[Marcela Ternavasio] Historia de La Argentina

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  • Marcela TernavasioHistoria de la Argentina1806-1852

    vyyi siglo veintiuno/SM editores

    FUNDACION

  • siglo veintiuno editores s.a.Guatemala 4824 (C1425BUP), Buenos Aires, Argentina

    siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.Cerro del agua 248, Delegacin Coyoacn (04310), D.F., Mxico

    siglo veintiuno de espaa editores, s.a,c/Menndez Pidal, 3 Bis (28006) Madrid, Espaa

    Temavasio, MarcelaHistoria de l Argentina, 1806-1852. - la ed. - Buenos Aires : Siglo Veintiuno Editores, 2009.264 p.: il. ; 23x16 cm. - (Biblioteca bsica de historia / Luis Alberto Romero)

    ISBN 978-987-629-093-7

    1. Historia Argentina. I. Ttulo

    CDD g8s

    2009, Siglo Veintiuno Editores S.A.

    Edicin al cuidado de Yamila Sevilla y Valeria An

    Realizacin de mapas: Gonzalo Pires

    Diseo de coleccin: tholn kunst

    Diseo de cubierta: Peter Tjebbes

    isbn 978-987-629-093-7

    Impreso en Grafinor/ / Lamadrid 1576, Villa Ballester,en el mes de septiembre de 2009 /Hecho el depsito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina // Made in Argentina

  • ndice

    Introduccin

    1. Ser parte de un gran imperioUna monarqua con vocacin imperial. El Virreinato de! Ro de !a Plata. Un nuevo mapa para Amrica. Los lmites del ajuste imperial. Las invasiones inglesas. La aventura de Popham y Beresford. La reconquista de la capital. El Virrey destituido. El legado de la ocupacin britnica

    2. Una monarqua sin monarcaLas consecuencias de un trono vaco. Napolen ocupa la Pennsula Ibrica. La crisis de la monarqua se traslada a Amrica. Amrica, parte esencial e integrante de la monarqua espaola. El Ro de a Plata frente a la crisis monrquica. A qu rey jurar fidelidad? La desobediencia de Montevideo. E frustrado intento juntista del Gabildo de Buenos Aires. B ltimo virrey. Vigilar y castigar. La Pennsula perdida?

    3. Nace un nuevo orden poltico1810: el primer gobierno autnomo. Una semana agitada. La revolucin y sus incertidumbres. Buenos Aires a la conquista del Virreinato. Los rumbos polticos de la revolucin. El Ro de la Plata frente a la nueva nacin espaola. Junta de ciudades o Congreso? Qu hacer con las ciudades? Crisis de la Junta. De la autonoma a la independencia. 1812: un ao crucial. Congreso Constituyente sin independencia. De ia acefala a un nuevo gobierno provisorio. La independencia de las Provincias Unidas de Sudamrica

    4. De la guerra civil a la guerra de independenciaLa guerra como empresa militar. El ejrcito del Norte. Las conquistas de Chile y Montevideo. La guerra y las transformaciones sociales.Los costos de la empresa blica. Redefinici6n.de las jerarquas sociales. La guerra y ia nueva liturgia revolucionaria. Libertad e igualdad. Nuevas identidades. Representaciones en disputa

  • 5. La desunin de las Provincias Unidas 119Agona y muerte dei poder central Una nueva acetaba. La crisis de 1820 en Buenos Aires. Camino a la pacificacin. Un nuevo mapa para e Ro de la Plata. Las repblicas provinciales. De la autonoma de los pueblos a las autonomas provinciales. Caudillos y constituciones. Experiencias desiguales. Las provincias de! Norte. La repblica de Buenos Aires: una experiencia feliz?Institucionaiizacin sin constitucin. Modernizar e! espacio poltico.Reorientar la economa

    6. La unidad imposible 149Un nuevo intento de unidad constitucional. Del consenso ppltco a a divisin de la elte bonaerense. Unitarios y federales. La Constitucin de 1826. La guerra contra el Brasil. La guerra civil. El legado del fracaso constitucional. Buenos Aires recupera sus fronteras provinciales. Pactos y bloques regionales. Confederacin sin Constitucin. La Uga del Interior. El Pacto Federal

    7. La Buenos Aires federal 175El ascenso de Juan Manuel de Rosas. El Restaurador de fas Leyes.Las facultades extraordinarias. Un nuevo modo de hacer poltica. Ei federalismo bonaerense dividido. Proyectos constitucionales en disputa. La Revolucin de los Restauradores. La Campaa al Desierto. Un orden inestable. Un mediador para las provincias en conflicto. Barranca Yaco

    8. Rosas y el rosismo 199La repblica unanimista. La suma del poder publico. La visibilidad del consenso. La intolerancia al disenso. La Santa Federacin. El nuevo orden en las provincias

    9. De la repblica dei terror a la crisisdei orden rosista 221La repblica asediada. Los frentes de conflicto. La oposicin en Buenos Aires. La consolidacin del rgimen y el terror. Pacificacin y crisis. La paz de los cementerios. La batalla de las ideas. La batalla final: Caseros

    Eplogo 245

    Bibliografa 249

  • introduccin

    La historia que el lector encontrar narrada en las siguientes pginas plantea, desde el comienzo, un problema de nominacin. El hbito de llamar historia argentina al perodo que se abre con la Revolucin de Mayo de 1810 responde a una convencin aceptada por la mayora y a la naturalizacin de que en el punto de partida de esa historia estaba inscripto su punto de llegada. La Repblica Argentina, tal como se conform durante la segunda mitad del siglo XIX, fue durante mucho tiempo el molde, tanto geogrfico como poltico, sobre el cual se construyeron los relatos acerca del pasado de esa repblica, antes incluso de que se conformase como tal.

    Sin embargo, lo que el historiador encuentra hoy al explorar ese pasado es un conjunto heterogneo de hombres y de territorios con fronteras muy cambiantes. Antes de 1810, stos formaban parte del imperio hispnico y sus habitantes eran sbditos del monarca espaol. En el ltimo cuarto del siglo XVIII la ciudad de Buenos Aires se convirti en capital de un nuevo virreinato, el del Ro de la Plata, que reuni bajo su dependencia a un extenssimo territorio, que inclua no slo a las actuales provincias argentinas, sino tambin a las repblicas de Uruguay, Paraguay y Bolivia. Con la Revolucin de Mayo, esa unidad virreinal comenz a fragmentarse, al tiempo que el imperio del que ese virreinato era slo una parte empezaba a desmoronarse. En el marco de ese proceso, las alternativas nacidas con la crisis imperial fueron mltiples y muy verstiles.

    Este libro presenta algunas de tales alternativas y se propone mostrar el sinuoso camino recorrido por una historia que slo ser identificada como argentina varias dcadas ms tarde. Para ello es necesario, en primer lugar, ampliar el horizonte tanto hacia geografas ms extensas como hacia escalas ms pequeas que las representadas en los actuales mapas polticos. En segundo lugar, dado el reducido margen de un libro de estas caractersticas, es preciso seleccionar un ngulo desde donde abordar el abigarrado proceso abierto por la revolucin. Por tal

  • razn, las siguientes pginas se concentran en la dimensin poltica de la historia desplegada durante la primera mitad del siglo XIX y toman como eje algunos de los conflictos que se presentaron para la construccin de un nuevo orden.

    La cuestin territorial asume aqu particular relevancia porque gran parte de las disputas analizadas surgi y se desarroll en el seno de grupos humanos que reclamaron privilegios, derechos o poderes para los territorios que habitaban- A lo largo de este perodo, tales disputas fueron transformndose y presentaron distintos desafos y diversos alineamientos de fuerzas sociales, econmicas y polticas. Si a fines del siglo XVIII, en el marco de las reformas aplicadas por la Corona espaola, las colonias americanas se vieron sometidas a un nuevo diseo poltico- territorial que gener resistencias entre los que se vieron perjudicados por esas medidas, con la crisis de la monarqua, a raz de la ocupacin de la Pennsula Ibrica por las tropas francesas en 1808, los territorios americanos asumieron un protagonismo indito. Principalmente, debido a que el Rey se hallaba cautivo en manos de Napolen Bonaparte, por lo que los habitantes de cada jurisdiccin comenzaron a demandar distintos mrgenes de autogobierno, en nombre de los derechos que les asignaban a sus respectivos territorios. A partir de esa fecha, las ciudades y provincias que tres dcadas atrs haban conformado el Virreinato del Rio de la Plata fueron no slo escenarios de guerras y conflictos de muy diversa naturaleza, sino sujetos de imputacin soberana. De all en ms, las disputas se expresaron a travs de distintos niveles de enfrentamiento: colonias frente a metrpoli, ciudades frente a la capital, americanos versus peninsulares, provincias versus provincias, unitarios versus federales, federales versus federales.

    En todos y cada uno de estos hechos, la dimensin territorial de la poltica es una clave fundamental para entender por qu y en nombre de qu se enfrentaron aquellos hombres, tanto a travs de la palabra como de las armas. Por cierto que sta no es la nica clave de lectura de los conflictos que asolaron a esta porcin austral del mundo hispano, y que daran lugar, recin al final de la historia que relata este libro, a la formacin del estado argentino. S aqu se ha elegido privilegiar tal dimensin es, bsicamente, por tres razones. En primer lugar, porque en dicho registro es posible combinar el relato de acontecimientos relevantes con explicaciones en torno a los profundos cambios producidos en aquellos aos respecto a las pautas que regularon las relaciones de obediencia y mando o, dicho de otra manera, entre gobernantes y gobernados. El hecho de que, entre fines del siglo XVIII y las primeras d

  • cadas del XIX, se haya pasado de una concepcin del poder fundada en el derecho divino de los reyes a otra basada en la soberana popular tuvo enormes consecuencias. Entre ellas, la que dio lugar a la invencin de una actividad, la poltica, en la que los hombres comenzaron a crear nuevos tipos de conexiones y relaciones, y en la que disputaron el ejercicio legtimo de la autoridad a travs de mecanismos prcticamente desconocidos hasta poco tiempo atrs. La segunda razn deriva de esta primera: la poltica, tal como se configur despus del hecho revolucionario, como un nuevo arte y como un espacio de conflicto, no slo incluye otras dimensiones sociales, econmicas, culturales, ideolgicas- sino que, en gran medida, fue la que marc el ritmo de muchas transformaciones producidas en otras esferas. En tercer lugar, porque en esa trama se exhibe un cambio, tal vez ms silencioso que otros, pero no por ello menos relevante: la idea de que el poder implicaba casi exclusivamente el gobierno de los territorios fue desplazndose y dando lugar a otra que comenzaba a concebirlo en trminos de gobernar individuos.

