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N° 10 - Febrero 1968 - La tierra purpúrea

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  • * CUADER,YOS DE lviARCHA intenta con la publicacin de esta obra clsica, una nueva experiencia. Como el

    autor lo dice en el prefacio que va a continuacin, "La tierra purprea" se public por primera uez en Inglaterra en 1885. La segunda edicin, tambin inglesa -cuyo texto ntegro es el que hoy damos con la sola excepcin de las cuatro pginas ltimas que contienen una brevsima jJarte histrica desprovis-ta de inters- apareci en 1904.

    Tardamente la obra fue traducida al esjJaiiol. Entre las ediciones hechas en nuestra lengua, caben recordar la de Salvador Rueda en 1951, la de Krafl en 1956 y la del }\1inisterio de Instruccin Pblica, en 1965. Esas ediciones estn, tn verdad, agotadas. Al reeditar la obra de Hudson, creemos prestar un servi-cio a nuestros lectores y abrimos, como ya fue dicho, un nuevo camino a CUADERNOS DE MARCHA.

    PREFACIO

    ESTA obra se public por primera vez en 1885 por los seores Sampson Low en dos pequeos volmenes que llevaban el ttulo de mayor longitud, y enigmtico adems para la mayora de las personas, de "La tierra purprea que Inglaterra perdi". En casi todas las regiones del globo puede encontrarse tierra purprea y el saberlo ha sido p:::ra nuestro beneficio. En los peridicos aparecieron unas pocas noticias sobre el libro y una o dos de las revistas literarias ms serias lo analizaron, aunque no favorablemente, bajo el encabeza-miento de "Los viajes y la geografa"; pero el pblico lector no se interes por su compra y bien pronto la obra cay en el olvido. All pudo haber permanecido por mayor tiempo que estos diecinueye aos, o tal vez para siempre, puesto que el sueo de un libro es de aquellos de los que puede no despertarse jams, a no ser porque algunos hombres de letras. que lo encontraron entre un montn de obras olvidadas, gustaron de l y se dedicaron a resucitarlo.

    Se nos dice a menudo que un autor jams pierde del todo su canno por su primer libro, sentimiento que ha sido comparado ms de una vez al que un padre siente por su primer hijo. No estoy entre ellos, pero al consentir que se haga esta reimpresin tuve en cuenta que los primeros trabajos de un escri-tor, o aquellos que no han merecido la atencin general, son pasibles de ser rastrillados con descuido si l no est alerta para efectuar sus reparos. Puede tambin ocurrir que el autor est realizando un viaje del que no se espera regrese. Es as que me p:1reci mejor supervisar por m mismo la nue\"a edicin, antes de darla a la posteridad, pufsto que as podra eliminar algunas manchas y barrillos que salpican la ingenua apariencia de la obra.

    Adems de numerosas pequeas correcciones y cambios de trminos, de la supresin de algunos prrafos y de la z.dicin de otros pocos, he omitido el captulo entero de la "Historia de un caballo overo", que se incluy en la reciente reimpresin de otro libro mo, "El omb". Tambin he suprimido la tediosa introduccin que figura en la primera edicin, conservando solamente, a manera de apndice, la parte histrica, en beneficio de aquellos de mis lec-tores que _puedan desear alguna informacin sobre la tierra que Inglaterra perdi.

    (Prefacio del autor a la edicin de 1904.)

  • CAPITULO

    TRES captulos en la historia de mi vida, tres perodos distintos y bien definidos, a pe-. sar de ser consecutivos, empezando cuando.

    no haba completado an mis veinticinco aos y terminando antes de los treinta, probablemente !ern los ms destacados de todos. Hasta el final de mi vida esos aos volvern a mi memoria con la mavor frecuencia v parecern los ms vhidos de todos, ms que lo~ veinticuatro ya p:,sados y

    que los cuarenta o cuarenta y cinco, que espero puedan ser cincuE'nta o tal ve:c srsenta, de los que

    me quedan POr vivir. Pues ou alma de e>u: maravilloso ~- variado mundo 'deseara ab:mdo-narlo antes de los noventa? Su'; negruras v sus luces, su dulzura v su amargor me hacen an~arlo.

    Del primero de los tres perodos bastar es-cribir slo una pabbra. FuE' _el de mi noviazgo y rnatrimonio; y aunque E'Sa experiencia me parf:'ci Fntonces lo ms nuevo \' extra del mundo. dr-bi semejarse, sin emhar~o, a la de otros hom-bres, pues todos ellm se casan. Y el himo ps y ro..:. host":-iues \: (crTn .... : ::oonil'hn'~ en los qur dcsr:n..:ar~. a" cnn;r' rnuc} rnqros.

    hond

  • ~ mesperadamente e! lucero del alba. all ~bre la negra y extensa llanura en que s~ dur-~:era cuando la noche lo sorprendi, con su tlnllo sobrenaturaL estreila anunciadora del da y de la etern::1 esperanza, de pa:7nnes y luchas, de esfuerzo, descanso v felicidad.

    No necesitG detener.me en relatar los heci.n ctue nos lle\"aion a hi RaiJ.Ga: nuestra fu.g~_~ noc .. tucna de'cL: la ca;,a de -::21;,po de ::?as;ita en 1~ pa1npa: d~ nuc~st.r.2 casarrj.:,,:r:::o secrc~v e:r.t h .. capital y 'la suosi>:::u:ent;: huida 1.lacia el norte, a la pmvir;cia de Smta Fe; de los siete u oc;10 meses de inquieta elicidad que gozamog y fi :nalmente, de nuestrc secreto regreso a Bm'nos Aires en busca de algn b2rco que nos sacara del pas. Intranquila felicidad? Ay, s! Y mi mayor inquirtud se produca cua!1do al mirarla ~compaera nara toda mi vida. tan hermosa. :menuda y exciuisita, con sus ojo; color azul os: !:uro que pareca Yioleta, sus 'edosos cabellos osr:uros v su suave cutis color de rosa v acei tuna.-- bservaba m ap'\ri;:ncia tan dclic;da. Y yo la haba tomado --'te\ habh robado-- de sus

    protz;ctor~s nuturats; del hog-ar doadt: la h~b1an idobt>adu~ yo, m1 con otra

    sin recursos~ v qut~ ... por h~b1:rla ta?-cra un ~n~ il ;lchor. ~)~;ro no Labkmos ae

    sah:c en b'"ncv que r:.os llevaba, obser-vando c:r1o las tor!'C3 de Bueno~ .A~r~5' se des-vaneclan baca t=:l :_este~ empe2n .. mos a sentirno3 Hb.res de aprensiones y nos di-1nos en f,_:}ic~dacl Gue nos tspcraba~

    nuestro en~ ....

    dr:::1 nor0este, y nos !lev.._~ volando con1o un E- ve ?1obre: oh).s roiizas v feas; e~ a nnsmJ. r,orhe dc:se:Tibc~rc:J.n)O' ~n ia cl'..tdaG

    Nos dirmos a un holel _ - - -l' ' f c;onue vr:.,~lrnos vanos u:la" nTt..ry .e ~ces en n11~tua

    '""'"'.cm;_._,; y cuacdo paseba:11os a lo 1ar,so de la para ob~er\:ar la puesta dr1 ~ol y e1 cielo

    encendido cor: su m;:tico fuego. el agua v aq1H"l cerro que denomina a la ciudad, y recordi-

    que nuestras miradas se dirig:~n hacia bs de Bctenos Aires. era g:rato pensar eme el

    ms indmito CE'] n~undo se int~rpona 'entre nosotros y aquellos que probablemente ,3e sentan ofendidos por lo que habamos hecho.

    Este encantador estado de cosas lleg a su fin de m:mera algo curiosa. Una noche, -despus de estar un mes en el hotel. yo estaba acoctado en la cama conmletamente desvelado. Ya era

    t~rde haba odo ia melanclica \oz del se reno cnr:1o arrastrndose bajo mi \crr tana) cantado ~;1;}" una. y n!,edia y nublado;\,

    Gil Bias cuenta en su biog:rafa cmo una noche mientras permaneca ac~stado y despie!" to, empez a e;aminar su conciencia, cosa de-susada para l, llegando a la c:mclusi:;:: de que no era ;,n joyen muy bueno. En !a niebia de

    rri~ f:CO halag~~,d rcfiexlones sobre n-t n1is .. rr1o~ yo pJ.:;~ ba ~~3a r:oche .-r~nc.. ~!.Jeri.enc:ia clg\; :;;C.iTif'JaL~-~ Ldvnt~! i Si recin nos f-tabian;os ca~aclo~ Sin ernDarg-o~ ha .. ciendo justicia ::; Paquiw. df'bo decir yu.e cie no hq.berrne casado con ella su infPlicic1ad sera aun .ma,or .':lo que la pohrc"cilb no de jar de p::n'r' r

  • ~Te juro, Paquita -repliqu'-, que maa-m1 antes de ponerse el sol ha.s de ver a esa tia tuya, y estoy seguro, querida rr..a, que ella 'eStar encantada de recibir a una parienta tan. honit0 como t. Qu contenta se- pondr con esta oportunidad de contar aquella
  • taJa de ~er un arma que puede llevarse tanto ~n los centros ms cultos y cumplidores de la ley como entre mineros y montaeses. Si la gen te inofensiva dejara de usarla, los malvados tendran v-la iibre v haran la v-ida de los de-ms intolerable. Afortunadamente, los malhe-chores siempre temen a este intangible revl-ver, temor que es. un sentimiento saludable, pues los refrena ms que la razn y los tribunales de justicia y a l se debe que los mansos he :reden la tierra. Pero mi disputa era con toda una nacin, aunque no muy grande, pues la Banda Oriental cuenta slo con un cuarto de milln de habitantes. Y sin embargo. en este escasamente poblado pas, con un ~u~lo gene

    ro~o y un clima benigno, ap?rentemente no ha-ba lugar para m, un hombre joven, robusto y de buena inteligencia, que slo peda se le deiase traba iar para poder vivir. Pero cmo podra hacerles sentir su in justicia? Yo no po-

    . da tomar el clacrn que se me daba cuando peda un huevo y hacer que picase a cada uno de los individuos oue formaban la nacin. Esta-ba incanacitado, absolutament

  • ~. Y lue~ vendrla l:ll. ~ 1 aquella lluvia :;angrienta hara que la hierba creciera ms ver

    ~e y la1 flo-ej lucieran colores ms ..,-ivos. No~ entonces tan amargo como el ajenjo

    '! la hiel pensar que sobre las cpulas y torres que se ven all, a mis pies, flame hace apenas medio siglo la santa cruz de San Jorge? Por que jams se emprendi cruzada ms santa ni se plane una conquista tan noble como la que tuvo como objeto el arrancar estas bonancibles tierras de manos indignas para incorporarlas para siempre al poderoso Imperio Britnico!

    -Qu no sera ahora esta tierra clara y sin in-vierno y esta ciudad que domina la entrada del ro ms grande del mundo? Y pensar que fue conquistada para Inglaterra, no a traicin, ni comprada con oro, sino a la vieja usanza sa joria, a fuertes golpes y pasando por encima de montones. de cadveres de sus defensores! Y luego de ganarla de este modo pensar que se la perdi -quin lo creera?-, no en lucha sino entregada, sin cambiar un golpe en su de iensa, por cobardes miserables indignos de lla-marse britnicos! Aqu, sentado solo en este cerro, me arde el rostro como fuego al pensar en esa gloriosa oportunidad perdida para siem prei "Ofrecemos a ustedes mantener sus leyes, su religin y propiedades bajo la proteccin del Gobierno Britnico", proclamaron pomposa mente los invasores, los generales Beresford, Achmuty, Whitelocke y sus compaeros; y poco ms tarde, despus de sufrir un revs, ellos (o uno de ellos) perdieron los bros y canjearon el

    pas que habian empapado ~n jangre y lmquis, tado, por un par de miles de soldados brit-nicos hechos pr;ioneros en Buenos Aires, al otro lado del estuario; y entonces, embarcndose de nuevo en sus barco2, izaron las velas y se alt< jaron para siempre del Plata, Esta transaccin, que debe haber hecho entrechocarse de indig~ nacin en sus tumbas los huesos de nuestros an tepasados vikingos, fue olvidada ms tarde, cuan do nos apoderamos de las ricas islas Malvinas, Qu esplndida conquista y qu g~oriosa coro pensacin por nuestra prdida! Cuando aquella ciudad reina estaba en nuestro poder, as co mo era posible la regeneracin y la posesin definitiva de este mundo de verdor, fallaron nuestros corazones y el premio se nos cay de: las manos temblorosas. Abandonamos el conti nente asoleado para capturar la desolada gua-rida de focas y pinginos; y ahora djase que todos los que aspiren a :ivir bajo aquella "prc-teccin britnica" que Achmuty pregon en-ticamente a las puertas de esta ciudad, se trans porten por s mismos a aquellas lejanas isla~ antrticas para escuchar el trueno de las olas en las playas grisceas y temblar entre los des templados vientos que soplan del helado sur.

