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Marcel Schwob La cruzada de los niños

 Mimos

Colección Escritores del Siglo XX 

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GOBIERNO DEL ESTADO DE VERACRUZ

Miguel Alemán VelazcoGobernador del Estado

Nohemí Quirasco HernándezSecretaria de Gobierno

J. Rafael Hermida Lara Regente de la Editora de Gobierno

Editora de Gobierno del Estado de Veracruz-LlaveImpreso y hecho en México

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NOTA PRELIMINAR

En mayo del año oscuro de 1212, un adolescentellamado Esteban de Cloyes, se presentó en la corte delrey Felipe con una carta que, según afirmaba, le habíasido entregada por Jesucristo en persona, junto con elencargo de predicar una cruzada. El rey, sin prestarleatención lo envió de regreso, pero el zagal, en vez devolver serenamente a su casa, cayó en un fervorosodelirio y anunció a los cuatro vientos que Dios le habíaordenado organizar una cruzada de niños para recobrar

de las manos infieles la ciudad santa de Jerusalén.En menos de un mes las prédicas de Estebanhabían conseguido reunir a millares de niños; ante lamirada, unas veces atónita, otras burlona, de los adultos,cerca de 30 mil niños franceses, acompañados poralgunos religiosos y de otros peregrinos, emprendieroncon él una desastroza marcha a través de Provenza

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con rumbo a Marsella, desde donde esperaban queel Señor separara las aguas, tal y como lo había hechocon el pueblo judío en el mar Rojo, para que elloscruzaran el mediterráneo y llegaran a Tierra Santasin siquiera mojarse los pies. El pastor Esteban viajaba

a bordo de un carrito con toldo y los demás a pie.Al conocerse la noticia, en Alemania, se

desencadenó un movimiento semejante, éste al mandode un muchacho llamado Nicolás quien, al igual queEsteban predicaba que el mar se abriría ante ellos.En poco tiempo reunió un ejército de niños quemarchaban gustosos a derrotar a los moros.

Sólo el Papa Inocencio trató de disuadirlos,cuando un pequeño grupo llegó a Roma, pero, paraentonces, ya nada se podía hacer.

“De los que habían salido de Colonia –cuenta J.Lehmann en su obra Las cruzadas–, menos de la terceraparte llegó a la ciudad portuaria de Génova a finales deagosto. El hambre, la sed y la penalidades del paso porlos Álpes habían causado un auténtico desastre, cientosde cadáveres de niños quedaron desperdigados entrelas montañas. También la expedición francesa padecióhambre y sed. Muchos murieron de inanición a los

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bordes del camino; otros volvieron como pudieron yregresaron famélicos a sus casas. Los pocos quelograron alcanzar Marsella o Génova corrieronenseguida a las playas para vivir el gran milagro de queel mar se abriera delante de ellos. Grande fue la

decepción al comprobar que no sucedía tal cosa.”“Muchos pensaron que habían sido engañados

por Esteban y emprendieron el regreso como pudieron,pero otros salían todos los días a la orilla del mar enespera de que se cumpliera el prodigio.”

“Algo parecido ocurrió a la cruzada alemanaencabezada por Nicolás; tampoco en esta ocasión quisohacer milagros el Señor. No se sabe con certeza, peromuchos murieron por el camino al igual que las otrasexpediciones. Algunos consiguieron llegar hasta Brindisi,

otros, en especial las niñas, se quedaron en Italia portemor a las penalidades del regreso. Muy pocos fueronlos que consiguieron volver a las regiones del Rin antesde la primavera siguiente. Los padres de los niños quehabían perecido por el camino, después de haber creídoen las promesas celestiales, clamaron venganza terrenal;el padre de Nicolás fue preso y ahorcado.”

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“Aparentemente los niños franceses tuvieron mássuerte en Marsella. Al cabo de varios días y como elmar insistía en no querer abrirse, dos mercaderesmarselleses se declararon dispuestos a transportarlossin cobrar, para mayor gloria de Dios. Esteban aceptó

la oferta, y los dos mercaderes, Hugo el Hierro yGuillermo el Cerdo, fletaron siete barcos y zarparon.”“Pasaron dieciocho años antes de que se volviese a tenernoticia de lo que había sucedido a la cruzada infantil. En1230, un sacerdote que regresaba a Francia procedentede oriente contó, cómo, cuando era un cura reciénordenado, acompañó a la expedición de Esteban; dosde los siete barcos se habían estrellado contra las rocasdurante una tormenta, en la isla de San Pietro, al sudestede Cerdeña, no hubo supervivientes, todos se ahogaron.

En cuanto a los ocupantes de los otros cinco barcos,fueron llevados a Argel por los dos mercaderes yvendidos como esclavos.”

“Los que no encontraron comprador en Argelfueron conducidos a Alejandría, donde se cotizabanmejor los esclavos francos. La mayoría fueroncomprados por el gobernador egipcio para quetrabajasen en sus fincas, y un pequeño grupo fue ofrecido

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en el mercado de esclavos de Bagdad. En total, segúnel sacerdote, debían sobrevivir unos 700; algunos deellos quedaron libres en el año 1229, cuando elemperador Federico II firmó un tratado con el sultánMalik al-Kamil, pero muchos continuaron en la

esclavitud hasta su muerte.”Marcel Schwob, el exquisito escritor francés,

basó en este hecho terrible y no exento de belleza, suobra La cruzada de los niños , misma en la que alcanzóuno de los puntos más altos de su depurada expresión.En él, tras una ardua y obsesiva preparación, Schwob,fiel a su estética de la elección, se dedicó a imaginar y aseleccionar para nosotros los momentos claves que, unavez reunidos, nos entregarían lo esencial de esta historia.En su libro “reduce –como bien ha visto José Emilio

Pacheco– la tragedia a unos cuantos monólogos que secomplementan, se aclaran y se oponen. A partir de suinmenso poder de sugerencia el lector hará todo sutrabajo. Su imaginación revivirá desde dentro lo quesienten los niños que esperan llegar a Jerusalén paracumplir la hazaña que tantos guerreros han intentado”.En estos relatos Schwob soñó para nosotros laangustia de un Papa, la inocencia de los niños, la fe

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de un clérigo, la desesperanzada esperanza de unleproso... con la intención de que nosotros lleváramosmás allá ese sueño, acaso con la intención de que ennosotros ese sueño se cumpliera.

Marcel Schwob (1867-1905) desde muy joven

entró en contacto con la literatura clásica bajo la guíade su tío Leon, quien no sólo lo introdujo al mundo delos grandes escritores griegos y latinos, sino también enel arte imposible de la traducción. Desde muy joven,Schwob, lee literatura medieval, filosofía, literaturaalemana e inglesa, y tiene entre sus más grandes pasionesla vida y la obra de François Villon. Fue amigo de OscarWilde y de Robert Louis Stevenson, de André Guide yde Rémy de Gourmont. Muy joven publicó variospoemas, entre los que hay que destacar unFausto y un

Prometeo, dos libros de cuentos: Corazón doble y Elrey de la máscara de oro, títulos que nos muestran yaa un autor del todo maduro a sus 25 años.Posteriormente escribe tres de sus más bellos títulos: La cruzada de los niños, Vidas imaginarias y El libro

de Monelle. Rémy de Gourmont al escribir sobreSchwob dijo que sus libros nos “obligan a reflexionardespués de que han agradado por lo imprevisto de los

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tonos, de las palabras, de los rostros, de los ropajes,de las vidas, de las muertes, de las actitudes. Es unescritor de los más substanciales, de la raza diezmadade los que tienen siempre en los labios algunas palabrasnuevas de buen olor”.

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Circa idem tempus pueri sine rectore, sine duce, de universis

omnium regionum villis et civitatibus versus transmarinas

 partes avidis gressibus cucurrerunt, et dum quaereretur ab

ipsis quo currerent, responderunt: Versus Jherusalem, quarere

terram sanctam... Adhuc quo devenerint ignoratur. Sed plurimi

redierunt, a quibus dum quaereretur causa cursus, dixerunt 

se nescire. Nudae etiam mulieres circa idem tempus nihil

loquentes per villas et civitates cucurrerunt...*

*Por aquel tiempo los niños, sin guía y sin jefe, corrían precipitadamentede las ciudades y pueblos de todas las regiones hacia el otro lado delmar, y cuando se les preguntó a dónde iban, respondieron: haciaJerusalén, a buscar la Tierra Santa... Todavía se ignora lo que haya sidode ellos. Muchos volvieron y al preguntarles la causa de su viajedijeron que no sabían. También por aquel entonces mujeres desnudasque nada decían, pasaron corriendo por las ciudades y por los pueblos...

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RELATO DEL GOLIARDO

o, pobre goliardo, clérigo miserable errabundopor los bosques y los caminos para mendigar,en nombre de Nuestro Señor, mi pan cotidiano,

vi un espectáculo piadoso, y oí las palabras de losniñitos. Sé que mi vida no es muy santa y que he cedidoa las tentaciones bajo los tilos del camino. Los hermanosque me dan vino bien se dan cuenta de que estoy pocoacostumbrado a beber. Pero no pertenezco a la secta

de los que mutilan. Hay mentecatos que les sacan losojos a los pequeñuelos, les cortan las piernas y les atanlas manos, con el objeto de exhibirlos y de implorar lacaridad. He aquí por qué tengo miedo al ver todos estosniños. Sin duda, los defenderá Nuestro Señor. Hablo alacaso, porque estoy lleno de alegría. Río de la primaveray de lo que vi. No es muy fuerte mi espíritu. Recibí la

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tonsura de clérigo a la edad de diez años, y he olvidadolas palabras latinas. Soy semejante a la langosta: porquesalto, aquí y allá, y zumbo, y a veces abro las alas decolor , y mi cabeza menuda está transparente y vacía.Dicen que San Juan se alimentaba de langostas en el

desierto. Sería necesario comer muchas. Pero San Juande ningún modo era un hombre como nosotros.

Estoy lleno de adoración por San Juan, porqueera vagabundo y decía palabras incoherentes. Me pareceque debieron ser más suaves. Este año, también es suavela primavera. Nunca tuvo tantas flores pálidas y rosadas.Las praderas están lavadas recientemente. Por todaspartes resplandece la sangre de Nuestro Señor en lossetos. Nuestro Señor Jesús es color de azucena, perosu sangre es bermeja. ¿Por qué? No lo sé. Esto debe

de estar en algún pergamino. Si yo hubiese sido expertoen letras, tendría pergamino, y escribiría en él. De estemodo comería muy bien todas las noches. Iría a losconventos a rogar por los hermanos muertos e inscribiríasus nombres en mi rollo. Transportaría mi rollo de losmuertos, de una abadía a la otra. Es una cosa que agradaa nuestros hermanos. Pero ignoro los nombres de mis

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hermanos muertos. Puede ser que Nuestro Señortampoco se cuide mucho de saberlos. Me parecióque todos estos niños no tenían nombres. Es seguroque los prefiere Nuestro Señor Jesús. Llenaban elcamino como un enjambre de abejas blancas. No sé

de donde venían. Eran pequeños peregrinos. Teníanbordones de avellano y de álamo. Llevaban la cruz ala espalda; y todas estas cruces eran de innumerablescolores. Las vi verdes, que debieron de estar hechascon hojas cocidas. Son niños salvajes e ignorantes.Vagan no sé hacia dónde. Tienen fe en Jerusalén.Pienso que Jerusalén está lejos, y que Nuestro Señordebe estar más cerca de nosotros. No llegarán aJerusalén. Pero Jerusalén llegará a ellos. Como a mí.El fin de todas las cosas santas radica en la alegría.Nuestro Señor está aquí, en esta espina enrojecida,

y en mi boca, y en mi pobre palabra. Porque piensoen él y su sepulcro está en mi pensamiento. Amén.Me acostaré aquí bajo el sol. Es un sitio santo. Lospies de Nuestro Señor santificaron todos los lugares.Dormiré. Que Jesús haga dormir en la noche a todosestos niñitos blancos que llevan la cruz. En verdad,yo se lo digo. Tengo mucho sueño. Yo se lo digo, enverdad, porque tal vez él no los ha visto, y debe velar

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por los niñitos. La hora del medio día pesa sobre mí.Todas las cosas son blancas. Así sea. Amén.

