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Paul Gibier El espiritismo - faquirismo occidental

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E L E S P I R I T I S M O

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DR. P A U L G I B I E R _

ESPIRITISMO (FAQUIRISMO OCCIDENTAL)

HISTORIA, DOCTRINA Y HECHOS

TRADUCCIÓN Y NOTAS DE E N E D I E L S H A Í A H

B I B L I O T E C A D E L M Á S A L L Í .

L I S T A 6 6 . M A D R I D

I 9 2 2

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Es propiedad.

Derechos reservados.

Imprento de «El Adelantado de Segovla»

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PAUL GIBIER

El doctor Pablo Gibier, personalidad de la ciencia médica muy conocida, y una verdadera autoridad

en cuestiones de bacteriología, fué, en tiempos, alumno interno de los hospitales de París, teniendo a su cargo el Laboratorio de Patología experimental.

En su larga vida científica, ha realizado labores de gran importancia. Se le deben varios descubri­mientos, y la Facultad de Medicina, premió con la más alta recompensa destinada a las memorias, la presentada por el doctor Gibier, acerca de la rabia y su tratamiento.

También ha desempeñado diversas comisiones científico-profesionales, por mandato del gobierno francés, demostrando en todas sus excepcionales condiciones de observador y de hombre de ciencia.

Se le deben interesantísimos trabajos, entre los cuales mencionaremos los siguientes:

Note sur un cas de persistance du trou de Botal. Note sur un cas de tuberculose testiculaire. Note sur un cas de kyste ovarique. Du siège insolite des ulceres syphilitiques primitifs. Des accidents secondaires tar­difs de la syphilis. Des blessures du poumon par frac­ture de la clavicule. Des causes et du traitement de la

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fièvre typhoïde. Mémoire sur les accidents nerveux produits par la foudre. La bactérie du pemphigus. De l'enteroclysme. De la possibilité de faire contracter le charbon aux animaux a sang froid en élevant leur température. Recherches sur la rage et sur son traite­ment. Recherches sur la rage nés oiseaux. Etude sur le choléra. Atténuation du virus rabique. Rapport sur une mission scientifique en Allemagne. Rapport sur •une mission scientifique en Espagne. Nouveau traite­ment de la phtisie. Y últimamente Analyse des choses.

Tal es el hombre que, co'mo declara en la obra que hoy presentamos, consagra su ilustrada atención a los fenómenos del espiritismo, en tiempos en que esto equivalía a comprometer seriamente la reputa­ción mejor adquirida, y con una franqueza que le honra, exhibe, desnudo de atenuaciones, un criterio fundado en la más severa experimentación, mante­niendo, desde el primer día, todas las prudentes re­servas que ha de establecer el sabio cuando se trata de estos tenebrosos misterios que parecen surgir de las regiones del más allá.

En su otro libro, Análisis de las cosas, que próxi­mamente traduciremos, generaliza el concepto ad­quirido a la luz de los estudios psiquistas, y valiente­mente penetra en los dominios que constituirán el campo de la psicología del mañana. Sus coinciden­cias, en más de un punto, con las doctrinas esoteri-cistas, es uno de los aspectos más interesantes de este ilustre autor, cuyo nombre ya es una indiscuti­ble gloria del movimiento psiquista en Francia.

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PREFACIO

No hay labor tan ingrata como la de presentar a los contemporáneos un. conjunto de hechos que ignoran, o sobre los cuales oyeron hablar de modo que había de prevenirles contra los mismos. Y sin embargo, ésta es la misión que nos hemos impuesto.

Haremos constar con relación a nuestros lectores que no lo sepan,~que el tema de que vamos a ocuparnos, casi desconocido entre nosotros, está puesto a la orden del día desde hace tiempo entre nuestros vecinos, parti­cularmente en Inglaterra, donde no transcurre. el mes sin que las revistas y los diarios filosóficos más serios dejen de tratarlo con idéntica atención que la acorda­da a los problemas oficialmente científicos.

En vista del silencio por regla general observado en­tre nosotros los franceses, creemos realizar una obra útil al hacer que sea conocido el estado presente actual de lo que se denomina el ESPIRITISMO, asunto que no sólo hemos estudiado en los 'libros, sino que además hemos investigado en multiplicadas experiencias y ob­servaciones.

Rogamos al lector que al hojear esta obra, le conce­da la atención y paciencia necesaria para formular respecto de ella un juicio definitivo cuando haya llega-

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P R E F A C I O

do a la tercera parte, consagrada a nuestros experi­mentos personales.

Este linaje de experimentaciones que pocos sabios han querido acometer, nos autorizan para decir, desde ahora, que el asunto merece sobradamente la atención que se le conceda, y que de él hablamos con perfecta

seriedad. No desconocemos que semejante actitud está rodeada

de peligros. Sin duda nos fuera más fácil, sin descu­brirnos, llamar la atención del público y de los sabios, acerca de determinados hechos—hechos naturales según opinamos, pero que resultan gobernados por leyes que

aún desconoce la ciencia moderna—describiéndolos en tono agridulce y chancero; mas ni un solo instante he­mos acariciado la idea de seguir tal_proceder. Eso hu­biera sido indigno del verdadero filósofo, y, además, creemos que es una cobardía. He aquí por qué preje-rimos ir, franca y noblemente, a nuestro fin (i).

París-Octubre, 1886.

(1) Desde que Gibier escribió lo que antecede hasta ta fecha actual, han cambiado mucho las circunstancias en todo el mun­do. Hoy es Francia una de las naciones donde más se ha escrito y experimentado acerca de los fenómenos espiritistas, y en Fran­cia y en todas partes se puede ya hablar en serio de tales cosas.—(N. DEL T).

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«...Debemos declarar que somos enemigos de lo místico y de lo ma­ravilloso, y que no aceptamos que nada pueda producirse fuera del dominio de las leyes naturales».— Paul Gibier. («Introducción» a la 1. a Edición).

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PRIMERA PARTE

CAPÍTULO PRIMERO

R E S U M E N D E L A F I S I O L O G Í A D E L E S P I R I T I S M O

Un día, en las primeras épocas de nuestros estu­dios de medicina, vimos entrar en la tienda de un modesto librero de la margen derecha del Sena, donde por casualidad nos hallábamos, un hombre de gesto original, de cara pálida y huesosa, en la que lucían unos ojos de mirar febril.

Llevaba en la mano un manuscrito que ofreció al editor, diciendo con tono misterioso: —Aquí hay cosas de la más alta importancia; pero debo adver­tir a usted que no soy su verdadero autor, porque me han sido dictadas por los espíritus.

Como es natural, nuestro autor fué despedido con todos los honores correspondientes a su categoría de colaborador de las entidades invisibles. Pero la expresión de aquella rara fisonomía no se ha borra­do aún de nuestra memoria, y en estos últimos tiem­pos, cuando obligados por el estudio o por el hecho de seguir ciertas observaciones en el seno de las so­ciedades espiritistas, acudimos a ellas, pudimos no­tar nuevamente la expresión de aquel individuo en-

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tre los fanáticos adeptos. En los primeros cristianos debióse encontrar el propio aspecto entre los que iban a ofrecerse espontáneamente para ser pasto de las fieras del circo. Por lo demás, creemos que si fuera preciso en testimonio de su fe, muchos espiri­tistas afrontarían igualmente la persecución, cosa que, por otra parte, nada prueba.

Sin embargo, si un cierto número de espíri­tus—terrestres, bien entendido—se dejan entusias­mar por las prácticas espiritualistas, hasta el punto de permitir que su razón desvaríe^ es justo declarar que constituyen escasa minoría; en París, por lo menos. En cambio, conocemos muchas personas sin­ceras e ilustradas, que estudian fríamente esta cues­tión, con esperanza de sorprender en ella el mis­terio, el por qué de la vida.

Es cosa que generalmente se ignora en el mundo científico y entre el público, que los adeptos del es­piritismo están diseminados en gran número por todos los pueblos del globo, y en todas las clases so­ciales. Poseen sus asociaciones de estudio, de soco­rros mutuos, y sin llegar a constituir una confabula­ción secreta, cuyas vastas ramificaciones socaven el mundo—como los topos socavan la tierra, según dice un periódico clerical—, es necesario reconocer que el espiritismo conquista, de día en día, tal impor­tancia por el número creciente de sus neófitos, que pronto habrá imperiosa necesidad de ocuparse de él en las esferas oficiales, así en las de la ciencia como en las de la política. El espiritismo se ha organizado en forma de creencia y constituye una verdadera re­ligión. i_ ; i

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E L E S P I R I T I S M O

En Francia, el número de los espiritistas es menor que en Inglaterra y América; pero de todas suertes no es exagerado afirmar que en París llegan a cerca de cien mil.

En todos los países se publican diarios espirititás, revistas y hojas periódicas, y se tendrá una idea más exacta de la importancia adquirida por la nueva doc­trina, considerando la cantidad a que ascienden las principales publicaciones que son órgano de la mis­ma, y cuyo número aumenta incesantemente.

Trece revistas y diarios se publican en francés (La Revue spirite, la Pensee, el Spiritisme, y la Lumiere, en París, la Religión laique, en Nantes, etc.), veinti­siete en inglés, treinta y seis en español, qinco en alemán, tres en portugués, una en ruso, dos en ita­liano. Un diario espiritista franco-español, aparece en Buenos Aires y otro franco-flamenco, en Os-tehde.

En el número de estas publicaciones, se destacan dos redactadas por personas a. quienes distingue su científico carácter: tal sucede con los Proceedings de la Sociedad de investigaciones psíquicas de Londres, en tre cuyos miembros hallamos los nombres de Glads­tone, primer ministro, que fué, en Inglaterra, W. Crookes y Alf. Russel Wallace. Los dos últimos, pertenecen también a la Sociedad Real de Londres, corporación similar al Instituto de Francia. El pre­sidente, profesor Ballfour-Stevart, es también miem­bro de la Sociedad Real. Actualmente la Sociedad de investigaciones, psíquicas, cuenta con doscientos treinta y cuatro miembros efectivos, vientiún hono­rarios y doscientos cincuenta y cinco asociados. Al-

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gunos sabios franceses, forman parte de dicha socie­dad, a título de miembros correspondientes de ella. Recordemos a los doctores Bernheim y Liébeault de Nancy y Carlos Richet, profesor agregado a la Facultad de Medicina de París, y director de la Re-vue scientífique

La Sphynx, periódico espiritista alemán, está tam­bién redactado por hombres de ciencia.

Uao de los más ardientes propagandistas del es­piritismo en Petrogrado es M. Alejandro Aksakoff, consejero secreto del Czar Alejandro III (i).

(i) Los datos recogidos por Gibier respecto de la difu­sión y desarrollo del espiritismo en todos los países, no pue­den servir hoy para dar idea cabal de su estado, a causa de las notables variaciones que, en todas partes, experimentó desde la fecha en que fué escrita la obra que hoy traducimos.

Comenzando por España, hay que advertir que si hubo época en que el movimiento espiritista, desde Barcelona y Madrid, principalmente se extendió a casi todas las provin­cias españolas, creándose, en muchas de ellas, importantes centros de experimentación y fundándose en varias, revis­tas y periódicos de mayor o menor importancia, llegó el momento de la desunión y los centros comenzaron a verse abandonados por muchos investigadores.

Quedaron, no obstante, en ellos, eminentes excepciones, hombres de ciencia que como a Paul Gibier, tampoco les asustaba la burla de las gentes.

En este grupo de notables investigadores sobresalen figu­ras como las del doctor Manuel Otero Acevedo, médico de vastíma cultura, de conocimientos profundos en todo lo re­ferente a las ciencias biológicas y psicológicas: arrostando mil dificultades, marchó a Italia, reunióse allí con los más eminentes observadores del psiquismo italiano, experi­mentó repetidas veces, sirviéndole de médium la célebre Eusapia Palladino, estableció relaciones y cambio de ideas

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CAPITULO II

L A D O C T R I N A E S P I R I T I S T A . L O S M É D I U M S

El fundamento de la doctrina profesada por los espiritistas, radica en un axioma que constituye el apoyo de su fe, y respecto del cual todos se mues-

y hechos con hombres de tan reconocida importancia en es­tos estudios como Richet, Ochorowicz, Ghaia, Lombroso, Zoelnér de Rochas, Encausse, etc., y producto, tanto d'e sus lecturas e investigaciones, cuanto de esta luminosa correla­ción con los psiquistas de otros países, fueron sus obras Lo?nbroso y el Espiritismo y Los Espíritus. Quintín López, el director de la revista Lumen, que continúa publicándose, es otra de las figuras que han conseguido la más merecida fama como hombre de vasto saber y de sana opinión dentro de las ideas espiritistas. En Barcelona reside un hombre de ciencia, el ilustre astrónomo señor Comas y Sola, que ha realizado importantísimas investigaciones y la poco grata, y muy necesaria labor, de desenmascarar los fraudes de los médiums. Merece también ser citado el doctor Melcior y Fa­rro, por sus investigaciones y por sus escritos. Es el tra­ductor de la notable obra de Rochas titulada La Exterio-rización de la Motilidad.

En Francia, el espiritismo, después de conseguir una enor­me difusión, empezó a decaer.

En Inglaterra, Italia y Alemania, permanece estacionario. En la América del Norte y en la del Sur, es donde existe

mayor námero de sociedades espiritistas, y donde gozan de una vida más floreciente.

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tran conformes: Poaemos —según dicen— comunicar con los espíritus, o sea con las almas de las per­sonas fallecidas. Más adelante, se evidenciará que las opiniones se muestran separadas acerca de otros muchos puntos de vista, y que el espiritismo, aun­que protesta de que se le: considere como idea re­ligiosa, no por eso ha dejado de sufrir idéntica suer­te que la de todas las religiones: los creyentes se di­vidieron en varias sectas.

Pero ¿en qué forma los espíritus admiten la posi­bilidad de relaciones entre muertos y vivos? Según ellos, estas relaciones, o comunicación, se establecen con el auxilio de personas dotadas de un poder es­pecial, no definido todavía, y por tal medio, los es­píritus llegan a adquirir la fuerza necesaria para po­der actuar sobre la materia que cae bajo el dominio de nuestros sentidos corporales. Los sujetos posee­dores de esta cualidad particular, que sirven de en­lace, de medio de comunicación, de intermediarios entre los dos mundos, son los llamados médiums.

Todos lo somos —en este instante hablamos se­gún enseña la teoría espiritista— en mayor o menor medida; pero sólo un reducido número de personas disponen del poder mediumnímico (otro neologismo más) o medianímico, en grado suficiente para produ­cir fenómenos de carácter indudable.

Sin pretender dar aquí un vocabulario completo

Sin embargo, el movimiento de expansión hace tiempo está detenido y parece que hoy deja franco el paso a otras manifestaciones del pensamiento esotérico, a las que acude la gente, quizá por razón de novedad antes que por otros más serios motivos de preferencia.—(N.DELT),

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del lenguaje espiritista, nos vemos obligados si que­remos ser bien comprendidos por los que totalmen­te ignoran esta cuestión, a dar algunas explicaciones respecto de los términos que forzasamente habremos de usar. Por lo demás, la mayoría de dichos térmi­nos se comprenden sin tener que interpretarlos, y es justo advertir que si generalmente resultan adecua­dos, cierto número no constituye una feliz inven­ción. Con frecuencia tienen un carácter fúnebre, y el sello sepulcral que distingue á'algunos, no ha contri­buido poco a rodear con cierto velo de vaga tristeza los misterios del credo espiritista: determinados pro­fanos podrían inclinarse a considerarle como una especie de vampirismo. En los escritos doctrinales se menciona con frecuencia la vida de ultratumba, las comunicaciones de ultratumba: nosotros somos espíritus encarnados: Si un hombre abandona la vida, es que ha desencarnado, y así sucesivamente.

Si fuéramos espiritistas, nos preocuparíamos de hacer desaparecer todo lo que pueda llenar de som­bras la doctrina que tiene por una de sus principa­les aspiraciones la de poder consolar a los vivos de la pérdida de sus muertos, y la de hacerles concebir la muerte como la concebían nuestros padres, los galos; como un despertar lleno de delicias, y la vida futura como un ñn deseable.

Después nos ocuparemos de las diferentes clases de médiums. ~~

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CAPITULO III O R Í G E N E S D E L E S P I R I T I S M O

Como pronto hemos de demostrar, si el término espiritismo es de fecha reciente, la doctrina que se le aplica y que quiere definir, en una palabra, es tan antigua como el mundo. De todas suertes, en nues­tra moderna civilización europeo-americana, la apa­rición de los fenómenos espiritistas, su clasificación, su determinación metódica, datan de ayer, por decir­lo así. La historia de estas manifestaciones extensa­mente referidas por los creyentes de los primeros momentos, tiene un sabor sui géneris, tan especial, que nos creemos en el deber de referirla siquiera sea brevemente.

En Diciembre de 1847, según la autora americana Emma Hardinge (History of modern american spiri­tualism), una familia de origen alemán, los señores Fox—cuyo nombre primitivo (Voss) fué americani­zado—fué a establecerse en el lugar de Hydesville, pueblo perteneciente al condado de Wayne, circuns­cripción de Arcadia, en Norteamérica.

La familia Fox se componía del padre, John Fox, su esposa y tres hijas. Si el espiritismo llega a ser (como lo pretende) la religión del porvenir, el nom­bre de las dos últimas hermanas Fox se hará célebre

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en la historia. La una, Margaret, contaba quince años de edad; la otra, Kate, no tenía más que doce.

Todos los individuos de esta familia, pertenecían a la Iglesia episcopal metodista, en la cual alcanzaron fama, dice la escritora Hardinge, «de personas ejemplares e incapaces de ser objeto de ninguna sospecha de fraude o de duplicidad.»

Algunos días después de su instalación en su nue­va morada de Hydesville, ciertos hechos extraños y cuya intensidad iba en aumento, se desarrollaron en la vivienda que ocupaban.

Cuenta Emma Hardinge que se oyeron golpes re­petidos en las paredes, en el techo, en las habitacio­nes inmediatas, etc. Ocurría también que cuando los de la casa se reunían en el momento de la cena, pro­ducíase un gran estrépito en la alcoba de las mucha­chas. Levantábanse todos para correr al lugar de los ruidos y averiguar su origen; pero no obstante estar herméticamente cerradas ventanas y puertas, a na­die encontraban dentro, y los muebles aparecían desplazados y puestos patas arriba, o reunidos en confuso montón. Aun en presencia de la familia, se movían en cadencia oscilatoria como si sobrenada­sen en las olas del mar. Particularmente ocurría esto a la cama de lea jóvenes. La familia Fox contempla­ba atónita los movimientos de sus muebles, que pa­recían dotados de una vitalidad extraña. También oían pasos y las muchachas notaban el contacto de tinas manos invisibles. 1 '

Les sucedió igualmente experimentar la sensación "de urí perro que sé restregase contra el lecho;

Frecuentemente, por las noches, seguidos de las — 20 —

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jóvenes, el padre y la madre, vigilaban alrededor de su vivienda, para sorprender en acción a los bro-mistas vecinos, a quienes suponían autores de todo aquel ruidoso y desagradable desconcierto que no les daba punto de reposo. Pero ni el menor indicio halla­ron que revelase la intervención de persona viviente.

En fin, en Febrero de 1848, la existencia llegó a ser un insoportable tormento en la morada de la fa­milia Fox: las noches pasaban sin que nadie pudiese dormir y aun durante el día.tampoco se gozaba de tranquilidad. En el transcurso de Marzo, los ruidos si­guieron oyéndose con varia energía, y el 31 del mes, resultaron más fuertes que de costumbre. Por centé­sima vez el señor Fox y su esposa inspeccionaron el cierre y movimientos de puertas y ventanas, inqui­riendo dónde podría esconderse la causa de los rui­dos, y notaron un nuevo fenómeno que inesperada­mente, entonces, se dio a conocer: escucharon una serie de sonidos especiales que, como por burla, imi­taban los chirridos de puertas y ventanas al abrirse y cerrarse. Con tales cosas sobraban motivos para que los Fox perdiesen la cabeza;

La más joven de las muchachas, la pequeña Kate, notando que los ruidos no le causaban ningún mal,

• había acabado por familiarizarse con ellos, y como quiera que lógicamente se atribuían al diablo* la chiquilla, no teniendo nada que tetaer,.se había acos­tumbrado a bromear con el invisible autor, a quien denominaba señor Pata-Ganchuda. r

! i Cierta noche haciendo sonar sus dedos cierto nú­

mero de veces, dijo al. misterioso escandalizador—. Señor Pata-Ganchuda, haz cOmo.yo— ..En e} acto fué

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obedecida, repitiéndose el ruido idénticamente y el mismo número de veces. La niña después hizo sólo el ademán con sus dedos; mas con no poco asombro, vio que su leve indicación tuvo por respuesta un número igual de golpes al de movimientos señalados silenciosamente:

—¡Mamál^-exclamó la niña—|Lo mismo oye que vé!

La señora Fox, tan maravillada como su hija, dijo al misterioso visitante: —Cuenta hasta diez—y diez golpes repercutieron. A varias cuestiones formula­das, respondió con notable exactitud y sí a la pre­gunta: —¿Eres un hombre?— nada contestó, en cam­bio, daba señales de asentimiento con sus rápidos y destacados golpes, cuando se le dijo: —¿Eres un es­píritu?

Previo el consentimiento del invisible interlocutor, varios vecinos fueron llamados y una gran parte de lcj noche se pasó haciendo estos experimentos, siem­pre con el propio resultado.

Tal es el origen, el punto de partida del modern spiritualism; «la primera comunicación—dice M. Eu­genio Ñus, en una obra a la que tendremos ocasión de referirnos repetidas veces—establecida por una criatura de doce años con el prodigio que en breve había de conquistar la América y la Europa, negado por la ciencia, ridiculizado por los periódicos, anate­matizado por las religiones, condenado por la justi­cia, teniendo en contra suya a todo el mundo oficial, pero a su favor esa fuerza que todo lo puede: la atracción de lo maravilloso. (Eugenio Ñus.— Ckoses de l'autre monde, 3 . a ed. París).

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De esta suerte llegóse a comprobar que los rui­dos eran obra de un agente invisible, y que este in­visible agente se hacía pasar por un espíritu. Queda­ba por hallar la manera de comunicarse con él, y no se tardó mucho en conseguirlo. Como si los funda­mentos del espiritismo hubieran de establecerse al propio tiempo, en pocos días se descubrió la me-diumnidad y la forma de establecer la comunicación entre el mundo de la materia y el invisible, median­te el concurso del spiritual télegraph, o sea por los rappings o golpes dados, que corresponden a las le­tras del alfabeto.

El descubrimiento de la me diumnidad resultó de haber observado que las manifestaciones de los es­píritus se efectuaban más frecuentemente a presen­cia de las señoritas Fox, y, sobre todo, por medio de Kate, la más joven.

Los modern spiritualist opinarán, sin duda, que referimos el caso con un acento menos respetuoso del que ellos pedirían para hablar de los comienzos de su fe; pero advirtámosles que nosotros todavía no compartimos las creencias que tanto adoran. Nos limitamos a relatar, imparcialmente, los hechos se­gún están descritos, sin comentarios, lo propio que sin discusión expondremos los que hemos llegado a ver, teniendo, sí, el cuidado de indicar minuciosa­mente todas las precauciones, también-poco respe­tuosas, de que nos hemos rodeado en cada uno de nuestros experimentos.

Pero volvamos a la historia de la familia Fox. Se­gún la escritora Hardinge, resultó comprobado que, gracias a ciertas fuerzas magnéticas, algunos indivi-

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dúos poseen aptitudes de médiums de las que ca­recen la generalidad de los mortales, y que este po­der, o mejor, esta fuerza especial, difiere extrema­damente según la clase de individuos que la demues­tran, y que es muy sensible a las diversas emociones morales, de forma que éstas la hacen variar de ener­gía en el propio individuo, según el momento dado.

Resulta también de las observaciones recogidas en las primeras épocas, por medio de las comunica­ciones o mensajes, que el movimiento espiritista, es decir, la inauguración de estas comunicaciones entre los habitantes del mundo visible y. del invisible, ha sido dispuesto por los espíritus científicos y filosó­ficos que, durante su permanencia en la vida terres­tre, se consagraron con especialidad a trabajos de investigación respecto de la electricidad y otros di­versos fluidos imponderables. Al frente de estos es­píritus hallábase Benjamín Franklin, quien, según se dice, daba instrucciones para explicar el fenómeno, e indicó la manera de favorecer y perfeccionar los modos de comunicación entre vivos y muertos. Igualmente, numerosos espíritus, tanto para dar una nueva manifestación del fenómeno, cuanto por ceder a la atracción de los afectos familiares, acudieron a traer irrefutables pruebas de su identidad, y a anun­ciar que continuaban viviendo, pero bajo otra forma de vivir: que continuaban queriendo a sus amigos terrestres, y que desde la esfera, más dichosa, donde moraban, seguían velando por los que aquí llora­ron su fallecimiento, de forma que suplían,.en cierto modo, las veces de los ángeles guardianes.

Los círculos, los armoniosos meetings recoxnenda-— 24 —

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dos por espíritus, se constituyeron pronto, y nume­rosos médiums se revelaron. Las prácticas espiritis­tas se difundieron como un reguero de pólvora; mas no dejaron de ocurrir algunos incidentes desagrada­bles, y no todo fueron dichas para los médiums y sus gentes. Con frecuencia los spiritual circles eran invadidos por los fanáticos de diferentes sectas, des­arrollándose brutales episodios en estas irrupciones, en los que hubo que deplorar videncias y desmanes de toda especie (i).

Reinó entonces una confusión indescriptible. Unos decían que este movimiento anunciaba la próxima vuelta del Mesías, que el millenium había llegado, y que el fin de este mundo de perversiones estaba pró­ximo, e tc . .