    Desde esta perspectiva, puesto que se trata de un perodo en el que la desintegracin del imperio espaol dej como legado el surgimiento de nuevas y cambiantes entidades territoriales que se reclamaron autnomas -ciudades, provincias, ""pases-, en este relato se presta mayor atencin a Buenos Aires. Esto deriva no slo del hecho de que dicha ciudad se erigi primero en capital virreinal y luego en el centro desde donde se irradi el proceso revolucionario, sino porque fue debido a esa misma condicin de centro que Buenos Aires busc conquistar que se produjeron los conflictos ms virulentos del perodo. Fijar la atencin en el papel que se adjudic Buenos Aires y en el que a su vez le asignaron los territorios a ella vinculados -un tema clsico en la historiografa argentina- no implica construir, una vez ms, una historia porteo-cntrica, sino exponer las diversas modulaciones que adopt la compleja trama de relaciones entre territorios y hombres.

    La estructura que adoptan los captulos de este libro sigue, entonces, una periodizacin que busca hacer visibles estas modulaciones. En el punto de partida, la escala de anlisis es la imperial, porque se parte del supuesto de que no es posible comprender los cambios ocurridos luego de 1810 si no se contempla la naturaleza peculiar del imperio hispnico y los efectos que tuvieron las reformas aplicadas a fines del siglo XVIII en los eventos sucedidos a partir de 1806, cuando la capital virreinal fue invadida por una expedicin britnica, y especialmente luego de 1808, cuando la monarqua espaola sufri la crisis ms devastadora de su historia. Los dos primeros captulos estn dedicados a analizar esos proce

  • sos, mientras que el tercero penetra en los avatares de la Revolucin de 1810 y en los distintos cursos de accin poltica que abri la autonoma experimentada a partir de esa fecha, pasando por la proclamacin de la independencia en 1816 hasta la crisis y disolucin del poder central en 1820. La guerra de independencia es el tema central del cuarto captulo; su tratamiento no se reduce al campo militar, sino que incluye aspectos sociales y econmicos tanto como el papel que jug en la conformacin de nuevas identidades y valores. Con el captulo quinto las escalas de anlisis se acomodan a la nueva situacin que tuvo lugar a partir de la cada del poder central nacido en 1810. Despus de 1820, ya no es posible ajustar el relato a una escala imperial -prcticamente desintegrada para esa fecha- ni a la unidad que, aunque frgil, represent el poder revolucionario con sede en Buenos Aires. De all en adelante los espacios territoriales se volvieron an ms imprecisos y el proceso estuvo protagonizado por nuevas repblicas provinciales que, sin renunciar a conformar una unidad poltica garantizada por una constitucin escrita, disputaron entre s y conformaron ligas muy cambiantes.

    Si en el captulo 5 se desarrollan las caractersticas comunes y a la vez diversas de esas nuevas repblicas, en el 6 se analiza el ltimo intento de crear un estado constitucional unificado con las provincias que, finalizadas las guerras de independencia, haban quedado vinculadas con su antigua capital, proceso que tuvo lugar durante la primera mitad del siglo XIX. Este vnculo se volvi cada vez ms conflictivo, como evidencia el fracaso del tercer Congreso Constituyente reunido entre 1824 y 1827 y la posterior guerra civil entre bloques regionales, que adoptaron respectivamente los nombres de unitarios y federales. Los tres ltimos captulos estn dedicados al perodo en el que la hegemona de uno de los bandos enfrentados en la dcada de 1820 fue casi total. El triunfo del partido federal, tanto en Buenos Aires como en el resto de lo que para 1831 adopt el nombre de Confederacin-y, en forma gradual, el de Confederacin Argentina-, expresa la imprecisin de un orden que no era ni federal ni confederal estrictamente. Como se demuestra tanto en el captulo 7, dedicado a analizar el ascenso de Juan Manuel de Rosas a su primera gobernacin en Buenos Aires, como en los dos ltimos captulos, destinados a examinar el orden federal impuesto a partir de 1835, cuando Rosas asumi por segunda vez el gobierno de Buenos Aires con la suma del poder pblico y la representacin de los asuntos exteriores de la Confederacin, ese federalismo fue tan ambiguo como eficaz a la hora de imponer un orden centralizado, dominado desde Buenos Aires.

  • Este libro concluye con la cada de Juan Manuel de Rosas en 1852. En ese final quedan en suspenso algunos de los problemas heredados de la revolucin. Entre ellos se destaca el de la formacin de un orden poltico estable garantizado por un conjunto de reglas que, segn postulaban las nuevas experiencias y teoras polticas de la poca, deban sancionarse en un texto constitucional. Para esa fecha, si la cuestin constitucional apareca como un desafo complejo, pero ineludible, la de unificar bajo un estado moderno a provincias supuestamente autnomas en el marco de la Confederacin pareca impostergable. Fue un proceso que, sin embargo, no se pudo resolver tan fcilmente. La Constitucin Nacional dictada en 1853 slo fue aceptada por todos los territorios luego de 1860, una vez reformada y reconocida por la provincia ms dscola: Buenos Aires. Recin a partir de all comenzara, stricto sensu, la historia de la Repblica Argentina.

    Pero, si se acepta mantener aqu la convencin de que la historia relatada antes de 1852 es la del primer perodo de la Argentina independiente es porque, aun admitiendo que esa Argentina no es ms que la proyeccin a posteriori de una unidad inexistente para la poca tratada, sigue siendo a la vez una etiqueta eficaz a la hora de reconstruir el pasado, ya que permite desnaturalizar los viejos modelos interpretativos sin pretender con ello hacer una suerte de revolucin copernicana. Si bien los cursos de accin abiertos con la revolucin no estaban inscriptos en un proceso que natural y necesariamente deba conducir a la unidad del estado-nacin consolidado luego de 1860, s es cierto que en una parte de esa trama se fue configurando el pas que adopt el nombre de Argentina.

    Este libro est dedicado a mis compaeros de la ctedra Historia Argentina I.de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario y a todos los alumnos que transitaron por ella desde el ao 2003, cuando asum el cargo de profesora titular de la materia. En el transcurso de estos aos aprend mucho de todos ellos y disfrut -y afortunadamente sigo disfrutando- de mi tarea docente. Lo que est volcado en las siguientes pginas es, pues, producto de esa labor compartida, y en ellas intento ofrecer un relato que pueda leerse como un conjunto de clases de historia argentina.

  • 1. Ser parte de un gran imperio

    En ia segunda mitad del siglo XVIII, la Corona espaola puso en marcha una serie de reformas polticas, administrativas, ecpn- micas y militares. En guerras permanentes con otras potencias, Espaa buscaba superar la crisis que la aquejaba desde tiempo atrs y reforzar su imperio transocenico. Amrica se convirti en un escenario ms de las disputas interimperiales por dominar el Atlntico; en ese marco, en 1776, fue creado el Virreinato del Ro de la Plata, con capital en Buenos Aires. En 1806 y 1807, fuerzas britnicas invadieron la nueva capital virreinal y ocuparon parte de la Banda Oriental. Si bien la conquista britnica result efmera, dej como legado una profunda crisis poltica e institucional en el Ro de la Plata.

    Una monarqua con vocacin imperial

    El Virreinato del Ro de la PlataEl 27 de junio de 1806, la rutinaria vida de los hombres y

    mujeres que habitaban la ciudad de Buenos Aires se vio conmocionada por el avance de una expedicin britnica formada por mil seiscientos soldados y dirigida por el comandante escocs Home Popham y el brigadier general William Garr Beresford. La rpida conquista de las tropas inglesas, que dej a la poblacin en un estado de asombro y estupor, se produjo treinta aos despus de que Buenos Aires fuera erigida capital de un nuevo virreinato. En 1776, la Corona espaola haba ordenado, con carcter provisional, la creacin del Virreinato del Ro de la Plata, implantado de manera definitiva en 1777. Al ao siguiente, se dict el Reglamento de Comercio Libre que habilit al puerto de la flamante capital virreinal a comerciar legalmente con otros puertos americanos y espaoles, y en 1782 se aplic un rgimen de intendencias que reorganiz territorial y administrativamente todo

  • el nuevo virreinato. stas medidas formaron parte de un plan general de reformas dispuesto por la metrpoli, conocidas como reformas borbnicas, que, con mayor o menor xito, fue aplicado en casi todos los dominios del monarca espaol.

    La dinasta de los Borbones, que desde comienzos del siglo XVIII era la legtima casa reinante en Espaa, estaba empeada en darle un rostro imperial a su monarqua. Si bien desde los inicios del siglo XVI el orbe hispano haba adquirido visos imperiales al anexar los territorios ultramarinos, presentaba no obstante una constitucin peculiar. La gigantesca ampliacin de los dominios del rey de Espaa, que jurdicamente pasaron a depender de la Corona de Castilla, obedeci a un proceso de extensin de la monarqua que se diferenciaba de los imperios clsicos. Una de las principales diferencias radicaba en la naturaleza catlica de aquella expansin. La vocacin universal de la monarqua espaola responda fundamentalmente a un designio proftico y a un proyecto religioso. Sobre estas bases se constituy la legitimidad de la conquista y el vnculo de todos los reinos con el monarca, que supona la reproduccin de los modos de organizacin comunitaria e institucional propios de la Pennsula, e implicaba la reciprocidad de derechos y obligaciones entre el rey y sus reinos. Esto dio lugar a la consolidacin de amplias autonomas territoriales y corporativas durante los siglos XVI y XVII en Amrica.

    Sin embargo, a mediados del siglo XVIII, la Corona se propuso transformar la naturaleza del orden hispnico. Frente al diagnstico de que el sistema instaurado desde el siglo XVT estaba en crisis, comenz a concebirse la idea de que aquel orden deba transformarse en un imperio comercial, siguiendo el modelo de Gran Bretaai Con este viraje se buscaba crear una imagen ms decididamente imperial de la monarqua, y reemplazar el lazo de reciprocidad entre el rey y sus reinos por un tipo de relacin que privilegiaba la maximizacin de ganancias para la metrpoli a partir de la explotacin de los recursos de las ahora consideradas colonias. Dicho viraje se volvi ms palpable luego de la Guerra de los Siete Aos -una guerra internacional que se libr entre 1756 y 1763 en Europa, Amrica y Asia, y que cambi el equilibrio de poder en el Nuevo Mundo-, cuando se impulsaron medidas concretas con consecuencias decisivas sobre el gobierno de Amrica. Entre tales medidas se destacadla impronta militar de las reformas aplicadas durante los reinados de Carlos III (1763-1788) y Carlos IV (1789-1808^ Reforzar el imperio transocenico, constantemente amenazado por la presencia de otras potencias en Amrica, pas a ser un objetivo prioritario. JPara alcanzarlo

  • era necesario fortalecer la defensa militar de los puntos ms vulnerables de ese enorme territorio y garantizar una explotacin econmica ms eficaz con el objeto de sanear la crisis y el estancamiento que experimentaba la metrpoli. El nuevo diseo poltico-territorial de todo el imperio se destac como una de las transformaciones ms ambiciosas de la nueva dinasta.

