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NO SOY MARTIN Lo primero que me llamo la atención fue el verde bilioso de las paredes del hospital. Era un color triste y apagado, casi gris, el color del cielo en un día tormentoso. Alguien había colgado del techo unas banderolas negras y anaranjadas porque era Hallowen. Y en algunas puertas habían pegado brujas y unas calabazas de cartón. Sin embargo, esta decoración no me tranquilizo. Aunque me hubiera sentido animado, el deprimente color de las paredes era capaz de poner triste, nervioso y preocupado a cualquiera. Desde luego, mi ánimo andaba por los suelos cuando avance por el pasillo, acompañado por mis padres, hacia la habitación que tenía reservada en el hospital. Mamá me apretó la mano. Su mano tenía un tacto cálido. La mía estaba fría y sudorosa. -No te preocupes, Sean- dijo mi madre suavemente. Caminaba muy erguida, sus tacones resonaban sobre el duro suelo de baldosas. Mi padre iba leyendo en voz baja los números de las habitaciones a medida que pasábamos ante - ellas: -B-12…B-14…B-16… -Es una operación sin importancia- dijo mi madre. Me lo había repetido cien veces-. La garganta te dolerá unos días. Pero enseguida te pondrás bien. Clic, clic, clic. Las pisadas de mi madre reverberaban entre los muros del largo pasillo como el tictac de un reloj….., un reloj que marcaba los segundos que faltaban para la hora fatídica. -Pero, por porque tienen que quitarme las amígdalas- me queje-.Me he acostumbrado a ellas. Mis padres se rieron de mi ocurrencia. Siempre consigo hacerlos reír. Es una habilidad que me resulta muy útil cuando se enfadan conmigo. Por supuesto, ese día no estaban enfadados conmigo, pero tengo la costumbre de hacer chistes cuando estoy nervioso. -Piensa que la garganta no volverá a escocerte cada vez que te resfríes- comento mi padre, observando los números de las habitaciones-, ni se te hinchara el cuello. ¡Fantástico! – replique-. A ninguno de mis amigos lo han operado de las amígdalas. ?Por qué me las extirparán a mí, y precisamente en Hallowen? -Tienes suerte, supongo- contestó mi padre. Que también es muy bromista. -¡Hallowen es mi fiesta preferida!- protesté. Me encanta asustar a la gente y que me asusten a mí. Me daba rabia perdérmelo. No sabía que ese año iba a vivir la fiesta de Hallowen más terrorífica de mi existencia. Cuando doblamos una esquina, oí a un niño llorar desconsoladamente. Mamá suspiró. -En este hospital hay muchos niños ingresados, Sean, que están muy enfermos, Recuerda que eres un afortunado, Muchos niños tienen problemas graves.

No Soy Martin- Cuento

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Page 1: No Soy Martin- Cuento

NO SOY MARTIN

Lo primero que me llamo la atención fue el verde bilioso de las paredes del hospital. Era un color triste y apagado, casi gris, el color del cielo en un día tormentoso.

Alguien había colgado del techo unas banderolas negras y anaranjadas porque era Hallowen. Y en algunas puertas habían pegado brujas y unas calabazas de cartón.

Sin embargo, esta decoración no me tranquilizo. Aunque me hubiera sentido animado, el deprimente color de las paredes era capaz de poner triste, nervioso y preocupado a cualquiera.

Desde luego, mi ánimo andaba por los suelos cuando avance por el pasillo, acompañado por mis padres, hacia la habitación que tenía reservada en el hospital.

Mamá me apretó la mano. Su mano tenía un tacto cálido. La mía estaba fría y sudorosa.

-No te preocupes, Sean- dijo mi madre suavemente. Caminaba muy erguida, sus tacones resonaban sobre el duro suelo de baldosas.

Mi padre iba leyendo en voz baja los números de las habitaciones a medida que pasábamos ante -ellas:

-B-12…B-14…B-16…

-Es una operación sin importancia- dijo mi madre. Me lo había repetido cien veces-. La garganta te dolerá unos días. Pero enseguida te pondrás bien.

Clic, clic, clic. Las pisadas de mi madre reverberaban entre los muros del largo pasillo como el tictac de un reloj….., un reloj que marcaba los segundos que faltaban para la hora fatídica.

-Pero, por porque tienen que quitarme las amígdalas- me queje-.Me he acostumbrado a ellas.

Mis padres se rieron de mi ocurrencia. Siempre consigo hacerlos reír. Es una habilidad que me resulta muy útil cuando se enfadan conmigo. Por supuesto, ese día no estaban enfadados conmigo, pero tengo la costumbre de hacer chistes cuando estoy nervioso.