Naturalmente, muchos clérigos de las numerosísi­mas sectas existentes, trataron del asunto. Los curas católicos, creyéndose en la situación más ventajosa,

(i) El espíritu de intransigencia de los protestantes que miraban con horror las manifestaciones del espiritismo, atribuyéndolas unas veces a pura farsa de los mediumi y sus secuaces, y otras a peligrosas argucias del diablo y de los poderes infernales, engendró un deseo tal de cohibir el cre­ciente aumento de los partidarios del espiritismo, que to­das las formas de salirle al paso, les parecían buenas. En re­petidas ocasiones se asaltaron los centros de propaganda, pistola en mano; se cometían toda suerte de violencias con las mujeres, se amenazaba de muerte a los hombres, se dis­paraban tiros dentro del local, se perseguía a los espiritistas en la calle, y, ciertamente, fué necesario todo el valor y entu­siasmo que animaba a los propagadores de la nueva doctri­na, para llegar a sobreponerse a la bestial repulsión que en todas partes se les demostraba.—(N. DEL T.) •

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acudieron llenos de confianza, con gran lujo de hiso-pazos, a exorcizar a los espíritus y a las diabólicas mesitas; pero los endemoniados veladores hacían coro a las palabras del ritual y contestaban con un «amén» a las oraciones de los exorcistas. El efecto, p ues,resultó fracasado: ¡El agua bendita de la Edad Media, había perdido su eficacia!

La familia Fox, que no quiso someterse y que se consideró encargada de la misión de difundir el co­nocimiento de tales fenómenos, fué proscripta de la Iglesia episcopal metodista. Los Fox se refugiaron en Rochester, a consecuencia de las persecuciones del espíritu golpeador que continuó, con más desenvol­tura todavía, su cometido de no dejarles vivir en paz. Pero en Rochester, cuya población, de mojigata ín­dole, como todas las ciudades de América, está repartida en una multitud de sectas, las persecucio­nes adquirieron otro carácter, siendo entonces debi­das, no a los muertos, sino a la perversidad de los vi­vos. La multitud se amotinó contra los predicadores del espiritismo; los Fox ofrecieron dar pública prue­ba de los fenómenos, ante las gentes de Rochester congregadas en un amplio local, en Corynthian hall. La primera sesión fué coreada con gritos y silbidos. A pesar de todo, y después de soportar uno de esos magníficos escándalos que se supondrían» de la exclu­siva pertenencia de las reuniones anarquistas, se nombró una comisión, y después del examen más minucioso, contra lo que esperaban los espectado­res, contra lo que esperaba la propia comisión, ésta tuvo que declarar la certidumbre de los fenómenos enunciados.

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Poco satisfechos los vecinos de Rochester, eligie­ron otra que procedió más desconsideradamente (perdónesenos la frase) que la primera. Los mé­diums, es decir, las señoritas Fox, fueron registra­das y desnudadas por comisionados femeninos; la segunda comisión dio su informe, resultando todavía más favorable que el de la primera. La indignación de los habitantes de Rochester iba llegando al col­mo, y acto seguido, fué nombrada una tercera comi­sión para la que se escogieron los individuos más ca­racterizados por su incredulidad y espíritu de burla.

El proceso de las investigaciones resultó esta ter­cera vez aún más ultrajante para las pobres mucha­chas, y sin embargo, al final la comisión se vio obli­gada a decir que en Rochester, la gente no estaba en lo cierto. La exasperación de la multitud fué enton­ces indescriptible; se hablaba nada menos que de linchar a las médiums y sus comisarios, y cuando fué dada lectura del informe en el estrado de Coryn-thian hall tanto la familia Fox, como sus amigos y los comisionados, salvaron la vida, según refiere Madame Hindarge, gracias a la intervención de un quákero llamado George Willets, que en virtud del carácter pacifista de la religión por él profesada, go­zaba en aquellos dramáticos momentos de un presti­gio especial. George Willets se puso valientemente en lo alto del estrado afrontando a la multitud que iba a invadirle y «declaró, que la tropa de rufianes que pretendía linchar a las jóvenes, no llegaría hasta ellas sino pasando sobre su cuerpo». Efectivamente, en poco estuvo el que el espiritismo en sus comien­zos tuviera por mártires a sus primeros apóstoles.

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• Es lógico presumir cómo la curiosidad ayudada por la atracción de lo maravilloso, despertó en la gente el deseo de ver. Todo el mundo en América se preocupó entonces de la nueva doctrina, los unos para impugnarla, los otros para defenderla, y en tan­to que los hombres serios, especialmente los sabios de todos los órdenes, no daban su parecer, muchas personas que ignoran el modo de constituir una opi­nión por sí mismas, se abstuvieron de opinar. Cuan­do llegó el día en que la discusión hubo de elevarse a las alturas de un debate científico, ya fué cosa dis­tinta, y puede decirse que en muy poco tiempo Norteamérica se vio completamente sumergida en las corrientes del espiritismo.

Pronto el juez Edmonds, publicó una obra (The Amer spiritualism) a propósito de las investigacio­nes que había acometido con la intención de demos­trar la falsedad de los fenómenos espiritistas; pero las conclusiones finales fueron diametralmente lo contrario de lo que al principio se propuso el autor.

Luego el sabio Mapes, profesor de Química de la Universidad, después «de haber desdeñosamente rechazado estas cosas», no tuvo más remedio que convenir en que «nada tenían de común con la ca­sualidad, con la superchería o con la ilusión».

El doctor Roberto Haré, profesor de la Universi­dad de Pensilvania, publicó un libro que tuvo consi­derable repercusión (Experimental investigation of the spirit manifestations.—(Filadelfia, 1856). El doc­tor Haré, preparó una serie de experimentos muy ingeniosos para demostrar que, fuera de toda pre­sión efectiva, por el sólo contacto de los dedos del

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médium, el instrumento usado en.las experimenta­ciones acusaba un aumento de peso de varias libras. Como veremos más adelante, el profesor Crookes repitió esta observación, reconociendo su rigurosa exactitud.

El sabio y original escritor, que lleva un nombre bien conocido entre cuantos se ocupan de cuestio­nes sociales, M. Roberto Dale Owen, hijo del famo­so Roberto Owen, de Inglaterra, ha publicado una obra respecto del propio asunto, donde el lector hallará una gran suma de hechos, positivamente so­brado curiosos para que no se pueda emplear el ca­lificativo de extraordinarios (Footfalls on the boun-dary of anpther World.—Filadelfia, 1877). Pero este estudio es de fecha casi reciente, y ha sido escrito en momentos en que una calma relativa se adueña­ba de las mentes. Es necesario, pues, volver un poco tiempo atrás para tener idea de las proporcio­nes adquiridas por la agitación provocada en los co­mienzos del asunto modern spiritualism en la libre América.

De 1850 a 1860, no se hablaba de otra cosa en todas partes. Los centros sabios examinaban; el cle­ro discutía; los hombres cultos, los letrados, todo el mundo, por decirlo así, disputaba, se movía y... se injuriaba. A tal punto llegaron las cosas que el Con­sejo legislativo de Alabama, para echar un poco de agua fría en la epidémica efervescencia que se había apoderado de los cerebros 1 americanos, dio un bilí, decretando que toda persona que fuese convicta de entregarse a las manifestaciones espiritualistas, sería

•condenada a pagar una multa de quinientos dpllars, - 29 - '

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¿No recuerda esto la famosa inscripción

De part le Roy déjense a Dieu De faire miracle en ce Ueul

de los convulsionarios de San Medardo? (i). Es sensible que el gobernador se negara a sancio-

(i) La inscripción, oportunamente rememorada por Gi-bier

De orden del Rey, se prohibe a Dios Hacer milagro en este lugar.

tiene un origen que merece consignarse. Muerto Franeisco de París en 1727 en la capital de Fran­

cia y enterrado en el cementerio de San Medardo, al lugar de su sepultura comenzaron a acudir los muchos que le te­nían por frombre de santidad bien probada y que esperaban resultase, una vez muerto, de condición, milagrera. Efectiva­mente, a poco comenzó a extenderse la fama de las curacio­nes obtenidas al contacto de la losa sepulcral, y creciendo el fanatismo de las gentes, el cementerio se convirtió en el lugar donde se desarrollaban las escenas de exaltación ofre­cidas por los convulsionarios de San Medardo.

Mientras vivió el Cardenal de Noailles que se mostraba favorable a la llamada causa de los apelantes, los prestigios del milagrero París iban de triunfo en triunfo, y tanto, que mientras esperaba la decisión eclesiástica acerca de las anormalidades ocurridas ante la tumba, se acordó, con ca­rácter provisional, la autorización para elevar una magnífica estatua en mármol que anticipara el testimonio de admira­ción de las gentes crédulas; pero ocurrió que al suceder al Cardenal de Noailles el Obispo Vintimille, quien por per­tenecer a los Jesuítas resultaba enemigo de las opiniones de su antecesor, este prelado sólo vio en los convulsionarios una taifa de impostores, y sin perder tiempo publicó una

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nar el bilí adoptado en Alabancia: así carecemos de este botón de muestra para señalar el magnífico en­loquecimiento que marcaría un punto de la historia del modern spiritualism. De todas maneras ya cons­tituye un detalle curioso que una Asamblea, com­puesta por personas respetables, dictara un acuerdo de un draconismo tan cómico (i).

Si hubiésemos de seguir la marcha del espiritismo desde 1860 hasta el día de hoy, entraríamos segui­damente en la exposición de investigaciones llevadas a efecto por distintos hombres de ciencia; mas como quiera que hemos prometido demostrar que el espi-

terminante condenación contra los milagros de la iglesia de San Medardo. Los veintidós curas de París que, por ser agradables al Cardenal, habían firmado la petición de que se hiciera informe respecto de las milagrerías de los con­vulsionarios, se guardaron muy bien de protestar. El cemen­terio fué cerrado para impedir la reproducción de los famo­sos hechos, y un bromista tuvo la ocurrencia de escribir en la pared, en grandes y negros caracteres, el letrero antes copiado.

El cementerio ha desaparecido, como otros de su época, hace bastante tiempo; pero según Wilfrid de Fonvielle (Comment se font les miracles en dehor de l'église) la tumba de Francisco de París, se ha conservado; según parece, existe dentro del recinto de un pequeño jardín que pertenece al presbiterio del curato.—(N. DEL T.)

(I) Como detalle complementario, merece recordarse que el movimiento espiritista ofreció tal intensificación en 1854, que hubo de redactarse una instancia dirigida al con­greso de Washington apoyada en-quince mil firmas, pidien­do que se nombrara una comisión encargada de estudiar los fenómenos y de descubrir sus leyes. El escrito no fué toma­do en consideración, pero no por eso lo espiritistas cejaron en sus propagandas.—(N. DEL T.)

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ritismó es tan viejo como el mundo, necesario es volver los ojos al pasado para hacer nuestra de­mostración, que quizás nos conduzca a probar de paso, qué el mundo es mucho más viejo de lo qué suele imaginarse.

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CAPITULO IV E L E S P I R I T I S M O E N T R E L O S I N D I O S D E L A A M É R I C A D E L

N O R T E . L A K . Á F A L A H E B R A I C A

La mayoría de los autores que han escrito en de­fensa del espiritismo prestan singular atención a an­tiguas leyendas de casas encantadas, a relatos de apariciones, de visiones, etc., todo ello con el pro­pósito de demostrar que las manifestaciones de los que denominan los espíritus, se han verificado en to­dos los lugares y en todos los tiempos: lo que pro­baría, según dichos escritores, que las relaciones existentes entre vivos y muertos, son perfectamente auténticas, dado que resultan evidenciadas y obser­vadas en épocas en que se desconocía hasta el nom­bre del espiritismo.

Por nuestra parte, ignoramos si tal argumentación tiene valor ante determinadas personas: por lo que se refiere a nosotros, diremos que no podríamos acep­tar dichos relatos más que como documentos de pro­visional importancia, e, igualmente, creemos que, en su mayor parte, es imposible invocarlos a título de pruebas decisivas de la existencia del alma humana.

Sea como fuere, y con el objeto de quitar a este volumen lo que pudiese tener en su lectura de exce­sivamente árido, si se limitase a presentar una serie

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de hechos puramente experimentales, opinamos que es conveniente reproducir algunas de las aludidas narraciones, que damos pura y simplemente, como mera curiosidad.

Puesto que ya hemos narrado el nacimiento del es­piritismo en Norteamérica no abandonaremos estos países sin haber hecho una corta excursión a los lu­gares que ocupan las razas autóctonas del Nuevo Mundo. Se verá que los médiums están notablemen­te dotados de especiales facultades entre los pieles rojas, quienes posiblemente, representan, según da­tos modernísimos de la historia del hombre, los res­tos de una raza muy antigua y que goza, hace mu­chísimo tiempo, de preponderancia en la tierra (i).

(i) Efectivamente, los modernos estudios de Antropolo­gía, confirman que lo que hoy existe en las regiones de la América del Norte de la raza roj a, es degenerada porción de antiquísimos pobladores, pertenecientes a pueblos cuyo período de esplendor, ni siquiera es alcanzado por los más lejanos recuerdos de la Historia. Hoy es casi una verdad adquirida la existencia de la Atlántida a que alude Platón y que tan elocuentemente defendió el sabio Bailly. Dicho con­tinente sumergido bajo las aguas del Atlántico, del que quedan, como restos más próximos a nosotros, las islas Ca­narias y las Azores, hubo de ser asiento de una poderosísi­ma civilización alcanzada por los hombres de color rojo. Porciones de esta raza perduraron en la América del Norte y América Central, y los pieles rojas actuales] serían los de­generados descendientes de la raza Atlante, que aún conser­va vagas reminiscencias de un estado de cultura antiquísi­mo, que sólo de esta forma se pueden explicar.

Es notable y muy significativo el hecho de que la expre­sada teoría constituya una de, las más terminantes afirma­ciones del ocultismo oriental, y es de justicia reconocer que

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¿Será la proximidad de los pieles rojas la que haya determinado la aparición de los fenómenos an­tes descritos? Tal origen nos parece que sería ocioso averiguarlo.

De una interesante obra de Eugenio Ñus recoge­mos los siguientes detalles (i):

Veamos ante todo la narración escrita por un tal Alejandro Henri, a quien cogieron los indios en la guerra de 1759- Sir Willians Johnson dirigió un mensaje a los pieles rojas al efecto de invitar a sus jefes, instalados en Sant-Sainte Marie, a acudir para firmar la paz en el fuerte del Niágara.

«Era cosa de demasiada transcendencia para so­meterla simplemente a la decisión de la sabiduría hu­mana. Se hicieron, pues, los preparativos necesarios con el objeto de evocar solemnemente y consultar a la gran tortuga. Se comenzó por construir una casa grande o wigwan, en cuyo interior fué puesta una especie de tienda de campaña para uso del sacerdo-

la expresada afirmación esotérica, ni ha sido añadida, ni to­mada en tiempos modernos, sino que, por el contrario, re­sulta pertenecer a épocas en que la ciencia occidental ni siquiera existía.—(N. DELT.)

(I) Recomendamos con especial interés la lectura Cho-ses de Pautre monde, a los que se dedican a los estudios psi­cológicos. Aunque el autor declara no aceptar íntegramente las teorías de los espiritistas, resulta ser, sin embargo, con­vencido defensor de la existencia del espíritu, y para pro­barlo ahí está todo su libro. Cuando más, podría reprochár­sele haber confundido a la totalidad de los sabios bajo idén­tica reprobación, y de censurarles demasiado acremente; pero es cierto que lo efectúa con tanto ingenio y gracia, que resulta imposible al hombre de ciencia más laureado que pueda guardarle rencor por mucho tiempo.—(N. DEL A.)

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te y recepción del espíritu. Esta tienda, próxima­mente de unos cuatro pies de diámetro, estaba cons­truida con pieles de alce, recubriendo un armazón, construida por puntales hundidos a dos pies de pro­fundidad en el suelo, de diez de altura, y ocho pul­gadas de grueso, fuertemente enlazados entre sí por medio de traviesas. Las pieles estaban sólidamente unidas al armazón con correas de cuero, todo alre­dedor de la tienda, excepto por el lado donde se dejó una pequeña abertura para que el sacerdote pudiese entrar.

«Este llegó a poco tiempo, presentándose en un estado de completa desuudez. Se aproximó a la tien­da, en la que se introdujo arrastrándose a gatas so­bre manos y rodillas. Apenas había desaparecido su cabeza por la abertura, cuando la armazón sólida y firme de la tienda comenzó a oscilar, fuertemente sacudida; tan pronto como hubo caído el trozo de piel que cerraba la entrada, se escucharon dentro ruidos y voces distintas, todo un discordante con­junto de gritos salvajes, unas veces de ladridos y de aullidos, otras imitando al perro y al lobo.

«Mezclábase a este horrible desconcierto, el de vo­ces, quejas y llantos de desesperación, de angustia y de dolor intenso. Oíanse también ruidos articulados como emitidos por bocas humanas, pero siempre en una lengua desconocida para todos los allí pre­sentes.

«Al cabo de cierto tiempo, un silencio absoluto sucedió a la horrible algarabía de antes. Luego una voz, hasta entonces no oída, anunció el desarrollo de un nuevo prodigio dentro de la tienda. La voz resul-

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taba de entonación débil y queda, semejante al chi­llido de un perro de cría.

«Tan pronto como fué oída por los indios, comen­zaron a palmotear llenos de júbilo, exclamando que ya había llegado el jefe de los espíritus, la Tortuga, el espíritu que no miente jamás. Precedentemente recibieron a silbidos las otras voces que se oían de vez en cuando, y que reconocían por ser la de ciertos espíritus malos y embusteros que engañan a los hom­bres. Nuevos sonidos se escucharon dentro de la tienda, y durante hora y media, no cesó de produ­cirse una sucesión de ruidos, en los que se destaca­ban a veces distintas voces.

«Desde el momento en que el sacerdote penetró en la tienda hasta el de cesar todo este estrépito no se le oyó pronunciar palabra; pero cuando cesaron los ruidos, habló a la multitud anunciando la presencia de la Gran Tortuga y el consentimiento del espíritu a responder a las preguntas que se le dirigieran. Las preguntas fueron hechas por el jefe del poblado, quien preliminarmente metió por la abertura de la tienda una gran cantidad de tabaco.

«Hacíale tal oferta al espíritu, porque los indios suponen que ama el tabaco tanto como ellos. Acep­tado que fué, pidió al sacerdote que preguntara si los ingleses irían a hacer la guerra a los indios, y sí en el fuerte del Niágara estaba concentrada mucha cantidad de «uniformes rojos».

«Al punto que estas preguntas fueron hechas por el sacerdote, la tienda comenzó a estremecerse, y minutos después sus conmociones eran tales, que ya se creía verla derrumbada.

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«Supúsose que esto era el preludio de la contesta­ción; pero un grito espantoso anunció claramente que la Gran Tortuga acababa de partir. Un cuarto de hora transcurrió quedando todo en silencio. En tanto me consumía de impaciencia, pensando cuál sería el nuevo incidente de este episodio. Consistió en el regreso del espíritu, cuya voz fué oida en un largo discurso. El idioma de la Tortuga, resultaba ininteligible, como ya queda advertido, para todos los presentes, excepto el sacerdote. Hubimos de esperar a que el espíritu terminara, y a que el sacer­dote tradujese la respuesta, para enterarnos del con­tenido de esta extraordinaria comunicación. El espí­ritu, según la frase de su traductor, durante la ausen­cia, había atravesado el lago Husón, había ido al fuerte del Niágara, y desde allí a Montreal. En el fuerte del Niágara observó que había pocos solda­dos; pero descendiendo desde Saint-Laurent hasta Montreal, había visto cubiertas las aguas del río de barcos llenos de tropa tan numerosa como las hojas de los árboles. Cuando llegó hasta ellos, navegaban para venir a combatir a los indios. El jefe preguntó entonces, si en el caso de que los indios fueran a visitar a sir Willeams Johnson, les recibiría como amigos. El espíritu respondió, siempre traducien­do el sacerdote, que sir Willeams Johnson llenaría sus canoas de presentes; que tanto como pudieran contener, las traerían llenas de mantas, calderos, fusiles, pólvora, balas y amplios toneles de ron, y que todos volverían sanos, y salvos, a sus mo­radas.

«Entonces el desbordamiento de la alegría fué ge-— 38 — v

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neral y entre aplausos cada uno exclamaba: —Yo también iré.

«En el transcurso de los hechos, me mantuve alerta desconfiando tenazmente de los compadrajes que hubieran podido existir, pero es positivo que no pu­de descubrir indicio alguno de superchería.

tEl resultado de la expedición que está relatado en la historia de Drake, confirma por completo las pro­mesas del espíritu que jamás mintió-».

En la historia de la Nueva Francia, de Charles Boix, está escrita por M. de Champlin la descrip­ción de una escena semejante, realizada entre los al-godonquinos y los hurones.

He aquí otro relato más moderno que tomamos del propio libro y que está sacado de una carta es­crita por M. Larrabíe, juez de Wisconsin, al gober­nador Taillmage: «He conversado la semana pasada, con L. John du Bay, a quien trato algo. Ha pasado toda su vida entre los indios y fué, durante varios años, agente de la Compañía Americana de pieles. Me ha contado varios hechos que prueban que la comu­nicación con los habitantes del otro mundo, es cosa corriente para los indios. Dijo que, en diferentes oca­siones, vio construir a uno de sus médicos tres cho­zas cuyos puntales clavaba en la tierra y los recubría con pieles de gamo, formando pequeñas tiendas de campaña, cuya capacidad sólo permitía estar dentro a una persona sentada. Estas tiendas estaban separa­das entre sí por una distancia de dos pies próxima­mente. En una el evocador colocaba sus mocasines, en la otra sus polainas, y él se metía en la de enme-dio. Entonces, cualquier indio que quisiera conversar

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con un bravo difunto, formulaba sus preguntas. Inme­diatamente las chocitas comenzaban a balancearse de uno a otro lado, como si fuesen sacudidas por alguien que estuviese en su interior, y se oían voces que salían de una o de otra y a veces de las tres al propio tiempo.

«Estas voces sólo eran inteligibles para el médico indio que se encargaba de traducirlas. Du Bay, aña­de que, frecuentemente, cogió la cubierta de estas tiendecitas empleando toda su fuerza para detener el balanceo sin conseguirlo, y que entonces, levantan­do las pieles, se cercioraba de que, dentro no había nadie que pudiera causar los movimientos.

«También me ha referido algunos casos del clarivi­dente poder de estos médicos. Hace años fué a parar a un puesto comercial situado en las vertientes del Wisconsin. Allí esperaba a otro comerciante que ve­nía de otro puerto situado más al Norte, sobre el Lago Superior. Ya habían transcurrido varios días en vano, cuando el indio propuso revelarle el mo­mento en que su amigo llegaría. La proposición fué admitida, aunque no con mucha confianza. El médi­co se sentó sobre el césped, y cubriéndose la cabeza con sus ropas, al cabo de pocos minutos se levantó y dijo: —Mañana las nubes cubrirán el cielo; pero cuando el sol se ponga, habrá un trozo de cielo des­pejado y en ese trozo, el sol. Entonces, si miras hacia allá abajo, a la punta de tierra que avanza sobre el lado opuesto de los lagos, verás llegar a tu amigo. Al día siguiente, como se había predicho, el cielo estuvo cubierto de nubes hasta la caída de la tarde; entonces las nubes se abrieron y el sol apareció. Du

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Bay dirigió la vista al punto señalado; mas no vio llegar a la persona esperada, y volviéndose hacia el indio comenzó a gastarle bromas referentes a su pro­fecía. El piel roja, respondió sobriamente: —Voy a ver—. Se sentó en la forma antes descrita: levantóse al cabo de un instante y dijo: —Dentro de cinco mi­nutos le verás. Al cabo de este tiempo, añade Du < Bay, mi hombre apareció llegando enseguida donde estábamos...»

Según el doctor Fizgibbon, último gobernador de Bay Island, un gran número de pieles rojas resultan ser médiums espontáneamente, y por tal motivo, obtienen efectos más poderosos y más ex­traños que los conseguidos por cualquier médium de raza blanca. Los espíritus que se manifiestan me­diante la intervención de aquellos, se distinguen, los unos por el nombre de Españoles Americanos; otros, pretenden pertenecer a razas más antiguas que cons­truyeron las ciudades cuyos restos maravillosos se encuentran bajo el suelo de los bosques «supuesta­mente vírgenes» de América; otros, según los mé­diums rojos, que traducen su descorocido lenguaje, se tienen por más remotos todavía y se hacen pasar por antiguos fenicios, japoneses, tártaros y árabes, llegados hasta aquí en distintas ocasiones en tribus y en tiempos en que, no existiendo aún el estrecho de Bering, Asia y América, constituían un sólo con­tinente.

Pero dejemos ya la América para trasladarnos a otros países.

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§ II

En la actualidad tenemos pruebas de que entre los antiguos hebreos, ni el texto vulgar de los Libros de Ley (cuya lectura Moisés recomienda a todos), ni el Génesis, lo propio xme las otras partes del Pentaténco, estaban consideradas por los iniciados del Templo y de las Sinagogas, como la manifestación completa de la verdad. Un reducido número de per­sonas, formando parte de lo que se llamaba la fiá­bala, tenían su Génisis particular y también su Teo­logía y su Filosofía, que el vulgo no llegaba a co­nocer.

