacuestión general del bonapartismo y laRevolución rusa, que la tentativa deKerenski por convertirse en unNapoleón no podía llevarse a cabo dadoque el desarrollo de la Revolucióntodavía no había sentado las basesnecesarias para ello.[130] Estosargumentos se basaban en el intento(brevemente afortunado) del GobiernoProvisional de suprimir a losbolcheviques en el verano de 1917. Loque entonces estaba en la mente deKerenski sin duda no era convertirse a sí

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mismo en un Napoleón sino más bienresucitar otro aspecto de la Revoluciónfrancesa, a saber, el llamamiento de tipojacobino a una guerra de resistenciapatriótica contra Alemania quemantendría a Rusia dentro de la GranGuerra. El problema era que los grandesrevolucionarios, y no sólo losbolcheviques, se oponían a la guerraporque sabían que la exigencia de Pan,Paz y Tierra era lo que realmentemovilizaba a la mayor parte de lasmasas. Kerenski llevó a cabo elllamamiento, y una vez más lanzó alejército ruso a una ofensiva en el veranode 1917. Fue un completo fracaso quecortó el cuello del Gobierno

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Provisional. Los soldados campesinosse negaron a luchar, volvieron a casa yempezaron a repartir la tierra. Quienesrealmente tuvieron éxito en hacer volveral pueblo ruso a la guerra fueron losbolcheviques: pero después de laRevolución de Octubre y después deretirarse de la guerra mundial. Aquí elparalelismo entre bolcheviques yjacobinos era obvio. W. H. Chamberlinseñaló con acierto que, en medio de laGuerra Civil rusa, las similitudes entreel éxito jacobino en la construcción deformidables ejércitos revolucionarioscon reclutas del desmantelado viejoejército real y «el igualmente chocantecontraste entre la muchedumbre

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desesperanzada y desordenada quearrojó las armas y se negó a luchar antesde la paz de Brest-Litousk y el resuelto yefectivo Ejército Rojo que echó a loschecoslovacos del Volga y a losfranceses de Ucrania».[131]

No obstante, el debate real sobre elbonapartismo y Termidor se dio despuésde la Revolución de Octubre, y entre losdiversos sectores del marxismosoviético y no soviético.Paradójicamente, se podría decir queestos debates prolongaron la influencia yel efectivo recuerdo histórico de laRevolución francesa, el cual de otromodo podría haberse olvidado dentrodel museo de la historia pasada en la

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mayor parte del mundo, excepto, porsupuesto, en Francia. Por eso, despuésde todo, 1917 se convirtió en elprototipo de la gran revolución del sigloXX, aquella a la que los políticos deeste siglo se han tenido que adaptar. Elenorme alcance y las repercusionesinternacionales de la Revolución rusaempequeñecieron los de 1789, y noexistía precedente alguno de su mayorinnovación, a saber, un régimenrevolucionario social quedeliberadamente fue más allá de la fasedemocrática burguesa, y que se mantuvopermanentemente demostrando sercapaz de generar otros semejantes. Eljacobinismo del año II, sea cual fuere su

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carácter social, fue un episodiotemporal. La Comuna de París de 1871,aunque se trató claramente de unfenómeno de clase obrera, no era unrégimen en absoluto y apenas duró unassemanas. Su potencial como impulsor deposteriores transformaciones socialistaso posburguesas reside completamente enel obituario que Karl Marx hizo de ella,y que tan importante fue para Lenin ypara Mao. Hasta 1917, incluso Lenin,como la mayoría de marxistas, noesperaba ni concebía una transicióndirecta e inmediata hacia el «poder delproletariado» como consecuencia de lacaída del zarismo. De hecho, a partir de1917 y durante la mayor parte del siglo

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XX se ha considerado que los regímenesposcapitalistas son la consecuencianormal de las revoluciones.Efectivamente, en el Tercer Mundo,1917 hizo sombra a 1789: lo que lemantenía vivo como punto de referenciapolítico, y con ello le concedía unanueva vida de segunda mano, fue supapel en los debates internos de lapropia Rusia soviética.

Termidor era el término utilizadocon más frecuencia para describircualquier desarrollo que señalara laretirada de los revolucionarios deposiciones radicales a otras másmoderadas, lo cual los revolucionariosgeneralmente (pero erróneamente)

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identificaban como una traición a larevolución. Los mencheviques, quedesde el principio se negaron aparticipar en el proyecto de Lenin paratransformar una revolución burguesa enotra proletaria, basándose en que Rusiano estaba preparada para laconstrucción del socialismo, estabandispuestos a detectar un Termidor en laprimera ocasión (en el caso de Martov,ya en 1918). Naturalmente, todo elmundo lo reconoció cuando el régimensoviético inició la NEP (Nueva

Política Económica) en 1921, yacogió ese «Termidor» con cierto gradode auto satisfacción cuando se trataba decríticos del régimen, y con cierto grado

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de presentimiento si se trataba debolcheviques (quienes asociabanTermidor y contrarrevolución).[132] Eltérmino en seguida se utilizó contraquienes proponían la NEP como unposible camino hacia adelante en lugarde una retirada temporal, como Bujarin.A partir de 1925 empezó a ser utilizadopor Trotski y sus aliados contra lamayoría del partido, como unaacusación general de traición a larevolución, agriando las ya de por sítensas relaciones entre los distintosgrupos. Aunque la flecha de la «reaccióntermidoriana» originalmente apuntabahacia la perspectiva de Bujarin deldesarrollo del socialismo, y de este

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modo erró el blanco cuando Stalin pasóa las filas de la corriente opuesta deindustrialización ultrarrápida ycolectivización en 1928, Trotskirecuperó el grito de «Termidor» en ladécada de los treinta, cuando de hechosu juicio político ya estaba hechopedazos. De una forma o de otra,Termidor seguía siendo el arma queTrotski esgrimía contra sus oponentes (yde forma suicida, pues en algunosmomentos cruciales llegó a ver alpolíticamente desventurado Bujarincomo un peligro mayor que Stalin).Efectivamente, a pesar de que nuncarenunciara a esta consigna,retrospectivamente llegó a admitir que

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él y sus aliados se habían cegado con laanalogía de 1794.[133]

La analogía termidoriana, cito aIsaac Deutscher, generó «unindescriptible calor y pasión en todaslas facciones» de la lucha entre lamuerte de Lenin y el triunfo de Stalin.[134] Deutscher, que describeinusualmente bien esta atmósfera en subiografía de Trotski, también sugiereexplicaciones plausibles de las«extrañamente violentas pasiones queencendía esta reminiscencia históricalibresca».[135] Por eso, del mismo modoque la Revolución francesa entreTermidor y Brumario, la Rusia soviética

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entre 1921 y 1928 vivió claramente enun ínterin. A pesar de que la política detransformación de Bujarin basada en laNEP, justificada recurriendo a Lenin,hoy se vea como la legitimaciónhistórica de la política de reforma deGorbachov, en los años veinte no eramás que una de las opciones políticas delos bolcheviques, y tal como sucedió, setrataba de una de las perdedoras. Nadiesabía qué podía pasar, o qué tenía quepasar, y si los artífices de la revoluciónestaban en posición de comandarla. Enpalabras de Deutscher, «trajo a susmentes el elemento incontrolable de larevolución, del que cada vez eran másconscientes», y al que pronto me

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referiré.[136]

Aunque, mirados de formaretrospectiva, los años veinte lesparezcan a los observadores soviéticosde los ochenta un breve período deesperanza económica y vida culturalanterior a la Rusia de la edad del hierrode Slalin, para los antiguosbolcheviques fueron la peor de laspesadillas, en la que las cosas másfamiliares devinieron extrañas yamenazantes: la esperanza de unaeconomía socialista resultó no ser másque la vieja Rusia de mujiks, pequeñoscomerciantes y burócratas, donde sólofaltaba la aristocracia y la antiguaburguesía; el Partido, la banda de

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hermanos entregados a la revoluciónmundial, resultó ser el sistema de poderde partido único, oscuro e impenetrableincluso para quienes formaban parte deél. «El bolchevique de 1917 apenaspodía reconocerse en el bolchevique de1928», escribió Kristian Rakovski.[137]

La lucha por el futuro de la UniónSoviética, y tal vez por el socialismomundial, la llevaban a cabo pequeñosgrupos y facciones de políticos en mediode la indiferencia de una masacampesina ignorante y de la terribleapatía de la clase obrera, en nombre dela cual decían actuar los bolcheviques.Este, para los connaisseurs de laRevolución francesa, fue el paralelismo

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más evidente con Termidor. SegúnRakovski, el Tercer Estado se desintegróuna vez derrocado el Antiguo Régimen.[138] La base social de la Revolución seestrechaba, incluso bajo los jacobinos, yel poder lo ejercía menos gente quenunca. El hambre y la miseria del puebloen tiempos de crisis no permitió que losjacobinos confiaran el destino de laRevolución a votación popular. Laarbitrariedad de Robespierre y sumandato terrorista sumió a la gente en laindiferencia política, y esto fue lo quepermitió a los termidorianos derrocar surégimen. Sea cual fuere el resultado dela lucha mantenida por pequeñospuñados de bolcheviques contra el

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cuerpo inerte de las masas soviéticas(como escribió Rakovski tras la victoriade Stalin), no fue consecuencia de loanterior. De hecho, Rakovski citóamargamente al Babeuf del período deTermidor: «Reeducar a la gente en elamor a la libertad es más difícil quealcanzarla».[139]

Lógicamente, ante semejantesituación, el estudioso de la Revoluciónfrancesa debería esperar la aparición deun Bonaparte. El propio Trotski llegó aver a Stalin y al estalinismo bajo esteprisma, aunque desde el principio, unavez más, su proximidad al precedentefrancés nubló su juicio y le llevó apensar literalmente en un Dieciocho de

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Brumario, a saber, un golpe armadocontra Stalin.[140] Pero,paradójicamente, los oponentes deTrotski utilizaban la acusación debonapartismo sobre todo paradefenderse de las acusaciones deTermidor. Al fin y al cabo, Trotski habíasido el principal arquitecto y jefeefectivo del Ejército Rojo y, como decostumbre, conocía suficientemente bienel precedente y renunció a su cargo deComisario de Guerra en 1925 para hacerfrente a las acusaciones de quealbergaba ambiciones bonapartistas.[141]

La iniciativa de Stalin en estasacusaciones probablemente fueinsignificante, aunque sin duda les dio la

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bienvenida y las utilizó. En su obra nose hace patente que sintiera especialinterés por la Revolución francesa. Susreferencias históricas pertenecenesencialmente a la historia rusa.

Así, la lucha de los años veinte en laUnión Soviética la dirigieron una seriede acusaciones mutuas tomadas de laRevolución francesa. Dicho sea de paso,es un aviso ante una excesiva tendenciaa buscar en la historia un modelo pararepetirlo. En la medida en que se tratabade un mero intercambio de insultos, lasacusaciones mutuas de termidorianismoy de bonapartismo no tenían la menorrelevancia política. En la medida en quequienes las defendían se tomaban en

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serio las analogías con 1789-1799, lasmás de las veces estas los despistaban.Sin embargo, indican la extraordinariaprofundidad de la inmersión de losrevolucionarios rusos en la historia desus predecesores. No es tan importanteque, un Trotski mencione lo que unjacobino insignificante (Brival) dijo enla Convención Nacional el día despuésde Termidor, en su defensa ante laComisión de Control de 1927 (ocasiónque contenía una reminiscencia másprofètica de la Revolución, a saber, unavoz de alarma ante la guillotina que ibaa volver en los años treinta).[142] Lo máschocante es que el primer hombre queestableció públicamente el paralelismo

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entre la Rusia posterior a Lenin yTermidor no fue un intelectual, sino

el secretario de la sede del Partido enLeningrado en 1925, un trabajadorautodidacta llamado Pietr Zalutsky.[143]

Más existía una importantedistinción entre Termidor ybonapartismo como consignas. Todo elmundo era contrario a los dictadoresmilitares. Si había algún principiofundamental entre los revolucionariosmarxistas (y sin duda la memoria deNapoleón contribuyó a ello) éste era lanecesidad de una supremacía absolutadel partido civil sobre los militares, pormás revolucionarios que fueran. Al fin yal cabo, esta fue la razón por la que se

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creó la institución de los comisariospolíticos. Cuanto menos se puede decirque Napoleón de hecho no traicionó a laRevolución, sino que la hizoirreversible al institucionalizarla en surégimen. Había comunistas heterodoxos(como M. N. Roy) que se preguntaron: «¿Qué sucederá si la revoluciónproletaria de nuestros días tiene supropio bonapartismo? Tal vez sea unpaso necesario».[144] Mas estossentimientos eran apologéticos.

Por otra parte, Termidor puede verseno como una traición a la Revolución ocomo una forma de conducirla a su final,sino como el paso de una crisis a cortoplazo a una transformación a largo

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plazo: al mismo tiempo retirada de unaposición insostenible y avance hacia unaestrategia más viable. Al fin y al cabo,la gente que derrocó a Robespierre elNueve de Termidor no erancontrarrevolucionarios, sino suscamaradas y colegas de la ConvenciónNacional y del Comité de SalvaciónPública. En la historia de la Revoluciónrusa hay un momento claro en el que losbolcheviques se vieron forzados a haceralgo similar, aunque sin sacrificar aninguno de sus líderes.

El despiadado «comunismo deguerra» con el que el gobierno soviéticopudo sobrevivir a la guerra civil de1918-1920 se corresponde con las

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análogas políticas de emergencia delesfuerzo bélico jacobino, hasta el puntode que en ambos casos hubo entusiastasrevolucionarios que concibieron laforzosa austeridad de dicho períodocomo un primer paso de su utopía, tantosi la definían como una virtud espartanae igualitaria como si lo hacían entérminos marxistas. En ambos casos, lavictoria hizo que los regímenes en crisisresultaran políticamente intolerables y,por supuesto, innecesarios. Bajo lapresión de la revuelta tanto campesinacomo proletaria, tuvo que instituirse laNueva Política Económica en 1921. Sinduda era un retroceso de la Revolución,pero era inevitable. ¿Pero acaso no

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podríamos verlo como, o transformarloen, un paso planeado hacia un modelo dedesarrollo forzosamente menos drástico,pero a largo plazo mucho mejorasentado? Las opiniones de Lenin noeran firmes ni consistentes, pero(siempre con su característico realismopolítico) se fue inclinandoprogresivamente por la política dereformas posrevolucionarias y elgradualismo. Lo que había exactamenteen su mente, especialmente en sus dosúltimos años, cuando las circunstanciasle impedían escribir, y al final inclusohablar, sería objeto de otro debate.[145]

Sin embargo, el hombre que escribió:«Lo realmente nuevo en el momento

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presente de nuestra revolución es lanecesidad de recurrir a un método deacción “reformista”, gradual ycuidadosamente indirecto en lascuestiones fundamentales de laconstrucción económica», no pensaba entérminos de un drama repentino.[146] Esigualmente cierto que Lenin no teníaintención de abandonar la construcciónde una sociedad socialista, aunque en elúltimo artículo que publicó dijo:«nosotros ... carecemos tanto decivilización, que podemos pasardirectamente al socialismo, aunque notengamos los requisitos necesarios paraello».[147] Hasta el final de su vidaconfió en que el socialismo llegaría a

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triunfar en el mundo.Por eso no es sorprendente que, en

la atmósfera de la Unión Soviética deGorbachov, se le atribuya a Lenin unaopinión sobre Termidor más positivaque la habitual; incluso con la idea deque uno de los principales problemas dela Revolución fue asegurar su propia«autotermidorización».[148] En ausenciade toda documentación, debemosmostrarnos escépticos. Lasconnotaciones de la palabra Termidor enel contexto contemporáneo bolcheviquey comunista internacional eran tanuniforme y decididamente negativas, queuno se sorprendería de encontrar a Leninutilizando un término semejante, aunque

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tal vez no se sorprendería tanto como alencontrar a Lenin pidiendo a losbolcheviques que fueran reformistas.Sea como fuere, incluso si no lo hizo, lareferencia a la «autotermidorización» enel Moscú de 1988-1989 evidencia lafuerza y la persistencia de la Revoluciónfrancesa como punto de referencia parasu gran sucesora.

Más allá de Termidor y deBonaparte, de los jacobinos y delTerror, la Revolución francesa sugiriónuevos paralelismos generales con laRevolución rusa, o más bien con lasprincipales revoluciones que trajoaparejadas. Una de las primeras cosasque se observaron fue que no parecía

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tanto un conjunto de decisionesplaneadas y acciones controladas porseres humanos, como un fenómenonatural que no estaba bajo controlhumano, o que escapaba a éste. Ennuestro siglo hemos crecidoacostumbrados a otros fenómenos decaracterísticas similares: por ejemplo,las dos guerras mundiales. Lo querealmente ocurre en estos casos, laforma en que se desarrollan, sus logros,prácticamente no tienen nada que vercon las intenciones de quienes tomaronlas decisiones iníciales. Tienen supropia dinámica, su propia lógicaimpredecible. A finales del siglo XVIIIlos contrarrevolucionarios

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probablemente fueron los primeros queadvirtieron la imposibilidad decontrolar el proceso revolucionario,pues ello les proporcionaba argumentoscontra los defensores de la Revolución.No obstante, algunos revolucionarioshicieron la misma observacióncomparando la Revolución con uncataclismo natural. «La lava de larevolución fluye majestuosamente,arrasándolo todo», escribió en París eljacobino alemán Georg Forster enoctubre de 1793. La revolución,afirmaba, «ha roto todos los diques yfranqueado todas las barreras,encabezada por muchos de los mejoresintelectos, aquí y en cualquier lugar...

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cuyo sistema ha prescrito sus límites».La revolución simplemente era «unfenómeno natural demasiado raro entrenosotros para que podamos conocer suspeculiares leyes».[149] Por supuesto, lametáfora del fenómeno natural era unarma de doble filo. Si sugería catástrofea los conservadores, se trataba de unacatástrofe inevitable e imposible dedetener. Los conservadores inteligentespronto se dieron cuenta de que se tratabade algo que no podía suprimirsesimplemente, sino que había quecanalizar y domesticar.

Una y otra vez encontramos lametáfora natural aplicada a lasrevoluciones. Supongo que Lenin no

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conocía estos episodios de laRevolución francesa cuando escribió,poco después de Octubre, refiriéndose ala situación ante la caída del zarismo:«Sabíamos que el antiguo poder estabaen la cima de un volcán. Diversos signosnos hablaron del profundo trabajo que seestaba haciendo en las mentes delpueblo. Sentimos el aire cargado deelectricidad. Estábamos seguros de queestallaría en una tormenta purificadora».[150] ¿Qué otra metáfora, aparte de la delvolcán y la del terremoto, podría acudirtan espontáneamente a la mente?

Pero para los revolucionarios, yespecialmente para uno tandespiadadamente realista como Lenin,

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las consecuencias de laincontrolabilidad del fenómeno eran detipo práctico. De hecho, fue el mayoropositor de los blanquistas y de loshombres que intentaban llevar a cabouna revolución mediante un acto de fe oun golpe, aunque precisamente por esosus enemigos le atacaban. Estaba en elpolo opuesto de Fidel Castro y CheGuevara. Una vez más, y especialmentedurante y después de 1917, insistió enque «las revoluciones no puedenhacerse, no pueden organizarse entumos. Una revolución no puede hacersepor encargo, se desarrolla».[151] «Larevolución nunca puede preverse, nuncapuede predecirse; proviene de sí misma.

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¿Alguien sabía una semana antes de larevolución de Febrero que ésta iba aestallar?»[152] «No puede establecerseuna secuencia para lasrevoluciones.»[153] Cuando algunosbolcheviques estuvieron preparadospara apostar por el estallido de larevolución en Europa occidental, en loque Lenin también tenía puestas susesperanzas, repetía, una y otra vez, que«no sabemos ni podemos saber nada deesto. Nadie está en posición de saber»en qué momento la revolución acabaríacon Occidente, ni si Occidente o losbolcheviques serían derrotados por unareacción o lo que fuere.[154] El partido

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tenía que estar preparado para hacerfrente a cualquier contingencia y ajustarsus estrategias y sus tácticas a lascircunstancias en cuanto éstascambiaran.

¿Pero acaso no existía el riesgo deque, al navegar por los tempestuososmares y comentes de la historia, losrevolucionarios se encontraranarrastrados hacia direcciones no sóloimprevistas e indeseadas, sino alejadasde su objetivo original? Sólo en estesentido podemos hablar de lo que Furetllama dérapage, el cual puede verse nocomo una desviación de la trayectoriadel vehículo, sino como eldescubrimiento de que la mentira de la

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tierra histórica es tal que, dadas lasituación, el lugar y las circunstanciasbajo las que se producen lasrevoluciones, ni siquiera el mejorconductor puede conducirlo en ladirección deseada. Esta, al fin y al cabo,era una de las lecciones de laRevolución francesa. En 1789 nadiepensaba en la dictadura jacobina, en elTerror, en Termidor o en Napoleón. En1789 nadie, desde el reformista másmoderado hasta el agitador más radical,podía dar la bienvenida a talesdesarrollos, excepto, tal vez, Marat,quien a pesar de la maravillosa pinturade David, no fue llorado universalmentepor sus colegas revolucionarios. ¿Acaso

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el compromiso de Lenin de tomarcualquier decisión, por másdesagradable que fuese, que garantizarala supervivencia de la revolución, surechazo total de una ideología queentorpeciera el camino a seguir, nocorría el riesgo de convertir larevolución en algo distinto?

Como hemos visto, este temor pudoasomarse entre los bolcheviques tras lamuerte de Lenin. Demostrandonuevamente su grandeza, el propio Leninestaba francamente preparado paraenfrentarse a esa posibilidad cuando, enlas memorias que constituyen tan valiosorelato testimonial de la revolución,Sujanov la sugirió. Es significativo que

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al confrontarla, Lenin recurriera una vezmás al período de la Revoluciónfrancesa. Citó la famosa máxima deNapoleón: «Primero se inicia la batalla,luego se ve lo que hay que hacer» («Ons’engage et puis on voit»). Iniciamos labatalla, dictaba el agonizante Lenin en1923. Bueno, descubrimos que teníamosque hacer cosas que detestábamos hacery que no habríamos hecho por propiainiciativa (firmar la paz de Brest-Litovsk, retirarse a la Nueva PolíticaEconómica «y así sucesivamente»).[155]

Apenas podemos culparle por noespecificar los detalles de ese «y asísucesivamente», o por insistir en queestas desviaciones y retrocesos eran

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«detalles del desarrollo (desde el puntode vista de la historia mundial desdeluego eran detalles)».[156] No cabíaesperar que no expresara su fe en laRevolución y sus objetivos a largoplazo, a pesar de que sepamos lograndes que le parecían las dificultades,cuanto más remotas eran lasposibilidades de avanzar, y cuánestrechas eran las «limitacionescampesinas» que confinaban al régimen.

Pero la fe de Lenin en el futuro de laRevolución rusa también se apoyaba enla historia: en la historia de laRevolución francesa. Como hemos visto,la lección más importante que losobservadores del siglo XIX sacaron de

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ella fue que no se trataba de unacontecimiento sino de un proceso. Paraalcanzar lo que Lenin y la mayoría demarxistas consideraban como elsurgimiento lógico y «clásico» de unarevolución burguesa, a saber, unarepública parlamentaria democrática, senecesitó casi un siglo. 1789 no era laRevolución, como tampoco lo eran 1791ni 1793-1794, ni el Directorio, niNapoleón, ni la Restauración, ni 1830,ni 1848, ni el Segundo Imperio. Todasellas fueron fases del complejo ycontradictorio proceso de crear elmarco permanente de una sociedadburguesa en Francia. ¿Por qué no debíaLenin pensar en 1923 que la Revolución

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rusa también sería un proceso largo, condifíciles zigzags y retrocesos?

