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Especial Homenaje a José “El Gordo” 6 Noviembre de 2012 Al cumplirse en Febrero de 2012 aproximadamente una década desde que se cerró el bar de “El Gordo”, sus amigos han organizado a José Fernández Tristancho un homenaje para recordar viejos tiempos. La idea ha partido de Julio Ortega y de Pedro García, y se ha desarrollado en La Taberna, un local que pretende precisamente mantener aquellas viejas formas de tomar una copa, en torno a la charla, el humor y el compañerismo. Precisamente, uno de los símbolos del viejo bar del “Gordo” adorna en la actualidad esta nueva taberna; se trata de la impresionante cafetera marca Oyarzun que admiran todos cuantos entran allí. En el homenaje intervinieron algunos de sus amigos, como Félix González, Pedro García, Antonio Fernández Tristancho, Juan Manuel Pablos, Leandro Navarro, con su exquisito guiso para todos, Antonio Sosa, como Alcalde de Galaroza, o Manuel Angel Barroso, quien le entregó una placa en nombre de todos cuantos recuerdan con cariño su forma de ser. En este primer especial de “La Regaera” vamos a transcribir o resumir los discursos que se pudieron escuchar en este acto y las aportaciones que nos han sido entregadas para publicarlas en este boletín.

La regaera 6 Especial homenaje a Jose "El Gordo"

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Especial Homenaje a José “El Gordo”

El homenaje ha sido especial, ººº

Amigo José:

6 Noviembre de 2012

Al cumplirse en Febrero de 2012 aproximadamente una década desde que se cerró el bar de “El Gordo”, sus amigos han organizado a José Fernández Tristancho un homenaje para recordar viejos tiempos.

La idea ha partido de Julio Ortega y de Pedro García, y se ha desarrollado en La Taberna, un local que pretende precisamente mantener aquellas viejas formas de tomar una copa, en torno a la charla, el humor y el compañerismo. Precisamente, uno de los símbolos del viejo bar del “Gordo” adorna en la actualidad esta nueva taberna; se trata de la impresionante cafetera marca Oyarzun que admiran todos cuantos entran allí.

En el homenaje intervinieron algunos de sus amigos, como Félix González, Pedro García, Antonio Fernández Tristancho, Juan Manuel Pablos, Leandro Navarro, con su exquisito guiso para todos, Antonio Sosa, como Alcalde de Galaroza, o Manuel Angel Barroso, quien le entregó una placa en nombre de todos cuantos recuerdan con cariño su forma de ser.

En este primer especial de “La Regaera” vamos a transcribir o resumir los discursos que se pudieron escuchar en este acto y las aportaciones que nos han sido entregadas para publicarlas en este boletín.

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DE CUANDO SE SABE QUE LAS COSAS RECORDADAS NUNCA VOLVERÁN

Aunque para mi generación y las inmediatas que nos precedieron y nos siguieron, fueron los años ochenta y buena parte de los noventa la época de esplendor en la taberna de “Cástulo”, -por aquello también de que la juventud no puede sustituirse por nada-, yo desde mis recuerdos de niñez y adolescencia y de lo que he escuchado, diría que fueron en realidad el final de los años cincuenta, toda la década de los sesenta y buena parte de los setenta, los años que imprimieron el carácter peculiar e irremplazable a ese lugar que ha marcado en buena parte la historia de Galaroza a través del día a día de muchas personas. En aquellos años y en un país que poco se parecía al de ahora, Cástulo Fernández (Cástulo el gordo, como antes su padre y después su hijo), desde detrás de aquella barra de madera y pizarra asistía todos los días a una de las mejores tertulias que ha tenido nuestro pueblo, sólo comparable por su sabor (aunque diferente) a las de la taberna de “Fernandillo” cuando estaba en la antigua calle Canónigo Vázquez, “La Pacheca” con el insustituible Manolo subiendo y bajando escaleras y la “Taberna del Lobo”, esta última también a veces con tertulias de marcado carácter político. Y aunque, en ocasiones, todavía en el ambiente parece que todo aquello no ha pasado, el mero hecho del recuerdo nos devuelve con crudeza a la certidumbre de que así ha sido.