Si los documentos que poseemos acerca de la fiá­bala resultan muy deficientes, - consiste en la forma de la iniciación hecha a la sombra de los taber­náculos y constituida, casi exclusivamente, por la enseñanza oral. Es posible que ocurriese otro tanto en la mayoría de las iniciaciones. Cada religión tie­ne su esoterismo simbólico, más o menos grosero, destinado a la multitud, y su esoterismo en el cual solamente los sacerdotes estaban iniciados bajo la salvaguardia del más temible juramento. «No olvi­des hijo mío, —decían los brahamas hindos al neó­fito— que no hay más que un solo Dios, dueño so­berano y principio de todas las cosas, a quien todo brahma ha de adorar en secreto. Pero sabe también que esto es un arcano que jamás ha de revelarse a la estupidez del vulgo. Si tu quebrantases el secreto, te sobrevendrían grandes desgracias» [La Bible daus linde.—L. Jacolliot).

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La quinta esencia de la doctrina o hermetismo, estaba reservada para un número muy corto de ini­ciados.

§ III

Los que consideran la Biblia como la palabra de Dios, no pueden oponer ninguna dificultad para ad­mitir las apariciones de los muertos: el relato de la evocación de la sombra de Samuel, a presencia de Saúl, realizada por la pitonisa de Endor, les obliga a creer en ellas. Por lo que se refiere a nosotros, que exclusivamente nos atenemos a los hechos, nos limitamos a testimoniar que la pretendida comuni­cación de los vivos con los muertos y las prácticas conducentes a provocarla, constituían un conoci­miento vulgar entre los hebreos, recogido ciertamen­te de los egipcios.

Es lo curioso, que esta clase de necromancia era, en alguna forma, una de las bases de la doctrina ka-balística, como lo prueban los escasos escritos que hasta nosotros han llegado que tratan de esta teo-cosmogonía secreta. En el siguiente extracto de las leyendas kabalistas, queda demostrada la prácti­ca de las evocaciones.

«Un día, nuestro maestro Jochanan ben Zachai, se puso en viaje, jinete sobre un asno y seguido del rabí Eleazar ben Aroch. Este le rogó que le enseña­ra un capítulo de la Mercaba. ¿No te he dicho,—res­pondió el maestro—, que está prohibido explicar la Mercaba a alguien, salvo el caso que su sabiduría y su propia inteligencia, no pueda bastar? Al menos

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replicó Eleazar, permite que repita delante de ti lo que me has enseñado de esta ciencia.

—Pues bien, habla, respondió el maestro, y di­ciendo asi, se apeó de su cabalgadura, se cubrió la cabeza y fué a sentarse en una piedra a la sombra de un olivo... Apenas Eleazar, hijo de Aroch, co­menzó a hablar de la Mercaba, descendió un fuego del cielo que envolvía todos los árboles de la cam­piña, que parecían cantar himnos, y en medio del fuego se oía un espíritu que expresaba su gozo al es­cuchar estos arcanos...

...El cielo se cubrió de pronto de espesas nubes: un meteoro muy parecido al arco iris, brilló en el horizonte, y se vio acudir a los espíritus para escu­charles (a los que recitaban un capítulo de la Merca­ba), como los curiosos que se agolpan para ver pa­sar una boda» (Thal. Bab. Traü.—Chaginga, fol. 14 y Jacolliot ob cit).

«Los espíritus, las almas de los justos, dice el Zohar, obra kabalística, pueblan los espacios infini­tos».

Los descubrimientos modernos nos han suminis­trado detalles de gran valor respecto de la antigua civilización egipcia y de la doctrina isotérica de los sacerdotes de Isis. Pero como estos últimos eviden­temente proceden de la India, podemos afirmar, sin temor de incurrir en grave error, que los misterios de Isis debían ser, con muy poca diferencia, los de los templos donde era adorado Brahma, algunos mi­llares de años antes de que los valles del Nilo y las llanuras de Memphis, hubiesen sido dominadas por las primeras dinastías de los Faraones.

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Nos dedicaremos, pues, a buscar, especialmente en la India, el origen de las prácticas espiritualistas, tema de estudio a que estará consagrado el capítulo que sigue; pero antes de terminar éste, recordaremos de pasada, que la costumbre de hacer girar diversos objetos, tales como mesas, vasos y con espcialidad los arneros, era conocida en Grecia, y ciertos escri­tores satíricos, tales como Teócrito, Luciano, etcé­tera, etc., se burlan de tales manejos supersticio­sos (i).

(i) Gibier hace referencia, en lo que antecede, a las doc­trinas de la Kábala, y creemos no ha de ser inoportuno ocu­parse un momento de esta forma de opinar, que constituye la doctrina isotérica de los hebreos. La Kábala hebraica fué importada a Israel por los judíos del cautiverio de Babilo­nia, y también cuenta con partidarios otra opinión, según la cual la Kábala fué enseñada por el propio Moisés, que la recibió con las enseñanzas de la iniciación egipcia. Sea como fuere, es lo cierto que, desde remota fecha, transmitíase de uno en otro entre los doctores hebreos, la doctrina kabalís-tica, siempre en forma oral, siempre bajo la condición de secreto, y siempre comunicada al reducido número de los recién admitidos que se distinguían por sus dotes de pru­dencia, de talento y de jaber. Ad Franck, la denomina cien­cia misteriosa, terrible para las inteligencias débiles, pues­to que puede conducirlas a la locura o a la extravagancias de ia impiedad.

En el período comprendido entre los siglos x y xm, de nuestra Era, es cuando aparece mayor número de obras ka-balísticas, distinguiéndose en esta labor los hebreos españo­les. De los textos que tratan de la Kábala son los más im­portantes la Historia del Génesis y la Santa Mercaba. Ocú­pase aquélla de la cosmología, y ésta de Dios, de los espíri­tus y del alma humana.

La metafísica. Cabalística sostiene la doctrina de la pre-- 45 -

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CAPÍTULO V U N A P A L A B R A A C E R C A D E L A I N D I A

§ I

Persistamos en que no compartimos las ideas de la escuela espiritista, y que rechazamos, por prema­tura e insuficientemente demostrada, la teoría de la

existencia y la de la emanación. Admite la creencia en la transmigración de las almas, y además de profesarla a la manera de los hindos, los kabalistas defienden otra forma llamada ibbur, que consiste en la reunión de varias almas en un solo cuerpo, cosa que se realiza cuando el alma tiene necesidad de cierto auxilio para llegar a determinado ob­jeto.

No vaya a creerse—dice el Zohar—que el hombre es úni­camente de carne y de hueso: lo que le constituye positiva­mente es su alma, y la materia no es más que un velo que la esconde, pero nunca el hombre mismo. Cuando el ser humano muere, se despoja de todas sus envolturas.

Los kabalistas afirman la existencia de ángeles y de de­monios; éstos, según ellos, constituyen las formas más gro­seras y más imperfectas; todo cuanto representa ausencia de vida, de inteligencia y de orden. El universo está pobla­do de espíritus, habitando los más puros el mundo de Be-riah, superior al mundo de las esferas o Fetzirah.

Las apuntadas indicaciones sólo pueden dar una idea muy imperfecta de la doctrina kabalística; pero bastan para evidenciar que los hebreos en su enseñanza secreta o ini-

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intervención de las almas de los fallecidos, para pro­ducir fenómenos especiales con el auxilio de cierto número de personas a las que se denominan médiums. Pero lo que sí afirmamos una vez más, y lo probare­mos, es que existe toda una categoría de fenómenos, en apariencia contrarios a las leyes conocidas de la naturaleza e inexplicables hasta el presente; lo que no quiere decir que se haya de renunciar a descubrir la explicación. Hagamos notar también, que la familia Fox, «perteneciente a la Iglesia episcopal metodis­ta», es posible que jamás hubiese oído hablar de la religión de Brahma —acaso sólo de su simbolismo trivial—, y que, no obstante, la doctrina espiritista

ciática, resultan unos perfectísimos precursores de las doc­trinas predicadas por el espiritismo, y que estas enseñanzas se mantenían tan en secreto, que en los primeros libros de la Biblia ni se alude a la inmortalidad del alma, ni cuando Dios premia o castiga lo hace más que dentro de los límites de la vida humana, sin mencionar ninguna especie de pena futura.

En tiempos bastante avanzados de la historia de los ju­díos, como por ejemplo en los de Salomón, puede verse ex­presado el materialismo de las creencias externas hebrai­cas, en textos de estructura tan perfecta como el Eclesiás-iés, y precisamente la deliberada abstención de los doctores hebreos de publicar el verdadero concepto que tenían de Dios y de la inmortalidad del alma, ha servido de base para que se haya opinado que determinadas doctrinas metafísi­cas las recogieron los hebreos en Babilonia y en Egipto

Repetimos que la Kábala es la mejor prueba de la índole espiritualista de la filosofía isotérica de los hebreos, como también de que estaban en posesión de las más altas doctri­nas ocultas, y de que les eran perfectamente conocidos los arcanos de la magia y de las evocaciones nicrománticas (mediunurnismo).—(N. DEL T.)

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actual en la que poco han cambiado sus creencias del primer instante, resulta estar de completo acuer­do con la religión isotérica de los brahmas. Y como quiera que esta religión se enseñó a los iniciados de las categorías inferiores én los templos del Hima-laya, hace más de cien mil años, la coincidencia ad­vertida es, por lo menos curiosa, y permite afirmar, sin incurrir en lo paradógico, que el espiritismo no es más que el brahmanismo isotérico sacado a la pu­blicidad. Lo expuesto no permite deducir que de esta comparación se pueda extraer argumentaciones, ni en favor ni en contra, de las doctrinas del esplri­tualismo moderno; pero aun sin llegar a esta forma de argumentación, el hecho no resulta menos intere­sante.

La India sin duda nos dará la clave de los miste­rios que nos colman de inquietud: ella nos dirá algún día, cuáles son los frutos de este árbol del que un inesperado brote acaba de surgir en tierra america­na para lanzar sus gérmenes en todas direcciones y en todos los países civilizados, como un reto dirigi­do a ese saber de que los hombres de hoy se mues­tran tan ufanos. ¿Será este árbol el de la ciencia del bien y. del mal; de la vida y de la muerte?

[Quién lo sabe! De aquí a pocos años, los que componen la inte­

lectual aristocracia de la científica cultura, puede ser que busquen en los experimentos psíquicos los últi­mos misterios de la fisiología transcendental. Es se­guro que no serán los que ya llegaron quienes sir­van de instrumento a tal renovación: más bien co­rresponderá a los jóvenes del mañana, a los del por-

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venir, a aquellos cuyas arteriolas cerebrales no están incrustadas por el ateroma de los conocimientos ad­quiridos y de las teorías filosóficas completamente hechas. Los hombres del presente, somos ya dema­siado viejos. Y no exceptuamos tampoco a los de la escuela positivista, cuyo jefe lo era del modo más de­finitivo, cuando afirmó que eran absurdos, rechazán­dolos como imposibles, una serie de fenómenos que no había examinado. Somos muy viejos, repitámos­lo, porque hemos recibido una deplorable educación. Estamos moldeados en la Edad Media; nos han ati­borrado de historia apoyada en el exoterismo bíbli­co, historia que de tal sólo tiene el nombre. (Cómo ha de serl Dentro de poco sabremos lo bastante de la verdad para distinguir el error, y cuando la evi­dencia nos deslumbre con la intensidad de sus res­plandores, nos veremos forzados a rendirnos a dis­creción. Entonces será cuando rechazaremos en bloque todas las inservibles antiguallas, todas nues­tras manidas creencias, para apagar nuestra sed, be­biendo a grandes sorbos en la fuente de la verdad.

¡Feliz juventudl ¡Dichosa infancia! Sin embargo, más dichosos han de ser lo que han de venir: ¡Ellos sabránl Sus inteligencias no han de estar obscureci­das por los errores, que se han infiltrado en nuestra sangre con los jugos de la leche ..maternal. Podemos repetirlo con plena persuasión, porque sabemos que los hechos no nos desmentirán. ¡Los tiempos se avecinanl

Dentro de.poco la luz aparecerá como un globo en ignición, proyectando por doquier sus rayos deslumbradores. No es del Norte, de donde vendrá,

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sino del Oriente, cuna del género humano, y natural guardador de sus conocimientos. Allí es donde las diversas razas, que sucesivamente predominaron so­bre la superficie terrestre, han vuelto a hallar, des­pués de varios milenios de reconstitución y de bar­barie, la historia de la humanidad y el hilo mil veces roto, de la ciencia imperecedera.

¡Nuestro siglo del saberl |Tan orgullosos como nos mostramos de los des­

cubrimientos de estos últimos tiempos! Y es el caso que -aunque no falte motivo para envanecerse en muchas ocasiones, no hemos hecho más que descu­brir lo que ya había sido descubierto. Seamos más humildes y hagamos justicia más completa a nues­tros antepasados.

En vuestros futuros libros, señores autores clási­cos que tratáis de la historia del mundo, tened la comodidad de no hacerla principiar hace seis mil años. De no hacerlo así, los jóvenes lectores sonrei­rán ante vuestros libros que les han de inspirar lás­tima. Porque nosotros les diremos muy alto lo que el estudio de la India nos enseña a cada instante. A saber: que no conoceremos la época en que el hom­bre comenzó a vivir en sociedad; tal es su lejanía, que se pierde en la noche de los tiempos.

Por lo demás: ¿no sabemos ya que las huellas del hombre y de su industria, se hallan en lo que provi­sionalmente denominamos capas geológicas, del pe­ríodo, o mejor, de los períodos glaciales? ¿No se han hallado estas huellas muy recientemente hasta en los depósitos de una de las tapas terciarias? ¿Y no indi­ca esto que los que dejaron esos vestigios, vivieron

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en épocas de tal modo distantes de la nuestra qué la imaginación apenas puede abarcarlas, y que nos sentimos ante ellas casi dominados por el terror?

Pero ¿por qué sondear así profundamente en las entrañas de nuestra madre común? Para arrancar sus secretos a los hijos que en su seno duermen milla­res de centurias, meciendo en un gigantesco vaivén su eterno reposo en el espacio infinitó; este balanceo gigantesco que emplea veinticinco mil años para completarse, ¿no tendrá algo que ver con los cata­clismos periódicos de que nos hablan los libros hin-dos? ¿Será cierto que durante estos veinticinco mil años, el sol iluminó alternadamente los continentes y el Océano sobre los mismos puntos del mismo hemis­ferio? ¿Será verdad que dentro de algunos siglos, las aguas, arrastrando enormes hielos provinentes de los mares australes, destruirán toda nuestra labor penosamente realizada, y nos han de cubrir bajo sus ondas por espacio de centenares de siglos? ¿Qué pen­sarán de nuestros cráneos fósiles los sabios geólogos y antropologistas de las academias del siglo tres­cientos veinte de nuestra era, si practican escavacio-nes en el lodazal donde esté enterrada lo que fué la Europa de hoy, cuando las aguas se hayan retirado otra vez del hemisferio boreal... |Oh! ¡Estos son pro­blemas enloquecedores! ' Pero volvamos a la India, porque solo por ella nos

será permitido ver claro el camino que, con esfuer­zo, sigue nuestra raza. Aún estamos lejos de saberlo todo; los sacerdotes de Brahma, guardan sobrado celosamente sus científicos tesoros. Sus templos con­tienen inestimables riquezas, que, sin embargo, no

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afrontan la comparación con las que están cuidado­samente ocultas en ciertos subterráneos, santuarios del Asia, situados fuera del alcance periódico de las aguas diluvianas, en las pocas altitudes donde no se pueden encontrar conchas fosilizadas, indicios de una sumersión anterior (i).

(i) Los más acreditados escritores de la escuela teosófi-ca y particularmente la inmortal creadora del moderno mo­vimiento teosófico occidental, H. P. Blavastky, menciona de modo preciso y terminante, la existencia de verdaderos pueblos subterráneos en las altas mesetas de la cordillera himaláyica y en el interior de las regiones del Thibet. En estas vastísimas galerías a modo de inmensos salones que están bajo tierra, se conservan curiosos documentos de la historia del hombre, escritos ignorados que se remontan a la época del mundo atlante, y obras de las que se habla entre eruditos, deplorando su desaparición. Existen allí también, detalles de asombrosos descubrimientos, de raras perfecciones alcanzadas en épocas de las que'ya ni se tiene memoria y, en suma, todo un incalculable tesoro de recuer­dos y de obras humanas que, según dicen los que de esto ha­blan, si fuesen dados a la publicidad, transformarían en ab­soluto la historia de la civilización y de las ciencias.

Claro es, que de estas maravillas no tenemos otro testi­monio que el aportado por dichos escritores, quienes se apoyan en antecedentes facilitados por los misteriosos ini­ciadores de la India; pero ofrecen muy chocantes coinciden­cias con varias cosas que se han ido sabiendo y que resultan de acuerdo de manera sorprendente con las afirmaciones de Madame Blavastky y otros teosofistas.

En anteriores párrafos habla Gibier de descubrimientos hechos ahora y que fueron conocidos en muy vieja fecha. Esto es tan exacto que en los comienzos del SIGLO XIX pu­blicó Dutens una obra, en dos volúmenes, titulada Origine des Découvertes attribués aux Modernes, en la que el autor pasa revista a cuanto era conocido en su época ( 1 8 2 5 ) y

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En todas partes se traducen y se estudian los li­bros sánscritos que la casualidad, o las pacientes in­vestigaciones, han puesto a nuestra disposición. Con tal objeto, nuestros vecinos los ingleses han cons­tituido escuelas especiales. Una sociedad que se impone la obligación de difundir en el mundo en­tero las doctrinas altamente altruísticas de Buddha, y las obras escritas en la India, se ha constituido, hace pocos años, y cuenta ya por centenares el nú­mero de sus «Ramas» y de sus publicaciones. Esta sociedad ha tomado el título de «Sociedad Teosófi-ca»¡ cuenta con una gran cantidad de socios, dividi­dos en agrupaciones desigualmente distribuidas en la India, Europa, América y Australia. Existe un centro de esta clase en París, y el presidencial de dicha aso-

halla pocas cosas que no tengan una antigüedad de muchos siglos. Podría consultarse también lo que dicen Fabre 'dOli-vet y Saint Ivés d'Alveydre, como igualmente curiosas y muy bien documentadas observaciones de Baylli. Leyendo las obras de estos escritores y de otros varios, sin olvidar una moderna, muy notable, publicada por Albert de Rochas, se llega a la persuasión de que, efectivamente, más allá de las tenebrosidades de la protohistoria, ha existidc todo un mundo anterior de poderosas civilizaciones y de prodigio­sos adelantos y que nosotros los hombres actuales no tan solo no hemos llegado a igualar, sino que nos quedan por volver a descubrir prodigios y realidades que parece­rían hoy solo propias del mundo de la fantasía y de las fábulas.

No se nos oculta lo atrevida que resultará semejante afir­mación; pero repitamos, que no somos los primeros en for­mularla; que cada vez es mayor el número de sus partida­rios, y que de momento en momento, cada vez son mejor acogidas las afirmaciones que a este propósito hallamos en los más célebres textos del ocultismo.—N. DEL T.

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ciación reside en Adyar (la India), donde posee una importante instalación que contiene riquísima biblio­teca, salones de conferencias, etc„ etc. Los teosoñs-tas, que es como se llaman los miembros de dicha sociedad, dicen que reciben sus instrucciones de una «fraternidad» de hombres extraordinarios, especie de taumaturgos, que moran en las soledades del Thi-bet. Inversamente a comí* actúan los propagandistas de las religiones, tienen por precepto no acudir a las multitudes, sino a las personas más distinguidas de cada país. Por lo demás, declaran que no les reúne ningún dogma, y que buscan y enseñan la verdad, que está «por encima de todos los credos religio­sos», según consta en su lema (i).

(i) Estos detalles relativos a la Sociedad Teosófica re­sultan hoy muy por debajo de la actual extensión e impor­tancia de dicha sociedad. Téngase en cuenta que Gibier se refiere a cómo estaban las cosas en 1886, y que desde en­tonces hasta la fecha presente, la asociación fundada por Mme. Blavastky ha recorrido un enorme camino. El núme­ro de «Ramas,» de «Grupos» y de colectividades con que cuenta la Sociedad Teosófica en todo el mundo, es grandí­simo. La cantidad de obras publicadas respecto de la Teo­sofía y de la literatura y ciencia hinda, constituye un riquí­simo caudal de conocimientos, escrito en casi todos los idio­mas. El movimiento teosófico está hoy dividido en tres grandes tendencias: una la representada por los que pudié­ramos llamar herederos del movimiento inicial, aunque no muy legítimamente, que preside Annie Bessent; otra que comprende el teosofismo norteamericano, y que ha estable­cido ciertas diferencias con el de la India, regentado por la teosofista C. Tingley, sucesora de William G. Judje, y otra que contiene el movimiento separatista germánico, creado por Rodolfo Steiner, No nos detendremos aquí a detallar las

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No queremos anticipar nada que no podamos pro­bar. Hemos hablado de la antigüedad de la India, y nos resta ofrecer las pruebas que la establecen. Para dar una noción de lo remoto de la ciencia indiana, recordaremos, lo primero, el parecer de un autor cle­rical, que no se distingue ciertamente 'por su afecto al pueblo indio. Este autor que no repara en adap­tar los cálculos astronómicos a las exigencias del Génesis bíblico, siguiendo el método tan usado por su émulo Loriquet, dice:

«Los indios aplicaban el álgebra a la geometría: discutían en sus escuelas respecto de la cuestión del movimiento de la tierra, provinente de la rotación diurna sobre su eje, en el seno del espacio: estudia­ban la causa de la caída de los graves, comparando a la tierra como un imán: calculaban senos y co­senos y construían tablas: obtenían, como cosa vul­gar y sencilla, la suma del cuadrado de cada uno de los lados de un ángulo recto, en un triángulo igual al cuadrado de la hipotenusa (Astronomie ináienne, según la doctrina y los libros antiguos de los brah-mas, por el cura M. Guerin).

Diodoro de Sicilia, historiador griego del siglo de Augusto, citado por Ammiano Marcellín, ¿no afirma que los caldeos aprendieron la astronomía de los sa­bios de la India? Y según Eusebio, los etiopes, de quien los egipcios extrajeron su saber, ¿no eran una

diferencias que separan a las enumeradas manifestaciones del teosofismo. De todas maneras, no tienen ninguna impor­tancia doctrinal, y más bien han nacido en las disparidades de criterio referentes al modo de entender la organización y desarrollo de la propaganda teosófica.—(N. DBL T.)

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colonia de dicho país? Pero acerca de este asunto también puede que la ciencia moderna iluminada por la luz de Oriente venga a rectificar los escritos de los historiadores griegos.

Con relación al tema indicado, se hallarán todos los desarrollos deseables en el notable librito del in­geniero Tremeschini, (La Cosmographie vulgarisée, par la méthode plastique de Pingenieur Tremeschini), del cual tomamos una parte de lo que en esta obra se refiere a la astronomía indostánica.

Uno de los más antiguos textos de la literatura in­diana contiene innegables pruebas de antiguos cono­cimientos de astronomía, y son testimonio de ello los párrafos siguientes de los escritos famosos del legis­lador Donu, Monou o Manou:

«Los Pitris (dioses manes antepasados del género humano) residen eu la Luna. Como la Luna sólo da una vuelta sobre sí misma (con relación al Sol), en un mes, los Pitris, situados en su ecuador, no tienen más que un día y una noche, mientras que nosotros contamos en la zona ecuatorial treinta noches y trein­ta días, a causa de las treinta revoluciones de la Tie­rra ante el Sol, que hace el día y la noche para los hombres y para los Pitris». (Manou, cap, I, ver­sículo 65-66).

«Pero los Debtas, que están situados en el polo Norte de la Tierra, cuentan aún menos días y noches que nosotros y los Pitris en igual período de tiem­po, porque ellos no tienen más que un día y una no­che, durante los doce días y las doce noches de los Pitris del Ecuador de la Luna y los trescientos se­senta días y trescientas sesenta noches de los habi-

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tantes de Lanka (Ceilán) en el ecuador terrestre (Ma-nou, cap. I, vers. 67) (i).

A continuación reproducimos un cuadro indica­dor de la diferencia que existe entre el lugar que ocupaban algunas estrellas, escogidas al azar en el catálogo de Souryo-Shiddhanto, y la posición que en el cielo ocupan actualmente:

(1) Antecedentes comunicados a Paul Gibier, por M. Tre-meschini.—(N. DEL A.)

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El catálogo de Suryo-Shiddhanto es una recopi­lación análoga al anuario metereológico de nuestras modernas observaciones, y en aquél, el astrónomo hindo registraba sus observaciones celestes y anota­ba lo posición de las estrellas fijas.

Nunca llamaremos lo bastante la atención del lec­tor, respecto de este documento, verdaderamente magnífico, de la historia de la humanidad. Se verá que, aparte de las diferencias debidas a la precesión, este cuadro acusa desvíos considerables en todas las direcciones, entre la posición de las estrellas anotadas por el astrónomo hindo, y las que ocupan actual­mente. Estos desvíos originánse necesariamente, en el movimiento propio de las estrellas.

El cálculo imparcial hecho según los documentos hindos, y basados sobre estas diferencias de posición de estrellas fijas, prueba que las observaciones de Souryo-Shiddhanto se remontan a los ¡cinc uenta y ocho mil años!

Y, en sus escritos, Suryo-Shiddhanto, habla de libros sagrados (los Vedas), en concepto de escritos ya muy venerables por su antigüedad.

También es interesante observar, según lo consig­nado en los libros de Suryo-Shiddhanto, que este astrónomo se servía para sus observaciones de una ecuatorial perfectamente instalada, cuyo tubo, pro­visto de pínulas, estaba movido por una clepsi­dra en la cual el agua era sustituida por el mer­curio.

Estos detalles, lo propio que el cuadro reproduci­do, nos fueron facilitados por M. Tremeschini. Nin­gún testimonio permite opinar que los tubos astro-

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nómicos estuviesen provistos de cristales de au­mento (i).

Hasta la fecha presente, si se admitía la gran anti­güedad de la civilización de la India, a justo título se consideraba fabulosa la división dada por los hindos, a la duración del mundo.

