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VUELTA A ISLANDIA EN 8 DÍAS Y PICO Por Pablo y Víctor Este viaje lo realizamos del 10 al 18 de octubre de 2015, época a priori un poco arriesgada por lo avanzado en el calendario, pero tuvimos mucha suerte y el tiempo acompañó. Fueron 8 días fantásticos en los que vimos y vivimos muchas cosas y dejamos muchas más para futuros viajes. Escribo esto con el ánimo de ayudar a todos los que planeéis un viaje a este excepcional país. Además de la naturaleza, belleza e ingentes recursos de Islandia, la gastronomía es algo también importante para nosotros y este país cuenta con una de las mejores dietas del mundo. No es un país barato, ya sabéis, pero merece la pena. Vuelos. Después de estudiar las distintas opciones decidimos que lo mejor, ya no tanto por precio como por horarios, era sacar dos billetes de ida y vuelta independientes Madrid – Londres (EasyJet) y Londres – Reykjavik (Icelandair), con suficiente margen para aterrizar, rescatar el equipaje, cambiar de terminal y refacturar. (Total vuelos/pax 410€ con seguro de cancelación y una maleta común facturada en EasyJet -en Icelandair está incluida en el precio-). Alojamientos. Todos reservados a través de Booking.com y sin ningún problema. Buscamos un mix de alojamientos que incluyera un poco de todo: hoteles, guesthouses y cabañas. En cada noche indicamos el precio y el régimen (solo alojamiento –SA-, con desayuno –HD-, etc). Día 1. Rumbo al Norte. Salida a las 7h rumbo al infumable Londres-Gatwick. Cuatro horas de margen y vuelo a Keflavík, a donde llegamos hacia las 15h. Fresquete y nublado al bajar del avión, pero muy razonable. Miramos la posibilidad de sacar unas coronas en alguno de los cajeros del aeropuerto pero en todos cobraban comisión, así que lo dejamos para otro momento, momento que nunca llegó porque no vimos una corona en todo el viaje: todo con tarjeta. Justo al lado de la terminal, al otro lado del parking, están varias de las empresas de alquiler de vehículos. Allí recogimos sin ningún tipo de problema el 4x4 Dacia Sandero que habíamos reservado con Cars Iceland (620€, 9 días con seguro anti Elfos incluido). La idea inicial era alquilar un coche convencional -suficiente si no piensas salirte mucho del asfalto-, pero mediados/finales de octubre nos pareció suficiente riesgo como para decantarnos por un 4x4 sencillito y poder negociar con posibles nevadas. Cargar el equipaje, familiarizarnos con el coche y ruta a Reykjavik!

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VUELTA A ISLANDIA EN 8 DÍAS Y PICO

Por Pablo y Víctor

Este viaje lo realizamos del 10 al 18 de octubre de 2015, época

a priori un poco arriesgada por lo avanzado en el calendario,

pero tuvimos mucha suerte y el tiempo acompañó. Fueron 8

días fantásticos en los que vimos y vivimos muchas cosas y dejamos muchas más para futuros

viajes. Escribo esto con el ánimo de ayudar a todos los que planeéis un viaje a este

excepcional país. Además de la naturaleza, belleza e ingentes recursos de Islandia, la

gastronomía es algo también importante para nosotros y este país cuenta con una de las

mejores dietas del mundo. No es un país barato, ya sabéis, pero merece la pena.

Vuelos. Después de estudiar las distintas opciones decidimos que lo

mejor, ya no tanto por precio como por horarios, era sacar dos billetes de

ida y vuelta independientes Madrid – Londres (EasyJet) y Londres –

Reykjavik (Icelandair), con suficiente margen para aterrizar, rescatar el

equipaje, cambiar de terminal y refacturar. (Total vuelos/pax 410€ con

seguro de cancelación y una maleta común facturada en EasyJet -en

Icelandair está incluida en el precio-).

Alojamientos. Todos reservados a través de Booking.com y sin ningún problema. Buscamos

un mix de alojamientos que incluyera un poco de todo: hoteles, guesthouses y cabañas. En

cada noche indicamos el precio y el régimen (solo alojamiento –SA-, con desayuno –HD-, etc).

Día 1. Rumbo al Norte. Salida a las 7h rumbo al infumable Londres-Gatwick. Cuatro

horas de margen y vuelo a Keflavík, a donde llegamos hacia las 15h. Fresquete y nublado al

bajar del avión, pero muy razonable. Miramos la posibilidad de sacar unas coronas en alguno

de los cajeros del aeropuerto pero en todos cobraban comisión, así que

lo dejamos para otro momento, momento que nunca llegó porque no

vimos una corona en todo el viaje: todo con tarjeta. Justo al lado de la

terminal, al otro lado del parking, están varias de las empresas de

alquiler de vehículos. Allí recogimos sin ningún tipo de problema el 4x4

Dacia Sandero que habíamos reservado con Cars Iceland (620€, 9 días

con seguro anti Elfos incluido). La idea inicial era alquilar un coche

convencional -suficiente si no piensas salirte mucho del asfalto-, pero mediados/finales de

octubre nos pareció suficiente riesgo como para decantarnos por un 4x4 sencillito y poder

negociar con posibles nevadas. Cargar el equipaje, familiarizarnos con el coche y ruta a

Reykjavik!

