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Libros misma cosa: mientras Vasconcelos se convertía en “mártir”, Antonieta- Valeria representaba “el menos exitoso papel de la ‘mujer perdida’ “. La persona Vasconcelos en 1929, actúa, para Blan- co, con el sólo propósito de alcanzar su arquetipo platónico: el personaje inven- tado en 1938. No se puede negar la legitimidad de las interpretaciones en la historia. Sin esa incursión de la literatura en la reali- dad no habría hipótesis aunque sí, se- guramente, realidad. De lo que sin lugar a dudas se puede dudar es de los alcan- ces de una interpretación construida sobre otra interpretación. Blanco cons- truye la fábula de una fábula en la que nos exhibe más su “yo” iconoclasta que el de Vasconcelos. Con todo, el libro cumple su misión divulgativa y tiene el mérito mayor de abrir brecha. Es rico en interpretaciones, algunas sensibles, las más arbitrarias; pobre en sustento do- cumental (recorre los libros de Vascon- celos, pero ignora prácticamente toda la hemerografía, archivos, y bibliografía secundaria) y débil desde el punto de vista de la comprensión, operación que precede y sustenta, a menudo, a la in- terpretación: Weber la relacionaba con una búsqueda del “sentido” en las vi- das,Collingwood la definía como un “re- pensamiento”. Comprensión es un si- nónimo histórico de generosidad; sin ella es imposible penetrar en la vida de un ser humano y nada tiene que ver con el endiosamiento carlyleano. “El que ha sido capaz de amores y generosidades enormes -escribe Blanco- tiene por derecho propio. privilegios también desmesurados en el odio y en el asco.” Yen merecer una lectura comprensiva y una crítica a su altura, debió agregar. José Vasconcelos y Ia cruzada de 1929 de John Skirius Siglo XXI EditoresMéxico. 1979. 235 pp. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . por Enrique Krauze El segundo testigo de la vuelta del cru- zado ha sido John Skirius, un joven doc- tor en historia de Harvard, hijo de inmi- grantes lituanos y formado en el catoli- cismo, dos credenciales de heterodoxia suficientes como para atraerlo a la fi- gura de Vasconcelos e impulsarlo a de- sentrañar el misterio de quien es, para muchos, el mexicano más “biografia- ble” del siglo. José Vasconcelos y la cruzada de 1929 es un resultado par- cial, independiente y válido por si mismo, de la biografía que hace cinco años prepara Skirius. Una parte que presagia un todo revelador. La riqueza del trabajo de Skirius es- tá, antes que nada, en sus fuentes. Para escribir las 200 páginas que integran el libro, este bárbaro entrevistó varias ve- ces a 37 personas; husmeó 14 archivos en México y Estados Unidos; hojeó 7 diarios americanos y otros tantos mexi- canos; leyó la obra completa de Vas- concelos (17 libros); fichó 108 artícu- los periodísticos escritos por el Ulises entre 1924 y 1934 y consultó escasas 163 obras secundarias: libros, hojas sueltas y artículos. Con todo, Skirius sabía que el chiste no era adornarse con una bibliografía impresionante sino con su utilización y en esto se ajusta a los cánones. La obra exhibe un predo- minio absoluto de fuentes primarias; cada vez que puede y siempre que de- be, sobre todo en los momentos de ma- yor controversia política como el de las elecciones de 1929, Skirius apoya de modo múltiple sus aseveraciones y pondera cada informante. La autobio- grafía de Vasconcelos es, para Skirius. un testimonio digno de toda sospecha. Hay el empeño implícito de no utilizarla sino cuando resulta inevitable; nunca para fundar hechos de trascendencia y frecuentemente para señalar sus erro- res. Los límites temporales de la historia son muy precisos. Se inicia cuando Vasconcelos llega a Nueva York con 40 dólares en la bolsa, en diciembre de 1927. dispuesto a impartir conferen- cias y sin un proyecto político en el ho- rizonte; concluye en marzo de 1930 cuando un agente de la FBI invita al ex- candidato derrotado en el exilio a salir de los Estados Unidos. Dos años de cruzada enmarcados por un capítulo in- troductorio que refiere los primeros 45 tormentosos años en la vida del Ulises y uno final, en el que Skirius ensaya ex- plicaciones para el fracaso vasconcelis- ta y traza los posibles legados del movi- miento en las décadas que lo siguieron. Con frecuencia, sobre todo en los primeros capítulos que narran el exilio en Norteamérica al que la Tetralogía dedicó 20 páginas. Skirius logra recu- perar la vida cotidiana de Vasconcelos. El hombre del “Yo inexhausto” gana buen dinero. ahorra, viaja por salas y universidades, instruye estudiantes, alarma auditorios, se ejercita como ora- dor, ejerce la metafísica en aeroplano y escribe una editorial cada semana para El Universal. sin duda, la columna más leída de México. No ha dejado de amar el vino y las mujeres pero la prohibición norteamericana y una vida de ajetreo continuo le merman lo uno y las otras. Sus temas no son muy variados y hay en ellos una obsesión que destaca: la influencia avasalladora del nuevo impe- 35