Recordemos ahora cómo está detallada dicha di­visión, según los traductores que toman al pie de la letra los documentos hindos.

Para estos, la duración del mundo abarca cuatro períodos, edades, yugos o yugas.

I.° El Krita-Yuga, que ha durado un millón sete­cientos ventiocho mil años años. Durante este perío-

(i) Indudablemente no queda vestigio de que los tubos usados para las observaciones astronómicas, tanto en la In­dia, como en la Persia y el Egipto, estuviesen dotados de lentes convexas o biconvexas; pero es también un hecho averiguado, que en las escavaciones practicadas en las rui­nas de Babilonia y Ninivé, se encontraron trozos de vi­drio de forma lenticular cuyas ópticas aplicaciones no ofre­cen duda. Además, la propiedad de los cristales de aumento la vemos bien conocida en tiempo de los romanos. Nerón usaba cierta especie de monóculo tallado en una enorme esmeralda, que por su limpided y tamaño debía tener un casi incalculable valor. El uso de los cristales lenticulares, tiene en la China una antigüedad que no se conoce exacta­mente.

Todos estos detalles hacen suponer que las observacio­nes astronómicas de antiquísimos tiempos debieron reali­zarse con el auxilio de aparatos que de modo detallado desconocemos; pero que debieron existir, toda vez que hasta nosotros han llegado indicios de investigaciones, al­guna de las cuales no pudieron realizarse a simple vista.— N. DEL T.

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do, el hombre vivía cien mil años y su estatura era de ventiún codos.

2° El Treta-Yuga, cuya duración ha sido un mi­llón doscientos noventa y seis mil años. Durante esta edad los hombres vivían diez mil años.

3. 0 El Devapara-Yuga, su duración ha sido de ochocientos sesenta y cuatro mil años. La vida humana en él, no excedía de los mil años.

4. 0 El Kali-Yuga, o sea la edad actual, que no debe subsistir por más tiempo que cuatrocientos treinta y dos mil años, y durante el cual la vida hu­mana está reducida a ciento. Según los documentos astronómicos, dicha edad habrá comenzado un vier­nes, día 28 de Febrero, tres mil ciento un años, (Prinsep), antes de nuestra Era.

Pero después de los trabajos de Wiliam Jones que especialmente nos dio a conocer los Vedas, de Wil-kins, Forster, Wilson, Prinsep y otros sabios ingle­ses a quienes debemos la iniciación en los estudios sánscritos, de Hipólito Fauche, que tradujo el Ra-mayana, los estudios de la literatura hinda han ade­lantado bastante, y pronto es indudable que cono­ceremos la realidad que se oculta detrás de este con­junto fabuloso de siglos, acerca de los cuales sólo el conocimiento de una exacta manera de interpre­tarlos puede reducirlos a sus verdaderas propor­ciones.

Ya es tiempo de que detalles más precisos nos pongan en lo justo respecto de la manera de apre­ciar los escritos brahmánicos, pues su exacta signifi­cación hasta el presente la desconocen los mlecchas (paganos, infieles, extranjeros impuros) como queda

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evidenciado leyendo la obra del general Biorsterna (Tableaupolitique et statistique de VEmpire brüanique dans l'Inde), de donde copiamos las siguientes lí­neas, que resumen el criterio general de casi todos los autores que han hablado de la India antigua.

«En la cronología hinda, el mundo se desarrolla en cuatro períodos; en cada uno de estos cuatro perío­dos, hubo un diluvio universal que contribuyó a dar la forma ulterior al muudo; ¿no resulta ésto en­teramente confirmado por los descubrimientos re­cientes de los geólogos? ¿Y de dónde pudo provenir este sorprendente conocimiento? Atribuirlo a una re­velación en un pueblo idólatra, sería ponerse en con­tra de nuestras ideas religiosas (i) e imputarlas a una tradición popular es aún menos posible, puesto que el origen de la especie humana, al menos según los principios de la geología, no corresponde a los pri­meros períodos de la formación de la tierra y sí so­lamente al último de ellos.

¿Qué otro partido podría tomarse si no es el de admitir que los indios en estas remotas épocas, aun­que no poseyesen la ciencia de los Cuvier, de los Werner, de los Buckland, de los Berzelius, tenían ya el presentimiento filosófico, presentimiento acer­ca del cual las admirables investigaciones de los grandes naturalistas modernos han probado su posi­tivo valor?

Es cosa admirable, y muy cómoda, atribuir un

(i) ¡Oh nefasta influencia del exoterismo bíblico! ¿No es esta la ocasión de decir con el Apóstol «la letra mata»?.— (N.DBLA).

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presentimiento, una intuición de lo que sucede a las personas a quienes se quiere negar que hayan teni­do en determinada ocasión el exacto saber de las cosas. Pero no nos maravillará tanto como le mara­villa al bravo general Biorsterna, y él mismo no pen­sará, sin duda, alabar tan calurosamente las cua­lidades intuitivas de los pueblos idólatras, que no han tenido como nosotros la revelación de las cosas estupendas que se sabe, cuando ía Sociedad Atmica haya publicado los comentarios del Sómodsevo de Gótomo, de los cuales ya se dio a la publicidad el prefacio (i).

El Sómodcevo, escrito por Gótomo, hace próxi­mamente treinta mil años, contiene datos precisos, irrefutables, según se nos dice, acerca de la periodi­cidad de los cataclismos diluvianos a que está supe­ditada la tierra, desde tiempo inmemorial. De este documento resulta que los diluvios no concuerdan en manera alguna, con los períodos señalados antes (los yugas) a que hace alusión el general Biornstier-na, sino a otras fases cronológicas que coinciden con fenómenos bien caracterizados, todos de orden físi­co, astronómico y meteorológico, respecto de los cuales da Gótomo las explicaciones más exactas.

Deseamos vivamente que la Sociedad Atmica nos dé pronto a conocer esta importante obra, escrita,

(i) Préface des commentaires sur le Sómodcevo, de Góto­mo, imprenta Champon. París, 1885.

Desgraciadamente hay que temer que la publicación del prefacio no sea seguida por la de la obra. Hace ya algunos años que se espera el anunciado trabajo.—(N. DEL A.)

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según queda dicho, hace unas trescientas centurias próximamente.

§ II

Quisiéramos finalizar aquí esta digresión históri­ca; pero al tratar de poner de relieve la antigüe­dad del espiritismo, no podemos realizarlo si no es demostrando paralelamente la antigüedad de las so­ciedades humanas y de sus religiones. Pedimos al lector que aún nos escuche un momento en lo rela­tivo a la remota civilización de la India.

Los documentos astronómicos son para nosotros pruebas rigurosamente matemáticas; pero una prue­ba más no estorba. Los estudios filológicos demues­tran que la cultura india es muy anterior a la de los griegos, y que ha dejado huellas en todos los países de la antigüedad. Algunos nombres de la mitología helénica, resultan ser sánscrito casi puro. Los ejem­plos siguientes tomados de un conocido autor que residió en la India más de veinte años, son más elo­cuentes que puedari serlo los mejores discursos.

HÉRCULES.—En sánscrito: Harakala, héroe de las batallas. Manera comunmente adoptada en la poesía india para nombrar a Siva, dios de los combates.

THESEO.—En sánscrito: TAa-saka, el compañero asociado de Siva entre los hindos.

EAQUE.—Juez de los infiernos en la mitología grie­ga. En sánscrito: Aka-ka, juez severo, adjetivo cali­ficativo que acompaña ordinariamente al nombre de Yama, juez de los infiernos páralos indios (L. Jaco-lliot-Loc. Cit).

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ARIANA.—La desgraciada princesa abandonada por Theseo y que tuvo la desdicha de someterse a un enemigo de su familia. En sánscrito: Ari-ano, seduci­do por un enemigo.

REHADAMANTO.—Otro juez de los infiernos según la mitología, En sánscrito: Rhada-manta, que castiga el crimen.

ANDRÓMEDA.—Sacrificada a Neptuno y socorrida por Perseo. En sánscrito: Andha-ra-medha, sacrificio a la pasión del dios de las aguas.

PERSEO.—En sánscrito: Para-sha, socorro llegado a tiempo.

CRESTES.—Célebre por sus furores. En sánscrito: O-rahsatea, entregado a la desgracia.

PÍLADES—El amigo de Orestes. En sánscrito: Pilla­da, que consuela con su amistad.

IFIGENIA.—La virgen sacrificada. En sánscrito: Apha-gano, que acaba sin posteridad.

CENTAURO.—Personaje de la fábula, mitad hombre mitad caballo. En sánscrito: Ken-tura, hombre ca­ballo.

Las divinidades del Olimpo, tienen el mismo orí-gen.

JÚPITER.—En sánscrito: Zu-pitri, padre del cielo o Zeus-pitri, de que los griegos formaron la palabra Ze-us y los hebreos Jeovah (i).

PALLAS.—La sabia diosa En sánscrito: Pala-sa, sabiduría que protege.

(i) La consonante 2 no existe en sánscrito y es reempla­zada por la ( o la s. Su significa: dueño, procurador.—NOTA DEL AUTOR.

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ATHENAIA.—Diosa de la castidad entre los grie­gos. En sánscrito: A-tanaia, sin hijos.

MINERVA.—Es la misma diosa entre los romanos, pero revestida además de los atributos del valor. En sánscrito: Ma-nara-va, que sostiene a los fuertes.

BELLONA.—Diosa de la guerra. En sánscrito: Bala-Ka, fuerza guerrera.

NEPTUNO.—En sánscrito: Na-pata-na, que domina el furor de las olas.

POSEÍDON.—Otro nombre griego de Neptuno. En sánscrito: Pasa-iida, que calma las aguas.

MARTE.—Dios de la guerra. En sánscrito: Mri, que da la muerte.

PLUTON.—Dios de los infiernos. En sánscrito: Plushta, que hiere con el fuego.

Daremos algunos ejemplos tomados de diversos países. De ninguna manera se prueban mejor las emigraciones que por medio de la etimología de los nombres.

Los PELASGOS.—En sánscrito: Palaca-ga, que combate sin piedad.

Los LELEGES —En sánscrito: Lala-ga, que camina esparciendo el temor.

¡De qué modo la significación de estas palabras corresponde al gusto de los pueblos jóvenes y gue­rreros, que aman los calificativos en relación con sus costumbres!

Los HELOS.—En sánscrito: Hela-na, guerreros ado­radores de Hela, o sea la Luna. Recuérdese que a Grecia también se la nombra Hélade.

Los ESPARTANOS.—En sánscrito: Spardhta, los ri­vales.

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Y las siguientes palabras sánscritas que pasando a Grecia, constituyen nombres de célebres personas.

PITÁGORAS.—En sánscrito: Pitha-guru, maestro de escuela.

ANAXÁGORAS.—En sánscrito: Ananga-gurn, maes­tro del espíritu.

PROTAGORAS.—En sánscrito: Prata-guru, el maes­tro distinguido en todas las ciencias.

Si de la Grecia pasamos a Italia, Galia, Germania y Escandinávia, hallamos las mismas correlaciones, los mismos orígenes sánscritos.

Los ITALIANOS.—Nombre que proviene de ítalo, hijo del héroe troyano. En sánscrito, ítala, hombre de las castas inferiores.

Los BRETONES.—En sánscrito: Bharata, pueblo, de la casta de los artesanos.

Los TIRRENOS.—En sánscrito: Tyrana; guerreros rápidos.

Los SABINOS.—En sánscrito: Sabka-fta, casta de los guerreros.

Los SAMNITAS.—En sánscrito: Samnata, los deste­rrados.

Los CELTAS.—En sánscrito, Kalla-ta los jefes inva-: sores.

Los GALOS.—En sánscrito: Ga-lata, pueblo que avanza conquistando.

Los BELGAS.—En sánscrito Bala-ja, hijos de los fuertes. ' .' . *

Los SECÜANOS.—En sánscrito: Saka-na, los guerre­ros por excelencia.

Los SICAMBROS.—En sánscritos: Su-kam-bri, ;los buenos jefes de la tierra.

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Los ESCANDINAVOS.—En sánscrito: Skanda-nava, adoradores de Skanda, dios de los combates.

ODIN .—El jefe de las tribus emigrantes por las me­setas del Norte. En sánscrito Yodin, el jefe de los guerreros.

Los SUECOS.—En sánscrito: Su-yodka, los bue­nos combatientes.

LA NORUEGA.—En sánscrito: Nara-vaja, país de los hombres de mar.

EL BÁLTICO.—En sánscrito: Bala-taka, el agua de los poderosos conquistadores.

Los ALEMANES.—En sánscrito: Alamanú, los hom­bres libres.

Los VALACOS.—En sánscrito: Va-la-ka, de la clase de los servidores.

Los MOLDAVOS.—En sánscritos: Mal-dha-va, hom­bres de la última casta.

LA IRLANDA.—Llamada por los poetas la verde Erin. En sánscrito: Erin, rocadas rodeadas de agua salada.

ELTHANE.—Nombre de los antiguos jefes del clan

escocés. En sánscrito: Tka-na, jefe de los guerreros. En Asía todas las dinastías de Jerjes y de Artajer-

jes, son de origen indio. Todos los nombres de pla­zas fuertes, villas y localidades, resultan denominadas en sánscrito, casi puro. Véanse algunos ejemplos.

MA.—Deidad lunar de las tribus de Asia y de todo el Extremo Oriente. En sánscrito: Ma, la luna.

ARTAJERJES.—En sánscrito: Artha-Xatrías, el gran rey. Y así le calificaban los griegos.

LA MESOPOTAMIA.—Región muy rica en ríos y corrientes de agua. En sánscrito: Madyapotama, tie­rra en medio de ríos.

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CASTABALA.—Plaza fuerte. En sánscrito: Kastha-ba-la, la fuerza impenetrable.

ZOROASTRO.—Instauró en Asia el culto del sol. En sánscrito: Surya-stara, que difunde el culto del Sol.

§ ni

Añadiremos que los antiguos poemas sánscritos parecen ser los inspiradores del «divino Homero». Efectivamente se encuentran en ellos asuntos que re­cuerdan, en más de una ocasión, al de la Iliada. Pu­diera ocurrir que esto sólo fuese mera coincidencia; pero, de todas suertes, opinamos que estamos en vís­peras de ver deshecha otra ilusión más, dado que un sabio conferenciante francés, se ha consagrado a ha­cer ver cómo el sitio de Troya es suceso acaecido en Inglaterra; y que Ulisis, rey de Itaca, «en Andalucía» fué a la Habana, mientras que Menelao, prototipo del infortunio conyugal, marchaba a París (Isla de los Pharos), para consultar al oráculo acerca de sus des­gracias, que no podían ser mayores. Y ciertamente habremos de decir que los argumentos aducidos por Teófilo Cailleux en apoyo de su tesis, dan que pen­sar; aunque no nos sintamos inclinados a suponer, como afirma, que los druidas fueron los anteceso­res de los brahmas, (Theorie nouvelle sur les orígenes humaines, por Theophile Cailleux) (i).

(i) Lo anteriormente copiado por Gibier, es una de tantas originalidades de cierta especie de eruditos que ma­nejando hechos y nombres a su gusto, llegan a las más pere­grinas consecuencias. Hace tiempo que del modo más grave

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§ IV

. Una digresión más. Puesto que hablamos de ilusiones que se pierden

y de historia que cambia, ocupémonos un instante del transformismo relacionado con las ideas espi­ritistas.

En la presente ocasión, cuando se discute el valor de la teoría de Lamarck, recogida por Darwin y Russel Wallace, en lo concerniente al hombre, he aquí que se presenta un inesperado argumento, ar­gumento viviente bajo la forma de uua raza de hom­bres monos que acaba de descubrirse en las selvas pantanosas de Laos. Estos hombres ictiófagos y ve­getarianos, aparecen cubiertos completamente de pelo, tienen una cola rudimentaria, carecen de cartí­lago nasal y de músculos opuestos a los pulgares, o al menos no están más pronunciados que en el mono, y parecen estar provistos de bolsas bucales donde retienen los alimentos. Su inteligencia está

y documentado se trata de negar la personalidad real y efec­tiva de Homero. Con independencia de ciertos trabajos dignos, de toda atención existen otros varios que llegan a tocar los límites de lo fantástico y lo ridículo. En la misma Francia un ingenioso escritor se ha burlado de estas manías interpretativas publicando un ingeniosísimo estudio en el que se demuestra, apoyándose en razones biográficas, filológicas y mitológicas, que Napoleón I no existió nunca y que es, sencillamente, una leyenda basada en el mito solar.

No será necesario advertir que el doctor Gibier está muy lejos de conceder ninguna importancia a los descubrimientos de su compatriota Cailleux.—(N. DEL T.)

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muy poco desarrollada; saben contar hasta diez; pero ignoran cuantas unidades hacen el total de dos más. dos, etc. Por último, establecen su vivienda entre las ramas de los árboles, y los verdaderos seres huma­nos de la región les denominan hombres-monos. Uno perteneciente a esta raza (raza de Krao) ha sido en­señado públicamente hace poco en Londres y en París. La demarcación de Laos no está muy lejos de la India. ¿Serían los Kraos el postrer vestigio de una gran raza que pobló el continente asiático con anterioridad al hombre propiamente dicho? ¿Se­rán un resto de aquellas poblaciones sometidas a «dos reyes de monos*, que Rama llamó en su auxilio para combatir a Ravanas, caudillo de los gigantes? (i).

Sea como fuese, los Kraos parecen ser un anillo de la cadena que enlaza al hombre con los animales, y el hecho de existir toda una raza que constituye un pequeño país, que ofrece parecido con el hombre y con el mono (aunque sea mayor con aquél que con éste), aporta un dato de importancia a la teoría evolucionista del transformismo, lo propio para los que pertenecen a la escuela monogenista de Lamark que para los que se suman a la poligenista de Dar-win (2).

(1) Hippolyte Fauche. Lac Bámáyana, 1.1, p. 1 6 - 1 7 .

Estos dos reyes de los monos, se llamaban Hanuman y Sugriva. Rama fué una encarnación de la segunda persona de la Trinidad Hinda, o sea de Vischnú, hijo de Brahma.— (NOTA DEL AUTOR(.

(2) La hipótesis de la descendencia directa del antro-póida cada día está más lejos de la aceptación general. Los estudios modernos tienden a establecer que la raza hu-

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§ v

Pero volvamos a la India y veamos rápidamente cuales eran los principios fundamentales de la anti­gua religión de nuestros antecesores, los arias.

La doctrina fundamental de los brahmanes, es de­cir, de los hombres ilustrados y esclarecidos de la

mana y la de los monos, se enlazan, en tiempos remontísi-mos, en otra antecesora común a ambas. Dicho más clara­mente: de un tipo antropoideo ancestral divergen dos for­mas. Una, la de los simios que, abarcando sus muchas varie­dades, llega hasta nuestros días, y otra, la de los hombres primitivos que, en el transcurso de los tiempos, se van ele­vando y apartándose de la animalidad para convertirse en el ser razonador y consciente. De tal forma, en una de las dos ramas predomina el animal (el antropoideo), y en la otra se desarrolla el ser mental (el hombre).

En cuanto al «por qué» de esta diversificación del tipo antropoideo original, el ocultismo da una explicación muy digna de ser meditada. Afirma que al propio tiempo que el proceso evolutivo aproxima las formas orgánicas a la del ser humano, el involutivo hace descender los principios su­periores intelectuales al encuentro de la transformación as­cendente de los organismos, y cuando éstos, a modo de co­nos invertidos, se tocan por sus opuestos vértices, se reali­za la fusión del elemento material animal y del elemento espiritual mental, surgiendo el ser inteligente y razonador, el hombre. Y como ocurre que no todas las formas evolu­cionadas llegan en el mismo momento a recoger el destello superior de la espiritualidad, en cada ocasión un número, relativamente corto, de individualidades ascienden al plano superior de la existencia propiamente humana, y un núme­ro considerable queda reducido al estado de seres puramen­te animales.

En cuanto al antropóide que marca orgánicamente el ani-— 72 -

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India, reposa por entero en los dos siguientes ar­tículos de fé.

I.° Existencia de un Dios único. 2.° Existencia del alma. Luis Léblois en su libro respecto de las Biblias (i)

hace notar que la religión de los brahmanes, «es en-tretodas las existentes, la única que no ofrece ni el nombre ni la huella del carácter o de los pensamien­tos impresos por la personalidad ilustre de su funda­dor o su reformador». Precisamente invocan la ex­presada circunstancia como una prueba de la supe­rioridad de su religión sobre todas las demás (Max Muller.—Einleitung in die vergleichende Relígions-wissenschaft. Estrasburgo 1876).

El budismo fué una reforma del brahmanismo en el que se suprime la organización social de las cas­tas. La cualidad de brahmán, que era hereditaria en el brahmanismo, la hizo libremente accesible para todo hombre virtuoso.

El trozo de diálogo siguiente entre un budista y un brahaman, contiene en germen el principio de varias revoluciones. El modo de hablar del budista, no difiere del que empleará Cristo unos seiscientos

lio o punto de enlace entre el mono y el hombre, buscado tan asidua como estérilmente en todas partes, la doctrina oculta afirma que quizá se halle en inexploradas regiones del Asia, como por excepción, pues sus restos están hundi­dos en el fondo del mar, en lo que fueron las tierras de los continentes Atlante y Sesmírico.—(N. DEL T.)

(I) Les Bibles et les initiateurs religieux de Vhumaniti. Obra de gran valor por la cantidad de trabajo y de docu­mentos interesantes que contiene. Mas adelante volveremos a hablar de ella.—(N. DEL A.)

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años más tarde (F. Laurent. L'Orient). «Las diferen­cias de razas, dice, están señaladas en los seres por la diferencia de organización. Así la pata de un ca­ballo, no se asemeja a la del elefante; pero desco­nozco que el pie de un kchattrya difiera del pie de un sudra (esclavo). Todos los hombres de la propia manera salen del vientre de una mujer; todos están sujetos a las propias necesidades; todos tienen igua­les órganos, y los mismos sentidos; todos son igua­les. No existe otra diferencia entre ellos, que la que establecen las virtudes que posean. El sudra que invierte su vida entera en la ejecución de buenas ac­ciones, resulta ser un brahmán; el brahmán cuya con­ducta es mala, no vale más que un sudra, y llega a valer aún menos» (i).

El budismo ha dignificado a la mujer, que el brahmanismo declara impura; ha nivelado la socie­dad y el Bouddha Qakyamouni (apelativo de Bou­ddha que quiere decir, solitario de la familia real de Gakya), fué el gran reformador de la India. Se le ha titulado el Lutero oriental; fuera más propio decir de Lutero que ha sido un pequeño Brouddha, sin el espíritu de tolerancia que a Qakyamowni dis­tinguió.

El número de creyentes que componen el budis­mo, es mayor que el de ninguna otra religión cono­cida y se extiende dominando en cierta porción de la India (Norte y la isla de Ceilan), en el Thibet, la Birmania, la China, el Japón, etc. Imperaría hoy en

(i) Kchcttrya, hombre perteneciente a la casta de los guerreros.—(N DEL A.)

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todo el Oriente, y en la India habría desarraigado completamente el brahmanismo, respecto del cual, afirma que es la doctrina primordial, que luego alte­raron los brahmanes en provecho de sus ambiciones, sin la sangrienta reacción provocada por éstos, hacia el siglo vi de nuestra Era, que la expulsó del centro de la península gangética.

Comparando ambas religiones, se ve que si la par­te social difiere, el fondo doctrinal es casi el mismo en ambas. En las dos, existe un dios en tres perso­nas; en una y otra, se sostiene la inmortalidad del alma, y en brahminismo y budismo existe una orga­nización que recuerda de tal modo la católica que los primeros misioneros cristianos al ver como se practicaba el budismo en el Thibet, creyeron que se trataba de una falsificación del catolicismo ideada por el propio diablo. Los mahometanos también no­taron estas analogías. Efectivamente, lo mismo en las dos religiones de la India que en el catolicismo, se halla una gerarquía sacerdotal, los ayunos, las procesiones y perigrinaciones, el bautismo, la confe­sión, el uso de los rosarios, y en particular en el bu­dismo, además de todo lo enunciado, las reliquias, el agua bendita, los exorcismos, los conventos de hombres y de mujeres, el celibato eclesiástico, los, concilios codificadores de la doctrina, los gran-lamas especie de obispos que llevan una vestidura morada parecida a una capa pluvial y usan mitra y báculo. A la cabeza de la gerarquía sacerdotal budista, está un papa infalible e inmortal. Por último, el fundador de la religión es reverenciado como un ser divino (véase la obra del padre misionero Huc: Souvenirs

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d'un vo yage dans la Tartarie et le Thibet) (i). El budismo no pudo copiar la religión católica

por la sencilla razón de que es anterior a ella; pero ¿habría ésta tomado algo de aquél? La pregunta ya se ha formulado repetidas veces y ciertos autores (Jacolliot, loe. cit.) han pretendido que los apóstoles y el propio Jesús conocían los textos sagrados de la India, si es que no habían estado en ella. También se ha supuesto que Jesús pudo haber recibido la ini­ciación en Egipto, donde las doctrinas del Indostán merecían una alta estimación, por lo menos en el se­creto de los templos. Sería preferible admitir con Renán que la doctrina del cristianismo fué fabricada por los judíos helenizantes de Alejandría, teniendo presentes los libros budistas que se conservaban en la famosa biblioteca, libros que el fuego destruyó, desapareciendo así la huella de todo lo tomado (2).

(1) Conviene advertir que todos estos detalles se refie­ren más bien al lamaísmo o sea el budismo tal y como se profesa en el Thibet, y al budismo denominado del Norte. La forma más perfecta del budismo encarnada en el llama­do budismo del Sur, está desprovista de las ritualidades de las otras, y de toda tendencia a lo milagroso y lo divino. La creencia en Dios de este budismo y su manera de imaginar la inmortalidad del alma es tan distinta, se aparta tanto de la manera de ver de casi todas las doctrinas religiosas, que es costumbre llamar al budismo del Sur, religión atea.— (N. DEL T.)