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Sí, cometimos el atrevimiento de pasar olímpicamente del Blue

Lagoon en este viaje. Otra vez será. Lo habitual es bajarse del

avión y meterse de cabeza en las aguas termales camino de

Reykjavik, pero yo particularmente necesito un poco de

adaptación al medio y Víctor es muy sufrido, por lo que

decidimos ir directos al hotel para luego dar un paseo por la

ciudad, cenar y descansar para empezar el periplo bien frescos

al día siguiente. El alojamiento de la primera y última noche fue Galtafell Guesthouse (unos

100€ HD porque hacen los cambios de moneda según sopla el viento). El alojamiento está a

dos minutos de la Hallgrímskirkja church, en la zona de las embajadas, con facilidad de

aparcamiento y fuera de la zona de parquímetros. La familia que lleva el alojamiento es muy

agradable y la experiencia fue muy positiva. La habitación en el caso de la primera noche

estaba en la planta superior y resultó amplia y cómoda.

Los únicos peros: la endiablada escalera de caracol de

acceso a la habitación y lo chocante de tener que pasar

por el medio del comedor (y de quien esté allí) para

llegar al baño. Eso sí, el baño tiene una bañera con unos

chorros geotermales divinos. Si te gustan perros y gatos,

un plus. A la vuelta nos tocó una habitación en la planta

baja (sin escalera) que era la biblioteca del casoplón con sus libros, sus CDs y su todo, más

dos camas y un armario de ikea. Tal cual. Genial.

Con un agradable solecillo paseamos saboreando cada rincón y cada

espacio desde la iglesia hasta el puerto: Laugavegur, Harpa y el

centro en general. Al retorno del paseo decidimos probar en “Le

Bistro” -lo sé, no es el sitio más islandés del mundo, pero no estuvo

mal- la primera de muchas sopas de

cordero y una tabla de

especialidades islandesas, así para

entrar en materia: ballena, tiburón,

salmón, embutidos -o algo-, chupito

de Brennivín, etc. La camarera que

nos atendió resultó ser una chica española. (40€/pax con

cerverza y postre).

Día 2. Carretera y manta. Después de desayunar fantásticamente en el Galtafell y de

cargar los bártulos en el Sandero salimos por la ruta 1 hacia el norte camino de la ruta 36, que

nos llevaría hasta el Parque Nacional de Ðingvellir. El día amaneció freso y caían cuatro gotas,

pero fue mejorando y terminó con un atardecer soleado y precioso. De temperatura, unos 6-8

grados. En este día hicimos el “basic” del círculo dorado con alojamiento en las proximidades

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de Geysir. En el parque bien vale la pena el paseo a lo largo de

la brecha que separa las placas tectónicas europea y

americana. Nosotros fuimos desde la cascada Öxarárfoss, en

cuyas inmediaciones dejamos el coche, hasta el centro de

visitantes grande (hay dos) y vuelta. De aquí seguimos ruta a

través del parque camino de Geysir. El otoño islandés

proporciona una gama de colores increíble y la sucesión de

paisajes hace que te apetezca parar a cada momento del

recorrido. A través de la ruta 365 (asfaltada) se llega a

Laugarvatn y de ahí por la 37 hasta el tinglado que tienen

montado en torno a los geisers. El hambre apretaba y

decidimos comer en el restaurante del Geysir Center

(16€/pax), donde todo se paga con tarjeta pero donde no han

descubierto el invento de las bandejas para la comida en el self

service. Un poco caótico todo, pero no estuvo mal la segunda

sopa de cordero del viaje. Dado que hacía bastante bueno

decidimos continuar viaje hasta Delfoss y ver Geysir a la

vuelta. Vimos la cascada desde abajo, desde el medio y desde

arriba. Espectacular el salto e increíble la historia que permitió

que no acabara formando parte del fondo de un pantano.

Ganas nos quedaron de seguir por la F35 hacia el norte, pero

eso será en otro viaje...

De vuelta paramos finalmente en Geysir, donde al bajarme el

viento casi me arranca de cuajo la puerta del coche.

Espectaculares las distintas surgencias y sobre todo el

Strokkur, con sus resoplidos de distintas intensidades cada

ratito.

