Maria de Nazaret - Halter Marek

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  • MARIA DE NAZARETQuin no conoce el nombre de Mara,madre de Jess, la que engendr lamayor conmocin espiritual desde laaparicin del monotesmo? Sinembargo, lo que nos dicen losEvangelios se resume en unos pocosversculos elpticos y misteriosos.Marek Halter dedic varios aos a estanovela, imaginado quin fue esaMiriam de Nazaret, nacida en uncatico reino de Israel en permanentelucha contra la ocupacin romana.Qu vnculos mantena con laresistencia juda y con uno de sus jefesms populares, un tal Barrabs? Y conlos esenios de Damasco, de la secta delos terapeutas? Y con su primo lejano,Juan el Bautista? Desde su infancia enPolonia, donde el culto a Mara dominala Iglesia Catlica, Marek Alter sesinti fascinado por esta joven juda,clave en el origen del cristianismo. Elresultado fue una novela de gran xito

  • en Francia y traducida en veintidspases.

    Traductor: Pablo Manzano BernrdezAutor: Halter Marek2011, BvedaISBN: 9788493939861

  • Mara de Nazaret

  • Jess es la figura ms luminosa de la historia.Aunque nadie ignora hoy da que era judo, nadie sabe,

    en cambio, que su madre, Mara, tambin lo era.

    DAVID BEN GURIN (Sdei Boker, 1965),en el transcurso de una conversacin con el autor.

  • Nota

    EN la actualidad, los historiadores creen que el posiblenacimiento de Jess habra tenido lugar en el ao 4 a.C., esdecir, cuatro aos antes de que empezara el calendariooficial de la era cristiana. El error se ha atribuido a unmonje del siglo XI.

  • Prlogo

    ERA de noche. Los portones y postigos de la aldeaestaban cerrados, la oscuridad haba absorbido los ruidosdel da.

    Sentado en su taburete con el asiento relleno con unpoco de lana, Joaqun, el carpintero, pula, con unas ramasde zarza envueltas en trapos, unas piezas de madera dedelicadas nervaduras que, una vez acabadas, depositaba concuidado en un cesto.

    Sus gestos eran los habituales, ms lentos ahora por elcansancio y el sueo. A veces se quedaba parado. Losprpados se le cerraban y se le caa la cabeza.

    Al otro lado del hogar, Hannah, su esposa, con el rostroenrojecido por las brasas ya dbiles, le dirigi una tiernamirada. Su sonrisa frunca sus mejillas. Gui el ojo a suhija Miriam, que le sostena una madeja de lana. La niarespondi a su madre con una mueca cmplice. Despus,los giles dedos de Hannah volvieron a tirar de las hebrasde lana, cruzndolas y retorcindolas de forma tan regularque formaban un nico hilo.

    Unos gritos los sobresaltaron.Venan de fuera, muy cerca.Joaqun se levant; tena tensa la nuca; los hombros,

  • rgidos, y estaba completamente despejado.Oyeron ms gritos, reconocieron las voces, ms agudas

    que ruidos metlicos, ms fuertes que el ruido del metal, ylas carcajadas que surgan de repente, incongruentes. Seoy el gemido de una mujer, que acab en sollozos.

    Miriam escrutaba el rostro de su madre. Hannah, conlos dedos encogidos sobre la lana, se volvi a Joaqun.Madre e hija le vieron depositar en el cesto la pieza en laque todava estaba trabajando. Un gesto preciso, cuidadoso.Por encima, tir el puado de zarzas envueltas en trapos.

    En el exterior, los gritos aumentaban, ms violentos.Toda la callejuela de la aldea estaba agitada. Estallabaninsultos, claramente comprensibles, que atravesabanpuertas y paredes.

    Hannah dej la labor en el pao extendido sobre susrodillas y orden en voz baja a Miriam.

    Sube.Sin esperar, retir la madeja de los brazos extendidos

    de la nia. Con voz ms dura, repiti:Sube. Date prisa!Miriam se apart de la chimenea y retrocedi hasta la

    cortina que ocultaba el hueco de la escalera sumida en lasombra. Corri la cortina, se detuvo, incapaz de apartar losojos de su padre.

    Joaqun estaba de pie, acercndose a la puerta. ltambin se detuvo. La tranca estaba atravesada sobre el

  • portn y el nico postigo. l mismo la haba colocado. Lapuerta estaba bien atrancada, lo saba.

    Tambin saba que era intil. No los protegera dequienes se acercaban. Se rean de portones y postigos.

    Ahora, los gritos resonaban ms cerca, entre lasparedes de desvanes y talleres.

    Abrid! Abrid! En nombre de Herodes, vuestro rey!Unas palabras pronunciadas en mal latn y repetidas en

    mal hebreo. Unas voces, un acento, una forma de gritarlasque parecan de una lengua extranjera.

    As ocurra cada vez que los mercenarios de Herodesvenan a sembrar el terror y la desgracia a la aldea.Llegaban preferentemente de noche, sin que nadie supierapor qu.

    A veces, se eternizaban en Nazaret durante varios das.En verano, acampaban a las afueras de la aldea. En invierno,echaban a las familias de sus ruinosas casas y se instalabanen ellas a su capricho. No se marchaban hasta haber robado,quemado, destruido y matado. Se tomaban las cosas concalma, disfrutando con la contemplacin de los efectos delmal y del sufrimiento que provocaban.

    A veces, se llevaban presos con ellos. Hombres,mujeres, nios incluso. Raramente se los volva a ver, perotena que pasar algn tiempo hasta que se los diese pormuertos.

    En ocasiones, los mercenarios dejaban en paz la aldea

  • durante unos meses. Una estacin entera. Los mspequeos, los ms despreocupados casi se olvidaban de suexistencia.

    Ahora, los gritos rodeaban la casa. Miriam oa el rocede las suelas sobre el enlosado de piedra.

    Joaqun senta la mirada de su hija en la espalda. Sevolvi y busc su silueta en la sombra. No se enfad alencontrarla an all, pero movi la mano con un gesto deurgencia.

    Sube deprisa, Miriam! Ten cuidado.Le hizo un gesto. Quiz una sonrisa. Miriam vio a su

    madre que se llevaba las manos a la boca y la mirabaatemorizada. Esta vez, se volvi y subi la escalera.

    En la oscuridad, se pegaba a la pared para orientarse, sintomarse la molestia de evitar los escalones que crujan.Los soldados gritaban tanto que no se arriesgaba a que laoyesen.

    Los golpes que pegaban eran tan violentos que la paredtemblaba bajo la mano de Miriam en el momento en queempujaba la puerta que conduca a la terraza.

    Desde aqu, el tumulto de gritos, rdenes y gemidos seperda en la noche. Abajo, en la sala comn, la voz deJoaqun pareca asombrosamente tranquila mientrasretiraba la tranca de la puerta y dejaba que girara sobre susgoznes.

  • * * *

    Las antorchas de los soldados formaban una onda roja en laoscuridad. Con el corazn acelerado, Miriam resisti eldeseo de acercarse al murete para contemplar elespectculo. Lo adivinaba sin esfuerzo. Los gritosresonaban en la casa, bajo sus pies. Perciba las protestasde su padre, los gemidos de su madre, a quienes mandabancallar los berridos de los mercenarios.

    Corri hacia el otro extremo de la larga terraza, encimadel taller, evitando el desorden que la obstrua. Cestos,sacos con madera vieja, serrn, ladrillos mal cocidos,tarros, maderos y pieles de borrego. Todo lo que su padrearrumbaba all por falta de espacio en el desvn.

    En un rincn, unos tablones enormes apenasescuadrados estaban amontonados en un desorden tal queamenazaban con desplomarse. Sin embargo, todo esebatiburrillo solo era un engao. El escondite preparado porJoaqun para su hija era, sin duda, la ms bella e ingeniosaobra de carpintera que haba construido en su vida.

    Entre los tablones amontonados, tan pesados que hacanfalta al menos dos hombres para levantarlos, estabanatravesadas por distintos sitios varias tablillas delgadas.Cualquiera creera que los troncos las haban bloqueado al

  • deslizarse unos sobre otros a causa de su peso.Sin embargo, en el extremo del montn, bastaba apretar

    una de estas tablillas de algarrobo para abrir una trampilla.Confundindose con el brillo natural de la madera, losgolpes de gubia y el desgaste de la intemperie, este batienteresultaba perfectamente invisible.

    Detrs, hbilmente excavada en el montn de tablones,cuidadosamente fijados y clavados, haba un hoyo lobastante grande para que un adulto pudiera tumbarse en l.

    Solo Miriam, su madre y Joaqun conocan suexistencia. Ni amigos ni vecinos. No podan correr eseriesgo. Los mercenarios de Herodes saban cmo hacerconfesar a hombres y mujeres lo que crean poder callarpara siempre.

    Con la mano en la tabla, Miriam iba a accionar elmecanismo, cuando se qued inmvil. A pesar del estrpitoespantoso que aumentaba en la calle y en la casa, tuvo lasensacin de una presencia muy cercana.

    Volvi la cabeza rpidamente. Brill por un instante elreflejo de un tejido. Despus se desvaneci. Busc con lavista el reflejo detrs de los barriles de salmuera en los quemaceraban las aceitunas, a sabiendas de que no podraquedarse all mucho tiempo.

    Quin est ah? susurr ella.No hubo respuesta. Desde abajo llegaba la voz apagada

    de Joaqun que afirmaba, en respuesta a los gritos de un

  • soldado, que no, que nunca haba habido ningn nio en estacasa. Dios Todopoderoso no le haba dado ninguno.

    No mientas! grit el mercenario, con un acentoque haca que las slabas entrechocasen. Los judossiempre tienen nios.

    Miriam tena que apresurarse: iban a subir.Haba visto realmente algo o era su imaginacin?Conteniendo el aliento, avanz. Y choc con l. l salt

    como un gato al ataque.Un chico, alto y delgado, por lo que poda adivinar a la

    dbil luz de las antorchas de la calle. Ojos brillantes, rostrocon la piel tensa sobre los huesos.

    Quin eres? susurr ella, estupefacta.Si l tena miedo, no lo demostr. Agarr a Miriam por

    la manga de su tnica y, sin decir palabra, la arrastr en laespesura de la oscuridad. La tnica se rasg. Miriam acabpor ponerse en cuclillas al lado del chico.

    Idiota! Vas a hacer que me localicen!Una voz seca, grave.Sultame, me ests haciendo dao.Cretina! gru an.Pero le solt el brazo, acurrucndose contra el murete.Miriam se incorpor a medias y se apart. Si crea que

    podra escapar de los soldados escondindose all, era tanestpido como bruto.

    Te estn buscando a ti? pregunt ella.

  • l no respondi; era intil.Por tu causa, lo destruyen todo dijo ella.En esta ocasin, no era una pregunta. Sin embargo, l

    no abri la boca. Miriam ech un vistazo por encima de losbarriles. Iban a venir, lo encontraran. Los mercenarios noatenderan a razones. Creeran que sus padres habanquerido esconder a este idiota. Estaran perdidos. Ya vea alos soldados de Herodes pegando a su madre y a su padre.

    Si te imaginas que no te encontrarn, ah detrs! Vasa hacer que nos detengan a todos!

    Cllate! Lrgate, maldita sea!No era momento de discutir.No seas tan bestia. Rpido! Tenemos el tiempo

    justo antes de que lleguen!Esperaba que no fuese demasiado obstinado. Sin

    esperarle, corri hacia el montn de tablones. Porsupuesto, l no la sigui. Ella mir hacia la puerta de laterraza. Abajo, las protestas de su madre se mezclaban conel ruido de los objetos rotos.

    Date prisa, por favor!Ella haba empujado ya la tabla y abierto la trampilla. Al

    fin, haba comprendido y estaba detrs de ella, todava conganas de discutir.