(2) Son muy curiosos los detalles aportados por Carlos de Nottovicc en su libro Une vie inconnue de Jesús, con refe­rencia a esta cuestión. Resulta, que en un convento lamaista del Thibet, los religiosos enseñaron al autor una biografía de Jesús de antigüedad indudable y que excluye toda sospe-

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Una de las analogías más sorprendentes del cato­licismo, no sólo con el budismo, sino que también con el brahmanismo, nos lo ofrece la encarnación de Vischnú (hijo de Dios) bajo la forma de Rrischna.

Krischna, que ciertos autores escriben Christna o Kristna, fué concebido «sin pecado»; su nacimiento se anuncia en profecías numerosas y de muy vieja fecha. Su madre, Devanaguy, le concibió por opera­ción del Espíritu, que se le aparece en figura de Vischnu, segunda persona de la Trinidad indostáni-ca. Según la tradición hinda y el Bhajaveda-Gita, habiendo anunciado una profecía que el hijo de De­vanaguy llegaría a destronar a su tío, el tirano de Madura, éste encerró a la madre y iué liberada por Vischnú. Entonces el tirano dio la orden de que en todos los lugares de sus dominios se degollaran las criaturas de sexo masculino que resultasen nacidas durante la noche en que Krichua había venido al mun­do; pero éste resultó salvado milagrosamente, y¡ tres mil quinientos años antes de Jesucristo, predicó su

cha de superchería, donde se refiere que el fundador del cristianismo estuvo en las regiones del Himalaya; que fué iniciado en el esotericismo de los budistas y brahmanes, y que al reaparecer en Judea llevaba consigo el precioso te­soro de las enseñanzas del Oriente. La obra de Nottovicc causó gran sensación, originando también ciertas corrientes de incredulidad, pero es lo cierto que nadie hasta ahora, ha llegado a hacer evidente que el escritor ruso citado propala­se una mentira. Respecto de la posibilidad de que el docu-mento"thibetino pueda ser de fecha posterior a la que sus guardadores le señalan, el citado autor asegura, y da los ne­cesarios antecedentes para demostrarlo, que no existe frau­de, y que por tanto hay que tener por verídica la estancia da Jesús <?atre los budistas.—(N. DEL T.)

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doctrina. Después de haber convertido a las gentes, espiró de muerte violenta, en las orillas del Ganges, cumpliendo los designios de Brahma (Dios Padre), para efectuar la redención de los hombres, según estaba prometido.

Los autores que, como Fausto, han negado la existencia de Jesucristo, ¿conocían las páginas de los libros de la India, doñee se narra la vida de Krich-na? Lo ignoramos; pero hay que confesar que todas estas coincidencias son muy extrañas. (Véase Du-puis: Origene de tous les cuites, ou Religión univer-selle).

Nos parece difícil de admitir que los padres y doctores de la Iglesia católica estuviesen bien al co­rriente de la ciencia brahmánica, y que los brahmas hayan tomado sus sacramentos. A no ser que la par­te verdaderamente científica haya sido deshechada en absoluto por hombres a quienes dirigía, ante todo y sobre todo, la idea de fundar una religión destinada, en su espíritu, a no ser más que la conti­nuación de la creencia de los hebreos.

De todas formas, los padres de la Iglesia ignora­ban totalmente la sabia cosmografía de los brahma­nes; para verlo, basta recordar las persecuciones de que se hizo víctimas a Copérnico, Galileo, Ceceo de Ascoli, quemado vivo, etc„ y que no hubiesen teni­do lugar si la Iglesia de entonces hubiera estado en posesión de conocimientos más exactos.

Un monje irlandés, dedicado en Baviera a la en­señanza, fué excomulgado por el papa Zacarías por sostener la realidad de los antípodas. Pascal, en sus Lettres provinciales, le alude en la siguiente forma:

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«No os imaginéis que las cartas del papa Zacarías para la excomunión de San Virgilio por lo tocante a sostener que había antípodas, hayan aniquilado ese nuevo mundo, y aunque hubiese declarado que se­mejante parecer constituía un error muy peligroso, el rey de España no dejaría de estar más en lo cier­to cuando prestó oídos a Cristóbal Colón, que lo sostenía, que no al criterio del Papa, que lo recha­zaba».

Afirmamos que Pascal no hubiera dado su voto para el dogma de la infalibilidad, si hubiese forma­do parte del famoso Concilio general de 1870, a cuyo favor debe el papa de Roma no ser aventajado por el papa de Brahma, el gran Sanharacharya de la India, ni por el papa de Buddha, el Gran Lama del Thibet, ambos infalibles. Justo es advertir que Su-mángala, papa de la iglesia del Sur, demuestra tener pretensiones menos portentosas (i).

La famosa decisión del Concilio del Vaticano, ha inferido a la Iglesia católica un perjuicio mucho más grave que cuantos le produjeron sus más terri­bles detractores. El asunto de la redondez terrestre

(1) Recuérdese lo dicho antes acerca del budismo del Sur, para comprender cómo su Gran Sacerdote no puede rodearse de prestigios que escapan al criterio antimilagro­so de la doctrina que representa. La jerarquía de tal sacer­docio, desde el más humilde de sus miembros hasta el más elevado entre todos, la constituye un enlace natural de atri­buciones y capacidades basado en el más perfecto conoci­miento de la doctrina, en la superior cultura alcanzada y en la ejemplaridad de conducta. Esto afirman todos cuantos han estudiado el budismo de cerca.—(N. DEL T.)

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y de la existencia de los antípodas, dio margen a gran número de disparatados argumentos ideados por los escritores católicos, que no podían compren­der por qué Dios «había caído en la ridicula deter­minación de crear lugares donde los hombres cami­narían con la cabeza hacia abajo y los pies hacia arri­ba, y donde la lluvia en lugar de caer, había de su­bir hacia lo alto». Esta fué la opinión de Lactancio, (Iustitut dio.—Lactancio falleció por el año 325, y se le denominaba el Cicerón cristiano), que apoyó más tarde el ilustre obispo de Hippona (San Agustín 354-430 Ciudad de Dios). Procopio de Gaza, halla un argumento para combatir la existencia de los antípo­das, que no carece de originalidad. «Si hubiese antí­podas—dice—Jesucristo hubiera ido a ellos (Les Bi-bles, L. Leblois- op. cit.) Este argumento que tiene más médula de lo que a primera vista parece, digá­moslo así, toma origen en una buena intención. Veá-moslo.

El bondadoso Procopio, debió pensar: Oríge­nes ha declarado (Homilía sobre Josué. Tertuliano dice lo mismo y también San Agustín) y el cuarto, Concilio de Latran, lo confirma (Fleury, Histoire eclesiastique). «Fuera de la Iglesia no hay salvación; por tanto, sólo se verán salvos los que obedecieron a la palabra de Dios revelada por Jesucristo, y para obedecerla necesario es poderla oir. En el mun­do conocido de Procopio pudo verificarse; pero existiendo antípodas, una gran multitud de hombres vivirían sin haber conocido ni sabido cosa alguna de Jesús y de su Iglesia. Dedúcese que estas perso­nas se habrían condenado por no haber conocido una

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ley, que no podían conocer: lo que constituye una suprema injusticia.

Así hubo de razonar, seguramente, Procopio de Gaza que vivía en el siglo iv de nuestra Era. Además: ¿No ha dicho el Apóstol Pablo (San Pablo Roma­nos IO-I8), que los predicadores de Cristo llevaban su palabra hasta las extremidades del mundo? Si los Apóstoles hubiesen llegado al otro hemisferio, no de­jarían de mencionarlo, etc., etc..

Pero no podía admitirse la esferoidad de la tierra, dado que se lee en el primer Evangelio (según San Mateo): «El hijo del hombre enviará sus ángeles que dejarán oir la resonante voz de sus trompetas y que reconcentrarán (el día del juicio final) sus elegidos desde las cuatro esquinas del mundo.

Vuelve a hablarse de esas cuatro esquinas de la tierra en el Apocalispsis. ¿Cómo se podía admitir que la tierra fuere redonda o esférica, cuando en las Es­crituras consta que tiene cuatro esquinas? Y así argu­mentaban acerca de las cosas naturales y «compro­bables» los hombres que hicieron la ley en el domi­nio de las cosas sobrenaturales que no pueden ser demostradas. ¿Quién será el encargado de descubrir el esotericismo primitivo que dejaron perder los pri­meros obispos de la Iglesia católica, designados por el sufragio de los fieles?

Los viajeros y los historiadores imparciales que estudiaron detenidamente el budismo y sus resulta­dos, no recatan su parecer de que, en general, ha producido gentes de mejor condición que la de los pueblos católicos. Si la ética de las dos religiones Be equivale, es indiscutible que el budismo posee

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gran superioridad por razón de haber heredado del brahmanismo un amplio espíritu de tolerancia ele­vando esta virtud a la altura de dogma fundamental. (Veáse el sabio libro de L Leblois, lio. 2° vol. II pá­gina 158 y sig.)

Cuando se estudian los escritos de los filóso­fos, los moralistas y los sabios de la India, siéntese el espíritu lleno de admiración y por nuestra par­te, no hemos podido sustraernos a esta manera de pensar cuando leíamos las traducciones del Regh-Veda, del Qacuntala, los Puranas y algunos extrac­tos de Gótomo, etc., etc. Lo mismo decimos respec­to de las leyendas búdicas, algunas de las cuales son verdaderamente deliciosas. En presencia de tales be­llezas hemos comprendido al gran poeta alemán Goethe cuando habla de Qacuntala, cuya lectura le había elevado a las más altas regiones de la emoción estética, en los siguientes términos:

-«Si queréis las flores de la primavera juntamente con los frutos del otoño;

Si queréis lo que encanta y seduce, si queréis lo que alimenta y satisface;

Si queréis reunir en una sola palabra el cielo y la tierra

Yo pronunciaré únicamente Qacuntala, y todo quedará dicho».

§VI

Ya hemos manifestado antes, que la doctrina brahmánica se distingue por su gran amplitud de mi­ras y su espíritu de tolerancia. Juzgúese por lo que ex-

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presa el siguiente párrafo extraído de un discurso de los brahmanes que reproduce íntegramente un autor inglés en 1777, traducido luego a la lengua francesa: «Dios ama en cada país la forma de culto que en él se profese: en la mezquita acoge el ruego de los devotos que elevan sus plegarias pasando las sagradas cuen­tas del rosario; está presente en los templos donde se verifica la adoración de los ídolos: es el amigo del mulsumán y lo es del indio: es el compañero del cris­tiano y el confidente del judío. Los hombres de una mente y de un alma elevada que no vieron en la dis­paridad de las sectas y de los diferentes cultos de religión otra cosa que los efectos de la omnipoten­cia del Altísimo, han grabado sus nombres de una manera inmortal en las páginas de la historia» (i).

Estamos, pues, bien lejos del «fuera de la Iglesia no hay salvación».

Conocido esto, se comprende perfectamente cómo fuera de la represión del budismo que ya hemos mencionado, y que fué más bien una lucha de cas­tas, una guerra social, y no una lucha religiosa, la historia de las religiones de la India no está mancha­da con las terribles tragedias que han ensangrentado la evolución del cristianismo, por virtud de la incen­diaria sentencia que acabamos de copiar.

Bien merece recordarse esta máxima que no hu­biera rechazado Jesús. «El hombre bueno jamás pro-

(1) Halhed.—Code of gentoo laws.—Este discurso preli­minar ha sido insertado por los brahmanes a la cabeza de una compilación por ellos redactada, y que figura, traducida del persa, en el prefacio de Halhed.—(N. DEL T.)

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fesa aversión ni aún a aquél que a golpes le arrebata la vida; y como el árbol del sándalo, perfuma el filo del hacha que le hiere».

Hace varios años que nos hemos entregado con satisfacción al estudio de las obras de la India, en los momentos que nos dejan libres nuestras labores experimentales de medicina. La literatura oriental constituye el más dulce entretenimiento que se pue­da suponer. Este linaje de estudios, ha sido para nosotros una especie de despertar, y estamos segu­ros de no engañarnos al decir que todos los filósofos verdaderamente dignos de tal calificación, cuando fijan su mirada en las grandes obras del pensamien­to indio no se apartan ya de él. Como Víctor Hugo, opinamos «que hemos de ver grandes cosas» y que «la vieja barbarie asiática no puede estar tan despro­vista de hombres superiores como nuestra civiliza­ción quiere creer» (Víctor Hugo. Les Orientales).

No prolongaremos este estudio acerca de las reli­giones de los hindos: ya en él hemos profundizado más de lo que nos proponíamos. Tiempo es de que volvamos al tema de la presente obra.

Carecemos de testimonios suficientes para hablar de las prácticas budistas con relación al asunto de la evocación de las «almas de los antepasados»; pero las pruebas abundan acerca de su fé apoyada en la existencia del alma. Como los brahmanes, los bon-zos budistas, enseñan la reencarnación de los espíri­tus, y de ello nos da una prueba la doctrina de la inmortalidad dé su papa, que explican por el regreso a la vida carnal en el cuerpo de una criatura, desde que la muerte le arrebata su viejo organismo. Volve-

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remos a hallar esta creencia entre los espiritistas, los brahmanes modernos.

En la leyenda de Kunalá, hijo del célebre rey bu­dista Agoka, a quien su madrastra hizo arrancar los ojos, después del suplicio habla la víctima con su padre de la siguiente manera. «Yo he cometido antes alguna falta ¡oh gran rey! y por causa de ella, he vuelto a este mundo, donde mis ojos fueron la causa de mi infelicidad».

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CAPÍTULO VI FAQUIRISMO

Entre los brahmanes la práctica de la evocación de los muertos, es, como hemos dicho, la base fun­damental de la liturgia de los templos y el fondo de la doctrina religiosa. Según ellos, el alma sobrevive al cuerpo y conserva su individualidad hasta el día, más o menos lejano, en que habiendo adquirido el grado de perfección suma, mediante la realización de numerosos avatares (reencarnaciones), se confunde con los puros espíritus en el seno de la divinidad, en el nirvana. Pero antes de llegar a esta culminación, las almas deben acudir, millares de veces, a dar vida a cuerpos humanos de distintas condiciones; y antes de que haya encarnado en tales cuerpos el alma, el espíritu vital hubo de dar vida a cuanto existe, desde el átomo y la mónada, hasta los organismos animales de estructura más próxima a la del hombre. Los es­píritus inferiores son los malos espíritus que tratan de perjudicar a los seres inteligentes oponiéndose a su avance por el camino de la perfectibilidad.

La evocación de las almas de los antepasados sólo puede ser hecha por los brahmanes de ciertas cate­gorías, y nos son desconocidos aún los fenómenos que producen en el secreto de sus templos los inicia-

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dos en grados superiores. Todo cuanto sabemos acer. ca de esto se halla contenido en los informes de los viajeros, informes que concuerdan entre sí de manera muy notable, viniendo recíprocamente a comprobarse unos con otros. Sabemos, por ejemplo, que en una sola vez cada cinco años, y en ocasión de celebrarse la fiesta del fuego, los brahmanes de grados superiores se exhiben en público, durante la noche, en la parte central del estanque sagrado que se ve siempre en las proximidades de cada pagoda o templo. Allí, ante una multitud considerable proce­dente de las más apartadas regiones de la India (pues varias de esas pagodas son el fin de peregrinaciones especiales), los misteriosos brahmanes realizan mara­villas, milagrosas en apariencia, por medio de arbi­trios ignorados. Ciertas narraciones hablan de efec­tos de tal forma maravillosos que no nos atrevemos a concederles valor de autenticidad. Si tales prodi­gios fuesen reales, los hombres que los producen serían poco menos que dioses.

Pero de lo que si podemos hablar es de los juegos positivamente extraordinirios de los faquires, que son individuos de categoría inferior de la casta sacer­dotal, de los que se valen los brahmanes para soste­ner los templos y excitar la imaginación del vulgo.

La palabra juegos designa en el lenguaje corriente las habilidades de prestidigitación y escamoteo, eje­cutadas por un individuo que aparenta valerse de un poder sobrenatural. Si los aludidos juegos de los fa­quires sólo fuesen artes de prestidigitación, habría que convenir en que estos hombre valen muchísimo más que nuestros más expertos ilusionistas, hosjue.

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gos de los faquires desafían hasta a las propias expli­caciones de los sabios, y comparando los vistos por las personas residentes cierto tiempo en la India, con los fenómenos originados mediante la intervención de los más poderosos médiums de Europa y de América, se llega necesariamente a pensar que los faquires no son más que médiums y que los médiums no pasa­rían de ser meros juglares, si las juglerías de los fa­quires no fuesen más que meras juglerías. Pero in­versamente, si con arreglo a las investigaciones reite­radas de un cierto número de observadores serios e idóneos, se llega a demostrar que los médiums obtie­nen fenómenos inexplicables, «por ilusión, por frau­de o por casualidad», no menos necesariamente nos veremos llevados a caer en esta otra conclusión: que los faquires son médiums; es decir, y sirviéndonos de las palabras de W. Crookes, hombres dotados del poder de emitir una fuerza denominada por el sabio fuerza psíquica, cuya verdadera naturaleza aun nos es inexplicable.

Se dice que en otras épocas, cuando el pueblo murmuraba, bajo el yugo tiránico y embrutecedor de los sacerdotes de Brahma, veíase a los yoguis (otra variedad de iniciados de la casta sacerdotal, los eremitas), y a los faquires, que se exhibían en público, en calles y plazas, rodeados de animales fe­roces, tales como tigres y panteras, los cuales, trans­formados súbitamente en bestias mansas como cor­deros, lamían con cariño las manos de su domesti-cador, ante quien se arrastraban sumisos como cariñosos canes. Pero tales escenas se remontan a lejanos días, y como no son relatadas por ningún

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testigo presencial moderno, admitamos de buen gra­do que pertenecen al dominio de lo ilusorio, sin dar­les otro valor que el que se concede a los cuentos. Ahora bien; si fijamos la atención en los fenómenos ordinariamente producidos por el faquir con su va­rita de siete nudos (esta caña de bambú es una in­signia de la iniciación), el caso ya no admite duda, y de él vamos a hablar brevemente, según se consig­na en las narraciones de diversos testigos presen­ciales.

Cuando a un europeo recién llegado le recibe un compatriota en la India, una de las primeras aten­ciones de que es objeto es la de hacerle presenciar una de estas sesiones de faquirismo.

A instancia del dueño de la casa se presenta, pro­visto de su varita de bambú, un faquir pertenecien­te al servicio de la pagoda más próxima.

Llega, y deteniéndose a la entrada de la estancia, sin embarazo, sin afectación de ninguna especie, le dice al dueño:—Tú pediste que viniera; heme aquí. ¿Qué es lo que quieres?

Examinémosle. Es un individuo de aventrjada es­tatura, y excepto un pequeño trozo de tela que tapa la parte del bajo vientre, se nos muestra completa­mente desnudo. Su alto cuerpo bronceado y sin car­nes parece el de una momia viviente.

Hechos los saludos de costumbre, con ciertas va­riantes, según el uso oriental, se instala, y, accedien­do al mandato de las gentes de la casa, entre quie­nes suele encontrarse por primera vez, luego de ha­ber murmurado cierto número de fórmulas de mágico encantamiento con inspirado ademán, pro-

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voca la manifestación de varios fenómenos, más o menos sorprendentes.

Uno de sus ejercicios más vulgares es el denomi­nado Baile de las hojas, y para el cual un cierto nú­mero de ellas, de higuera o de cualquier otra espe­cie, son ensartadas por el centro en otras tantas varitas de bambú, que se fijan en tierra, en tiestos o de cualquier otra forma. Si se le pide, el encantador nada prepara por sí mismo, ni toca para nada a nin­guno de los accesorios. Cuando todo está dispuesto, se sienta en el suelo de la habitación, o en tierra si se está al aire libre, y permanece así con las manos extendidas a distancia que permite el paso entre las hojas y la extremidad de sus dedos. Al cabo de un instante, los espectadores notan una especie de fres­ca brisa que les acaricia el rostro, sin que se mueva ni una sola tela de las que cuelgan de las paredes, y pronto las hojas comienzan a subir y a bajar, más o menos rápidamente, a lo largo de las varillas donde están ensartadas. Todo ello se efectúa, no hay que decirlo, sin que exista contacto visible y tangible en­tre el operador y los objetos que sirven para reali­zar el experimento. Después, un vaso lleno de agua se mueve espontáneamente sobre la mesa, se incli­na, se balancea y se levanta en el aire a una altura suficientemente perceptible, sin derramar ni una gota del líquido que contiene. Y también ocurre que se oyen golpes dados aquí y allá, a petición de los circunstantes y según el número de veces que piden. Si en la habitación hay instrumentos musicales, es­pontáneamente producen sonidos y ejecutan armo­nías, todo a plena luz y ante la vista de los testigos

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presenciales, a algunos metros de distancia del fa­quir, sin que éste, ni por casualidad, salga de su quietud marmórea.

Si el recien llegado es un provenzal o un saboya-no, se le invita a recordar un verso de Mireille o una frase del patois de su país: ¿Trátase de persona culta? Entonces rememorará algún verso de Homero o de Virgilio. El faquir esparce arena fina sobre el tablero de una mesa o sobre cualquier superficie plana; pone encima trocitos de palo, iguala la arena para que quede extendida en capa de escaso espesor y hecho así se sitúa con el cuerpo arqueado en semicírculo, las piernas replegadas al uso oriental y las manos ex­tendidas hacia la arena. Después de algún tiempo los testigos ven, con general estupefacción, que el troci-to de madera se yergue, avanza, corre, libre de todo contacto, sobre la arena y enseguida se puede leer en ella el verso de Mistral pensado o la frase formulada en patois, a no ser que se haya pedido mentalmente, como dije antes, un verso de la Iliada o de las Bu­cólicas.

L. Jacolliot obtuvo, siguiendo maneras de proce­der análogas, el nombre de un amigo fallecido varios años antes (i).

El faquir repite el experimento ante vosotros, a

(i) He aquí la enumeración de las condiciones a las cuales se someten las faquires de la India según M. Ja­colliot, juez, que fué, del tribunal de Pondichery, si no esta­mos mal informados.

i.° Nunca dan sesiones públicas en lugares donde la reunión de varios centenares de personas, haga imposible toda manera de comprobar.

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plena luz y cuantas veces queráis. Además os permi­te hacer cuantas comprobaciones juzguéis convenien­tes.

¿Está suficientemente dotado de poderes medianí-

2." Nunca van acompañados de un ayudante, o compa­dre, según la expresión aceptada.

3 . 0 Siempre se presentan en el interior de las casas completamente desnudos, conservando sólo, por pudor, un re­ducido trozo de tela no más ancho que la mano.

4.° No conocen ni los gubiletes, ni los sacos encantados, ni las cajas de doble fondo, ni las mesas preparadas, ni en fin, ninguno de los mil accesorios indispensables a nuestros escamoteadores europeos.

5.0 No poseen absolutamente nada, si se exceptúa una pe­queña varita de bambú con siete nudos, del grosor de un portaplumas, que retienen en su mano derecha, y un peque­ño silbato de unas tres pulgadas de longitud, que atan a un mechón de sus largos cabellos, puesto que desprovistos de vestiduras y de bolsillos, por consecuencia, no tendrían don­de dejarlo y se verían en la necesidad de llevarle constante­mente entre los dedos.

6.° Operan según la indicación de la persona, a cuya casa acuden, sentados o de pie, según las circunstancias; sobre las esterillas del salón o sobre las losas del mármol de granito o estuco del verandak, o sobre la tierra limpia del jardín.

7.0 Cuando se requiere un sujeto para determinar los fenómenos de magnetismo o sonambulismo, aceptan cual­quiera de los criados que se le indic an y actúan con la pro­pia facilidad sobre un europeo, si quiere prestarse a la ex­perimentación.

8.° Si un objeto cualquiera les es necesario, instrumento de música,.bastón, papel, lápiz, etc., etc., os piden que se lo procuréis,

9 . 0 Repiten la experimentación todas las veces que le pidáis al efecto de realizar las oportunas comprobaciones.

10. Nunca demandan ninguna remuneración, limitándose

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micos? Antes de ausentarse os llevará al colmo de la estupefacción. Al efecto, se sitúa en lugar perfecta­mente visible; colócase en la habitación bien enfren­te de la concurrencia, y con severo ademán, cruza los brazos sobre el pecho: su cara se transfigura y parece aureolarse de resplandores; sus ojos despiden extraña luz y poco a poco el cuerpo se levanta y se eleva en el aire a cierta altura: a veces algunos pies, y en ocasiones hasta llegar junto al techo.

Terminada la sesión, el misteroso personaje con soberano reposo formula sus palabras de despedida a los presentes y si no pide ningún salario, acepta la limosna que se le ofrece, sin dar gracias siquiera, se­gún costumbre.

Tales son, en resumen, los detalles comprendidos en las narraciones de los viajeros franceses e ingle­ses que han visitado la India.

Cuando se pregunta a los faquires acerca de los mencionados fenómenos, afirman que los producen por mediación de los espíritus. «Los espíritus, dicen, o sean las almas de los antepasados (Pitris) se valen de nosotros a modo de instrumentos: les prestamos nuestro fluido natural para combinarlo con el suyo, y esta mezcla es la que constituye un cuerpo flúidico, que les sirve para que puedan actuar sobre la mate­ria en la forma que habéis visto».

a aceptar la limosna que les deis destinadas al templo del cual dependen.

Durante los largos años que he recorrido la India en to­dos sentidos, puedo afirmar que jamás vi ni un solo faquir que intentase dejar incumplidas cualquiera de estas pres­cripciones (Luis Jacolliot.—Le Sfiiritisme dans le monde. París, 1879).—(N. DEL A).

