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SCRIPTA THEOLOGICA 14(1982/1) RECENSIONES sar la fecha de composición de los Evangelios y de algunas cartas paulinas y católicas. Este subjetivismo aparece sobre todo cuando se emplean ar- gumentos que parten, a priori, de un hipotético nivel de desarrollo cris- tológico o eclesiológico que tendría que darse en un momento dado. Cu- riosamente ocurre que se parte de este tipo de argumentación para esta- blecer una datación de los escritos y, luego, apoyándose en esa misma datación, se intenta descubrir el desarrollo teológico-doctrinal latente en esos mismos escritos. Esto constituye un círculo vicioso que el libro de Robinson —aunque sea discutible en muchos puntos— obliga a revisar, mostrando el carácter provisional e hipotético que tienen los trabajos y las afirmaciones en este campo. A la luz de la síntesis de tantos estudios recientes hecha por Robinson, la sentencia mantenida por la tradición eclesiástica sobre la fecha de composición de los libros del N. T., encuen- tra nuevos argumentos y aparece, globalmente considerada, como dato de gran fiabilidad. GONZALO ARANDA Ceslas SPICQ, Dios y el hombre en el Nuevo Testamento, Salamanca, Ed. Secretariado Trinitario («Koinonía», n. 10), 1979, 262 pp., 14 X 21. Los trabajos del P. Spicq sobre la teología del Nuevo Testamento siempre son estimulantes para el lector, sea o no teólogo. Después de dis- poner en castellano de su monumental Teología Moral del Nuevo Testa- mento (Eunsa, 2 tomos, 1973), es de agradecer que, finalmente, haya apa- recido en nuestra lengua esta obra del mismo autor, que vio la luz, en su lengua original, en 1961. No intenta el A. hacer un estudio exhaustivo de la teología y de la antropología reveladas en la Biblia. Sólo pretende «presentar un resumen subrayando los trazos más específicos» (p. 9). La obra tiene dos partes. La primera, titulada «El Dios de Jesucristo», consta de tres capítulos y un apéndice, cuyos enunciados nos dan idea de su contenido: «Dios es bueno y generoso», «Dios, Padre de los creyentes», «Dios, Padre de Je- sucristo», y «El Hijo y los redimidos, objeto de la caridad del Padre». La segunda parte se titula «El hombre y el cristiano». En ella, el c. IV de toda la obra habla de «La antropología evangélica», y el c. V de «El hombre, imagen de Dios». Termina el libro con una Conclusión y con un cuadro de textos bíblicos, seguido de un índice analítico de los temas importantes que se han estudiado. El A. habla de la bondad de Dios partiendo de Me 10,18 en donde Jesús afirma que «nadie es bueno sino sólo Dios». Se trata de una bon- dad que es sinónimo de perfección. Aunque recurre sobre todo al Nuevo Testamento, acude también a diversos pasajes veterotestamentarios. Se re- fiere a las diversas comparaciones que la Biblia utiliza para hablar de la bondad divina, destacando en particular la paternidad divina, manifestada 373

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SCRIPTA THEOLOGICA 14(1982/1) R E C E N S I O N E S

sar la fecha de composición de los Evangelios y de algunas cartas paulinas y católicas. Este subjetivismo aparece sobre todo cuando se emplean ar­gumentos que parten, a priori, de un hipotético nivel de desarrollo cris-tológico o eclesiológico que tendría que darse en un momento dado. Cu­riosamente ocurre que se parte de este tipo de argumentación para esta­blecer una datación de los escritos y, luego, apoyándose en esa misma datación, se intenta descubrir el desarrollo teológico-doctrinal latente en esos mismos escritos. Esto constituye un círculo vicioso que el libro de Robinson —aunque sea discutible en muchos puntos— obliga a revisar, mostrando el carácter provisional e hipotético que tienen los trabajos y las afirmaciones en este campo. A la luz de la síntesis de tantos estudios recientes hecha por Robinson, la sentencia mantenida por la tradición eclesiástica sobre la fecha de composición de los libros del N. T., encuen­tra nuevos argumentos y aparece, globalmente considerada, como dato de gran fiabilidad.

