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Lynn Margulis 1 LYNN MARGULIS. EL ROMPECABEZAS DE LA VIDA DESDE LA COOPERACION MICROBIANA 1 1. INTRODUCCIÓN El prestigioso paleontólogo del Museo Norteamericano de Historia Natural, Niles Eldredge, ha escrito: “El sueño de todo científico es hacer que se reescriban los libros de texto básicos, Lynn Margulis lo ha conseguido”. En efecto, esta original científica, nacida en 1938 en Chicago, ha sido definida por muchos de sus colegas como la bióloga teórica con más talento de su generación, y hoy está considerada entre los pensadores más estimulantes y originales de toda la Biología. Lynn Margulis ha pasado su vida profesional investigando el microcosmos de los organismos más pequeños de la Tierra. Su tarea ha sido la de desmenuzar cómo evolucionan y cómo se relacionan unos con otros. Pero aunque actualmente es una autoridad internacional, la mayor parte de su carrera ha transcurrido en los márgenes de la respetabilidad. Se ha visto obligada a batallar con la falta de familiaridad de la comunidad científica con los microorganismos que existen en nuestro planeta, y sólo a partir de los últimos años una parte importante de los biólogos se ha hecho eco de su pensamiento. No obstante, y a pesar de su éxito presente, el trabajo de Margulis continúa en muchos sentidos siendo todavía controvertido. La principal contribución de esta científica ha afectado al discurso evolucionista, que se ha visto enriquecido con sus grandes esfuerzos por revelar las implicaciones latentes en el mundo microbiano. Margulis ha demostrado que las células nucleadas o eucariotas –de las que están hechos todos los hongos, las plantas, los animales y numerosos seres unicelulares– no sólo descienden de bacterias, sino que son literalmente amalgamas de células bacterianas diversas. La asociación física entre organismos de especies distintas, es decir, la simbiosis , tiene para ella una importancia crucial en la historia de la vida. Defiende que en el ensamblaje de un eucariota los componentes, organismos más simples, se integran para producir nuevos e inesperados resultados. “Todos somos comunidades de microbios. Cada planta y cada animal en la Tierra es hoy producto de la simbiosis”, ha escrito la investigadora. 1 Este artículo corresponde al capítulo 5 del libro de Carolina Martínez Pulido: También en la cocina de la ciencia. Cinco grandes científicas en el pensamiento biológico del siglo XX. Editado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 2000.

Lynn Margulis

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Lynn Margulis 1

LYNN MARGULIS. EL ROMPECABEZAS DE LA VIDA DESDE LA COOPERACION MICROBIANA1

1. INTRODUCCIÓN

El prestigioso paleontólogo del Museo Norteamericano de Historia Natural, Niles

Eldredge, ha escrito: “El sueño de todo científico es hacer que se reescriban los libros

de texto básicos, Lynn Margulis lo ha conseguido”. En efecto, esta original científica,

nacida en 1938 en Chicago, ha sido definida por muchos de sus colegas como la

bióloga teórica con más talento de su generación, y hoy está considerada entre los

pensadores más estimulantes y originales de toda la Biología.

Lynn Margulis ha pasado su vida profesional investigando el microcosmos de los

organismos más pequeños de la Tierra. Su tarea ha sido la de desmenuzar cómo

evolucionan y cómo se relacionan unos con otros. Pero aunque actualmente es una

autoridad internacional, la mayor parte de su carrera ha transcurrido en los márgenes

de la respetabilidad. Se ha visto obligada a batallar con la falta de familiaridad de la

comunidad científica con los microorganismos que existen en nuestro planeta, y sólo a

partir de los últimos años una parte importante de los biólogos se ha hecho eco de su

pensamiento. No obstante, y a pesar de su éxito presente, el trabajo de Margulis

continúa en muchos sentidos siendo todavía controvertido.

La principal contribución de esta científica ha afectado al discurso evolucionista,

que se ha visto enriquecido con sus grandes esfuerzos por revelar las implicaciones

latentes en el mundo microbiano. Margulis ha demostrado que las células nucleadas o

eucariotas –de las que están hechos todos los hongos, las plantas, los animales y

numerosos seres unicelulares– no sólo descienden de bacterias, sino que son

literalmente amalgamas de células bacterianas diversas. La asociación física entre

organismos de especies distintas, es decir, la simbiosis, tiene para ella una importancia

crucial en la historia de la vida. Defiende que en el ensamblaje de un eucariota los

componentes, organismos más simples, se integran para producir nuevos e inesperados

resultados. “Todos somos comunidades de microbios. Cada planta y cada animal en la

Tierra es hoy producto de la simbiosis”, ha escrito la investigadora.

1 Este artículo corresponde al capítulo 5 del libro de Carolina Martínez Pulido: También en la cocina de la ciencia. Cinco grandes científicas en el pensamiento biológico del siglo XX. Editado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 2000.

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Además, Margulis va mucho más allá. Elevando su mirada desde el mundo

microscópico a lo global, sostiene que la simbiogénesis, o sea, el origen simbiótico de

nuevas formas de vida e incluso de nuevas especies, es un proceso mucho más

frecuente de lo que nunca imaginaron los evolucionistas continuadores de la tradición

darwiniana clásica. Mientras que la mayoría de los biólogos ponen el énfasis en el papel

de la competición en la evolución, Margulis acentúa la cooperación, y echa por tierra la

arraigada creencia en que sólo sobrevive el más fuerte. En sus propias palabras: “El

pacto es la simbiosis, al final nadie gana ni pierde sino que hay una recombinación. Se

construye algo nuevo”. En otro momento ha sostenido: “Somos simbiontes en un

planeta simbiótico y (...) podemos encontrar simbiosis en todos sitios”.

De este modo, Margulis, sin romper totalmente con los postulados de Darwin y

de algunos de sus sucesores, ha sabido demostrar el valor de la simbiosis como

mecanismo evolutivo: “Creo que el proceso de especiación está directamente ligado a la

adquisición de simbiontes, y que esta teoría, junto con el darwinismo original, permite

explicar mucho mejor la evolución”. En esta línea, la ecóloga de la Universidad de Yale,

Evelyn Hutchinson, ha dicho: “La revolución tranquila ocurrida en el pensamiento

microbiológico es principalmente debida a la visión y entusiasmo de Lynn Margulis. La

suya es una de las mentes especulativas más constructivas, inmensamente informada,

altamente imaginativa y, en ocasiones también un poco provocadora”.

Además, en colaboración con el químico atmosférico James Lovelock, Margulis

defiende el argumento de que como todos los seres vivos están bañados por las

mismas aguas y rodeados por la misma atmósfera, todos los habitantes de la Tierra

pertenecen a la misma unión simbiótica: Gaia, o sea, el ecosistema más grande del

planeta. Para esta científica, la superficie de la Tierra es simbiosis vista desde el

espacio. Un peculiar razonamiento sistémico llevado más allá de las fronteras de la

Tierra.

El singular pensamiento de Lynn Margulis pone de manifiesto que se trata de

alguien que lucha combatiendo lo establecido. Algunos colegas citan su trabajo como

ejemplo de las excelencias de la investigadora, considerándola una teórica que remueve

los límites del pensamiento actual con hipótesis provocativas. También se ha destacado

que son los científicos como ella, capaces de cambiar la visión preestablecida que

tenemos del mundo que nos rodea y del que formamos parte, los impulsores del

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avance de la ciencia. Esta científica, sin duda, pasará a la historia de la Biología

precisamente por mirar con otros ojos lo que ya se conoce. Su manera de pensar

abierta y tolerante queda reflejada en su siguiente afirmación: “La ciencia es sólo una

forma de conocimiento, pero ciertos científicos la conciben como una religión en la que

no caben ideas disidentes”.

A pesar del rechazo inicial, Lynn Margulis cuenta hoy merecidamente en su haber

con gran número de premios e importantes reconocimientos de los que podemos, por

ejemplo, destacar que en 1983 recibió un honor que es el segundo en categoría, por

detrás del Nobel, para un científico norteamericano: fue elegida miembro de la

Academia Nacional de las Ciencias. En mayo de 1998 también fue seleccionada por otra

academia, la de las Ciencias y las Artes. El ser elegido por esta Academia representa un

gran prestigio, pues es el resultado de un extenso proceso de selección llevado a cabo

por los miembros actuales. “La elección de la profesora Margulis como Miembro de la

Academia se añade a sus numerosos premios, y representa un reconocimiento muy

apropiado de su estatura internacional dentro de la comunidad científica”, ha expresado

uno de sus miembros.

Por otra parte, desde 1989 es catedrática del Departamento de Geociencias de la

Universidad de Massachusetts (Amherst), y desde 1973, la División de Ciencias de la

Vida de la NASA2 ha financiado su investigación.

Asimismo, ha trabajado en 16 países, incluyendo España, donde colabora

asiduamente con la Universidad Autónoma de Barcelona. En los últimos años, la bióloga

ha encabezado un equipo de investigación de la Universidad de Massachusetts,

financiado por la NASA, que trabaja en colaboración con dos grupos de investigadores

de la Universidad Central de Barcelona y de la Universidad Autónoma. Su objetivo es

estudiar los tapetes microbianos localizados en el delta del Ebro, y ya han logrado

resultados sumamente interesantes.

Además, Lynn Margulis, que habla correctamente español, francés e italiano, ha

realizado investigaciones en Francia, Alemania, Suiza, Méjico e Italia. Su popularidad

como conferenciante internacional en los campos de la Microbiología y de la Ecología la

ha convertido en uno de los más renombrados miembros de la comunidad científica

2 NASA: National Aeronautics and Space Administration.

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internacional. Así por ejemplo, en 1997 fue elegida Miembro Extranjero de la Academia

Rusa de las Ciencias Naturales.

Cuenta además con 7 doctorados honorarios, entre ellos el otorgado por la

Universidad Autónoma de Madrid en junio de 1998, a petición del Departamento de

Biología Molecular. En esta ocasión, en su investidura pronunció una conferencia

titulada: Simbiogénesis: una revolución en la evolución , que despertó gran interés no

sólo en la comunidad científica sino también entre los medios de comunicación. La

investigadora es además una prolífica escritora, autora y coautora de cientos de

publicaciones incluyendo artículos científicos, libros de texto y de divulgación, películas

y videos sobre Microbiología y Ecología.

La trayectoria de esta excepcional mujer y la originalidad de su pensamiento,

justifican plenamente la selección y un mayor acercamiento a su vida y a su obra.

2. APROXIMACIÓN PERSONAL

Lynn Margulis nació en Chicago en 1938 en una familia de cuatro hijas, donde

ella era la mayor. Desde el punto de vista intelectual fue una adolescente precoz e

independiente, que con sólo 14 años decidió matricularse en un programa para no

graduados en la exigente Universidad de Chicago.

Posteriormente, Lynn Margulis ha narrado que aquellos cursos fueron cruciales

para su vocación por la ciencia. Gracias a un conjunto de profesores de mentalidad

abierta y dialogante, tuvo la oportunidad de leer directamente a los grandes científicos:

Charles Darwin, Gregor Mendel, al embriólogo alemán Hans Spemann y a August

Weismann. También a los neodarwinistas como J. Haldane, R. Fisher, al gran genetista

de origen ruso, aunque radicado en los Estados Unidos, T. Dobzhansky, o al

extraordinario Ernst Mayr, de origen alemán y también nacionalizado americano.

Margulis ha comentado en diversas ocasiones que debido a este magnífico

programa aprendió a pensar a través de la ciencia, en importantes cuestiones filosóficas

que la afectaron para el resto de su vida. Señala que estas enseñanzas la han inspirado

hasta el presente, no sólo por todo lo que aprendió, sino también por el apego a la

discusión científica que despertaron en ella y que tan útil le ha resultado en su actividad

como investigadora y como docente.

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Asimismo, la futura científica siguió un curso dedicado al estudio de la herencia;

un tema que en esos años estaba en plena ebullición pues Watson y Crick acababan de

descubrir la estructura del ADN (1953), y los jóvenes estudiosos de la época estaban

maravillados. Ella misma ha narrado que los numerosos coloquios y encendidas

discusiones originados a raíz del modelo de la doble hélice le resultaron

verdaderamente deslumbrantes.

Con estos estudios nació en Lynn Margulis una fascinación por la Biología y la

evolución del mundo vivo que, según ella misma ha afirmado, ya no la abandonó

jamás. Su formación se veía envuelta por el cuerpo coherente de la ciencia, producida

sobre todo en la primera mitad del siglo XX, y que proporcionó a la joven Lynn un

sólido sentido de la historia del pensamiento biológico y una firme vocación.

En este acercamiento personal a la investigadora, hay que subrayar un hecho

notable en su vida. Cuando empezó a estudiar en la Universidad, conoció a un

compañero, Carl Sagan, que con el tiempo se convertiría en un conocido astrónomo,

además de su primer marido. El joven estudiante, cinco años mayor que Margulis, tuvo

una gran influencia en la formación de la futura científica. Según ella misma ha

exteriorizado, después de los cursos de la Universidad de Chicago fue quien más influyó

en su vocación. Cuando se conocieron, él tenía 19 años y una enorme vocación por la

Astronomía, mientras que ella se confiesa con una formación bastante pobre y

fascinada ante el joven Sagan, cuyo amor por la ciencia era contagioso. En junio de

1957, con un consentimiento poco entusiasmado por parte de los padres de ella, que

sólo contaba con 19 años, se casaron3.

Desde los primeros años en la universidad, Margulis deseaba dedicar sus

esfuerzos a entender la evolución del mundo vivo. Pensó que la Genética era la

disciplina que proporcionaría las mejores claves para aproximarse mejor a tan

complicado proceso, y por ello muy pronto decidió que, sin lugar a dudas quería

estudiar dicha especialidad. Cuando acabó su licenciatura, Margulis y Sagan se

trasladaron a Madison donde ella obtuvo un master en Zoología y Genética por la

Universidad de Wisconsin. Poco después, en 1960, se instalaron en Berkeley, en cuya

3 Mucho después, su primer hijo, Dorion Sagan, se ha referido de manera divertida a sus padres como su madre Tierra y su padre Espacio. Así, mientras Carl Sagan ponía el énfasis en el cosmos y las estrellas, Margulis acentuaba el microcosmos y la Tierra.

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Universidad la joven se matriculó como estudiante graduada en el departamento de

Genética.

Sobre aquella época, la científica ha escrito: “A pesar de tener 22 años y ser ya

madre de dos niños muy activos, mi entusiasmo por la Genética celular y la Evolución

superaba cualquier pensamiento de convertirme en una ama de casa a tiempo

completo”.

Como tema de investigación, Margulis decidió dedicarse al estudio de los genes

extranucleares, o sea, aquellos que se encuentran fuera de los cromosomas del núcleo

celular. Con esta elección, la joven demostraba poseer una personalidad autónoma con

las ideas muy claras, ya que se trataba de una materia muy poco estudiada en ese

momento; algunos profesores incluso intentaron disuadirla señalando que era un

asunto poco propicio para un doctorado.

Sin embargo, y salvando todos los obstáculos, en 1964 con sólo 26 años, Lynn

Margulis recibió su PhD en Genética por la Universidad de California, en Berkeley. Por

esas fechas su matrimonio ya no funcionaba, por lo que se separó de Sagan y se mudó

a Boston donde sería profesora e investigadora entre los años 1966 y 1988. Cabe

también señalar que, antes de ser profesora de la Universidad, la joven trabajó durante

varios años en programas de enseñanza de la ciencia en colegios y formando a

profesores de Biología de los Cuerpos de Paz (PEACE CORPS) para América Latina.

Como hemos mencionado más arriba, los trabajos de investigación a los que

Margulis dedicaba sus esfuerzos eran por aquellos años considerados como muy poco

ortodoxos, una especie de herejía para la ciencia del momento. No obstante, ella

siempre ha sido una científica muy poco convencional, una verdadera enemiga del

pensamiento dogmático inflexible. Sirva de muestra lo contenido en un fragmento de

una entrevista concedida a la escritora Jeanne McDermott, en la que manifestaba que

poco después de mudarse a Boston vio en una revista una lista publicada por J. D.

Bernal, el gran cristalógrafo británico, sobre las preguntas más importantes sin resolver

de la Biología de la época. Una de ellas hacía referencia a uno de los temas que la

joven Margulis más le interesaba: el origen de las células grandes y complejas que

poseen núcleo. Inmediatamente envió una carta de respuesta de tres páginas a Bernal;

además, hizo copias y las envió a otros científicos interesados en la evolución celular.

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Su solución era la teoría de que dichas células nucleadas habían evolucionado por la

convergencia de dos o más células bacterianas diferentes y sin núcleo. Las respuestas a

sus cartas son muy significativas. Unos científicos le corrigieron la gramática, otro le

ordenó que saliera de ese campo, y sólo “Bernal dijo que yo había resuelto el

problema”, explica Margulis.

En 1970, Lynn se casó con Thomas Margulis, con quien tuvo dos hijos más. En

total ha tenido cuatro hijos y en distintas ocasiones ha manifestado sentir gran amor e

interés por los niños y la vida familiar. De hecho, también en la voz de la citada

escritora J. McDermott, hay muy poca separación entre la vida personal y la profesional

de Lynn Margulis. Es tan probable encontrar sus hijos en casa como en el laboratorio.

Actualmente, no le molesta llevar a alguno de sus nietos a la escuela cuando va de

camino de escuchar a un alumno defender su tesis. Entre ella y su familia se ha

desarrollado una notable colaboración. Por ejemplo, con Dorion Sagan, su hijo mayor,

ha escrito numerosos libros científicos, mientras que su nuera ha ilustrado la mayor

parte de ellos.

En lo que respecta al tema de la mujer como científica, o simplemente como

trabajadora asalariada, la investigadora, ante algunas preguntas de periodistas, ha sido

tajante: “Yo no hablo de mujeres ni para mujeres: es demasiado limitado”. En cierta

ocasión ha manifestado: “Hay quienes han dicho que mi estilo de trabajo sobre la

evolución es femenino, y eso es un error”.

A ella le satisface ser considerada por encima de todo, como una profesora.

Durante toda su vida profesional ha dedicado, tanto en el pasado como hoy en día,

gran parte de su tiempo a sus estudiantes, quienes están presente en la mayor parte

de sus reflexiones, así como también en gran número de sus trabajos y publicaciones.

