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www.dewey.edu/deweytoday Vol. 1 Spring 2013 EDICIÓN ESPECIAL DE TEXTOS LITERARIOS En conmemoración a la Fiesta de la Lengua Today

Revista Electrónica - Spring 2013

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Dewey Today es una revista electrónica de gran alcance comunicacional que promueve la difusión de contenido, el diálogo cultural, el desarrollo intelectual, el análisis crítico, la investigación y el intercambio de ideas. Este proyecto surge a raíz del compromiso de la Institución hacia la excelencia académica e investigativa con el propósito de que redunde en un intercambio valioso de perspectivas inclusivas a toda la comunidad universitaria. Edición #10

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Vol. 1Spring 2013

EDICIÓN ESPECIAL DE TEXTOS LITERARIOSEn conmemoración a la Fiesta de la Lengua

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Contenido

Otto y los ojos del Cuco - Juan Ramón Recondo Pietrantoni

EN PORTADA

Las siluetas urbanas parecen fundirse con las profundidades oceánicas en este magnífico cuadro del profesor Álvaro Rivera Ruiz titulado Fondo de mar y en el que los colores y el movimiento evocan una auténtica ciudad submarina.

2007 El secreto de la Luna- Jorge L. Rodríguez Ruiz11 Mi viejo amigo Jackson- Cindy Rodríguez Rosario13 La vida que soñé- Patricia Castro18 Tripeo 69- Freddy Acevedo Molina40 Quisiera ser...- Alejandro Santiago41 De la oscura paternidad- Pedro Cabiya42 Hombre sabio resuelve conocer a su anfitrión- Pedro Cabiya43 Carlomagno- Pedro Cabiya44 Poema- Ivette Martí Caloca45 Poema- Ivette Martí Caloca46 Poema- Ivette Martí Caloca47 Colaboradores

Pintura del Prof. Álvaro Rivera Ruiz

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Mensaje de la Editora

Como parte de las festividades de la Fiesta de la Lengua, este año se convocó en el Recinto de Hato Rey de Dewey University un certamen literario para fomentar en los estudiantes la creatividad y el amor por la literatura. Un grupo de alumnos talentosos abrazaron la encomienda. Inspirados

por los textos de ellos, decidimos dedicar esta edición a textos literarios para conmemorar, no sólo las celebraciones que se llevaron a cabo en esta importante semana, sino también la creación literaria. Así pues, recogemos en esta pequeña compilación tres cuentos, uno de ellos escrito por una estudiante de Sistemas de Oficina. Avanzamos al género dramático con una pieza dramática. De allí entramos en el terreno narrativo nuevamente, en esta ocasión con una novela corta. Cerramos con varios poemas entre los que se encuentra el ganador del Certamen Literario 2013, estudiante de Reproducción musical. No he querido entrar en detalles más específicos para no viciar la lectura de estas obras literarias. Esperamos que despierten en todos nuestros lectores la pasión por la lectura.

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Junta Asesora

Junta Editorial

Dr. Carlos A. Quiñones Alfonso, PresidenteSr. Miguel A. Rivera, Vice-Presidente AcadémicoDr. William Ubiñas Taylor, Rector

Dra. Ivette Martí Caloca, Jefa EditorialProf. Linnette Cubano García, Coordinación y Diseño Editorial

Prof. Yosanalis Torres Hernández, Directora Comunicación, Diseño y Medios

NOTA AL LECTORDewey Today es una revista electrónica de gran alcance comunicacional que promueve la difusión de contenido, el diálogo cultural, el desarrollo intelectual, el análisis crítico, la investigación y el intercambio de ideas. Este proyecto surge a raíz del compromiso de la Institución hacia la excelencia académica e investigativa con el propósito de que redunde en un intercambio valioso de perspectivas inclusivas a toda la comunidad universitaria. La colaboración a la revista estará abierta a toda aquella persona que desee contribuir con la difusión del contenido necesario para enriquecer la labor de educar y compartir datos de interés social, cultural, económico y profesional. Se aceptarán contribuciones en los idiomas español e inglés. La circulación de la revista estará en formato Web y la publicación de la revista electrónica será mensual, sin embargo, se aceptarán colaboraciones en todo momento a través del correo electrónico [email protected] *Dewey Today publicará mediante un proceso riguroso de revisión y admisión. Las colaboraciones están sujetas a las estipulaciones de la Junta Editorial y no necesariamente serán publicadas.Encuentre más información en www.jdc.edu/deweytoday

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El secreto de la LunaJorge L. Rodríguez Ruiz

Fue como si un peso existiera, territorial, concreto, en las palabras urgentes con las que Juan José me hablaba. Y como si ese peso me hubiese atraído, por culpa de una fuerza orbital imprudentísima, hasta el núcleo solitario y úrsido de su cerebro. Juan José, en palabras simples, era el único hombre-oso, con un poco de conciencia, que habitaba ** su planeta. Y siempre fue para su mamá, María Andares, un satélite importante al que ella dedicó, como a nadie, su enérgica luz interior.

Esa tarde, Juan José me había dicho: “Mami descifró mi Mundo.” Y también: “Ella hizo que me temblara hasta el ombligo, cuando me explicó lo de Papi.” Con imágenes como ésas me quiso aclarar (estoy seguro) eso que yo pudiera llamar el “alma suya”, si es que quieren que me arriesgue a pronunciar palabras tan grandes como “alma” (de ciento veintitrés mil acepciones). Aunque yo preferiría lo contrario. Yo me iría a mi memoria con unos guantes, una copiadora anastática y dos brazos, y copiaría la secuencia exacta con ** que Juan José me habló de su mamá, que estrenaba un divorcio feliz hacía muy poco, y que, entre tantas otras cosas,

vestía casi siempre de blanco, andaba en sandalias y lucía sortijas brillantes en sus incansables pies.

Le haría un halago a este compañero, si plagiara sus palabras exactas (‘ingenuotas’ y lentas, pero efectivas) con que narró todo aquello. De paso, le rendiría un homenaje a su madre, que se puso a estudiar después de adulta, y tenía dos ojos y una espalda. Lo más correcto que puedo decir sobre ella es eso mismo: que tenía dos ojos (marrones) y una espalda (pecosa). Y lo más importante: que ella estudiaba también como nosotros, Juan José y yo (que apenas comenzaba a frecuentarlo). Estaba matriculada de nuevo, después de unas cuantas décadas, no sólo en nuestro propio Recinto, sino en nuestra propia sección. Y era la última persona en la que pensaba uno, cuando escuchaba la frase “estudiante universitaria” y la asociaba (como yo)

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con Claudia, con Mariangely o con *osita.

En palabras sencillas: no era fácil. Ser aquella conciencia que habitaba a Juanjo no era fácil, por su carga escondida de complejos, y por la presencia (gravitante, constante) de su mamá. Ella estaba matriculada en la misma sección que su hijo-oso, que también era la mía. Pero solamente a él opacaba con sus notas, y torturaba hasta los límites de la demencia, cuando comentaba sus relaciones materno-filiales en plena clase, o le preguntaba al profesor de ojos lindos (de Literatura Comparada) a qué se refería exactamente cuando hablaba de* “placer textual”.

Apostando a un consuelo, me atreví a preguntarle a Juan José: “¿Cuántas clases más cogen juntos?” “Es la única en la que ella está matriculada”, casi me gritó, insistiendo en detallarme las andadas de su madre: “Hace una cosa distinta cada mes, desde que se separó de Papi: o pinta, o baila, o hace yoga. Aparte de que se ** quedó con la casa. En serio: ¿qué carajos le pasa?”

Juan José insistía en describirla: “Tiene manías: te envía mensajes de texto con asteriscos. Te dice: “No tengo ni cierto desierto”, cuando le preguntas algo que no sabe. Y se queda callada un rato, cuando sí… ¿¡Te fijas!? Pone a hablar raro a uno mismo. Rimando cosas que no se supone que rimen, como: “tengo los espejuelos en el carro/ que de hecho hay que lavar, que tiene barro.”

“Tal vez está enamorada”, dije peligrosamente. Pero añadí de inmediato, con inesperada humildad: “Disculpa.” Juan José me aseguró: “No tienes de

qué disculparte.” Y continuó: “Papi se portó mal con ella y la *odió mucho, y comoquiera se quedó con la renta de un apartamento que tenían en Aguada. Si está enamorada o no, allá ella.” Pronunciando un “ella” tan personal y sentido, que me obligó a repasar lenta y atentamente, todo lo que yo mismo conocía sobre María Andares. Que era, de hecho, lo suficiente como para poder compararla con mi propia madre:

María Andares se vestía con escotes “helénicos”, cuando salía. Mi mamá no salía. María Andares tenía, entre capital y activos, cincuenta y tres primaveras. Mami había adquirido un débito por sesenta y cuatro otoños. La mamá de Juan José (según ** dijo) se acostaba solamente uno o dos días, a finales de mes, con su marido: Papá Oso. Mami se acostaba sin sueño y, como nunca se dormía, paradójicamente nunca se despertaba. María Andares tendría una fiesta en su casa cuando acabara el semestre. Mi mamá (Modesta Pérez) conmemoraba hacía años una viudez monacal. Una escribía un diario de estudiante, en el que sombreaba pronombres y letras con asteriscos. La otra olvidaría su nombre en diez, quince, veinte años (no más). Ambas tenían una mirada y dos ojos, que en una resplandecían chispeantes, y en la otra se eclipsaban al mirar. “Aparte de que yo no soy un ingrato”, me aseguró Juan José. “Mami descifró mi Mundo, y ella hizo que me temblara hasta el ombligo, cuando me explicó lo de Papi (ese infeliz) y Tía Estela. ¿Sabes que hasta piensa escribir algo sobre eso?” “¿En la prensa?”, pregunté yo, sin pedirle permiso a Juan José para la broma. Él miró con la boca abierta hacia los árboles del campus, y yo me arrepentí bastante de

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mi* imprudencia*. Pero de pronto, como si nada hubiera pasado, me dijo a toda prisa, en unos pocos grafemas: “Ayer fuimos a comer. Y mira si mi mai es increíblemente extraordinaria, que me enseñó las fotos de los dos. Ella se quedó viéndolo todo, hasta que los dos acabaron.”

Lo asombroso e increíble de todo aquello fue el hecho de que, a partir de algún momento de su historia, yo comprendía plenamente los sucesos que Juan José me estaba describiendo; a tal punto, que incluso conocía los detalles que le faltaban por narrar: su mamá se había quedado contemplando a su marido, aquella noche —en el relato de Juanjo— con una tranquilidad espeluznante, mientras aquel señor (Papá Oso) le hacía el amor a su cuñada: la hermana menor de María Andares. Ella lo había sufrido todo, sin que rodara una lágrima por sus mejillas. Luego le tomó unas fotos imposibles, mientras su esposo y su hermana se enjuagaban los pecados en la pequeña piscina de la casa. Ella se escondió en la Tacoma cuatro puertas (a nombre de su marido), porque ni siquiera el muy renco tuvo la

ocurrencia de activarle la alarma. Detalle que Juan José no conocía, estoy seguro, ni había mencionado —por tanto— en un relato tan íntimo y tan personal como el suyo, que era, a la vez, tan mío.

¿Cómo yo recordaba todo aquello que Juanjo me contaba por primera vez? La culpa era de la historia misma que, para ser narrada, necesitaba de alguien tan r e l a c i o n a d o pero ajeno a la causalidad de los hechos, como Juanjo. Él era el único que podía contar esa historia, sin mancharle los pliegues de la trama con frases melindrosas como esta misma. El

caso es que yo había escuchado a Juan José con atención, y ya estaba al tanto de todo. Solo faltaba repetir los sucesos finales de aquel drama, por boca de él o mía, y retirarse a divagar en ** silencio. La sorpresa del papá al despertar al otro día junto a Estela Andares, y no junto a María: su esposa. La conversación abatida entre María Andares y Estela aquella misma noche, luego de que Papá Oso se durmiera. La determinación de la madre para que su hermana querida se quedara junto al Oso, y

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ostentaran sus amores en pleno día. La humillación de la Tía. Esos sucesos que restaban, los conocía yo tan pronta pero claramente, que cuando Juan José me preguntó *** qué pensaba de esa historia de la separación de sus padres, que tanto lo estremeció y por la que tanto había sufrido, yo le contesté alegremente que:

—“Bueno, tres cosas: me parece que tu papá tiene suerte de que tu mamá no lo odie. Tú, a pesar de todo por lo que estás pasando, debes reconocer que tienes una madre definitivamente excepcional. Y ella misma, no cabe duda de que se encuentra en evidente paz.”

Juan José me replicó: “¿Cómo le puedes llamar ‘paz’ al ajetreo que tiene Mami todo el tiempo?” Yo le expliqué convencido: “Para tu mamá, el tiempo tiene, por necesidad, que ocurrir así de rápido.”

—“¿Tú qué sabes?”, me preguntó, a punto de ofenderse.—“Sé que tú mamá es la Luna”, pensé responderle, pero no lo hice. Le dije no sé qué cosa, lo dejé acabar y me fui a ** casa. Al fin y al cabo, yo estaba empezando a conocerlo, y no tenía la suficiente confianza en él, como para darle a conocer un secreto astroblemático tan grande como ése. Además, fue Juan José quien se había entusiasmado con la idea de acercarme a los suyos, y hacerme partícipe de sus misterios. No. Me equivoco. No fue Juanjo. Había sido la fuerza orbital de sus palabras.

