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Trastornar la retórica (Sobre tópica y retórica teresianas) JUAN A. MARCOS Valladolid 1. INTRODUCCIÓN De cuando en cuando, la pluma teresiana nos sorprende grata- mente con una de esas expresiones afortunadas que, tanto por su brevedad y condensación, como por su extraordinario poder conno- tativo y polisémico, se convierten en verdaderos hitos que nos ayu- dan a no naufragar en ese tempestuoso mar que es la prosa teresiana. y sin duda, una de esas expresiones es «trastornar la retórica» (V 15,9) 1, verdadero hallazgo expresivo que, coloreado por ese pecu- liarÍsimo tono coloquial que salpica toda la obra teresiana, acaba por convertirse en una expresión redonda 2. Y desde luego, ninguna expresión más adecuada hemos encon- trado para definir lo que ahora presentamos en este trabajo: desde la novedosa distribución y densidad de los distintos «tópicos» que pueblan los escritos teresianos, hasta su peculiar retórica de la per- 1 Citamos siempre, utilizando las siglas convencionales, por la edición de Santa Teresa de Jesús, «Obras completas», Madrid, EDE, 1984. 2 Algo parecido encontramos en expresiones del tipo «tiempos recios» (V 33,5), que nos sirve para caracterizar las convulsiones de toda una época, o bien, la «negra honra» (V 31,23) en el aspecto ya puramente social; o el escribir «desconcertado» (CE 22,1), como caracterizador de la sintaxis teresia- na; o, en fin, una «determinada determinación» (CE 35,2), para definir el camino espiritual ofertado por Santa Teresa, etc. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (56) (1997), 143-160

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Trastornar la retórica (Sobre tópica y retórica teresianas)

JUAN A. MARCOS Valladolid

1. INTRODUCCIÓN

De cuando en cuando, la pluma teresiana nos sorprende grata­mente con una de esas expresiones afortunadas que, tanto por su brevedad y condensación, como por su extraordinario poder conno­tativo y polisémico, se convierten en verdaderos hitos que nos ayu­dan a no naufragar en ese tempestuoso mar que es la prosa teresiana. y sin duda, una de esas expresiones es «trastornar la retórica» (V 15,9) 1, verdadero hallazgo expresivo que, coloreado por ese pecu­liarÍsimo tono coloquial que salpica toda la obra teresiana, acaba por convertirse en una expresión redonda 2.

Y desde luego, ninguna expresión más adecuada hemos encon­trado para definir lo que ahora presentamos en este trabajo: desde la novedosa distribución y densidad de los distintos «tópicos» que pueblan los escritos teresianos, hasta su peculiar retórica de la per-

1 Citamos siempre, utilizando las siglas convencionales, por la edición de Santa Teresa de Jesús, «Obras completas», Madrid, EDE, 1984.

2 Algo parecido encontramos en expresiones del tipo «tiempos recios» (V 33,5), que nos sirve para caracterizar las convulsiones de toda una época, o bien, la «negra honra» (V 31,23) en el aspecto ya puramente social; o el escribir «desconcertado» (CE 22,1), como caracterizador de la sintaxis teresia­na; o, en fin, una «determinada determinación» (CE 35,2), para definir el camino espiritual ofertado por Santa Teresa, etc.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (56) (1997), 143-160

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suaSlOn y sin dejar de pasar por las así llamadas retóricas de la concesión y de la feminidad, todo parece concatenarse para trastor­nar la retórica. Todo ello, en fin, nos sirve para poner de manifiesto las conscientes e intencionadas estrategias que guiaban el discurso teresiano, tan alejado, por otra parte, de las viejas visiones beatíficas (hic, Menéndez Pidal et alii) que detrás de cada expresión teresiana colgaban la etiqueta de la «humildad» o el tan recurrente «estilo de ermitaños».

Somos conscientes, por otra parte, de los límites de este trabajo, centrado en buena medida en los prólogos teresianos aunque sin dejar de hacer incursiones en el resto de su obra. La posible validez de los corolarios que aportamos al final penderá siempre de una futura confirmación a través de estudios de conjunto, más detenidos y detallados.

2. TÓPICA TERESIANA

Ciertas expresiones de nuestra lengua, con el paso del tiempo, han llegado a convertirse en «fórmulas fijas», y todo ello a través de un proceso por el que han pasado «del uso al abuso, y del abuso al estereotipo». Lentamente estas fórmulas, tópicos y estereotipos, han ido engrosando los viejos tratados de retórica.

Quede claro desde el principio que por tópico entendemos aquel «lugar común que la retórica antigua convirtió en fórmulas o clichés fijos y admitidos en esquemas formales de que se sirvieron los es­critores con frecuencia». En los escritos teresianos son relativamen­te abundantes y muy significativos. No sólo sitúan a Teresa en con­tinuidad con una vieja tradición literaria, sino que además, en ella, adquieren una frescura, ironía y densidad poco comunes, desbordan­do el lugar tradicional que se les tenía reservado, es decir, el prólogo o exordio.

Ya Aristóteles, en la Retórica, definía el exordio como «el co­mienzo del discurso, lo mismo que el prólogo en la poesía y el preludio en la música de flauta, pues todo esto son preámbulos y como preparación del camino para lo que sigue» (1lI, 14). Quintilia­no explica el posible significado etimológico del término prólogo

T

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porque parece que «"oime" significa canto, y los citaristas llamaban "proemion" a aquello que cantan de antemano, antes de entrar en la contienda sobre el canto final, para ganarse el favor de los que oyen, de donde tomaron el nombre los oradores, para conciliarse al audi­torio en el principio de su oración» 3. Se trata, pues, de un término que los oradores y literatos toman prestado de esos viejos colegas suyos que eran los músicos.

