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Los secretos revelados en la pintura · Los secretos revelados en la pintura Crescenciano Grave La virgen de las rocas , ... dad que sólo r efulge como la oscuridad en el resplandor

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86 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

No deja de ser provocadora la frase inicialdel libro Leonardo da Vinci. Pintura y sabi-duría hermética de Jorge Juanes: “Leonardoes el artista del que más se ha escrito” (p. 9).Verificaciones estadísticas aparte, lo ciertoes que esta aseveración impone por sí mismael cuestionamiento: ¿Por qué entonces unlibro más sobre el genio italiano? ¿Qué sepuede agregar al cúmulo de investigacionesque durante siglos se han elaborado sobre lavida y la obra de uno de los prototipos delhombre universal? ¿Cómo volver a contem-plar aquello que, de tan visto, se ha conver-tido en parte de lo habitual? ¿Qué justificaun libro más, así sea de pequeñas dimensio-nes, sobre Leonardo da Vinci? La estrategiade Jorge Juanes para afrontar estas cuestio-nes y responder a su propia provocacióntransita por la promesa de, apelando a lasobras mismas, reconocer las ideas de Leo-nardo plasmadas en su pintura y preguntar-

se “¿a qué orden del saber pertenece suobra?” (p. 10). El arte, aun aquel que se haincorporado a la cotidianidad, está preñadode un saber que, de desvelarse, puede con-mover y cuestionar la confortabilidad en laque lo —y nos— hemos encerrado.

Dejando hablar a las obras mismas serelaciona el orden formal de éstas con lasideas estéticas, filosóficas y religiosas de suautor. Leonardo es aquí considerado comoun artista, un “creador de proposicionesartísticas inéditas que invitan a ver y a pen-sar” (p. 11) y que, a través de la maestría enla técnica del esfumado, el dominio en elmodo de componer y la perspectiva aérea ode disolución, se enfrenta a aquello que nopuede ser aprehendido, dominado y deter-minado por ningún medio: lo radicalmenteotro; lo que sugerido como presenciainquietante se revela más bien como unaausencia insondable sin la cual, y aquí radi-

ca la necesidad de referirse a ella, la ex-periencia existencial en este mundo se vuel-ve incomprensible.

El orden visual y formal de la obra —supresencia como objeto concreto y singular,irreductible e insustituible— es el que per-mite afrontar el misterio que nos da qué pen-sar para, reflexionando, intentar “descifrar,hasta donde sea posible”(p. 14), los secretosque ella misma patentiza. Desde aquí Jua-nes selecciona por obras por contemplar pa-ra que sean ellas mismas las que ofrezcan susenigmas: El bautismo de Cristo, La última ce-na, La virgen de las rocas, La Gioconda, SanJuan Bautista y Santa Ana, La virgen y el niño.

En el análisis personal de todas estasobras —y aquí el libro adquiere su propiarazón de ser—, sin perder la especificidadde lo que cada una de ellas muestra, se tra-ta de ver no sólo lo visible con los ojos dela cara sino también aquello que, invisible

Los secretos revelados en la pinturaCrescenciano Grave

La virgen de las rocas, ca, 1483 La Gioconda, 1503-1506

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LOS SECRETOS EN LA PINTURA

para éstos, trasciende la mera aparienciay se muestra a la mirada contemplativa—mirada, en cierto sentido, artística ellamisma— capaz de recrear mental y dis-cursivamente el orden formal creado co-mo constitutivo de la obra misma.

En el caso de Leonardo, este orden busca

representar visualmente aquello que reside

en todo lo que es y, al mismo tiempo, se halla

entrañado en cada cuerpo en particular. La

creencia en una unidad secreta subyacente

en lo individuado explica [...] que disuelva

los cuerpos representados en una fusión

visual que une todo con todo. Tal modo de

proceder permite que cada parte representa-

da mantenga una correspondencia con las

demás. Tenemos ante la vista, así, una uni-

dad orgánica que desdibuja la delimitación

inequívoca de las formas cerradas propias de

la tradición plástico-lineal (pp.16-17).

