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No se puede dar un verdadero sacramento de la penitencia si en el que lo recibe no hay una cierta virtud de penitencia, algún acto. La virtud de la

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No se puede dar un verdadero sacramento de la penitencia si en el que lo recibe no hay una cierta virtud de penitencia, algún acto. La virtud de la penitencia no es sólo algo interno, sino que debe tener repercusión en lo externo. Como vimos en el tema anterior, no nos faltan ocasiones para ofrecerle a Dios sacrificios en nuestra vida: deberes para con Dios, la Iglesia, cívicos y familiares.

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Además puede haber penitencias voluntarias. No es que sea necesario golpearse. Hay muchas clases de penitencias que están en el plano de la conveniencia, no de la obligación, como es el cumplimiento de los deberes. Uno manifiesta la verdadera buena voluntad no sólo cuando ofrece a Dios lo que es obligatorio, sino algo voluntario. Se pueden poner ejemplos.

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Ofrecer a Dios la misa del domingo está bien; pero ya es obligatorio. Sacrificio es cuando le ofrece la misa en otros días, u otros actos a los que no tiene obligación: una procesión, rosario, etc. Ya el Ant. Test. nos habla sobre todo de ayuno y oración para que haya una verdadera conversión, como decía el profeta Joel.

Dice el salmo 91: “Con el Señor estoy en la tribulación”.

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El hecho es que, si uno está convencido de la penitencia interna, debe redundar en alguna penitencia externa. También es para asemejarnos a Jesucristo, quien hizo por nuestro bien sacrificios externos. Por ejemplo, el ayuno durante aquellos 40 días antes de comenzar su predicación, las noches en oración teniendo que trabajar en el día, y sobre todo su pasión y muerte voluntaria en la cruz.

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Somos discípulos de Jesús. Y si queremos seguirle, debe ser en todo aquí en esta vida. Si queremos seguir a Jesús en su resurrección, tendremos que seguirle también en el sacrificio. Esta es la verdadera razón de la vida sacrificada del cristiano.

Decía san Bernardo: “Vergüenza nos debe dar bajo una cabeza atravesada con espinas hacernos miembros delicados”.

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No es posible que esa misma gracia le impulsara a Cristo a los dolores y a nosotros nos impulse al placer. Y eso que a Jesucristo le impulsaba al sufrimiento por amor nuestro. Para nosotros puede ser por solidaridad o por apostolado, pero sobre todo para satisfacer por nuestros pecados y disminuir el futuro purgatorio.

En la historia de la salvación sólo existe una clase de gracia, la de Jesucristo de la que todos participamos.

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Hay una razón muy importante para las penitencias voluntarias, de la que ya hablaba un autor muy antiguo, Clemente de Alejandría, quien decía: “Bien pronto harán lo que no está permitido aquellos que hacen todo lo que está permitido”. Es muy difícil quedarse exactamente en la raya de lo permitido, hacer justo lo que debo y nada más. Por ejemplo: Hay gente que quiere cumplir justo lo que se manda, asistir a misa de manera íntegra. Y no quieren asistir ni un minuto más.

Quieren llegar justo al comenzar. Pues seguro que muchas veces llegarán tarde.

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¡Qué fácil es caer! Sin embargo ¡qué fácil le es ir a misa el domingo a quien va todos los días de la semana! Por eso le es más fácil cumplir lo mandado a quien además hace alguna penitencia libre.

Hay gente que quiere cumplir sólo lo justo: comulgar una vez al año, misa sólo el domingo.

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El camino hacia Dios ha comenzado y falta mucho; pero si somos generosos, sentiremos con esperanza la luz del Señor a nuestro lado.

Por eso seamos

generosos para con

Dios.

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El camino ha

comenzado para ti.

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Va muy lejos,

pon tus ojos mas

allá,

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que aun es mucho lo que queda hasta

el final.

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con el llanto,

con las

penas y el

dolor.

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Pero sea la

esperanza nuestra

luz

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La tradición cristiana nos dice, por medio de la vida de los santos, que todos los que han querido santificarse han hecho grandes penitencias. Claro que ha habido algunas exageraciones, de modo que algunas vidas son más para admirar que para imitar. Pero esta es la realidad.