    Qu es esto?Qu crees? Entra, es suficientemente grande.Pero t

  • Sin responder, lo empuj con todas sus fuerzas alescondite. Con cierta satisfaccin, oy que se daba ungolpe en la cabeza y soltaba una maldicin; despus, cerrla trampilla, procurando no hacer ruido. Gir la tabla,bloqueando as el mecanismo que permita abrir desde elinterior. As no correremos ningn riesgo por su causa!Ella no le conoca; ni siquiera saba su nombre. Pero nonecesitaba saber nada ms para adivinar que solo haca loque le daba la gana.

    Se agach detrs de los barriles en el instante en el quelos mercenarios suban una antorcha a la terraza.

    * * *

    Iban empujando a Joaqun delante de ellos. Cuatrosoldados, espada en mano, con el pecho cubierto de cuero.Las plumas de sus cascos se estremecan a cada uno de susmovimientos.

    Agitaban sus antorchas para ver mejor en medio deldesorden que reinaba en el lugar. Uno de ellos golpe aJoaqun en la espalda con el pomo de la espada,obligndolo a inclinarse. Un gesto intil, ms humillanteque doloroso. Pero a los mercenarios les gustabamostrarse crueles.

  • Su jefe exclam en un psimo hebreo:Un buen sitio para esconderse! Fcil!Sorprendido, Joaqun no protest y pareca

    desconcertado. El decurin escrutaba su reaccin. Se echa rer.

    S, seguro! Aqu se esconde alguien!Grit unas rdenes. Sus esbirros empezaron a

    registrarlo todo, a derribarlo todo, mientras Joaqun, unavez ms, les aseguraba que all no se esconda nadie.

    El oficial se rea y repeta:S, alguien ha entrado en tu casa! Mientes, pero, para

    ser judo, mientes mal.Reson un doble grito. El de sorpresa del soldado y el

    de dolor de Miriam a la que un puo agarraba por loscabellos.

    Joaqun grit a su vez; quera adelantarse para protegera su hija. El oficial agarr su tnica y lo ech atrs.

    Es mi hija! protest Joaqun. Mi hija Miriam!Las antorchas iluminaron a Miriam hasta el punto de

    deslumbrarla. La barbilla le temblaba de miedo. Todas lasmiradas estaban clavadas en ella, incluso la de su padre,furioso porque no estuviera en el escondite. Ella apret lasmandbulas; apart la mano que la agarraba por el pelo. Parasorpresa suya, el hombre solt los dedos con ciertasuavidad.

    Es mi hija suplic an Joaqun.

  • Cllate! grit el oficial.Le pregunt a Miriam:Qu estabas haciendo ah?Me esconda.La voz de Miriam temblaba ms de lo que hubiera

    deseado. Su miedo encant al oficial.Por qu te escondes? le pregunt.La mirada de Miriam se dirigi brevemente hacia donde

    retenan a su padre.Mis padres me obligan a hacerlo. Os tienen miedo.Los soldados se rieron sarcsticamente.Creas que no te encontraramos detrs de esos

    barriles? se mof el oficial.Miriam se encogi de hombros. Joaqun, con voz ms

    firme, dijo:Es una nia, decurin. No ha hecho nada.Entonces, por qu tienes miedo de que descubramos

    a tu hija en tu casa, si no ha hecho nada?Se produjo un embarazoso silencio. Despus, Miriam

    replic:Mi padre tiene miedo porque se dice que los

    soldados del rey Herodes matan incluso a las mujeres y alos nios. Tambin se dice que os los llevis al palacio delrey y que no se los vuelve a ver.

    El decurin se echo a rer, sobresaltando a Miriam,antes de que los mercenarios, a su alrededor, imitaran a su

  • jefe. El hombre volvi a ponerse serio. Cogi a Miriam porel hombro; la mir intensamente.

    Quiz tengas razn, pequea. Pero solo prendemos aquienes no obedecen a la voluntad del rey. Ests segura deque no has hecho nada malo?

    Miriam le sostuvo la mirada; sus facciones inmviles;las cejas levantadas con estupor, como si el mercenariohubiese proferido una estupidez.

    Cmo podra hacer algo contra el rey? Solo soy unania y ni siquiera sabe que existo.

    De nuevo, los soldados se rieron. El oficial empuj aMiriam hacia su padre. Joaqun le ech los brazos y laabraz tan fuerte que le cort el aliento.

    Tu hija es lista, carpintero dijo el oficial.Deberas vigilarla mejor. Esconderla en la terraza no es unabuena idea. Los chicos a los que estamos buscando sonpeligrosos. Cuando estn asustados, matan incluso a vuestragente.

    * * *

    A su vuelta a la casa, Hannah, vigilada tambin pormercenarios, los esperaba al pie de la escalera. Abraz a suhija, balbuciendo una oracin al Todopoderoso.

  • El oficial los amenaz: unos jvenes bandoleros habantratado de asaltar la villa del recaudador de impuestos.Haban tratado, una vez ms, de robar al rey. Serancapturados y castigados. Ya saban cmo. Y quienes losayudasen correran la misma suerte. Sin la menorclemencia.

    Cuando los soldados se fueron, Joaqun se apresur aponer la tranca en la puerta. Un vivo chisporroteo atizabalas brasas del hogar. Los mercenarios no se habancontentado con volcar los asientos, dar la vuelta a camas yarcones; haban arrojado al fuego las piezas de maderadelicadamente trabajadas por Joaqun. Ahora ardan conunas llamas brillantes que se sumaban a la tenue luz de laslmparas de aceite.

    Miriam se precipit, se agach delante del hogar,quera retirar las piezas trabajadas con la ayuda de unatizador de hierro. Era demasiado tarde. La mano de supadre se pos en su hombro.

    No hay nada que se pueda salvar dijo dulcemente. No es nada. Lo que he sabido hacer, sabr rehacerlo.

    Las lgrimas nublaban la mirada de Miriam.Al menos, no han tocado el taller. No s qu los

    habr detenido suspir Joaqun.Mientras Miriam se levantaba, su madre le pregunt:Cmo se las arreglaron para encontrarte? Dios

    Todopoderoso, han descubierto el escondite?

  • Joaqun respondi:No. Simplemente, se haba escondido detrs de los

    barriles.Por qu?Miriam contempl sus rostros todava lvidos de

    miedo, sus ojos demasiado brillantes, sus faccionesdesencajadas ante la idea de lo que poda haber ocurrido.Ella pensaba en el chico escondido arriba, en su sitio. A supadre, podra haberle confiado este secreto, pero no a sumadre.

    Ella murmur:Tena miedo de que os hiciesen dao. Tena miedo de

    quedarme all sola mientras os hacan dao.Era solo una mentira a medias. Hannah la estrech

    contra su pecho, humedecindole las sienes con suslgrimas y besos.

    Oh, mi pobre pequea! Ests loca.Joaqun levant un taburete, esboz una sonrisa.Se ha desenvuelto perfectamente con el oficial.

    Nuestra hija es valiente; eso est muy bien.Miriam se apart de su madre, un poco sonrojada por el

    cumplido. La mirada de Joaqun estaba llena de orgullo, eracasi feliz.

    Aydanos a arreglar esto dijo l y vete a dormir.La noche ser tranquila.

  • * * *

    En efecto, los gritos de los mercenarios cesaron. Nohaban encontrado lo que buscaban. Como de costumbre.Era lo ms habitual, en realidad. Esta impotencia los volvaa menudo tan locos como bestias salvajes. Entonces,masacraban y destruan sin discernimiento ni piedad. Esanoche, sin embargo, se contentaron con alejarse de laaldea, agotados y soolientos, para regresar al campamentode la legin, a dos millas1 de Nazaret.

    Cuando ocurran estas cosas, cada familia se cerraba ens misma. Cada cual vendaba sus heridas, secaba suslgrimas, calmaba sus temores. Al amanecer, an estaratodo demasiado reciente para recordarlo, para que dvecino a vecino se contaran sus terrores.

    Miriam tuvo que esperar un buen rato antes de poderlevantarse de la cama en silencio. Hannah y Joaqun,temblando todava de angustia, tardaron mucho endormirse.

    Cuando por fin oy sus respiraciones regulares a travsde la delgada mampara de madera que separaba suhabitacin de la suya, se levant. Envuelta en un gruesochal, subi la escalera de la terraza, cuidando, en estaocasin, de que no crujiera ningn escaln.

  • La luna creciente, velada por la neblina, cubra todo conuna luz plida. Miriam avanz confiada. Poda moverse porall en la oscuridad ms completa.

    Sus dedos encontraron con facilidad la tabla quemantena cerrado el escondite. Apenas tuvo tiempo deapartarse para evitar que la trampilla de troncos, empujadaviolentamente desde el interior, la golpease. El chico yaestaba de pie.

    Soy yo! No tengas miedo susurr ella.l no tena miedo. Maldeca, sacudindose como una

    fiera para quitarse del pelo la paja y las mechas de lana quetapizaban el fondo del escondite.

    No hables tan alto! protest Miriam en un susurro. Vas a despertar a mis padres

    No pudiste venir antes? Ah se ahoga uno y no haymanera de abrir ese condenado cajn!

    Miriam se rio.T me encerraste, eh! gru el chico. Lo

    hiciste a propsito!Tena prisa.El joven se content con resoplar. Para aplacarlo,

    Miriam le ense el mecanismo de apertura interior. Unapieza de madera que solo haba que apretar con fuerza.

    No es complicado.Si sabes cmo funciona.No te quejes. Los soldados no te encontraron. Detrs

  • de los barriles, no hubieras tenido esa suerte.El chico iba tranquilizndose. En la penumbra, Miriam

    adivin su brillante mirada. Quiz sonriera.Cmo te llamas? pregunt l.Miriam. Mi padre es Joaqun, el carpintero.Para una nia de tu edad, eres valiente admiti.

    Te o; te desenvolviste bien con los soldados.De nuevo, se frot enrgicamente las mejillas y la nuca,

    donde todava tena briznas de paja que le molestaban.Supongo que tengo que darte las gracias. Me llamo

    Barrabs.Miriam no pudo contener la risa. A causa del nombre,

    que no era tal, porque solo significaba hijo del padre. Ytambin a causa del tono tan serio del chico y del placerque le procuraba el cumplido.

    Barrabs se sent sobre los tablones.No veo dnde est la gracia dijo refunfuando.Es por tu nombre.Puede que seas valiente, pero sigues siendo tan tonta

    como una nia pequea.Ms que hacerle dao, la pulla molest a Miriam.

    Conoca la forma de pensar de los chicos. Este querahacerse el interesante. Era una tontera. Lo era sin esfuerzoalguno. La fuerza y la delicadeza, la violencia y la justiciase entremezclaban en l en agradable alianza y sin que sediera mucha cuenta de ello. Por desgracia, los chicos de su

  • especie crean siempre que las chicas eran unas cras,mientras que ellos ya eran hombres hechos y derechos.

    Sin embargo, por interesante que fuese, no era menoscierto que haba atrado a los soldados a su casa y a la aldea.

    Por qu te buscaban los romanos? pregunt ella.No son romanos! Son brbaros. Nadie sabe siquiera

    dnde los compra Herodes! En la Galia o en Tracia. Quizentre los godos. Herodes no es capaz de mantenerautnticas legiones. Necesita esclavos y mercenarios.

    Escupi, asqueado, por encima del murete. Miriam nodijo nada, esperando que respondiese de una vez a supregunta.

    Barrabs mir con cuidado la sombra densa de las casasde alrededor, como para asegurarse de que nadie pudieraverlos u orlos. A la dbil luz de la luna, su boca erahermosa, su perfil, elegante. Una barba rizada cubra susmejillas y su mentn. Una barba de adolescente que, a plenaluz del da, no le hara parecer mucho mayor.

    Bruscamente, abri la mano. En ella, el oro de unescudo brillaba a la luz de la luna. Su forma se reconocacon facilidad: un guila con las alas extendidas, la cabezainclinada y un pico poderoso y amenazador. El guila de losromanos. El guila de oro que luca en el asta de losestandartes que enarbolaban las legiones.

    La cog de uno de sus almacenes. Incendiamos elresto antes de que estos estpidos mercenarios se

  • despertaran murmur Barrabs, con una sarcsticarisotada de arrogancia. Tambin tuvimos tiempo dellevarnos dos o tres fanegas de grano. Solo es justicia.