    As fue como, al calor de este clima reformista, la regin rioplatense se convirti en un punto estratgico. Durante los siglos XVI y XVII, el rincn ms austral de los dominios espaoles no haba revestido mayor inters para la Corona. Al no poseer riquezas en metales preciosos -que s presentaban en abundancia otras regiones como Nueva Espaa y Per-, el Ro de la Plata haba permanecido como una zona marginal dentro del imperio. Pero la manifiesta vocacin expansionista de Portugal sobre el Atlntico sur y la importancia que toda el rea asuma para el comercio martimo condujo a la metrpoli a reorientar su atencin hacia esta regin y a crear el Virreinato del Ro de la Plata.

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    La IlustracinEl plan reformista se inscribi en el nuevo clima de ideas que trajo consigo ia ilustracin. La frmula poltica que adoptaron los Borbones fue el despotismo ilustrado. Sus metas eran promover el bienestar, el progreso tcnico y econmico, la educacin y la cultura desde una perspectiva que parta de un utilitarismo optimista y positivo. El poder poltico -en este caso la Corona- era el responsable de llevar adelante estas metas y por lo tanto deba erigirse en el promotor del progreso. La confianza en !a educacin como fundamento de la felicidad pblica implic un cambio de .concepcin respecto de la enseanza tradicional, basada en la escolstica. No obstante, ei nfasis de ios reformistas ilustrados espaoles en la difusin de un saber prctico y racional no cuestion en ningn momento ios principios de la religin catlica. En este sentido, tuvo lugar un proceso de seleccin y adaptacin de Sas innovaciones intelectuales de la Ilustracin a los dogmas catlicos. Por esta razn, algunos autores han calificado de Ilustracin catlica" al conjunto de novedades introducidas en el orbe hispnico durante el siglo XVIII. JBT

    Sin embargo, pese a los orgenes marciales de la nueva jurisdiccin poltico-administrativa, las invasiones inglesas de 1806 y 1807 dejaron al desnudo la debilidad de las autoridades espaolas para defender sus

  • dominios en Amrica. Las reformas aplicadas durante las tres dcadas transcurridas entre la fundacin virreinal y la conquista de las fuerzas britnicas revelaron tanto los notables cambios producidos a escala imperial y regional como sus lmites.

    Un nuevo mapa para AmricaCon las reformas borbnicas, los dominios espaoles en Amrica pasaron de una organizacin en dos virreinatos de extensiones inconmensurables -Nueva Espaa y Per- a una de cuatro virreinatos -Nueva Espaa, Nueva Granada, Per y Ro de la Plata- y cinco capitanas generales -Puerto Rico, Cuba, Florida, Guatemala, Caracas y Chile-. Hasta la creacin del Virreinato del Ro de la Plata, todo el territorio de la actual Repblica Argentina -y mucho ms an- dependi directamente del Virreinato del Per, con capital en Lima, y estuvo dividido en dos grandes gobernaciones: la del Tucumn y la del Ro de la Plata. En 1776, el nuevo Virreinato con capital en Buenos Aires reuni las gobernaciones del Ro de la Plata, Paraguay, Tucumn y el Alto Per (en este ltimo caso se trataba de una regin algo mayor que la actual Repblica de Bolivia), quitndole una amplia jurisdiccin a las autoridades residentes en Lima.

    Poco despus, con la Ordenanza de Intendentes aplicada en 1782, el Virreinato del Ro de la Plata se subdividi en ocho intendencias: La Paz, Potos, Charcas y Cochabamba (ubicadas en el Alto Per), Paraguay, Salta, Crdoba y Buenos Aires. La Banda Oriental (hoy Uruguay) permaneci como una gobernacin militar integrada al Virreinato, pero con un mayor grado de autonoma respecto de la sede virreinal. Lo mismo ocurri con otras circunscripciones fronterizas como los pueblos de las Misiones, Mojo y Chiquitos. A su vez, esta ordenanza redefi- ni las jerarquas territoriales al establecer distintos rangos entre las ciudades: en la cspide estaba la ciudad capital de virreinato; le seguan las ciudades cabeceras de las gobernaciones intendencias, a las que a su vez quedaban supeditadas las ciudades subordinadas; finalmente se ubicaban las zonas rurales, que no eran ms que enormes territorios dependientes de los cabildos de las respectivas ciudades. Si se toman como ejemplo las gobernaciones intendencias cuyos territorios corresponden aproximadamente a la actual Repblica Argentina, el escalafn era el siguiente: la intendencia de Salta tena su capital en la ciudad homnima y comprenda las ciudades subalternas de Jujuy, Santiago del Estero, San Miguel de Tucumn y Catamarca; la de Crdoba inclua La Rioja, San Luis, San Juan y Mendoza, subordinadas a la ciudad capital

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    El Virreinato del Ro de la Plata

  • de Crdoba; y la de Buenos Aires tena jurisdiccin en Santa Fe, Entre Ros y Corrientes. La ciudad de Buenos Aires era, a la vez, capital virreinal y de su propia intendencia.

    Qu implic el nuevo diseo territorial? Aunque las complicadas divisiones y subdivisiones pueden inducir a pensar que se trat de un intento de descentralizar la administracin de los dominios americanos, el propsito era inverso. Con las reformas se buscaba centralizar el poder de la Corona, reforzar la figura del monarca y asegurar un mayor control de las posesiones ultramarinas por parte de las autoridades peninsulares. Para eso, se trasladaron funcionarios directamente desde Espaa -entre ellos, los intendentes con sede en las capitales,de gobernacin y los subdelegados en las ciudades subalternas-, con el objeto de limitar el enorme influjo que en las principales ciudades haban adquirido las familias locales criollas ms poderosas. Esta situacin de predominio se deba no slo a sus grandes riquezas sino tambin a que estaban vinculadas en redes de relaciones sociales que les abran las puertas a cargos y oficios en las principales corporaciones del mundo colonial, en las que, adems, se manejaban con un amplio margen de autonoma respecto de la Corona. Por tanto, el propsito de sta fue reducir ese margen de autonoma a travs de funcionarios que dependieran directamente del rey. Se supona que stos, a quienes se les vedaba legalmente la posibilidad de establecer lazos familiares o de negocios con la poblacin en la que ejercan sus funciones, no cederan a la tentacin de inmiscuirse en redes clientelares o alianzas locales. El hecho de que muchos de ellos fueran militares expresa, adems, el fuerte contenido militarista de las reformas. Espaa intent fortalecer su presencia en Amrica a travs de plazas militares estratgicamente ubicadas.

    Por otro lado, el Reglamento de Comercio Libre de 1778 tambin busc reforzar este proceso de centralizacin. Claro que, ms all de su nombre, estuvo lejos de liberalizar el comercio con las potencias extranjeras, prohibido por el sistema de monopolio impuesto por Espaa, que slo permita comerciar legalmente a unos pocos puertos americanos con el puerto de Cdiz. Lo nico que habilit el reglamento fue el comercio directo entre las colonias y con algunos puertos espaoles. Entre los puertos ahora autorizados en Amrica estaba el de Buenos Aires. Con esta medida se legaliz una situacin de hecho: mediante el contrabando y el comercio semilegal, dicho puerto haba operado de manera ms o menos visible frente a las autoridades que, muchas veces, estaban involucradas en tal intercambio. Lo cierto es que, as, se busc

  • legalizar el trnsito de mercancas -especialmente de metal precioso- hacia la metrpoli para controlar y maximizar los recursos que las colonias deban proporcionar a las arcas de la Corona, en el marco de una coyuntura de crisis para el imperio y de permanentes guerras con otros pases europeos. La flexibilizacin del sistema comercial tena como propsito afianzar an ms el monopolio existente y reubicar a Espaa como potencia en el escenario atlntico.

    Los lmites del ajuste imperialLas reformas aplicadas desde fines del siglo XVIII trastocaron los equilibrios sociales, polticos y territoriales existentes en las reas afectadas. Los grupos criollos ms poderosos, acostumbrados a tener una fuerte incidencia y autonoma en el manejo de los asuntos de gobierno a nivel local, se sintieron muy afectados. Algunas ciudades vieron con malos ojos sus nuevos rangos dentro del diseo territorial borbnico y cuestionaron su jerarqua de ciudades subalternas o, incluso, no haberse convertido algunas en capitales de nuevos virreinatos. En muchas regiones, los pueblos indgenas se resistieron a aplicar algunas de las medidas impuestas por los nuevos funcionarios, especialmente aquellas destinadas a ejercer sobre ellos mayor presin fiscal. El nuevo trato que los habitantes americanos recibieron por parte de l Corona fue percibido por muchos como humillante, al comprobar que perdan antiguos privilegios o que eran obligados a aumentar el pago de tributos a la metrpoli. En algunos casos, las resistencias a las reformas tomaron la forma de revueltas violentas, como ocurri con la rebelin liderada en 1780 por Tupac Amaru en Per, duramente reprimida por las autoridades coloniales, mientras que en otros se manifest en sordas disputas polticas y jurdicas. Los grupos locales utilizaron ms que nunca la clsica frmula se acata pero no se cumple, a travs de la cual los criollos acostumbraban justificar la toma de decisiones con cierto margen de autonoma frente a la metrpoli, sin que ello significara desconocer la autoridad y lealtad al monarca.

    Ahora bien, las resistencias a las reformas se manifestaron bsicamente en las zonas centrales del imperio. En el caso del Ro de la Plata, las nuevas medidas venan en muchos sentidos a favorecer una regin hasta ese momento marginal. Buenos Aires no slo se convirti en sede de una corte virreinal y de nuevas corporaciones como la Audiencia creada en 1783 y el Consulado de Comercio en 1794-, sino tambin en un puerto legalizado, donde se instal la Real Aduana, favorecido por los negocios y recursos que fluan del circuito mercantil con eje en el

  • Alto Per, ahora desgajado de su antigua jurisdiccin e incluido en el Virreinato rioplatense.jEn la rica regin altoperuana estaban ubicadas las minas de plata del Potos. A partir de ese momento, la extraccin de la plata potosina pas a solventar gran parte de los gastos que demand la instalacin y sostenimiento de las nuevas autoridades virreinales. El nuevo mapa poltico pareca replicar los circuitos mercantiles que, a travs de una compleja red de trficos interregionales y ultramarinos, entre los siglos XVI y XVIII, haban integrado la amplia zona del extremo sur americano sobre el eje Potos-Buenos Aires. La nueva capital duplic su poblacin durante las tres dcadas que dur el Virreinato (pas de unos veinte mil habitantes a cerca de cuarenta mil) y los (grupos mercantiles ms poderosos vieron crecer sus riquezas al tiempo que ascendieron hasta la cumbre de la escala social. Tal vez por estas razones y por el hecho inocultable de que los nuevos funcionarios, lejos de mantenerse distantes, entablaron vnculos y alianzas con los intereses locales, las reacciones a las reformas fueron, al menos en Buenos Aires, mucho menos intensas que en otras regiones.