Es imposible decir, después desetenta años, la opinión que sobre esteproceso tienen los observadoressoviéticos. La Babel de vocesdiscordantes que por vez primera desdela Revolución tienen ocasión de salirdel país, todavía no puede analizarsehistóricamente. Sin embargo, una cosaestá clara. La analogía con la Franciarevolucionaría sigue viva. Dada lahistoria de la Unión Soviética, seríaextraño que no fuese así. La propiahistoria de la Revolución está siendoreconsiderada. Podemos dar por seguroque Robespierre será un héroe bastante

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menos positivo en la nuevahistoriografía soviética que en elpasado. Pero en el bicentenario de laRevolución francesa, hubo otroparalelismo que sorprendió a losintelectuales de la Rusia de Gorbachovcuando el primer Congreso deDiputados del Pueblo, elegido porgenuina votación, abrió sus puertas. Fuecomo reproducir la convocatoria de losEstados Generales y su transformaciónen la Asamblea Nacional que seestableció para reformar el reino deFrancia. Esta analogía no es más realistaque otros intentos por ver el modelo deun acontecimiento histórico en otro.También se presta a distintas lecturas, en

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función de la corriente política a la quepertenezca el lector. No es preciso estarde acuerdo con la versión de unreformista demócrata que, cuando amediados de 1989 su facción no recibiósuficientes votos en el Congreso deMoscú, escribió: «Hoy, cuando losacontecimientos acaecidos en Franciahace doscientos años están en nuestras;mentes (y Gorbachov ha declarado quela perestroika es una revolución), megustaría recordar que el “Tercer Estado”también lo constituía una tercera partede los diputados, pero que fue ese tercioel que se convirtió en la auténticaAsamblea Nacional».[157] Sin embargo,no puede rendirse mayor tributo a la

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supervivencia del significado políticode la Revolución de 1789 que el deseguir ofreciendo un modelo y un puntode referencia a quienes deseantransformar el sistema soviético. En1989, 1789 sigue siendo más relevanteque 1917, incluso en el país de la GranRevolución de Octubre.

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3. DE UNCENTENARIO AOTRO

El primer capítulo de este libroexamina lo que la burguesía liberal del

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siglo XIX obtuvo gracias a laRevolución francesa. El segundo estádedicado a quienes desearon unarevolución que les llevara más allá delos jacobinos y a quienes la temieron y,por consiguiente, asimila la experienciade los años que siguieron a 1789. Nuncase habrá insistido demasiado en quetanto el liberalismo como la revoluciónsocial, tanto la burguesía como, almenos potencialmente, el proletariado,tanto la democracia (en la versión quefuere) como la dictadura, tuvieron susancestros en la extraordinaria décadaque comenzó con la convocatoria de losEstados Generales, la toma de laBastilla y la Declaración de los

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Derechos del Hombre y del Ciudadano.Cualquier grupo, a excepción de los

conservadores, podría rememorar partede ella, o interpretar la historia de esosaños de un modo conveniente para sucausa. La política francesa, como biensabemos, siguió desarrollándose comoun drama de época cuyos protagonistaslucían gorros frigios. Los liberalesmoderados, o girondinos, sobre quienesun famoso aunque insulso poetaromántico y político, Alphonse deLamartine (1790-1869), publicó unahistoria en varios volúmenes en vísperasde la Revolución de 1848, se distinguíanporque su héroe era Mirabeau y tenían elpropósito de desalentar los excesos del

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jacobinismo. Cuando estalló laRevolución, Lamartine hizo todo lo quepudo para echar a un lado a losradicales izquierdistas y más tarde parasuprimirlos. La comente republicanaprincipal, seguidora de Michelet yAuguste Comte, eligió a Danton como suhéroe. Los revolucionarios republicanosizquierdistas tomaron primero a Marat yluego a Robespierre como su hombre, aexcepción de los ateos más apasionados,quienes no podían tragarse su defensa deun Ser Supremo. Se ha sugerido que laidentificación de las grandes figuras dela Revolución con posteriores yamargamente enfrentadas posicionespolíticas hizo imposible que Francia

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desarrollara un culto a los PadresFundadores, como sucedió en EstadosUnidos. Que yo sepa, ninguno de ellosha aparecido en los sellos de correos.[158]

Por el contrario, estas diferencias nofueron significativas para losbolcheviques rusos, siempre y cuandolas figuras históricas fueransuficientemente revolucionarias. Nisiquiera tenían que ser ancestros delsocialismo. Cuando los bolcheviquestomaron el poder en Rusia, Leninconsideró que era importante educarpolíticamente a una población en granparte analfabeta y para ello propuso, en1918, que se levantaran monumentos

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dedicados a distintas personas quemerecían el reconocimiento de laRevolución en lugares visibles de lasciudades, especialmente donde lossoldados pudieran verlos, junto alápidas con breves biografías.Naturalmente, entre estas personas secontaban comunistas y socialistas(Marx, Engels, Lassalle), radicales yprecursores rusos (Radischev, Herzen,Perovskaya), libertadores en generalcomo Garibaldi, y poetas progresistas.De los personajes de la Revoluciónfrancesa, cuya importancia destacaba,estaban Robespierre y Danton, ambos nosocialistas, y en cambio (hasta donde yosé) no hubo ningún Babeuf. Para las

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intenciones de Lenin, losrevolucionarios victoriosos, por breveque hubiese sido su vida, eranclaramente más importantes que susposiciones ideológicas. Según parece,esta conmemoración de iosrevolucionarios franceses comoancestros de la Revolución de Octubrefue un breve episodio. Muchosmonumentos desaparecieron debido aque, por razones de rapidez, se autorizóa los artistas a producir sus esculturasen yeso y terracota, a la espera de poderfabricar obras definitivas en bronce omármol. No obstante, un relieve deRobespierre, realizado en 1920 por elcreador de los monumentos a

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Robespierre, Danton y Herzen deLeningrado, todavía existe como unamuestra del legado que se ha perdido.[159] A propósito, la Revolución francesano parece ocupar un lugar importante enla iconografía y la toponimia posterioresde la Rusia soviética.

En resumen, todo el mundo tuvo suRevolución francesa, y lo que secelebraba, condenaba o rechazaba de lamisma no dependía tanto de la política yla ideología de 1789 como de la propiasituación del comentarista en el espacioy el tiempo. Esta refracción de laRevolución a través de los prismas de lapolítica contemporánea es el tema deeste capítulo. Como veremos, dicho

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fenómeno se hizo patente en los debatesy conflictos que rodearon elbicentenario revolucionario de 1989, oincluso el primer centenario, celebradoen 1889.

Nadie tenía la menor duda de queaquella era una ocasión políticaextraordinaria, tanto nacional comointernacionalmente. Los embajadores deRusia, Italia, Austria-Hungría, Alemaniay Gran Bretaña (es decir, de todas lasgrandes potencias excepto Francia) senegaron significativamente a asistir a lacelebración del aniversario de la sesiónde los Estados Generales (elegida paraseñalar el principio de la Revolución);aunque Le Temps señalaba amargamente

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que sus predecesores habían asistido alprimer aniversario de la toma de laBastilla en 1790. The Times, deLondres, no dudaba de que actuabanacertadamente. «Desgraciadamente -decía- la Revolución que empezó bajotan brillantes auspicios, en lugar dehacer reformas, terminó en el reino delterror, la confiscación y la proscripción,y con la decapitación del rey y la reina.»De modo que aunque otras naciones«que adoptaban gradualmente lasreformas introducidas por laRevolución» de hecho no se negaban acelebrar el centenario, por más que setendría que haber recurrido adiplomáticos de rango inferior, no podía

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esperarse que los embajadores, dada sucondición de representantes personalesde sus monarcas, hicieran acto depresencia para expresar su aprobación alos jacobinos,[160] Además, la Repúblicafrancesa intentó celebrar el centenariode su fundación no sólo con unaceremonia o dos, sino con la entonceshabitual exposición internacional (unaespecialmente destacada, dado que sumonumento más emblemático, la TorreEiffel, sigue siendo el edificio deFrancia más conocido a escalainternacional). De modo que se ejercíapresión sobre los franceses y, tal comoThe Times refirió, una vez más en tonoconciliador: «Gradualmente, bajo la

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influencia del buen sentido tanto en casacomo en el extranjero [es decir, el temoral boicot], la Exposición ha perdido susmás íntimos vínculos con laRevolución», hasta el punto que suinauguración dejó de formar parte de losactos oficiales de la celebración delcentenario.[161]

Naturalmente, hubo países donde elcentenario fue un acontecimientocontrovertido, por ejemplo en losEstados Unidos, donde Nueva Yorkdecoraba sus estatuas para celebrar elcentenario de la toma de la Bastilla.[162]

Para una República nacida de larevolución y vinculada con laRevolución francesa vía Lafayette y Tom

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Paine no podía haber ningún hecho de lamisma demasiado difícil de digerir. Sinembargo, el joven pero buen estadistaWoodrow Wilson (futuro presidente),que daba clases de historia en BrynMawr, vio el jacobinismo como elejemplo menos adecuado para presentarante los ojos de nadie, especialmente delos latinoamericanos. No obstante, fueradel hemisferio occidental lasmonarquías seguían siendo la forma degobierno más universal y, aunque sólofuese por este motivo, quienesgobernaban los estados eran muysusceptibles ante la celebración delregicidio.

De todos modos, la mayor

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controversia suscitada por el centenariono fue a propósito de la monarquía sinode la democracia. En eso residía ladiscusión, más que en el terror, en laproscripción (es decir, la persecuciónde los disidentes) o incluso en la máshorrible pesadilla de la sociedadburguesa del siglo XIX: la confiscaciónde la propiedad privada. Francia eligióser una república y una democracia en ladécada de los setenta del siglo XIX. Susdirigentes se habían erigidodeliberadamente en herederos de laRevolución al convertir el 14 de julio enla Fiesta Nacional y al escoger laMarsellesa como himno de la nación; y,a pesar de cierta resistencia en recordar

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a Robespierre, cuyo nombre siguenllevando unas cuantas calles de Francia,la República no rechazaba la herenciajacobina. De hecho, en 1887 eligió a unhombre que llevó uno de los grandesnombres jacobinos a la presidencia (elnieto de Lazare Carnot, el Trotsky de losejércitos revolucionarios), aunque porsupuesto, el logro jacobino de ganarsupremacía militar era el aspecto menoscontrovertido del régimen. El centro y laizquierda estaban de acuerdo en estacuestión, de ahí que los grandespersonajes del año II, sepultadosoficialmente en el Panteón en 1889coincidiendo con el aniversario de laabolición del feudalismo, fuesen tres

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hombres de armas, Camot, Hoche yMarceau.[163] Aun así, aunque elcentenario oficial evitó cuidadosamenterememorar las fechas máscontrovertidas posteriores a laproclamación de la República el 21 deseptiembre de 1792 y se centró (comohizo el segundo) en los tres primerosmeses de la revolución de 1789,tampoco llegó a repudiar ninguna partede ella. El único acto historiográfico dela República en 1889 consistió enrecaudar fondos para una ediciónnacional de la Historia de laRevolución francesa del jacobinoMichelet. El municipio de París,entonces más radical, fue más lejos:

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erigió una estatua dedicada a Danton quetodavía puede verse cerca de la paradade metro del Odéon, en el lugar queocupaba la casa donde fue arrestado en1794.

El jacobinismo era la parte másdelicada de la revolución y en 1889jacobinismo significaba democracia.Por eso, aunque los socialistas y otrosrevolucionarios sin duda estaban a sufavor, y aunque la Segunda Internacionalse fundó en París en 1889(completamente consciente de la fecha ydel lugar), el socialismo, durante laprimera mitad de 1889, sólo fue unafuerza política importante en Alemania.Pronto llegaría a serlo en Francia, pero

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después del centenario. La democraciaera lo que preocupaba a losobservadores.

Existe una gran diferencia entre elprimer centenario y el segundo. Exceptoen lo concerniente a la democracia, losliberales izquierdistas veían laRevolución como un importanteacontecimiento histórico, cuyosprincipales logros se juzgaban enconjunto positivamente. «Los principiosde la Revolución francesa -escribió unautor en la Contemporary Review- sehan convertido en un bien común delmundo civilizado.» Que al recordar laGloriosa Revolución de 1688,escribiera: «cubiertos por formas

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históricas fueron ingleses mucho antesde convertirse en franceses» sólodemuestra que los aprobaba.[164] Elhistoriador liberal católico lord Acton,que fue catedrático en Cambridgedurante la última década del siglopasado, pensaba que la Revoluciónseñaló «un inmenso paso adelante en lamarcha de la humanidad, algo con lo quetodos estamos en deuda debido a lasventajas políticas de las que hoygozamos».[165] Un liberal inteligente ypreocupado, Anatole Leroy- Beaulieu,convocó un banquete de centenario en elque diversos invitados extranjerosdieron sus opiniones, generalmentecríticas, sobre la Revolución. Pero lo

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sorprendente del caso fue lo mucho queaceptaban de ella.[166] Naturalmente, elinvitado norteamericano declaró que sialguien había inventado la libertad, setrataba de su pueblo y no de Francia. Elinvitado británico, supuestamente unbaronet liberal unionista de la familiawhig, declaró exactamente lo mismo. Elalemán se felicitaba a sí mismo de quesu país no hubiese sufrido unarevolución y de que hubiese frustrado laguerra campesina del siglo XVI quepudo llegar a serlo, aunque reconocióque la Revolución había acelerado eldesarrollo nacional alemán. Y si lasgrandes mentes de Alemania laaclamaban, se debía a que éstas seguían

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imbuidas de los principios que creíanhaber visto poner en práctica a losfranceses. El italiano aclamó lacontribución de la Revolución alRisorgimento y a la reconstrucción delas nacionalidades modernas, aunque,por supuesto, supo discernir entre losbuenos y los malos elementos que yaestaban presentes en la tradiciónitaliana. Los griegos, evidentemente,hicieron referencia a la tradiciónclásica, al tiempo que pagaban su tributopor la contribución en la revitalizaciónde su país. Y así sucesivamente. Enresumen, las críticas de los invitados deLeroy-Beaulieu encarnan la aceptacióngeneral, al menos en Occidente, de los

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principios de la Revolución.Quienes pensaban que la Revolución

era un desastre («la tremenda catástrofede 1789 a la que siguieron cien años derevolución», tal como la llamaba laEdinburgh Review) lo hacían debido alelemento popular de la misma que seidentificaba con el jacobinismo.[167]

Pero aunque hubo las referenciasobligadas al Terror, el enemigo real era«el principio según el cual la voluntadpopular prevalece por encima depersonas e instituciones», según lodescribió Henry Reeve, un viejo amigoinglés de Guizot, Thiers y Tocqueville,al criticar los apasionadamenteantirrevolucionarios Orígenes de la

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Francia contemporánea de HippolyteTaine poco después de su aparición.[168]

Henry Reeve pensaba que si se aceptabaeste principio «se acabaría no sólo conlos llamados límites constitucionalessino con los mismísimos fundamentos dela sociedad civil y de las leyesfundamentales de la moralidad».[169] Yen efecto, según otro crítico del libro deTaine, su más importante lecciónpolítica era la desconfianza en losprincipios de un gobierno democrático.[170] Aunque cabe suponer que cuando lapalabra anarquía acudía, y lo hacía confrecuencia, a los labios de los escritoresantijacobinos para referirse a los

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derramamientos de sangre y a lailegalidad, de hecho tenían algo menosdrástico en mente. La Edinburgh Reviewhabló de un descenso gradual a lo largode los últimos cien años «a unasituación de anarquía que amenaza lapropia existencia de la nación» francesa.[171] Evidentemente esto no significabaque París, por no hablar de Borgoña, en1889 tuviera algo en común con elBronx de 1989, a pesar de que el autorpensara, sin dar pruebas de ello, que elanticlericalismo del gobierno significara«una gran relajación de las costumbres yun singular aumento de los crímenes».[172] Lo que quería decir, y lo que otrosde sus simpatizantes quisieron decir, era

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que un siglo de revolución había dado aFrancia «el sufragio universal sininteligencia», para citar a GoldwinSmith, quien por ende veía laRevolución como «la mayor calamidadque se haya abatido sobre la razahumana».[173] El sufragio universal, paravolver a la Edinburgh Review, «hasocavado gradualmente la autoridad delas clases ilustradas». No estabaforzosamente en lo cieno, pues, comoescribió Smith, «lo que las masasqueremos no es un voto... sino ungobierno fuerte, estable, ilustrado yresponsable».[174] La Revolución (aquíse hace referencia a Burke) había rotodrásticamente con la tradición, y de este

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modo había terminado con lassalvaguardas contra la anarquía.[175]

Las notas de histeria de estosataques pueden parecemos exageradas,especialmente dado que ni siquiera losantijacobinos más rigurosos negaron (enesto se diferenciaban de losantijacobinos de 1989) que laRevolución había sido positiva paraFrancia. Había «incrementadotremendamente la riqueza material de lanación».[176] Había proporcionado aFrancia un cuerpo sólido de campesinospropietarios, los cuales en el siglo XIXeran considerados elementos deestabilidad política.[177] Cuando

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analizamos estos textosantirrevolucionarios, nos encontramoscon que lo peor que llegan a decir esque Francia, a partir de la Revolución,pasó a ser políticamente inestable(ninguno de sus regímenes duró más deveinte años, trece constitucionesdiferentes en un siglo, etc.).[178] Para serjustos, el año del centenario Franciaestaba en medio de una grave crisis, elmovimiento político del generalBoulanger, el cual hizo pensar a más deun observador en militares que entiempos pasados habían acabado conrepúblicas inestables. Pero sea lo quefuere lo que se piense sobre la políticafrancesa de los últimos veinte años del

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siglo pasado, parece absurdo que sehablara de ese país en términosapocalípticos en 1889. Se le podíareconocer como el mismo país que,veinte años después (cuando Boulanger,Panamá y Dreyfus todavía eran leyendasvivas), The Spectator, en una crítica deotro libro sobre la Revolución francesa,pudo describir como «el más firme, elmás estable y el más civilizado de lospaíses del continente».[179]

Lo que suscitaba esos terrores ypasiones no era el estado al que Franciase veía reducida tras un siglo derevolución, sino el saber que lospolíticos demócratas, y todo lo que ellosimplicaban, se estaban extendiendo por

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todos los países burgueses, y el«sufragio universal sin inteligencia»tarde o temprano se impondría. Esto eslo que Goldwin Smith quiso decircuando escribió que «el jacobinismo ...es una enfermedad tan clara como laviruela. La infección está empezando acruzar el Canal».[180] Durante esteperíodo, por primera vez, la democraciaelectoral con una base amplia pasó aformar parte integrante de la política delos países que hoy consideramos conuna mayor tradición democrática; esdecir, cuando ya no era sostenible elmodelo de constitucionalismo liberalque los liberales burgueses como Guizothabían institucionalizado precisamente

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como una barrera para la democracia,donde los pobres y los ignorantes (porno mencionar a todas las mujeres) porprincipio no tenían derecho a voto. Loque no se sabe con precisión es hastaqué punto estaban preocupadas lasclases dirigentes por las implicacionesde la democracia electoral. Se fijaron enlos Estados Unidos, como hicieraTocqueville, pero a diferencia de éste loprimero que vieron fue el mejorCongreso y los mejores gobiernos quese podían comprar con dinero:sobornos, prebendas, demagogia yaparatos políticos (y en el período dedisturbios posterior a 1880, descontentoy agitación social). Se fijaron en Francia

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y vieron, en la larga sombra deRobespierre, corrupción, inestabilidad ydemagogos, pero ningún aparatopolítico, En resumen, vieron la crisis delos estados y las políticas conocidashasta entonces. Sin duda el centenario dela Revolución les llenó de presagios.

Sin embargo, si dejamos a un lado alos reaccionarios más genuinos como laIglesia católica de la encíclica de 1864y del Concilio Vaticano I, querechazaban todo lo acontecido en eldesgraciado siglo XIX, en general laRevolución francesa no suscitó rechazostan histéricos como los que he citado,Los Orígenes de la Franciacontemporánea de Taine se

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consideraban excesivos, al menos en elmundo anglosajón, incluso por parte delos simpatizantes del antijacobinismo.Los críticos plantearon algunaspreguntas acertadas. ¿Por qué Taine noconsideró que para los franceses de1789 no era tan evidente como ahoraque podían establecerse institucionesliberales sin hacer una revolución?[181]

¿Por qué no vio que la clave de lasituación era que ni siquiera losmoderados podían confiar en el rey? Sitodo el mundo era tan fiel a lamonarquía, ¿por qué Francia, que en1788 no era republicana, jamás volvió aser monárquica?[182] Taine no reconocióel dilema de todo partido que alcanzaba

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el poder: «Confiar en el apoyo de lamuchedumbre parisiense significabaconnivencia con crímenes y atropellosque imposibilitaban el establecimientode instituciones libres en Francia. Larepresión de la muchedumbre parisienseimplicaba reacción y muyprobablemente la restauración deldespotismo».[183] De hecho, con todo elrespeto debido a un intelectual de sutalla, el trabajo de Taine eraconsiderado propagandístico más quecientífico. La amargura de losconservadores, pensaba The Spectator,inundó su libro. «Carece dedistanciamiento científico, de amplitudde miras y de perspicacia», escribió The

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Nation. Normalmente los demásintelectuales franceses eminentes hangozado de más respeto que él en elextranjero.[184]

Ahora pasemos del primercentenario a los antecedentes delsegundo. La primera cosa a destacar enel siglo que media entre ambos es queahora sabemos mucho más sobre lahistoria de la Revolución francesa queen 1889. Una de las consecuencias másimportantes, no tanto del primercentenario como de la adopción de laRevolución como acontecimientofundador de la Tercera República, fueque se amplió su historiografía. En losaños ochenta del siglo pasado Francia

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fundó un museo de la Revolución (elMuseo Carnavalet de París) y tambiénun curso (1885) y una cátedra (1891) dehistoria de la Revolución en la Sorbona.La novedad de dicha cátedra se hacepatente en el hecho de que su primerocupante, que llegó a ser la primeraencarnación académica de laRevolución, ni siquiera contaba con unaformación como historiador. AlphonseAulard (1849-1928) era un estudiante deliteratura italiana especialista en el granpoeta romántico Leopardi que seconvirtió en historiador de laRevolución porque era un republicanocomprometido.

Así, no debemos olvidar que en

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1889 la historiografía académica de laRevolución estaba en su infancia. Acton,que conocía la historiografíainternacional mejor que nadie, sólomencionó a tres hombres queconsideraba «historiadores modernos»en sus clases de 1895: Sybel, Taine ySorel; y dos de ellos escribieronprincipalmente sobre los aspectosinternacionales de la Revolución.[185]

Pero esta situación pronto cambiaría.Hacía 1914 los sucesores de Aulard enla cátedra de la Sorbona ya eran adultos,y hasta el final de los años cincuenta lahistoria de la Revolución estuvodominada por la longeva generación quealcanzó la madurez alrededor de 1900:

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Mathiez y Lefebvre nacieron en 1874,Sagnac en 1868 y Caron en 1875.(Aulard nació en 1849.) Con laexcepción de Georges Lefebvre,exiliado en institutos de provincias, lanueva generación ya había publicadobastante (y Lefebvre, que sólo contabaen su haber con una monografía local,tenía prácticamente completada lainvestigación de su gran tesis sobre loscampesinos del departamento del Nortey la Revolución, que se publicaría en1924).