    Despus de pronunciar este cornninatorio discurso me sent grandemente aliviado y regrt< s a casa de buen humor, a tiempo para ?J. ee, na, que esa noche consisti en cogote de car, nero, zapallo, batatas y chodo tierno, combim~-" cin que de ningn modo :sabia mal para v..r> hombre con hambre,

  • NCliOS Y CORAZONES G.\UCHOS PASAll.ON vario dias y :mi segundo par de bocine~ habia ;,ufrido va dos cambios de

    ue:ig, antes de que c~menzaran a tomar ~o~ l~ proyectos de doa Isidora para me-JOrar mi situacin. Quizs comenzara a consi derarno3 una ~arga para su casa, organizada m5l bien mezquinamente; de cualquier modo, (!yndome decir que yo preferira la vida en el ~mpo, me dio una carta de recomendacin de una docena de lneas para el mayordomo de una leiana pidindole le hiciera el favor d.e dar a l!U -que as me llama ba- alg-~.ma ocupacin all. Probablemente ella .\taba que esta carta no ;servira de nada y me la diq simplemente para em-iarme al interior del pas, de manera que pudiera conservar a Pa quita indefinidamente a su lado, pues se haba

    ~Encariado muchsimo con su hermosa sobrina, La estancia estaba en los lmites del departa mento de Pay-sand, a no menos de setenta le guas de M:ontevideo. Se trat2ba de un largo viaje y se me aconsej que no lo emprendiera iln hacerme de una tropilla. Pero cuando un paisano le dice a uno q~e no puede hacer se-tenta leguas a no ser que disponga de una do cena de c:::ballos, simplemente quiere decir que no se puede recorrer esa distancia en dos das, pues se le hace cuesta arriba pensar que alguien :se conforme con hacer menos de treinta leguas diarias. Yo viaj con 1m solo caballo, por lo que el viaje me tom varios das. Antes de llegar a m1 destino, la Estancia de los Desam-parados, pas por varias aventuras que vale la pena relatar v comenc a sentirme entre los ;dentales tan ~n mi propia casa como o estuve por largo tiempo entre los argentir.os~

    .AJ'ortunadamente, despus de dejar la ciud2.d jpl durante todo el da viento del oeste que trajo consigo algunas nubecillas que mitigaron el ~rdor del soL rlor lo aue pude cubrir un buen n{1n1ero d~ {ecruas a~tes de la cada de la noche. Me dirig hacia el norte, a trav; del departamento de Canelones, y ya me h2.ba in ternado bastante en el departamento de Florida cuando para pasar la noche en el solita ~o ra~ch,o_ de adobe de un viej~ pastor qu~.vi Vla prumtlVamente con su rmqer y sus l-njos. Al dirigirme hacia. la cas?. saEeron a atrope-llarme varios perros grandotes; uno de ellos se

    prendi a la cGla de mi caballo, arrastrando a1 pobre animal de un lado para otro y hac1n doo tombaiear hasta el punto de poder apenas mantenerse de pe; otro se prendi con los dien-tes de las riendas, mientras que un tercero clav los colmillos en el taln de una de mis botas. Despus de observarme por algunos segu_rdos, el ya tordillo pa:tor, de cuyo cinto colgaba un facn de una vara de largo, se adehnt a pro-tegerme. Peg unos grws a los perro~ y como no le hicieran caso se lanz adelante y con unos , cuantos golpes diestramente distriouidos con el pesado cabo del rebenque, los alej aullando de rabia y dolor. Luego me salud con gran cox-o tesa, y pronto, despus de desensillar mi ca" bailo y dejado libre para que pastase, nos sen tamos jumos, gozando del aire fresco del atax-o decer mientras sorbamos el amargo y refres cante m2.te que su mujer nos serva. Mientra~ :onversbamos observ numerosas lucirnagas 'que revoloteaban rpidamente a nuestro alrede-dor; nunca haba visto tantas a la vez y el es p;:ctculo era hermossimo. A poco, uno de lo!i nios. chiauillo vi,-:;.racho de unos siete u ocho aos,. se r:os acerc corriendo con uno de lm: centelleantes insectos prisionero en la mano, y dijo:

    - ~fire, tatita, he cazado una linterna! Vea qu brillante es!

    --Que los santos te perdonen, hijito! -di jo el padre-. Vaya. mi pequeo, y djeia de nue\o en el pa~to, porque si la lastimase los espritus se enoi2ran, pues las nimas salen de noche y quieren mucho a ias linternas, que siempre les hacen compaa.

    "Qu bonita supersticin -pens- y que manso y bondadoso corazn debe poseer este viejo pastm oriental para mo3trar tanta ternu ra por una de las pecuezs criaturas de Dios!" Y me felicit por la buena fortuna de haber ido a dar co:1 tal persona en lugar tan apartado.

    Los perros, despus de comportarse tan ru,o damente conmigo V de haber sufrido en ceno secuencia fuert~~ ca'stigo, haban 'i-'uelto a ace!"' carse v ahora estaban echados en el suelo alre-dedor nuestro. All advert, y no por primera ':ez, que los perros de regiones tan apartadas no gustan que se les hagan atenciones o acario cie como los de lugares ms poblados y civii-

    ;.UAD~RNOS ;; MARCHA

  • zados. Al tratar de acariciar en la cabeza a uno de esos speros brutos, me. mo~tr los dien-tes y gru salvajemente. Sin embargo, este ani

    ;-::.~~'..de temperam~nto ta_: feroz, q~e no p:de c;-;rnlo d~ p:1:te cle s~1 d.u, l\01 rs t::n .uz-l 2! !-::-,=-a b,e co:n

  • zarme una inqusidora mirada eon sus ojos ne-gro:i avizores. sigui con lo que deca. Des-pus pedir ~a; y agua, para estar a tono con h costumbre, me sent en un banco, y en cendiendo un cigarrillo, me dispuse a escuchar. El estaba vestido a la usanza gaucha pero con ropas gast:odas: camisa de algodn, cha queta corta, calzoncillos anchos de algodn y ehirip, pieza de la indumentaria semejante a un chal sujeto en la cintura por medio de una faja y que cae h:::cia abajo hasta media distan cia entre las rodillas v los tobillos. En vez de sombr~ro llevaba un pauelo de algodn at2.do descuidadamente alrededor de h cabeza: su pie izquierdo estaba desnudo, mientr2.s que el dere-cho caiz:,,ba una bota de potro en la que estaba asegurada una enorme espuela de hierro cuyas puntas tenan unos cinco centmetros de larcro. Pens oue un es-:Jolonazo con ellas bastara pa-ra . a un aballo toda la enerza de que fuera capaz. Cuando entr, el ;;iejo ~estaba dis-curriendo sobre el bastante gastaclo tema de b

    contrapuesta al libr:e albedro: sin ero-sus ar!!Umentos no eran los ridos de la

    filoso:'b sino que tomaban la forma de ejemplos principalmente reminiscencias per-

    sonales v exnafos episod;os de la vida de per-1-::::.ba conocido: ;:us descripciones eran

    tan y detalladas, centelleantes de pasin, s?cdra~ htlTD01\ ternura~ y tan dramtica rra 5:u accin lTlic::ntras pasaba de un cuento a otro~ :que me sent1 n1uv sorprendido v iuz~u a e~e

    ora~r d~ pulpera como un wr:d~:de;o zenio. 1 cn111nadet su argumentac.i6n fi 10 sus ag-n~

    dos o~os (~E n1. diciendo: -Vo. amigo, que ust!:d viene de 1fonte-

    vdeo: pre~untar1c qu noticias hay por all?

    --Qu noticias quier.c or? -le dije: pew que no era muv propio limitarme a las comunes ,, contestar a este curio;:o pa-

    jarraco ?I:cntal de andr:ajoso pluma_ie, v que cu yas selY2.t1cas notas natnas tenan tanto encan-to-. Es la misma historia de ;:iempre! -Y continu-: Dir"n que cualquier d~ h:l hr~ mn reYolucin. .

    Algunas per:'ona:-; ya se han retirado a su'-casas. despu:- de e;:cribir con tiza en g-randes letras en f:::s puertas de Pl!a-:: "Por fayor, entrr a esta casa y deg-e-lle al dueo para que puc~ da descansar tranquilamc:ntc sin temor de lo qu

  • los oyentes hubieron cesado-, no qulS!era que ninguno de los amigos y dems personas pre-~entes llegaran ligeramente a la conclusin de que he pretendido decir algo ofensivo. Si hu-biera pensado que usted era de Montevideo ni siquiera hubiese mencionado a los monos. Pero es el caso, seor, que aunque usted habla co-mo nosotros hay en la sal y la pimienta de su tono gustito a forastf:ro.

    -Es cierto -dije-, soy extranjero. -Indudablemente. amigo. usted es extran-

    jero en algunos aspe~tos,- pu~s ha nacido bajo otros cielos, pero en cuanto a esa caracterht'ca fund::Jmental que creemos el Supremo Hact>::'or nos dio a nosotros y no a los nacidos en otras tierras; en cuanto ~ esa capacidad de sentirse hermanado de corazn con las personas que se tratan, ya vistan de terciopelo o los r: brigue una piel de carnero, en eso, amigo, usted es como nosotros, un oriental puro.

    Ante 1~ agudeza ~el elog:io no ~ude nwnos que sonre1r: a lo me1or no fue mas que una ~1ant>ra dt> agr

    deseaba saber lo m:s que pudiera de este tipo tan oririnal, y antes de salir compr una ho-rella de caa, lo que hizo brillar sus ojos. por lo que pens que su nombre -Lucero- le cua-draba perfectamente Su rancho sc hallaba a una media lt>gua ele la pulpt>rb v nuestro (!a-lope hasta all tal vez hava sido el ms curioso que jams he tenido. Lu'cero era un domador y el animal que montaba sumamente chcaro Y maero.- Durante el camino se entabl una lucha furiosa entre la bestia y el hombre p,m ver quin venca; el animal se encabritaba. ln cicaba, corcoveaba y pona en juego todas las maas concebibles para desembarazarse del pe so que llevaba encima: Lucero, mientras tanto. usaba el rebenque y las espuelas con extrema energa y prorrumpa en torrentes de raros ad-jetivos. Por momentos pareca que se iba a es-trellar contra mi vieja tranquila cabalgadura ,. un rato despns estaba a cincuenta metros d" distancia; pero a pesar de eso, Lucero no dt>j6

    NUMERO 101 PEBRERO 1968

    de hablar, pues en el momento de arrancar ha~ ba empezado a narrarme una historia intere-sante que sigui contando en medio de la lu~ cha, reanudando el hilo del relato despwfs de cada tempestad de maldiciones que volcaba SO" bre su bazual y alzando la Yoz hast:1 el nunto de gritar ~cuando se hallaba muy distan~iado. El aguante del Yiejo era realmente extraordi w ro v cuando llegamos al rancho salt iigero al sueo y pareci~ tan fresco y sereno c;mo pudiera pedirse.

    En la cocina se hallaban varias personas ter mando mate: los hijos y 1::ietos de Lucero y tambin su mujer, una anciana canosa de oj"'> turbios. Tambin Lucero era un hombre de edad. pero, a semejanza de Ulises, posea a::-1 en su alma el fuego y la enena inextinguible dP la juventud, mientras que los ''os haban cargado de dolencias, arrugas y canas a su com. paiera.

    :\1e present a ella de modo qc_e me h;::o enrojecer. De pie delante de ella, elijo que me haba conocido en la pulpera y que me hz.ba lwcho la pregunta oue un simule camnesino de-be hacer sie~pre ;{. todo viaj'ero que' llega de :\fonte\ideo: ~Qu noticias haba de all? Des pus. tomando un tono seco v >at:ico cJUe no podra imitar ni aun er!Sc:y{mdoln por af;'os, re~ piti mi fantaseada respuesra. adorn:I:c:lola con mucho de su propia ocurrenci~:..

