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ENTREVISTAS BICENTENARIAS
Entrevistas a investigadores venezolanos sobre la influencia de la
Independencia Nacional en la sociedad venezolana
Autores: José Useche y Ricardo Zambrano
Año: 2012
La copia original reposa en la Universidad de Los Andes, pues el mismo fue presentado
como parte de una Memoria de Grado.
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Prólogo
Si no hubiera pasado, nadie lo creería. Estábamos allí, hablando por teléfono con
uno de los mayores y más reconocidos escritores del país, y lo más gracioso del asunto, ya
se había negado a la entrevista. Luis Britto García comentaba que, debido a sus múltiples
ocupaciones, se ausentaría de Caracas por unos días. Se conversó con él sobre otras
cosas, aparentemente tenía problemas con la conexión a Internet en su casa, la cual no
podía arreglar y nosotros, algo conocedores del asunto, le guiamos paso a paso, para
hacer que conectara, y si no tenía éxito, el número al cual debía llamar.
Numerosas anécdotas como estas quedarán en la memoria, todas ellas ocurridas en
una de las etapas que más nerviosismo puede presentarles a quienes pretender servir de
detectives en esto de buscar las fuentes. ¿Dónde los ubicamos? ¿Dónde trabajan? ¿Cuál
será su número de teléfono, su correo electrónico, su dirección? ¿Están en Venezuela? O
si se tiene suerte: ¿Estarán en la ciudad? ¿Accederán a ser entrevistados? Estas y más
preguntas se presentaron antes de comenzar a buscarlos.
Se concluyó que debía haber una división de tareas. Cada uno, de acuerdo a sus
posibilidades y sus áreas de trabajo, comenzaría la búsqueda. Uno de nosotros trabajaba
por aquel entonces en el canal del Estado y el otro laboraba en la UCV. En un principio, la
tarea se facilitó por el acercamiento de personas de la academia como Bernardino Herrera
León y Gustavo Hernández Díaz. Ellos, en gran medida, ayudaron a hacer un mapa de la
ubicación de cada investigador: Maritza Montero se podía ubicar en el Instituto de
Psicología; Elías Pino Iturrieta, en la UCAB; Jesús María Aguirre, en el Centro Gumilla.
Poco a poco, de esta forma, fue apareciendo en la mente una especie de mapa que nos
guiaría a cada uno de ellos.
El primero en aceptar fue Jesús María Aguirre. A través del sitio web del Centro
Gumilla, nos enteramos del número de teléfono de su oficina. Con una sencilla llamada,
accedió inmediatamente después de una breve explicación. La cita fue programada para el
19 de octubre de 2010 a eso de las 9 de la mañana.
Simultáneamente se estaba contactando a los demás investigadores, en el Instituto
de Psicología dieron razón de Ana Teresa Torres y Maritza Montero. La primera comentó
que estaba en algunas actividades y por tanto no podría acceder a nuestra petición en los
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próximos días; sin embargo, se estableció realizar un segundo contacto un mes después.
A Maritza Montero se le contactó por correo electrónico. Ella contestó y manifestó su
satisfacción por haberle tomado en cuenta. Nos dio la cita para dos semanas posteriores,
puesto que realizaría un viaje a Brasil.
Luego de entrevistar a Montero, aún quedaba un largo camino, y se entró en una
especie de estancamiento, pues no se había logrado contactar a otros personajes. No
estaban en Venezuela o estaban en otras latitudes del país, nadie daba razón cierta de
ellos, no se encontraban bien de salud, entre otros inconvenientes. Esta fase forma parte
del proceso de selección y descarte que se realiza sobre la marcha, y de ella son
conscientes todos los comunicadores sociales cuyo trabajo es buscar y encontrar las
fuentes vivas de los discursos.
Luego se entrevistó a Ana Teresa Torres. La cita había sido pautada por ella.
Quizás por esto, y debido al sitio de encuentro escogido, no esperaba responder a tantas y
a tan profundas preguntas. Sin embargo, su satisfacción era evidente y su agradecimiento
más; tal vez por ello nos obsequió con un ejemplar de su libro La Herencia de la Tribu.
A Samuel Hurtado se le ubicó por Facebook. Es interesante esto, puesto que en la
Escuela de Antropología no daban razón de él. Sabían que daba clases allí, pero no a cuál
hora ni cuándo. Tampoco dieron número telefónicos ni correos. Buscando y buscando en
el mar de Internet, aparecía una entrada con su nombre y un enlace directo en la cuenta
personal del investigador en la red social. Inmediatamente se procedió a dejársele un
mensaje. A los días contestó y accedió complacido a ser entrevistado.
Entre tanto, aún se buscaba al quien más trabajo dio en cuanto a ubicación,
Edgardo Lander. Ya por aquel momento se esperaba entrevistar a Elías Pino Iturrieta en
una fecha pautada por él, en el Instituto de Historia de la UCAB. Con sencillez y humildad
de padre y consejero, accedió a ser entrevistado. También se esperaba el regreso a
Venezuela de Asdrúbal Baptista, con el cual ya se había entablado conversación después
de la salida del teatro del IESA, donde acababa de lanzar un trabajo de su autoría. Dijo
algo así como: “Tengo que ir a Londres y regreso en un mes. Me buscan”.
Sin embargo, Edgardo Lander no aparecía por ningún lado. Se preguntó por él en
muchos sitios. En la Escuela de Sociología, quizá donde más habría de sentirse su
presencia, no muchos estudiantes le conocían, y algunas personas de la parte
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administrativa ignoraban su número telefónico, su correo y su régimen horario de clases.
Por cosas del azar, uno de nosotros, dando vueltas y merodeando por la UCV, se encontró
con un coterráneo. Sí, le conocía, sabía quién era y cuándo daba clases: dictaba un taller
los miércoles en la mañana, piso siete; había que estar allí temprano para conversar en
primer momento con él.
“Me gusta la idea, pero ando un poco ajustado en la agenda”, dijo Lander. Sin
embargo, la cita la colocó para la semana siguiente, justo después de culminar la cátedra
que impartía a estudiantes de último año de Sociología, Los límites del mundo.
Así de simple fue, aparentemente simple; sin embargo, no todo fue color de rosa.
Hubo complicaciones y también personas que se negaron; otros accedieron a ser
entrevistados, pero no en persona, sino a través de correo electrónico o llamada telefónica,
cosa a la cual no se dio interés, ya que una motivación de realizar este trabajo era
presenciar y vivenciar la experiencia, para lograr englobar, en el texto de la entrevista, el
ambiente en cual se trabajó y la interacción que se generó.
Casi un año después de ese trajín, que fue entrevistar en dos meses y medio a siete
investigadores, aún quedaba en la lista alguien fundamental, Manuel Briceño Guerrero, el
cual, a través de su obra, nos había maravillado en algún momento. Se sabe que vive en
Mérida y que da cátedras libres regularmente en el seno de la Universidad de Los Andes,
pero había que ir hasta la Ciudad de los Caballeros para hacer el contacto preliminar.
Pasaron algunos meses después de aquella experiencia en Caracas, y un día, por
cosa de la casualidad, en un jolgorio típico de jóvenes venezolanos, entre música y
parranda, comentamos el proyecto que realizamos y el interés de hacer una última
entrevista a alguien importantísimo que vivía en Mérida. Nunca hubiéramos imaginado que
entre la audiencia de aquella noche, un muchacho de pelo largo, algo moreno y con
aspecto bohemio, nos fuera a decir: “Ah, yo lo conozco, y también tengo el número. Nos
ayudó a organizar un encuentro de artistas”. Así de sencillo fue. Se le llamó, se planeó el
viaje hasta Mérida, un sábado en la mañana nos atendió, y se completó con ello las
Entrevistas Bicentenarias.
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Jesús María Aguirre
“Si no puedes alfombrar todo el mundo, ponte unas zapatillas”
Ricardo Zambrano
José Useche Pernia
Una Caracas histórica adornaba nuestro caminar pausado, el cual, entre edificios
históricos y centros de poder, avanzaba calle a calle, aquella mañana llena de sol y gente,
en el centro de la capital del país.
Jesús María Aguirre, reconocido investigador de la comunicación en el país, era la
persona seleccionada para comenzar con un ciclo de entrevistas que, buscando entender
a Venezuela, realizábamos nosotros, dos jóvenes estudiantes, con motivo de los
doscientos años del nacimiento de la República.
El Centro Gumilla, del cual Aguirre es director, era el sitio de encuentro para la
reunión con el investigador nacido en tierras extranjeras. Es de origen vasco, lo cual no lo
hace menos venezolano, ya que por muchos años ha trabajado en Venezuela, aportando
en gran medida al desarrollo del país, desde la academia y desde la comunidad.
El tumulto y el ruido de la caótica ciudad se apaciguaron, cuando, ya dentro del
Gumilla, la calma en el ambiente nos relajó, y la ansiedad por comenzar a preguntar se
aplacó, para iniciar muy calmadamente nuestra indagación en el pensamiento y
conocimiento de Jesús María Aguirre.
Con la misma sencillez que mostraría durante toda la entrevista, el profesor e
investigador, sonriendo y complacido por lo que llamó una grata visita, nos dio la
bienvenida, y así, el grupo conformado por entrevistadores y entrevistado, entrarían en la
sala de reuniones del Centro, que aquella mañana durante varias horas, vería el desarrollo
de la primera entrevista de esta serie.
Independencia
En el marco del Bicentenario de la República, la mirada hacia la historia nacional
nos lleva a analizar los hechos de aquellos años, para encontrar, entre los distintos
sucesos que desemboca la Independencia, sus claves o razones.
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La Independencia nos desligó institucionalmente del reino de España, y con el pasar
de los años, el desarrollo de la historia nacional ha bañado de un romanticismo propio de la
época el hecho independentista. Sin embargo, Aguirre señala que las condiciones que
motivan la emancipación de Venezuela no partieron desde un amplio grupo de la sociedad,
contrariamente a lo que ha dicho la historia oficial y tradicional: que fue una gran masa de
gente cansada del yugo español, la cual prestó desinteresadamente sus esfuerzos para
lograr la libertad nacional.
Aguirre resalta que, a pesar de que los nacionalismos están sustentados en razones
biológicas y antropológicas, entre otras, él observa lo siguiente: “El nacionalismo, sobre
todo, lo cultivaron (…) la burguesía, para crear los estados nacionales y crear mercados
más amplios para sus productos”.
Analizando desde ese punto de vista el proceso independentista venezolano, entran
en juego los intereses económicos de aquellos que tenían poder durante esos años, y
empieza a jugar un papel preponderante la fuerza de los poseedores de grandes
plantaciones como el cacao, y a raíz de esto, su empeño de alcanzar la libertad de
comerciar con países distintos al reino de España. “Entonces se van conjugando el tema
de la libertad económica, con una doctrina política basada sobre todo en el contrato social
y las ideas de la Revolución Francesa. Por lo tanto, adiós al rey y la monarquía. Es mejor
constituir aquí un país, y esto permitirá manejar su economía”.
Construyendo nacionalidad
Partiendo de esa lectura del hecho, la creación de un Estado nación venezolano,
basado en preceptos modernos de Occidente, pretendía fundar a Venezuela como una
nación libre, soberana, y fundamentada en el contrato social, la justicia y la igualdad. Pero
ese hecho independentista, deslastrado de la reconstrucción romántica de la historia,
difícilmente nos da una definición de una identidad nacional venezolana.
El investigador nos dice que son muchas las formas para acercarse a una definición
de una identidad nacional. Para definir a Venezuela desde aspectos lingüísticos, se dice
que somos una unidad cultural que habla castellano, pero Aguirre pregunta: “¿Si yo soy
yekuana y no sé castellano? ¿Tengo que renegar de mi nacionalidad yekuana? ¿Quién es
el que decide si tú eres nación o no eres nación?”.
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Este conflicto que nace a la hora de crear una definición que abarque
completamente nuestra identidad, desata la lucha de fuerzas entre los poderes
establecidos, fuerzas políticas y económicas, quienes terminan dando la pauta para el
establecimiento de la definición de nuestra nacionalidad. “En algunos casos,” explica
Aguirre, “un grupo dado, con más fuerza, tiene la capacidad de imponerse, y crea e
implanta los rasgos que definen las características bajo las cuales se rige el Estado
nación”.
Mito, ideología y utopía
Los estados latinoamericanos se formaron territorialmente, tomando en cuenta los
límites imperantes y establecidos durante la colonia. No se delimitaron de acuerdo a un
ámbito específico contenido en una nación. Como consecuencia de esto, los Estados se
ven en la necesidad y se dan a la tarea de crear identidades nacionales, que aglutinen las
aspiraciones, deseos y formas de un país, pero ahí nace el conflicto en que los poderes
establecidos construyen identidad. Y es también ahí donde el Estado nación, desde un
punto de vista cultural, busca crear identidad, porque “le conviene tener una unidad, una
consolidación. Se basan en (…) factor raza (…), otros recurren más bien a factores
lingüísticos”.
En ese proceso de creación de identidad nacional, los poderes que tienen la
capacidad de imponer los rasgos que caractericen esa nacionalidad, impondrán igualmente
enfoques desde los cuales mirarnos. Estos mismos enfoques estarán guiados,
intencionalmente o sin intención, por los intereses de esos poderes, y por los factores que
ayuden a argumentar su accionar en el manejo del Estado nación.
En ese proceso de formación de identidad, Aguirre señala una forma sobre la cual
actúa esa misma creación de una identidad nacional. Esta definición nace a partir de sus
análisis e investigaciones, y se desarrolla en tres etapas: el mito, la ideología y la utopía.
El mito, nos dice Aguirre, refiere al nacimiento, al hecho fundacional de un país: “es
para justificar los cimientos (…); tiene lo que llamaríamos un carácter fundante. La función
del mito es dar sentido al origen de uno (…), como país o como persona (…). Genera una
identidad (…), para entendemos en la relación con la otredad y el otro como individuo,
como grupo y como país”.
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El profesor señala que, al hablar de ideología, no la asume solo en concepción
técnica del concepto, que sería un conjunto de representaciones relacionadas con ideas,
definiciones y cimientos, sino la asume también en su empleo “para justificar el status quo
o la situación asimétrica que hay en el poder (…). La ideología viene (…) a justificar los
poderes instalados”.
Y la utopía es la consecuencia del mito y la ideología encadenados en un relato, el
desenlace esperado de una historia llena de contratiempos y escollos que superar, para la
consecución de un país esperado lleno de felicidad. La utopía “tiene que ver con el futuro,
que es ya la proyección del imaginario. Entonces la utopía es el nuevo lugar (…), las
expectativas que tenemos hacia futuro”.
En esas tres etapas, los poderes establecidos forman el relato histórico, que le da
forma a una nacionalidad unida y compartida por un Estado, que más allá de ser ficticia o
real, es necesitada por el Estado nación para justificar su administración del poder.
El mito de Bolívar
“Bolívar es la figura aglutinante. Yo una vez dije una frase que parece fuerte: „Lo que
más define a Venezuela (…) es la figura de Bolívar‟. Tú (…) puedes meterte con Dios, con
el cardenal, con quien quieras, pero no con el Libertador.” Así nos dice Jesús María
Aguirre, recordando un estudio hecho en 1983, durante la celebración del bicentenario del
natalicio de Simón Bolívar, en donde se analizaba la función política y la función creadora
de identidad, de la figura bolivariana.
El estudio partía de la hipótesis de que la figura de Bolívar siempre ha sido
reconocida como la del padre de la patria, el héroe mítico fundador del país. El estudio
arrojó que la figura bolivariana, en efecto, fungía en todos los discursos como padre de la
patria. Sin embargo, existía en formas distintas para cada uno de los grupos políticos que
hacen vida en Venezuela, al menos tomando en cuenta los años de la etapa democrática.