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Mi viejo amigo JacksonCindy Rodríguez Rosario

Era la semana de la limpieza anual que siempre solía hacer. Dairen comenzó por lo más difícil, el armario, pero esta vez decidió iniciar por la caja que siempre posponía, ya que llevaba muchos años allí. La abrió y encontró muchas fotos de su niñez, también una cartera de Las Princesas. Al revisarla encontró unas cartitas que le había dado su madre y un papel verde doblado en tres. Cuando lo abrió vio la imagen de un señor mayor, algo despeinado, en la parte de abajo decía “Jackson” y justamente al lado “TWENTY DOLLARS”. Sacó ese papel verde junto con unas fotos que quería conservar y botó las demás cosas. Mientras seguía con su limpieza no dejaba de pensar en aquel pedazo de papel, le traía recuerdos, le hacía sentir cierta nostalgia, pero no sabía por qué. Algún recuerdo lejano le hizo pensar que podía usarlo para comprar, pero no estaba segura. Rápido buscó Google en su celular. Escribió todas las palabras claves pero no aparecía nada. Pensó que era la única búsqueda sin resultados que había obtenido en esa página, así que trató otros buscadores pero ninguno acertaba. Ni un solo

resultado. Esto le causó más curiosidad y lo guardó para experimentar su uso. Como todos los domingos, Dairen fue al centro comercial para hacer su acostumbrado recorrido. Cuando fue a pagar en CyberPendants, su tienda preferida de accesorios, decidió entregar el papel verde para ver qué sucedía. El cajero lo tomó en las manos y lo observó por varios segundos. “Honey, tu tarjeta de siempre, no la tienes”. Mientras ella hacía un gesto en negación él seguía observando y después llamó a su supervisor. El supervisor observó el papel por varios segundos y procedió a llamar al gerente. Mientras Dairen esperaba en la registradora observaba a varios pies de distancia al supervisor y el gerente haciendo varias llamadas, con expresión de confusión. Pasaron varios minutos antes de que llegaran a la conclusión que, en efecto, era

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dinero y que no se le podía negar al cliente pagar con el mismo. Aunque el supervisor recordó que no tendrían dónde guardarlo, de todas formas decidieron aceptarlo. Se dirigieron a la registradora donde estaba la transacción en proceso y le ofrecieron disculpas a Dairen. Cuando el cajero fue a cobrar no encontraba ninguna opción para entrar el método de pago. Buscó él, buscó el supervisor, buscó el gerente. Ninguno de ellos pudo encontrar cómo aceptar el dinero, así que no pudieron aceptarlo. Dairen pagó con una de sus tarjetas y siguió de compras todavía con el sentimiento extraño que le hacía producía el “TWENTY DOLLAR”. Tan pronto llegó a su casa prendió la

computadora y consultó la página del banco. Oprimió el botón que decía “Contáctenos para cualquier duda” y envió su duda por correo electrónico. Al pasar varios días sin tener respuesta se resignó. Sabía que ese pedazo de papel era algo que recordaba con nostalgia por eso no siguió buscando respuestas donde no las había y le compró un marco para colgarlo en la pared, justo al lado de la foto de su madre.

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La vida que soñéPatricia Castro

La vida que soñé… en esa vida meditaba Alondra mientras miraba por la ventana del recibidor al esperar a su esposo para almorzar juntos antes de él salir de viaje. Ella le preparó su comida favorita y puso la mesa en forma muy especial, como nunca antes lo había hecho. Ella misma parecía otra, se sumergió en un baño de espuma de olor exquisito, se vistió como para salir a una fiesta, se peinó y maquilló muy elegante, se puso sus mejores prendas. En fin, estaba como una novia a punto de casarse. Recordó el día en que conoció a su esposo hacía largos años ya. Poco a poco fue sumergiéndose en sus recuerdos...

Alondra iba para su trabajo cuando decidió entrar a la cafetería de la esquina para comprar alguna merienda. Al comprar la merienda, como tenía tiempo demás antes de su hora de entrada, quiso sentarse a comer su merienda y leer su libro preferido Más allá del Cielo. Estaba buscando un asiento cuando su mirada se fijó en un caballero que estaba sentado en la mesa del fondo y que la miraba y le sonreía como si fuesen viejos amigos. Ella miró a todos lados tratando de elegir el lugar perfecto para sumergirse en la lectura de su libro,

pero en una esquina había una señora con sus hijos que estaban jugando y riendo mucho, en otro hablando de negocios en voz un tanto alta, en otro lado habían muchas personas entrando y saliendo y al fondo estaba ese joven, alto, trigueño, pelo negro, ancho bigote, ojos negros y llamativos que le hacía señas para que ella se sentara en su mesa. Alondra, como hipnotizada, atraída por un imán o algo parecido fue hacia él, lo saludó y se sentó. —¡Hola!, ¿cómo estás?, me llamo Rogelio, ¿y tú? — Bien gracias, soy Alondra. — ¿Qué haces por aquí? — Bueno trabajo cerca, a dos cuadras, como voy bien temprano me detuve a comprar y quise sentarme a leer mi libro favorito, pero creo que no podré pues no hay un rincón tranquilo donde pueda estar. — Lamento que no encuentres ese lugar, sin embargo podemos hablar y así pasarás el

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tiempo. Yo voy para unas oficinas que están cerca, en la próxima calle a la izquierda, el Edificio Licor de Cidra, el piso tres, la oficina de los abogados Zap y Roma. — ¡Qué coincidencia! Mi oficina queda en ese mismo edificio, el mismo piso a tres oficinas de los abogados, en Oleicy Arreit Designs. Soy diseñadora paisajista, aunque trabajo como asistente de diseños— ¡Qué bien! Entonces podemos caminar juntos hacia nuestros destinos. ¿De dónde eres, dónde vives?... Se oye un carro llegar y una puerta que se cierra. Alondra vuelve a su realidad, a prisa y con entusiasmo va hacia el comedor y se detiene al lado de la puerta. Se oyen los pasos ligeros que van hacia las escaleras que suben al segundo piso, ella se queda desconcertada, rápidamente se dirige hacia las escaleras y sube a la habitación. Se encuentra con su esposo que ya está cambiándose la camisa, recogiendo su maleta y se dispone a salir. Ella sorprendida le pregunta: — ¿Qué pasó, qué haces? — No tengo tiempo, se me adelantó el viaje, debo estar allá en un par de horas. Lo lamento, me tengo que ir. — ¡Pero... y nuestro almuerzo... yo creía que pasaríamos un buen rato juntos antes de tu viaje, en fin... cuándo regresas. — Bueno, no se pudo, no sé, tal vez una semana, ya te llamaré, adiós. Rogelio salió tan de prisa como entró, se despidió fríamente de su esposa y ni siquiera se dio cuenta de lo hermosa que ella se puso para él, ni siquiera vio lo hermosa que estaba la mesa y lo

rica olía y sabía la comida que a él más le gustaba. Él no tenía tiempo... Pasaron varios días y Alondra no sabía nada de su esposo. No sabía dónde localizarlo si le pasaba algo, no sabía si él estaba bien, no sabía qué decirle a la familia si preguntaban por él, ella no sabía nada... Luego de varios días sonó el teléfono y era Rogelio. — ¡Hola!, ¿cómo estás? ¿Estás bien? Regreso en una semana. Te dejo, porque tengo otra reunión. — ¿Pero estás bien? Hubo un silencio al otro lado del teléfono, no hubo respuesta a su pregunta y eso fue todo lo que pudo decir, se quedaron tantas palabras en el aire y se hizo tan inmensa la casa.

Al otro día, Alondra salió a la calle, no sabía para dónde ir, sólo caminaba y caminaba, tomaba una guagua, se subía al tren, volvía a otra guagua y al final ya no sabía dónde estaba. Pasó largas horas sentada en un banco, frente al mar. Miraba el mar como si éste le contestase, le hacía todas las preguntas que le martillaban su mente, veía las olas ir y venir y con ellas se iba ella. Así oscureció y amaneció. Al salir el sol brillante, ella se levantó, caminó hasta la orilla del mar, mojó sus pies en las frías aguas y pensó en su esposo. — ¡Hola, llegué! Mira lo que te traje, ¿dónde estás, mi amor? Aly, dónde estás, no te escondas.

Rogelio, se desconcertó, no encontraba a su esposa, fue directo al cuarto, la cama estaba intacta, bajó a la sala y el teléfono estaba descolgado por eso no pudo decirle que quería regresar para estar con ella, para compensarla por no haber almorzado con ella y por lo poco que pudo hablar con ella durante su ausencia. Que había sentido remordimientos

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por lo frío que estuvo con ella y que la extrañó mucho, que la amaba mucho. Fue al comedor y encontró una mesa bellamente preparada, con un gusto exquisito, como antes no la había visto. Encontró una fotografía de su esposa sobre la mesa, frente al asiento donde él acostumbraba sentarse. Esa fotografía era extraña, ella estaba bellamente vestida, como para una fiesta, muy combinada, con peinado y maquillaje como una novia a punto de casarse. Rogelio sintió un frío recorrer por todo su cuerpo. Fue a la cocina, encontró su comida favorita muy sabrosamente preparada y todo en orden como recién hecho. En esos momentos recordó el día que se fue de viaje, recordó que llegó y no tuvo tiempo de hablar con su amada Alondra, que corrió por las escaleras, fue a su cuarto y ya cuando salía llegó su esposa a preguntarle qué pasaba. Recordó que no tuvo tiempo ni de mirarla, que se despidió muy fríamente de ella, como nunca

lo había hecho, recordó que se fue sin siquiera mirarla, ni darle un beso, ni decirle que la amaba, simplemente se fue...

Llegaron a su mente una y otra vez esos recuerdos, que vagamente la veía con el traje de la foto y maquillada como una novia y ni siquiera la miró. Sonó el timbre de la puerta y él se sobresaltó y corrió a abrirla. Era un vecino que venía a ver si Alondra estaba bien, si se sentía mejor. — ¿Qué, por qué me pregunta, qué sucede? — ¿Cómo, usted no lo sabe?, Alondra enloqueció desde que usted se fue, está perdida, regresa y vuelve y se va, se viste como en la foto y cocina, pone la mesa y se cambia y se va.

Todos pensamos que usted la abandonó. Como ella no le hace daño a nadie la hemos estado cuidando, aunque ahora estamos preocupados porque desde ayer en la mañana se fue y no ha regresado.— Pero es que yo..., ¡Dios mío, qué he hecho!, yo la amo con todo mi corazón, lo que pasó fue que tenía

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un viaje de negocios que no podía dejar de ir, era imprescindible que viajara y me adelantaron el viaje el mismo día en que nos citamos aquí para almorzar, me sentía tan presionado y frustrado que ni siquiera le dije, no le expliqué, ni me disculpé, ni me volví a mirarla, casi ni me despedí. Ya cuando me di cuenta de todo estaba volando y cuando quise llamarla no me podían comunicar porque donde yo estaba, las líneas estaban averiadas. Cuando pude hacerlo, fue ayer y por más que le pregunté cómo estaba no me contestó. Me sentí muy inquieto y por eso le exigí a mis jefes que me dejaran regresar y como no lo hicieron, renuncié pues ya no podía estar más tiempo fuera y lejos de Mi Aly. ¡No puede ser!... Rogelio se derrumbó en un sillón, sollozando con el dolor más profundo en su corazón. En esos momentos entra Alondra, pérdida, su mente ida, maltrecha, avejentada, vestida sin ningún gusto, su pelo despeinado, en fin, todo lo contrario a lo que mostraba en la foto. Rogelio al verla, se impresionó, la abrazó y lloró hasta el cansancio. Se reprochaba verla como estaba ahora. Recordó los hermosos momentos cuando se conocieron, esa necesidad de estar cerca, juntos, de no poder despegarse uno del otro... Fue llevándola poco a poco a su habitación, la llevó al baño, la aseó, la vistió, le peinó su pelo como en la foto, llamó a la vecina para que la maquillara. La llevó al comedor para almorzar con ella, pero no se sentó en su asiento acostumbrado, lo hizo con el asiento lo más cerca de ella posible. Él le dio de comer, de beber y le hablaba de todo lo que le pasó en su viaje, luego la llevó a la sala y hablándole, abrazado a ella se quedó largas horas dormido junto con ella.

En la mañana siguiente Rogelio despertó muy agitado, estaba solo en la sala, Alondra no estaba junto a él. Comenzó a llamarla con desesperación. Al entrar en la cocina sintió un rico olor a café recién hecho, además un delicioso desayuno sobre el desayunador y la puerta de la terraza abierta. Al asomarse a la terraza vio a Alondra tomando su acostumbrada taza de café, escribiendo en su computadora portátil y escuchando su estación de radio favorita. Fue hacia ella con mucho temor, deseaba que esa visión fuese tan real como sus recuerdos de su primer encuentro. Tembloroso le habló como acostumbraba hacerlo todos los días. -— ¡Buenos días Aly, mi amor! ¡Te extrañé mucho!, ¿cómo estás? Ella lo miró, su corazón latía fuertemente, también estaba muy temerosa, temblaba. Estaba vestida con mucho gusto, maquillada y peinada sutilmente, de su piel salía un suave olor fresco. Respondió tímidamente. — Estoy bien, ya tienes el desayuno hecho, ¿deseas desayunar aquí afuera?. Él la miró extrañado y muy feliz, corrió hacia ella y la abrazó. — Aly, mi amor, mi gran amor, estás bien, lamento todo lo pasado, estuve tan preocupado, tan envuelto en los últimos acontecimientos, he renunciado a mi trabajo. — Sí mi amor, estoy bien, pero por qué has renunciado, qué pasó. — Es que cuando te llamé que ni te dejé hablar, me sentí tan mal, tan preocupado por ti, sentí un vacío grande y le dije a mi jefe que tenía que regresar y no aceptó, pues le dije que ya era demasiada presión y que estaba lastimando y dejando a un lado lo más

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que amaba por nada, así que renuncié. — Gracias mi amor, pero que vas a hacer ahora. — Ya veré, lo más importante es que tú estés bien, no lo puedo creer. Ayer sufrí lo que no tienes idea cuando no estabas y luego cuanto te vi... — Olvídalo, lo importante es que estamos juntos de nuevo, que debemos tenernos la confianza de antes y no importa lo que nos esté pasando, siempre tenemos que enfrentarlo juntos, yo también sufrí demasiado en estos días y andaba perdida por ahí, todos los días me vestía igual, cocinaba lo mismo, preparaba la mesa igual y nada pasaba, cuando te fuiste y no me llamaste, cuando por fin me llamaste

que ni siquiera puede hablarte, enloquecí. Cuando te vi era como conocerte de nuevo, tus cuidados y tu ternura conmigo me devolvieron a la vida. Gracias, regresé a la vida que siempre soñé. Así, juntos, pasaron muchos años, nunca más se separaron, cada día era como el primero y el último...

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Tripeo 69Freddy Acevedo Molina

Acto único

El público aún no ha terminado de acomodarse en el auditorio cuando se encienden las luces del escenario. Vemos a siete personas con ropas negras y sentadas en una larga mesa dispuesta para la GRAN CENA. Conversan en voz baja. Al mismo tiempo, entra una mujer también vestida de negro. Lleva hacia la mesa una bandeja repleta de lechuga verde y fresca. MUJER

(Con voz estridente.) La ensalada está lista.