Son muchos los términos con los que se ha designado a lo largo de la historia el «prólogo» de una obra, y así, se ha hablado de advertencia, advertimiento, argumento, discurso, epístola al lector, exordio, introducción, introito, al lector, loa, preámbulo, pr4acio o prefacción, proemio, elogio, prólogo, apología, arenga, declara­ción, elogio, invocación, isagoge, preliminar o preliminares, prelu­dio, protestación, etc. En el Siglo de Oro, época a la que se circuns­cribe este trabajo, hubo una querencia particular por términos tales como «epístola», «prólogo» y «al lector» 4.

En el teatro latino, con Plauto y Terencio, el prólogo aparece como un elemento definido e importantísimo. «Tiene por lo común, como rasgo más importante, una nota de captatio benevolentiae que se hará específica del prólogo universal» 5. La misma idea encontra­mos a finales del siglo xv en el Vocabulario universal de Alonso de Palencia, para quien el «exordio faze el orador en la causa porque los oydores sean ganosos de saber y quieran bien al que dize».

No olvidemos que los prólogos de los místicos son esencialmen­te doctrinales, y los casos de aquellos espirituales que leyó Santa Teresa (Osuna, Laredo, Granada ... ) son paradigmáticos a este res­pecto. Pero en Teresa hay además un aspecto que está fuertemente resaltado, que es el apologético. Y es que la defensa es una de las motivaciones principales de los prólogos, cuya finalidad es la cap­tatio benevolentiae, ese «ganarse el favor de los que oyen» (Quin­tilianus dixit). José de Villaviciosa lo expresaría, en admirable con­densación sintética, en estos cuatro versos:

3 M. FABlO QUINTILIANO, Instituciones oratorias, Madrid, Lib. Viuda Her­nando, 1887, 147.

4 Cfr. S. PORQUERAS MAYO, El prólogo como género literario. Su estudio en el Siglo de Oro español, Madrid, CSIC, 1957, 47-74.

5 PORQUERAS MAYO, O.C., 27.

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«Si del prólogo el intento como enseña el orador es disponer al censor más benévolo y atento» 6.

Fray Luis de Granada, uno de los espirituales del siglo XVI que leyó Teresa, nos explica que esa benevolencia se consigue de «qua­tro modos: por respeto de la persona del Orador, de la de los con­trarios, de la de los oyentes (o lectores), y de las cosas mismas» 7.

Cuando Teresa escribe en 1577 su última gran obra, el Castillo interior, ya desde el prólogo utiliza un recurso retórico con el que pretende atraerse la benevolencia del lector, de modo que todo su ingenio, siempre al decir de ella, queda reducido a repetir lo que otros han dicho, y «así como los pájaros que enseñan a hablar no saben más de lo que les muestran u oyen y esto repiten muchas veces, soy yo al pie de la letra» (M., pról., 2). Se trata, sin más, de un infantilismo mimético basado probablemente en un cliché toma­do de la predicación o del folclore de la época 8.

Este afán por abajarse y empequeñecerse está presente en mul­titud de los tópicos que se dan cita en los prólogos teresianos. La finalidad es siempre la misma: captar la benevolencia de lectores y censores. Lo mismo ocurre con tantos y tantos tópicos diseminados por textos literarios españoles del Medievo y del primer Renaci­miento, muchos de los cuales aparecen de manera explícita en Santa Teresa: «The author is a sinner und inadequate to rus literary task; it is only through divine intervention that he will be able to succeed; he writes undel' difficult conditions and therefore cannot produce

6 Citado por PORQUERAS MAYO, O.C., 135. 7 FRAY LUIS DE GRANADA, Los seis libros de la rhetorica eclesiástica o de

la manera de predicar, Barcelona, Imprenta Jolis y Pla, 1778, 229. Recorde­mos que la primera impresión de esta obra se llevó a cabo en Lisboa, en el año de 1576, y que fue en latín. Evidentemente Santa Teresa, que muere seis años más tarde, y que no sabe leer latín, no pudo acceder de ninguna forma a esta obra. La ausencia en nuestra escritora de lecturas teóricas sobre el mundo de la retórica no implica un desconocimiento de las fórmulas retóricas del mo­mento, que Teresa pudo conocer en sus múltiples lecturas o a través de la predicación.

8 Cfr. AURORA EGIDa, «Los prólogos teresianos y la "santa ignorancia"», en Actas del Congreso Internacional Teresiano, Salamanca, 1982, 590.

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polished work; he writes only at the command of a superior or at the behest of friends; he bemoans his lUstic speech; his work will do­ubtless require emendation by superior scholars» 9.