    En este sentido, el nuevo mapa poltico beneficiaba a la capital virreinal, pero a la vez ensamblaba jurisdicciones muy dispares. El caso del Alto Per fue por cierto el ms clamoroso, no slo por haberse desprendido de su tradicional dependencia de Lima, sino fundamentalmente por haber frustrado los sueos virreinales de esa jurisdiccin. La ereccin de una nueva capital en una ciudad marginal que, hasta 1776, slo contaba con un gobernador, un cabildo y unos pocos empleados, result irritante para las regiones que, poseyendo riquezas y entramados institucionales mucho ms densos, pasaban ahora a depender de aqulla. En un informe de 1783, los altoperuanos plantearon la errnea inclusin de la provincia de Charcas hasta la ciudad de Jujuy y la de La Paz en el Virreinato del Ro de la Plata y, en alusin a que la sede virreinal era solventada por los recursos de las minas de Potos, se dijo tambin: mi hijo, el nio Buenos Aires al que virreinato di. Lo que estaba enjuego, en este caso, era el real reconocimiento de su calidad de capital por parte de las jurisdicciones dependientes e, incluso, de la misma Buenos Aires, acostumbrada a manejarse de manera autnoma desde tiempo inmemorial como cabeza de una gobernacin marginal. Como se ver ms adelante, el trastorno introducido por las reformas en las jerarquas territoriales preexistentes constituy una cua en el sistema colonial, cuyas consecuencias ms disruptivas slo se revelaron en toda su potencia cuando ste entr en crisis.

  • Este intento de redefinicin imperial se produjo en un momento poco propicio para Espaa. La situacin internacionai fue tornndose cada vez ms complicada, al calor de acontecimientos que trastocaron tanto el mundo europeo como el americano. La revolucin de independencia de los Estados Unidos en 1776 y la Revolucin Francesa de 1789 fueron, sin dudas, los eventos ms significativos. La guerra desatada entre las colonias inglesas y Gran Bretaa, al declarar las primeras su independencia respecto de la segunda, aline a Francia y Espaa -tradicionalmente aliadas en contra de Inglaterra- con los Estados Unidos. Entre 1796 y 1802, las guerras se generalizaron en toda Europa y sus efectos se hicieron sentir inmediatamente en sus dominios en Amrica. La flota inglesa bloque el puerto de Cdiz y otros puertos hispanoamericanos, lo que afect de manera sustancial las relaciones comerciales entre la metrpoli espaola y sus posesiones americanas. El sistema monoplico haca agua por todos lados, ya que la Corona no poda garantizar por s sola el aprovisionamiento de sus colonias en medio de los conflictos blicos. Esto la oblig a otorgar sucesivas concesiones comerciales a los grupos criollos, a los que se autoriz a comprar y vender productos a otras potencias y colonias extranjeras. Be esta manera, los comerciantes del Ro de la Plata pudieron traficar esclavos, exportar mercancas locales -como cuero, sebo y tasajo- e importar caf, arroz o tabaco.'Todo se agrav para la metrpoli en 1805, cuando Espaa -en ese momento aliada de Francia- perdi casi toda su flota al ser vencida por Gran Bretaa en la batalla de TrafagarJ

    En ese contexto tan conflictivo, el plan reformista de los Borbones se hunda sin remedio. El intento de centralizar el poder en manos del monarca y aumentar la eficacia de la explotacin econmica de las colonias se renda frente a las acechanzas tanto externas como internas. Las reformas no pudieron cumplir -o slo cumplieron a medias sus objetivos, mientras que en algunas regiones ni siquiera pudieron ser aplicadas. En la mayora de los casos, los nuevos funcionarios peninsulares se vieron obligados a negociar asuntos de gobierno con las elites locales descontentas, a la vez que la recaudacin fiscal resultaba insuficiente para solventar los enormes gastos blicos. Sin embargo, aun cuando las medidas aplicadas en el ltimo tramo del siglo XVIII dejaban un fondo de descontento entre quienes se vieron ms afectados por ellas, no modificaron el sentimiento de pertenencia a la monarqua transocenica por parte de los americanos. De la misma manera que los Borbones pretendieron reformar su imperio apuntando a un mayor control de sus dominios, muchos americanos buscaron mantener sus antiguos privilegios, si bien en

  • el marco de un sistema que segua colocando al rey en la cspide. La obediencia al monarca y la lealtad a Espaa se mantuvieron inclumes durante esos aos, ms all de los descontentos y tensiones nacidas de este intento de ajuste imperial. Tal vez la muestra ms clara de esa lealtad fue la que exhibieron los habitantes de Buenos Aires cuando, en 1806, el brigadier general Beresford crey haber ganado la batalla...

    Temas en debateEl proceso histrico abierto con el cambio de dinasta en Espaa a , comienzos del siglo XVill ha sido objeto de muchas controversias en ei campo historiogrfico. Si bien ia mayora de los historiadores coinciden en sealar que los tiempos modernos en Espaa se inauguraron con ei advenimiento de los Borbones, no todos comparten el mismo juicio acerca de los objetivos y efectos de las reformas puestas en marcha tanto en la Pennsula como en Amrica. En Espaa, tales controversias se expresaron desde e! siglo XIX, cuando algunas corrientes consideraron a las reformas como el principio de la regeneracin de Espaa, mientras que otras as utilizaron como argumento para una severa descalificacin de ia dinasta. En lo que atae a Amrica, algunos historiadores han calificado la experiencia reformista borbnica como de "reconquista de Amrica y de revolucin en el gobierno. Con ei trmino reconquista" se busca expresar grficamente el propsito centralizador de las reformas; con ei trmino revolucin se hace referencia a Sos cambios que la Corona procur imponer en el gobierno. Los desacuerdos surgen cuando se realiza el balance de las polticas aplicadas en el siglo XVIil: mientras algunos historiadores enfatizan los cambios producidos a escala del imperio, otros consideran que las reformas tuvieron un impacto menor, entre otras razones porque el intento de reconquistar burocrticamente a las colonias choc con la lgica de negociacin imperante en Amrica desde ei siglo XV!. JBP

    Las invasiones inglesas

    La aventura de Popham y BeresfordDesde fines del siglo XVIII, Gran Bretaa exhiba cada vez ms inters en las colonias hispanoamericanas. De hecho, luego de la ocupacin britnica de La Habana en 1762, se haban elaborado diversos planes

  • secretos para invadir las colonias espaolas en Amrica. En dichos planes, Buenos Aires se presentaba como una plaza muy atractiva, tanto por su importancia geopoltica y comercial al ocupar un lugar estratgico en las rutas que unan el Atlntico con el Pacfico, como debido a su vulnerabilidad desde el punto de vista militar. Si bien la creacin del Virreinato del Ro de la Plata haba tenido como principal objetivo reforzar militarmente la regin austral del imperio, dada la constante presin portuguesa sobre Ro Grande y Colonia de Sacramento, la Corona no se ocup de que tal refuerzo fuera significativo en trminos del envo de tropas regulares y de la organizacin de milicias regladas locales. Los informes confeccionados por diversos personajes britnicos interesados en las colonias hispanoamericanas subrayaban la dbil defensa con la que contaba la capital del nuevo Virreinato.

    Entre esos personajes se encontraba el comandante Popham que, desde tiempo atrs, vena participando de aquellos planes secretos. En un principio, su aventura -que lo llev desde el Cabo de Buena Esperanza hasta el puerto de Buenos Aires en 1806- no cont con la autorizacin del gobierno britnico. No obstante, luego de la rpida conquista de la capital del Virreinato, la expedicin obtuvo el aval de Su Majestad. La captura del puerto de Buenos Aires resultaba estratgica para los intereses de la Corona britnica; ni el rey ni sus ministros parecan dispuestos a desperdiciar aquella oportunidad. Por un lado, desde fines del siglo XVIII Inglaterra se encontraba en pleno proceso de revolucin industrial y expansin comercial de sus productos. Por otro, la coyuntura internacional era particularmente conflictiva. Las guerras surgidas al calor de la Revolucin Francesa se haban generalizado y las conquistas de Napolen Bonaparte amenazaban con romper el equilibrio europeo y el creciente poder adquirido por Gran Bretaa a lo largo del siglo XVIII. En 1805, la batalla de Trafalgar dej a Inglaterra como duea absoluta de los mares, pero no logr frenar el avance napolenico en Europa, que obtuvo ese mismo ao un importante triunfo en Austerlitz.

    En ese escenario tuvieron lugar las dos invasiones inglesas al Ro de la Plata en los aos 1806 y 1807, respectivamente. En la primera, Popham y Beresford concibieron la captura de Buenos Aires como una alternativa fcil y promisoria frente al propsito de conquistar nuevos mercados en Sudamrica. Asegurarse bases militares estratgicas sobre las cuales garantizar su expansin comercial era el principal objetivo que persegua Inglaterra en esos aos. En relacin con la facilidad de la captura, los mismos ingleses quedaron sorprendidos al ser recibidos

  • con cierto entusiasmo por las principales autoridades y corporaciones de la ciudad y al no encontrar serias resistencias militares en su desembarco. A la escasez de tropas regulares y milicias locales se sum el he- cho de que la mayora de las tropas haba sido destinada a cuidar la frontera indgena. Los britnicos se apoderaron sin mayores dificulta- des del Fuerte, mientras la mxima autoridad espaola, el virrey .Sobre- monte, se retiraba hacia Crdoba.

    El Virrey se ausent de la ciudad capital desde el 25 de junio, dos das antes de que se produjera la capitulacin de Buenos Aires y el posterior juramento de fidelidad rendido a la nueva soberana britnica por parte de las autoridades civiles y eclesisticas y de algunos vecinos principales y comerciantes de la ciudad. En efecto, Sobremonte, frente al inminente avance de las tropas inglesas, abandon la ciudad encargndoles a los oidores de la Audiencia dirigir su ltima resistencia. Pero ni la Audiencia ni el Cabildo estuvieron dispuestos a enfrentar un combate dentro del recinto urbano y optaron por rendirse a las fuerzas britnicas. El Virrey se dirigi hacia Grdoba con el propsito de organizar la defensa y proteger las Cajas Reales, pero debi entregar los caudales a los nuevos ocupantes de la capital, por expreso pedido del Cabildo de Buenos Aires, segn estipulaba la capitulacin.

    Desde Crdoba, el Virrey lanz una proclama -remitida a todos los gobernadores intendentes de su jurisdiccin- que, en gran parte, cumpla con los planes acordados por las autoridades metropolitanas en caso de que el flanco sur del imperio fuera atacado: replegarse a Crdoba e imponer el aislamiento a los invasores para obligarlos a una pronta retirada. En esa proclama, Sobremonte subrayaba que l no haba entrado en la capitulacin con los ingleses y que si la Real Audiencia de Buenos Aires, Consulado, tribunales y dems autoridades constituidas en aquella ciudad lo haban hecho, era porque estaban oprimidas por las fuerzas enemigas. Dadas esas circunstancias, el Virrey declar a la ciudad de Crdoba capital del Virreinato hasta tanto Buenos Aires volviera al dominio del Rey. Puesto que, segn expresaba la proclama, las autoridades residentes en Buenos Aires se encontraban sin libertad para obrar y expedir sus resoluciones, sino a nombre del general britnico, el Virrey dejaba expresamente ordenado que ninguna medida emanada de dichas autoridades fuera cumplida.