Su actitud ante los jóvenes siempre se ha caracterizado por ser altamente estimulante e

incluso provocadora. Entre las cualidades que más aprecia en sus alumnos destaca la

curiosidad intelectual. En una entrevista concedida al también profesor de Biología, el

biólogo norteamericano Niel Campbell, ha expresado: “Un problema que he venido

observando es que los estudiantes están asustados y preocupados por puestos de

trabajo, o bien están aquí porque sus padres lo desean, lo que es bastante triste. Yo

creo que la ciencia debería enseñarse como un arte libre. Por mi parte, trato de resistir

las presiones para hacer de cualquiera un técnico. Si los estudiantes no se ven forzados

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a pensar cuando están en la Universidad, probablemente no lo conseguirán en el resto

de sus vidas. Los estudiantes, al igual que los científicos, deben dejar de confiar en la

autoridad y comenzar a observar a la Naturaleza y a las personas por sí mismos”.

Para finalizar este apartado, nos parece imprescindible subrayar que los

imaginativos y novedosos aportes realizados por Margulis han significado

principalmente una gran contribución a la visión que hoy tienen la mayoría de los

biólogos de la sorprendente diversidad de los organismos vivos y de las relaciones

existentes entre ellos. Pero es sabido que, desde muy antiguo, los naturalistas han

realizado enormes esfuerzos con el fin de extraer un orden ante la tremenda variedad

de la naturaleza y crear algún sistema de clasificación que permita organizar los

conocimientos. Pues bien, un breve repaso a la historia de algunos sistemas de

clasificación puede ser muy útil para apreciar las valiosas aportaciones que Lynn

Margulis ha realizado a partir de la segunda mitad de los años sesenta.

III. BREVE HISTORIA DE LOS SISTEMAS DE CLASIFICACIÓN DEL MUNDO VIVO HASTA LA DÉCADA DE 1960

Quizás resulte útil recordar aquí que la Sistemática es la rama de la Biología

dedicada a ordenar los organismos en distintos grupos, cada uno de los cuales recibe el

nombre de taxón. Algunos autores consideran que Sistemática y Taxonomía son

sinónimos, mientras que otros opinan que la Sistemática estudia la diversidad de la vida

y que abarca o engloba a la Taxonomía. Esta última estaría limitada sólo al análisis de

las características propias de un organismo con el propósito de asignarlo a un taxón,

poniendo así de relieve estructuras selectas diferenciadoras. En nuestro caso, dado que

no profundizaremos demasiado en el tema, hemos considerado que podrían

considerarse como sinónimos. Ahora bien, es importante insistir que los esquemas de

clasificación permiten identificar, nombrar y clasificar a los organismos, por lo que

organizan grandes cantidades de información.

Algunos biólogos desprecian la taxonomía por considerarla como meros ejercicios

de orden abstracto, por lo que no le conceden mérito científico alguno. Pero ésta es

una visión falsa. La taxonomía es un reflejo del pensamiento humano, ya que cada

sistema de clasificación propuesto es en realidad una teoría sobre las criaturas que

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ordena, representando el estado de la ciencia en un determinado momento de su

historia.

A este respecto, Margulis ha escrito: “La aparentemente superficial y aburrida

actividad de nombrar y agrupar a los organismos vivos, ha afectado profundamente a

mi vida científica”.

Con la finalidad de hacer esta exposición lo más clara posible, se ha dividido este

apartado en cuatro breves epígrafes. El primero abarca desde Linneo hasta que los

biólogos comprendieron que entre los organismos constituidos por células anucleadas –

o sea, los procariotas– y los compuestos por células con verdadero núcleo –es decir, los

eucariotas– existe un importante salto evolutivo. En el segundo epígrafe, señalamos

someramente las características de estos dos tipos celulares; mientras que en el tercero

se discute la explicación del origen de la célula eucariota, ante la observada

discontinuidad filogenética entre ésta y la procariota. Finalmente, hemos incluido

también un cuarto epígrafe dedicado a los fósiles de la vida microbiana del

Precámbrico, cuya abundancia descubierta a partir de la década de los sesenta

constituiría la prueba irrefutable de que los procariotas precedieron en el tiempo a los

eucariotas.

1. Surgimiento de los sistemas de clasificación modernos

El sistema de clasificación preevolutivo más completo fue, como es ampliamente

conocido, el propuesto por el botánico sueco Carl von Linné (castellanizado como Carlos

Linneo, 1707-1778). Esta figura de la ciencia comenzó la práctica moderna de la

nomenclatura binomial. Aunque se trate de un tema sobre el que se ha escrito y

discutido muchísimo, su importancia ha sido tan relevante que justifica un breve

recordatorio. En su gran obra, Systema Naturae, publicada por primera vez en 1735, el

botánico agrupó a todos los organismos conocidos para él (unos 36.000), en distintas

categorías llamadas especies, y a las especies similares en categorías llamadas géneros.

Daría a cada organismo un nombre genérico y uno específico, de aquí lo de binomial. El

género es un taxón más elevado o más inclusivo, y la especie es más pequeño y por

ello menos inclusivo. Linneo además agrupó a los géneros en taxones mayores, las

familias, éstas en órdenes y los órdenes en clases. Posteriormente, las clases se

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agruparon en phyla (singular phylum), y los phyla en reinos. Este sistema jerárquico

con categorías superiores cada vez más integradoras, es todavía crucial para el

conocimiento biológico.

En 1789, en Genera Plantarum, el francés A. L. Jussieu (1748-1836) extendió la

clasificación de Linneo a más plantas y acentuó la importancia de la organización

interna de los seres vivos. Su contemporáneo, el célebre fundador de la Anatomía

Comparada y la Paleontología de vertebrados, George Cuvier (1769-1832), al expandir

la aproximación de Linneo a los animales que sólo eran conocidos por el registro fósil,

jugó un papel fundamental en la relación entre el conocimiento biológico y geológico.

Poco después, el botánico suizo francés A. de Candolle (1778-1841), creador del

término taxonomía, amplió el análisis de Cuvier ideando un grupo mayor e inclusivo

para las plantas, las llamadas divisiones, algunas de las cuales todavía hoy se usan, al

menos informalmente.

Hay que tener presente que todos estos autores creían que las especies eran

fijas, o sea, formas eternamente separadas creadas por un Dios todopoderoso. Los

esfuerzos de los naturalistas eran entonces considerados como un ejercicio destinado a

“revelar el plan divino” o a “desenmascarar a la naturaleza”. En este contexto, el

célebre botánico sueco, por ejemplo, escribió: “Dios crea y Linneo ordena” . El mismo

Cuvier consideraba que los fósiles eran evidencias de vida pasada que había

desaparecido después del Diluvio Universal u otras catástrofes.

A pesar de que Linneo, Cuvier y otros menos conocidos, no eran evolucionistas,

con su minuciosa atención a las relaciones entre los seres vivos llevaron a cabo trabajos

cuyo contenido y rigor contribuyeron a potenciar el emergente pensamiento evolutivo.

Como sabemos, a mediados del siglo XIX, las ideas del creacionismo y fijismo, ya

bastante debilitadas, se encontraron ante el impacto de la obra de Darwin.

La publicación del Origen de las Especies por Selección Natural , en 1859,

provocó la revolución quizás más nombrada y estudiada del pensamiento biológico. La

poderosa generalización de este autor extraordinario afirmando que todos los seres

vivos descienden de un antepasado común y por tanto presentan distintos grados de

parentesco, tuvo enormes consecuencias sobre los sistemas de clasificación de los

organismos. Como corolario, las especies ya no eran fijas, productos estáticos de la

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creación, sino que cambiaban a lo largo del tiempo. El mundo vivo evolucionaba y el

mecanismo que permitía tales cambios era la selección natural revelada por Darwin.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los sistemas de clasificación

empezaron a adquirir un carácter evolucionista, o sea, que debían reflejar las relaciones

de parentesco existentes entre las especies que ordenan. Además, los descubrimientos

paleontológicos estimularon también a los sistemáticos para que sus clasificaciones

mostrasen la historia de la vida. Las clasificaciones se convirtieron en filogenias: árboles

ramificados, con ramas y ramitas convergentes en un tronco común, que ponen de

manifiesto las relaciones de parentesco entre las especies y los taxones más altos, tanto

entre los vivos como entre los antepasados ya extintos. Es decir, a partir de entonces

los científicos se han esforzado por diseñar clasificaciones sistemáticas que representen

la historia evolutiva lo más fielmente posible.

Desde los tiempos de Aristóteles, los estudiosos de la naturaleza han ordenado el

mundo vivo dividiéndolo sólo en dos reinos: plantas y animales. Los microorganismos,

conocidos desde el siglo XVII gracias a las célebres observaciones de Anthony van

Leeuwenhoek (1632-1732), sólo empezaron a tenerse en cuenta con la llegada de los

buenos microscopios del XIX. Sin embargo, nadie sabía como clasificar a estos

diminutos seres; los zoólogos los llamaban pequeños animales en movimiento; los

botánicos pequeñas plantitas verdes. Pero ninguna clasificación tenía sentido porque no

reflejaban ninguna historia evolutiva. Paradójicamente, las primeras criaturas que

evolucionaron resultaron ser las últimas que los científicos descubrieron. Ante ese

desconcierto, algunos autores propusieron crear un tercer reino y hasta un cuatro.

En esta línea el conocido biólogo y filósofo alemán, Ernst Haeckel (1834-1919),

considerable defensor del darwinismo, comprendió que el concepto de evolución

significaba un problema para la antigua dicotomía planta/animal. Se dio cuenta de que

este rígido sistema contradecía los nuevos conocimientos inferidos a partir de la

comprensión de la historia evolutiva de la vida. Sería el primer evolucionista importante

que intentó una clasificación basada en la filogenia, tratando de reemplazar el sistema

de dos reinos planta/animal por uno de tres reinos (1878), para lo que hizo numerosas

propuestas. Los límites del nuevo reino, al que llamó Protista, fluctuaron a lo largo de la

dilatada carrera de este autor, pero su objetivo era establecer a los organismos más

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primitivos y ambiguos separados de las plantas y animales, lo que implicaba que los

seres más grandes habían evolucionado a partir de sus antepasados protistas. Haeckel,

además, reconoció dentro del reino protista a las bacterias y las cianobacterias (en

aquel entonces denominadas algas verdeazules) como un grupo importante, el Monera,

caracterizado por la falta de núcleo celular.

Sin embargo, la mayoría de los biólogos de esos años ignoraron las propuestas

de nuevos reinos o las consideraron curiosidades sin importancia sugeridas por

excéntricos. Incluso hasta bien entrado el siglo XX, una única dicotomía planta/animal

seguía siendo considerada como lógica y suficiente.

Pero esta suficiencia ya no podía durar mucho. Los avances de la Embriología y

la Bioquímica empezaron a proporcionar a los taxónomos de nuestro siglo nuevas

herramientas. Aunque de forma lenta, el clima de opinión comenzó a cambiar. Las

recientes técnicas revelaron afinidades y diferencias fundamentales en el nivel

subcelular, que estimularon un torrente de nuevas proposiciones de sistemas de

múltiples reinos. En efecto, algunos expertos pronto comprendieron que las principales

diferencias entre las criaturas vivas no se encontraban entre sus características más

conspicuas, sino básicamente en las células de las que estaban hechas.

Herbert F. Copeland fue uno de los primeros en señalar la existencia de un

profundo salto evolutivo entre los organismos anucleados y todos los compuestos por

células nucleadas. En 1956 propuso el establecimiento de cuatro reinos: Monera,

Protista, Plantas y Animales, de los cuales el primero incluía a todos los organismos

cuyas células carecían de núcleo. No obstante, al igual que otros sistemas de

clasificación multi-reinos, el de Copeland arrastraba un error: no señalaba la unidad

filogenética esencial de todos los organismos nucleados.

Un sistema de clasificación que empezó a ganar terreno por esos años fue el

propuesto por R. H. Whittaker en 1959. Era un esquema de cinco reinos, que debía

mucho al de los cuatro propuesto por Copeland, donde el autor proponía la existencia

de uno nuevo: el de los hongos o Fungi. Brevemente, el sistema de Whittaker consistía

por lo tanto en los siguientes reinos: Monera (bacterias), Protoctista (algas, protozoos,

mohos y otros organismos acuáticos y parásitos poco conocidos), Fungi (setas y

líquenes), Animalia (animales con o sin columna vertebral) y Plantae (musgos,

helechos, coníferas y plantas con flores).

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El progreso del instrumental tecnológico ha sido una permanente fuente de

información. Esta vez, los notables avances en el conocimiento citológico ocurridos a

partir de finales de la década de 1950, sobretodo gracias al uso cada vez más amplio de

microscopios de alta resolución en la investigación biológica, permitieron que se

pudiese demostrar que las formas no nucleadas y las nucleadas constituyen dos grupos

claramente definidos, agrupados bajo los términos de procariota y eucariota

(aparentemente usados por primera vez por Chatton en 1937). Para un cierto número

de autores resultaba ya evidente que estos dos grupos merecían la categoría de reinos,

o incluso de superreinos, puesto que las diferencias entre ellos eran mayores que las

observadas entre los reinos ya admitidos. Consideraban que, cualquiera que fuese la

designación adoptada, quedaba claro que el mundo vivo, en base a sus características

citológicas, debía dividirse en los dos mencionados grupos principales, existiendo entre

ambos una gran discontinuidad filogenética.

Así por ejemplo, en 1970, el biólogo R. Y. Stanier escribió: “Las numerosas y

fundamentales diferencias entre los organismos procariotas y eucariotas (...) sólo se

han reconocido por completo en los últimos años. De hecho, la divergencia básica en la

estructura celular que separa a las bacterias y a las algas verdeazules de todos los

demás organismos celulares, representa probablemente la mayor discontinuidad

evolutiva encontrada en el mundo vivo actual”.

Al objeto de situar al lector en lo que se conocía de ambos tipos de células,

trataremos de manera sucinta las características más destacadas conocidas en la

década de los sesenta.

2. Procariotas y eucariotas

Ya en 1941, el arriba citado Stanier y van Niel, habían caracterizado a los

procariotas por la ausencia de núcleo, ausencia de mitocondrias, plastos y reproducción

sexual. Veinte años más tarde estas distinciones, con ciertas cualificaciones como la

constatación de que en varios grupos de poblaciones procariotas existe recombinación

genética, eran todavía esencialmente ciertas. Pero las nuevas técnicas habían también

revelado numerosas semejanzas entre diversos grupos de organismos procariotas y

existía una amplia bibliografía que trataba de la estructura de éstos.

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Lynn Margulis 14

En efecto, esencialmente se sabía que, tomados como grupo, los organismos sin

núcleo son mucho más pequeños y de morfología más simple que la mayoría de los

nucleados. Aunque, también era evidente que esta amplia generalización no podía ser

considerada como distintiva de dos reinos, pues las principales diferencias se

encontraban a nivel de las células individuales. En términos generales, la diferencia más

obvia era la ausencia en los procariotas de orgánulos limitados por doble membrana:

núcleo, mitocondrias y plastos, y de otras estructuras membranosas.

En lo que respecta a la estructura más conspicua, el núcleo, los numerosos

estudios llevados a cabo en la década de 1950 habían resuelto la mayoría de las

controversias y proporcionado una descripción bastante fiel de las principales

estructuras equivalentes al núcleo en los procariotas. A partir de la segunda mitad de

los años sesenta, se conocía que en lugar de un núcleo rodeado por una envoltura

membranosa, los procariotas presentan una masa más o menos amorfa que, como

habían revelado las técnicas apropiadas, siempre contenía ADN, cuya organización se

conocía ya con bastante detalle. En esos años, el biólogo celular norteamericano H. Ris

(1961; 1966) había propuesto que, aunque el ADN procariota solía llamarse

“cromosoma bacteriano”, en realidad ofrecía muy pocas similitudes con los cromosomas

del núcleo eucariota, que de manera diferente contenían grandes cantidades de

proteínas histonas y proporciones más pequeñas de ARN y otras proteínas4.

Los biólogos también habían observado que la división mitótica del núcleo, con la

escisión longitudinal de los cromosomas y la distribución exacta de los cromosomas

hijos en los dos nuevos núcleos, era igualmente distintiva de los eucariotas. También en

esos años la conjugación bacteriana era ya bien conocida, pero no se consideraba a la

célula receptora genéticamente equivalente al cigoto eucariota. Asimismo, se había

observado que la absorción de material genético nuevo por una bacteria no iba

necesariamente seguida de recombinación. Además, se admitía que los procariotas

carecían de proceso sexual normal, con el establecimiento de una condición diploide,

seguida más pronto o más tarde por una división reductora asociada a la producción de

células haploides. Dicho proceso se sabía ya relacionado con la posesión de

4 Muchos autores consideran hoy que los procariotas no poseen verdaderos cromosomas, sino un genóforo (portador de genes). Sin embargo, el uso del término “cromosoma bacteriano” está muy extendido.

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Lynn Margulis 15

cromosomas verdaderos y del modelo preciso de división celular, encontrado tanto en

la mitosis como en la meiosis, propias de eucariotas.

A la altura de 1969, numerosos biólogos consideraban como evidente que los

procariotas constituyen un grupo coherente, con una estructura celular sustancialmente

uniforme y diseño relativamente simple. Por otra parte, la evidencia disponible

apuntaba con claridad a un origen monofilético para los eucariotas, a pesar de su

increíble diversidad. La búsqueda de los antepasados eucariotas se estrechaba aún más

al tener en cuenta sus apéndices móviles: los cilios y flagelos, compuestos todos por

haces de fibras de una estructura sorprendentemente uniforme. El conocido modelo

básico llamado 9 + 2, de 9 pares de microtúbulos de disposición periférica y un par

central, podría implicar un origen común a partir de un remoto antepasado flagelado

para todos los animales y casi todas las plantas.

Esa evolución de conocimientos sería acelerada con los trabajos de Lynn

Margulis. Desde que ella empezó su labor como científica, aportó ideas muy

significativas para intentar explicar el origen de la célula eucariota. Pero como la propia

autora ha repetido en muchas ocasiones, este tema tenía ya una larga tradición que

nos parece digna de rememorarse.

3. El origen de la célula eucariota antes de Margulis

A finales del siglo pasado, utilizando el microscopio compuesto, los biólogos ya

habían observado inclusiones de aspecto bacteriano en células vegetales y animales.