Después de recorrer la zona salimos hacia Úthlíd, donde

teníamos reservada en Úthlíd Cottages una cabaña con bañera

de hidromasaje (de sulfuroso aroma) dentro de la misma y con

vistas al valle (130€ SA). Después de chapotear hasta

arrugarnos y de cansarnos de disfrutar de las vistas del valle en

medio de un atardecer increíble, decidimos volver a Laugarvatn

a cenar. Los horarios en este país no son nada draconianos y

entre las 18h y las 22h es posible cenar de forma habitual en

cualquier sitio. Fuimos de cabeza a Lindin, donde cenamos

estupendamente con vistas al lago (la hamburguesa de Reno, fantástica). Un menú de tres

platos y cerveza (el agua siempre es gratis en Islandia) por 55€/pax. Los islandeses son un

poco los caribeños del ártico y la prisa no es lo suyo, así que no te preocupes si se olvidan de ti

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entre plato y plato, se hacen una foto contigo o si la cuenta se

parece aproximadamente a lo que has pedido... Son tan majos

que se les perdona todo. En cuanto al alcohol, yo me pasé todo

el viaje con la léttöl, cerveza baja en alcohol, que tiene un

precio aproximadamente inferior en un 40% a la prohibitiva

cerveza normal (que sale por unos 10 €). El vino, a la vuelta

en España.

Noche cerrada y bastante despejada a mitad de octubre,

alojamiento en medio de la nada y aunque el nivel 2 de

auroras en las previsiones no es muy alto, había

posibilidades... a las 22h Víctor decidió que las auroras salían

y a las 22h las auroras allí estaban. Increíble. Salvo que tengas

conocimientos y equipo de foto potente para captarlas, pasa de

perder el tiempo y simplemente disfrútalas (cosa que yo hice a

dos grados y en pijama). Repetiría mil veces. Nota de

ingenuidad: al principio las confundimos con el reflejo de la luz

en las nubes procedente de los focos de los innumerables

invernaderos permanentemente iluminados y desperdigados

por el valle...

Día 3. Ovejas mojadas. No hubo suerte con el tiempo. Al principio de la jornada no

llovía, pero una vez comenzó, no paró hasta el día siguiente. Decidimos salir de Úthlíd hacia

Vik a través de la ruta 30 (parcialmente sin asfaltar). Para acceder a esta carretera se pasa

nuevamente por Geysir, donde Víctor quería parar para grabar un bufido de Strokkur. Eran las

8 de la mañana y no había absolutamente nadie. Todo un lujo. La idea era pasar por Flúðir,

población plagada de invernaderos iluminados 24h de donde salen buena parte de las

hortalizas islandesas, para tomar un café (urgente). No hubo suerte y seguimos ruta bajo la

lluvia hasta el entronque con la ruta 1. Poco antes de Hella apareció una gasolinera como

sacada del far west donde paramos para repostar y para tomar el

tan ansiado café (chirri). La lluvia no nos iba a arruinar los planes,

así que iniciamos lo previsto con la parada en la cascada

Seljalandfoss, al pie del famoso volcán Eyjafjallajökull. Esta cascada

se ve desde la ruta 1 a kilómetros de distancia y su peculiaridad

reside en el hecho de poder bordearla por detrás del chorrón

gracias a un sendero (preparen chubasquero). Después de volver al

coche calados hasta los huesos tocaba darse un bañito caliente.

Para ello iniciamos ruta hacia la cada vez menos secreta piscina de

Seljavallalaug, una piscina construida y mantenida por lugareños

desde 1923 que se alimenta directamente de aguas geotermales

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procedentes de la montaña. Está situada en el fondo del valle, al pie del río. Para llegar hay

que desviarse de la ruta 1 hacia la 242 (sin asfaltar) hasta donde el sentido común dice que se

puede circular (algunos llegan un poco más allá). Desde la zona de aparcamiento en Seljavellir

ya se perciben claramente las trazas del camino que hay que seguir a pie hasta que te das de

bruces con la piscina, parcialmente oculta. En el camino hay que saltar dos riachuelos que

alimentan el río principal, pero al menos en esta época del año no supuso ningún problema. La

verdad es que daba mucha pereza pensar en ponerse en bañador a 4ºC

bajo la lluvia, pero uno no va hasta Islandia todos los días, así que allá

que fuimos. El lugar cuenta con una edificación con varios “vestuarios”,

así que las cosas no se quedan a la intemperie. Por cierto, a pesar de ser

mediados de octubre no estuvimos solos en ningún momento. El bañito

resultó muy agradable y más cuanto más cerca de la surgencia de agua

caliente. Las vistas de la montaña con el agua calentita hasta el cuello no

tiene precio. Tampoco lo tiene el momento de salir de la piscina. Todas

estas cosas son gratis, pero siempre hay un buzoncillo para cooperar con

la causa y el mantenimiento de las instalaciones.