Todos hacen un gesto de aprobación. Ella les lanza la lechuga y los comensales comienzan a devorarla. La mujer se sienta, luego de haber repartido lechuga y se dispone a comer. El tenedor está a medio camino entre el plato y la boca de la mujer cuando un HOMBRE con barba espesa, quien está sentado a la cabeza de la mesa, golpea su vaso

varias veces con una cuchara. Todos hacen silencio. El HOMBRE eructa aparatosamente. Los demás se miran entre sí, luego dirigen sus miradas hacia donde él se encontraba y aplauden. Mientras ellos se miraban, el HOMBRE se ha dirigido hacia el frente del escenario, colocándose un turbante sobre la cabeza. Por lo tanto, los aplausos coinciden con la llegada del HOMBRE a ese lugar y se extienden hasta que él logra postrarse en el suelo, de tal manera que su frente toque el piso.

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(Pieza de simultaneidades para ser representada en 69 segundos.)

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HOMBRE

(Alza sus manos al cielo, quedando de rodillas, y enuncia en árabe.) Alhámdu li-láahi… (Vuelve a postrarse y se levanta otra vez.) Alhámdu li-láahi… (Y una vez más. Ahora habla con más fuerza.) Alhámdu li-láahi… Mientras esto ocurría, los demás se dividen en dos grupos a ambos lados del HOMBRE. Cuando este termina su parlamento, queda con sus brazos hacia arriba y en una pose estática. AMBOS GRUPOS (En griego.) Poló to fronei eudeimonia próton i párquei. Cre de ta, gueis Zeus medéis aceptéins.1

Al oir esto, el hombre se incorpora y se convierte en un agitador de masas. HOMBRE ¡Que mueran los come-carne! ¡Que mueran los come-carne! Los demás se contagian y gritan enfurecidos. TODOS ¡Que mueran los come-carne! ¡Que mueran los come-carne! ¡Que mueran los come-carne!

1 Últimos versos del Coro en Antígona, de Sófocles.

UNA VOZ DE MUJER ¡Permiso! (Todos hacen silencio. Sale de entre medio de ellos una empleada de Burger King. ) Permiso, ¿desea agrandar su combo de Whoper doble-carne con bacon? El HOMBRE del turbante pega un grito histérico. Durante ese grito, todos le arrancan la ropa a la empleada de Burger King y la dejan desnuda. Ella sale corriendo. HOMBRE (Emocionado.) ¡Vengan, amigos. Los invito a un buen plato de morcillaaaa! TODOS ¡Sííííííí….! (Aplauden y echan porras.) ¡Mor-ci-lla! ¡Mor-ci-lla!

¡Mor-ci-lla! Abandonan el teatro. No hay apagón.

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Otto y los ojos del Cuco1

Juan Ramón Recondo Pietrantoni

1: Un cuento para la terrible Miss Lugo

Había sido una mañana larga para Otto ya que era el primer día de clases. Extrañaba los días de libertad del verano cuando podía leer todos los paquines que se le antojaban, sentarse ante su ventana para seguir visitando los varios pueblos que constantemen-te afloraban en su imaginación, y des-aparecerse en la copa de un árbol para confabular un plan secreto con todos los demás miembros del Club Cóndor.

Desde el tercer pupitre en la cuarta fila del segundo grupo del sép-timo grado, Otto no podía esperar ni un momento más para que llegara el recreo. Por esto se repetía a sí mismo: “Una clase más, una clase más, todo lo que falta es una clase más.” Claro que la próxima clase era la de español con la terrible Miss Lugo, que todos los estudiantes temían por muchas razones que se hicieron claras cuando ella irrumpió por primera vez en el salón.

Momentos antes de su llegada, los niños del grupo hablaban y reían ante la ausencia de un maes-

1 Aclaración del autor: Esta novela corta para jóvenes lecto-res sólo puede ser leída por alguien con mucha imaginación. Cada capítulo concluirá de la manera que el lector lo quiera terminar. Y cada final será tan intenso, emocionante o misterioso como decida el lector, finalmente transformado en un escritor.

tro durante el rápido cambio de clases. De momen-to, se apagaron las luces y cesaron las risas. Antes del apagón, algunos valientes se habían levantado para conversar con amigos sentados al otro extre-mo del salón. Ahora se escuchaba su desesperado regreso a los pupitres. El ruido de niños en movi-miento ocasionó que las luces comenzaran a pren-der y a apagar. Ante la confusión, ninguno de los compañeros de Otto podía distinguir quién juga-

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ba con el interruptor. Después de un último largo apagón, la luz se encendió y los niños vieron la fi-gura de la esbelta Miss Lugo ante la puerta cerrada del salón.

Ella vestía un traje verde de flores doradas, que a Otto le parecía una armadura de escamas de dragón. Su cabello estrictamente arreglado res-plandecía por completo hasta terminar en un pe-queño moño. Miss Lugo se movió lentamente hacia el centro del salón y de un salto ágil, se sentó sobre su escritorio al frente de la clase. Desde allí vigilaba a sus estudiantes con sus paralizantes ojos negros.

Después de recorrer el salón por completo con su mirada, Miss Lugo calmadamente declaró: “Hola, damas y caballeros. Como todos ya saben, mi nombre es Miss Lugo y espero respeto y disci-plina en mi clase. Me gusta ir al grano y no perder tiempo. Por eso les aviso que para el viernes quiero que escriban un cuento.”

La noticia de la asignación había tomado al séptimo grado por sorpresa porque nadie esperaba trabajo el primer día. El grupo era una gran masa de niños angustiados que inmóviles miraban a su temida maestra.

La calma del grupo fue quebrantada por la mano alzada de Suzana, la única valiente que se atrevió a romper el silencio con una pregunta. Esto no era nada fuera de lo normal para ella ya que Su-zana usualmente servía de portavoz de sus compa-ñeros ante los maestros cuando la comunicación entre adultos y niños fallaba.

Sin hacer mucho caso a la interrupción, Miss Lugo tomó de su escritorio la lista de nombres en orden alfabético, la leyó en silencio y acertadamen-te ordenó: “Dígame Suzana.”

Con su voz levemente temblorosa, Suza-na preguntó: “¿Podemos escribir sobre cualquier cosa?”

Entre las infames características de Miss Lugo que los estudiantes se contaban como cuen-tos de horror, se encontraba su imposibilidad de curvar la boca en una sonrisa. Sin embargo, Otto notó cómo los ojos de la maestra sonrieron malé-volamente al contestarle a Suzana de la siguiente manera: “Pueden escribir de lo que quieran. Pero acuérdense, hagan de sus cuentos una aventura única. Ahora comencemos a conocernos.”

Miss Lugo continuó con su clase, pero Otto no pudo pensar en más nada que en su asignación. Estaba convencido que tenía un cuento espectacu-lar y abandonó rápidamente el salón al comienzo del recreo. Una vez en el patio de la escuela, corrió hacia su grupo de amigos que discutían un sinnú-mero de posibilidades para sus cuentos.

Rey, que era el más alto de todos los niños de su grado, estaba rodeado de sus compañeros que lo escuchaban interesados. El joven gigante les decía: “Tengo un cuento que va a dejar boquiabier-ta a Miss Lugo. No creo que haya escuchado nada como…”

Pero Otto no permitió que Rey terminara su idea. Estallando de emoción por su cuento, Otto anunció triunfante: “Yo voy a escribir sobre la aven-tura más peligrosa del caballero dorado. ¿No creen que es una idea única?”

Otto esperaba la admiración inmediata de sus compañeros, pero su idea fue recibida con mi-radas aburridas. Rey le contestó: “Bueno, Felipe ya va a escribir del caballero plateado que tiene una armadura que lo hace indestructible. Y José va a es-

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cribir sobre el caballero azul que se puede convertir en agua.”

Otto insistió: “Pero mi caballero salva el reino de Augusto el Justo, el rey que devolvió la libertad a su pueblo.”

La valiente Suzana, que estaba sentada al lado de Rey, le dijo: “Eso no es tan asombroso. Yo voy a escribir sobre una princesa que cabalga un enorme caballo para salvar a su reino de una gár-gola que secuestró a todos los padres dejando a un pueblo entero lleno de huérfanos.”

Otto pensó que su idea no era tan única como creía, pero, insistente, no se dejó vencer y dijo: “Mi caballero va a luchar contra Fistandántilo, el más terrible hechicero de todo el mundo. Imagí-nense que era tan maldito que transformó a la gen-te de toda una ciudad en los animales que mantie-ne en su inmensa granja.”

Pero esto no impresionó nada a Pepe, que pícaramente le guiñó un ojo a Suzana, para ale-gremente contestar: “Bueno, en mi cuento hay una bruja que convirtió a todos los niños del mundo en gorilas rojos que la protegían de las fuerzas del buen rey. Como todos sabían que los gorilas eran sus hijos, nadie se resistía a los ejércitos de la bruja.”

Otto no pudo escuchar más. Había descu-bierto que su historia era muy parecida a la de casi todos sus compañeros y sentía que algunas de ellas eran hasta mejores. El pequeño escritor pensaba que tenía una aventura única, pero se dio cuenta que Augusto el Justo y Fistandántilo no serían el primer rey y hechicero en luchar ante Miss Lugo y el resto de su clase.

Sintiéndose derrotado, Otto abandonó el grupo. Mientras se alejaba, alcanzó a escuchar par-

te del cuento de Rey: “Pues yo voy a escribir sobre un niño con un bombín mágico que lo hacía invisi-ble. Todas las noches, entre las siete y las once, él se ponía su sombrero para fugarse invisible de su casa.

“En esos momentos, el niño sentía una gran libertad porque podía hacer lo que quisiera sin que nadie lo viera. Así entraba a las casas de algunas vecinas chismosas y les escondía sus espejuelos o en mucho silencio le cambiaba los muebles de lu-gar durante la noche. Una vez hasta descubrió la identidad del ladrón que robaba las rosas del jardín de Doña Irma.

“Un día escuchó a sus papás hablando de cómo un viejo vagabundo que llamaban el santo de los gatos cuidaba de todos los gatitos que abando-naban en la calle. Entonces el niño decidió que con la ayuda de su sombrero mágico, todas las noches le llevaría leche y algo de comida para que el santo y sus gatos nunca durmieran hambrientos.

“Esa noche se puso su bombín y siguió unos gatos callejeros, seguro de que lo llevarían hacia el santo. Sin embargo, nunca se imaginó lo que pre-senció al final de la calle donde lo guiaron los ga-tos…”

2: En la pequeña guagua del Chófer

Al final de su día, Otto caminó lentamente hacia la guagua escolar sin preocuparle que llegar primero le garantizaba un lugar al lado de una ven-tana. La pequeña guagua escolar azul era conduci-da por el Chófer, como todos lo llamaban. El Chófer era un hombre gordo y risueño que le contaba un chiste o un cuento distinto a cada uno de sus pasa-jeros. Siempre vestía una guayabera azul clara y un

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gorro azul oscuro a manera de uniforme que combi-naban impecablemente con el color de su vehículo.

Su guagua tenía tres largos asientos que acomodaban tres niños en cada uno. En el frente estaba el asiento del conductor y el de su pasaje-ro, el único sitio que podía ser ocupado por un solo niño. El Chófer escogía diariamente a un afortuna-do que regresaría a casa ocupando el asiento delan-tero a su lado. Entre los beneficios que tenía esta posición en el frente de la guagua estaba tener la ventana más grande para uno solo, discutir con el Chófer los sucesos del día y avisarle cuando la luz de tráfico cambiaba a verde. Aunque este lugar era el más preciado por todos, aquella tarde Otto no tenía tiempo para disfrutar de su viaje a casa.

Una vez en la guagua, Otto se sentó en la parte de atrás y se concentró en su problema. Usualmente él esperaba impacientemente su re-greso mientras la pequeña guagua azul hacía len-tamente sus paradas de rutina. Otto era uno de los últimos en regresar ya que vivía lejos de la escuela y por esto marcaba aproximadamente los minutos con cada niño que regresaba a su hogar. Pero ese día el joven pensador no se daba cuenta del paso del tiempo. Su problema era más serio que la lenta travesía a casa al final del primer día de escuela.

Otto quería escribir un cuento único que impresionara a sus compañeros y el mejor que Miss Lugo jamás hubiese escuchado. Él sabía que de lograr la hazaña, se mantendría alejado de los ojos opresores de la maestra. Sin embargo, no se le ocurría ninguna idea. Aunque había descartado su cuento del caballero dorado, sólo se le ocurrían aventuras sobre piratas batallando en alta mar y agentes secretos envueltos en duelos de astucia

con carismáticos villanos. Otto estaba seguro de que éstas no serían ideas originales, pero no podía pensar en más nada.

Casi al final de la ruta, el Chófer se dio cuen-ta que Otto estaba solo en la parte de atrás de la guagua. El asiento delantero estaba vacío y el con-ductor necesitaba compañía. En una simpática voz musical lo llamó: “Otto, pero ¿qué haces tan solito? ¿No tienes calor allá atrás? Ven para que seas mi copiloto por el resto del viaje.”

Sin sonrisa alguna, Otto se movió sin ganas hacia el frente. Una vez en el lugar privilegiado, sin-tió la calma del viento que le refrescaba la cara du-rante el caminar de la guagua.

Al notar su seriedad, el Chófer preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Te sientes bien, mijo?”

Otto le contestó al Chófer sin ninguna emo-ción: “Es que quiero escribir un cuento que sea úni-co, y no sé sobre qué hacerlo.”

Entre risas profundas, el Chófer tronó: “Ah bueno, si es que llevo un escritor al lado.”

“Tengo un problema serio que no da nada de risa,” le dijo Otto un poco molesto por su reac-ción chistosa. “Te juro que no voy a dormir más has-ta que se me ocurra un cuento único.”

Otto notó que este último comentario borró de sopetón la sonrisa del Chófer. Sorprendido por el cambio, sintió una curiosidad poderosa durante los pocos segundos que el Chófer tardó en comen-tar sobre lo que su copiloto había dicho.