Contra lo que suele decirse, ningunode estos historiadores era marxista. (Dehecho, ni siquiera los rusos queiniciaron el estudio de la cuestión

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agraria en Francia durante este periodoy que estimularon a Lefebvre eranmarxistas: I.V. Luchitskii [1845-.1918] yN. I. Kareiev [1850-1931] eranliberales, aunque el segundo habíatenido vínculos con el populismo.)Mathiez afirmaba ser socialista, perosus contemporáneos coincidían en queera un hombre de 1793.[186] Lefebvre,socialista del industrial Norte, estabamucho más influido por las ideas delmovimiento obrero, y sin duda seimpresionó ante la concepciónmaterialista de la historia, pero suverdadero maestro fue Jaurès, el cualcasó un poco de Marx (muy poco y malcomprendido, en opinión de los

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marxistas actuales) y un mucho deMichelet. Los historiadores de laRevolución francesa eran republicanosdemócratas apasionados deljacobinismo, y esto les empujabaautomáticamente a una posición en ellímite izquierdo del espectro político.¿Acaso no fue el propio Aulard, tanalejado de todo extremismo, quien pensóque la Revolución francesa conducía alsocialismo, aunque sólo una minoría defranceses se diera cuenta?[187] No estádel todo claro el significado que él y lamayoría de políticos que se declarabansocialistas en la Francia de 1900 dabana esta palabra, pero sin ninguna duda setrataba de un distintivo que indicaba una

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postura a favor del progreso, del puebloy de la izquierda. Y no puedeconsiderarse accidental que tantosartífices de la historiografía clásica dela Revolución procedieran de esetemplo de la República, que no conocíaenemigos en la izquierda, el baluarte delos seguidores de Dreyfus, la EscuelaNormal Superior de la calle Ulm: elpropio Aulard, Sagnac, Mathiez, JeanJaurès (aunque no debemos olvidar, enla generación anterior, a Taine).

Echemos un vistazo cuantitativo yforzosamente impresionista a lahistoriografía de la Revolución a partirdel primer centenario.[188] En unaestimación aproximada, el Museo

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Británico (Biblioteca Británica) añadiómás de ciento cincuenta títulos cadacinco años entre 1881 y 1900, más dedoscientos cincuenta de 1901 a 1905,más de trescientos treinta de 1906 a1910 y un máximo de aproximadamentecuatrocientos cincuenta títulos entre1911 y 1915.[189] En la primeraposguerra se mantuvo un nivel de 150-175 obras cada cinco años, pero en lasegunda mitad de los treinta (la era delFrente Popular) éste aumentósignificativamente a doscientasveinticinco, lo cual no queda reflejadoen el análisis del Times LiterarySupplement, a diferencia del boomanterior a 1914. Tras un modesto

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principio en la segunda posguerra, enlos años sesenta y setenta el número depublicaciones se dispara: casitrescientas en la segunda mitad de lossesenta. El aumento en los setenta quedaclaramente reflejado en el TLS.Podemos dar por sentado que los añosochenta probablemente experimentaránun boom mayor que el que precedió a1914 (consecuencia natural del segundocentenario, de los medios decomunicación modernos y de lapublicidad de las editoriales).

Pero aunque la cantidad puedaindicar el nivel general de interés por laRevolución, nos dice poco sobre lanaturaleza de dicho interés. Tal vez

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resulte útil echar un vistazo a la secciónbiográfica de este conjunto de obras.Antes de la primera guerra mundial estádominada por trabajos sobre la familiareal francesa (María Antonieta y demás)que llenan columnas de bibliografía, loscuales probablemente atraían sobre todoa los lectores conservadores ycontrarrevolucionarios. A partir de laprimera guerra mundial esta rama de lahistoriografía revolucionaria pierdefuerza y en la actualidad esinsignificante. Por otra parte, losestudios sobre las personalidades y loslíderes revolucionarios y su obra losescribieron autores de distinta filiaciónpolítica y con distintos grados de

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seriedad, abarcando desde elentretenimiento de salón hasta laerudición. Esto hace que la variacióndel interés por personajes concretosresulte instructiva. Así, el másmoderado de los dirigentes, Mirabeau,tuvo su apogeo antes de 1914, año trasel cual el interés por su persona cayó enpicado. Salvo en algún momento de lossesenta y de los ochenta, no despertóinterés desde la segunda guerra mundial,a pesar de que un hombre que fuedirigente de la Revolución y un notableeconomista, además de pornógrafo,parece que debería atraer a losescritores.[190] El centrista Danton,menos relevante, tuvo su apogeo en los

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años veinte, con cierta actividad aprincipios de siglo, en los treinta y(como hemos visto) en tiempos delprimer centenario. Robespierre no fueen especial preeminente hasta principiosde siglo (corrió la misma suerte queMarat como representante deljacobinismo radical hasta entonces),pero después ha llamado más la atenciónque cualquier otro personaje, aunquemuchos de los trabajos no son tantobiografías sino reflexiones sobre supapel en la República jacobina. Noobstante, los momentos de apogeo deeste personaje son la segunda mitad delos años treinta (la era del FrentePopular) y los sesenta y setenta. En la

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extrema izquierda, Marat ha cedidoprogresivamente su carácteremblemático a favor de Saint-Just,aunque en la Unión Soviética semantiene cierto interés por él desde laRevolución de Octubre.[191] Aparte de laedición de Vellay de los escritos deSaint-Just de 1908, la BibliotecaBritánica no tiene conocimiento deninguna obra suya o sobre él anterior ala primera guerra mundial (contra losonce títulos sobre Marat). El interés(que ya no refleja de forma adecuada laBiblioteca Británica) llegó a ser noticiaen los treinta, pero (tal como cabíaesperar de un personaje que, adiferencia de Marat, atrae básicamente a

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los intelectuales) alcanzó cotasmodestas en los setenta y los ochenta. Enla extrema izquierda, Babeuf, el primercomunista, pasa inadvertido hasta laprimera guerra mundial y hace apariciónen los treinta. Su período de máximapreeminencia fueron los años sesenta(que celebraron el bicentenario de sunacimiento) y los setenta. Todo estosugiere que el máximo interés de laizquierda en la historiografía de laRevolución aparece en los años treinta yde nuevo en los sesenta y setenta. Enambos casos tenemos la combinación deun Partido Comunista fuerte y una mayorradicalización general. Contra esto hayque situar la reacción, que fue más

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política que historiográfica después de1940 (Vichy confiscó por subversivo ellibro Ochenta y nueve de GeorgesLefebvre), pero que hoy es tanto lo unocomo lo otro.[192]

Repasemos brevemente laproducción historiográfica seria.Podemos distinguir cinco períodos.Durante todos ellos, excepto en elúltimo, el presente, lo más destacado dela historiografía sobre el tema eraapasionadamente republicana yjacobina, Los eruditos no tenían enmucha consideración a loscontrarrevolucionarios aunque éstostenían numerosos lectores. Sólo uno deellos fue candidato para rehabilitarse, a

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saber, Auguste Cochin (1876-1916),defensor de Taine ante los ataques deAulard. La versión clásica radical-socialista de la Tercera Repúblicacoincide con la era de Aulard. Tal comose ha sugerido, durante este períodoentre 1880 y la primera guerra mundial,se establecieron los fundamentos de lahistoriografía moderna. Tras la primeraguerra mundial, en Francia el campo sedesplaza hacia la izquierda y pasa a sermarcadamente socialista (Aulard estabaen declive mucho antes de su muerte en1928) aunque una vez más loshistoriadores franceses socialistas ycomunistas siguen comprometidos conlos jacobinos, especialmente con

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Robespierre, y no con los ancestros desu propio movimiento, ni con el Leninde 1917, que fue el único revolucionarioque destacó a Danton como «el mayormaestro de la táctica revolucionaria quese conoce».[193] Los años veinteestuvieron dominados por Mathiez,quien, dicho sea de paso, subrayó susconvicciones socialistas al reeditar laHistoria socialista de la Revoluciónfrancesa de Jaurés, que originalmente sehabía publicado bajo auspicios políticosmás que académicos. Aunque nuncaobtuvo la cátedra, dominó la Sociedadde Estudios Robespierristas, y con elladicho campo. La versión de Mathiez fuela más influyente. Tuvo mucho éxito en

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los Estados Unidos, donde, tal vezgracias a su tradición republicana, lasuniversidades demostraban un arraigadointerés por la historia de la Revoluciónfrancesa (Harvard compró la bibliotecade Aulard). Su síntesis de la historiarevolucionaria se tradujo en seguida yen los primeros años treinta se incluyóuna versión abreviada de la misma en laEncyclopedia of the Social Sciences deSeligman, donde todavía puedeconsultarse provechosamente.

No voy a extenderme en la amargahostilidad que Mathiez sentía porDanton, la cual le distanció de Aulardincluso antes de la primera guerramundial, dado que su interés es limitado;

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en cualquier caso, cabe sospechar queen gran medida reflejaba lossentimientos edípicos de Mathiez ante elfundador del campo, a quien no pudosuceder en la cátedra de la Sorbona.

El sucesor de Aulard fue PhilippeSagnac, figura capital de lahistoriografía positivista francesa, quienno concedió mayor importancia a suposición. El sucesor de facto de Aulardfue Mathiez y el de éste GeorgesLefebvre (1874-1959) quien, en 1932,se convirtió en presidente de laSociedad de Estudios Robespierristas yen director de los Annales Historiquesde la Révolution Française de Mathiez,que desde hacía tiempo reemplazaban al

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periódico La Révolution Française deAulard como órgano de la historiografíarevolucionaria. Lefebvre, que dominólos años treinta (y de hecho todo elperiodo hasta su muerte), empezó muydespacio, tal vez porque carecía delrespaldo de una institución de elite.Exiliado en las escuelas secundarias delNorte (se dice que fue el único defensorde Dreyfus que hubo en Boulogne-sur-mer) no podía concentrarse en laRevolución francesa, dado que sussuperiores universitarios de Lille lepersuadieron para que tradujera unaobra entonces muy común, laConstitutional History of England, entres volúmenes, de Stubbs, a la que

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añadió un suplemento en los años veinte.Esta inverosímil excursión por lahistoria medieval inglesa, másinverosímil todavía si pensamos que elautor de este clásico Victoriano era unobispo, al menos tuvo la ventaja dehacer que los historiadores inglesesconocieran a Lefebvre antes que losnorteamericanos. La única vez en suvida que salió de Francia fue pararealizar una visita académica aInglaterra en 1934. Es muy posible queLefebvre pasara varias noches en GranBretaña sin haber dormido nunca(a lossesenta años) en París. Tras lapublicación de su gran obra sobre elcampesinado, ya podía ocupar una

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cátedra universitaria: primero enClermont-Ferrand (por aquel entonces laSiberia académica de Francia), luego enEstrasburgo, ciudad abierta al talentodesde que Francia la recuperara despuésde la guerra, y base de operaciones deMarc Bloch y Lucien Febvre en suataque contra la ortodoxia históricapublicada en los Annales, antes de salira conquistar París. Lefebvre también fuea París en 1935, donde finalmente ocupóla canónica Cátedra de Historia de laRevolución tras la jubilación de Sagnacen 1937.

Por más lento que fuera su principio,Lefebvre recuperó el tiempo perdido.Los años treinta estuvieron dominados

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por una serie de títulos clásicos: elestudio de 1932 sobre El gran pánicode 1789, que es el punto de partida de lamayor parte de la actual «historia desdeabajo» (término acuñado por Lefebvre);la excelente historia de Europa en la eranapoleónica (1935), superior al volumenanterior sobre la Revolución francesaque sólo escribió parcialmente (peroque luego revisó); la continuación de lostres volúmenes de Mathiez sobre la erade Termidor (Lefebvre no publicó elúltimo volumen sobre el Directoriohasta 1946); y, por encima de todo, elmonumento más impresionante quepersona alguna erigiera en 1939, año delciento cincuenta aniversario de la

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Revolución, un pequeño libro que enfrancés se titula simplemente Quatre-Vingt Neuf (Ochenta y nueve), cuyaversión en inglés, The Coming of theFrench Revolution, obra de R. R.Palmer, está extraordinariamentedifundida en el mundo anglosajón. Era eltributo del agonizante Frente Popularfrancés a la Revolución que ya no podíaconmemorar adecuadamente. Este libroes esencialmente lo que la historiografíarevisionista moderna ataca, aunque nosin respeto. Pues Lefebvre, tanto siestamos de acuerdo con él como si no,fue un gran historiador. En opinión deeste escritor (del que escribe estaslíneas), e incluso de los adversarios de

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Lefebvre, fue con diferencia elhistoriador moderno de la Revoluciónmás impresionante. Políticamente, fuesocialista mientras escribió susprincipales obras, pero después de laguerra simpatizó con los comunistas.

Cabe hacer otras dos observacioneshistoriográficas sobre los años treinta.En primer lugar, aparecen tancompletamente dominados por Lefebvreprincipalmente porque otro granhistoriador de la Revolución francesa esconocido fundamentalmente comohistoriador económico y social: merefiero a Ernest Labrousse (1895-1988).que murió con más de noventa años.Labrousse era otro de los intelectuales

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comprometidos con la izquierda que seentregó a la historia, aunquepolíticamente fue más activo que lamayoría. Tras una breve pertenencia alPartido Comunista en los primeros añosveinte posteriores al congreso de Tours,cuando se escindió la mayoría de lossocialistas, retomó al Partido Socialistay se convirtió en el jefe de gabinete deLéon Blum durante un tiempo. Suprincipal obra sobre la Revolución fueun extenso estudio de la crisiseconómica del Antiguo Régimen en lasegunda mitad de la década de losochenta del siglo XVIII. Explicó elorigen de la Revolución en términos deuna coincidencia de una grave crisis

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económica y política del viejo sistema ymás tarde escribió un ensayo («Cómonacen las revoluciones»)[194] queintentaba hacer extensivo este modelo,digamos mecánico, a 1830 y 1848.Labrousse pertenece, por su biografía ysu espíritu, a la Tercera República y a sutradición, pero, a diferencia de otroshistoriadores, se consideraba a sí mismomarxista, aunque en gran medida alhacerlo pensaba en el anticuado modeloeconómico-determinista o kautskiano.Braudel le consideraba como el únicohistoriador de su talla y se lamentaba (ofingía lamentarse) de que la historiafrancesa sufriera porque él y Labrousseno se entendían. La otra observación

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sobre los años treinta es que fuerontestigos del nacimiento de la erudiciónmoderna sobre la historia revolucionariaen los Estados Unidos (donde el campoya estaba establecido) y en GranBretaña, que actualmente son losprincipales centros no franceses dondese lleva a cabo esta investigación.

La posguerra hasta mediados de lossesenta (Lefebvre murió en 1959) estuvodominada por Lefebvre y sus discípulos,que entonces estaban mucho máspróximos al Partido Comunista; aunquesu sucesor (tras un intervalo de MarcelReinhard [1899-1973]), Albert Soboul(1914-1982), fue tan típicamenterepresentativo de la tradición

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republicana como sus predecesores:existen unos maravillosos obituarios deLefebvre y de Soboul obra de RichardCobb, alumno del primero y amigo delsegundo, aunque tan alejado delmarxismo como sea posible, salvo porser un historiador fascinado por elanonimato de la gente en las raíces de lahistoria, y por consiguiente atraído porlos únicos historiadores que practicabanla historia de la gente corriente en laRevolución, Lefebvre y su discípulocomunista. Se observa de paso que elbrillante grupo de jóvenes historiadoresque dejaron el Partido Comunista amediados de los cincuenta tras una fasede rígido estalinismo (el más importante

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de ellos, Emmanuel Le Roy Ladurie,describió su evolución político-educacional)[195] mostraron poco interéspor la Revolución francesa, al tiempoque se sentían más atraídos por laescuela de los Annales; sea como fuere,dos antiguos comunistas, François Furety Denis Richet, iniciaron la olarevisionista en Francia. Desde la muerteprematura de Soboul en 1982, MichelVovelle (nacido en 1933) ocupa lacátedra de la Sorbona. También escomunista, pero su investigación sedesarrolló en el campo de la historiacultural o historia de las«mentalidades», la cual ejerció unafuerte y beneficiosa atracción sobre

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varios historiadores izquierdistas en losaños sesenta y setenta.

No obstante, a partir de la guerra hayque dejar de pensar que la historiografíade la Revolución francesa seaprincipalmente francesa. Los propiosdiscípulos de Lefebvre eran un grupointernacional, y el número de doctoradossobre el tema en Gran Bretaña sedisparó en los años cincuenta y sesenta.Antes de 1910 no hubo ninguna tesis,desde entonces hasta 1950 hubo unasseis por década (nueve en los añostreinta), y de pronto, dieciocho en loscincuenta y veinte en los sesenta.[196]

Veamos cuál es el significado deestas fases de la interpretación de la

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Revolución. En Francia reflejó lahistoria de la Tercera Repúblicamientras el régimen se mantuvo estable(esto es, hasta 1940). Es decir, laformación de la principal escuelafrancesa de historiadores de laRevolución refleja lainstitucionalización de la TerceraRepública como una democracia que seconsideraba a sí misma fundada por laRevolución. En mi opinión, la granexplosión de historiografía-revolucionaría a principios de sigloreflejó el triunfo de la República sobrelas distintas crisis de su infancia. Untriunfo que culminaría con el casoDreyfus, que se vería ratificado por la

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separación de la Iglesia y el Estado, ypor la ascensión de los SocialistasRadicales como el principal partido dela República. Como bien sabemos, noeran radicales ni socialistas, peroestaban profundamente comprometidoscon la República y en consecuencia conla Revolución. Muchos de sus dirigentespolíticos, entre quienes destaca elrechoncho intelectual y gastrónomoÉdouard Herríot (1872-1957) en elperíodo de entreguerras (también era unnormalien),[197] fueron historiadores dela Revolución. Herriot publicó unvolumen de discursos titulado Homenajea la Revolución el año de su cientocincuenta aniversario, a pesar del hecho

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de que el Terror jacobino había hecho loposible por arrasar su lugar de origen ybase política, la gran ciudad de Lyon,debido a una supuesta actividadcontrarrevolucionaria. (Tambiénescribió una historia sobre esto.)[198] Eltriunfo de la República sobre susenemigos, tal como había demostrado elasunto Dreyfus, se basaba en la alianzadel centro con la izquierda (incluso laextrema izquierda). El principio políticofundamental de la Tercera Repúblicaera, en consecuencia, «no hay enemigosen la izquierda», y por consiguiente nose rechazaba la herencia de laRepública jacobina. AunqueRobespierre y Saint-Just, como Marat,

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sólo despertaban entusiasmo en laextrema izquierda, incluso losmoderados defendieron a Danton, quehabía sido jacobino pero oponente deRobespierre y de los excesos delTerror-Louis Barthou, un políticorepublicano moderado conocido por sumuerte (un terrorista yugoslavo loasesinó en 1934 junto al rey Alejandrode Yugoslavia), escribió biografías deDanton y Mirabeau, así como un librosobre el Nueve de Termidor, es decir,sobre la caída de Robespierre. Creo queaquí reside la clave de la idealizaciónque Aulard hizo de Danton.

Tras el cambio de siglo, uno tiene laimpresión de que durante algún tiempo

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la Revolución, para la mayoríarepublicana, fue más una cuestión deoratoria para el 14 de julio que unaurgencia ideológica importante. Elcentro de gravedad de la historiografíarevolucionaria se desplazó hacia laizquierda: no tanto en términos políticoscomo sociales. En mi opinión, resultasignificativo que la mayor parte deltrabajo del sucesor de Aulard versarasobre el precio de los alimentos y elmalestar social en la era del Terror,aunque Mathiez antes hubiese publicadosobre historia religiosa; o que el sucesorde Mathiez, Lefebvre, escribiera su tesissobre el campesinado del Norte durantela Revolución; o que la obra capital de

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su sucesor, Soboul, se centrara en lossans-culottes parisienses (es decir, enlas filas de los activistas de base). (Apropósito, ninguno de estoshistoriadores idealizó el tema tratado:Mathiez y Soboul estaban claramente afavor de Robespierre contra susoponentes de izquierdas, y Lefebvre vioa sus campesinos sin ilusiones, o mejorcon la perspectiva de los jacobinosurbanos.)[199] En términos generales, lahistoria de la Revolución adoptaprogresivamente un cariz social yeconómico. Ya he mencionado aLabrousse, pero para tomar otro ejemplode la anterior generación de expertos enla materia, Marcel Reinhard fue uno de

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los primeros en abordar la historiademográfica del período revolucionario,aunque también (algo más tarde) publicóla biografía del organizador militarjacobino Carnot.[200] Jacques Godechot(nacido en 1907), presidente de laSociedad de Estudios Robespierristas,aunque al principio se interesara por lahistoria general e institucional, tambiénacabó sumergido en la demografía.Podemos estar casi seguros de que estono era un reflejo del marxismo (pues latradición marxista es muy desdeñable enFrancia) sino del movimiento obrerosocialista: si se quiere, de la influenciade Jaurès. No obstante, ayudó a que lahistoriografía revolucionaria se situara

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en un terreno común a los marxistas,quienes fundaron la primera escuelainteresada por las dimensioneseconómicas y sociales de la historia. Enlos años treinta esta convergencia se vioreforzada por un desarrollo crucial: laascensión del fascismo internacional, elcual supuso el despertar de la mayoríade escuelas reaccionarias,tradicionalistas y conservadoras.

Este proceso fue crucial porque elfascismo era la quintaesencia de quienesde buen principio habían rechazado laRevolución de plano. De hecho, hastamediados del siglo XX, la extremaderecha casi podía definirse en funciónde su rechazo de la Revolución, es

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decir, no sólo del jacobinismo y suprogenie política, sino del liberalismo,de toda la ideología de la Ilustración delsiglo XVIII y del progreso del sigloXIX, por no mencionar la emancipaciónde los judíos, que fue uno de los logrosmás significativos de la Revolución. Lapostura de la derecha francesa estabaclara: quería invertir la Revoluciónfrancesa, aunque la mayor parte de ellano creía en la restauración de lamonarquía borbónica, restauración quesólo exigían los militantes más activosde Action Française. La única vez que laderecha francesa consiguió derrocar a laRepública, en 1940-1944, mantuvo a lamonarquía fuera de la vista, a pesar de

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que su influencia ideológica sobre loshombres de Vichy era notable,limitándose a establecer un mal definidoy autoritario «Estado francés». Tambiénestaba clara la postura de la Iglesiacatólica del Concilio Vaticano I. Noesperaba abolir el espíritu de 1789 entodas partes (aunque lo hizo en laEspaña de Franco), pero le habríagustado. Y por último tampoco cabíaninguna duda sobre las intenciones delfascismo. Mussolini lo dejó claro en elartículo que escribió para suEnciclopedia Italiana: estaba «contra elpoco convincente positivismomaterialista del siglo XIX... contra todaslas abstracciones individualistas

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inspiradas en el XVIII... y contra todaslas utopías e innovaciones jacobinas».[201] Lo mismo se hacía incluso másevidente en Alemania, donde laideología nacional desde hacía tiemposospechaba tanto del liberalismooccidental como de los franceses porinmorales y nacionalistas,considerándolos lo que llamaban elenemigo hereditario de Alemania.

Inevitablemente, en los años treintatodos los antifascistas tendieron areunirse alrededor de la Revoluciónfrancesa, pues ésta era el objetivoprincipal de sus enemigos. Podríadecirse que reunirse en tomo a lamemoria de la Revolución francesa era

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ideológicamente lo que el FrentePopular era políticamente: la unión detodos los antifascistas. No fuecasualidad que los sindicatos minerosfranceses, después de 1936, financiaranla producción de la película de JeanRenoir sobre la Marsellesa, o, como yomismo recuerdo, una elaboradaproducción teatral del más bien aburridoCatorce de julio de Romain Rolland quese presentó en París en el verano de1936. Pero hubo otra razón para que elFrente Popular desarrollara el culto a laMarsellesa, a la tricolor y a losjacobinos de 1793-1794. Eran losprimeros patriotas franceses, lossalvadores de Francia en una guerra de

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defensa nacional (e ideológica) contralos reaccionarios locales que salieron alextranjero y se aliaron con los enemigosde su país.