La siguiente parada fue Skogafoss. Este punto da mucho de sí,

pero la lluvia arreciaba y solo pudimos ver la imponente

cascada desde abajo. Hay unas escaleras que permiten llegar al

borde superior y rutas para hacer por el entorno, pero será en

otra ocasión. Antes de ir a la cascada hicimos parada para

comer una estupenda sopa de cordero y un fish&chips en

Fossbúð (15€/pax), una especie de salón multiusos-tienda-

restaurante. Lo justo para secar, comprar unos imanes y en

ruta.

Desde la carretera 1 tomamos la ruta 221 (recientemente

asfaltada) hasta Sólheimajökull, lengua de glaciar hasta cuyo

borde se puede llegar libremente. Hay una señal que te dice

que a partir de un punto es arriesgado pasar y nosotros le

hicimos caso. Para poder acceder al glaciar se pueden

contratar excursiones en el Sólheimajökull café, justo al inicio

de la ruta. A pesar del mal tiempo, el paseo merece la pena.

El resto del trayecto hasta Vik debe de ser muy bonito, pero la niebla nos impidió ver nada. El

hotel en Vik fue el Icelandair Vik (135€ HD), un hotel moderno pero del que esperaba más. Lo

único que cambiaría del viaje son los dos hoteles Icelandair donde nos quedamos. Igual por

exceso de expectativas mías...

Con el tiempo tan horrible no pudimos más que dar una vuelta por la localidad y tras visitar un

almacén textil nada sugerente al otro la de la carretera, merendamos en un café en el que

estaba metido literalmente todo el sureste de Islandia.

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El restaurante del hotel tenía muy buena

pinta y estaba lleno tanto de clientes del

hotel como de gente de fuera, por lo que

con la pereza del llover y el cansancio del

día decidimos cenar “en casa”. No nos

defraudó para nada (entrante, más plato

principal, más postre a compartir y cervezas por 65€/pax.). A dormir

con el sonido del mar bravo de fondo…

Día 4. A rebufo de la borrasca. El día no

amaneció mucho mejor de lo que había terminado el

anterior, pero al menos la niebla se había levantado y

llovía levemente. Las previsiones indicaban que íbamos a ir

avanzando con la cola de la borrasca y que el buen tiempo

lo veríamos a nuestras espaldas casi todo el día. Tal cual.

Después de un estupendo desayuno en el hotel, decidimos

retroceder un poco para ver la playa negra de Vik. No

pudimos ver más por la niebla y porque el trayecto Vik-

Höfn es largo y denso en visitas. Por la ruta 1 atravesamos

la inmensa planicie volcanico-musgosa de

Skaftareldahraun, en el medio de la cual paramos para

estirar las piernas y hacer unas fotos aprovechando un

sendero que se interna en los campos esponjosos de lava.

Desde aquí avanzamos hasta que nos desviamos por la ruta

206 (sin asfaltar) para visitar el cañón de Fjathrárgljúfur. El

aparcamiento está junto al puente que sobrevuela el río del

cañón y desde el cual se tiene una primera panorámica de

la garganta. Saliendo desde el parking hay un sendero que

permite caminar por lo alto del cañón hasta las

proximidades de una cascada. Es muy sencilla de hacer (unos 2 km) y las vistas son

maravillosas. La lluvia nos respetó en esta visita. Fresco razonable.

Desde aquí continuamos hasta el Parque Nacional de Skatafell.

Nuestra intención era comer algo en el centro de recepción de

visitantes pero el restaurante se encontraba cerrado, así que

salimos nuevamente a la ruta 1 y avanzamos hasta el único

sitio abierto en temporada baja en kilómetros a la redonda: la

gasolinera-restaurante-hotel Freysnesi (Skatafell). Hasta la

bandera estaba, pero comimos. Vuelta al centro de visitantes del parque bajo una leve lluvia

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para realizar la única ruta posible en esta época: el paseo hasta el glaciar. La otra ruta que se

inicia en este punto, la que accede a la cascada Svartifoss, estaba cerrada. La senda que lleva

hasta el glaciar es muy sencilla y llega hasta el borde de la

laguna que circunda el glaciar. Hay un acceso a otra lengua

contigua del glaciar, que desde mi humilde punto de vista

es mucho mejor: se trata de un promontorio desde el que

se extiende ante uno la inmensidad del hielo, la montaña y

la grandeza de la naturaleza hasta donde alcanza la vista.