-Piensa que la garganta no volverá a escocerte cada vez que te resfríes- comento mi padre, observando los números de las habitaciones-, ni se te hinchara el cuello.

¡Fantástico! – replique-. A ninguno de mis amigos lo han operado de las amígdalas. ?Por qué me las extirparán a mí, y precisamente en Hallowen?

-Tienes suerte, supongo- contestó mi padre. Que también es muy bromista.

-¡Hallowen es mi fiesta preferida!- protesté. Me encanta asustar a la gente y que me asusten a mí. Me daba rabia perdérmelo. No sabía que ese año iba a vivir la fiesta de Hallowen más terrorífica de mi existencia.

Cuando doblamos una esquina, oí a un niño llorar desconsoladamente.

Mamá suspiró.

-En este hospital hay muchos niños ingresados, Sean, que están muy enfermos, Recuerda que eres un afortunado, Muchos niños tienen problemas graves.

Al cabo de unos segundos nos encontramos con uno de los niños que tenían problemas graves.

Se llamaba Martin Charles. Leí su nombre en la parte superior de la historia clínica sujeta a los pies de su cama.

Vi a Martin cuando nos detuvimos ante la puerta de la habitaciónB-22. La cama de Martín estaba junto a la ventana. Frente a ella había un lecho vació –el mío-, pegado al muro de color verde bilioso.

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Contemplé a mi nuevo compañero de habitación. Era un niño bajito, de ojos negros y cabello castaño muy corto, Estaba sentado en el borde de la cama, balanceado las piernas sin quitar ojo a dos enfermeras vestidas con uniformes blancos.

-¡Yo no soy Martin! – grito enfadado.

Una de las enfermeras sostenía una aguja hipodérmica. La otra intentaba enrollar la manga de la bata verde que llevaba Martin.

-Martin, por favor …- le rogo esta.

-¡Yo no soy Martin!- repitió el niño apartando el brazo con brusquedad.

La enfermera soltó una exclamación y retrocedió unos pasos.

-Tenemos que hacerte unos análisis de sangre – dijo la otra enfermera.

-¡No soy Martin!- ¡No soy Martin!- insistió el niño golpeando la cama con los puños.

-De acuerdo, muy bien. Ya te hemos oído- gruño la enfermera.

Al volverse nos vio parados junto a la puerta. Bajó la mano con la que sujetaba la aguja hipodérmica y avanzó hacia nosotros.

-¿Eres Sean Daly? – pregunto.

Asentí.

-Ésa es tu cama, Sean- señaló la enfermera-. ¿Te duele la garganta?

-Cuando trago me escuece un poco- confesé.

La enfermera me entregó una bata verde.

-Mañana le practicaran una operación muy delicada – respondió la enfermera-,. Esta tan asustado que se ha persuadido de que no es Martin.

¿Quiere decir que….? – comencé a preguntar. La enfermera retiró las mantas de mi cama para que me acostara. – El pobre trata de engañarnos desde que llego al hospital. Insiste en que no es Martin. Pretende hacernos creer que es otro niño.

-Que lastima- observó mi madre con tristeza.

- Piensa que si logra convencernos de que no es Martin, no lo operarán.

-¿Están seguros de que no se han equivocado de niño? –pregunto mi padre.

La enfermera asintió con expresión seria.

-Desde luego. Ese niño es Martin Charles, por más que se empeñe en lo contrario.

-¿Que clase de operación van a realizarle? inquirí.

La enfermera se agachó y me murmuró al oído. –Tienen que amputarle el pie izquierdo.

Durante toda la tarde los médicos y las enfermeras no dejaron de entrar y salir de la habitación. Me explicaron cien veces en qué consistía una operación de anginas y cómo me sentiría después.

Mis padres me hicieron compañía hasta la hora de cenar. No sabíamos de qué hablar. Yo no dejaba de pensar en Martin.

La mera idea de la amputación hizo que los pies me picaran de un modo brutal y que sintiera un vació en el estomagó.

No era de extrañar que el pobre niño estuviera aterrorizado.

Page 3: No Soy Martin- Cuento

Después de cenar me quede callado, Oí llorar a un bebé en el otro extremo del pasillo, el timbre de unos teléfonos y a las enfermeras, que charlaban en voz baja junto a la puerta.

-Intenté mostrarme valiente, pero cuando mis padres se marcharon me sentí muy solo.

+Es Hallowen – pensé -. No debería estar aquí. + Empecé a imaginarme fantasmas, momias y vampiros que flotaban en silencio a través de los pasillos del hospital.

Tras armarme de valor, aparté la cortina y vi a mi compañero de habitación.