    Los puntos estipulados en la proclama eran importantes porque expresaban, por un lado, el intento de mantener el orden jurdico colonial trasladando la capital del virreinato a Crdoba, y exhiban, por el otro, la rendicin de las principales autoridades y corporaciones de

  • Buenos Aires a la soberana britnica. A pesar del tono justificatorio utilizado por Sobremonte, las acciones emprendidas por tales autoridades quedaban desautorizadas por el Virrey, mientras que el nuevo gobernador, Beresford, garantizaba al Cabildo, magistrados, vecinos y habitantes sus derechos y privilegios, as como la proteccin a la religin catlica.

    Un orden catlicoLa estrategia britnica de asegurar fa proteccin de ia religin catlica -en un universo de unanimidad religiosa como el que rega en ef mundo hispnico- era fundamental si se pretenda obtener cierto consenso entre la poblacin. Si bien las reformas borbnicas, al procurar darse una imagen imperial y centralizar el poder, intentaron reducir ia influencia de las comunidades religiosas en nombre de una nueva razn de estado, de ningn modo haban cambiado las bases catlicas del orden vigente.ste segua exhibiendo un entramado en el que, como afirma Roberto Di Stefano, la vida de la iglesia estaba de tal modo entrelazada con las dems manifestaciones de la vida social y con los intereses concretos de los diferentes grupos que constituan la sociedad -familias, corporaciones- que es difcil admitir su existencia como una entidad homognea y diferenciada. Y esto era as, segn el autor, porque en la poca colonial la identificacin entre el universo catlico y la sociedad llegaba a un punto tan ntimo que vuelve tal vez inadecuado el uso de! actual concepto de iglesia, si con l se alude a una institucin lo suficientemente integrada y diferenciada de la sociedad en su conjunto. JKT

    La reconquista de la capitalSin embargo, estos primeros intercambios amables y pacficos entre autoridades y vecinos de Buenos Aires con los ocupantes britnicos no estaban destinados a perdurar. Durante el mes de julio, la situacin de lasx^ tropas inglesas se volvi ms incierta en la medida en que los refuerzos que Beresford demandaba a Inglaterra tardaban en llegar. La poblacin portea se mostr cada vez ms inquieta, mientras comenzaban a organizarse milicias urbanas voluntarias, en forma secreta, con el fin de combatir a los invasores. Los encargados de organizar las improvisadas tropas de la reconquista fueron el capitn de navio Santiago de Liniers, francs de origen pero al servicio de la Corona de Espaa, Juan Martn

  • de Pueyrredn y Martn de Alzaga, alcalde del Cabildo de Buenos Aires. Este ltimo era un rico comerciante espaol con fuerte incidencia en el gobierno local y vinculado al monopolio. Cuando, durante su efmera ocupacin, los ingleses lanzaron un decreto de libertad de comercio, Alzaga y el resto de los comerciantes vinculados ai monopolio expresaron su inmediata oposicin.

    Con el objeto de organizar la reconquista, Liniers y Pueyrredn se trasladaron a Montevideo para obtener el apoyo de su gobernador, Pascual Ruiz Huidobro, que accedi a darles refuerzos para su empresa. Pueyrredn, de regreso en Buenos Aires a fines de julio, comenz a reclutar soldados. A comienzos de agosto, las tropas locales lideradas por Pueyrredn sufrieron una derrota frente a un destacamento britnico. Pero poco despus Liniers se embarc en Colonia para cruzar el Ro de la Plata y, una vez en Buenos Aires, logr dominar los principales accesos a la ciudad para luego avanzar hacia el Fuerte. Con la llegada de nuevos refuerzos desde Montevideo, las milicias locales al mando de Liniers convergieron en la Plaza Mayor; en las calles se desat una lucha encarnizada, que termin con la derrota de los ingleses. Se estima que estos ltimos sufrieron cerca de ciento cincuenta bajas, mientras que las milicias locales perdieron cerca de sesenta soldados. El 12 de agosto, Beresford elev una bandera blanca para declarar la rendicin.

    Si bien la aventura de Popham y Beresford no tuvo por objeto estimular n plan in dependentista en el Ro de la Plata, sino lograr la conquista de Buenos Aires, entre los expedicionarios no estuvo ausente la especulacin en torno a las posibles tensiones entre peninsulares y criollos -dado el ajuste imperial impuesto por los Borbones desde fines del siglo XVIII- para obtener de estos ltimos un apoyo a la ocupacin. No obstante, tales especulaciones se esfumaron rpidamente. A la primera manifestacin de pasividad de las autoridades y corporaciones de la ciudad le sucedi una reaccin ms generalizada de la poblacin, en la que tanto espaoles como criollos participaron activamente de la reconquista. La presencia de tensiones y conflictos en el escenario local no alcanz para manifestar apoyo a la conquista de una nueva potencia.

    La primera invasin inglesa dejaba como legado varias novedades. Ante todo, una crisis de autoridad sin precedentes: no slo haba quedado al desnudo la incapacidad de las fuerzas militares espaolas para defender sus posesiones en el rincn ms austral de Amrica, sino tambin el dudoso comportamiento de las autoridades coloniales, duramente cuestionado por gran parte de los vecinos y habitantes de la ciu-

  • dad. El personaje ms criticado fue el propio virrey Sobremonte. El Cabildo, bajo la presin de parte de las milicias recientemente formadas, debi convocar a un cabildo abierto dos das despus de la reconquista.

    Un clculo equivocadoEn el testimonio de John. Whitelocke se expresa ia frustrada especulacin de los ingleses en torno a a posibilidad de encontrar en las colonias espaolas un espritu de adhesin a a presencia britnica.Se supona que la fama de este pas, de liberalidad y buena conducta hacia Jos que se ponen bajo su dominio, nos aseguraba ios buenos deseos y la cooperacin de al menos una gran parte de la comunidad. Las esperanzas y expectativas pblicas fueron exacerbadas, y no exista la sospecha de que fuera posible para la mayor parte de la poblacin de Sudamrica tener sentimientos que no fueran de apego a nuestro Gobierno; menos an que fuera posible que existiera una arraigada antipata contra nosotros, al punto de justificar el aserto (cuya prueba ha sido dada por los hechos) de que en el momento de m llegada a

    Sudamrica no tenamos ni un solo amigo en todo el pas. No tengo modo de saber si ia opinin del ilustre estadista [Pitt], ya no ms entre nosotros, que con frecuencia haba dejado volar sus pensamientos hacia Sudamrica, lo haba llevado a contemplar la posibilidad de establecer puestos militares al y de cooperar slo con quienes han seguido {por] su propia voluntad ei ejemplo de Norteamrica y se han servido de nuestra ayuda para lograr su independencia; pero la experiencia ha mostrado que cualquier otro curso de accin, aun el ms exitoso, y casi en proporcin al xito, tena el efecto de alejarnos ms que nunca de nuestro objetivo ltimo: el de un intercambio y comercio amistoso con el pas. El ataque, asistido por el xito momentneo y el fracaso fina!, nos ha enseado a estimar en ms alto precio a dificultad de obtener un establecimiento en el pas; pero la decisin sobre el tema de los sentimientos de la gente hacia nosotros sigue siendo prevaleciente."

    John Whitelocke a W. Windham, 20 de junio de 1807 {publicado en The Tra!at Large of Lieut.~Gen. Whitelocke, Londres, 1808). Extrado de Klaus Gallo, Las invasiones inglesas, Buenos Aires, Eudeba, 2004. JMF

    Los cabildos abiertos, si bien no estaban expresamente legislados, enciertas ocasiones, y con el consentimiento de la autoridad poltica, con

  • vocaban a los vecinos, altos funcionarios, prelados religiosos y jefes militares a fin de considerar asuntos excepcionales, respecto de los cuales se buscaba el apoyo de la parte principal y ms distinguida de la poblacin para tomar ciertas resoluciones que afectaban a toda la comunidad. En el Ro de la Plata fue una prctica poco utilizada durante el perodo colonial. Pero en este caso la situacin se present como excepcional y, luego de fuertes discusiones, "el cabildo abierto del 14 de agosto tom una decisin salomnica: delegar el mando poltico y militar en manos del hroe de las jornadas, Santiago de LinirsJ^i bien el Virrey no haba sido destituido, como pretendan muchos, se trataba de un hecho indito en el Ro de la Plata que, sin dudas, dejaba muy desprestigiada a la autoridad virreinal. Aunque Sobremonte se manifest agraviado por la medida, ya que se vio disminuido en sus atribuciones, su descargo o logr modificar la situacin. La segunda novedad fue la conviccin de que, frente a la debilidad de las tropas espaolas asentadas en el Ro de la Plata, ejra necesario org^izar y reforzar las improvisadas milicias nacidas en 1806 para hacer frente a una eventual invasin o ataque de ria potencia extranjera.

    El Virrey destituidoEl gobierno britnico, an no enterado de la capitulacin inglesa en Buenos Aires, haba decidido enviar los refuerzos solicitados por los jefes de la primera expedicin. El primer refuerzo lleg a Montevideo a fines de octubre de 1806 y el oficial a cargo, al enterarse de la derrota sufrida en Buenos Aires, tom posesin de la isla Gorriti y de Maldo- nado a la espera de un nuevo contingente de soldados para intentar una vez ms la captura de la capital virreinal. En febrero de 1807 Montevideo cay en manos inglesas y en mayo de ese ao arrib finalmente el refuerzo esperado al mando del teniente general John Whitelocke. A fines de junio, las tropas inglesas desembarcaron en el puerto de Ensenada para marchar sobre Buenos Aires.

    Sin embargo, en los meses que mediaron entre la primera y la segunda ocupacin britnica a Buenos Aires, las precarias fuerzas voluntarias creadas por Liniers se haban vuelto ms numerosas y organizadas. Surgieron, as, en una ciudad que apenas sobrepasaba los cuarenta mil habitantes, escuadrones de criollos que sumaban alrededor de cinco mil hombres -Hsares, Patricios, Granaderos, Arribeos, Indios, Pardos y Morenos- y de peninsulares que alcanzaron a sumar tres mil milicianos. Los batallones de peninsulares tomaron el nombre del lugar de origen de sus miembros: Andaluces, Asturianos, Catalanes, Vizcanos

  • y Gallegos. Fue nuevamente Liniers quien se encarg de organizar estas milicias urbanas sobre la base de un servicio y entrenamiento militar para todos los vecinos mayores de diecisis aos. Cabe destacar que esas fuerzas, ms all de estar integradas por peninsulares y criollos, eran locales tanto por su reclutamiento como por su financiamiento, ya que era el Cabildo de la capital el encargado de solventar gran parte de los gastos y subsistencia de las tropas con sus rentas de propios y arbitrios, por hallarse exhausto el erario de la Real Hacienda.

    Traje utilizado por el regimiento de Patricios.