El hecho de estar elevado hace que se convierta en un

mirador excepcional. Mucho ojo porque no hay protección

alguna. En la entrada hay una placa que recuerda a dos

chicos alemanes que no hace muchos años se internaron

en el glaciar y desaparecieron. Para llegar a esta zona hay

que volver a la ruta 1 y tomar el sentido Höfn hasta un

mirador desde el que sale una pista (sin asfaltar) que

indica Svinafellsjokulsvegur (o así). Por supuesto, todo esto son paseos de turista mocasín,

para realizar excursiones de más enjundia al glaciar se puede contratar todo desde el centro

de visitantes del parque.

La siguiente parada la hicimos en Jokulsárlon, pero antes

debo mencionar un punto de la carretera en el que mirando

por el espejo retrovisor se ve una inmensa mole de hielo

que nos hizo parar casi en seco. Observando desde el

medio de la carretera parece que hay un punto en el que la

ruta desaparece en la pared blanca. Sorprende aún más

porque este paredón de hielo queda a las espaldas en

nuestro sentido de circulación alrededor de la isla y

descubrir su visión es impresionante. Ahora sí: Jokulsárlon.

Esperaba más hielo, más misterio y más de todo, pero no

está nada mal. Tuvimos mucha suerte porque llegamos

justo al inicio del atardecer y poco después de despejar

definitivamente, por lo que la gama de colores azulados del

hielo y los anaranjados del ocaso hicieron una combinación

perfecta para un paisaje de infarto. Además, mientras

docenas de turistas fotografiaban cada milímetro de hielo

nosotros dimos un paseo por la orilla, y justo en un recodo

donde no había nadie asomó la cabecilla una foca que

estaba campechanamente nadando un poco alejada del

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follón. ¡Solo la vimos nosotros! Nota: perfecto el que quiera hacer la visita en zodiac, pero es

perfectamente prescindible.

De aquí a Höfn sin parar. Llegamos de noche al alojamiento (Seljavellir

Guesthouse, 100€ HD), situado en las afueras de la localidad. Después

de una ducha salimos rumbo al pueblo para cenar lo que hay que cenar

aquí: langosta (cigala). Para ello fuimos a Humarhofnin, restaurante

que se encuentra en las proximidades del puerto y que cuenta con una

gran langosta en el exterior, por lo que no tiene pérdida. Barato no es

(75€/pax con toda la parafernalia). Vuelta al alojamiento. Escogimos

este guesthouse entre otras cosas porque estaba cerca de Höfn pero

fuera del pueblo, lo que, si los elfos estaban con nosotros, facilitaría la vista de las auroras.

Dicho y hecho, además la propietaria del establecimiento fue llamando habitación por

habitación avisando de la presencia de las northem lights. Los de al lado tenían un camarón de

cazar patos y supongo que obtuvieron fotos chulas. Yo solo puedo jurar que las vi.

Día 5. “Fiordando” A las 7 en pie. Después de desayunar abundantemente y de

despedirnos de la simpática dueña del establecimiento

volvimos a pasar por Höfn, al menos para verlo de día.

Fuimos hasta el mirador desde el que se ve toda la bahía,

el puerto, la población y el glaciar al fondo. Porque no eran

horas, pero pasamos por delante de la piscina pública con

sus toboganes, sus rulos y demás -todo ello humeante

gracias a las aguas termales- y daban ganas de darse un

bañito. Retomamos la ruta 1 hacia Egilsstaðir. Esta ruta,

haciendo buen tiempo como nos hizo a nosotros, es un

agradable paseo en coche fiordo arriba fiordo abajo a

través de pequeñas poblaciones y campos de ovejas, todo

ello enmarcado en la voluptuosa orografía de la isla. Es,

además, un recorrido que se puede hacer más o menos

largo ya que hay distintas rutas hacia Egilsstaðir. En este

trayecto hay un tramo de la ruta 1 sin asfaltar, pero no

supone ningún problema. Hicimos varias paradas para

contemplar el paisaje, paramos para café + pastas en la

bonita localidad de Djúpivogur (hay que desviarse de la

general), no tomamos el atajo que supone la ruta 939,

pasamos por Breithdalsvik (donde buscamos y no

encontramos “las bombas de mamá” que habíamos leído en algún sitio) y nos desviamos de la

ruta 1 para seguir por la 96 hacia Fáskrúthsfjöthur, un precioso pueblo fiordeño donde las

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calles están indicadas en islandés y en francés por la relevante colonia de pescadores de ese

país que aquí habitaron desde finales del XIX hasta mediados del XX. Parada para repostar el

coche y para repostar nosotros: una sopa de marisco muy rica en el Sumarlina café. Gente

muy amable. Precios muy islandeses (22€/pax).