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RELATO DEL LEPROSO

i deseáis comprender lo que quiero deciros, sabedque tengo la cabeza cubierta con un capuchónblanco y que agito una matraca de madera dura.

Ya no sé cómo es mi rostro, pero tengo miedo de mismanos. Van ante mí como bestias escamosas y lívidas.Quisiera cortármelas. Tengo vergüenza de lo que tocan.Me parece que hacen desfallecer los frutos rojos quetomo; y creo que bajo ellas se marchitan las raíces que

arranco. Domine ceterorum libera me! El Salvador noexpió mi pálido pecado. Estoy olvidado hasta laresurrección. Como el sapo empotrado al frío de la lunaen una piedra oscura, permaneceré encerrado en mi escoriaodiosa cuando los otros se levanten con su cuerpo claro. Domine ceterorum, fac me liberum: leprosus sum. Soysolitario y tengo horror. Sólo mis dientes han conservado

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su blancura natural. Los animales se asustan, y mi almaquisiera huir. El día se aparta de mí. Hace mil doscientosdoce años que su Salvador los salvó, y no ha tenidopiedad de mí. No fui tocado con la sangrienta lanza quelo atravesó. Tal vez la sangre del Señor de los otros me

habría curado. Sueño a menudo con la sangre; podríamorder con mis dientes; son blancos. Puesto que Él noha querido dármelo, tengo avidez de tomar lo que lepertenece. He aquí por qué aceché a los niños quedescendían del país de Vendome hacia esta selva delLoira. Tenían cruces y estaban sometidos a Él. Suscuerpos eran Su cuerpo y Él no me ha hecho parte desu cuerpo. Me rodea en la tierra una condenación pálida.Aceché para chupar en el cuello de uno de Sus hijos,sangre inocente. Et caro nova fiet in die irae . El día

del terror será nueva mi carne. Y tras de los otroscaminaba un niño fresco de cabellos rojos. Lo vi; saltéde improviso; le tomé la boca con mis manos espantosas.Sólo estaba vestido con una camisa ruda; tenía desnudoslos pies y sus ojos permanecieron plácidos. Mecontempló sin asombro. Entonces, sabiendo que nogritaría, tuve el deseo de escuchar todavía una voz

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humana y quité mis manos de su boca, y él no se laenjugó. Y sus ojos estaban en otra parte.

–¿Quién eres? –le dije.–Johannes el Teutón –respondió. Y sus palabras

eran límpidas y saludables.

–¿A dónde vas? –repliqué.Y él respondió:–A Jerusalén, para conquistar la Tierra Santa.Entonces me puse a reír, y le pregunté:–¿A dónde está Jerusalén?Y él respondió:–No lo sé.Y yo le dije todavía:–¿Qué es Jerusalén?Y él respondió:

Es Nuestro Señor.Entonces, me puse de nuevo a reír, y le pregunté:–¿Quién es tu Señor?Y él me dijo:–No lo sé; es blanco.Y esta palabra me llenó de furor, y abrí la boca

bajo mi capuchón, y me incliné hacia su cuello fresco,y no retrocedió, y yo le dije:

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–¿Por qué no tienes miedo de mí?Y él dijo:–¿Por qué habría de tener miedo de ti, hombre

blanco?Entonces me inundaron grandes lágrimas, y me tendí 

en el suelo, y besé la tierra con mis labios terribles, y grité:–¡Porque soy leproso!Y el niño teutón me contempló, y dijo

límpidamente:–No lo sé.¡No tuvo miedo de mí! ¡No tuvo miedo de mí! Mi

monstruosa blancura es semejante para él a la del Señor.Y tomé un puñado de hierba y enjugué su boca y susmanos. Y le dije:

–Ve en paz hacia tu Señor blanco, y dile que me

ha olvidado.Y el niño me miró sin decir nada. Le acompañéfuera de lo negro de esta selva. Caminaba sin temblar.Vi desaparecer a lo lejos sus cabellos rojos en el sol. Domine infantiun, libera me! ¡Que el sonido de mimatraca de madera llegue hasta ti, como el puro sonidode las campanas! ¡Maestro de los que no saben,libértame!

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RELATO DEL PAPA INOCENCIO III

ejos del incienso y de las casullas, puedo muyfácilmente hablarle a Dios en esta cámaradesdorada de mi palacio. Aquí es donde vengo a

pensar en mi vejez, sin que me sostengan bajo losbrazos. Durante la misa se eleva mi corazón y mi cuerpose enerva; el cintilar del vino sagrado llena mis ojos, ymi pensamiento se lubrica con los aceites preciosos;pero en este lugar solitario de mi basílica, puedo

inclinarme bajo mi fatiga terrestre. Ecce homo! Porquede ningún modo el Señor debe escucharverdaderamente la voz de sus sacerdotes a través de lapompa de los mandamientos y de las bulas; y sin dudani la púrpura, ni las joyas, ni las pinturas le agradan;pero en esta pequeña celda acaso tenga piedad de miimperfecto balbuceo. Señor, soy muy viejo, y heme aquí,

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vestido de blanco ante ti, y mi nombre es Inocencio, ytú sabes que no sé nada. Perdóname mi papado,porque fue instituido, y yo lo sufrí. No fui yo el queordenó los honores. Me agrada más ver tu sol poresta ventana redonda que en los reflejos magníficos

de mis vidrieras de colores. Déjame gemir comocualquier viejo y volver hacia ti este rostro pálido yarrugado que levanto penosamente por encima delas olas de la noche eterna. Los anillos se deslizanpor mis dedos enflaquecidos, como se escapan losúltimos días de mi vida.

¡Dios mío! soy tu vicario aquí, y hacia ti tiendo mimano extenuada, llena del vino puro de tu fe. Haygrandes crímenes. Hay muy grandes crímenes. Podemosdarles la absolución. Hay grandes herejías. Hay muy

grandes herejías. Debemos castigarlas implacablemente.A esta hora en que me arrodillo, blanco, en esta blancacelda desdorada, sufro una inmensa angustia, Señor,no sabiendo si los crímenes y las herejías son delpomposo dominio de mi papado o del pequeño círculode luz en el cual un hombre viejo une sencillamente susmanos. Y también, me encuentro turbado en lo que serefiere a tu sepulcro. Siempre está rodeado de infieles.

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No se ha sabido recobrarlo. Nadie ha dirigido tu cruzhacia la Tierra Santa; estamos sumergidos en elentorpecimiento. Los caballeros han depuesto sus armasy los reyes no saben ya mandar. Y yo, Señor, me acusoy golpeo mi pecho; soy demasiado débil y

demasiado viejo.Sin embargo, Señor, escucha este balbuceo

trémulo que asciende fuera de esta pequeña celda demi basílica y aconséjame. Mis servidores me trajeronextrañas nuevas desde el país de Flandes y de Alemaniahasta las ciudades de Marsella y Génova. Van a nacersectas ignoradas. Se han visto correr por las ciudadesmujeres desnudas que no hablan. Estas mudas impúdicasseñalan al cielo. Varios locos han predicado la ruina enlas plazas. Los ermitaños y los clérigos errantes

murmuran. Y no sé porqué sortilegio más de siete milniños fueron sacados de sus casas. Son siete mil en elcamino y llevan la cruz y el bordón. No tienen nada quecomer; ni tienen armas ningunas; son ineptos y nosavergüenzan. Son ignorantes de toda verdadera religión.Mis servidores los han interrogado. Responden que vana Jerusalén para conquistar la Tierra Santa. Misservidores les dijeron que no podrían atravesar el mar.

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Respondieron que el mar se separaría y se desecaríapara dejarlos pasar. Los buenos padres, piadosos ysabios, se esforzaron por retenerlos. Rompieron durantela noche los cerrojos y franquearon las murallas. Muchosson hijos de nobles y de cortesanas. Es lamentable.

Señor, todos estos inocentes serán estregados alnaufragio y a los adoradores de Mahoma. Veo que elsoldán de Bagdad los acecha en su palacio. Tiemblo alpensar que los marineros se apoderen de sus cuerpospara venderlos.

Señor, permíteme que te hable según lasfórmulas de la religión. Esta cruzada de los niños no esuna obra piadosa. No podrá conquistar el Sepulcro paralos cristianos. Aumenta el número de los vagabundosque caminan en el límite de la fe autorizada. Nuestros

sacerdotes no pueden protegerla. Debemos creer queel Maligno posee a estas pobres criaturas. Van en rebañohacia el precipicio como los cerdos en la montaña. ElMaligno se apodera gustoso de los niños, Señor, comolo sabes. En otro tiempo, revistió el aspecto de uncazador de ratas para atraer con las notas de la músicade su caramillo a los pequeñuelos de la ciudad deHamelin. Unos dicen que estos infortunados se ahogaron

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en el río Weser; otros, que los encerró en el flanco deuna montaña. Temo que Satán conduzca a todosnuestros niños a los suplicios de los que no tienen nuestrafe. Señor, sabes que no es bueno que se renueve lacreencia. Tan pronto como apareció en la zarza ardiente,

la hiciste encerrar en un tabernáculo. Y cuando seescapó de tus labios en el Gólgota, ordenaste que fueseencerrada en las píxides y las custodias. Estos pequeñosprofetas derrumbarán el edificio de tu Iglesia. Esnecesario defenderla. ¿Es con menosprecio de tusconsagrados, cómo usarán en tu servicio sus albas ysus estolas, cómo resistirán duramente a las tentacionespara vengarte, cómo recibirás a los que no saben loque hacen? Debemos dejar que vayan hacia ti lospequeñuelos, pero por el camino de tu fe. Señor, te

hablo según tus instituciones. Estos niños perecerán. Nohagas que bajo Inocencio se renueve el asesinato delos inocentes.

Perdóname sin embargo, Dios mío, por habertepedido consejo bajo la tiara. Se apodera de mí eltemblor de la vejez. Mira mis pobres manos. Soy unhombre muy viejo. Mi fe no es ya la de los pequeñuelos.El oro de las paredes de esta celda está gastado por el

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tiempo. Son blancas. El círculo de tu sol es blanco. Mitraje es blanco también, y mi corazón desecado es puro.Lo digo según tu regla. Hay crímenes. Hay muy grandescrímenes. Hay herejías. Hay muy grandes herejías. Micabeza está vacilante de debilidad: tal vez no sea

necesario ni castigar ni absolver. La vida pasada hacetitubear nuestras resoluciones. No he visto ningúnmilagro. Ilumíname. ¿Esto es un milagro? ¿Qué signo lediste? ¿Han llegado los tiempos? ¿Quieres que unhombre muy viejo, como yo, sea semejante en sublancura a tus pequeñuelos cándidos? ¡Siete mil! Aunquesu fe sea ignorante, ¿castigarás la ignorancia de sietemil inocentes? También yo soy inocente. Señor, soyinocente como ellos. No me castigues en mi extremavejez. Los largos años me enseñaron que este rebaño

de niños no puede triunfar. Sin embargo, Señor ¿es unmilagro? Mi celda continúa apacible, como en otrasmeditaciones. Sé que no es necesario implorarte, paraque te manifiestes; pero yo, desde lo alto de mi extremavejez, desde lo alto de tu papado, te suplico. Instrúyeme,porque no sé. Señor, son tus pequeños inocentes. Yyo, Inocencio, no sé, no sé.

