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tio me rueda la carga

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relato breve

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¿Tío me rueda la carga?

¡Chiquilla, mañana por la noche no cenaremos abadejo¡ Mi padre venia contento, con su vieja escopeta de un solo cañón, había matado dos conejos, dejaríamos el abadejo y comeríamos cazera. Yo, mientras mi padre se había ido a cazar, me había quedado a la puerta de la bodega, viendo pasar a la gente que volvía del campo. Mañana tengo que ir al pueblo con una carga de olivas, tengo miedo, pero mi padre me ha dicho, que tengo que ir. Cenamos en silencio, mi padre no era muy hablador, sé que sabía hacer de todo, pero conmigo hablaba poco, la mayoría de veces era para decirme lo que tenía que hacer. Pero yo le quería mucho, siempre estaba procurando por madre y por nosotros, sus hijos. ¡Bueno, ya tienes cargao el macho!, padre si es de noche, pues claro que es de noche. Así como vas cara el pueblo, te encontraras a los hombres de cara y les puedes preguntar, si te rueda la carga. Entonces, padre, cuando vea a un tío, ¿tengo que preguntarle si me rueda la carga? Eso mismo, y así de claro me lo dejó ver. El macho llevaba cuatro sacos repletos de olivas, que habíamos cogido mi padre y yo, en aquel tiempo que relato, yo tenía seis años, salimos del pueblo el lunes, cuando clareaba el día, y nada más llegamos a las bodegas de las Veinticuatro, nos pusimos a plegar olivas, la tierra estaba helada, mi padre encendió una hoguera, para así de cuando en cuando acercarnos a calentarnos las manos. La escarcha blanqueaba los bancales y las piedras se me clavaban en las rodillas y muchas veces, a escondidas de mi padre, lloraba, no quería que me viese llorar, porque deseaba con toda mi alma, parecerle muy fuerte a mi padre. En las Veinticuatro la familia tenía muchos bancales o a mi me lo parecía, y aunque mi padre los tenía muy bien arreglaos, las piedras siempre aparecían debajo de mis rodillas. ¡Y los dedos!, Dios mío, no sé como se las arreglaban las piedras, para hacerme tantos padrastros, por las noches mi padre con aceite de oliva, me untaba las manos, las tenía llenas de sabañones, quebrazas y padrastros. Después de recibir las últimas instrucciones de mi padre, salí de las bodegas y enfile el camino hacia el pueblo, llevaba más capas de ropa, que una cebolla, pero daba igual tenía mucho frío, al poco de caminar, solté el ronzal del macho, pues las manos no me las sentía, pero claro el empezó a caminar mas rápido, por lo que tuve que volver a coger el ronzal, estaba por Guantero, nada mas que había comenzado el camino.

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Mi cabeza no paraba de pensar, ¿y si me sale una zorra?, ¿y si se me escapa el macho?, ¿y si me si me rueda la carga?, estos pensamientos hacían que no pensará en el intenso frío que hacía. También pensaba lo bien que estaría en casa con mi madre. Pero no, estaba en Navajo Royo, como su nombre indica, allí la tierra es roja, pero seguía haciendo mucho frío y yo no sabía donde ponerme las manos. Al llegar a la Cañá Ladrero, vi a lo lejos un macho, un hombre y un chico, que bajaban la Rocha Juliana, al poco rato nos cruzamos y ¡claro yo lance la orden dada por mi padre!: ¿Tío me rueda la carga? , a lo que me contesto: No chiquilla no te rueda. Ni un solo comentario a mi temprana edad; pero de que me extrañaba, si el chico que le acompañaba, que era su hijo, apenas tenía un mes más que yo. Ya empezaba a clarear el día. El macho sabía lo que le esperaba, la Rocha Juliana, pues empezó a desbarrarse, pederse y bufar, yo me asuste. En eso estaba, cuando me crucé con otro tío, que me aconsejó: Háblale al macho para que no se te desbarre, y yo que le contaba al macho, si con mis miedos ya tenía bastante, que sabia yo, si a lo mas que llegaba era a querer jugar a las monjas (1).