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Lo mismo que los médiums, los faquires preten­den obtener el fenómeno de los aportes: más adelan­te tendremos ocasión de hablar de ello.

Lo propio que los médiums (ya lo hemos visto antes), producen la escritura directa y la ¿evitación, es decir, el levantamiento en el aire de objetos pe­sados, y también del cuerpo humano.

- Igualmente afirman que pueden producir la apari­ción de fantasmas, la de cuerpos flúidicos, etc. En con­clusión, su manera de hablar recuerda exactamente la de nuestros espiritistas.

Las obras de M. Jacolliot, contienen relatos de se­siones de faquirismo, idénticas a las que figuran en los periódicos espiritistas de Europa y del Nuevo Mundo. Los fragmentos que reproducimos permiti­rán que el lector establezca las debidas compara­ciones.

No obstante, hallamos una aserción sostenida por los faquires, que no tiene hecho análogo en los li­bros y periódicos occidentales: es la siguiente. Según lo afirmado por aquellos misteriosos personajes, pueden mediante la acción del magnetismo, la de sus mantrams (encantamientos) determinar la acele­ración del crecimiento de plantas (Huc. Souvenir dun voy age dans la Tartarie et le Thibet, refiere varios hechos análogos); pero preferimos a este pro-, pósito ceder la palabra a Jacolliot, copiando textual­mente lo que sigue de su obra Le Spiritisme dans le monde.

«En el número de las pretensiones más extraordi­narias de los faquires, figura la de influir de un modo directo en el desarrollo de las plantas y de poder

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acelerar de tal suerte su crecimiento que pueden llegar en breves horas a medir proporciones que exigen, por lo común, el transcurso de muchos me­ses y aún de varios años de cultivo.

Ya había visto muchas veces repetir el fenómeno a los encantadores que encontré al paso; pero como no me acostumbraba a ver en ello más que una su­perchería muy diestramente realizada, no tuve la pre­caución de medir y precisar las condiciones en que el hecho se realizaba.

Por muy paradógico que se me antojara el asun­tó, determiné reproducir, ya que estaba en vía de experimentar con Covindasamy (un faquir que el autor halló en Benarés), cuya fuerza medianímica era realmente maravillosa, los fenómenos que había visto ejecutar a diversos individuos; determiné, repi­to, efectuar con él la absurda y muy curiosa mara­villa, ejerciendo tan obstinada vigilancia de todos sus ademanes, que nada pudiera escapar a mi despierta atención.

Dado que podía contar con dos horas consagra­das a experimentaciones en plena luz (de tres a cin­co), antes de que se verificase la sesión magna de la noche, decidí consagrar el expresado tiempo a la realización del citado fenómeno.

El faquir ignoraba en absoluto mis propósitos y yo supuse que iba a sorprenderle cuando, a su pre­sentación, le dijera lo que quería.—Estoy a tus ór­denes—se limitó a contestarme con la sencillez ha­bitual.

Esta actitud suya de tranquila confianza me des­concertó un tanto, pero reponiéndome enseguida, le

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dije:—¿Me dejarás escoger la tierra, el tiesto y la se­milla que a mi presencia harás brotar?—

—El tiesto y la semilla, sí... pero la tierra ha de ser sacada de un hormiguero de carias.

Las carias, esas pequeñas hormigas blancas que construyen para resguardarse en su interior, mon­tículos de tierra que, a veces, miden una altura de •ocho o diez metros: abundan mucho en la India, de forma que era bien fácil procurarse- un poco de esta tierra que las hormigas amasan muy diestramente para construir con ella sus refugios.

Llamé a mi cansama (criado indio), para que fue­se a llenar de dicha tierra un tiesto de dimensiones corrientes y para que me trajera varios granos de distintas semillas.

Covindasamy recomendó a mi criado que valién­dose de dos piedras, desmenuzase el seco barro que no podría arrancar no siendo a trozos, cuya dureza compite con la de los restos de los materiales de derribo. La recomendación del faquir no podía ser más pertinente, pues dentro de la casa no resultaba muy cómodo tener que dedicarse a machacar los trozos de endurecida tierra.

Antes de transcurrir un cuarto de hora mi servi­dor estaba de regreso y traía las cosas encargadas. Se las quité de la mano, y le despedí sin dejar que pudiese hablar cosa alguna con Covindasamy. En­tregué a éste el tiesto lleno de una tierra blanqueci­na, que debía estar completamente saturada del le­choso humor segregado por las hormigas carias,,y con el que impregnan hasta la última partícula d.el lodo que usan para sus construcciones.

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Covindasamy le diluyó lentamente en cierta can­tidad de agua murmurando mantrasns, cuyas frases no pude entender.

Cuando el faquir juzgó que la mezcla estaba con­venientemente preparada me dijo que le entregase la semilla y también algunos trozos de una tela blan­ca cualquiera. A la casualidad tomé un grano de pa­paya cogido entre los que mi servidor trajo, y antes de entregársele le dije si me autorizaba para hacerle alguna señal. En vista de su afirmativa contestación, hice una ligera cortadura en la película del grano, que era muy parecido a la pepita de la calabaza sil­vestre, excepto el color de un tono oscuro muy mar­cado, y le di varios metros de muselina.

—Pronto voy a sumirme en el sueño de los espí­ritus —me dijo Covindasamy—. Júrame que no to­carás ni mi persona ni el tiesto.

Se lo prometí formalmente. Entonces hundió el grano en la tierra que más

bien era un poco de barro líquido, y luego metiendo su varita de siete nudos (emblema de la iniciación, del que no se desprende jamás) en uno de los lados del tiesto, le sirvió a modo de apoyo para extender la pieza de muselina, y después de quedar así res­guardado bajo la tela el tiesto, sobre el que iba a ac­tuar, se puso en cuclillas, extendiendo horizontalmen-te las dos manos por encima de la cubierta y fué ca­yendo, poco a poco, en un estado completo de cata-líptica quietud.

Había prometido no tocarle, y por el pronto me era difícil saber si su actitud era real o simulada; pero cuando transcurrida una media hora pude ver

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que no hizo el más leve movimiento, hube de rendir­me a la evidencia, dado que no hay hombre des­pierto y sea cual fuere su fuerza, capaz de mantener­se siquiera diez minutos en la expresada posición con los brazos extendidos horizontalmente.

Pasó una hora sin que el más pequeño estreme­cimiento muscular denunciara la vida en el cuerpo del faquir... Desnudo casi totalmente, mostrando la piel brillante y tostada por el calor, con los ojos abiertos y fijos, Covindasamy asemejaba una figura de bronce puesta en actitud de mística evocación.

Al principio me había situado frente a él para que no se me escapara ningún detalle del experimento; pero muy pronto no pude soportar la fuerza de su mirada que, aun estando medio extinguida, me pare­ció llena de intensos efluvios magnéticos... En cierto instante figuróseme que todo empezaba a dar vueltas alrededor de mí y hasta al cuerpo del faquir le veía entrar en movimiento... Para librarme de estas aluci­naciones, originadas, sin duda alguna, por la excesiva atención de mis ojos, fijos en un objeto, me levanté, y sin perder de vista a Covindasamy, que continua­ba inmóvil como un cadáver, fui a sentarme en la extremidad de la terraza repartiendo alternativamen­te miatenc ion entre la corriente del Ganges y la figu­ra del faquir, al efecto de escapar al dominio de una acción demasiado directa y demasiado prolongada.

Transcurrieron dos horas; el sol comenzaba a des­cender rápidamente en el horizonte cuando el leve murmullo de un suspiro me hizo estremecer: Covin­dasamy despertó.

Me hizo seña para que me acercase, y levantando - 98 -

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la muselina que cubría el tiesto, mostró fresco y ver­de un joven tronco de papaya que media próxima­mente veinte centímetros de altura. Adivinado mi propósito, Covindasamy hundió sus dedos en la tie­rra, que durante el experimento había perdido casi toda su humedad, y retirando delicadamente la plan-tita, me enseñó en una de las dos películas adheri­das aún a las raíces, la marca que yo había hecho dos horas antes.

¿Era aquella la propia semilla y mi propia marca? Sólo tengo que decir que no noté ninguna substitu­ción: que el faquir no salió para nada de la terraza: que no le perdí de vista ni un momento siquiera: que ignoraba, cuando vino, lo que yo iba a pedir que hi­ciera: que no podía ocultar planta alguna bajo sus ro­pas porque estaba casi enteramente desnudo: y que de cualquier modo que fuese, no veo forma de que pudiera acertar por anticipado que yo habría de esco­ger una semilla de papaya, elegida entre otras treinta de especie distinta que el cansama me presentó.

No me es posible, ya se comprenderá, decir más de lo que digo respecto de semejante experimenta­ción. Hay casos en que el raciocinio se resiste a en­tregarse, aún en presencia de hechos donde los sen­tidos no pueden sorprender un flagrante delito de superchería.

Después de haberse recreado algunos instantes en mi admiración, el faquir exclamó con gesto de orgullo mal encubierto.

—Si hubiera seguido, dentro de ocho días el pa­paya tendría flores y dentro de quince sus frutos».

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CAPÍTULO VII

EL ESPIRITISMO EN EUROPA

§ I

EJ. examen retrospectivo que hemos efectuado en los capítulos anteriores, nos ha apartado bastante de la historia del espiritismo o esplritualismo mo­derno. Pero era necesario demostrar cómo el espi­ritismo no puede contradecir al adagio, que procla­ma que «nada nuevo existe bajo el sol». Probado queda. Mas ya que en lo que se refiere a este aspec­to de la cuestión hemos realizado nuestro propósito, conviene que nos reintegremos al camino que siguió la doctrina, nueva para nosotros, a través de la ci­vilización occidental.

El complemento de su historia que nos queda por hacer, contiene dos factores bien distintos por su importancia respectiva. El uno se refiere a. la inves­tigación efectuada acerca de los fenómenos espiri­tistas por personas, muy honorables, dotadas cierta­mente de cultura (no hay para qué hablar de los que no la tienen), pero faltas de educación científica.

Se puede censurar a los sabios, se puede recordar que las Academias rechazaron todos los grandes descubrimientos; pero no es menos positivo que

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cuando los hombres, habituados por su profesión a las investigaciones experimentales, quieren tomarse la molestia de examinar un hecho, existen poderoso, motivos para esperar que efectúen su trabajo incom^s parablemente mejor que pudiera hacerlo la genera-íi lidad de las gentes. Ahora bien; ocurre, por degra­cia, que esos hombres de competencia, demostrán­dose inconsecuentes con sus propios principios, a priori rechazan cualquier importante descubrimien­to, sólo por haber decidido, juzgando por la prime­ra impresión, que el caso propuesto es imposible, y que, por consiguiente, no merece la pena de ser examinado.

No nos detendremos mucho en la labor produci­da por los que denominamos los obreros literarios del espiritismo. Incontestablemente recogieron inte­resantes documentos; pero sin embargo, no han con­seguido que adelantara gran cosa la cuestión.

Hay que tener en cuenta que las afirmaciones y las negaciones referentes a estas clases de asuntos, adquieren un nuevo carácter, que resulta de una gra­vedad excepcional, cuando personas como las men­cionadas antes, estudian el problema y le someten al crisol y a la balanza de los experimentos. No hay que abrigar el temor de que esta especie de investi­gadores se deje seducir por el entusiasmo; véase­les exponiendo secamente los hechos más alarman­tes o los más conmovedores, si os parece mejor. No hay cuidado: la parte poética no ha de interesarles; por lo menos, a la mayoría. Frecuentemente, cuando os relatan esos casos que emocionan, aun a través de una escueta narración desnuda de encantos lite-

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rarios, esperáis que finalice la observación con unas conclusiones que satisfagan vuestra ansia de conocer y que os libren del tormento de buscar deducciones y sus últimas consecuencias... pero nada de esto ha­lláis. Sólo veréis un trazo recto, seco y negro; nada más.—«Yo—dice el experimentador—no he encon­trado todo; he comprobado el hecho, he descrito tan minuciosamente como me es posible, las circuns­tancias en que me puse respecto de él. Si podéis demostrarme que mi método es defectuoso desde cualquier punto de vista, os agradeceré que me ha­gáis observar dónde está la falta. Lo repito, he ob­servado un fenómeno y lo describo como es, pero no me pidáis otra cosa. Si queréis sacar consecuencias de la clase que fuese, libres sois de hacerlo así; pero yo no tengo la prisa que vosotros demostráis: nece­sito antes complementar mis observaciones. Sé, como se puede ver el cómo; pero aún no he hallado el por que'-».

El espiritismo se ha transformado positivamente en experimental, a partir del día en que comenzaron a ocuparse del problema los que denominamos sus científicos trabajadores. A la labor realizada por éstos consagraremos un análisis especial.

§ II

Después de haber producido en América la gran sensación descrita, las manifestaciones de los espí­ritus atravesaron el Océano y se esparcieron por Inglaterra. Pronto transpusieron el canal de la Man­cha y a los pocos años puede decirse que no había

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una casa en París que no tuviera una mesita golpea­dura, giratoria, y hasta bailarina. Todo el mundo andaba a vueltas con los veladores. Las comunicacio­nes recibidas, en su mayor parte de marcada frivo­lidad, resultaban a veces, por el contrario, de un tono serio y filosófico, y hubo de advertirse que casi siempre el velador, o la mesa, exponían teorías rela­cionadas con la opinión del medio ambiente donde el fenómeno se producía. Esto sirvió para fundamen­tar una hipótesis, de la que más adelante hablaremos.

Algunos pensadores creyeron poder construir una doctrina nueva, con el auxilio de las comunicacio­nes que obtenían, y estos documentos de «ultra tumba», como se los llamaba, fueron coleccionados, comprobados, revisados y corregidos por los espíri­tus superiores.

Rivail, que de acuerdo con lo determinado por los espíritus, cambió su nombre por el de sab or céltico, Allan-Kardec, redactó valiéndose de las indicadas comunicaciones obtenidas de diferentes maneras, va­rios libros, que entre los espiritistas franceses cons­tituyen el evangelio de su creencia. Decimos de los espiritistas franceses, porque la doctrina comunicada por inteligencias superiores, como declara Allan-Kardec, y contenida con sus libros, no consigue la aceptación de los espíritus de otros países, como Inglaterra y América, donde los espiritistas figuran en mayor número que en Francia.

Así, por ejemplo, y de idéntica forma que entre los brahmanes de la India, Allan-Kardec y los espíritus que se comunican con los espiritistas franceses, se muestran partidarios de la reencarnación. Igual que

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los primeros doctores de la Iglesia, admiten la pre­existencia de las almas; pero además, hacen que es­tas almas sirvan para animar una serie sucesiva de cuerpos humanos, en lo pretérito y. en lo futuro, hasta que la purificación del espíritu alcanzada me­diante las multiplicadas encarnaciones sea tal que el alma pueda ascender a la esfera de los espíritus puros (la frase se encuentra lo mismo en las obras de Allan-Kardec que en los libros de los brahmanes).

Inversamente, los espíritus que se dejan oir en América y en el Reino Unido, se muestran adversa­rios de la teoría de la reencarnación. ¿Por qué?.. ¡Ese es el misteriol

Y para decirla todo, habrá que recordar que cier­tas comunicaciones resultan ateas, y otras, de un marcado sabor materialista (i).

(i) Este aspecto, más sorprendente en la forma que en la esencial realidad del caso, de las comunicaciones espiritis­tas, sirve de base a los juicios, no exentos de apasiona­mientos, en los que se pretende dar un terminante mentís contra la posible existencia de las entidades espirituales que se comunican. La consecuencia ni es justa ni tiene nada de exacta.

Independientemente de que los espíritus existan o no, si partimos provisionalmente del supuesto o hipótesis de su existencia, su condición de vida en las regiones del más allá, según las describe el espiritismo no les concede ningu­na milagrosa omnisciencia, ni les dota del don de ilumina­ción.

Su vida después de la muerte es continuación de la terre­nal: conservan sus creencias y opiniones, conservan igual­mente sus prejuicios: con no poco trabajo, van desprendién­dose de errores en el seno de una manera de existir que difiere tanto de la que conocían. Resulta, pues, que el espí-

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Entre los Mormones, los espíritus son poligámicos. Hemos visto copia de comunicaciones en las que la práctica del aborto, tan difundida en los Estado Uni­dos, halla entre los habitantes del otro mundo com­placientes defensores.

¿Cómo se podrán conciliar tan opuestas tenden­cias? Los libros de Alian Kardec, tienen contestación para todo; no es cosa de atrancarse por tan pequeñas dificultades. Todo se explica en virtud del hecho de que los espíritus comunicantes son con frecuencia espíritus inferiores, y esto también permite advertir cómo ciertas comunicaciones pueden resultar de es­tructura trivial y ordinaria, y a veces obscena.

Igualmente, haremos constar que la doctrina co­mún a los brahmanes y a Alian Kardec, se muestra consecuente consigo misma. En efecto, si el hombre sobrevive, no hay razón para que, de golpe y porra-

ritu de un ateo, continúa no creyendo en Dios; el de un ma­terialista, no viendo más que materia y ofrécese en estos in­dividuos la curiosa circunstancia de que en sus comunicacio­nes afirman que continúan en plena vida material «porque de estar muertos—dicen—no podrían ni pensar, ni darse cuenta de que sienten y quieren como cualquier hombre».Es muy notable la lucha de ideas que entonces se entabla entre el espíritu y los espiritistas de la reunión donde ocurre el caso. Estos, no perdonan modo para convencer a su invisi­ble visitante de que ya pertenece al mundo de los falleci­dos: aquél, por conducto del médium parlante o escribiente, continúa argumentando como argumentaría el más puro discípulo de Buchner o de Molleschot.

¿A qué seguir? La diversidad de pareceres que domina en el mundo de los espíritus es lógica consecuencia de la forma de admitir los espiritistas el desarrollo de la vida espiri­tual,—(N. DEL T.)

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zo, adquiera la suma sabiduría y el sumo poder, y es justo que solo sea lentamente cómo el espíritu, caso de que exista, vaya perdiendo las malas costumbres que hubiere contraído y las perniciosas opiniones que haya profesado durante su vida terrestre. Así los es­píritus que se comunican en América serían de ín­dole inferior, y como los anglo-sajones están más saturados de Biblia que los franceses, tienen que re­chazar la pluralidad de existencias, por su desacuer­do, demasiado evidente, con las Sagradas Escrituras. Dícese también, que considerándose de esencia su­perior a los negros, los blancos rechazan la reencar­nación de su espíritu, que por incidente pudiera ve­nir a animar a un hombre de color; lo que sería para el blanco muy humillante* Los espíritus anglo-sajones que se comunican no estando completamente des­prendidos de las cosas terrenas, persisten en sus ye­rros y extravíos.

Tal es la teoría. En un libro titulado El Génesis, los milagros y las

predicciones, según el espiritismo, Alian Kardec pre­senta el descubrimiento de la doctrina en la siguien­te parábola..., porque como Buda y como Cristo también él habló parabólicamente.

«Un navio lleno de emigrantes, parte para lejanas regiones. Lleva dentro hombres de todas las clases, familia y amigos de los que quedaron en tierra. Se sabe un día que el barco naufragó; no queda rastro de él; ninguna noticia hay de la suerte que han co­rrido los tripulantes. Se cree que todos perecieron; el luto es general en todas las casas. No obstante, la gente que iba, sin faltar ni uno sólo, ha desembar-

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cado en una tierra ignorada y fértil, donde todos vi­ven dichosos bajo la mirada clemente del cielo. Se desconoce esta feliz terminación; pero ocurre que un día otro barco toca en aquellas tierras y allí los tri­pulantes encuentran a los náufragos sanos y salvos. La feliz noticia corre con la celeridad del rayo. Todo el mundo exclama: «Nuestros amigos no murieron», y dan gracias a Dios. Verdad es que no pueden ver­les; pero se comunican con ellos y con ellos cam­bian recíprocas muestras de cariño, transformándose la tristeza en alegría».

Por lo demás, el nuevo dogma, no tiene pretensio­nes de ser inamovible e infalible: como el Apóstol, estos imitadores dicen también: «desconfiad de los es­píritus malos» (San Juan-lV-2). Declaran someterse a la razón y a los progresos de la ciencia, reservándo­se la facultad de modificar sus convicciones a medi­da que los progresos y la experiencia demuestren la necesidad, en vez de aferrarse ciegamente a las co­municaciones de los espíritus, «que no por ser tales saben más que nosotros».

§ III

Nos parece que es llegado el momento de echar una ojeada a la situación actual del espiritismo y de buscar los documentos, los fenómenos, sobre los que descansa actualmente. ¿Cómo, se dirá, semejante su­perstición subsiste todavía a finales del siglo x ix , en el instante en que la ciencia parece haber llegado a su apogeo, cuando florecen los resultados tan fecun­dos de los colosales descubrimientos de la electrici-

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dad y el vapor y de otros no menos magníficos? Ese era precisamente, nuestro razonamiento cuando for­mamos el propósito de estudiar el espiritismo y sus fenómenos, muy seguros de que encontraríamos en él una tremenda superchería. Si nuestro parecer no ha experimentado modificaciones hasta la hora actual, en lo que se relaciona con la doctrina de los espiri­tistas, otra cosa ha sucedido en lo que concierne a los hechos que les sirven de base.

Nos vemos obligados, en efecto, a decir que se producen fenómenos que todo el mundo puede com­probar cuando quiera, y que estos hechos, aparente­mente sobrenaturales, no pueden ser explicados por los conocimientos que hoy poseemos.

Todo experimentador sincero que seriamente quiera ver, tardará poco en convencerse de que nos resta por estudiar un vasto dominio de la fisiología y de la física, y que nos hallamos muy lejos de co­nocer la totalidad de las FUERZAS naturales. Estamos seguros de que la senda en que ha entrado la medi­cina, desde hace algún tiempo, en la escuela de la Salpetriere, no hace más que iniciar el movimiento, y que el camino que sigue el doctor Charcot conti­nuando a Braid y otros, le conducirá a él, o a los que le sucedan, a puntos de vista más remotos que los que se pudieran presumir en un principio. .

Es comprensible, que ante ciertos fenómenos inexplicados, y perfectamente auténticos, algunas imaginaciones entraran en exaltación, llegando a creerse en positiva correspondencia con los espíritus del otro mundo. Todos nuestros conocimientos de física, química, biología y demás ciencias, no son

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capaces de darnos ¡dea de lo que ocurre, y puede ocurrir, en ese mañana de la inteligencia que está después de la muerte. Los conocimientos aludidos no son, pues, un valladar infranqueable para las supersti­ciones, y tenemos el ejemplo que lo prueba en el caso de que las ciencias exactas se estudian en los seminarios de varias religiones, sin que por su sola eficacia lleguen a conmover hondamente las convic­ciones que impuso la ciencia.

Se puede explicar la difusión creciente del espiri­tismo por el hecho de que ninguna religión es capaz de producir los milagros que constituyen la propie­dad y la forma de propaganda de esta nueva doctri­na. Del espiritismo, especialmente, puede decirse con razón, que realiza la propaganda por el hecho.

Mas procedamos por hipótesis, y supongamos, por un instante, que la doctrina sacada de los fenó­menos denominados espiritualistas, sea verdadera: en tal supuesto, ¿habría fuerza en el mundo capaz de impedir que así fuese? ¿No está la verdad por encima de todo linaje de conveniencias? Ocurriendo así, también a la ciencia pertenecería la función de reglamentar los experimentos.

Antes de que el bien producido por la doctrina espiritista nos sea evidenciado, procuremos conocer sus progresos incesantes, ya que es indiscutible que cada día más y más se extiende, lo propio entre las clases poco ilustradas, donde predominan las gentes sencillas, que en las de mayor elevación, donde abun­dan las personas de cultivada inteligencia y de cien­tífico saber. Puede afirmarse, sin temor de ser des­mentido por los hechos, que al catolicismo le ha de

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hacer más daño la escuela espiritista que cuantos procura causarle el materialismo. Muchas perso­nas conocemos cuyas creencias vacilaron ante los fenómenos medianímicos, después de haber re­chazado inconmovibles a los razonamientos de la ciencia.

Insistamos aun en nuestro examen de conciencia, y preguntemos si es obra digna del saber el hecho de intentar semejantes investigaciones. Pensándolo, no vemos de qué modo resultaría censurable, si bien no desconocemos el peligro inherente a esta clase de estudios. Estamos seguros de merecer la aproba­ción de los sabios verdaderos, y no nos es desco­nocido el servicio que prestamos a los que no tienen la pretensión de saberlo todo. Pero de todas mane­ras, no nos sentimos en cómoda postura, ante la mul­titud de semi-sabios que componen una parte del mundo, y [hay que ver lo difíciles que son de con­tentar estos señores, y lo prontos que se muestran para precipitar al prójimo en las Gemoníasl Con cuánto fundamento dice el poeta hindo:

Se dirige fácilmente al ignorante, Más fácilmente aún se dirige al hombre instruido; Pero al que sólo posee la ciencia a medias, Ni el propio Brahma sería capaz de dirigirle.

¡Impavidum ferient ruinael: despreciemos vanos escrúpulos, y no nos dejemos apartar de nuestro fin, que es la investigación de la verdad.

Los hombres sencillos y de poca instrucción que se han hecho espiritistas, resultan bien excusables, dado que escritores de fama les han impelido por

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esta vía. Así, Eugenio Bonnemere escribe: «Como todo el mundo, yo me reía del espiritismo; mas lo que yo imaginaba ser la risa de Voltaire, sólo era la risa del idiota, mucho más frecuente que la del pri­mero.» (Vame et ses manifestations. Le román de V avenir).