Algunos creyeron que podían ser, o podían haber sido en el pasado, bacterias que

habían comenzado a vivir en simbiosis5 dentro de un hospedador de mayor tamaño. En

realidad, prácticamente desde que se descubrieron los orgánulos celulares ha estado

presente en la literatura clásica de citología el concepto de su origen simbiótico

En efecto, en 1883 el biólogo alemán A. Schimper observó que los cloroplastos

nunca surgen de novo en el interior de la célula, sino que son capaces de crecer y

dividirse por fisión binaria de una manera más o menos autónoma. Fue el primero en

proponer la idea de que las partes fotosintéticas de las células vegetales podían

proceder de cianobacterias (o algas verdeazules como se las llamaba en aquel tiempo),

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Lynn Margulis 16

que habían evolucionado como simbiontes en el interior de la célula vegetal. Este autor

sugirió entonces la idea básica de la hipótesis de la endosimbiosis. Hipótesis que luego

fue formulada con mayor precisión por Altmann (1890), quien propuso por primera vez

también la naturaleza endosimbiótica de las mitocondrias.

En 1910 el biólogo ruso Konstantin Mereschovsky (1855-1921) publicó una visión

esencialmente moderna sobre el origen de la célula eucariota a partir de la evolución

simbiótica de varios tipos de bacterias. Basaba su teoría en la apariencia y en los

comportamientos similares de las bacterias de vida libre y los orgánulos de las células

animales y vegetales. Más tarde, Guillermond apoyó esta teoría en diferentes ocasiones

(1912; 1919; 1921). Igualmente, en 1918 Portier también creyó en el origen bacteriano

de las mitocondrias y consideró a la simbiosis como uno de los fenómenos básicos de la

vida.

Entre todos estos defensores tempranos de la endosimbiosis, el más entusiasta

fue el biólogo norteamericano Ivan Wallin, quien publicó una larga serie de artículos

que culminaron en un libro titulado en castellano: Simbionticismo y origen de las

especies, editado en 1927. Defendía que una simbiosis adecuada podría lograr

cualquiera de las características estructurales y funcionales de los “organismos

superiores”, y concluía que el simbionticismo es el factor fundamental en el origen de

las especies: “Así como la reproducción asegura la perpetuación de las especies

existentes, el autor cree que el Simbionticismo asegura el origen de nuevas especies”.

Cuando Wallin propuso que los componentes celulares, cloroplastos y

mitocondrias, se originaron a partir de bacterias simbióticas, él y sus ideas fueron

totalmente rechazados. Para la opinión dominante de la sociedad biológica de la época,

su “teoría del simbionticismo” resultaba ridícula. Las bacterias eran consideradas como

agentes causantes de enfermedades y no originadoras de novedades evolutivas.

Actualmente se asume que el trabajo de Wallin está más en sintonía con la manera de

pensar presente que con la de sus tiempos. Según explica Margulis, una de las razones

por la que sus propuestas ni siquiera fueron examinadas críticamente, fue la extendida

admisión de una taxonomía rígida en la que todos los organismos eran clasificados

como plantas o como animales. Incluso los microbios, como se ha mencionado más

5 Por simbiosis se entiende la convivencia en estrecho contacto físico de organismos de especies distintas. Este término fue acuñado por el botánico alemán A. de Bary en 1873, quien lo definió como “la

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Lynn Margulis 17

arriba, si nadaban se asignaban al reino animal, pero otros, si eran de color verde,

aunque fuesen extremadamente parecidos a los primeros, se consideraban plantas. Las

contradicciones, discusiones y polémicas proliferaban.

También en la década de 1920, concretamente en 1925, E. B. Wilson escribió:

“Recientemente, 1922, Wallin ha sostenido que los condriosomas (=mitocondrias)

podían considerarse bacterias simbióticas cuya asociación con otros componentes

citoplasmáticos podría haber tenido lugar en las primeras etapas de la evolución (...).

Para muchos, no hay duda, estas especulaciones pueden aparecer demasiado

fantásticas como para presentarlas ante la opinión de la sociedad biológica; sin

embargo, cae dentro de lo posible el que más adelante sea considerada con mayor

seriedad”.

Puede entonces afirmarse que durante la primera mitad del siglo XX lo normal

fue rechazar las teorías sobre simbiosis tachándolas hasta de ridículas o absurdas.

Tanto es así que el profesor norteamericano Richard Klein llegó a decir respecto de la

endosimbiosis en 1967: “Esta falsa moneda ha estado en circulación durante mucho

tiempo (...). Desde luego no existe base química, estructural o filogenética que pueda

sustentar esta creencia”. El concepto de endosimbiosis para explicar el origen de la

célula eucariota, se mantuvo durante mucho tiempo en el entorno de la “cuasi ciencia”,

incluso a pesar de que datos como el tamaño, respuestas de tinción y correlación entre

la presencia de orgánulos con ciertos rasgos heredados la hubieran reforzado. Los

críticos señalaban que el concepto de un origen independiente para los orgánulos,

aunque atractivo para algunos, no podía demostrarse.

Sin embargo, cuando fue posible analizar el material genético, no pudo

explicarse la presencia de ADN en los orgánulos, ni mucho menos por qué éste era

parecido al de los genóforos bacterianos y distinto del de los cromosomas del núcleo.

Por ejemplo, el conocido citólogo norteamericano H. Ris en 1962 quedó impresionado

por la semejanza entre el aspecto del ADN de los cloroplastos y el de las cianobacterias.

Desde ese momento, las “pruebas químicas, estructurales y filogenéticas” empezaron a

apuntalar cada vez más la idea que explica el origen de algunos componentes de las

células nucleadas a partir de bacterias de vida libre.

vida en común de organismos de distinto nombre”.

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Lynn Margulis 18

Lo cierto fue que, a medida que los biólogos celulares fueron conociendo con

mayor profundidad las diferencias entre las células con y sin núcleo, se hacía cada vez

más urgente la necesidad de explicar la existencia del gran salto evolutivo observable

entre ambas. Si bien el origen de los procariotas ha estado siempre englobado dentro

del estudio del origen de la vida, el de la célula eucariota –como se desprende de lo

expuesto más arriba– era una cuestión generadora de notables desacuerdos entre los

expertos. Hasta finales de los años sesenta, la inmensa mayoría creía que el único

mecanismo evolutivo para producir nuevas poblaciones de organismos era la progresiva

diferenciación de la descendencia vía mutaciones de muchas clases y su selección

natural.

El origen de la célula nucleada se explicaba a partir de una transformación

gradual de algún antepasado procariota. Era la conocida teoría autógena, que sugería

que los orgánulos rodeados de membrana del citoplasma se habían desarrollado

paulatinamente a partir de invaginaciones de la membrana celular o evaginaciones de la

membrana nuclear y, mediante diferenciación progresiva, habían generado

posteriormente sus funciones específicas independientes. Finalmente, los orgánulos

habían proporcionado a la célula ventajas selectivas. A este respecto, en 1974, el

biólogo F. Taylor escribió: “El punto de vista clásico asume lógicamente que todos los

orgánulos primarios eucariotas fueron producidos por la diferenciación del componente

celular de un protoeucariota único, o sea autógenamente”.

No sería hasta finales de la década de 1960, cuando algunos autores entre los

que destaca Lynn Margulis, empezaron a defender un punto de vista alternativo para

explicar el salto evolutivo entre células procariotas y eucariotas: la conocida, aunque

marginada, teoría de la endosimbiosis. Pero en estas fechas la teoría recuperaba y

enriquecía las anteriormente propuestas por Mereschovsky y Wallin. Apoyándose en los

descubrimientos más recientes, sacudía los cimientos de la Biología clásica al atreverse

a sugerir de nuevo el mecanismo evolutivo, en esos momentos considerado falto de

rigor, la simbiosis.

Los defensores de la teoría endosimbiótica se oponían a la teoría autógena

argumentando que la filiación directa para explicar el origen de los eucariotas a partir

de los procariotas, presentaba un claro vacío reflejado en la evidente discontinuidad

evolutiva entre ambos tipos celulares. Por el contrario, tal discontinuidad desaparecía

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Lynn Margulis 19

al admitir que los orgánulos intracelulares presentes en la célula eucariota habían sido

en el pasado microorganismos de vida libre que penetraron en una célula hospedadora.

Los simbiontes habrían posteriormente evolucionado de forma conjunta como una

unidad que terminó por convertirse en la moderna célula eucariota.

Cabe apuntar a este respecto que a partir de trabajos realizados entre 1964 y

1967 pudo demostrarse que tanto los cloroplastos aislados como las mitocondrias

podían sintetizar algunos de sus componentes esenciales, incluyendo ciertas proteínas,

lo que indicaba que eran, en cierta medida, autónomos. También se puso de manifiesto

que ambos podían sufrir mutaciones específicas heredadas independientemente de las

mutaciones que afectan a los cromosomas del núcleo. Sin embargo, tanto los

cloroplastos como las mitocondrias parecían ser dependientes de los genes nucleares

para la síntesis de, por ejemplo, varias enzimas. En base a esta dependencia de los

genes nucleares, la gran mayoría de los autores siguieron insistiendo en que la

evidencia genética proporcionaba muy poco apoyo a la hipótesis endosimbiótica.

En definitiva, las publicaciones en torno a finales de la década de 1960, indican

que muchos científicos estaban de acuerdo en que, fundándose en las observaciones

citológicas, la principal diferencia entre los seres vivos se basaba en si las células que

los forman tienen o no tienen núcleo. Sin embargo, la inmensa mayoría continuaba

creyendo que, a pesar de las marcadas semejanzas entre algunos procariotas de vida

libre y los plastos o mitocondrias de los eucariotas, estos orgánulos habían

evolucionado a partir de la transformación progresiva de un único procariota

antepasado, y no de un conjunto simbiótico de ellos.

Para completar la situación general existente en la época a la que estamos

haciendo referencia, se hace imprescindible analizar el nuevo concepto de evolución

celular. Se trata de los aportes procedentes de un campo muy distinto y hasta la fecha

completamente independiente: la Paleobiología del Precámbrico. Nos parece pues

oportuno hacer un breve inciso al respecto.

4. La Paleobiología del Precámbrico

Durante mucho tiempo, la gran mayoría de los expertos estuvieron convencidos

de que la larga extensión del Precámbrico carecía de fósiles. Recordemos que el

Precámbrico es la Era geológica que abarca desde la formación de nuestro planeta –

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Lynn Margulis 20

hace unos 4.600 millones de años – hasta la aparición de las primeras formas vivas

pluricelulares con esqueleto– hace aproximadamente 550 millones de años; este

período de tiempo incluye, por tanto, el origen de la vida, que se calcula se remonta a

hace unos 3.800 millones de años.

En la mitad de la década de los cincuenta, los paleontólogos norteamericanos

Barghoorn y Tyler, basándose en la intuición de que la vida microbiana debía haber

precedido a la aparición de los animales y de las plantas, fueron los primeros en aportar

pruebas de la existencia de los precursores microbianos. Ambos científicos

emprendieron estudios microscópicos de ciertas rocas sedimentarias de alrededor de

unos dos mil millones de años de antigüedad, y descubrieron abundantes formas

diminutas semejantes a células. Los investigadores comprobaron que algunas de las

estructuras halladas eran lo bastante parecidas a las modernas bacterias como para ser

los antepasados fósiles de vida microbiana.

Ante los nuevos descubrimientos de la Micropaleontología, los biólogos tuvieron

entonces que reconsiderar sus ideas: ahora el Precámbrico aparecía lleno fósiles.

Además, algunos importantes avances en el conocimiento de los organismos primitivos

indicaban que formas similares a los procariotas actuales precedieron a los tipos

eucariotas más elaborados en más de dos mil millones de años. Los estromatolitos, que

son rocas sedimentarias presentes en todo el registro fósil, pero especialmente

abundantes en el Precámbrico, proporcionaron otra evidencia de los procariotas de

aquellos lejanos tiempos, ya que son depósitos similares a los producidos por las

actuales cianobacterias. Desde estos descubrimientos se reconoció que la historia fósil

de la vida microbiana se extiende a lo largo de vastísimos períodos de tiempo.

En resumen, a finales de la década de los años sesenta nos encontramos con

que los biólogos se vieron obligados a reconsiderar seriamente el estado de sus

conocimientos ante la abundante producción de novedades provenientes de distintas

especialidades de las Ciencias de la Vida, como la Biología Celular y Molecular o la

Paleontología.

En concreto, los taxónomos reconocían con un consenso cada vez mayor que la

clasificación del mundo vivo en el tradicional sistema dicótomo plantas/animales era

excesivamente rígida y ya no podía sostenerse. El número de expertos que aceptaba el

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Lynn Margulis 21

sistema de cinco reinos propuesto por Whittaker se ampliaba constantemente,

admitiendo que la principal diferencia entre los seres vivos era el tipo de célula que los

formaba.

Los que más agradecieron este giro fueron los que habían sintonizado con lo

dicho hacía ya más de 70 años, cuando algunos expertos sospechaban que la célula

nucleada podía haberse originado como una comunidad de simbiontes que

constituyeron una unidad capaz de evolucionar conjuntamente. El problema radicaba en

que esta hipótesis nunca había sido tomada en serio por la comunidad científica. Había

permanecido, como han dicho algunos autores, en el “limbo de la seudo ciencia” desde

que fue propuesta por primera vez.

Finalmente, los microbiólogos asumieron la existencia de abundantes restos

fósiles de procariotas y eucariotas unicelulares primitivos que habían habitado la Tierra

durante el Precámbrico. Pudo probarse entonces que las células procariotas precedieron

en el tiempo, probablemente en más de 2.000 millones de años, a las eucariotas.

Ese panorama científico fue el que se encontró la joven Lynn Margulis cuando

comenzó su extraordinaria actividad como investigadora. Veamos ahora sus esfuerzos

con algo más de detalle.

IV. NACIMIENTO DE UNA INVESTIGADORA: LOS PRIMEROS TRABAJOS

Cuando Lynn Margulis entró en la universidad, o sea, a mediados de la década

de los cincuenta, las Ciencias Biológicas tenían clara la necesidad de una explicación

química para los fenómenos relacionados con la vida. La disciplina tenía un marcado

acento puesto en el material genético encerrado dentro del núcleo. La corriente

principal de biólogos encontraba sumamente excitante la búsqueda de las “bases

materiales” de la vida. Elucidar la química de la herencia constituía el estimulante

objetivo de un número creciente de investigaciones, las cuales llevaron a una serie de

descubrimientos deslumbrantes para la comunidad científica. Por ejemplo, la

publicación sobre el ADN como la base química de los genes (Avery y col. 1944;

Hershey y Chase, 1952), la espectacular revelación del modelo de la doble hélice

(Watson y Crick, 1953)6, o el no menos asombroso aumento en los conocimientos

sobre el interior de la célula y su núcleo, revelaron que la química sostenía la incesante

6 Estos temas se tratan en los capítulos dedicados a Barbara McClintock y Rosalind Franklin.

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Lynn Margulis 22

actividad de la célula. Todos estos resultados catapultaron, como es conocido, el

nacimiento de la Biología Molecular, un campo sujeto a una nueva revolución biológica

que llevó a la comunidad científica a certificar que el metabolismo celular controlado

por los genes nucleares constituye la base química de toda la vida.

La joven Margulis, al principio, y como ella misma ha reconocido influenciada por

Sagan, creyó que en gran medida todos los fenómenos de la herencia terminarían

sucumbiendo a una explicación únicamente basada en el funcionamiento de los genes

contenidos en el núcleo celular. Sin embargo, muy pronto, incluso antes de acabar la

licenciatura, la inquieta estudiante empezó a tener la sensación de que todo en Biología

se estaba volviendo demasiado reduccionista. Le resultaba incómoda esa idea central

de que los genes presentes en el núcleo de las células determinan todas las

características de las plantas y los animales. Para ella resultaba más riguroso observar

directamente a las células vivas antes que fragmentarlas para examinar su intrincada

química, es decir, su metabolismo. Se sentía intrigada por el comportamiento de los

orgánulos heredables como parte integrante del citoplasma de las células nucleadas

completas. Hay que señalar que hoy, muchos años después, Margulis está convencida

de que sus estudios biológicos posteriores han confirmado su escepticismo inicial ante

el creciente reduccionismo que se iba apoderando de la Biología.

En realidad, esta bióloga desde muy pronto decidió estudiar los sistemas

genéticos que se encuentran en las estructuras fuera del núcleo, o sea, en los

orgánulos citoplasmáticos. Recordemos que a principios de los años sesenta empezaron

a publicarse fotografías tomadas con el microscopio electrónico; ella las estudió y

analizó con ahínco. En estas microfotografías podía detectarse con claridad la presencia

de ADN en las mitocondrias y en los cloroplastos, lo que desconcertaba a la comunidad

biológica, pero no a ella, quien ha manifestado: “Yo había leído bibliografía sobre

Biología celular y Genética de finales del siglo XIX y principios del XX, y recordaba que

los genes del citoplasma y los del núcleo han tenido diferentes orígenes en la

evolución”. Sin embargo, la mayor parte de los biólogos sabían muy poco sobre los

sistemas genéticos del citoplasma. “Lo que a mi me preocupaba era irrelevante para la

mayoría de mis tutores o compañeros de estudios”.

La generalizada falta de interés por los sistemas genéticos extranucleares tenía

en esos años una razón histórica. Es conocido que la genética nuclear comenzó en la

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Lynn Margulis 23

primera década del siglo XX; pero, aunque menos conocido, también en esa época se

iniciaron los trabajos sobre genética citoplasmática. Ambas líneas de investigación

arrancaron del redescubrimiento del trabajo de G. Mendel aunque, como sabemos, éste

se refería únicamente a los genes nucleares. Los investigadores en Genética, eufóricos

por sus descubrimientos sobre los factores de Mendel (los genes nucleares), se

encontraban, no obstante, perplejos ante los sistemas de genes no nucleares o

citoplasmáticos, que fueron mayoritariamente abandonados.

Es ampliamente sabido, y también lo hemos comentado en otros capítulos de

este libro, que el estudio de los cromosomas del núcleo en las primeras décadas del

siglo resultó tan fructífero que los biólogos obtuvieron aluviones de información.

Pensemos por ejemplo en los trabajos de uno de los grandes fundadores de la

Genética: Thomas H. Morgan y sus colaboradores. Sus innumerables resultados

llevaron, entre otras muchas cosas, a demostrar que bajo las famosas leyes de Mendel

se encontraba el comportamiento de los cromosomas.

En la época en que Margulis empezó a trabajar como científica, la teoría

cromosómica de la herencia estaba tan ampliamente aceptada que incluso el término

“teoría” se había descartado, y se la enseñaba como un hecho: los genes están en los

cromosomas. El término cromosomas hacía referencia sólo a la organización del

material hereditario presente en el núcleo celular. En otras palabras, las pruebas de la

localización nuclear de los genes que determinan los rasgos era considerada lo

suficientemente robusta como para que los nuevos hallazgos del conocimiento genético

pudieran resumirse en “las bases cromosómicas de la herencia”.