2.1. Tópicos del exordio

Comencemos por el tópico de la novedad, que venía a decir: «ofrezco cosas nunca antes dichas», y que aparece ya en la Antigüe­dad clásica greco-latina. Baste como ejemplo, entre otros muchos, el caso de Horacio, que en sus Odas promete «canciones nunca oi­das» ID. Así Teresa, de una manera indisimulada, aunque envuelta en cierto ropaje de humildad, nos dice al comienzo de Camino que se dispone a escribir «algunas cosas de oración en que parece podré atinar» (CE, pról., 1), y más adelante no tendrá reparos en compa­rarse con los letrados para salir, como no podía ser para menos, mejor parada que ellos, pues con su amor, años y experiencia «podrá ser aproveche para atinar» más que ellos. En las Moradas este tó­pico de la novedad aparece expresado con una claridad meridiana,

9 ALISaN WEBER, Teresa 01 Avila and the Rhetoric 01 Feminity, New Jersey, Princeton University Press, 1990,49. La misma autora se encargará de enume­rar algunos tópicos de autoabajamiento que aparecen en el prólogo del Libro de las Fundaciones: «She professes to write at the command of her confessor Father Ripalda; poor health and her many responsabilities make writing an onerous task; she complains of her "heavy" style, fears she will bore her readers, and trusts that their affection will make them tolerant. She alludes to her poor memory, poor wit, and "grosería" or coarseness, but there are no references in the Prologue to her "great sins" or "wretchedness" and her life as a "bad example" that we find, for example, en The Book 01 her Lije and The Way 01 Pelfection» (pp. 126-7). Y es que en esta época el prólogo llegó a tener un patrón más o menos definido por la presencia de cuatro topos: «1) la afectación de modestia, adecuado para el topos de la captatio benevolentiae; 2) el uso de máximas, proverbios y sentencias; 3) la declaración de la causa scribendi, de la que dependía un grupo de topos: la dedicatoria, el elogio del destinatario de la obra, la mención de los méritos y deméritos propios, la invocación a la divinidad, etc.; 4) la fórmula de la brevitas, en relación con lugares como ex pluribus pauca o pauca et multis ("pocas de entre las muchas cosas que podrían decirse")>>, cfr. en MORTARA GARAVELLI, BICE, Manual de retórica, Madrid, Cátedra, 1988, 98-9.

10 Cfr. E. R. CURTIUS, Literatura europea y Edad Media latina, vol. 1, Madrid, F.C.E., 1989, 131-2.

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y así, «si el Señor quisiere que yo diga algo nuevo, su Majestad lo dará» (M., pról., 2).

Los destinatarios constituyen otro de los tópicos que hacen acto de presencia en los prólogos teresianos y más allá de los prólogos. Presente en numerosos autores cristianos, su origen se remonta al menos hasta San Jerónimo 11. Dios solía ser el destinatario de estos autores, y en Teresa se convierte en un interlocutor continuado, junto con las monjas. Y aunque en el Libro de la Vida obedece a Dios y a sus confesores, se dirige sencilla y ampliamente a «quien este discurso de mi vida leyere» (V, pról., 1). El P. García de To­ledo, dominico que a la sazón le ha mandado escribir esta obra, es un interlocutor sobre el que fácilmente podremos observar cómo la afectividad de Teresa (<<Oh hijo mío», le llamará en más de una ocasión) se va desencadenando en un continuo «in crescendo». «y así, de mandatario, se va convirtiendo cada vez más en discípulo al que aleccionar desde sus propias vivencias» 12.

fu Fundaciones el destinatario también parece ser abierto y universal, y con términos parecidos al Libro de la Vida se dirige a él para pedirle «un avemaría [ ... ] por su amor a quien esto leyere» (F., pról., 4). Camino parece escribirse en provecho exclusivo de las monjas de San José de Avila, pues «ha sido tanto el deseo que las he visto y la importunación, que me he determinado a hacerlo» (CE, pról., 1), es decir, a escribir la obra. Y las monjas aparecen también como destinatarias de las Moradas, en concreto las del convento de San José del Carmen de Toledo, pues parece que «tienen necesidad de quien algunas dudas de oración las declare» (M., pról., 4). Y a ello se encaminará Santa Teresa.

En buena medida, los interlocutores de Teresa determinarán sus cambios de postura e incluso sus variaciones en el estilo. A ellos se dirige a 10 largo y ancho de todas sus obras rompiendo el hilo narrativo e intercalando interrogaciones retóricas, exclamaciones, ruegos, peticiones, bendiciones o invocaciones. Surge así una de las recurrencias más peculiares del estilo teresiano. Da la impresión

11 Cfr. CURTIUS, a.c., 132-3. 12 A. EGIDO, «Santa Teresa contra los letrados. Los interlocutores de su

obra», en Criticón, 20 (1982), 90.

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de que la narración queda momentáneamente congelada, siendo retomada más tarde mediante el uso de esas peculiarísimas «fórmu­las de transición» teresianas: «como ahora diré», «me he diverti­do», «tomando a lo principal», «pues tomando al discurso de mi vida», etc.

Un caso peculiar lo constituyen las invocaciones a Dios en la obra teresiana. «La invocación es típica de la poesía y su origen:' pagano, en nuestra literatura, se ha difuminado por la aparición de motivos religiosos. A la invocación o humilde solicitud de ayuda a las musas se ha interpuesto la invocación a Dios o a la Virgen» 13.

Pues bien, en Santa Teresa, las invocaciones a Dios bajo las más variadas denominaciones (Dios, Señor, Su Majestad, Criador .. ) se repiten en los cortos prólogos de sus obras hasta un número de cuarenta veces. Sólo al final del prólogo de Fundaciones aparecen invocaciones a la Virgen y un santo, que por supuesto, no podía ser otro que San José.