Bolívar existía básicamente en tres formas distintas. Los socialcristianos concebían
la figura bolivariana como un personaje moral, un líder republicano y católico, humanista y
panamericano, y usaban la figura bolivariana, con citas (creadas por ellos) que exaltaban
atributos como la libertad. Entonces, había posters con la figura bolivariana que decían:
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“(La libertad) celebrémosla todos, trabajando juntos por una democracia eficiente, con fe,
optimismo y confianza, con verdadero amor a Venezuela”.
El discurso liberal, por su parte, hablaba de un Bolívar ilustrado, un librepensador,
un mantuano liberal, masón y universalista, y se valía de citas como: “La sociedad
desconoce a quien no procura la felicidad general, al que no se ocupa en aumentar con su
trabajo, talentos o industrias, las riquezas y comodidades propias, que colectivamente
forman la prosperidad nacional”.
La figura bolivariana tampoco escapó del uso que le dio el discurso marxista, el cual
destacó al personaje como un revolucionario. Su fin era la revolución social, sus esfuerzos
estaban destinados al pueblo de Venezuela, al proletariado venezolano, y sus oponentes
eran las organizaciones burguesas. Era, pues, un Bolívar antiimperialista, lo que el
discurso marxista confirmaba con citas como “los Estados Unidos, que parecen destinados
por la providencia, para plagar América de miseria en nombre de la libertad”.
Es así como la figura de Bolívar, como héroe y padre de la patria, el mito
bolivariano, se ha utilizado para sustentar ideologías sobre las cuales se han guiados
distintos regímenes gobernantes en Venezuela, principalmente desde la etapa democrática
hasta nuestros días.
Al intentar crear la identidad desde los distintos enfoques, nace el conflicto entre los
diferentes discursos que intentan definir nuestra nacionalidad. Pero en ese conflicto de
intereses, la creación de una identidad capaz de englobar a todos, es una ilusión:
“Entonces ahí está la cuestión de buscar consensos en cosas que tengan bases en la
realidad. ¿Qué grado de flexibilidad otorgas tú? (…). Las barreras (…) étnicas se van
superando (…), las barreras lingüísticas no están superadas, las barreras culturales no
están superadas aún (…) en el caso de los yukpas (…). Porque a veces un piensa en eso
es el modo romántico, como si hubiera un eje, una sustancia en el fondo, y no, lo que hay
es las transacciones y negociaciones estratégicas para lograr consensos”.
Problema cultural
Ya enfocado en el análisis de los problemas estructurales que aquejan al Estado
venezolano en nuestros tiempos, Aguirre recuerda la sorpresa de sus primeros años en el
país, en la década de los setenta, cuando descubrió una conducta cultural que le llamó
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mucho la atención, como era desechar todo, botar todo. Resalta, refiriéndose a esa
conducta, que “eso también tiene mucho que ver con la forma en que mantenemos las
cosas. No existe ese pensamiento. Acá, lo que no sirve, pues se bota, se destruye y se
hace de nuevo. Cuando se hace una obra nueva, se inaugura, pero después no se
continúa ni se mantiene en el tiempo”.
Otro ejemplo de los problemas básicos con los que se convive en el país, es la
recolección de basura. Aguirre lo considera un tema al que debe prestarse mucha
atención, ya que este ejemplifica, igualmente, un problema de una conducta cultural.
Según Aguirre, puede verse su génesis en el abandono del campo y la afluencia de la
población rural hacia las ciudades, pues “las migraciones del campo a la ciudad en
Venezuela fueron muy presurosas, muy urgentes. En el campo, la gente vive en armonía
con la naturaleza, el espacio físico es más amplio, en la ciudad no, y de esas migraciones
hay aspectos de convivencia que quizá no se procesaron”.
Por realidades como esas, Aguirre argumenta que los problemas que sufre la
sociedad venezolana, más allá de enfocarse en etapas políticas del país, nacen en otros
terrenos. “Nuestros problemas atienden a características culturales. Esto está vinculado a
un Estado rentista esencialmente, pero también al factor que he nombrado antes, el
fenómeno urbano-rural. Todo eso trae consigo la corrupción, la desorganización, entre
otros problemas”.
Nuestro entorno
A la hora de hablar de soluciones, Jesús María Aguirre no vacila en afirmar que no
hay esquemas o soluciones preconcebidas esquemáticamente, no hay fórmulas aplicables
a cualquier situación para solucionar los problemas sociales. Resalta que el cambio social
debe nacer primero en un cambio cultural, y también debe reformarse la estructura estatal,
cambiando el rentismo para modificar las formas de producción.
Sin embargo, antes de comenzar a desarrollar los grandes cambios en nuestra
sociedad, es indispensable dirigir nuestra mirada hacia los problemas de las comunidades,
esos problemas con los que se convive día a día, porque “pregonamos que queremos
cambiar todo el país, pero somos incapaces de, en nuestro barrio, recoger la basura, de
resolver problemas inmediatos a nuestro entorno”.
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Latinoamérica, y Venezuela en especial, son países donde las desigualdades
sociales son abismales, y para comenzar a estrechar esas brechas sociales, es necesario
ocuparnos de esos problemas básicos antes de pensar en solucionar los grandes
problemas. En palabras de Aguirre, “si no puedes alfombrar todo el mundo, ponte unas
zapatillas. Bueno, si no puedes resolver todo los problemas del mundo, por lo menos, en el
lugar donde esté uno, ahí poner las soluciones, (…) pero si no puedes resolver tres o
cuatro problemas del entorno de organizar y tal, no vas a cambiar a toda América Latina
(…). Eso no viene de milagro”.
Con esa sentencia, que a pesar de su contundencia fue rebosante en sencillez,
Jesús María Aguirre concluía la entrevista que, durante varias horas, ocupó su pensar. Un
trío, entrevistadores y entrevistado, entre preguntas y respuestas, intentamos ahondar y
entender a un país que, doscientos años después de su nacimiento, se observa a sí mismo
con una lupa, para abrir caminos hacia la solución de sus problemas como la nación.
Así fue como, complacidos por aquella mañana que inició la serie, salimos del
Centro Gumilla, pensando en lo mucho que se habló y conoció, para adentrarnos, cada vez
con mayor eficacia, en las ideas y conceptos que han levantado los intelectuales y
académicos para comprender y ayudarnos a comprender nuestro país.
Caminando ya lentamente por el centro de Caracas, bajo el fuerte sol de aquella
mañana que ya se hacía medio día, entre los colectores de basura desbordados y las
frases bolivarianas pintadas en muchas de las paredes del histórico centro, los
entrevistadores vimos terminar una entrevista, que abrió el amplio panorama a explorar
durante toda la serie, ayudando a adentrarnos, cada vez más, en la comprensión de
Venezuela.
Caracas, octubre de 2010
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Maritza Montero
“Aquí, todos somos otros”
Ricardo Zambrano
José Useche
En la farmacia de la esquina nos dijeron que no conocían el lugar, y sin encontrar la
oficina, el tiempo pasaba, mientras caminábamos en todos los sentidos la avenida
Caurimare. Estábamos apurados y preocupados por la hora, pues se hacía tarde para la
cita acordada con la entrevistada de aquella mañana, la psicóloga Maritza Montero.
Una obra extensa y el amplio reconocimiento nacional e internacional de su trabajo,
no nos ayudaban a conseguir el sitio escogido para aquella reunión. Un hogar, perdido en
el largo desfile de casas de Colinas de Bello Monte, una pequeña comunidad, con poco
comercio, dentro de la gran e histórica Caracas.
Una llamada de último minuto y el cercado particular de la casa, nos dieron la pista
final para encontrarnos con la investigadora. Pionera de la psicología comunitaria en
Latinoamérica, y tras muchos años de trabajo, hoy es una autoridad en las ciencias
sociales del país, a la hora de hablar e indagar sobre Venezuela como nación.
Adentro de aquella inmensa casa, nuestra mirada curiosa se pierde entre estantes y
archivos móviles, repletos de toda clase de libros, como si en ese momento, hubiésemos
llegado a la gran Biblioteca de Babel de Borges. Sin embargo, el saludo de bienvenida de
Maritza Montero nos aparta del letargo para comenzar a escudriñar en las opiniones de la
psicóloga, investigadora y profesora, sobre Venezuela, tomando en cuenta que en ese
momento, transcurrían las celebraciones del Bicentenario de la República
Independencia mantuana
Doscientos años han pasado desde que Venezuela logró su independencia
institucional del Reino de España, para convertirse, de este modo, en una República que
se inspira en los conceptos y preceptos de la Ilustración. Este hecho histórico marca el
inicio del momento en que, propiamente constituida como Estado, se empieza a hablar de
una identidad venezolana.
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Pero, antes de discutir la identidad, la psicóloga nos recuerda la naturaleza del
hecho independentista, esto, partiendo de la relectura de los hechos históricos de la guerra
de independencia. Montero nos dice: “Toda la peonada no tenía conciencia de una nación-
estado venezolana. Para ellos era todavía el señor Rey. Por esas razones, en una parte de
la guerra, siguieron a quien respondía a lo que ellos estaban acostumbrados, (…) por eso
siguieron a personajes como Boves”.
Continúa señalando que la gesta de independencia, más allá de las razones que la
motivasen, estaba guiada y alentada desde el discurso mantuano, desde las élites que
ostentaban ciertos privilegios en la colonia, razón por la que hubo gran resistencia en un
inicio, porque una buena parte de las personas que aquí vivían no estaban conscientes del
hecho. Por eso, Montero se pregunta y responde: “¿Cuándo cambia? Cuando aparece la
figura de Páez, que es el equivalente (…) (de Boves), pero del lado de los patriotas”.
Páez, nos dice Montero, es un hombre del llano, de a caballo, que conoce la
peonada. Bolívar no. Bolívar se había terminado de formar en Europa, y allí mismo había
adquirido, al igual que otros próceres independentistas, las ideas revolucionarias que
desembocarían en la guerra y posterior independencia.
Esto suponía de entrada un escollo importante al hablar de una identidad nacional,
que lograse definir a todos por igual, ya que la Guerra de Independencia y nuestra
conformación como República, parten o inician de una segmento de nuestra sociedad,
quienes, influenciados por las ideas revolucionarias nacidas en Francia, se encargaron de
traer la independencia a la América Latina, y en especial, a Venezuela.
Sin embargo, Montero recalca que no quiere con esto valorar negativamente la
independencia, como si esta fuese una acción errónea. Solo quiere decir que la forma, la
génesis y desarrollo de la independencia, hicieron un poco difícil hablar desde un principio
de una identidad nacional, porque partía de una sociedad ya un poco fracturada.
Buscando Identidad
Desde el momento en que se logra la independencia, y los venezolanos toman las
riendas de su andar como país, comienzan igualmente los intentos para definir una nación
estado que no existía, ni durante la colonia, cuando el gobierno y la identificación se
prestaban al Rey de España, ni durante la época prehispánica, ya que en los tiempos en
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que el castellano no fue el medio para comunicarnos en estas latitudes, fueron muchas las
etnias, de múltiples lenguas, que habitaron y gobernaron las regiones de nuestra
geografía.
Montero afirma: “Nosotros éramos un lugar fragmentado en diversas etnias.
Teníamos a los caquetíos, a los caracas, los cuicas y también todas las etnias amazónicas.
No había una organización general con un gobierno central”. La idea de un gobierno
central, nacido y ejecutado por „nosotros‟, comienza a desarrollarse en el imaginario
colectivo, a raíz de la consolidación de la Independencia y el nacimiento de la República.
Entonces, el tema de la identidad era un tema que apasionaba a la investigadora, y
rememorando con una sonrisa, nos confiesa que quiso investigar en sus primeros intentos
cómo nos veía la gente que venía a Venezuela, tomando en cuenta los denominados
viajeros de Indias en la época de la colonia, y aquellos que cruzaron nuestras fronteras y
dejaron registros, durante el siglo XIX e inicios del XX. Así es que Montero relata: “Yo
empecé a investigar en la literatura del siglo XIX, en Humboldt, y hablé con un historiador
para que me ayudara. Me llevó a su oficina, y abrió un escaparate lleno con cajas de
zapatos, llenas con fichas de viajeros, y yo me dije: ¡Dios Mío! Es imposible”.
Esta anécdota la llevó en ese momento a reformular su búsqueda, por lo cual
empezó a investigar cuándo empezamos a definirnos los venezolanos. Esta búsqueda la
llevó a conseguir que, a pesar de que actores históricos como Bolívar hablasen sobre
Venezuela y nuestras especificidades en relación con los españoles, los primeros trabajos
que buscaban realmente definirnos como nación no se encuentran hasta 1890.
En los escritos de esa época, que comienzan a hablar de los venezolanos y a
definirlos, se encontró, nos dice Montero, con aspectos no del todo positivos, ya que se
nos acusa, entre otras cosas, de ser muy soñadores y de sufrir de una cierta ataraxia, de
cierta falta de compromiso a la hora de trabajar. La psicóloga señala que las definiciones
sentenciaban que “no somos totalmente competentes, tenemos muchas cualidades, (…)
pero no son cualidades que sirvan para construir una nación fuerte”.
En un segundo momento, años después, enmarcados en la etapa histórica de la
dictadura de Castro, pero principalmente, durante la dictadura gomecista, la definición que
comienza a hacerse sobre los venezolanos es muy negativa, primordialmente, en la obra
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del sociólogo, historiador y periodista gomecista Vallenilla Lanz. Se empieza a definir a los
venezolanos como violentos, sangrientos, bárbaros, etc.
Vallenilla Lanz, señala Montero, “estaba muy influido por Spencer (sociólogo inglés).
Spencer decía que había como unos períodos históricos, que estaba en primer lugar el
salvajismo, pero del salvajismo se pasaba a la barbarie, (…) y de la barbarie se pasaba al
estado de la civilización. Según Vallenilla, estábamos en plena barbarie, ya habíamos (…)
superado el salvajismo, pero no habíamos salido de la barbarie que fue la Guerra de
Independencia”. De esta definición profundamente negativa sobre el venezolano, se
desprenden también algunos factores positivos, como la valentía, la generosidad y la
capacidad de comprensión.
“No obstante”, continúa la investigadora, en un tercer momento, que va desde los
años del „boom‟ petrolero, hasta hacerse lindante con la década de los noventa del siglo
XX, las definiciones profundamente negativas como las de Vallenilla Lanz, comienzan a
desaparecer, pero ocurre un “efecto ideológico”, en el que las características positivas se
ven contrastadas y anuladas por una parte negativa, entonces, las definiciones cambian y
“ya no somos generosos, sino que somos botarates, despilfarradores; nuestra valentía es
agresiva, y nuestra comprensión no es sino desidia”.
Estos tres períodos de definiciones que desde 1890 venían creándose, al menos en
la obra de los estudiosos e intelectuales que se ocuparon en tratar de definir al venezolano,
tendrían varias consecuencias. Sin embargo, a pesar de las definiciones negativas, nos
dice Montero, hay un concepto, que nacido a principios del siglo pasado y sustentado en la
pluma de Vallenilla Lanz, continuaba presente en nuestro imaginario, incluso en los años
noventa, cuando ella, a través de investigaciones, se lo ha encontrado.
El gendarme necesario
A raíz de las definiciones negativas, principalmente la de Vallenilla Lanz, quien fue
el ideólogo de la dictadura gomecista, se fue implantando la idea de que la única forma de
controlar y enrumbar la sociedad venezolana era por medio de una mano dura, capaz de
imponer el orden. Es la tesis del gendarme necesario, formulada igualmente por Vallenilla.