Vasconcelos y La Cruzada de 1929_por Enrique Krauze

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Septiembre_78 Artículo sobre José Vasconcelos Revista Vuelta

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    misma cosa: mientras Vasconcelos seconverta en mrtir, Antonieta-Valeria representaba el menos exitosopapel de la mujer perdida . La personaVasconcelos en 1929, acta, para Blan-co, con el slo propsito de alcanzar suarquetipo platnico: el personaje inven-tado en 1938.

    No se puede negar la legitimidad delas interpretaciones en la historia. Sinesa incursin de la literatura en la reali-dad no habra hiptesis aunque s, se-guramente, realidad. De lo que sin lugara dudas se puede dudar es de los alcan-ces de una interpretacin construidasobre otra interpretacin. Blanco cons-truye la fbula de una fbula en la quenos exhibe ms su yo iconoclasta queel de Vasconcelos. Con todo, el librocumple su misin divulgativa y tiene elmrito mayor de abrir brecha. Es rico eninterpretaciones, algunas sensibles, lasms arbitrarias; pobre en sustento do-cumental (recorre los libros de Vascon-celos, pero ignora prcticamente toda lahemerografa, archivos, y bibliografasecundaria) y dbil desde el punto devista de la comprensin, operacin queprecede y sustenta, a menudo, a la in-terpretacin: Weber la relacionaba conuna bsqueda del sentido en las vi-das,Collingwood la defina como un re-pensamiento. Comprensin es un si-nnimo histrico de generosidad; sinella es imposible penetrar en la vida deun ser humano y nada tiene que ver conel endiosamiento carlyleano. El que hasido capaz de amores y generosidadesenormes -escribe Blanco- tiene porderecho propio. privilegios tambindesmesurados en el odio y en el asco.Yen merecer una lectura comprensiva yuna crtica a su altura, debi agregar.

    Jos Vasconcelos

    y Iacruzada de 1929

    de John Skirius

    Siglo XXI EditoresMxico. 1979.235 pp.

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    por Enrique Krauze

    El segundo testigo de la vuelta del cru-zado ha sido John Skirius, un joven doc-tor en historia de Harvard, hijo de inmi-grantes lituanos y formado en el catoli-cismo, dos credenciales de heterodoxiasuficientes como para atraerlo a la fi-gura de Vasconcelos e impulsarlo a de-sentraar el misterio de quien es, paramuchos, el mexicano ms biografia-ble del siglo. Jos Vasconcelos y lacruzada de 1929 es un resultado par-cial, independiente y vlido por simismo, de la biografa que hace cincoaos prepara Skirius. Una parte quepresagia un todo revelador.