En realidad, las continuas invocaciones a Dios sirven, no sólo para pedirle ayuda, sino sobre todo para convertirlo en garante de la verdad de sus escritos. Constituyen toda una estrategia teresiana encaminada a defenderse de los posibles ataques de sus adversarios. Dios se convierte así en un «lugar de cualidad» (frente a los «luga­res de cantidad») difícilmente atacable, en garante último de la verdad de sus escritos, ya que en cuanto lugar de cualidad implica una valorización como único y «lo que es único goza de un prestigio evidente» 14 siempre, cuanto más tratándose de Dios en aquellas sociedades sacralizadas hasta la médula.

Otro tópico del exordio es la protestación, que si bien es cier­to que no abunda en la literatura en general de la época, no suele faltar en la literatura religiosa. «La finalidad de estas protestaciones es sencilla: se trata de un sometimiento a la Iglesia» 15. En una de las acepciones de la palabra «protestar» podemos leer en el Diccio­nario de Autoridades: «Vale también confesar públicamente la fe y creencia que alguno profesa y en que desea vivir». De manera expre-

13 PORQUERAS MAyo, a.c., 73. 14 CH. PERELMAN Y L. OLBRECHTS-TYTECA, Tratado de la argumentación. La

nueva retórica, Madrid, Gredas, 1989, 154. 15 PORQUERAS MAYo, O.C., 74.

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sa encontramos esta protestación en el Fundaciones, Camino y Mo­radas.

En el primero, hasta mediados de este siglo, se podía encontrar dicha protestación en la inmensa mayoría de las ediciones de la obra precediendo al prólogo. Hoy se suele poner al final del prólogo: «En todo me sujeto a lo que tiene la madre Santa Iglesia Romana ... » (F., pról., 6). En Camino, Santa Teresa no puso originalmente ningún tipo de protestación: sería en el códice de Toledo, utilizado para la primera edición de esta obra en Evora, año de 1583, donde Teresa añadió en 1579 la siguiente protestación: «En todo lo que en él dijere, me sujeto a lo que tiene la madre Santa Iglesia Romana, y si alguna cosa fuere contrmia a esto, es por lo no entender». En Mo­radas la protestación tiene unos tintes semejantes: «Si alguna cosa dijere que no vaya conforme a lo que tiene la Santa Iglesia católica romana será por ignorancia y no por malicia» (M., pról., 3).

Son, en fin, meros elementos formales requeridos para la publi­cación de un libro y que la Santa omite en Vida y olvida en Camino. No parece que le importasen mucho. Más significativos resultan los adjetivos «romana» o «católica», siempre referidos a la Iglesia, y sistemáticamente omitidos por Santa Teresa. Sólo en un segundo momento serán añadidos en los manuscritos «en renglón forzado, con tinta y en tiempo distintos a los del texto». Se trata, una vez más, de un mero formalismo tendente a evitar suspicacias de escru­pulosos censores. Sencillamente, no sentía a Roma como Iglesia.

2.2. Tópicos de la «obediencia» y la «falsa modestia»

Un nuevo tópico es el de la obediencia, con sus evidentes con­notaciones de modestia. Y así, tenemos la impresión de que «el autor sólo se atreve a coger la pluma porque un amigo, protector o superior se lo ha sugerido, pedido o mandado» 16. Ya Cicerón o Virgilio emplearon esta técnica en la antigüedad. En los prólogos teresianos los términos «obediencia-obedecer» aparecen seis veces, y el verbo «mandar», por lo general en diátesis pasiva, nada menos

16 CURTIUS, O.C., 130.

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que nueve veces. Y aunque es verdad que el mandato fue real, su continua reiteración en los prólogos lo convierte en un tópico lite­rario más de la falsa modestia, como lo muestra la apostilla que hace al mandato en el prólogo del Libro de la Vida: «esta relación que mis confesores me mandan; y aun el Señor sé yo lo quiere muchos días ha» (V., pról., 2), donde la secuencia «el Señor» no pasa de ser una apelación retórica para encubrir la propia querencia personal.

y esto significa que en puridad no es lícito hablar de «escritora por obediencia» o «escritora a pesar suyo», como han pretendido defender numerosos cliticos desde Menéndez Pidal. La complacen­cia en lo escrito y el deseo de escribir no dejan de ser algo mani­fiesto en Teresa. Definitivamente hemos de aceptar que entre «su propia satisfacción y las órdenes recibidas, gana siempre lo prime­ro» 17. Nótese, además, que en todas sus obras el mandato siempre va unido a ciertos nombres propios, citados casi siempre de una manera explícita por la Santa: así en el Libro de la Vida, el P. García de Toledo, éste mismo y el P. Ripalda en Fundaciones, el P. Domingo Báñez en Camino, y el P. Jerónimo Gracián en Moradas. Como en el caso de las invocaciones a Dios, la apelación a sus confesores y a la par hombres letrados 18, se convierte en una estra­tegia deliberada para hacer valer sus propios escritos.

El tópico de la falsa modestia se hace concreto en las diversas confesiones de incapacidad de que hace gala el autor, tanto a nivel espiritual como literario, y busca siempre conseguir la benevolencia del lector. Según Quintiliano esto se consigue presentándose «el orador como un hombre débil, no suficientemente preparado. Se trata de una forma de "afectada modestia"» 19. En sí es una «conven­ción social, que surge de manera espontánea en todas las culturas, y que hay que separar rigurosamente del fenómeno de la humil­dad» 20. Y así, los antiguos autores se «complacen especialmente en acusarse de rusticitas, esto es, de tener un lenguaje rudo, inconecto,

17 A. EGIDa, Santa Teresa contra los letrados ... , a.c., 89. 18 «Sujetándome en todo lo que dijere al parecer de quien me lo mandan

escribir, que son personas de grandes letras» (M., pról., 3). Nótese la «concor­dancia "ad sensum"», tan propia del lenguaje coloquial.