    Miriam contemplaba el escudo con curiosidad. Nuncahaba visto uno tan de cerca. Ni siquiera haba visto nuncatanto oro.

    Barrabs cerr la mano de nuevo y desliz el escudo enel bolsillo interior de su tnica.

    Vale mucho dinero susurr.Qu vas a hacer con eso?Conozco a uno que puede fundirlo y transformarlo en

    oro. Ser til dijo l, misterioso.Miriam se apart. Se debata entre sentimientos

    encontrados. Le gustaba este chico. Notaba en l unasencillez, una franqueza y una furia que la seducan. Valortambin, porque haca falta valor para enfrentarse a losmercenarios de Herodes. Pero no saba si todo eso erajusto. No saba lo suficiente de las verdades del mundo, dela justicia y de la injusticia, para decidirse.

    Sus emociones y su afecto la acercaban naturalmente alentusiasmo de Barrabs, a su ira contra los horrores y lashumillaciones que sufran a diario, en el reino de Herodes,incluso los nios pequeos. Pero tambin oa la voz sabia ypaciente de su padre y su condena inquebrantable de laviolencia.

    De un modo algo provocativo, dijo ella:

  • Eres un ladrn, pues.Barrabs, ofendido, se levant.Claro que no! La gente de Herodes dice que somos

    ladones. Pero todo lo que cogemos a los romanos, a losmercenarios y a quienes medran al amparo del rey, todo, loredistribuimos entre los ms pobres de nosotros, se lodamos al pueblo!

    La clera amortiguaba su voz. Subrayando sus palabrascon un gesto, aadi:

    No somos ladrones, somos rebeldes. Y no estoysolo, creme. Yo soy un rebelde. Esta noche, los soldadosno solo venan a por m. Para el ataque contra estosalmacenes, ramos, al menos, treinta o cuarenta.

    Ella ya lo saba antes incluso de que lo admitiese.Rebeldes! S, as los llamaban. Y, lo ms frecuente,

    para no decir nada bueno de ellos. Su padre y suscompaeros carpinteros de Nazaret los criticaban amenudo. Eran unos inconscientes peligrosos, a quienes suspadres deberan tener encerrados con doble cerrojo. Quganaban provocando a los mercenarios de Herodes? Yalgn da, seran la causa de la masacre de todas las aldeasde la regin. Una rebelin! Una rebelin de dbiles, deimpotentes, que el rey y los romanos aplastaran en cuantoquisieran!

    Bueno! Claro que haba motivos para rebelarse! Elreino de Israel se ahogaba en sangre, lgrimas y vergenza.

  • Herodes era el ms cruel, el ms injusto de los reyes.Viejo, cerca de la muerte, una la locura a la crueldad. Semostraba a veces ms perverso que los mismos romanos,paganos desalmados.

    En cuanto a los fariseos y saduceos, que tenan a sucargo el templo de Jerusaln y sus riquezas, no eran muchomejores. Se sometan vergonzosamente a todos loscaprichos del rey. Solo pensaban en conservar la aparienciade poder y dictar leyes que les permitieran aumentar susriquezas, en vez de promover la justicia.

    Galilea, muy al norte de Jerusaln, estaba rota yarruinada por los impuestos que enriquecan a Herodes, asus hijos y a todos los que compartan su desvergenza.

    S, Yahveh, como haba hecho ms de una vez desde quesellara su alianza con Abraham, haba vuelto la espalda a supueblo y su reino. Pero, acaso haba que aadir violencia ala violencia? Era prudente, siendo dbil, provocar al fuertey arriesgarse a desencadenar una matanza?

    Mi padre dice que los rebeldes sois unos estpidos.Vais a conseguir que nos maten a todos dijo Miriam,procurando que su voz manifestara un rotundo reproche.

    Barrabs se rio.Lo s. Lo cree mucha gente. Se quejan y se lamentan

    como si fusemos la causa de sus desgracias. Tienenmiedo, nada ms. Prefieren quedarse sentados. A quesperan? Quin sabe, al Mesas, quiz?

  • Barrabs rechaz la palabra con un gesto de la mano,como para dispersar las slabas en la noche.

    El reino est lleno de mesas que son igualmentelocos e impotentes. No hace falta haber estudiado con losrabinos para comprender que no podemos esperar nadabueno de Herodes ni de los romanos. Tu padre se equivoca.Herodes no nos esper para empezar a masacrar, violar yrobar. l y sus hijos solo viven para eso. Son ricos ypoderosos gracias a nuestra pobreza! Yo no soy de los queesperan. No me encontrarn en mi agujero.

    Dej de hablar, sin aliento, sofocado por la ira. ComoMiriam no abriera la boca, aadi l con voz ms dura:

    Si no nos rebelamos, quin lo har? Tu padre ytodos los viejos como l estn equivocados. Morirn,ocurra lo que ocurra. Y morirn como esclavos. Pero yomorir como un judo, hijo del gran pueblo de Israel. Mimuerte ser mejor que la suya.

    Mi padre no es un esclavo ni un cobarde. Tiene tantocoraje como t

    Para qu le sirve su coraje, para suplicar como unmenesteroso cuando los mercenarios encontraron a su hijaescondida en la terraza?

    Yo estaba all porque haba que salvarte! Ellos handestrozado todo en nuestra casa y en las de nuestrosvecinos, las piezas de madera que mi padre ha fabricado ynuestros muebles. Y todo para que vayas t de listo por el

  • mundo!Anda, cllate! Hablas como una cra, ya te lo he

    dicho. Esto no son cosas de cros!Haban procurado discutir en voz baja, pero ambos se

    haban dejado llevar por la disputa. Miriam ignor elinsulto. Se volvi hacia la escalera, aguzando el odo paraasegurarse de que no llegaba ruido alguno del interior de lacasa. Cuando su padre se levantaba, la cama emita uncrujido particular que ella reconoca siempre.

    Tranquilizada, se volvi de nuevo hacia Barrabs. l sehaba apartado de los tablones. Inclinado sobre el murete,buscaba un sitio para bajar de la terraza.

    Qu haces? le pregunt ella.Me marcho. Supongo que no querrs que atraviese la

    preciosa casa de tu padre. Voy a irme por donde he venido.Barrabs, espera!Los dos estaban equivocados y los dos tenan razn,

    Miriam lo saba. Barrabs tambin. Eso era lo que lo sacabade sus casillas.

    Ella se acerc a l lo bastante para poner la mano sobresu brazo. l se estremeci como si ella le hubiesepinchado.

    Dnde vives? pregunt ella.Aqu no.Qu irritante era esta mana de no responder nunca

    directamente a las preguntas que se le hacan! Costumbre

  • de ladrn, claro.Ya s que no vives aqu, si no te conocera.En SforisUna ciudad importante, a hora y media andando hacia el

    norte. Para llegar, haba que atravesar un denso bosque y, denoche, nadie se aventurara por all.

    No seas bestia. No puedes regresar ahora dijo ellacon dulzura.

    Ella se quit su chal de lana y se lo puso en las manos.Puedes dormir en el escondite Deja abierta la

    trampilla. As no te ahogars. Con el chal, no tendrsdemasiado fro.

    Por respuesta, se encogi de hombros y evit sumirada. Pero no rechaz el chal y dej de buscar el mediode saltar por encima del murete de la terraza.

    Maana dijo Miriam con una sonrisa en su voz,en cuanto pueda, te traer un poco de leche y pan. Pero,cuando amanezca, es mejor que cierres la trampilla. Aveces, mi padre sube aqu en cuanto se levanta.

    * * *

    Al alba, una lluvia fina y fra llenaba las casas de humedad.Miriam se las arregl para desviar de las reservas de su

  • madre un pequeo tarro de leche y un pedazo de pan. Subia la terraza sin que nadie se diera cuenta.

    La trampilla del escondite estaba cerrada. La maderabrillaba, mojada por la lluvia. Se asegur de que nadiepudiera verla y presion sobre la tabla. El panel se inclinlo suficiente para mostrar que el escondite estaba vaco.Barrabs se haba marchado.

    No haca mucho que se haba ido, porque su calortodava estaba en la lana. El chal tambin estaba all.Cuidadosamente doblado. Tan cuidadosamente que Miriamsonri. Como si aquello fuese un signo. Un gracias,quiz.

    A Miriam no le sorprendi que Barrabs hubiesedesaparecido as, sin esperarla. Concordaba con la imagenque se haba hecho de l. Incapaz de quedarse quieto,temerario, sin importarle la paz. Adems, estaban la lluvia,el temor de que lo viese la gente de Nazaret. Si lodescubrieran en la aldea, todo el mundo lo relacionara conlos chicos a los que perseguan los mercenarios deHerodes. Quin sabe si algunos hubieran querido vengarsepor el miedo que haban pasado?

    Sin embargo, al volver a cerrar la trampilla, Miriamsinti una especie de disgusto. Le hubiese gustado ver denuevo a Barrabs. Hablar con l, ver su rostro a plena luzdel da.

    Era poco probable que sus caminos se cruzaran de

  • nuevo. Sin duda, en el futuro, Barrabs evitaracuidadosamente Nazaret.

    Se dio la vuelta para volver a entrar en la casa y sintiun escalofro. El fro, la lluvia, el miedo y la rabia cayeronsobre ella al mismo tiempo. Sus ojos, aunqueacostumbrados a aquel horror, acababan de fijarse en lastres cruces de madera que se elevaban dominando la aldea.

    Seis meses antes, los mercenarios de Herodes habancolgado a unos ladrones capturados en los alrededores.Ahora, los tres cadveres de los ajusticiados no eran msque masas acartonadas, putrefactas, secas, medio devoradaspor las aves.

    Eso era lo que le esperaba a Barrabs, si lo cogan. Eratambin lo que justificaba su rebelin.

  • Primera parteAo 6 antes de Cristo

  • Captulo 1

    LOS gritos de los nios rompieron la somnolencia de laprimera hora de la maana.

    Ya estn aqu! Ya estn aqu!En su taller, Joaqun ya estaba trabajando. Intercambi

    una mirada con su ayudante, Lisanias. Sin dejar que losgritos lo distrajesen, con un solo movimiento, levantaron laviga de cedro y la depositaron sobre el banco de trabajo.

    Lisanias se masaje los riones, quejndose. Erademasiado viejo para hacer esos esfuerzos. Tan viejo quenadie, ni l mismo, recordaba qu da haba nacido en unalejana aldea de Samaria. Pero Joaqun haba trabajado conl desde siempre. No se le pasaba por la cabeza sustituirlopor un joven aprendiz desconocido. Lisanias le habaenseado, con su padre, el oficio de carpintero. Los dosjuntos haban hecho ms de cien tejados en las aldeasalrededor de Nazaret. Varias veces, haban solicitado susservicios hasta en Sforis.

    Oyeron unos pasos en el patio mientras los gritos delos nios resonaban an en las paredes de la aldea. Hannahse detuvo en la puerta del taller. Proyectada por el solrasante de la maana, su sombra llegaba hasta sus pies.Anunci:

  • Han llegado.Estas palabras no hacan falta, no lo ignoraba, pero tena

    que decirlas a modo de queja de rabia y de inquietud.Ya los he odo suspir Joaqun.No haca falta decir ms. En la aldea, todo el mundo

    saba lo que pasaba: los recaudadores del Sanedrn entrabanen Nazaret.

    Desde haca das, recorran Galilea, yendo de aldea enaldea, precedidos por el anuncio de su llegada como elrumor de la peste. Y cada vez que dejaban una aldea, elrumor aumentaba. Se crea que devoraban todo a su paso,como las langostas lanzadas sobre el Egipto del faran porla ira de Yahveh.

    El viejo Lisanias se sent sobre un bloque de madera,sacudiendo la cabeza.

    Hay que dejar de ceder ante estos buitres! Hay quedejar que decida Dios a quin castigar: a ellos o a nosotros.