    --Seora -dije cuando termin-, no crea qu;:- todo lo que su n1arido ha dicho de n1 "" mo. Yo slo le di b lana crudc: que, para rideitarla, ! ha tejido en una hermo::a t

  • ~ ~t' ~ lem. _mientras .yo eopia1Ja pl&abr"2s en tm. libro de apuntes, cosa
  • CAPITULO lH

    MATERIA PARA uN IDILIO p,, ./A DY temprano en la maana siguiente ,,_ 'J l j el rancho del locuaz domador de ca-

    ballos y continu mi viaje trotando ca lladamente durante todo el da, y dejando de trs mo el departamento de Florida me inter n en el de Durazno. Aqu interrump mi vi_:, detenindome en un estancia en la que tuve una excelente oportunidad de estudiar los rno-cbk:s v las costumbres de los orientales Y do:1 de re~lic variadas experiencias y a~men grandemente mis conocimientos sobre los imec ros. La casa, a la que lleg-u una hora antes df' la cada de la noche y ~donde ped permi::o para desensillar, se:n la expresin usada por los viajeros para pedir que se les deje pasar la noche all, era una construccin baja, alargada, :echada con paja: pero las bajas y enormemi':n"-: :;;ruesas paredes eran de piedra extrada de '~-~ ;ierras vecinas, niedras de formas v t~ma~~s diferentes, que, vistas desde fuera, te~an el s.~pecto de una valla de piedra. Para m fue u:1 misterio el que esas piedra~ groseramente amon tonadas, sin cemento que las uniera se hubier:c::1 mantenido sin derrumbarse: v todava fue u:1 n1ayor misterio ei imagina; por qu el tosc0 interior, lleno de innumerables agu ipros e in tf'rsticios llenos de poho. no haba sido rt>v0ca do iams.

    Fui recibido amablemente por una f~milia rnu, numeroJchara o cualquier otro buen bocadillo fl1etlico que embuchar sin ser vistos. Una mu lita domesticada, que pareca ser e! animalito preferido de alguno, pas la noche entrando y saliendo de la pieza, mientras que una gaviota reng-a estaba siempre en el camino de todos, haciendo or su chillido gemebundo para que le dieran algo de comer, resultndome la men diga ms in~istente que jams encontr en mi Yida.

    Esa gente era muy jovial y bastante indus trio:m p2ra un pas tan indolente. La tierra era suya, los hombres cuidaban del ganado, del que parecan poseer gran nmero de cabezas, mien tras que las mujeres se encargaban de hacer quesos, para lo cual se levo:ntaban antes del amanecer a ordear las vacas.

    Por la noche llegaron dos o tres jvenes que imagino cortejaban a las muchachas de la ca sa. y despus de una cena abundante tuvimos canto y baile al son de la guitarra, la que, con

  • ,~ m .i~ mpon~ tenganeabida~en el pe-ello de un hombre valiente. Los naturalistas. nos dicen que se trata del Connorhinus infestans, pero.eomo esta informacindeja algo por decir, dacribir en pocas palabras este bicho. Se. lo encuentra en los territorios de Chile, Argentma y Jos pases orientales y es conocido por los ha bitantes de este vasto territorio por el nombre de vinchuca; pues, io mismo que a unos pocos :VOlcanes, vboras m
  • Volv a. gozar de nuevo una larga siesta y :;l llegar la noche resolv ponerme fuera del alcance de los vampiros, as que, despus de la cena, me fui a dormir al raso. Sin embargo, a eso de medianoche, una sbita tormenta de viento y lluvia me llev de nuevo al abrigo de la casa, con lo que me levant a la maana siguien-te en estado tan deplorable que decididamente enlac a mi caballo y lo ensill, aunque el pobre

    ~penas poda apoyar un pie en tierra. Mis ami gos rieron con ganas al verme hacer tan re-sueltos preparativos de partida. Despus de to mar .con ellos un cimarrn me puse de pie y les agradec su hospitalidad.

    -Pero, amigo -dijo el duefo-, no puede s~r que usted quiera marcharse en ese animal! Xo est en ccndiciones de llevc.rlo.

    ~No tengo otro -repliqu- y estoy de-_$eando llegar a mi destino.

    -De haber sabido eso antes va le hubiera frecido otro caballo -me replic 'al tiempo que mand a uno de sus hijos que arreara sus ca ballos al corral.

    Escogiendo de entre .los de la tropilla uno de muy buena pinta me lo present, y debido i1 que yo no tena bastante dinero- como para

  • CAPiTULO IV

    LA ESTANCIA DE LA. VIRGEN DE LOS DESAMP AR1\DOS

    CONTINUA:''ffiO mi viaje por el distrito de Durazno vade el hermoso ro Yi y entr en el departamento de Tacuaremb, extre

    madamente largo, que se extiende hasta la fron tera brasilea.. Lo cruc por su parte ms an gosta, donde tiene solamente unas ocho leg-uas de ancho; luego, cruzando dos ros cuyos r'i'om bres son verdaderamente curiosos. !os ros S:::l sipuedes Grande y Sa!sipuedes C1ico, llegu al cabo de mi jamada, en la provincia o depar tamento de Paysand, La Estancia de la Vir gen de os Desampar:~dos era un edificio de la clrillos de bm;n tamao, de forma cuadrangu lar, que se elevaba sobre una muy alta eleva cin del terr':no, dominando un inmenso trecho de tierras onduadas cubiertas de pasto. Cerca de la casa no haba plantacin a!guna, ni si quiera un rbol de sombra ni una planta cul-tivada; solamente haba algunos g-randes corra les para el ganado en los que s~ hallaban de s_eis a siete mil cabezas. La ausencia de lugares de sombra y de verdor daba al lugar un c.s pecto desolado que no atraa, pero si alguna vez vo llegara a tener autoridad all eso cam biara pronto. El mayordomo o administrador. don Policamo Sanderra de Pealosa. se mostr como persona muy simptica y afable. Me dio la bienvenida con aquella calma cortesa orien-tal, que ni es fra no efusiva, y luego ley aten !amente la carta de doa Isidora. Por ltimo dijo:

    -Deseo, mi amigo, proporcionarle todas ias comodidades posibles en estas alturas; en cuan to a lo dems, seguramente va sebe lo oue pue-do decirle. A buen entend:dor pocas palabras le bastan! De cualquier modo, aqu no falta la buena carne, y no .quiero decir sino que usted me har un gran avor considerando esta casa y todo lo que hay en ella como si fuera suya mientras nos honre con su presencia.

    Despus de expresar estos bondadosos senti-mientos, que mantuvieron mi incertidumbre en cuanto a mis perspectivas, mont en su caballo y se alei al galope, para atender, probable mente. alg-(n asunto importante, nues nor va rios das ';o volv a -,erlo. - ' '

    Inmediatamente proced a instalarme en la

    cocina. Pareca que ninguna ele las personas de la casa entrase ni siquiera por casualidad

    'en las dems hz.bitaciones. La cocina era enor me y pareca un granero; meda por lo menos unas quince varas de largo y el ancho estaba en propo1cin con el largo; el techo era de c:1. as. v el fo;rn. colocado en ei centro de la

    cocin~, cons1;t1a en una plataforma de bc.rro cercada por caas de buey medio enterradas vcrcalmente en el suelo. Por aqu! y all se encontraban esparcidos algunos trbedes y mar-mitzs de hierro y de la viga central del techo colgaba una cadena terminada en gancho, del que estaba su;pendida una gran olla de hierro. Completando la lista de los utensilios de cocina tambin se vea un asador de unos dos metros de largo. No haba sillas, ni mesas, ni cuchillos, ni tenedores; cada uno llevaba su propio cuchi-llo y a la hora de comer se volcaba el puchero en una gran fuente chata, mientras que el asa-do se lo serva cada uno directamente del aca dor, tomando la carne con los dedos y cortando su tajada. Los asientos eran troncos de rboles y algun2s cabezas de caballo. Habitaban la casa una anciana negra y canosa, horriblemente fea, de unos setenta aos de edad, y dieciocho o diecinueve hombres de todas las edades y tama-os v de yariedad de colores, desde el blz.r.co aper~aminado hasta el de la madera envejecid:l de 1~ er:cina. Haba un capataz y siete u ocho peones; im dems eran agreg-ados, es deeir, su-pe~numerarios que no reciban jornal, o, ha-blando claro, vagabundos que se apegan a es tm establecimientos lo mismo que perros erran tes atrados por la abundar.eia de carne, y que en algunas ~por~unidades avc:~an. a los peones

    . en sus t:1.reas, as1 como tambJCn Juegan un po co por dinero y roban para disponer p~ra pe-queos ga ~tos. Al despuntar el da todos esta-ban sentados alrededor del fog-n tomando ma te cimarrn v fumando un ci~arrillo: antes de salir el sol todos estaban m~tados. a caballo repuntando al ganado; a medioda todos re-gresaban Dara el almuerzo. El consumo v des perdicio de carne era impreoionante. Fr~cuen temente ocurra q~1e. despus del almuerzo, de diez a quince kilos C.e carne de puchero o asa

    CUADERNOS DE MARCHA

  • do fuern arrojados a una carretilla y llevados al montn de basuras para servir de alimento a veintenas de halcones, gaviotas y caranchos, ad 'ms de los perros.

    Por supuesto, yo no era n~s que un agrc gado, sin sueldo ni ocupacin todava. Sin em bargo, pensando que esto sera solamente por un tiempo, me senta dispuesto a tornar las co-sas buenamente y bien pronto me hice ami~0 de los dems, participando de buen grado er: tocios sus pa;;atiempos y tareas voluntatias.

    Al cah0 de pocos das me sent muy c:m sado de comer nada ms que crrne, pues por esas alturas no era posible ni siquiera conseguir un bizcocho; y en cuanto a papas era lo mismo que haber pedido un plum-pudding. Al cabo se me ocurri que habiendo tantas Y~cas podra ser posible conseguir alguna leche, con lo oue ir.troducira al!;n camb=o en nuestra dieta. Por

    1~ nc:ch~ mencion, el a unto y propu~e que :o.l d::l s1gunte enlaza:-amos una \ac0 v b am'in s5.cem~s. Algunos aprobaron la sugestin, cF c:endo que nunca haban pemaco en eso; pero la anciana negra, que po::- ser la nic'l repre-sentante del belln sexo era siempre escuch:Y1a con la deferencia debida a tal es-tado, se lanz6 a'J~sionadamente en la opoicin. Afirmaba c_:ue ninguna vaca haba sido ordeada en el esq-blecimiento d~sde haca doce aos, cuanco rl dueo hiciera una visita al mismo acomp~ado por su joven epecto promisor. Pronto encontrr,mos una que nos gust. Un ternerito de no ms de una se--mana de edad la segua y sus hinchadas ubres eran la promesa de generosa provisin de !e--che; pero desgraciadamente era brava y su~ cuernos pur;tiagudos como agujas. . , .

    -Despues se los cortaremos -gnto CejaS. Luego enlaz la vaca y yo captur al ter-

    nero, al que levant hasta colocarlo sobre el recado, delante de m, con lo que arranqu na ra la casa. La vaca me sigui corriPndo fu riosamente mientras que detrs vena Claro ~

  • tendido. Tal vez se confi demasiado y dej que la vaca tirara del

    la sujetaba:; la cosa fue que de pronto ha:;ia y le . llev una carga de sor-

    pren,da>te furia, hundiendo uno de sus tremen-en el -v-ientre de su caballo. Pero

    estuvo a. la altura de las circunstan- priinero un hbil golpe en el morro

    vaca, 1o que la hizo recular por un mo-.leao cort el lazo con su cuchillo a! qu: me gritaba que soltara al ternero

    y despus escap del aprieto. Tan pronto como estuvimos a distancia prudencial detuviinos los

    ""'"'"'"u~. mientras Claro coment secamente que lazo era prestado y que el caballo perteneca

    a estanci2., de modo que no habamos perdi-do nada. Desmont y dio algunas puntadas en la enom1e zbertura que el pobre anima! tena en la barriga, usando p::na ello como hilo al-gunos pelos que le arranc de b cola. Fue una tarea difcil, o por lo menos lo hubiera s!do para pues tuvo que 2.gujerear el pellejo del animal con la punta del facn, pero aquello pa-reci cosa simple para l. Con la porcin del lazo que quedaba pial al animal de una pata trasera Y delantera. arroi[mdolo a! suelo de una dietra sJ.cndicia: iuCf~O. suietndolo all. .rr:::cliz la costura ele .la hrrida ~n un par de r111nutos.