En este ambiente de recuerdos, en la actual Taberna de Julio (al que hay que felicitar porqué es hombre que a la práctica diaria del negocio siempre ha sabido añadir eso que hace que nos sintamos bien, y que ya también es un referente insustituible de nuestro pueblo) y en el décimo primer aniversario desde que se cerró la emblemática esquina de frente del Ayuntamiento, quisimos dar un pequeño homenaje a José Fernández (José el Gordo, sin duda un gran cachonero) y de paso reunirnos para recordar, aunque sólo sea por aquello de que sin memoria difícilmente puede afrontarse el futuro. Con la organización de Antonio Fernández Tristancho (Antonio “Caseta”, al que en justicia hay también que felicitar y agradecer la extraordinaria labor de recopilación de nuestra cultura y defensa de nuestro patrimonio), recordamos aquellos tiempos que como digo no volverán, pero de los que por su riqueza e intensidad, hay que tomar muestra para seguir haciendo de Galaroza un referente de nuestra Sierra.

Pedro García Peña. Galaroza, mes de septiembre del año dos mil doce

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3 Especial Homenaje a José “El Gordo”

JOSE “EL GORDO”, PERSONAJE DE LEYENDA

Habitualmente se habla bien de una persona cuando fallece, pero hoy, “La Regaera” quiere rendir justo homenaje a uno que todavía se encuentra entre nosotros: José Fernández Tristancho, José “El Gordo” para los amigos.

Si esto se produce, hablar bien de un presente, es que el protagonista atesora cualidades importantes y, si casi todos coinciden en alabarlo, entonces es que el tío es genial. Pues eso sucede con José.

Polifacética persona, ha sido medio cura, tabernero, futbolista, archivero, profesor, poeta, hortelano y cuidador, y de cada una de esas facetas tiene cosas que contar. Cosas buenas, cosas útiles, cosas que son imposibles de incluir en esta revista en su totalidad, pero de las que les daremos algunas pinceladas.

Probablemente el José más público sea el que regentó la taberna que heredó de su padre, en la Plaza del Ayuntamiento. Cástulo no sólo le legó el negocio, sino también el mote y quizá algo más. Desde allí, José ha desgranado los pasajes más conocidos de su vida.

Tabernero jovial, conversador, de gran servicio a todos, llevó el local de una forma especial. No tenía una cocina, digamos “elaborada”. El plato principal, y casi único, eran las papas fritas cachoneras, con eso lo arreglaba todo. Aunque en ocasiones ponía unos huevos fritos con chorizo que reanimaban a un muerto, y han sido muchas las veces que allí se han elaborado y comido las delicias de la tierra.

En cuanto a la bebida, José siempre prefirió la simplicidad del barril de cerveza y ponía mala cara a los que pedían tinto de verano, por ser tan difícil y cansina su elaboración. Normalmente, se trataba de forasteros, a los que no le importaba desairar en algunos momentos, sobre todo si se trataba de los que él bautizó como “diesel”, de esos que andan mucho pero gastan poco.

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La taberna era la casa de todos, por eso llegó a ser un gran conocedor de la sociedad cachonera, sabe bien de qué pie cojeamos cada uno, y eso le hace sabio. Como ejemplo podemos citar su única novela empezada, “El Confesionario”, a la que ha puesto un acertado título y que esperamos finalice un año de éstos, donde hace un análisis de las personas, sucedidos y experiencias vividas en la tasca.

A ello le llevaron las largas horas de debate, de hablar con la gente, de contar sus penas y escuchar las de los demás. De hecho, algunos llamaban al lugar “la Cámara Baja”. Otro ejemplo es la letra de las sevillanas que popularizaron “Los Cachoneros del Carmen”, y que decía “…Casa el Gordo, Bar del Púa, dos tertulias sin igual”.

En la taberna se respiraba siempre humor, incontables anécdotas protagonizadas por personajes que ya no están entre nosotros, como Carvajal, Emilio “Alicate”, Vázquez o el gran José Antonio Ortega, que llegó a dibujar una caricatura diaria en su negra pizarra llamada “La chispa del día”.

Pero no sólo de su bar ha vivido José. Su formación le ha llevado a ser profesor de muchos, catedrático de la vida, gracias a sus vivencias y a sus estudios en el Seminario. Aquellos años le aportaron andanzas y sucedidos que le han acompañado siempre.

Su dominio del latín lo convirtió en “rara avis” entre sus semejantes y su cultura le ha servido para ser un gran narrador de historias y para alimentar una vertiente literaria de reconocida calidad. Sus poemas denotan sensibilidad y valía, le han permitido aislarse de la realidad en los malos momentos y demostrar sus sentimientos con la palabra escrita en vez de la hablada.