Nos dice con asombro la psicóloga que, incluso en investigaciones de los años
noventa, los venezolanos seguían contemplando, como forma o camino para mejorar
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nuestro país, una mano dura que controlara Venezuela. Montero dice: “la gente decía que
había mucho desorden en Venezuela, que las cosas no funcionaban (…) y que eso
justificaba una dictadura buena”.
Los resultados de las investigaciones decían que la figura de Pérez Jiménez era la
más recurrida, a la hora de considerar la idea del gendarme necesario, ya que a este
siempre se le han atribuido grandes obras. No obstante, nadie mencionaba las limitaciones
a la libertad, los abusos de poder, las persecuciones del gobierno de Pérez Jiménez.
Venezolanos sobre Venezuela
La psicóloga nos dice: “Los venezolanos siempre decimos que Venezuela no sirve”.
Con esto hace referencia tanto a estudios directos sobre la opinión de los venezolanos,
como también a la ya mencionada idea del gendarme necesario, en la que la necesidad de
una mano fuerte se piensa primordial para hacer funcionar el país, ya que los venezolanos,
en su mayoría, están impedidos para lograrlo.
En igual sentido, nos dice la investigadora que los venezolanos tenemos una
tradición de negación de nuestras capacidades. Según su opinión, una razón posible de
esas negaciones puede ser causada o ve su origen en “nuestros antepasados indígenas,
(que) no tenían una estructura fuerte, digamos, unas estructuras de organización fuerte, no
las tenían, eran cazadores, pescadores y recolectores. Solo los Timoto-Cuicas habían
comenzado a terracear y sembrar”.
Al toparse con esa tradición de negación, descubre un sentimiento de minusvalía
nacional, que resulta, según su opinión, profundamente negativo para el desarrollo del
Estado, porque se forma la idea de que lo propio es malo y defectuoso, y lo extranjero, por
antonomasia, es lo bueno. Recalca Montero que ese sentimiento “lo compartimos con
muchos otros países de América. Es muy marcado en Venezuela, quizá, porque es mi país
y el que conozco mejor, pero lo he encontrado en colombianos, lo he encontrado también
en chilenos, lo he encontrado en el Perú y lo he encontrado en los argentinos”.
En este sentimiento de minusvalía también se fundamenta el nacimiento de una
desconfianza del venezolano hacia sí mismo, y por ende, la búsqueda del venezolano para
desarrollarse se sustenta en un factor distinto a la confianza en el colectivo, elemento
requerido, según la psicóloga, para el desarrollo de un Estado moderno.
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Motivación humana
Montero recuerda, entre sus lecturas, una investigación realizada en los años
sesenta por una psicóloga de apellido Curiel, en la que, siguiendo teorías de un psicólogo
estadounidense, observó cómo los venezolanos establecen una particular organización de
las motivaciones humanas.
Estas motivaciones son, en primera instancia, la motivación de logros, en segundo
lugar, la de poder, y en tercero, la motivación afectiva. El venezolano, nos dice la profesora
recordando el estudio de Curiel, asume esas motivaciones en forma contraria, empezando
por la motivación afectiva, a la que sigue la de poder, y en último lugar, la motivación de
logros.
Montero nos dice: “Conseguir cosas y organizarse para eso, no es la motivación
fundamental (…), no nos organizamos salvo para lo que, si vemos, es la organización para
la corrupción”. De allí, resalta la profesora, también nace la tradición de amiguismo y
nepotismo en los gobiernos venezolanos a través de la historia.
Corrupción y violencia
A partir de esa definición, que Montero considera fundamental para comprender
nuestras relaciones sociales, se entienden problemas coyunturales que atraviesa la
sociedad venezolana desde hace muchos años hasta la actualidad, ya que “la motivación
de afecto, afectiva, ha privado sobre todas las cosas; inclusive, es parte del sistema, del
único sistema organizado, que es el sistema de la corrupción”.
La violencia es otro de esos problemas, alimentado por la falta de confianza que los
venezolanos tenemos de nosotros mismos. Además, sumado al aspecto psicológico ya
referido, Montero recuerda que el poder de la fuerza, el poder ejercido por el armamento
sobre el individuo, es otro factor que suma a la violencia, ya que, a través de estudios, se
ha demostrado que quien posee un arma posee igualmente la necesidad de usarla. En
este contexto, la psicóloga también señala la importancia del factor Estado en la formación
de la violencia, y sentencia: “¿Por qué hay tanta violencia? Porque se permite, no hay
castigo a la violencia”.
Pero esta violencia, nacida en la desconfianza, también encuentra una causa
primordial en la insatisfacción, y así, Montero señala que: “hay insatisfacción, las personas
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no tienen el trabajo que desean, no tienen la seguridad que desean, entonces (…) una
forma de luchar contra la inseguridad, es generando más inseguridad”.
Recordando un libro llamado Todos Somos Uno, Montero define, en una frase, el
conjunto de ideas que conviven entre los venezolanos, y mediante las cuales se
desarrollan muchas de nuestras conductas sociales, que desembocan en nuestros
problemas como país. “Aquí, todos somos otros, y otros no aceptados, es eso”.
Compromiso y participación
En este concepto de participación comprometida o compromiso participativo, idea
transversal en la obra de Montero, y en su trabajo de Psicología Comunitaria se
fundamenta la apertura de un espacio para las soluciones a los problemas que nos afectan
como sociedad.
Montero, con su experiencia, resalta que: “La base psicológica de todo trabajo
colectivo es la confianza, porque nos comprometemos, y al comprometernos hay
participación”. Cuando ese compromiso se ve socavado en su fundamento, en la
confianza, este se tambalea, porque introduce elementos que distorsionan la consolidación
y desarrollo de ese colectivo, ocasionando que cada grupo intente imponer sus intereses,
sobre los intereses del colectivo.
Por eso, nos dice la Psicóloga e investigadora Maritza Montero, la búsqueda
primordial de nuestra sociedad debe ser la confianza entre nuestro colectivo, lo que
sentará las bases para paso a paso, ir cambiando el sistema de ceguera, corrupción y
confabulación que se desarrolló en Venezuela. “Tenemos que tener confianza los unos de
los otros (…), confianza, participación comprometida y compromiso participativo, y si no se
tiene confianza, eso es imposible”.
Estas palabras cerraron la entrevista, pero retumbaron con fuerza y estruendo en
nuestra memoria. Luego de varias horas de conversación con la experimentada y
reconocida psicóloga, partimos de aquella casa convertida en inmensa biblioteca, los
saberes y conocimientos de muchas culturas, razón por la cual la psicóloga,
despidiéndose, nos descubre su deseo de hacer de aquella biblioteca un patrimonio
colectivo, donde cualquiera que desee investigar tenga acceso a esa información.
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La particular reja que nos guió en un principio, se cerraba detrás de nosotros
mientras nos despedíamos de Montero, quien nuevamente, con una sonrisa característica,
nos veía escapar por la larga recta de la avenida Caurimare. Nos alejamos entre los pocos
comercios que aparecen en aquella zona residencial del sur de Caracas, donde nuestra
serie de entrevistas vio su segundo capítulo.
Caracas, octubre de 2010
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Ana Teresa Torres
Del imaginario bélico al imaginario cívico
Ricardo Zambrano
José Useche
El vagón del metro, atrapándonos, estaba detenido entre las estaciones de Plaza
Venezuela y Sabana Grande. Agobiados por el calor abrasador, temíamos una
impuntualidad que, además de atrasar las entrevistas, nos harían quedar muy mal, sobre
todo, siendo un par de noveles comunicadores que apenas comienzan su vida profesional.
Sin más que hacer que respirar y mirarnos dentro de aquel vagón detenido, la
imagen de Ana Teresa Torres sentada en espera de nosotros, unos entrevistadores
impuntuales, se dibujaba en nuestras frentes preocupadas, y así veíamos, en el pasar de
los minutos, el desarrollo de una tragedia de la que no podíamos ya librarnos.
Esta escritora venezolana, quien a pesar de estudiar Psicología, ha dedicado su
vida profesional principalmente a la literatura, nos esperaba en una panadería del Este
capitalino, donde, en medio de su apretada agenda, había resuelto encontrarse con
nosotros, quienes a esa hora, sentíamos, luego de una eternidad, cómo comenzaba de
nuevo a avanzar el vagón del metro.
Minutos después, y agitados, aparecimos en el sitio de encuentro, buscando, entre
todos los presentes, algún rostro molesto y solitario que juzgara nuestra falta, para así, con
esa pista, dar con el rostro hasta ahora desconocido de Ana Teresa Torres.
Ese método no funcionó, así que, como buenos entrevistadores, preguntando a
diestra y siniestra, dimos por fin, en medio del ruido y la gran cantidad de personas en el
lugar, con la escritora Ana Teresa Torres. Comprendiendo amablemente las vicisitudes de
una ciudad caótica, Torres nos recibió en su mesa para comenzar a hablar sobre uno de
los temas que ha ocupado su obra: Venezuela.
Nace la República
“Venezuela existía antes, Venezuela no nace el 5 de julio (…), nace la República,
pero había una Venezuela anterior, una Venezuela que había tenido tres siglos de
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existencia, (…) pero en ese momento de la Independencia, ya a finales de la guerra, en
1830, cuando comienza la República, se ha producido una ruptura y se produce lo que
sería como la creación de la Nación”. Así nos dice la escritora, adentrándose de a poco en
el tema de la construcción de una identidad que nos sigue hasta hoy.
Venezuela, a pesar de ser catalogada como una Capitanía General durante los
últimos años de la colonia, no estaba totalmente integrada entre sí. Torres señala que
nuestras ciudades, en gran parte, estaban físicamente incomunicadas, lo que levantaba
barreras a la integración comercial, pero, principalmente, a la integración en términos
culturales. Las diferencias en términos culturales se acrecentaban, no solo por las
distancias y dificultades geográficas, sino también por el tipo de sociedad existente,
dividida en distintas castas.
El conjunto de diferencias culturales, continúa Torres, que eran producto de las
divisiones y diferencias reinantes en la sociedad que se formó en estas tierras, hicieron
difícil que, a la hora del hecho independentista, existiese una identidad nacional, es decir,
una identidad que abarcara todo el país y sentara las bases para que el Estado
evolucionara en una misma vía. Por ello, la República inició la empresa de construir y darle
forma a esa nueva identidad nacional, que vino a fundamentarse sobre la idea de la
Independencia. Entonces, la escritora se pregunta: “¿Sobre qué base se produce esa
Nación? Se produce sobre la base de todo lo que es el imaginario independentista. El
imaginario independentista es lo que une a todos esos venezolanos que no estaban tan
integrados entre sí”.
En medio de la ruptura que supone la creación de la nueva nación, la
independencia, más allá de ser parte del proceso de la creación del nuevo Estado, se
convierte en el hecho importante del nuevo país, y se transforma, durante la formación de
la identidad nacional, en el hecho común que nos une a todos como Nación. Pero ese
hecho, nos dice Torres, que aglutina a los venezolanos, está fundamentando en el
imaginario de una guerra. “Es un imaginario bélico, es un imaginario de batalla, de que una
parte del país ha triunfado contra otra parte del país, que es la que representaba a España,
los intereses de la corona”.
La escritora continúa explicando que la creación de una identidad en torno a un
imaginario bélico planteó un primer problema, ya que nuestra nacionalidad, lo que nos une
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y hace comunes unos con otros, se fundamenta en una ruptura violenta, donde se exalta y
agiganta la figura de los héroes, y en este caso específico, la figura bolivariana.
Torres dice que, como nuestra identidad se va creando sobre la figura de un héroe,
es decir, sobre la exaltación de la gloria, sobre el soldado que triunfa en la guerra, nace en
ella un cuestionamiento: “¿Qué pasa entonces con las personas que no son soldados, ni
quieren ser heroicos, simplemente son ciudadanos? Solo quieren trabajar, hacer su
familia”.
Los héroes y las instituciones
Torres nos dice que, a raíz de este agigantamiento de la figura del héroe, se va
creando un sistema de valores que valora en primer sentido lo heroico, dejando
abandonado en un segundo lugar lo ciudadano, y termina así por restarles valor a las
instituciones y a su labor para el fortalecimiento y consolidación de un estado eficiente.
“¿Quiénes son los que hacen las instituciones? Los que hacen las instituciones no
son los guerreros, los militares, los soldados, los héroes. Ellos no hacen instituciones, las
instituciones las hacen los ciudadanos”. Así nos dice Ana Teresa Torres, para develar y
poner sobre la mesa ideas sobre las que se formó nuestra identidad, y que aún, resalta la
escritora, permanecen en nuestro imaginario colectivo, provocando a nuestra
institucionalidad la ineficacia que le ha caracterizado.
Otro problema señalado por la escritora es que, producto de la exaltación del héroe,
del ideal heroico, este se ha ido como transformando, hasta convertirse y disgregarse en
las conductas y rasgos que caracterizan a un héroe, como puede ser la búsqueda solitaria
del cambio, por lo cual la idea del héroe se transformó en la exaltación de la idea del
cambio, creando un pensamiento donde todo aquello que implica un cambio radical, es
bueno por naturaleza. La escritora no comparte esta idea, argumentando que cambiar las
cosas no significa necesariamente cambiarlas para bien.
La escritora continúa desarrollando la idea diciendo que esta exaltación del cambio,
de romper con lo que se va haciendo, choca con la idea de construcción de las
instituciones, que se forman a través del tiempo y con el trabajo y consenso de los
ciudadanos. Sin embargo, en nuestra creación de identidad, en nuestro imaginario, la idea
del cambio tiene alta ponderación, por lo que Torres señala que “La idea de la
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Independencia, el propósito no era para hacer una guerra, el propósito era construir una
República, (…) pero resulta que quedó como que el propósito más importante era la guerra
y haber triunfado en la guerra, esa es como la gran gloria del venezolano, (…) haber
triunfado en la guerra. Eso pasó hace más de doscientos años y ya no tiene nada que ver
con nuestra realidad cotidiana”.
Otro aspecto, relacionado con la influencia del imaginario independentista en la
creación de nuestra identidad, es la conducta social en la cual se desvalorizan las
manifestaciones propias, las nacidas en Venezuela. La historia se escribió con un tinte
romántico, y en esa estructuración del relato histórico, la Independencia, nos dice Torres
con algo de sarcasmo, se tomó como el inicio de un país llamado a la gloria, utópico, en el
que no se ha podido convertir por obra y gracia del venezolano. Esa idea permanece en el
imaginario venezolano, y es, según la escritora, una de las razones por las cuales el
venezolano no valora sus manifestaciones culturales.
Torres explica que: “Entonces esa idea de la gloria, de que este era un país llamado
a la gloria, yo creo que tiene que ver con esa reacción donde nada es suficiente. (…) Tú te
estas planteando una utopía, (…) vas a cambiar el mundo, (…) las pequeñas cosas
comienzan a perder valor”. En efecto, el país tuvo su momento de gloria con la guerra,
pero esta gloria ha quedado en el pasado, no ha vuelto a materializarse, y al situarnos en
el presente, el país se ve muy pequeño al compararlo con la utopía creada en nuestro
imaginario. Ahí, nos dice Torres, se observa la conducta de no valorar lo que se va
construyendo en las distintas áreas de la vida colectiva.
Cultura cívica
Dejando a un lado la mirada hacia la historia, Ana Teresa Torres comienza a
vislumbrar, desde sus conclusiones, caminos que llevarán a consolidar, a largo plazo, la
institucionalidad de un país. Esta institucionalidad, según la entrevistada, deja mucha
brecha entre el decir y el hacer, lo que le impide a nuestro país convertirse en un Estado
mucho más eficiente y justo.