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Es tan importante encontrar el clima de sacrificio en la vida de un santo, que el papa Benedicto XIV, hacia la mitad del siglo 18, dio unas leyes importantes para los procesos de beatificación, leyes aún vigentes en la Iglesia. Dice que, cuando están examinando la vida de alguien, si se dan cuenta que se ha dado a las cosas de la vida,

por ejemplo en el comer y beber y no ha tenido austeridad, debe interrumpirse todo el proceso.

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Si una persona no ha tenido austeridad, mala señal. Claro que hay que examinarlo con rectitud, pues los fariseos, que procuraban ser religiosos al menos exteriormente con los ayunos, llamaban “borracho y comilón” a Jesucristo, por el hecho de que aceptaba invitaciones para comidas. No sabían si comía mucho o no.

Jesús aprovecha-ba esas invitaciones para catequizar a quien le había invitado.

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No suele ser cierto. Contra la salud van los excesos en la comida y en la bebida. Mueren pronto más personas por los excesos que por la mortificación. Claro que todo tiene su límite. Otra cosa son los que desgraciadamente mueren de hambre.

Algunos van contra

las peniten-

cias externas porque

dicen que van contra la salud.

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Otra cosa es quien se mortifica en la comida, y a veces demasiado, por asuntos materiales, por la moda, por lucirse, como pasa con muchas mujeres, que hasta es pecaminoso porque llegan a enfermarse.

Quien se mortifica de forma moderada en el comer suele tener mejor salud corporal. Y mucha mejor salud espiritual si lo hace por Dios.

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Se suele poner el ejemplo de la comida y bebida, pero puede tomarse en otros aspectos de la vida. Algo de mortificación ayuda a la vida material. Pero si, como en muchos santos, se abreviare algo, han conseguido algo mucho mejor, que es poder entrar en el cielo más directamente, se han acercado más al Señor.

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¿Cómo deben ser esas penitencias voluntarias? Vamos a dar algunas normas generales. Una es que no se debe hacer fin de lo que sólo es medio. Por ejemplo, aunque uno tenga que ir por una carretera, no se queda a vivir en la carretera, sino que sigue hasta donde piensa llegar.

Todo lo que se

haga de penitencia debe ser

para llegar a

aumentar el amor a

Dios.

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Por lo tanto, si alguien haciendo penitencia tuviera soberbia por esa penitencia, pensando que es más mortificado que los demás, no le valdría esa penitencia. Porque ella vale en cuanto nos lleva al amor de Dios.

Para esto uno expía sus pecados sacrificán-dose.

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Si en esta vida vamos aceptando las dificultades y aun haciendo sacrificios, es porque vamos buscando el rostro del Señor. Mostramos con ello que tenemos sed de Dios, como nos dice el salmo 26 (27).

Todos los

caminos nos

deben llevar a Dios.

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Caminando por la vida busco tu rostro,

Señor.

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¡Busco tu

rostro!.

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Muéstrame tu Vida,

muéstrame tu Espíritu,

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Muéstrame tu Vida,

muéstrame tu Espíritu,

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Con tu gracia y con mi

nada hoy me

acerco hasta Ti.

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Muéstrame tu Vida,

muéstrame tu Espíritu,

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Otra norma es la que decía san Ignacio de Loyola: “No es penitencia el quitar lo superfluo, sino templanza. Penitencia es cuando quitamos de lo conveniente”.

Así que la primera

norma es que la

penitencia tienda al fin

que es el aumento del

amor de Dios.

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Otra norma: La medida de la penitencia no debe ser demasiado reducida. Bueno es acostumbrarse a hacer algo cada día, aunque sea poco. Pero tampoco debe ser excesiva, sobre todo si proviene de un fervor repentino. Los santos, cuando hacían algo exagerado, era con una inspiración especial. Lo ordinario será en cosas pequeñas, pero de manera constante.

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Esto de la constancia es muy importante. Hay personas que en ciertos momentos hacen alguna penitencia grande y luego se dan a todos los gustos y hasta a vicios. Es más importante hacer pequeñas penitencias, pero constantes, que grandes penitencias algunas veces sin constancia.

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Otra norma es que no se perjudique a la salud. Sobre todo que no impida el cumplimiento de deberes y obligaciones. Es increíble lo que se puede llegar en la mortificación de los propios gustos y caprichos sin comprometer para nada la salud, sino mejorando la salud del cuerpo al mismo tiempo que se fortalece la salud del alma.