El gran hombre respiró profundamente y declaró con mucha gravedad: “Todo el mundo tiene que dormir, mijo. El descanso es importante para recuperar energías. Además, me imagino que sabes que a todo niño que no quiere dormir lo visita el

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Cuco. Y estoy seguro que tú no quieres eso, ¿ver-dad?”

Otto se maravilló con lo que había escucha-do. ¡El Cuco! Se acordaba que cuando era peque-ño había escuchado hablar del Cuco, pero no sabía nada sobre la misteriosa figura.

La curiosidad lo había emocionado al punto que estalló con preguntas: “¿Cómo es el Cuco? ¿Lo has visto alguna vez? ¿Es humano o también parte animal? No hay razón por la que no puede ser un fantasma. Sea lo que sea, ¿dónde vive?”

El Chófer interrumpió todas las preguntas con una gran risotada: “Jo, jo, jo, jo, con calma mijo que esa curiosidad tuya no termina. No te puedo decir mucho del Cuco excepto que la manera de atraerlo es negándose a dormir. Pero te advierto, nadie quiere toparse con el gran Cuco.”

“¿Por qué no?” preguntó Otto.Divertido por la insistencia de Otto, el Chó-

fer contestó: “Bueno, yo no sé tú, pero el Cuco a mí me da miedo. Ahora cambiemos el tema a algo más alegre. Yo conozco muchísimos cuentos que te van a encantar.”

Pero la evasiva del Chófer fue inútil porque Otto ya no pudo sacarse al Cuco de su mente. El joven estaba encantado con todos los posibles cuentos que podrían surgir en torno al Cuco. Estos ciertamente fascinarían a sus compañeros y a Miss Lugo. Y sobre todo, serían únicos.

Cuando al fin divisó su calle a lo lejos, Otto salió por un momento de su hechizo y escuchó la primera parte del cuento del Chófer: “Hace unas se-manas, mientras esperaba sentado en una parada de guagua pública, se me acercó una nena un poco menor que tú. Ella me reveló un grave problema.

La niña cargaba un gran conejo blanco al cual le su-surraba al oído: ‘Nunca voy a dejar que te usen para el guisado.’

“Una de mis comidas favoritas es conejo gui-sado y por esto le pregunté: ‘No me digas que tú vas a privar a tus papás de uno de los platos más sabro-sos que existen.’

“La nena me miró sorprendida y me confesó: ‘Lo que pasa es que yo estoy segura que este conejo fue el responsable de salvar a toda una comunidad de la inundación más desastrosa de la isla.’

“Te podrás imaginar que cuando me dijo eso, me quedé boquiabierto. No pude resistir la pregunta: ‘Pero si los conejos no hablan. ¿Cómo lo hizo?’

“Su contestación me hizo perder dos gua-guas, pero no pude abandonar mi sitio. Ella me contó lo siguiente, y escucha bien para que entien-das cómo nos hablan los conejos…”

3: La consulta con Rafelito

No pasó mucho tiempo cuando la pequeña guagua azul paró frente a su casa. Otto se bajó tan rápidamente que el Chófer le tuvo que recordar que no dejara su bulto de la escuela.

Al acercarse al balcón de su casa, Otto notó alegremente entre las rejas que Rafelito estaba sen-tado en una butaca. Rafelito era hermano de la mamá de Otto pero éste insistía que nunca lo lla-maran “tío,” porque él prefería tratar a Otto como un igual.

Rafelito leía el periódico y de vez en cuan-do pausaba para escribir algún comentario corto. Él solía añadir pequeñas notas en tinta azul en los

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márgenes de cada página, siempre cuestionando las noticias. Al final de su lectura, era más divertido leer las anotaciones de su tío que los mismos artí-culos.

Rafelito tenía casi toda su cara cubierta por una cascada de pelo largo marrón, cuyo final no se podía distinguir ya que se juntaba con una barba abundante que le tapaba el cuello. A través de su gran selva facial, se revelaban unos pequeños ojos que brillaban con una inventiva inacabable. Aun-que había estado en el frente de guerra, su imagi-nación tornaba sus terribles experiencias en relatos geniales que Otto adoraba escuchar.

Ese día, Rafelito era precisamente la persona que el niño quería ver porque su gran experiencia de mundo le daría la sabiduría necesaria para in-formarle a Otto quién era el dichoso Cuco. Por eso, Otto entró velozmente al balcón de su casa y, sin preámbulo, declaró: “Rafelito, te tengo que hablar urgentemente sobre el Cuco.”

Desde adentro, Otto escuchó la voz de su abuela Tata diciendo: “Otto. Ya llegó Otto, ¿verdad? Ven para que almuerces que debes tener hambre.” La bata verde pastel de Tata se veía en constante movimiento a través de las ventanas del balcón mientras ella arreglaba la mesa.

Al ver que Otto no se había movido de su lugar en el portón de entrada, Rafelito le dijo: “Si tie-nes que hablar conmigo ahora mismo, te recomien-do que lo hagas rápido porque te están esperando para almorzar.”

Otto miró a su tío con súplica en los ojos, y Rafelito accedió en silencio a su pedido. Sin inter-cambiar más palabras, avisó en voz alta a Tata: “Mami, Otto va a almorzar ya mismo.”

Después, Rafelito se dirigió a Otto en voz más baja: “Muy bien, tenemos cinco minutos para aclarar este asunto. ¿Qué quieres saber del Cuco?”

El tío se sentó en su butaca y trepó sus gran-des botas de constructor en una pequeña mesa. Otto corrió a la silla contraria para poder discutir el tema cómodamente.

Otto se zambulló a la entrevista sin rodeos: “Quiero saberlo todo.”

Rafelito fijó sus ojos en el techo repasando en silencio lo que sabía sobre este extraño perso-naje. Al terminar, volvió a mirar a Otto y, peinándo-se las barbas con sus dedos, comenzó: “Bueno, no soy un experto en el tema, pero sé que el Cuco sólo aparece a la medianoche en los cuartos de los niños que se resisten a dormir. Según tengo entendido, éste le pide un cuento a cada niño desobediente.”

Otto se sorprendió ante la mención de la pa-labra “cuento” y con urgencia le preguntó: “¿Enton-ces le tendría que hacer un cuento si se me apare-ce? ¿Y si en vez yo le pido un cuento?”

“Pero es que no creo que el Cuco te vaya a dejar escoger si te viene a visitar,” dijo Rafelito delei-tándose con las preguntas del curioso escritor. “Al Cuco le encantan los cuentos y sabe que si un niño no se ha dormido a la medianoche, entonces tiene algún relato interesante que contarle.”

Otto insistió: “¿Y si mi cuento es único, me recompensará con algo?”

Rafelito pensó un poco y luego le contes-tó: “Escuché cuando chiquito que en alguna parte de la isla, un niño se mantuvo despierto pasada la medianoche seguro que tenía una tremenda idea para un cuento. Cuando el Cuco apareció, el niño lo deleitó con su divertida composición. Según se co-

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menta, el Cuco lo premió dejándolo mirar a través de sus grandes ojos rojos. No tengo la menor idea de lo que vio el niño, pero debe haberle cambiado la vida.”

El barbudo oscureció sus ojos y se acercó un poco a Otto desde su butaca. En una misteriosa voz baja declaró: “Pero me imagino que no todos han podido contar un buen cuento. Lo que le pasa a los perdedores, no creo que se sepa. Me parece que nadie que se haya enfrentado al Cuco y haya perdi-do, tiene mucho ánimo para contar las consecuen-cias de su visita.”

Otto había permanecido en completo si-lencio. Después de considerar cuidadosamente su próxima pregunta, le interrogó: “¿Y qué pasaría si le pidiera al Cuco que me ayudara a escribir un cuen-to? ¿Crees que me castigaría por hacerlo perder su tiempo?”

Rafelito se impresionó ante la pregunta para la cual no conocía respuesta. Con una expresión pensativa le respondió: “No te podría contestar eso. Pero si estás convencido de lo que quieres hacer y crees que el resultado valdrá la pena, entonces tie-nes que hacerlo. Nunca he sabido de alguien que haya consultado al Cuco, pero siempre hay una primera vez. Déjate llevar por tu curiosidad y mira a ver qué maravillas podrás aprender de esa expe-riencia única.”

Rafelito terminó su explicación con la pala-bra clave. Otto estaba seguro que como resultado de su enfrentamiento con el Cuco, él obtendría un cuento único que impresionaría no sólo al más exi-gente de los lectores, sino también a Miss Lugo. El joven escritor decidió que no se hablaría más. Esa noche se llenaría de valentía y esperaría la llegada

del misterioso y peligroso Cuco.Tata salió por la puerta del balcón y ordenó a

su nieto que entrara de inmediato a comer. Perdido en sus planes de cómo abordaría el diálogo con el Cuco, Otto obedeció sin chistar. Entró a la casa y se sentó a la mesa.

Antes de empezar a comer, Otto pudo ver a través de las ventanas del comedor cuando Tata se sentó en la butaca que él había ocupado durante su consulta con Rafelito. Su abuela y su tío se rie-ron juntos por algo que Rafelito comentó. En ese momento, Otto sintió una sensación de serenidad ante la seguridad de que nada malo le podría ocu-rrir siempre y cuando tuviera a seres como Tata y Rafelito velando por él.

Otto tomó su tenedor y se preparó para co-mer. Sintió un leve malestar por el hambre que te-nía y se entregó a la obra de terminar su comida.

Durante su almuerzo, Otto escuchaba la voz de Rafelito en el balcón contándole a Tata la historia de uno de sus vecinos: “Mami, ¿te acuerdas de Vla-dim, el ruso que vive en la calle de atrás? Pues es-tuvo muy enfermo, al punto que estaba en el hueso porque no podía comer.

“Cuando estuvo al borde de la muerte, Vla-dim escuchó la voz de Marta, una cantante de ópera que vivía en la casa del lado. De inmediato, al en-fermo lo sorprendió un hambre voraz que sólo se apaciguó cuando Marta terminó de cantar.

“Al tiempo, Vladim recobró su salud porque había organizado todas sus comidas alrededor de los ensayos de Marta. Como ella se la pasaba can-tando, él engordó casi cien libras en unos meses.

“Pero el otro día, mientras ella se preparaba para un concierto, Marta perdió la voz por comple-

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to y entonces Vladim tuvo que…

4: El discípulo del Cuco

Después de comer, Otto se preparó para su encuentro. El valiente no sabía qué necesitaría para recibir al Cuco. Se preguntaba si debía tener algo con qué protegerse en caso de emergencia. ¿Pero qué tipo de emergencia podría surgir por la visita del Cuco? Había escuchado que el ajo se usaba contra los vampiros. De ser así, ¿lo podría usar con-tra el Cuco?

Otto pensó que su intención no era espantar al oscuro visitante, así que desistió de la idea del ajo. Mejor sería hacer su visita lo más placentera posible para que no pensara que el niño no apreciaba su compañía. Además, ¿quién quiere tener de malas al Cuco?

Otto se acordaba que Tata siempre le decía que lo mejor para relajarse después de un día de trabajo era humedecer unas toalli-tas con agua templada y ponerle unas gotas de agua de rosas. Por eso él decidió preparar-las para la comodidad de su compañía.

¿Y si el Cuco llegaba con hambre? Otto desconocía de lo que sería capaz la apa-rición y por si acaso no quería terminar sien-do su banquete. Por esta razón, prepararía una merienda para satisfacer algún antojo que le pudiera surgir al visitante.

Cuando faltaban veinte minutos para la medianoche, Otto salió sigilosamente de su cuarto y buscó las toallas y un frasquito de agua de rosas que puso sobre una bandeja al lado de su cama. Junto a la bandeja, puso un

plato con dos donas cubiertas de azúcar y un gran vaso de jugo de guayaba, su merienda favorita.

Cuando faltaban cinco minutos para la me-dianoche, Otto se preguntó si la luz de su cuarto no sería muy brillante para el Cuco. Estaba seguro que no quería apagarla del todo ya que tampoco que-ría estar completamente a oscuras junto al extraño. Decidió apagar la luz, pero mantener una luceci-ta que tenía conectada cerca de su cama. De esta manera, Otto estaría alumbrado por una luz tenue mientras algunas partes más alejadas de su cama se mantendrían oscuras.

A un minuto para la medianoche, Otto se sentó con sus piernas cruzadas en la cama y esperó al visitante. Pero dieron las doce, y ni un pequeño

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ruido estorbó la tranquilidad de su cuarto.Cuando ya habían pasado tres minutos des-

pués de la medianoche, Otto no pudo más con sus nervios y se quejó: “Si pretenden que uno se duer-ma antes de la medianoche, el Cuco por lo menos podría ser más puntual.”

“¿Y quién te dijo a ti que yo no soy puntual?” pronunció una voz dulcemente ronca.

El joven tuvo que hacer un esfuerzo cons-ciente para no salir gritando por la puerta de su cuarto. No estaba solo. Para controlar sus nervios, Otto pensó que esta visita no podría ser peor que encontrarse bajo los enfurecidos ojos de Miss Lugo por haber presentado un cuento que no fuera de su agrado.

Con un atisbo de impaciencia, la voz volvió a escucharse: “No he venido desde tan lejos para que me reciban en silencio. Espero que tengas algo in-teresante que contarme.”

Otto sentía que la voz provenía de una de las esquinas más oscuras de su habitación, pero no había visto ningún movimiento en esa dirección.

Al faltarle palabras, Otto tímidamente co-mentó: “Siempre me gusta ver con quién hablo.”

Inmediatamente Otto percibió un movi-miento en la esquina desde donde venía la voz. La oscuridad parecía ser una figura que tomó un paso hacia el lado. Entonces Otto distinguió una alta silueta. Aunque no pudo notar facciones ni deta-lles, el niño descubrió que la sombra tenía un alto sombrero de copa, una manta que le cubría todo el cuerpo y unas botas que al dar el paso, sonaban como si caminaran sobre un suelo cubierto de are-na.

La ronca voz preguntó: “¿Complacido?”

Aunque cualquier persona sentiría miedo ante la sombría presencia, su voz suave aliviaba cualquier tensión.

Otto se esforzó a pensar en algo que decir porque estaba convencido que el silencio no re-solvería nada. Por eso el joven tropezó hacia la si-guiente pregunta: “¿Usted es el Cuco?”