Mauricio La Chatre (diccionario) se expresa así: «La doctrina espiritista contiene los elementos de una transformación de las ideas, y desde este punto de vista, merece la atención de todos los hombres progresivos. Su influencia extendiéndose ya en to­dos los países civilizados, concede al fundador una importancia considerable, y todo hace suponer que en un porvenir posiblemente próximo, Alian Kardec será considerado como uno de los reformadores del siglo xix».

¿No es también un escritor en boga Carlos Lomon, autor de Jcan Deacier, quien ha escrito: «Es necesa­rio confesar que la hipótesis espiritista alcanza ven­tajosa posición ante la inmensa mayoría de los hom­bres inteligentes y dotados de buena fe?»

Víctor Meunier, redactor del diario Le Rappel, encargado de su parte científica, en alguna ocasión ha dicho «que el espiritismo crece vigoroso y espe­so como un bosque sobre las ruinas del materialis­mo agonizante».

Otro publicista del citado periódico, su redactor jefe, Augusto Vacquerie, ha perpetrado delito mucho más gravé que el de decir «creo en los espíritus gol­peadores de América, testimoniados por catorce mil firmas» (alusión a una instancia dirigida a los pode­res federales): Vacquerie ha conversado con los ve-

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ladores y—circunstancia agravante—lo ha declarado bajo su firma.

Verdad es que lo escribió de modo tan culto, tan original, que no resistimos al deseo de reproducir para nuestros lectores los párrafos de sus Miettes de Pkistoire, donde refiere lo sucedido con todo detalle. Hablando de una visita que Mme. de Girardin hizo a Víctor Hugo, en su morada del destierro en Jersey Vacquerie nos informa de que Mme. de Girardin trajo del continente la novedad de entonces de ha­cer hablar a las mesas.

«¿Era su muerte ya próxima (Mme. Girardin no desconocía su estado de gravedad) lo que la hizo volver los ojos hacia la vida extraterrestre? Mostrá­base muy preocupada por la cuestión de las mesas parlantes, y su primera palabra fué para preguntarme si yo creía en ellas. Por su parte estaba firmemente convencida, tanto que dedicaba las veladas a evo­car a los muertos. Los motivos de su preocupación, reflejábanse, aún a despecho suyo, hasta en sus lite­rarias labores: ¿No es el argumento . de la Joie fait peur un muerto que aparece? Quería de un modo terminante que todos creyesen como creía ella, y el propio día de su llegada costó verdadero trabajo ha­cer que esperase hasta el fin de la comida; al servir los postres se levantó, y llevándose a uno de los invitados al parlour, se dedicaron a atormentar una mesa que a pesar de todo permaneció muda. Mme. Girardin adjudicó el fracaso a la forma cua­drada del mueble, contraria al fluido. Al siguiente día, fué a comprar, en un almacén de juguetes, una pequeña mesa redonda de un solo pie y terminada

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por tres garras, que situó sobre la otra mayor, sin que tampoco consiguiera que diese señales de movi­miento. Madame Girardin no se desanimó, y dijo que los espíritus no eran como los caballos de un coche de punto, que esperan pacientemente al pa­rroquiano; que los espíritus eran seres libres y do­tados de voluntad; que sólo acudían en el momen­to propicio. Al día siguiente vuelta a experimentar y vuelta a obtener el mismo silencio. Mme. Girardin se obstinó en hacer hablar a la mesa y la mesa con­tinuó callando tercamente. Era tal el ardor de pro­paganda que sentía dicha señora, que en cierta oca­sión, estando comiendo en casa de los amigos, les hizo interrogar al velador que probó su inteligencia no respondiendo cosa alguna. Los reiterados fraca­sos no consiguieron quebrantar su firmeza: continuó tranquila, confiada, sonriente y llena de indulgencia ante la incredulidad. La antevíspera de su marcha, nos rogó que le concediésemos, como despedida, un postrer ensayo. Yo no había asistido a los prece­dentes; no creía en el fenómeno, y no quería creer. No soy de los que ponen mal gesto a las novedades, mas ésta malgastaba el tiempo y apartaba a París de ideas que me parecían, por lo menos, más urgentes. Había pues protestado por medio de mi abstención, mas entonces no pude excusarme de asistir a la últi­ma prueba, y acudí con el firme propósito de acep­tar solo lo que viese claramente demostrado.

Mme. de Girardin y uno de los presentes, el que ella escogió, pusieron sus dedos sobre la mesita. Durante un cuarto de hora no hubo nada, pero ha­bíamos prometido tener paciencia; cinco minutos

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después, se oyó un ligero crujido de la madera, lo que muy bien podría resultar efecto de una posesión involuntaria de las cansadas manos. El crujido se re­pitió y sobrevino una febril agitación del mueble. De pronto se levanta una de las garras del pie y Mme. Girardin pregunta: ¿ha venido alguien? Si alguien está y quiere comunicarse, que dé una señal. La garra cayó dando un golpe seco. Alguien hay aquí—exclamó Mme. Gerardin—, podéis preguntar.

Se hicieron preguntas y la mesa respondió. Sus respuestas eran breves, una o dos palabras, a lo su­mo, y en forma vacilante, indecisa y a veces inin­teligible ¿Teníamos la culpa por no saber compren­derlas? La forma de traducción de las contestacio­nes, prestábase a error: ved como precedíamos. Se pronunciaba una letra del alfabeto, a cada golpe dado por la pata de la mesa. Cuando el mueble se de­tenía, marcábase la última letra nombrada; pero con frecuencia, la mesa no se detenía claramente en una letra; era fácil equivocarse y anotar la anterior o la siguiente en vez de la que correspondía. Añádase a esto, la falta dt: práctica de las circunstantes y que Mme. de Girardin intervino lo menos posible, para que el resultado fuese menos sospechoso, y se com­prenderá que todo eran dificultades y tropiezos. En París, según Mme. de Girardin nos informó, emplea­ba un procedimiento más seguro y más expeditivo; había hecho construir adecuadamente una mesa con un alfabeto de cuadrante y una aguja que por sí mis­ma señalaba la letra. Apesar de la imperfección del procedimiento, y no obstante lo confuso de las con­testaciones de la mesa ví cosas que me maravillaron.

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Hasta entonces solo había actuado como testigo y era necesario, que, llegada mi vez, fuese actor. Era tan escaso mi convencimiento, que consideré al prodigio como al burro sabio a quien se hace adivi­nar cuál es la muchacha más discreta de la reunión, y dije a la mesa:—Adivina la palabra que pienso. Para vigilar la contestación desde más cerca, me puse junto al mueble en unión de Mme. de Girar-din. Deletreó una palabra; precisamente la mía. Mi resistencia mental no fué aun vencida , y me dije que la casualidad bien pudo dictar la frase a Madame de Girardin y Mme. de Gerardin transmitirla a la mesa. Habíame ocurrido ya en el baile de la Ope­ra asegurar a una mujer cubierta con el dominó que la conocía, y al preguntarme cual era su nombre, de­cir a la casualidad uno cualquiera resultando, efecti­vamente, que era el suyo. Sin necesidad de que in̂ ~ terviniese. ésta, muy bien podía suceder que durante el paso de las letras de la palabra hubiese hecho, sin querer, con los ojos, o con los dedos, cualquier ademán que lo revelara. Recomencé la prueba; pero para estar seguro de no descubrir nada en la enun­ciación de las letras ni por presión maquinal, ni por mirada involuntaria, me separé de la mesa, y pedí no la palabra que pensaba, sino su significación. La mesa dijo: «tu quieres decir sufrimiento'». Yo había pensaio amor.

No me di aún por convencido. Aun suponiendo que se ayudase a la mesa, el sufrimiento está tanto en el fondo de todo, que la traducci ón podía apli­carse a cualquier palabra que hubiese pensado. Su. frimiento hubiera podido aplicarse a grandeza, ma.

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ternidad, poesía, patriotismo, etc., lo mismo que a amor. Y no podía ser víctima de engaño más que con la sola condición de que Mme. de Gerardín, tan formal, tan generosa, tan buena amiga y tan delica­da de salud, hubiese cruzado el mar para engañar a los proscriptos.

Muchas cosas imposibles podían creerse antes que ésta; pero estaba determinado a llevar mi descon­fianza hasta la injuria. Otros interrogaron al mueble, y le hicieron adivinar sus pensamientos y detalles, que sólo ellos conocían; de pronto pareció recibir de mal talante estas preguntas pueriles. Se negó a res­ponder, y, no obstante, continuó moviéndose como si tuviera algo que decir. Su agitación se hizo brusca y voluntaria como una orden.—¿Continúa aquí el espí­ritu de antes?—preguntó Mme. Gerardín—. La mesa dio dos golpes, lo que en la forma convenida quería significar que no.—¿Quién eres?—Fué deletreado el nombre de una muerta, cuyo recuerdo vivía en la mente de todos los presentes.

Entonces desapareció toda desconfianza, porque nadie habría tenido el pensamiento y la falta de co­razón para convertir aquella sagrada tumba en un tablado de feria. Si la mixtificación no era admisible fácilmente, ¿cómo habríamos de creer que se llega­ra a más, que se llegara a cometer semejante infa­mia? Hasta la sospecha de que tal sucediese, era in­digna de nosotros.

El hermano preguntó a la hermana, que salía del silencio de la muerte para dulcificar el destierro. Lloraba la madre. Indescriptible emoción oprimía todos los corazones: yo notaba claramente la presen-

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cia de la que nos fué arrebatada por rudo golpe de la adversidad. ¿Dónde estaba ahora? ¿Nos seguía que­riendo? ¿Era allí dichosa? Iba contestando a estas preguntas o decía, a veces, que le estaba prohibido responder. Transcurría la noche y nosotros continuá­bamos en torno de la mesa, con el alma pendiente de las palabras de la invisible aparición. Por último, pronunció su «adiós» y el mueble quedó inmóvil.

Clareaba el día. Subí a mi cuarto, y antes de acos­tarme escribí lo que acababa de presenciar. ¡Como si tales cosas se pudieran olvidar nunca! En la si­guiente ocasión no tuvo necesidad Mme. Girardin de pedir mi concurso; yo fui quien la instó para que nos acercásemos a la mesa. La noche pasó para nos­otros como había pasado la otra. Mme. Gerardin emprendió el regreso al siguiente día. La acompañé hasta el barco y cuando éste soltó sus amarras, aún me dijo: |Hasta la vista! No la he vuelto a ver; pero estoy seguro de volver a verla.

A Francia volvió para terminar su vida terrestre. Al cabo de algunos años, sus reuniones eran bien distintas de lo que habían sido antes. Ya no se veía allí a sus amigos. Unos estaban fuera de la patria, como Víctor Hugo; otros más lejos como Balzac; y otros más lejos todavía, como Lamartine. Cierto que aún congregaba a todos los duques y a todos los embajadores que quería; pero la revolución de Fe­brero, había menoscabado su fé en la importancia de los títulos y sus funciones; de modo que los mag­nates no conseguían consolarla de la ausencia de los escritores, y reemplazaba mejor a los desaparecidos permaneciendo sola, o acompañada de dos o tres.

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amigos y de su mesa. Los muertos acudían a su evo­cación: gozaba entonces del encanto de unas soirées que bien compensaban el valor de las mejores de otros tiempos, puesto que en ellas, los genios, eran reemplazados por los espíritus. Los incorpóreos in­vitados se llamaban Sedaine, Mme de Sévigné, Sapho, Moliere, Shakespeare... Rodeada de ellos murió. Llegado el supremo instante, abandonó la existencia sin esfuerzo y sin amargura. Su vida tan saturada de los arcanos de la muerte, habíala despo­jado de toda inquietud. ¡Es conmovedor advertir cómo para hacer más suave a esta noble mujer, el paso por el gran momento, acuden a recibirla aque­llas gloriosas almas en los umbrales de lo descono­cido!

La falta de Mme. Girardin, no disminuyó mi entu­siasmo de consultar las mesas; lejos J.e eso, me en­tregué sin restricciones a esta gran curiosidad de la muerte semidescubierta, hasta el punto de que ya no esperé a que fuese de noche para empezar. Desde el mediodía daba comienzo a la sesión sin dejarlo hasta la mañana siguiente. Si la supendía algunos instantes, solo eran los precisos para comer.

Materialmente, yo no ejercía ningún influjo sobre la mesa. No la tocaba, limitándome a interrogarla. La forma de comunicar era siempre la misma, y a ella me había acostumbrado. Mme. de Girardin, me había enviado desde París dos mesas: una pequeñita con un pie que es un lápiz que sirve para escribir y di­bujar. Fué ensayada una o dos veces; pero dibujó me­dianamente y escribió mal. La otra era mayor; tenía un cuadrante con las letras del alfabeto, y una aguja

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que iba señalándolas. De igual modo que la anterior, fué arrinconada en vista de no haber dado buen re­sultado en la prueba que se hizo. Definitivamente me quedé con el procedimiento primitivo, el cual, simplificado por la costumbre y por algunas abrevia­ciones convenidas, tuvo muy pronto toda la rapidez deseable.

Llegué a hablar corrientemente con la mesa. El ruido del marse unía a estos diálogos, cuya aureola de misterio intensificaba el invierno, la noche, la tormenta y la soledad. Ya no eran palabras las que la mesa respondía, sino párrafos y páginas ente­ras. Habitualmente su estilo era grave, magistral, pero en ocasiones, se hacía ingenioso, chancero y hasta cómico. A ratos, dominaba la cólera. He sido insultado, más de una vez, por haberle hablado con irreverencia; confieso que no me encontraba a gusto hasta que alcanzaba el perdón. Tenía sus exigencias. Escogía su interlocutor; quería ser preguntada en verso y si se obedecía en verso contestaba. Las conversaciones eran recogidas, no al salir de la sesión, sino en el acto y al dictado de la mesa. En su día serán publicadas y vendrán a proponer la so­lución de un imperioso enigma a todas las inteligen­cias ávidas de verdades nuevas.

Si se me pidiera ahora una afirmación, vacilaría. No hubiera vacilado en Jersey: entonces hubiera sos­tenido la realidad de los espíritus. Tampoco ahora el «qué dirán» de París es lo que me contiene. No es que ignore el respeto que se debe a la opinión del París actual, de este París tan sensato, tan prácti­co y tan positivo, que no cree más que en el maillot

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de sus danscuses y en el carnet de los agentes de cam­bio. Pero su encogimiento de hombros no bastaría para hacerme bajar la voz; lejos de ello, experimento verdadera satisfacción al poder decir que en cuanto a la existencia de lo que se llaman los espíritus, no tengo la menor duda, que jamás he tenido esa fatui­dad de raza que decreta que la evolución de los se­res termina en el hombre. Estoy persuadido de que sobre nosotros hay tantos escalones por subir, por lo menos, como escalones hay por debajo, que ya fue­ron recorridos, y creo tan firmemente en la realidad de los espíritus, como creo en la de los onagros. Ad­mitida su existencia, su intervención no es más que asunto de detalle. ¿Por qué no podrían comunicar con el hombre, sea en la forma que fuese, y por qué ésta forma no podría estar en la mesa? Los seres in­materiales no pueden hacer que se mueva la materia; pero ¿quién nos dice que los aludidos seres carezcan de corporeidad? Podrían tener, como nosotros, un or­ganismo más sutil que el nuestro, e imperceptible para nuestra vista, como la luz lo es al tacto. Es ve­rosímil que entre el ser humano y el estado inmate­rial, si existe, haya grados de transición. El muerto sucede al vivo, como el hombre al animal. El animal es un hombre con menos alma, el hombre es un ani­mal en equilibrio: el muerto es un hombre con me­nos materia, porque le queda alguna. Carezco pues de objeccióñ razonable contra la realidad de los fenó­menos de los veladores.

Nueve años han pasado de todo esto. Después de algunos meses, interrumpí mi conversación cotidia­na motivado por un amigo cuya razón, poco sólida,

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no pudo resistir estas influencias de lo desconocido. Después no he vuelto a leer los papeles donde duer­men aquellas palabras que tanto me conmovieron. Ya no estoy en Jersey, sobre aquella roca perdida en las aguas, donde expatriado, fuera de mi suelo y de la existencia, como un muerto viviente, la vida de los muertos no - me sorprendía al salirme al paso. Y la certidumbre es una cosa tan poco natural en el hom­bre, que se llega a dudar hasta de las cosas que se vieron con los ojos y que se tocaron con las manos.

«Santo Tomás me ha parecido siempre un hombre muy crédulo».

Otros escritores, y de los más ilustres, en sus obras han poetizado la idea espiritista, haciendo na­rraciones imaginarias y etéreas conversaciones sos­tenidas entre los vivientes y las almas de los muer­tos. Teófilo Gautier escribió un libro admirable, Spirita, cuyo argumento lo toma evidentemente de las doctrinas mencionadas. El gran historiador Mi-chelet , es otro caso de lo que decimos: basta leer, para convencerse, su volumen VAmour (i).

En fin, nuestro gran poeta Víctor Hugo ha dado

(i) La novela de Teófilo Gautier, titulada Espirita, es más bien una narración de estructura suedenborgiana, es decir, atenida a las ideas de Swedenborg. El tipo del ini­ciador en la obr?. A Barón de Féroe, representa estas ideas, y es el que inicia en ellas al protagonista. Al final de la obra, Feroe, en un momento de visión ultrapsíquica, vé a su ami­go, y discípulo, reuniéndose al morir con el alma descarnada Espirita y ambos, en su ascensión, se refunden en una sola entidad espiritual radiante de belleza que constituye un Ángel de Lúe.

Como vemos no es este precisamente el credo de los es-- 121 —

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también su opinión acerca del espiritismo: «La mesa giratoria y parlante—dice—ha sido muy ridiculiza­da; pero hablemos claro; semejantes burlas carecen de importancia. Constituye un deber ineludible de la ciencia, el cuidado de sondear todos los fenómenos. Rehuir el de los espiritistas, hacer su bancarrota en el parecer de la gente, es hacer la bancarrota de la verdad.» Les Gentes.—Shakespeare).

¿Cómo extrañarse de los progresos alcanzados por el espiritismo, en presencia de tales testimonios?

Bien quisiéramos poder disminuir las dimensiones de este volumen y no insertar íntegramente frag­mentos tan largos como los que preceden; pero no es una novela la que escribimos: estamos haciendo el examen de una información, la del espiritismo, y obligación nuestra es poner sus testimonios ante la vista del lector; igualmente pedimos permiso para reproducir algunas frases de los literatos, es decir, de los propagandistas del espiritismo, que gozan de mayor notoriedad.

Eugenio Ñus, ilustre escritor, que ya hemos teni­do el gusto de citar, refiere en sus Choses de Fautre monde, que él y varios amigos, que cita, se entrega­ban en 1853 a las seducciones de la tiptología.

En las sesiones de Ñus, las comunicaciones eran dictadas por medio de alfabéticos golpes dados por una mesa, que levantaba una de sus patas, como ocu­rría con la de Mme. de Gerardin. Algunos de estos

piritistas amigos o adversarios de la reencarnación, france­ses o americanos. La doctrina de Espirita pertenece a un más allá iniciático que suele escapar al inferior nivel de los espiritistas vulgares.—(N. DEL T.)

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mensajes (como ahora se les denomina), evidencian perfectamente las razones del apresuramiento con que la Iglesia ha lanzado sus anatemas contra tales prácticas. Véase uno de dichos mensajes, escogido al azar:

«LA NUEVA RELIGIÓN—dice la mesa que, evidente­

mente, habla del esplritualismo experimental— transformará las cortezas del viejo mundo católico, ya dislocadas por los golpes del protestantismo, de la filosofía y de la ciencia».

¿Cómo—nos dirán los que aún se entretienen en inquirir si todas estas cosas son algo más que indig­nas burlas—pero es que una mesa pudo dictar ta­les palabras? Pues bien, sí, lector, resulta que así ha sucedido, y que nosotros somos como aquellos hom­bres de que habla «el divino» Platón (República. L. VII), quienes encerrados en una caverna oscura desde su nacimiento, ignoraban lo que era la luz. Uno de ellos, que hizo cierta escapatoria, quedó deslumhrado, y no teniendo la menor idea del fe­nómeno luminoso, no se daba cuenta de lo que le sucedía. Poco a poco, fué viendo claro (lo mismo que nos pasa a nosotros y a todos los que algo quisieron saber) y después de contemplar la na­turaleza exterior, volvió al encierro para referir la buena nueva a sus «cotrogloditas». Estos no quisie­ron creerle y le tuvieron por loco. Sus compañeros se encolerizaban con un insensato que venía a con­tarles pretendidas cosas nuevas, tan poco conformes con sus «conocimientos aceptados» y sus respeta­bles preocupaciones, guardándose muy bien de imitarle; es decir, de ir a comprobar lo verídicp

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de la luz, por miedo de volverse locos también. Ñus, obtuvo comunicaciones muy curiosas; citare­

mos una de ellas. Se trata de la definición de la muerte, definición que es de importancia si real­mente proviniera de alguien situado en ventajosas condiciones para saber a que atenerse:

La muerte no está en la tumba humana. Limita la forma del ser material: como fin del individuo, de él desprende el elemento inmaterial. La muerte inicia al alma en una existencia nueva; confiaos a un destino que será vuestra propia obra.

Una serie de comunicaciones análogas que encon­tramos en el propio libro, ofrecen el detalle curioso de presentar varias definiciones redactadas en doce palabras cada una. Sus frases caen rápidas como la flecha sobre la pregunta de las personas presentes, y creemos sin vacilación a Ñus, cuando observa que es imposible a cualquier mortal ordinario, realizar lo propio en el mismo tiempo. Así, no solamente el cerebro no serviría para segregar el pensamiento, como quiere la escuela materialista, sino que, ade­más, nos impediría pensar, si hemos de creer a los espíritus. Reproduciremos algunas de estas definicio­nes en doce palabras.

AMOR

Pivote de las pasiones mortales; fuerza atractiva de los sexos; elemento de la continuación.

BIEN

Armonía del ser; asociación de las fuerzas pasiona­les de acuerdo con los destinos.

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MAL s

Perturbación en 'os fenómenos; desacuerdo entre los efectos y la causa divina.

RELIGIÓN FUTURA

El ideal progresivo por dogma, las artes por culto, la naturaleza por templo.

FILOSOFÍA

Juego de palabras; fantasías de diccionario; análi­sis del vacío; síntesis de lo falso (i),

La mesa de Ñus también dictó páginas musicales de las que nos ofrece algunas muestras en su libro. [Es curioso, muy curioso...! |Y pensar que ni siquie­ra nos queda el recurso de ponerlo en duda, porque Ñus es un hombre veraz y un cerebro bien equili­brado!

Si intentásemos hacer el análisis de los escritos espiritistas, habríamos de escribir varios volúmenes. Sin embargo, no carece de interés exhibir algunas muestras de tal literatura, que gravita a nuestro lado, manteniéndose aparte para uso exclusivo de sus ini­ciados y desconocida de la generalidad de las gen­tes. Es en efecto, una literatura de ultra-tumba si se le compara con la moderna, reflejo de nuestra vida tan positiva, tan material, tan naturalista. ¿La casua-

(i) Ya se comprenderá que el número de doce palabras, corresponde a la frase dicha en francés y que sólo por ex­cepción, podría resultar el mismo número en otro idioma.— (N. DEL T.)

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lidad os ha llevado alguna vez a curiosear en las pá­ginas de esos periódicos espiritistas, publicados por los fieles de la idea y que vienen a ser un reto lanzado al materialismo? ¿No? Pues bien, si pocas cosas inte­resantes podemos ver allí los profanos, en la mayo­ría de las veces, se encuentran otras, observaciones curiosas junto a las cuales se debe poner siempre una interrogación, es cierto, pero que os dejan confusos gracias a su sabor de sinceridad.

Ved, por ejemplo, una carta escrita a los redacto­res de la Revue Spirite de París, por un profesor que no parece hacer gala de convicciones definidas (nú­mero del 15 de Enero de 1886).

«Muy señores míos: un abonado a la Revista espi­ritista, me prestó el número 16, correspondiente al 15 de Agosto de 1885, y leí s u contenido con inte­rés: muy especialmente, un artículo que se titula Es­critura automática. A propósito del caso me permi­to exponer a ustedes los siguientes detalles, y les autorizo para que de ellos hagan el uso que estimen oportuno.

En 1854 estaba y o de profesor en un pueblo, el mío natal, llamado Amanee (Meurthe). La casualidad puso entre mis manos el número de una publicación consagrada al espiritismo. Su lectura me llenó al pronto de curiosidad, y después despertó en mí el deseo de reproducir experimentaciones de las que había leído algunas noticias. Pero no obstante, to­do mi buen deseo y una muy sostenida perseve­rancia, no pude obtener ningún resultado; ni mesas ni sillas cedían a mi influencia. Me vi obligado a renunciar, adquiriendo la convicción de que nunca

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llegaría a ser un médium que valiera para el caso. Por esta época, tenía un profesor ayudante, que

asistió curiosamente a mis ensayos, pero sin tomar parte en ellos. Cuando yo abandoné la empresa, tuvo él el capricho de ver si servía para hacer girar o dar golpes un velador. Mi ayudante resultó ser un me--dium de gran energía; apenas tocaba una silla o un velador, estos muebles comenzaban a extremecerse bajo su mano, y durante largo tiempo no se sirvió de otros para establecer sus «comunicaciones espiri­tistas mediante uh alfabeto convencional.

Estos trabajos nos resultaban muy divertidos y la curiosidad únicamente los presidía. No se trataba de que hiciésemos verdaderos experimentos puesto que nada metódico y ordenado encauzaba nuestra actua­ción; teníamos en ella un mero pasatiempo que nos distraía y que excitaba nuestra curiosidad; ni más ni menos.