    Joaqun se pas la mano por la barbilla, rascando sucorta barba. La tarde anterior, los hombres de la aldea sehaban reunido. Cada uno haba dado rienda suelta a su furia.Como Lisanias, varios haban dicho que no se diera nadams a los recaudadores de tributos. Ni grano, ni dinero, niobjeto alguno. Que cada persona se les acercara con lasmanos vacas y dijera: Fuera! Pero Joaqun saba queeran solo palabras, los sueos desesperados de unoshombres encolerizados. Los sueos se desvaneceran y el

  • coraje se desmoronara en cuanto tuvieran que afrontar larealidad.

    Los recaudadores no entraban a saquear las aldeas sin laayuda de los mercenarios de Herodes. Si ante los primerospodan presentarse las manos vacas, ante las lanzas y lasespadas, la clera constituira una debilidad aadida. Soloservira para provocar una masacre. O para palpar un pocoms su impotencia y su humillacin.

    Los nios del vecindario se pararon ante el taller,rodeando a Hannah, con los ojos brillantes de excitacin.

    Estn en casa de la vieja Hulda! anunciaron.Lisanias se levant; la boca le temblaba.Y qu van a encontrar en casa de Hulda? No tiene

    nada de nada!En Nazaret, todos saban que Hulda era la amante de

    Lisanias. Si no hubiese sido por la tradicin, que prohibaque los de Samaria se casaran con las mujeres de Galilea eincluso que vivieran bajo el mismo techo que ellas, haralustros que seran marido y mujer.

    Joaqun se enderez, ciendo cuidadosamente losfaldones de su tnica con el cinturn.

    Voy all; qudate aqu con Hannah le dijo aLisanias.

    Hannah y los nios se apartaron para dejarlo pasar.Apenas haba salido cuando le sorprendi la voz clara deMiriam.

  • Voy contigo, padre.Hannah protest de inmediato. No era un lugar para una

    nia pequea. Joaqun no le dio la razn. El aspectodecidido de Miriam le disuadi. Su hija no era como lasdems. Haba en ella algo ms fuerte y ms maduro. Corajey rebelda tambin.

    En realidad, su presencia le haca siempre feliz y eso senotaba tanto que Hannah no dejaba de burlarse de l. Erade esos padres devotos de su hija? Poda serlo. Y si lo era,qu tena de malo?

    Sonri a Miriam y le hizo un gesto para que fuese a sulado.

    * * *

    La casa de Hulda era una de las primeras al entrar a Nazaretpor el camino de Sforis. La mitad de los hombres delpueblo ya estaban all congregados cuando llegaron Miriamy Joaqun.

    Veinte mercenarios en tnica de cuero vigilaban lasmonturas de los recaudadores y las carretas tiradas pormulas, un poco ms abajo, en el camino. Joaqun contcuatro carretas. Los crpulas del Sanedrn se haban hechodemasiadas ilusiones si esperaban llenarlas.

  • Otro grupo de mercenarios, bajo la mirada de un oficialromano, formaban en fila ante la casa de la vieja Hulda. Conel puo cerrado sobre la lanza o sobre la empuadura deuna espada, todos mostraban la misma indiferencia.

    Joaqun y Miriam no vieron a los recaudadores sobre elterreno. Estaban en el interior de la minscula casa.

    De repente, se oy la voz de Hulda. Una queja roncarasg el aire. Se produjo un barullo en el umbral de lacasita, y se les vio.

    Eran tres. Con la boca dura, esa expresin altiva en losojos que confiere el poder sobre las cosas y los seres. Sustnicas negras barran el suelo. Negro tambin era el velode lino enrollado sobre sus bonetes y que, a los lados, solodejaba ver unas barbas sombras.

    Joaqun apret las mandbulas hasta hacerse dao. Lebastaba con verlos para hervir de furor. De vergenza y dedeseos asesinos. Que Dios perdone a todos! Autnticosbuitres, parecidos a esos cuervos que se alimentaban de losajusticiados.

    Adivinando sus pensamientos. Miriam busc su mano yla apret con fuerza. Volcaba all toda su ternura, perocomparta demasiado el dolor de su padre para poderapaciguarlo.

    De nuevo, Hulda lanz un grito. Suplic; sus manos conlos dedos desfigurados tendidas hacia delante. Su moo sedeshizo. Unas mechas de cabellos blancos le cubrieron la

  • mitad de su rostro. Ella trataba de aferrar la tnica de unode los recaudadores balbuciendo:

    No podis! No podis!El hombre se solt. La empuj haciendo muecas de

    asco. Los otros dos se acercaron en su ayuda. Agarraron ala vieja Hulda por los hombros, sin ningn miramiento a suedad y su debilidad.

    Ni Miriam ni Joaqun haban comprendido an la raznde los gritos de Hulda. Despus, uno de los recaudadoresse adelant. Ambos vieron entonces, entre los faldones desu tnica de cuervo, el candelabro que apretaba contra supecho.

    Un candelabro de bronce, ms viejo que la mismaHulda, adornado con flores de almendro. Era herencia delos abuelos de sus abuelos. Un candelabro de Jnuca, tanantiguo que contaba que lo haban tenido los hijos de JudasMacabeo y ellos haban sido los primeros que habanencendido las candelas que festejaban el milagro de la luzeterna. Era, ciertamente, la nica cosa de cierto valor quetodava posea. En la aldea, todos conocan los sacrificiosque haba hecho Hulda para no separarse de l. Ms de unavez, haba preferido la privacin a las monedas de oro quehubiera podido obtener.

    Al ver el candelabro en los brazos del recaudador, seelev la protesta de quienes all se encontraban. No eraacaso, en todos los hogares de Galilea y de Israel, el

  • candelabro de Jnuca tan sagrado como el pensamiento deYahveh? Cmo podan atreverse los servidores del templode Jerusaln a robar la luz de una casa?

    A las primeras protestas, el oficial romano grit unaorden. Los mercenarios, bajando sus lanzas, cerraron filas.

    Hulda todava grit algunas frases que no se leentendieron. Uno de los buitres se volvi, con el puo enalto. Sin la menor vacilacin, la golpe en el rostro. Elgolpe proyect el cuerpo enclenque de la anciana contra lapared de la casa. Antes de hundirse en el polvo del suelo,rebot como si no pesara ms que una pluma.

    Surgieron gritos de rabia. Los soldados dieron un pasoatrs, pero las lanzas y las espadas dieron en los pechos dequienes estaban en las primeras filas.

    Miriam haba soltado el brazo de su padre. Muy cercade l, ella grit el nombre de Hulda. El hierro de una lanzaapareci a menos de un dedo de la garganta de la nia.Joaqun vio los ojos asustados del mercenario que sostenael asta.

    Adivin que aquel loco iba a herir a Miriam.Comprendi que l, a pesar de las exhortaciones a lasabidura y a la paciencia que se haca desde la vspera, yano soportaba la humillacin que los canallas del Sanedrninfligan a la anciana Hulda. Y, que Dios Todopoderoso leperdone, nunca aceptara que un brbaro a sueldo deHerodes matara a su hija. Se dio cuenta de que lo empujaba

  • el coraje de la clera, costara lo que costase.El mercenario ech atrs el brazo para dar el golpe.

    Joaqun se lanz hacia delante. Con el extremo de losdedos, desvi la lanza antes de que alcanzara el pecho deMiriam. La parte plana del hierro golpe el hombro de unjoven que estaba a su lado con fuerza suficiente para tirarloal suelo. Pero Joaqun ya haba arrebatado el arma de lasmanos del mercenario. Con su mano libre, tan dura como lamadera que trabajaba a diario, golpe al hombre en lagarganta.

    Algo se rompi en el cuello del mercenario, cortndolela respiracin. Sus ojos se agrandaron de estupor.

    Joaqun lo empuj; de reojo, vio a Miriam que levantabaal vecino, rodeada por la gente de la aldea que, sin darsecuenta de que uno de sus enemigos estaba muerto, insultabaa los mercenarios.

    Sin dudarlo, lanza en mano, se abalanz sobre losrecaudadores. Mientras gritaban tras l, apunt el hierrosobre el vientre del buitre que tena el candelabro.

    Devuelve ese candelabro! grit.El otro, estupefacto, no hizo un gesto. Quiz ni siquiera

    comprendiera las palabras de Joaqun. Retrocedi, plido.Sin soltar el candelabro, pero babeando de pnico, seapretuj contra los otros recaudadores que estaban detrsde l, como para diluirse en su masa oscura.

    A sus pies, la anciana Hulda no se mova. Un poco de

  • sangre manaba de una de sus sienes, ennegreciendo susmechas grises. En medio de los gritos y voces de laavalancha, Joaqun oy la voz de Miriam que gritaba:

    Padre, cuidado!Los mercenarios que, un instante antes, custodiaban las

    carretas, acudan en ayuda de los otros, blandiendo lasespadas. Joaqun comprendi que cometa una locura y quesu castigo sera terrible.

    Pens en Yahveh. Si Dios Todopoderoso era el Dios dela Justicia que le haban enseado, l le perdonara.

    Dio con la lanza un golpe seco. Le sorprendi sentirque el hierro entraba tan fcilmente en el hombro delrecaudador grueso. Este chill de dolor. Al fin, solt elcandelabro, que cay al suelo con un ligero tintineo decampana.

    Antes de que los mercenarios se lanzaran sobre l,Joaqun se deshizo de la lanza, agarr el candelabro y searrodill al lado de Hulda. Con alivio, se dio cuenta de quesolo estaba desvanecida. Desliz un brazo bajo loshombros de la anciana, puso el candelabro sobre su vientrey cerr los dedos deformados sobre el bronce.

    Solo entonces se percat del silencio.Ni un grito, ni un berrido, ni un insulto. Todo lo ms,

    los gemidos del grueso recaudador herido.Levant la vista. Una decena de puntas de lanza y otras

    tantas espadas le apuntaban. La indiferencia haba

  • desaparecido del rostro de los mercenarios. En su lugar, unodio arrogante.

    Abajo, a diez pasos en la carretera, toda la gente deNazaret, as como Miriam, su hija, bajo la amenaza de laslanzas, no osaban moverse.

    El silencio y el estupor se prolongaron el tiempo de unsuspiro; despus, se quebraron. Entonces lleg laconfusin.

    A Joaqun lo agarraron, lo tiraron al suelo y legolpearon. Miriam y los habitantes de la aldea serevolvieron. Los mercenarios los empujaron, hiriendo sindudar los brazos, los muslos o los hombros de los msvalientes. El oficial que mandaba la guardia dio la orden derepliegue.

    Unos mercenarios llevaron al recaudador herido hastasu montura, mientras ataban con ligaduras de cuero lasmuecas y lo tobillos de Joaqun. Lo echaron sinmiramientos sobre las tablas de una carreta que maniobrabaya para alejarse de la aldea. A su lado, cargaron el cuerpodel soldado que haba matado. Bajo los chasquidos de lasfustas y los mugidos, las otras carretas la siguieronprecipitadamente.

    Cuando los caballos y los soldados desaparecieron enla sombra del bosque, el silencio cay sobre Nazaret.

    Un fro glacial se apoder de Miriam. El pensamientode su padre atado y a merced de los soldados del Templo le

  • puso un nudo en la garganta. A pesar de la presencia de todala aldea que se arremolinaba a su alrededor, senta que lainvada un miedo inmenso. No pensaba ms que en laspalabras que iba a decirle a su madre.

    * * *

    Tendra que haber ido con l murmuraba Lisanias, sindejar de balancearse en su taburete. Me qued en el tallercomo una gallina asustada. No era Joaqun quien tena quedefender a Hulda. Era yo.

    Los vecinos y vecinas que abarrotaban la estancia, hastaen el suelo, escuchaban en silencio los gemidos delanciano samaritano. Veinte veces le haban repetido unos yotros que l no tena la culpa y que no habra podido hacernada. Lisanias no era capaz de quitarse de la cabeza esepensamiento. Como Miriam, no soportaba la ausencia deJoaqun a su lado, ahora, esta noche, maana.