No obstante, no suscitaba el acuerdo de todos. Por ejemplo, los embriólogos,

estudiosos principalmente de la genética citoplasmática, señalaban continuamente que

un óvulo fecundado no es sólo un pequeño saco portador de un núcleo lleno de genes.

Los genes citoplasmáticos tanto de las plantas como de los animales, afirmaban

apoyados por los fisiólogos vegetales, aunque no están en el núcleo también ejercen

control sobre los rasgos hereditarios. Pudieron demostrar que los factores externos al

núcleo estaban profundamente implicados en la respiración en presencia de oxígeno o

en la coloración de las hojas. La cuestión se proyectaba afirmando que los genes

responsables de los caracteres hereditarios no estaban únicamente en el núcleo, pues

Page 24: Lynn Margulis

Lynn Margulis 24

tanto en las plantas como en los animales algunos factores genéticos se encuentran

fuera de él.

Ya en 1930, cuando se realizaron los primeros trabajos bioquímicos en Alemania

y Gran Bretaña, se había establecido firmemente que en la levadura y otros hongos las

mitocondrias contenían sus propios genes. Por su parte, De Vries y Correns, los dos

botánicos que independientemente redescubrieron los trabajos de Mendel alrededor de

1900, habían observado que los cloroplastos heredados de un progenitor, generalmente

el femenino, determinaban la intensidad del color verde siguiendo un modelo de

herencia no nuclear. Dedujeron entonces que los cloroplastos también tenían sus

propios factores hereditarios. Pero sin embargo, más tarde, alrededor de 1945, alguien

de tanta influencia como Morgan había escrito: “Desde el punto de vista de la herencia,

el citoplasma celular puede ignorarse”.

Margulis, siendo muy joven, calificó esta frase de Morgan como una arrogante

simplificación. Para ella resultaba claro que el énfasis en conectar la Genética sólo con

los genes de los cromosomas había dado a los científicos una perspectiva demasiado

estrecha, una exagerada visión del núcleo. En efecto, en 1963, mientras hacía su

doctorado había leído artículos referentes a la presencia en el citoplasma del óvulo

fecundado de “misteriosos” genes fuera del núcleo. Para ella no existía tal misterio,

pues estaba convencida que si bien en la herencia nuclear los genes masculinos y los

femeninos influyen por igual, el cigoto contiene además otros genes importantes,

generalmente de origen materno, que no están en el núcleo. Afirmaba que siempre

deben tenerse en cuenta la herencia nuclear y la citoplasmática, tanto en lo que

concierne a la célula completa como al organismo completo.

Éste fue el punto de partida de la joven como científica. El consejo de Morgan le

pareció desde el principio simplemente negativo. Se dedicó pues a estudiar

experimentos publicados donde se discutía la significativa influencia en la herencia de

las mitocondrias y los cloroplastos. Pudo asimismo leer la obra escrita en los años 20

por E. B. Wilson, de donde obtuvo gran cantidad de información acerca de las

semejanzas existentes entre los orgánulos celulares, plastos y mitocondrias, con ciertos

microbios de vida libre. Esto la indujo a estudiar los microorganismos en la literatura

sobre simbiosis. También conoció los trabajos de Wallin y Merezhkovsky; de éstos ha

opinado: “Yo sospechaba que estaban en lo cierto cuando propusieron la hipótesis de

Page 25: Lynn Margulis

Lynn Margulis 25

que las partes no nucleares de la célula, con su propia herencia peculiar, eran formas

remanentes de bacterias que una vez tuvieron vida libre. Me parecía obvio que habían

sistemas de herencias dobles con células dentro de células”.

Cuando el poco convencional biólogo celular norteamericano H. Ris hizo públicas

sus excelentes fotografías del microscopio electrónico a principios de los años sesenta,

Margulis, como se ha mencionado, las estudió con gran interés. Sus conclusiones la

levaron a que afianzara su creencia: fuera del núcleo residían bacterias, tanto en el

citoplasma de ciertos protistas, como en el de las levaduras e incluso el de las células

animales y vegetales. A medida que la joven revisaba la literatura sobre genética

citoplasmática se le hacía más obvio que al menos dos clases de orgánulos rodeados de

membrana parecían bacterias en su comportamiento y metabolismo. A este respecto ha

escrito: “Incluso diferenciar entre una bacteria atrapada dentro de una célula y un

orgánulo heredado como parte de la célula me parecía, en algunos casos imposible.

Una bacteria verde azulada que ha perdido su pared y que reside y crece

confortablemente en el citoplasma de una célula vegetal parecía ser exactamente el

orgánulo que todos llamamos cloroplasto”. Actualmente Margulis ha exteriorizado que

lo que nació en aquellos días ha continuado hasta el presente: “Sigo creyendo que el

origen de las células con núcleo es exactamente igual que la integración evolutiva de

comunidades bacterianas simbióticas”.

El primer trabajo completo de Margulis, que en ese momento se apellidaba

Sagan, fue publicado, según ha afirmado la autora, después de más de 15 devoluciones

y correcciones del manuscrito original, en el Journal of Theoretical Biology. Se aceptó

finalmente en 1966 con el título: Origen de la mitosis en las células y vería la luz en

1967. Margulis recordaría que “De este artículo se pidieron ochocientas separatas, algo

inaudito si se piensa que por aquel entonces yo no era absolutamente nadie”.

Aquel extenso trabajo consta de 50 páginas, era muy novedoso y altamente

creativo. La joven investigadora presentaba una teoría para explicar la discontinuidad

evolutiva existente entre las células eucariotas, provistas de núcleo, orgánulos y con

capacidad de dividirse mediante mitosis; y las células procariotas, carentes de núcleo,

orgánulos y de este tipo de división celular. La autora sostenía que las mitocondrias, el

cuerpo basal (9 + 2) de los cilios y flagelos eucariotas y los plastos fotosintéticos, son

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Lynn Margulis 26

derivados de células de vida libre, y la célula eucariota resulta, por tanto, de la

evolución de una simbiosis antigua. Aclara asimismo que, a pesar de que estas ideas no

son nuevas, en su artículo están sintetizadas de tal manera que resultan consistentes

con los datos más recientes del momento procedentes de la Bioquímica y de la Citología

de los orgánulos subcelulares. De acuerdo con el registro fósil y con esta teoría, los

eucariotas más sencillos podrán entonces incluirse en un único árbol filogenético.

Además, para Margulis, muchos aspectos de la mencionada teoría son verificables

mediante las modernas técnicas de la Biología Molecular.

En el final del trabajo, la joven científica hacía hincapié en que si la célula

eucariota surgió de una serie específica de endosimbiosis, de este proceso también

emerge un esquema para el origen de la mitosis: el aparato mitótico evolucionó a partir

de células de vida libre provistas de movimiento. Para apoyar tan sorprendente

afirmación presentaba una abundante cantidad de datos y rigurosos razonamientos.

El sugestivo y original artículo se publicó organizado en tres partes. La primera

presenta la teoría del origen de la célula eucariota. La segunda contenía una

compilación de la bibliografía científica en la que se sustentaba dicha teoría.

Finalmente, la última sección sugería algunos resultados experimentales predecibles a

partir de la teoría.

Este primer trabajo recibió un premio de publicación de la Universidad de Boston.

Pero, sin embargo, la opinión sobre el tema defendida por la mayoría de los expertos

era bastante negativa, pues sostenían que se trataba de una idea muy poco seria. Un

ejemplo de ese rechazo, puede verse reflejado en el breve comentario realizado en

1969 por Allsopp: “hay muy poca evidencia a favor de esta interesante pero poco

probable hipótesis”.

No obstante, unos años más tarde, ya casada por segunda vez con Thomas

Margulis, y embarazada de su hija, la autora publicó, no sin sufrir también esta vez

importantes contratiempos, un largo manuscrito ilustrado que era una versión ampliada

de la que llamó “teoría de la endosimbiosis en serie”, que otro gran estudioso de los

protistas, el profesor de la Universidad de Vancouver Max Taylor, designó

abreviadamente como S.E.T. Este último trabajo se convirtió en un libro muy bien

editado, producido y publicado en 1970 por la Universidad de Yale, titulado: El origen

de la célula eucariota , que alcanzó una gran difusión.

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Lynn Margulis 27

En esta extensa y minuciosa obra, la joven autora argumenta con gran rigor su

defensa de la endosimbiosis hereditaria como un mecanismo evolutivo fundamental.

Sienta así los sólidos cimientos de la teoría que, como hemos reiterado, ha defendido

durante toda su vida.

Antes de detenernos con algo más de detalle en la teoría de Margulis, es

oportuno poner de relieve que en los años que siguieron a la aparición del citado libro

de 1970, la actitud de la comunidad científica frente a la importancia de la simbiosis y

su efecto sobre el cambio evolutivo se modificó notablemente. A lo largo de las décadas

de los setenta y ochenta, los estudios de la Biología Molecular, de la Genética y de las

observaciones realizadas con los microscopios de alta resolución, tendieron a confirmar

lo que una vez fue una idea radical del siglo XIX: las células de las plantas y las de los

animales, al igual que las de los hongos y las de los demás organismos compuestos por

células con núcleo, se originaron a partir de la fusión de diferentes tipos de bacterias

siguiendo una secuencia específica. Los datos más convincentes fueron los de la

presencia en los orgánulos de un sistema genético vestigial, aunque funcional,

semejante al de los procariotas, pero distinto del principal sistema genético eucariota.

A este respecto, la confirmación de que las células animales y vegetales

contienen dos o tres genomas distintos ha sido calificado por muchos como quizás una

de las revelaciones más interesantes del siglo XX. Además, esta noción se ha visto

enriquecida con las evidencias de que los genomas separados de las células no son

estáticos7, sino que se pueden mover parcialmente entre ellos. El ADN, llamado por

algunos promiscuo, es aquel que se mueve desde las mitocondrias y los cloroplastos al

núcleo, y también entre las mitocondrias y entre los cloroplastos. La cesión de genes

desde los orgánulos al núcleo justifica por qué el sistema genético de éstos es sólo

parcialmente autónomo8.

7 Para mayor detalle sobre la plasticidad del genoma, ver el capítulo dedicado a Barbara McClintock. 8 Valga recordar que los genes se mueven no sólo entre orgánulos, sino también entre organismos. Por ejemplo, la transferencia de ADN desde la bacteria Agrobacterium tumefaciens a las células vegetales, es un conocido ejemplo de transferencia entre un procariota y un eucariota.

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V. LA TEORÍA DE LA ENDOSIMBIOSIS EN SERIE A FINALES DE LA DÉCADA DE 1990. BREVE SÍNTESIS. Durante más de treinta años, Lynn Margulis ha publicado una ingente cantidad

de bibliografía acerca del origen de la célula eucariota. Sus trabajos abarcan desde

artículos para expertos, que han visto la luz en las mejores revistas especializadas,

pasando por libros universitarios, principalmente pensados para estudiantes, hasta

artículos o libros elaborados con el fin de dar a conocer al gran público su pensamiento.

Además, la mayor parte de la obra de Margulis ha sido traducida a numerosos idiomas

y entre ellos, por supuesto, el castellano. Por estas razones, resultaría tan pretencioso

como inútil intentar exponer mejor que ella misma sus propias ideas. Dicho esto,

pretendemos ofrecer un breve resumen de la defensa que esta prolífica autora hace

hoy (finales de la década de los noventa) de su teoría de la endosimbiosis en serie para

explicar el origen de la célula eucariota, remitiendo al lector interesado en su

profundización a la bibliografía adecuada.

Ya desde su primer artículo, Margulis ha dejado claro que muchas de las ideas

por ella defendidas se habían anticipado antes. Ha opinado que, en realidad, su mejor

trabajo ha sido el desarrollo de los detalles de la teoría de la endosimbiosis en serie. En

sus propias palabras: “Creo que he convencido a muchos científicos y estudiantes de

que partes de la célula, los orgánulos, se originaron simbióticamente, como

consecuencia de diferentes simbiosis permanentes (...). Por supuesto, muy pocas

evidencias de la teoría corresponden a mi trabajo; cientos de científicos han

contribuido”.

En este sentido, Christian de Duve, un prestigioso biólogo celular francés que fue

premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1974, ha dicho: “La teoría de la endosimbiosis

no empezó a gozar del favor de los expertos hasta que la recuperó Lynn Margulis en

1967 (...). Hoy no necesitamos ya de sus dotes persuasivas. Las pruebas del origen

bacteriano de mitocondrias y plastos son rotundas”.

Sin embargo, Margulis va más allá, pues ella no sólo ha defendido siempre el

origen endosimbiótico de mitocondrias y cloroplastos, sino también el de las estructuras

compuestas por microtúbulos; o sea, de los cilios y flagelos con sus cuerpos basales o

quinetosomas, y del aparato mitótico integrado por el huso acromático y el centríolo.

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Lynn Margulis 29

Este aspecto de la teoría representa su contribución original, pero no goza, al menos

por ahora, del apoyo mayoritario de la comunidad científica.

Antes de exponer sucintamente la teoría de la endosimbiosis en serie, es

necesario poner el acento en el importante significado que Margulis siempre ha dado al

entorno ecológico en que pudo originarse la célula nucleada.

Para esta científica, y también en la misma línea de lo que ya defendía en su

primer trabajo de 1967, la historia de la célula en particular y de la vida en general

están inseparablemente unidas a la historia de la Tierra como planeta. Se trata de una

noción fundamental que sólo pudo empezar a comprenderse en los años setenta, pues

hasta esas fechas la superficie de la Tierra y la parte baja de su atmósfera se habían

pensado sólo como un ambiente pasivo, una especie de sistema físico/químico inerte.

Sin embargo, Margulis, y otros pocos autores, empezaron a defender que si bien la vida

y algunos de sus aspectos se han visto influenciados durante miles de millones de años

por la tierra y su atmósfera, el influjo ha sido recíproco: la superficie del planeta, los

océanos y la atmósfera han sido asimismo profundamente alterados por las actividades

de los seres vivos.

Margulis ha señalado en numerosas ocasiones esta estrecha relación entre la

vida y su entorno, apuntando que, por ejemplo, la transición de la materia inanimada a

bacterias llevó menos tiempo que la transición desde bacterias a los organismos

pluricelulares. Así, la científica ha escrito: “La vida ha sido compañera de la Tierra

desde poco después de los comienzos del planeta”. Apoya su razonamiento en que

incluso para los biólogos resulta prácticamente imposible dar una definición precisa de

la diferencia entre substancia viva e inerte, tal es la unión entre el medio ambiente de

la Tierra y los organismos que la habitan.

Esta singular investigadora haría ciertamente una magnífica reconstrucción de la

historia de la vida en la Tierra coherentemente articulada con la teoría de la

endosimbiosis en serie. Insistimos en que dada la gran difusión de sus excelentes

escritos, aquí sólo haremos una somera descripción de lo más significativo propuesto

por la científica.

Al igual que la inmensa mayoría de los autores, la historia de la vida sugerida por

Margulis se basa en el postulado darwiniano de que todos los organismos vivos tienen

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un antepasado común. Un principio que supone, en última instancia, que todos derivan

de un procariota heterótrofo semejante a una célula bacteriana que contenía el mismo

código genético e igual sistema de síntesis de proteínas que las bacterias actuales, y

que habitaba en un mundo cuya atmósfera carecía de oxígeno. Con posterioridad, a

partir de una población capaz de fijar el CO2 , surgió un tipo de bacteria que podía

utilizar la radiación visible del sol para producir el producto biológico intermedio que es

clave para las transacciones energéticas (ATP). Se utilizaban átomos procedentes del

gas hidrógeno, del sulfuro de hidrógeno, o de pequeños compuestos orgánicos, para

reducir el CO2 y formar los compuestos orgánicos necesarios para la reproducción

celular. Estas bacterias fueron los antepasados de los actuales fotosintetizadores

anaerobios. En las poblaciones de microorganismos de este tipo tuvieron lugar

mutaciones que finalmente llevaron a usar el H2O como donante de hidrógeno para la

reducción del CO2. Tales microorganismos desprendieron el oxígeno sobrante del agua

a la atmósfera como un producto de desecho, donde empezó a acumularse. Los

microbios fotosintéticos fueron los antepasados de las actuales cianobacterias.

En sus propias palabras, Margulis expresaría lo siguiente: “La evolución de la

fotosíntesis es, sin duda, la innovación metabólica más importante de la historia de la

vida en el planeta, y no se originó en las plantas, sino en las bacterias”.

La eliminación de un gas tan altamente reactivo como el oxígeno a la atmósfera,

produjo una crisis entre los procariotas; una crisis que ha dejado una marca indeleble

en el metabolismo de estas células. Debieron ajustarse a la creciente presión del

oxígeno en la atmósfera mediante la evolución de mecanismos metabólicos que le

permitiesen tolerarlo, o encontrar algún nicho anaeróbico. Incluso una visión superficial

de los procariotas es suficiente para comprender que en el grupo como un todo existen

numerosos respuestas diferentes al oxígeno, desde la anaerobiosis obligada hasta la

aerobiosis obligada.

De lo expuesto se desprende que los cambios en el ambiente hicieron posible

que la vida cambiara pero, a su vez, también los cambios de la vida produjeron

alteraciones en el medio. Sería entonces correcto suponer que después de la transición

a la atmósfera oxidante, fue cuando pudo surgir la célula eucariota. Ésta, por lo tanto,

debe su origen a las modificaciones de su entorno.

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Hoy en día, Margulis, para explicar el origen endosimbiótico de la célula

eucariota, ha enriquecido con numerosos datos su postulado inicial (el de 1967),

modificando ligeramente el orden secuencial en que tuvieron lugar las consecutivas

simbiosis.

En términos generales, emplea el siguiente esquema: tres antepasados que una

vez fueron totalmente independientes y estaban físicamente separados, confluyeron en

un orden específico para convertirse en un protoctista aeróbico heterótrofo, antepasado

de hongos y animales. Un cuarto participante originó a los autótrofos. Todos eran

bacterias, y los diferentes tipos a los que pertenecían pueden inferirse todavía hoy,

pues tanto en las formas que se fusionaron como en las que permanecieron libres, sus

descendientes están vivos. Cada uno de los tipos de estas bacterias actualmente

proporciona claves sobre sus antepasados; la vida es químicamente tan conservadora,

señala la bióloga, que por ello es posible deducir el orden específico en el cual se

fusionaron.

Primero, una arqueobacteria9 termoacidófila, capaz por tanto de resistir elevadas

temperaturas y condiciones de acidez, se unió con bacterias nadadoras, del tipo de las

espiroquetas10 (en su modelo inicial este paso era el segundo, no el primero). Juntos,

esos componentes se convirtieron en el sistema nucleocitoplasma, la sustancia básica

de los antepasados de las células de animales, plantas, hongos y protoctistas actuales.