Desde esta población y a través de un túnel que ahorra una vuelta

completa a un fiordo se pasa por las inmediaciones de

Reytharfjörthur, donde se encuentra una de las polémicas plantas de

aluminio del Alcoa que consumen buena parte de la producción de

energía hidroeléctrica del país. Por la ruta 92 llegamos finalmente a

Egilsstaðir en una tarde bonita y soleada. Es una población “grande”,

bien situada, bien aprovisionada (con aeropuerto y todo) y perfecta

como punto de parada y fonda. Teníamos reserva en la Egilsstaðir

Guesthouse (135€ HD), granja que se supone da nombre a la

localidad (y no al revés). Nos tocó una estupenda habitación en la parte nueva, en un piso alto

y con vistas al río. Un lugar realmente agradable (y oloroso, que la granja está en

explotación).

Como íbamos cumpliendo horario decidimos ir a la famosa

y cercana localidad de Seydisfjödur. Dicen que es uno de

los pueblos más bonitos de Islandia y lo afirmamos. A esta

localidad se llega a través de la ruta 93, que sube y sube y

sube desde Egilsstaðir hasta un alto desde donde se divisa

espectacularmente todo el valle y baja y baja y baja hasta

el fiordo donde se ubica el pueblo. Desde aquí parte el

ferry a las islas Feore, que justamente estaba allí haciendo

escala, por lo que la carretera era un hervidero de

autobuses y trailers arriba y abajo. El pueblo en sí es

encantador: su famosa iglesia azul, las casas cada una de

un color perfectamente mantenidas y en general, un lugar

con una armonía envidiable. En pleno centro encontramos

un bar, El Grilló (así, como suena), especializado en

cervezas producidas por toda la isla. Ahí paramos a

calentar un poco tras un agradable y fresco paseo por las

inmediaciones.

De vuelta en Egilsstaðir, con parada previa en todo lo alto

para disfrutar del ocaso, cenamos en el Salt café un

fish&chips y una hamburguesa que cumplieron el trámite

perfectamente (23€/pax con cerveza y postre).

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Día 6. Pack Islandia. volcanes, cascadas, ballenas y baños

termales. Amanecimos Gloriosamente sin una nube en el cielo y con unas

vistas preciosas del río. Desayunamos, también gloriosamente, en el

guesthouse y salimos zumbando rumbo a la primera de nuestras paradas

del día: la cascada Dettifoss, la más caudalosa de Europa. Después de leer

mucho sobre si la cascada se ve mejor desde la ruta 862 (asfaltada) o

desde la ruta 864 (sin asfaltar) y teniendo en cuenta factores como la

posibilidad de visitar Ásbyrgi, las condiciones meteorológicas y que este

era el día fetén para avistar ballenas, tomamos la decisión de tomar la ruta 864 (sin asfaltar)

hacia el norte para llegar a Húsavik a través de la ruta 85 (asfaltada) antes de las 13h con la

intención de comer y embarcar en busca de Moby-dick.

En ruta hacia la cascada tuvimos un momento Lanzarote

(con 25ºC menos, eso sí) al paso por unos parajes muy

similares a los de la isla canaria. La ruta 864 resultó

fácilmente transitable a velocidad razonable. Dejamos el

coche en el aparcamiento al efecto e iniciamos el descenso

en la más absoluta soledad por unas escaleras de piedra

que finalizan en una senda que discurre hasta un mirador

desde el que se disfruta de unas vistas increíbles de la

cascada. Al otro lado del cañón se veían los coches y

autocares de los que habían accedido por la 862.

Problema: la cornisa de nuestro lado estaba en sombra y el

hielo que había en el suelo no lo vi hasta que literalmente

lo besé. El paseo hasta el mirador se convirtió en una

prueba de alto riesgo y para más inri descubrimos que no

es la mejor época del año para ver esta cascada, en lo que

a caudal se refiere. El viaje de retorno al parking fue otro

suplicio mientras los del otro lado del río, en la zona

soleada, se paseaban tan pichis. No sé desde dónde se ve

mejor, sé desde dónde se ve sin romperse la crisma.

Seguimos rumbo Norte para visitar Ásbyrgi. Es una interesante hendidura en el terreno con

forma de herradura, que al abrigo de los vientos alberga

arbolado en su interior. Requiere de más tiempo del que

pudimos dedicar, pero las ballenas nos esperaban. Salimos

zumbando a Húsavik, precioso pueblo pesquero ubicado en

la bahía de su mismo nombre y en cuyas ricas aguas se

nutren todo tipo de cetáceos. Cuando llegamos hacía sol y

una temperatura muy agradable. A estas alturas del año

sólo hay dos expediciones al día para intentar avistar ballenas y un par de compañías

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operando. Teníamos la intención de tomar el barco de

North Sailing de las 13:30h y así lo hicimos (65€/pax),

previa parada para comer el pescado del día (artic chart en

este caso) en el restaurante Salka (23€/pax), a pie de

puerto. Antes de salir a la bahía te pertrechan con un buzo,

un chubasquero y unos guantes. Se va divinamente. En

esto de las ballenas también hubo suerte: tres

avistamientos, uno bastante cerca del barco y un agradable

paseo por la bahía (agradable para mi, ya que el artic chart

de Víctor hizo el recorrido mar-puerto-cocina-estómago y

vuelta urgente al mar por la borda más rápido de la

historia). Un chocolate calentito con un bollo de canela en

el viaje de vuelta hizo la experiencia perfecta. Al final del

recorrido se torció el tiempo y fuimos conscientes de la suerte que habíamos tenido al poder

disfrutar del avistamiento con sol y buena temperatura, casi en noviembre.