    Hannah callaba, sentada, rgida, con los dedos arrugandonerviosos los faldones de la tnica.

    Miriam, con los ojos secos, el corazn desbocado, laobservaba de reojo. La tristeza muda y solitaria de su madrela intimidaba. No se atreva a dirigirle un gesto de ternura.Las vecinas tampoco haban tomado a Hannah en sus

  • brazos. La esposa de Joaqun no era una mujer a la queresultara fcil acercarse.

    Ya haba pasado el momento de las palabras violentas yde venganza. Solo quedaban el dolor y la conciencia de laimpotencia.

    Cerrando los prpados, Miriam reviva el drama. Elcuerpo de su padre acurrucado, atado y tirado como un sacoen la carreta.

    Se preguntaba sin descanso: Y ahora, qu le pasar?Qu le harn?

    Lisanias no era en absoluto el responsable del drama.Joaqun la haba defendido. A causa de ella estaba ahora amerced de los recaudadores del Templo.

    No volveremos a verlo. Es como si hubiera muerto.Resonando en el silencio, la clara voz de Hannah los

    sobresalt. Nadie protest. Todos pensaban lo mismo.Joaqun haba matado a un soldado y herido a un

    recaudador. Saban de antemano cul era el castigo. Si losmercenarios no lo haban matado o crucificado sobre lamarcha solo era porque les urga curar al recaudador delSanedrn.

    Sin duda le infligiran un suplicio ejemplar. Unasentencia que todos conocan de antemano: la cruz, hastaque el hambre, la sed, el fro y el sol lo mataran. Unaagona que durara das.

    Miriam se mordi los labios para contener el llanto que

  • la ahogaba. Con una voz tona, dijo:Al menos, habra que descubrir adnde lo llevan.A Sforis dijo un vecino. Seguro que a Sforis.No! dijo otro. Ya no encarcelan a nadie en

    Sforis. Tienen demasiado miedo a las bandas de Barrabs,los jvenes a los que han perseguido durante todo elinvierno sin conseguir atraparlos. Se dice que, ya en dosocasiones, Barrabs se ha atrevido a atracar las carretas delos recaudadores. No, lo conducirn a Tiberades. De all,nunca ha escapado un preso.

    Tambin podran llevarlo a Jerusaln intervino untercero y crucificarlo delante del Templo para denunciar,una vez ms, ante los de Judea lo brbaros que somosnosotros, los galileos.

    Para saberlo, lo mejor es seguirlos dijo Lisanias,levantndose de su taburete. Yo me voy.

    Surgieron multitud de objeciones. Era demasiadoviejo, estaba demasiado fatigado para correr tras losmercenarios! Lisanias insisti, asegurando que nadiedesconfiara de un anciano y que todava estabasuficientemente gil para regresar pronto a Nazaret.

    Y despus? pregunt Hannah con voz contenida. Cuando descubris dnde se encuentra mi esposo, dequ os servir? Para ir a verlo en su cruz? Yo no ir. No,no ir a ver cmo devoran a Joaqun los pjaros cuandodebera estar aqu y cuidar de nosotras!

  • Algunas voces protestaron. No muy fuerte, porquenadie saba lo que convena o no hacer en adelante. PeroLisanias rugi:

    Si no soy yo, otros deben seguirlos. Es preciso quesepamos adnde lo llevan.

    Se celebr un concilibulo y, finalmente, designaron ados jvenes pastores, que partieron de inmediato, evitandoel camino de Sforis y cortando a travs del bosque.

    * * *

    El da no trajo alivio alguno. Al contrario, dividi Nazaretcomo un vaso que se rompe.

    La sinagoga no se qued vaca. Hombres y mujeresestaban all, ms devotos que de costumbre, hablandodespus de largas oraciones y, sobre todo, atentos a lasexhortaciones del rabino.

    Dios haba decidido la suerte de Joaqun, afirmaba. Nose mata a un hombre, aunque sea un mercenario deHerodes. Hay que aceptar su camino, porque solo elTodopoderoso sabe y nos conduce hasta la venida delMesas.

    No haba que mostrarse demasiado indulgente haciaJoaqun, aseguraba. Porque su acto, adems de poner en

  • peligro su vida, someta en adelante a toda la aldea deNazaret a la venganza de Roma y del Sanedrn. Seranmuchos los que reclamaran un castigo. Y los mercenariosde Herodes, unos paganos sin fe ni ley, solo soaran con lavenganza.

    Haba que esperar horas sombras, previno el rabino.Desde ese momento, aceptar el castigo de Joaqun era loms prudente, as como orar mucho para que el Eterno leperdonase.

    Esos consejos acabaron de sembrar la confusin. Unoslos encontraban llenos de buen sentido. Otros recordaronque, la vspera de la llegada de los recaudadores, la rabiahaba insuflado un viento de rebelda sobre ellos. Joaqunles haba tomado la palabra. Ahora, ya no saban si debanseguir su ejemplo y manifestar, tambin ellos, el coraje desu clera. La mayor parte de ellos estaban desorientadospor las palabras odas en la sinagoga. Cmo distinguir elbien del mal?

    Al escucharlas, Lisanias explot, diciendo en voz bienalta que, al final, se alegraba mucho de ser samaritano y nogalileo.

    Sois de lo que no hay! grit a quienes rodeaban alrabino. Ni siquiera sois capaces de comprender a quiendefiende a una anciana contra los recaudadores.

    Y, asegurando que, en adelante, ninguna norma se loimpedira, fue a instalarse en casa de la anciana Hulda, que

  • se haba hecho dao en la cadera y no poda moverse de lacama.

    Miriam escuch y call. Admita que en las palabras delrabino haba algo de verdad. Sin embargo, eraninaceptables. No solo justificaban todos los sufrimientosque los mercenarios de Herodes pudieren infligir a supadre, sino que, adems, aceptaban que el Todopoderoso nofuese justo con los justos. Cmo era posible tal cosa?

    * * *

    Antes del crepsculo, los pastores regresaron sin aliento.La columna de los recaudadores del Templo solo se habadetenido en Sforis el tiempo suficiente para curar laherida del recaudador.

    Habis visto a mi padre? pregunt Miriam.No se poda. Estaban lejos. Los mercenarios eran

    verdaderamente malvados. S es seguro que segua en lacarreta. Como el sol caa a plomo, deba de tener una sedterrible. La gente de Sforis tampoco poda acercrsele.Era imposible acercarle una cantimplora, te lo juro.

    Hannah gimi. Varias veces murmur el nombre deJoaqun, mientras los dems bajaban la cabeza.

    Despus, subieron a otra carreta al recaudador herido

  • y salieron de la ciudad a toda velocidad. En direccin aCan aseguraron los pastores.

    Van a Tiberades! exclam un vecino. Siregresaran a Jerusaln, habran tomado la ruta del Tabor.

    Todos lo saban.Un pesado silencio cay sobre ellos.Ahora, las palabras de Hannah estaban en la mente de

    todos, S, de qu les serva saber que llevaban a Joaquncamino de la fortaleza de Tiberades?

    Al menos suspir una vecina, respondiendo a laspreocupaciones de todos, eso significa que no lo van acolgar de inmediato en una cruz.

    Maana o pasado maana Qu cambia eso? mascull Lisanias. Los dolores de Joaqun seprolongarn ms tiempo, nada ms.

    Todos se imaginaban la fortaleza. Un monstruo depiedra de los benditos das del rey David, que Herodeshaba hecho ampliar y reforzar, supuestamente paradefender Israel de los nabateos, los enemigos del desiertodel este.

    En realidad, desde haca lustros, la fortaleza serva paraencarcelar a centenares de inocentes, ricos y pobres,sabios e ignorantes. A todos los que desagradaban al rey.Un rumor, una habladura malintencionada, las maniobrasde una vil venganza bastaban para acabar dando all con loshuesos. Lo ms frecuente era no volver a salir de all o

  • acabar en el bosque de postes que la rodeaba.Ahora, visitar Tiberades era triste, a pesar de la gran

    belleza del lago Genesaret. Nadie poda escapar alespectculo de los ajusticiados. Algunos aseguraban que,por la noche, sus gemidos resonaban en la superficie de lasaguas como gritos que subieran del infierno. Ponan lospelos de punta. Los mismos pescadores, aunque la orillacercana a la fortaleza fuese ms rica en pesca que la otra,no se atrevan a acercarse.

    Pero, aunque el terror haca enmudecer a todos, Miriampronunci con toda claridad y sin dudarlo:

    Me voy a Tiberades. No dejar que mi padre sepudra en la fortaleza.

    Las cabezas se levantaron. El guirigay de protestas fuetan ruidoso como profundo haba sido el silencioinmediatamente anterior.

    Miriam deliraba. No deba dejarse llevar por el dolor.Cmo iba a sacar a su padre de las celdas de Tiberades?Olvidaba acaso que solo era una nia? Apenas quince aos,tan joven que ni siquiera la haban casado. Aunque parecamayor y su padre tena la costumbre, quiz no tan buena, deconsiderarla como una mujer razonable y sabia, no era msque una nia, no una hacedora de milagros.

    No pienso ir sola a Tiberades anunci ella cuandose apaciguaron. Voy a pedir ayuda a Barrabs.

    Barrabs, el ladrn?

  • De nuevo se elev un concierto de protestas.Esta vez, tras haber intercambiado una mirada con

    Miriam. Halva, la joven esposa de Yossef, un carpinteroamigo de Joaqun, declar, alzando la voz por encima delalboroto:

    En Sforis, dicen que no roba para l, sino para darloa quienes lo necesitan. Cuentan que hace ms bien que maly que la gente a la que roba lo merece.

    Unos hombres la interrumpieron secamente. Cmo sepoda hablar as? Un ladrn es un ladrn.

    La verdad es que esos condenados ladrones atraen alos mercenarios de Herodes a nuestras aldeas como unallaga las moscas!

    Miriam se encogi de hombros.Lo mismo que imaginis que mi padre va a atraer la

    venganza de los mercenarios a Nazaret! dijo ella condureza. Lo que importa es que, aunque persiguen aconciencia a Barrabs, no lo atrapan nunca. Si alguien escapaz de salvar a mi padre, es l.

    Lisanias movi la cabeza.Y por qu iba a hacerlo? No tenemos oro para

    recompensarle!Lo har porque me lo debe!Todas las miradas se centraron en ella.Nos debe la vida, a mi padre y a m. Me escuchar,

    estoy segura.

  • * * *

    Las interminables discusiones se prolongaron hasta bienentrada la noche.

    Hannah gema diciendo que no quera dejar marchar asu hija. Quera dejarla Miriam absolutamente sola, sin hijani esposo? Porque seguro que igual que Joaqun ya estabacrucificado y muerto, a Miriam la apresaran los ladrones olos mercenarios. La violaran y despus la asesinaran. Esoera lo que le esperaba.

    El rabino la apoyaba. Miriam hablaba con lainconsciencia de la juventud tanto como para olvidar susexo. Que una joven fuera a meterse en la boca del lobocon una fiera, un rebelde, un ladrn como Barrabs erainconcebible. Y para qu, para dejarse matar a la primeraocasin, para atizar el resentimiento de los romanos y delos mercenarios del rey, que no dejaran de revolversecontra todos ellos?

    Se embriagaban con palabras de terror, con laimaginacin de lo peor. Se complacan en la impotencia.Aunque ella saba que todos hablaban por afecto ycreyndose sabios, Miriam comenz a sentir un inmensodisgusto.

  • Se retir a la terraza. Saturada por toda la tristeza delda, se tendi sobre los troncos que disimulaban elescondite, en adelante intil, que su padre haba preparadopara ella cuando solo era una nia pequea. Cerr los ojosy dej que las lgrimas se deslizaran por sus mejillas.

    Tena que llorar ahora, porque al cabo de un momento,sin que nadie se percatase de ello, hara lo que haba dicho.Dejara Nazaret para ir a salvar a su padre. Entonces ya nosera el momento de lloriqueos.

    En la oscuridad, volvi a ver el rostro de Joaqun.Dulce, acogedor y terrible tambin, como lo habavislumbrado cuando golpe al mercenario.