En su faceta de profesor, instruye a numerosas personas a las que ayuda con éxito a superar dificultades escolares. Son sus niños, a los que atiende en esta y otras parcelas laborales.

Porque ahora José se dedica a otros niños, “a los chavales”, a personas con discapacidad de la Asociación Paz y Bien que precisan de su humor, de sus cuidados y su cariño. Ahora José es Maestro, pero con mayúsculas.

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Aquí también desarrolla labores de hortelano, labrando y cuidando la tierra, como nuestra Virgen del Carmen, a la que ha escrito bellos poemas, y que en palabras de Jesús Arcensio “es marinera y hortelana”.

Esta vocación de servicio la ha demostrado siempre, como aquella etapa que fue Juez de Paz de Galaroza, que le sirvió para conocer nuestro pasado y a interpretar libros en extraños lenguajes. Muchas noches ha pasado encerrado con cientos de papeles para sacar el árbol genealógico de fulano o averiguar qué fue de mengano.

Ha colaborado con los Días de la Amistad, de hecho en una de las estancias del bar guardaba un tablón con la leyenda “Círculo de la Amistad”, y con los carnavales, convirtiéndose en uno de sus pregoneros más recordados. En este pregón, de 1999, recordaba una vieja anécdota de su padre, Cástulo, que le decía: “hijo mío, en este pueblo somos únicos para las fiestas; aquí sale un tío tocando un tambor por Venecia y cuando llega al Cenagal lleva todo el pueblo detrás”.

Ha jugado mucho al fútbol, en sus años mozos, cobrando fama por su juego y, digamos, su “empuje”.

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En 2001, en el número siete de la revista “Rumor de Aguas”, tuvimos la ocasión de escribir un artículo sobre José que titulamos “José el Gordo, In memoriam” y que no pretendía ser su obituario, ya que todavía le queda mucho tiempo de habitar este valle de lágrimas, como el mismo calificaría esta vida que sobrellevamos como buenamente podemos. En este texto, ya expusimos que “su gran corazón le libra de cualquier crítica seria. Su falta de maldad le otorga todos los perdones. Su amistad le hace merecedor de todos los halagos. Estamos faltos de hombres sinceros como él, aunque escondan su sensibilidad tras un aparente estado de enfado permanente”

En José “El Gordo” no todo es bueno, como pasa en todas las personas; ha tenido y tiene defectos, ha hecho enfadar a algunos y ha tenido que afrontar problemas duros. Pero nos van a permitir que esas cuestiones de su vida las dejemos para otro momento. Aquí y ahora, tan sólo queremos decirle a nuestro amigo: gracias por ser así.

Por eso, recordando una de sus anécdotas preferidas, en vista del éxito obtenido queremos desearte suerte en tu vida, que sigas cantando “Rapaciña” con los amigos y que sigamos cantándote aquella copla nuestra: “Anda José el Gordo, no seas agarrao, ponnos unos whiskis y unos mantecaos”.

Antonio Fernández Tristancho

Galaroza, Febrero de 2012

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UN ABRAZO, AMIGO JOSÉ

Sin lugar a dudas el Bar ó Casa de Castulo ha sido desde hace muchos, muchos años un referente para el pueblo de Galaroza.

No empezó contigo ni con tu padre, sus orígenes vienen de tu abuelo Josefito Mojena.

Está claro que esa época yo no la viví, pero si la vivieron mi padre, José Perea, José Luis Blanco, Nicomedes, Nicolás, y tantos otros que me la han contado.

Después comenzó tu padre, Cástulo el Gordo, para los amigos; en estas fechas yo ya frecuentaba los bares, especialmente el tuyo más de una vez, por la relación familiar aunque lejana que nos unía.

Tanto en la época de tu abuelo como en la de tu padre, era el bar por excelencia para la clase “culta” del pueblo: allí se reunían, para tomar la copa y el café tanto el Alcalde, Secretario, médicos, farmacéutico, Juez, el comandante de Puesto de la Guardia Civil,… en resumidas cuentas la “Yés”.

Pero claro está que, sin dejar en mal lugar a sus antepasados gerentes y teniendo en cuenta que tu padre vivió bastantes años estando tú al cargo del mismo, con la llegada de José el Gordo el famoso Bar Casa Cástulo fue cambiando. Entonces yo tenía más que suficiente edad para acudir día a día a tomar las copas tanto por la mañana como por la noche o por la tarde.