La figura anunció con un poco de molestia: “Ésa es una pregunta que se contesta por sí sola. Ahora a lo que vine. No te has dormido porque crees que tienes un cuento único, y te recompensa-ré si lo juzgo así. Pero te advierto, de no gustarme el cuento, oscuro será tu destino.”

Otto concentró todas sus fuerzas y valien-temente contestó: “Señor, no tengo ningún cuento para usted.” Al percibir un movimiento del Cuco, el niño añadió: “Lo único que quiero es que usted me ayude a escribir un cuento. Con toda la experiencia que tiene escuchando relatos, sé que usted podría ser el maestro perfecto.”

El joven pensaba que su extraño pedido se-ría recibido con un bombardeo de risas. Sin embar-go, el silencio volvió a reinar en su habitación. Si no hubiese distinguido los contornos de la gigante silueta, seguramente hubiese pensado que se en-contraba solo de nuevo.

“No puedo decir que haya escuchado esto antes, pero voy a concederte el deseo,” dijo el Cuco tomando a Otto por sorpresa. “Eso sí, que te quede claro que al final de mi lección quiero mi cuento. Tú me convocaste y espero recibir lo que me corres-ponde.”

“Y si mi cuento satisface, ¿cuál será mi re-compensa?”

“No, no, no, no. De eso hablaremos en otro

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momento,” dijo tranquilamente el Cuco. “Ahora discutamos algo de más peso. ¿So-

bre qué será tu cuento?”Otto pensó por un momento y con un poco

de frustración en su tono aceptó: “Todo lo que se me ocurren son historias de dragones, magos y ca-balleros, y no siento que algo único podría salir de ahí. Además, nada de eso existe ¿verdad?”

Nuevamente esa noche, Otto se sorprendió con lo que escuchó. El Cuco rió por un largo rato. Su risa profunda salpicaba con pequeños destellos de oscuridad todos los lugares iluminados del cuar-to. Otto se maravilló con el espectáculo.

Al terminar, el Cuco declaró: “No voy a discu-tir lo que es real o irreal. Lo que decidimos creer es lo que es y punto. Sin embargo, entiendo tu frustra-ción. Comencemos con algo simple. Mañana fíjate en algún detalle que para ti hace a alguien único. En mi próxima visita, descríbeme tu descubrimien-to.”

Otto entendió su misión y se deleitó con la sencillez del pedido del Cuco. El niño nunca se imaginó que su primer encuentro con el visitante le traería algún tipo de satisfacción. Pensándose solo, Otto se permitió una sonrisa triunfal.

Al percibir el cambio en la expresión del jo-ven, el Cuco le advirtió: “Cuidado con pensar que has triunfado en este punto. Estamos solamente empezando y sabes que al final voy a esperar un cuento. Hace muchos años, un niño llamado Ra-món decidió que la desobediencia sería la única ley que regiría su vida. Él estaba convencido que nada lo desviaría de su acto de resistencia.

“Los consejos de sus amigos, los pedidos de sus maestros y hasta las órdenes de sus padres eran

dirigidos a él en vano. Ramón actuaba contrario a toda recomendación ya que quería vivir a su mane-ra.

“Esta decisión lo llevó a no querer dormir temprano y llegó el momento de mi visita. Ramón no estaba preparado para nuestro encuentro. Sin embargo, cuando le pedí su cuento, el atrevido son-rió desafiante y respondió…”

5: A los pies de Naomi

Otto se despertó relajado. A través de su ventana se colaba la inconfundible luz de la mañana. Desde su cama, repasó todo lo ocurrido la noche anterior. El joven se acordaba del cuento que el Cuco le había hecho, pero no podía ver más allá del final del relato. ¿Dónde se había metido el Cuco? ¿Se había ido? ¿Cuándo cerró los ojos para dormir? Todas estas preguntas parecían ser impo-sibles de responder en este preciso momento. Sin embargo, quedaba una gran duda que tenía que aclarar de inmediato: ¿Sería la visita del Cuco sola-mente un sueño?

Mientras pensaba en una respuesta que le pareciera sensata, Otto se levantó de la cama y sin-tió un fuerte olor a agua de rosas. El niño se acordó de sus detalles para el Cuco. Al acercarse a la ban-deja al lado de su cama, Otto encontró las toallitas aparentemente usadas y el frasco de agua de rosas. El plato donde había dejado las donas estaba vacío. Por otro lado, el vaso de jugo de guayaba estaba intacto. Nadie había bebido de él. Otto se cues-tionó: “¿Sería todo esto evidencia sólida de la visita del Cuco? No es muy difícil pensar que yo usé las toallitas y que me comí las donas, aunque ahora no

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recuerde cuándo lo hice.”Otto se libró de toda duda cuando se acercó

a la puerta. Al mirar a su izquierda, se fijó en varias huellas grandes que conectaban la esquina de su cuarto con el lugar donde había dejado la pequeña merienda para el Cuco. Los pasos parecían haber sido hechos por un gran par de botas que antes de llegar a su habitación, habían caminado por un sue-lo de arena húmeda. Éste era el último detalle que Otto necesitaba para darse cuenta que el primer pe-dido del Cuco para esa noche necesitaba ser cum-plido. En la escuela, el segundo día de clases pasó un poco más rápido que el día anterior para casi todos los estudiantes. Pero Otto no notó nada distinto ya que estaba concentrado en encontrar ese detalle que haría único a alguien a su alrededor. Pasó todo el día estudiando a sus compañeros de clase. Trató de identificar una cualidad distin-tiva entre ellos, pero nada resaltaba a primera vista porque todos vestían el uniforme escolar de acuerdo a los estrictos reglamentos de la institución. Otto pensaba que tendría que ir más allá en su búsqueda para realmente dar con un detalle que marcara a algún conocido. El día escolar estaba a punto de terminar sin hallazgo alguno, cuando Otto observó por el rabo del ojo un celaje rojo. Después de un rato supo que al fin había dado con el detalle per-fecto para describirle al Cuco.

Esa noche volvió a preparar las toallitas húmedas y el frasco de agua de rosas. Como ya no quedaban donas, tostó dos rebanadas de pan y les untó un poco de mantequilla con un toque de miel. Acompañó el bocadillo con un gran vaso de leche fría. Igual que la noche

anterior, colocó su carga al lado de la cama, apagó la luz de su cuarto y encendió la lucecita de noche. Nuevamente sentado con las piernas cruzadas en su cama, Otto esperó los minutos restantes para la medianoche.

Al faltar un minuto para las doce, se levan-tó y decidió averiguar cómo el Cuco había entrado a su cuarto. La noche anterior se había ofuscado con la expectativa de la visita y no se había fijado. Como la puerta era la única entrada a su habitación, se sentó en una silla frente a ella para sorprender la llegada del visitante. Tampoco perdió de vista la puerta de su armario, no fuera ésta a tener acceso a alguna dimensión desconocida.

Cuando ya habían pasado tres minutos des-

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pués de la medianoche sin novedad alguna, Otto contundentemente declaró: “Esta vez sí que estará tarde.”

“Pero si he estado detrás de ti todo este tiempo tratando de descifrar a quién esperabas a la puerta,” anunció con algo de gozo la oscura voz.

Sobresaltado, Otto giró rápidamente y se topó con la sombría presencia parada en la esquina contraria a la puerta.

Ante su sorpresa, Otto comenzó a pregun-tar: “No entiendo, ¿cómo entró si…?”

“No, no, no, no. Este cuestionamiento no va hacia ninguna parte. ¿Qué tienes para mí hoy?”

El joven escritor cayó en cuenta de su hallaz-go y giró la silla delante de la puerta para mirar la gran silueta del Cuco. Entusiasmado, compartió su experiencia: “Estuve buscando algo interesante que reportar, y casi al final del día lo encontré. Todos en la escuela tenemos la obligación de usar zapatos negros como parte del uniforme. Hoy, distinto a to-dos los demás días, yo miraba el suelo tratando de pensar en algo que traer a nuestra reunión. Y entre los aburridos zapatos negros me llamó la atención el destello de unas botas impermeables rojas.

“Por alguna razón las perdí de vista y desde mi pupitre busqué de pie en pie las dichosas botas de goma. No fue hasta que casi di una vuelta com-pleta en mi silla, que descubrí al otro lado del salón el brillo rojizo a los pies de Naomi.

“Nunca me había fijado en ella porque Nao-mi siempre se mantiene callada y no ha dado de qué hablar a los maestros. Pero esto era un desafío a las reglas. ¿Qué tal si la principal, o peor aún, si Miss Lugo se hubiese dado cuenta? ¿Qué le harían por no llevar el uniforme completo?”

Por un momento, Otto volvió a pensar que estaba solo igual que la noche anterior porque el cuarto se había sumido de nuevo en silencio. Al acercarse un poco desde su silla en dirección a la esquina del Cuco, se escuchó su ronca voz con una ligera insistencia: “Continúa.”

El cuentista se deleitó por el interés de su au-diencia: “No me podía explicar por qué Naomi había traído unas botas para la lluvia cuando hacía tanto sol. Pero al mirar por la ventana del salón, me di cuenta que el día se había nublado.

“Al poco tiempo de esto, sonó la campana de salida y todos nos fuimos deprisa. Como había comenzado a llover, los niños esperaban agrupados en la entrada a que sus padres vinieran a recogerlos con sus sombrillas.

“Busqué a Naomi por todas partes, pero no logré verla entre la gente. Me acerqué de nuevo a la entrada para esperar al Chófer, que en días así nos recoge con una gran sombrilla bajo la cual lleva a dos o tres niños en cada viaje a la guagua.

“Cuando finalmente llegué hasta el borde de la entrada, escuché a la principal gritar con preocu-pación: ‘¡Naomi, que te mojas!’ Al fin encontré a Naomi en medio de un gran espectáculo. Mientras muchos padres y estudiantes corrían de lado a lado para guarecerse, Naomi bailaba y cantaba bajo la lluvia. Ella brincaba de charco en charco y sus botas brillaban con una intensidad increíble.

“Mientras todos mirábamos la rareza, su mamá salió de la nada y recogió a Naomi bajo su sombrilla. La madre corrió con ella hacia la entrada de la escuela desde donde escuché a la niña decirle alegremente: ‘Mamá, estas botas hacen que llueva. Y tú sabes cómo me encanta bailar bajo la lluvia.’”

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Otto terminó de reportar el pedido y espera-ba alguna reacción del Cuco. El niño no podía dis-tinguir expresión alguna en el visitante ya que éste era todo una sombra. Otto se acordó del cuento de Rafelito sobre los ojos del Cuco. Pero al fijarse de-tenidamente, el niño no podía identificar ninguna facción que distinguiera la silueta como humana. Otto pensó: “¿Cómo va a ser humano si ni siquiera tiene ojos?”

“No todos los humanos tienen ojos,” añadió el Cuco ante la sorpresa del niño. Otto estaba segu-ro que no se había expresado en voz alta. Deslum-brado ante las posibilidades, Otto se preguntó si el visitante podría leer su mente.

“No divaguemos,” continuó el Cuco. “Ahora a lo que vine. Me satisface tu detalle y lo acepta-ré como una buena primera parte del cuento. Para mañana quiero que añadas un problema relaciona-do al detalle que me presentaste. Me imagino que esas botas deben de complicarle la vida a Naomi.”

Otto tenía muchas preguntas acerca de lo acontecido aquella noche. Invadido por la indeci-sión sobre qué duda aclarar primero, el pequeño cuentista se acordó de la merienda de la noche an-terior. Sin pensar, preguntó: “¿No le gusta el jugo de guayaba?”

La pregunta se había disparado de su boca sin ningún aviso. El Cuco mantuvo silencio por unos segundos y Otto creyó percibir algo de confusión en el oyente ante el inesperado cuestionamiento.

El Cuco tranquilamente respondió: “Las gua-yabas no me son muy atrayentes desde que conocí a los dos hijos de la familia Rojas hace muchos años. Los Rojas eran muy pobres y no tenían casi de co-mer. Sin embargo, lograron sobrevivir en una dieta

estricta de guayabas porque alrededor de su casa había varios árboles del fruto.

“Desde su nacimiento, los herederos de la pobreza de los Rojas comieron toda la variedad de recetas cuya única base era la guayaba. Cansados del sabor, los dos niños comenzaron a experimen-tar con nuevas formas de preparar la fruta.

“A raíz de sus estudios, los jóvenes Rojas des-cubrieron que el jugo de la guayaba, adquirido tres días después que ésta cayera del árbol, preferible-mente en épocas de mucho calor, y con la proteína añadida por la manada de gusanitos que crecía y se alimentaba del fruto apestoso, era para ellos el néctar más fino que habían probado.

“Una noche, los dos niños Rojas me convo-caron con un curioso pedido…”

6: ¿Cuándo volverá a llover?

Otto despertó y pensó sobre lo aconteci-do la noche anterior. Pero nuevamente no podía recordar el momento específico en que cerró los ojos para dormir. Se levantó de la cama y una vez más sintió el olor a agua de rosas y vio las toallitas usadas junto a su cama. Miró el plato donde ha-bía puesto el pan, pero no quedaba ni una migaja. También notó que el vaso de leche estaba vacío. De inmediato, Otto sintió una gran satisfacción ya que la merienda completa había sido del agrado de su misterioso visitante nocturno.

Al doblarse para tomar la bandeja y el plato, el joven notó las mismas huellas de arena húme-da que habían dejado las botas del Cuco. Esta vez, Otto se arrodilló y tocó el residuo. La arena era color dorada como aquélla que había visto tantas veces

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en la playa. Sin embargo, ésta no perdía su hume-dad ni siquiera después de estar tanto tiempo en el piso seco de su cuarto. Otto recogió un poco de la arena entre sus dedos, pero al exponerla a la luz que entraba por su ventana, ésta se deshizo en diminu-tas partículas que Otto pudo ver flotando entre los rayos del sol. El niño se acordó de las huellas que vio la mañana anterior y que había olvidado por completo cuando regresó a casa en la tarde. Com-prendió que durante el día las pisadas se habían es-fumado con la luz, al igual que su recuerdo del final de cada visita.

Cuando supo la hora, el joven cuentista co-rrió a vestirse ya que tenía que llegar pronto a la escuela. Ese día tenía que dar con alguna complica-ción para cumplir con el pedido del Cuco.