    Haba tenido ese coraje. Por ella. Por la anciana Hulda,por todos ellos, los habitantes de Nazaret. l, el ms dulcede los hombres. l, a quien venan a buscar para aplacar lasdisputas entre los vecinos. Haba tenido ese coraje. Ellatambin deba tenerlo. Qu sentido tena esperar al alba siel da que llegaba no iba a ser el de la lucha contra quien oshumilla y os anonada?

    Volvi a abrir los ojos, se oblig a escrutar las estrellaspara adivinar la presencia del Todopoderoso. Ah, s, almenos, pudiera preguntarle si quera o no la vida deJoaqun, su padre!

    Al or un roce, se sobresalt.Soy yo susurr la voz de Halva. Imagin que

    estaras aqu.

  • Cogi la mano de Miriam, la estrech llevando suslabios a la punta de los dedos.

    Tienen miedo, estn tristes y no pueden dejar dehablar dijo ella simplemente, indicando el guirigay quellegaba desde abajo.

    Como Miriam permaneciera callada, aadi:Vas a marcharte antes del amanecer, no?S, as es.Tienes razn. Si quieres, te acompaar un trecho

    con nuestra mula.Qu dir tu esposo?He hablado con Yossef. En realidad, si no fuese por

    los nios, ira contigo.No haca falta que dijera nada ms. Miriam saba que

    Yossef quera a Joaqun como un hijo. Le deba todo lo quesaba del oficio de carpintero e incluso su casa, a dosleguas de Nazaret, en la que haba nacido.

    Prolongando su pensamiento, Halva se ri con ternura.Salvo que Yossef es el ltimo hombre que me puedo

    imaginar luchando contra los mercenarios! Es tan tmidoque no se atreve a decir en voz alta lo que piensa!

    Atrajo a Miriam hacia s y la llev hacia la escalera.Pasar yo delante para que no te vean salir. Iremos a

    mi casa. Te dar un abrigo; as, tu madre no se dar cuenta.Y podrs descansar unas horas antes de que salgamos.

  • Captulo 2

    EL sol se levantaba sobre las colinas cuando ellas salandel bosque. Lejos, en el fondo del valle, al pie del caminoque tomaban, extendindose entre las huertas en flor y loscampos de lino, aparecan los apretados tejados de Sforis.Halva detuvo la carreta.

    Te voy a dejar aqu. No conviene que vuelvademasiado tarde a Nazaret.

    Atrajo a Miriam hacia ella.S prudente con ese Barrabs! A fin de cuentas, algo

    de bandido tieneSi es que vuelvo a encontrarlo suspir Miriam.Lo vers! Lo s. Como tambin s que vas a salvar a

    tu padre de la cruz.Halva la abraz de nuevo. Esta vez, sin picarda alguna,

    sino con ternura y seriedad.Lo siento en el fondo de mi corazn, Miriam; me

    basta verte para sentirlo. Vas a salvar a Joaqun. Puedesconfiar en m: mis intuiciones nunca fallan!

    Mientras caminaban, no haban dejado de pensar en elmedio para encontrar a Barrabs. A Halva, Miriam no lehaba ocultado su preocupacin: ignoraba dnde seesconda. Ante la gente de Nazaret, se haba mostrado muy

  • segura, afirmando que l la escuchara. Quiz fuese cierto.Pero, primero, tena que llegar hasta l.

    Si los romanos y los mercenarios de Herodes no loencuentran, cmo lo voy a hacer yo?

    Halva, siempre prctica y confiada, no se haba dejadoimpresionar por la dificultad.

    Lo encontrars precisamente porque no eres romanani mercenaria. Sabes muy bien cmo van las cosas. EnSforis, debe de haber ms de uno que sepa dnde seesconde Barrabs. Hay partidarios suyos y gente que esten deuda con l. Ellos te informarn.

    Si hago demasiadas preguntas, desconfiarn de m.Basta con que pase por las calles de Sforis para que sepregunten quin soy y adnde voy.

    Bah! La gente es curiosa, como nosotras, pero,quin acudira a los mercenarios de Herodes paradenunciarte? Solo tendrs que explicar que vas a ver a unata. Cuenta que vas a ayudar a tu ta Judit, que va a tener unhijo. No es una mentira muy gorda. Casi es verdad, ya quetuvo uno el pasado otoo. Y, cuando veas a una persona conpinta de buena gente, dile la verdad. Alguna habr que tesabr responder.

    Y cmo reconocer a las de pinta de buena gente?Halva exclam, traviesa:Puedes eliminar de antemano a los ricos y a los

    artesanos demasiado serios! Vamos, ten confianza! T eres

  • perfectamente capaz de distinguir a un pcaro de un hombrehonesto y a una harpa viciosa de una buena madre.

    Quiz Halva tuviera razn. En sus palabras, las cosasparecan fciles, evidentes. Pero ahora que se acercaba alas puertas de la ciudad, Miriam dudaba ms que nunca quepudiera sacar a Barrabs de su escondite para pedirle suayuda.

    Sin embargo, el tiempo apremiaba. Al cabo de dos, tres,cuatro das, a lo sumo, sera demasiado tarde. Su padremorira en la cruz, calcinado por la sed y el sol, devoradopor los cuervos, sometido a las burlas de los mercenarios.

    * * *

    A las primeras luces del da, Sforis se despertaba. Lastiendas abran, las cortinas y las telas de las puertas de lascasas se apartaban. Las mujeres se saludaban con gritosagudos, preguntndose unas a otras si haban pasado bien lanoche. Los nios salan en grupos a buscar agua a lospozos, pelendose. Los hombres, con el rostro anarrugado de sueo, empujando sus asnos y mulas, partanpara los campos.

    Como haba previsto Miriam, las miradas curiosas secentraban en ella, la forastera que entraba tan pronto en la

  • ciudad. Quiz adivinaran, por su paso demasiado brusco,demasiado lento, que no saba adnde ir pero que, sinembargo, no se atreva a preguntar. No obstante, lacuriosidad que suscitaba era menos viva de lo que habatemido. Las miradas se apartaban tras haber calibrado suaspecto y la buena calidad de su abrigo.

    Despus de cruzar varias calles, recordando losconsejos de Halva, camin ms decidida. Gir aqu a manoizquierda, un poco ms all, a la derecha, como siconociese la ciudad y supiera perfectamente adnde lallevaban sus pasos. Buscaba un rostro que le inspiraseconfianza.

    Atraves as un barrio tras otro, pasando delante de losftidos tenderetes de los peleteros, los de los tejedores,que exponan sobre grandes prtigas paos, tapices ycolgaduras, deslumbrando la calle con una explosin decolor. Despus, vino el barrio de los canasteros, lostejedores de tiendas, los cambistas

    Brevemente, buscaba en los rostros un signo que lediera el valor para pronunciar el nombre de Barrabs. Pero,en cada ocasin, encontraba un motivo para bajar losprpados y no detenerse. Adems de no atreverse a mirarfijamente para no parecer una descarada, le daba lasensacin de que ninguno podra saber dnde se hallaba unbandido buscado por Roma y por los mercenarios del rey.

    Sin otra opcin que encomendarse a la buena voluntad

  • del Todopoderoso, se sumergi en unas callejuelas cadavez ms ruidosas y populosas.

    Despus de apartase de un grupo de hombres que salande una pequea sinagoga edificada entre dos grandeshigueras, se aventur por un callejn lo bastante grandepara que una persona pudiese atravesarse en l. Al pie delcamino de tierra batida, parecida a una boca muy abierta,surgi la cueva de un zapatero. Se sobresalt cuando unaprendiz agit repentinamente delante de ella unas largaslianas de cuerdas. Unas risas la persiguieron mientrascorra casi hasta el extremo de la galera, que ibaachicndose y pareca querer cerrase sobre ella.

    Desembocaba en un terreno ondulado, lleno deporquera y cubierto de malas hierbas. Haba charcos deaguas estancadas esparcidos por all. Las gallinas y lospavos apenas se apartaban cuando pasaba. Los muros quecerraban la plaza no haban sido encalados desde muchotiempo atrs. En las fachadas de las casas en ruinas, eranraras las aberturas con postigos. Atado al tronco de unrbol muerto transformado en poste, un asno con el pelajemugriento volvi su gruesa cabeza hacia ella. Su rebuznoreson, inquietante como una sirena de alarma.

    Miriam ech un vistazo tras ella, dudando si dar mediavuelta, adentrarse en la callejuela y sufrir una vez ms lasburlas de los aprendices. Al otro lado del terreno ondulado,frente a ella, se adivinaban dos calles que quiz la llevaran

  • de nuevo al centro de la ciudad. Avanz, examinando elsuelo que se extenda ante ella para evitar los charcos y lasbasuras. No los vio aparecer. Solo el repentino cacareo delas gallinas le hizo levantar la cabeza.

    Tuvo la impresin de que salan del suelo fangoso. Unadecena de chavales andrajosos, con los cabellos hirsutos,mocos en la nariz y mirada astuta. El mayor no deba detener ms de once o doce aos. Todos iban descalzos, conlas mejillas hundidas tan negras de mugre como sus manos.Unos nios tan desnutridos que ya les faltaban dientes. Eranam haaretzim, como los calificaban con desprecio lasgentes de Judea. Ignorantes, palurdos, paletos, condenadosde la tierra. Hijos de esclavos, hijos de nadie que nuncaseran, en el gran reino de Israel, ms que esclavos. Amhaaretzim: los pobres entre los pobres.

    Miriam se qued paralizada, con el rostro inflamado.Tena el corazn desbocado y la cabeza llena de lashistorias monstruosas que se contaban de estos cros.Cmo te atacan, pequeas fieras en manada. Cmo tedespojan, te violan. E incluso, decan, con la emocin delmiedo y del odio, cmo te comen.

    El entorno, sin duda, era perfecto para que pudiesenllevar a cabo estos horrores sin temor de que losmolestasen.

    Ellos, a su vez, se detuvieron. En sus muecas, laprudencia se mezclaba con el placer de adivinar su miedo.

  • Habiendo juzgado rpidamente que no arriesgaban nada,se abalanzaron hacia ella. Como perros sarnosos, larodearon, dando saltitos, burlndose, gruendo, con la bocaabierta, muertos de hambre, dndose codazos y tocandocon sus dedos repugnantes el hermoso pao de su abrigo.

    Miriam sinti vergenza. De su miedo, de su corazndesbocado, de sus manos hmedas. Record lo queJoaqun, su padre, le haba dicho en una ocasin: Nada delo que dicen de los am haaretzim es cierto. Se burlan deellos porque son ms pobres que los pobres. Ese es sunico vicio y su nica malicia. Trat de sonrerles.

    Ellos respondieron con los peores gestos. Agitaron susmanos mugrientas haciendo gestos obscenos.

    Quiz su padre tuviera razn. Pero Joaqun era bueno yquera ver el bien por todas partes. Y, desde luego, nuncahaba estado en el lugar de una joven rodeada por una jaurade estos demonios.

    No deba quedarse inmvil. Podra alcanzar la callems cercana, donde hubiese casas?

    Dio algunos pasos en direccin al asno, que losobservaba agitando sus grandes orejas. Los chicos lasiguieron, redoblando sus gruidos estpidos y sus saltosamenazadores.

    El asno retrajo los belfos, descubri sus dientesamarillentos en un malvado rebuzno que no impresion alos cros. Inmediatamente, le pegaron en los costados,

  • imitndolo. En un instante, all estaban, alrededor deMiriam, rindose de sus imitaciones como los nios queeran, obligndola a quedarse de nuevo inmvil.

    Sus risas ahogaron su miedo. S, eran cros y sedivertan con lo que podan: el miedo del asno y el miedode una chica demasiado tonta!

    Las palabras de Halva le atravesaron el alma: Busca apersonas con pinta de buena gente. Las tena delante, aesas personas con pinta de buena gente. ElTodopoderoso le ofreca la ocasin que buscaba conimpaciencia y, si Barrabs era quien se deca, habaencontrado a los mensajeros que necesitaba.