Por razones que no debenpreocupamos ahora, en las dos últimasdécadas del siglo XIX, el vocabulariodel patriotismo y del nacionalismofranceses pasó de la izquierda a laderecha.[202] Una vez más por razonesque no cabe considerar aquí, cuando laTercera República oficial adoptó laMarsellesa, la tricolor y demás, laizquierda socialista y proletariareaccionó apartándose del belicosobando patriótico de la tradiciónjacobina. Se la asoció con el

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antimilitarismo e incluso con elpacifismo. Bajo la influencia del PartidoComunista de nuevo abrazaba lossímbolos del patriotismo nacional,consciente del hecho de que laMarsellesa y los colores jacobinostambién eran símbolos de la revoluciónsocial radical. El antifascismo y, mástarde, la resistencia ante la ocupaciónalemana fueron patrióticos ycomprometidos con la transformaciónsocial. El Partido Comunista parecíapensar en ocupar el puesto de latradición de la República: esto era unade las cosas que preocupaban a DeGaulle en los años de resistencia.

Tal como sucedió, la recuperación

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del patriotismo jacobino fue positivaideológicamente, pues la debilidad de lahistoriografía francesa de derechasjamás había podido rechazar unepisodio tan glorioso y triunfante de lahistoria de Francia como las victorias yconquistas de las eras revolucionaria ynapoleónica. Los historiadoresderechistas que escribieron elegantes einteligentes versiones popularescoincidían al cantar alabanzas alAntiguo Régimen y al denunciar aRobespierre. Pero, ¿cómo podían pasarpor alto esas hazañas militares de lossoldados franceses, sobre todo cuandoiban dirigidas contra prusianos eingleses? Todo esto hizo que la

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historiografía de la Revolución francesadeviniera más izquierdista y másjacobina. Políticamente, el FrentePopular se descompuso.Historiográficamente, produjo su mayortriunfo en 1939 mientras se avecinaba laguerra: Ochenta y nueve de GeorgesLefebvre. Y si durante la siguientegeneración dominó el campo, fue enmemoria de la Resistencia y laLiberación tanto como de la TerceraRepública.

En esos días, la fusión de lastradiciones republicana, jacobina,socialista y comunista era prácticamenteun hecho, puesto que el Frente Popular yluego la Resistencia convirtieron al

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Partido Comunista en el principalpartido de la izquierda; y en los añostreinta ya se puede seguir la pista a lainfluencia directa del marxismo sobre laizquierda francesa. ¿Pero cuál fueexactamente dicha influencia en términosde la Gran Revolución? El propio Marxnunca la analizó históricamente,mientras sí lo hizo con la Revolución de1848 en Francia, con la SegundaRepública y con la Comuna de París.Incluso Engels, más dado a producirobras históricas, nunca escribió unaversión coherente, siquiera a modo dediscurso popular. Como hemos visto, laidea de la Revolución como la victoriaburguesa en la lucha de clases, que Marx

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adoptó, procedía de los burguesesliberales de la Restauración. Elmarxismo dio la bienvenida a la idea dela Revolución como una revolución delpueblo e intentó enfocarla desde laperspectiva de la base social, aunqueesto tampoco fue específicamentemarxista: pertenecía a Michelet. Laidealización del Terror y de Robespierrese remonta a los seguidores de Babeuf, yespecialmente a Buonarroti, quetransformó la Revolución radical de1793-1794 en clave de comunismoproletario del siglo XIX. No obstante,aunque se admirara a Babeuf comocomunista precursor, sin duda no atraíala atención de Marx más que Weitling o

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Thomas Spence, y el culto aRobespierre no era en absolutomarxista. Como hemos visto, laprincipal comente marxista prefirióalinearse con Robespierre contra losultrarradicales que le atacaban desde laizquierda, elección que sólo secomprende si se acepta que losmarxistas adoptaron la tradiciónjacobina y no al revés. Resulta tansorprendente que los comunistasmodernos defiendan a Robespierrecontra Hébert y Jacques Roux como losería que los socialistas y comunistasbritánicos, con toda su admiración porlos regicidios y la república en el sigloXVII, defendieran a Cromwell contra

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los levellers y los diggers. De hecho,los historiadores marxistascomprometidos tanto con el concepto dela Revolución como revoluciónburguesa como con la Repúblicajacobina como encamación de susmayores logros, tuvieron seriosproblemas para decidir con exactitudquién representaba a la burguesía en laera del Comité de Salvación Pública, alcual le gustaban tanto los hombres denegocios como a William JenningsBryan los banqueros. A propósito, niEngels ni Marx tuvieron una concepcióntan simplista de la República jacobina.

Desde luego, Jaurès y sus sucesoresdieron un cariz marxista a la

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interpretación jacobina de laRevolución, pero básicamente en elsentido de que prestaron más atenciónque sus predecesores a los factoressociales y económicos que residían ensu origen y en su desarrollo, yespecialmente en la movilización de sucomponente popular. En el sentido másamplio, la interpretación posterior aJaurès que consideraba que laRevolución era burguesa no fue más alláde la tesis liberal de un trastorno, queratificaba la lenta ascensión histórica dela burguesía, la cual en 1789 ya estabapreparada para reemplazar alfeudalismo. Los marxistas también semantuvieron dentro de los límites de la

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interpretación jacobina de esta cuestión.Los conocidos artículos sobre «riquezano capitalista» de George V. Taylor, que,más que Cobban, constituyen elverdadero punto de partida delrevisionismo, no eran tanto una críticade la investigación marxista y jacobinasobre el tema, pues apenas existía, comola demostración de que no bastaba conpresuponer la ascensión de unaburguesía, sino que había que definir esetérmino y demostrar su ascensión.[203]

En resumen, los marxistas, más quecontribuir a la historiografía republicanade la Revolución, se sirvieron de ella.Sin embargo, no cabe duda de quehicieron su propia historiografía,

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asegurándose así de que un ataque almarxismo también sería un ataque contrala misma.

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4. SOBREVIVIR ALREVISIONISMO

Durante los últimos veinte añoshemos asistido a una reacciónhistoriográfica masiva contra esta

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opinión canónica. Hace veinte años,John McManners, en la New CambridgeModern History, ensalzaba con términosextravagantes a Lefebvre, cuya síntesisgozaba de un amplio respeto. CraneBrinton, típico defensor del leninismo,desestimó Social Interpretation of theFrench Revolution de Cobban, piedraangular del revisionismo, porconsiderarla obra de un anticuadohistoriador antiteórico que, dado que nisiquiera él podía prescindir de una«interpretación», proponía algo muchomás simplista que lo que él mismorechazaba.[204] Pero en 1989, un libroexcelente y equilibrado, basado en lavieja perspectiva, La Revolution

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Française (1988) de George Rudé, sedescartó por ser obra de un hombre que«se preocupa por la distribución de lacarga cuando el barco torpedeado... estáen el fondo del mar» y por ser «unarecapitulación de viejas ideas que hanperdido todo crédito a la luz deinvestigaciones más recientes. Ya noencaja con los hechos tal como éstos seperciben hoy».[205] Y un historiadorfrancés considera que el trabajo deFrançois Furet consiste en «diffuser lesthèses de Cobban et de ses successeurs»(«difundir las tesis de Cobban y de sussucesores»).[206] Dudo que algúnperíodo anterior de la historiografíarevolucionaria haya sufrido una

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inversión de opiniones tan drásticacomo esta.

El exceso de extremismo de algunasde las exposiciones más comunes nosadvierte que estamos tratando con algomás que con meras emocionesacadémicas. Ejemplo de ello son laspalabras «los hechos tal como seperciben hoy» (la cursiva es mía), puesno hacen referencia a los hechos sino anuestra interpretación de los mismos. Latentativa por demostrar que laRevolución francesa según como se mireno fue importante lo confirma, pues nosólo no es plausible sino que va contrala opinión universal del siglo XIX. Enresumen, se trata de lo contrario al

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inevitable cambio social que el jovenBenjamin Constant, el primero y másmoderado de los grandes burguesesliberales moderados tenía en mentecuando en 1796 escribió; «Al final,debemos ceder ante la necesidad quenos arrastra, debemos dejar de ignorarla marcha de la sociedad».[207] Fue (citouna opinión reciente) «azaroso alprincipio y poco efectivo al final».[208]

Por supuesto hay ideólogos, algunos deellos historiadores, que escriben comosi la Revolución pudiera considerarseprescindiendo del contexto de la historiamoderna (aunque el autor de la últimacita no se cuenta entre ellos). Esevidente que pensar que la Revolución

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francesa no es más que una especie detraspié en la lenta y larga marcha de laeterna Francia es absurdo.

La justificación oficial de estainversión es que la investigaciónacumulada hace que las viejas opinionesresulten insostenibles. Por supuesto, lainvestigación en este campo haaumentado considerablemente aunque noprecisamente en Francia, y sin duda noentre los revisionistas de ese país.Paradójicamente, la ortodoxiahistoriográfica de posguerra, la escuelade los Annales (hasta donde era unaescuela), no prestó demasiada atención alo que consideraba como los fenómenossuperficiales de la historia de los

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acontecimientos políticos incluidas lasrevoluciones. Esta podría ser una de lasrazones por las que la historia de laRevolución se dejó en manos de losmarxistas, quienes creían que lasrevoluciones eran acontecimientoshistóricos importantes. Lo que la mayorparte de revisionistas franceses hace es,citando el título del libro de FrançoisFuret, Pensar la Revolución francesa,es decir, hacer encajar los hechosconocidos de una forma distinta. Losnuevos hechos que han entrado encirculación se deben principalmente alos investigadores norteamericanos ybritánicos. En seis páginas de notas deun reciente libro revisionista, elegido al

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azar, encuentro ochenta y nuevereferencias a trabajos extranjeros ycincuenta y una a obras francesas.[209]

Dado el orgullo nacional de los eruditosfranceses y la importancia de laRevolución en su historia nacional, unopodría sospechar que el sesgoideológico puede haber ayudado aalgunos de ellos a ser más receptivosante las opiniones extranjeras. Encualquier caso, los principios delrevisionismo se remontan a antes de queesas investigaciones estuvierandisponibles, a saber, al ataque queAlfred Cobban (1901-1968) inició en1955 contra el concepto de laRevolución como revolución burguesa.

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[210] En resumen, la discusión no secentra en hechos sino eninterpretaciones.

Incluso se puede ir más allá. No setrata tanto de la Revolución francesacomo de generalizaciones políticas ehistorio- gráficas. Un lector sin uncompromiso historiográfico (porejemplo, un sociólogo leído) puedeseñalar, una y otra vez, que a fin decuentas existe muy poco desacuerdosobre los hechos entre los revisionistasy los mejores miembros de la viejaescuela,[211] aunque los compendios dehistoria de Albert Soboul (que no sudestacado trabajo sobre los sans-culottes parisienses) a veces quedan

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expuestos a las observaciones de Furet(«une sorte de vulgate lenino-populiste»[212]). Si Georges Lefebvre nohubiese publicado sus obras en los añosveinte y treinta, sino, como uninvestigador desconocido, en los sesentay los setenta, seguramente no se habríanleído como los pilares de una ortodoxiaque hoy suscita controversia. Se habríanleído como una contribución a surevisión.[213]

Utilicemos un ejemplo para aclarareste punto. Uno de los principalesargumentos revisionistas contrario aconsiderar que la Revolución francesafue una revolución burguesa es quedicha revolución, según los supuestos

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marxistas, debería haber impulsado elcapitalismo en Francia, mientras esevidente que la economía francesa nofue muy boyante durante ni después de laera revolucionaría («Le mythe marxisteassimilant la Révolution à une étapedécisive dans le développement del'économie capitaliste est facilementdémentie par la stagnation del’économie pendant la périoderévolutionnaire et au delà»).[214] Ciertoes que el desarrollo económico francésdurante el siglo XIX fue por detrás delde otros varios países. El primer hechoya lo conocía Friedrich Engels, el cuallo comentó sin percatarse de que podíainvalidar sus opiniones.[215]

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La mayoría de historiadoreseconómicos de la primera mitad de estesiglo, incluidos los marxistas, aceptaronel segundo de manera generalizada. Elgran número de obras sobre el «retrasoeconómico» de Francia dan prueba deello (aunque trabajos más modernostambién han animado a losrevisionistas). No obstante, GeorgesLefebvre no sólo dio por sentado elefecto negativo de la Revolución sobreel desarrollo del capitalismo francés,sino que trató de explicarloespecíficamente mediante el análisis dela población agraria de la Revolución.El portavoz de la ortodoxiarevolucionaria burguesa, Albert Soboul,

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también utilizó este tipo deexplicaciones para describir el relativoatraso del capitalismo francés respectodel inglés.[216] Es legítimo criticar aambos, pero no por fracasar al observarlo que resulta tan evidente para suscríticos. Las discusiones sobreinterpretaciones no tienen nada que vercon las discusiones sobre hechos.

Por supuesto, con esto no quieronegar que la investigación sobre laRevolución avanzó mucho a partir de lasegunda guerra mundial (probablementemás que en cualquier otro período desdeel cuarto de siglo anterior a 1914) y quesu historiografía, en consecuencia,requiere una amplia revisión o puesta al

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día para tener en cuenta nuevaspreguntas, nuevas respuestas y nuevosdatos. Esto se hace más evidente para elperíodo que conduce hasta laRevolución. Por eso, la «reacciónaristocrática, que tomó forma y creció apartir del final del reinado de Luis XIV,y que es el aspecto más importante de lahistoria francesa del siglo XVIII», enpalabras de Lefebvre, no ha sobrevividoy actualmente es difícil que alguienquiera resucitarla.[217] Generalizando, apartir de ahora la historia revolucionariadebe tener más en cuenta las regiones ylos grupos de la sociedad francesa quela historiografía tradicional deorientación política ignoró:

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especialmente a las mujeres, a lossectores «apolíticos» del pueblo francésy a los contrarrevolucionarios. Lo queno está tan claro es que deba tener tan encuenta como hacen algunos historiadoreslas modas contemporáneas de análisis(historia como «retórica», revolucióncomo simbolismo, deconstrucción ydemás).

Es igualmente innegable que lahistoriografía republicana francesatradicional, tanto antes como durante suconvergencia y compenetración con laversión marxista, tendió a ser unaortodoxia pedagógica e ideológica quese resistía a cambiar. Pongamos unejemplo. En los años cincuenta, la

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sugerencia de R. R. Palmer y JacquesGodechot de que la Revolución francesaformaba parte de un movimientoatlántico más amplio contra los antiguosregímenes occidentales[218] encontró unaindignada oposición en los círculos dehistoriadores marxistas, a pesar de quela idea era sugerente e interesante, y deque ambos autores pertenecieran a lacorriente principal de la historiografíarevolucionaria.[219] Las objecionesfueron básicamente políticas. Por unaparte, los comunistas de los añoscincuenta eran muy suspicaces ante eltérmino atlántico, pues parecía quererreforzar la opinión de que los EstadosUnidos y Europa occidental estaban

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juntos contra la Europa del Este (comoen la Organización del Tratado delAtlántico Norte). Esta objeción alatlantismo en historia como términopolítico imprudentemente introducido enun campo académico la compartieronlos eruditos más conservadores.[220] Porotra parte, la sugerencia de que laRevolución francesa no era un fenómenoúnico y decisivo históricamente pareciódebilitar la unicidad y el carácterconcluyente de las «grandes»revoluciones, por no mencionar elorgullo nacional de los franceses,especialmente el de los revolucionarios.Si las ortodoxias eran muy sensiblesante modificaciones relativamente

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pequeñas, su resistencia ante retos másimportantes sería mucho mayor.

Sin embargo, los retos ainterpretaciones políticas o ideológicasno deben confundirse con las revisioneshistóricas, aunque no siempre ambascosas puedan separarse claramente, ymenos aún en un campo tanexplosivamente político como el de laRevolución francesa. Pero cuandoconsideramos el reto actual, hasta dondees ideológico y político, se observa unacuriosa desproporción entre laspasiones que suscita y los objetivos quese persiguen. Por eso, así como ladifusión de la democracia política en lassociedades parlamentarias occidentales

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era la sombra que se perfilaba sobre losdebates que surgieron en el primercentenario de 1789, también laRevolución Rusa y sus sucesoresplanearon sobre los debates suscitadosen el bicentenario. Los únicos quesiguen atacando a 1789 son losanticuados conservadores franceses ylos herederos de esa derecha quesiempre se ha definido a sí misma apartir del rechazo de todo aquello quedefendió la Ilustración. Por supuesto,hay muchos de ellos. La revisión liberalde la historia revolucionaria francesa sedirige por completo, vía 1789, a 1917.Es una ironía de la historia que alhacerlo ataque precisamente, como

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hemos visto en el primer capítulo, lainterpretación de la Revolución queformuló y popularizó la escuela delliberalismo moderado de la que seconsideran herederos.

De ahí el uso indiscriminado depalabras como gulag (tan de moda enlos círculos intelectuales francesesdesde Solzhenitsin), del discurso deOrwell en 1984, de las referencias altotalitarismo, del hincapié en que losagitadores e ideólogos fueron losartífices de 1789 y de la insistencia enque los jacobinos fueron los ancestrosdel partido de vanguardia (Furet,poniendo al día a Cochin). De ahí lainsistencia sobre el Tocqueville que

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veía continuidad en la historia contra elTocqueville que veía la Revolucióncomo la creadora de una «nuevasociedad».[221] De ahí, también, lapreferencia por el viejo Guizot queafirmaba que la gente como él«rechazaban ambas aseveraciones:rechazan el regreso a las máximas delAntiguo Régimen así como cualquieradhesión, ni siquiera especulativa, a losprincipios revolucionarios»,[222]

desdeñando al joven Guizot que en 1820escribió:

Sigo diciendo que laRevolución, fruto del necesario

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desarrollo de una sociedad enprogreso, basada en principiosmorales, llevada a cabo ennombre del bien común, fue laterrible pero legítima batalladel derecho contra el privilegio,de la libertad legal contra eldespotismo, y que sólo a laRevolución compete la tarea decontrolarse a sí misma, depurgarse a sí misma, de fundar lamonarquía constitucional paraconsumar el bien que empezó yreparar el daño que hizo.[223]

De ahí, en resumen, la línea general de

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los argumentos a favor de las reformasgraduales y del cambio y la directriz delargumento específico según el cual laRevolución francesa no supuso una grandiferencia para la evolución de Franciay que cualquier diferencia que hubieseintroducido podría haberse alcanzadopagando un precio mucho másrazonable.[224]

De hecho, considerar que laRevolución francesa no logró nada si setiene en cuenta el coste es el tópico delas historias escritas a modo dedenuncias políticas contemporáneas,como el best-seller excepcionalmenteelocuente de Simón Schama Citizens,que permite al autor concentrarse en lo

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que presenta como horrores ysufrimientos gratuitos. Sin duda, alguienque no se digne recordar por qué seluchaba en la segunda guerra mundial, almenos en Europa, escribirá una amargahistoria de la misma con un estiloenvidiable, considerándola unacatástrofe inútil y probablementeevitable que causó más muerte ydestrucción que la primera guerramundial, y que logró pocas cosas que nopudieran haberse conseguido de otramanera. Por supuesto, es más fácilobservar tales acontecimientos con lasuficiente distancia como para que nosea preciso comprometerse con ellos.Schama no se compromete como un

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experto en la materia; por eso, aunque sehaya leído mucho, su libro no debesumarse a los conocimientos disponiblesactualmente. La elección que hace elautor de una narrativa centrada enpersonas e incidentes concretos evitaclaramente los problemas de laperspectiva y la generalización. Y alescribir ciento cincuenta años despuésde Carlyle, cuya técnica de teatrorealista recupera, Schama deja desentirse parte del drama, cosa que síhacía Carlyle, para convertirse endesencantado cronista de los crímenes ylocuras de la humanidad.

Sin embargo, aunque es bastantefrecuente que los intelectuales liberales

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utilicen la experiencia de la Revoluciónfrancesa como un argumento contra lasrevoluciones comunistas modernas, y ala inversa, para ser críticos conRobespierre a la luz de Stalin o Mao(como los propios historiadoressoviéticos hacen en la actualidad), asimple vista, los peligros de larevolución social de los rusos y loschinos, o si se prefiere, de loscamboyanos o de los peruanos deSendero Luminoso, parecen bastanteremotos en los países desarrollados delos años ochenta, incluida Francia (másremotos incluso que los posiblespeligros de la democracia en 1889). Eslógico que los historiadores que han

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vivido la experiencia de atrocidadesmucho mayores que las de 1793-1794 lautilicen al abordar la última década delsiglo XVIII, del mismo modo en que eslógico que los historiadores británicosque vivieron la segunda guerra mundialreconsideren el Terror del año II comotal vez el primer ejemplo de la completamovilización militar a la que acababande asistir. Sin embargo, ¿por qué alguienque no haya rechazado siempre 1789debería insistir en que la Revoluciónfrancesa es un ejemplo de lo que puedesuceder cuando las revoluciones no seevitan, o presentar estimaciones de laspérdidas y trastornos que supuso paraFrancia (que ningún historiador serio ha

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intentado ocultar) cuando, entre lospeligros reales para el tejido social deFrancia, o de todas las sociedadesurbanas modernas, los que presentan lossucesores de Robespierre y Sain-Justprobablemente son menos importantes?Hay una apreciable desproporción entreel mero hecho del bicentenario en unmundo occidental relativamente establey las pasiones que ha suscitado enFrancia, aunque debe decirse que enotras partes se celebró con un espíritumenos contencioso.

Lo que era explosivo en la Franciade 1989 no era el estado del país, sinolas pasiones de sus intelectuales,especialmente de aquellos cuya

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presencia en los medios decomunicación les confería unapreeminencia inusual.[225] El ataquerevisionista contra la Revolución noreflejaba el temor ante un peligro deagitación social, sino un ajuste de lascuentas existentes en el Banco de laIzquierda de París. Principalmente unajuste de cuentas con el pasado de lospropios escritores, es decir con elmarxismo, que tal como señalóRaymond Aron, fue el fundamentogeneral de las sucesivas modasideológicas que dominaron la escenaintelectual parisiense en los treinta añossiguientes a la Liberación.[226] Losdetalles de este capítulo de la historia

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intelectual francesa no son objeto deeste estudio. Sus orígenes se remontan alperíodo del fascismo, o mejor delantifascismo, cuando la ideologíatradicional de la Ilustración y losvalores republicanos (la creencia en larazón, la ciencia, el progreso y losDerechos del Hombre) convergieron conel comunismo, justo cuando éste pasó aser despiadadamente estalinista inclusoen el Partido Comunista de Francia, quea partir de entonces, entre 1935 y 1945,se convirtió en la mayor organizaciónpolítica del país, absorbiendo latradición jacobina.