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RELATO DE LOS TRES PEQUEÑUELOS

osotros tres, Nicolás que no sabe hablar, Alainy Dionisio, salimos a los caminos para llegar aJerusalén. Hace largo tiempo que vagamos.

Voces ignotas nos llamaron en la noche. Llamaban atodos los pequeñuelos. Eran como las voces de lospájaros muertos durante el invierno. Y al principio vimosmuchos pobres pájaros extendidos en la tierra helada,muchos pajaritos con el pecho rojo. Después vimos las

primeras flores y las primeras hojas y tejimos cruces.Cantamos ante las aldeas, como acostumbrábamoshacerlo en el año nuevo. Y todos los niños corrían hacianosotros. Y avanzamos como un rebaño. Hubohombres que nos maldijeron, no conociendo al Señor.Hubo mujeres que nos retuvieron por los brazos y nosinterrogaban cubriendo de besos nuestros rostros. Y

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también hubo almas buenas, que nos trajeron leche yfrutas en escudillas de madera. Y todo el mundo tuvopiedad de nosotros. Porque no saben a dónde vamos yno han escuchado las voces.

En la tierra hay selvas espesas, y ríos, y montañas,

y senderos llenos de zarzas. Y al fin de la tierra seencuentra el mar que pronto cruzaremos. Y al fin delmar se encuentra Jerusalén. No tenemos quién nosmande ni quién nos guíe. Pero todos los caminos sonbuenos. Aunque no sabe hablar, Nicolás caminacomo nosotros, Alain y Dionisio; y todas las tierrasson parecidas, e igualmente peligrosas para los niños.Por doquiera hay selvas espesas, y ríos, y montañas,y espinos. Pero por todas partes las voces estaráncon nosotros. Hay aquí un niño que se llamaEustaquio, y que nació con los ojos cerrados.

Mantiene los brazos tendidos y sonríe. Nosotros novemos más que él. Una pequeñuela lo conduce y lelleva su cruz. Se llama Allys. No habla nunca y nollora jamás; tiene fijos los ojos en los pies deEustaquio, para sostenerlo en sus tropiezos. Todoslos queremos a los dos. Eustaquio no podrá ver lassantas lámparas del Sepulcro. Pero Allys le tomarálas manos para hacerle tocar las losas de la tumba.

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¡Oh! qué bellas son las cosas de la tierra. No nosacordamos de nada, porque nada aprendimos nunca.Sin embargo, hemos visto árboles viejos y rocas rojas.Algunas veces atravesamos por largas tinieblas. Otras,caminamos hasta la noche por claras praderas. Hemos

gritado el nombre de Jesús al oído de Nicolás, y él loconoce bien. Pero no sabe pronunciarlo. Se regocijacon nosotros de lo que vemos. Porque sus labiospueden abrirse para la alegría, y nos acaricia laespalda. Y de este modo no son desgraciados: porqueAllys vela por Eustaquio y nosotros, Alain y Dionisio,velamos por Nicolás.

Se nos dijo que encontraríamos en los bosquesogros y hechiceros. Estas son mentiras. Nadie nos haespantado; nadie nos ha hecho daño. Los solitarios y

los enfermos vienen a vernos, y las ancianas enciendenluces para nosotros en las cabañas. Tocan por nosotroslas campanas de las iglesias. Los campesinos se empinandesde los surcos para espiarnos. También nos miranlos animales y no huyen. Y desde que caminamos, elsol se ha tornado más caliente, y no recogemos ya lasmismas flores. Pero todos los tallos se pueden tejer enlas mismas formas, y nuestras cruces son siempre frescas.

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De este modo tenemos grande esperanza, y prontoveremos el mar azul. Y al extremo del mar azul estáJerusalén. Y el Señor dejará llegar a su tumba a todoslos pequeñuelos. Y las voces ignotas se tornarán alegresen la noche.

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RELATO

 DE

FRANCISCO

LONGUEJOUE.–CLÉRIGO

oy, décimo quinto día del mes de septiembre,del año después de la encarnación de NuestroSeñor de mil doscientos y doce, se llegaron a la

oficina de mi señor Hugo Ferré muchos niños quesolicitaban atravesar el mar para ir a ver el SantoSepulcro. Y porque el dicho Ferré no tiene suficientesnaves mercantes en el puerto de Marsella, me ha

encomendado de requerir a maese Guillermo Porc, afin de completar el número. Los patrones Hugo Ferré yGuillermo Porc conducirán las naves hasta Tierra Santapor el amor de Nuestro Señor J.C. Hay al presenteesparcidos en torno de la ciudad de Marsella más desiete mil niños, algunos de los cuales hablan lenguasbárbaras. Mis señores los concejales, temiendo

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 justamente la escasez, se han reunido en la casa decabildos, donde previa deliberación, emplazaron a losdichos patrones a fin de exhortarlos y suplicarles queenvíen las naves con gran diligencia. El mar no es alpresente muy favorable a causa de los equinoccios, pero

hay que considerar que tal afluencia pudiera ser peligrosapara nuestra buena ciudad, tanto más que estos niñosestán todos hambrientos por lo largo del camino y nosaben lo que hacen. Mandé llamar a los marineros alpuerto, y equipar las naves. A la hora de vísperas sepodrá lanzarlas al agua. La multitud de niños no está enla ciudad, pero recorre la playa juntando conchas comorecuerdos de viaje y han dicho que se asombran de lasestrellas de mar y piensan que cayeron vivas del cielo afin de indicarles el camino del Señor. Y de este

acontecimiento extraordinario, he aquí lo que tengo quedecir: primeramente, que es de desearse que lospatrones Hugo Ferré y Guillermo Porc conduzcanprontamente fuera de nuestra ciudad esta turbulenciaextranjera; segundo, que el invierno ha sido muy rudo,por lo que la tierra está pobre este año, lo que sabenbastante mis señores los mercaderes; tercero, que nole avisaron a la Iglesia del deseo de esta horda que

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viene del Norte, y que no se mezclará en la locura de unejército pueril (turba infantium). Y es convenientealabar a los patrones Hugo Ferré y Guillermo Porc, tantopor el amor que experimentan hacia nuestra buena ciudadcomo por su sumisión a Nuestro Señor, enviando sus

naves y convoyándolas por este tiempo de equinoccio,y con gran peligro de ser atacados por los infieles quesurcan nuestro mar en sus falúas de Argelia y de Bujía.

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RELATO DEL KALANDAR

Gloria a Dios! ¡Alabado sea el Profeta que mepermitió ser pobre y vagar por las ciudadesinvocando al Señor! ¡Tres veces benditos sean los

santos compañeros de Mohamed que instituyeron laorden divina a la que pertenezco! Porque soy semejantea él cuando fue arrojado a pedradas de la ciudad infameque no deseo nombrar siquiera, y se refugió en una viñadonde un esclavo cristiano tuvo piedad de él, y le dio

uvas, y fue tocado por las palabras de la fe al declinar eldía. ¡Dios es grande! Atravesé las ciudades de Mosul,y de Bagdad y de Basora, y conocí a Sala-ed-Din (Diostenga su alma) y al sultán su hermano Seif-ed-Din, ycontemplé el Comendador de los Creyentes. Vivo muybien con un poco de arroz que mendigo y con agua quevierten en mi calabazo. Mantengo la pureza de mi

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cuerpo. Pero la pureza mayor reside en el alma. Estáescrito que el Profeta, antes de su misión, cayóprofundamente adormecido al suelo, y dos hombresblancos descendieron a derecha e izquierda de sucuerpo permaneciendo allí, y el hombre blanco de la

izquierda le hendió el pecho con un cuchillo de oro ysacó el corazón del que exprimió la sangre negra. Y elhombre blanco de la derecha le hendió el vientre con uncuchillo de oro y le sacó las vísceras que purificó. Ycolocaron las entrañas en su sitio, y desde entonces fuepuro el Profeta para anunciar la fe. Esta es una purezasobrehumana que pertenece principalmente a los seresangélicos. Sin embargo los niños también son puros.Tal fue la pureza que deseó engendrar la adivinadoracuando percibió el halo en torno de la cabeza del padre

de Mohamed y quiso unirse a él. Pero el padre delProfeta se unió a su mujer Aminah, y el halo desaparecióde su frente, y la adivinadora conoció así que Aminahacababa de concebir un ser puro. ¡Gloria a Dios quepurifica! Aquí, bajo el pórtico de este bazar, puedodescansar, y saludaré a los que pasan. Hay ricosmercaderes de telas y de joyas que se mantienen encuclillas. He aquí un caftán que bien vale mil dinares. Yo

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no tengo necesidad de dinero y soy libre como un perro.¡Gloria a Dios! Recuerdo, ahora que estoy a la sombra,el principio de mi discurso. Primeramente, hablo de Dios,fuera del cual no hay Dios, y de nuestro santo Profeta,que reveló la fe, porque es el origen de todos los

pensamientos, ya sea que salgan de la boca o que hayansido trazados con ayuda del cálamo. En segundo lugar,considero la pureza de que Dios dotó a los santos y alos ángeles. En tercer lugar, reflexiono en la pureza delos niños. En efecto, acabo de ver un gran número deniños cristianos que fueron comprados por elComendador de los Creyentes. Los vi por la carretera.Caminaban como un rebaño de carneros. Se dice quevienen del país de Egipto y que los navíos de los Francoslos desembarcaron ahí. Satán los poseía e intentaron

atravesar el mar para ir a Jerusalén. ¡Gloria a Dios! Nofue permitido que se realizara semejante crueldad.Porque estos pobres niños habrían muerto en el camino,sin ayuda ni víveres. Son por completo inocentes. Y asu vista me arrojé a tierra, y golpeé el suelo con mifrente alabando al Señor en voz alta. He aquí sinembargo cuál era el continente de estos niños. Estabanvestidos de blanco, llevaban cruces cosidas sobre sus

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vestidos. Parecían ignorar dónde se encontraban, yno demostraban aflicción. Mantenían los ojosconstantemente dirigidos a lo lejos. Noté que uno deellos era ciego y que una pequeñuela lo conducía dela mano. Muchos tienen cabellos rojos y verdes

pupilas. Son francos que pertenecen al emperadorde Roma. Adoran falsamente al Profeta Jesús. Elerror de estos francos es manifiesto. Desde luego estáprobado por los libros y los milagros, que no hayotra palabra que la de Mohamed. En seguida, Diosnos permitió glorificarlo diariamente, y buscar nuestravida, y ordena a sus fieles que protejan nuestra orden.Por último, ha rehusado la clarividencia a los niñosque partieron de un país lejano, tentados por Iblis, yél no se ha manifestado, para advertírselos. Y si ellos

no hubiesen caído felizmente en las manos de loscreyentes, habrían sido apresados por los Adoradoresdel Fuego y encadenados en cuevas profundas. Yestos malditos los habrían ofrecido en sacrificio a suídolo devorador y odioso. ¡Alabado sea nuestro Diosque hace bien todo lo que hace y que protege aun alos que no lo confiesan! ¡Dios es grande! Iré ahora a

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pedir mi parte de arroz en la tienda de este orfebre, y aproclamar mi menosprecio por las riquezas. Si le placea Dios, todos estos niños serán salvos por la fe.

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RELATO DE LA PEQUEÑA ALLYS

a no puedo caminar bien, porque estamos enun país ardiente, dónde los hombres mentecatosde Marsella nos trajeron. Y al principio fuimos

sacudidos sobre el mar en un día negro, en medio delos fuegos del cielo. Pero mi pequeño Eustaquio no sintiómiedo porque no vio nada y yo le tenía las dos manos.Lo quiero mucho, y vine aquí a causa de él. Porque nosé a dónde vamos. Hace largo tiempo que partimos.