GONZALO ARANDA

Ceslas SPICQ, Dios y el hombre en el Nuevo Testamento, Salamanca, Ed. Secretariado Trinitario («Koinonía», n. 10), 1979, 262 pp., 14 X 21.

Los trabajos del P. Spicq sobre la teología del Nuevo Testamento siempre son estimulantes para el lector, sea o no teólogo. Después de dis­poner en castellano de su monumental Teología Moral del Nuevo Testa­mento (Eunsa, 2 tomos, 1973), es de agradecer que, finalmente, haya apa­recido en nuestra lengua esta obra del mismo autor, que vio la luz, en su lengua original, en 1961.

No intenta el A. hacer un estudio exhaustivo de la teología y de la antropología reveladas en la Biblia. Sólo pretende «presentar un resumen subrayando los trazos más específicos» (p. 9). La obra tiene dos partes. La primera, titulada «El Dios de Jesucristo», consta de tres capítulos y un apéndice, cuyos enunciados nos dan idea de su contenido: «Dios es bueno y generoso», «Dios, Padre de los creyentes», «Dios, Padre de Je­sucristo», y «El Hijo y los redimidos, objeto de la caridad del Padre».

La segunda parte se titula «El hombre y el cristiano». En ella, el c. IV de toda la obra habla de «La antropología evangélica», y el c. V de «El hombre, imagen de Dios». Termina el libro con una Conclusión y con un cuadro de textos bíblicos, seguido de un índice analítico de los temas importantes que se han estudiado.

El A. habla de la bondad de Dios partiendo de Me 10,18 en donde Jesús afirma que «nadie es bueno sino sólo Dios». Se trata de una bon­dad que es sinónimo de perfección. Aunque recurre sobre todo al Nuevo Testamento, acude también a diversos pasajes veterotestamentarios. Se re­fiere a las diversas comparaciones que la Biblia utiliza para hablar de la bondad divina, destacando en particular la paternidad divina, manifestada

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R E C E N S I O N E S SCRIPTA THEOLOGICA 14(1982/1)

de continuo en su Providencia. Jesús revela en sí mismo la bondad ine­fable del Padre, especialmente mediante su entrega a la muerte. La cru­cifixión del Hijo constituye, por tanto, «la prueba convincente del amor de Dios para con nosotros» (p. 45). Por otra parte, los dones que nos llegan tras la muerte de Jesús son una prueba más de esa bondad divina, en especial la gran promesa del Espíritu Santo y la realidad esperanzadora de la Iglesia, «fundada por Jesús para continuar su misión hasta el fin de los tiempos: perdonar los pecados, conservar y proclamar la verdad» (p. 49). Habla también de la Eucaristía como prueba del amor y de la bondad divina. En esta cuestión afirma que «la preciosa sangre simboliza sobre todo el sacrificio de la cruz...» (p. 50). Esto es cierto pero no exacto, ya que la sangre de Cristo en la Eucaristía no «simboliza» sino que repi­te y actualiza de modo incruento el mismo sacrificio de la cruz.

En los capítulos siguientes, como vimos, insiste en la bondad divina desde la vertiente de su paternidad, primero respecto a los creyentes, y luego en relación con Jesucristo. Destaca que la expresión «que estás en los cielos» es un modo de enseñar la diferencia esencial entre la pater­nidad de Dios y la de los hombres. Esta paternidad divina comporta la exigencia en el hombre de una confianza y de un abandono total en la providencia del Señor, y también requiere en los hijos una conducta si­milar a la del Padre común, sobre todo en lo que se refiere al perdón y a la comprensión hacia los demás (cfr. p. 68-69). Subraya Spicq la origi­nalidad de Jesús al llamar a Dios con el término arameo de Abba, expre­sión «que el niño judío empleaba para dirigirse familiarmente a su pa­dre» (p. 78). También el cristiano ha de dirigirse a Dios con ese nombre entrañable, y sobre todo con esa confianza, abandono y ternura que dicha expresión aramea implica.

Al hablar de la paternidad de Dios respecto de Jesucristo, destaca el A., ante todo, lo peculiar de la misma, que distingue la filiación de Cristo de la de los demás hombres. Se extiende el A. en el estudio del IV evangelio, cuyo autor inspirado, como es sabido, aborda de modo profundo y completo el tema de Cristo como Hijo de Dios, que revela al Padre. San Juan es, en efecto, «el teólogo por excelencia de la pater­nidad de Dios» (p. 102).