Desde aquí salimos hacia la zona de Myvatn por la ruta 87 (parcialmente sin asfaltar pero con

buen firme) directamente al “Blue Lagoon” del norte: Lake Myvatn Nature Baths (23€/pax).

100% recomendable. Llegamos al anochecer y a 5ºC. Salvo

el primer recorrido desde los vestuarios hasta el agua,

ratito que se pasa un poco mal, la experiencia fue

maravillosa. Justo antes del charco en sí hay una especie

de alberca donde el agua está a una temperatura elevada

(unos 40ºC) y que sirve para “acumular calor”, lo que te

permite posteriormente entrar y salir del agua sin

sensación de frío (prometo). Instrucciones de uso: no hace falta gorro, los zapatos se dejan en

el pasillo fuera de los vestuarios y en todo caso antes de pasar al exterior es obligatorio darse

una ducha sin bañador en los vestuarios. Válido para todas las piscinas del país.

Sulfurosos y arrugados salimos ya en plena noche hacia el alojamiento que teníamos

reservado: Vogafjós Gesthouse (125€ HD). Se trata de una granja lechera en activo cuyas

instalaciones se encuentran situadas al lado del lago Myvatn. Aquí se encuentra la recepción

del hotel, la tienda y el restaurante, todo ello separado de

las vacas (españolas) por un cristal. Las cabañas se

encuentran al otro lado de la carretera. Cuando llegamos

eran casi las 20h. El sitio estaba lleno de gente y es genial:

la recepción, la tienda, el restaurante, las vacas... A las

20:30h cerraban la cocina, así que nos quedamos

directamente a cenar en una mesa con vistas a los

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animales que plácidamente descansaban en su cuadra, al otro lado del cristal. La cena, a base

de productos locales (incluido el pan que cuecen bajo tierra), estaba muy muy buena (40€/pax

con bebida y postre). Desde aquí medio minuto en coche a la cabaña y a dormir. Gran

ventolera y poco frío. Notable olor a sulfuro. El suelo radiante, un gran invento.

Día 7. De juego de tronos a Akureyri. La palabra que define el día es viiieeentoooo.

Si te levantas muy temprano puedes ver el ordeño a las vacas mientras desayunas, pero

teniendo en cuenta que somos un asturiano y un gallego, lo podemos dejar pasar. Los

islandeses no se complican: la marca de leche es Muu y el

camión que vino a recogerla tenía por matrícula Jogurt. Punto.

Gran desayuno, como casi todos. Salimos a recorrer la zona

antes de ir hacia la segunda ciudad del país: Akureyri. En el

entorno del lago Myvatn nos detuvimos en Grjótagja, donde se

percibe perfectamente la separación de las placas europea y

americana y en cuyo interior hay una surgencia de aguas

termales en las que en tiempos se podía bañar uno, pero ya no

está permitido por la elevación de la temperatura del agua. De

aquí fuimos a uno de los escenarios naturales en los que se

graba la serie Juego de Tronos: Dimmuborgir. Aquí han

diseñado una serie de rutas de distinta longitud y dificultad por

el interior del campo de lava. A gusto del consumidor. También

hay un pequeño centro de recepción, café y souvenirs. Desde

aquí nos acercamos al volcán Hverfjall, al que subimos.

Imposible dar una vuelta por el perímetro superior del cráter

porque casi nos lleva el viento. Vistas espectaculares de todo el

ámbito de Myvatn. Todos estos recursos turísticos están

enlazados mediante una ruta para hacer a pie, pero la

tendinitis de Víctor no daba para mucha andanza.

La lástima fue no haber podido hacer la excursión al Askja,

pero es imposible hacerla (organizada) más allá de mediados

de septiembre. Avanzado el medio día salimos bordeando el

lago por la ruta 848 hasta su entronque con la 1. El siguiente

punto de parada, sin lluvia pero aún con mucho viento, fue en

Goðafoss. Como dicen muchos, no es la cascada más nada,

pero es muy, muy bonita. Justo antes de la cascada hay una

gasolinera-restaurante-tienda en la que paramos para la

correspondiente sopa de cordero con su pan y su mantequilla. Aquí intenté fotografiar una de

las 650.000 ovejas que pueblan los campos de la isla, pero las muy tontas ven una cámara y

salen pitando.