Según los informes del tiempo, el tercer día de clases estaba por comenzar con la promesa de lluvia. Por eso al llegar a la escuela, Otto buscó a Naomi por todos lados. Quizás antes de clase po-dría preguntarle algo sobre sus botas, aunque no tenía ningún interrogatorio planificado. Sin em-bargo, Naomi no apareció. Otto estaba seguro que en un día lluvioso su compañera tenía que haber venido a la escuela porque sólo así disfrutaría de la oportunidad de bailar bajo la lluvia. El niño sabía que cuando se ausentaba en días de clases, sus pa-dres lo condenaban a permanecer en su casa. Él no creía que Naomi gozaría de la lluvia desde la venta-na de su cuarto.

Otto se acercó a su salón considerando to-das las posibilidades de por qué Naomi se habría ausentado. Pero cuando abrió la puerta, se encon-tró con una escena que definitivamente complica-ría el detalle que hacía única a Naomi.

Cerca de la medianoche, Otto hizo sus pre-parativos rutinarios para la llegada del Cuco. El único cambio fue en la merienda. Esta vez puso tres polvorones de almendra en el plato junto a un enorme vaso de refresco de avena frío.

Contento con su logro, el pequeño anfitrión esperó la visita sentado en su cama con las piernas cruzadas. Sin embargo, Otto no podía darse por vencido en su intento por averiguar cómo entraba el Cuco a su cuarto. Esta vez dejó la luz prendida para así notar la presencia de la sombra cuando lle-gara la hora.

Tres minutos después de la medianoche, Otto dirigió su mirada a un punto alto en la pared contraria a él y anunció: “Lo siento mucho, pero no hay manera de que hoy haya llegado temprano.”

“No entiendo tu insistencia con mi falta de puntualidad cuando siempre he estado a tu lado,” pronunció el Cuco en voz baja desde el lado del ar-mario, la única esquina en sombra en todo su cuar-to iluminado.

Otto no podía creer lo que veía. Debido a lo imprevisto de la llegada, el joven tartamudeó inco-herentemente: “Pero… si no por la puerta… ¿cruzó las paredes?... ¿Cómo llegó…?”

El Cuco tranquilamente lo interrumpió: “No, no, no, no. No vine a perder tiempo en lo trivial. Lle-gué hasta ti para escuchar lo próximo que le ocurre a Naomi. Pero antes de comenzar, ¿podrías ser tan amable de apagar la luz?”

Otto prendió la lucecita junto a su cama, y mientras se movía hacia el interruptor para apagar la brillante lámpara de techo, éste le comentó a su visitante con una chispa de curiosidad: “No sabía que le molestaba tanto la luz.”

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“No me molesta la luz, pero me siento más libre entre sombras,” le aclaró el Cuco.

El cuentista regresó a su cama e inmediata-mente comenzó su relato: “Hoy era un día en que los informes del tiempo anunciaron fuertes aguace-ros. Yo estaba seguro que Naomi iría preparada con sus botas rojas para dar volteretas en la lluvia. Ade-más, si ella aseguró que sus botas atraen la lluvia, entonces no hay manera de que las olvidara.

“Cuando llegué a la escuela, busqué las bo-tas rojas mirando siempre hacia el piso porque es-taba seguro que las vería sin problemas entre tanto zapato negro. Sin embargo, no di con ellas por nin-gún lado.

“Todos esperaban en el patio de la escuela a que sonara la campana para empezar el día de cla-ses. Pero yo quería estar solo para pensar qué haría en caso de que Naomi no fuera a la escuela hoy y por eso me fui directamente al salón.

“Cuando abrí la puerta, encontré a Naomi sentada en su pupitre en la parte de atrás del salón. La niña mantenía su cabeza baja ante Miss Lugo, que la miraba con sus ojos fríos. La maestra llevaba un traje dorado con flores verdes que la hacía ver como una enorme serpiente.

“Al sentirme en la puerta, Miss Lugo dio la vuelta y me paralizó con su mirada de hielo. Un bri-llo rojo despegó mi mirada de la suya, y pasmado me di cuenta que la maestra llevaba en sus manos las botas rojas de Naomi.

“Miss Lugo comenzó a caminar lentamente en mi dirección mientras continuaba un discurso que había empezado mucho antes de que yo llega-ra al salón.

“Sin expresión alguna en su cara, con nin-guna emoción en su voz y con la mirada clavada en mis ojos, Miss Lugo decía: ‘… los estudiantes de esta institución saben que el uniforme los identifica en todo momento como nuestros alumnos. Por su seguridad y por el beneficio de sus padres, el uni-forme debe estar impecable desde la camisa blanca hasta la punta de sus zapatos negros.’

“Miss Lugo pronunció con fuerza las dos úl-timas palabras. Al escucharlas, torné la vista hacia los pies de Naomi que parecían estar encadenados al piso por los zapatos negros.

“Al llegar a la puerta, me hice a un lado para darle paso a Miss Lugo. Justo antes de salir, se viró hacia Naomi, elevó un poco las botas rojas y añadió su punto final: ‘No olvide lo que hablamos, señorita.’

“Una vez solos, miré a Naomi que pensaba cabizbaja en su escritorio. No sabía qué decirle, y preferí quedarme callado.

“Sin alzar la vista, Naomi me aseguró desde su silla: ‘Pase lo que pase, hoy no lloverá.’

“No importa lo que dijeron los informes del tiempo, la lluvia nunca llegó. Miss Lugo nos había condenado a todos a una larga sequía por forzar a Naomi a ponerse los zapatos negros de reglamen-to.”

Al terminar su relato, Otto esperó entusias-mado el juicio del Cuco, cuya sombría presencia se desplegaba al lado del armario.

Otto no se pudo contener y nerviosamente le inquirió: “¿Y entonces le agrada la complicación?”

El Cuco comentó en su profunda y tranqui-la voz: “Me satisface la dirección que ha tomado tu relato, pero ahora tienes que concluirlo. Y cuidado

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con el final, pues puede deshacer un buen cuento.”“¿Entonces consideras a Naomi única?” pre-

guntó Otto.El visitante demoró unos segundos en con-

testar ya que repasó el largo listado de figuras que había conocido personalmente y a través de relatos.

Seguro de su contestación, el Cuco respon-dió: “Tengo que admitir que Naomi es un ser ini-gualable. Espero que mi camino me lleve en algún momento ante ella. Naomi me acuerda mucho a Magdalena, una niña que conocí hace muchos años. Ella vivía con su abuelo en una casita en lo más profundo de un bosque.

“Un día, Magdalena encontró un pequeño lobo. El cachorro le demostró tanto afecto, que ella lo adoptó. La niña lo nombró Ramito y lo crió lejos de los ojos de su abuelo, el más temido cazador del área.

“Magdalena alimentó a Ramito con frutas y vegetales que lo convirtieron en una criatura enor-me que podría aterrar al más valiente de los guerre-ros. Sin embargo, los ojos de Ramito revelaban una gran ternura que había aprendido de la amorosa Magdalena.

“Una tarde, cuando el abuelo regresaba de su caza cargado de animales muertos, se encontró con Ramito mientras éste jugaba al esconder con Magdalena. Horrorizado ante la salvaje figura, éste chilló de pavor…”

7: Los brillantes ojos del Cuco

Tan pronto abrió los ojos, Otto brincó de su cama y comenzó sus preparativos para en su cuarto

día de clases encontrar el final del cuento de Naomi. Otto se acordaba de lo que le había dicho su visitan-te de la importancia del final de un cuento. Por esto estaba decidido a que ese día no perdería tiempo en pequeñeces.

Otto terminó de vestirse rápidamente y lle-gando a la entrada de su casa, escuchó a Tata que le gritaba: “Muchacho, ¿y estas toallitas que has deja-do en tu cuarto? ¿También estás comiendo al lado de tu cama? Mira que eso atrae cucarachas y…”

“Es que siempre hay que ser un buen anfi-trión,” le respondió Otto, dejando a su abuela bas-tante confundida. El niño salió por la puerta sin dar otra explicación porque quería llegar temprano a la escuela.

Otto llegó a su destino con toda una serie de preguntas preparadas para Naomi. El joven cuen-tista estaba decidido a comenzar su entrevista ase-gurándole que él creía en el poder de sus botas ro-jas y la necesidad de que ella las calzara para atraer el agua. Seguiría con algunas interrogantes que a Otto le preocupaban inmensamente. Por ejemplo: si la lluvia la hacía tan feliz, ¿viviría tristemente por el resto de la sequía que les esperaba?; ¿cuánto creía que les afectaría una larga sequía?; ¿cómo pensaba atraer la lluvia de nuevo?; y finalmente, ¿cómo ob-tendría sus botas rojas? Otto no estaba seguro que el interrogatorio lo dirigiría al final de su relato, pero no sabía qué más hacer.

Cuando Otto llegó al patio de la escuela donde seguramente vería a Naomi, se escuchó la campana del principio de clases seguida por el la-mento grupal de todos los estudiantes presentes. Su entrevista tendría que esperar, pero todavía le

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quedaba el recreo. Otto tuvo que concentrar todas sus fuer-

zas para calmarse ante la expectativa de la entre-vista. Como de costumbre, Naomi estaba sentada al final del salón, aunque bastante distraída con lo que ocurría a través de la ventana. No parecía estar preocupada por nada, ni siquiera por el horroroso calor que hacía ese día.

Al llegar la hora de recreo, Otto repasó sus preguntas para la niña mientras se dirigía al patio. El cuentista divisó a Naomi varias veces durante los cuarenta y cinco minutos de recreo. Sin embargo, cada vez que trataba de acercarse a ella, uno de sus compañeros lo paraba para comentar sobre el de-sarrollo de su cuento. Otto escuchó sobre una ara-ña gigante que convertía a los niños en marionetas para entretener a sus presas; de cómo una familia se separó a causa de una enfurecida discusión sobre quién venía primero, Santa Claus o los Reyes Magos; y de un niño que se había hecho famoso con una receta de arroz con leche que le había susurrado un espíritu en la cafetería de la escuela.

Cuando al fin Otto tuvo el camino libre hacia Naomi, sonó la campana del final del recreo. Por un momento el pánico se apoderó del joven, que final-mente resignado volvió a su salón.

Otto sabía que sería imposible tener una conversación con Naomi a la hora de salida porque el Chófer se aseguraba que sus pasajeros llegaran pronto a su guagua.

El resto del día pasó lentamente para Otto, que pensaba sin cesar en cómo podría finalizar su cuento. Cuando terminaron las clases, Otto caminó lentamente hacia la entrada de la escuela donde se topó con una multitud de niños cuyas risas retum-

baban por todo el primer piso del edificio. El niño forcejeó hasta llegar al frente de la masa de alegres espectadores para finalmente dar con la resolución de su cuento.

Al llegar a su casa, Otto fue recibido por Tata con la siguiente orden: “Ve al cuarto y te cambias de inmediato. Estás empapado y no quiero que cojas catarro. Cuando termines, ven a almorzar.”

“Tata, no puedo pensar en comida en este momento. Tengo que terminar mi cuento para esta noche,” protestó Otto.

Con una sonrisa, la abuela le dijo: “No, mijo no. Primero come y luego a crear mundos.”

Después de cambiarse y comer, Otto se en-tregó a su labor. Tenía que completar su cuento ya que no sólo esperaba esa noche al Cuco, sino que también debía entregárselo el día siguiente a Miss Lugo.

Otto escribió en su cuarto a oscuras, sola-mente iluminado por la lucecita al lado de su cama. En sus encuentros con el Cuco, el cuentista había descubierto que las sombras a su alrededor lo trans-portaban a lugares que solamente él podía crear.

Antes de la última visita del Cuco, Otto no tuvo tiempo para pensar en toallitas húmedas, agua de rosas, meriendas, y mucho menos en maneras de averiguar cómo el visitante entraba a su cuarto.

A las doce de la medianoche en punto, Otto terminó de escribir. Sin preámbulos, el niño anun-ció: “Terminé mi cuento. ¿Lo quiere escuchar?”

“Para eso he venido hasta aquí. Tengo que aceptarte que los finales me encantan, y éste me intriga,” contestó el Cuco desde la esquina más cer-cana a la puerta.

Otto aclaró su garganta y comenzó: “Cuando

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me levanté esta mañana, me enteré por el informe del tiempo que hoy sería un día soleado y muy ca-luroso. Claro que no necesitaba algún meteorólogo para confirmarme lo que ya sabía. Mientras Naomi no tuviera sus botas rojas, ése sería nuestro único futuro.

“Yo quería encontrarme con Naomi para aclarar las dudas que tanto me preocupaban. La busqué por toda la escuela y traté varias veces de hablar con ella, pero siempre había algo que me lo impedía. Igual que ayer no pude ni siquiera protes-tar cuando vi a Miss Lugo llevarse las botas de Nao-mi, tampoco hoy me pude acercar a ella para por lo menos apoyarla. Cuando no eran mis compañeros que me paraban, era la campana que anunciaba el regreso al salón en el momento que más cerca me encontraba de Naomi. “Entendí que todo esto era una prueba para ella nada más. Sólo Naomi podría luchar por sus botas rojas y devolvernos la lluvia. Yo estoy seguro que ella lo presentía también porque pasó todo el recreo a solas mirando el cielo. Ade-más, su actitud en el salón era distinta. Antes de su encuentro con Miss Lugo, Naomi siempre estaba envuelta en sus clases. Pero en los pocos vistazos que tuve de ella durante el día, Naomi estaba más interesada en lo que pasaba a través de las venta-nas del salón. Yo creo que ella se estaba preparan-do para algo y por eso decidí no perderla de vista al final del día.

“Al sonar la campana de salida, ya estaba preparado para irme. Pero en ese momento me acordé que hoy me tocaba borrar la pizarra. No perdí un segundo en quejas tontas. Simplemente puse manos a la obra para terminar lo más rápido posible.

“Cuando acabé, recogí el bulto y salí a toda prisa del salón. Cuanto más me acercaba a la en-trada de la escuela, más fuertemente sentía un olor peculiar. Decidí dejarme guiar por el aroma que me parecía familiar, pero que no podía identificar. A pe-sar de que la entrada estaba obstruida por un grupo de gente que reía sin cesar, logré escurrirme entre los espectadores.