Los otros nos hablaban de la ciudad de Jerusalén, queestá al extremo del mar, y de Nuestro Señor que estaráahí para recibirnos. Y Eustaquio conocía bien a NuestroSeñor Jesús; pero no sabía lo que es Jerusalén, ni unaciudad, ni la mar. Huyó por obedecer a las voces y lasescuchaba todas las noches. Las escuchaba en la nochea causa del silencio, porque no distingue la noche deldía. Y me interrogaba acerca de estas voces, pero nada

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podía decirle. No sé nada, y tengo pena solamente acausa de Eustaquio. Caminamos cerca de Nicolás, yde Alain, y de Dionisio; pero ellos subieron a otro navío,y no todos los navíos estaban allí cuando apareció denuevo el sol. ¡Ay! ¿qué les pasaría? Los encontraremos

cuando lleguemos cerca de Nuestro Señor. Está muylejos todavía. Se habla de un gran rey que nos hacevenir, y que tiene en su poder la ciudad de Jerusalén. Enesta comarca todo es blanco, las casas y los vestidos, y elrostro de las mujeres está cubierto con un velo. El pobreEustaquio no puede ver esta blancura, pero le hablo deella y se regocija. Porque dice que es la señal del fin. ElSeñor Jesús es blanco. La pequeña Allys está muy cansada;pero tiene a Eustaquio de la mano, para que no caiga, y nole queda tiempo de pensar en su fatiga. Descansaremos

esta noche, y Allys dormirá, como de costumbre, cerca deEustaquio y si no nos han abandonado las voces, trataráde oírlas en la noche clara. Y tendrá de la mano a Eustaquiohasta el fin blanco del gran viaje, porque es necesario queella le muestre al Señor. Y seguramente el Señor tendrápiedad de la paciencia de Eustaquio, y permitirá queEustaquio lo vea. Y tal vez entonces Eustaquio verá a lapequeña Allys.

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RELATO DEL PAPA GREGORIO IX

e aquí el mar devorador que parece inocente yazul. Sus pliegues son suaves y está orlado deblanco, como un ropaje divino. Es un cielo

líquido y están vivos sus astros. Medito sobre él desdeel trono de rocas al que me hice traer en mi litera. Estárealmente en medio de las tierras de la cristiandad.Recibe el agua Sagrada donde el Anunciador lavó elpecado. En sus orillas se inclinaron todos los rostros

santos, y balanceó sus imágenes transparentes.Grande ungido misterioso, que no tienes ni flujo nireflujo, canción arrulladora de azul, engastada en elanillo terrestre como una joya fluida, te interrogo conmis ojos. ¡Oh! mar Mediterráneo, ¡devuélveme a misniños! ¿Por qué los apresaste?

No los conocí. No fue acariciada mi vejez por susfrescos alientos. No vinieron a suplicarme con sus tiernas

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bocas entreabiertas. Solos, como pequeñosvagabundos, llenos de una fe ciega y furiosa, seaventuraron hacia la tierra prometida y fueronaniquilados. De Alemania y de Flandes, y de Francia yde Saboya y de Lombardía, vinieron hacia tus olas

pérfidas, mar santo, murmurando palabras confusas deadoración. Fueron hasta la ciudad de Marsella, fueronhasta la ciudad de Génova. Y los llevaste en naves sobretu ancho dorso encrespado de espuma, y volviste yalargaste hacia ellos tus brazos glaucos, y los hassepultado. Y a los demás, los traicionaste, llevándoloshacia los infieles; y ahora suspiran en los palacios deOriente, cautivos de los adoradores de Mahoma.

En otro tiempo, un orgulloso rey de Asia te hizogolpear con vergas y te cargó de cadenas. ¡Oh mar

Mediterráneo! ¿Quién te perdonará? Eres tristementeculpable. A ti es al que acuso, a ti sólo, falsamentelímpido y claro, mal espejo del cielo; te emplazo paraante el trono del Altísimo, del que dependen todas lascosas creadas. Mar consagrado, ¿qué has hecho denuestros niños? Levanta hacia Él tus dedos trémulos deburbujas; agita tu innumerable risa purpúrea; haz hablara tu murmurio, y dale cuenta a Él.

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Mudo por todas tus bocas blancas que vienen amorir a mis pies sobre la playa, guardas silencio. Hayen mi palacio de Roma una antigua celda desdorada,que el tiempo hizo cándida como una alba. El pontíficeInocencio acostumbraba retraerse allí. Se pretende que

meditó largo tiempo sobre los niños y sobre su fe, y quepidió una señal al Señor. Aquí, desde lo alto de estetrono de rocas, en medio del aire libre, declaro queeste pontífice Inocencio tenía también una fe de niño, yque sacudió en vano sus cabellos blancos. Soy muchomás viejo que Inocencio; soy el más viejo de todosvicarios que el Señor puso en la tierra, y apenascomienzo a comprender. Dios no se manifiesta de ningúnmodo. ¿Asistió acaso a su hijo en el Monte de losOlivos? ¿No lo abandonó en su angustia suprema? ¡Oh

locura pueril la de invocar su ayuda! Todo mal y todaprueba residen en nosotros. Tiene perfecta confianzaen la obra creada por sus manos. Y tú traicionaste suconfianza. Mar divino, que no te asombre mi lenguaje.Todas las cosas son iguales ante el Señor. La soberbiarazón de los hombres no vale más en el valor del infinitoque los ojillos radiados de uno de tus peces. Diosconcede la misma parte al grano de arena y al

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emperador. El oro madura en la mina tanimpecablemente como el monje reflexiona en elmonasterio. Las partes del mundo son tan culpables unascomo otras, cuando no siguen las líneas de la bondad;porque proceden de Él. No hay a sus ojos piedras, ni

plantas, ni animales, ni hombres, sino creaciones. Veotodas estas cabezas blanquecinas que saltan por encimade tus olas, y que se funden en tu agua; sólo un segundo sedoran bajo la luz del sol, y pueden ser condenadas oelegidas. La extrema vejez instruye al orgullo e ilumina a lareligión. Tengo tanta piedad por esta pequeña concha denácar como por mí mismo.

He aquí por qué te acuso, mar devorador, quesepultaste a mis pequeñuelos. Acuérdate del rey asiáticopor quien fuiste castigado. Pero éste no fue un rey

centenario. Los años no lo habían enseñado bastante.No podía comprender las cosas del Universo. Yo no tecastigaré. Porque mi queja y tu murmullo vendrían amorir al mismo tiempo a los pies del Altísimo, como elrumor de tus aguas viene a morir a mis plantas. ¡Oh marMediterráneo! Te perdono y te absuelvo. Te doy la muysanta absolución. Ve y no peques ya. Soy culpable como

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tú de faltas que no conozco. Tú te confiesasincesantemente sobre la playa por tus mil labios dolientes,y yo me confieso contigo, gran mar sagrado, por mislabios marchitos. Uno al otro nos confesamos,absuélveme y yo te absuelvo. Tornemos a la ignorancia

y al candor. Así sea.¿Qué haré sobre la tierra? Habrá un monumento

expiatorio, un monumento para la fe ignorante. Lasedades que vengan deben conocer nuestra piedad, yno desesperar. Dios condujo hacia Él a los niñoscruzados, por el santo pecado del mar; los inocentesfueron asesinados; los cuerpos de los inocentes tendránun asilo. Siete naves se hundieron en el arrecife deReclus; yo construiré en esta isla una iglesia de losNuevos Inocentes y estableceré doce prebendados. Y

tú me devolverás los cuerpos de mis niños, mar inocentey consagrado; los depositarás en las playas de la isla; ylos prebendados los colocarán en las criptas del templo;y encenderán, encima, eternas lámparas donde arderánóleos santos, mostrarán a los viajeros piadosos todosestos huesecillos blancos esparcidos en la noche.

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MIMOS

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PRÓLOGO

El poeta Herondas, que vivía en la islade Cos bajo el buen rey Ptolomeo, envióhacia mí una delicada sombra infernal ala que amó en la tierra.

Y mi cámara se llenó de mirra, yun soplo ligero refrescó mi pecho.

Y mi corazón se volvió semejanteal corazón de los muertos: porque olvidémi vida presente.

La sombra amante sacudió delpliegue de su túnica un queso de Sicilia,un delicado cesto de higos, una pequeñaánfora de vino negro y una cigarra de

oro.Súbitamente experimenté el

deseo de escribir  Mimos y

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cosquilleó en mi nariz el olor de los vellones nuevos y elhumo craso de las cocinas de Agrigente y el perfumeacre de las tiendas de pescado de Siracusa.

Por las calles blancas de la ciudad pasaroncocineros con los brazos descubiertos, tocadoras de

flautas de cuellos incitantes, alcahuetas de arrugadospómulos y mercaderes de esclavos con las mejillashenchidas de dinero.

Por los prados azules de sombra se deslizaronpastores que silbaban, llevando cañas relucientes decera y batidoras de leche coronadas de flores rojas.

Pero la sombra amante no escuchó mis versos.Volvió hacia la noche su cabeza y sacudió del

pliegue de su túnica un espejo de oro, adormiderasmaduras, una guirnalda de asfodelos, y me tendió uno

de los juncos que crecen a orillas del Leteo.Al punto experimenté el deseo de la sabiduría ydel conocimiento de las cosas terrestres.

Vi también en el espejo la temblorosa imagentransparente de las flautas y de las copas y de lossombreros puntiagudos y de los rostros frescos delabios sinuosos, y se me apareció el sentido obscurode los objetos.

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Después me incliné sobre las adormideras ymordí los asfodelos.

Mi corazón se lavó del olvido, y mi alma asióde la mano a la sombra para descender hacia elTénaro.

La sombra lenta y delicada me condujo largoespacio entre la hierba negra de los infiernos, dondese tiñeron nuestros pies con las flores del azafrán.

Y allí eché de menos las islas en el mar purpúreo,las playas sicilianas listadas de cabelleras marinas yla luz blanca del sol.

Y la sombra amante comprendió mi deseo.Con su mano tenebrosa tocó mis ojos y vi

ascender nuevamente a Dafnis y a Cloe hacia loscampos de Lesbos.

Y sufrí su dolor de gustar en la noche terrestrela amargura de su segunda vida.Y la Buena Diosa hizo tan alto como el laurel a

Dafnis y a Cloe le dio la gracia del mimbre verde.Entonces conocí el sosiego de las plantas y la

alegría de los tallos inmóviles.Envié luego al poeta Herondas Mimos nuevos,

perfumados con el perfume de las mujeres de Cos, y

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con el perfume de las flores pálidas del infierno, ycon el perfume de las hierbas flexibles y salvajes de latierra.

Así lo quiso esta delicada sombra infernal.

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MIMO I

EL COCINERO

on un congrio de plata en una mano y en laotra mi cuchillo de cocina de ancha hoja,regresé del puerto a nuestra casa. Estaba

colgado de las agallas en la tienda de una vendedorade lustrosos cabellos, perfumada con aceite marino.Con diez dracmas lo compré esta mañana en elmercado de los peces.

Salvo el congrio, no había sino pequeñoslenguados, anguilas flacas y sardinas que no daríauno a los hoplitas de las murallas.

Entre tanto voy a abrirlo; se tuerce como lacorrea de un fuete de cuero; en seguida lo empaparéen salmuera y prometeré la horquilla a los niños queenciendan el fuego.

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 Marcel Schwob

–¡Traed el carbón! Soplad en las brasas: son deálamo; sus chispas no os pondrán legañosos. Ved,vuestra cabeza está vacía como la vejiga inflada de estecongrio. ¿Lo pondré en el suelo? Dadme un zarzo.

¡Idos a los cuervos! Esta salvia no vale nada,

Glauco; llenaré con ella tu boca, cuando te crucifiquen.¡Ojalá y rentaseis todos como vientres de marrana rellenode harina mantecosa! ¡Los anillos! ¡Los ganchos! ¡Ytú, aunque hayas lamido hasta el fondo de los morteros,todavía dejaste en ellos el ajo machacado de ayer! ¡Quela mano del mortero te sofoque y te impida responder!