El nucleocitoplasma fue la parte mayor y menos especializada de todas, aunque las

condiciones extremas de temperatura y acidez condujeron a la evolución de una clase

especial de proteínas, las histonas, para proteger el ADN. Este primer protoctista

nadador era anaerobio, ya poseía estructuras compuestas por microtúbulos y en él

evolucionó la mitosis, posteriormente la meiosis y la reproducción sexual.

Seguidamente, otro tipo de microbio de vida libre, una bacteria capaz de utilizar

el oxígeno, se incorporó al combinado (en el modelo inicial este paso era el primero y

no el segundo). Probablemente, después de una importante lucha entre

hospedador/hospedado, las bacterias aeróbicas sobrevivieron en el interior del primero,

dando lugar a que el conjunto completo haya pervivido. Surgieron entonces células más

grandes y más complejas, un sistema de tres unidades: el termoacidófilo, el nadador y

9 Las arqueobacterias constituyen el más antiguo de los dos linajes principales procariotas, hoy representadas por unos pocos grupos de bacterias que habitan en ambientes extremos.

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el capaz de respirar oxígeno. Estas células complejas aparecieron por primera vez en la

Tierra hace quizás unos 2.000 millones de años, y llevaron a microorganismos capaces

de sobrevivir en ambientes cada vez con más oxígeno en el aire. La creciente presencia

de este gas en la atmósfera seleccionó los complejos simbióticos y finalmente dio lugar

a células con mitocondrias.

Finalmente, se produjo la última adquisición y algunos de estos complejos

ingirieron pero no pudieron digerir verdes bacterias fotosintéticas. La “incorporación”

literal también en este caso sólo tuvo lugar después de una gran lucha en la que las

bacterias verdes no digeridas sobrevivieron, posibilitando que el complejo completo se

viera favorecido. Con el tiempo, dichas bacterias verdes se convirtieron en cloroplastos,

o sea, un cuarto socio, integrándose por completo con los otros participantes. El

resultado final dio lugar a las algas verdes nadadoras, que fueron los antepasados de

las plantas.

En lo que respecta a cómo pudieron tener lugar estas endosimbiosis, Margulis ha

propuesto que probablemente se trató de un proceso de fagocitosis.

Cuando defiende este modelo evolutivo, a Margulis le gusta afirmar que ella y

sus colaboradores han ganado tres de las cuatro batallas de la teoría de la

endosimbiosis en serie. Actualmente, es posible identificar tres de los cuatro

componentes originales. Los científicos que trabajan en estos temas, están de acuerdo

que la sustancia básica de las células, el nucleocitoplasma, desciende de

arqueobacterias (etapa 1); en particular, se admite que la mayor parte del metabolismo

de la síntesis de proteínas surgió de una bacteria termoacidófila. Igualmente, se asume

que las mitocondrias, capaces de respirar oxígeno en las células eucariotas,

evolucionaron de un simbionte bacteriano (etapa 3). Y finalmente, los cloroplastos

fueron una vez cianobacterias fotosintetizadoras de vida libre (etapa 4).

Pero ya hemos mencionado que actualmente no existe consenso para la etapa

segunda, aquella que hace referencia al origen de los cilios y flagelos, los apéndices

móviles eucariotas. En ese supuesto, es donde gran parte de los científicos no apoyan

a Margulis. Para la autora, la simbiosis arqueobacteria/espiroqueta fue crucial, pues

generó la permanente unión entre el primero y el segundo de los simbiontes. Tuvo

lugar hace unos dos mil millones de años, e incluso aunque su legado sea oscuro y

10 Las espiroquetas son bacterias en forma de sacacorchos que se mueven y desplazan libremente.

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difícil de detectar hoy día, dejó huellas que ella y sus colaboradores buscan

afanosamente.

Como esta singular proposición constituye uno de los aportes más originales de

Margulis, nos parece interesante analizarla con un poco más de detalle.

1. Una propuesta novedosa: el origen del centríolo-quinetosoma.

Margulis y sus colaboradores, convencidos de que la simbiosis con espiroquetas

permitió el surgimiento de las estructuras compuestas por microtúbulos, concentran sus

investigaciones en el estudio del llamado cuerpo basal o quinetosoma11, de los cilios y

flagelos, y del centríolo12. La identidad entre estas dos estructuras, quinetosomas y

centríolos, se observó por primera vez en 1898, y posteriormente fue comprobada con

el microscopio electrónico. Esta equivalencia fue lo que llevó a Margulis a proponer el

nombre doble de centríolo-quinetosoma.

La científica sostiene que al invadir las espiroquetas el espacio de las

arqueobacterias, se inició un proceso de interacción simbiótica. Algunos de los

interactuantes sobrevivieron y sus descendientes actuales son las células complejas

provistas de movimiento. Hoy, sus modelos están tan fusionados que el escenario inicial

es muy difícil de reconstruir, pero no imposible, afirma Margulis. El problema está

precisamente en que son estructuras muy antiguas y tan estrechamente integradas

dentro de la célula, que su historia evolutiva es difícil de trazar.

Los trabajos de Margulis están enfocados a estudiar el metabolismo del cuerpo

basal y la regeneración de los cilios, en relación con su teoría. En más de una ocasión

ha señalado que, probablemente, no se tardará mucho en tener pruebas de que las

espiroquetas de vida libre se integraron en arqueobacterias ancestrales, cuando los

genes que codifican para las proteínas de la motilidad de se identifiquen y secuencien.

Se apoya en que, a principios de los años setenta, con la llegada de los análisis

moleculares, las bases para comparar los orgánulos eucariotas con los

microorganismos de vida libre se expandieron enormemente. Cuando se compararon

11 El quinetosoma es un orgánulo presente en la base de todos los cilios y flagelos eucariotas (a los que Margulis llama undulipodios) responsable de su formación. En sección transversal muestra un caracteístico círculo de nueve tripletes de microtúbulos. 12 El centríolo es un orgánulo cilíndrico situado en cada uno de los polos del huso de las células animales, y que se forma durante la división celular. Observándolo en sección transversal es casi idéntico a un quinetosoma.

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por primera vez la secuencia de nucleótidos de los plastos de las algas verdes con los

de las cianobacterias de vida libre, se encontraron muchas más similitudes entre los

plastos y las cianobacterias que con el ADN del núcleo de la propia alga. En efecto, la

comparación a tres bandas de las secuencias de ADN (del núcleo, de los plastos y de

las cianobacterias) demostró claramente el origen bacteriano de los plastos. Algo

semejante ocurrió con las mitocondrias. En palabras de Margulis: “No hacía ya falta

ningún viajero del tiempo para contar la historia”.

Muchos investigadores se muestran reacios a considerar el origen simbiótico del

centríolo-quinetosoma, precisamente por que en él no se ha encontrado ADN que

encierre la clave del funcionamiento de la que debió ser en el pasado una célula

independiente. Pero en algunas de las partes en cuestión se ha localizado ARN, que

podría ser directamente responsable, sin la ayuda del ADN, de la construcción y

reproducción de las estructuras causantes del movimiento. Aunque hoy se sabe que el

ARN puede autorreplicarse, todavía quedan importantes esfuerzos por hacer para poder

demostrar esta hipótesis.

Margulis, y el equipo que colabora con ella, siguen dedicando grandes esfuerzos

a recolectar datos para probar su hipótesis. De momento han demostrado que las

bacterias al unirse en simbiosis dejan huellas de su independencia inicial. A este

respecto, cabe incluir aquí que en 1993 Margulis y sus colaboradores descubrieron en el

delta del río Ebro una espiroqueta a la que bautizaron con el nombre de Spirosymplokos

deltaiberi (a la que informalmente llaman la “espiroqueta catalana”), que según la

científica está proporcionando nuevas pruebas sobre el origen endosimbiótico de los

cilios y flagelos eucariotas. Esta espiroqueta –que posteriormente también se ha

encontrado en California– es de mayor tamaño que las normales y su estructura

coincide con las que hace dos mil millones de años poblaron la Tierra. Además,

recientemente (en 1998) el mismo equipo ha descubierto una nueva forma bacteriana,

un espirilo aún por clasificar, unas 100 veces mayor (de 20 µm) que todos sus

homólogos conocidos.

Tal como ya se ha dicho, para Margulis la simbiosis con espiroquetas es lo que

generó el surgimiento de las estructuras compuestas por microtúbulos, facilitando el

origen de la mitosis, que a su vez dio lugar a la evolución de su variación más

especializada: la meiosis. Sólo después, pudo emerger la reproducción sexual.

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Recordemos que entre los procariotas, el sexo, definido la mezcla o unión de genes de

procedencia distinta, nunca es necesario para la reproducción, aunque la sexualidad

bacteriana precedió a la eucariótica en más de dos mil millones de años y permitió

aumentar enormemente la complejidad del mundo vivo. Sin embargo, la reproducción

sexual sólo surgió a finales del Precámbrico, hace cerca de mil millones de años13.

Con respecto a la capacidad de las bacterias de intercambiar genes

continuamente, a pesar de sólo reproducirse asexualmente, Margulis ha escrito:

“Nosotros intercambiamos genes ‘verticalmente’ –a través de generaciones– mientras

que las bacterias lo hacen ‘horizontalmente’, directamente con sus vecinas de la misma

generación. El resultado es que las bacterias, genéticamente fluidas, son inmortales, en

los eucariotas el sexo está vinculado con la muerte”. La autora ha señalado que el

proceso de envejecimiento y muerte surgió en algún momento de la evolución de la

sexualidad meiótica. Sólo las células sexuales son potencialmente inmortales, las únicas

que pasan a la siguiente generación.

En definitiva, Margulis hoy cree firmemente que la integración de las bacterias

que originaron el centríolo-quinetosoma fue el primer paso en la construcción de la

célula eucariota; en sus propias palabras: “La hipótesis de las espiroquetas puede

parecer extraña, pero explica tantas cosas que, sin ella, la historia del microcosmos, de

la evolución del sexo y de la meiosis quedaría incompleta”.

Frente a la opinión crítica de muchos de sus colegas, la científica afirma que

terminarán por probarse las cuatro etapas (y no sólo tres) de la teoría de la

endosimbiosis en serie. Humorísticamente señaló en 1998: “Predigo que dentro de una

década ganaremos también este argumento. ¡Al final quedaremos cuatro a cuatro!”.

Siempre con respecto al origen endosimbiótico de las estructuras compuestas por

microtúbulos, la científica va incluso más lejos proponiendo el siguiente razonamiento.

Dado que en las células del cerebro hay una abundante presencia de microtúbulos, los

neurotúbulos, cuya disposición no es la de 9+2 pero sí están constituidos por tubulinas,

la bióloga sugiere que nuestras neuronas fueron posibles gracias a proteínas que

evolucionaron primero en las bacterias. Ella ha escrito: "La naturaleza del intelecto

tendría su origen en las espiroquetas”.

13 El término sexo hace referencia a la formación de un nuevo organismo con material genético procedente de más de una fuente; mientras que la reproducción sexual, sólo presente en eucariotas,

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Como datos últimos incorporados a la teoría endosimbiótica, señalemos que

algunos autores también han sugerido que el propio núcleo comenzó siendo una

bacteria de vida libre, pero Margulis no está de acuerdo con que el núcleo tenga un

origen simbiótico. Según ella, el mundo microbiano no contiene bacterias de vida libre

semejantes al núcleo, deduciendo por ello que éste probablemente evolucionó en

respuesta a la inicialmente incómoda fusión resultante entre un antepasado semejante

a Thermoplasma (una arqueobacteria actual) con espiroquetas parecidas a las

contemporáneas. Al surgir células nuevas de mayor tamaño, sus membranas

interactuantes proliferaron y su genética se volvió más compleja debido a sus dobles

antepasados. Así, la fusión arqueobacteria/eubacteria engendró los primeros

antepasados con núcleo rodeado por membrana.

La aproximación de L. Margulis ha tenido su versión en otros autores. Por

ejemplo, el prestigioso científico francés C. de Duve, ha propuesto también un origen

endosimbiótico para los peroxisomas. Estos orgánulos, que como sabemos llevan a

cabo funciones oxidativas pero liberan energía en forma de calor y convierten el

peróxido de hidrógeno con ayuda de catalasas, podrían proceder de bacterias aeróbicas

primitivas cuya absorción precedió a las mitocondrias. Hasta ahora los investigadores

no han obtenido ningún dato que apoye esta hipótesis, pero tampoco ninguna

evidencia que la desapruebe. Su defensor argumenta que aunque los peroxisomas no

contienen restos de un sistema genético independiente, podrían haberlo perdido en el

transcurso del tiempo, como parcialmente ha sucedido con las mitocondrias y los

plastos.

VI. INFLUENCIA DE LA TEORÍA DE LA ENDOSIMBIOSIS EN SERIE EN LA CLASIFICACIÓN DEL MUNDO VIVO

Hemos mencionado que las contribuciones de Margulis han sido muy significativas

a la hora de proporcionar una visión más coherente de la historia de la vida. La teoría

de la endosimbiosis ha permitido mejorar la clasificación de los organismos en base a

sus relaciones evolutivas. Actualmente se admite que la división más fundamental del

mundo vivo es aquella que existe entre organismos procariotas y eucariotas. La teoría

implica la formación de núcleos haploides (meiosis) y la fecundación para formar cigotos diploides.

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de la endosimbiosis permite explicar el salto evolutivo que se observa entre ambos tipos

de seres vivos.

En efecto, sabemos que, convencionalmente, la historia de cualquier organismo

queda reflejada en un árbol genealógico que crece desde el suelo hacia arriba. A partir

de un tronco común, dicho árbol sufre numerosas ramificaciones en muchos linajes de

manera que cada rama se hace cada vez más divergente de los antepasados comunes.

Sin embargo, como destaca Margulis, la simbiosis demuestra que tales árboles son sólo

representaciones idealizadas del pasado. La científica hace hincapié en que las

especies pueden reunirse, fusionarse, construir nuevos seres y volverse a ramificar. La

anastomosis consiste en la unión de distintas ramas, aunque menos frecuente, es tan

importante como la ramificación. La simbiosis es el mecanismo que permite reunir

organismos previamente evolucionados formando uno nuevo. La investigadora también

sostiene que, evidentemente, algunas simbiosis son uniones estables y prolíficas,

mientras que otras se disuelven.

A partir de estas observaciones, obtenidas de su trabajo con microorganismos

simbiontes, Margulis ha dedicado importantes esfuerzos a revisar la clasificación

biológica. Durante más de 20 años, ella y su colega de la universidad de Massachusetts,

Karlene V. Schwartz, trabajaron para elaborar una taxonomía que tuviera sentido, fuese

consistente y comprensiva. Ese proceso equivale a un sistema evolutivo de clasificación

que reflejase la morfología celular, el metabolismo, la genética y el desarrollo. Margulis

y Schwartz han coleccionado información taxonómica para revisar el sistema de

clasificación biológica vigente y transformarlo en uno con mayor coherencia, que refleje

la historia de la vida. El sistema de clasificación en cinco reinos de Whittaker les pareció

el que mejor reflejaba el agrupamiento evolutivo de la vasta diversidad biológica. Pero

recientemente han propuesto un moderno esquema basado en los cinco reinos con,

además, dos niveles.

Para las autoras los dos niveles son, por un lado los procariotas, Prokaria, o

aquellas formas vivas que no evolucionaron por simbiosis y por el otro, Eukarya, que

son todos los demás organismos, surgidos por simbiosis; este segundo grupo incluye a

los protoctistas, hongos, plantas y animales.

Utilizaron el término Protoctista como una versión ampliada y evolutivamente

robusta del reino “Protista” de Whittaker. Conservaron el término informal de protistas

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Lynn Margulis 38

para hacer referencia a los miembros más pequeños de los Protoctistas. Todos los

protoctistas evolucionaron a partir de simbiosis bacterianas.

La taxonomía en dos niveles (Prokaria versus Eukarya) y cinco reinos, refleja

estrechamente la historia evolutiva. Por ello esta clasificación, según sus autoras y

muchos otros expertos, es claramente superior a la ya antigua y confusa dicotomía

planta/animal. Las bacterias evolucionaron primero y se ramificaron en formas muy

diversas. Pero las bacterias no sólo se diversificaron. También invadieron a otras células

en cuyo interior empezaron a vivir. Las bacterias que se unieron, inicialmente de vida

independiente, terminaron por convertirse en nuevas clases de células complejas. Estos

complejos se convirtieron en protoctistas que iniciaron la especiación, produciendo un

grupo enorme y muy diverso de organismos. Hoy en día están vivas unas 250.000

especies de protoctistas. Hubo incluso otras varias que ya se han extinguido; sus

diminutos restos, microfósiles, proporcionan información sobre su existencia inicial. Los

descendientes de algunos de ellos finalmente se convirtieron en plantas y animales con

reproducción sexual.

Debido a que coevolución simbiótica bacteriana originó nuestros antepasados

protoctistas, cada uno de nosotros es hoy una masiva colonia de microorganismos.

Margulis y Schwartz opinan que su “taxonomía modificada de los cinco reinos de

Whittaker” refleja fielmente la evolución de los protoctistas desde bacterias simbióticas,

y la evolución de los hongos, plantas y animales a partir de los protoctistas.

Quienes sostienen este enfoque están convencidos que los virus no pertenecen a

ninguno de los cinco reinos. No están vivos por sí mismos, pues fuera de las células

nunca hacen nada. Los virus requieren del metabolismo de la célula viva porque ellos

carecen de los requisitos para generar el propio. El metabolismo, la incesante química

de automantenimiento, es una estructura esencial de la vida. A través de un

metabolismo que no cesa, de un flujo químico y de energía, la vida continuamente se

produce, repara y perpetúa a sí misma. Aunque los virus sean capaces de invadir a las

plantas, animales, hongos, protoctistas o procariotas, cualquiera de ellos fuera de la

membrana de una célula viva es inerte. Sin embargo, los virus son importantes para la

historia de la vida en la Tierra. Como dependen del metabolismo de otros, los primeros

virus probablemente evolucionaron a partir de las bacterias. Asimismo, estas autoras

consideran que los virus no son “gérmenes” o “enemigos”. Los virus, actualmente,

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reparten genes entre las bacterias, los humanos y todas las demás células, como lo han

hecho siempre. Al igual que las bacterias simbiontes, según Margulis, los virus son

fuente de variación evolutiva. Poblaciones de organismos infectadas con virus se han

visto favorecidas por la selección natural.