    -Qu "'~yo! -contest con indiferencia--. Lo que s~ es qu; ahora n1e podr _llevJr 1-:asta la casa; Sl dcspucs se 1nuere~ qu un porta:

    de esto ~:oh-imos a monta?- y Pndt: :rezarnos tr:::.nquilan1ente para la estancia. Por supEesto qu; se rn?fa~on ?~ nosot1os de_spiada-

    score tocio la v1eJa ne,gra: qu1en, se-habz:. pre'\isto lrJ Cj11P. iba a ocu-

    hab:"ir a esta nncia!1a v oscura n;u-UYJD hubier:t in:ro.~inado que c~nsideraba el

    de beber l:~chc con1o un.8 de la5 n1~:.yores cfens?.s n.1orales un hornbre pud1era con1e-tr:::r. y que en .('3tC c~1.::n !::1 providt;r:cia :;r. l:ahJ

    1111la::::ro~-anti:-nte- para nnprd1r quP .s::.tisficisernos nuestros depravado~ apetito~.

    toin e1 asunto serenan1entc. -!~o les caso -me diio-. El hzo

    no (-ra nuestro. el caballo tanTp~co. rntonC'C~~ irnporta lo que di~~u1?

    _El dueo del lno. que nos lo haba prei no me lo den1t"lws. este tf'cho que nm cubre no ha,tar para cobijarnos: a 1o:-rlo

  • en vez de agua, el bruto maldeca atrozmente, jurando que me sacara el corazn y que lo comera estofado con cebollas y aderezado con comino v otros condimentos.

    Desd~ entonces he pensado muchas yeces en acuella sublime concepcin culinaria del br-huo Bias. En su cerebro bovino debe haber ha bido una chispa de silvestre genio oriental.

    Cuando el agotamiento debido a la furia, el dolor y la prdida de sangre por fin lo redu-jeron a silencio, la vieja negra se volvi hacia l dicindole que haba sido justicieramente ca'3 tigado, puesto que, a pesar de sus oportunas advertencias, no haba sido l, acaso, quien prestara su lazo para que aquel par de herejes -pues nos llamaba de ese modo- pudieran enlazar una vaca? Bueno, su lazo estaba perdi-do; despus, sus amigos, con la gratitud que es de esperar de gente que bebe leche, se haban \uelto en contra suya y por poco lo matan.

    Despus de la cena el capataz me llev apar-te Y con modo excesivamente amistoso v abun-da~cia de rodeos, me aconsej que me f~era de l estancia, pues no estara seg-uro si me que-da-;e. Contest que yo no tena la culpa y que haba pegado en defensa propia; adems, que haba sido mandado a la estancia por un ami-go del mayordomo y que est2.ba dispuesto a ,erlo personalmente para darle mi versin de lo ocurrido.

    El capataz se encogi de hombros y encendi un cigarrillo.

    Al cabo regres don Policarpo y cuando le narr lo sucedido ri un poco pero no dijo na-da. Por la noche le record la carta que habL:-, trado de Montevideo, preguntndole si tena la intencin de darme algn trabajo en la es-tancia.

    -Vea, amigo -contest--. darle un em-pleo ahora sera intiL por ,aliosos que fueran sus servicios, pues en este momento las auto-ridade;; deben estar informadas de su pelea con Bla:;. Lsted debe esperar que dentro de pocos das \endrn aqu para efectuar indagaciones v es probable que tanto usted como Bias sern encarcelados.

    -Qu me aconsejara usted que hiciera. entonces?

    ?vfe contest que cuando el avestruz pregun t al venado qu deba hacer cuando aparecie ran los cazadores, la respuesta fue: " dispararl"

    Re por el bonito aplogo y contest que no crea que las autoridades se molestasen por m '-' que adems no me gustaba la huida .

    Cejas, que hasta entonces l1aba mostrado

    inclinacin a apoyarrn~ y tomarme bajo ru ~ teccin, se volvi muy caluroso en su amistad. en la que mezclaba cierta deferencia cuando no; hallbamos solos, pero en presencia de otro~ zustba hacer alarde de su amiliaridad conmi go. Al principio no entend gu significaba estl'! cambio, pero pronto me llev a un lado, mist& riosamente, y se mostr extremadamente co~ fidencial.

    -No se preocupe por Barbudo -me Jams se atrever a levantar otra -vez la man,; contra usted; y si usted condesciende a hablaro le amablemente,. se har su ms humilde esc!O? vo v estar onrulloso de oue usted gr~;ientos dedo~ en su ba~ba. Tampoco caso de lo que el mayordomo dice, porque tambin le tiene miedo. Si la autoridad lo meo te preso ser slo para ver cunto le puede dar! no le detendr mucho porque usted es extran= jero y no pueden hacerlo senir en el ejrcito, Pero cuando est de nuevo en libertad usted tendr que. matar a al2:11no.

    Completamente so;prendido, le por gu.

    -\?'ea -replic--- su reputac1on Ya est sentada en este denart2mento

    ~osa gue los hombres envicen ms. Es que en ese nuestro ;;iejo El el hombre qu: se , . por todos, qmenes no renunc1arzcr; a lo hasta que demuestre que es capaz de qu""' darse con su presa. Hay ':arios s:uapos los eme usted no conoce y que estn a a:r~ marle can1orra para su valor. E,n 1a pr& x.ima pelea que -tenga ~st~d, no slo debe s1no matar, o no lo dcJar;-cn en paz.

    :VIe sent grandemente est?t, consecuencia de mi sobl'i Bbs el Barbudo y no apreci pa.ra nads. b clas\'0 de ~ra0deza que mi oficioso . .a1i::zo Cia.ro p2re~ ca crnpe2do en in1ponerrne. Era por cierto! or que yo haba dr:iado sentada fa~ 1na de ~!Suapo e~ u1~ departan1e~to tan belicoso con1o Paysand: pero las COl!:secuenc1as que eso repn:sentaba eran~ para decir le rner!OS: de:sa., graciables; de modo que su atnistosa sugerencia. re~o~-:;:f mente la estancia. No huira de !:s puesto que no era un n1alhechor. slt1c gacin de matar gente para soc~ Q"O. \;"" a la n1aana siQ"uicnte. es!~ o-:; ... gt~;:;to de n1i ~nni.~o y~ sin d~cl; nada a nadie de mts planes. monte m1 caballo ,. e; Asilo de los Desamparados para SPQL" mis znenturas en otra parte

  • CAPITULO V

    UNA COLONIA CABALLEROS lNGLESES A A I fe en la estancia como campo de mis ac-1 V' l tividades haba sido poca desde el prin s, escarahajos y otros bichos que SE' comen todo cuanto crece.

    La habitacin a la que me hizo entrar no ten;a ms ml\ebles que una grn mesa de p~no y alr;1mas ~illas: tambin se vea un aparador, 1!'1 tablero para colocar sobre una chimenea y a1c;unos estantes arrimados contra las paredes.

    F~ todos los lugares haba pipas, tabaqueras, CUADERNOS CE MARCHA

  • cartucheras y botellas vacas .. Sobre la mesa ha ba v
  • el turno jams faltara a su mesa ninguno de los otros nueve.

    Inmediatamente despus de nuestra llegada a Io de Bingley comenzaron a llegar los dems, cada uno de los cuales se sentaba a la hospita laria mesa y aada otra bocanada a la dema nube de humo de tabaco que oscureca la ha-bitacin. Se conversaba mucho y bulliciosamen-te; se cantaba y se consuma una enorme can tidad de t, caa, pan, manteca y tabaco; pero era un entretenimiento cargante y para la hora en que termin yo estaba asqueado de esa cla-se de vida.

    Antes de separarnos, despus de haber can-tado entusiastamente John Peel, alguien propu-so un cacera del zorro al verdadero estilo in-g1s. Todos estuvieron de acuerdo, supongo que felices por encontrar algo que rompiera la mo-notor..:a de aquella existencia, y al da s2guien-te salimos a caballo seguidos por una veintena de perros de distintas razas y tamaos, prove nentes de cada una de ias casas. Despus de buscar en los luQ"ares donde haba ms probzbi-lidades de encor~ar alguno, levantamo un zo-rro de un madzo de m:rmo. El animal endere-z rectamente hacia una cuchilla a eso de una legua de distancia, atravesando una hermosa v suave pradera, de modo que tenamos todas la's probabilidades de alcanzarlo. Dos de los caza C..ore: se haban provisto de cuernos de caza que rsoplaban continuamente, mientras que los dems gritaban a todo lo que daban sus pulmone,, de modo que la partida era bien bulliciosa. El zo-rro pareci comprender el peEgro que corra y ~aber que su nica posibilidad de salvacin consista en conservar sus fuerzas hasta alcan-zar abrigo en las colinas. Sin embargo, brusca-.mente, el animal cambi de direccin de su ca-rrera, lo que nos dio gran ventaja pues cortan . rlo el campo nos encontramos todos cerca de 'us talones, separados nada ms que por la . vas~a llanura. Pero el zorro tena sus razones para hacer lo que hizo; haba observado un gru po de vacas y en pocos momentos las alcanz y se entrever eon eilas. Las vacas, sacudidas por el terror que nuestros gritos y el sonido de los euernos les producan, se desparramaron de pronto y arrancaron en todas direcciones, de modo que pudimos seguir siempre con el zorro ), la v!sta. Leios, delante nuestro, el pnico que ;;e haba apoderado del ganado cunda de gru-po en grupo tan rpido como !a luz, y poda mos ver :?l los animales a gran di~tancia nues "i:ra, huyendo de nosotros, mientr:>s que sus mu gidos y l.tronadoras pisadas llegaban dbilmen te a nue;;tros odo~ trados por ei viento. Los pe-nos, gordos y perezosos, no podan adelantarse ~ nuestros caballos, pero an ~eguan en la tarea

    armados por nuestros gritos incesantes, has~ que al fin alcanzaron al primer zorro que ja ms se hubiese cazado debidamente en la Banda OrientaL

    La caza nos haba aleiado mucho de nues tra residencia y termin ce-rca de la casa de una gran estancia, y mientras permanecimos obser vando a los perros que acosaban a su vctima hasta darle muerte, ei capataz del establecimien to, 2compaado por tres hombres, cabalg has--ta donde e.;tbamos para averiguar qines ramos v au estbamos haciendo. Era un hom-bre del 'lugar, bajo y de tez morena, vistiendo un traje pintoresco, que se dirigi a nosotros con extrema cortesa.

    -~fe podran decir, seores, qu raro ani ma es el c:'e cazaron?

    -Un .zorro! -grit el seor Bingley, agi-tando triunfalmente por encima de su cabeza la cola que acababa de cortar-. En nuestro pas, Ingl2terra, cazamos al zorro con perros y hoy hemos estado c&zando al estilo de nuestra tierra.

    El capataz sonri, replicando que si estba-mos dispuestos a acompaarle le proporciona~ ramos el gran plz cer de mostrarnos una caza a la usanza ele la Banda Oriental.

    Aceptamos gustosamente y montando nue~tros caballos partimos al galope siguiendo Rl ca pataz y sus hombres. Pronto llegamos hasta donde estaba un pequeo rebao de hacienda ,-acuna: el capataz arremeti hacia el mismo y desenrollando el lazo lo arroj diestramente so-bre los cuernos de una vaquillona gorda a la que haba echado el ojo; luego arranc a todo galope hacia la casa. La vaquillona, incit:1da pDl' los hombres que la seguan de cerca y la agui joneaban con sus cuchillos, apresuraba su ca rrera bramando de rabia y dolor, tratando de 2.lcanzar al capataz, quien se mantena fuera del aicance de sus astas; y as llegamos bien pronto a la casa .

    Uno de los hombres arroj su lazo, enlazan do una de las patas traseras del animal, que tironeando en dos distintas direcciones ue sw jetado prontamente; entonces se apearon los otros peones, quienes primero desjarretaron la vaquillona cada y luego hundieron en su garo ganta un !argo cucHllo. Sin cuerearla, descuat"" tizaron la res v los trozos elegidos fueron arrD"' jados a un gr~n fuego de Ie~ que uno de .los hombres babia estado preparando. Una hora ms tarde nos sentbamos a festejar con catJie con cuero, jugosa, tierna y exquisitamente sa" brosa. Debo decir al lector ingls, acostumbra= do a comer c.rne y caza que ;e ha conservado hasta que se V1.1elve tierna, que antes de alean= zar dicho estado la carne se ha endurecido pri

    (;U.l\.D_ERNOS bE tAA.RCH

  • meramente. La carne~ incluso la de caza, ja ms es tan tierna o deliciosamente sabrosa como cuando se la cocina y come inmediatamente despus de muerto el animal. Comparada con la carne en cualquier otro estado es lo mismo que comparar un huevo recin puesto o un sal mn recin cobrado con otros que se han con servado durante una semana.