    La riqueza del trabajo de Skirius es-t, antes que nada, en sus fuentes. Paraescribir las 200 pginas que integran ellibro, este brbaro entrevist varias ve-ces a 37 personas; husme 14 archivosen Mxico y Estados Unidos; hoje 7

    diarios americanos y otros tantos mexi-canos; ley la obra completa de Vas-concelos (17 libros); fich 108 artcu-los periodsticos escritos por el Ulisesentre 1924 y 1934 y consult escasas163 obras secundarias: libros, hojassueltas y artculos. Con todo, Skiriussaba que el chiste no era adornarsecon una bibliografa impresionante sinocon su utilizacin y en esto se ajusta alos cnones. La obra exhibe un predo-minio absoluto de fuentes primarias;cada vez que puede y siempre que de-be, sobre todo en los momentos de ma-yor controversia poltica como el de laselecciones de 1929, Skirius apoya demodo mltiple sus aseveraciones ypondera cada informante. La autobio-grafa de Vasconcelos es, para Skirius.un testimonio digno de toda sospecha.Hay el empeo implcito de no utilizarlasino cuando resulta inevitable; nuncapara fundar hechos de trascendencia yfrecuentemente para sealar sus erro-res.

    Los lmites temporales de la historiason muy precisos. Se inicia cuandoVasconcelos llega a Nueva York con 40dlares en la bolsa, en diciembre de1927. dispuesto a impartir conferen-cias y sin un proyecto poltico en el ho-rizonte; concluye en marzo de 1930cuando un agente de la FBI invita al ex-candidato derrotado en el exilio a salirde los Estados Unidos. Dos aos decruzada enmarcados por un captulo in-troductorio que refiere los primeros 45tormentosos aos en la vida del Ulisesy uno final, en el que Skirius ensaya ex-plicaciones para el fracaso vasconcelis-ta y traza los posibles legados del movi-miento en las dcadas que lo siguieron.

    Con frecuencia, sobre todo en losprimeros captulos que narran el exilioen Norteamrica al que la Tetralogadedic 20 pginas. Skirius logra recu-perar la vida cotidiana de Vasconcelos.El hombre del Yo inexhausto ganabuen dinero. ahorra, viaja por salas yuniversidades, instruye estudiantes,alarma auditorios, se ejercita como ora-dor, ejerce la metafsica en aeroplano yescribe una editorial cada semana paraEl Universal. sin duda, la columna msleda de Mxico. No ha dejado de amarel vino y las mujeres pero la prohibicinnorteamericana y una vida de ajetreocontinuo le merman lo uno y las otras.Sus temas no son muy variados y hayen ellos una obsesin que destaca: lainfluencia avasalladora del nuevo impe- 35

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    rio estadounidense. En las entraas delgigante, Vasconcelos reencarna a Ala-mn y desde diversos puntos de vistaexamina y advierte las consecuenciasdel choque trgico entre las dos cultu-ras vecinas. Es su momento ms cient-fico como profeta: cualquiera puedecomprobarlo en 1978.

    De los ensueos del conferencista,orador y predicador a distancia. lo des-pierta la muerte de Obregn. Es el mo-mento en que nace el vasconcelismo enVasconcelos. Mientras Ulises vuelve alas andanzas polticas e imagina -nue-vo Montalvo- que su pluma, defensoradel regicidio, gui tambin la pistola deToral, en Mxico se gesta un movimien-to Pro-Vasconcelos presidente. Skiriusnarra la historia paralela y, ms tarde,convergente de los jvenes en Mxico ysu lder en California. El terreno estabaabonado por el recuerdo de su gestincomo ministro y por las flamgeras notaseditoriales: los estudiantes sealaban laruindad de Calles, la injusticia de su po-ltica religiosa y vean en Moiss Senzal ariete del protestantismo que apun-taba Vasconcelos. El sorprendente dis-curso de Calles el 1 o. de septiembre losafirma todava ms. Por su parte, Vas-concelos recibe cartas de apoyo y en-cuestas que lo favorecen: mantiene unestrecho contacto con el Mxico deafuera; decide creer que los bracerosconstituirn un apoyo decisivo en su fu-tura campaa y lee signos providencia-les en todas partes. El ascenso de Hoo-ver (amigo de un amigo de un amigosuyo) le parece un buen presagio; antetal sonrisa de los hados, Vasconcelosdecide bajar el tono de sus crticas yNorteamrica. Su prdica se torna haciael pacifismo, la resistencia cvica, la li-bertad religiosa y poltica, la necesidadde sustituir al caudillo militar por el cau-dillo civil. Para mantener viva la flama,recurre con frecuencia y buen xito a losaguijones morales: que triste es serjvenes carentes de pasin por lo infle-xible. Su discurso de Nogales con-vierte a muchos indecisos: Vasconceloses un nuevo y definitivo Madero que ha

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    llegado. segn su propia expresin, apatear a los militares.