Aunque sea con brevedad, interesa traer aquí a colación que recientemente el

investigador norteamericano Carl Woese, junto a sus colaboradores, ha propuesto una

taxonomía radicalmente diferente a la expuesta, dividida en tres partes. Esencialmente,

éstas son: Arquea (las llamadas al principio arqueobacterias, o sea bacterias antiguas),

Eubacteria (todas las demás bacterias, es decir, las bacterias verdaderas), y Eukarya

(todas las formas de vida nucleadas). Woese llamó a estos grupos “dominios”. La

clasificación Eukarya es la misma que la de Margulis y Schwartz, aunque Woese le da

un estatus equivalente a cualquiera de sus dos grupos de bacterias, y por ello los

cuatro reinos eucariotas (protoctistas, hongos, animales y plantas) están contenidos en

un solo grupo. Los otros dos dominios de Woese, como sugieren sus nombres, son

bacterianos.

Para clasificar todos los organismos, Woese ha utilizado ácido ribonucleico

ribosómico, ARNr, comparando las diferencias de secuencias, o sea, el orden de los

ribonucleótidos. Cabe recordar aquí que la bioquímica molecular como instrumento de

clasificación se remonta a 1962, cuando Linus Pauling y sus colaboradores descubrieron

que las secuencias de proteínas de las especies vivas pueden compararse para

reconocer la proximidad o distancia genética de parentesco.

Después de haber conseguido datos de casi mil formas de vida, Woese clasificó a

los distintos procariotas de tal forma que en Arquea incluyó algunas halobacterias, es

decir, procariotas que requieren agua salada, la mayoría de las bacterias acidófilas, las

termófilas y a las bacterias que producen gas metano. Todas ellas se consideran entre

las primeras que habitaron la Tierra. Woese clasifica a las restantes bacterias en

Eubacteria. Hay que tener presente que la distinción entre Arquea y Eubacteria está

principalmente determinada por análisis de la secuencia génica y, por tanto, para llevar

a cabo esta clasificación se requiere de una tecnología muy especial.

Margulis ha manifestado su desacuerdo con el esquema propuesto por Woese,

pues considera que oscurece, más que aclara, la distinción crítica entre procariotas y

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eucariotas, o sea, la vida de origen no simbiótico y la de origen simbiótico. Además, la

científica ha expresado que en la taxonomía de Woese las diferencias moleculares

entre los dos tipos de bacterias tienen más importancia que las diferencias existentes,

por ejemplo, entre una seta y un ciervo. Ella opina que esto es ilógico y en esta línea

cuenta con el apoyo del prestigioso y tantas veces citado Ernst Mayr, de la Universidad

de Harvard. La crítica al sistema de Woese se apoya en que el sistema de clasificación

en cinco reinos con dos categorías es mucho mejor que el sistema de clasificación en

tres dominios, porque el mayor nivel lo proporciona la principal distinción entre todas

las formas vivas: las células no simbióticas (Prokarya) frente a las simbióticas

(Eukarya). A continuación fijamos nuestra atención en cómo se desarrollan los

organismos: a partir de esporas (hongos), de embriones rodeados del tejido materno

(plantas), de una blástula (animales), o de ninguno de éstos (protoctistas).

Al igual que E. Mayr, Margulis ve muchos problemas con el sistema de Woese, al

que califican de poco biológico. Se basan en que el principal criterio de Woese para

distinguir todas las formas vivas es un único gen, un determinado fragmento de ADN

que codifica una parte de una pequeña subunidad de una partícula celular, el ribosoma.

Woese sólo usa un gen, a pesar de que incluso la bacteria más pequeña posee cerca de

5.000 genes. La investigadora cree que esto es engañoso, pues los organismos deben

clasificarse en base a toda su biología. El taxón más inclusivo al cual puede pertenecer

un organismo debe basarse en mucho más que un gen. La mayor parte de la gente,

insiste la científica, puede distinguir fácilmente entre los cuatro reinos de organismos

grandes a simple vista, pero muy pocos tienen acceso a los métodos de secuenciado de

Woese. Además, un sistema en el que los hongos, las plantas, los animales y los

protoctistas aparecen reunidos en un solo grupo, oscurece conocimientos obtenidos por

los biólogos del pasado después de realizar un gran esfuerzo.

Margulis y Schwartz defienden en el sistema que ellas proponen, que las

arqueobacterias y las eubacterias son lo suficientemente semejantes como para

pertenecer todas al mismo reino (superreino, dominio o como se acuerde llamar al

taxón más elevado). La forma del cuerpo, el comportamiento y el desarrollo de

cualquier forma de vida, debe considerarse al mismo tiempo que su química interna.

Margulis ha dicho: “A pesar de que aplaudo la enorme contribución de Woese a la

clasificación universal, creo su esquema de tres dominios va demasiado lejos”.

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Lynn Margulis 41

En definitiva, y aún a riesgo de resultar reiterativa, creemos conveniente

concretar que Lynn Margulis y su colega Karlene Schwartz consideran que las bacterias

evolucionaron primero, y luego se diversificaron ramificándose. Seguidamente,

mediante la simbiogénesis bacteriana, las ramas se fusionaron y emergieron los

protoctistas. A partir de un rico conjunto ancestral, algunos protoctistas evolucionaron

hasta hongos, otros hasta animales y otros hasta plantas. Los grupos más antiguos

permanecieron y se diversificaron. Entre las nuevas formas, muchas fueron transitorias

y otras estables. Mientras la mayor parte de las especies tienden a la extinción, los

grupos más grandes –se llamen dominios, reinos o de otra manera– persisten .

Como la misma Margulis ha señalado, los sistemas taxonómicos presentan

problemas, y el sistema de dos niveles y cinco reinos siempre necesitará revisión. Pero,

cualquiera que sean sus dificultades, no perpetúa los antiguos errores de la dicotomía

animal/vegetal.

El esquema de clasificación propuesto por estas autoras pone de manifiesto, una

vez más, el significativo aporte de la obra de Lynn Margulis. Como ha expresado la

escritora J. McDermott, partiendo de un amplísimo conocimiento del microcosmos, la

científica ha sido capaz de redibujar el árbol de la vida.

VII. LA HIPÓTESIS DE GAIA

En un libro publicado recientemente (1998), Lynn Margulis ha exteriorizado que

las dos principales ideas científicas sobre las que ha trabajado durante toda su vida han

sido la teoría de la endosimbiosis en serie y la hipótesis de Gaia. Hemos comentado de

una manera sucinta la primera, y ahora pasaremos a resumir brevemente qué es Gaia.

También a este respecto es necesario señalar que la gran cantidad de bibliografía

disponible en castellano sobre este tema, convertiría en innecesario algo más que una

exposición resumida.

La hipótesis de Gaia, considerada por muchos como una de las más imaginativas

de los últimos años, fue propuesta por primera vez en 1969 por el científico inglés

James Lovelock, un químico atmosférico independiente, investigador muy original fuera

de las corrientes académicas principales y además prolífico inventor. En 1965, Lovelock

era un asesor de la NASA que tenía a su cargo la tarea de examinar críticamente los

experimentos para una posible detección de vida en Marte. Con el fin de profundizar en

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Lynn Margulis 42

sus investigaciones, el científico dedicó en primer lugar sus esfuerzos a estudiar la

atmósfera terrestre. Observó que en ésta coexisten gases que en sistemas químicos

sencillos reaccionan con rapidez, facilidad y en su totalidad, para formar compuestos

estables. Sin embargo, detectó que estos gases en la atmósfera terrestre tienen un

comportamiento extraño, ya que aparentemente no respetan las leyes que rigen el

equilibrio químico estándar. El fenómeno ocurre en una atmósfera que contiene un

20% de oxígeno, pero también contiene gases como el metano, amoníaco y otros que

reaccionan fácilmente con el primero, y por tanto, deberían estar presentes en

cantidades indetectables. Sin embargo están presentes en cantidades constantes y lo

que es muy orientativo: se pueden medir.

Según ha escrito el Lovelock: “A partir de 1966 constantemente me preguntaba:

¿Cómo mantiene la Tierra una composición atmosférica tan constante cuando está

compuesta de gases sumamente reactivos?”, y también: "¿Cómo una atmósfera tan

inestable puede ser tan perfectamente adecuada en su composición para la vida?”.

Margulis ha narrado que cuando conoció a Lovelock, éste le expuso sus

interrogantes con el comportamiento de la atmósfera terrestre, sobre todo los

relacionados con el metano. Planteaba el químico por qué este gas, que reacciona con

tanta fuerza cuando contacta con el oxígeno, estaba siempre presente en la atmósfera

terrestre. Sospechando alguna actividad vital, preguntó a Margulis qué podría producir

dicho gas. Como microbióloga respondió que el metano era producido por bacterias,

principalmente las metanógenas que viven en los suelos con aguas estancadas o en el

estómago de los rumiantes. El producto metabólico de estas bacterias es liberado al

aire en cantidades copiosas. Así, aunque el metano atmosférico reaccione rápidamente

con el oxígeno para producir dióxido de carbono, es repuesto de manera regular. El

investigador llegó entonces a la conclusión de que las concentraciones atmosféricas del

gas debían estar reguladas por la vida. Además, esta deducción también era probable

para otros casos de regulación gaseosa.

Lovelock supuso entonces que la atmósfera de un planeta vivo es marcadamente

diferente de la de un planeta que no lo está, y por tanto del estudio de las mezclas de

gases en las atmósferas de otros planetas podría detectar biosferas extraterrestres

desde la Tierra. Cuando, con los poderosos telescopios de la NASA, Lovelock pudo

estudiar la atmósfera de Marte, comprobó que ésta, a diferencia de la de la Tierra,

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Lynn Margulis 43

presentaba un equilibrio comprensible únicamente a partir de la física y de la química.

Correctamente infirió entonces que en Marte no podía existir vida. La nave Vikingo,

enviada al "planeta rojo", mandó datos a la Tierra en 1976 y éstos no hicieron sino

confirmar la predicción del químico.

En su hipótesis, Lovelock también ha realizado interesantes especulaciones con

respecto a la temperatura de la Tierra. El investigador señala que, en base a las leyes

de la física parece indiscutible que la luminosidad del sol ha aumentado en los últimos

4.000 millones de años. Sin embargo, las pruebas obtenidas a partir del registro fósil

indican que la temperatura de la Tierra ha permanecido relativamente estable, en un

valor medio alrededor de 22ºC. Parece como si, además de la regulación que la vida

ejerce en la composición de los gases a escala planetaria, existiera también un control

continuo de la temperatura de la Tierra. Para intentar explicar este fenómeno, el

científico ha hecho referencia al dióxido de carbono. Puesto que este gas se transforma

dentro de las células y tiene efectos sobre el calentamiento de la atmósfera, parece

probable que una de las maneras que tiene la vida de regular la temperatura del

planeta sea modulando el nivel atmosférico del dióxido de carbono. En consecuencia, y

tomando el término de la fisiología, Lovelock ha señalado que nuestro ambiente

planetario es homeostático. Igual que el cuerpo de los mamíferos, que mantienen la

temperatura interna relativamente estable a pesar del cambio de las condiciones, el

sistema Tierra mantiene su temperatura y la composición de su atmósfera estables.

Al hilo de lo expuesto, Lovelock ha planteado su conocida hipótesis de Gaia : la

composición de los gases de la atmósfera terrestre y también su temperatura, están

regulados activamente por el conjunto de los organismos vivos. Según él, sus

observaciones explican no sólo por qué nuestro planeta tiene una atmósfera tan distinta

de lo que cabría esperar basándose sólo en la química, sino que también potencian una

visión nueva y distinta de la biosfera. Sugiere así una concepción de la vida como un

todo, un enorme ecosistema ambiental capaz de automantenerse.

A partir de los años setenta, Lovelock y Margulis han colaborado en el desarrollo

de esta hipótesis, a pesar de que por aquellas fechas eran prácticamente los únicos

científicos que se la tomaban en serio. De hecho, encontraron una fuerte oposición a la

hora de intentar publicar sus trabajos y sólo pudieron en foros importantes presentar

sus resultados en contadas conferencias. Sin embargo, juntos han reunido a lo largo de

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los años numerosas pruebas que demuestran que la Tierra es una construcción

biológica, cuya atmósfera ha sido producida, transformada y mantenida por los

procesos metabólicos de la biosfera. Una original teoría que tiene su remate en el

supuesto de que en esos procesos las bacterias juegan un papel crucial.

El término Gaia fue sugerido a Lovelock por el novelista William Golding14. A

principios de los setenta, ambos vivían en Inglaterra y eran vecinos. Lovelock preguntó

a Golding cómo podría reemplazar la incómoda frase: “un sistema de retroalimentación

con tendencias homeostáticas detectadas a partir de anomalías químicas en la

atmósfera de la Tierra”, por un término que significara “Tierra”. Durante un paseo por

el campo, Golding sugirió “Gaia”, palabra del griego antiguo que significa “Madre

Tierra”.

Este nombre, a pesar de que muy pronto alcanzó gran popularidad, también ha

tenido un efecto negativo, ya que a muchos les ha sugerido una especie de diosa o un

ser mítico que está más allá del conocimiento humano. Ello ha provocado la hostilidad

de no pocos científicos a los que la hipótesis y las ideas que encierra les parecen faltos

de rigor.

A este respecto, Margulis se ha mostrado bastante dura, negando cualquier tipo

de personificación. “Gaia es más un punto de vista que una teoría” , ha dicho la

científica. “Es una manifestación de la organización del planeta” . En todo momento, la

bióloga insiste en que prefiere una idea de la Tierra como una red de ecosistemas y no

como una personificación de “Madre Gaia”. En la misma línea ha escrito: “La hipótesis

de Gaia es una idea biológica, pero no antropocéntrica. Los que quieren ver en ella una

Madre Tierra para la humanidad no encontrarán solaz en ella. (...). Yo prefiero decir

que la Tierra es un ecosistema, un enorme ecosistema continuo formado por muchos

ecosistemas componentes”.

Lovelock, por su parte, está cada vez más convencido de que su propuesta ha

sido mal entendida y defiende con energía que un sistema regulador planetario es

fundamental para entender la vida en la Tierra. En sus propias palabras:“las

condiciones físicas y químicas de la superficie de la Tierra, de la atmósfera y de los

14 W. Golding, autor de la conocida obra “El señor de las moscas” y ganador del premio Nobel de Literatura en 1983.

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Lynn Margulis 45

océanos se han hecho adecuadas para la vida debido a las actividades de los propios

organismos”.

En el mismo sentido, Margulis insiste: “Cuanto más se aprende sobre la Tierra,

más claro está que la superficie de nuestro planeta se ha visto sumamente alterada por

el origen, la evolución y el crecimiento en ella de la vida. A medida que se desarrolla la

vida, se altera la composición, la temperatura y la naturaleza química de la atmósfera, y

la composición, la textura y la diversidad de la superficie de la Tierra. El medio

ambiente en la superficie del planeta y los organismos han estado evolucionando

conjuntamente en ella durante millones de años”.

Desde su profundo conocimiento de la vida microbiana, Lynn Margulis ha

comprendido y defendido la complejidad, diversidad y capacidad de organización de la

Tierra como una red de ecosistemas. Ha escrito: “La vida en forma de bacterias y sus

diversas comunidades cambió para siempre la superficie y la atmósfera de nuestro

planeta (...). Estos organismos unicelulares inventaron las estrategias químicas y

biológicas que hicieron posible formas de vida más complejas”.

En efecto, hoy se admite que la Tierra como planeta tiene unos 4.500 millones

de años y que la vida surgió hace unos 3.800 millones de años. Probablemente, el

acontecimiento posterior más importante fue el nacimiento de los primeros

ecosistemas. Este hecho permitió que la vida haya persistido y aumentado

enormemente su diversidad. Las bacterias, durante 2.000 millones de años, fueron

capaces de cubrir el planeta con una intrincada red de procesos metabólicos. Ellas

empezaron a regular la composición química y la temperatura de la atmósfera,

permitiendo así la evolución de las otras formas de vida mayores y más complejas.

Incluso hoy, los organismos vivos visibles funcionan sólo gracias a su bien desarrolladas

conexiones con la red de vida bacteriana. “Lejos de haber dejado atrás a los

microorganismos en alguna ‘escalera’ evolutiva”, ha escrito Margulis, “estamos

rodeados y compuestos a la vez por ellos (...). Debemos vernos a nosotros mismos y a

nuestro entorno como un mosaico evolutivo de vida microcósmica”.

Los frecuentes accidentes y catástrofes que han ocurrido a lo largo de toda la

historia de la Tierra no han sido capaces de eliminar la vida; por el contrario ésta

siempre ha vuelto a proliferar y a expandirse por todos los ecosistemas. No obstante,

recordemos que durante esta larga historia se han extinguido más del 99% de las

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especies que han existido, pero la red bacteriana ha sobrevivido, perseverando hasta la

actualidad en su regulación de las condiciones aptas para la vida en el planeta15.

Lynn Margulis sostiene que la vida es un sistema autopoyético reproductivo. El

término autopoyesis (palabra derivada del griego que significa “generarse a sí mismo”),

fue propuesto por primera vez por los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco

Varela, quienes consideran al metabolismo como la esencia básica de la vida. La

continua producción de sí mismo es la propiedad fundamental de cualquier organismo.

Los seres vivos, gracias a un conjunto de procesos biológicos energéticos continuos, se

autoconstruyen y se automantienen. Margulis ha escrito: “La vida es el ejemplo más

interesante de estructuras de complejidad creciente que se autoorganizan debido, en

parte, a la energía que fluye a través de ellas”.

Para la investigadora, el concepto de una vida planetaria autopoyética está

justificado por que todo el conjunto depende de una red bacteriana autoorganizadora

que actualmente sólo estamos empezando a percibir. Miríadas de bacterias que habitan

en el suelo, las rocas y los océanos, así como en el interior de todas las plantas,

animales y seres humanos, regulan continuamente la vida sobre la Tierra. En sus

propias palabras: “Cabe poca duda de que la pátina planetaria –incluyéndonos a

nosotros– es autopoyética”. En consecuencia, según la científica todo cuerpo vivo se

construye a sí mismo y la biosfera es autopoyética en el sentido de que se mantiene a

sí misma.

Muchos expertos opinan que hoy estamos empezando a tener una vaga idea de

los complicados sistemas de control que los organismos han ido creando con el tiempo.

Sin embargo, a juicio de Margulis y Lovelock, la capacidad metabólica de los seres

vivos, su crecimiento exponencial y la extraordinaria variedad de formas de vida en

interacción en la Tierra, son suficientes para explicar, en principio, la modulación

ambiental a escala planetaria.