    Gozamos indeciblemente la comida, aunque el capitn Cloud se lament amargamente de que no hubiera caa o t con qu remojarla. Cuando agradecimos al invitante y estbamos por dirigir las cabalgaduras hacia nuestras ca sas, el amable capataz sali hasta nosotros y manifest:

    -Seores! -dijo-. Cada vez que sientan ganas de cazar vengan hacia ac, que .enlaza remos una vaquillona y la asaremos en su mis

    mo euero. Es el mejor plato que ia repibtfe~ puede ofrecer a los extranjeros y para m ~ un placer el agasajarlos; pero les ruego que oo vuelvan a cazar zorros en las tierras de es~ estancia, porque han espantado de tal mane~ al ganado que est a mi cuidado, que demandas r dos o tres das de traba jo a mis hombre$ el encontrarlo de nuevo y reunirlo aqw o~ vez.

    Hicimos la promesa que no! peda, IOOmf> prendiendo claramente que la caza del zorro &1 estilo ingls no era un deporte que pudieiF.!I adaptarse a la Banda Oriental. Luego volvim~ a ias casas y terminamos el resto del da en 1~ del seor Girling, otro de los "cuatro grand~l'fl bebiendo caa y t, fumando innumerables pas de tabaco cavendish y conversando liObJ~ experiencia de nuestr\ ~ce~

  • CAPITULO VI

    TORMENTA EN LA COJ_jONIA OA.St varios das en la colonia y supongo que la. vida que all llevaba tuvo un efecto des-moralizador sobre m, pues por desagradable que ella fuese cada da senta menos deseos de abandonarla y hasta algunas veces pens seria-mente en establecerme all yo mismo.

    Esta idea extravagante se me ocurra gene-ralmente de tarde, ,despus de haberme bebido gran cantidad de caa y t, combinacin capaz de enloquecer pronto a cualquiera.

    Un da. durante una de nuestras divertidas reuniones, 'se resolvi ir a Tolosa, pueblecito distante unas cinco leguas al este de la colonia. Al da siguiente nos pusimos en marcha, cada uno con su revlver en la cintura y provisto de un grueso poncho para abrigo, pues era costum-bre de los colonos pasar la noche all cada vez que iban a Tolosa. Nos albergamos en una es-paciosa posada existente en el centro del mse-ro pueblo, donde haba alojamiento para hom-bres y bestias, llevando estas ltimas la mejor parte. Pronto descubr que el principal objeto de nuestra ..,,.isita era el variar el entretenimiento de beber caa y fumar en la colonia por el de hacerlo en Tolosa. La chupandina sigui encar-nizadamente hasta la hora de acostarse, cuan-do el nico que se mantena sobrio era yo, en :razn de haber pasado la mayor parte de la tarde andando por el pueblo y conversando con la gente con la esperanza de or alguna infor-macin til p2ra mi propsito de conseguir tra-bajo. Pero tanto las mujeres como los ancianos me dieron pocas esperanzas. Parecan estar in-diferentemente establecidos all y cuando les pregunt qu hacan para gamrse la vida res-pondieron: esperar. El principal tema de su con-versacin era el de mis compatriotas y su visita :!l.l pueblo. Consideraban a sus veci..nos ingleses co;no raras ""/.peligrosas criaturas; que no e:

    " m1an nada sohdo y que se mameman nada mas que con una combin

  • nos hallamos, no es as?, lejos de nuestros hoo gares y nuestra patria y de todo lo dems.

    Cmo dice el poeta? Seguramente algur.o de ustedes recuerda sus palabras. Pero pa ra qu, cul es ei objeto, seores, de estar aqu? Esto es, justame:nte, lo que voy a .-,xplicarles, saben? Estamos aqu, seores, para infundir un poco d~ nuestra energa anglosajona y to-das l:::s dems cosas de esa clase, en este viejo tarro de lata arruinado de pas.

    Aqu el orador fur: animado por salvas de aplausos.

    -Ahora, caballeros -continu--, 110 es duro, terriblemente duro encontrar que se nos tenga tan poco en cuenta? Yo tengo esa sensa cin. . . La tengo, seores; nuestras vidas se es tn desperdiciando. No s, amigos, si ustedes sienten lo mismo. Ustedes saben que no cons tituimos un grupo de personas melanclicas. Formamos, por el contrario, una magnfica com binacin contra los demonios de la melancola, Sin embargo, a veces siento que toda la cza que existe aqu no basta para matarlos del todo. ::-;o puedo dejar de pensar en los divertidos das pasados d otro lado del agua. No ... No me miren ahora como si pensaran que me voy a poner a gimotear. No ...

    Ustedes szben que no voy a ponerme en tan estpida situacin. Pero s quiero, amigos, que ustedes me digan: ;. es que v2.mos a seguir embrutecindonos, engullendo caa?. . . Per dn! ... Perdn, seores! En realidad no qui se decir tal cosa. . . La caa es casi ia nica cosa decente por aqu! .. , La caa nos man tiene vivos! ... Si alguno se atreve a hablar con tra ella dir que e~ un perfecto estpido. Yo quise referirme al pas, seores, a este viejo podrido pas, saben? No hay cricket, ni so ciedad, ni Bass, ni nada! ... Supong2mos que hubiramos ido con nuestro. . . capital y ener :;;as al Canad, no nos hubieran recibido con los brazos abiertos? En cambio, qu rec!bi miento tuvimos, aqu? Bueno, seores, lo que propongo es esto: protestar! Elevemos eso ... ; cmo se llama?. . . a eso que llaman gobierno. Presentaremos nuestro caso a ... a eso ... secr r''' e insistiremo~ firmemente; eso es lo que va m os har:er, no es as? i Es e u e vamos a viv r en~re votos mo!DS miserables dndoles el bene Lci0 de nuestros , . , nuestros ... , s, seores, nuestros cc._pLtaJes y energas: sin recibir nada r'J cambio? No, no: tenemos que hacerles sa be, que no, ;~tamos satisfeshos, que nos enoja remos mucmsrmo con ellos. Creo que esto es, seores, todo lo que tengo que deci'r.

    Granrles aplausos cerraron las palabras y el orador se sent en el suelo en forma ms bien brusca, Luego se cant Rule, Brita11nia, ponien-

    NUMERO / FESRE::RO 18S8

    do cada uno en juego todo ~1 _,Al terminarse !a ... canc1on te ronquido del capitn \Vriothesiey. Habla e~ pezado- a disponer -algunas rnanta Para acosta.~ se, pero enredndose irremediablemente con !~ 1iendas, la sobrecincha y las correa> del haba cado dormido con los pies en d ret.adl y la cabeza en el suelo. -

    -Hola! 1 Esto sl aue no puede ser! ~ t uu"o a lo~ otros-: Despertemos aJ VlCJtil Cloud disparando nuestros revlveres contra !!.-pared, por encima de su cabeza, para del revoque 'Je caiga encLrna, Ser tn:rntertd~,o mente divertido!

    Todos quedaron encantados con la nr.r-,nni'J!:o ta, menos el pobre Chllingvvorth, quien de pronunciar su discurso se arrastr sobre piet -y mano~ ,hasta un rinc~. dond~ q~;:d sentadr~s solo y v1endose muy palldo y abatld.o.

    Y all comenz el fuego, dando la r.r.avo lt:f de las balas apenas unos pocos eentmetro; . encima de la cabeza del recostado capitn, parramando polvo y pedacitos de revoque :;z, bre su rostro amoratado. Me puse en de m::s salto, temeroso por lo que pudiera me precipit hacia ellos dic!endo, en mi apuro;

    s~e estaban _demasiado borrach~s para b1en sus revoh.eres que matarlan a su 1{i interyencin pro\c6 una den1cstrd;_, cin de enojo. en- mdio de la cual el que estaba tendido en surnarnentc in~ cmoda, se despert, por senta.;e, nos n1ir vagarr1ente~ teniendo las rlendas y !a correas envolvindole el cuello lo> braz>~3 CO"' mo si fueran serpientes.

    -A qu viene esta pendenciar ~pregun~ t roncamente-, Comenzando una rev"Ud~ ta? ... Supongo. . . M u y bien! Es b nico qu!'l puede hacerse en este pas. . . E,;o sE. . . No me pidan que sea presidente! No vale la pe-na!. . . Buenas noches, muchachos! Pero no vavan ,.cortarme el gaote por equivocac!nL, ~ Que Dios los bendiga!

    -No, no! No te duermas, Cloud! taron los dems-. El culDab!e de i:oio esto Lamb, quien d:ce o u e ~~t2 ;,o~ brrachos .. " As: ~s omo paga n~est~a hospitalidad!. , , Esa- . thmr,os disparando lz.s arrnas para despertarte,

    parz, tonur un trag-0. ~- t-"r:1 trago?.~~ ; Bt1eno! -adntl e1 ca ...

    pitn ccn voz ronca. -Y Lamb tema q-:.:t fur3LOS a hcrhte .. ,

    Di! es, vi e jo, si tienes miedo de tus Di1e Jo que piensas de su conducta!

    ~" C1 ' j' "'" :-::::,1:., 113.ro,_3ueselo.'Irc! e1 caplt

  • terse, seoreg. . . Pero son ustedes quienes lo trajeron! ... No es as? ... Qu pensaba yo de l? ... No dije que no era de Ia misma cla-se?. . l no poda ser uno de los nuestros! ... Puede serlo ahora?. . . Eso lo resolvern us-tedes! ... No dije que era un tipo sin moda-

    un changador? ... Entonces, por qu de-monios no me deja en paz? ... Saben qu voy a hacerle?. . . i Voy a pegarle un puetazo en las narices!

    Al llegar aqu, el valiente caballero intent ponerse en pie, pero sus piernas se rehusaron avudarle v bambolendose hacia atrs. contra

    I~ pared, 'solamente pudo quedarse mirndome fijar=1ente con sus ojos lacrimosos.

    ::Me puse de pie con la intencin, supongo, de darle un puetazo en sus narices, pero cam bi2.ndo rpidamente de parecer levant mi re-cado y las dems pilchas y sal de la habitaci:1 maldiciendo de todo corazn al capitn Clou-desley, quien, sobrio o borracho, era el genio del mal de aquella colonia de caballeros ing1e ses. Apenas hube salido cuando el jbilo c;ue experimentaron por haberse librado de m i u e expresado con fuertes gritos, aplausos y una de' carza general de los revlveres contra el tech).

    CTe~d las mantas al raso y me puse a so1i-loquear hasta quedar dormido. "As termina. :rne dije fijando mis somnolientos ojos en la constelacin de Orin. la segunda aventura. o la vi0;sim:1. seguncla, .que ta';to da el nmero exacto de ellas, puesto que todas terminan e:;

    humo -humo de revlver- o el blandir de puales y el sacudir del polvo de mis pies. Y quizs en este mismo momento, Paquta, des pertada de su ligero sueo por el montono can to del sereno bajo su ventana, extiende los bra zos para tocarme y suspira al encontrar que mi lugar sigue YaCa. Qu debo decirle? Que de-bo cambiar mi nombre por el de Hernndez o FtTnndez. o Bias o Chas, o Sandariaga, Go rostiaga, :Yfrdariaga o cualquier otro aga, y conspirar para echar abajo el orden actual. No me queda otro recurso, porque este mundo O!"icntal es como una ostra que slo una filosa e;;pada podr abrir. En cuanto a las armas, al eircito \. la instruccin militar. todo es inne-c':sario. Basta tan

  • C.APITULO \lH

    EL AMOR POR LO BELLO TEMPR.AJ."\0, a la siguiente maana dej To-- losa y viaj todo el da hacia el sudoeste.

    Lo hice sin prisa, apendome frecuentemente para dejar que mi caballo bebiese un sorbo de agua clara y probase un poco de pasto verde. Tambin pregunt en tres o cuatro estancias por si hubiera algn trabajo, pero no encontr nada que pudiera serme ventajoso. Cubr de es-ta manera unas siete leguas de marcha, siempre en direccin a la parte este del distrito de Flo-rida, ubicado en el corazn del pas. Faltando ms o menos una hora para la puesta del sol resoh no seguir ms lejos por ese da; no po-dra haber pensado encontrar un lugar ms agradable para el reposo que aquel que se ex-tenda a mi frente ...

    Ln rancho limpio con amplio corredor. ,. tuado entre una enramada de viejos y hermosos sauces llorones. Era una tarde serena. de sol res plandeciente; en todo se extendan a paz y la quietud, hasta en los pjaros y los insectos que pe1manecan silenciosos o solamente emitan no tas suaves y apagadas; y aquella modesta ':ivien-cla, con sus toscas paredes de piedra y su te cho de totora, pareca am1onizar con el resto. Semejaba el hogar de sencilla gente de campo cuyo nico mundo era la soledad de los pastos regados por numerosos arroyos cristalinos, siem-pre limitado por aquel lejano e ininterrumpido anillo de horizonte y cubierto por la bveda ele un cielo azul tachonado de estrellas por la no-che v de da lleno con la dulce luz del sol.