    El Ulises criollo recorre el pas comoreivindicador de una revolucin traicio-nada por una camarilla de generalesenriquecidos, pero sus discursos no re-velan un proyecto claro. Su ideologa esestatista en lo econmico, liberal en lopoltico y social. Propugna por la nacio-nalizacin definitiva de los ferrocarrilesy la energa elctrica; recoge la banderadel municipio libre; critica el excesivopoder presidencial y anticipa que, du-rante su gobierno, el ejrcito se conver-tir en una especie de cuerpo de paz. Elverdadero sentido de su programa es,en palabras de uno de sus seguidores,el de un llamado moral a la concienciade los mexicanos para moverlos a de-fender sus creencias ancestrales, sucultura, su dignidad y derecho a nom-brar sus propios gobernantes. La prdi-ca de Vasconcelos es una amalgamapotica del pacifismo de Gandhi y el li-beralismo poltico de Madero; es, ade-ms, una defensa de la libertad religio-sa, el lamento proftico por una domi-nacin yanqui que no requiere ya dearmas para avanzar y, antes que nada.una condena inmediata a la nueva bur-guesa revolucionaria.

    Todo caba en la fiesta cvica delnuevo maderismo que concientementeo no, aprovechaba el vaco de podercreado por la muerte de Obregn. el in-tersticio poltico previo al reacomodode fuerzas. Los agentes viajeros eranbuenos predicadores y como apstoles.refiere Skirius, nadie superaba a los pe-luqueros. Los batallones estudiantilesque escoltaban al Ulises vean una vir-tud en la organizacin laxa del movi-miento y no reparaban mayormente enlos terribles problemas financieros:econmicamente, Vasconcelos tenaslo el apoyo de personas aisladas. An-tonieta Rivas Mercado en primersimolugar, adems de la ayuda no muysancta de una compaa petrolera. Peroesos factores prcticos no desvelaban anadie, como tampoco la primera repre-sin de Guadalajara, donde Vasconce-los tom la decisin fundamental de SUcarrera poltica: denegar el apoyo cris-tero. Un joven vasconcelista acuuna frase que recobra el ambiente festi-vo y optimista de los primeros mesesdel 29: en verdad en verdad crea, quecontener al vasconcelismo es comopretender encerrar al ocano en unabotella.

    Nuevos protagonistas: el gobierno,el PNR. Dwight Morrow, el ubicuo pro-cnsul. Skirius construye su historiahaciendo confluir los dos crescendosque fatalmente llegaran a la confron-tacin. De un lado Vasconcelos. los es-tudiantes. amplios sectores de la clasemedia urbana y aun ciertos contingen-tes obreros. Del otro, la elite del poder:por orden de jerarqua: embajada, pre-sidencia, gobierno, PNR, grandes ne-gocios. alta burocracia y autoridadescatlicas.

    El crescendo vasconceliano se mani-fiesta en una paulatina inclinacin ideo-lgica hacia la izquierda. Es un hechoinslito que siendo precandidato y aundas despus de su candidatura, Vas-concelos siguiese publicando sus art-culos en El Universal, incitando moral-mente a sus seguidores con la doble te-naza de la presencia y la palabra. Esosartculos fueron el equivalente a La su-cesn presdencal de Madero y hastamuy entrado el ao de 1929, parecanen verdad un catalizador tan efectivocomo aqul. En ellos, en la Convencinque finalmente lo postula y en sus dis-cursos en la provincia, Vasconcelospropone federalizar el artculo 123. in-troducir escuelas tcnicas y nuevosmtodos de produccin al campo sin.por ello, dejar de ostentarse como agra-rista convencido. En su crtica perma-nente a los latifundistas del gobierno eltiro le sale alguna vez por la culata. he-cho que podr averiguar el curioso lec-tor ya que esta nota se niega a revelarlo.

