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TETRACUENTO PRUDENCIA

TETRACUENTOS_PRUDENCIA

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T E T R A C U E N T OPRUDENCIA

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TETRACUENTO

Copyright © 2012 por Fundación Villa Aprendizaje S.A. de C.V.

© Villa Aprendizaje Ediciones© Estrella Dorantes CuéllarISBN: En trámiteEdiciones Villa AprendizajeXalapa, Veracruz, México. 2012

CréditosCoordinación Académica: Estrella X. Dorantes Coordinación Técnica: Jose Enrique Díaz CamachoGuión: Alexandro Arana OntiverosIlustración:Julio de la Medina

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PRUDENCIA

Lo que ocurrió un par de días antes de la sobredosis de Miguel, más que una imprudencia por parte de todos, fue una llamada de auxilio emitida desde la profundidad

de su laberinto…

Cuando Miguel faltó un día a clases, no le extrañó a nadie: pensaron que se había vuelto a ir de pinta. El segundo día

consecutivo, ya era una burla; ¿que nadie pensaba ponerle un hasta aquí a ese muchacho? Sin embargo, al tercer día fue que sus amigos cercanos empezaron a preocuparse: primero Manuel, quién había notado sus faltas desde la primera vez; luego Amanda, quien era la más consciente de los tres, y eso ya no era normal en Miguel; por último, Susana, quien fue puesta en alerta por los otros dos.

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Entonces, decidieron irlo a buscar al departamento donde vivía con su familia, preocupados de lo que podría haberle pasado.

Apenas llegaron al departamento donde vivía Miguel, Libertad, su hermana menor, los recibió en medio de un mar de lágrimas: en menos de dos minutos se enteraron de que su mamá otra vez no estaba (y que en las últimas semanas había vuelto a alcoholizarse regularmente), que la niña llevaba dos días haciéndose cargo de la comida de ella y de su hermano (y que nadie se estaba ocupando de la limpieza del departamento, ni de cómo iba en su escuela), también supieron a medias que Miguel parecía traerse algo terrible entre manos (de lo cual no le había dicho nada a nadie), además de otras tantas preocupaciones de la niña que por sus balbuceos no lograron entender.

Cuando Libertad les estaba diciendo que Miguel había llegado sintiéndose muy mal desde la noche anterior, a tal grado que ella había escuchado cómo vomitaba dentro del baño, ya no pudo seguir hablando; se derrumbó en los brazos de Susana. Entre sollozos, apenas lograron escuchar que ella amaba mucho a su hermano, que era lo más importante en su vida, y que no sabía lo que estaba pasándole.

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—Vamos con Miguel, chicas, —dijo Manuel, pero al ver que ninguna se movía, añadió exasperado: —¡Oigan, esto urge!

Las dos seguían sin moverse; sólo se miraban entre ellas. Fue Amanda quien tomó la palabra: —Creo que lo más prudente será que vayas a buscarlo tú solo, Manuel: no sabemos cómo está realmente… Nosotras nos quedamos aquí, con Libertad, para tranquilizarla.

A Manuel no le gustó mucho la idea, pues le daba miedo ir él sólo, pero ante las circunstancias, efectivamente, parecía ser lo más sensato. Mientras él se dirigía al cuarto de su amigo, las tres chicas se quedaron fundidas en un abrazo doloroso.

El pasillo hacia el cuarto de Miguel parecía interminable: caminaba nervioso. Se quedó congelado ante el letrero que estaba sobre la puerta: “Lárgate y déjame morir en paz”.

Antes de tocar la puerta, Nezahualcoyotl apareció a su lado y le habló en voz baja: —Ten mucho cuidado, Manuel, piensa bien cada palabra y cada acción que hagas ahí adentro… Lo que más necesita ahora tu amigo, es que seas prudente.

