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7/30/2019 Una nacion catlica
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UNA NACIN CATLICA: 1880-1946Luis Alberto Romero
(en Carlos Altamirano (ed), La Argentina en el siglo XX. Buenos Aires, Ariel, 1999, p.314-324).
Ocupar el centroEs catlica la Argentina? Recientes medidas laicas no alcanzan a disimular el lugar centralde la Iglesia catlica en nuestra nacin. Es claro en comparacin con el Uruguay, quesepar la Iglesia del estado en 1919, o con Chile, donde a pesar de la fuerte catolicidad de
la sociedad, Iglesia y Estado estn igualmente distanciados.
No fue siempre as. La Iglesia avanz desde los mrgenes hacia el centro de la nacin a lo
largo del siglo XX. Hubo opciones, como en los 30, cuando disputaba la legitimidad conuna alternativa liberal y progresista, de fuerte impronta socialista, y hubo combates
importantes, como los de la laica y la libre, en 1958. Hoy su posicin es admitida, sin
mayores discusiones, y los ejes de la conflictividad pasan por otros lados. Esta pacificacintiene un beneficio: nos permite a muchos mirar a la Iglesia y al mundo catlico con menos
apasionamiento, y advertir no solo su diversidad sino su fuerte conflictividad. En ese
mundo, las alternativas locales se potencian con las de la Iglesia ecumnica; hay distintasopciones pastorales, que el ltimo Concilio Vaticano legitim, y sobre todo, circulan en su
interior muchas corrientes, posturas y alternativas polticas e ideolgicas, mayores en tanto
la Iglesia y los catlicos postulan que existe una manera catlica de resolver cada uno de
los problemas de este mundo. Sobre todo, hay una fuerte tensin, siempre mal resuelta,entre la institucin -y su jerarqua- y el mundo de los laicos: las apelaciones a la unidad y la
disciplina chocan con los reclamos de una autonoma creativa que el ltimo Concilio ha
robustecido y alentado. En suma, apenas disimulado por los postulados esenciales de launidad y la jerarqua, el mundo catlico es tan conflictivo y fragmentario como cualquier
otro mundo, y su identidad es a la vez una y muchas. Las opciones del siglo lo fragmentan,
mientras que la unidad rara, salvo en la percepcin de sus adversarios- es construida condificultad, a veces por la apelacin jerrquica a la disciplina y otras por una suerte de
electricidad moral que, en momentos especiales, pone a los catlicos en movimiento y los
encolumna en un ejrcito, si no disciplinado, al menos espiritualmente unido.
Qu significa ocupar el centro de la nacin? La religiosidad ntima no parece ser lo
esencial: la sociedad argentina no se destaca ni por la fe ni por la observancia: por otra
parte, la Iglesia es capaz de soportar sin problemas el desarrollo de creencias alternativas.Importa si, la existencia de densos cuadros de militantes catlicos, formados en su interior y
con una definida marca de pertenencia; no solo son los conductores del catolicismo
movilizado, sino que a travs de ellos la Iglesia y el mundo catlico estn presentes en cadauno de los actores de la vida social y poltica.
Ms importante es la pertenencia general de los argentinos, aquella que permite afirmar
estadsticamente que somos un pas catlico: los actos formales de inclusin bautismo,primera comunin, casamiento- o los de reconocimiento, como el persignarse delante de
una Iglesia, que mantienen an quienes no conservan ni la observancia ni la fe. Sobre todo,
la Iglesia ha llegado a colocarse en el eje de la definicin de nuestra identidad nacional, y
aunque renunci a identificar unvocamente nacin con catolicidad, ha logrado que sereconozca su derecho a establecer los lmites de lo aceptable, manifiesto en la naturalidad
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con que se admite la presencia de emblemas religiosos en cualquier espacio pblico.Finalmente, ha configurado los marcos lcitos para el desarrollo del conflicto social; cada
uno de los actores an en sus manifestaciones extremas- suele reclamar su identificacin
con la doctrina social de las Iglesia, y adems son frecuentemente los eclesisticos losnicos mediadores aceptados.