Por supuesto, no todos losintelectuales de la izquierda fueron

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miembros del Partido Comunista,aunque el número de alumnos afiliadosdurante la posguerra, especialmente enalgunas instituciones de elite, eraimpresionante: durante la primeraGuerra Fría casi la cuarta parte de losestudiantes de la Escuela NormalSuperior de la calle de Ulm,establecimiento conocido como baluartede la izquierda republicana, teníancarnets del PCF.[227] (Antes de la guerrael Barrio Latino estuvo dominado másbien por estudiantes de ultraderecha.)Sea como fuere, tanto si los intelectualespertenecían al partido como si no, locierto es que «desde la Liberación hasta1981, el PCF ejerció una fascinación

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serpentina sobre la intelligentsiaradical de Francia» porque representabala base popular de la izquierda (dehecho, con el declive del viejo PartidoSocialista antes de que Mitterrand loreconstruyera sobre una nueva base, fueprácticamente la única fuerzarepresentativa de la izquierda).[228]

Además, dado que casi todos losgobiernos desde el final de la unidadantifascista (1947) hasta los ochentafueron, con momentáneas excepciones,del centro y de la derecha (gaullista),los intelectuales raramente se sintierontentados a abandonar sus posiciones enla oposición de izquierdas. Elreplanteamiento de las perspectivas

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políticas de la izquierda, que lasexperiencias europeas de los cincuenta ylos sesenta pudieron sugerir, se pospusohasta después del gaullismo, y duranteun breve lapso de ilusión y retóricarebelde (al final de los sesenta), inclusollegó a parecer innecesario. Lajubilación del general y el final de lasilusiones de 1968 también señalaron elfinal de la hegemonía intelectualmarxista. En Francia, el retroceso fue delo más drástico, porque la brecha entrela alta teoría abstracta y la realidadsocial a la que supuestamente hacíareferencia había llegado a serprácticamente infranqueable (salvo através de telas de araña de una sutileza

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filosófica que no podía soportar elmenor peso). En cualquier caso, la modaintelectual dicta los colores ideológicosque hay que vestir en cada ciclo, igualque la alta costura dicta los colores decada temporada. Pronto fue más difícilencontrar marxistas que positivistas dela vieja escuela, y a los quesobrevivieron a la guerra se lesconsideraba anticuados. Incluso antes desu muerte, Jean-Paul Sartre ya eraalguien que mejor no nos molestara.Cuando tras su muerte un editornorteamericano quiso comprar losderechos de la biografía quenaturalmente supuso en preparación,descubrió que ningún editor francés

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pensaba que valiera la pena encargarsemejante trabajo.[229] Sartre habíadesaparecido en el quintoArrondissement, aunque el éxito de labiografía de Annie Cohen-Solal enFrancia y en algunos otros paísesdemostró que su nombre todavíasignificaba algo para un público másamplio.

Esta crisis del marxismo francésafectó a la Revolución francesa porrazones generales y específicas. Entérminos generales, la Revolución, yespecialmente el jacobinismo, fue, comohemos visto, la imagen sobre la que seformó la izquierda francesa.Específicamente, tal como Tony Judt

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argumentó persuasivamente, la historiarevolucionaria francesa reemplaza engran medida a la teoría política de laizquierda francesa.[230] Por eso elrechazo de las viejas creenciasradicales implica automáticamente unataque revisionista contra la historia dela Revolución. Pero tal como Judt supoadvertir, no se trata de un ataque contrala interpretación marxista sino contra loque los intelectuales radicales franceseshicieron a partir de 1840 (y, comohemos visto, lo que los intelectualesliberales franceses habían hecho a partirde 1910). Consiste en un ataque alprincipal stock de la tradiciónintelectual francesa. Por eso Guizot y

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Comte son necesariamente tan víctimascomo Marx.

Sin embargo, existen razones nointelectuales por las que a partir de1970 esta degradación de la Revoluciónfrancesa empezó a ser menosimpensable que antes. La primera esespecíficamente francesa. La profundatransformación del país a partir de lasegunda guerra mundial ha hecho que enalgunos aspectos sea irreconocible paraquienes lo conocieron antes de lamisma. Gran parte del escepticismosobre la cuestión de si la Revolución fueuna revolución burguesa surge de lacomparación entre la Francia moderna,industrial, tecnológica y urbana de hoy y

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la sorprendentemente rural ypequeñoburguesa Francia del siglo XIX;entre la Francia de los cuarenta, con uncuarenta por ciento de población rural, yla Francia de los ochenta donde sólo undiez por ciento de la población sededica a la agricultura. Latransformación económica del país apartir de la segunda guerra mundial notiene nada que ver con 1789. Entonces,el observador puede reflexionar, ¿quéhizo la revolución burguesa a favor deldesarrollo capitalista? La pregunta nocarece de base, aunque es fácil pasarpor alto el hecho de que para lo que eracorriente en el siglo XIX, Franciacontaba con una de las economías más

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desarrolladas e industrializadas, y deque el contraste de otras economíasentre 1870 y 1914 con toda probabilidades igualmente chocante.

Una vez más, la opinión de que laRevolución no fue significativa paraFrancia, opinión revitalizada por Furet yotros durante el bicentenario, según lacual ésta terminó y su obra estáconcluida, puede llegar a comprendersesi apreciamos la extraordinariadiscontinuidad entre la política del paísantes y después de la Cuarta República(es decir, la extraordinaria continuidaddesde 1789 hasta 1958). Durante todoese período la línea divisoria entre laizquierda y la derecha separaba a

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quienes aceptaban 1789 de quienes lorechazaban, y esto, tras la desapariciónde la opción «bonapartista» (que entérminos franceses era una subvariantede la tradición revolucionaria),separaba a quienes creían en laRepública de quienes la rechazaban. Lasegunda guerra mundial marca estatransformación. A diferencia de Pétain,cuyo régimen tenía los rasgos clásicosde la reacción anti-1789, De Gaulle, apesar de proceder de la tradicióncatólico-monárquica, fue el primer lídergenuinamente republicano de la derecha.La política de la Quinta República fuerealmente distinta de la de suspredecesoras, aunque incluso la Cuarta,

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con la eliminación temporal de la viejaultraderecha y la (también temporal)preeminencia de un partido demócrata-cristiano, se apartó asimismo de latradición. Ciertamente, la izquierdarepublicana tradicional también surgió,aparentemente más poderosa que nunca,de la Resistencia a la ocupación, la cualdevino la legitimación ideológica de laFrancia de posguerra para toda unageneración. Y la izquierda republicana,en sus versiones radical, socialista ycomunista, fusionó la tradición de 1789con la de la Resistencia. Sin embargo,esa izquierda, dada su organización,pronto perdería fuerza o se veríaaislada. El socialismo radical, de gran

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importancia en la Tercera República, sedesvaneció, y ni siquiera el talento dePierre Mendès-France pudo detener sudecadencia. El Partido Socialista apenassobrevivió en la Cuarta República yparecía destinado a desaparecer hastaque François Mitterrand lo reorganizó aprincipios de los setenta de un modo quetenía muy poco que ver con la viejaSección Francesa de la InternacionalSocialista. El Partido Comunista semantuvo durante una generación dentrode una especie de gueto o fortaleza,cuyas defensas mantenían a raya lasincursiones del siglo XX, hasta que enlos ochenta sufrió un espectaculardeclive. Apenas sorprende que los

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jóvenes e incluso los no tan jóvenesalumnos de la Escuela Nacional deAdministración (de la posguerra) y otrostecnócratas políticos vieran laRevolución francesa como algo remoto.

Pero esto no fue así hasta los añoscuarenta. Incluso en términospersonales, la Revolución estaba alalcance de los jóvenes que (como esteautor) cantaron versiones de larevolucionaria Carmañola dirigidascontra los reaccionarios, en lasmanifestaciones del Frente Popular enlos años treinta. Los jóvenesrevolucionarios de esos años estabanbastante próximos a Gracchus Babeuf,cuya Conspiración de los Iguales

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seguía recordándose gracias a lainfluyente obra de su camarada FilippoBuonarroti (1761-1835).[231] Éste, dequien se ha dicho que fue «el primerrevolucionario profesional», encabezóesas vanguardias revolucionarias de lasque su seguidor Auguste Blanqui (1805-1881) llegó a ser líder e inspiración,transformando al pueblo jacobino en el«proletariat» del siglo XIX.[232] LaComuna de París de 1871 constituyó elbreve lapso de triunfo de estoscomunistas franceses premarxistas. Suúltimo superviviente, ZéphyrinCamélinat (nacido en 1840), muriósiendo miembro del Partido Comunistaen 1932.

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Lo que es más, la historiografíaacadémica de la Revolución francesaera parte integrante de esa TerceraRepública cuya permanencia políticaestaba garantizada por la unión de losdescendientes del liberalismo de 1789 ydel jacobinismo de 1793 contra losenemigos de la Revolución y de laRepública. Esto era así inclusobiográficamente. Sus grandeshistoriadores fueron hombres delpueblo, de familias campesinas, arte-sanas u obreras, hijos o pupilos de esosmaestros de enseñanza primaria quefueron el clero seglar de la República(Soboul, Vovelle); hombres quealcanzaron las cumbres académicas a

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través de la estrecha, pero sin embargoaccesible, apertura que el sistemaeducacional republicano concedía altalento, y que estaban decididos atrabajar por su reconocimientoacadémico mientras seguían ejerciendode profesores en institutos a lo largo degran parte de su carrera. Eran francesesde la época en la que el órgano teóricode facto de la República, el satírico LeCanard Enchaîné, se dirigía a unpúblico esencialmente masculinoformado por empleados de Correos yTelégrafos en ciudades como Limoges,que aborrecían al clero y degustabanbuenos vinos en los cafés, que seresistían a pagar unos impuestos por

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definición excesivos y tenían opinionescínicas sobre los senadores socialistasradicales. Esa Francia hoy apareceremota, e incluso hombresapasionadamente entregados a latradición revolucionaria como RégisDebray hablan con sentimentalismo eironía de ella como «el jardín de laFrancia de los años treinta, esehexágono acogedor de colinas yarboledas, de concejales locales ytrescientas variedades de queso, al queel radicalismo incorporó su gorro frigioy Jean Giraudoux sus metáforas».[233]

Estos historiadores pertenecieron ala Francia pretecnológica y antigua,hasta el punto de que el gran Mathiez se

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mantenía en contacto con el mundo sinteléfono y que ni él ni Georges Lefebvretenían máquina de escribir ni sabíanmecanografiar.[234] No eran ricos niseguían la moda, estaban integrados enciudades de provincias, y si llegaron aMarx fue por el nada teórico camino del«hombre del pueblo» que busca lapostura más radical de todo el espectropolítico.

La suya no era la Francia de hoy,donde los ejecutivos junior (jeunecadre) y los intelectuales de los mediosde comunicación son personajes muchomás preponderantes que el catedrático, ydonde incluso las instituciones queproporcionaban la educación superior a

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los jóvenes brillantes de orígenesmodestos, las (no parisienses) EscuelasNormales Superiores, están siendoprogresivamente invadidas por los hijosde la clase media alta.[235]

Bajo estas circunstancias no essorprendente que hoy la Revoluciónparezca considerablemente más alejadade la realidad de Francia que en losaños treinta, por no citar la primeradécada del siglo, a consecuencia delasunto Dreyfus, cuando Francia todavíaestaba convulsionada por la lucha entrequienes ensalzaban a los destructores dela Bastilla y quienes los execraban. Elpropio París, la ciudad de la Revoluciónpor excelencia, actualmente es el hábitat

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aburguesado de las clases medias, alque acuden diariamente a trabajar desdelos suburbios exteriores y las ciudadessatélite quienes una vez se denominaron«el pueblo», y que al anochecer dejanvacías las calles y cerrados los bistrotsde las esquinas. En 1989 su alcalde eraun ex primer ministro-conservador y ellíder de la derecha francesa, y su partidocontrolaba no sólo el ayuntamiento sinotodos y cada uno de los veintearrondissements de la capital. SiFrancia ha cambiado tan drásticamente,¿por qué no la historia de laRevolución?

El revisionismo histórico fuera deFrancia estaba mucho menos politizado,

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en todo caso desde los días de Cobban,cuya revulsión contra Georges Lefebvresólo puede comprenderse en el contextode los temores liberales ante elcomunismo soviético y ante la expansiónsoviética en los años de la primeraGuerra Fría. El propio Cobban participóen la Guerra Fría hasta el punto dedenunciar a su propio alumno, elprofesor George Rudé, cuya carreraacadémica, en consecuencia, no pudodesarrollarse en Gran Bretaña sino enAustralia del Sur y más tarde en Canadá.La mayoría de investigadoresrevisionistas ya no se dejan llevar portales pasiones. Entonces, ¿cómopodemos explicar la retirada general de

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la interpretación tradicional durante elúltimo cuarto de siglo?

Por supuesto, una razón es que loshistoriadores se han visto motivados porincentivos cada vez más apremiantes enla medida en que la propia profesión seexpandía: lo que Crane Brinton en sucrítica de Cobban llamó «la obligación(una palabra más suave no bastaría) quepesa sobre el historiador, yparticularmente sobre el joven eruditoque quiere establecerse, de seroriginal... El historiador creativo, comoel artista creativo, tiene que produciralgo tan nuevo como una“interpretación”. En resumen, tiene queser revisionista».[236] La Revolución

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francesa no es en absoluto el únicocampo de la historia donde el incentivopara producir una versión revisionista,es decir, para rechazar las opinionesestablecidas, sea apremiante. Se haceparticularmente visible en este campoporque la propia Revolución es unelemento central de nuestro paisajehistórico y porque (por esa mismarazón) su estudio en las universidadesnorteamericanas y británicas se hacultivado más que la mayoría de otrosperíodos referidos a estados extranjeros.Pero aunque esto dé cuenta de parte delrevisionismo en este campo, no puededar cuenta de todo él.

Es evidente que el liberalismo

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anticomunista también es un factorimportante, y ha sido así desde que J. L.Talmon empezó a explorar esta línea depensamiento (utilizando un tipo dediscurso algo distinto) en sus Origins ofTotalitarian Democracy a finales de loscuarenta.[237] Sería un error prescindirde los historiadores liberales paraquienes el jacobinismo debe rechazarsedebido a la progenitura ideológica queprodujo, aunque en los ochenta es másfácil comprender estos sentimientoscuando proceden de intelectuales depaíses comunistas. Danton, la películade Wajda de 1982, es obvio que no tratatanto sobre París en el año II comosobre Varsovia en 1980. Sin embargo,

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este es un factor menor.Por otra parte, los factores que ya se

han señalado en el caso francés tambiénayudan a explicar la ascensión delrevisionismo en otros lugares, inclusoaunque haya generado menos rencorespolíticos, ideológicos y personales queen París. En algunos aspectos, elcontexto del revisionismo no francés esmás esclarecedor, pues nos permite verque en él interviene algo más que elreceso internacional del marxismo, quepor supuesto interviene. El marxismo,como hemos visto, integró la tradiciónliberal francesa en el siglo XX y lahistoriografía republicana de izquierdasen su modelo histórico de cambio

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mediante la revolución. Al final de lasegunda guerra mundial, una versiónmonolítica y monocéntrica delmarxismo, encamada en la ideología delos partidos comunistas alineados conMoscú, conoció su apogeo, y lospropios partidos, tras el período másbrillante de su historia, estaban en lacima de su poder, tamaño e influencia(que también ejercían sobre losintelectuales de izquierda de todaEuropa). Por razones prácticas,«marxismo» significaba este conjunto dedoctrinas, pues las demásorganizaciones que pretendíanrepresentar esta teoría eran (con rarasexcepciones) políticamente negligibles,

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y los teóricos, no ortodoxos,pertenecieran o no a un partidocomunista, solían verse aislados ymarginados incluso si estaban en lasfilas de la extrema izquierda.[238] Launidad antifascista nacional einternacional que hizo que esto fueseposible empezó a romperse visiblementeen 1946-1948, pero, paradójicamente, laprimera Guerra Fría ayudó a mantenerunidos a los comunistas (es decir, a losmarxistas), hasta que aparecieron lasprimeras grietas en el propio Moscú en1956.

Las crisis que se sucedieron enEuropa del Este en 1956 produjeron unéxodo masivo de intelectuales de los

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partidos comunistas occidentales,aunque no necesariamente de laizquierda o de la izquierda deorientación marxista. Durante lasiguiente década y media, el marxismodevino políticamente pluralista,dividido entre los partidos comunistasde distintas creencias y lealtadesinternacionales, los grupos marxistasdisidentes con opiniones diversas queahora adquirían cierta relevanciapolítica (por ejemplo, las sectas rivalesdel trotskismo), nuevas agrupacionesrevolucionarias atraídas por lo que pasóa ser la ideología de la revoluciónsocial por excelencia, y otrosmovimientos o comentes de la extrema

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izquierda sin una organización clara enlas que Marx competía con los que élmismo habría reconocido comoherederos de Bakunin. Los viejospartidos comunistas ortodoxos, más omenos alineados con Moscú,probablemente siguieron siendo elprincipal componente de la izquierdamarxista en el mundo no socialista, peroincluso en su seno el marxismo dejó deaspirar a una unidad monolítica, y seaceptó una gran variedad deinterpretaciones marxistas, a menudorelacionadas con famosos pero hastaentonces marginados escritoresmarxistas del pasado, o que intentabancasar a Marx con doctrinas académicas

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importantes o de moda.La extraordinaria expansión de la

educación superior creó un cuerpo deestudiantes e intelectuales muchísimomayor, tanto relativa comoabsolutamente, que los conocidos hastaentonces, y ello trajo aparejada laradicalizaron política de los sesenta, dela que fueron las fuerzas de choque ungusto inusual por la lectura y ladiscusión teórica y por el uso de unajerga basada en frases tomadas de losteóricos académicos. Paradójicamente,el momento más álgido de este nuevoaunque confuso florecimiento delmarxismo coincidió con la cresta de laola de prosperidad global (el boom de

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los años anteriores a la crisis delpetróleo de 1973). En los setenta y losochenta la izquierda marxista tocabaretirada ideológica y políticamente. Poraquel entonces la crisis afectaba no sóloal marxismo no gubernamental, sinotambién a las hasta entonces rígidas yoficialmente obligatorias doctrinas delos regímenes comunistas (que, noobstante, dejaron de compartir una únicaversión dogmática de su religión deEstado). La Revolución francesa, comoparte del pedigrí marxista, fue víctimaevidente de este proceso.

Pero en un sentido más general, laprofunda transformación social,económica y cultural del globo a partir

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de 1950 (especialmente en los paísescapitalistas desarrollados) sólo podíallevar a un replanteamiento en el seno dela izquierda marxista, o mejor entre lascada vez más divididas izquierdasmarxistas. Así, los cambios de posturadel proletariado industrial, que aunquehabía mostrado signos de querer serlo,ya no parecía suficientemente ampliocomo para ser el enterrador delcapitalismo, junto con los cambios enlas estructuras y las expectativas delcapitalismo estaban destinados a roerlos límites de las teorías tradicionalesde la revolución, tanto burguesa comoproletaria, de las que la interpretaciónde la Revolución francesa formaba parte

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integrante. De hecho, en los sesentaalgunos marxistas (en Gran Bretaña, porejemplo) empezaron a preocuparse porsaber en qué consistía exactamente unarevolución burguesa y si dicharevolución, caso de producirse,realmente le daba el poder a laburguesía, y pudo advertirse una clararetirada de la postura clásica.[239]

Pero esta discusión trascendió elámbito marxista. La cuestión de larevolución burguesa fue clave ennumerosos combates entre historiadoresque no eran marxistas en absoluto (salvoen la medida en que la mayoría dehistoriadores serios, a lo largo de losúltimos quince años han absorbido gran

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parte del análisis y de la problemáticamarxista), así como en los debates delos años sesenta y setenta sobre lasraíces del nacionalsocialismo alemán.Si hubo un Sonderweg que condujo hastaHitler, se debió al fracaso de larevolución burguesa alemana de 1848,mientras que en Francia y Gran Bretañael liberalismo contó con el refuerzo deuna revolución victoriosa (burguesa ono). Por otra parte, los críticos de latesis de Sonderweg argumentaron que laburguesía alemana tuvo la sociedadburguesa que quería o necesitaba a pesarde no haber llevado a cabo unarevolución.[240] No obstante, con o sinrevolución, ¿consiguió sus objetivos en

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algún lugar la burguesía? ¿Acaso afinales del siglo XIX el AntiguoRégimen no sobrevivía en casi todaEuropa, como bien señaló un historiadorde izquierdas?[241] Seguramente, secontestaba con convicción, incluso en laprimera economía industrial losindustriales no eran ni la clase dirigenteni mucho menos los miembros más ricose influyentes de la clase media.[242] Dehecho, ¿qué era la burguesía del sigloXIX? La historia social, concentradadurante una generación en el estudio dela clase obrera, se dio cuenta de quesabía realmente muy poco sobre lasclases medias y se dispuso a remediar

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su ignorancia.[243]

La cuestión era algo más quepuramente académica. En la GranBretaña de Margaret Thatcher, losdefensores de su régimen neoliberalradical explicaron que el declive de laeconomía británica se debía al fracasodel capitalismo británico para romperdefinitivamente con el pasadoaristocrático no capitalista, y enconsecuencia a la dificultad deabandonar valores que interferían en elcrecimiento del mercado: de hecho,Thatcher estaría acabando la revoluciónburguesa que Cromwell dejó sinterminar.[244] (Paradójicamente, estalínea de argumentación coincidió con

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otra que una comente del marxismobritánico había utilizado para suspropios propósitos.)

En resumen, el revisionismo sobre lahistoria de la Revolución francesa no esmás que un aspecto de un revisionismomucho más amplio sobre el proceso deldesarrollo occidental (y luego global)hacia, y en, la era del capitalismo. Noafecta sólo a la interpretación marxista,sino a la mayoría de interpretacioneshistóricas de estos procesos, pues a laluz de los extraordinarios cambios quehan transformado el mundo desde elfinal de la segunda guerra mundial,todos parecen defender la necesidad dereflexionar. No existe un precedente

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histórico de cambios tan rápidos,profundos y (en términossocioeconómicos) revolucionarios en unperíodo tan breve. Muchas cosas que alprincipio pasaron inadvertidas sehicieron patentes a la luz de estaexperiencia contemporánea. Muchascosas que se dieron por sentadasaparecen cuestionables. Además, nosólo los orígenes históricos y eldesarrollo de la sociedad modernarequieren ciertas reconsideraciones,sino que encontramos en idénticasituación a los mismísimos objetivos dedichas sociedades, los cuales vienensiendo aceptados desde el siglo XVIIIpor todos los regímenes modernos,

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capitalistas y (desde 1917) socialistas, asaber, el progreso tecnológico y elcrecimiento económico ilimitados. Losdebates sobre lo que tradicionalmente (ylegítimamente) se ha considerado elepisodio capital del desarrollo delmundo moderno, que constituye uno desus hitos más destacado, deben situarseen el contexto más amplio del final delsiglo XX, reconsiderando su pasado y sufuturo en el contexto de latransformación del mundo. Mas laRevolución francesa no deberíaconvertirse retrospectivamente en lacabeza de turco que justifique nuestraincapacidad para comprender elpresente.

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Con revisionismo o sin él, noolvidemos; lo que resultaba obvio paratodas las personas con una educación enel siglo XIX y que todavía siguesiéndolo: la relevancia de laRevolución, El mismo hecho de quedoscientos años después siga siendoobjeto de apasionados debates políticose ideológicos, tanto académicos comopúblicos, lo demuestra. Uno no pierdelos estribos ante cuestiones muertas. Ensu segundo centenario, la Revoluciónfrancesa no ha derivado en una especiede celebración nacional a lo «HappyBirthday to You» (cumpleaños feliz)como ha sucedido con el Bicentenariode los Estados Unidos, ni en una mera

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excusa para el turismo. Además, elbicentenario fue un acontecimiento quetrascendió lo puramente francés. En unagran parte del mundo los medios decomunicación, de la prensa a latelevisión, le dieron un grado depreeminencia que casi nunca se otorga alos acontecimientos relativos a un solopaís extranjero, y en una parte todavíamayor del mundo los académicos leconcedieron un trato de cinco estrellas.Unos y otros conmemoraron laRevolución con el convencimiento deque era relevante para la realidadcontemporánea.

Sin duda, la Revolución francesa fueun conjunto de acontecimientos

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suficientemente poderoso y universal ensu impacto como para transformarpermanentemente aspectos importantesdel mundo y para presentar, o al menosdar nombre, a las fuerzas que continúantransformándolo.