    Con esas fuerzas milicianas, Liniers enfrent la segunda incursin inglesa a Buenos Aires. A ellas se sum la intervencin activa del alcalde del Cabildo de la capital, Martn de Aizaga. Luego de un primer revs sufrido por las tropas de Liniers en Miserere, Alzaga organiz la defensa de la ciudad levantando barricadas y estimulando a los vecinos no alistados en las milicias a participar desde sus casas para evitar el avance de las tropas britnicas. Estas ltimas marcharon en trece columnas por las estrechas calles de la ciudad, sin sospechar que desde las casas les arrojaran todo tipo de objetos y proyectiles. As, pues, luego de una encarnizada lucha que dej alrededor de dos millares de bajas en cada

  • uno de los bandos, Whitelocke debi aceptar su derrota y capitular el 6 de julio de 3807. El Cabildo de 3a capital se consolidaba en su prestigio y poder, al ser el gran protagonista en la organizacin de la defensa, y Liniers reforzaba an ms el apoyo y consenso popular obtenido desde 1806 al estar a cargo de las milicias finalmente vencedoras.

    Traje utilizado por e regimiento de Catalanes.

    La derrota britnica fue vivida con mucha euforia en Buenos Aires y se manifest a travs de acciones de gracia, como la liberacin de esclavos destacados en combate y honores fnebres para los cados. En una ciudad poco acostumbrada a interrumpir su montona rutina, las invasiones inglesas haban conseguido trastocar la cotidianidad de sus pobladores y conmover las bases polticas y sociales sobre las cuales se asentaba el poder en la reciente capital virreinal.

    Las bases polticas se vieron afectadas porque la crisis de autoridad, ya presente durante la primera invasin, se agudiz con la segunda. Si en 1806 se cuestion la actitud del Virrey y se lo oblig a delegar parte de su poder en Liniers, en febrero de;4807j una reunin de comandantes y vecinos agolpados frente al cabildo presion para exigir la deposicin definitiva del Virrey.~Sobremonte fue acusado de abandonar a su suerte a los pobladores de ambas mrgenes del Ro de la Plata al no ofrecer resistencia alguna cundo los ingleses tomaron el puerto de Montevideo. El clima de agitacin oblig al Cabildo de Buenos Aires y a la Audiencia a

  • reunir una Junta de Guerra. En realidad se trataba de una Junta sui gene- ris, que se asemejaba a un cabildo abierto en la medida en que participaron de ella el Cabildo Capitalino, la Audiencia, el jefe del mando militar, Liniers, jefes y comandantes militares, funcionarios superiores y algunos vecinos principales. La Junta as constituida decidi suspender en sus funciones al Virrey y tomarlo prisionero provisoriamente. De esa situacin de acefola sali beneficiado el jefe de la reconquista. Dado que durante los primeros meses de 1807 la Corona haba cambiado el criterio por el cual deban cubrirse interinamente las vacancias del cargo de virrey -al establecer que en lugar de ocuparlo el presidente de la Audiencia deba hacerlo el jefe militar de mayor jerarqua, Liniers se convirti en el personaje de mayor rango institucional en el Ro de la Plata.

    Caricatura de ta degradacin de Whitelocke, 1808Al regresar a Londres, John Whitelocke fue sometido a juicio por un Consejo de Guerra especial. En la sentencia, dicho Consejo declar que juzga que el dicho teniente general Whitelocke sea expulsado del ejrcito, y se le declare totalmente inepto e indigno para servir a Su Majestad en capacidad militar alguna.

    El texto citado corresponde a Carios Roberts, Las invasiones inglesas, Buenos Aires, Emec, 2000. JBP

  • Bandera dei Regimiento 71

    Bandera dei batalln Santa Elena

    Bandera dei Royal Marine Battaiion

    Bandera del gaitero del coronel Pack

    Bandera del batalln Santa Elena

    Bandera del Fuerte Bandera del Retiro

    Banderas inglesas tomadas en la reconquista de Buenos Aires. Carlos Roberts, Las invasiones inglesas, Buenos Aires, Emec, 2000,

  • La celebracin de ia victoriaE! memoriaista Juan Manuel Beruti describi en detalle las celebraciones realizadas en Buenos Aires luego de ia reconquista y defensa de la ciudad. Su testimonio es particularmente relevante porque fue escrito contemporneamente a los hechos relatados.El 19 de julio de 1807 se hizo misa de gracias en la Catedral y se cant ei Tedeum; pontific su tlustrsfma, predic el sermn e doctor don Joaqun Ruiz y estuvo su Divina Majestad manifiesto todo el da. Asistieron a la funcin la Real Audiencia y en su cabeza el seor reconquistador don Santiago de Liniers, como su presidente el Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad quien llevaba entre sus regidores y es dio asiento a los seores don Bernardo de Velasco y don Juan Gutirrez de la Concha, por haberse portado bien en la defensa de esta plaza, como jefes que eran de divisin, y a mismo tiempo el primero es gobernador de Paraguay y el segundo electo de Crdoba del Tucumn. En ei presbiterio estaba puesto en andas nuestro patrono San Martin, y a su lado el real estandarte de esta ciudad; la funcin se hizo la ms magnfica que cabe: se pusieron dos orquestas de msica, una en el coro por los cantores que a punto de solfa entonaban la misa, y a ltimo e! Tedeum, y la otra detrs del tabernculo que era la msica de! cuerpo de Patricios la que llevaba tres tambores y sobre veinte y tantos msicos de varios instrumentos la que estuvo tocando una marcha primorosa, la que alternaba con los tambores y pfanos, desde e! alzar hasta el consumir. Aqu fue lo ms digno de verse que causaba a toda veneracin al Dios de los ejrcitos, que nos haba dado tan feliz victoria, pues estaban todas fas banderas y estandartes de nuestro ejrcito, ias que estuvieron rendidas desde el alzar ia hostia consagrada hasta ei consumir. Todas ias tropas de infantera y caballera se formaron en los cuatro frentes de la Plaza Mayor, y veinte y tantas piezas de can que en varias partes se pusieron, ias que hicieron tres salvas una al principiar la misa, otra al alzar y ia ltima ai Tedeum, habindose hecho lo mismo por los dems cuerpos con sus fusiles ios de infantera y con sus pistolas o carabinas la caballera cada cuerpo de por s, y en los mismos actos que la artillera. En esta funcin se present el cuerpo de montaeses con su bandera y a su lado izquierdo la bandera inglesa que tomaron en Santo Domingo, media rendida en seal de que era prisionera, a que la evaba el soldado mismo que la gan, que llevaba ei fusil terciado y en la mano la bandera. Esta bandera enemiga no

  • entr en a igiesia con las nuestras sino que qued fuera. El Cabildo cuando sali de sus casas capitulares llevaba por delante la msica del cuerpo de patricios hasta que entr en ia igiesia, y luego que sali fue igualmente con la msica, y el cuerpo de patricios lo fue acompaado por detrs con sus banderas hasta dejarlo en las casas capitulares, en donde tambin dej sus banderas, y con su msica se retir a su cuartel. Finalmente por tres noches se ilumin la ciudad, la que principi a noche del 18, vspera de ia misa de gracias.'

    Juan Manuel Beruti, Memorias curiosas, Buenos Aires, Emec, 2001.

    /El legado de la ocupacin britnicaUna de las primeras huellas que dej como herencia la efmera ocupacin britnica fue la disputa desatada entre los distintos poderes existentes en la capital virreinal. El Virrey, en su carcter de interino, no logr frenar los conflictos de intereses y de poder encarnados por el Cabildo de Buenos Aires, el Cabildo y el gobernador de Montevideo y la Audiencia. En ellos intervena ahora un nuevo actor poltico, nacido durante las invasiones: las milicias urbanas. Los efectos de la rpida militarizacin producida en Buenos Aires en menos de un ao fueron mltiples- Por un lado, las milicias vecinales se fueron convirtiendo en un factor de poder al que las autoridades existentes debieron recurrir para arbitrar los conflictos. Por otro, su organizacin conmovi las bases sociales sobre las cuales estaba organizado el orden colonial.

    La presencia en la vida pblica de estos uniformados portadores de armas trastoc el escenario habitual de la ciudad, segn los testimonios de la poca. Algunos de estos testimonios subrayaban -con cierto desprecio- que las calles de Buenos Aires eran invadidas por el bajo pueblo que engrosaba las milicias y por oficiales que buscaban hacer fortuna a costa del erario pblico. En verdad, si bien el componente popular de los soldados era un dato cierto, la oficialidad no provena precisamente del bajo pueblo, sino que era reclutada entre los miembros de la elite. No obstante, esta pertenencia a los sectores ms altos de la sociedad no debe oscurecer el cambio que implic la emergencia de ms de un millar de oficiales en la ciudad. Estos uniformados, elegidos en aquellos aos por la misma tropa, competan ahora con los grupos ms encumbrados, funcionarios de alta jerarqua y grandes comerciantes, por prestigio y poder. La popularidad de la que gozaban los protagonistas de la reconquista de la capital del Virreinato pareca no tener rivales.

  • El impacto de estos vertiginosos cambios se evidenci tambin en otros aspectos. Para los habitantes porteos -e incluso para las propias autoridades locales que emprendieron la resistencia frente al invasor britnico, la percepcin era que la metrpoli los haba dejado en una suerte de abandono a no cumplir con sus originales propsitos de reforzar la defensa de esta regin estratgica. De hecho, las solicitudes de las autoridades virreinales para ei envo de tropas regulares desde la Pennsula eran previas a 1806 y, por cierto, se haban vuelto ms insistentes a partir de junio de ese ao. Sin embargo, los hechos ocurridos demostraron que los verdaderos defensores de ia lealtad hacia la Corona espaola haban sido los habitantes de Buenos Aires. Este descubrimiento tuvo consecuencias inmediatas. Por un lado, consolid en esa coyuntura la comunin de americanos y espaoles en la defensa de la integridad del imperio al que pertenecan; por otro, dio lugar a una crisis institucional sin precedentes.

    La deposicin del virrey Sobremonte abri, sin duda, una grieta vertical en el orden colonial rioplatense. No slo porque hiri de muerte el prestigio de la mxima autoridad, sino porque priv al Virreinato, erigido haca apenas treinta aos, del primer eslabn sobre el cual se fundaba la relacin de obediencia y mando en Amrica, y en una coyuntura muy particular a nivel internacional. Tal acefala cre a nivel local un marco de incertidumbre jurdica que dej a la regin en una situacin de provisionalidad poltica y dio lugar a la emergencia de cierto margen de autonoma por parte de las autoridades coloniales respecto de la metrpoli. De acuerdo con esta perspectiva se podra afirmar que las invasiones inglesas fueron el eplogo del plan reformista borbnico en el Ro de la Plata, cuyo primer objetivo haba sido proveer a Amrica de una fuerza militar adecuada como salvaguarda contra ataques extranjeros. Los orgenes marciales del Virreinato quedaron en entredicho cuando todo el complejo administrativo y militar fall en ocasin de la primera expedicin britnica. La exhibicin de tal vulnerabilidad y abandono, sumada al hecho evidente -aunque no por ello menos re- levante- de que se trataba de un virreinato muy joven, ubicado en una zona hasta poco tiempo antes marginal dentro del imperio, ayudan a comprender el inmediato desprestigio de la mxima autoridad virreinal y la tambin rpida crisis institucional. Esta ltima no cuestion, sin embargo, la lealtad monrquica -que, por el contrario, pareci salir reforzada luego*de los triunfos sobre Inglaterra-, sino el tipo de vnculo que las reformas haban querido crear. Si su objetivo fue ligar ms estrechamente sus dominios a la Corona, lo que en 1806 se revelaba era que ese

  • tipo de ligazn quedaba herida de muerte. La autonoma experimentada por los cuerpos y autoridades coloniales, si bien no implicaba una ruptura legal con a metrpoli ni planteos deliberados para redefmir los lazos imperiales, pareca mostrar los lmites de la revolucin en el gobierno pretendida en el siglo XVIII.