Este congrio tendrá la carne suave. Se lo comeránconvidados exquisitos: Aristipo que viene coronado derosas, Hylas que tiene hasta las sandalias teñidas depolvo rojo, y mi amo Parneios de los aretes de oro

repujado.Sé que aplaudirán cuando lo gusten, y permitiránque me quede, apoyado contra la puerta, para ver laspiernas ágiles de las bailarinas y a las citaristas.

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MIMO

 II

LA FALSA VENDEDORA

e haré golpear, sí golpear con vergas. Se cubriráde manchas tu piel, como un manto de nodriza.¡Esclavos, lleváosla; golpeadle primero el vientre;

volvedla como un lenguado y golpeadle la espalda!Escuchadla; ¿oís su boca? –¿No callarás, desventurada?

–¿Y qué he hecho para que me entreguen a lossicofantes?

Es una gata que no ha robado nada; quiere digerira su gusto, y acostarse blandamente. –Esclavos, lleváosestos peces en vuestras cestas. –¿Por qué vendíaslampreas puesto que lo han prohibido los magistrados?

–Ignoraba la prohibición.–¿No lo anunció el pregonero público en voz alta,

en el mercado, ordenando: “Silencio”?

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–No oí el “silencio”.–Tú burlas, bribona, las órdenes de la ciudad.–Esta mujer aspira a la tiranía. Desnudadla,

quiero ver si no oculta a un Psistrato. –¡Ah! ¡ah! Erasmujer hace poco. Ved, ved. He aquí seguramente una

vendedora de nueva especie. ¡Es que así te preferíanlos pescados o los compradores? –Dejad desnudo aeste joven; los heliastas juzgarán si se le debe castigarpor vender en la tienda pescados prohibidos, en trajede mujer.

–¡Oh! Sifocante, ten piedad de mí y escucha. Amohasta la muerte a una joven a la que guarda el mercaderde los Muros Largos. Quiere venderla en doce minas ymi padre me niega el dinero. He vagado en torno de lacasa, y la cierran para impedirme que la vea. Dentro de

un momento llegará al mercado con sus amigas y suamo. Me disfracé así para poder hablarle; y, con elobjeto de atraer su atención, vendo lampreas.

–Si me das una mina haré aprehender a tu amigacontigo, cuando compre tu pescado, y finguirédenunciaros a los dos, a ti como vendedora, a ella comocompradora; después, encerraos en mi casa, os burlareis

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hasta el alba próxima del comerciante codicioso.–Esclavos, devolvedle su traje a esta mujer –porque

es una mujer, ¿no lo habíais visto? y sus lampreas son falsaslampreas, por Hermes, son anguilas muy gruesas ylucientes, ¿no podíais habérmelo dicho? –Regresa

insolente a tu tienda, y cuídate de vender nada,porque sospecho de ti todavía.

–He aquí a la joven; por Afrodita, su cintura esflexible, tendrá una mina, y acaso, amedrentando a este joven, la mitad de un lecho.

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MIMO

 III

LA GOLONDRINA

Ábrenos niño, ábrenos!Son los pequeñuelos de la golondrina de madera.Está pintada con la cabeza roja y las alas azules.

Sabemos que no son así las verdaderas golondrinas;por Filomena, he aquí una que traza su línea en el cielo;pero la nuestra es de madera.

¡Niño ábrenos, ábrenos niño!

Estamos aquí diez, veinte y treinta, llevamos a lagolondrina pintada para anunciaros la vuelta de la primavera.Todavía no hay flores, pero recibid estos ramos

blancos y rosados.Sabemos que haceis cocer un estómago relleno

de acelgas en miel, que vuestro esclavo compró ayer

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lirones para confitarlos en azúcar. Guardaos vuestrofestín; nosotros pedimos poco.

¡Nueces fritas, nueces fritas!¡Niño, danos nueces, danos nueces, niño!La golondrina tiene la cabeza roja como la nueva

aurora y las alas azules como el cielo del nuevo mes.¡Regocijaos! Los pórticos darán frescura y los

árboles pintarán su sombra en las praderas.Nuestra golondrina os promete mucho vino

y aceite.Verted el aceite del año pasado en nuestros

cántaros, y el vino en nuestras ánforas; ¡la golondrinadice que los quiere gustar! ¡Vierte el vino y el aceitepara nuestra golondrina de madera!

Escucha niño, niño, escucha...

Tal vez en otro tiempo, cuando fuisteis niños,llevasteis a la golondrina como nosotros.Ella hace señas de que lo recuerda.No nos dejeis frente a vuestra puerta hasta las

antorchas de la noche.Dadnos frutas y quesos.Si sois generosos, iremos a la casa próxima, donde

vive el avaro de las cejas rojas.

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La golondrina le pedirá su plato de liebre, su tortadorada, sus tordos asados.

Le suplicaremos que nos arroje monedas de plata.Levantará las cejas y sacudirá la cabeza.Le enseñaremos a nuestra golondrina una canción

que os hará reír.Porque ella silbará por la ciudad la historia de la

mujer de un avaro con las cejas rojas.¡Niño canta, canta niño!

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MIMO IV

EL ALBERGUE

l albergue lleno de chinces: el poeta mordidohasta sangrar te saluda.No es para agradecerte el haberlo abrigado una

noche, a la horilla de un camino oscuro; la senda estáfangosa como la que conduce a la mansión de Hades,pero tus camastros están rotos, tus luces humosas, tuaceite rancio, tu galleta llena de moho, y desde el último

otoño, hay gusanillos blancos en tus nueces vacías.Pero el poeta está agradecido a los vendedores

de puercos que iban de Megara a Atenas, y cuyosgruñidos le impidieron dormir (tus tabiques, albergue,son delgados), y le da gracias también a tus chinches,que lo mantuvieron en vela royéndole todo el cuerpo,mientras avanzaban en masas compactas por el lecho.

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Porque quiso, falto de sueño, respirar por un vanodel muro la luz blanca de la luna, y vio a un mercader demujeres que llamaba a la puerta, muy tarde, en la noche.

El mercader gritó: “¡Hijo, hijo!” pero el esclavoroncaba boca abajo y con los brazos cruzados tapaba

sus oídos con la manta.Entonces el poeta se envolvió en una túnica

amarilla, color de los velos nupciales; esta túnicateñida con azafrán se la había dejado una muchachaalegre, la mañana en que huyera, vestida con el mantode otro amante.

De este modo, el poeta, parecido a una criada,abrió la puerta; y el traficante de mujeres hizo entrar unrebaño numeroso. La última joven tenía los senos firmescomo un membrillo; valía veinte minas por lo menos.

–¡Oh, sierva!, dijo, estoy cansada; ¿a dónde estámi lecho?–¡Oh! mi querida ama, dijo el poeta, tus amigas

se han acostado ya en los lechos del albergue; no quedasino el camastro de tu sierva; si quieres descansar en él,eres libre de hacerlo.

El hombre miserable que alimentaba a todas estas jóvenes frescas alumbró el rostro del poeta con la gruesa

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mecha de la lámpara, cubierta de pabilos; y como vio auna criada ni muy bella ni muy cuidada, guardó silencio.

Albergue, el poeta mordido hasta sangrar te dalas gracias. La mujer que esta noche se acostó con lacriada, era más suave que el plumón del ganso, y su

cuello estaba perfumado como un fruto maduro. Perotodo esto habría quedado oculto, albergue, sin la charlavocinglera de tu camastro.

Teme el poeta que los pequeños puercos deMegara hayan sabido de este modo su aventura. ¡Oh!vosotros que escucháis estos versos, sí los “coi coi” delos pequeños puercos en el ágora de Atenas os cuentanfalsamente que nuestro poeta tiene amores viles, venidal albergue a ver a la amiga de los senos duros comomembrillos, que él poseyó, mordido por las chinches

bienhechoras, en una noche de luna.

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MIMO

 V

LOS HIGOS PINTADOS

sta jarra llena de leche le será ofrendada a lapequeña diosa de mi higuera.Derramaré todas las mañanas leche nueva, y si

place a la diosa, llenaré la jarra de miel o de vino puro.Así la honraré desde la primavera hasta el otoño;

y si una tempestad rompe la jarra, compraré otra en elmercado de los alfareros, aunque la arcilla esté cara

este año.En recompensa, le ruego a la pequeña diosa que

cuida la higuera en mi jardín para que cambie el colorde los higos.

Eran blancos, sabrosos y azucarados; pero Ioléestá hastiada. Ahora desea higos rojos, y jura queserán mejores.

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No es natural que una higuera de higos blancosproduzca hijos rojos en el otoño; sin embargo Iolé lo quiere.

Si he sido devoto con los dioses de m i jardín; si

les he trenzado coronas de violetas y vertí jarros llenos

de vino y de leche.

Si para ellos sacudí adormideras a la hora en que

el sol besa lo m ás alto de m is paredes entre nubes de

 m oscardones que tom an el aire de la noche.

Si soy digno de su am istad por mi religión.

Haz florecer tu higuera. ¡Oh! diosa, para que dé

higos rojos.

Si no m e escuchas, no cesaré de honrarte con

jarras nuevas.

Pero m e veré obligado a levantarm e al alba, en la

estación de los frutos.

Para abrir sutilm ente todos los higos nuevos y pintar su interior con la buena púrpura de Tiro.

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MIMO

 VI

LA  JARRA  CORONADA

omo soy alfarero, modelé el fondo de una jarracuyo vientre de tierra dorada endurecí encorvándolo, y la llené de frutas para el dios

de los jardines.Pero él contempla el follaje trémulo, temeroso de

que los ladrones taladren los muros.Por la noche, lirones furtivos hundieron sus

hocicos entre las manzanas y royeron hasta lospepinos. Tímidos, a la cuarta hora, agitaron sus colasvelludas, blancas y negras.

Al amanecer, los pájaros de Afrodita se posaronen los bordes violados de mi vasija de barro, erizandolas plumitas tornasoladas de sus cuellos.

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Bajo el mediodía que zumba, una muchacha seadelantó sola hacia el dios, con coronas de jacinto. Yhabiéndome percibido mientras permanecía reclinadotras un haya, sin mirarme, coronó la jarra vacía de frutos¡Que el dios así privado de flores se irrite, que los lirones

muerdan mis manzanas, que los pájaros de Afroditainclinen uno hacia el otro sus tiernas cabezas!

Yo enredé en mis cabellos los jacintos frescosy hasta el próximo mediodía esperaré a la coronadorade jarras.

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MIMO VII

EL ESCLAVO DISFRAZADO

Oh! Mannia, ven a castigar a este insolente con unbuen fuete de cuero de Paflagonia.Lo he comprado en diez minas a los mercaderes

fenicios, y no ha padecido hambre en mi casa. Quediga él si los cocineros le han dado aceitunas ypescado salado.

Se hartó el vientre con estómagos rellenos y asadas,

con anguilas del lago Copais y con quesos grasosos quetenían aún las huellas de su zarzo de mimbre.

Bebió vino puro, que conservaba yo en odresolorosos de piel de cabra.

Ha vaciado mis frascos de bálsamo sirio, y sutúnica está violeta de púrpura: nunca la han mojado enlas cubas las lavanderas.

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Sus cabellos se esparcen como el penacho deuna antorcha de oro; el tundidor no les ha acercadosus tijeras.

Mis mujeres lo depilan todos los días, y la lenguaroja de la lámpara lame su piel.

Su espalda es más blanca que mi cuello y que lagrupa de las leonas de marfil esculpidas en los mangosde los cuchillos.

Por mi alma, bebió tanto vino en mis cráteras enuna noche, como las iniciadas en las Thesmoforiasdurante los tres días de misterios.