    Al aproximarme a la casa me sorprendi a;radablemente el no ser recibido por una jau-ra de perros bravos ladrando furiosamente y lanzndose hacia el atrevido forastero para ha-cerlo aicos, cosa que uno siempre espera. Los inicos signos visibles de vida eran un anciano de blanc~s cabellos, sentado, fumando, en el co rredor, y a pocos pasos del mismo, una joven de pie, bajo un sauce. Pero aquella muchacha era un cuadro de los que se contemplan larga-mente y se graban en la memoria para toda la vida. Jams haba visto nada tan exquisitamen te bello. No era una de aquellas bellezas tan comunes en estos pases, que al igual que ese viento del sudoeste, el pampero, nos sorprende de pronto, quitndonos casi el aliento, para ale-jarse luego con la misma l%pidez, dejndonos

    NUMERO 101 FESRE:RO 19.8

    con el cabello :rev-uelto v la boca llena de Su efecto fue ms bi~n como el de la brisfZ, primaveral, de suave soplo, que apenas acarici

  • otra parte. No era Ia hospitalidad corriente que de ordinario se ofrece a un forastero sino un afecto natural y sin esfuerzo, como el que po-dra esperarse se brindara a un hermano queri-do o a un hijo que hubiese salido de all en la maana y retornase entontes.

    A poco lleg el padre de la joven, 3orpren dindome en extremo encontrar que era de ba-ja. estatura, rstro arrugado y oscuro, los ojos como centas de azabache y nariz chata y an-(;ha, mostrando bien a las daras qu pr sus venas grra ms que un poco de sangre cha-rra. Est ech por tierra mi teora sobre la causa de la blancura de la piel y el color azul de los ojos de la muchacha; sin embargo, aquel hombrecillo de piel oscura era de carcter tan 3uave como los dems, puesto qm: entr, tom

    ~siento y se uni a la conversacin lo mismo que ~i yo hubiese sido uno de la familia quien es-peraba encontrar all. Mientras conver5aba con esa buena gente sobre simples asuntos del cam-p, dejamos de lado toda la impiedad de los mientales: la guerra de degello entre blancos y colorados y las indecibles crueldades de! si-tio de los diez aos; hubiera querido haber na-ido entre ellos v ser uno de ellos y n un ingls cansado y errar{te, sobrecargado con las ar~1as \" la armadura de la chilizacin. bambolendose.

    ~.l igual que Atlas, al llevar e~ su hombros el peso de un reino en el que jams se pone el ;;o l.

    Al rato, ese buen hombre del que jams ~upe el verdadero nombre, pues su mujer le lla-maba simplemente Batata, observando ton aire

    ~:rtico a su bonita hija, observ: "Por qu te has engalanado de ese modo, hija? Hoy no es d da de ningn santo".

    "Su hija, vaya!, exclan1 menta!meflte. Si parece ms bien la hija d la estiell vesperti-na _que la ~e tal hombte!"Pero ~~s palabras no tenian razn alguna, para cahfu:adas sua...-e-!ent, pes la dle criatur, tyo nombre era Mr;r;;arita, a pesar. de est~t calzada n llev~ba med!afi, v su vest1do -tJettamente muv lnn po~ ~r~ de una tela de algodn de un ~stam pado tan desteido que era 'imposible distiftguir el tiibnjo. La l1ica h1estra que pudiera Ilamar-;;e rteglo 1!\!'a una ar~osta nt azul ceida a !'!U blanco cuello de lirio. Ni aunque hubiera ves-tido las 1'11is ricas sedas y llevado las joyas ms

  • dems decan. Me haba recinado contra la pa red y estaba ocupado en observar la enc:mtado :ra cara de Margarita que, debido a la excita cin producida por su felicidad, se haba teido de un delicado color rosa. Sie'mpre me apasion la belleza: la puesta del sol, las flores silvestres, especialmente la verbena, que en este pas .Ua-man bonitamente margaritas; y, sobre todo, el arco iris extendindose en el segmento verde y violeta, en un vasto cielo sombro cu:.:ndo las nubes tormentos::s pasan hacia el este sobre la tierra mojada, baada por el sol. Todas esas co-sas tienen para mi alma fascinacin especial. Pero cuando la belleza se encarna en un ser hu mano, supera a todo lo anterior. Hay en el!a un poder magntico que atrae !l mi corazn; e:; al

    go q~e no puede Uaml!ml amor, porq-, ~~o podna un hombre casado experimentar ~ ~en cimiento para otra persona que no fu~ !IU mujer? No, no es amor, sino un~ espeei11t de afecto sagrado y etreo que; se iilsemeja al :amor solamente de la misma manera que la fragancia de las "-ioletas se parece al sabor e la mi~ y; al del panal.

    Al fin, algn tiempo despul de ~ ~ll'.ti, M:argarita, con gran pesar mo l!e levant para retirarse, pero no sin pedir ante!9 nuevament(!, la bendicin de su to. Despus que hube !li.li do de la cocina, y viendo que la inagotabie ~~ quina parlante que era Anselmo segua adela, te, fresco como siempr-g;, ~n~ndi ll!1! ~~~ 1 me di.spusilt , ~cuchM.

  • CAPITULO VIII

    MANUEL, LLAMADO TAIVIBIN "EL ZORRO" CUANDO empec a escuchar, me sorprendi que el tema de la conversacin ya no fue-ra el tan favorito de los caballos que haba pre-dominado sin rival toda la velada. El to An-selmo l!e extenda ahora elogiando la ginebra, b??ida por la que confesaba tener especial afi-Clon ..

    -No hay duda que la ginebra -deca~ es la flor de todas las bebidas fuertes. Siempre sostuve que es incomparable y por eso siempre tengo un poco en casa, en un porrn; es as que despus de tomar mate por la maana y dos, o tres, o cuatro tragos de ginebra, ensillo mi caballo y salgo con el estmago satisfecho, sintindome en paz con todo el mundo.

    -Pues, seores -sigui diciendo--, suced' que ia maana en cuestin advert que haba quedado muy poco de ginebra en la botella, por que aunque no poda ver cunto quedaba, por s.er la botella de barro y no de vidrio, me di cuenta por la manera como deba empinarla ai servirme. Para recordar que deba traer ms a casa ese da, hice un nudo en mi pauelo; des pus, montando a caballo, sal al galope hacia el lado donde el sol se pone sin sospechar si quiera que algo extraordinario iba a sucederme ese da. Pero as pasa con frecuencia, porque ningn hombre, por muy letrado que sea y ca-p::tz de leer el almanaque, puede decir lo que ha rle st1ceder en ei da.

    AnsoJmo estaba atrozmente insulso v sent grand

  • baeer y Cm@ hacerlo ~;e me ha hecho tan da ro como este mate que tengo en la mano. Po!' ero en esta oportunidad resolv llevarme el pro-blema de los caballos ll, la cama conmigo y decirme: "Aqu te tengo y no te me vas a es capar". Pero hada la hora de cenar cay Ma nuel para amolarme y se sent en la cocina, con cara de cuaresmas, lo mismo que un condenado lll muerte.

    -Si la Providencia est enojada con toda Ja humanidad -dijo- y siente muchas ganas de hacer un escarmiento que sirva de ejemplo, no veo por qu ha elegido a una persona tan inofensiva e insignificante como yo.

    -Qu es lo que te ocurre, Manuel? -le pregunt-. Los hombres que saben mucho nos dicen que la Providencia nos manda las de'l gracias para nuestro bien.

    -Es verdad, estoy conforma: -replic-. No roy yo quien va a ponerlo en duda, pues, qu se diria de un soldado que se metiera a discu tir las ordene! de su comandante? Pero todos :~aben. Anselmo, la laya de hombre que soy y es amargo que 1~ caigan a uno encima todas estas contrariedadP.s, cuando no he hecho mal a :nadie a no ser el de haber sido siempre pobre.

    -w caranchos -coment- ~iempre ha em presa de loo dbiles y enfermos.

    -Primero pierdo todo lo que tengo -con drm l-, despu3 esa mujer tiene que enfero mar eon calentura, y ahora deho creer que ya ni tengo crdito, puesto que ni puedo conseguir prestada la plata que necesito. Los que mejor me eonocen han cambiado de repente, como 3i fueran extranors.

    -Cuando un hombre est cado -dije-hasta los mismoo perrog e:scarban la tierra y se la echan endma.

    -As ~ -sigui Manuel-, y desde que to-das estas eaiamiGades me han cado encima, 'qu 11e ha hecho del mo:nton de mis amigos? Y ~ Que nada tiene tan mal olor ni ~u hedor es igual ai de la pobreza, as es que cuando la ve11 rodoo ~e tapan la cara y huyen como de

    ~ pe~te. -m es la pura verdad, M amFi -repuse--

    pero no digs que todos ios hombre 5on as, porque vaya a gaber, ya que hay tantas almas eft e! mundo, si fi!) le e5ts h.-.ciendo injusticia :; algul'lO.

    -Yo no dije por voo -me oontest-, al de todO! ,

    Aquella~ oo enn ms que pa!abrM .. -Ahoo

    ra -mtinu6--- :mi mala suert~ en 1as eart~ me obiiga a deshacerme de mill caballos para conseguir dinero; y es por eso que he venida esta noche para saber tu decisin.

    -Manuel -le dije-, soy hombre de poc~ palabras, como sabs, y derecho, por lo tanto no necesitabas usar de rodeos ni decirme tanta~ cosas; as no me has tratado como amigo.

    -Has dicho bien -contest-, pero no rn" puesta-, tengo ms defectos que las mancha~ de un gato monts, pero entre ellas no est la de ser precipitado.

    -Eso es lo que me gusta -respond- pm"" que no soy de los que gustan andar por ah a los tumbos. como un borracho. abrazando a gente extr~a. Pero nuestra a~istad no es de ayer, porque nos hemos conocido y mirado bien adentro, hasta !Ds tripas y el carac. Por qu nos vamos a tratar, entonces, lo mismo que dos extraos. si nunca hemos tenido diferencias ni motivos para hablar mal uno del otro?

    -Y por qu habamos de hablar mal -con test rvianuel- si nunca se nos ocurri, ni si quiera en sueos, ofendernos? Hav algunos que me quieren mal y que hincharan de mentiras la cabrza como un: vejiga con aire si pudieran, dicindote qu se yo ctA"ntas cosas qu me caro gan, cuando sabe Dios! si no sern ello.< E~ mos hs autores de todo lo que me achacan con tanta presteza.

    Si te ests refiriendo --dije- a la; res.:s que he perdido, no te incomods por esa in;ignifi canda: porque si los que hablan mal de vos porque ellos E1ismos son malos, estuviesen es cuchando, podran decir: este bombre empez a defenderse antes que nadie pensara en acu sarlo.

    --E3 verdad -dijo Manuel-, no hay nada que no diran de m; as que que n1e quedar mudo, porque no he Ce ganar nada l:ablar::do. Ellos va me han sentenciado a rradie k: sus ta qu~ !u llam:: embustero.

    =-En cuanto a m] -contest-: nunc?:. te he desconfiado, s

  • porque s que no sos de los gue usan careta. Por eso, confiando en tu franqueza en todas las cosas he venido a hablarte de esos caba llos, porque no me gusta andar en tratos con aquellos que por cada grano de maz te sacu den con una carga de desperdicios.

    -Pero, Manuel .....:dije yo--, vos sabs que no estoy hecho de oro y que no me han ,dejado de herencia las minas del Per. Peds un pre co muy caro por tus caballos.

    -No lo niego -replic--, pero vos no sos de los que tapan las orejas a la voz de la ra-zn y la pobreza. Mis caballos son lo nico que tengo y tambin mi felicidad: son mi nica gloria.

    -Francamente, entonces -le respond-, maana te dir s o no.

    -Ser como vos 1o quieras; pero, amigo, si cerramoil trato esta noche, rebajar algo el. precio.

    -Si quers rebajar algo -dije- dejalo pa ra maana, porque tengo q~e hacer mis cuen-ta! esta noche y adems pensar en un montn de cosas.

    Despus de esta Manuel mont en su ca-ballo y se fue. La noche era oscura y lluvio-sa, pero l nunca haba necesitado ni luna ni farol para encontrar lo que buscaba de noche ya se tratara de su propio rancho o de una va-ca gorda. . . que tal vez fuese suya.