Incluso si dejamos Francia aparte,cuya estructura legal, administrativa yeducativa sigue siendo en esencia la quele legó la Revolución que estableció ydio nombre a los departamentos dondeviven los franceses, siguen siendonumerosos los cambios permanentescuyo origen se remonta a la Revolución.La mitad de los sistemas legales delmundo se basan en el código legal cuyasbases sentó. Países tan alejados de 1789

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como el Irán fundamentalista sonbásicamente estados nacionalesterritoriales estructurados según elmodelo que la Revolución trajo almundo junto a gran parte delvocabulario político moderno.[245]

Todos los científicos del mundo, y fuerade los Estados Unidos todos los lectoresde este libro, siguen pagando un tributocotidiano a la Revolución al utilizar elsistema métrico que ésta inventó ypropagó. Más concretamente, laRevolución francesa devino parte de lashistorias nacionales de grandes zonasde Europa, América e incluso OrienteMedio, a través del impacto directosobre sus territorios y regímenes (por no

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mencionar los modelos ideológicos ypolíticos que se derivaron de ella, ni lainspiración o el terror que suscitaba suejemplo). ¿Quién podría comprender lahistoria de, por ejemplo, Alemania apartir de 1789 sin ella? De hecho,¿quién podría entender algo de lahistoria del siglo XIX sin ella?

Por otra parte, si algunos de losmodelos establecidos por la Revoluciónfrancesa ya no tienen mucho interéspráctico, por ejemplo la revoluciónburguesa (aunque no sería acertadodecir lo mismo de otros, como el estadoterritorial de ciudadanos en el «estado-nación»), otras de sus innovacionesmantienen su potencial político. La

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Revolución francesa hizo ver a lospueblos que su acción podía cambiar lahistoria, y de paso les ofreció el esloganmás poderoso jamás formulado dada lapolítica de democracia y gente comúnque inauguró: Libertad, Igualdad,Fraternidad. Este efecto histórico de laRevolución no lo desmiente lademostración de que (salvomomentáneamente) es probable que lamayoría de hombres y mujeres francesesno estuvieran implicados en laRevolución, permaneciendo inactivos y,a veces, incluso hostiles; ni de que lamayoría de ellos no fuesen jacobinosentusiastas; o de que la Revoluciónfrancesa viera mucho gobierno «en

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nombre del pueblo» pero muy pocogobierno del pueblo, caso que se da enla mayoría de los demás regímenes apartir de 1789; o de que sus líderestendían a identificar «el pueblo» con lagente «bienpensante», como también esel caso en algunos otros. La Revoluciónfrancesa demostró el poder de la gentecomente de un modo que ningúngobierno posterior se ha permitido a símismo olvidar (aunque sólo sea en laforma de ejércitos de reclutasimprovisados y mal adiestrados quederrotaron a las mejores y másexperimentadas tropas de los antiguosregímenes).

De hecho, la paradoja del

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revisionismo es que pretende disminuirla significancia histórica y la capacidadde transformación de la revolución, cuyoextraordinario y duradero impacto estotalmente evidente y sólo puede pasardesapercibido mediante la combinacióndel provincianismo intelectual y el usode anteojeras,[246] o debido a la miopíamonográfica que es la enfermedadprofesional de la investigaciónespecializada en archivos históricos.

El poder del pueblo, que no es lomismo que la versión domesticada deéste expresada en elecciones periódicasmediante sufragio universal, se ve enpocas ocasiones, y se ejerce en menos.Cuando se da, como sucedió en varios

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continentes y ocasiones en el año delbicentenario de la Revolución francesa(cuando transformó los países de laEuropa del Este), es un espectáculoimpresionante y sobrecogedor. Enninguna revolución anterior a 1789 fuetan evidente, tan inmediatamenteefectivo ni tan decisivo. Fue lo que hizoque la Revolución francesa fuese unarevolución. Por eso no puede haberrevisionismo alguno sobre el hecho deque «hasta principios del verano de1789, el conflicto entre “aristócratas” y“patriotas” en la Asamblea Nacional separeció al tipo de lucha sobre unaconstitución que sacudió a la mayoría depaíses europeos a partir de mediados de

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siglo ... Cuando la gente corrienteintervino en julio y agosto de 1789,transformó el conflicto entre elites enalgo bastante distinto», aunque sólofuese porque provocó, en cuestión desemanas, el colapso entre el poder y laadministración estatales y el poder de laclase rural dirigente.[247] Esto es lo queconfirió a la Declaración de losDerechos del Hombre una resonanciainternacional mucho mayor de la quetuvieron los modelos norteamericanosque la inspiraron; lo que hizo que lasinnovaciones de Francia (incluido sunuevo vocabulario político) fuesenaceptadas más rápidamente en elexterior; lo que creó sus ambigüedades y

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conflictos; y lo que la convirtió en elacontecimiento épico, terrible,espectacular y apocalíptico que leconfirió su singularidad, a la vezhorripilante e inspiradora.

Esto es lo que hizo que los hombresy mujeres pensaran en ella como «la másterrible y trascendental serie deacontecimientos de toda la historia».[248]

Es lo que hizo que Carlyle escribiera:«Para mí, a menudo es como si laverdadera Historia (esa cosa imposiblea la que me refiero citando digoHistoria) de la Revolución francesafuese el gran Poema de nuestro Tiempo,como si el hombre que podría escribirla verdad sobre ella valiera tanto como

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todos los demás escritores y rapsodasjuntos».[249] Y esto es lo que hace quecarezca de sentido que un historiadorseleccione las partes de ese grantrastorno que merecen serconmemoradas y las que deberíanrechazarse. La Revolución que llegó aser «el punto de partida de la historiadel siglo XIX» no es este o aquelepisodio entre 1789 y 1815, sino elconjunto de todos ellos.[250]

Afortunadamente, sigue viva. Pues laLibertad, la Igualdad y la Fraternidad,junto con los valores de la razón y laIlustración (aquellos sobre los que se haconstruido la civilización modernadesde los días de la Revolución

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norteamericana) son más necesarios quenunca cuando el irracionalismo, lareligión fundamentalista, eloscurantismo y la barbarie estánganando terreno otra vez. De modo quebueno es que en el año del bicentenariohayamos tenido ocasión de pensar denuevo sobre los extraordinariosacontecimientos históricos quetransformaron el mundo hace dos siglos.Que sea para bien.

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APÉNDICE

Los siguientes pasajes de loscuadernos de Antonio Gramsci, antiguolíder del Partido Comunista Italiano,escritos en una prisión fascista endistintos momentos entre 1929 y 1934,

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indican el modo en que unrevolucionario marxista dotado de unagran inteligencia utilizó lo queconsideraba la experiencia y elsignificado del jacobinismo de 1793-1794, tanto para la comprensión de lahistoria como para el análisis políticocontemporáneo. El punto de partida esuna serie de reflexiones sobre elRísorgimento italiano cuyo grupo másradical, el Partido de la Acción deMazzini, se compara desfavorablementecon los jacobinos. Aparte de algunasobservaciones interesantes sobre porqué la «burguesía» no es necesariamentela clase política dirigente en los«regímenes burgueses», las notas de

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Gramsci básicamente abordan la (tácita)comparación de dos «vanguardias»históricas: los jacobinos en el marco dela revolución burguesa y losbolcheviques, al menos en su versiónitaliana, en la era de la revoluciónsocialista. Resulta evidente que Gramsciveía el cometido de los revolucionariosno sólo en términos de clase, sino (talvez principalmente) en términos de lanación dirigida por una clase.

Para la fuente de su interpretacióndel jacobinismo (esencialmente losescritos de posguerra de Mathiez, aquien leyó en prisión) y para uncomentario crítico más completo, véaseRonato Zangheri, «Gramsci e ü

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giacobinismo», Passato e presente, 19:Rivista di storia contemporanea(enero-abril 1989), pp. 155-164. [Elpresente texto, traducido por FranciscoFernández Buey, procede de la edicióncrítica de los Quaderni del carcere, alcuidado de Valentino Gerratana,Einaudi, Turín, 1975, vol. 3, 19 (X),1934-1935, pp. 2.027-2.033.]

***

Un aspecto que hay que poner en primerplano a propósito del jacobinismo y del

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Partido de la Acción es el siguiente: quelos jacobinos conquistaron su función departido dirigente gracias a una lucha sincuartel; en realidad se «impusieron» a laburguesía francesa conduciéndola a unaposición mucho más avanzada que laque habrían querido ocupar«espontáneamente» los núcleosburgueses más fuertes en un primermomento, e incluso mucho más avanzadaque lo que iban a permitir las premisashistóricas. De ahí los contragolpes y elpapel de Napoleón I. Este rasgo,característico del jacobinismo (pero, yaantes, también de Cromwell) y, portanto, de toda la Gran Revolución,consiste en que un grupo de hombres

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extremadamente enérgicos y resueltosfuerzan la situación (aparentemente)mediante una política de hechosconsumados por la que van empujandohacia adelante a los burgueses a patadasen el trasero. La cosa se puede«esquematizar» así: el Tercer Estado erael menos homogéneo de los estados;contaba con una elite intelectual muydesigual y con un grupo muy avanzadoeconómicamente pero políticamentemoderado. El desarrollo de losacontecimientos sigue un proceso de lomás interesante. En un principio, losrepresentantes del Tercer Estado sóloplantean aquellos asuntos que interesana los componentes del grupo social

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físicamente presentes, sus intereses«corporativos» inmediatos(corporativos, en el sentido tradicionalde inmediato y estrechamente egoístas,de una categoría determinada).Efectivamente, los precursores de laRevolución son reformadoresmoderados que elevan mucho la vozpero que en realidad piden muy poco.Con el tiempo se va formando porselección una elite que no se interesaúnicamente por reformas«corporativas», sino que tiende aconcebir la burguesía como el grupohegemónico de todas las fuerzaspopulares. Esta selección se producecomo consecuencia de dos factores: la

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resistencia de las viejas fuerzas socialesy la amenaza internacional. Las viejasfuerzas no quieren ceder nada, y siceden alguna cosa lo hacen con lavoluntad de ganar tiempo y preparar unacontraofensiva. El Tercer Estado habríacaído en estas «trampas» sucesivas sinla acción enérgica de los jacobinos, quese oponen a cualquier parada«intermedia» del procesorevolucionario y mandan a la guillotinano sólo a los individuos de la viejasociedad que se resiste a morir sinotambién a los revolucionarios de ayerconvertidos hoy en reaccionarios. Por lotanto, los jacobinos fueron el únicopartido de la Revolución en acto, en la

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medida en que representaban no sólo lasnecesidades y las aspiracionesinmediatas de los individuos realmenteexistentes que constituían la burguesíafrancesa, sino también el movimientorevolucionario en su conjunto, en tantoque desarrollo histórico integral. Pueslos jacobinos representaban, además, lasnecesidades futuras y, también en esto,no sólo las necesidades futuras de losindividuos físicamente presentes sino detodos los grupos nacionales que teníanque ser asimilados al grupo fundamentalexistente. Frente a una corrientetendenciosa y en el fondo antihistórica,hay que insistir en que los jacobinosfueron realistas a lo Maquiavelo y no

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ilusos visionarios. Los jacobinosestaban convencidos de la absolutaverdad de las consignas acerca de laigualdad, la fraternidad y la libertad. Ylo que es más importante: de talesverdades estaban convencidas tambiénlas grandes masas populares que losjacobinos suscitaban y a las quellevaban a la lucha. El lenguaje de losjacobinos, su ideología, sus modos deactuación reflejaban perfectamente lasexigencias de la época, aunque «hoy»,en una situación distinta y después demás de un siglo de elaboración cultural,aquéllos puedan parecer «abstractos» y«frenéticos». Reflejaban las exigenciasde la época siguiendo, naturalmente, la

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tradición cultural francesa. Una pruebade ello es el análisis que en La SagradaFamilia se hace del lenguaje jacobino,así como la observación de Hegel, quienestablece un paralelismo y estimarecíprocamente traducibles el lenguajejurídico-político de los jacobinos y losconceptos de la filosofía clásicaalemana, a la cual filosofía, en cambio,se reconoce hoy el máximo deconcreción y ha dado origen alhistoricismo moderno. La primeraexigencia consistía en aniquilar lasfuerzas adversarias, o al menosreducirlas a la impotencia para hacerimposible una contrarrevolución; lasegunda exigencia era ampliar los

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cuadros de la burguesía como tal yponer a ésta a la cabeza de todas lasfuerzas nacionales, identificando losintereses y las reivindicaciones comunesa todas las fuerzas nacionales, paramovilizar estas fuerzas y llevarlas a lalucha al objeto de obtener dosresultados: a) oponer un blanco másancho a los golpes de los adversarios,esto es, crear una correlación político-militar favorable a la revolución; b)quitar a los adversarios cualquier zonade pasividad en la que hubiera sidoposible alistar ejércitos vandeanos. Sinla política agraria de los jacobinos,París ya habría tenido la Vendée a suspuertas. La resistencia de la Vendée

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propiamente dicha está vinculada a lacuestión nacional, exacerbada en laspoblaciones bretonas, y en generalalógenas, por la consigna de la«república una e indivisible» y por lapolítica de centralización burocrático-militar, cosas a las que los jacobinos nopodían renunciar sin suicidarse. Losgirondinos trataron de apelar alfederalismo para aplastar al Parísjacobino, pero las tropas enviadas aParís desde las provincias se pasaron alos revolucionarios. Excepto en algunaszonas periféricas, donde el hechodiferencial nacional (y lingüístico) eramuy patente, la cuestión agraria fueprioritaria en comparación con las

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aspiraciones a la autonomía local: laFrancia rural aceptó la hegemonía deParís, o sea, comprendió que paradestruir definitivamente el viejo régimentenía que formar un bloque con loselementos más avanzados del TercerEstado, y no con los moderadosgirondinos. Si es verdad que a losjacobinos «se les fue la mano», tambiénes verdad que eso se produjo siempre enla dirección del desarrollo históricoreal,, puesto que los jacobinos no sóloorganizaron un gobierno burgués, lo queequivale a decir que hicieron de laburguesía la clase dominante, sino quehicieron más: crearon el Estado burgués,hicieron de la burguesía la clase

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nacional dirigente, hegemónica, esto es,dieron al nuevo Estado una basepermanente, crearon la compacta naciónfrancesa moderna.

Que, a pesar de todo, los jacobinosse mantuvieron siempre en el terreno dela burguesía es algo que quedademostrado por los acontecimientos quesellaron su fin como partido deformación demasiado determinada einflexible y por la muerte deRobespierre. Manteniendo la leyChapelier, los jacobinos no quisieronreconocer a los obreros el derecho decoalición, y como consecuencia de ellotuvieron que promulgar la ley delmaximum. De esta manera rompieron el

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bloque urbano de París: las fuerzas deasalto, que se reunían en elAyuntamiento, se dispersarondesilusionadas y Termidor se impuso. LaRevolución había topado con los másamplios límites clasistas; la política dealianzas y de revolución permanentehabía acabado planteando problemasnuevos que entonces no podían serresueltos, había desencadenado fuerzaselementales que sólo una dictaduramilitar habría logrado contener. [...]

Las razones de que en Italia no seformara un partido jacobino debenbuscarse en el campo económico, esdecir, en la relativa debilidad de laburguesía italiana y en el diferente clima

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histórico de Europa después de 1815. Ellímite con que toparon los jacobinos ensu intento de despertar a la fuerza lasenergías populares francesas paraunirlas al impulso de la burguesía, o sea,la ley Chapelier y la del máximum,aparecía en 1848 como un «espectro»,ahora ya amenazador, sabiamenteutilizado por Austria, por los viejosgobiernos y también por Cavour(además de por el papa). Ahora laburguesía ya no podía (tal vez) ampliarsu hegemonía sobre los amplios estratospopulares, que, en cambio, había podidoabrazar en Francia (no podía porrazones tanto subjetivas comoobjetivas), pero la acción sobre los

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campesinos seguía siendo, ciertamente,posible.

Diferencias entre Francia, Alemaniae Italia en el proceso de toma del poderpor parte de la burguesía (e Inglaterra).En Francia se da el proceso más rico endesarrollos y aspectos políticos activosy positivos. En Alemania el procesoadquiere formas que en ciertos aspectosse parecen a lo ocurrido en Italia y queen otros son más parecidas a lasinglesas. En Alemania el movimientodel 48 fracasó por la escasaconcentración burguesa (fue la extremaizquierda democrática la que dio laconsigna de tipo jacobino: «revoluciónpermanente») y porque el problema de

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la renovación estatal se cruzó con elproblema nacional. Las guerras del 64,del 66 y del 70 resuelven a la vez lacuestión nacional y la de clase en un tipointermedio: la burguesía obtiene elgobierno económico-industrial, pero lasviejas clases feudales se mantienencomo estrato gobernante del Estadopolítico con amplios privilegioscorporativos en el ejército, en laadministración y sobre la tierra. Pero,aunque estas viejas clases conservan enAlemania tanta importancia y gozan detantos privilegios, al menos ejercen unafunción nacional, se convierten en «laintelectualidad» de la burguesía con undeterminado temperamento que se debe

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al origen de casta y a la tradición. EnInglaterra, donde la revolución burguesase desarrolló antes que en Francia,tenemos un fenómeno similar al alemán,un fenómeno consistente en la fusiónentre lo viejo y lo nuevo. Y ello, a pesarde la extrema energía del «jacobinismo»inglés, es decir, de los «cabezasredondas» de Cromwell. La viejaaristocracia permanece como estratogobernante, con ciertos privilegios; seconvierte, también ella, en capaintelectual de la burguesía inglesa (porlo demás, la aristocracia inglesa tieneuna estructura abierta y se renuevacontinuamente con elementosprovenientes de la intelectualidad y de

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la burguesía). A este respecto hay quever ciertas observaciones contenidas enel prólogo a la traducción inglesa deUtopía o Scienza, observaciones queconviene recordar para la investigaciónsobre los intelectos y sus funcioneshistórico- sociales.

La explicación que ha dado AntonioLabriola de la permanencia de losjunkers en el poder y del kaiserismo enAlemania, a pesar de su gran desarrollocapitalista, encubre la explicación justa,a saber: la relación entre las clases aque dio lugar el desarrollo industrial, alalcanzarse el límite de la hegemoníaburguesa e invertirse las posiciones delas clases progresivas, convenció a la

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burguesía de que no había que luchar afondo contra el viejo régimen, sino dejarque siguiera existiendo una parte de sufachada tras la cual velar el propiodominio real.

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ERIC J. HOBSBAWM (1917-2012) fueeducado en el Prinz-Heinrich-Gymnasium en Berlín, en el StMarylebone Grammar School (ahoradesaparecido) y en el Kings College,Cambridge, donde se doctoró yparticipó en la Sociedad Fabiana.Formó parte de una sociedad secreta de

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la élite intelectual llamada losApóstoles de Cambridge. Durante laSegunda Guerra Mundial, sirvió en elcuerpo de Ingenieros y el Royal ArmyEducational Corps. Se casó en dosocasiones, primero con Muriel Seamanen 1943 (se divorció en 1951) y luegocon Marlene Schwarz. Con esta últimatuvo dos hijos, Julia Hobsbawm y AndyHobsbawm, y un hijo llamado Joshua deuna relación anterior.

Se unió al Socialist Schoolboys en 1931y al Partido Comunista en 1936. Fuemiembro del Grupo de Historiadores delPartido Comunista de Gran Bretaña de1946 a 1956. En 1956 cuando acaeció la

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invasión soviética de HungríaHobsbawm no abandonó el PartidoComunista de Gran Bretaña, a diferenciade sus colegas historiadores, haciendoeste hecho posible la especulación sobresi Hobsbawn la apoyó en su momento.Sin embargo, no se debe confundir suobra con el marxismo ortodoxosoviético que dictaba la URSS, sino condentro del marxismo revisionistaeuropeo. Trabajó con la publicaciónMarxism Today durante la década de1980 y colaboró con la modernizaciónde Neil Kinnock del Partido Laborista.

En 1947 obtuvo una plaza de profesorde Historia en el Birkbeck College, de

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la Universidad de Londres. Fue profesorvisitante en Stanford en los años 60. En1978 entró a formar parte de laAcademia Británica. Se retiró en 1982,pero continuó como profesor visitante,durante algunos meses al año, en TheNew School for Social Research enManhattan hasta 1997. Fue profesoremérito del departamento de cienciaspolíticas de The New School for SocialResearch hasta su muerte.

Hobsbawm, uno de los más importanteshistoriadores británicos, escribióextensamente sobre una gran variedad detemas. Como historiador marxista secentró en el análisis de la «revolución

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dual» (la Revolución francesa y laRevolución industrial británica). Enellas vio la fuerza impulsora de latendencia predominante hacia elcapitalismo liberal de hoy en día. Otrotema recurrente en su obra fue el de losbandidos sociales, un fenómeno queHobsbawm intentó situar en el terrenodel contexto social e histórico relevante,al enfrentarse con la visión tradicionalde considerarlo como una espontánea eimpredecible forma de rebelión. Uno delos intereses de Hobsbawm fue eldesarrollo de las tradiciones. Su trabajoes un estudio de su construcción en elcontexto del estado nación. Argumentaque muchas tradiciones son inventadas

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por élites nacionales para justificar laexistencia e importancia de susrespectivas naciones.

Al margen de su obra histórica,Hobsbawm escribió (bajo el seudónimode Frankie Newton, tomado del nombredel trompetista comunista de BillieHoliday) para el New Statesman comocrítico de jazz y en diversas revistasintelectuales sobre temas diversos,como el barbarismo en la edad moderna,los problemas del movimiento obrero yel conflicto entre anarquismo ycomunismo.