Pesá, si que era pesá la Rocha Juliana, pero también sirvió para entrar algo en calor, yo le iba contando al macho, las cosas que hacíamos en la costura, los juegos, con los amigos de la calle y como iba, yo solica a la fuente de San Agustín a por agua, no creo que se enterase mucho, con llevar la carga ya era pro (2). Al acabar de subir la Rocha Juliana empecé a ver más hombres que iban en dirección contraria a la mía, el ritual se repetía ¡Tío me rueda la carga! No, chiquilla, la llevas bien. Tampoco me servia a mi esa confirmación, para evadirme de mis temores, pero era lo que había y nada más. Al entrar en la Hoyuela de los Cabreros, se hizo más de noche, lo cual me asusto, hasta que eche la vista a tras y vi la imponente mole del Cerro Pedroso, que luchaba con el sol, para mantener la oscuridad. El macho después de la subida, templo el paso y yo ya no tenía que ir prácticamente corriendo, el miedo hacia que tuviese mucha saliva en la boca, en todo el camino no había bebido de una botella, que mi padre me había puesto en el serón. Claro la botija se quedo con el.

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No se porque pero pasando por la Hoyuela, pese al frío, me sentí mejor, bueno el Sol le había ganado la batalla al Cerro Pedroso. Curiosamente cada vez veía menos tíos por el camino y si que empezaba a verlos laborar en su bancales, ahora no tenía a nadie para preguntar, por lo que me di una vuelta alrededor del macho, para asegurarme que la carga no rodaba. Y, efectivamente, no rodaba. Yo soñaba con llegar a casa, aunque tuviese que ayudar a mi madre a subir las olivas a la cambra, y extenderlas, según me había recordado mi padre en uno de sus últimos recados. Allí sola, ya sin hombres a los que preguntar por la carga, cada paso se me hacia mas pesado y empezaba a estar muy cansada, el macho pareció que adivino mis pensamientos y con su cabeza iba empujándome, de pronto apareció el pueblo a mi vista estaba en el Codadillo, desde el se veía todo el pueblo y ahora si que era rocha abajo el camino. Solamente me quedaba llegar al pueblo. Cuando estaba cruzando la Ramblilla, después de pasar la ermita de Santa Lucia, pasó por mi lado un hombre ya muy mayor, que de tan tapado que iba, no le conocí, solamente oí que decía ¡Ao, chiquilla!

Mi llegada a mi calle, bien entrada la mañana, no significaba que hubieran acabado mis tareas, mi madre me dijo: Chiquilla, coge un cántaro y veste (3) a por agua a la fuente, hoy lo menos que tendremos que hacer es lavarte las piernicas y las orejas, mientras yo subiré las olivas a la cambra (4). Después de la cola para coger agua, llegue a casa y me madre ya me estaba esperando con el estropajo en ristre, para cumplir su promesa de limpieza. Ella ya había subido y extendido las olivas en la cambra. También tenía preparado el hato que me tenía que llevar de vuelta, si, tenía que volver. Comimos en silencio, junto a mi hermano pequeño, mi madre al acabar, empezó a decirme todas las cosas, que le tenía que decir a mi padre al llegar, también hizo repaso de todas provisiones que llevaba en el hato, yo tenía mi cabeza en otro lado, en la vuelta. Chiquilla parece que estés alelá (5), me grito mi madre. Yo resignadamente, le dije que no, que la había oído todo lo que me decía, le mentí.

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Al poco, ya sin el peligro de que me rodase la carga, emprendí el viaje de regreso a Las Veinticuatro, Seguía haciendo frío y aunque mi madre me había puesto más capas que una cebolla, hasta bien mediado el camino de regreso, no entre en calor. Los tíos cuando me los cruzaba, emitían un ¡Ao! de saludo y seguían su camino. El tiempo seguía igual, con la diferencia que ahora, era de día. A mi llegada, nadie me esperaba en la bodega, mi padre estaría en el monte, plegando olivas, descargué como Dios me dio a entender el macho y le dí de beber y lo até al pesebre. No recuerdo más, hasta que una voz profunda y fuerte me dijo: ¡Chiquilla que la cena ya esta! Me había quedado dormida. ************** (1) Juego popular en Alcublas, de niñas, que utilizaban cinco fósiles. (2) Bastante, mucho. (3) Ves del verbo ir (4) Almacén, normalmente situado en la parte superior de las casas, para grano. (5) Tonta, embobada