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La carretera de llegada a Akureyri permite ver la ciudad entera desde el

otro lado de la bahía, ya que hace una “U” perfecta. El tiempo seguía

siendo bueno y los colores del otoño le van muy bien a esta localidad. Aún

más espectacular debe de ser llegar en avión, ya que éstos entran desde

el mar pasando por delante de la ciudad sobre la bahía, para aterrizar al

final de la misma, en el fondo de la “U”. El alojamiento elegido en este

caso fue el Icelandair Akureyri. Debo decir que fue el menos bueno de

todos los del viaje y con la peor relación calidad/precio (150€ HD). Lo

mejor del hotel, la piscina pública del otro de la calle: como ya

habíamos pasado por charcos en medio de la montaña, por

charcos en la cabaña y por charcos tipo Disneyland, nos

apetecía mucho pasar por una piscina estándar islandesa y eso

hicimos. Las instalaciones de la piscina pública de Akureyri

(4,25€/pax) están muy bien: cuentan con piscinas normales

para nadar (a unos 25ºC) y otras más reducidas de tipo lúdico

(38-43ºC), además de una zona de tubos y toboganes, sauna

y chorritos. Todo al aire libre. La conclusión es que los

islandeses son como los demás: todos arremolinados en la de

38ºC, que era la mejor. Después de aprovechar la happy hour

2x1 del hotel (que acabó siendo un 50% en un vino y una

cerveza sin descuento) dimos una vuelta por el centro y tras

una parada en el Blaa Kannan, un bar muy chulo en cuyo sótano estaban dando un concierto,

nos fuimos a cenar al Rub23, un restaurante que nos gustó de la que bajamos y en el que

paramos de la que subimos. Aquí cenamos un menú de 3 platos más postre (Adventure

festival -sushi, fish, meat, dessert-) que estuvo muy bien gastronómicamente, aunque se

olvidaron de nosotros entre dos platos y nos intentaron cobrar una cerveza que no era

nuestra. Fue el único efectivo que vimos en todo el viaje porque las 1.100 coronas del error

nos las dieron en dinero físico. (70€/pax la cena).

Día 8. Del tirón a Reykjavik. Aunque en esta época del año

las horas de salida y puesta del sol andan entre las 8h y las

18h, la verdad es que hay luz desde bastante antes y hasta

bastante después, así que el problema de los días cortos no es

tal. Amaneció un precioso y ventoso día sin una sola nube y

varias horas después, a la altura de Borgarnes, casi se nos cae

el cielo encima. Después de desayunar retomamos la ruta 1

hacia Reykjavik. Este es, obviamente, el trayecto de mejor

trazado y conservación del país. Planeamos parar para comer

en el restaurante del museo del asentamiento de Borgarnes y

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en camino hicimos paraditas en un fantástico mirador a las afueras de Varmalið y en Blönduós,

que tiene una iglesia muy peculiar. Sitios interesantes que dejamos atrás, muchos. Imposible

de ver todo, ya esta parte de los fiordos occidentales merece un viaje por sí solo, que habrá

que hacer.

Ya llegando a Borgarnes el cielo se desplomó y el viento comenzó a

soplar con fuerza. El enclave de esta localidad debe de ser muy bonito,

pero apenas se veía del aparcamiento al museo. Después de una

confusión de Víctor con una tortilla (que no era española sino mexicana,

claro) y de un magnífico bufé libre vegetariano que me homenajeé

(19€/pax), seguimos rumbo a Reykjavik en medio de la tormenta.

Tomamos el túnel de peaje (que pagamos con las 1.000 coronas en

efectivo) y llegamos a destino hacia las 16h, con tiempo para comprar

unos regalitos y un jersey islandés. Con respecto a éstos,

da igual dónde mires ya el rango de precios es

similarmente alto en todo el país. Al final se compraron en

la tienda de la asociación de mujeres que los confeccionan,

en la calle Skólavörðustígur. Tarde tranquila de paseo por

la ciudad y retirada al Galtafell Guesthouse. Mañana hay

que madrugar.

Día 9: Retorno

La conclusión es que al aeropuerto de Keflavik hay que ir con mucha

antelación si vuelas a primera hora con Icelandair, porque es un poco

caótico. Vale que fuimos un poco justos y casi nos bajamos del 4x4 en

marcha, pero el lío que había allí montado era importante y nunca me he

visto más cerca de perder un avión. En cualquier caso el carácter caribeño-

ártico hizo que hubiera luz al final del caos y los aviones esperaran por

todos los viajeros el tiempo que hizo falta. El resto del viaje fue como a la

ida: trato excelente en Icelandair, tedio en Gatwick y vuelo estándar a Madrid. ¿Cuándo

volvemos?