Los procedimientos distintivos del artemismo de Leonardo son los que permiten“el desocultamiento de lo insondable”(p.17); es la propia pintura, como singulari-dad formal, la que posibilita sentir y pen-sar la infinitud desde lo finito. Por esto,Juanes habla de forma sublimada, esto es,una forma que, en y desde su propia fini-tud, contiene y sugiere lo que desbordatoda definición o limitación. Lo inmarce-sible del arte de Leonardo radica en habersido capaz de reunir y concebir en la formamisma la tensión entre la belleza y la ver-dad que sólo refulge como la oscuridad enel resplandor del rayo. La propia formafinita que funde a todo con todo se corres-ponde con la sabiduría hermética que con-sidera a la pluralidad manifiesta a partir delUno primordial que, sin reducirse a nin-guno de los entes, está presente en todos.La diversificación del universo no quiebrani rompe su unidad sino que la continúaintegrando orgánicamente sus distintas par-tes. Y esto es lo que la pintura, difuminandolos contornos y suavizando los tránsitos deluz y sombra, muestra equilibradamente:la transfiguración de la naturaleza y lo hu-mano y su significación dentro de la uni-dad en devenir de la totalidad. La pinturaes serenidad turbulenta dentro de la formaen la cual estallan los límites proyectándo-se hacia la periferia del arte mismo.

Finito e infinito, temporal y eterno,profano y sagrado, visible e invisible, mas-culino y femenino no son contrarios tras-cendentes sino dimensiones de una y lamisma unidad que permanece en su iden-tidad diversificándose en la pluralidad quese origina de ella e, inexorablemente, a ellaretorna. Y, repito, el matiz, los detalles porlos que cada una de las obras analizadas sedestaca cualitativamente constituyen losmoztivos inmanentes por los que este librose justifica. Veamos sólo un ejemplo en elcual, al hablar de una obra de arte conoci-da por todos —La Mona Lisa— Jorge Jua-nes se presenta como un crítico singular.

Me parece que hay dos palabras que pueden

resumir la sensación que el cuadro suscita:

melancolía y presagio. La melancolía, como

expresión de la soledad y el desamparo pade-

cidos por los hombres modernos; el presa-

gio, como un modo de ser existencial surgi-

do en el origen de los tiempos y siempre

actual, manifestación del eterno enigma del

Universo. Pero Gioconda no desespera ante

el silencio cósmico; calla, se ensimisma, per-

manece serena y contesta con una sonrisa a

quienes pretenden poseerla y dominarla [...]

Ése es el principio de convivencia con el

enigma de la creación: mantenerse expec-

tante en medio del abismo (p. 48-49).

Fecundo surtidor de fuerzas para pen-sar, el arte suscita y acoge posibilidades para todo aquel que, con esfuerzo serio, seempina sobre los cánones establecidos pa-ra abrir y vislumbrar las sendas de su propiaafirmación existencial y reflexiva. Así, pues,desde esta apropiación personal de su le-

gado, cómo se responde la pregunta ¿a quéorden del saber pertenece la obra de Leo-nardo? A la de los que afirman que el fondodel mundo, condición de posibilidad de lapresencia de todo, antecede y permanecetras la muerte de lo individual y este saberno deja de provocar un cierto desasosiegoen el creador o artista que, sin embargo, nose lamenta en gestos vanos sino que se refu-gia en el silencio sublime de la pintura. Yaquí, Juanes coincide con Marcel Brion.

“El artista sabe mucho más que el sabioy revela en su lenguaje mucho más de loque éste puede expresar en el suyo. Sólo elpintor dará a conocer, y aun así, bajo quévelos, los misterios más altos y más pro-fundos, aquellos que superan ese dominiode la naturaleza en el cual el físico, el ópti-co, el hidrógrafo se mueven con soltura.Desde el comienzo de su carrera de artistay de sabio, Da Vinci consideró la pinturacomo la expresión de lo inexpresable: allídonde cesa el poder dialéctico comienza lailuminación y se realiza la verdadera co-munión, esa comunión con la naturaleza,con lo sagrado, con lo divino, siendo la na-turaleza, lo divino y lo sagrado, para él, pro-bablemente, una sola cosa”.1

Y es que, como muestra Jorge Juanes,Leonardo, el individuo que, quizá, mejoraunó sensibilidad e inteligencia, sabía que lossecretos más altos deben mantenerse secre-tos revelándose como tales en la pintura.

Jorge Juanes, Leonardo da Vinci. Pintura y sabiduría her-mética, Editorial Ítaca, México, 2009, 63 pp.

1 Marcel Brion, Leonardo de Vinci, traducción de Aurora Ber-nárdez, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1945, p. 94.

Dibujo para el cuadro Santa Ana, ca, 1510 Bautismo de Cristo, 1473-1478