Resalta Torres que no considera inexistentes los valores cívicos en nuestra
sociedad, sino que, en la creación de nuestra identidad y en nuestro imaginario, se
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encuentran en un segundo plano estos valores, por debajo del valor del héroe y las
hazañas heroicas, fenómeno sobre el cual, opina, es necesario un cambio.
Para Torres, el cambio consiste, primero, en políticas de Estado que resalten, más
que los valores de la batalla y la independencia, los valores cívicos, los cuales, en su
opinión, son más útiles y funcionales para la formación de una sociedad estable, con
instituciones fuertes y capaces de sostenerse en el tiempo, para así colaborar con la
evolución del Estado y la nación.
Ahora, dirigiendo su mirada a la transformación de las instituciones como tales, se
enfoca en las instituciones de educación formal, las cuales, según su opinión, deben tomar
conciencia de esta situación para fomentar, desde sus aulas, el cambio necesario para la
formación de una cultura cívica, que esté por encima de la exaltación de las figuras e ideas
heroicas. Porque doscientos años después, dice Torres, “se siguen sosteniendo en
enseñar a las nuevas generaciones, los valores heroicos que llevaron a la Independencia,
o, si vas recorriendo el resto de la historia, los valores heroicos que llevaron la lucha contra
la dictadura de Gómez, la dictadura de Pérez Jiménez y algo así, pero muy poco los
valores del ciudadano común, muy poco los valores de los artistas, de los creadores, de los
científicos, es decir, de las personas que construyeron el país de distintas maneras”.
Por último, la escritora resalta que la acción implementada desde el Estado
venezolano a través de la historia, donde se busca la creación de una identidad nacional
que nos una a todos, es una acción fundamentada en una idea ilusoria, a la cual no ve
beneficio, porque “las personas, los grupos, tienen identidades distintas e intereses
diferentes; no tenemos que ser iguales, lo que tiene que haber son unas reglas de juego,
respeto por unas normas que son colectivas, (…) pero esa idea de que tenemos que tener
una identidad todos iguales, (…) es imposible”.
El café se acabó, el ruido de la calle volvió a sentirse luego de que las voces se
silenciaron en la mesa. La agenda de la escritora exigía otros escenarios y personas, y
nosotros, satisfechos, agradecimos a la escritora de La Herencia de La Tribu por la
fructífera conversación.
Ella, apurada por sus compromisos, se fue entre el tumulto de la tarde caraqueña,
mientras nosotros, ya calmados y sin prisa, caminábamos hacia el metro. Este, como
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burlándose con la ironía, funcionaba a la perfección, tanto, que al ingresar a los vagones,
hubo posibilidad de hacer todo el trayecto de regreso cómodamente sentados.
Una entrevista más se sumaba y seguía consolidando la serie en que, en cada
ocasión, los conceptos e ideas sobre Venezuela se iban haciendo más claros y profundos,
y el croquis de una sociedad se delineaba cada vez más nítidamente, pero sin que aún las
puntas de la línea del contorno se buscasen para cerrarse. Sin embargo, el espectro de
ideas se hacía cada vez más amplio, dando una visión panorámica de un país que celebra
los doscientos años de su nacimiento como República.
Caracas, noviembre de 2010
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Samuel Hurtado
“La sociedad es la ley, y no el amor o el odio”
Ricardo Zambrano
José Useche
Perdidos, deambulando por los distintos escenarios que presta la Universidad
Central de Venezuela, dos entrevistadores buscábamos, llenos de interrogantes, al
profesor y antropólogo Samuel Hurtado, un español de Castilla que ha adoptado esta tierra
no sólo como su hogar, sino también como el ámbito cultural que estudia y al cual
pertenece desde hace más de cuarenta años.
Los segundos pasaban, el sol emergía y se dejaba ver a través las ramas del gran
patio. La mañana era fresca y nosotros, la pareja de curiosos, por fin nos encontrábamos
frente a la Escuela de Antropología, sitio destinado para la reunión con este destacado
académico hispano venezolano, que ha prestado gran parte de su esfuerzo y sus años a
estudiar a Venezuela para lograr entenderla.
Rayan las ocho en el reloj, y parados frente a la puerta que da acceso al salón de
profesores, nos encontramos al fin con el reconocido antropólogo. A pesar de la cita
programada, nos da la bienvenida sorprendido, como si hubiese olvidado el compromiso
del encuentro. Sin embargo, luego de recordarle nuestros motivos para estar ahí, no logra
escabullirse de los asuntos que en ese momento dominan su pensar, y abstraído del tema
que ocupará la entrevista, escapa unos minutos para terminar lo que venía haciendo.
Juntos de nuevo en la sala de reuniones, y en torno a una mesa redonda que no
produce mayor distancia, entre nosotros y el entrevistado, que la nacida entre su
conocimiento y nuestra curiosidad, comienza la entrevista. “¿Cómo podemos definir a
Venezuela?”, lanzamos de entrada, y el profesor salta asustado y comenta entre risas:
“Bueno, ustedes me ponen aquí como en una situación como que tengo que salir corriendo
a la biblioteca a estudiar”.
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La independencia y la identidad
“Vamos a romper con mi abuelo”, comenta un poco sonriente el profesor Hurtado,
planteando que es a través de esa premisa como se desenvolvió la idea independentista, y
por ende, la creación del nuevo país, de la nueva República, que fomentaba el desarrollo
de un Estado moderno. Sin embargo, en esta idea que conlleva el hecho independentista,
hay un aspecto sobre el que hace énfasis el profesor.
Fueron trescientos los años en que Venezuela perteneció al Reino de España,
primero, como Provincia de la Nueva Granada, y luego, como Capitanía General del mismo
reino. Por eso, el romper con una cultura que en trescientos años se iba formando, era una
empresa poco más que imposible, más allá de que la independencia de hace doscientos
años marcara una nueva forma de organización y una nueva institucionalidad. Ante esto,
Hurtado plantea una situación que considera impracticable: “¿Cómo dejamos de pensar
como nuestros abuelos de la noche a la mañana?”.
El discurso, resalta el antropólogo, era: “Sean españoles, y ahora sean
venezolanos”. Esto, fue una muy abrupta ruptura, dice Hurtado, y a partir de ese momento,
comienza la búsqueda de una nueva identidad, pero resalta que la identidad no se
entiende de esa forma, la identidad se consigue y se entiende en “la identidad como ir
haciendo y un poco también como el deber ser”.
Como consecuencia de esa ruptura con el Estado y las instituciones españolas, la
creación de esa nueva identidad, a través de los códigos de la nueva República, supuso a
su vez una nueva ruptura, ahora, entre el hacer y el deber ser en Venezuela.
Esto ocurrió, dice el profesor, porque la cultura “es inalterable (…); puede lograr que
entren nuevos elementos en difusión, pero una cultura no elimina a la otra”. Por eso, afirma
igualmente que nuestra cultura nunca ha sido española, siempre ha sido americana, con
los nuevos elementos que durante trescientos años fueron amoldándose en nuestra cultura
caribeña.
Por eso, nos dice Hurtado, a pesar de que nuestra trayectoria histórica nos defina a
través del tiempo con distintas banderas: primero fuimos caribes; después la conquista nos
haría españoles; luego, Bolívar logró, en medio de la Independencia, hacernos
colombianos; y al final, Páez terminaría por hacernos venezolanos. A pesar de esa
trayectoria histórica, nuestra cultura ha sido desde un principio americana, adecuando y
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dejando entrar en difusión los nuevos elementos que conforman nuestras raíces culturales,
tanto españolas y europeas, como africanas.
El mito
“Claro”, nos dice el profesor hablando de nuestra identidad, “sí se puede entender,
pero hay que fijar un poco cierto denominador común, en donde se consiguen esos
sentidos”. Continúa explicando que podemos buscar en la telenovela, en la vida real, en el
discurso del líder o en el discurso del vecino con el vecino, en todo ese conglomerado de
manifestaciones de nuestra cultura, deben buscarse las claves que nos den el fondo de lo
que somos, la infraestructura que genera nuestras estructuras, y esa infraestructura
creadora y generadora es el mito.
“El mito nos da el sentido, es el sentido, el significado”, afirma Hurtado, mientras
explica en qué manifestación él ha encontrado el mito en nuestra cultura. Rememorando,
nos lleva entre sus recuerdos a la primera noche de fin de año que estuvo en Venezuela,
cuando, en medio de una reunión, pasadas las doce de la noche, entre el alboroto y el
ruido festivo, una muchacha lloraba consternada por no abrazar a su madre en punto de
las doce, hecho que a él le pareció muy extraño.
“El rito”, nos dice con la calma que le caracteriza, “el rito de año nuevo es la fiesta
cultural que resalta nuestra creación mítica, la madre”. El antropólogo continúa explicando
que, en torno a ese momento, cuando termina el año y comienza otro nuevo, y, sobre la
figura de la madre, se enfocan nuestras canciones y tradiciones decembrinas, y señala
que: “más que una fiesta histórica, es una fiesta cósmica”, que no se mide con el tiempo
cronológico del reloj, se refiere al tiempo simbólico, al inicio del tiempo, el nuevo
nacimiento. Resalta Hurtado que es ahí, en ese momento, donde debes abrazar a tu
mamá, eso dice el rito, y a raíz de eso, “después entendí que por eso lloraba aquella
chica”.
En nuestra cultura, continúa Hurtado, la madre es un tótem, el padre pasa a
segundo plano. La madre es la jefa del hogar, de la familia, es la familia en sí. Así resalta
que: “si hay algo consistente en Venezuela, algo duro en términos del ethos cultural, es la
figura de la madre”.
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En todas las culturas, la figura de la madre es de gran importancia, pero, en
Latinoamérica y en Venezuela, que es la principal área de estudio del profesor, “la figura
de la madre es gigante, es una diosa”. Esta idea es fundamental para adentrarse en la
obra de Hurtado, y principalmente, para comprender uno de los conceptos más
importantes de los estudios del antropólogo.
La matrisocialidad
Como se dijo antes, en la búsqueda de definir dónde se encuentran los sentidos de
nuestra cultura, el rito sirvió al profesor como manifestación para cumplir el cometido de
develar el mito que rige nuestro quehacer en la realidad, nuestra dinámica societal. Ahí,
encuentra la gigantesca figura de la madre en nuestra cultura, punto de partida, mediante
el cual Samuel Hurtado define y sustenta nuestras formas de actuar ante la sociedad, lo
que, en su opinión, conlleva los problemas de Venezuela como Estado, como sociedad.
La matrisocialidad, idea transversal de la obra de Hurtado, es ese concepto del cual
se desprende un amplio conjunto de ideas sobre las formas imperantes en nuestra cultura,
que contrastan, en cierta medida, con las ideas de progreso y desarrollo establecidas en
Occidente. Todo esto, partiendo desde esa infraestructura generadora mítica.
Con la certeza que le dan los años de vida y trabajo en el área, el profesor explica:
“La matrisocialidad es una metáfora hecha con madre y sociedad, matrisocialidad, para
decir que (…) la sociedad no puede ser una madre, no es una familia, la sociedad no
puede ser una familia, la sociedad es la sociedad, es la ley, y no el amor o el odio”. Así
comienza Hurtado a profundizar en el complejo matrisocial, concepto mediante el cual él
define nuestro andar errante como sociedad moderna.
Partiendo desde el mito de nuestra cultura, y la preponderancia de la figura materna
en nuestro imaginario colectivo, la sociedad, dentro de su estructura, va adquiriendo esas
formas de interactuar, creando un abismo entre la sociedad que somos y la que queremos
ser de acuerdo a nuestras leyes, nuestras reglas y compromisos.
El antropólogo continúa exploniendo que la diferencia entre las formas de nuestro
mito cultural y el país que nos planteamos, radica en que el mito cultural nos impone una
conducta característica. Hurtado explica esa conducta diciendo que: “la figura de la madre
es muy hacia adentro, muy hacia el grupo, muy hacia el combo, hacia el clan, y eso es lo
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duro en Venezuela, el cono familiar. En cambio, abrir ese combo hacia afuera es difícil,
porque la sociedad en este caso es un gran vientre, la madre es como un gran vientre, y
entonces, ahí trata de, digamos, acomodarlo todo, rumiarlo todo, masticarlo todo”.
En medio de esas formas que nacen en nuestro mito, se sustenta de igual manera,
resalta el profesor, un individualismo que se percibe en nuestra dinámica social, y que
desemboca en que no se logre alcanzar un país societal moderno, donde cada uno debe
perder un poco, para que todos ganen mucho.
Estos problemas que radican en la forma que tenemos de organizarnos o no
organizarnos dentro de nuestra sociedad, dice Hurtado, están influenciados principalmente
por lo que él ha denominado el complejo matrisocial. Sin embargo, aclara y deja sentado
que no quiere ser malinterpretado como en otras ocasiones le ha ocurrido, o sea, no quiere
decir que tener una madre es malo. Resalta que “el asunto no es tener mamá, tampoco el
asunto es tener cultura, toda cultura es positiva, toda cultura daña y cura (…). ¿Cuál es
nuestro problema? El complejo matrisocial, un complejo que tenemos. ¿Qué significa ese
complejo? Que queremos las cosas volteadas, decimos una cosa y hacemos otra”.
Estas conductas, dice Hurtado, se ven reflejadas en nuestras estructuras, en la
forma como buscamos que el Estado funcione, alargando la brecha entre el decir y el
hacer. Así tenemos que: “decimos que producimos y es mentira, lo que hacemos es
importar; decimos que nos casamos y no nos casamos, nos juntamos; decimos que somos
tolerantes y nada de tolerantes (…); decimos que nos comprometemos y no nos
comprometemos, entramos en complicidades; decimos que tal y no hacemos”.
Consentimiento y resentimiento, el conuco
Al profundizar en este complejo matrisocial, se desprende un factor importantísimo
para la comprensión del concepto, y de actitudes nuestras, que han marcado el desarrollo
de nuestra sociedad. Este factor refiere a nuestro mundo psíquico, a nuestro imaginario,
donde se plantean las motivaciones de nuestro hacer.
Más de veinte años, nos confiesa el profesor, le llevó completar esta definición que
rige nuestro hacer en la realidad. Esos veinte años de alimentar ese concepto, se cerraron
un día cuando, al escuchar Hurtado a un periodista hablando sobre Latinoamérica, este
comentó que el problema de la región no era cuestión de políticas de derecha o izquierda,
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sino el hecho de que tuviésemos tanto resentimiento. Ese pequeño detalle le dio la clave
para completar la definición del venezolano y cómo asume o no asume su responsabilidad
con la sociedad.
Hurtado continúa explicando el intrincado concepto, recordando los resultados de
sus estudios: “Entonces con eso me conseguí, que el venezolano ni ama ni odia a su
patria. La relación que tiene con ella, con el estado, está basada en el consentimiento y el
resentimiento, una relación más primitiva por la naturaleza de esos sentimientos”. Esa
idea, sigue explicando, es clave para entender el complejo matrisocial que nace en nuestro
mito cultural, porque “¿qué tiene que ver la madre con el hijo? Consentirlo. ¿La madre ama
al hijo? No, lo consiente, porque el amor es una cosa muy secundaria, de mucho trabajo.
El amor está con el deber ser, los padres se sacrifican por sus hijos, en el sentido de que
saben ellos que deben sacrificarse (…), ahí es donde comienza el amor. Si solamente lo
consiente, es placer, no es realidad”.
En esta característica del complejo matrisocial que rige nuestra dinámica societal y
permea nuestras estructuras, señala Hurtado que se generan, en buena parte, las brechas
abiertas entre nuestro hacer, dictado por nuestro mito cultural, y nuestro deber ser,
planteado en los códigos escritos que constituyen nuestro Estado, nuestra República.