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NOTAS

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[1]Publicado en Le Monde (11 de enerode 1988). <<

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[2] Se refiere a las carretas para llevar alos condenados a la guillotina. (N. del t.)<<

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[3]Jonathan Clark en el suplementoliterario del Sunday Times (21 de mayode 1989), p. 69. <<

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[4]Puesto que este autor, escéptico anteel revisionismo político, ha estadorelacionado con este periódico, no seme puede acusar de falta de interés enlos nuevos rumbos de la investigaciónhistórica de la Revolución. <<

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[5]Véase E. J. Hobsbawm, «The Makingof a Bourgeois Revolution», SocialResearch, 56, n.° 1 (1989), pp. 10-11.<<

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[6] «Schon mit einergewissenSelbstverständlichkeit gebraucht», ErnstNolte, Marxismus und IndustrielleRevolution, Stuttgart, 1983, p. 24. <<

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[7] Se refiere al subtítulo de la ediciónoriginal: Two Centuries Look Back onFrench Revolution. El autor hace unjuego de palabras con to look back on,recordar o rememorar, y to loock back,mirar hacia atrás.(N. del t. ). <<

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[8] J. Holland Rose, A Century ofContinental History. 1780-1880.Londres, 1895, p. 1. <<

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[9] Állgemeine Geschichte vom Anfangder historischen Kenntnisz bis aufunsere Zeiten, vol. 9, Brunswich, 1848,pp. 1-2. <<

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[10] Ibidem. <<

Page 477: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[11] Véase Barton R. Friedman,Fabricating History: English Writerson the French Revolution, Princeton,1988, p. 117. <<

Page 478: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[12]François Furet y Denis Richet, LaRévolution Française, París, 1970 (haytrad. cast.: La Revolución francesa,Rialp, Madrid, 1988). <<

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[13]Eberhard Schmitt y Matthias Meyn,«Ursprung und Charakter derFranzösischen Revolution bei Marx undEngels», en Ernst Hinrichs, EberhardSchmitt y Rudolf Vierhaus, eds., VomAncien Regime zur FrancösischenRevolution, Vandenhoeck y Rupprecht,Gotinga, 1978, pp. 588-649. <<

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[14]Past & Present, 60 (1973), pp. 469-496; y en Douglas Johnson, ed., FrenchSociety and the Revolution, Cambridge,1976, p. 90. <<

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[15]De Marx a Weydemeyer, 5 de marzode 1852, de Marx a Engels, 27 de juliode 1854, de Karl Marx y FriedrichEngels, Collected Works, vol, 39,Londres, 1983, pp. 62-63,473-476. <<

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[16]Para su (póstumo) «L’Esprit de laRévolution», véase Oeuvres du comte P.L. Roederer publiées par son fils A.M.Roederer, París, 1854, vol. 3, pp. 7, 10-11. <<

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[17]Marcel Gauchet, «Les Lettres surl’hisíoire de France de AugustinThierry», en Pierre Nora, ed.. Les Lieaxde mémoire, vol. 2 de La Nation. París,1986, p. 271. <<

Page 484: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[18]Augustin Thierry, Essai sur l'histoire de la formation et des progrèsdu Tiers Etat, París, 1853, p. 21. <<

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[19]Lionel Gossman, Augustin Thierryand Liberal Historiography Historyand Theory, Beiheft 15, Middletown,1976, pp. 37-39, para referencias. <<

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[20]François Guizot, Histoire de lacivilisation en Europe, ed. PierreRosanvallon, Plueríel, París, 1985, p.181 (hay trad. cast.: Historia de lacivilización en Europa, Alianza,Madrid, 1968). <<

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[21]Ibid., p. 182. <<

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[22] Ibid., pp. 181-184. <<

Page 489: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[23]Ibid., p. 183. <<

Page 490: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[24]W. G. Runciman, «UnnecessaryRevolution: The Case of France»,Archives européennes de sociologie, 24(1983), p. 298. <<

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[25]Paul Imbs, ed., Trésor de la languefrançaise, Dictionnaire de la langue duXIXe et du XX siècles,París,1971, vol. 5(1977), pp. 143, 144; vol. 10 (1983). p.927. <<

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[26]Se atribuye con más frecuencia a J.C. M. Vincent de Gournay (1712-1759).<<

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[27]«Smith, Adam» en La GrandeEncyclopédie, París, s.d., 30. <<

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[28]Catalogue général des livresimprimés de la Bibliothèque Nationale,París, 1948. Cabe añadir que en eseperíodo se adquirieron también dosediciones inglesas (1799,1814), que sesumaron a las tres primeras edicionesque ya estaban allí antes de 1789, asícomo el compendio (inglés) de la obra(1804). También se publicó unatraducción francesa de losPhilosophical Essays de Smith en 1797.<<

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[29]La primera discusión en A. Bezanson,«The Early Use of the Term IndustrialRevolution», Quarterly Journal ofEconomics, 36 (1922), pp. 343-349;también Ernst Nolte, Marxismus undIndustrielle Revolution, Stuttgart, 1983,pp. 23-25. <<

Page 496: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[30] Victor Cousin, Introduction to theHisiory of Philosophy, trad. ing. deHenning Gottfried Linberg, Boston,1832, p. 8. <<

Page 497: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[31]Cours de philosophie par V. Cousin:Introduction à l’histoire de laphilosophie,París, 1828, pp. 10-12.<<

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[32]Ibid., pp. 14-15. <<

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[33] A. F. Mignet, Histoire de laRévolution française, depuis 1789jusqu'en 1814, vol. I, París, 1898, p. 15.<<

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[34]Ibid., pp. 206,209. <<

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[35]Hay una traducción, probablementedel editor, en Walter Simon, ed., FrenchLiberalism 1789-1848, Nueva York,1972, pp. 139-143. <<

Page 502: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[36]Alexis de Tocqueville,Recollections, ed, J. P. Mayer, NuevaYork, 1949, p. 2. <<

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[37]Ibidem. <<

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[38] Tocqueville, Ancien Régime, trad.ing. de M. W. Paterson, Oxford, 1947, p.23 (hay trad. cast.: El Antiguo Régimeny la revolución,Guadarrama, Madrid,1969). <<

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[39] Runciman, «UnnecessaryRevolution», p. 318; Jacques Solé, Larévolution en questions, París, 1988,pp. 273, 275. <<

Page 506: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[40] Lorenz von Stein, Der Socialismusund Communismus des heutigenFrankreich: Ein Beitrag zurZeitgeschichte, 2.ª ed., Leipzig, 1848,pp. 128-129, 131. <<

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[41] Ibidem. <<

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[42]Guizot, Histoire de la civilisation,pp. 181-182. <<

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[43]Una discusión completa en JürgenKocka y Ute Frevert, eds., Bürgertum in19 Jahrhundert, 3 vols., Munich, 1988,esp. vol. I, parte I. <<

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[44]Gossman, Thierry, p. 40. <<

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[45]Thierry, Tiers État, pp. 76-77. <<

Page 512: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[46]Guizot, Histoire de la civilisation,pp. 182-183. <<

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[47]lbid.,pp. 287-288. <<

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[48]Cf, Guizot en Simon, ed., FrenchLiberalism, p. 108. Aquí se haceevidente la influencia tanto de laecuación de Thierry sobre la raza y lalucha de clases como del Ivanhoe deWalter Scott. <<

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[49]Lord Acton, Lectures on the FrenchRevolution, Londres, 1910, p. 2. Lasconferencias, publicadas postumamente,se dieron originalmente en 1895. <<

Page 516: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[50]Wilhelm Friedrích Volger, Handbuchder allgemeinen Weltgeschichte, vol. 2,2.ª parte: Neueste Geschichte,Hannover, 1839, p. 240. <<

Page 517: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[51]«Bürger», GeschichtlicheGrundbergriffe, ed. O. Brunner, W.Conze y R. Koselleck, Stuttgart, 1972,pp. 715-716. <<

Page 518: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[52]«Revolution», ibid., vol. 5, p. 747.Incluso hacia finales de siglo sucede lomismo en el BrockhausConversationlexikon, 13.ª ed., Leipzig,1886, vol. 13, p. 652, artículo«Revolution». Las revoluciones inglesay francesa se consideran «las doscatástrofes que señalan el verdaderomomento crucial de la vida cultural deEuropa, y al que están más o menosvinculados los demás cambios violentosde la época». <<

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[53]En su Politique libérale ou défensede la Révolution française(1860)mencionada en Alice Gérard, LaRévolution française: Mythes etinterprétations 1789-1970, París, 1970,p. 37. <<

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[54]Ibid.,p. 34. <<

Page 521: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[55]En «Cartism», Critical andMiscellaneous Essays, Londres, 1899,vol. 4, p. 149. Carlyle argumenta que laRevolución francesa todavía no se hacompletado: «Fue una revuelta de lasclases inferiores oprimidas contra lasclases superiores opresoras: no sólo unarevolución francesa, no; una revolucióneuropea». <<

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[56] Especialmente en el extraordinariodocudrama Danton’s Tod. <<

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[57] Friedrich List, Schriften, Reden,Briefe, Berlin, 1932, vol. 1. p. 286. Elpasaje no tiene fecha, pero se escribióentre 1815 y 1825. <<

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[58] Carl Richter, Staats undGesellschaftsrechi der FranzösischenRevolution von 1789 bis 1804, Berlín,1866, vol. 1, p. VIII. <<

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[59] Actriz especializada en los papelesde camarera o confidenta. (N. del t.) <<

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[60] Véase Constant V. Wurzbach,Biographisches Lexicon desKaiserthums Osterreich, Viena, 1874,vol. 26, p. 63. <<

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[61] Cf. «La classe moyenne est arrivéeau pouvoir», Maurice de Guérin,«Correspondance 1824-1839», enOeuvres Complètes, ed. B. d'Harcourt,París, 1947, p. 165 (cita de 1834).Edouard Alletz, De la démocratienouvelle ou des moeurs et de lapuissance des classes moyennes enFrance, París. 1837, 2 vols.: JulesMichelet: «La classe moyennebourgeoise, dont la partie la plusinquiète s’agitait aux Jacobins»,Histoire de la Révolution françaisecitada en Dictionnaire Robert, París,1978, vol. 4, p. 533. <<

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[62] Thierry, Réorganisation de lasociété européenne (1814), mencionadoen Gossman, Thierry, p. 37. <<

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[63]Mencionado en Simon, FrenchLiberalism, p. 142. <<

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[64]Para un estudio general de laevolución de la palabra como términopolítico, véase el artículo«Liberalismus» de Ulrich Dierse enHistorisches Wörterbuch derPhilosophie, ed. Joachim Ritter yKarlfried Gründer, Basilea-Stuttgart,1980, vol. 5, cols. 257-271, donde sedice que su uso (por futuros liberalescomo Sieyès y Constant) todavía no erasuficientemente específico antes de1814. El primer grupo político bajo estaetiqueta lo encontramos en España,1810, donde los diputados se agrupabanen «liberales» y «serviles», y la

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terminología española sin duda influyóen la suerte que correría el término. <<

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[65]Albert Venn Dicey, «Taine’s Originsof Contemporary France», The Nation,12 de abril de 1894, pp.214-216. <<

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[66]Runciman, «UnnecessaryRevolution», p. 315; cf. François Furet,Interpreting the French Revolution,Cambridge, 1981, p. 119 (hay trad. cast.:Pensar la Revolución francesa, Petrel,Barcelona, 1980). <<

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[67]Tocqueville, Ancien Régime, p. 176.<<

Page 535: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[68]Mencionado en Gossman, Thierry, p.39. <<

Page 536: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[69] Mencionado en Simón,FrenchLiberalism, pp. 149-151. <<

Page 537: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[70] René Sédillot, Le coût de laRévolution française, París, 1987. pp.282-287. <<

Page 538: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[71] Pero, por supuesto, aunque losescépticos ven un «bilan globalementnégatif» en la agricultura, como encualquier otro sitio; incluso Sédillot noniega que «los campesinos ganaron másde lo que perdieron» (ibid., pp. 173,266), que es lo que todo el mundo dabapor sentado en el siglo XIX. <<

Page 539: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[72] Essays on the Early Period of theFrench Revolution by the Late JohnWilson Croker, Londres, 1857, p. 2. <<

Page 540: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[73]Ibídem. <<

Page 541: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[74]Nouvelle Biographie Générale,París, 1855, vol. 13, p. 810. Loslectores del siglo XIX no necesitabanque les dijeran que Faetón era un antiguoastronauta de la mitología griega que fueincinerado cuando su carroza se acercódemasiado al Sol. <<

Page 542: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[75]En la segunda (e incompleta) parte desu Ancien Régime. Véase Alan Kahan,«Tocqueville’s Two Revolutions»,Journal of the Hisiory of Ideas, 46(1985), pp. 595-596. <<

Page 543: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[76]Mencionado en Stanley Mellon, ThePolitical Uses of History:A Study ofHistorians in the French Restoration,Stanford, 1958, p. 29. <<

Page 544: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[77]Ibídem. <<

Page 545: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[78]Gossman, Thierry, p. 7. <<

Page 546: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[79]Véase Mellon, Polítical Uses ofHistory, pp. 47-52, para su línea derazonamiento. <<

Page 547: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[80]Stein, Der Socialismus, p. 133. <<

Page 548: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[81]Mencionado en Simón, FrenchLiberalísm, p. 110. <<

Page 549: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[82]Ibid., pp. 112-113. <<

Page 550: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[83]Cita de «Bezwaaren tegen den geestder eeuw» (1823) en la entrada«Liberalisme», Woordenboek derNederlandsche Taal, vol. 8, parte I, LaHaya, 1916, p.1.874. <<

Page 551: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[84]Mignet, Histoire, p. 207. <<

Page 552: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[85] Maurice Agulhon, La République auvillage: Les populations du Var de laRévolution à la Séconde République,París, 1970. <<

Page 553: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[86]Cf. Hans-UIrich Wehler, DeutscheGesellschaftsgeschichte Zweiter Band1815-1849, Munich, 1987, pp. 706-715,y la amplia bibliografía en ibid., pp.880-882. <<

Page 554: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[87]Véase su panfleto, dirigido a lapoblación rural, Der hessischeLandbote (1834) en Georg Büchner,Werke und Briefe, Munich, DeutscherTaschenbuchverlag, 1965, pp. 133-143.<<

Page 555: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[88] William Sewell, Work andRevolution in France, Cambridge,1980, pp. 198-200. <<

Page 556: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[89] Para buenos ejemplos de una«Proletarier-Marsellaise» y de laherencia simbólica e iconográfica de1789, véase pp. 65, 68 de la Bibliotecade Feltrinelli Ogni Anno un MaggioNuovo: il Centenario del PrimoMaggio, intr. Antonio Pizzinato, Milán,1988. Este volumen del Primero deMayo se publicó bajo los auspicios delos sindicatos obreros de la Umbría.Véanse también Andrea Panaccione, ed.,The Memory of May Day: AnIconographic History of the Originsand Implanting of a Worker's Holiday,Venecia: Marsilio Editore, 1989,

Page 557: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

especialmente p. 290 (Dinamarca), p.295 (Suecia), p. 336 (Italia). <<

Page 558: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[90]Lorenz Stein, Der Socialismus. Elvon se incorporó más tarde, cuando eraprofesor en Viena. <<

Page 559: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[91]Cf. «The Commune as Symbol andExample», en Georges Haupt, Aspects ofInternational Socialism, Cambridge yParís, 1986, pp. 23-47. <<

Page 560: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[92]«Souvenirs», en Oeuvres Complétes,París, 1964, vol. 12, p. 87. <<

Page 561: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[93]Mencionado en el artículo«Revolution» de Felix Gibert enDictionary of the History of Ideas, 5vols., Scribner’s Sons, Nueva York,1980, p. 159. <<

Page 562: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[94]Citado en Norman Stone, EuropeTransformed 1878-1919, Londres,1983, p. 331. <<

Page 563: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[95] 6, 118-123, julio de 19l7, n.° 1, p.11. <<

Page 564: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[96]«Revolution», GeschichtlichteGrundbegriffe, vol. 5, p. 744. <<

Page 565: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[97] Louis Blanc, Histoire de laRévolution française, París, 1847, vol.1, p. 121. <<

Page 566: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[98] Thierry, Tiers État, p. 2. <<

Page 567: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[99]Karl Marx y Friedrich Engels,Collected Works, 39, p. 474. <<

Page 568: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[100] Véanse E. J. Hobsbawm, «Marx,Engels and Polítics», en E. J.Hobsbawm, ed., The History ofMarxism. Volurne One: Marxism inMarx’Day, Bloomington, 1982; Marx enPerspective, ed. Bernard Chavance,París, 1985, pp. 557-570; «MoralisingCriticism and Critical Morality», 1847;Karl Marx y Friedrích Engels, CollectedWorks, Londres, 1976, vol. 6, p. 319. <<

Page 569: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[101]Samuel Bernstein, Auguste Blanquiand the Art of Insurrection, Londres,1971, pp. 270-275; Engels, «TheFestival of Nations in London», enCollected Works, vol. 6, pp. 4-5. <<

Page 570: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[102]Ibid., y «The Civil War inSwitzerland», Collected Works, vol. 6,p. 372; Marx, «Moralizing Criticism»,Collected Works, vol. 6, p. 319. <<

Page 571: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[103]Karl Marx y Friedrich Engels,Collected Works, vol. 6, Londres, 1976,p. 545. <<

Page 572: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[104]Véase Victor Daline, «Lénine et leJacobinismo», Annales Historiques dela Révolution Française, 43 (1971), pp.89-112. <<

Page 573: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[105]La aportación posterior másinteresante sobre el jacobinismo desdeel punto de vista de una revolución másradical es la contenida en las reflexionesde Antonio Gramsci mientras estaba enprisión y que reproducimos aquí en elapéndice. <<

Page 574: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[106] En términos académicos estocondujo a interminables debates sobre lanaturaleza de los modos de producciónregionales, enfrentando argumentossobre si América Latina podía o noconsiderarse esencialmente«capitalista» a partir de la conquistadado que formaba parte de lo que seconsidera un mundo basado en unsistema capitalista que ya existía en elsiglo XVI. <<

Page 575: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[107]Daniel Guérin, «Controverse sur laRévolution Française» Cahiers BernardLazare, n.os 119-120, París, 1987, pp.58-81. <<

Page 576: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[108] Sobre el uso corriente de laMarsellesa en los círculos socialistasinternacionales en la última década delsiglo pasado, cf. Maurice Dommanget,Eugène Pottier: Membre de laCommune et chantre de l’Internationale, París, 1971, pp. 144-146. <<

Page 577: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[109]Mencionado en Georges Haupt,Programm und Wirklichkeit; Dieinternationale sozialdemokratie vor1914, Neuwied, 1970, p. 141. <<

Page 578: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[110]Geschichte der Revolutionszeit von1789 bis 1795 (1789 bis 1800) [síc].Dritte veimehrte und verbesserteAuflage. 5 vols. Dusseldorf, 1865-1874,vol. 1. <<

Page 579: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[111]Como en la entrada«Bonapartísmus» en elKonversationslexikon de Meyer,Mannheim, 19609, vol. 4, p. 483. <<

Page 580: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[112]Véase Charles Rihs, La Communede París 1871; sa structure et sesdoctrines, París, 1973, passim, perosobre todo (por la imitación del pasado)pp. 58-59, 182-183; para Delescluze,pp. 185-191. <<

Page 581: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[113]Sanford Elwitt, The Making of theThird Republic: Class and Politics inFrance 1868-1884, Baton Rouge, 1975,capítulo I. <<

Page 582: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[114]Para el relato del propio Garibaldi,véase D.Mack Smith, ed., Garibaldi: APortrait in Documents, Florencia, 1982,pp. 13-14. <<

Page 583: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[115] Gérard,La Révolution française, p.81. <<

Page 584: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[116] Samuel H. Baron Plekhanov: thefather of Russian Marxism, Londres,1963, p. 358 (hay trad. cast.: Plejanov.El padre del marxismo ruso, Siglo XXI,Madrid, 1976). <<

Page 585: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[117]Cf. el discurso en el Soviet dePetersburgo el 5 de noviembre,publicado en L. Trotski, 1905,Hannondsworth, 1973, pp. 185 y ss (haytrad. cast.: La revolución de 1905,Planeta, Barcelona, 1975). <<

Page 586: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[118]Daline, «Lénine et le Jacobinisme»,p. 96. <<

Page 587: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[119]W. H. Chamberlin, «BolshevikRussia and Jacobin France», The Dial,n.º 67 (12 de julio de 1919), pp. 14-16;Charles W. Thompson, «The French andRussian Revolutions», Current HistoryMagazine, New York Times, 13 (enerode i 921), pp. 149-157. <<

Page 588: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[120] Adam Ulam, Russia’s FailedRevolutions: Frorn Decembrists toDissidents, Londres, 1981, pp. 316-317.<<

Page 589: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[121]L. Trotski, History of the RussianRevolution, Londres, 1936, pp. 194,589, 1.204 (hay trad. casi.: LaRevolución de Octubre, Fontamara,Barcelona, 1977). <<

Page 590: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[122]Baron, Plekhanov, p. 358. <<

Page 591: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[123] Karl Kautsky, Bolshevism at aDeadlock, London, 1931, sec. III,«Jacobins or Bonapartists», esp. pp.127-135. La edición original alemanaestá fechada en 1930. <<

Page 592: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[124] Citado en Gérard, La Révolutionfrançaise, p. 81. <<

Page 593: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[125]Le Bolchevisme et le Jacobinisme,París, 1920, p. 24. <<

Page 594: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[126]Daline «Lénine et le Jacobinisme».p. 107. <<

Page 595: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[127]«Ahora me encuentro a mí mismoaprobando sin reservas (incluso conentusiasmo) la fuerza (vigore) y laseveridad que Stalin aplicó contra losenemigos del socialismo y los agentesdel imperialismo. Enfrentado a lacapitulación de las democraciasoccidentales, Stalin tuvo en cuenta lavieja lección del terror jacobino, de laviolencia implacable en defensa de lapatria del socialismo.» GiorgioAmendola, Lettere a Milano: Ricordi eDocumenti, 1939-1945, Roma, 1973,pp. 17-18. Amendola, como muestra lacita, estaba lejos de ser un sectario o un

Page 596: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

leal a ciegas. Mencionado en GiuseppeBoffa, II fenomeno Stalin nella storiadel XX secolo, Bari, 1982, p. 137. <<

Page 597: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[128]Sylvain Molinier en La Pensée(marzo-abril, 1947), p. 116. <<

Page 598: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[129]Isaac Deutscher, Stalin: A PolíticalBiography, ed. rev., Penguin Books,Harmondsworth, 1966, p. 550 (hay trad.cast.: Stalin. Biografía política, Era,México, DF, 1965). <<

Page 599: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[130] Mahendra Nath Roy, The RussianRevolucion, Calcuta, 1945, pp. 14-15;Trotski, Russian Revolution, pp. 663-664. <<

Page 600: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[131]Chamberlin, «Bolshevik Russia»,pp. 14-2.5. <<

Page 601: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[132] Para referencias, véase Boffa, Ilfenomeno Stalin, p. 138; Stephen F.Cohen, Bukharin and the BolshevikRevolution, Londres, 1974, pp. 131-132. <<

Page 602: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[133]«Sin embargo hoy debemos admitirque la analogía de Termidor sirvió máspara nublar que para aclarar lacuestión», The Workers’ State and theQuestion of Thermidor andBonapartism (1935), Londres, 1973, p.31. <<

Page 603: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[134]Isaac Deutscher, The ProphetUnarmed: Trotsky, 1921-1929, Oxford,1970 (hay trad. cast.: Trotsky: Elprofeta desarmado, Era, México, DF,1968). <<

Page 604: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[135]Ibid., pp. 312, 313. <<

Page 605: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[136]Ibid., p. 312. <<

Page 606: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[137]Ibid., p. 437. <<

Page 607: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[138]Véase ibid., pp. 435-437. <<

Page 608: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[139]Ibid., p. 437. <<

Page 609: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[140]Ibid., pp. 458-459. <<

Page 610: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[141]Esta es la versión de Cohen,Bukharin, p. 131. Deutscher, ProphetUnarmed, pp. 160-163, tiene másmatices. <<

Page 611: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[142]Deutscher, Prophet Unarmed, pp.342-345. <<

Page 612: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[143]Ibid., pp. 244-245. <<

Page 613: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[144]Roy. Russian Revolution. pp. 14-15.<<

Page 614: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[145]Me siento inclinado a seguir aMoshe Lewin en Lenin s Last Struggle,Nueva York, 1968, el cual ve a Lenin ensus últimos años respaldando laevolución gradual. No obstante, lacuestión, aunque actualmente, seapolíticamente importante para la URSS,es especulativa. Lenin abandonó todaactividad efectiva en marzo de 1923. Loque habría pensado o hecho si hubiesevivido para juzgar la situación de 1927o 1937 sólo lo podemos imaginar. <<

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[146]Mencionado en Cohen, Bukharin, p.133. <<

Page 616: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[147]«Better Fewer bur Better», Pravda(2 de marzo de 1923), publicado enCollected Works, Moscú, 19604, vol.38, pp. 487-502. <<

Page 617: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[148]La frase me la comunicó un expertoen historia del bolchevismo que la habíaoído en Moscú. Tras haber consultadocon distintos expertos en historiasoviética en Inglaterra, los EstadosUnidos y la URSS, no ha aparecidoninguna fuente procedente en lostrabajos no traducidos de Lenin ni en losescritos sobre sus últimos años. <<

Page 618: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[149]Georg Forster, Im Anblick desgrossen Rades, Schriften zurRevolution, R. R. Wuthenow, ed.,Darmstadt-Neuwied, 1981, pp. 133-134.<<

Page 619: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[150] (7 noviembre O.S. 1917), CollectedWorks, vol. 26, pp. 291-292. <<

Page 620: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[151]Collected Works, vol. 24, p. 267(discurso en la 7.a Conferencia Nacionaldel RSDLP, abril de 1917). <<

Page 621: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[152]«Letter to American Workers»,Collected Works, vol. 28, p. 83. <<

Page 622: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[153]«Polítical parties in Russia and thetasks of the proletariat» (abril de 1917),Collected Works, vol. 24, p. 103. <<

Page 623: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[154]«On the Revision of the PartyProgramme» (octubre de 1917),Collected Works, vol. 26, pp. 171-172.<<

Page 624: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[155]Citado en Robert C. Tucker, TheLenin Anthology, Nueva York, 1975, p.706. <<