¡Cuántos ratos buenos hemos pasado, amigo José, en ese Bar, cuántas vivencias, cuántos recuerdos con los amigos! No puedo dejar de rendirle un pequeño homenaje a Isabel, tu madre, que, a pesar de la enfermedad de tu padre, no dejaba nunca de ir varias veces al bar, a ver cómo estaban las cosas.

Me voy a permitir recordar algunas de las anécdotas vividas por mí y por muchos de los que nos acompañan; no dudo que habrá muchas más que, o bien no las viví o no las recuerdo.

Como te he dicho antes, contigo también seguía siendo, aunque menos, el bar de las tertulias de la “Yesé”. Un día, el fallecido D. Vicente, el médico, seguía con la costumbre de ir a tomar café y desde el bar lo vistes venir y dices “¡Me cago en la madre que me parió, ya viene allí el C… ese; esta tarde te vas a enterar!”; te levantaste, enchufaste la máquina de café, y te digo de verdad que seguro que D. Vicente tenía un tapón puesto, porque si no, no es capaz de aguantarse.

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¿Te acuerdas, José, de aquellas copas a mediodía con D. Julián y D. Juan, los médicos, Freire, el Secretario, y por supuesto también el Cundo, con esas medicinas debajo del brazo, recetadas por D. Julián a las 11 de la mañana? Y un tinto, otro, otro y al final le decía el Cundo a D. Julian “que buenas medicinas tienen que ser éstas, que me hacen efecto hasta debajo del brazo”.

¿Te acuerdas de tu famosa intervención quirúrgica? Se leía en la puerta del bar: “CERRADO POR INTERVENCIÓN QUIRÚRGICA”. ¡Qué sofocón se llevó tu madre en una de esas visitas que diariamente te hacía al ver el letrero, porque está claro ella no sabía nada!

¿Te acuerdas, José, aquellas partidas de cartas, sobre todo los domingos por la tarde, con nuestros amigos el Cundo y el Litri, al que les fallábamos hasta el As de la Vira una y otra vez? Pero, ojo, que si se daban cuenta salía el garrote del Litri marchando.

¿Te acuerdas, José, cuando después de la operación tenías que ir a revisión y, claro está, tenías que llevar la muestra si es que había alguna y coincidía que ese día iba yo a Aracena y te iba a venir conmigo? Habíamos quedado a las nueve de la mañana, yo desde la Caja te ví entrar en el Bar a las ocho y media y dieron las nueve y no salías; ya fui a llamarte y me dijiste “espérate cabrón que he recorrido todo el pueblo y no había forma, ya nos vamos”.

Recuerdo un día a tu padre sentado en la silla, ya muy afectado con su enfermedad en las piernas, y empezaste a contar una de esas historias tuyas. Todos los que estábamos allí te escuchábamos con mucha atención, aunque tu padre movía un poco la cabeza, y cuando se acabo la historia tu padre, saliéndole del corazón, dice, “ay, hijo mío, ¡qué embustero eres!”.

¡Cuántos días nos han dado allí las 3 y 3 y media de la tarde!. Nuestro amigo Freire desde la dos y cuarto ya empezaba a decir “¡venga José, la última por la salud de mi madre!”, y la última eran tres o cuatro más.

En fin, como te he dicho antes, estas son algunas de las anécdotas de las que me acuerdo, por supuesto que hay un montón más pero ya la memoria, como otras muchas cosas, va fallando y como reconocí antes, aquí hay gente que puede tener otras mucho mejor que estas Sinceramente, para mí es un placer está aquí. Como me dijo un paisano nuestro que no vive en Galaroza y una vez que vino encontró el bar cerrado: “Félix, antes que se haya cerrado esta Institución tenía que haberse cerrado el Ayuntamiento”.

Félix González Muñiz

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9 Especial Homenaje a José “El Gordo”

GRACIAS, AMIGOS

En primer lugar, he de decir que me siento muy emocionado con esta cortesía que habéis tenido conmigo. Sinceramente, creo que no me merezco este homenaje; quien tenía que haberlo hecho era yo a vosotros. Vosotros habéis sido la esencia y la verdadera alma del “Gordo”, sin vosotros aquello hubiera quedado reducido a cuatro paredes viejas que se desmantelaban con el paso del tiempo. Sin embargo, y aunque esté mal que yo lo diga, “el Gordo” se convirtió en una verdadera institución donde la simpatía y la amistad eran su divisa.

El verdadero encanto de tantos años a nuestro lado fue la suculenta lista de tapas: unas tapas hechas con el cariño y con la sonrisa y los mejores ingredientes: la amistad, la alegría, el buen humor y, por qué no, la libertad.