“Después de llegar al frente, descubrí emo-cionado lo que me había atraído hasta este punto. Era el olor a lluvia. Y en medio del aguacero estaba Naomi en el mismo centro de la acera agitando los brazos como si las nubes y el agua fueran una or-questa y ella su directora. En su mano derecha tenía un paraguas rojo que permanecía cerrado y que ella usaba como una batuta.

“Pero más sorprendente era que su paraguas hacía juego con las botas rojas que llevaba puestas. ¡Las botas rojas! No lo podía creer, Naomi había re-cuperado la fuente de su poder. Corrí donde ella y bajo la lluvia bailé, sin importarme cómo los padres protegían a sus niños de la lluvia con sus sombrillas abiertas.

“Interrumpí mi baile al ver a Miss Lugo que nos observaba apartada de la multitud. Entonces noté algo fuera de lo normal en su mirada. Mientras su boca mantenía la rigidez de siempre, los ojos de Miss Lugo parecían gozar de mi baile con Naomi.

“No sé por qué empecé a llorar, pero creo que tuvo que ver con la hazaña de la gran Naomi. Ella no sólo nos devolvió la lluvia, sino que también hizo sonreír a Miss Lugo.”

Otto permaneció en silencio ante la incer-tidumbre de lo que pasaría después. Durante los segundos que transcurrieron, Otto se preguntó una

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y otra vez: “¿Recibiría la recompensa o el castigo del Cuco?”

Otto ya había aprendido que no obtendría la respuesta hasta que le preguntara al visitante y por esto comenzó: “Gran Cuco, necesito…”

“Sé lo que quieres saber, pero he estado con-siderando tu relato,” le adelantó el Cuco. “Hay mu-cho más por explorar en el cuento de Naomi. Con todo y eso, es indiscutiblemente un cuento único.”

Con algo de enojo en su voz, Otto le cuestio-nó: “No entiendo. ¿Qué es eso de único? ¿Qué hace mi cuento único? Simplemente reporté lo que he visto todos estos días en la escuela.”

El Cuco respondió en su oscura voz: “Tú con-taste la historia en tu propia voz. En ella claramente se ven tus alegrías, tus frustraciones y tus tristezas. Lograste poblar tu cuento con seres que constru-yen con más detalle el mundo de tu imaginación.”

“Pero es que Miss Lugo y Naomi son reales. No son parte de mi imaginación,” insistió Otto.

Con lo que quizás fue una sonrisa que se perdió entre sus sombras, el Cuco declaró: “En la imaginación no sólo viven caballeros, dragones y hechiceros. Al contar o escribir sobre Naomi, ya ella está en tus sueños junto al terrible Fistandántilo y al noble Augusto el Justo. Y solamente viniendo de allí, serán tus cuentos únicos.”

Otto estaba bastante confundido ante todo lo que el Cuco le había dicho, pero la sombría figura no le dio ni un segundo para pensar sobre lo ocu-rrido.

De momento, el Cuco pareció haber crecido y su oscuridad cubrió toda la habitación. Dentro de la inmensa sombra, se asomaban dos pequeñas lla-mas cuya intensidad cegaron un poco a Otto.

En su tono más calmado, la ronca voz del Cuco ordenó: “Descubre en mis ojos todos los cuen-tos que se esconden a tu alrededor y que se con-funden con tus sueños.” En los ojos del Cuco, Otto vio historias que pertenecían al pasado, otras al presente y muchas al futuro. En los segundos que duró la experiencia, Otto vivió una infinidad de sen-saciones que lo transformaron en cada una de las personas que lo rodeaban.

Otto sintió la esperanza del Chófer cuando en la pobreza de su infancia su papá le decía que el olor del pan horneado en la mañana era el desayu-no para un emperador; lloró con Rey cuando éste abrazó a su abuelita por última vez antes de ella partir en su más misteriosa aventura; rió descon-troladamente con Tata cuando ella descubrió cómo un perro llamado Bernardo se comió el bizcocho de primera comunión de uno de sus nietos; se sonrojó con Pepe cuando Suzana le besó la mano frente a sus amigos en agradecimiento por el corazón que él le había regalado para San Valentín; sintió nostalgia con Rafelito cuando desde su soledad, éste se acor-dó de su hermana que no veía hace muchos años; experimentó la magia de Naomi cuando Miss Lugo le entregó un paraguas rojo con la advertencia de que mientras lo mantuviera abierto, siempre haría sol, pero cerrado atraería la lluvia y sería la señal para devolverle sus botas rojas…

8: Un cuento para la maravillosa Miss Lugo

Otto despertó lleno de energía esa mañana. Esta vez, él se acordaba de todo lo que había acon-tecido la noche anterior. El niño también recordó que justo antes de cerrar sus ojos, la voz en sombra

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pronunció su despedida: “Gracias por tu cuento. Lo conservaré por siempre.”

El joven curioso todavía tenía muchas pre-guntas acerca de aquella extraña figura. Sin embar-go, Otto estaba seguro que sus caminos se volverían a cruzar y que la próxima vez deleitaría al Cuco con un cuento ya preparado. El cuentista quizás has-ta lo sorprendería con un relato sobre una de sus oscuras visitas a algún otro niño. Y si no se le ocu-rría nada sobre el Cuco, Otto conocía mucha gente interesante que siempre habitaría su imaginación. Emocionado volvió a ver los brillantes ojos del Cuco y se emocionó ante el sinnúmero de cuentos únicos que estaba por descubrir. Todos estos temas serían considerados en otro momento, porque ahora sólo podía pensar en que al fin, en su quinto día de cla-ses, había completado su cuento para Miss Lugo.

Hacía mucho tiempo desde la última vez que un niño en la escuela esperaba con tantas an-sias la clase de español de Miss Lugo. Tanto la reve-lación de la humanidad, como la imaginación de su maestra, habían hecho que Otto se interesara más en lo que ella quería enseñarles. El escritor estaba seguro que su clase de español escondería tantos misterios como las lecciones del Cuco.

Otto temblaba de entusiasmo ante la posi-bilidad de que Miss Lugo leyera su cuento inmedia-tamente para así dejarle saber lo que pensaba.

Al fin llegó la hora tan esperada, y con un apagar y prender de luces, apareció Miss Lugo en el salón. Con su cara seria y su calmado “buenos días,” la maestra caminó a su escritorio luciendo un tra-je azul marino con enormes flores rojas. Para Otto, hoy su maestra parecía una poderosa bruja que ha-bía volado en su escoba hasta la escuela para siem-

pre velar por sus jóvenes aprendices.Miss Lugo se sentó encima de su escritorio,

cruzó sus largas piernas y anunció: “Damas y caba-lleros, ya saben que hoy es el día de entrega de sus cuentos. Como muchos conocen, a mí me encan-tan los cuentos y por eso sé que voy a gozarme la experiencia de leerlos.”

Los estudiantes se miraban unos a otros ex-citados por lo que Miss Lugo pensaría sobre cada una de sus obras.

“Hoy quiero que uno de ustedes lea su cuen-to para todos nosotros,” continuó la maestra. “¿Al-gún voluntario?”

Animado ante las posibilidades, Otto levan-tó la mano deprisa esperando tener que competir contra otros valientes. Sin embargo, él había sido el único dispuesto a enfrentar la misión.

“Muy bien caballero, háganos su cuento,” dijo Miss Lugo con una leve sonrisa en sus ojos.

Otto marchó con seguridad hacia el frente de la clase. Una vez allí, miró a todo su público y a su maestra, que caminaba lentamente entre las filas de pupitres.

Desde el frente, Otto vio a Naomi que lo ob-servaba con mucha expectativa. A su lado perma-necía abierta su sombrilla roja y el cuentista supo que ese día haría sol.

Otto aclaró su garganta y comenzó: “Había sido una mañana larga para Jerónimo ya que era el primer día de clases…”

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Quisiera ser...Alejandro Santiago

Si tuviera alas volaría hasta donde el aire no me alcance,

volaría buscando un lugar donde la comodidad de mi incomodidad

esté plenamente desplazada.Jugaría al esconder en los rincones de las nubes

y desaparecería a cada instante.

Fingir volar es como soñar,deseas algo sin poder.

Movería mis pies felizmente en la nada,deslizaría mis dedos en los filos del viento.

Quisiera sentir mi espíritu desprenderse de mi cuerpo

Y que ande de la mano conmigo,volando…

soñando despierto.

Me tragaría la libertadque sale de la inmensidad azul,

asfixiaría mi fragilidad; la mataría,mataría el miedo, la hostilidad, la envidia

y las ganas de decir que quisiera ser como escribí aquí…

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De la oscura paternidadPedro Cabiya

Estas palabras te engendran, dichosa,porque tú sola no bastas para existirte

y mi boca y mis días fabrican tu ombligoy mi mano recorre tu nariz puntiaguda.

Mis dedos, capaces, ditirambos, enlazadosbuscan dar a los tuyos ocupación y rango

tus pies caminan, mujer, pies de barro cocidoporque en secreto le han conversado los míos.

Di concavidad a tus senos porque mis manos no mienteny te señalé los muslos rampantes, los careados dientes,

los largos y tiernos brazos de hendida barcarola.

Estas palabras, dichosa, son tu cimiente,en tu vía abrileña mi verbo es el durmienteel madero entre tu mano de susto y la boca.

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Hombre sabio resuelve conocer a su anfitriónPedro Cabiya

De manera que, amados señores,la próxima vez que dé un paso, me voy a echar

un poquito atrás a ver cómo me veode espaldas, caminando.

Y cuando hable, la próxima vez,haré un poco de silencio con tal de oirme claro,

que si hablamos a la vez, poco se entiende.

Que el hombre anda cruzando calles y felpandoun sombrero en la mano. Y corre un manantial

que nada sabe a azumbres, y la torreno sabe a condescendencia. Sólo tu trenza,

que ahora despliega un trigo sobremanera y nada digo.

Pero si el hombre que cruza la callese echa un poco para allá, de una vez

podría darse paso, y es gran alegría, lo sé,verse con un sombrero en la mano y cruzando una

calle,verse por una vez, con cariño, caminando,

y esa calle moteada de agua y lunas distantísimas.

Tú, luna distantísima, salte un poco, tú, agujeroo claraboya por donde alguien curiosea

como a través del ojo de una enorme e infalible cerradura.

Ese otro día que te bese, me pongo detrás de ti,para saber cómo se ve desde tu lado.

Ese otro día que me lance a las aguas tozudasprocuraré quedarme en la orilla,a ver si por fin, pesco en el acto

a ese que conmigo va.

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CarlomagnoPedro Cabiya

Sácate el anillo de la boca, impávida. Roma los carrillos perfumados, que ya no puedo con el hilo de agua tibia

que bravea en tu señuelo, no puedo con tu anillo en la boca,no puedo con los peces de mostaza que te habitan.

Lánzalo al aire, escúpelo, arrójalo lejos. Angosta, pie de arena que no se decide a bajar el primer peldaño

de una calentura definitiva. En mi subsuelo mínimopequeños cormoranes romeran el provecto de un ancho

equitativo, y contigo me baño, balancéandonos como fontanas en una misma espuma de coloquio.

Reza con toda tu ingle porque no sea nido mi ropajey guante y mi dedo en tu oreja por agua y asuntoes un órgano que indica y oye. Retírate con toda

tu ingle y que no te divise en una boca hablo en serio.

Sácate el anillo de la boca. Sácate el anillo de la boca. Sácate el anillo de la boca.

Deja mi dedo libre que, húmedo, le ha dadocon ser pez ¡y eso sí que no lo permito! ¡Y fíjate por donde andas!

Aléjate, alárgate, aniquílate. Como esas carreterasque de pronto no aguantan un beso reciente.

No sea que ahora la escoba, bruja odiosa, le dé con mirarmecon esos ojos tiernos y polvorosos, como si de todo el

polvo una lágrima sea necesaria y un tajo en el corazóngran descanso, y no sepa a dónde mirar y baje la cabeza.

¡Y eso sí que no lo permito! ¡Entonces sí que, muy cuidadoso, te beso la frente!

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Ivette Martí Caloca

Te busco hoyen todas las órbitas lunares

que son y han sido,de estrellas tutelares,

constelaciones infinitasen tus ojos de mármol

con cometas sugeridos;ojos de astro silentede sol petrarquescode Dante y Beatrice.

¿Cuántas veces el sol

te habrá orbitadoen elípticas oníricas?

¿Cuántas veces mi voz

habrá viajado al infinito de tus ojostan de tierra,tan de vida?

No mueras si no es en mí,

despacio,con la gigantez de Júpiter

en los brazos,al acecho de abrazos conjuntos,

escorpión de tu sangre.

Dime de tien la nube más profunda

del Plutón rebajado;en conjuntos gaseososdame el cielo de nuevo.

Sé signo de estrellas,

Cinturón de Orión en mi piel,música de las esferas,

Pitágoras bendito.

Dame el secreto de la noche,sin dilaciones absurdas,

sin rumor del vacío.

Dame sed de espacio,luz de luz,

sol de bramante soltu mano.

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Ivette Martí Caloca

Miré hacia el infinito en mi ventanay de repente te vi en todas las cosas.

Soles, mares, hojas y baldosas,

nubes, poemas, cielos y cristales,vientos, muros, montañas colosales,rojos planetas, grandes catedrales.Te vi crisol de luz y sol de Oriente,

piedra preciosa pulida en Occidente,yuxtaposición de fuego y sales,

te vi en las largas noches de repente,te vi en las gotas de agua elementales.

Miré hacia el absoluto en mi ventana,

miré al espacio fijo largamente,miré al todo bendito, te buscaba,miré al todo bendito fijamente,

y eras tú quien desde el todo de repente,en el todo y desde el todo me miraba.

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Ivette Martí Caloca

Posé mi boca en tu tímida existencia,mi boca leve, mi azul reflejo,

y naciste.Y tu renacer me enseñó a mirarte de cerca;

contra ti mismo,como quien camina de espaldas;

contra ti,como quien no se mira.

Tu trenza me ahogó de sílabas,

sílabas muertas yaque se siguen ahogando en mi mano.

Tradúceme por fin en tu nombre,

y en tu callar no conjures mi desprecio;

YO SOY EL TIRANO.

Deja de hundirte en mi lengua,tose de nuevo.

Otra vez naciste descalzo.