La marcha al centroHacia 1880 la Iglesia argentina era institucionalmente esculida, y se haba desarrolladomucho menos que el estado. Por entonces catlicos laicos, militantes y contagiados por lamovilizacin catlica europea, reeditaron localmente los combates contra la definicin laica
del estado. No lo hicieron en nombre de una alternativa eclesial, que no exista; slo
pidieron poder encabalgarse y tener un lugar en el formidable proyecto educativo estatal.
Todava eran pocos, estaban mal organizados y fracasaron. Desde entonces la Iglesia fuecreciendo: su nueva jerarqua comenz a formarse en el Colegio Pio Latinoamericano, en
Roma; llegaron numerosas rdenes religiosas, algunas expulsas, y los catlicos laicos
comenzaron a actuar organizadamente en la alta poltica. Pero la mayor novedad se asociacon la presencia desde 1884 del padre Federico Grote, redentorista, alemn. Con l, surgi
del catolicismo una respuesta a la cuestin social, o sea al creciente conflicto de la
sociedad aluvial y a la presencia cada vez ms activa de anarquistas y socialistas. Aunquetolerado, Grote actu al margen de la institucin eclesistica. Con los Crculos de Obreros
desarroll los principios ms generales de la democrazia cristiana, los de Toniolo: vincular
a los trabajadores con las clases cultas, y unir el mutualismo con la moralizacin, una
propuesta aceptable para los sectores ms tradicionales del catolicismo. Pero a la vez, atravs de la Liga Democrtica Cristiana introdujo las ideas ms radicales de ese campo, que
en Italia impulsaron primero Romolo Murri y luego Luiggi Sturzo: formar militantes,
sociales y polticos, capaces de enfrentar en su propio terreno a los socialistas y anarquistas,e impulsar, como ellos, la organizacin social y poltica de los trabajadores, que en algn
momento chocaran, no solo con los patrones en general, sino con los patrones catlicos.
Grote un organizador notable- logr hacer florecer el laicado catlico; quiz no lleg aconstituir una alternativa equivalente a la de otras militancias, pero con seguridad estimul
en el campo catlico la diversidad y el conflicto, propios de quienes enfrentan opciones
polticas. El caso de la Opera dei Congressi en Italia, disuelta por Pio X, es al respectoejemplar; lo fue sin duda para la jerarqua eclesistica local.
En 1912 Grote fue reemplazado en la direccin de los Crculos de Obreros por monseor
Miguel de Andrea, secretario del arzobispo de Buenos Aires. Con influencia creciente en laconduccin de la Iglesia, y mucho predicamento entre los sectores altos de la sociedad, De
Andrea se dedic a la poltica. Desde 1910, en recordadas alocuciones, enlaz la tradicin
patria con la de la Iglesia; en 1916 sac a la calle a los catlicos muchos y bienorganizados-, para celebrar el centenario de la Independencia y la clausura del Primer
Congreso Eucarstico. Celebr con entusiasmo la nueva democracia y se propuso organizar
la participacin de los catlicos a travs de un partido, que deba ser no solo una alternativapoltica, sino la nica legitimada por la Iglesia. Por eso se hizo cargo del complicado
emprendimiento de unificar y disciplinar las distintas expresiones del laicado, que -como en
el caso de Emilio Lamarca- incluso competan con su Partido Constitucional. Ese sentido
tiene el desplazamiento de Grote, y luego, en 1919, la creacin de la Unin PopularCatlica Argentina, un tipo de organizacin que por las mismas razones el Papa impulsaba
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en Italia. Al igual que Grote, De Andrea quera una militancia catlica que disputara palmoa palmo con los socialistas, en la calle, en los sindicatos, en la universidad, pero
subordinados a una estrategia nica, que en parte era de la Iglesia y en parte era propia,
pues hay mucho de personal en la aventura de esta especie de Julin Sorel.En 1916 no ha tenido xito; no hay una alternativa catlica, ni siquiera un frente comn de
las clases propietarias. En 1919, en el contexto de la gran crisis social de la posguerra, suvoz tuvo ms predicamento: llam a la unin de las fuerzas catlicas en un gran ejrcito
unificado, y convoc a los propietarios para salvar a Roma de los brbaros. Es la hora dedar dice- y de dar mucho, para salvar el resto: propone un vasto programa de serviciossociales, empezando por la vivienda, costeado por una Gran Colecta Nacional; el programa
para enfrentar la crisis se complementa con otras acciones propias del repertorio del
catolicismo social, en sus distintas variantes: discutir en las esquinas, formar sindicatos,
romper huelgas. Todo se detiene bruscamente en 1923: el comienzo de los aos dorados depaz social coincide con la estrepitosa cada de De Andrea, incapaz de dominar la oposicin
interna a su proyecto de unificacin, y se inicia un interregno en la Iglesia local.