    Ella se dio la vuelta, bruscamente. Los nios seapartaron de un salto, como una jaura que temiera unosgolpes.

    Yo no quiero haceros dao! exclam Miriam.Al contrario, os necesito.

    Una decena de pares de ojos la escrutaban,desconfiados. Ella busc un rostro que pareciera msrazonable que los otros. Pero la mugre y la desconfianzacubran a todos con la misma mscara.

    Busco a un hombre que se llama Barrabs dijo ella. El que los mercenarios de Herodes tratan como a unbandido.

    Fue como si los hubiese amenazado con una antorcha.Ellos se agitaron, murmuraron unas palabras inaudibles, la

  • boca malvada, la mirada pendenciera. Algunos, con lospuos cerrados, adoptaron unas poses cmicas de pequeoshombrecitos.

    Miriam aadi:Soy amiga suya. Lo necesito. Solo l puede

    ayudarme. Vengo de Nazaret y no s dnde se esconde.Estoy segura de que vosotros podis conducirme hasta l.

    Esta vez, la curiosidad abland sus caras y les hizocallar. No se haba equivocado. Estos cros sabranencontrar a Barrabs.

    Vosotros podis hacerlo y es importante. Muyimportante.

    La preocupacin sucedi a la curiosidad. Reapareci ladesconfianza. Uno de ellos, de voz chillona, dijo:

    No sabemos ni quin es, ese Barrabs!Hay que decirle que Miriam de Nazaret est aqu, en

    Sforis insisti Miriam, como si no lo hubiera odo.Los soldados del Sanedrn han encerrado a mi padre en lafortaleza de Tiberades.

    Estas ltimas palabras acabaron con lo que les quedabade resistencia. Uno de los chicos, ni el ms forzudo ni elms violento de la banda, se acerc. Sobre su cuerpoenclenque, su cara sucia pareca prematuramenteenvejecida.

    Si lo hacemos, qu nos das?Miriam hurg en la bolsa de cuero que cubra su abrigo.

  • Sac unas moneditas de latn, apenas un cuarto de talento,el precio de una maana de trabajo en el campo.

    Es todo lo que tengo.Los ojos de los nios brillaron. Su jefecillo se

    sobrepuso a su alegra y consigui mostrar un desdnconvincente.

    Eso no es nada. Y lo que pides es mucho. Cuentanque ese Barrabs es muy malo. Nos puede matar si no legusta que lo busquemos.

    Miriam movi la cabeza.No. Lo conozco bien. No es malo ni peligroso con

    aquellos a los que quiere. Yo no tengo nada ms, pero, sime llevis hasta l, os recompensar.

    Por qu?Ya te lo he dicho: es amigo mo. Se alegrar de

    verme.Los labios del nio esbozaron una sonrisa astuta. Sus

    compaeros se arremolinaban ahora a su alrededor. Miriamtendi la mano, ofreciendo las monedas.

    Toma.Tan ligeros como las patas de un ratn, bajo las miradas

    vigilantes de sus camaradas, los dedos del nio cogieronlas monedas en la palma de la mano de ella.

    T no te muevas de aqu orden, llevndose elpuo al pecho. Voy a ver si puedo llevarte. Pero, antes deque volvamos, no te muevas de aqu; sino, tanto peor para ti.

  • Miriam asinti.Dile bien mi nombre a Barrabs: Miriam de Nazaret!

    Y que mi padre va a morir en la fortaleza de Tiberades.Sin decir palabra, le dio la espalda, llevndose a su

    pandilla. Antes de dejar el terreno ondulado, algunoschavales, jugando, persiguieron las pavas y las gallinas, quese dispersaron, enloquecidas. Despus, todos los niosdesaparecieron tan repentinamente como haban surgido.

    * * *

    No tuvo que esperar mucho.De vez en cuando, algunos transentes atravesaban las

    callejuelas. Su aspecto era poco menos famlico que el delos nios. Una vaga curiosidad animaba sus rostros. Lamiraban con detenimiento antes de continuar su camino,indiferentes.

    Las gallinas volvieron a picotear a los pies del asno, quedej de preocuparse por Miriam. El sol ascenda en elcielo salpicado de nubes. Calentaba la tierra cubierta dedesperdicios, levantando un olor cada vez msnauseabundo.

    Tratando de permanecer insensible, Miriam se oblig aser paciente. Quera convencerse de que los nios no la

  • confundan y saban verdaderamente dnde se encontrabaBarrabs. No podra permanecer en este lugar sin que supresencia despertara sospechas.

    Despus, de golpe y porrazo, aparecieron. No corran.Al contrario, se acercaban a ella a un paso moderado. Sujefecillo orden en voz baja:

    Sguenos. Quiere verte.Su voz segua siendo bronca. Sin duda, lo era en todo

    momento. En sus compaeros, Miriam vislumbr uncambio.

    Antes de dejar el terreno ondulado, el chico aadi:A veces, quieren seguirnos. No se los ve, pero yo los

    siento. Si te digo: Lrgate!, te largas. No discutas. Nosencontraremos ms tarde.

    Miriam asinti. Ellos se adentraron en un callejnfangoso, bordeado por muros de mala muerte. Los chicosavanzaban en silencio, pero sin ningn miedo. Ella lepregunt al jefecillo:

    Cmo te llamas?No respondi. Los otros le lanzaron miradas rpidas en

    las que Miriam adivin un asomo de burla. Uno de ellos segolpe con fuerza el pecho.

    Yo me llamo David. Como el rey que am a estachica tan bella

    Tropez en el nombre, que no acababa de recordar. Losotros le soplaron nombres diversos, pero Betsab no les

  • vino a la memoria.Miriam sonri al escucharlos. Sin embargo, su mirada

    no se apartaba de su gua.Cuando los dems se callaron, se encogi de hombros

    despreocupadamente y murmur:Abdas.Oh! se sorprendi Miriam. Es un nombre muy

    bonito. Y poco frecuente. Sabes de dnde viene?El nio levant la cara hacia ella. Sus ojos, muy negros,

    eclipsaban su curioso rostro. Brillaban de inteligencia y deastucia.

    Un profeta. Uno que no amaba a los romanos, comoyo.

    Y que era muy pequeito se burl en seguida elque se llamaba David. Y perezoso. Los sabios dicen queescribi el libro ms pequeo del Libro!

    Los dems chicos se rieron con una risa sorda. Abdaslos fulmin con la mirada, reducindolos al silencio.

    Cuntas veces se habran pegado a causa de estenombre?, se pregunt Miriam. Y cuntas veces habratenido que vencerlos Abdas a puetazos y patadas paraimponerse?

    T sabes esas cosas dijo ella, dirigindose a David. Y tienes razn. El Libro solo contiene una veintena deversculos de Abdas. Pero son fuertes y hermosos.Recuerdo el que dice: Se acerca el da de Yahveh para

  • todas las naciones: lo que hiciste te lo harn, te pagarntu merecido. Como bebisteis en mi monte santo, beberntodas las naciones por turno, bebern, apurarn ydesaparecern sin dejar rastro.

    Ella se guard de aadir que Abdas haba luchadocontra los persas, mucho antes de que los romanos seconvirtieran en la peste del mundo. Pero no dudaba que elprofeta Abdas haba sido como su pequeo gua: bravo,astuto, valiente.

    Los nios haban reducido su marcha. La miraban conestupefaccin. Abdas pregunt:

    Sabes de memoria lo que dijeron los profetas? Lohas ledo en el Libro?

    Miriam no pudo contener la risa.No! Yo soy como vosotros. No s leer. Pero mi

    padre ha ledo el Libro en el Templo. A menudo, me cuentalas historias.

    La admiracin ilumin y embelleci sus rostrosmugrientos. Qu prodigio deba ser que un padre contara asu hija las bellas historias del Libro! Se esforzaban paraimaginarlo. El deseo los impulsaba a preguntar ms cosas.Miriam protest, seria de nuevo:

    No perdamos tiempo charlando. Cada hora que pasa,los mercenarios de Herodes hacen sufrir a mi padre. Mstarde, os prometo que os las contar.

    Y tu padre tambin replic Abdas con tono firme

  • . Cuando Barrabs lo haya liberado, tendr quecontrnoslas.

    * * *

    Girando a izquierda y derecha, en un zigzag que no parecallevarlos muy lejos, llegaron a una calle ms grande. Lascasas que la bordeaban, menos deterioradas, estabanadornadas con jardines. Algunas mujeres estaban trabajandoen ellos. Lanzaron unas miradas intrigadas hacia el grupo.Al reconocer a los nios, volvieron a sus quehaceres.

    Abdas, doblando una vez ms a la derecha, se adentren un callejn que se abra entre gruesos muros de ladrillovisto: una antigua construccin romana. Aqu y all, entrelas fisuras, se haban abierto paso granados silvestres ytamariscos, disimulndolas al tiempo que las ensanchaban.Algunos eran tan grandes y tan fuertes que sus masasenlazadas sobrepasaban los muros de una altura equivalentea la de un hombre.

    Miriam se dio cuenta de que una parte de los nios sehaba quedado atrs, a la entrada del callejn. A una seal deAbdas, los chicos se adelantaron corriendo.

    Van a montar guardia explic el jefecillo.Y, a continuacin, l la llev sin miramientos hacia un

  • grueso matorral de tamarisco. El tronco se habamultiplicado en ramas speras, pero bastante flexibles parapoder apartarlas con el fin de pasar a su travs.

    Date prisa susurr Abdas.Su abrigo la estorbaba. Lo desabroch torpemente.

    Abdas se lo cogi de las manos mientras la empujaba haciaadelante.

    Al otro lado, para sorpresa suya, se encontr en uncampo de habas apenas crecidas, salpicado de algunosalmendros de troncos bajos. Abdas salt a su lado, seguidopor dos de sus compaeros.

    Corre! orden, llevando el abrigo entre las manos.Bordearon el campo de habas y llegaron a una torre

    medio en ruinas. Abdas, precedindola, subi una escaleracubierta de ladrillos rotos. Penetraron en una habitacincuadrada cuya pared del fondo haba sido derribada en granparte. A travs de la brecha, Miriam adivin la parte traserade otra construccin. Era romana tambin y muy antigua. Eltejado de tejas redondas estaba parcialmente derrumbado.

    Abdas seal un puente de madera descuajeringadoque, desde la brecha de la pared, penetraba en una buhardillade la construccin romana.

    Pasa por encima. No hay peligro, es slido. Y al otrolado hay una escala.

    Miriam se aventur aguantando el aliento. Quiz fueseslido, pero se mova terriblemente. Se desliz hacia la

  • buhardilla y se dej caer suavemente sobre una tabla demadera. La habitacin en la que se enderez pareca unpequeo granero. Unos viejos serones que servan paratransportar vasijas, comidos de humedad e insectos, seamontonaban en un rincn. La paja, con el trenzado roto ydesmenuzada rechinaba al pasar. Ella adivin el postigoabatido de una trampilla mientras, tras ella, Abdas saltaba asu vez sobre la tabla.

    Anda, baja! la anim.La estancia inferior estaba apenas iluminada por una

    puerta estrecha. Sin embargo, la escasa luz bastaba paradarse cuenta de que el suelo enlosado estaba lejos de latabla en la que se encontraba Miriam. Al menos, cuatro ocinco veces su altura.

    A tientas, con la punta de los pies, busc los peldaosde la escala. Abdas, con una sonrisa burlona en los labios,se inclin hacia ella, condescendiente, sostenindole lamueca.

    No est tan alto dijo divertido. A veces, nisiquiera utilizo la escala. Salto.

    Miriam intuy los peldaos que vacilaban bajo su pesoy, abstenindose de responder, los baj, apretando losdientes. Despus, antes de tocar el suelo, dos manospoderosas la cogieron por la cintura. Ella lanz un gritomientras la levantaban para dejarla en el suelo.

    Estaba seguro de que nos volveramos a ver

  • declar Barrabs, con una sonrisa en la voz. * * *

    Una luz escasa lo iluminaba en contraluz. Ella distinguavagamente su rostro.