    Entonces me fui a la cama. Lo primero que me pregunt apenas apagada la vela fue: ha br en rol majada bast.antes capones gordos pa :ra pagar por !os malacaras? Despus volva a preguntarme: cuntos capones necesitar al

    . precio que me ofrece don Sebastin, que dicho 5ea de paso es un miserable tramposo, para ha-cerme de la suma que necesito?

    Esa era la cuestin; pero ustedes saben, ami-gos, que yo no poda hacer la cuenta. Al fin, a eso de medianoche, resolv encender la vela y tomar una espiga de maz, porque juntando los granos en montoncitos, siendo cada montond to el valor de un capn, podra contarlos te-des junt~ despus y sacar as la cuenta.

    La idea result bien. Y~ estaba buscando con ia mano debajo de la almohada los fs-foros para dar luz cuando de pronto record que haba dado todo el maz a las gallinas. No importa, dije para mis adentros, me ahorr el trabajo de levantarme para nada. Si fue recin ayer, record, pensando. siempre en el maz, cuando Pascuala, la cocinera, me dijo al servir->'l'Oe la comida: "Patrn, cundo va a traer un poco de maz para ias gallinas? Cmo quiere ilj,U@ ll% iliopa salga buena si no hay ni un huevo

    oara echarle dentro? Adems est el gallo ne-gro, el chueco, el de la segunda cra que empo-ll la bataraza el ltimo verano, a pesar que los zorros se llevaron no menos de tres gallinas de los matorrales donde empollaban; bueno, el pobre ha estado dando vueltas por ah todo el da con las alas cadas, y pienso de veras que le va a dar el moquillo. Si llega a haber una epidemia entre las gallinas, como entr~ ic.s de la vecina Gumersinda hace dos aos, usted pue de estar seguro que ha de ser por falta de maz. Y lo que es ms curioso, pero la pura verd d aunque usted no me lo crea, porque Gumersin-da me lo cont ayer noms, cuando vino a pe-dirme un poco de perejil, porque como usted lo sabe muy bien, los chanchos arrancaron el su yo cuando se metieron en su quinta en octubre pasado: pues como deca, seor, ella dice que ia epidemia que le mat ventisiete de sus mejo res gallinas en una sola semana, comenz por un gallo negro, que tena un dedo roto, y que lo mismo que el nuestro comenz a dejar caer las ala.s como si tuviera el moquillo."

    -Que todos los diablos se lleven a esta mujer! -grit tirando en la mesa la cuchara que estaba usando--. A ella, a su cotorreo so bre los huevos, el moquillo y la vecina Gumer-sinda! Qu te crees, que no tengo otra cosa que hacer que andar galopeando de un lado pa ra otro en busca de maz, que no se puede en-contrar ahora ni pagando su peso en oro, y to do porque una galiina bataraza est enferma y parece que va tener el moquillo?

    -Yo no he dicho tal cosa -retruc Pas cuala alzando la voz como hacen !as muieres-, Una de dos, o usted no escucha como es- debido lo que estoy diciendo o se hace el que no me entiende. Nunca dije que la bataraza estuviera por tener moquillo, y si es la gailina ms gor-da de la vecindad me lo puede agradecer a m, despus de a. ia Virgen, como me lo dice siem pre la vecina Gu...rnersinda, porque nunca dejo de darle carne picada tres veces al da, y es por eso que nunca sale de la cocina y que hasta los gatos tienen miedo de entrar en la casa porqu~ se ie! va 11. la cara como una furia. ?ero usted siemm'! g-rr.t lo que digo por la~ patas; y s\ dije algo del moquillo no fue sobre la bataraza sinG que el que pareca lo iba a tener era ei gallo negro, el del dedo chueco.

    - Al diablo con tu gallo y tu gallina l -gr! t ievantndome de la silla, perdida la pacien cia y porque la mujer me estaba volviendo loco con sus cuentos del dedc torcido v de todo lo que deca la vecina Gumersinda. 'Y que todas las maldiciones caigan sobre esa mujer que est siempre llena como un diario de la.s cosas de lo~

  • vecinos! Ya se qu clase de perejil viene a buscar a mi quinta la t~l Gumersindal No tie-ne bastante con ir por todas partes dndole im-portancia a los versos que le cant a la hija de Montenegro, cuando bail con ella en casa del primo Teodoro despus de la yerra, a pesar que bien sabe Dios que la muchacha no me preo cup ni como la punta de una ua. Pero las cosas se han puesto imposibles cuando ni si quiera un gallo con un dedo roto puede en fermarse en mi casa sin que la vecina Gumer sin da meta su pico en el asunto! Era tanto e1 enojo que senta por Pascuala al recordar estas cosas y otras ms, porque cuando suelta la len gua no termina nunca, que le hubiera tirado por la cabeza el plato de asadt.-

    NUMEF

  • CAPITULO !X

    EL BOTANICO Y EL PAISANO la maana siguiente, bien temprano, se fue Anselmo, pero yo me haba levan-tado a tiempo para decir adis al no-

    table narrador de andaluzadas interminables que no conducan a nada. Cuando l mont a cabailo vo estaba efectuando mis abluciones

    n~atutin;s en una tina de madera ubicada de-ba jo de los sauces: desous de arreglar cuida dos::unente los p!ic:gues 'de su pinto'{esco pon cho, se aki al trotecito, fiel retrato de un l'ombre cuY~ estmago est bien y en paz con to-do el mundo, inclwo- con b ,ecina Gumen:inda.

    Yo haba pasado una noche ms bien intran-quib. nmque parezca raro, pues la hospitalaria clue:1 de casa me haba proporcionado una ca-ma d:,licio J :La 1wca ornrllosa v dulce? ,: La nariz que FidicF huh;orc tonudo por tllodelo? ,: ,j,cme Jl0s ni o;: da ro'. ele rnlnJ d0 zafiro ,. b "PUlfn c1a dP -.;u c::.h-11rr~1 'erln--=:-1 (!Uf' dr r'-:.t;n ::up1u la L'llh:r-r:; cuh1Prtn rtu-: 1 nrencl:1 rlf' \::-.:.tlr dt

    belin~;t n-.;unerz,hlr>? (:nn t:d pr0hlr1na ;-ttOlTI1~'11-tan'ln n1i curioncontr al viajero sentado baio h galera. rC'nwndando ]XJ.rtt> d~ su \ieio recado. v me ;:c>nt par charlar un rato con l. Vna 2br' ja a\isadZl siemprt> ser capaz dP ~xtraer de cualquier flor Jz miel suiicientC' par;: compen -.ar su tr:-1bajo. ele modo que no ,.2cil en abor dar 8 ese indi,iduo cuyo aspecto exterior pro meta tan poco.

    As que usted es ingls -obserT despus de c:omersar un rato: a lo que. por supuesto, con test airmativamente.

    -Qu co.;a ms rara! Y a usted le gusta recoger linda;; flores? ---continu echan do una oieada a mi tesoro.

    - Todz< las flores son linda' ----repliqu. --Pero no hay duda, seor, que unas so!i

    ms bonitas que otras. Tal \ez usted haya ob .;erTado um1 muy bonitZl que crece por .estos pa;:yo;; _ \a margarita blanca.

    .\fargarita es el nomure que dan ~n la Bai1 da Orienta! a !a verbena: la fr muy comn en ese p

  • que estaba men JUStlilcado que me hJciera ci dr,P-ntendldn ante 1a alusi6n un tanto in1pru-d.nte del C;t.J'CJ. ~-\clcpt3ndn l :_~:-.:pn:s1on r~1~l~. indiferente que pnde. k respcmd: 'S, he ob-senado frecuPmemente ia flor que usted dicP:: ::;:; fragante y en mi opinin es mucho n1~ her . o::-:3 1.1ur l:l:: \arledadcs rD~ZI::.:: y rn~r8ci:1 Pf;n :: r~d debe -~.aher. arnill mi Ct>rt:lplnma;; disPcu nJi-1a

    ~:>~~;.rnrntf:" l:::t flor quf' rPn1a ~":-~ rn1 rn;no. pu:o:.::f.J t;ue ya ~ra e\-idernt- que no pndra dr~rlrt a

    .\f:tc'=r~rit:~.. sir: expnne-rrT!r a cnrnrntario::... TJ::-:-:Jrncrd a expliarlr b hermo>3 ,. compii

    ca eh 'ostrnctnra por nwelin ele h e u:: l e'~ c~m,P ~:rnd;1 ;..,e fpcnnd:1 :1 ~1 n!'111a.

    :;:,rtor:n dr 1n:n!~. (}uf P':tL!nrd1nar;oe.

    "l'. 1ME:RO 10 1 FE:i3RERO 1969

    ter~mn rrn disertacin convencido de que m 1n:; t.ho::encia ouperior haba desconcertado a 1~f.lLH1te: iue-~c~ arrojand\J a un lado los dr 1a ilor que habJ. sacrificado, \ob: a el cortaplumas en mi bolsillo ..

    --E..:;tas cc,.s:: s~ seO!'. en la. Banda (lrif.nral

    las o1mos p~ca::; . P~:ro los

    Pueden hr~c~~r e;, ;i cualquier cosa.

    TCStOS

    c~r botnico~ ha ron1alo parLe shtuna \"CZ en /:1. reprrscntac1n1 de un:: c~n"ledia?

    Despus de torl.o h2.ha resuilado r_~uc de ;pr-rdiciaelo mi flor v mis conoc;:;,;, ;:-,s c,n-'f' ] . C' " tL.Icos. para na~a . .. :)1: ~or supuest~~,~;

    ron cH:rto en0;o: pero Jiln1ed1atarnc:;.L: d:1.ndn 1a:=: en.::f"ii~1nzas de (;.:l.j.:L'~ :ci)acll: 'T :::-r!;.)l:_::: rprF,rn t- en tr:otgedia ,".

    --.:\h. s? -exclan:.-. ;t,o::~l::) se h2.b!:L:1 di\enido .los c.snectadorcs! Buenn. ::1

    ~errninar la pPea n1c.:. tarde. polc.uc~ ':ec ::.~ l::t \bearit~ blanca acercar"' :l de;;anmo est listo El ra m darft qu haci"r Li tuYi~cn1o~ una de "ll' :cnn1pai1arlo~

    :..Ir t1.1.~u el 1 e~;t.:nt:l1n:e:nt) ,,. . . ,. ..

    :~~lt'ilZi se I10S :::-:.pro>:E!10 H1E"t_: SGl~:l :.t:!-

  • CAPITULO X

    ASUNTOS RELACIONADOS CON LA REPBLICA DESPUS de comer dije adis de muy mala gana a los bondadosos dueos de casa, di rig a la hermosa :Margarita una ltima y pro-longada mirada de deseo y mont mi caballo. Apenas haba alcanzr,do a acomodarme cuando lvarcos Marc. que tambin segua su viaje en el cabaio que e haban prestad~, dijo:

    -Usted va para Montevideo, amigo, y co-. b' ' lo li ar& :: mo yo ta~ ten ~~oy en esa 1recc1on ev e

    por el camln? mas c:::>rt~. r 1' -El cammo me md1cara la direcc1011 -con-

    test secamente. -El camino es como un pleito -comen

    t--: da vueltas uara todos lados. est lleno de char~os y tramp~s v es muy largo. Slo sirve para los medio cegatones y para los ca-neteros con sus carretas.