Creí que roncaba extendido cerca de las cocinas,y quise rogar a los molenderos que le frotasen los labios,para castigarlo, con una mano de mortero; habríaexpiado su embriaguez con el acre sabor del ajo

recientemente machacado.Pero lo encontré vacilante, con los ojos turbios,teniendo en las manos mi espejo de plata pulida; y éstetres veces impuro que robó de mi cofre de joyas una demis cigarras de oro, la había colocado entre sus cabellosensortijados.

Luego, sosteniéndole sobre un pie, y con el cuerpoagitado por los estremecimientos del vino, rodeó su

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muslo con el velo de gasa que acostumbro ponermebajo mi túnica de lana blanca, cuando voy con misamigas a ver las fiestas de Adonis.

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MIMO VIII

LA NOCHE DE LAS NUPCIAS

sta lámpara de mecha nueva, consume aceitefino y claro frente a la estrella de la tarde.El umbral está cubierto de rosas que no trajeron

los niños.Las bailarinas balancean las últimas antorchas que

extienden hacia la sombra sus dedos de fuego.El pequeño flautista moduló todavía tres notas

ríspidas en su flauta de hueso.Los siervos llegaron con cofres llenos de ajorcas

transparentes para los tobillos.Éste untó su rostro de hollín y me cantó las burlas

de su demo.Dos mujeres con velos rojos sonríen en el aire

quieto, frotándose con cinabrio las manos.

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Asciende la estrella de la tarde y las floressoñolientas se cierran.

Cerca de la gran cuba de vino cubierta con unapiedra esculpida, se ha sentado un niño risueño cuyospies luminosos están calzados con sandalias de oro.

Sacude una antorcha de pino y sus cabellosbermejos se desplegan en la noche.

Sus labios están entreabiertos como un fruto quebosteza. Estornuda hacia la izquierda y el metal suena asus pies.

Sé que partirá de un salto.¡Io! ¡Viene ya el velo amarillo de la virgen!Sus mujeres la sostienen bajo los brazos. ¡Alejad

las antorchas!El lecho de las nupcias la aguarda, y yo la guiaré

hacia el suave fulgor de los tejidos de púrpura.¡Io! Hundid en el aceite perfumado la mechade la lámpara.

Crepita y muere. ¡Apagad las antorchas!¡Oh! prometida mía, te levanto contra mi pecho:

que tus pies no toquen las rosas del umbral.

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MIMO

 IX

LA  ENAMORADA

uego a los que lean estos versos que busquen ami esclavo cruel.Huyó de mi alcoba a la segunda hora después

de la media noche.Lo compré en una ciudad de Bitinia y olía al bálsamo

de su país. Eran dulces sus labios y larga su cabellera.Subimos a un barco frágil como la cáscara de una

 judía. Los marineros barbudos no permitieron que nosdepiláramos, temerosos de las tempestades; arrojaronal mar un gato jaspeado a la luz de la luna nueva.

Los pequeños remos de maderas y las velas delino que impulsan a los barcos nos condujeron por elmar Póntico, de negras olas, hasta las playas de Traciadonde el brocado de espuma es de púrpura y de azafrán

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cuando se levanta el sol. Y atravesamos también lasCíclades y, tocamos la isla de Rodas.

Cerca de allí, salimos en la cáscara frágil haciaotra islilla cuyo nombre no diré nunca. Porque las grutasestán cubiertas de hierba roja y sembradas de aliagas

verdes, las praderas son suaves como la leche, y todaslas bayas de los arbustos ya sean de un rojo sombrío,claras como cuentas de cristal, o negras como lascabezas de las golondrinas, tienen un jugo delicioso quereanima el alma.

Callaré lo de esta isla, como una iniciada en losmisterios. Es feliz y no se ven allí sombras. En ella amétodo un estío. En el otoño un ancho bajel nos condujo aestos campos. Porque había descuidado mis negocios;y deseaba dinero para vestir a éste con túnicas de bysos

finos. Le dí brazaletes de oro, bastones trenzados deelectro y piedras que brillan en la sombra.¡Qué desgraciada soy! Se levantó de mi lado y no

sé dónde encontrarle junto.¡Oh mujeres que llorais a Adonis cada año, no

menosprecies mis súplicas! Si este criminal cae envuestras manos, tejed en torno de él cadenas de hierro;

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oprimid con grillos sus piernas; arrojadle en el calabozoenlosado; llevadle a la cruz, y que el Triturador de Carnesle doble la cabeza bajo las horcas: esparcid granos enabundancia en torno de la colina de los suplicios, paraque los milanos y los cuervos vuelen hacia su cuerpo

más de prisa.Pero mejor (porque no tengo confianza en

vosotras y sé que os apiadareis de una piel tan pulidapor la piedra pómez) no le toqueis, ni siquiera con ladelicada extremidad de vuestros dedos. Entregadlo avuestros jóvenes mensajeros; que me lo devuelvaninmediatamente; yo misma sabré castigarle; yo lecastigaré cruelmente.

Por los dioses irritados, le amo, le amo.

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MIMO X

EL MARINO

i dudais de que haya manejado los pesados remos,mirad mis dedos y mis rodillas; los encontrareisgastados como antiguas herramientas.Conozco cada hierba de la llanura marina que a

veces es violeta y a veces azul, y poseo la ciencia detodas las conchas enroscadas. Hay algunas entre estashierbas que están dotadas con nuestra vida: tienen ojos

transparentes como la jalea, cuerpo semejante a la ubrede la celda, y una infinidad de miembros delgados queson otras tantas bocas.

Y entre las conchas horadadas las he visto quetienen más de mil agujeros; y de cada aberturita salía oentraba un pie de carne con el cual caminaba la concha.

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Después de franquear las columnas de Heracles, elOcéano que rodea a la tierra se torna desconocido y furioso.

Y crea en su curso islas sombrías donde vivenhombres distintos y animales maravillosos. Hay allí unaserpiente de barba dorada que gobierna con sabiduría

su reino; y las mujeres de este lugar tienen un ojo en laextremidad de cada uno de sus dedos. Otras tienen picoy penachos como los pájaros; por lo demás sonsemejantes a nosotros.

En una isla a donde arribé, sus habitantes llevabanla cabeza en el sitio en que tenemos el estómago; y alsaludarlos inclinaban sus vientres.

No hablaré ni de los cíclopes, ni de los pigmeos,ni de los gigantes; porque es muy grande su número.

Nada de esto me parece prodigioso; no me

infunde terror. Pero una noche vi a Escila. Nuestro bajeltocó la arena de la costa siciliana. Como yo desviara eltimón, percibí en medio del agua a una mujer que teníalos ojos cerrados. Sus cabellos eran color de oro.Parecía dormir. Y de pronto me estremecí; porquetemí ver sus pupilas, sabiendo que después dehaberlas contemplado, dirigiría la proa de nuestranave al abismo del mar.

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MIMO

 XI

LAS SEIS NOTAS DE LA FLAUTA

n los pastos espesos de Sicilia hay un bosquede almendros dulces, no lejos del mar.Existe allí un asiento antiguo hecho de piedra

negra donde los pastores descansan desde hace años.De las ramas de los vecinos árboles penden jaulas

de cigarras, trenzadas con junco fino, y redes de mimbreverde que sirvieron para pescar.

La que duerme, rígida en el asiento de piedranegra, con cintas enredadas en los pies, oculta lacabeza bajo un sombrero puntiagudo de paja rosada.

Espera a un pastor que jamás ha regresado.Partió, con las manos untadas de cera de virgen,

a cortar cañas en los matorrales húmedos.Quería modelar una flauta de siete cañas, tal como

lo enseñara el dios Pan.

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Y cuando transcurrieron siete horas, brotó laprimera nota cerca del asiento de piedra negra, dondevelaba la que ahora duerme.

La nota era cercana, clara y argentina.Siete horas pasaron luego por la pradera cárdena

de sol, y la segunda nota resonó alegre y dorada.Y cada siete horas la durmiente de hoy oyó sonaruna de las cañas de la flauta nueva.

El tercer sonido fue lejano y grave como el clamordel hierro. Y la cuarta nota fue todavía más lejana yprofundamente sonora, como la voz del cobre.

La quinta fue turbada y breve, parecida al choquede un vaso de estaño. Pero la sexta fue sorda ysofocada, sonora y precisa como los plomos de unbridón que se golpean.

Y bien, la que ahora duerme esperó la séptima

nota que no resonó.Los días envolvieron al bosque de almendroscon su blanca niebla, y los crepúsculos con su nieblagris, y las noches con su niebla purpúrea y azul. Talvez el pastor aguarda la séptima nota a orilla de unacharca luminosa, en la sombra creciente de las tardesy de los años; y, sentada en el banco de piedra negra,la que espera al pastor se ha dormido.

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MIMO XII

EL VINO DE SAMOS

l tirano Polícrates mandó que le trajesen tresfrascos sellados que contuvieran tres vinosdeliciosos de especie diferente.

Tomó el esclavo solícito un frasco de piedra negra,un frasco de oro amarillo y un frasco de límpido cristal;pero el olvidadizo escanciador vertió en los tres frascosel mismo vino de Samos.

Polícrates contempló el frasco de piedra negra ymovió las cejas. Rompió el sello de yeso y olfateó elvino. “El frasco, dijo, es de materia ruín, y el olor de loque encierra me es poco tentador”.

Levantó el frasco de oro amarillo y lo admiró.Después, quitándole el sello: “ Este vino, murmuró, esinferior seguramente a su bella envoltura, rica en racimosbermejos y pámpanos luminosos”.

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Pero, tomando el tercer frasco de límpido cristal,lo puso contra el sol. El vino sangriento cintiló.

Polícrates hizo saltar el sello, vació el frasco en sucopa, y se la bebió de un sorbo. “Éste, dijo con unsuspiro, es el mejor vino que he paladeado”.

En seguida, colocando su copa sobre la mesa,empujó el frasco que cayó hecho polvo.

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MIMO XIII

LAS TRES CARRERAS

as higueras dejaron caer sus higos y los olivaressus aceitunas; porque sucedió una cosa extrañaen la isla de Skyra.

Una joven huyó perseguida por un mancebo. Selevantó la orla de su túnica y dejó ver la orilla de sucalzón de gasa.

En su carrera, dejó caer un espejito de plata.

El mancebo levantó el espejo y se miró en él;contempló sus ojos llenos de sabiduría, amó su razón,dejó de perseguirla y se sentó en la arena.

Y la doncella comenzó a huir de nuevo, perseguidapor un hombre en la fuerza de la edad. Levantó su túnica yaparecieron sus muslos semejantes a la carne de un fruto.

En su carrera, una manzana de oro cayó desu regazó.

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Y el que la perseguía levantó la manzana de oro,la ocultó bajo su túnica, la adoró, cesó en su persecucióny se sentó en la arena.

Y la doncella todavía huyó; pero sus pasos fueronmenos rápidos. Porque la perseguía un viejo vacilante.

Había bajado su túnica, y sus tobillos estaban envueltosen lana de diferentes colores.

Pero, mientras corría, sucedió la cosa extraña:porque uno después de otro se desprendieron sus senos,cayendo al suelo como nísperos maduros.

El viejo sorbió los dos; y la doncella, antes dearrojarse al río que atraviesa la isla de Skyra, lanzó dosgritos de horror y de pena.

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MIMO XIV

EL QUITASOL DE TANAGRA

endido sobre varillas modeladas, trenzado conpaja que es arcilla, o tejido con telas de tierraque volvió rojas el cocimiento, me sostiene atrás

y hacia el sol una doncella de senos hermosos.Con la otra mano levanta su túnica de lana

blanca, y se perciben por encima de sus sandaliaspérsicas los tobillos sujetos por ajorcas de ámbar.

Sus cabellos son ondulados y los atraviesa un granalfiler cerca de la nuca.

Al desviar la cabeza muestra su miedo al sol yparece haber venido Afrodita a inclinar su cuello.