En esta característica de nuestra cultura americana, también converge una
conducta que se manifiesta en cómo nos relacionamos con nuestra tierra, con nuestro
entorno. “Nuestras élites nunca han producido, ellos solo disfrutan de nuestro país”, nos
dice el profesor desde su mirada antropológica, sentenciando que nuestras élites
dominantes, ya fuesen indígenas, españolas, colombianas o venezolanas, siempre han
sido recolectoras. “Somos recolectores, nuestro improntus conuquero nos sigue; dejó de
funcionar, digamos, el conuco como unidad productiva, pero la cuestión (…) del esquema
de hacer, nos sigue”.
Este aspecto resalta a la hora de ver las vías de desarrollo de nuestra sociedad. La
condición de recolectores nos acompaña, dice Hurtado, ya sea desde el conuco, o en la
colonia, con el cacao y otros frutos, y desde que se le conoció en el país, con el petróleo.
Esa condición nos sigue y tiene sus raíces, explica Hurtado, en la relación que tenemos
con la realidad en la cual vivimos, nuestra sociedad, que no se mueve entre el amor y el
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odio, fundamento para el sacrificio y el trabajo, sino entre el consentimiento y el
resentimiento, fenómeno que ve su consecuencia en el disfrute casi hedonista del país.
Estas ideas y conductas que se contradicen desde un inicio con nuestra constitución
como República hace doscientos años, hacen que los problemas estructurales de nuestra
sociedad no se solucionen fácilmente, y tampoco, resalta el antropólogo, será trabajo de un
solo gobernante, sino años de desarrollo de nuestra sociedad.
Del ser al deber ser
“El colectivo debe entrar un poco en razón (…). La historia ha mostrado que grandes
líderes (pueden cambiar cosas), pero también, no solamente ellos, (…) pues ha tenido que
sacrificarse todo el pueblo”, nos dice el profesor mirando hacia el futuro, describiendo en
su opinión, las vías para liberarnos de este enredo lleno de contradicciones en que hemos
convertido nuestra sociedad, lo que a la larga, abrirá espacio para las soluciones, para
lograr un estado societal. Además, resalta Hurtado, también las instituciones más
importantes de la sociedad deben entrar en razón, empezando por la familia, que debe
pasar a ser una mancomunidad, que sean cónyuges y exista el compromiso.
En ese mismo sentido, habla de la importancia de la figura del hombre y la mujer en
el desarrollo de esas instituciones. Por eso afirma que se necesita para su consolidación,
que el hombre llegue por fin a serlo, abandonando la figura primitiva que supone el macho,
suceso que no se logrará si no va junto a la consolidación de la mujer como mujer, y no
como hembra. En esta dinámica de género, dice Hurtado, cada cual debe asumir su
responsabilidad para transformarse en esa figura que reclama la institucionalidad, para que
funcione cónsona a lo que establece el código venezolano.
Por otra parte, plantea que nuestras élites (incluyendo a la universidad) deben
cambiar un poco su enfoque, y mirar nuestras realidades próximas, el mundo en el que nos
movemos, para desarrollar soluciones prácticas a nuestros intereses. Las ciencias
sociales, dice el profesor, deben crear nuestra propia epistemia, y a partir de ella,
comprender y solucionar los problemas que nos afectan como sociedad.
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Celebración del Bicentenario
Para finalizar, el profesor nos comenta la importancia de que en medio de la
celebración del Bicentenario de la Independencia, se renueven los recuerdos, pero no para
quedarse en ellos rememorando las viejas glorias, sino viendo en ellos, una posibilidad
para relanzar el presente hacia el futuro, característica que Hurtado le atribuye también a la
antropología, y en particular al oficio del antropólogo, para el cual él ha prestado sus
esforzados servicios y saberes.
No hubo espacio para más. La sala de reuniones esperaba por una clase, por tanto,
el pequeño grupo de la entrevista debimos abandonar el recinto. Además, varias horas
transcurrieron durante la entrevista, y otros compromisos llamaban los sentidos y oficios de
Samuel Hurtado. Indudablemente, no es suficiente una entrevista para ahondar a gran
escala el conjunto de ideas que conforman sus estudios y escritos. No obstante, esta
sesión sería de gran importancia para nosotros, los entrevistadores, a la hora de continuar
desarrollando la serie de entrevistas que busca la opinión de expertos en distintas ciencias
sociales, quienes han intentado, en sus estudios, comprender a Venezuela.
La despedida vino acompañada de nuestro agradecimiento al profesor, a lo que él,
con humildad, no hizo mucho caso. Se fue caminando halado por el reloj que le apuraba,
mientras nosotros, sus entrevistadores de aquella mañana, esparcidos por la Universidad
Central de Venezuela, observábamos la realidad de un país que celebra sus doscientos
años de independencia. Sin embargo, hemos llegado a darnos cuenta de que,
culturalmente, la existencia del país que hoy somos se extiende por un lapso mucho mayor
que el que se mide desde la independencia y nuestra constitución como República.
Caracas, noviembre de 2010
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Edgardo Lander
La tal Independencia fue para unos, no para todos
Ricardo Zambrano
José Useche
Sentados cómodamente en la libertad ofrecida por el piso del pasillo, esperábamos
pacientemente la llegada del profesor Edgardo Lander, mientras sus alumnos, de distintos
rasgos y acentos provenientes de distintas regiones del país y el continente, llegaban de a
poco a su cita semanal en el lugar de siempre, la Escuela de Sociología de la Universidad
Central de Venezuela.
Esa mañana, evitando cualquier contratiempo producto del desaforado ritmo
caraqueño, nos instalamos desde temprano en la universidad, que, a pesar de mantener
sus recovecos inhóspitos (al menos para nosotros), no se nos transformó esta vez en una
odisea, ya que ahora fuimos precavidos, y podemos decirnos conocedores de la antigua
ciudad de los techos rojos.
Apenas ingresamos al salón, la bienvenida es realizada por una imponente bandera
de Venezuela que se deja ver a través de la ventana, ondeando vigorosamente días a día
detrás de aquel edificio. Callamos, con la importante y grata tarea de escuchar. Pasaron
las horas, hasta que el tiempo no dio para que continuara la clase del profesor Lander,
pero sí para que, por fin, ocurriera el comienzo de la entrevista. En la espera, los
entrevistadores fuimos llenándonos de la ansiedad por conocer, la cual obligaba al profesor
a enfocar su mirada y su pensamiento en Venezuela, y los doscientos años que cumple la
República.
Luego de hacer nuestra correspondiente presentación, la de una pareja de
entrevistadores gochos que, hurgando sobre Venezuela, acudían a la clase del último año
de sociología con el profesor Edgardo Lander, comenzaba aquella entrevista. Más allá del
conocimiento de datos, entre estudiantes y profesor, se emprendía a analizar las
relaciones existentes en las sociedades contemporáneas.
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Orden colonial
El sociólogo, para comenzar el análisis de la sociedad venezolana, consideró
necesario, en primer lugar, plantear la situación social global en la cual ocurrió la guerra de
independencia, y la posterior creación del Estado venezolano como una República.
Explica que, al hablar de la colonia, no estamos hablando de un hecho aislado que
sucedía paralelamente a otros acontecimientos de Occidente. Nos dice que: “El orden
colonial significó la construcción de unas relaciones (…) que de alguna manera inician el
capitalismo, y se inicia la conformación de la modernidad, como proceso global”.
Resaltando, entonces, que el colonialismo es parte del proceso de modernidad del
mundo europeo, un proceso que nace y se alimenta del sometimiento de América, creando
un sistema de ordenamiento global, en el cual nuestro continente y nuestro país empiezan
a ser la cara oculta y oscura de este sistema de ordenamiento global de la modernidad.
Lander continúa explicando: “El capitalismo y la modernidad se constituyeron en
América Latina simultáneamente (…) con el proceso europeo, lo que fue la creación inicial
de ese núcleo de sistema mundo capitalista (…). En este sentido, la colonialidad es la cara
oculta, la cara por debajo, la cara menos visible (…). En ese sentido, el exterminio de los
pueblos indígenas, la esclavitud, régimen de explotación, etc., fueron parte de la
experiencia moderna”.
Este sistema de ordenamiento, nos dice el sociólogo, se constituyó como un orden
colonial global, en el que la sociedad y la población se clasificaron de forma tal, que
algunas razas y culturas se comenzaron a considerar superiores a otras, teniendo en la
parte más alta y privilegiada al blanco europeo, dejando relegadas y a un lado, razas y
culturas como las negras e indígenas.
Lander resalta que ese nuevo orden establecido, donde una raza o casta es
superior a otra, creó, de igual manera, valoraciones positivas y negativas para los patrones
culturales relacionados con distintas razas o naciones, condicionando el desarrollo o
evolución de distintas sociedades, a través de las vías y los valores impuestos por grupos
raciales dominantes.
Es así como el mundo latinoamericano, señala Lander, fue poco a poco
engendrando un discurso de europeización de sus sociedades, intentando organizar la vida
colectiva en los ideales republicanos franceses de la ilustración. Esta búsqueda de
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modernización de las sociedades latinoamericanas se fundamentaba en varias
dimensiones que regían la vida colectiva, como: “la dimensión de la autoridad política, pero
esa era sólo una de sus dimensiones, no es la dimensión fundante, solamente es una
dimensión. Hay otras dimensiones que tienen que ver con cuáles son los patrones
productivos, cuáles son los patrones de conocimiento, los patrones de geopolítica, etc.”.
Lander nos dice que estas dimensiones no existen alejadas totalmente entre sí, se
entrelazan, y en ciertos momentos, unas pueden tener mayor importancia que otras, pero
ninguna domina e impera totalmente en cierta instancia. Es decir, los patrones que rigen el
conocimiento no se producen al margen de las formas de poder, no se producen al margen
de los patrones de producción, pero tampoco nacen unos de otros. Coexisten en la forma
que lo condiciona el orden colonial moderno.
Ruptura política
Edgardo Lander explica: “En el imaginario del bicentenario, se habla de la ruptura
como que si el proceso de la Independencia política, la ruptura de la relación de
subordinación política con la corona, fuese la ruptura que lleva a la descolonización de la
sociedad, y esto no es así. Ocurre evidentemente una Independencia política, (…) pero
preservando la estructura colonial en esta sociedad”.
El sociólogo sustenta esta afirmación en un hecho, que en su opinión, nos narra
cómo se preserva el orden colonial en nuestra sociedad, incluso, luego del hecho
independentista. Al ver y analizar las constituciones que fundaron y forjaron la República,
no sólo en Venezuela, sino también en gran parte de Latinoamérica, Lander señala
encontrarse un elemento de esa división del orden colonial moderno se impone sobre los
otros, el cual no han dejado de existir y vivir en el país.
“Cada una de estas constituciones establece un régimen de inclusión y exclusión.
¿Quiénes son los ciudadanos? Los ciudadanos en el sentido de quiénes son los que
pueden votar en primer lugar, o, quiénes son en segundo lugar los que pueden participar
en la acción política”, resalta Lander en su análisis de las constituciones de la época
independentista.
Por tanto, a pesar de que en Venezuela la gesta de independencia supuso años de
participación popular, años revestidos de violencia, esfuerzos y sacrificios que hicieron
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temblar las estructuras de nuestra sociedad, al momento de consagrarse la Independencia,
la lógica mantuana terminó por imponerse sobre las demás, dando continuidad al
ordenamiento de la sociedad colonial, a pesar de no estar ya sometida a la autoridad
política del reino de España.
Lander plantea que, tras la Independencia, se constituyó un Estado Nacional
republicano, por ello en Latinoamérica, basado en un discurso liberal referido a naciones
de igualdad, fraternidad, entre otras características, se construyó y reprodujo un orden
extraordinariamente excluyente, donde se presenta una concentración del poder, y no hay
reconocimiento del carácter del sujeto o del ciudadano que habitaba y conformaba la gran
mayoría de la población, manteniendo el régimen colonial preexistente.
Entonces, explica el profesor, a diferencia de lo ocurrido en Europa, la
Independencia no se basó en una revolución interna, que llegase a constituir todo el
conjunto de la población de Venezuela, sino fue la imposición de uno de los grupos que
conforman nuestra sociedad. Este hecho se ve reflejado en el discurso de la élite, que
impuso sus patrones y valores luego de la Independencia, donde la idea de „querer ser
como‟, refiriéndose a las sociedades modernas europeas, descarga su influencia en contra
de las otras corrientes culturales y raciales que conviven en el país.
Eurocentrismo
De esta idea, permanente y persistente en el imaginario y discurso de nuestras
élites dominantes, se descubre otro concepto en cual se enmarca la evolución de nuestra
sociedad, primordialmente, en los intereses de las élites dominantes que impusieron sus
formas de manejar el Estado.
Edgardo Lander resalta que, cuando se da la ruptura con la autoridad política
española, se constituye un Estado moderno, principalmente, basado en la búsqueda de
imitar los ideales republicanos franceses, pero que, al reproducirse en Latinoamérica,
donde las condiciones de vida y ordenamiento social son distintas a las existentes en la
Europa de aquel momento, se reprodujo el sistema de orden colonial, excluyendo a gran
parte de la población de la nueva República.
El sociólogo resalta que, a través de los años, tras distintos hechos y procesos
ocurridos en Venezuela, el discurso de las élites dominantes sigue reproduciendo ese
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ordenamiento colonial, en donde unos son considerados ciudadanos, y los otros, aquellos
que no se rigen bajo ciertos patrones de la lógica impuesta por la élite dominante, son
excluidos.
Para Lander, ese factor eurocentrista que rige el „deber ser‟ de nuestra evolución
como sociedad, se refleja fielmente en nuestras estructuras de formación y producción de
conocimiento, ya que los sistemas educativos continúan la tradición del discurso. Por eso
afirma: “Hoy en Venezuela, los libros de texto de la escuela secundaria, por ejemplo,
siguen siendo textos extraordinariamente coloniales, textos en los cuales se cuenta la
historia universal, en la cual todo lo significativo se hace en Europa, se exporta de Europa
al resto del mundo, y el resto el mundo pasa a ser históricamente significativo desde el
momento que Europa llega y lo toca. América no existe hasta que entra en contacto con
Europa”.
Esto, sentencia Lander, nos crea una historia universal donde Europa es el centro
de la humanidad, y que a partir de Europa, se empieza a contar la historia de otros lugares,
que existen solo y cuando Europa les ve y conoce. Esto crea en el imaginario como una
vía, un camino hacia el cual los pueblos y culturas del mundo deben avanzar, “normaliza
una forma de hacer las cosas y niega la posibilidad de mirar la historia en otra dirección y
desde otros lugares”.
Esto, nos dice Lander, es básicamente una ilusión de progreso y desarrollo a la
europea, al cual el resto del mundo debe adaptarse, porque está destinado a evolucionar,
para convertirse en la sociedad bajo los patrones europeos. Esa idea se mantiene en el
discurso de nuestras élites dominantes, y también en las estructuras de nuestra sociedad.
Sin embargo, el profesor explica varios factores que imposibilitan y deslegitiman la
consecución del discurso eurocentrista, en una realidad plausible para Latinoamérica y el
mundo, en la que las culturas a nivel mundial deberían desarrollarse hasta asimilar
eficazmente los patrones que rigen a las sociedades europeas.
El sociólogo señala, en primer lugar, que consolidar un orden mundial siguiendo los
patrones del mundo europeo moderno sería sólo posible sobre la base del sometimiento y
exterminio de los demás. Entonces, nosotros no podemos exterminar y dominar, porque
supone, en cierta medida, el fin del planeta, tomando en cuenta, la apropiación de los
bienes comunes necesarios para la vida humana.