19 Citado por PORQUERAS MAYO, a.c., 31. 20 CURTIUS, a.c., 586.

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propio de labriegos. El empleo excesivo de tales expresiones este­reotipadas no se generalizó sino en época tardía, en los siglos v y VI

[ ... ]. La «confesión de incapacidad» de la Edad Media procede pues, en gran parte, del manierismo estilístico de la tardía Antigüedad, no de la Biblia» 21.

Son, en fin, como reconoce Curtius, «técnicas de empequeñeci­miento» que en Santa Teresa van a tomar una doble dirección: una personal, que tiende a achicar la figura de la autora «<incapacidad espiritual»), y otra que se refiere a la parvedad del estilo «<incapa­cidad literaria»).

Hasta la saciedad insistirá Teresa en sus «grandes pecados y ruin vida» (V., pról., 1). Machaconamenie se multiplican por sus escritos expresiones de empequeñecimiento y achicamiento personal, donde las preferencias por el adjetivo «ruin» son manifiestas: «que he sido tan ruin», «no sólo tomaba a ser peor», «ayuden a mi flaqueza», «repugna la poca virtud que veo en mí», «por ser yo tan poco», «aunque las obras tan faltas como quien yo soy», «cosa tan flaca como somos las mujeres», «yo, como ruin», etc. Son secuencias tomadas exclusivamente de los prólogos, pero es que toda su obra está salpicada de expresiones con el mismo e idéntico cariz.

Respecto a la «incapacidad literaria» o sus dificultades con el lenguaje, también está presente en los prólogos. Y así en Fundacio­nes, insiste en su «estilo pesado» y en su «poco ingenio y memoria», o en un lenguaje que ella califica de «grosero» 22; en Moradas se quejará también de su «poco entendimiento». Son sin más los viejos tópicos de siempre, cuya finalidad no es otra que captar la benevo­lencia del lector y antes que nada la de ese extraño lector que es el censor, siempre suspicaz y receloso, fiel servidor de una omnipre­sente Inquisición 23.

21 CURTlUS, a.c., 588. 22 En COVARRUBIAS, sub voce «GROSERO», encontramos la siguiente acep­

ción: «Vale tanto como rústico, poco cortesano, cuando se dice del hombre o de su razonar y conversan>. Cfr. S. COVARRUBlAS OROZCO, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, Castalia, 1994.

23 Esto no implica que las continuas referencias de Teresa a sus dificultades para escribir, que pueblan toda su obra, sean insinceras: «No sé si la compa­ración cuadra, mas en hecho de verdad ello pasa así» (V 20,2); «Riéndome estoy de estas comparaciones, que no me contentan; mas no sé otras» (7M

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Desde el tópico de la «novedad» hasta las «confesiones de inca­pacidad», hemos recorrido toda una serie de fórmulas fijas que, de manera más consciente que inconsciente, Teresa utilizó para ganarse la general benevolencia. Con una finalidad no diferente habría que incluir aquí toda una serie de estrategias teresianas que, apoyadas por unas recunencias muy definidas, están también encaminadas a ganarse el favor del lector. Nos referimos a la falta de tiempo por sus excesivos «negocios», o a temas tan recunentes como la enfer­medad y tan obsesionantes como la honra o, en fin, las innumera-­bIes apelaciones a la experiencia 24. Todo ello suficientemente ilus­trado en los prólogos teresianos.

Hasta aquí tenemos la impresión de que Santa Teresa, aportando ciertas dosis de ironía y coloquialidad, esencialmente se sitúa en una antiquísima tradición que, apropiándose de viejos tópicos, pretende ganarse la general simpatía de sus lectores, y nada más. Sin embargo, y como muy bien ha visto A. Weber 25, Teresa ha desbordado la tra­dicional función retórica de los tópicos. y es que en sus obras, la frecuencia, densidad y distribución, aparece como algo totalmente novedoso.

Si tradicionalmente todos los tópicos estudiados se circunscli­bían solamente al reducido espacio del prólogo, en Santa Teresa se diversifican por todas sus obras, salpicando cada una de las páginas por ella escritas. Se ha dicho muchas veces que las obras de nuestra autora son una larguísima carta, y quizá con no menos rigor podría­mos decir que son un larguísimo prólogo ensanchado y dilatado hasta el «ultílogo». Y si al prólogo, como hemos reiterado una y

2,11); «Deshaciéndome estoy por daros a entender esta operación de amor y no sé cómo» (6M 2,3) ... Surge así un «metadiscurso inquieto», un metalenguaje que conlleva una reflexión continua sobre el discurso como objeto indomeña­ble. Cfr. F. LÁZARO CARRETER, «Santa Teresa de Jesús, escritora. El Libro de la Vida», en Actas del Congreso Internacional Teresiano, vol. 1, Salamanca, 1983, 22.

24 «La palabra experiencia, machaconamente repetida, se alza contra las teorías de los más sabios varones». Cfr. A. EGIDO, Santa Teresa contra los letrados ... , a.c., 96.

25 «When topics do appear, they are found only in the prologue [ ... ]. In contrast to the one or two humility topics found per prologue, Teresa's text offers two or three topics per page». Cfr. A. WEBER, o.c., 50.