    Vacil en aceptar como a tfl extrao 1mjeto que mostraba ser tan ag-udo bajo un ex-terior tan rstico. La mezcla de de-;precio y humildad que haba en su palabra cada vez que se diriga a m. me produca un8 sensacin in-confortable: adems. su apariencia ind::ente Y sus mJradas fUrtivas n.1c ll~nab~n de so~PechaS~ Mir al dueo de ~asa. que estaba par2do cer

    ca~ pensando que la expresin de su rostro n1e dara ndicac1n: pero mostraba solamen te aquella 1rnpasib],, C?ra orirnt'al que no revela nada. Una de]a r:c,.]a del whi~t indica que en caso de duda se dPb~ iuil'ar triunfo: nor eso, cuandc Sto mt: presentan dos posibles cursos ck acci5r: , estC;\- en ch.t..h::.. elilo el in:~~ atrr---:idn 1)e acuerdo con este principio determinr ir con

    as1 qu~ nos pu~1n:,-J, rn rnz:rcha iurnn~. 13len pront'J r:n~ 2lJa me arranc fu~::ra del

    CZtP1po trZt\iesa.. a1cl5.ndono:: c:z~da YCZ .ms del mismo hasta ]u(fares tan solitarios que al fin me hicieron sospechar que tu\ier? al,ozuna intenci6n siniestra contra mi persona. puesto que yo no !lf'\aba ninguna cosa eme \aliera la pf'c!3 ser robada. Pero al rato me sorprendi dicin-dome: "Hoy hizo birn, mi ion:n amigo. en acep-tar mi eomo"fia dPPrl,ando trmores vanos. ; Por qu dcian que vuelvan a prrturbarle? Sus com-patriotas jams me hiciPron dao alg-uno oue clame una vPn"anza. ~Podra volver a ser io~ ven de nuevo dPJTamando su sanr'Tf' o conses:ui-ra ?lgn provrcho carnbiawln P

  • monte, sali del mismo una partida de seis hom-bres armados, quienes cambiaron rumbo diri-

    s::i~ndose directamente hacia nosotros. Una mi-7-ada bast para indicarnos que se trataba de wldados o polica mont(lda, quienes registraban e:! pas en busca de recluta,s, o mejor dicho, de desertores, de criminales escond.ioos y de tola suerte de vagabundos. Yo no tena nada qte temer de ellos, pero de los labios de mi compa' fiero escap una exclamacin de furia, y al vol-;erme hacia l ndvert que su semblante tena la palidez de las cenizas. :Me ech a rer, porque la venganza es dulce, y su desdeosa actitud del principio todava me escoca un poco.

    ~Les tiene tanto miedo? -le dije. ~Usted no sabe lo que dice, muchacho!

    -repuso fieramente-. Cuando haya pasado por el infierno en que me he visto y haya dormido como yo, tranquilamente, teniendo un cadver por almohada, usted aprender a sujetar su im-pertinente lengua cuando se dirija a un hombre.

    Subi a mis bbio;; una respuesta de clera, pero al mirar su cara me contuve ... Tena la ~:.-;:presin de un animal salvaje acosado por los perros.

    En un momento, a medio galope, llegaron los !tombres y uno de elios, el comandante, se dirigi a m pidindome el pasaporte.

    -No traigo pasaporte ~repliqu-; mi na-c;on~ldad es. pr~teccin suficiente, pues como ustea ve soy mgles.

    -Como prueba de eso no tenemos ms que ~u palabra -me di in-. En la capital hay un cnsul ingls que da pasaportes a sus compa-niotas. para protegerlos en este pas. Si usted 1:n lo tiene tendr que sufrir las consecuencias ,, nadie tendrft la culpa sino usted mismo. Yo :10 veo en usted ms que un hombre joven con todo;; los miembros intactos, un hombre como

    que necrsita la repblica. Adems usted ha-bla mmo los nacidos bajo este cielo. Tendr-i que venir con nosotros.

    -No pienso hacer tal cosa -contest. -1"\o diga eso, patrn -dijo Marcos, sor-

    prendindome grandemente con el cambio de su tono y modales':_,. Usted sabe -qu~ yo le dije l~ac:e un meg que era una imprudencia salir de Mon zevideo sin pasaportes. Este ofidal no ha

  • ~u familia, Su residencia particular era una casa de estancia, muy suda y al parecer descuidada, con muchsimos perros, gallinas y chicoo por todos rdos. Nos apeamos y fuimos Hevados in mediatamentE' a una g-ran habitacin en la que se hal!:1ba el mag-i:::trado sentado frente a una mesa en ia que haba grz-n c::mtidad de papeles, Sio Dios sabr de qu trataban! El juez era un hombrecillo de facciones eniutas. de hicu+os bigotes canosos erizados ,~omo os mostachos de un gato. y cuyos ojos. o mejor dicho, su nico ojo -pues el otro estaba cubierto por un pa-iiuelo de algodn- mirab? con enoio. Tan pron to como hubimos entrado se precipit en la habitacin, detro nuestro, una 'gallina que en-eabezaba una cra de una docena de pollm no muy crecidos los oue se distribuveron inmedia tamente buscando 'mig:as por el ~uelo, m!entr;:s la madre. ms ambiciosa, vol sobre la mesa des parraman?o l~s papeles a der.echa e izquierda a causa del v1ento eme modu1o.

    - Que mil clem~nio; se lleven a estas ga-Hlnasl -grit el iuez levantndose furioso-. 1 Eh, hombre! And a buscar inmediatamente a tu patrona y decile que vo mando que venga!

    La orden fue cumplida por la persona que nos habn anunciado. un individuo de aspecto g-rasiento. de rostro ~tr-zado v vistiendo u~ ra-do uniforme militar: al cabo, de dos o tres mi-nutos regres seguido por una muier gordinflo-na, muv desaliada y de muv buen humor, la que l~rnediatamente se de3plom exhausta en una s11la.

    -(Qu pr:sa, Fernando r -pregunt ja-deante.

    -Qu pasa? ; Y tens el coraje de pre-g-llntarme eso. Torihia? Mir el revoltijo eme han hf'cho tm qa1Jinas con mis papP]es! ... Pa-pPles eme ataon a la segnridad de la repbli ca! ; mf'clidas vas a tomar para imper'!ir esto de 1ma VP7 ::1ntes 0ue vo haga rriatar a todas tus g-all;n;:' aqu mismo? ' V

    -; Ou onPrps o u e harra. Fernando? Su-pongo 011e tendrn hambre! Yo pens quE' que-ras pedirme mi nninin sobre estos prisione-ros. . . pobre infelices! . . . y me sals con. las gallinas!

    Su cachaza fue como aceite derramado en el fuPgo de la ira del iuez. Se lanz como una tromba, yendo de un lado a otro de la sala, patP?ndo las sillas a su paso y arroiando reglas y pisapapelPs a las aves. con la aparente y mor-tiE'ra intencin de matarlas pero con sorpren-dente mala puntera: todo ello acompaado de gritos. de ~arudid~s de sus puos en direccin a su m u ier v hasta de amenazas de encerrarla por desacato a la iustida cuando Plla se ech a rer. 'Al fin, despus de grandes dificultades, se logro

    expulsar de all todos !o!l pollos y se. coloc al sirviente de guardia frente a la puerta, con I" denes estrictas de acogotar a la primera ave que intentase entrar mientras se resolvan las cosas.

    Restr blecido el orden, el juez encendi un cigarrillo y comenz a a apJ;ocarse. "Proceda!", di jo al oficia desde su 8siento, cercano a a mesa.

    -S;:or ---dijo el ofic;:'t-. Cumpliendo mi. deber he arrestado a e3tos dos forasteros que carecen de p.'saportes o documentos que come prueben lo que dicen. Segn lo que cuentan, el ms ioven e:; un millonario ingls que recorre el pas coiYJprando estancias, mientras que el otro es su sirviente. Hay veinticinco razones para no creer lo que dicen, pero no tengo tiempo ahora para drselas a conocer. Como encontr cerradas l2s puertas del Juzgado, traje a estos hombres hasta aqu, a pesar de los grandes in convenientes personales que eso me representa; y ahora no espero sino que usted despache este amnto sin ms demora para que me quede un poco de tiempo que dedicar a atender mis asunc tos privados.

    -No se diriia a m de modo tan imperac tivo, seor oficial! -la ira estallaba de nue-vo-. ~Imagina usted que yo no tengo asuntos; personales que atender? ,: Que el E~tado viste y alimenta a mi mujer y mis hijos? No, seor. Soy un servidor de la renblica, pero no su esclavo; y me permito recordarle que los asuntos oficia~ les deben resolversE' durante las horas estableci das y en lugar debido.

    -Seor iuez -di.io el oficial-, opino que un magistrado civil nunca debiera entender de asuntos que incumben meior a las 3utoridades militares. Pero como las cosas estn dispuesta:~ de otra manera, tengo la obligacin de traer mis informes a usted en primer lugar, y estoy aou nada ms que para s?ber, sin meterme a discutir cul es su posicin en la repblica, qu es lo que dPhP hacerse con estos dos prisionero~ que le he trado.

    -;Qu hacer con ellos? Mndelos al di a e b!o! Deglielos; sultelos; haga lo que le d la gana, puesto que usted es el responsable y no vo! Y tenga la seguridrd, seor oficial, que no deiar de informar sobre el lenguaje insubol" dinado que ha usado con sus superiores.

    -Sus amenazas no me asustan -contest el oficial-, pues nadie puede ser culpable de insubordinacin hacia una persona a la que no se tiene obligacin de Dbedecer. Y ahora, seo-res -di io volvindme hacia nosotros-, me han aconsejado que los deje libres, asf que pueden seguir su viaje.

    11arcos se puso en pie prestamente. -Sintese. hombre) -grit el enfurecido

    CUADERNOS C~ MARCH

  • magistrado; y el pobre Marcos volvi a sentarse abatido--. Seor teniente -continu el feroz viejo-- puede retirarse de aqu. La repblica que usted dice servir, tal vez pueda estar igual-mente bien servida sin su valiosa avuda. Vvase a atender sus asuntos privados y deje aqu' sus hombres para que cumplan mis rdenes.

    El oficial se puso de pie y haciendo una urofunda v sarcs:ica reverencia, gir sobre sus talones y ~ali de la sala. ~

    -Lleven z. los dos prisioneros y mtalos en el cepo -sigui diciendo el pequeo dspota-. Maana los interrogar.

    :\{arcos fue el primero en ser sacado de la habitacin por dos soldados, pues en. un galpn cercano haba uno de aquellos instrumentos de madera que sirven para asegurar a los prisione-ros durante la noche. Pero cuando los otros hom-bres me tornaron de los brazos, me repuse del asombro que me haba causado la orden del magistrado y los apart rudamente a un lado. -Seor juez! -dije dirigindome a l-. Per mtarne pedirle que considere lo que est hacien do. Mi acento debe bastar, seguramente, p:ua que cualquier persona razonable comprenda que no. soy nativo de estas tierras. Admito perma-necer bajo su custodia o ir a cualquier parte donde usted quiera enviarme; pero sus hombres tendrn que hacerme pedazos antes de someter-me a pasar por la humillacin del cepo. Si usted me maltrata de alguna manera, le advierto que el gobierno al que usted sirve slo le censurar y quizs lo arruine debido a su imprudente celo.

    Antes que l pudiera replicarme, su gordin flona esposa, que aparentemente me haba to mado gran afecto, intercedi por m y persuadi al pequeo salvaje que me perdonara.

    -Muy bien -dijo el juez-. considrese por ahora mi husped; si usted dice la verdad sobre usted mismo, un da de detencin no puede hacerle mayor dao.

    Entonces fui conducido por mi amable in-tercesora hasta la cocina, donde todos nos sen-t_amos a tomar mate y conversar hast?- ponernos de buen humor.

    Empec a sentir compasin por el pobre Marcos, pues hasta el ms intil vagabundo, segn l pareca serlo, se hace objeto de com-pa>in cuando la desg-racia lo acosa, as que ped permiso para verlo. ste me fue acordado sin dificultad y encontr a Marcos confinado, encerrado en un gran galpn vaco que se ha-lhba cerca de la casa; le haban procurado un mate y una pava de a~a caliente v chupaba su cimarrn con aire de estoica indiferencia. Sus piernas, metidas en el cepo, estaban estira-das hacia adelante; pero supuse que estaba acos-tumbrado a posicin tan incmoda pues aquello

    NUMERO !O 1 FEBRERO 1966

    no pareca importarle mayormente. Despus de expresarle mi simpata en forma general le pre-gunt si realmente podra dormir en esa posiin.

    -?\o -replic con indiferencia-. Pero us-ted debe saber que no me importa que me hayan tomado preso. Supongo que me mandarn a la comandancia y que despus de pocos das me dejarn en libertad. Soy bueno para los tra-bajos de a c:ballo y no faltar algn estancierc necesitado de peone' que me saque Ebre. ~L hara un pequeo seP:icio, amigo, antes de irs~ a acostar?

    -Seguramente --contest--, si es que pu: do hacerlo.

    Lanz una risita y me mir con mirada ex traamente penetcnte; luego tom mi mano , me la estrech fuertemente. no, mi arm ro: no voy a causarle molestias pidindole que haga algo por m -dijo--. Tengo un ge;io endr:moniado y hoy, en un momento de rabia, lo insult a usted. De ah .que me sorprend:crcc cuando usted vino a verme v me habl 2111ablc mente. Con mi pregunta qt~ise averiguar si su simpata era nada ms que de dientes afuera; porque los hombres con que uno se encuentra generalmente son como el ganado \acuno. Cuan do uno de ellos cae ::1 suelo los dems slo se acuerdan de sus ofensas pasadas y corren a cor nearlo.

    Sus maneras me sorprendieron; ahora no me pareca el Marcos 1vf2rc con e