15 Hoy existen importantes polémicas, pues según Lovelock, al ecologista le gusta creer que la vida es frágil y delicada y que está en peligro por la brutalidad humana, y no le gusta lo que ve cuando observa el mundo a través de Gaia. Gaia, señala el científico, no puede ser frágil dada su larga historia y lo que ha sido capaz de soportar; al contrario, es robusta y capaz de encajar los golpes más duros. Los ecologistas, por su parte, opinan que esta postura defiende los intereses de aquellos que destrozan y contaminan el ambiente.

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Como breve colofón sobre la hipótesis, Margulis ha escrito: “Gaia es una pícara

tenaz, un sistema que ha funcionado durante más de tres mil millones de años sin

nosotros. La superficie de este planeta, su atmósfera y su medio ambiente continuarán

evolucionando mucho tiempo después de que la gente y sus prejuicios se hayan ido”.

Con respecto al pensamiento ecologista de Margulis, hay que subrayar también

que éste se sitúa en la vanguardia de la Biología. Tanto la teoría de la endosimbiosis

como la hipótesis de Gaia, tienen una clara articulación con la nueva teoría de la

complejidad o el pensamiento sistémico16. Este pensamiento, como es conocido, se ha

visto encabezado por aquellos biólogos que han puesto de relieve una visión de los

organismos vivos como totalidades integradas. Un punto de vista en contraposición a

una visión reduccionista de la naturaleza, defensora de que en un sistema complejo el

todo puede ser predicho desde el conocimiento de sus partes.

Para Margulis, la vida crea nuevas formas que incorporan individuos antes

autosuficientes como elementos integrantes de entidades mayores. El mayor de estos

niveles es la superficie planetaria, la biosfera misma. Cada nivel revela una clase

diferente de “ente orgánico”. La científica señala que hablar de “ente orgánico” tiene la

ventaja de que permite reconocer que una “célula” y la “biosfera” no están menos vivas

que un “organismo”.

Desde una perspectiva globalizadora y contextual, Margulis defiende que los

seres vivos son totalidades integradas, sistemas dentro de sistemas, cuyas propiedades

esenciales emergen de las relaciones organizadas de las partes y no pueden reducirse

por tanto a sus componentes más pequeños. Junto a Lovelock, la científica sostiene que

nuestro planeta es un gran ecosistema capaz de mantenerse a sí mismo, resultante no

sólo de la interacción de todos sus organismos, sino también de los integrantes

geoquímicos de la Tierra y las capas bajas de la atmósfera. Recordemos que los

ecosistemas son comunidades de seres vivos, por eso se los define como “una

comunidad de organismos y su entorno físico, interactuando como una unidad

ecológica”. La biosfera, o sea, la capa viva que rodea a la Tierra es algo más que la

suma de los fenómenos vivos que la forman. Emerge de la interacción entre todos sus

componentes hasta constituirse en una “totalidad autorregulada”. Esa es Gaia.

16 Algunos autores opinan que pensamiento ecológico y sistémico pueden usarse indistintamente, siendo sistémico el término más científico o técnico.

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Seguidamente, dedicamos el próximo apartado de este capítulo a sintetizar,

dentro de lo posible, el resultado de todo el trabajo de esta científica: su pensamiento

evolutivo.

VIII. UNA NUEVA VISIÓN DE LA EVOLUCIÓN BIOLÓGICA

Aunque Lynn Margulis es hoy considerada como una autoridad en Biología

Evolutiva y goza de gran prestigio entre la mayor parte de la comunidad científica, es

necesario reiterar que no siempre ha sido así. Al principio tuvo importantes problemas

con sus tesis y se vio notablemente marginada; su trabajo era tan novedoso y audaz

que muchos lo tildaban de poco serio y hasta de fantasioso. Incluso hoy en día, a pesar

de su gran reputación, sus contribuciones a la evolución biológica son sólo parcialmente

admitidas, pues como ella ha exteriorizado en una entrevista: “Siempre que tienes que

explicar algo radicalmente diferente o nuevo resulta muy difícil por que no tienes

vocabulario ni tradición. (...). Lo nuevo siempre va ligado con lo antiguo y no puede

significar una amenaza para lo antiguo, así hay una resistencia, que es lo mejor de la

ciencia: para demostrar algo hay que tener muchas evidencias”.

Para comprender por qué las ideas evolucionistas de Margulis fueron inicialmente

rechazadas y aún no han alcanzado el consenso de la comunidad científica, es

conveniente realizar un breve recordatorio sobre cuál ha sido el modelo dominante en

esta cuestión prácticamente hasta el presente.

1. La Teoría Sintética de la Evolución: un paradigma convencional

El pensamiento evolutivo de la segunda mitad del siglo XX, como es ampliamente

conocido, ha estado fundamentalmente contenido en el marco teórico de la llamada

Teoría Sintética de la Evolución. Se trata de una síntesis elaborada entre las décadas de

1930 y 1940 por expertos procedentes de distintas ramas de la Biología, que se ha

convertido en el paradigma dominante del evolucionismo durante los últimos cincuenta

años. Sin pretender realizar aquí ningún análisis detallado sobre esta teoría, sí resulta

fundamental subrayar que, básicamente, logró combinar la idea de Darwin de cambios

evolutivos graduales con las leyes de Mendel sobre la transmisión de los caracteres

hereditarios.

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La teoría sintética, nueva síntesis o neodarwinismo, como también se ha

llamado, sostiene el gradualismo para explicar la evolución. Los pequeños cambios

surgidos al azar, o sea, las mutaciones génicas aleatorias y la recombinación de los

genes preexistentes, son escogidos por la selección natural, transmitidos de generación

en generación siguiendo leyes concretas, y acumulados a lo largo de vastísimos

períodos de tiempo. Genéricamente, la interacción permanente entre variación y

selección asegura la adaptación de los organismos a su entorno con un ajuste lo

suficientemente adecuado para sobrevivir y reproducirse. Para la teoría sintética la

adaptación constituye el motor de la evolución, y ésta puede definirse como el cambio

en las frecuencias génicas de las poblaciones a lo largo del tiempo.

Los descubrimientos de las últimas décadas como las pruebas fósiles de la

existencia de la vida microbiana primitiva, la descodificación del ADN y otros hallazgos

de la Biología Molecular, los logros de la Biología del Desarrollo, o los avances en

relación a la composición de las células, han provocado grietas muy notables en las

ideas establecidas sobre la evolución de la vida en la Tierra. Como resultado, muchos

biólogos actuales, entre los que Lynn Margulis ocupa un lugar destacado, han

empezado a mostrar una profunda insatisfacción ante el modelo neodarwinista clásico.

A este respecto, Margulis ha manifestado: “Aunque admiro enormemente las

contribuciones de Darwin y estoy de acuerdo con la mayor parte de sus análisis

teóricos, razón por la cual me considero darwinista, no soy neodarwinista". Según ella,

el neodarwinismo es fundamentalmente defectuoso, no sólo porque se fundamenta en

conceptos reduccionistas ya desfasados, sino también por estar formulado en un

lenguaje matemático inadecuado17. La científica argumenta: “El lenguaje de la vida no

es la aritmética ni el álgebra ordinarios: el lenguaje de la vida es la química(...). Los

neodarwinistas en ejercicio carecen de un conocimiento suficiente de, por ejemplo,

Microbiología, Biología Celular, Bioquímica, Ecología microbiana. (...)” . En el mismo

sentido, ha reafirmado: “En Biología uno más uno no es igual a dos (...). La selección

natural actúa sobre la materia prima de la variabilidad genética, pero ¿de dónde surge

la variabilidad?. No creo a los que dicen que de la casualidad. Por supuesto se dan

mutaciones por azar, pero la asociación produce una gran variabilidad”.

17 Recordemos que la Genética de Poblaciones, con su tratamiento matemático de las frecuencias génicas para interpretar el cambio evolutivo, es para los neodarwinistas el soporte básico de la Biología Evolutiva.

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Es notoria su postura contraria al neodarwinismo, con argumentos que a veces

resultan demoledores: “He sido crítica con el neodarwinismo matemático durante años;

nunca tuvo demasiado sentido para mí. (...). La tradición de la Genética de Poblaciones

neodarwiniana tiene, pienso yo, reminiscencias de la frenología, y es una clase de

ciencia que puede esperar exactamente el mismo futuro. Retrospectivamente parecerá

ridícula, porque es ridícula. Siempre he tenido esa sensación”.

No es despreciable el número de expertos que en lugar de entender la evolución

como el resultado de mutaciones aleatorias, recombinación y selección natural, están

empezando a reconocer el despliegue creativo de la vida en formas de creciente

diversidad y complejidad. Si bien la mutación y la selección natural siguen siendo

consideradas aspectos importantes de la evolución biológica, Margulis, junto a otros

biólogos con una perspectiva sistémica de la evolución, consideran al cambio evolutivo

como el resultado de la tendencia inherente en la vida a crear novedad, que puede o no

ir acompañada de adaptación a las condiciones medioambientales cambiantes.

En otras palabras, según algunos biólogos, la hipótesis de Gaia, a la que se suma

el ingente trabajo previo de Margulis en Microbiología, ha puesto en evidencia la

estrechez del concepto neodarwinista de adaptación. A través del mundo viviente, la

evolución no puede quedar limitada a la adaptación de los organismos al entorno,

puesto que éste se encuentra moldeado por una red de sistemas vivos capaces de gran

creatividad. Para cada vez más especialistas, lo que en realidad existe es una

adaptación mutua, una coevolución. Como ha dicho Lovelock: “Tan íntimamente

vinculada está la evolución de los organismos vivos con la evolución de su entorno, que

juntos constituyen un único proceso evolutivo”.

De este modo, ante la postura neodarwiniana clásica que sostiene que los

organismos se han ido adaptando gradualmente a las condiciones ambientales para

sobrevivir, Margulis, Lovelock y también otros autores, postulan lo contrario: la biosfera

es la encargada de crear y regular las condiciones del entorno óptimas para su

desarrollo. O sea que, los seres vivos como conjunto alteran el medio ambiente y crean

un entorno propicio para sí mismos. La vida, por lo tanto, ha tenido, siempre según

estos biólogos poco ortodoxos, una participación insospechadamente grande en su

propia evolución. Como corolario, se desplaza la atención a la coevolución. La

transformación del mundo vivo se basaría entonces en un continuo dinamismo,

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desarrollado a través de una sutil interacción entre competición y cooperación, creación

y adaptación mutua.

2. La simbiogénesis: un concepto heterodoxo

Lynn Margulis considera que los estudios sobre Ecología microbiana proporcionan

un número creciente de pruebas que confirman que la simbiosis ha sido crucial en la

evolución de las distintas formas de vida. Defiende así el uso del término simbiogénesis,

propuesto por primera vez, como vimos anteriormente, por el científico ruso Konstantin

Mereschovsky (1885-1921), para explicar el origen de nuevos tejidos, órganos,

organismos e incluso especies gracias al establecimiento de simbiosis permanente. O

dicho de otra manera, la simbiosis resulta en simbiogénesis cuando da lugar a la

aparición de nuevos cuerpos u otros niveles de organización superiores. Recordemos

que ya en los años veinte, Wallin, aunque nunca usó la palabra simbiogénesis, había

entendido claramente este concepto al que como sabemos, llamó simbionticismo. No

obstante, y a pesar del tiempo que hace que se propuso esta noción, sólo ahora se

dispone de las herramientas necesarias para poder probarla con rigor.

Debido a su firme defensa de la simbiogénesis, Margulis ha sido tachada por

muchos colegas de demasiado radical, ya que ha expresado: “Creo que la mayoría de

las novedades evolutivas surgieron y aún surgen directamente de la simbiosis, a pesar

de que ésta no es una idea popular sobre las bases del cambio evolutivo sostenida en la

mayor parte de los libros de texto”. En otra ocasión ha escrito: “Las simbiosis dan

como resultado seres nuevos y más complejos. Dudo que se formen nuevas especies

sólo a partir de mutaciones aleatorias”.

Además, la científica opina que la simbiosis es un mecanismo evolutivo básico

que muestra que la cooperación es mucho más ventajosa que una lucha encarnizada.

Margulis considera ingenua la visión tradicional neodarwiniana de “la naturaleza roja de

diente y garra”. No obstante, a este respecto también ha advertido que sus palabras no

deben tomarse al pie de la letra: “cooperación y competición son términos políticos que

no me gusta mucho usar para hablar de Biología, aunque, en cierto sentido, podemos

decir que ambos existen en la naturaleza”.

Acentuando la importancia de la simbiogénesis como mecanismo evolutivo,

Margulis puntualiza: “El análisis simbiogénico incide en la Biología del Desarrollo, la

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Taxonomía, la Sistemática y la Biología Celular; ejerce influencia en unos treinta

ámbitos secundarios de la Biología, y hasta en la Geología. La simbiogénesis tiene

muchas implicaciones, lo cual explica en parte la controversia que despierta”.

Vemos pues, que las ideas de Margulis armonizan con las de Wallin al considerar

que la simbiosis es crucial para entender las novedades evolutivas y el origen de las

especies. Más aún, insiste en que la idea de especie en si misma requiere simbiosis ya

que las bacterias no tienen especies18. En relación a este controvertido punto, ha dicho:

“Muchos microbiólogos tienen una forma de pensar que no tiene nada que ver con la

ciencia. Por ejemplo, consideran que dos cepas bacterianas que comparten un 85% de

sus características pertenecen a la misma especie, pero si el porcentaje es del 84% ya

son especies distintas. Las bacterias intercambian genes de continuo, y una cepa puede

compartir en un momento los genes de otra cepa”.

Defiende, como hemos visto, que una simbiosis de larga duración condujo

primero a la evolución de células complejas con núcleo y de ahí a otros organismos

como los hongos, las plantas y los animales. La investigadora insiste en que la

evolución de las plantas y los animales se produjo desde el microcosmos a través de

una sucesión de simbiosis, en las que la invenciones bacterianas de los precedentes dos

mil millones de años fueron combinadas en infinidad de expresiones de creatividad,

hasta seleccionar formas viables para la supervivencia.

Como se ha mencionado en apartados precedentes, hoy en día ya no resulta

controvertido el que las células de las plantas o de los animales se hayan originado por

simbiosis. La Biología Molecular, incluyendo el secuenciado de genes, ha reivindicado

este aspecto de la teoría de la simbiosis celular. Pero, enfatiza Margulis: “todavía no se

conoce el verdadero impacto de la simbiosis”. La idea de que las nuevas especies

surgen de la fusión simbiótica entre miembros de otras más antiguas, aún ni siquiera se

discute en la sociedad científica establecida.

Lo que sí ha calado ya en el pensamiento biológico es la idea de que el marco

teórico defendido por la teoría sintética de la evolución se está quedando pequeño. Una

18 El concepto biológico de especie básicamente sostiene que pertenecen a la misma especie aquellos organismos capaces de intercambiar material genético y dar descendencia fértil, o sea, que no están reproductivamente aislados. Sin embargo, las bacterias son capaces de intercambiar fragmentos de ADN

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prueba de ello es el creciente número de autores que están realizando nuevas

propuestas con el fin de ampliar dicha teoría. Lo relevante por lo tanto es que, a finales

de la década de los noventa, prácticamente nadie duda de que es necesaria una nueva

síntesis evolutiva.

Así pues, en este punto es conveniente traer a la palestra uno de los modelos

evolutivos más novedosos y que mayor repercusión han tenido en el pensamiento

biológico de los últimos años. Se trata del Modelo de los Equilibrios Interrumpidos19

propuesto en 1972 por los paleontólogos N. Eldredge y S. J. Gould. Estos autores,

partiendo de observaciones esenciales hechas sobre los archivos paleontológicos, han

señalado que las especies son conjuntos muy estables que se mantienen durante largos

períodos de tiempo, llamados de estasis, en equilibrio con el medio. Dichos períodos se

ven interrumpidos por acontecimientos poco frecuentes en los que tiene lugar la

formación de nuevas especies. Queda claro entonces que, entre una especie ancestral y

una descendiente no siempre se encuentran los niveles intermedios anunciados por la

concepción gradual de la evolución, sino que existen discontinuidades. La evolución

según el citado modelo, al menos en muchos casos, no es lenta ni regular, sino que

está hecha de acontecimientos escasos y complejos que rompen la estabilidad de las

especies.

Es sabido que para explicar el origen rápido de especies nuevas se han

propuesto distintas hipótesis, pero no es este el lugar para discutirlas pues nos llevarían

demasiados lejos de los límites de este trabajo. Sin embargo, sí cabe señalar que,

desde el punto de vista de la magnitud del tiempo geológico, las simbiosis son como

relámpagos evolutivos, y esta es una de las razones que ha llevado a Margulis a

defender la simbiogénesis como una fuente de novedades evolutivas que ayuda a

explicar la presencia de discontinuidades en el registro fósil, o sea, de “equilibrios

interrumpidos”. En este sentido, la investigadora subraya que la simbiosis está en todos

casi indiscriminadamente a través de los conocidos fenómenos de conjugación, transformación y transducción. 19 También llamado “Modelo del Equilibrio Puntuado”, pero, como señala el profesor Carlos López Fanjul de la Universidad Complutense de Madrid, este nombre es una traducción errónea del término inglés “puntuacted equillibria” que alude a interrupciones bruscas de largos períodos de estabilidad. El término “interrumpido” refleja más claramente la idea contenida en la expresión original en inglés y por esta razón se considera que la expresión “equilibrios interrumpidos” como la más aceptable, a pesar de la popularidad alcanzada por “equilibrios puntuados” y el barbarismo de “puntualismo”.

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sitios, y actualmente no sólo es válida para explicar el origen de la célula eucariota, sino

también para explicar “saltos” evolutivos de importancia ecológica trascendental.

Sin embargo, la mayor parte de la comunidad científica ni siquiera discute con

seriedad el que las especies puedan surgir por combinación simbiótica, lo que para

Margulis es un profundo error. A este respecto, ha puesto como ejemplo la actitud del

propio Eldredge, quien ha desechado algunas observaciones como casos de especiación

por estar vinculadas con simbiosis microbianas. En palabras de Margulis: “A Eldredge le

han enseñado, como a todos nosotros, que los microorganismos son gérmenes, y

donde hay gérmenes hay enfermedades, no una nueva especie”.

Al hilo de sus ideas evolutivas, Margulis también subraya que los principales

evolucionistas actuales carecen del adecuado lenguaje para la descripción del cambio

evolutivo. En su opinión, una de las razones es que la mayoría proviene de la tradición

zoológica y, por tanto, están acostumbrados a tratar sólo con una pequeña y

relativamente reciente parte de la historia de la evolución. La investigación actual en

Microbiología indica claramente que las principales vías de creatividad en la historia de

la vida se desarrollaron mucho antes de que apareciesen de los primeros animales.