Hoy hace once años que se fue la musa y el elixir de esa vuestra casa. Después, han querido crear sucedáneos de tan suculento aroma y tan sólo han conseguido cambiar lo que existía, aprovechando un nombre que ya no tenía razón de ser. El ambiente jovial y ameno pasó a segundo plano.

La exquisitez y la selección de clases quedaron atrás hace ya muchos años, gracias a Dios. Hoy es el pueblo llano el que impregna con su savia el carácter, y da carisma al bar. La jet-set no hace más que ahogar su esencia y crear un ambiente ficticio donde la tacañería y las “mariconadas” realzan su figura. Eso lo sé yo, por experiencia.

En esta vida, hay cosas que no se pueden alterar porque con contra corriente, y esa ha sido una.

Dese que “el Gordo” cerró sus puertas, la plaza del Ayuntamiento se muere día a día; es verdad, me da pena pasar por allí y ver todo vacío, todo callado, todo sin nada.

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10 Especial Homenaje a José “El Gordo”

Aunque ha pasado mucho tiempo, no hay un solo día que no recuerde con nostalgia los momentos tan maravillosos que hemos compartido juntos, y los recuerdos y anécdotas que guardo para siempre; y que prefiero no escribir, porque éstas debe ser recordadas en el momento apropiado y con varias personas, para dar más realce y veracidad exacta a aquellos momentos, es decir, con algunas copas, y entre todos rememorarlas.

Al principio me costó muchísimo no estar, desaparecer y comenzar una nueva vida. Hoy, gracias a Dios, ya ha pasado la “morriña”, pero yo siempre estaré allí. Cada vez que os veo, que es casi nunca, me vienen a la cabeza cientos de historias que hemos compartido juntos y que jamás caerán en el olvido.

Hablar del “Gordo” es para mí lo más grande del mundo. Mi padre allí sentó cátedra, como decía él. Cástulo sí que se merecía un homenaje; era muy bruto, pero con un corazón inmenso, no tenía nada suyo y era un hombre íntegro. Es verdad que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, y ahí estaba Isabel, mi madre. Todos la conocéis: canela fina.

De aquella época recuerdo las primeras tertulias nuestras. Apenas había televisores en el pueblo y allí estaba “el Gordo” para ver “Viaje al fondo del mar”, “El ladrón sin destino” y tantas y tantas secuencias que aún perviven en nuestro recuerdo.

Por cierto, recuerdo aquellas noches de invierno que hacíamos noche en el bar. Siempre había una cesta llena de papas que nos comíamos y una alacena con ese pescado frío que tanto le gustaba a Freire. Jamás escuché a Cástulo ni a Isabel decir una sóla palabra al respecto; al revés, se sentían felices y contentos. ¿Sabéis por qué? Porque era gente buena y porque, vuelvo a repetir, no tenían nada suyo, los amigos de su hijo eran, no sus amigos, sino sus hijos. Perdonad este ataque de melancolía, pero no se puede hablar del “Gordo” sin hablar de estas dos personas tan entrañables.

También recuerdo otras tertulias, las del mediodía. ¿Quién no recuerda las voces de Luís “el Chavalillo”, dando clases magistrales de política social y de enorme locuacidad, no sin ausencia de razón. Hago un inciso para decir que anoche me llamó Francis, para decirme que no podía venir hoy, y que lo sentía mucho; yo también lo siento, pues es un amigo desde niño.

¿Quién no recuerda a tantos y tantos clientes que han ido pasando por aquella barra tan entrañable, que en su día hizo “el Palomo”?

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Pero el reloj continuó su paso y me llevó a ser su relojero ¿Os acordáis del viejo reloj del bar? Aún le sigo dando cuerda a menudo y, más de una vez, me vienen lágrimas a los ojos, porque con sus horas siento cómo han pasado las mías. El tiempo, dicen, cicatriza las heridas, pero las cenizas siempre quedan ahí. Cada tañido que marca es uno de vosotros, es una palabra que respira por sí sola y que inunda mi ser de algo que nunca puedo olvidar: el recuerdo.

Para mí lo más importante siempre habéis sido vosotros. ¿Quién se ha sentido extraño en mi casa? ¿Quién no ha bebido con dinero y sin dinero? ¿Quién no ha encontrado calor entre sus paredes? ¿Quién ha perdido su libertad en “el Gordo”?