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  • 2. Una monarqua sin monarca

    En 1808, los ejrcitos franceses al mando de Napolen Bona- parte invadieron Espaa, lo cual dio lugar a una crisis sin pre- ' cedentes: la Corona espaola qued acfala y fue ocupada por Jos Bonaparte, hermano del emperador francs. En la Pennsula, al tiempo que se iniciaba una guerra de independencia contra los ejrcitos napolenicos, tuvo lugar un movimiento juntista que, en nombre dei rey cautivo, reasumi la tutela de la soberana. La crisis de (a monarqua repercuti inmediatamente en sus posesiones americanas. A partir de ese momento se redefinieron las afianzas internacionales y se abrieron diversas alternativas para las colonias hispnicas. En el Virreinato del Ro de la Plata, estas vicisitudes se sumaron a la conflictiva situacin que haban dejado como herencia ias invasiones inglesas, lo que agrav las disputas entre los diferentes cuerpos y autoridades coloniales.

    Las consecuencias de un trono vaco

    Napolen ocupa ia Pennsula IbricaA comienzos de 1808, tanto las autoridades virreinales como

    la poblacin portea en general vieron agudizados sus temores frente a la posibilidad de una nueva invasin britnica, especialmente luego de recibir noticias acerca de la presencia de la corte portuguesa en Brasil bajo la proteccin de Inglaterra. Napolen Bonaparte haba conquistado Lisboa con el apoyo de Espaa, y el rey Juan VI de Portugal, con todo su squito, huy hacia sus colonias americanas para radicarse en Rio de Janeiro, al menos mientras durara la ocupacin francesa. Dicho traslado despert en Buenos Aires una inmediata inquietud. En un acuerdo del Cabildo de Buenos Aires del 15 de marzo de 1808, los regidores se hacan eco de una noticia difundida en el pueblo, segn la

  • cual los portugueses aliados a los ingleses tenan proyectado invadir una vez ms la capital virreinal.

    Estos hechos se producan cuando la expansin napolenica en Europa encontraba una barrera aparentemente infranqueable: el dominio martimo ingls. Hasta ese momento, Espaa haba sostenido su tradicional alianza con Francia. Para Napolen, la nica manera de avanzar sobre Gran Bretaa era ocupar Portugal, restndole as a la potencia que dominaba los mares su anclaje ms seguro en el continente europeo; por eso, avanz sobre Espaa con el pretexto de ocupar Portugal. En ese avance, Espaa pas de pas aliado a pas ocupado por las fuerzas napolenicas.

    Cuando Bonaparte mostr sus apetencias sobre Espaa, el rey Carlos IV y su corte no tomaron el mismo rumbo transatlntico de sus pares portugueses. El reinado de Carlos IV se encontraba desprestigiado, sobre todo por la mala reputacin de su ministro favorito, Godoy, y las disputas dentro de la familia real se volvan cada vez ms evidentes. En medio de estas querellas, en marzo de 1808 se produjo el Motn de Aranjuez, en el que se destituy a Godoy y Carlos IV abdic a favor de su hijo Fernando. Napolen supo aprovechar muy bien los conflictos dinsticos de los Borbones espaoles: dos meses despus del motn, el emperador reuni en Bayona -una ciudad de la frontera francesa- a la familia real. All tuvieron lugar los acontecimientos conocidos como los sucesos de Bayona, donde se sucedieron tres abdicaciones, casi simultneas: la de Fernando, que devolvi la Corona a su padre, la de Carlos IV a favor de Napolen y la de ste a favor de su hermano Jos Bonaparte. Estos hechos no tenan antecedentes en la tradicin monrquica europea, segn la cual un rey no poda renunciar voluntariamente a la corona sin el consentimiento del reino. Aunque parte de la opinin pblica espaola intent ocul* tar la indita actitud de la familia real, presentando las abdicaciones como forzadas antes que como un acto de traicin y deslealtad, lo cierto es que los Borbones espaoles dejaron el trono -y las tierras que estaban bajo su dominio- en manos de un rey y de una fuerza de ocupacin extranjeros. Entre tanto, Fernando VII permaneci en Bayona, custodiado por las fuerzas napolenicas.

    Con los_sucesos de Bayona se conmovieron las bases mismas del imperio. El principio de unidad del inmenso territorio bajo dominio espaol resida en la autoridad del rey. Con el legtimo monarca cautivo en manos de Napolen, restaban dos opciones: o se juraba fidelidad al nuevo rey francs o se desconoca su autoridad. De hecho, muchas au

  • toridades de la Pennsula y parte de la opinin pblica espaola optaron por la primera alternativa. La rpida ocupacin francesa no hubiese sido posible sin la complicidad y apoyo de muchos espaoles afrancesados. Pero, mientras las fuerzas francesas lograron conquistar varias ciudades de la Pennsula, en muchas otras sus pobladores se resistieron a aceptar al nuevo monarca. La Espaa insurgente inici, pues, una guerra de independencia contra el invasor, y encontr una aliada en su tradicional archienemiga: Gran Bretaa.

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    Caricatura de Napolen y GodoyGran parte de la opinin publica espaola responsabiliz al ministro Godoy de la ocupacin francesa, debido a su alianza con Napolen.Tanto Godoy como Bonaparte fueron demonizados en las publicaciones de ia poca.

    Napolen y Godoy. Annimo espaol, 1814, Museo Municipal de Madrid, Espaa. Reproducido en Ramn Gutirrez y Rodrigo Gutirrez Viuales, Espaa y Amrica: imgenes para una historia, Madrid, Fundacin MAPFRE, 2006. JBP

  • Ahora bien, entre los muchos problemas que debieron enfrentar los espaoles en ese momento, se destacaba uno, fundamental: en quin o en quines residira ahora el gobierno y, por lo tanto, el comando de una guerra contra el extranjero, si la cabeza legtima de todo ese imperio, el rey, estaba cautivo? En el marco de aquella monarqua, nadie tena la potestad de reemplazar al rey. Menos an cuando no estaba muerto ni careca de descendencia, sino que resida en un pas vecino, bajo la tutela del enemigo. La forma de resolver provisoriamente el dilema jurdico del trono vacante fue constituir juntas de vecinos en las ciudades no ocupadas por ei invasor para que, en nombre de la tutela de la soberana del rey Femando VII, asumieran en depsito e interinamente algunas atribuciones y funciones de gobierno. S bien su formacin estaba prevista en las leyes antiguas de la monarqua y haba ejemplos de juntas y comits colegiados de gobierno territorial en la Pennsula, ei juntismo -entendido como gobiernos autnomos de los territorios- fue un hecho inslito en el marco de la vacatio regis, al menos en los trminos en que se produjo en 1808. Los principales propsitos de estas juntas locales eran expulsar a los ocupantes ilegtimos y restaurar al monarca Borbn en el trono.

    Una pluralidad de juntasLa formacin de las juntas en Espaa estuvo precedida, en la mayora de los casos, por movimientos populares de rechazo contra ef invasor francs y de protesta por la situacin de crisis. Se formaron dieciocho juntas supremas provinciales, todas de manera espontnea, aigunas por eleccin de ios vecinos ms notables y otras en asambleas tumultuosas. Su composicin fue muy heterognea y el nmero de vocales, muy variado. En ellas participaron, en mayor o menor medida, segn la regin y la coyuntura, autoridades provinciales o regidores locales, militares de diversa graduacin, eciesisticos, burgueses y miembros de ias principales corporaciones. La Junta de Sevilla se instituy como Junta Suprema de Espaa e indias en mayo de 1808 y se adjudic numerosas prerrogativas, hasta la formacin de ia Junta Centra! en Aranjuez, con treinta y cinco miembros. J8F

  • Levantamiento simultneo de las provincias de Espaa contra Napolen. Salvador Mayol y J. Masferrer, 1808, Museo Municipal de Madrid,Espaa, Reproducido en Ramn Gutirrez y Rodrigo Gutirrez Viuales, Espaa y Amrica: imgenes para una historia, Madrid, Fundacin MAPFRE, 2006.

    El problema resida en que las juntas locales carecan de un organismo capaz de centralizar ciertas decisiones, en especial las referidas al comando de la guerra contra Francia. Por esta razn, en septiembre de 1808 se form la Junta Central Gubernativa del Reino, constituida por representantes de las juntas de ciudades. sta debi lidiar con la resistencia de muchas juntas locales, renuentes a delegar parte del poder que haban reasumido provisoriamente en ausencia del rey, en medio de una crisis sin precedentes, sin recursos econmicos suficientes para solventar la guerra y sin una base segura de legitimidad para ejercer el gobierno. Sus miembros se vieron jaqueados por innumerables dificultades; entre ellas, sobresala una cuestin primordial: cmo manejarse frente a los territorios americanos dependientes de Espaa.

  • Fernando VII El AmadoPara gran parte de la opinin pblica espaola, el nuevo rey Fernando Vil, ausente y a la vez retenido por Napolen, se convirti en una suerte de mito popular. Convertido en hroe, frente al "villano Godoy aliado de Napolen, Fernando Vil pas a ser considerado e Deseado. La rpida propagacin de esta imagen en todos los pueblos y ciudades de la Pennsula contribuy a consolidar ei movimiento juntista.

    Aguafuerte, Ministerio de Cultura. Archivo Genera! de Indias {Mapas y Planos, Estampas 142 [1]), Sevilla, Espaa. Reproducido en Ramn Gutirrez y Rodrigo Gutirrez Viuaies, Espaa y Amrica: imgenes para una historia, Madrid, Fundacin MAPFRE, 2006. sF

    La crisis de la monarqua se traslada a AmricaMientras en Espaa se desmoronaba todo el sistema institucional con la abolicin de cuerpos fundamentales del reino como el Consejo de Castilla, las capitanas o las audiencias, en Amrica el sistema institucional permaneci, en principio, intacto. Ningn virrey ni audiencia americana reconoci a la nueva dinasta de origen francs, a diferencia de lo que haba ocurrido con muchas autoridades de la Pennsula. Sin em

  • bargo, poco ms tarde, la crisis de 1808 se traslad irremediablemente a este continente. Comprometido el primer eslabn del sistema monrquico, y puesto que los reinos americanos pertenecan directamente a la Corona, la ruptura de la cadena de obediencia afectaba a todos los territorios del imperio. La formacin de juntas en a Pennsula tuvo su rplica en Amrica, aunque en este caso ios primeros movimientos j un- tistas surgidos entre 1808 y 1809 no tuvieron la extensin de los peninsulares ni gozaron del apoyo de las autoridades espaolas.