    A su espalda, Abdas se dej deslizar como una pluma alo largo de la escala. Barrabs le revolvi con ternura lapelambrera.

    Veo que sigues siendo igual de valiente le dijo aMiriam. No has tenido miedo de confiar tu vida a estosdemonios. En Sforis, no hay muchos que se hubiesenatrevido.

    Abdas resplandeca de orgullo.He hecho lo que me dijiste, Barrabs. Y ella ha

    obedecido.Est bien. Ahora, vete a comer.Imposible. Los otros me esperan al otro lado.Barrabs lo empuj hacia la puerta con un pequeo

    cachete.Te esperarn. Come ahora.El chico mascull una vaga protesta. Antes de

    desaparecer, lanz una gran sonrisa inesperada haciaMiriam. Por primera vez, su cara era verdaderamente la de

  • un nio.Veo que ya has hecho un amigo dijo, divertido,

    Barrabs, con un signo de aprobacin. Es raro, no? Va acumplir quince aos y parece que tiene apenas diez.Hacerle comer es toda una aventura. Cuando lo encontr,era capaz de comer una vez cada dos o tres das. Se diraque su madre lo engendr con un camello.

    Atraves el umbral del granero y sali a la luz. Ella loencontr cambiado, mucho ms de lo que esperaba.

    No era solo la barba, ahora espesa y rizada, que lecubra las mejillas. Pareca ms alto que en su recuerdo.Sus hombros se haban ensanchado y su cuello erapoderoso. Una curiosa tnica blanca de pelo de cabra,ceida a la cintura por un cinturn de cuero tan grandecomo la mano, le cubra el torso y los muslos. Llevaba unadaga al costado. Las correas de sus sandalias, unos mediosbotines romanos de buena calidad, le llegaban hasta laspantorrillas. Una larga banda de lino ocre, que retenan unastiras estrechas verdes y rojas, le cubra la cabeza.

    Una indumentaria que no deba de pasar desapercibida einesperada en un hombre que se esconda. Unos efectosque, desde luego, Barrabs no haba comprado a losartesanos de Sforis con dinero contante y sonante.

    l adivin su pensamiento. La malicia ilumin de nuevosus rasgos.

    Me he puesto guapo para recibirte. No creas que

  • siempre voy vestido as!Miriam pens que deca la verdad. Tambin pens que

    inspiraba una seguridad que ella no recordaba. Y tambinuna dulzura que la curiosidad y la irona, mientras laexaminaba de pies a cabeza, no disimulaban por completo.

    Remat su examen con un gesto provocador.Miriam de Nazaret! Me alegro de que le dijeses tu

    nombre a Abdas. No te hubiese reconocido minti.Recordaba a una cra y he aqu a una mujer. Y hermosa.

    Ella estuvo a punto de devolverle la broma. Sinembargo, no era momento para perder el tiempo. Barrabspareca olvidar por qu estaba ella ante l.

    He venido porque necesito tu ayuda declar ellasecamente, con una voz ms ansiosa de lo que hubiesedeseado.

    Barrabs asinti, serio a su vez.Lo s. Abdas me ha dicho que es por tu padre. Es una

    mala noticia.Y, como Miriam iba a seguir hablando, l levant la

    mano.Espera un momento. No hablemos de eso aqu.

    Todava no estamos en mi casa.Avanzaron hacia una especie de patio extraamente

    pavimentado con grandes losas rotas que dejaban entreverun laberinto de pasillos estrechos, de tinajas, hogares eincluso una canalizacin de ladrillo y barro que a Miriam le

  • parecieron otros tantos enigmas. Las paredes estabanennegrecidas de holln, con desconchones, como si losladrillos y la cal no fuesen ms que una frgil piel.

    Sgueme dijo Barrabs, precedindola entre laslosas rotas y las aberturas del suelo.

    Se acercaron a un porche estropeado, pero cuya puertaera tan slida como nueva. Se abri ante ellos sinempujarla. Miriam dio un paso a su vez. Y se quedinmvil, pasmada.

    Nunca haba visto nada parecido. La sala era inmensa; elcentro, un gran estanque, y el techo solo cubra elpermetro. Lo sostenan unas elegantes columnas. Unospersonajes gigantescos pintados, animales desconocidos,paisajes colmados de flores cubran las paredes y hasta losmaderos del techo. El suelo estaba formado por piedrascon reflejos verdes que dibujaban figuras geomtricasentre placas de mrmol.

    Sin embargo, solo era un recuerdo de su esplendor. Elagua del estanque estaba tan sucia que las nubes apenas sereflejaban. Las algas vacilaban en la sombra, mientras lasaraas de agua corran por su superficie. Los mrmolesestaban medio rotos, las pinturas, borradas a veces por unalepra blanca, las manchas de humedad ensuciaban los bajosde las paredes. Una parte del techo se haba roto como bajolos efectos de un incendio, pero tan lejano que las lluviashubiesen lavado lo que quedaba del armazn calcinado. En

  • la parte ms sana, se apiaban montones de sacos y cestosllenos de cereales, de cuero, de tejidos. Sillas de camello,armas, odres estaban amontonados entre las columnas yllegaban al techo.

    En medio de este desorden, unos hombres y unasmujeres, cincuenta quiz, levantados o acostados sobremantas y balas de lana, la miraban sin amabilidad.

    Entra dijo Barrabs. No corres peligro alguno.Aqu, todo el mundo tiene ya lo que quiere.

    Volvindose hacia sus compaeros, con una curiosaarrogancia, anunci, con voz suficientemente fuerte paraque todos lo oyeran:

    Esta es Miriam de Nazaret. Una chica valiente queme escondi una noche donde los mercenarios de Herodescrean que podran echarme mano.

    Esas palabras fueron suficientes. Las miradas sedesviaron. Impresionada por el lugar, a pesar del desorden yla mugre, Miriam todava dudaba de avanzar. La extraezade estos hombres y de estas mujeres casi desnudos, amedias vivos, que aparecan en las pinturas murales laintranquilizaban. A veces solo aparecan partes del cuerpo,un rostro, un busto, miembros, la vaguedad de un vestidotransparente. As, solo parecan ms verdaderos y msfascinantes.

    Es la primera vez que ves una casa romana, no? dijo, divertido, Barrabs.

  • Miriam asinti.Los rabinos dicen que va contra nuestras leyes vivir

    en una casa en la que haya pinturas de hombres y demujeres

    E incluso de animales! Cabras y tambin flores.l asinti, ms socarrn que nunca.Hace mucho tiempo que no escucho las matracas

    hipcritas de los rabinos, Miriam de Nazaret. En cuanto aeste lugar, a m me sirve perfectamente.

    Con un gesto teatral, haciendo bailar cmicamente sutnica de pelo de cabra, seal todo lo que los rodeaba.

    Cuando Herodes tena veinte aos, todo eso era paral. l, que solo era el hijo de su padre y el pequeo seorde Galilea. Vena a baarse aqu. Se emborrachaba, sinduda. Y con mujeres ms reales de las que adornan estasparedes. Los romanos le ensearon a imitarlos, a ser unjudo gentil servil, como queran. Se aplic tan bien, leslami tanto el culo, que lo coronaron. Rey de Israel, y reyde los rabinos del Sanedrn. Sforis y Galilea hanterminado siendo demasiado pobres para l. Solo sonbuenas para frerlas a impuestos.

    Los compaeros de Barrabs escuchaban aprobandocon la cabeza este discurso que conocan de memoria, perodel que no se cansaban. Barrabs seal el extrao patioque acababan de atravesar.

    Lo que has visto all abajo son los hogares que les

  • servan para calentar el agua del estanque en invierno. Haceaos, los esclavos que estaban a cargo de ellos prendieronfuego a todo. Ellos huyeron mientras los vecinos apagabanel fuego y todo qued abandonado. Nadie se atreva aentrar. Segua siendo la piscina de Herodes, verdad? Y ashasta hoy. Hasta que la he hecho mi casa. Y el mejorescondite de Sforis!

    Estallaron las risas y las bromas. Barrabs asinti,orgulloso de su astucia.

    Herodes y sus romanos nos buscan por todas partes.Crees que nos imaginan aqu? Nunca! Son demasiadoestpidos.

    Miriam no lo dudaba. Pero no estaba aqu paraaplaudirle, algo que a Barrabs pareca no preocuparle.

    Ya s que eres astuto dijo ella framente. Poreso he venido hasta ti, aunque todo el mundo, en Nazaret,cree que solo eres un bandido como los dems.

    Las risas se atenuaron. Barrabs se atus la barba ysacudi la cabeza como para contener un emergente malhumor.

    Los de Nazaret son unos cagados murmur l.Todos, a excepcin de tu padre, a lo que parece.

    Exactamente, mi padre est en las mazmorras deHerodes, Barrabs. Estamos perdiendo el tiempo enparloteos intiles.

    Ella temi que la dureza de su tono lo encolerizase,

  • mientras sus compaeros bajaban la vista. Detrs del grupode mujeres, Abdas se haba levantado, con un bocadillo enuna mano y el ceo fruncido.

    Barrabs dud. Los mir a todos de arriba abajo.Despus declar con una calma inesperada:

    Si tu padre tiene tu carcter, empiezo a comprenderlo que le ha pasado!

    Seal uno de los rincones bajo las paredes pintadasque rodeaban la piscina. El lugar estaba amueblado comouna habitacin: un jergn recubierto de pieles de borrego,dos bales, una lmpara. Dos taburetes de maderaadornados con bronce encuadraban un gran tablero de cobresobre los que haba vasos y una jarra de plata. En el rincn,estaban dispuestos diversos muebles y objetos de lujo, sinduda robados a ricos mercaderes del desierto.

    A pesar de su impaciencia y su tensin, Miriam se fijen el orgullo de Barrabs mientras llenaba un vaso de lechefermentada mezclada con miel.

    Cuntame dijo l, instalndose cmodamentesobre unas balas de algodn.

    * * *

    Miriam estuvo hablando mucho tiempo. Quera que

  • Barrabs comprendiera por qu su padre, que era lamansedumbre y la bondad encarnadas, haba llegado a matara un soldado y a herir a un recaudador.

    Cuando ella se call, Barrabs dej escapar un pequeosilbido entre dientes.

    Desde luego, tu padre es un buen candidato a la cruz.Matar a un soldado y pinchar a un recaudador en labarriga No le van a hacer un regalo.

    De nuevo, sus dedos revolvieron la barba, en un gestomaquinal que lo avejentaba.

    Y supongo que quieres que ataque la fortaleza deTiberades, no?

    Mi padre no debe morir en la cruz. Hay queimpedirlo.

    Ms fcil de decir que de hacer, querida. Tienes msprobabilidades de morir con l que de salvarlo.

    Su mueca dejaba traslucir ms preocupacin que irona.Qu se la va a hacer! Que me maten con l. Al

    menos no habr agachado la cabeza ante la injusticia.Hasta ahora, ella nunca haba pronunciado semejantes

    palabras, tan violentas y definitivas. Pero comprenda quedeca la verdad. Si tena que asumir el riesgo de morir paradefender a su padre, no temblara.

    Barrabs se percat de ello. Su incomodidad se hizoms intensa.

    El coraje no basta. La fortaleza no est construida

  • para que uno entre y salga como de un campo de habas! Note hagas ilusiones. No conseguirs rescatarlo.

    Miriam se endureci, frunci los labios. Barrabssacudi la cabeza.

    Nadie puede llegar all insisti l, golpendose elpecho. Nadie, ni siquiera yo.

    Haba recalcado estas ltimas frases, mirndola dearriba abajo con toda su altivez de joven rebelde. Con elrostro helado, ella sostuvo su mirada.

    Barrabs fue el primero en desviar la vista. Mascullalgo, se levant nervioso de su taburete, avanz hasta elborde de la piscina. Algunos de sus compaeros habandebido de or a Miriam y todos lo observaban. l se volvi,con la voz dura, los puos cerrados, llevado por esa