Tal es mi dueña, y antes vagamos por las praderastachonadas de jacintos, cuando ella tenía la carne rosaday yo, paja amarilla.

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El color blanco del sol me besó por fuera, y fuibesado bajo mi cúpula por el perfume de los cabellosde la virgen.

Y habiéndomelo concedido la diosa que cambialas formas, me abatí dulcemente sobre su cabeza,

semejante a una golondrina de agua que cae, con lasalas extendidas, para acariciar con el pico una plantanacida en medio del estanque.

Perdí el junco que me mantenía lejos de ella, en elaire, y me transformé en su sombrero que la cubrió conun techo trémulo.

Pero al vernos en un barrio de la ciudad, unalfarero que modelaba también doncellas, nos rogó queesperásemos y labró rápidamente con sus pulgares unafigurita de tierra.

Obrero de formas inferiores, nos transportó a sulenguaje de arcilla; y, con seguridad, supo trenzarmedelicadamente, y plegar con suavidad la túnica de lanablanca, y ondular la cabellera de mi dueña.

Pero sin comprender el deseo de las cosas, meseparó cruelmente de la cabeza que amaba.

Y, tornado quitasol en mi segunda vida, mebalanceo lejos de la nuca de mi dueña.

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 La cruzada de los niños

MIMO

 XV

KINNÉ

onsagro este altar a la memoria de Kinné. Aquí,cerca de las negras rocas donde tiembla laespuma, vagamos los dos.

Lo saben la playa horadada, y el bosque deserbales, y los juncos de las arenas, y las cabezasamarillas de las adormideras del mar.

Tenía ella las manos llenas de conchas dentadas y yo

inundaba de besos las conchas vibrantes de sus orejas.Reía de los pájaros empenachados que se posan en lasalgas y sacuden la cola. Yo veía en sus ojos la línea larga deluz blanca que marca el límite de la tierra oscura y del marazul. Mojaba sus pies hasta los tobillos y las bestezuelasmarinas saltaban sobre su túnica de lana.

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Amábamos la estrella brillante de la tarde y eloctante húmedo de la luna. El viento que rasa el Océanonos traía los perfumes de países llenos de especias.Estaban nuestros labios blancos de sal, y veíamos lucir,a través del agua, animales transparentes y suaves, como

lámparas vivas. El hálito de Afrodita nos envolvía.No sé por qué la Buena Diosa adormeció a Kinné.

Cayó entre las adormideras amarillas de las arenas,a la rosada luz de la estrella de la Aurora. Sangró suboca y se extinguió la luz de sus ojos. Vi entre suspárpados la larga línea negra que marca la separaciónde los que se regocijan al sol, y de los que llorancerca de los pantanos.

Ahora Kinné vaga sola a la orilla del aguasubterránea, y las conchas de sus orejas están llenas

del rumor de las sombras que vuelan, y en la playa infernalse balancean las adormideras de cabeza negra, y laestrella del cielo oscuro de Perséfona no tiene noche niaurora; semeja una flor marchita de asfodelo.

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MIMO

 XVI

SISMÉ

sta que aquí ves consumida, se llamó Sismé, hijade Thrata.Conoció primero las abejas y los corderos;

después gustó la sal del mar; por último, un mercader lacondujo a las casas blancas de Siria.

Ahora está oprimida como una estatuilla preciosaen su nicho de piedra.

Cuenta los anillos que brillan en sus dedos: son tantoscomo los años que vió. Mira la venda que ciñe su frente:ahí recibió tímidamente su primer beso de amor. Toca laestrella de rubíes pálidos que duerme donde fueron sussenos: ahí descansó una cabeza amada.

Cerca de Sismé colocaron su espejo empañado,sus tabas de plata y los grandes alfileres de electro que

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atravesaron sus cabellos; al cabo de veinte años (tieneveinte anillos), la cubrieron de tesoros. Un rico sufeta ledio cuanto desean las mujeres.

Sismé no lo olvidó y sus blancos huesecillos norechazan las joyas.

El sufeta le construyó este sepulcro adornado paraproteger su temprana muerte, y la rodeó de vasos deperfumes y de lacrimatorios de oro. Sismé se lo agradece.

Pero tú, si quieres conocer el secreto de un corazónembalsamado, desanuda los dedos de su manoizquierda: encontrarás una sencilla sortija de vidrio.

Esta sortija fue transparente; desde hace años estáhumosa y obscura.

Sismé la ama. Calla y comprende.

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 La cruzada de los niños

MIMO

 XVII

LOS PRESENTES FUNERARIOS

oloqué en la tumba de Lisandro un zarzo verde,una lámpara roja y una copa de plata.El zarzo verde le recordará un poco de

tiempo (ya que no durará más de una estación)nuestra amistad, la hierba suave de los prados, ellomo arqueado de las ovejas que pastan, y la frescasombra donde nos dormimos.

Y se acordará del alimento terrestre, y del inviernoen que se guardan las provisiones en las ánforas.

La lámpara roja está adornada con mujeres quedanzan tomadas de las manos, con las piernas entrelazadas.

Se evaporará el perfume del aceite, y el barro conque fue hecha la lámpara se romperá con los años.

De este modo Lisandro no olvidará tan pronto,

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en su vida subterránea, sus noches felices y los cuerposblancos que la lámpara iluminó.

Sirvió también para quemar con su lengua bermejael vello de los brazos y de los muslos para el mayorplacer del tacto y de la vista.

La copa de plata está coronada de pámpanos yde racimos de oro; un dios insensato agita su tirso, y lasnarices del asno de Sileno parecen dilatarse todavía.

Estuvo llena de vino ácido, puro y mezclado; devino de Chios perfumado por la piel de las cabras, y devino de Egina enfriado en vasos de barro suspendidosal viento.

Lisandro lo bebió en los festines donde recitóversos, y el alma del vino le despertó el demonio poéticoy le dio el olvido de las cosas terrenas.

De este modo la forma del demonio habitarátodavía cerca de él.Cuando se haya podrido el zarzo y se haya roto la

lámpara, la plata subsistirá aún en su sepulcro.¡Ojalá pueda vaciar a menudo esta copa llena

de olvido, en recuerdo de sus mejores momentosentre nosotros!

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MIMO XVIII

HERMES PSICAGOGOS

ue se encierre a los muertos en sarcófagos depiedra esculpida, en urnas de metal o de tierra,o que se les enderece dorados y pintados de

azul, sin cerebro y sin entrañas, envueltos con cintas delino, los llevo en rebaño y guío su marcha con mi varillaconductora.

Avanzamos por un sendero en pendiente que no

pueden ver los hombres. Las cortesanas se oprimencontra las vírgenes, y los asesinos contra los filósofos ylas madres contra las que se negaron a procrear, y lossacerdotes contra los perjuros. Porque se arrepientende sus crímenes, ya sea que los imaginaran nada más oque los hayan ejecutado con sus manos. Y no habiendosido libres en la tierra, porque estuvieron ligados porlas leyes, las costumbres o su propio recuerdo, temen

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el aislamiento y mutuamente se sostienen. La que seacostó desnuda en las alcobas enlosadas entre loshombres, consuela a una doncella muerta antes de susnupcias, y que soñó imperiosamente con el amor. Elque mató en los caminos, con el rostro cubierto de ceniza

y hollín, pone la mano sobre la frente de un pensadorque quiso regenerar al mundo y predicó la muerte. Lamujer que amó a sus hijos y padeció por ellos, descansala cabeza en el seno de una hetaira que fuevoluntariamente estéril. El hombre vestido con un largotraje que se persuadió para creer en su Dios, y seimpulso genuflexiones, llora sobre el hombro de uncínico que violó todos los juramentos de la carne y delespíritu ante las miradas de los ciudadanos. De estamanera se ayudan entre sí durante su marcha, caminando

bajo el yugo del recuerdo.Llegan después a las orillas del Leteo donde loscoloco a lo largo del agua que se desliza en silencio. Yunos hunden la cabaza que contiene malos pensamientos,y otros humedecen la mano que hizo mal. Se yerguen, yel agua del Leteo ha extinguido su recuerdo.Inmediatamente se separan y cada uno sonríe para sí,creyéndose libre.

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MIMO XIX

EL ESPEJO, LA AGUJA, LA ADORMIDERA

abla el Espejo:Me labró en plata un obrero hábil. Fui hueco alprincipio como su mano, y mi otra cara se

parecía al globo de un ojo empañado. Pero despuésrecibí la curvatura necesaria para devolver las imágenes.Por último, Atenea sopló en mí la sabiduría. Ignoro loque desea la doncella que me posee, y por anticipado

le respondo que es bella. No obstante, se levanta en lanoche, y enciende su lámpara de bronce. Dirige haciamí el penacho dorado de la llama, y su corazón deseacontemplar otro rostro distinto del suyo.

Le muestro su propia frente blanca, sus mejillastorneadas, y el turgente nacimiento de sus senos y susojos inundados de curiosidad.

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Casi me toca con sus labios trémulos; pero el oroque arde alumbra nada más su rostro y todo el restopermanece obscuro en mí.Habla la Aguja:

Como atravesaba sin gloria una trama de bysos,

al robarme en casa de un Tirio un esclavo negro, seapoderó de mí una hetaira perfumada.

Me colocó en sus caballos y piqué los dedos delos imprudentes. Afrodita me instruyó y aguzó mi puntacon la voluptuosidad. Llegué por último al peinado deesta doncella, y he hecho estremecer sus bucles.

Por mí salta como una ternera loca, y no ve lacausa de su mal. Durante las cuatro partes de la noche,agito las ideas en su cabeza y obedece a ellas sucorazón. La llama inquieta de la lámpara hace danzar

sombras que inclinan sus brazos alados. Aun siendotumultuosas, percibe ella las visiones rápidas, y seprecipita hacia su espejo.

Pero éste no le muestra sino su rostro atormentadopor el deseo.Habla la Cabeza de la Adormidera:

Nací en los campos subterráneos, entre plantascuyos colores son desconocidos.

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Sé de todos los matices de la oscuridad; he vistolas flores luminosas de las tinieblas.

Perséfona me tuvo en su regazo y me adormecí.Cuando la aguja de Afrodita hiere de curiosidad a

la doncella, le muestro las formas que vagan en la noche

eterna. Son bellos mancebos engalanados con encantosque ya no existen.

Afrodita sabe dar sus deseos, y Atenea muestra alos mortales la inanidad de sus sueños; pero Perséfonatiene las llaves misteriosas de las dos puertas de cuernoy de marfil. Por la primera puerta envía en la noche a lassombras que visitan a los hombres; Afrodita se apoderade ellas y Atenea las mata.

Pero por la segunda puerta la Buena Diosa recibea aquellos y aquellas que están cansados de Afrodita y

Atenea.

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MIMO XX

AKMÉ

urió Akmé, mientras yo apretaba todavía sumano contra mis labios, y nos rodeaban lasplañideras.

Se deslizó el frío en sus miembros inferiores, y se tornaronpálidos y helados.

Luego ascendió hasta su corazón, que cesó delatir, semejante a uno de esos pájaros ensangrentados

que encontramos una mañana de nieve, extendidos conlas patas apretadas contra el vientre.

En seguida llegó el frío a su boca que fue comopúrpura sombría.

Las plañideras ungieron su cuerpo con bálsamode Siria, y arreglaron sus manos y sus pies para colocarlaen la pira.

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La llama roja se lanzó hacia ella como una terribleamante de las noches de estío, para devorarla bajo susbesos enegrecedores.

Y hombres taciturnos, que tienen este oficio,trajeron a mi casa dos vasos de plata, donde están las

cenizas de Akmé.Adonis murió tres veces, y tres veces se

lamentaron las mujeres en las terrazas. Y este terceraño, en la noche de las fiestas, tuve un sueño:

Creí que mi querida Akmé se aparecía a micabecera, oprimiéndose el pecho con la mano izquierda.