Page 625: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[156]Ibídem. <<

Page 626: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[157]Evgenii Ambarzumov, «Gorbaciov,guardad dai burocrati», Unità (29 demayo de 1989), p. 1. En realidadAmbarzumov estaba equivocado: en1789 el Tercer Estado tenía dosdiputados por cada uno de los de losotros dos estados, y de este modoconstituía la mitad del total de laasamblea. Tal vez esto sea un signo deque, aunque la memoria de laRevolución francesa siga viva entérminos generales, setenta años hanempañado el detallado conocimientoque antes se tenía en Rusia de la misma.<<

Page 627: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[158]E. J. Hobsbawm y T. Ranger, eds.,The Invention of Tradition (Cambridge,1983), p. 272 (hay trad. cat.: L’invent dela tradició, Humo, Vic, 1988). <<

Page 628: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[159]Véase M. L, Neiman, «Leninskiiplan monumentalnoi propagandy’ ipervye skulpturnye pamyatnikí» enIstoriya Russkogo Isskusstva, vol. 6,Moscú, 1957, pp. 23-53, donde se diceque Lenin tomó la idea de la utopía deLa ciudad del sol, de TommasoCampanella. Para un versión resumidaen inglés, véase Christine Lodder,Russian Constructivism, YaleUniversity Press, New Haven, Conn.,1983, pp. 53 y ss. A. Stigalev, «S.Konenkov i monumentalnayapropaganda», Sovietskaya Skulptura,Moscú, 1976, pp. 210-223, contiene

Page 629: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

detalles de cómo se estableció la listade los sesenta y seis temas másimportantes y una fotografía de Lenindescubriendo el monumento a KonenkovStenka Razin en la Plaza Roja. Entre1918 y 1920 se levantaron veinticincomonumentos en Moscú y quince enLeningrado, Sovietskoe Isskusstvo 20-30 Godakh, Leningrado, 1988, lámina41, reproduce el relieve de Robespierreobra de Lebedeva. Para otras imágenesde los monumentos de 1918, véaseLodder, Constructivism, IstoriyaRusskogo Isskusstva XI, SerdzomSlushaya Revolutsiya: IsskusstvoPervikh Let Oktyabra, Leningrado,1977, y Shagi Sovietov: Kinokamera

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pishet istorigu 1917-1936, Moscú,1979, donde se reproducen instantáneasde noticiarios contemporáneos. <<

Page 631: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[160]The Times (4 de mayo de 1889), p. 7a. <<

Page 632: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[161]Ibídem. <<

Page 633: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[162]New York Times (14 de julio de1889), p. 9. <<

Page 634: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[163]Pascal Ory, «Le Centennaire de laRévolution Française», en P. Nora, ed.,Les Lieux de mémoire, vol. 1, LaRépublique, París, 1984, pp. 523-560,para estos y otros aspectos delcentenario. <<

Page 635: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[164]Henry Dunckiey, «Two PoliticalCentenaries», Contemporary Review, 55(1888), pp. 52-72. <<

Page 636: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[165]«Lord Acton on the FrenchRevolution», The Nation, 92 (30 demarzo de 1911). pp. 318-120. LordActon. Lectures on the FrenchRevolutíon, Londres, 1910, fue unapublicación postuma. <<

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[166]«Le banquet du centenaire de 1789»,en A. Leroy-Beaulieu, La Révolutíon etle Libéralisme, París, 1890. pp. 1-84.<<

Page 638: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[167]«The Centenary of 1789»,Edinburgh Review, 169, pp. 519-536.<<

Page 639: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[168]«Taine’s Conquest of the Jacobins»,Edinburgh Review, 155, pp. 1-26. <<

Page 640: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[169]Ibídem. <<

Page 641: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[170]B. M. Gardiner en The Academy, 27(4 de abril de 1885), pp. 233-234. <<

Page 642: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[171]Edinburgh Review, «TheCentenary», pp. 521-522. <<

Page 643: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[172]Ibid., pp. 534-535. <<

Page 644: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[173]Goldwin Smith, «The Invitation tocelebrate the French Revolution»,National Review (agosto de 1888), pp.729-747; «The Centenary of 1789», p.522. <<

Page 645: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[174]Ibídem. <<

Page 646: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[175]A. R. D. Eliot, «The FrenchRevolution and Modern France»,Edinburgh Review, 187, pp. 522-548.<<

Page 647: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[176] «The Centenary», EdinburghReview, p. 524. <<

Page 648: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[177] Smith, «Invitation», p. 743. <<

Page 649: Los Ecos de La Marsellesa - Eric Hobsbawm

[178]The Times (27 de agosto de 1889),p. 3d: «Por eso la Revolución es unfracaso. Trece constituciones en un siglo... reflejan de forma evidente la pocabrillantez de los hombres queorquestaron esta inestabilidad crónica».<<

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[179]Crítica de la French Revolution deAlphonse Aulard en The Spectator (15de octubre de 1910), p. 608. <<

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[180]Smith, «Invitation», p. 745. <<

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[181]Frank T. Marzials, «Taine’sRevolution», Londón Quarterly Review,66 (abril de 1886), pp. 24-48. <<

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[182]A. V. Dicey, «Taine’s GouvemementRevolutionnaire», The Nation, 40 (26 defebrero de 1885), pp. 184-185. <<

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[183]Dicey, «Taine’s Origins», pp. 274-276. <<

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[184]«M. Taine on the Jacobin Conquest»,The Spectator, 55 (18 de febrero de1882), pp. 232-234; The Nation. 40 (5de marzo de l885), pp. 206-207. <<

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[185] Acton, Lectures on the FrenchRevolution, pp. 345-373. <<

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[186]Hubert Bourgin, De Jaurès à LeonBlum: L’École Normale es la politique,París, 1938, p. 271. <<

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[187]Alphonse Aulard, Histoire politiquede la Révolution française, París,19053, p. 46. <<

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[188] Esto se basa principalmente en elíndice de libros cuyas críticasaparecieron en el Times LiterarySupplement a partir de 1902, los índicestemáticos del British Museum (ahoraBritish Library) a partir de 1881, y losíndices de bibliotecas de investigacióndel área de Los Ángeles. <<

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[189] Los índices temáticos correspondena 1881-1900, y a partir de ahí enperíodos de cinco años. No me pareciónecesario desmenuzar el primer volumenmás minuciosamente. La estimación sebasa en un recuento aproximado de lostítulos por columnas bajo elencabezamiento general «France,History, Revolution, Consulate andEmpire 1789-1815», calculandoveinticinco títulos por columna antes de1950 y veinte después. Los títulosrelacionados con Napoleón y la historiamilitar (que suelen ser la mayor parte dela lista) se han omitido, pues

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presumiblemente su interés tiene pocoque ver con lo que aquí nos ocupa. <<

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[190]En el Museo Británico registróquince títulos entre 1881 y 1900 (entodas las lenguas) o uno cada dos años,catorce entre 1901 y 1910, o 1,4 poraño. En el período de entreguerrasregistró nueve títulos, o menos de unocada dos años. <<

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[191] Dos de los cuatro títulos sobre élañadidos a partir de la guerra son rusos.Sus escritos se tradujeron al ruso en1923 y 1956 (Great SovietEnciclopedia, edición inglesa, art:«Marat»). En 1924 se habían hecho seisediciones de Marat and His Struggleagainst Counter-revolution de I.Stepanov. Víctor Daline, «Lénine et leJacobinisme», Annales Historiques dela Révolution Française, 43 (1971), p.92. <<

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[192] Jacques Godechot, Un Jury pour laRévolution, París, 1974, p. 319. <<

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[193]Collected Works, vol.26, pp. 132,180-181. Las alabanzas de Lenin aDanton son particularmentesignificativas puesto que lo utiliza paraconvencer a sus camaradas de lanecesidad de la Revolución de Octubrey de cómo debe llevarse a cabo dichainsurrección. <<

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[194] Ernest Labrousse, La crise del’économie françaíse à la fin del’Ancien Régime et au début de laRévolution, París, 1944; «Commentnaissent les révoliutions» en Actes duCentenaire de 1848, París, 1948. <<

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[195]Emmanuel Le Roy Ladurie, Paris-Montpellier: P.C.-P.S.U. 1945-1963,París, 1982. <<

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[196]P. M. Jacobs, History Theses 1901-1970, Londres, 1976. <<

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[197] Alumno de la Escuela NormalSuperior. (N. del ed.). <<

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[198] Hommages à la Révolution, París,1939; Lyon N’est Plus, 4 vols., París,1937. <<

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[199]Albert Mathiez, La vie chére et lemonument social sous la Terreur, París,1927; Georges Lefebvre, Les paysansdu Nord pendant la RévolutionFrançaise, París. 1924; Albert Soboul,Les sansculottes parisiens en l’an II.Mouvement populaire et gouveniementrévolutionnaire, París, 1958 (hay trad.cast.: Los sans-culottes, Alianza,Madrid, 1987). <<

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[200]Para una relación pertinente de loshistoriadores de la Revolución francesa,véase Samuel F. Scott y Barry Rothaus,eds., Historical Dictionary of theFrench Revolution 1789-1799, 2 vols.,Westport, 1985, y más resumido en TheBlackwell Dictionary of Historians,Oxford, 1987, pero no François Furet,«Histoire Universitaire de laRévolution», en François Furet y MonaOzouf, eds., Dictionnaire Critique de laRévolution Française, París, 1988, quedebe considerarse como una polémicapersonal, en muchos casos por omisión.<<

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[201]«Fascismo», Enciclopedia Italiana,vol. 14, p. 847. <<

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[202]Véase Antoine Prost, Vocabulairedes Proclamations Electorales de1881,1885 et 1889, París, 1974, pp. 52-53, 65. <<

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[203]«Types of Capitalism in EighteenthCentury France», English HistoricalReview, 79 (1964), pp. 478-497. «Non-Capitalist Wealth and (he Origins of theFrench Revolution», AmericanHistórical Review, 79 (1967), pp. 469-496. Alt. «Bourgeoisie» en Scott yRothaus, eds., Historical Dictionary. <<

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[204]John McManners en NewCambridge Modern History, vol. 8,Cambridge,1965, p. 651. Para la criticade Crane Brinton, History and Theory, 5(1966), pp. 315-320. <<

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[205]Norman Hampson, «The Two FrenchRevolutions», New York Review ofBooks (13 de abril de 1989), pp. 11-12:Solé, La révolution en questions, p. 15.<<

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[206] Ibidem. <<

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[207]«Il faut enfin céder à la nécessité quinous entraine, il faut ne plus méconnaitrela marche de la société», en De la forcedu gouvernement actuel et de lanécessité de s’y rallier, una defensa delDirectorio. Citado en M. Gauchet,«Benjamin Constant», en Furet y Ozouf.Dictionnaire Critique de la RévolutionFrançaise, París, 1988, p. 954. <<

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[208]Runciman, «UnnecessaryRevolution: The Case of France»,European Journal of Sociology, 23(1982), p. 318. <<

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[209] Solé, La Révolution en questions,pp. 366-367, 372-373, 386-387. Soléreconoce concretamente que «ledeferlement des enqêtes et deshypothèses qui a suivi, outre-Manche etoutre-Atlantique, depuis une vingtained’années, a contributé a renouveler defond en comble notre compréhension desévènements survenus en France entre1787 et 1799», p. 13. <<

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[210] La exposición más completa de lasopiniones de Cobban en su The SocialInterpretation of the FrenchRevolution, Londres,1964 (hay trad.cast.: La interpretación social de laRevolución francesa, Narcea, Madrid,1976); para su ataque original, véaseThe Myth of the French Revolution,Londres, 1955. <<

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[211] Runciman, «UnnecessaryRevolution», véanse especialmente pp.295, 299,301. <<

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[212] Furet, «Le cathecismerévolutionnaire»,E.S.C., 24 (1971), p.261. <<

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[213] Georges Lefebvre, Études sur laRévolution Française, 1963; París,1954, pp. 340-341. El texto se escribióen 1932. Por ejemplo: «No obstante, talcomo Jaurès lo presentó, 1789 aparecíacomo un acontecimiento único y simple:la causa de la Revolución fue el poderde la burguesía que había alcanzado lamadurez, y su resultado fue proporcionaruna consagración legal a dicho poder.Hoy esta explicación nos pareceexcesivamente simple. En primer lugar,no explica por qué se produjo en esemomento y no en otro el advenimientode la burguesía, y más concretamente,

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omite por qué en Francia adquirió laforma de una mutación repentina, cuandopudo haber tomado la forma de unaevolución gradual, cuando noperfectamente pacífica, como sucedió enotras partes. Ahora sabemos que paraque se produjera la Revolución, comoacontecimiento específico de 1789, fueprecisa la combinación extraordinaria eimpredecible de una serie de causasinmediatas: una crisis financieraexcepcionalmente seria, debida a laguerra americana; una crisis dedesempleo, debido al tratado comercialde 1786 y a la guerra en el este; y porúltimo, una crisis de alimentos y decoste de la vida debida a las malas

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cosechas de 1788 y al Edicto de 1787que autorizaba la exportación decereales y en consecuencia vació losgraneros. Pero las causas a largo plazode la Revolución cada vez nos resultanmás complejas. Se ha demostrado que larazón que impidió que la monarquíasuperara su crisis financiera fue que supoder estaba deteriorado. Tal como nosdijo Mathiez, el rey ya no estaba enposición de gobernar. [Otros autores] ...ya habían señalado que la causainmediata de la Revolución residía en elrechazo de los privilegiados a hacercualquier sacrificio que el podermonárquico les exigiera, con lo cualprovocaron que la monarquía convocara

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los Estados Generales ... Así,inicialmente, la Revolución seríaaristocrática y no burguesa ...

»Está claro que la interpretacióneconómica de la historia no noscompromete con puntos de vistasimples. La ascensión de una claserevolucionaría no es necesariamente laúnica clave de su triunfo, y no esinevitable que tuviera que servictoriosa, o en cualquier caso,victoriosa de modo violento. En el casoque nos ocupa la Revolución lapromovieron quienes serían barridospor la misma, no sus futurosbeneficiarios. Tampoco puede probarse

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que los aristócratas estuvieran encondiciones de imponer sus deseos almonarca. Nadie puede discutir que lossoberanos de! siglo XVIII no fueranconscientes de los progresos de lanobleza. ¿Acaso es imposible suponerque en 1787, o incluso en 1789, un granrey, disfrutando de su prestigio, pudierahacer entrar en razón a la nobleza? No,no lo es». <<

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[214] Solé, La Révolution, p. 267. «Elmito marxista que ve la Revolucióncomo el estadio decisivo de) desarrollode la economía capitalista puederefutarse fácilmente dado elestancamiento de la economía durante laera revolucionaria.» <<

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[215] Por ejemplo, la introducción de laedición inglesa de «Socialísm, Utopianand Scientific», en Werke, vol. 22, p.304. <<

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[216] Lefebvre, «La Révolution françaiseet les paysans» en Etudes, 1963; AlbertSoboul, Précis d ' histoire de laRévolution française, París, 1962. p.477. <<

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[217]Lefebvre, «La Révolution», p. 340.<<

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[218]R. R. Palmer, The Age ofDemocratic Revolution: A PoliticalHistory of Europe and America 1760-1800, 2 vols., Princeton, 1964. JacquesGodechot y R. R. Palmer, «Le problèmede l’Atlantique du XVIIe au XXe

siècles», Congreso Internacional de lasCiencias Históricas, Relazioni, vol, 5,Florencia, 1955, pp. 173-240. Para eldebate, véase Congreso Internacional,Acti del 10 Congresso Internazionale,Roma. 1957, pp. 565-579. <<

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[219]El estudio de R. R. Palmer sobre elComité de Salvación Pública, TwelveWho Ruled, Princeton, 1941, y laelección de Jacques Godechot para lapresidencia de la Sociedad de EstudiosRobespierristas también lo sugieren. <<

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[220] Sir Charles Webster, tal vez el másdistinguido de los historiadores de lapolítica internacional británica de laépoca, dijo: «El Atlántico no seconsideró una “región” hasta la segundaguerra mundial. Los informadores no hansabido enfatizar suficientemente launidad del mundo. Por eso la“comunidad atlántica" tal vez sea unfenómeno contemporáneo. Se creódebido a la política de la URSS y si éstacambia tal vez también lo haga aquélla».Acti del 10 Congresso. pp. 571-572. <<

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[221] Ancien Régime, 1:72. Cf. Kahan«Tocqueville’s Two Revolutions», pp.587-588. <<

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[222] Mémoires, vol. 1, pp. 157-159,mencionado en la Introducción (dePierre Rosanvallon) de Guizot, Histoirede la Civilisation en Europe, p. 14. <<

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[223] Mencionado en Mellon, ThePolitical Uses of History. p. 29. <<

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[224] Para una declaración extrema,véase Sédillot, Le coût de la Révolutionfrançaise, pp. 268-279. <<

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[225] Véase la entretenida obra de HérvéHamon y Patríck Rotman, Lesintellocrates: Expédition en hauteintelligentsia, París, 1981. Tal vez nodeje de ser relevante que la lista de losveinticinco intelectuales «que tienen unpapel preponderante en la circulación deideas» contenga sólo a una persona quehaya escrito extensamente sobre laRevolución francesa, a saber, FrançoisFuret; aun así una tercera parte del grupola componen historiadores o eruditoscon amplios conocimientos históricos.<<

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[226]«Pendant trente années les modesidéologiques parisiensess’accompagnerent à chaque fois d’uneréinterprétation du marxisme», RaymondAron, Memoires, París, 1983, p. 579. <<

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[227]Ladurie, P aris-Montpellier. pp. 44-45. <<

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[228]Tony Judt, Marxism and the FrenchLeft, Oxford, 1986, p. 183. <<

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[229]De hecho, se encontró un autor, ellibro se encargó (en francés) desdeNueva York y los derechos se vendierona los franceses. <<

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[230]Tony ludt, Marxism and the FrenchLeft, Oxford, 1986, p. 177: «Losmomentos simbólicos de la experienciarevolucionaria de [789-1794, y enmenor medida 1848 y 1871, formanparte del vocabulario de todos lospensadores académicos como puntos dereferencia intelectual. No sólo la mayorparte de escritores mayores de treintaaños deben la comprensión de suentorno político a los trabajos de estoseruditos (Mathiez, Georges Lefebvre,Albert Soboul, así como Jaurès y LucienHerr), sino que los intelectualesfranceses están forzosamente obligados

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a recurrir a ellos cuando buscan unesqueleto donde articular el cuerpo desu pensamiento. La Revolución francesa,comprendida como un proceso, explicaen última instancia todas lascontingencias sin resolver de la realidadpolítica francesa». <<

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[231]Fiiippo Buonarroti, Conspirationpour l’égalité dite de Babeuf, 2 vols.,Bruselas, 1828. Véase SamuelBernstein, Buonarroti, París, 1949. <<

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[232]Véase Elisabeth Eisenstein, TheFirst Proffessional Revolutionist:Filippo Michele Buonarroti,Cambridge, 1959. <<

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[233]Regís Debray, Que Vive LaRépublique, París, 1989, p. 48, es unaespléndida filípica contra quienes sesentían incómodos por tener quecelebrar el bicentenario de laRevolución, escrita con brío y veneno.Giraudoux, persona ingeniosa donde lashaya, escritor y dramaturgo, muyapreciado antes de 1939 pero pococonsiderado a partir de 1945 (debido asu postura política), por fin haconseguido ser incluido en la colecciónPléiade de clásicos franceses. <<

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[234]Godechot, Un Jury pour laRévolution, París, 1974, p. 324. <<

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[235]Pierre Bourdieu, La Noblesse dÉtat: Grandes ecoles et esprit de corps,Paris,1989, p.296 <<

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[236]Brinton, p. 317. <<

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[237]J. L. Talmon, The Origins ofTotalitarian Democracy, Londres, 1952.<<

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[238]El grupo de intelectuales marxistasno estalinistas más importante deOccidente, la Comunidad Trotskista deNueva York, ya se estaba desintegrando,y muchos de sus miembros máspreeminentes estaban tomandodirecciones que los llevaban fuera delmarco de la izquierda, aunque todavíano comulgaran con el conservadurismomilitante. <<

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[239] Para una bibliografía de estedebate, véase Perry Anderson, «TheFigures of Descent». New Left Review,161 (1987), p. 21, que consiste en unaaportación de finales de los añosochenta. Véase también Tom Naim, TheEnchanted Glass: Britain and ItsMonarchy, Londres, 1988,especialmente p. 378 y ss., y la críticade este libro por A. Arblaster en NewLeft Review, 174 (1989), pp. 97-110. <<

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[240]Para un análisis de este debate porun germanista británico, véase RichardEvans, «The Myth of Germany’s MissingRevolution», New Left Review 149(enero-febrero de 1986), pp. 67-94. <<

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[241]Arno Mayer, The Persistence of theOld Regime: Europe to the Great War,Nueva York, 1981 (hay trad. cast.: Lapersistencia del Antiguo Régimen,Alianza, Madrid, 1984). Cf. DavidCannadine: «Muchos historiadores handejado de creer que el siglo XIX fuesetestigo del triunfo de las clases medias... No hay ninguna razón que explique...por qué se colapso la civilizaciónburguesa ... De hecho nunca llegó aconquistar el primer puesto». Crítica deE. J. Hobsbawm, The Age of Empire enNew Society (23 de octubre de 1987), p.27. <<

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[242]William Rubinstein, «The VictorianMiddle Classes: Wealth Occupation andGeography», Economic History Review,30 (1977), pp. 602-623, y otros estudiossimilares del mismo autor. <<

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[243]El trabajo más ambicioso en estecampo es J. Kocka, ed., Bürgerlichkeitim 19. Jarhundert, Deutschland imeuropäischen Vergleich, 3 vols.,Munich, 1988. <<

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[244]El profesor Norman Stone en TheSunday Times (6 de marzo de 1988),citado en E. J. Hobsbawm, Politics fora Rational Left, Londres, 1989, p. 224(hay trad. cast, en Crítica, Barcelona, enpreparación). Más general: JamesRaven, «British History and theEnterprise Culture», Past and Present,123 (mayo de 1989), pp. 178-204,especialmente pp. 190-191. <<

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[245]Véase «The Nation State in theniddle East», en Sami Zubaida, Islam,the People and the State: Essays onPolitical Ideas and Movements in theMiddle East, Londres y Nueva York,1988, especialmente p. 173. <<

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[246]Como en la primera frase de laconclusión de Solé, La Révolution, p.337: «Tocquevilie et Taine ont vu à justetitre dans la centralisationnapoiéonienne, le principa! resultat de laRévolution». Reducir el efecto de unacontecimiento capital en la historia delmundo a la simple aceleración de unatendencia de la administración delEstado francés es lo mismo que decirque la principal consecuencia históricadel Imperio Romano fue queproporcionó a la Iglesia católica ellenguaje para las encíclicas papales. <<

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[247]D. G. M. Sutherland, France 1789-1815: Revolution andCounterrevolution, Londres, 1986, p.49. Las diferencias entre este historiadorrevisionista canadiense y el historiadorfrancés (Solé, La Révolution), que amenudo no hace más que parafrasearlo(compárese Sutheriand, p. 49, con Solé,p. 83), son instructivas. El primeroconsidera que lo importante de «LaRevolución del Pueblo» es su efectorevolucionario; el segundo, que añadeun interrogante al título del capítulocorrespondiente y presta menos atencióna la cuestión clave de que los soldados

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dejaran de ser leales, hace hincapié enla similitud entre los movimientos de1789 y otras protestas populares desiglos anteriores. Esta es precisamentela cuestión: tanto en el verano de 17S9como en febrero de 1917 en Rusia, loimportante no fue la estructura de larevuelta sino su impacto. <<

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[248] Rose,A., Century of ContinentalHistory, p. 1. <<

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[249] Collected Letters of Thomas andJane Welsh Carlyle, ed. de C. R.Sanders y K. J. Fielding, Durham,Carolina del Norte, 1970- 1981. vol. 4,p. 446. <<

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[250] Rose, A., Century of ContinentalHistory, p. 1. <<