La segunda parte es sobre todo antropológica. Quizás no es adecuado hablar, como lo hace el A., de antropología evangélica, cuando en rea­lidad trata el tema también desde la perspectiva de otros libros neotes-tamentarios, distintos a los evangelios. A no ser que se considere que el Nuevo Testamento, en su integridad, constituye en realidad la Nueva Buena de Jesucristo.

La antropología bíblica, dice Spicq, es más que una sección de la teología propiamente dicha, pues el hombre está concebido en la Es­critura en función de la fe. También afirma que «realmente, ni el Anti­guo ni el Nuevo Testamento formulan una enseñanza explícita sobre el hombre» (p. 126). Además, los elementos antropológicos de que habla la Biblia no siempre vienen claramente definidos y menos aún sistematiza­dos (Cfr. p. 173-175). De todas formas el hombre, en su origen creatural y en su destino eterno, está presente en la revelación divina de las Es­crituras.

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SCRIPTA THEOLOGICA 14(1982/1) R E C E N S I O N E S

En el Nuevo Testamento se concibe al hombre como esencialmente religioso y esto determina su pequenez y su grandeza. Pequenez en cuan­to que sólo es una criatura, «radicalmente dependiente de Dios» (p. 126). Recoge la doctrina veterotestamentaria, sapiencial sobre todo, que habla de la fugacidad y miseria de la vida humana, pero acentúa esa realidad sobre todo en el plano moral. No obstante, el hombre es la única cria­tura hecha a imagen y semejanza de Dios. El Nuevo Testamento se fija no sólo en el origen del hombre para hablar de su grandeza, sino también tiene en cuenta su glorioso destino: identificarse con Cristo y participar de su gloria (cfr. p. 129). Sobre esta idea de la vinculación del hombre con Cristo, así como en su transformación en el hombre nuevo, vuelve el A. una y otra vez (cfr. p. 212 ss.).

Analiza los distintos componentes del ser humano y estudia los términos psyché, nous, pneuma, karata, sárx, soma, bios, zóé, etc. Señala que los vocablos no siempre coinciden en su contenido conceptual, pu-diendo tener matices diversos según el contexto en que se usen. Esto hace poco menos que imposible una sistematización concreta. Más que en función del estudio y conocimiento del hombre, «la teología neotestamen-taria está en función de la koinonía con Cristo: el creyente es un resucitado en potencia, cuyo cuerpo será la imagen del cuerpo glorioso del Hijo de Dios» (p. 242).

El Á., a lo largo de toda la exposición, hace gala de una rica y abun­dante bibliografía, un poco atrasada, ya que, como dijimos, el original es de 1961. En ocasiones las notas críticas son desmesuradas y prolijas, ocu­pando incluso páginas enteras (cfr., por ejemplo, p. 16-17.20 ss., 63, etc.). De entre esas notas cabe destacar el recurso a la exégesis patrística, siem­pre tan rica e iluminadora, así como a los comentaristas clásicos, en espe­cial a Sto. Tomás de Aquino (cfr. p. 42.120.168.234, etc.). También hay una amplia referencia a la literatura helenística. Algunas erratas desme­recen el valor de su contenido (cfr. por ejemplo la p. 232, en donde hay un trastoque llamativo de líneas que hace difícil su lectura). De todas formas es un libro rico en conceptos antropológicos y teológicos, que pue­de considerarse una antología en su género. Por eso, a pesar de haber sido publicado en el año 1969, sigue teniendo pleno valor y actualidad, sobre todo en orden a una predicación netamente teológica, tanto sobre Dios como sobre el hombre.

ANTONIO GARCÍA-MORENO

José MARTORELL, LOS milagros de Jesús, Valencia (Publicaciones de la Facultad de Teología «San Vicente Ferrer», Serie académica, n. 2), 1980, 94 pp., 15 X 23.

J. Martorell, profesor de Cristologia en la Facultad de Teología de Valencia, divide este ensayo sobre los milagros de Jesús en tres partes. Una primera —muy breve: p. 17 a 22— dedicada al «gran signo» de la

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