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SEG ONA L ECTURA DE LLENGUA C ASTELLANA NUNCA SE ES INÚTIL Lluís, el escarabajo pelotero, no había tenido hasta el momento una vida fácil. La ciudad había cambiado mucho. Desplazado de su descampado natural hacia un gran mar de hormigón, ahora sobrevivía comiendo restos microscópicos de basura e inmundicias en el barrio de La Bordeta. En medio de los altos edificios y rodeado por un ejército de coches, Lluís ya no podía campar a sus anchas. Años atrás había podido desplazarse sin miedo a ser aplastado desde su cañizar preferido hasta la acequia cercana empujando la bola de excrementos que con paciencia había formado sin miedo a ser aplastado. Ahora, sin embargo, los constantes rumores de los coches circulando a elevada velocidad en la ciudad hacían que viviese sumergido en un mar de nervios y de miedo sin fin. En más de una ocasión había tenido que abandonar la enorme bola que tanto le había costado formar y huir despavorido porque, si no lo hacía, una bici, un taxi o un autobús le convertían en papilla inmediatamente. El estrépito en las calles era ensordecedor, y solo cuando la noche caía disponía de un poco de tranquilidad para salir a por más estiércol con el que formar nuevas bolas y poder alimentar así a sus crías, a sus larvas. Aparte del bullicio y el evidente peligro que suponía la constante presencia de coches, Lluís tenía dos enemigos que siempre se burlaban de él. Se trataba

CASTELLÀ SEGONA LECTURA

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Page 1: CASTELLÀ SEGONA LECTURA

S E G O N A L E C T U R A D EL L E N G U A C A S T E L L A N A

NUNCA SE ES INÚTIL

Lluís, el escarabajo pelotero, no había tenido hasta el momento una vida fácil. La ciudad había

cambiado mucho. Desplazado de su descampado natural hacia un gran mar de hormigón, ahora sobrevivía

comiendo restos microscópicos de basura e inmundicias en el barrio de La Bordeta. En medio de los altos

edificios y rodeado por un ejército de coches, Lluís ya no podía campar a sus anchas. Años atrás había

podido desplazarse sin miedo a ser aplastado desde su cañizar preferido hasta la acequia cercana

empujando la bola de excrementos que con paciencia había formado sin miedo a ser aplastado. Ahora, sin

embargo, los constantes rumores de los coches circulando a elevada velocidad en la ciudad hacían que

viviese sumergido en un mar de nervios y de miedo sin fin.

En más de una ocasión había tenido que abandonar la enorme bola que tanto le había costado formar

y huir despavorido porque, si no lo hacía, una bici, un taxi o un autobús le convertían en papilla

inmediatamente. El estrépito en las calles era ensordecedor, y solo cuando la noche caía disponía de un

poco de tranquilidad para salir a por más estiércol con el que formar nuevas bolas y poder alimentar así a

sus crías, a sus larvas.

Aparte del bullicio y el evidente peligro que suponía la constante presencia de coches, Lluís tenía dos

enemigos que siempre se burlaban de él. Se trataba de dos bellos y esbeltos podencos, un macho y una

hembra, Judit y Joan. Su dueño los sacaba regularmente a la calle con el fin de que hiciesen sus

necesidades, pero también para que se pudiesen lucir. Los podencos miraban siempre a Lluís con

desprecio; primero lo olisqueaban y, a continuación, lo empujaban con el hocico alejándolo de la bola que

tanto le había costado moldear. Lluís estaba harto, pero sabía que solo era un escarabajo pelotero y no

podía competir con tan bellos animales.

Un buen día, bajo un cielo que amenazaba tormenta y que anunciaba lluvias torrenciales, el

escarabajo pelotero salió como siempre a hacer su tarea. Esa mañana, la bola que Lluís consiguió formar

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era enorme, mucho más grande que él. La bola tenía un tamaño equivalente a cinco veces el cuerpo del

pequeño escarabajo. A mediodía, los podencos salieron como siempre a lucirse y a burlarse de Lluís. El

dueño de los perros los había llevado a la peluquería canina, así que Judit y Joan lucían un estupendo

corte y olían divinamente. Todo el mundo contemplaba su porte y belleza.

Entre burlas y empujones, el escarabajo Lluís consiguió conservar la enorme bola que había formado

a su lado. Los perros no se cansaban de insultar y molestar, hasta que repentinamente algo sucedió...

De pronto, como si los cielos quisieran expresar una rabia contenida, los temibles nubarrones grises

empezaron a rugir y enormes gotas de lluvia de desplomaron con fuerza hacia el suelo. Empezó a llover a

mares, a caer granizo y decenas de rayos desgarraron la atmósfera. Los podencos y su dueño no sabían

dónde meterse. Su corte de pelo, su magnífico cuerpo y sus aires de superioridad no les sirvieron para

nada: aunque intentaron esconderse y huir, la lluvia los atrapó y quedaron empapados y sucios en un

instante.

Mientras todo esto sucedía, Lluís se reía a carcajada limpia desde el interior de su bola de estiércol.

Había hecho un agujero en la esfera y se había metido dentro. Así, tranquilamente, observó calentito y

fuera de peligro cómo los dos presumidos podencos recibían su merecido y pasaban de ser perros modelo

a perros mojados en un santiamén.

Hay que tener, pues, siempre en cuenta, que quien ríe el último ríe mejor.

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