    El PNR y el gobierno se adiestran ennovsimas prcticas antidemocrticas:el cine poltico, la caricatura, la intimi-dacin, el anti-intelectualismo. la cen-sura y los atentados. Morrow juega entodos los tableros: fracasa en persuadira Vasconcelos pero consigue el golpepoltico de la dcada y de muchas dca-das: los arreglos con Roma. El crescen-do llega a un clmax cuando IOS doscandidatos Vasconcelos y Ortiz Rubio.coinciden inesperadamente en Tampi-co, ciudad furiosamente antigobiernis-ta. Los atentados se vuelven cada vezms frecuentes. Gonzalo N. Santos dis-pone de la vida de Germn del Campo Yel herosmo de Miguel Palacios Mace-do evita una masacre en Chapultepec.Das antes de las elecciones, Vasconce-los se va de la capital: si las eleccionesson burladas, anuncia,encabezar el mo-vimiento popular que sin duda surgir

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    espontneamente en todo el pas. Unmaderismo natural.

    El tratamiento que Skirius da a laselecciones y sus consecuencias, es qui-z la parte ms valiosa del libro. No hayperspectiva que se le escape: Morrow yel Departamento de Estado; diariosnorteamericanos de gran circulacin Yfronterizos; diarios de Mxico, naciona-les y regionales; informes oficiales, con-sulares, oficiosos; testimonios de pre-sencias oculares. Para Skirius la cosa esdifana: de haber existido libertad desufragio, Vasconcelos hubiera triunfadoen 1929.

    El desenlace es abrupto y cruel y ellibro de Skirius lo trasmite eficazmentecon una fra objetividad. Hay una iner-cia represiva en el gobierno, mientrasque Vasconcelos espera infructuosa-mente el levantamiento en masa. A pe-sar del desempleo en el norte, no sur-gen sino brotes aislados de rebelda.Frente al pelotn de fusilamiento, el ge-neral Bouquet acusa de cobarde a Vas-concelos. Un tren repleto de cartuchoses interceptado en la frontera. No hanpasado tres meses desde el octubre ne-gro y entonces, ms que nunca, el ne-gocio de los Estados Unidos son los ne-gocios. Traducido diplomticamente aMxico: cobrar la deuda. Hoover otorgapersonalmente el espaldarazo al go-bierno Calles-Ortiz Rubio: ambos hanido a Nueva York en peregrinacin pararecibirlo. El atentado de Daniel Florescontra Ortiz Rubio es la ltima Ilamara-da; Topilejo, el epitafio.

    Siempre mesurado, Skirius se niegaa ensayar grandes interpretaciones entorno al vasconcelismo y casi ningunasobre Vasconcelos. Seala que el pro-grama del Ulises prevee la corrupcin dela burguesa revolucionaria, la in-fluencia norteamericana. las nuevastcnicas agrcolas, el voto femenino.Acepta la tesis sobre la responsabilidaddel procnsul en la derrota, pero aadeotras explicaciones debidamente fun-dadas: el cansancio, el miedo, el hartaz-go que las 100,000 muertes por violen-cia poltica de los veintes haban impre-so en los mexicanos; la censura de laprensa en los momentos decisivos de lacampana; el apoyo definitivo que reci-bi el gobierno de sectores pblico yprivados estadounidenses:

    En suma... -concluye Skirius- sumayor error estratgico en la luchapor el poder fue haber esperado a

    despus de las elecciones para el al-zamiento, cuando ya era demasiadotarde.

    Paradoja final: el civilismo, derrota-do en 1929, llega al poder en 1946.

    Jos Vasconcelos y la cruzada de1929 vuelve a la vieja y buena concep-cin de que la historia es, ante todo, na-rracin. El talento de Skirius para inser-tar a Vasconcelos y la campana en elcontexto de la poltica mexicana y lasrelaciones con los Estados Unidos, estan claro como el que demuestra en suempleo de las fuentes. Pero lo mejor detodo est, seguramente, en el temamismo, novedoso aun para el iniciado,revelador incluso para los protagonistasque sobreviven. El estudioso de la cul-tura poltica mexicana encontrar unapequea mina en la propaganda anti-vasconcelos: el historiador de la vidapoltica contempornea hallar sin dudadatos de inters sobre los mtodos po-lticos y el papel decisivo de la embajadanorteamericana en aquellos aos.