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otra vez, le es aneja la «captatio benevolentia», podríamos concluir que en cada página escrita por la mística abulense hay un desmesu­rado y casi obsesionante esfuerzo por captar la benevolencia de una sociedad que sistemáticamente se la negaba por ser mujer, por ser orante y por ser judeoconversa 26.

3. UNA RETÓRICA DE LA PERSUASIÓN

Sin duda una de las fuentes importantes en la formación teresia­na fue la predicación. Una predicación, la de la época, que tenía como máxima el «docere et movere». Fray Luis de Granada lo ex­presaba con estas palabras: «Pues aunque sea regla de Rhetorica ir sembrando Afectos por todo el cuerpo de la causa, en cualquier en que lo pide la grandeza del negocio; singularmente toca esto al predicador, cuyo principal oficio, no tanto consiste en instruir, quan­to en mover los animos de los oyentes» 27. Se tratará, pues, de «mover los afectos, con los quales obliguemos a egecutar lo que ya havemos provado; manifestando ser cosa indignísirna no hacer caso de un negocio tan saludable, si persuadimos; o abrazar, y perseverar en uno tan pernicioso, si disuadimos» 28.

Para llevar a cabo esta finalidad fundamental del «movere», los predicadores de entonces, se valían de diferentes técnicas retóricas, como la «amplificatio» o la «degradatio» amplificadora, las interpo­laciones en forma interrogativa, que contribuyen a despertar al au­ditorio, las antítesis entre la conducta de Cristo y de los hombres 29,

26 «Es judía, es espiritual, es mujer y, además, lectora empedernida, 10 que constituía otro alentador de suspicacias en un tiempo de analfabetismo mayo­ritario masculino y casi absoluto femenino». Cfr. T. EGIDO, «Santa Teresa y su condición de mujen>, en Surge, 417-18 (1982), 261. Y para bucear en los antecedentes medievales sobre la situación de la mujer, cfr. el estudio de MARíA JESÚS LACARRA, «Algunos datos para la historia de la misoginia en la Edad Media», en Studia in honorem pro! M. de Riquer, Barcelona, Ed. des Quaderns Crema, 1986, vol. 1, pp. 339-61.

27 FRAY LUIS DE GRANADA, a.c., 104. 28 FRAY LUIS DE GRANADA, a.c., 254. 29 Así de claro en Teresa: «Y, a mi parecer, jamás nos acabamos de cono­

cer, si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nues­tra bajeza y mirando su limpieza veremos nuestra suciedad; considerando su humildad veremos cuán lejos estamos de ser humildes» (lM 2,9).

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o la «peroratio» ya al final, que incluye la «petitio» al alma del oyente para modificar su conducta hacia 10 útil y conveniente 30.

Sin necesidad de llevar a cabo una lectura detenida de las obras de Santa Teresa nos percataremos de que no hay página en la que no esté presente el «docere» o el «movere». En cuanto literatura doctri­nalla finalidad de enseñar le es inherente. Una enseñanza fundada y apoyada en la más pura clave renacentista, es decir, en la experien­cia 31, En el prólogo de Fundaciones comienza, desde la primera palabra, apelando a la experiencia; en Camino hará lo propio, y así, «este amor, junto con los años y experiencia que tengo [ ... ], podrá ser aproveche para atinar [ ... ] más que los letrados» (CE., pról., 3), y más adelante, «no diré cosa que en mí o en otras no la tenga por experien­cia». Las referencias se podrían multiplicar indefinidamente.

En cuanto al «movere», son muchas las técnicas empleadas por Teresa con esta finalidad. El caso de las interrogaciones retóricas es uno de los más llamativos por su extraordinaria densidad. Constitu­yen un adorno enfático intensificado por su carácter fático y emo­tivo: «¿Qué es esto ahora de los cristianos? ¿Siempre ha de ser de ellos los que más os fatiguen?» (CE 1,3); «¿Pensáis, hijas mías, que es menester poco para tratar con el mundo y vivir en el mundo y tratar negocios del mundo, y hacerse [ ... ] a la conversación del mundo y ser en lo interior extraños del mundo ... » (CE 3,3); «¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces ... ?» (CE 4,1). No son más que algunos ejemplos tomados de los prime­ros capítulos de Camino. No deje de notarse el uso encadenado de interrogantes, muy abundante en Santa Teresa, técnica a la que Fray Luis de Granada concede un gran poder para mover los afectos de los oyentes (o lectores), y así, es «mas vehemente y elegante, quan­do en una misma serie de Oración fluyen muchos interrogantes dis­tinguidos con ciertos incisos ... » 32

30 Cfr. ELENA ARTAZA, El Ars Narrandi en el siglo XVI español. Teoría y práctica, Bilbao, Universidad de Duesto, 1989, 305 Y ss.

31 «Si tuviera que concretar cuál es a mi juicio el logro más revolucionario del planteamiento teresiano de la comunicación, yo no dudaría en apuntar a 10 que de hecho constituye su más directo entronque con la modernidad renacen­tista: la valoración de la experiencia personal consagrada como punto de par­tida y eje de aquélla». Cfr. V. GARCÍA DE LA CONCHA, «Un nuevo estilo litera­rio», en Cuadernos de historia 16, año VII, n.o 78, 54.