A su fin, emerge una nueva Iglesia, estrictamente subordinada a las lneas del papa Pio XI,
transmitidas por el Nuncio, monseor Cortesi. Desde entonces, y a lo largo de dos dcadas,
la Iglesia argentina tuvo un notable crecimiento institucional: se duplicaron los obispados,se multiplic la parroquializacin (en Buenos Aires se cuadruplican las parroquias en 20
aos), se afirm una conduccin institucional la conferencia episcopal-, y una jefatura casi
monrquica de Copello, que a falta de otras luces, debe de haber sido un buen organizador.
La constitucin de la Accin Catlica el gran proyecto de Pio XI- subordin todas lasorganizaciones de laicos a la jerarqua eclesistica y les asign un papel especficamente
pastoral, lejos de los combates polticos que gustaban tanto a Grote como a De Andrea. La
Accin Catlica se dedic a formar cuadros, seleccionados con rigor, para realizar elproyecto de Pio XI:Instaurare omnia in Christo. Tras Cristo Rey, el Papa convoc a un
gran ejrcito, disciplinado y militante, para colocar a cada Estado en la senda de Cristo. El
combate deba desarrollarse en las conciencias, contra el mal en sus mltiples formas: elliberalismo, la masonera, el protestantismo, el socialismo y el comunismo, los judos, pero
tambin todas las manifestaciones de la vida moderna.
Hay un combate celular: desarrollar la catequesis infantil -cine parroquial mediante-, cuyoxito se mide con precisin, ao a ao, en el nmero de primeras comuniones, y cuya
formalidad y vacuidad es a menudo lamentada por los eclesisticos. La prueba de que
somos un pas catlico empieza a ser irrefutable. Para el otro combate, se organiza a los
jvenes, atrados por las asociaciones marianas mezcla de devocin y sociabilidad-, losateneos deportivos, como el que organiza el padre Meinvielle en Versailles, o las cofradas
de ex alumnos, todo encuadrado por la Accin Catlica. Esos jvenes son la levadura de
una movilizacin catlica que, desde el Congreso Eucarstico de 1934, no deja de crecer,ganando la calle, amalgamando diversas ideologas y discursos polticos y conformando un
catolicismo nacionalista e integrista que electriza el cuerpo catlico y lo convierte en
disciplinado ejrcito. Por primera vez en mucho tiempo la unidad es real, y la fuerzacontribuye, en la Argentina dividida de fines de los 30, al combate grande: la conquista del
ejrcito primero, y del estado despus, un proceso que ha seguido paso a paso Loris
Zanatta. En 1943, Iglesia, ejrcito y estado coinciden en proclamar la realizacin del ideal
de la nacin catlica, cuya prenda ms preciada es la enseanza religiosa en la escuelapblica, smbolo del detestado estado laico.