    No todo es, por desgracia, miel sobrehojuelas. El periodo brevsimo en quevertiginosamente se gest, desarroll yfracas el vasconcelismo. le resta espa-cio y aliento a Skirius para detenerse yconfigurar mejor a los protagonistas dela cruzada. Su libro no es una historiade la Generacin del 29. Es tan escasa-

    mente sociolgico que no queda cla-ro el origen social de los simpatizantes.Skirius menciona frecuentemente elapoyo obrero a Vasconcelos y aunqueaporta algunas claves. nunca se sabecon certeza quines eran esos obreros,hasta qu punto prendi en ellos elmensaje del Ulises y qu peso tenan enla pirmide laboral de los veintes.

    Esta relativa distorsin diacrnicatuvo otra consecuencia lamentable. Elpersonaje central se desvanece detrsde sus andanzas. El libro de Skirius noes una biografa de Vasconcelos; se abs-tiene incluso de citarlo textualmente conlo cual le resta un elemento fundamen-tal: la pasin. El trabajo de Skirius es tanescasamente sicolgico que no men-ciona los motivos del Ulises en su propiofracaso. No lo hace porque siente que sulibro carece de los factores biogrficosque pudiesen explicarlo.

    Sin embargo, los elementos estnall. Vasconcelos fue un hombre tenta-do por lo absoluto. El candidato que en-tre giras, artculos, declaraciones y dis-cursos escribe su Tratado de Metafsicay abreva el veneno de un amor infini-to, no por la patria sino por Antonie-ta Rivas Mercado, rechaza los lmitesde cualquier especie. Saba perfecta-mente que Madero haba preparado larevolucin no slo con palabras: conpaciencia tambin, con apoyo nortea-mericano, con dinero y artesana mili-

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    tar. Pero Vasconcelos toma de Maderono la tcnica revolucionaria sino elaliento moral. De la entrevista Creel-man al estallido de la revolucinhaban transcurrido dos aos y medio;entre los sucesos anlogos que enmar-caron al vasconcelismo: la muerte deObregn y las elecciones, no mediarasino poco ms de un ao. No le impor-taba. Su magnanimidad lo liberaba delorden. No pudo ni quiso cargar sobreSUS espaldas el trabajo fragmentario,annimo, penoso y prolongado de ci-mentar su poder. Crey en el esponta-nesmo popular porque crey mere-cerlo. Su Yo inexhausto cumpla sufuncin: a Mxico le tocaba cumplir elresto. Por eso, Vasconcelos rechaza laprdica descorazonadora de GmezMorin a que funde un partido poltico ola splica generosa de Miguel PalaciosMacedo que le pide solamente: hagaque esto dure.

    Vasconcelos en 1929 -recuerda elpropioPalacios Macedo- haba logradoel milagro de hacer vivir espiritual-mente a Mxico; su recorrido desper-taba la conciencia viril del mexicano.Algo misterioso y purificador encarnabaeste hombre en cuya prdica se agolpa-ban los agravios de nuestra historia: elavasallaje frente a Norteamrica; el ci-vilismo pospuesto siempre; la casi san-tidad inicial del maderismo: el orgullosoterrado de la cultura hispnica; la ne-gativa moral, no poltica, de permitir queel pas siguiera siendo un botn.

    Slo hay un Vasconcelos ms impo-pular que este Vasconcelos poltico: elanciano achacoso, asqueado y cnico.El libro de Skirius, aun sin proponrselo,exime al cruzado de los cargos fciles ycontundentes. Max Weber distinguialguna vez los dos tipos de tica quenorman -cuando la norman- la ac-cin poltica: la tica de la conviccin yla de la responsabilidad. Vasconcelosno escuch otra voz que la de su con-viccin, pero como poltico no fue, a mijuicio, un irresponsable. La jornada cvi-ca del vasconcelismo bien vala el ries-go de actuar por conviccin. Y si polti-ca es violencia, la supuesta cobarda deVasconcelos ahorr al pas una guerracivil. De algn modo, el Vasconcelosescritor de los aos treinta hizo queaquello durara. Algo en su tragedia, ensu final trasgresin, en su repudioltimo de todo lo que haba creado eimaginado en la juventud, nos sigueexpresando a todos.