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Ya dirigiendo su lupa para observar directamente Latinoamérica, explica que en
sociedades como las nuestras, con tantas culturas, es necesario afianzar el reconocimiento
de las otredades, de las identidades, porque no se puede pretender tener un patrón de
ciudadanía universal, porque sería autoritario, un modo de democracia liberal que se
impone sobre otro. Por eso señala que: “Hay que reconocer la extraordinaria potencia de
las formas de interrelación que nos hacen pensar que una forma de vivir de progreso,
desarrollo e integración cultural, es inevitable”.
Venezuela
“¿De qué se habla cuando se habla de Venezuela? Venezuela no es una cosa, no
es un sujeto, Venezuela es una heterogeneidad de historia, de clases, de conceptos (…).
Entonces me parece que uno no puede hablar de Venezuela como sujeto, como decir que
Venezuela se propuso a hacer tal cosa y fracasó. No existe tal cosa, Venezuela sujeto”.
Así nos dice el sociólogo, que contundentemente sigue explicando que no se puede
hablar de un proyecto de país fracasado, porque no existe ese „todo el país‟, existen
distintos proyectos, visiones, patrones que rigen y coexisten. Sin embargo, unos se han
impuesto sobre otros. Por lo tanto, unos han triunfado y otros se han relegado.
Por eso, al momento de hablar sobre el Bicentenario y su celebración, Edgardo
Lander resalta la inexistencia de esa nacionalidad de todos, ya que la independencia
planteó la nacionalidad de algunos excluyendo a otros, por lo cual quienes tienen la
capacidad de celebrar son los „unos‟; los „otros‟ no tienen necesariamente algo que
celebrar.
“Entonces, esta celebración, digamos que es una forma de reproducir una historia
nacional mantuana blanca, que ignora lo que pasó en trescientos años anteriores de
luchas, resistencias, y a los sujetos anteriores. Además, ignora el hecho de que tal
independencia fue una independencia para unos y no para todos”.
Con la fuerza de esa sentencia, la entrevista culminó. La Escuela de Sociología
parecía vacía, y el sonido de su voz retumbó, como quien, dando un golpe a la mesa,
mueve las bases en las que se sostiene, haciendo temblar todo lo que ella soporta, desde
el día en que se hizo y se conoce como mesa.
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Complacidos, y más conscientes de la profundidad que poco a poco alcanzaba la
serie de entrevistas, salimos de la escuela junto con el profesor. Aprovechamos para
comentar, más allá del tema que ocupó la conversación durante las horas anteriores,
nuestras vicisitudes en la Gran Caracas, después que varios meses de trabajo redujesen
sustancialmente nuestras arcas financieras, que hace tiempo no veían ingresos.
Ya no hubo tiempo para hablar. El profesor debía irse y nosotros, los
entrevistadores, debíamos aprovechar el comedor de la Universidad Central de Venezuela,
que pronto cerraría. Nuestra intención, por supuesto, era ahorrar recursos que nos
permitieran continuar esta serie de entrevistas, que cada vez, para nuestra satisfacción,
ahondaba más y más en el ser de Venezuela.
Caracas, noviembre de 2010
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Asdrúbal Baptista
“No hay nada que yo admire más que la condición humana”
Ricardo Zambrano
José Useche
Por causalidad más que casualidad, la serie de entrevistas nos reunía aquella
mañana en el Instituto de Estudios Superiores de Administración, con un economista
venezolano reconocido, tanto en el país como a nivel mundial, quien a pesar de figurar en
nuestra lista de candidatos a entrevistar, se había alejado por un momento de nuestras
posibilidades, a causa de sus compromisos internacionales.
Asdrúbal Baptista, reconocido profesor e investigador de las ciencias económicas en
Venezuela y el mundo, sería el entrevistado, luego de que, en una conferencia sobre la
historia del pensamiento económico, había llamado poderosamente nuestra atención.
El profesor debía ausentarse por un tiempo para cumplir compromisos académicos
en otras latitudes. No obstante, un mes bastó para conseguirle de nuevo en el país y
permitirnos a la pareja de entrevistadores indagar en sus opiniones sobre la economía de
Venezuela a través de la historia. Esto lo hicimos desde su pequeña oficina llena de libros,
que atestiguaban, entre hojas amarillentas, años de estudios sobre un país pobre hecho
rico por el oro negro.
Una voz apacible y sobria, con un acento profundamente familiar para nosotros,
unos entrevistadores andinos, sumado al frío del ruidoso aire acondicionado, nos dio la
sensación de que la conversación se iniciaba no en una oficina del IESA en la capital del
país, sino en cualquiera de las ciudades más occidentales de Venezuela, entre las
montañas y el templado clima de Los Andes.
El tiempo era limitado para los numerosos compromisos del economista. Por eso,
sin ahondar mucho en detalles de la naturaleza de la entrevista, una lluvia de preguntas
cayó sobre el entrevistado, quien, sonriendo, explicó que su agenda, a pesar de tener los
tiempos bien medidos, no corría más rápido que los relojes convencionales. La calma se
apoderó de nosotros, y el profesor resaltó la paciencia como deber, a la hora de analizar
una sociedad y su vida económica.
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La independencia y la economía
Un país rural, cuya base económica era la agricultura, inicia, en los albores del siglo
XIX, una gesta de emancipación que le llevará a independizarse políticamente del reino de
España, quien desde el siglo XVI ostenta el poder sobre el territorio. La Independencia
busca conformar, siguiendo los ideales de la Ilustración, una República cónsona con los
inicios de la modernidad.
La guerra es larga y cruenta, dejando tras su paso por llanuras y montañas muchos
cuerpos sin vida, pero al final, el ejército patriota consigue la victoria, constituyendo de esta
manera la República de Venezuela, que en sus inicios, formó parte del proyecto de país de
la Gran Colombia. Sin embargo, tras distintas situaciones, es en 1830 cuando La
República se constituyó independiente y autonómicamente, forma en que se ha mantenido
hasta nuestros días.
Esa es la historia romántica, nos dice el economista Asdrúbal Baptista, y continua
explicando que: “Fue una ruptura, por lo menos eso dicen los libros de historia. Yo no sé si
en la vida cotidiana hubo ruptura. Claro, mucho tiempo después, cuando las cosas
empiezan a sedimentarse y ya la gente adquiere en su lenguaje, con las festividades, con
la bandera, con el himno, con gente que habla de la gesta independentista, con toda la
fábula que se montó sobre lo héroes, etc., se va adquiriendo la lenta conciencia de que
efectivamente hubo un episodio que separa en dos tiempos (…). Pero para lo más
inmediato, salvo la guerra y la barbarie, no sé qué puede haber significado eso”.
Eso concluye Asdrúbal Baptista, analizando no el discurso entablado por la historia
nacional, sino la repercusión que supuso la Independencia en la dinámica social,
principalmente en el área de especialidad de Baptista, la economía. Interpreta la
independencia del reino de España de forma positiva; sin embargo, no considera que
existió un cambio en las formas de vivir establecidas en nuestra sociedad.
El economista deja a un lado las constituciones, a las cuales no desea suprimir el
valor e importancia, pero sólo concibe que en ellas hay una incapacidad para crear una
fuerza suficiente, capaz de cambiar realmente una dinámica social. Por lo tanto, se
cuestiona si realmente cambió la vida del venezolano común y corriente después de la
constitución como República.
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¿Cuánto cambió su existencia para hablar de ruptura? “Ahí no hubo probablemente,
en lo más inmediato, ruptura, y eso provoca pensar desde la economía que esta ruptura
fue una ruptura superficial (…). Las cosas continuaron más o menos igual, [con] otros
gobernantes, otros símbolos, otra nomenclatura”.
Baptista sigue analizando y cuestionando la ruptura que se menciona en la historia,
asumiendo ahora su perspectiva de estudioso e investigador de la economía del país. Dice
que “en los números, que es parte de mi disciplina, no está esa ruptura. En las
exportaciones, en la producción, siguen aportando prácticamente lo mismo. Es posible que
existan otros destinos aparte de España, pero ¿cambia eso respecto a un modo de vivir
previo? Caramba, si digo que no, me puedo estar parando sobre un despeñadero, pero me
provoca decir que no”.
Venezuela petrolera
Venezuela, nos dice el economista, antes de la aparición del petróleo, era un país
pobre, de los más pobres de América Latina, donde el ingreso medio del país era algo
menos de la mitad en comparación con el resto de países de la región. El petróleo
transformó esa situación, pero tampoco se puede hablar de una ruptura inmediata, ni en
aspectos del Estado, ni mucho menos en la vida de las personas.
“No hay duda, con el petróleo algo ocurre, pero ocurre muy de fondo, de manera
muy lenta. (…) Ten usted [sic] presente que la irrupción del petróleo toma lugar,
simplemente, por la presencia de grandes capitales extranjeros concentrados en áreas
geográficamente muy bien localizadas, y entonces, ¿cuánto a afectó a los venezolanos en
general aquello? Muy poco”.
De este modo, dice Baptista, es aún complicado hablar de ruptura económica de la
vida del venezolano solo con la aparición de la industria petrolera en los años veinte, ya
que, como actividad productiva, era practicada por empresas extranjeras. Por tanto, era
fuente de ingreso principalmente de los propietarios de esas empresas, y las concesiones
estatales no establecían grandes beneficios económicos para el Estado.
Recordando sus estudios y análisis económicos, Baptista explica que la primera
consecuencia real, producto de la aparición del petróleo, es en 1934, durante el gobierno
de Gómez, la revaluación que sufrió el bolívar. “(Esto) sí es un episodio nacional, porque el
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bolívar lo utilizábamos todos, detalles más, detalles menos, como medio de pago.
Entonces, allí hubo un episodio que muy pronto tiene que haberse comunicado al resto del
país, pero estamos hablando un par de décadas de andar el petróleo por allí circulando”.
Esta primera transformación que abarcó todo el país, directamente relacionada con
la entrada en escena del petróleo, no desembocó en riqueza y poder adquisitivo del
ciudadano común, y los indicadores económicos ubicaban a Venezuela aún entre los
países pobres de América Latina, principalmente por su condición de país rural.
No obstante, comenzó un proceso de transformación de la sociedad venezolana,
que, contrariamente a las vías y el tiempo de duración de los cambios en la historia de
otros países, ocurrió extraordinariamente acelerado en nuestro entorno.
Asdrúbal Baptista resalta que, sumado a la riqueza petrolera de un país que de a
poco iba tomando control de la industria, hay un factor que se relaciona con la riqueza
petrolera, y provocó los principales cambios en la estructuración de la sociedad
venezolana: la migración del campo a la ciudad. El economista relata que las migraciones
del campo a la ciudad transformaron, en aproximadamente treinta años, un país
primordialmente rural en un país con altos niveles de urbanidad. Además, en medio de ese
proceso de migraciones, ocurrieron simultáneamente las inmigraciones europeas,
producto principalmente de las guerras y los factores económicos de la Europa de ese
momento.
“De manera que ahí se va a crear un proceso que hay que estudiar. Eso no se ha
estudiado, ese proceso, en el cual el país se urbanizó violentamente. Masas sin número de
venezolanos que se vienen a los centros urbanos, porque había posibilidades de trabajo, y
esas razones económicas se pueden revisar muy críticamente. Entonces, esas fuentes de
trabajo, la velocidad de urbanización, combinado con la inmigración y más sin duda la
riqueza del país, se traduce en una extraordinaria transformación de la sociedad”.
Todos estos factores convergen en la época donde Baptista marca la ruptura real
del petróleo en el vivir del venezolano común, que es en los años setenta, con la gran
bonanza, cuando el petróleo realmente aparece en la escena nacional, en el día a día,
cuando la gente lo descubre por fuerza de lo que ocurre en el mercado, dada la gran
capacidad adquisitiva alcanzada por un país que, en ese entonces, estaba ya urbanizado
en un alto porcentaje.
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Estado petrolero
“Sin querer ser monocausal ni ultradeterminista, ni nada que se le parezca, el
petróleo propiedad de Estado (…), el petróleo causó todos los beneficios, y al mismo
tiempo puede haber malogrado el crecimiento endógeno de una rica sociedad civil”. Eso
nos dice Baptista, comenzando a analizar la situación económica de Venezuela en los
últimos tiempos.
Para el economista, cuando analiza la consecuencia económica de la propiedad
estatal del petróleo, nos habla que este, en cierta medida, atrofió el desarrollo de una
sociedad civil en términos de ejercicio del poder, ya que, al investigar la cantidad de capital
privado que posee medios de producción en el país, se encuentra con que son muy pocos
los grupos o personas que ejercen un poder económico en nuestra sociedad.
Expandiendo su mirada a la economía global, Baptista resalta que el mundo actual
descansa sobre el equilibrio existente entre el poder político y el poder económico, el
primero de ellos ejercido por los Estados y el segundo por la sociedad civil, creando un
sistema en el cual el poder lo ejercen los Estados nacionales junto con las sociedades
civiles.
Sin embargo, continúa resaltando Baptista, en los últimos treinta o cuarenta años,
las sociedades han pasado de ser nacionales a ser mundiales, y los Estados siguen siendo
nacionales, rompiendo el equilibrio entre sociedades y estados nacionales. No obstante, en
Venezuela “esa escisión Estado-sociedad civil se ha roto. Tuvimos un equilibrio entre el
Estado y las concesionarias extranjeras que representaban la sociedad civil internacional,
pero cuando se produce la nacionalización, se quedó el Estado solo, jugando ajedrez
consigo mismo, y la sociedad civil nuestra exigiendo a Estado: usted tiene que hacer esto y
esto y esto, porque es deber del Estado esto, esto”.
En este sentido, el economista remarca que en el país nunca ha existido el
liberalismo económico, ya que el petróleo, como principal área productiva, pertenece al
Estado. “El Estado liberal, en el sentido de una clara demarcación entre intereses públicos
y privados, entre Estado y sociedad civil, un pensamiento además antiestatista,
conservador; en Venezuela no hay conservadores, nos da pena decir que somos
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conservadores. Acá todos somos estatistas, la diferencia es un poquito más, un poquito
menos (…). En Venezuela no hay pensamiento liberal”.
La razón elemental de esta situación, nos dice el economista, es que la fuerza de
Venezuela en términos materiales es el petróleo, y el petróleo es del Estado. “El Estado es
quien hace crecer, el Estado es quien educa, quien promueve la salud, el Estado es, el
Estado es, y la iniciativa privada, a la sombra del Estado”.
Bicentenario
Sobre la celebración del Bicentenario, para culminar la entrevista, el economista nos
explica su visión particular, el significado que asumen y tiene para él la celebración de los
doscientos años del nacimiento de la República.
Antes que ocuparse de los hechos de la Guerra de Independencia, de los héroes
militares que ocupan pedestales altísimos en la historia nacional, antes que recordar esa
historia romántica para consumo nacional, diseñada en Venezuela a través de los años,
confiesa que no hay nada más admirable, desde su perspectiva, que la condición humana.
Por tanto, uno de los hechos recordados por Asdrúbal Baptista, es que la
independencia significó la ida del país del hombre más importante de esa época, como
considera a Andrés Bello, y que junto a él, se van en ese momento, la filosofía, la
universidad, las letras.
“Yo te confieso, yo no vivo de esas gestas, (…) mi romanticismo va por otro lado. No
hay nada que yo admire más que la condición humana (…). ¿Qué voy a celebrar yo?
Hablando como Asdrúbal Baptista, prefiero fijarme en otras cosas, como la Gramática de
Bello, ahí si me remito, me parece una obra monstruosa [es decir, extraordinaria]; el
Código Civil de Luis Sanojo, también me parece una cosa monstruosa, eso lo puedo ver”,
comenta para luego explicarnos que, doscientos años son maravillosos, pero prefiere
pensar en Andrés Bello y su obra, en Luis Sanojo y su obra, esencialmente en la condición
humana.
