SISENA LECTURA DE LLENGUA CASTELLANA
C I G Ü E Ñ A E X P R É S …
La paga que la cigüeña Judit recibía por cada una de las entregas que efectuaba se quedaba,
ciertamente, muy corta. En pleno siglo XXI el reparto de bebés a domicilio había quedado ya un poco
desfasado, y ella y sus dos polluelos habían llegado a pasar hambre las últimas semanas… Lluís, su
cigüeña macho, los había abandonado una gélida mañana de febrero si tan siquiera darles un beso.
En el nido solo había quedado de él una miserable carta en la que se leía: <<Lo siento, familia. Ya es
hora de que viva mi propia vida. Estoy harto de dedicar todas mis horas a traer gusanos y más
gusanos con el pico a los chavales y de no parar de añadir briznas y pequeños tronquitos a la
estructura del nido familiar. Me voy a Hollywood a probar suerte. Quizá consiga entrar en la
próxima filmación de El Hobbit; dicen mis amigos que el director necesita seres extraños y muy
raros así que, como a mí me falta un trozo de ala desde la pelea que tuve con el falcón que vive en
el peñasco de al lado, creo que me cogerán. Adiós, familia>>.
Las ganancias se habían visto reducidas drásticamente en el nido de la cigüeña Judit. Sus
polluelos, Joan y Adrian, gemelos idénticos que habían nacido curiosamente de un mismo huevo y que
andaban todo el día peleándose y regalándose picotazos a diestra y siniestra, pronto tendrían que
asistir a la escuela del cuervo Ramon -un grajo viejo que según decían tenía muy malas pulgas-, pero
Judit no había podido reunir la cantidad suficiente para pagar el colegio. ¡Ni tan siquiera podía comprar
un triste gusano que llevarse a la boca!
Las familias que tenían hijos hoy en día ya no optaban por encargárselos a Judit. Hasta hacía
escasos meses ella había sido la cigüeña reina del reparto a domicilio. El sistema era simple: las
familias decidían tener al bebé, discutían si tenía que ser un niño o bien una niña y se lo encargaban
por e-mail a Judit. Entonces, ella volaba rauda y presta hasta París y, en nueve meses, el pequeño o la
pequeña aparecían en casa de los solicitantes. Judit recibía un cuantioso sueldo por cada una de las
entregas. Ella era el patrón y también el trabajador único de la empresa, así que el dinero le quedaba
limpio y podía vivir ciertamente bien.
Ahora, sin embargo, la sociedad había empezado a cambiar… Existían muchas revistas de
puericultura que hojear y páginas de internet especializadas en el campo de la crianza que podían ser
consultadas. En todas las publicaciones se indicaba que la nueva moda a la hora de encargar bebés
pasaba por contratar los servicios de un mensajero. Así, la compañía “Bebexprés” había ido comiendo
poco a poco el terreno a las cigüeñas que, como Judit, efectuaban las entregas vía chimenea de las
casas. Los mensajeros de Bebexprés llegaban en moto (siempre a caballo de una Triumph) con
presteza a la puerta de los solicitantes y les entregaban el bebé en manos; no había riesgo de
accidente aéreo (era por todos sabido que, a veces, las cigüeñas chocaban con el ala de un avión,
recibían un rayo en alguna parte de su cuerpo o tenían que enfrentarse a temidas turbulencias,
circunstancias adversas todas que ponían en peligro la vida del ave zanquilarga y, como no, la del
bebé recién llegado al mundo). Judit había perdido clientes y se había visto obligada a mudarse de
nido. Sus bienes se habían visto reducidos. Ahora vivía en la periferia de Mequinenza con Joan y
Adrian, sus retoños hambrientos, traviesos y juguetones. No corrían buenos tiempos para las
cigüeñas. Judit, sin embargo, nunca había dejado de luchar y había presentado ya varios currículums
en empresas de comida rápida como MakTonta’s o BurroQuing, aunque lo más probable era que la
contratasen como reponedora en alguno de los supermercados de la cadena GüenPreu. Al menos no
se quedaría sin trabajo…
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