32 FRAY LU1S DE GRANADA, o.c., 220.

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Exclamaciones y apelaciones parenéticas en imperativo, con una función esencialmente persuasiva y que buscan mover los afectos del lector, se multiplican por las páginas teresianas: «¡Oh Redentor mío, que no puede mi corazón llegar aquí sin fatigarse mucho!» (CE 1,3); «¡Oh hermanas mías en Cristo ... !» (CE 1,5); «Mirad hermanas que va mucho en esto muerta yo ... » (CE 2,3); «Sepan que ... Clamen a su Majestad. Procuren remedio ... » (CE 11,10). Son sólo una pe-queña muestra de las connotaciones expresivas y persuasivas del lenguaje teresiano. Dios y las monjas son aquí los destinatarios pri­vilegiados.

Pero la retórica persuasiva de Santa Teresa aparece también en las continuas referencias a su condición de mujer y en sus estrate­gias «concesivas», de forma que podemos decir que la persuasión teresiana se debate entre una retórica de la concesión y una retórica de la feminidad.

En ambos casos es clave la vieja figura de la prolepsis o antici­pación, que según Fabio «sirve grandemente quando ocurrimos a lo que se nos puede ogetar» 33. La retórica de la concesión, íntimamen­te relacionada con el tópico de la «falsa modestia», y más en con­creto de la «confesión de incapacidad», aporta sin embargo un matiz nuevo en el discurso teresiano. Y este matiz consiste en reconocer públicamente alguna lacra personal irrelevante para evitar el ataque de posibles detractores en cuestiones más graves.

Un ejemplo clarísimo en Santa Teresa son las continuas insisten­cias en sus muchos pecados y su ruin vida. Eso sí, sin precisar jamás de qué pecados se trata. Sólo hará referencia a uno, que parece resultado de las lecturas de los libros de caballerías: «a traer galas y a desear contentar en parecer bien» (V 2,2), que curiosamente lo atenúa inmediatamente apostillando dos líneas más abajo que, por supuesto, «no tenía mala intención». «La Santa se presenta como gran pecadora, pero sólo detalla un pecado, cuya condena estaba de moda entre predicadores y moralistas (Vives, Venegas, Guevara, Monzón ... ). Todo el mundo leía libros de caballerías» 34.

33 Cfr. FABIO, Instituciones, lib. 8, cap. 2. 34 R. SENABRE, «Sobre el género literario del "Libro de la Vida"», en Actas

del Congreso Internacional Teresiano, Salamanca, 1982, 768.

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Algo parecido, aunque de manera más difusa, ocurre con la supuesta incapacidad literaria, desglosada en continuas referencias a su «lenguaje grosero» y su «poco ingenio», siempre compensadas con manifestaciones de indisimulada complacencia en los escritos, cuando no de abierta superioridad a los letrados, pues con sus «años y experiencia podrá ser atine más que ellos». Se trata siempre de una necesidad estratégica, una retórica de la concesión que, al comenzar por hacer concesiones al interlocutor, concesiones siempre minimi­zadas, logra ganar su benevolencia y evitar críticas en materias más comprometidas.

Respecto a la retórica de la feminidad, creernos que aquí está la clave hermenéutica del estilo teresiano, y máxime de los elementos subversivos de su obra, y no tanto en su origen judeoconverso, como creyeron A. Castro, Márquez Villanueva o Bemabéu Barrachina 35.

y es que Santa Teresa, en cuanto mujer del siglo XVI, vivió en una sociedad fuertemente imbuida por mentalidades «menosprecia­doras de las mujeres» 36, donde para lograr una mínima aceptación social de sus escritos, no le quedaba otro remedio que salpicar toda su obra de los tópicos de la «falsa modestia» y el autoempequeñe­cimiento, lo que no la libraría,. sin embargo, de ser delatada al Santo Oficio.

No se cansará Teresa de quejarse de la marginación que supone para ella, en todos los niveles, su condición de mujer. Así, en el aspecto cultural, se lamenta de que «no tenemos letras» las mujeres» (V 26,3) o, comparándose con los letrados: «los letrados y entendi­dos muy bien las saben, mas nuestra torpeza de las mujeres todo lo ha menester» (lM 2,6). O en el aspecto físico-espiritual: «a cosa tan

35 Así de c1arito lo manifestaba en 1963 la profesora Bernabéu: «Santa Teresa conocía su origen y sabía las consecuencias que resultarían en el caso de ser conocido por todos. Ella sentía viva toda la angustia de su situación en el mundo en que estaba viviendo, sabía que su "mancha" no sería perdonada por la sociedad de su tiempo, y decidió ocultarla. Se dio cuenta de que la mejor prueba que podía dar de la limpieza de su sangre era su ignorancia, y se propuso darla». Cfr. F. BERNABÉU BARRACHINA, «Aspectos vulgares del estilo literario teresiano y sus posibles razones», en Revista de Espiritualidad, XXII (1963), 374.

36 Cfr. T. EGIDO, «Feminismo precoz en la Castilla del siglo XVI», en Cas­tilla y León en el mundo, n.o 58, 711.

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flaca como somos las mujeres» (CE, pról., 3), «como me vi mu­jer y ruin» (CE 1,2). O en el aspecto social, con la intensificación dada por el uso del diminutivo, donde la descripción de su margi­nación no podía ser más transparente: «porque una mujercilla tan sin poder como yo bien entendía que no podía hacer nada» (F 2,4). O, en fin, la incendiaria protesta dirigida en forma de apóstrofe al mismo Dios: «¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secre­to?» (CE 4,1).