Manuel respiró profundamente para tranquilizar sus nervios, y tocó a la puerta. No hubo respuesta alguna. Su corazón latía desbocado. Tocó de nuevo, pero tampoco pasó nada. Con mano insegura, comenzó a girar la perilla: la puerta cedió con un ligero estremecimiento y empezó a abrirse por sí sola…

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La escena dentro era terrible: Miguel estaba tirado en el suelo, con vómito en la cara y el pecho, y con una jeringa, una cuchara y un encendedor cerca de él. Además, parecía que un torbellino hubiera azotado cruelmente su cuarto: todo estaba fuera de lugar o roto. Incluso, las cortinas habían sido arrancadas de la ventana.

—¡Dios mío! —alcanzó a farfullar Manuel, y se abalanzó sobre su amigo. Luego de darle un par de bofetadas con fuerza y hablarle por su nombre, lo sacudió todo.

De pronto, Miguel reaccionó. En un segundo le puso las manos en la garganta y comenzó a apretarle el cuello, intentando ahogarlo: —¿Qué es lo que quieres, hijo de…?

La lucha por su vida duró unos cuantos segundos, pero para Manuel, el tiempo se fue demasiado lento: pensó que era impresionante la fuerza que tenía Miguel en esos momentos; de hecho, le pareció sobrehumana.

Entonces, Miguel abrió mucho los ojos y lo reconoció. Lo soltó de inmediato diciendo: —¡Manuel! ¿Qué haces aquí? ¡Perdón! ¡Perdón!… ¡No te reconocí!

Miguel estaba muy pálido, sudoroso y temblaba sin control.

Un segundo después, volvió a desvanecerse en sus brazos. Manuel reaccionó rápido y lo abrazó con fuerza. Con mucho trabajo logró levantarlo, quiso recostarlo en su cama, pero Miguel se negó: —No entres a mi cuarto… por favor… —le suplicó con un hilo de voz. —Mejor vamos afuera… ¿Vienes sólo?… Quería verte, carnal… ¡Tengo mucha sed!

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PRUDENCIA

—¡Tranquilo, man! Yo te llevo… Están las chicas… Están preocupadas por ti… Como no fuiste a clases…

Manuel llevó casi cargando a su amigo, quien a modo de broma decía que era un “detallazo” que fueran por él tan temprano para ir a la escuela.

—¿Temprano? ¡Pero si ya son las tres de la tarde, Miguel!

—¿No friegues? ¿En serio? —preguntó asombrado Miguel, casi arrancándole las solapas del suéter escolar, pero de inmediato lo soltó sin fuerzas y empezó a carcajearse. —¡No manches, tu ropa parece como de gelatina! ¡Se mueve todita, panteón!

Esta actitud empezó a asustar mucho a Manuel mientras lo cargaba hacia la sala. ¿Qué ocurría con el lenguaje de Miguel? ¿Por qué hablaba de esa manera tan extraña? ¿Y por qué de pronto tenía demasiada fuerza y por momentos estaba tan debilitado? ¡Se encontraba muy drogado, eso era completamente seguro!

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Los dos chicos llegaron abrazados y caminando con mucha dificultad a la sala. Como Manuel le tapaba parte de su vista, Miguel no vio a todas las presentes. Entonces comenzó a sonreír al descubrir a Susana y a Amanda en su departamento (“Qué suertudo soy”, pensó); pero su sonrisa desapareció de inmediato cuando su amigo, al sentarlo con cuidado en un sillón, se quitó y dejó a Libertad frente a su vista. Miguel puso una cara de incomodidad exagerada y sin pensarlo dos veces, le gritó a su hermana: —¿Qué haces aquí, monstruo? ¡Lárgate a tu despensa ahora mismo! —e incluso quiso levantarse para atacarla.

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PRUDENCIA

Manuel se interpuso en su camino, pero fue derribado por la enorme fuerza de Miguel. Fue el turno de Susana, quien recibió un fuerte bofetón y cayó junto a un sillón. Cuando Amanda estaba a punto de enfrentarse a Miguel, Susana le saltó por la espalda y lo derribó en el suelo. De inmediato, Manuel y ella se sentaron sobre él y evitaron el ataque hacia Libertad. La niña no paraba de llorar: estaba en shock.