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Colaboradores

Ivette Martí Caloca Nació en San Juan, Puerto Rico. En

diciembre de 1993 fue invitada a leer sus poemas en Posdata al Aire en el Ateneo Puertorriqueño junto a Pedro Cabiya y Marcos Pérez Ramírez. Fue ganadora del Primer Premio en la categoría de Poesía del Certamen Literario del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, en 1996 y nuevamente en 1997. Ha publicado sus poemas en varias revistas impresas y cibernéticas como El fémur de tu padre, El Sótano 00931, Zona de Carga de la Universidad de Wisconsin y la revista Variaciones del Departamento de Español

y Portugués de la Universidad de Maryland. Es autora del blog La bitácora de Medusa. Cursó estudios de Bachillerato en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, en donde completó su concentración en Estudios Hispánicos. En 1997, cuando aún cursaba estudios de Bachillerato, fue galardonada por la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española con el Primer Premio de Investigación Literaria. Asimismo, Obtuvo su Doctorado en Literatura española en mayo de 2011, y recibió la medalla de Alta Distinción. Su tesis De la imagen sublime a la representación del caos: Melibea como eje de la scritum ligata de la Tragicomedia de Calisto y Melibea fue dirigida por la Profesora Distinguida, Luce López-Baralt, y obtuvo la calificación más alta: “Sobresaliente con Recomendación de Publicación”, además de merecerle el premio Luis Lloréns Torres 2011 otorgado por la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española por la mejor tesis doctoral en Literatura española. Ha participado de varios congresos nacionales e internacionales y ha publicado en varias revistas arbitradas importantes incluyendo la Revista de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, el Boletín de la Academia Puertorriqueña de la Lengua, la Fondation Temimi pour le Recherche Scientifique et l’Information (FTRSI) y Celestinesca de la Universidad de Valencia. Es miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas y de la Golden Key International Honour Society. Se desempeña como profesora de Humanidades de Dewey University, en donde ha ejercido como Directora del Departamento de Estudios Generales, Decana de Asuntos Estudiantiles y Decana Interina de Asuntos Académicos. Asimismo, ofrece cursos de Introducción a la Literatura española en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

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Jorge L. Rodríguez Ruiz nació en New Haven,

Connecticut. Colaboró en la creación y fundación de la revista literaria El Sótano 00931 (año 2000), de la cual se separó luego para elaborar una creación cuentística muy personal que culmina con la gestación de Labio y medialuna, libro de cuentos aún inédito. La Edición Mínima publicada por el Colectivo Literario El Sótano 00931 (grupo a cargo de la revista homónima) recoge un mini-cuento suyo que comparte el espacio del libro con autores como Mayra Santos Febres, Elidio La Torre-Lagares y José Liboy. Es autor de un blog de “misceláneas culturales”: Hoja-labra (http://

la-hoja-labra.blogspot.com/). En colaboración con el Departamento de Estudios Generales, y su Directora, la Prof. Mónica Parra, es el organizador de la Semana de la Lengua de Dewey University, Recinto de Hato Rey, en la que participó en el 2011 con su ponencia: “Danny Rivera: Poesía y canto en nuestra Voz Nacional” (amigo a quien tuvo el honor de llevar para la actividad); y en el 2012, con su “Homenaje a la Mujer Creadora”, encabezado por la cantante aiboniteña Meli Morgain y con la participación de dos de sus estudiantes. Gracias a su promedio académico, es miembro del Golden Key International Honor Society, de membrecía vitalicia. Obtuvo su Bachillerato en Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Cayey. Se encuentra trabajando en su tesis doctoral del Programa Graduado de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Actualmente es Profesor de Español Preparatorio en Dewey University, Recinto de Hato Rey.

Edna Collazo nació y se crió en San Juan, Puerto Rico. Completó un Bachillerato en Inglés y una

Maestría en Literatura Inglesa en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Se desempeñó como profesora de Inglés en la Universidad de Puerto Rico y en Dewey University, antes John Dewey College, en donde también ejerció como Directora de Estudios Generales. Hace ocho años vive con su esposo y su hijo en la

ciudad de Nueva York, en donde se ha desarrollado como artista de Medio Mixto. Crea retratos de mujeres imaginarias en los que combina el acrílico, las acuarelas y el collage.

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Freddy Acevedo Molina N a c i ó en San

Juan, Puerto Rico. Entre sus publicaciones literarias destacan Teatro Vulgar, Bloomington: Trafford Pub., 2011; El local (Comedia de creación colectiva, junto a Pedro Rodiz y Joselo Arroyo) en: Boletín del Archivo Nacional de Teatro y Cine del Ateneo Puertorriqueño 3 (enero a junio de 2005): 197-210; “Memoria de lo que fuimos” (Testimonio documental) en: Dragún, Osvaldo y Rosa Luisa Márquez, Historias para ser contadas, San Juan: Ediciones Callejón, 2002. Además, ha escrito varios trabajos de dramaturgia que han sido puestos a escena como Las sombras

desenchufan (1997), Willy Wonka y la fábrica de chocolate (2002), Cráneo Azul in the Yellow House (2003), Clue, una obra de teatro (2004), Avaricia, pieza dentro de Siete veces siete (2005), La triste figurita (2008), Sofía, obra escrita en colaboración con Pedro Rodiz (2010) y galardonada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña con el Primer Premio del Certamen de Dramaturgia del 2011.Ha sido reseñista de piezas teatrales en la página “Juicio Crítico”, foro cibernético destinado a esos fines, así como en el Blog “Teatro en Puerto Rico”. Fue miembro del Melbourne Civic Theatre en Florida, USA, en el 2007 donde hizo teatro regional. Fue miembro del Teatro Rodante Universitario de la Universidad de Puerto Rico de 1995 a 2003. Fue miembro del “Proyecto Sonrisas” entre 1999 y 2000, proyecto destinado a impartir talleres de teatro en hogares de ancianos. Fue colaborador del grupo de teatro Yerbabruja durante el año 2000, grupo que lleva obras de teatro al aire libre por la comunidad de Río Piedras. Ha trabajado como actor en obras destinadas a causas benéficas, como en el festival de apoyo a la actriz Maribel Quiñones que se celebró en el Teatro Coribantes en el 2005. Posee un Bachillerato en Artes, con doble Concentración en Estudios Hispánicos y Teatro de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, así como Doctorado en Estudios Hispánicos, con especialidad en Literatura Española, también de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Fue becado por la Fundación Carolina para realizar el curso “Iniciación a la lingüística y lexicografía hispánica”, en conjunto con la Real Academia de la Lengua Española, en Madrid, España (enero-julio de 2012). Actualmente ejerce como profesor de Español y Humanidades de Dewey University, Recinto de Hato Rey, donde fue nombrado Profesor Distinguido en el 2011.

Alejandro Santiago Comenzó estudios en Dewey University en abril de 2012. Es aspirante al Diploma en Técnico en reproducción música. Ganó el Certamen

Literario 2013 de Dewey University, Recinto de Hato Rey, con el poema aquí publicado, “Quisera ser”.

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Pedro Cabiya Nace en San Juan, el 2 de noviembre de 1971. Escritor, poeta y guionista. Desde

muy joven irrumpe en el mundo literario. En el 1991 fundó y dirigió el suplemento literario del semanario Claridad llamado “Aire”, junto a Marcos Pérez Ramírez, donde publicó algunos de sus primeros trabajos. Apenas un año después, el reconocido crítico peruano, Julio Ortega, lo invitó a participar de la antología La cervantiada (1993), compilación a la cual se había convocado a escritores latinoamericanos de renombre para celebrar la magnánima novela de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Ha participado, asimismo, de varias antologías: Manual de fin de siglo, Antología del cuento latinoamericano del siglo XXI (Julio Ortega ed.),

El rostro y la máscara, Los nuevos caníbales: antología de la más reciente cuentística del Caribe hispano y El Arca. Su cuento corto “Emma de Montcaris” fue traducido al alemán y publicado en la revista Die Hören. Sus cuentos han aparecido en revistas literarias tales como Albatros, Postdata, El Cuento, A propósito, Vetas, Xinesquema y Dactylus. Se lanza al mundo editorial con el libro de cuentos Historias tremendas (Isla Negra 1999), galardonado Mejor Libro del Año por Pen Club International y el Instituto de Cultura. En años subsiguientes publica Historias atroces (Isla Negra 2003), y las novelas La cabeza (Isla Negra, 2005),Trance (Norma, 2007) y Malas hierbas (Zemí Book, 2011). Se ha destacado también por su cultivo de la novela gráfica con títulos como Ánima Sola, Juanita Morel, Obelenkó y Justin Time. Fundador y editor en jefe de la revista de cine y literatura Bakáa. Posee una Maestría en Literatura medieval de la University of Michigan y un Doctorado en Literatura latinoamericana de Stanford University. Ha vivido en España, Estados Unidos, Haití y Puerto Rico. Actualmente reside en Santo Domingo en donde dirige el Centro de Lenguas y Culturas Modernas de la Universidad Iberoamericana y la productora Heart of Gold Productions.

Cindy Rodríguez Rosario nació en Chicago,

Illinois, el 6 de julio de 1980. A los tres años de edad su familia regresa a Puerto Rico y se instala en Manatí, ciudad donde reside actualmente. Cursó sus estudios de escuela elemental, intermedia y superior en el Colegio Inmaculada de Manatí. Durante sus estudios universitarios comienza a trabajar como maestra en el Colegio Inmaculada de Santurce, lugar donde conoció a dos personas importantes en su carrera literaria, Noraida Meléndez y Nora Cruz. Son estas poetas las que despertaron en ella el amor por la lectura y la escritura. Obtuvo su bachillerato en Periodismo en la Universidad del Sagrado Corazón, la misma que la alberga como

estudiante a nivel graduado en la Maestría de Creación Literaria. Ha publicado en varios periódicos y en revistas. Periodista, poeta, ensayista y cuentista; sus escritos se centran en las relaciones humanas, el amor sin etiquetas y las cosas cotidianas de la vida desde un punto de vista poco usual. Actualmente se encuetra trabajando en su tesis creativa. http://auroraaviles.blogspot.com/

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Álvaro Manuel Rivera Ruiz nació en Madrid, España. Además de historiador, su talento le ha llevado a explorar exitosamente el terreno de la pintura, y sus obras pictóricas se han exhibido a través de la isla, incluyendo una exposición individual pictórica titulada: “Entre peces, Caribe y profundidad”, en el Café Seda de Viejo San Juan en febrero 2007. Sus cuadros se han presentado en el Restaurante Ajili Mójili, Condado, marzo 2004; las Noches de Galería, Viejo San Juan, 2004 al 2011; la presentación de la Revista “Identidad”, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Aguadilla, noviembre, 2005; en las Fiestas de la Calle San Sebastián, 2005-2007; en la exposición

dedicada a Ricardo Alegría en el Centro de Estudios Avanzados, 2006; en la portada de la Antología de Poesía Latinoamericana, publicada por la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Aguadilla; en la portada de la séptima edición de la Revista Identidad, U.P.R. Aguadilla; y en Bless Café, Viejo San Juan, de marzo a septiembre de 2008. Obtuvo un Bachillerato en Historia europea de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Completó una Maestría en Historia de Puerto Rico y el Caribe del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe en San Juan, en donde cursa estudios doctorales en la misma materia con concentración en Estudios Culturales. Es autor de varios artículos en la Revista Identidad, así como del libro: Aguadilla el pueblo que le dio la espalda al mar: su desarrollo social ante el cambio de soberanía de 1895 a 1910, publicado por la Editorial Isla Negra en noviembre 2007. Trabajó como Coordinador de la Ruta de Teatro Rodante Infantil de la División de Teatro del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Se ha desempeñado como maestro de Historia a nivel de escuela intermedia y superior, así como de Bibliotecario auxiliar del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Ha sido profesor de Historia de Estados Unidos tanto de la Escuela de Artes Plásticas de San Juan, como del Conservatorio de Música de Puerto Rico. Actualmente se encuentra escribiendo su tesis doctoral, y es profesor de Historia de Puerto Rico de Dewey University, Recinto de Hato Rey.

Patria M. Castro Palmero comenzó sus estudios en Grado Asociado en Sistemas de Oficina en Dewey University en enero de 2013. Participó de la ceremonia de premiación del Certamen de Literario 2013 de Dewey University, Recinto de Hato Rey, como parte de la celebración de la Fiesta de la Lengua.

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La educación en Puerto Rico tiene un nuevo nombre.

Nace una universidad que es sinónimo de innovación, ingenio y futuro. Dewey University surge para llevar a un nivel más alto la obra iniciada por John Dewey College hace 20 años. Más que un nuevo nombre, es una filosofía de enseñanza para Puerto Rico.

Juan Ramón Recondo Pietrantoni Nació en San Juan, Puerto Rico. Completó su Bachillerato y Maestría en el Departamento de Inglés de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras con la tesis:The Spirit of Négritude in Relations of Power as Seen in Novels by Chinua Achebe, Earl Lovelace, Roger Mais and Ngugi wa Thiongo. En el programa graduado de Inglés, se concentró

en Literatura Caribeña y cine. Fue profesor de Inglés del Recinto de Hato Rey de Dewey University, antes John Dewey College. Luego partió hacia Nueva York para hacer su Ph.D. en el Graduate Center de City University of New York (CUNY). Allí estudió en el programa de teatro donde se especializó en teatro y performance caribeño, en cine afroamericano y teoría postcolonial. Ha participado como ponente de varios congresos de teatro y literatura caribeña en Puerto Rico y los Estados Unidos. Su primera ponencia fue publicada en la antología Caribbean Without Borders editada por Iliana Cortés Santiago, Raquel Puig y Dorsia Smith. Actualmente está trabajando en su tesis doctoral: Encounters on Stage and in Film in the Spanish-Cuban-American War: Performance of Cuban and Puerto Rican Alterity in New York. Asimismo, impartió durante varios años la clase de Fundamentals of Speech en el Borough of Manhattan Community College.

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La educación en Puerto Rico tiene un nuevo nombre.

Nace una universidad que es sinónimo de innovación, ingenio y futuro. Dewey University surge para llevar a un nivel más alto la obra iniciada por John Dewey College hace 20 años. Más que un nuevo nombre, es una filosofía de enseñanza para Puerto Rico.