Inmersa en una sociedad marginadora de la mujer y colocada frente a unos censores siempre hombres, Teresa tuvo que multiplicar sus estrategias retóricas 37 para así ganarse su benevolencia y apro­bación. A estos hombres «van dirigidos, para captar su benevolen­cia, los argumentos en los que afloran la feminidad y las pocas letras de la narradora» 38. Y es a un hombre, el P. García de Toledo, destinatario del manuscrito sobre su vida, a quien no podrá por menos de impetrarle que proclame aquello que su falta de libertad, por ser mujer, le impide proclamar: «Dé voces vuestra merced en decir estas verdades, pues Dios me quitó a mí esta libertad» (V 27,13). Pero más que Dios, los hombres 39.

De nuevo hemos de concluir en este capítulo que la retórica tradicional aparece sobrepujada y trastocada en los escritos teresia­nos. Su acechante retórica de la concesión y su resentida retórica de la feminidad son la gran innovación y aportación hecha por Teresa a la vieja retórica suasoria.

37 «Teresa's rhetoric of femenine subordination -all the paradoxes, the self-depreciation, the feigned ignorance and incompetence, the deliberate obfus­cation, and ironic humor- produced the desired perlocutionary effect». En A. WEBER, o.c., 159.

38 A. EGIDO, Santa Teresa contra los letrados ... , a.c., 96. 39 «Se revuelve (Teresa) [ ... ] contra quienes (que eran casi todos) no dejan

hablar a la mujer en la Iglesia [ ... ]. En sus Cuentas de conciencia, que narran las experiencias espirituales, relata cómo ante escrúpulos provocados por lo de San Pablo ("las mujeres callen en la Iglesia"), la respuesta de Dios la afianzó en sus convicciones: "Diles que no se sigan por sola una parte de la Escritura; que miren otras, y que si por ventura podrán atarme las manos"». Cfr. T. EGIDO, Feminismo precoz ... , a.c., 710-11.

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4. CONCLUSIÓN: «TRASTORNAR LA RETÓRICA»

No hace muchos años se preguntaba Gerardo Diego por qué Santa Teresa utilizaba en sus escritos ciertas expresiones considera­das anómalas si es que no vulgares. Y se respondía a sí mismo que, por supuesto, no era por ignorancia. «Entonces, ¿por qué lo hace? Lo hace de puro humilde» 40, concluía don Gerardo. Santa Teresa, y «de puro humilde», qué cosas. Ni existe esa pretendida humildad en el lenguaje, ni existe en los tópicos y estereotipos que se diversifi­can por sus escritos. Pero sí hay una, más consciente que incons­ciente, deliberada estrategia de «captatio benevolentiae» 41,

La verdad es que la gran aportación de Teresa radica en haber roto los moldes retóricos que atenazaban a un Alonso de Cartagena o a un Guevara. Hay una «relativización y flexibilización de la retórica» 42 en Teresa. Hay un rechazo implícito de la retórica rena­centista representada por Guevara. Santa Teresa «subordina la forma al molde del contenido. No por adecuación del estilo a la "materia de que trata", como haría la retórica clásica, sino por tallar en len­guaje, del modo más plástico posible, su vivencia interior» 43.

y para ello nada mejor que «trastornar la retórica» (V 15,9). Es en la «devotio moderna» y en Pascal donde se «tipifica la antiretó­rica del Humanismo moderno: un arte de persuadir, mentalizando y sensibilizando como por instinto» 44. Y es en esta corriente donde hay que situar el «trastorno» llevado a cabo por Teresa de la retó­rica, una corriente que en nuestra escritora ha crecido hasta conver­tirse en un torrente desbordado que precisa de cauces nuevos y libres para expresar su experiencia.

40 Cfr. G. DIEGO, «Santa Teresa, escritora», en La Estafeta Literaria, n,o 453-4 (1970), 6.

41 No menos «humilde» era San Juan de la Cruz y otros tantos santos escritores de la época, y sin embargo, en sus escritos, la presencia y densidad estadística de dichos tópicos es mínima. Y es que, entre otras cosas, no sufrie­ron la condición de mujer en aquellas sociedades universalmente misóginas.

42 V. GARcíA DE LA CONCHA, «"Sermo humi1is", coloquialismo y rusticidad en el lenguaje literario teresiano», en Monte Ca/mela, 92, 2 (1984).

43 NINFA WATI, «El estilo de Santa Teresa en un mundo antifeminista», en Monte Ca/'melo, 92, 2 (1984), 317.

44 V. GARCÍA DE LA CONCHA, El arte literario de Santa Teresa, Barcelona, Ariel, 1978, 188.

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y esa libertad y esa novedad es la que hemos pretendido mostrar a lo largo de este trabajo. En el caso de los tópicos estudiados, Teresa lo logra desbordando los límites que tradicionalmente los ceñía al prólogo, de tal modo que adquirirán en sus escritos una nueva distribución. Toda su obra quedará salpicada por estas fórmu­las con las que machaconamente se empeñará en captar la benevo­lencia del lector. La densidad y profusión en el uso de tales tópicos no pasa de ser una estrategia deliberada y obligada para nuestra autora.

Sólo así podía lograr la aceptación de aquellas sociedades y mentalidades sacralizadas del siglo XVI español, siempre sospecho­sas de alumbradismo ante cualquiera que escribiese sobre la oración o experiencias místicas las que fueren, y donde los recelos se dispa­raban si el sujeto en cuestión era además mujer. Sus aparentes y estratégicas «concesiones», así como sus indisimulados resentimien­tos feministas, fruto de saberse maltratrada y marginada socialmen­te, no tienen una finalidad diferente. En el fondo siempre está un lector al que agradar y un censor al que esquivar.