—¡Amanda, llévate a Libertad a su cuarto y enciérrate con ella!

—¡Bien pensado!—¡Nosotros detenemos a Miguel hasta que se calme!—¡Déjenme en paz, ceniceros! ¡Así serán buenos! —

Miguel trataba de zafarse con fuerza, pero lo tenían dominado.Libertad y Amanda huyeron; al fondo del departamento se

escuchó un portazo.

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Apenas cerró la puerta del cuarto de Libertad, Nezahualcoyotl se le apareció a Amanda también y le hizo la misma

recomendación que a Manuel, sólo que esta vez añadió que reflexionara que Libertad era sólo una niña pequeña que no tenía ni la más remota idea de lo que le estaba ocurriendo a su hermano: debía tener mucho cuidado en la forma en cómo le iba a explicar la realidad para no confundirla más. Amanda asintió con humildad.

Luego de un largo rato y mucho esfuerzo, Amanda logró tranquilizar a la niña. Con voz entrecortada, Libertad le dijo que no sabía por qué su hermano había cambiado tanto durante las últimas horas, que tenía los ojos muy rojos desde hacía un par de días, que le aterraba estar cerca de él porque ya la había atacado varias veces, y que no quería perderlo porque lo adoraba con todas sus fuerzas.

La niña también le preguntó la razón por la que su hermano la atacó, y rompió a llorar de nuevo. Amanda no supo qué contestarle. Entre sollozos, Libertad preguntaba si su hermano ya no la quería, y trataba de pensar qué había hecho mal para que eso ocurriera.

Amanda quiso decirle que no era su culpa, que la verdad era que su hermano estaba muy drogado y que sólo Dios sabía cuántas malditas sustancias había ingerido;

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PRUDENCIA

pero se acordó de la recomendación de Nezahualcoyotl y prefirió pensar un poco más sobre lo que le respondería a la niña.

Por fin se le ocurrió una idea desesperada: le dijo a Libertad que su hermano padecía una enfermedad muy extraña, y que por eso tenían que vigilarlo entre los tres, para descubrir lo que tenía. Libertad le pidió que lo curaran y Amanda no pudo contestar nada; se limitó a darle un fuerte abrazo y a salir del cuarto, luego de pedirle a la niña que no abriera la puerta bajo ninguna circunstancia, hasta que le avisaran que todo estaba otra vez en paz. Libertad se quedó muy nerviosa y se recostó llorando.

Las alarmas se habían disparado en la mente de Amanda. El problema es que no sabía qué era lo que había ingerido, y eso resultaba muy peligroso. De hecho, su inexperiencia en esos temas, no le ayudaba mucho con el diagnóstico final.

Mientras se dirigía a la sala, descubrió con mucha extrañeza que no había fotos familiares en ninguna pared; y en cada esquina se veían marcas de arañazos. Amanda comenzó a ser presa de un miedo irracional: ahora sólo quería salir corriendo de ese lugar.

En la sala, todo estaba tranquilo nuevamente: Manuel permanecía sentado junto a Miguel, quien parecía una marioneta desmadejada que veía de una manera extraña hacia el techo. Ambos estaban jadeantes, agotados, y tenían los rostros perlados por el sudor. Susana, sentada del otro lado del sillón, los miraba en continua alerta ante cualquiera de sus movimientos.

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TETRACUENTO

Antes de empezar a hablar, Nezahualcoyotl volvió a aparecerse en un rincón, justo donde Miguel no podía verlo. Sin decir una sola palabra y haciendo únicamente gestos, les indicó su boca, su mano y su cabeza. Esto significaba que, antes de hablar, pensaran muy bien lo que iban a decir; los tres asintieron.