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A lo largo de ese proceso, la definicin de la nacin se ha ido rehaciendo. Su identidad
esencial deriva de la tradicin conquistadora hispana y la accin civilizadora de la Iglesia:
la espada y la cruz, que modelan un territorio esencialmente argentino. Las fuerzasarmadas, que nacieron con la patria, son las forjadoras de su historia, instauradoras de una
unidad permanentemente amenazada por las discordias de los civiles, entre las que serpeanlas ideologas forneas. Sus prceres asumen la realizacin del plan divino; entre ellos el
general Sarmiento, a quien la Iglesia invita a celebrar en 1938, a 50 aos de su muerte,como el autor de una Vida de Jess.
Sin embargo, esa conquista del estado sin pasar por la poltica es efmera. Los catlicos,
laicos y religiosos, militan activamente en una Argentina politizada y dividida: nadie
recuerda los lmites pastorales puestos a la Accin Catlica. Los infinitos conflictos queatraviesan el gobierno militar, y los que lo enfrentan con la sociedad, desgarran a la Iglesia
y al mundo catlico, lo fragmentan, lo envenenan y pulverizan. Muchos catlicos se
enrolan en el antiperonismo. La jerarqua, y la mayora de los catlicos, optan por Pern, node manera triunfal sino resignada: Pern se apropia, y no como vicario, de la Doctrina
Social de la Iglesia, mantiene la enseanza religiosa en las escuelas pero empieza a dictar
ctedra de autntico cristianismo a la jerarqua.
III. Perspectivas: un paso al costadoLuego de la experiencia del estado peronista, se abandon el sueo clerical de fundar un
estado integralmente catlico. Desde entonces el mundo catlico exhibe sin pudores susdivisiones y desarrolla pblicamente sus conflictos. La electricidad moral recorre partes de
su cuerpo, pero rara vez lo unifica. Y sin embargo, su presencia es contundente. Luego de
1955 es fcil la identificacin con el peronismo proscrito; la siempre elstica Doctrinasocial de la Iglesia le ofrece el marco para desplegar un activismo insospechable de
comunismo; a sus contrincantes, en cambio, el mismo discurso los exime del pecado de
egosmo. Luego de renunciar a controlar el estado, la Iglesia se convierte en un lobbistams, y como otros grupos de inters, hace crecer su aparato educativo a costa de los
recursos fiscales.
La militancia catlica, resurgida en la lucha contra Pern, discurre por diferentes vertientes,
sin perder sus vasos comunicantes: el padre Meinvielle asesora espiritualmente a Tacuara,
luego escindida en una Guardia Restauradora Nacionalista y en otra faccin, acaudillada
porJoe Baxter. En efecto, quienes han sido formados en el integrismo catlico puedensuministrar cuadros civiles a las fuerzas armadas, y fusionar fcilmente sus antiguos
argumentos en las nuevas necesidades de la guerra fra: finalmente, la versin de nuestra
identidad nacional catlica termina de forjarse en 1976. Pero tambin en quienes en lossesenta y setenta desafan el poder del estado hay mucha militancia catlica, convencida de
que existe una frmula catlica para solucionar los males de la sociedad: finalmente el
tercermundismo no es tan distinto de la Accin Catlica militante. Hay luego una versincatlica del resurgimiento democrtico, que critica a la subversin y a la represin y no
vacila en colocar en la picota a clrigos y laicos catlicos. Tambin, en otro plano, una
versin catlica de curas carismticos o sanadores, capaz de contener el brote de
religiosidad que alimenta a los movimientos evanglicos o sectarios. En conflicto,disputando agriamente, desmintiendo cada da la aspiracin a la unidad y la jerarqua, hay
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sin embargo versiones catlicas para todo. En los treinta, y an en los cincuenta, haba enotro lugar de la Argentina un mundo claramente distinto; hoy no lo veo.