-Me llamo Sean Daly- me presente-. Mañana van a quitarme las amígdalas.

Él estaba incorporado en la cama, leyendo una revista de tiras cómicas. Paso la pagina y me miró. Tenía la barbilla manchada con salsa de tomate de los espaguetis que nos habían servido para cenar.

-Te llamas Martin, ¿verdad?-pregunté suavemente.

El niño abrió la boca y gritó:

-¡Yo no soy Martin!-

-Lo siento- dije echándome hacia atrás.

Me senté en el borde de la cama, con la bata del hospital remangada sobre las rodillas. No lograba acostumbrarme a llevar aquella estúpida prenda.

-¿Te gustan los comics? Pregunte.

-No- contestó el niño. Arrojo la revista al suelo y añadió-: A quien le gustan los comics es a Martin, no a mí.

- Ya –dije por decir. Este chico es un poco rarillo, pensé.

No podía dejar de mirarle los pies. Sin embargo, como los tenía tapados con la sábana no vi gran cosa.

-¿A que escuela vas? – pregunté.

- No voy a la escuela de Martin – repuso el niño mirándome con recelo-. Voy a otra.

A la diez entró una enfermera. Mi compañero de cuarto y yo seguíamos conversando animadamente.

-Anda, bébete un vaso de agua, Martin, Es el ultimo que podrás tomar antes de la operación.

-¡Yo no soy Martin!- grito el niño descargando un puñetazo sobre la cama-. ¡Me niego a que me operen!.

-Por favor…. –lo reprendió la enfermera-. Basta de tonterías, ¿entendido, MARTIN?

-¡Yo no soy Martin!- -¡No soy Martin!-

-Como quieras- claudicó la enfermera con tono de resignación. Luego se volvió hacia mí y preguntó-. ¿Te apetece un vaso de agua, Sean?

-No gracias- contesté en voz baja.

La enfermera nos dio las buenas noches y salió de la habitación.

Creí que no iba a pegar el ojo, pues oí alas enfermeras charlar en el pasillo y a una niña que no dejaba de toser en una habitación contigua a la mía, pero enseguida me quede dormido.

Tuve unos sueños muy extraños. En uno de ellos, una persona a quien no logré ver me perseguía por un largo pasillo verde. En otro, mi perro era más grande que yo, y me transportaba entre los dientes. Luego soñé que me convertía en un farol de Hallowen y desaparecía rodando.

Page 4: No Soy Martin- Cuento

Pero el sueño mas vivido se desarrollaba en un hospital. A los pies de mi cama vi a un chico que sostenía dos gráficos con datos clínicos. En el margen superior de uno de ellos leí mi nombre; Martin Charles.

El chico lo colgó de los pies de mi cama. Luego se alejó sonriendo, llevándose el otro gráfico bajo el brazo. Cuando desperté, no estaba seguro de si estaba soñando o no.

Junto a mi cama vi a dos hombres vestido con batas blancas de laboratorio que empujaban una camilla con ruedas. Uno de ellos tomó la historia clínica que colgaba a los pies de mi cama.

-Este es- dijo a su compañero.

-¿Qué?- pregunte, medio dormido. ¿Qué diantres ocurre?, pensé.

Los hombres me levantaron en brazos con delicadeza y me colocaron sobre la camilla.

-Tranquilo, Martin- dijo uno de ellos, desenredándome un brazo con la sábana-.

-¡Alto ahí!- proteste con voz entrecortada, intentando incorporarme-. -¡Yo no soy Martin!-

Uno de ellos me inmovilizó contra la camilla. El otro echó un vistazo al gráfico y leyó en voz alta:

-Martin Charles.

-¡Esperad!- exclame- -¡Yo no soy Martin!-¡Os lo aseguro! ¡Cometéis un grave error! Martin es él –dije señalando a mi compañero de habitación.

Los hombres empujaron la camilla por el desierto pasillo. Las ruedas traqueteaban sobre las baldosas del suelo.

-Ya nos advirtieron que protestarías- dijo el más alto-, que llevas insistiendo en que no te llamas así desde que llegaste al hospital.

-Nos dijeron que no te hiciéramos caso-añadió su colega.

-¡Pero si yo no soy Martin!-grité a vos en cuello-. ¡Por favor, debéis creerme! -¡Yo no soy Martin!- -¡Yo no soy Martin!- -¡Yo no soy Martin!-

Los hombres introdujeron la camilla en el ascensor. Martin asomo la cabeza por la puerta de nuestra habitación, situad al otro lado del pasillo, y se despidió de mí con la mano. Sonreía de oreja a oreja.

A continuación la puerta del ascensor se cérro.