El aire acondicionado que durante toda la entrevista ambientó la oficina,
extrañamente se apagó, como si él, entendiendo la culminación de la conversación,
presuroso se prestara a descansar. De esa forma, con silencio, la oficina de Asdrúbal
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Baptista nos despedía a nosotros los entrevistadores, quienes por más de una hora nos
abstrajimos del ruido del aire, para enfocarnos en la historia, en las épocas de una
Venezuela desconocida, una Venezuela que fue y hace muchos años dejó de ser.
Sin embargo, esa mirada nostálgica hacia la época de la Venezuela rural,
desconocida por nosotros, no nublaba la mirada de un hombre, que más allá de tener una
postura ideológica hacia la historia de Venezuela, se enfrenta al tema venezolano con los
mismos ojos que observa todos los aspectos de la vida.
Por eso, antes de despedirnos, y como descubriendo ante nuestros ojos un tesoro,
enciende su computador, busca en una gaveta del escritorio un CD, uno que quiere
enseñarnos, el Oxford English Dictionary (Diccionario de Inglés de Oxford), una obra
colectiva, realizada por muchas generaciones a través de los años, encargadas, cada una,
de recolectar en el tiempo el conocimiento resguardado en la lengua de una cultura. Obra
que muestra, nos dice Baptista, esa condición humana admirable, capaz de crear y
permanecer a través del tiempo.
Caracas, diciembre de 2010
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Elías Pino Iturrieta
Reviviendo el credo de la República
Ricardo Zambrano
José Useche
No cabe duda de que, en el mundo académico venezolano, Elías Pino Iturrieta es
uno de los historiadores más conocidos y leídos del país. Su amplia obra resalta,
principalmente, por su lectura alejada del romanticismo con que se pinta la historia
nacional, historia elaborada para consumo del ciudadano patriota desde los inicios de la
República.
Todos esos pergaminos decorados con su reconocido nombre contrastaban con la
facilidad y sencillez con que accedió a ser entrevistado por nosotros, una pareja de jóvenes
periodistas, que buscábamos encontrar, en su voz grave y estridente, las opiniones
acumuladas durante años de estudio sobre la evolución de una Nación bicentenaria.
La extraña pasarela de acceso a la Universidad Católica Andrés Bello nos recibía,
no sin antes hacer gala de su particularidad, exigiéndonos, como quien cruza una frontera,
papel de identificación y permiso, para así ingresar, escapando de la ruidosa ciudad, a una
especie de jardín babilónico que cobija uno de los principales centros de estudios del país.
Una hora antes arribamos a la universidad, para evitar inconvenientes de entrevistas
anteriores. Sin embargo, imprevistamente, una reunión apuraba los quehaceres del
historiador, lo cual le obligó a recibirnos mucho antes de lo previsto, hecho que, sumado al
nerviosismo tradicional que precede un reto importante, colmó nuestra ansiedad
marcándola en nuestros rostros. No obstante, la experiencia de años ante la exposición
pública y la capacidad para leer nuestros rostros y actitudes de ansiedad, hicieron al
profesor romper el hielo, y con una sonrisa en su rostro nos dijo con amable desparpajo:
“No me jodan”, pidiéndonos que preguntáramos sin ambages.
De la identidad a la independencia
Pino Iturrieta nos dice que la Independencia no es el hecho que inicia la formación
de una identidad venezolana, sino al contrario, la existencia o el nacimiento de una
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identidad venezolana es lo que va dando forma y creando el proceso independentista
venezolano.
Resalta por eso que: “La independencia ocurre, siempre y cuando ocurra antes un
proceso de identidad, un fenómeno identitario. Si nosotros no nos sentimos venezolanos,
no vamos a hacer la Independencia. Este no es un problema de pensamiento, sino de
sentimiento”.
Para explicar la formación de ese sentimiento venezolano en el que se fundamenta
la identidad, el historiador acude al pensamiento de Leopoldo Zea, un filósofo mexicano
cuyo discurso desarrollaba la idea de que, en las independencias latinoamericanas, existió
un orgullo telúrico (término acuñada por el filósofo), queriendo explicar que el hombre que
habitaba estas tierras empezó a sentirse dueño real de ellas, y presuroso, acogió la
empresa de liberarlas para dominarlas.
El orgullo telúrico, resalta el historiador, es el proceso que enciende la llama
desencadenante del proceso de emancipación de Venezuela. Pino Iturrieta, explicando
cómo funcionó en la realidad el orgullo telúrico, relata: “Cuando yo me siento barón y
dueño de la tierra, es decir, cuando ya me diferencio del metropolitano, construyo una frase
que se repite mucho en la Venezuela del siglo XVIII y comienzo del siglo XIX: „Somos
americanos y no gachupines‟, es decir, no nos parecemos a los españoles, somos
distintos. Cuando tú ya tienes ese sentimiento de pertenencia, vas a hacer la revolución, es
decir, vas a hacer la Independencia”.
Sin embargo, cuando se habla de este nuevo sentido de pertenencia por la tierra, de
identidad naciente, Pino Iturrieta nos cuenta que no se puede generalizar a todos los
estratos y aspectos de la sociedad venezolana esa identidad naciente, porque la
Independencia es impulsada por un sentido de pertenencia, pero de aquellos que en la
estructura social colonial tenían la capacidad de poseer tierras, más allá de otra clase de
privilegios sociales. Nos dice: “La identidad es un fenómeno propio en aquella época
histórica de Hispanoamérica, propio de las élites, cuando las élites se identifican con su
propiedad, con su tierra, con sus intereses, son capaces de tirar los dados en la ruleta de
la Independencia; de eso se trata”.
Este sentido de pertenencia que sustenta el pensamiento de la Independencia
venezolana desde un segmento de la sociedad, es seguido y guiado por la asimilación del
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pensamiento moderno europeo, el cual nace en medio de una época histórica en Europa,
caracterizada por las revoluciones e importantes cambios políticos estructurales,
fundamentados, principalmente en Francia, con el pensamiento de la Ilustración.
Entonces, dice el historiador, el sentimiento de pertenencia, esa identidad
venezolana que se fue formando durante la segunda parte del siglo XVIII, abrió las puertas
al pensamiento de la ilustración, a las ideas modernas, para apropiarse de ellas y
posteriormente, sentar las bases y fundar la nueva República.
Explica Pino Iturrieta que: “Estamos hablando de la identidad como un sentimiento,
(…) es el abono que permite la entrada del pensamiento y el ajuste, o más bien, la
adecuación de ese pensamiento moderno a sus necesidades, a sus peculiaridades.
Entonces llegamos a 1810, que no se hace para buscar una identidad que ya existe, sino
para afirmarla y para convertirla en realidad, un proyecto político que (…) nace de la previa
existencia de esa identidad”.
En ese mismo sentido, el año de la declaración de Independencia solo sienta las
bases de la creación de la República, puesto que su construcción se entiende en términos
progresivos, en la medida que la nueva situación, el nuevo orden estructural del país, iba
integrando, a través del discurso y otras formas, esa gran parte de la sociedad que no
compartía el mismo sentido de pertenencia e ideas de organización, con las élites
iniciadoras y responsables de la gesta emancipadora.
La República, moral y luces
Para Elías Pino Iturrieta, el proceso de Independencia no debe ser menospreciado,
considerándolo la ruptura que da origen a Venezuela, puesto que las concepciones de
gobierno establecidas durante trescientos años de colonia, dejaron de privar. La idea de
monarquía y del derecho divino del Rey desaparece por las ideas de República y de
soberanía popular.
Además, estos cambios sufridos en la raíz estructural del país, tuvieron
consecuencias en la vida social, porque “esta ruptura de los hechos (…) es la ruptura de
los espacios estamentales. En la colonia, cada quien vive en su lugar, el pardo vive con los
pardos y no puede vivir con los indios ni con los blancos. Eso se rompe por completo”.
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Por eso, Pino Iturrieta explica cómo empezaron entonces a pensar las élites
dominantes del país, y asumiendo ese personaje, razona: “los pardos cogen calle (…) y a
ese pueblo que coge calle hay que cuidarlo o hay que controlarlo, porque yo le temo a ese
pueblo. Y ¿por qué le temo? Porque nunca ese pueblo había actuado como está actuando
ahora.” Y dejando el personaje a un lado, el investigador sentencia: “Esa es la ruptura”.
Esa nueva situación, dice el historiador, es el ambiente en el cual los dirigentes de la
Independencia inician, más allá de las estructuras ya creadas, la formación de la República
en el nuevo orden existente, donde se intenta desde las élites, además del sentido de
pertenencia, inculcar a esos grandes grupos sociales, desconocedores de la forma de
organización establecida en el país, los conceptos modernos que sustentan la formación
de la República.
“Moral y luces son nuestras primeras necesidades”, frase célebre de Bolívar que nos
recuerda el historiador, para así explicar la visión sobre el camino a seguir por los
dirigentes de la Independencia, para la formación de la República. Por eso explica que:
“cuando Bolívar dice eso, (…) ¿qué quiere decir? „Tenemos que darles morales darles
luces‟. ¿Quiénes? „Nosotros, los grandes maestros, los institutores, los tutores de estos
muchachos que son muy buenos, pero son muy carajitos e inexpertos. Vamos a dárselos
poco a poco y llegará el momento que ellos nos reemplacen, y llegará el momento en que
ellos puedan manejarse en libertad e igualdad, pero de momento, por su inexperiencia, por
su falta de familiaridad con la realidades republicanas, tenemos que mantenerlos dentro
del corral y dárselos poco a poco‟ ”. Así, sin ironía ni juzgar los valores existentes en estas
frases, el historiador analiza el discurso de las élites de la época.
El historiador resalta que, más allá de la valoración o de enjuiciar en la actualidad
estas sentencias, con los conceptos de justicia, igualdad y libertad manejados en el siglo
XXI, se debe entender que no son equiparables con el manejo y uso de esos conceptos en
el siglo XIX, época histórica donde se encuentran estas ideas, desarrolladas igualmente,
por personas formadas en una sociedad colonial de castas, por lo cual entendían hacer la
independencia “no para que ellos sean mis pares, sino para que ellos se incorporen bajo
mi tutela”.
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Antirrepublicanismo
Para el historiador, tras conseguir la Independencia, el trabajo pendiente en
Venezuela sigue siendo crear la República, adaptada a nuestras realidades y nuestra
actualidad como país y como sociedad mundial. Sin embargo, hay factores a través de la
historia que han impedido la consolidación de un estado y sociedad republicana.
Un factor que puede ver sus raíces en la Independencia, y que Pino Iturrieta
considera dentro de esta concepción antirrepublicana, es el personalismo, que se ha visto
en distintas ocasiones a través de la historia del país. Este personalismo, dice el
historiador, pudo haber nacido como producto de la ruptura con el estado monárquico, esa
ruptura dada con el estado colonial luego de la emancipación de Venezuela.
“Bolívar es la encarnación del personalismo, Páez la encarnación del personalismo,
los hombres de armas son la encarnación del personalismo, la aparición de liderazgos
regionales son vinculadas con los personalismos”.
Elías Pino Iturrieta resalta que este personalismo no se encuentra únicamente en
los actores históricos de la Independencia. Se extiende en el tiempo acercándose a
nuestras épocas, mientras pasa por figuras como Guzmán Blanco, como Gómez, como
Pérez Jiménez. Personalismos como estos, a pesar del discurso republicano que
entonaban, forman parte de estos factores que niegan la República.
En la etapa democrática, Pino Iturrieta resalta el factor antirrepublicano en las
estructuras gubernamentales que dirigen las riendas del Estado venezolano. Sin embargo,
los personalismos se ven transformados en partidismos, desvirtuando de igual forma la
naturaleza de un estado republicano.
Otro factor referido por el historiador, se relaciona con aspectos físicos y geográficos
del territorio nacional, factores que impidieron durante muchos años la consolidación de la
República, producto de la falta de infraestructura y vías de comunicación que nos
convirtieran en un país conectado entre sí. Estas dificultades de comunicación
imposibilitaban llevar un mensaje homogéneo republicano a todo el país, provocando un
país archipiélago (término acuñado por Pino Iturrieta), donde se forman, progresivamente,
ínsulas o penínsulas de antirrepública, que no permiten la planificación de un proyecto de
país republicano, provocando que el discurso independentista con el mensaje republicano
se desconectara paulatinamente de la realidad del país.
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El historiador continúa relatando que esta falta de desarrollo de infraestructura que
permitió, hasta entrado el siglo XX, el nacimiento de espacios alejados del orden
republicano. Fue ocasionado también por la condición económica de Venezuela como país
pobre, realidad que, con la aparición del petróleo, comienza a cambiar. No obstante, el
cambio en la condición económica del país no transformó a Venezuela en sociedad
republicana, puesto que, nos dice Pino Iturrieta: “Cuando hay dinero, el dinero no se usa
para subsanar esas falencias de antirrepublicanismo y de antiliberalismo, sino para
profundizar la antirrepública y para convertirse en (Estado) donador de favores o en
administrador de castigos, es decir, para seguir castrándote como republicano”.
El historiador nos comenta que estos factores ayudaron a la no formación de
ciudadanos, quienes son requeridos y necesitados por las sociedades republicanas para
funcionar, ciudadanos republicanos en los que se fundamenten el orden y el compromiso
por el bien común.
Refrescar la Independencia
Buscando caminos en el inmenso horizonte, Pino Iturrieta no rechaza la importancia
que debe tener para nosotros y para el desarrollo del país, mirar cada cierto tiempo hacia
la Independencia, pero no para repetirla, sino para refrescarla, ajustarla a nuestras
vivencias y preocupaciones, revivir todo aquello planteado en papel, en nuestra
constitución republicana, en el credo de nuestra fundación, para convertirlo en realidad, ya
que la Independencia nos legó el más importante tesoro de la nación, el credo republicano,
y desde entonces en nuestra sociedad, nadie ha jurado ni negado ese credo.
Resalta que no se debe intentar calcar el ideario de Bolívar, y recordando a la
escritora Ana Teresa Torres en La Herencia de la Tribu, explica cómo el imaginario
heroico, bélico, romántico, el de las batallas de nuestra Independencia, estorba en la
formación de un mejor país, porque es necesario entender que la obligación no es la
Independencia, sino la República.
Por eso, refiriéndose al ideal heroico que ha plagado nuestra historia nacional, el
historiador sentencia: “La solución no está allí, la solución está en nuestros días, pero
partiendo de un credo, del credo republicano, que es el que importa como obra y como
herencia de la Independencia”.
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Su secretaria entró en la oficina anunciando la llegada del rector de la universidad,
persona con quien debía reunirse el profesor; por tanto, el tiempo de la entrevista se había
terminado. Sin embargo, interesado en la investigación de la que ahora formaba parte, no
dudó en recalcar su disponibilidad para encontrarse de nuevo, en cualquier momento, con
nosotros, los entrevistadores curiosos de la realidad histórica venezolana.
Salimos de su oficina resguardados por la grata despedida que uno de los
historiadores más importantes del país regalaba, no solo a nosotros como personas, sino
también a una serie de entrevistas que de a poco se iba cerrando, pero dejando un
abanico de distintas perspectivas para mirar, analizar y entender el país.
Como en muchos lugares, su voz arropó el ambiente con la frase de despedida, y
muchas otras sentencias retumbaban aún en nuestra memoria, mientras por los admirados
jardines de la universidad se veía caer la tarde. Hemos concluido otro segmento del ciclo
de entrevistas bicentenarias, dejando en otros personajes de la academia y las letras
nacionales las palabras finales que culminarían esta serie, en el intento de dejar huellas en
la ruta del conocimiento de un país, en medio de sus doscientos años de nacimiento.