Salía del reino de las sombras: porque su cuerpoera extrañamente diáfano salvo el sitio de su corazón enel que apoyaba la mano.

Entonces me despertó el dolor y me lamenté como

las mujeres que lloraban a Adonis.Y las adormideras amargas del sueño nuevamenteme llenaron de sopor. Y otra vez me pareció que miquerida Akmé, cerca de mi lecho, se oprimía con lamano el corazón.

Entonces me lamenté todavía y le supliqué al cruelguardián de los sueños que la retuviera.

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Pero ella volvió por tercera vez y me hizo una señacon la cabeza.

Y no sé porqué camino oscuro me condujo a lapradera de los muertos, que está rodeada por el fluidocinturón de la Estigia, donde se crían ranas negras.

Y ahí, sentándose en un otero, separó la manoizquierda que cubría su seno.

La sombra de Akmé era transparente como elberilo, pero vi en su pecho una mancha roja con la formade un corazón.

Y me suplicó sin palabras que tomara su corazónsangrante, para que pudiese vagar sin dolor por loscampos de adormideras que ondulan en los infiernos,como los campos de trigo en la tierra de Sicilia.

Entonces la rodee con mis brazos, pero solamente

sentí el aire sutil.Y me pareció que la sangre fluía hacia mi corazón;y la sombra de Akmé se disipó con toda transparencia.Ahora he escrito estos versos, porque mi corazón estáhenchido del corazón de Akmé.

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 XXI

LA SOMBRA ESPERADA

a pequeña guardiana del templo de Perséfonaha colocado en los canastillos pasteles con miel,espolvoreados con semillas de adormideras.

Sabe desde hace largo tiempo que no los ha saboreadola diosa, porque la espió tras de las pilastras.

La Buena Diosa perm anece grave y com e bajo

la tierra.

Si se nutriera con nuestros alimentos, preferiría el pan frotado con ajo y el vino agrio; porque las abejas

infernales hacen una m iel perfumada de m irra y las

 paseantes en las praderas violetas subterráneas, agitan

sin cesar adorm ideras negras.

De este modo aderezan el pan de las som bras

con la miel que huele al embalsamamiento, y las semillas

con que lo riegan dan el deseo del sueño.

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He aquí por qué Homero dijo que los muertos,gobernados por la espada de Odiseo, venían en multituda beber la sangre negra de los corderos en una fosacuadrada abierta en la tierra.

Y sólo esta vez los muertos bebieron sangre,

tratando de revivir: pero comúnmente se nutren de mielfúnebre y de adormideras sombrías y el líquido que correen sus venas es el agua del Leteo.

Las sombras comen el sueño y beben el olvido.Por esta razón, no por otra, los hombres han

escogido estas ofrendas destinadas a Perséfona; perono se cuida de ellas, porque ha abrevado el olvido y seha saciado de sueño.

La pequeña guardiana del templo de Perséfonaespera a una sombra solitaria que vendrá acaso hoy, y

tal vez mañana, quizá nunca.Si las sombras conservan un corazón amante comolas doncellas de la tierra, esta sombra no ha podido olvidarpor el agua sombría del río del olvido, ni dormitar por lasadormideras tristes del campo del sueño.

Pero sin duda quiere olvidar, según el deseo delos corazones terrestres.

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Entonces, vendrá alguna tarde, cuando la lunarosada ascienda por el cielo, y se mantendrá cerca delas cestillas de Perséfona.

Compartirá con la pequeña guardiana del templolos pasteles de miel espolvoreados con semillas de

adormideras y le dará en la cuenca de su mano unapoca del agua sombría del Leteo.

La sombra gustará de las adormideras de la tierray la doncella beberá del agua de los infiernos; despuésse besarán en la frente.

Y la sombra será feliz entre las sombras.Y la doncella será feliz entre los hombres.

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EPÍLOGO

La dilatada noche durante la cual Dafnisy Cloe permanecieron despiertos comobúhos, los condujo hasta el asilo dePerséfona la luminosa. La indulgentediosa de los amantes los hizo morir abuen tiempo, parecidos a niñospiadosos. Temió los celos de las ninfas,o de Pan, o de Zeus. Hizo volar sus almas

durante su sueño de la madrugada; yllegaron al reino de Hades, y blancas,atravesaron sin mancillarse el infernalpantano, escucharon a las ranas, huyeronante el triple ladrido de las gargantas

rojas de Cerbero. Después, en laspraderas sombrías, oscuramente

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–¡Ay! dijo Cloe. ¿Dónde está el día? ¿Estámuerto el sol? ¿A dónde ir, Dafnis mío? No sé el camino.¡Ah! No existen ya nuestros animales, Dafnis: seperdieron cuando partimos.

Y Dafnis respondió:

–¡Oh! Cloe, volvemos a vagar como los sueñosque visitaban nuestros ojos cuando dormíamos en losprados o en el reposo de los establos. Nuestras cabezasestán vacías como las adormideras maduras nuestrasmanos están llenas de las flores de la noche eterna. Tienesceñida con asfodelos tu querida frente, y oprimes contratu seno el azafrán que nace en la isla de losBienaventurados. Es mejor tal vez no acordarse.

–Pero yo me acuerdo, Dafnis mío, dijo Cloe. Elcamino que conduce a la gruta de las ninfas costea esta

pradera. Reconozco la piedra plana donde nossentábamos. ¿Ves el bosque de donde salió el lobo quenos inspiró tan grande espanto. Aquí, me tejiste por laprimera vez una jaula para cigarras. Allí en esos breñalescogiste para mí una estridente cigarra, y la pusiste entremis cabellos, donde cantaba sin cesar. Era más bellaque las cigarras de oro de los atenienses de otro tiempo:porque cantaba. Quisiera tener una todavía.

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Y Dafnis repuso:–La cigarra zumba a la hora del medio día cuando

el viento hace agujeros sangrientos en el corazón de lacabaña, cuando la cicuta de verde tallo despliega suumbela blanca para refrescarse. Ahora duerme y no

sabría encontrarlas. Pero mira, Cloe, el antro del diosPan; percibo la fuente donde la visión de tu cuerpodesnudo me turbo; y cerca de allí el soto donde meenloqueció tu primer beso, donde te acechabamientras preparaba trampas a los pájaros, en elinvierno, y tú, en medio de la alta sala, colocabas losfrutos en las grandes ánforas.

¡Oh! Cloe, ya no está ahí la casa, ni el bosque deserbales se encuentra solitario las abubillas y losababejos no vienen ya y Perséfona extinguió nuestras

almas que ardían.–Mira, dijo Cloe acabo de coger en una florpurpúrea una abeja que dormía. La he mirado: es roja yfea, y no me agradan los círculos negros de su vientre.En otro tiempo creí que la abeja era un beso con alas.Acabo de mojar mi dedo en un panal, y todo el perfumede la miel nueva se evaporó. Ha cesado de agradarmela miel.

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–Cloe, dame un beso dijo Dafnis.–Tómalo, Dafnis mío y las dos sombras blancas

se turbaron, sin atreverse a decir nada. Porque su besono tenía ya aguijón, ni olor salvaje; y como el deseo delas ovejas, de las cabras, de los pájaros y de las cigarras

disminuía en su corazón; el placer de tocar sus cuerposno los agitó ya con su estremecimiento.

–¡Oh! Cloe, aquí teníamos quesos grasos enzarzos verdes.

–Y casi no me gustan ya los quesos, Dafnis mío.–¡Oh! Cloe, ahí cortamos las primeras violetas del

último año que vivimos.–Y ya casi no me gustan las violetas, Dafnis mío.–¡Oh! Cloe, mira este bosquecillo donde me diste

tu primer beso.

Y Cloe desviando la cabeza no respondió nada.Entonces, silenciosos, maldijeron en su corazónde la noche que parecía haber teñido las cosas deangustia. Rogaron sin palabras al Conductor de Almasque tornara por ellos con los sueños ligeros, paraconducirlos por la puerta pálida del Erebo a las praderasde asfodelos donde tuvieron el tierno dolor de recordar.

Pero la Buena Diosa no accedió a su ruego.

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Quedaron inclinados, cada uno por su lado, sobrelas estatuas caídas.

Cuando la noche azul se tornó débilmente dorada,en el oriente, escucharon un ruido de remos a lo largode las costas. Levantaron la cabeza, sabiendo que verían

a marineros-piratas, que roban todo en las playas deLesbos, y que gritan con voz sonora cada vez que hundenlos remos: rup-pa-pai.

Y sin embargo, aunque la bruma era tenue, nopercibieron barco ninguno. Pero hubo un gran eco, quehizo estremecer la espuma de la playa:

–¡El gran Pan ha muerto! ¡El gran Pan ha muerto!¡El gran Pan ha muerto!

Entonces la ciudad nacarada de Mitylene sedesplomó, y todas las estatuas se derrumbaron, y la isla

se volvió negra, y las almitas de las fuentes se escaparon,y los dioses minúsculos volaron del corazón de losárboles, de la médula de las plantas, del centro animadode las flores, y se extendió el silencio sobre los trozosde mármol blanco.

Las sombras de Dafnis y de Cloe se desvanecieron,súbitamente envejecidas, ante el nuevo día; y la BuenaDiosa, cuyo poder subterráneo estaba aniquilado, se

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apoderó de ellas mientras huía por encima de laspraderas hacía la región desconocida y donde se hanretirado los dioses. Fecundó a Lesbos con su aliento, ydevolvió a la tierra a Dafnis y Cloe; porque la isla, entrelos canales blancos que la surcan, estará cubierta con

su alma multiplicada, mientras broten los laureles y losmimbrales verdegueantes de su corazón sepultado.

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 La cruzada de los niños

ÍNDICE

Nota Preliminar ............................................... 5

La cruzada de los niños ................................... 13

Relato del goliardo .......................................... 15

Relato del leproso ........................................... 19

Relato del Papa Inocencio III .......................... 23

Relato de los tres pequeñuelos ........................ 29

Relato de Francisco Longuejoue.–Clérigo ...... 33

Relato del Kalandar......................................... 37

Relato de la pequeña Allys .............................. 43

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Relato del Papa Gregorio IX........................... 45

Mimos ............................................................. 51

Prólogo ............................................................ 53

Mimo I El cocinero .......................................... 57

Mimo II La falsa vendedora ............................ 59

Mimo III La golondrina ................................... 63

Mimo IV El albergue ....................................... 67

Mimo V Los higos pintados ............................ 71

Mimo VI La jarra coronada ............................ 73

Mimo VII El esclavo disfrazado ...................... 75

Mimo VIII La noche de las nupcias ................ 79

Mimo IX La enamorada.................................. 81

Mimo X El marino ........................................... 85

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 La cruzada de los niños

Mimo XI Las seis notas de la flauta................. 87

Mimo XII El vino de Samos............................ 89

Mimo XIII Las tres carreras ............................ 91

Mimo XIV El quitasol de Tanagra ................... 93

Mimo XV Kinné.............................................. 95

Mimo XVI Sismé ............................................ 97

Mimo XVII Los presentes funerarios .............. 99

Mimo XVIII Hermes psicagogos .................... 101

Mimo XIX El espejo, la aguja, la adormidera . 103

Mimo XX Akumé ........................................... 107

Mimo XXI La sombra esperada ..................... 111

Epílogo ............................................................ 115

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 Marcel Schwob

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 La cruzada de los niños

Esta obra se imprimióen el mes de julio de 2001 en los talleres de la

 Editora de Gobierno del Estado de Veracruz-Llave,

Clavijero número 44, C.P. 91000.Xalapa, Ver. México.

El tiraje consta de 1000 ejemplares.

Traducción de La cruzada de los niñosRafael Cabrera

Traducción de Mimos