    La connotacin:problemas delsignificado

    de BeatrizGarza Cuarn

    b El Colegio de MxicoMxico. 1978, 236 pp

    . . . . . . . . . . . . . . . ..m....m............

    por Hugo Margin

    NNo s si la autora de esta obra sealexicgrafa de profesin. Tampo-

    co quiero proponer la crtica fcil y exa-gerada de que el libro es un extenso ylaborioso artculo de diccionario. Pero silos problemas del significado son com-plejos y profundos La qu viene la his-toria de las vicisitudes del trmino tc-nico connotacin? El trmino es,efectivamente, tcnico, pero es ademsun trmino terico. Y si la autora hubie-ra estudiado con ms cuidado la teoradel significado de los filsofos, habradescubierto que el significado de lostrminos tericos no puede entender-se si no se conoce su papel explicativodentro de la teora: poco o nada se ganaral ofrecer una caracterizacin sumariadel uso que le dan al trmino los diversosfilsofos. Lo interesante, lo difcil, es en-tender sus teoras; si se trata de hacer lahistoria de la teora del significado, habrque explicar qu problemas se intenta-ban resolver, qu objeciones produjeronel abandono de teoras anteriores. La au-tora crey que el estudio de una palabraclave le abrira un camino para adentrar-se en el universo del significado: seme-jante mtodo no le permiti a ella, ni lepermitira a nadie, romper la tensin su-perficial, dejar de flotar en el paraso inge-nuo de la transcripcin de frmulas. Elsubttulo del libro, en cambio, hubiera re-sultado mejor gua: Problemas del sig-nificado. Qu problemas intenta resol-ver la teora del significado? (Porqu hanpensado los filsofos tnto en estos pro-blemas? Qu relacin hay entre esosproblemas especulativos y los propsi-

    tos de la lingstica? Curiosamente, laautora que persigue en la historia los da-tos superficiales de un trmino cita conaprobacin, al final de su libro, las si-guientes palabras: la historiografa delalingstica tiene que estar orientada ha-cia la teora y no hacia los datos.

    Tal vez esta actitud antiterica expli-que la enorme desproporcin de un libroque dedica treinta pginas a Ockham(+ 1349) y slo tres a Frege. La semnti-ca de Ockham es sin duda importante enla historia de la filosofa, pero slo la ex-travagancia o la ignorancia buscara ensus escritos los mejores planteamientosde los problemas del significado. Frege,en cambio, es el fundador de la lgicacontempornea y de la semntica clsi-ca. Nadie puede intentar adentrarse enel universo del significado sin entendera Frege, nadie puede proponeruna nuevateora sin tomarlo en cuenta. El filsofodel lenguaje que quiera citar a Ockhampodr hacerlo para mostrar su erudicin,el que no quiera discutir las ideas de Fre-ge no merece ser ledo.

    Dice el libro que Frege es uno de losiniciadores de la variedad matem-tica de la lgica. Pero la lgica mate-mtica no es una variedad, un tipo de I-gica entre tantos otros. La lgica sehaba detenido en su desarrollo desdeque los medievales descubrieron el pro-blema de la generalidad mltiple. Laprimera tarea que la lgica haba tenidodesde Aristteles era la de caracterizarlos argumentos que son intuitivamentevlidos mediante un esquema sintcti-co, la segunda era la de explicar su vali-dez. Los escolsticos encontraron unconjunto de argumentos vlidos que nopodan caracterizarse ni explicarse;eran argumentos que descansaban enoraciones en las que se generaliza msde una vez, o para decirlo con la termi-nologa que se origina en Frege, oracio-nes que incluyen ms de un cuantifica-dor. (Por ejemplo, Toda persona odia aotra o Quien dibuja un tringulo dibu-ja una figura geomtrica, o Todo sli-do tiene algn lquido que lo disuelve).Pero ni la sintaxis medieval poda ca-racterizar estos argumentos, ni suteora del significado poda justificar suvalidez. Las distintas teoras de las su-posiciones, incluida la de Ockham,haban sido esfuerzos por explicar estetipo de argumentos; pero estasteoras, aunque sutiles y complejas.nunca lograron dar una explicacinaplicable universalmente. ni desde el