Fue Manuel quien empezó: —¡No manches, man! Tienes fiebre, —le dijo, luego de ponerle la mano en la frente. —¿Qué hacemos?

Lo único que Miguel alcanzó a balbucear con un hilo de voz y sin dejar de observar el techo, fue: —Agua… dennos agua.

Susana fue a la cocina. Regresó con un vaso de agua, y con ayuda de Manuel, lograron que su amigo tomara unos tragos: él no era capaz de sostener el recipiente con sus propias manos.

—¿Qué hacemos? —preguntó Amanda en voz baja.—Ni idea, —dijo Manuel, quien no sabía nada de

drogadicción, excepto por lo poco que decían sus libros de texto.

—¿Y si le hablamos a un doctor?—¡Mejor a la policía!

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PRUDENCIA

—¿Qué? ¿Acaso quieres que metan a la cárcel a Miguel?—¡No, no es eso! ¿Pero, entonces, qué hacemos?—¡No lo sé!—Si mi mamá estuviera aquí nos diría que hiciéramos lo

más prudente…—¿Y qué es lo más prudente?—¡No lo sé! ¡Eso es lo que diría mi mamá, no yo!—¿Qué le pasa a Miguel? ¿Qué le pasa a Miguel?—¿Qué tiene? ¿Por qué está temblando?Miguel empezó a temblar de manera descontrolada: sus

manos, sus brazos, sus piernas, y todo su cuerpo se movía sin control alguno.

—¡Está convulsionando! ¡Se está convulsionando!—¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?—¡Ayúdenme a ponerlo en el suelo!—¡De lado, para que no se ahogue si vomita!Fue el minuto más largo de sus cortas vidas. Aunque

ninguno hizo más que vigilarlo y alejar de él todo cuanto estuviera cerca, les pareció extenuante. La tensión fue excesiva.

Después de un minuto, el cuerpo de Miguel dejó de moverse y empezó a toser fuertemente. Sus amigos lo abrazaron y lo ayudaron a regresar al sillón apenas cedió su ataque de tos.

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Miguel abrió los ojos llorosos y los miró. Durante un rato nadie pronunció una sola palabra.

—¿Qué hacen en mi casa? —preguntó Miguel como si nada pasara, sonriente y tranquilo. Aunque sus ojos seguían muy enrojecidos y el pulso aún le temblaba.

Todos se sorprendieron ante este cambio. Amanda sólo pudo preguntarle: —¿Estás bien, Miguel? ¡Estás muy raro!

—¿Raro? ¡Pero si soy el mismo Miguel guapo e inteligente de siempre!

—Esto no está bien, aquí está pasando algo muy extraño, —dijo Manuel muy nervioso.

—No sé a ustedes, —empezó Susana con voz trémula, —pero me está dando mucho miedo lo que le está pasando a Miguel.

—¿Qué me está pasando, según ustedes? —inquirió incómodo él.

—Miguel, ¿tienes una idea de lo que acaba de pasarte? —No, —se limitó a contestar. —¡Miguel acabas de convulsionar por todo lo que te

has estado metiendo en estos días! Amanda y Susana voltearon a ver a Manuel asombradas:

ese tipo de frases eran las que les había dicho Nezahualcoyotl que pensaran bien antes de decirlas. El resultado no se hizo esperar:

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Miguel se levantó de un saltó y aventó a Manuel hacia el sillón que estaba detrás de él, mientras le gritaba: —¿Y a ti qué carajos te importa lo que me ando metiendo, imbécil?

Susana y Amanda intentaron calmarlo de inmediato: —¡Tranquilo, Miguel! ¡Él sólo quiere ayudarte! ¡No tenías por qué ser tan violento!

—¿También ustedes me van a echar pleito, estúpidas? Miguel estuvo a punto de empujar con todas sus

fuerzas a Amanda, pero Susana la jaló junto con ella hacia el sillón. Manuel se levantó y, levantando un jarrón de metal que encontró en un rincón, amenazó a Miguel: —¡Quieto, man! ¡Déjalas en paz!