Caracas, diciembre de 2010
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José Manuel Briceño Guerrero, Jonuel Brigue
“Estudie una hallaca y usted entiende Latinoamérica”
Ricardo Zambrano
José Useche
Las obras de Jonuel Brigue se reproducen en la actualidad al igual que en sus
albores como escritor, con la gran diferencia de que hoy sus palabras llegan a las manos
de muchos más lectores que en aquellos primeros días, cuando muy pocos ojos curiosos
rebuscaron, entre bibliotecas y librerías, por un escrito que llevase su nombre en el lomo. Y
aunque en aquel entonces la soledad era particularidad de sus libros, estos fueron
desarrollando, inevitablemente, una extraña capacidad de multiplicarse, digna de cierto
relato bíblico.
“Yo escribía los libros y nadie los leía”, nos cuenta Briceño Guerrero sobre los años
en que comenzaba a publicar sus obras. Incluso su primer libro, Dóulos Oukóon, uno de
sus preferidos, sufrió los desmanes de la indiferencia. Por eso, con una sonrisa resignada
y ubicada en el lejano tiempo de aquellos hechos, relata que “yo le di diez ejemplares al
señor Canales en la Librería Selecta para que los vendiera, y a los tres meses fui a recoger
la plata, y él me dijo que no se había vendido ninguno; entonces yo fui a verlos, y en vez
de haber diez había once, y hasta hoy día no me explico eso”.
Sin embargo, esa situación ha cambiado tanto, que después de casi medio siglo,
nosotros, dos noveles entrevistadores, buscamos al profesor José Manuel Briceño
Guerrero para conversar con él sobre unos de los temas que principalmente han ocupado
su obra, Latinoamérica, Venezuela, y la búsqueda profunda de entender nuestra cultura y
nuestra sociedad.
Mérida, cuna de la Universidad de Los Andes, es la misma ciudad que sirve de
hogar a este filólogo y filósofo venezolano nacido en el estado Apure, pero que ha visto,
como aquellos gitanos de los cuentos de la provincia, los fines y sinfines de este mundo,
haciéndose conocedor de estas culturas, no sólo por cruzar esas latitudes, sino por el
lenguaje, que, como el mismo profesor sentencia, es: “la puerta que se abre para conocer
cualquier cultura”.
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Precisamente, en un salón donde antiguamente funcionaba el departamento de
filosofía de la Universidad de Los Andes, el profesor presta sus conocimientos de idiomas y
otros temas a sus alumnos. Ahí, en ese salón, fue el primer encuentro con el octogenario
escritor, en una noche armonizada por un chelo que interpretaba a Bach, y continuada por
la lectura grupal (de su grupo de lectura) de Hamlet, ocasión que sirvió no sólo para
citarnos al día siguiente en su casa, sino para romper de entrada el hielo entre el
entrevistado, y nosotros, unos entrevistadores cansados por el largo y accidentado viaje
desde San Cristóbal.
Al día siguiente, con fuerzas renovadas y frente al portón de su casa,
conversábamos a través del intercomunicador con su esposa, Jacqueline Clarac, que
anunciaba nuestra llegada, mientras nosotros, temerosos por los perros que
silenciosamente aguardaban a su dueño para abrir el portón, ansiábamos comenzar a
preguntar, para indagar en las ideas de uno de los pensadores más importantes del país.
Ya en la casa, luego de ver el derroche de mando y respeto que imponía sobre sus
perros, el profesor se sentó en medio de una sala que estaba preparada para recibirnos,
en un salón que, lleno de obras de arte, creaba una atmósfera llena de color, luz y formas,
tantas, que serviría de analogía a la profundidad y complejidad del tema a tratar durante el
desarrollo de la entrevista. Un lienzo multicultural, nacido de lo heterogéneo de nuestro
devenir como cultura, como nación.
La identificación, el indio a juro
Son varias las publicaciones de Briceño Guerrero sobre el tema de la cultura
latinoamericana, pero la de mayor resonancia ha sido la compilación de tres ensayos que
profundizan en las ideas y formas de ver el mundo que coexisten en nuestras naciones, y a
la vez, en muchos de los latinoamericanos. Este libro es El Laberinto de los tres
Minotauros, obra en la que se sintetiza y profundiza el pensamiento de este autor sobre
Latinoamérica.
De este libro, y de su propia boca, se menciona la existencia de un fenómeno que
marca nuestro desarrollo como país (al igual que en otros países latinoamericanos),
consistente en la identificación y no en la identidad. Briceño nos dice: “Es que habiendo
una pluralidad heterogénea de influencias, de orígenes, de maneras de ser, de formas
culturales, la población tiende parcialmente a identificarse con uno de esos orígenes”.
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Brigue (pseudónimo nacido de la unión de sus apellidos) define estos orígenes
desde el conjunto de ideas que se conforman en un discurso, convirtiéndose así en el
Discurso de la Europa Segunda, el Discurso de la Europa Primera o el Pensar Mantuano, y
el Discurso Salvaje. Estos tres orígenes convergen en la sociedad venezolana (y
latinoamericana) contemporánea, y son producto de nuestro devenir como Nación estado.
La Europa Segunda es el discurso fundamental donde convergen las ideas y formas
de organización de nuestra constitución como país. El filósofo resalta que: “Yo me puse
una vez a investigar las constituciones y son copiadas de constituciones francesas,
norteamericanas, que en esos países se produjeron como resultados de cambios reales, y
que en nosotros quedan como puestas encima”.
Aparte del discurso que rige la legislación y organización de nuestro Estado, está el
discurso de la Europa Primera o el Pensar Mantuano, que es anterior al conjunto de formas
que nacen con la Revolución Francesa y la Ilustración, y está principalmente emparentado
con formas de poder establecidas en la colonia y luego de la Independencia, cuyas
instituciones más representativas serían la Iglesia y la Milicia. Estas instituciones, a pesar
de los muchos años transcurridos desde la creación de la República, continuaban en el
siglo XX influenciando profundamente el desarrollo de nuestra sociedad.
Briceño Guerrero, cuestionándose a sí mismo: “¿Nuestros niños crecen viendo qué
estatuas?”, señala que: “Todo niño, las estatuas que ve, es de un hombre militar con una
espada (…). La estatua que el niño ve es lo que aprende a admirar de pequeño, es un
hombre armado, un militar”. De igual manera, comenta que ambas instituciones influyeron
a ese nivel en la formación de nuestra sociedad, porque, de no poseerse cierto estatus
económico, las únicas instituciones que garantizaban el desarrollo físico y mental a
miembros de muchas familias, eran tanto la Iglesia como la Milicia.
El tercer discurso que cierra el fenómeno de la identificación, es el Discurso Salvaje,
que se fundamenta básicamente, nos dice el profesor, en el resentimiento contra los otros
discursos, y en la negación de las formas de organización y poder establecidas, producto
de un devenir histórico medido por sus derrotas y su opresión.
La conformación de estos tres discursos, que Briceño Guerrero desarrolla extensa y
profundamente en El Laberinto de Los Tres Minotauros, son primordiales para adentrarse
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en su pensamiento sobre cómo entiende a Latinoamérica, y el desarrollo de Venezuela
como estado y sociedad durante los doscientos años de vida republicana.
Ante esta coexistencia heterogénea de discursos que conforman nuestra identidad,
pero que terminan alejándose hacia una identificación con una de esas raíces, Briceño
Guerrero recuerda la historia de un hombre en Carora, que sale a la calle con arco, flecha
y guayuco, al que la gente llama “indio a juro”, lo que resalta la idea de que no es indígena,
sino que busca serlo y se ve ridículo. “Pero igualmente ridículo es que sea francés a juro o
español a juro o americano a juro, y se da eso, ¿no?”. Briceño Guerrero, sin embargo,
resalta que la mayoría de la gente se identifica con la Europa Segunda, y que él mismo ha
vivido de tal forma.
Contraste entre identificación y realidad
En medio del conjunto de discursos que rigen nuestro pensamiento, la identificación
con uno u otro crea una ruptura entre el Estado que se piensa y la sociedad en que se
vive. Nuestro Estado, dice Briceño Guerrero, nace en su constitución, como una imitación
de las constituciones europeas después de la revolución francesa (Europa Segunda), pero
no nacen de los avances propios de nuestras sociedades. Además, esa misma imitación
que a través de los años se ha impuesto y continuamente fallado, impide que se forme algo
nuevo.
Esta ruptura da lugar, según Briceño, a una inestabilidad de identificación, “porque
hay (…) no identidad sino identificación; entonces queda por fuera cuál es la verdadera
identidad. (…) La identidad es como heterogénea. Entonces, salta fácilmente de una
posición a otra, entonces la misma persona que está loco por volverse francés, se
comporta de otra manera como de origen indígena, como de origen negro, (…) y como de
algo nuevo que se está formando”.
El profesor resalta que estos saltos e incongruencias entre nuestras formas de
pensar y de hacer, hacen que las instituciones no funcionen como están pensadas (no
están pensadas por nosotros) y de ahí, muchos de los problemas que arrastra el
funcionamiento caótico del Estado, como la corrupción, tema sobre el que también Briceño
Guerrero ha trabajado.
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Nos contó que, producto de una noticia de un hecho de corrupción en un cargo
político, se interesó en investigar a profundidad el por qué, y halló que quienes cometieron
el delito no sentían culpa. Luego de mucho investigar, también se topó con una forma de
hacerse dueño de propiedades o bienes o capitales, con el apoyo del Estado colonial, una
forma muy parecida a las conductas de corrupción de la sociedad venezolana a través de
su historia hasta la actualidad.
La composición, nos cuenta Brigue, era el nombre de esta forma instituida por el
Estado colonial, en la cual se legalizaba la toma a la fuerza de terrenos y propiedades,
simplemente con el pago de porcentajes del valor de la propiedad al Rey de España,
siendo esta una práctica legal. Así mismo, investigando en los periódicos de la época, nos
comenta que encontró anuncios en donde los ediles vendían sus cargos por quinientos
pesos, “pero esta cuestión les puede producir al año doscientos pesos”. Esto convirtió los
cargos públicos en un negocio, práctica legal en ese entonces.
Briceño Guerrero plantea que, con la formación de la República, constituida como
imitación de avances de la Europa Segunda, se crearon dos niveles, “un nivel nuevo formal
y un nivel real; entonces la persona no se siente culpable, está siguiendo un patrón anterior
(…). A veces se utiliza el de arriba para pelear con el de abajo, pero a veces se utiliza el de
abajo para pelear con el de arriba”.
Con base en todo esto, el profesor concluye que tenemos una presencia de
elementos culturales heterogéneos, que mientras no se configuren en nuevas instituciones,
seguirán saltando de la identificación entre una y otra, sin solucionar verdaderamente los
problemas coyunturales que afectan nuestro estado.
La identidad
“Estudie una hallaca y usted entiende Latinoamérica”, nos dice el profesor
rememorando sus días de estudiante en Viena, donde, pensándose un ser insensible
porque sólo extrañaba las hallacas, entendió que en ella se guardaba (como en muchas
otras creaciones nuestras) las claves de nuestra cultura: nuestras raíces europeas en las
pasas, las raíces indígenas en el maíz, una creación de los estratos más bajos, ya que
venía de los residuos de las otras comidas.
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Sin embargo, para Briceño Guerrero, el problema de la identidad es un conflicto que
aún no hemos podido resolver, y que no podrá hacerse desde el seno de las
universidades, sino el pueblo tendrá que buscar una solución. “Yo sospecho que hay una
inteligencia transpersonal, suprapersonal, que hace que una colectividad entera desarrolle
formas de conducta, y quizá eso logrará con el tiempo, integrar esos elementos tan
contradictorios que hay”.
El problema de la creatividad
Sentado en medio de esa sala llena de colores y formas, el profesor nos comenta
que en un congreso internacional sostuvo una tesis diciendo que la invención del
merengue tiene la misma jerarquía que La Crítica de la Razón Pura, de Kant, hecho que
sorprendió mucho a las personas en ese momento, “pero después lo pensaron y es
verdad. Yo aquí me reúno y me parece importante y bello, y valioso, estudiar a Kant y
estudiar la filosofía griega, la literatura en general, y ellos se interesan de América Latina
es por cosas de música, por cosas artísticas. Entonces fundamentalmente, ahí es donde
ha habido creatividad”
Partiendo de esa premisa, de la importancia de crear desde nuestro mundo, Jonuel
plantea que se tienen que abrir espacios dentro de nuestra sociedad para la creatividad,
pero que provenga de abajo, del pueblo, porque quienes están en estratos más altos, son
europeizantes, y tienden a imitar las formas ya establecidas.
Las formas que se han creado en Latinoamérica son principalmente expresiones
artísticas, que combinan el conjunto de influencias que nos forman, para crear algo nuevo.
También están las fiestas populares, las tradiciones gastronómicas, entre otras,
expresiones que han logrado sintetizar las raíces de nuestra cultura, y el escritor nos dice
que, mientras esa creatividad se limite y menosprecie, en busca de las formas extranjeras
imitadas, difícilmente se logrará resolver las contradicciones coyunturales de nuestra
sociedad.
Dice el profesor que no es una formula exacta, por supuesto. Incluso “puede ser un
fracaso definitivo (…), pero (…) que un grupo de gente tomara el poder, pero que fuera de
ese estrato, que no fuera (…) de las élites dominantes de poder, (…) tomara el poder, y
tuviera la audacia de ser creativo, de inventar cosas, porque algo tiene que inventarse”.
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Una nueva institucionalidad, continúa Jonuel Brigue, que nazca de los estratos bajos
de nuestra sociedad, quienes son los que han tenido la capacidad de sintetizar nuestras
raíces culturales convirtiéndolas en algo nuevo; que esos pequeños inventos se configuren
en la libertad para los grandes inventos, que vengan a regir nuestra organización social,
apartando las identificaciones que pasarían a configurarse en esa identidad aún un poco
nebulosa.
Doscientos años de Independencia
Ya llegaba la hora de despedirnos. Toda una mañana en conversación con el
profesor José Manuel Briceño Guerrero, había sido de gran ayuda para adentrarnos más
en su pensamiento sobre Latinoamérica y sobre el rumbo que debe tomarse para
solucionar muchos de nuestros problemas como sociedad.
Sin embargo, el motivo del cual nacía la investigación que propiciaba las entrevistas,
la celebración de los doscientos años de Independencia, aún estaba en el aire, y como a
todos los entrevistados, se le preguntó su opinión sobre este momento en específico, sobre
qué debía significar para Venezuela los doscientos años de la independencia.
“Más que celebración, debe ser un momento para vernos y reflexionar”, sentenció
en un inicio, sin menospreciar el hecho ni la importancia de la independencia, la que
considera un logro y un beneficio. No obstante, nos dice que debemos considerar el hecho
de que podría ser “una independencia inconclusa”, y que en busca de ello, de completarla,
deberán transcurrir los años por venir.
El reloj no nos regaló más vueltas para dedicarle a Jonuel, y acompañados por el
profesor, complacidos los tres por la entrevista mañanera, atravesábamos el patio. Nos
alejamos de los perros, que, aún silenciosos, aguardaban una posibilidad que no llegó,
porque al final no emitieron ningún ladrido, y junto al profesor, nos observaron atravesando
el portón hacia la calle.
La sala llena de obras y color aguardaba el regreso de José Manuel Briceño
Guerrero, quien, en medio de esa atmósfera, continúa su carrera con vocación de profesor,
pero también de escritor, ya que confesó, antes de dar media vuelta y caminar hacia la
puerta, que escribe un nuevo libro, sumando otro a su ya extensa lista trabajos.
Mérida, Agosto de 2011
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