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Fijándonos un poco en algunos de los sentidos, examinamos la vista. Lo 1º hay que evitar las miradas peligrosas, las que nos pueden ir llevando hacia el pecado. Pero luego hay muchas curiosidades que no nos van a ayudar en nada para mejorar la vida. Si uno se sacrifica, y sin llegar al ridículo y sin que se dé cuenta nadie, uno deja de mirar algunas cosas, nos pueden servir de mortificación y de acercarse el alma más a Dios.

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Y así podríamos fijarnos en otros sentidos. En el oído dejar de oír cosas inútiles de la radio para dedicarnos más al silencio que nos lleve más a Dios. Sobre el gusto ya dijimos algo. Por ejemplo, con disimulo, no servirse en una comida lo más exquisito, sino dejarlo por caridad para otros. ¡Cuánta caridad se puede hacer constantemente con la mortificación!

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Y así podríamos fijarnos en los dolores o dolorcillos. Muchos nos quejamos para que las miradas ajenas se centren en nosotros. Pero la caridad nos dice que con un poco de mortificación podemos dar alegría a otros, aunque nosotros suframos.

El hecho es que,

cuando uno busca de verdad a

Dios, todo nos puede llevar hacia

el bien.

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Y que cuando demos algo a Dios, no le demos las migajas o lo que no nos cuesta nada, sino algo que nos cueste. Y lo mismo al dar al prójimo, que es como darlo al Señor. Dios nos dará mucho más y habremos hecho una satisfacción meritoria por la pena que hubieran merecido nuestros pecados.

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Para los que sean más fervorosos, lo mejor es que sigan una dirección espiritual. Algún sacerdote o quizá otra persona, que en estos casos de consulta suele ser inspirada por Dios, puede aconsejar mejor lo que a uno le conviene hacer.

Pero entre todas estas cosas, si uno quiere llegar a santo (y ¡qué cosa más grande!), debe llegar al amor de la cruz.

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Es llegar a sentir horror instintivo a todo lo que pueda satisfacer gustos y comodidades. Es no encontrarse a gusto más que cuando uno está sumergido en el dolor, cuando todo el mundo le persigue. Es echarse a temblar cuando hay triunfos y aplausos.

Es, como decían los santos,

apasionarse tanto por el dolor que

se le desee y ame, prefiriéndolo al

placer.

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Esto era característico en muchos santos. Jesús lo había dicho: “Dichosos cuando os persigan o calumnien por amor mío”. Este amor a la cruz, no es amor a un palo seco ni al dolor. Es el amor al Señor que está clavado en la cruz. Muchos santos se echaban a temblar cuando recibían aplausos, porque les podía entrar la soberbia.

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Todo esto les parecerá muy raro a muchos que sólo están metidos entre las cosas mundanas. Pero no es imposible, porque es vivir en otra mentalidad, con otras categorías. Por ejemplo, decía santa Margarita Mª de Alacoque: “No buscar ningún consuelo, ninguna alegría o satisfacción… Buscar más bien lo más imperfecto o lo más doloroso”.

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Decía san Ignacio de Loyola para los que buscan la perfección: “Si es igual gloria de Dios los honores o los oprobios, la riqueza o la pobreza, los placeres o el sacrificio, debemos escoger el sacrificio, porque a la igualdad de gloria de Dios se añade el amor a la cruz, que es seguir a Jesucristo”. Así que aquellos que escogen la cruz antes que los placeres, en definitiva buscan la gloria de Dios, porque es parecerse a Jesús.

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Santa Teresa de Ávila decía: “O padecer o morir”. Santa Magdalena de Pazzis decía: “no morir sino padecer”. San Juan de la Cruz decía: “padecer, Señor, y ser despreciado por Vos”. Santa Teresa, entre sus hermosas poesías, cantaba: “En la cruz está la vida. Ella sola es el camino para el cielo”.

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En la cruz está la

viday el

consuelo,

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En la cruz está la vida

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y ella sola es

el camino para el cielo.

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En la cruz está "el Señor

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y el gozar

de mucha

paz, aunque

haya guerra.

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y ella sola es

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y ella sola es

el camino para el cielo.

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En la cruz está la vida y

el consuelo,

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Que la Virgen María nos enseñe el

misterio de la cruz, que

sufrió y luego gozó.

AMÉN