    En el extenso mapa de las posesiones espaolas en Amrica, hubo regiones que reaccionaron de manera ms inmediata que otras, y en todas se expres una profunda fidelidad al monarca cautivo. Mxico fue la ciudad que exhibi la primera reaccin frente a la novedad de las abdicaciones. Si bien el intento de convocar a una junta de ciudades, liderado por el ayuntamiento de Mxico y apoyado por el virrey Iturriga- ray, fue reprimido por la Audiencia y el Consulado, los hechos all ocurridos en el verano de 1808 fueron acordes a la idiosincrasia de la Nueva Espaa. En primer lugar, por haber respondido muy rpidamente desde el punto de vista jurdico al declarar ilegales las abdicaciones; en segundo lugar, porque la propuesta de crear all una junta de ciudades da cuenta de la reaccin de un autntico reino, que apel inmediatamente a sus cuerpos constitutivos; en tercer lugar, porque el Ayuntamiento de Mxico se movi como verdadera cabeza de ese reino, reivindicando su papel de capital, en sintona con la tradicin ju~ rdico-poltica hispana.

    Sin embargo, no todas las reacciones y juntas formadas o que se intent formar- entre 1808 y 1809 en Amrica reunieron estas caractersticas, tan propias de la capital del virreinato ms importante del imperio. Como se ver luego, los primeros movimientos juntistas en Sudamrica fueron los de Montevideo, en septiembre de 1808, y el abortado movimiento de Buenos Aires, el 1- de enero de 1809. En ambos casos, las juntas no reivindicaron el depsito y autotutela de la soberana, sino que se declararon subalternas de la Junta de Sevilla, en e primer caso, y de la Junta Central, en el segundo. Entre tanto, en Caracas -capital de la Capitana General de Venezuela-, en noviembre de 1808, el intento de crear una junta por parte de un grupo de distinguidos personajes de la ciudad -conocida como la Conjura de los Mantuanos- reinvindic el derecho a ejercer la autoridad suprema en esa ciudad, si bien con subordinacin a la Soberana del estado, en referencia a la Junta Central recin constituida. Este intento se vio rpidamente frustrado por las autoridades, aunque cabe destacar que, ya en julio de 1808, el capitn

  • general.de Venezuela y el ayuntamiento capitalino haban promovido la formacin de una junta, sin obtener el apoyo de la Audiencia, que recomend el reconocimiento de la Junta de Sevilla, tal como se hizo en agosto de ese ao.

    Es importante destacar que los reclamos de autonoma de algunas de las juntas sudamericanas formadas entre 1808 y 1809 se referan ms a su dependencia virreinal que a las autoridades sustituas del rey en la Pennsula o se inscriban en el zcalo de descontentos generados por las reformas borbnicas, como poda ser el caso de Quito -perteneciente al Virreinato de Nueva Granada, cuya capital era Santa Fe de Bogot-, donde la Junta conservaba la fidelidad a Fernando VII, pero lanzaba una fuerte diatriba contra los peninsulares, que -segn el testimonio de dicha Junta- tenan todos los empleos en sus manos y haban siempre mirado con desprecio a los americanos. Por otro lado, estas juntas surgieron en ciudades con distintas jerarquas territoriales: tanto en cabezas de gobernacin militar (Montevideo), como en cabezas de intendencia (La Paz) y cabezas de audiencia (Charcas y Quito). En las nuevas capitales creadas por las reformas borbnicas no lleg a concretarse ninguna de las propuestas juntistas surgidas antes de 1810: a los intentos frustrados de Caracas y Buenos Aires se sum la solicitud de los miembros del Cabildo de Santa Fe de Bogot de crear una junta presidida por el Virrey de Nueva Granada, aunque subordinada a la Junta Central, para hacer frente a la Junta quitea formada en septiembre de 1809. El argumento de los capitulares era que el gobierno virreinal estaba desacreditado ante los ojos de los quiteos, mientras que la Audiencia aconsej al Virrey no aceptar tal propuesta. Estas diversas calidades territoriales implicaron tambin reclamos y comportamientos diferentes por parte de los actores locales, como el manifestado en las dos ciudades cabezas de audiencia, Charcas y Quito, donde se formaron juntas en ese bienio inicial, que buscaron el apoyo de sus ciudades directamente dependientes, comportndose de este modo como verdaderos reinos. No obstante, existe un dato comn a todas, incluida la experiencia novohispana: los movimientos de reaccin frente a la crisis dinstica se expresaron a travs de los tradicionales conflictos jurisdiccionales entre los cuerpos coloniales existentes.

    En cambio, en el Virreinato del Per, no slo no se registr reaccin autonomista alguna, sino que el virrey Abascal, adems de patrocinar una enftica y ecaz propaganda antinapolenica, se comport como una suerte de sper virrey de toda la Amrica del Sur, cuando en ocasin de los movimientos juntistas de Charcas y La Paz en ei Sur, y de

  • Quito en el Norte, abandon su estrategia militar defensiva para adoptar la iniciativa de una ofensiva militar, pues consider que los virreyes de las dos criaturas borbnicas Nueva Granada y Ro de la Plata- estaban incapacitados para actuar en la pacificacin de estas provincias.

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    Temas en debateDurante mucho tiempo, las historiografas nacionales de los pases hispanoamericanos interpretaron la formacin de tas primeras juntas americanas entre 1808 y 1809 como manifestaciones independentista fracasadas o como antecedentes de las -emancipaciones posteriores. La apuesta consista en crear mitos de origen de las gestas revolucionarias ocurridas despus de 1810. En ios ltimos aos, la renovacin de la historia poltica hispanoamericana ha revisado y cuestionado aquellas interpretaciones ai destacar, en primer lugar, que aquel movimiento se caracteriz por una profunda fidelidad al monarca espaol y que no exhibi intenciones de romper azos con la metrpoli. En segundo lugar, que tampoco se trat de una confrontacin entre espaoies y criollos o entre peninsulares y americanos, sino que fue la respuesta a la crisis peninsular y al temor que despert ia posibilidad de pasar a depender de Francia. Y en tercer lugar, que el hecho de que los sectores criollos e incluso las propias autoridades coloniales aprovecharan la coyuntura para negociar con la metrpoli un mayor margen de autonoma en el manejo de sus asuntos locales no implica que esta demanda pueda ser leda en ciave de vocacin independentista.

    Amrica, parte esencia! e integrante de la monarqua espaolaLa Junta Central gubernativa de la Pennsula advirti con rapidez el riesgo potencial que implicaba no integrar en su seno la representacin de los territorios americanos. Si bien las reacciones de las posesiones ultramarinas no dejaron de exhibir fidelidad al rey cautivo, el hecho de que pudieran reclamar los mismos derechos que las juntas peninsulares era una deriva que las autoridades sustituas del monarca no estaban dispuestas a tolerar. Si aquella Junta pretenda representar a todos los reinos y ser el organismo legtimo que reemplazaba provisionalmente al rey, deba pergear un sistema que pudiera tambin incluir a Amrica. A ello se aboc, y en enero de 1809 decret que los territorios americanos ya no eran colonias sino parte esencial e integrante de la monar-

  • qua espaola y que, en tal calidad, deban elegir representantes a la Junta Central.

    Era la primera vez que Amrica tendra una representacin en el gobierno de la metrpoli, aunque mucho menor a la otorgada a los reinos peninsulares. La Junta Central estipul para estos territorios la eleccin de un diputado por cada virreinato, capitana general o provincia, mientras que para Espaa asign dos diputados por provincia, excepto Canarias, que cont slo con uno. El mecanismo electoral consista en que cada ayuntamiento de cada capital de gobernacin elega una terna, de la que sala sorteado un candidato. Luego, el virrey y la Audiencia elegan a su vez una terna entre los candidatos de las distintas ciudades para despus sortear, en Real Acuerdo presidido por el virrey, al diputado del virreinato destinado a representar su jurisdiccin en la Junta Central.

    La Real Orden de enero de 1809 despert distintas reacciones en Amrica: desde el descontento o la indiferencia hasta la exhibicin de un entusiasmo sin retceos. En algunos casos, el descontento canalizaba demandas pendientes. En Per, por ejemplo, en las instrucciones otorgadas al diputado electo, se propona una reforma general del virreinato y se cuestionaban muchas de las reformas borbnicas aplicadas. En otros casos, se solicit la ampliacin de la participacin electoral a todos los cabildos -y no solamente a los de las capitales que estaban habilitados- o se cuestion la desigualdad representativa otorgada a Amrica, como denunci Camilo Torres en Nueva Granada.

    Memorial de AgraviosEl neogranadlno Camilo Torres redact para el Cabildo de Santa Fe de Bogot una Representacin a la Suprema Junta Central de Espaa", que finalmente el Cabildo decidi no elevar. En dicha representacin, conocida como el Memoria! de agravios, Torres denunciaba lo siguiente: El Cabildo recibi, .pues, en esta rea determinacin de V. M. una prenda de verdadero espritu que hoy anima a las Espaas, y deseo sincero de caminar de acuerdo al bien comn. Si el gobierno de Inglaterra hubiese dado este paso importante, tal vez no llorara hoy ia separacin de sus colonias; pero un tono de orgullo y un espritu de engreimiento y de superioridad le hizo perder aquellas ricas posesiones, que no entendan cmo era que, siendo vasallos de un mismo soberano, partes integrantes de una misma monarqua, y enviando todas ias dems

  • provincias de Inglaterra sus representantes al cuerpo legislativo de ia nacin, quisiese ste dictarles leyes e imponerles contribuciones que no haban sancionado con su aprobacin.Ms justa, ms equitativa, la Suprema Junta Central ha llamado a las Amricas y ha conocido esta verdad: que entre iguales, el tono de superioridad y de dominio slo puede servir para irritar Sos nimos, para disgustarlos y para inducir una funesta separacin.Pero en medio de! justo placer que ha causado esta Real Orden, el Ayuntamiento de la capital del Nuevo Reino de Granada no ha podido ver sin un profundo dolor que, cuando en las provincias de Espaa, aun las de menos consideracin, se han enviado dos vocales a la Suprema Junta Central, para los vastos, ricos y populosos dominios de Amrica slo se pida un diputado de cada uno de los reinos y capitanas generales, de modo que result una tan notable diferencia, como la que va de nueve a treinta y seis.

    Camilo Torres, Memoria! de agravios (1809), en Jos Luis Romero y Luis Alberto Romero, Pensamiento poltico de la emancipacin, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1985.