La verdad es que, para mí, ha sido un orgullo muy grande teneros como clientes, como parroquianos, pero sobre todo como amigos. Los recuerdos y las anécdotas, y valga la “rebundancia”, como decía en su día José Antonio Coronado, se guardan en la mente, pero a vosotros os tengo siempre en un cuarto muy especial que guardo en mi corazón. Aunque penséis que aquello pasó y borrón y cuenta nueva, no es ese mi caso. Yo nunca podré borrar los momentos tan entrañables y maravillosos que compartí a vuestro lado.

Cuando hablo de vosotros, me refiero a tantas y tantas personas que no quiero nombrar por el temor de dejar alguno atrás, y que habéis pasado por mi vida; los que estáis aquí, los que no están y los que ya se fueron, y que luego recordaremos entre todos.

Cuando Julio y Pedro (a los que, aparte de este homenaje, siempre les estaré eternamente agradecido por su deambular por mi vida) me hablaron de este acontecimiento, al principio no les eché cuenta, y lo tomé un poco a cachondeo. Luego le estuve dando vueltas al asunto, y me di cuenta de que no podía negarme. Esto era algo muy importante para mí. Es el decir “no me he ido”, y el decir vuestro “aún sigue con nosotros”.

Normalmente, los homenajes se dan después de muerto, y ya sabéis que “después de muerto, cebo al rabo”, pero yo aún sigo vivo, ya achacoso, más mayor pero vivo, y este acto para mí es algo inolvidable. Para un buen científico o un buen escritor, recibir el Nobel es lo más grande, para mí vuestro reconocimiento y vuestra amistad es el galardón más importante que me pueden dar, porque ahora sé que no me habéis echado en el olvido.

El olvido es el peor enemigo del hombre. Cuando yo cerré el bar, viví momentos de gran soledad. Pasé de ser una persona pública, rodeada de gente que creo sinceramente que me apreciaba, o mejor, que me quería, a morir sólo todos los minutos del día, sin vuestro “maná”, sin vuestras sonrisas y, lo más doloroso, sin vuestra presencia.

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Galaroza, Homenaje a José “El Gordo” – La Taberna de Julio, Febrero de 2012

Publicado por “La Taberna Cultural X“ - Noviembre de 2012

Es una iniciativa de Con la colaboración de

Hoy en este evento, os quiero dedicar desde lo más adentro de mí ser mis sentimientos más profundos, pero sobre todo mi enorme gratitud. Nunca podré olvidar este acto, ni mucho menos a los que habéis tenido la gentileza de acompañarme en él. Me siento muy feliz de estar a vuestro lado, de sentir vuestros corazones en otro lugar tan emblemático para nuestro pueblo como esta taberna del amigo Julio. Aún recuerdo cuando me dijo que la iba a abrir; desde ese momento, creí que tenía una deuda pendiente y que, de alguna forma, “el Gordo” tenía que estar siempre presente en su hábitat. Desde entonces, mi buque insignia navega ante vuestros ojos. Le tenía que brindar a Julio algo que formaba parte de todos: la vieja máquina de café, que sobrevivirá al naufragio. En cierto modo, es patrimonio cachonero y no merecía morir en el olvido, en el rincón de los trastos viejos.

Queridos amigos, es un verdadero placer estar hoy aquí, no por el hecho del homenaje, sino por compartir estos momentos inigualables que pocas veces ocurren en la vida, rodeado de las personas que creo aún me aprecian. Podría llevarme meses escribiendo y narrando mis-vuestros recuerdos, y la enorme estima que os guardo, pero no quiero ser demasiado pesado. Siempre se ha dicho que lo bueno y breve, dos veces bueno, y que la mejor palabra es la que se queda por decir. Yo, como en su día dijo Jesulín de Ubrique, sólo os voy a decir una: GRACIAS; gracias de todo corazón, nunca olvidaré este momento tan entrañable. No quiero terminar sin expresar de nuevo mi humilde gratitud. Yo no me merecía esto, pero de todas formas, muchas gracias. Os quiero.

No me olvidéis, como yo tampoco os olvido, y ya para terminar, espero que cuando nos vayamos de este mundo sigamos la tertulia en otro “Gordo”, o en otra “Taberna de Julio”. La vida no puede ser tan ingrata y dejarnos en la estacada; el bar fue, es y será nuestra cultura. Un abrazo y muchas gracias, amigos

José Fernández Tristancho – Galaroza, 4 de Febrero de 2012