Convencida de ello, Margulis ha escrito, con palabras claras, y sin ambigüedades:

“Eldredge, Gould y sus muchos colegas tienden a demostrar una increíble ignorancia

acerca del verdadero meollo de la evolución, dado que su dominio de interés se limita a

los animales –nosotros incluidos, por supuesto. (...). Cuando hablo de ignorancia me

refiero en parte a la omisión de los cinco reinos de la vida. Los animales son sólo uno

de estos reinos. Olvidan las bacterias, los protoctistas, los hongos y las plantas verdes.

Echan mano de un reducido e interesante capítulo del libro de la evolución y lo

extrapolan a toda la enciclopedia de la vida. Con una perspectiva sesgada y limitada,

más que equivocados se pueden decir que están enormemente desinformados”.

Es oportuno señalar aquí que ciertos biólogos franceses están bastante próximos

al pensamiento de Margulis. Así, los evolucionistas Selosse y de Goër han defendido

que la endosimbiosis, más que una curiosidad biológica, es seguramente uno de los

motores más potentes de la evolución del mundo viviente. La endosimbiosis crea muy

rápidamente organismos quiméricos que pueden engendrar nuevos linajes. Acerca a los

socios y favorece transferencias masivas de genes que crean genomas también

quiméricos; el genoma nuclear contiene genes eucariotas, pero también genes de

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origen bacteriano procedente de las mitocondrias o de los plastos, con los que coexiste.

Estos acontecimientos, según los citados autores, explican tal vez los saltos evolutivos

fundamentales cuya evolución parece interrumpida, dando origen a los grandes linajes

del mundo viviente que moldearon la diversidad biológica actual. El propio ser humano

podría contemplarse como una comunidad simbiótica extremadamente integrada.

Por otra parte, Margulis también sostiene que la simbiosis es una clase, pero no

una clase notable, de lamarquismo. En el lamarquismo simple, los organismos se

supone que heredan los rasgos adquiridos por sus padres en determinadas condiciones

ambientales, mientras que a través de la simbiogénesis, los organismos no adquieren

rasgos sino a otros organismos completos, y por supuesto el conjunto entero de sus

genes. Margulis afirma, como también lo han hecho numerosos biólogos, entre los

cuales destacan los franceses, que la simbiogénesis es una forma de neo-lamarquismo.

La simbiogénesis propone el cambio evolutivo por la herencia de conjuntos de

genes adquiridos, y reúne individuos distintos para hacer entidades más grandes y más

complejas. Se generan nuevas poblaciones que se convierten en nuevos individuos

multisimbióticos. Estos nuevos individuos son mayores y con un nivel de integración

más inclusivo. La simbiosis no es un fenómeno raro o marginal, sino natural y común.

Habitamos un mundo simbiótico, proclama constantemente Margulis.

Para consolidar esta afirmación, la científica ha citado en sus trabajos

innumerables ejemplos, de los que aquí sólo destacaremos algunos. Uno de ellos hace

referencia a los peces que viven en el fondo del mar y que pueden haber albergado

brillantes bacterias simbióticas que les permitirían iluminar aquellas oscuras regiones.

Se conocen muchos casos de peces y de escarabajos que hospedan bacterias que

brillan en la oscuridad.

Otro ejemplo de investigación reciente sobre simbiosis indica que la transición

de algas verdes a plantas terrestres se hizo a partir de la unión del genoma de un

hongo con algún antepasado de alga verde. Los líquenes son productos de simbiosis

muy bien conocidos. Todos ellos son hongos en simbiosis con cianobacterias o con

algas verdes, entremezclados para formar un nuevo organismo con aspecto de planta

que puede alcanzar gran longevidad. Recientemente ha surgido la idea de que las

plantas vasculares también podrían ser el resultado de la colaboración de especies muy

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distintas de diferentes reinos de la naturaleza. La unión interactiva entre hongos y algas

verdes también podría explicar la evolución trascendental del reino vegetal.

Pero, según Margulis, el proceso simbiótico prosigue sin cesar. Algunas familias

de vegetales (por ejemplo las leguminosas, que incluyen guisantes, judías y especies

afines) no puede vivir en suelos pobres en nitrógeno sin las bacterias fijadoras de dicho

elemento, que se desarrollan en los nódulos de sus raíces. De igual manera, las vacas

no puede digerir la celulosa de la hierba ni las termitas la que procede de la madera,

sin las comunidades microbianas que se alojan en el aparato digestivo, tanto de los

rumiantes como de las termitas. En el ser humano, un diez por ciento, como mínimo,

del peso seco del cuerpo corresponde a bacterias, algunas de las cuales son esenciales

para nuestra vida a pesar de que no sean parte congénita de nuestro organismo.

En cierta ocasión la bióloga ha comentado que la verdadera función de los

mamíferos, incluidos los humanos, podría ser la de servir como hábitat ideal para los

varios kilos de bacterias que llevan en su interior.

3. La polémica en torno a Lynn Margulis

Antes de finalizar este apartado, me ha parecido de interés incorporar aquí la

opinión que sobre el pensamiento evolutivo de Margulis han vertido recientemente

algunos conocidos expertos. Esta es, evidentemente, la forma más fidedigna de

plasmar la controversia que esta autora genera. Sólo hemos escogido seis opiniones –la

de tres biólogos, un físico, un filósofo y un historiador de la ciencia– ,de una lista que,

dada la popularidad de Margulis, podría ser interminable. Estos científicos reflejan en

líneas generales, con bastante aproximación, el sentir mayoritario de la comunidad

científica: aceptación generalizada de la teoría de la endosimbiosis para el origen de la

célula eucariota, pero ponen importantes reparos ante la hipótesis de Gaia y el

pensamiento filosófico de la científica.

Así, en opinión del ya mencionado biólogo evolucionista Niles Eldredge: “Lynn es

maravillosa (...) su propuesta del origen simbiótico de la célula eucariota ha sido

probablemente la idea más grande de la Biología moderna. (...). Su compromiso con

Gaia es más confuso. Sus comentarios sobre la Biología Evolutiva a veces pierden el

rumbo. Ella, igual que yo y muchos otros, piensa que la metáfora de la competencia por

el éxito reproductivo está sobredimensionada en el paradigma ultradarwinista; pero, por

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otro lado, no cabe duda de que en la naturaleza hay competencia. Ella intenta

minimizar este hecho poniendo el énfasis en la cooperación”.

Por su parte, el biólogo evolucionista Richard Dawkins, básicamente conocido por

su defensa de que los genes son las unidades de la selección natural y acusado por

algunos de excesivo reduccionismo, también ha expresado su opinión sobre Margulis.

Pero antes de incluir esta opinión, cabe apuntar que entre ambos existe, al parecer,

cierta animosidad, nacida de un ataque que Dawkins dedicó en una reseña de la revista

Nature, al libro de la científica, La danza misteriosa, publicado en 1991.

Richard Dawkins ha exteriorizado: “Admiro mucho el tremendo coraje y vigor de

Lynn Margulis en su defensa de la endosimbiosis, que ahora ya forma parte de la

ortodoxia (...). Este es uno de los grandes logros de la Biología Evolutiva del siglo XX, y

le tengo una gran admiración por eso”. Sin embargo, Dawkins también afirma que

Margulis es “extremadamente obstinada. Tengo la impresión de que ese tipo de

persona que se cree en posesión de la verdad y no atiende a razones (...). Lo que digo

puede parecer injusto, y en el caso de la teoría del origen de la célula eucariota tenía

motivos para ser obstinada. En esa ocasión estaba –probablemente– en lo cierto, pero

eso no significa que siempre tenga razón. Y sospecho que no siempre la tiene. La

hipótesis Gaia es un buen ejemplo (...). Soy escéptico ante la retórica de esta hipótesis

o a las aplicaciones particulares de la misma, como la explicación de la cantidad de

metano en la atmósfera, o ante las afirmaciones de que las bacterias producen gas, lo

cual es bueno para el mundo en general y por lo tanto se esmeran en producirlo (...).

Esto no puede ocurrir en un mundo darwiniano”.

Otro biólogo, Francisco Varela, reconocido defensor de la Nueva Biología

esencialmente fundamentada en la aplicación del pensamiento sistémico a los

organismos vivos, dice: “Considero a Lynn Margulis como una de las personalidades

más brillantes e importantes en el campo de la Biología desde los años veinte (...). El

único nexo de unión interesante en la Biología a todos los niveles –desde la Geología a

la Evolución, pasando por la Biología Celular y Molecular– es Lynn”. Este autor subraya

que la teoría de la evolución por simbiosis ha abierto una nueva vía de reflexión sobre

las relaciones que observamos en los microorganismos. Sin embargo, también ha

matizado: “Tengo que hacerle algunas críticas. En los últimos años ha trasladado

algunas de sus ideas científicas importantes a una esfera más cultural, hacia una

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interpretación cultural humana. Eso es malo. Por ejemplo, su relato sobre los orígenes

del sexo, en ‘La danza misteriosa’, escrito con Dorion Sagan, es ingenuo, lleno de

tópicos y falto de perspectiva histórica. (...). Tengo que decir, por una vez, que estoy

enteramente de acuerdo con el famoso ataque que le dedicó Dawkins. Es una pena que

haya derivado hacia esta extraña segunda etapa”.

Según el parecer de otros científicos no biólogos, por ejemplo el físico Lee

Simolin, quien ha escrito: “Lynn Margulis ha sido durante mucho tiempo uno de mis

héroes científicos. Es, en mi opinión, uno de los más grandes científicos

norteamericanos vivos.(...). Como físico puedo decir que ha tenido una tremenda

influencia en mi manera de entender la Biología. Tres aspectos de su visión –la

importancia de la simbiosis en la evolución, la hipótesis Gaia y la idea de que la

totalidad del mundo vivo es una colaboración de la vida microbiana– son, pienso,

extremadamente importantes para comprender las relaciones del mundo vivo con el

mundo físico a gran escala”.

El filósofo Daniel C. Dennett ha dicho: “Una de las ideas más hermosas que he

encontrado en mi vida es la de Lynn Margulis sobre el nacimiento de la célula eucariota

a partir de la transformación de lo que en un principio fue una infección parasitaria de

una célula por otra. Cuando propuso esa hipótesis se mofaron de ella, y es estupendo

que ahora se acepte como un avance teórico capital. Para mí es uno de los héroes de la

Biología del siglo XX”. Sin embargo, este mismo autor, algo más adelante confiesa

sentirse algo perturbado por algunos de los escritos recientes de Margulis sobre

cooperación y competencia, y su posible extrapolación a la política. Acepta el filósofo

que si bien la revolución eucariota es un ejemplo de algo que comenzó como

competencia y que evolucionó hacia lo que en esencia es un acuerdo cooperativo, esto

no demuestra que la cooperación sea la norma, o que la cooperación sea siempre

buena, o que sea siempre posible. La cooperación simbiótica “es el raro y maravilloso

fenómeno que permitió el despegue de la vida multicelular. Pero de él no se puede

hacer lectura de que la naturaleza es fundamentalmente cooperativa, porque no lo es”.

Finalmente, José Manuel Sánchez Ron, doctor en Ciencias Físicas, catedrático de

Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid y autor de numerosos

libros y artículos, considera a Lynn Margulis: “Una de las biólogas más eminentes,

creativas y conocidas internacionalmente, ha resuelto de manera espléndida numerosas

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cuestiones en un contexto evolutivo”. Sin embargo, también opina que cuando “

Margulis va más allá de lo meramente científico y trata de construir un sistema

filosófico, su éxito y originalidad es más debatible”.

IX. COMENTARIO FINAL

A la hora de terminar esta resumida exposición sobre el pensamiento de una

bióloga tan destacada de nuestro tiempo, nos parece muy ilustrativo traer aquí algunas

de sus reflexiones más significativas acerca de la especie humana, su evolución y su

posición en la naturaleza.

Desde su concepción de la historia de la vida, Margulis ha denunciado la

convencional tesis de algunos autores acerca de que la evolución ha sido “progresiva”,

llevando desde formas de vida “inferiores” a formas de vida “superiores” y, por tanto,

mejores. La investigadora sostiene que hace ya tres mil millones de años los ciclos

atmosféricos fueron modulados por microorganismos, y hace dos mil millones de años

las cianobacterias fueron capaces de provocar cambios tan drásticos en la atmósfera

como la “revolución del oxígeno”. Es dudoso que desde entonces algún organismo haya

tenido un efecto tan profundo sobre el planeta. Sin embargo, señala la científica, de

manera tradicional se ha considerado la historia de la vida como un prólogo de la

humanidad: organismos vivos “inferiores” y carentes de inteligencia han precedido a

Homo sapiens, que representa actualmente la cúspide de la evolución. Para esta

singular bióloga, el conocimiento cada vez más profundo del microcosmos ha

demostrado que valorar al ser humano como algo especial, es una insensatez. Ella

defiende que la evolución del planeta ha sido principalmente un fenómeno bacteriano, e

insiste en que esta idea proporciona una visión mucho más real del verdadero lugar de

la humanidad en la naturaleza.

En diversas ocasiones Lynn Margulis ha subrayado, no sin despertar

susceptibilidades y hasta agrios reproches, que el planeta ha funcionado como un gran

sistema vivo mucho antes de que apareciese la especie humana y persistirá aún

después de la desaparición de Homo sapiens. Desde la perspectiva de Gaia –el planeta

vivo como un todo– la evolución de los seres humanos constituye un brevísimo episodio

que podría llegar a tener un abrupto final en el futuro próximo, pero que no tendría

mayor significado para la vida en su totalidad.

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En Margulis se aprecia un esfuerzo por desmantelar posiciones jerárquicas

poderosas. La científica intenta “destronar” a Homo sapiens y mostrar la inmensa

importancia evolutiva y ecológica de los tradicionalmente pensados organismos

“inferiores”, más antiguos y de menor tamaño, las bacterias. Considerando la clásica

Escalera del Ser, con los organismos más sencillos en la base y los humanos en la

cúspide, como un sin sentido científico, Margulis reitera: “Todos los seres vivos están

hoy igualmente evolucionados. Todos han sobrevivido a más de 3.000 millones de años

de evolución a partir de los antepasados comunes bacterianos: no existen seres

‘superiores’ ni ‘inferiores’”.

Hemos visto en distintos apartados de esta exposición que para esta bióloga la

vida visible es producto de la interacción celular. La célula eucariota se compone de

otras células; es una comunidad de microbios que actúan recíprocamente. Las

asociaciones entre células que una vez fueron ajenas, e incluso enemigas entre sí, son

la base del desarrollo continuo de la vida en la Tierra. En consecuencia, se muestra

contraria a la postura que contrapone a los seres humanos al resto de la naturaleza.

Uno de sus objetivos es recordar el origen bacteriano de Homo sapiens y nuestras

conexiones con la biosfera. Las semejanzas humanas con otras formas de vida son

mucho más llamativas que sus diferencias: “Nuestras profundas conexiones, a lo largo

de vastísimos períodos geológicos, deberían inspirar respeto y no repulsión”, ha escrito.

De igual forma, en la línea crítica ante la posición tradicional adjudicada al ser

humano en la naturaleza, ha expresado: “A menudo se ha comparado la revolución

darwiniana con la de Copérnico, que demostró que la Tierra no era el centro del

universo, sino una simple mota de polvo en un rincón de esa tela de araña que es

nuestra galaxia, la Vía Láctea. Sin embargo, (...) lo que parece haber ocurrido con el

despertar de la revolución darwiniana es que nuestra especie ha intentado reemplazar a

Dios. (...). El darwinismo puede haber destruido la deidad antropomórfica de la religión

tradicional, pero en vez de hacernos sentir humildes (...) despertó nuestra avidez por

ocupar el lugar que Dios había desempeñado hasta entonces”. Por ello, Margulis se ha

empeñado en una lucha por, en sus propias palabras, “llevar hasta el límite la

‘copernicana’ revolución darwinista”.

La investigadora denuncia también que la humanidad con su antropocentrismo –

sosteniendo que el ser humano es algo distinto, único y superior– mantiene una actitud

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de arrogancia ecológica. En una de sus numerosas entrevistas ha confesado: “En la

historia de la vida, siempre ha habido un relevo de especies, con unas extinguiéndose y

otras apareciendo. Nosotros también nos extinguiremos. El futuro no es la especie

humana. Pensar que la vida acabará cuando la humanidad se extinga es como creer

que el mundo se acaba cuando te mueres”.

Ella, por su parte, cree con firmeza en la necesidad de defender una variante

especial de la visión ecológica del mundo, una actitud de humildad ecológica. Afirma,

invirtiendo la jerarquía tradicional, que el sistema planetario no tiene ninguna necesidad

de la especie humana. Los microorganismos, además de ser los cimientos de la vida en

la Tierra, ocupan un lugar indispensable en toda la estructura viva y son necesarios

para su supervivencia.

En opinión de Margulis, todavía no se ha llegado comprender la ciencia de la

evolución con toda la profundidad que merece. “Es cierto que los humanos hemos

evolucionado, señala, pero no de antepasados simiescos o incluso de otros mamíferos.

Hemos evolucionado de una larga línea de progenitores, y finalmente de la primera

bacteria (...). La evolución biológica nació en esos seres que llamamos 'microbios'. Toda

la vida, hoy lo sabemos, evolucionó a partir de las formas más pequeñas: las bacterias

(...). Defiendo que, como todos los demás simios, los humanos no son la obra de Dios,

sino de millones de años de interacción entre microbios altamente sensibles. Este

pensamiento es intranquilizador para algunos (...). Para mi es fascinante: me estimula a

aprender más”.

Bibliografía sucinta

FOX KELLER, E. (1985). Reflexiones Sobre Género y Ciencia. Ediciones Alfons el Magnanim. Valencia (1989).

MAYR, E. (1995). Así es la Biología. Editorial Debate, S.A. Madrid (1998). DeDUVE, Ch. (1996). “El origen de las células eucariotas”. Investigación y Ciencia: 18-26. LOVELOCK, J, (1987). “GAIA. Un modelo para la dinámica planetaria y celular”. En: GAIA.

Implicaciones de la nueva biología: 95-106. Ediciones a cargo de W. I. Thompson. Editorial Kairós. Barcelona (1989).

MARGULIS, L. (1981). El Origen de la Célula. Editorial Reverté, S.A. Barcelona (1986). MARGULIS, L. (1991). La Danza Misteriosa. Editorial Kairós. Barcelona (1992).