Amanda, viendo que la situación podía salirse de control por completo, le gritó a Manuel que se calmara. Susana, a su vez, le empezó a gritar a Miguel y éste le devolvió los reclamos, y en un instante todo se volvió una completa locura: Miguel empezó a aventar los objetos que tenía cerca hacia todas partes.

Manuel, Amanda y Susana se escondieron detrás de los sillones y comenzaron a deliberar con urgencia qué hacer.

Lo único que se les ocurrió fue ir corriendo por Libertad y sacarla del departamento; y así lo hicieron.

Cuando Manuel cerró la puerta del departamento, Susana y Amanda cargaban a Libertad en estado de shock. Adentro, Miguel se quedó completamente sólo, destrozándolo todo.

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Mientras bajaban las escaleras del edificio, alcanzaron a escuchar las ventanas rompiéndose, los muebles tronando, los gritos trastornados de su amigo; todo en medio de un escándalo irreconocible.

Un día después, Fátima por fin contestó las llamadas a su celular y fue a casa de Amanda por Libertad para llevársela de regreso. Cuando abrieron la puerta de lo que quedaba de su antiguo departamento, sintieron un terror indescriptible: tirado a la mitad de la sala, en medio de los escombros, con sangre en los oídos y en las fosas nasales, muy pálido y con vómito por todas partes, se encontraba inconsciente Miguel Siperono.

Lo que pasó aquel día, era un grito de auxilio por parte de Miguel, grito que

ninguno de sus amigos supo traducir. Ahora, las consecuencias están a la vista de todos: Miguel ha sido hospitalizado debido a una sobredosis de estupefacientes… Su hermanita Libertad espera desolada una respuesta de los médicos… Y su madre Fátima, con un pretexto absurdo, salió del hospital y no ha vuelto.

Amanda, Susana y Manuel, bajan la cabeza arrepentidos por no haberse quedado más tiempo ese día. Pudieron llamar a un

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adulto, pudieron buscar ayuda profesional… pero al final, no hicieron nada, tan sólo huyeron despavoridos de lo que les daba miedo, o de lo que no entendieron por ignorancia.

Nezahulacoyotl lo explica de manera muy directa: “Por un lado tuvieron la prudencia de evitar un enfrentamiento innecesario, pero por otro, tuvieron la imprudencia de no avisar a alguien con la suficiente autoridad moral para enfrentar un caso de esta naturaleza, sobre el terrible estado de su amigo”.

Ahora sólo es cuestión de esperar cualquier noticia de los médicos y enfermeras que intentan resucitar a Miguel. Pero nadie dice nada, únicamente se limitan a correr de aquí para allá, llenos de ansiedad.

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¿Cuándo eres prudente?

1. Cuando lo amerita la ocasión.¿Cuáles situaciones ameritan prudencia?¿Y cuáles ocasiones no lo ameritan?¿En cuáles ocasiones has estado en riesgo por no ser prudente?¿Y si te equivocas evaluando la situación?

2. Cuando pienso antes de actuar o decir algo.¿Todo el tiempo piensas antes de actuar?¿En cuáles ocasiones has actuado sin pensar?¿Qué sucede cuando estás muy enojado?Piensas antes de actuar, ¿por prudencia o por miedo?

3. Nunca, porque no soy miedoso.¿Ayudará el miedo a ser prudente?Todas las personas prudentes, ¿recurren al miedo para serlo?¿En cuáles ocasiones el ser impulsivo, te ha metido en problemas?¿Qué sentido tendrá tomar riesgos innecesarios?

4. Depende de con quién esté.¿Y eso no es hacer responsable de tus actos a los demás?¿O sea que dependes de los demás para tomar tus propias decisiones?¿Eso no significa ser incongruente?¿Tu seguridad depende de otros?

TETRALEMAS

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