En cierta ocasión, mi ayudante y y o discurríamos acerca de los inconvenientes que ofrecía la transmi­sión demasiado tarda, por medio de los golpes da­dos. Se perdía mucho tiempo así y se estaba expues­to a mil errores. Sería necesario, dijo Carlos (este era el nombre de mi ayudante), poder escribir con una pluma o con el lápiz que se tuviera en la mano en la forma corriente; y dicho y hecho. Cogió un lápiz aplicando su punta a una hoja de papel. Enseguida vimos espantados, que el lápiz se deslizaba con rapi­dez maravillosa; todas las palabras aparecieron es­

cr i tas claramente y sus trazos se enlazaban en un solo rasgo del lápiz que volvía a la línea arrastrando consigo la mano del médium. ,

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Este principio nos produjo tal estupefacción que mí ayudante, poseído de pánico, tiró el lápiz y salió corriendo.

Pasaron bastantes días sin que nos atreviésemos a recomenzar la experiencia. Carlos estaba acobarda­do y me confesó después que se sentía como poseído por un espíritu, que le obsesionaba obligándole a es­cribir. Volvió al fin a la continuidad de las pruebas y a ellas se entregó durante un año; pero acabé por darle el consejo, que siguió, de que suspendiera esta especie de ocupaciones, que ya degeneraban en una positiva obsesión y que comenzaron a despertar en mí serias inquietudes ¡Cuántas manos de papel em­borronó aquel joven! ¡Cuántas contestaciones ines­peradas, sorprendentes y hasta portentosas obtuvo! ¡Pero también, cuántas frases burlonas, más o menos ligeras, han escapado de la punta de su lápiz!.

Esta escritura fué positivamente automática, pues­to que se obtenía sin el concurso de la voluntad del médium; él resultaba siempre en la más completa ig­norancia respecto de la contestación o la frase, que iba a escribir. No se quedaba dormido, y muy fre­cuentemente tenía el pensamiento alejado de las co­sas que trazaba. Su lápiz, incontestablemente, mos­trábase dirigido por una fuerza y una voluntad dis­tinta de su propia voluntad y su fuerza.

Séame permitido referir determinados hechos: Un canónigo de la catedral de Nancy (el sacerdo­

te Garó), habiendo oido hablar de las sorprendentes revelaciones obtenidas por mi ayudante, le hizo ir a su casa, y y o le acompañé. All í estaban reunidos cin­co o seis respetables curas de edad avanzada. Se le

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dio un lápiz y papel a mi acompañante, invitándole a que contestara ciertas cuestiones escritas y encerra­das en un sobre sellado que se depositó en la mesa.

Jamás me fué conocida la índole de las ^preguntas formuladas; pero lo que puedo decir es que la pri­mera respuesta llenó de admiración a los sacerdotes, y que se miraban asombrados al leer la frase que Carlos acababa de escribir. Una de ellas se distinguió por la circunstancia de ser dada en latín; y mi ayu­dante no tenía ni la más ligera noción de este idio­ma. El canónigo Garó y sus amigos no querían creerlo hasta que de la manera más formal el mé­dium declaró que desconocía el latín.

La última respuesta obtenida, nos descubrió la ín­dole de la pregunta formulada; decía así: —¿Qué te importa que la luna esté o no habitada? Tú tienes una misión que cumplir aquí abajo; cúmplela pues.

Así fué el final. Se levantó la sesión y nos despe­dimos dejando en la más completa estupefacción a los curas que habían querido presenciar unos expe­rimentos de espiritismo.

Habiendo dejado mi escuela, el joven Carlos fué a prestar los servicios de profesor suplente en la de Ville-en-Vermois. Un jueves tuvo que ir a Sah~Nico­lás para asistir a conferencia de maestros. Era en in­vierno; la tierra estaba cubierta de nieve. En pleno campo, se detuvo para admirar el cuadro que ofrecía esta deslumbrante blancura de la nieve, apoyándose sobre el bastón, cuando de pronto sintió que se es­tremecía bajo su mano. Le dejó en libertad de mo­verse entre sus dedos, y, acto seguido, la caña comen­zó a escribir. —Carlos, tu padre ha muerto hoy por

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la mañana: vuelve al lugar para que encuentres a un fulano que viene a darte la noticia—. El nombre es­taba bien designado.

La noticia aterró al joven, que la dio por cierta. Así, pues, regresó al pueblo y la primera persona que vio, fué precisamente la que le había sido nom­brada y que, en efecto, le hizo saber que aquel mis­mo día, por la mañana, su padre, al caer desde un granero, se había matado.

Con posterioridad, el joven maestro fué nombra­do jefe de estudios en el colegio de Commercy.

Un jueves acompañaba a los alumnos durante el paseo.

Era verano y hacía bastante calor. Una impruden­cia le costó la vida. Estando sudando bebió agua de­masiado fría y fué a sentarse a la sombra de un árbol. A l regresar al colegio tenía fiebre: murió seis días después.

La antevíspera de su muerte, estando con pleno conocimiento, sintió agitarse su mano derecha y comprendiendo lo que esto significaba, pidió al en­fermero lápiz y papel y aunque el enfermo estaba en' estado xde gran postración, su mano trazó vigoro­samente estas palabras: —Carlos, prepárate; pasado mañana, a las tres, morirás—. Carlos se dio por for­malmente advertido y, en efecto, a los dos días y a la hora marcada, en presencia del jefe y cierto nú­mero de alumnos, expiró.

Estos detalles me los dio a conocer el jefe mismo, que conserva cuidadosamente la hoja de papel en que fueron escritas las palabras copiadas.

¿Qué conclusión se puede deducir de tales hechos? — 130 -

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Séame permitido dar aquí mi opinión perso­nal respecto de la creencia del espiritista.

Sí; el espiritismo es una realidad, es verdadero. Sí; el hombre es a veces el médium con cuyo auxilio se evidencian las manifestaciones del otro mundo, del mundo de los espíritus. Pero ¿cuál es su naturaleza? He aquí la que considero cuestión insoluble, y que supongo que jamás podrá ser resuelta.

He leído un gran número de obras acerca • del asunto, pero declaro que en ninguna veo que el enig­ma esté francamente aclarado.

Se han obtenido, dícese, revelaciones de grandes personajes, guerreros, oradores, filósofos: se han re­cogido, dícese también, comunicaciones de personas de la familia, de un padre, de una madre, de un her-. mano, de una hermana, etc.

Pero todos estos decires no son más que hipóte­sis gratuitas, porque nada, absolutamente nada, vie­ne a justificar dichas afirmaciones.

¿Y cuando ciertas particularidades íntimas de la vida son descubiertas por la persona que dice ser la que aparece? Pues aun entonces, el argumento no es probatorio. ¿Qué cosa será la que los filósofos hayan revelado fuera de lo que dijeron en las obras pof ellos dejadas? ¿Han condenado alguna parte de sus doctrinas, o la confirmaron de nuevo? ¿Dónde está la certidumbre de que el filósofo que aparece sea real­mente el mismo?

Aquí hago punto, porque si no este escrito sería-inacabable. Lo que puedo decir, en resumen, es qué el espiritismo constituye el argumento más irrefuta­ble y más tangible, en cierto modo, que se puede,

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oponer al materialismo. No; cuando morimos no to­do muere en nosotros. Nuestro espíritu, nuestra al­ma, en fin, sobrevive a la materia; y así tiene que ser, porque si nada sobreviviese, las manifestaciones espiritistas no podrían explicarse, no tendrían razón de ser, y no ocurrirían jamás.

DIDELOT.

Rosieres-aux-Salines. Octubre, 1885.

§ I V

Así , si nos atenemos a lo que declara M. Didelot, resulta que él y otras personas, entre las cuales es­taba el cura Garó, canónigo de Nancy, vieron cómo un joven, que no sabía palabra de latín, escribía al­gunas en dicha lengua. El hecho nos parece invero­símil; pero afirmado como lo está, ¿no merece que se le compruebe cuando surja la ocasión? ¿No vemos cómo se realizan las cosas más inesperadas, las más inadmisibles en los dominios de la sugestión? (i).

(1) La facultad revelada por el médium de Didelot no es ciertamente una novedad del espiritismo. En tiempos muy anteriores, en los de la brujería y posesión demonía­ca, teníase por prueba formal de la presencia de los demo­nios (y así consta en las obras de inquisidores, en los ma­nuales de exorcistas y en los textos de los demonógrafos), el denominado don de lenguas, es decir, la diabólica facul­tad de que el poseso entienda y hable idiomas que desco­noce. *

Podría suponerse que el hecho careciera de autenticidad si se tratase de pocos casos recogidos por no muchos ni muy competentes autores; pero la lectura de las obras cita-

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Hemos prometido decir algunas palabras relativas a los médiums, esos seres más o menos desequilibra­dos que sirven de auxiliares a los espíritus, según la teoría espiritista. Pues bien, acabamos de ver en la observación que precede, un tipo de médium escri­biente automático.

Existe, a lo que parece, otra categoría de esta cla­se de individuos. Algunos escriben, por ejemplo, con la mano izquierda, sin aprendizaje, y al revés; es decir, que para leer las escrituras así obtenidas debe mirarse por reflexión en un espejo. Se escribe también de un modo distinto, tal como Sirap por París, y esta escritura de la mano izquierda y al re­vés, se verifica con una velocidad superior a la des­arrollada en la escritura normal del sujeto.

das y de los documentos de los procesos instruidos por ra­zón de diabolismo y de brujería acusan que el fenómeno se reprodujo con insistente frecuencia, y que llega a ser un ca­rácter distintivo de la influencia infernal.

¿Qué de particular tiene que en los médiums espiritistas resurjan las manifestaciones prodigiosas que en otros siglos originó ya la intervención de lo Invisible?

Por causa precisamente de ser verídicos aquellos hechos y éstos, y también por la de dimanar de una misma fuente (que a buen seguro no será ni el diablo de los católicos y protestantes, ni los espíritus de los espiritistas), lógico es que se reproduzcan en parecidas ocasiones y con parecidos caracteres.

En cuanto a la explicación, son varias las que pueden darse; pero sin duda la más completa se apoya en las pro­badas maravillas de la transmisión mental, y por esto en toda manifestación de don de lenguas, buscando bien se ha­llará entre los circunstantes alguno que conozca el idioma hablado y que influye, más o menos ostensiblemente, en los pensamientos del sujeto.—(N. DEL T.)

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También hay médiums escribentes intuitivos, que oyen «en el cerebro» una voz que les d íc ta lo que escriben. .Los . médiums auditivos oyen por medio del órgano correspondiente «la voz de los espíritus», como ocurre a Juana de Arco.

Otros, en fin, obtienen la escritura mediante un objeto pequeño (copa, cestilla, tableta, etc.), al cual se fija un lápiz. Posiblemente sería este el caso de Timoleón Jaubert, vicepresidente honorario del tri­bunal de Carcasona, caballero de la Legión de Ho-nor, etc. Jaubert obtuvo premios de las poesías «que le dictaron los espíritus», en los juegos flora­les de Tolosa. Ignoramos si la siguiente fábula ha sido laureada, pero en todo caso, nos parece que huele a hoguera desde mucha distancia, por su falta de ortodoxia en lo tocante al pecado original, y no nos sería trabajoso admitir que hubiese sido dicha por el demonio en persona si creyésemos un poco más de lo que creemos en la existencia del decano de los rebeldes celestiales.

U N D I N D O N E N C O Ü R D ' A S S I S E S

F A B L E

J'ignore en quel pays et par quel maléfice Un dindon figurait devant dame Justice. Il était là saus peur, sans fiel et saus ennui, Comme s'il s'agissait de tout autre que lui.

! Donze graves jurés, chapons á forte tête, Allaient se prononcer sur le sort de la bête. Quelques poules sur le retour Lorgnaient un vieux canard, chef de la haute cour. :

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Les débats eurent lieu comme a l'ordinaire. — «Silence!» compagnards, dit un merle en colère; — «Silence!»— Un perroquet, sur son bâton planté. Prit la parole au nom de la société.

Il reconnut sans peine, en style de Sorbonne, — «Que le dindon était l'innocence en personne. «Mais le premier dindon désobéit aux dieux, »Et ses fils répondaient de ce crime odieux».

L'orateur s'animait; et plein de véhémence Il noyait les jurés dans des flots d'éloquence. Dans sa péroraison jusqu'au ciel il grimpa. Je dois vous l'avouer, son discours me frappa.

Le dindon désira se défendre lui-même. —«Ou m'accuse, dit-il, ma surprise est extrême. »Le premier des dindons fit mal, assurément; »Mais condamner le fils pour le crime du père »Me semble un mauvais jugement».

L'accusé se tira d'affaire; Il fut même applaudi, dit-on. Pour démontrer a tous une chose aussi claire Il avait suffi d'un dindon.

Jaubert, autor de segunda mano de la anterior poesía, tuvo la satisfacción de hallar un defensor en la propia de Napoleón III, que era espiritista, pues de no haber sido así, y según lo que nos dicen, hu­biese tenido que bregar con sus superiores del mi­nisterio de Justicia a quienes las facultades extranor­males del poeta les daban que pensar.

La mayoría de los médiums, son tiptológicos o sea — 155 -

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médiums de velador, es decir, obtienen las comuni­caciones por medio de golpes dados por la mesa; pero en general estos son médiums de débiles facultades.

Los hay también que obtienen la escritura direc­ta; resultan estar poderosamente dotados. La es­critura directa se obtiene de varios modos. A ve­ces sobre un papel puesto a la vista de los observa­dores o guardado en alguna parte; la hoja se cubre instantáneamente de escritura. El Barón de Guldens-tubbe, distinguido médium, ha escrito una obra re­ferente al asunto (Pneumatologíepositive.Vzxls 1873).

Otra especie de escritura directa, se obtiene por medio de un lápiz que escribe solo en el papel o en la pizarra. Esta última clase de escritura la hemos estudiado con especial atención. Hay que mencionar también a los médiums videntes, o sea los que ven a los espíritus y los describen, según se asegura, de manera que pueden ser identificados por las perso­nas que los evocan.

Respecto del caso, hicimos una vez la siguiente observación a un espiritista. Cuando hemos fallecido ¿conservamos nuestra cara, nuestra barba blanca, si es que blanca era, cuando vivíamos? ¿Los jorobados conservan allí sus jorobas?

—No—fué la respuesta—. Sin embargo, los espíri­tus recobran tales aspectos para que les reconozcan los amigos y allegados a quienes el médium vidente describe la aparición.

—Pero si los espíritus toman la forma que les vie­ne en gana ¿qué nos prueba que el espíritu anuncia­do sea aquel a quien se asemeja?

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—¿Y por qué habían de engañarnos?—repuso nuestro contradictor.

El razonamiento no nos dejó muy convencidos. Existe parecidamente, cierta categoría de mé­

diums, denominados de encarnaciones. Para tal caso, más que para otro alguno, sentimos la necesidad de acudir a la benevolencia del lector y de recordarle que somos, pura y sencillamente, el historiador que narra sin inventar cosa alguna. Aquí entramos en plenos dominios de la «posesión», puesto que a di­chas encarnaciones se las nombraba de ese modo durante la Edad Media, y sólo difieren unas de otras, en que en lugar de ser poseídos por Belzébuth y sus acólitos, los médiums lo son por los espíritus quie­nes tienen, por añadidura, la amabilidad de ausen­tarse cuando se les indica, haciendo innecesario el recurso de acudir al arsenal de exorcismos y de en­cantaciones (I).

(i) Desgraciadamente para muchos médiums y en gene­ral para las reuniones espiritistas, no es muy exacto que I03 espíritus se vayan cuando se les dice. Recordemos que ya en las primeras manifestaciones del espiritismo, en tiempo de la familia Fox, los espíritus no se mostraron obedecien­tes sino es de manera muy circunstancial y acomodaticia. Todos los que han frecuentado grupos y centros de este li­naje de experimentaciones, y todos los que han practicado estudios con diversos médiums, saben que, a veces, cuesta ímprobo trabajo hacer que desaparezca un espíritu de los denominados inferiores, imperfectos y perversos. Ya ha ocurri­do tener que suspender las sesiones celebradas por alguna colectividad, a causa de los desagradables incidentes que ocurrieron por influjo de la malévola condición de ciertas mtidades.—(N. DEL T.)

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Hemos visto médiums esperando la llegada del espíritu, como las pitonisas esperaban las del dios inspirador de sus oráculos. Al cabo de algún tiempo, el médium experimenta un movimiento de oscilación que" parece efectuarlo en torno de un eje vertical; de pronto, le acomete una brusca convulsión y se le ve transfigurado.

Hemos visto también hombres que hablaban como las mujeres y mujeres que se expresaban con acento varonil. Hemos presenciado penosas escenas y hemos asistido a otras de carácter ridículo. Los que las efec­túan serían unos, perfectos miserables si no fuesen unos sinceros convencidos. ¿Deben causar lástima?...

Si determinado número de hombres, ante cuya autoridad científica respetuosos nos inclinamos, no hubiesen visto hechos semejantes, que relataron en concepto de concienzudos observadores, no existiría para nosotros ninguna dificultad al deducir que todas las mencionadas personas fueron víctimas de la alu­cinación; pero ¿cómo se puede hacer que intervengan las alucinaciones cuando hombres de ciencia como un Russel Wallace vienen a confirmar una observa­ción del género de la que vamos a reproducir, y que ha sido realizada por su amigo Serjeant Cox, emi­nente filósofo y jurisconsulto de la Gran Bretaña? Veamos lo que dice el gran naturalista antes citado y que confirma el ilustre pensador:

«He visto a un mozo de escritorio, ayuno de cul­tura, que estando en transe (i) sostenía controversia

(i) Intranséd. Estado particular de los médiums de encar­naciones en sus accesos de posesión. No tiene ninguna ana-

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con un grupo de filósofos, acerca de la razón, la pres­ciencia, la voluntad y la fatalidad, teniéndolos a raya. Y o mismo le he planteado las más difíci­les cuestiones de psicología, recibiendo de él res­puestas siempre sensatas, siempre llenas de valor dialéctico e invariablemente expresadas en un len­guaje escogido y elegante. Y sin embargo, un cuar­to de hora después, restituido a su condición normal, era incapaz de responder a la más sencilla pregunta respecto de cualquier asunto filosófico; y se veía el trabajo que le costaba encontrar palabras propias para expresar las ideas más comunes».

No vemos la manera de poder explicar el caso de modo satisfactorio, con la ayuda de cuanto sabemos de fisiología. Los maliciosos que no miran las cosas de tan cerca seguramente dirán: o que el mozo de es­critorio era un gran filósofo disfrazado que tuvo la hu­morada de burlarse de aquellos señores (quienes re­sultarían ser unos perfectos imbéciles), o que Walla^ ce y Cox son unos impostores; y no vemos motivo para que entonces no se diga otro tanto de Charcot, Luys, Dumont-PaMier, Bernheim, Liebeault y tutti quanti, cuando vienen a mostrarnos las nuevas pági­nas del capítulo que trata de la sugestión y del hip­notismo, capítulo que pertenece también a la obra para que trabajamos en este instante. En vez de in­vocar la imbecilidad o la impostura, preferimos de-

logía con ninguno de los casos nerviosos patológicos que conocemos. En nuestras experimentaciones personales, he­mos hecho acerca de esta manifestación, supuestamente espiritista, observaciones muy curiosas que más adelante detallamos.—(N. DEL A.)

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ducir que nuevas funciones del sistema nervioso nos brindan a su estudio, y que tenemos el deber de no dejar escapar de nuestras manos el escalpelo del experimentador, so pena de ver que le recogen otras indignas de usarle.

Existen otras varias especies de médiums, acerca de las cuales no habremos de insistir, tales como los médiums inspirados, los médiumssonambúlicos, los cu­randeros, los pintores, dibujantes, músicos, etc., etcé­tera. Resumiendo: los médiums se dividen en dos grandes categorías; la de efectos físicos y la de efec­tos intelectuales. No finalizaremos esta corta noticia sin dedicar algunas palabras a ciertos casos de apa­riciones, no solamente visibles, sino que también tangibles—si se ha de dar crédito a los que las refie­ren—obtenidas por acción de determinados indivi­duos poseedores de la fuerza especial llamada me-dianímica.

Posiblemente no habríamos mencionado esta cla­se de fenómenos, qué resultan todavía más inverosí­miles que todos los demás, si los propios sabios an­tes aludidos no nos informaran de hechos semejantes observados con todas las precauciones científicas posibles. Véase aquí, una carta que extraemos de uno de los periódicos espiritistas franceses más leí­dos, donde se relata una sesión de materialización de espíritus que puede servir de modelo de todas las historias análogas recogidas en las publicaciones es­peciales. La carta va dirigida al director de la Revue Spirite, quien la inserta bajo el título de Fenomena­lismo espiritista en llueva York.

«Continúo a bordo de la Flora y en la rada de — 140 —

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Nueva York, desde donde escribo al Banner of Light demandándole las señas de un médium notable. El periódico me envió al señor Henri Lacroix (nos parece que este señor Lacroix es un distinguido ofi­cial canadiense retirado), que vive en Clinton, 16, Plaza Nueva York, espiritista muy amable y de gran­des aptitudes, muy conocido en París, quien me condujo a la casa del señor y señora Caffray, mé­diums de materializaciones. Iba, pues, a hallarme en buenas circunstancias para darme cuenta, de visu, de esta clase de fenómenos y someterles a una investi­gación seria realizada por mí mismo y a la cual con­cedo un definitivo valor.

Eramos catorce las personas que asistíamos a la sesión: se verificaba en una espaciosa pieza sobria­mente decorada y donde no había otros muebles que el arcón del médium, sobre el cual se sienta du­rante las experimentaciones, dos canapés, una caja de música, dos guitarras, dos panderetas y otras tan­tas campanillas. Una pequeña mesita barnizada y un paraguas chinesco suspendido oblicuamente por su caña en la pared contraria a la que estaba adosado el arcón, completaban el mueblaje. Detrás del para­guas chinesco estaba una lámpara movida por un mecanismo bascular, que ponía en acción un leve movimiento, en condiciones de que su luz, más o menos intensa, pasara a través del tenue tejido del paraguas. Los espíritus son los que accionan el me­canismo.

Cuatro globos de luz de gas estaban suspendidos en la parte céntrica del techo. Tanteé y reconocí to­das estas cosas con el más escrupuloso cuidado;

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comprobé que las personas que asistían a la sesión eran personas graves, de edad madura, de porte dis­tinguido, y después de un serio examen, me con­vencí que no había temor de que se realizase ninguna farsa; pero de todas suertes, me reservé la facultad de someter cuanto viese a la comprobación del más frío razonamiento. Nos pusimos formando círculo, incluyendo al médium, para la sesión a obscuras y se apagó la luz. Los instrumentos empezaron a sonar en cadencia, transportados de un lado a otro en el espacio, rozando unas veces los muros de la estan­cia, deslizándose, otras, alrededor de nosotros o si-

. tuándose sobre nuestras cabezas, etc. Una bola lu­minosa apareció en el centro del círculo y distintas manos nps tocaron en las rodillas. Habiendo vuelto a encender el gas, vimos que todos los instrumentos estaban en el lugar que les correspondía y lo mismo las personas asistentes a la reunión. Y o reflexionaba que hubieran sido precisas ocho personas para agitar los instrumentos, para transportarles con una tan gran rapidez desde el suelo a la techumbre, que es­taba muy alta, y para producir la bola luminosa y todo esto sin que se oyese ruido de pasos ni eclip­sasen con sus cuerpos la esfera de luz. Además, era necesario que estos individuos no tropezaran en la obscuridad.

Por lo que se refiere a la escritura directa en ple­na luz, J. Caffray me presentó dos pizarras metidas en su correspondiente marco de madera blanca, una esponja y agua. Marino por costumbre, mojé el dedo en el agua y la probé; era pura y natural. Limpié cuidadosamente las dos superficies de cada pizarra,

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comprobando que ninguna de las dos era doble. Pusimos encima dos pizarrines y adosamos una contra otra. Auxiliados por dos testigos, situamos nuestras manos sobre las aludidas pizarras, y al cabo de pocos segundos se oyó claramente el ruido de los pizarrines al escribir. El señor Caffray puso las pizarras en el suelo, distantes de todos los pre­sentes, y el ruido se oyó con claridad absoluta y como si las tuviésemos junto a los oidos.

Terminado el experimento separé una de otra, las dos pizarras, con precaución, para convencerme de que en esto no había farsa y sobre las dos super­ficies, y en todos sentidos escritas, había comunica­ciones para cada cual, que firmaban espíritus ya co­nocidos.

Para verificar el experimento de la materialización, fué encendida la lámpara puesta detrás del paraguas chinesco, y se apagaron los mecheros <le gas. Nos situamos todos, formando herradura, de cara al ar-cón, sobre el que se sentó la señora Caffray; su espo­so estaba junto a nosotros. La luz, puesta detrás del paraguas, comenzó a disminuir como seguro indicio de la presencia de las entidades invisibles que la re­gulaban. Manos ejercitadas e impalpables, dieron cuerda a la caja de música y se presentó el fantas­ma de una mujer joven, de coi la estatura, inferior a la de la médium, vestida de blanco, que salió del arca, sobre la cual permanecía la señora Caffray, avanzando hasta estar en el medio del círculo que formábamos, y estando allí desapareció, después de habernos saludado. La luz, que variaba de intensi­dad, era con frecuencia bastante fuerte para distin-

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guir el tono de color de los ojos, de la cara y de los cabellos de los presentes y de las apariciones, así como también la blancura de los dientes, y de todas maneras, siempre fué lo suficientemente clara para no perder de vista ni el arcón sobre el cual seguía la médium, ni los movimientos de los espectadores. Otro espíritu de mayor talla que el primero, se diri­gió hacia una señora sentada cerca de nosotros, la abrazó y sostuvo conversación con ella: era la difun­ta hija de la indicada señora. Luego retrocedió has­ta la médium y desapareció. Después se presentó un hombre joven, vestido de color gris, y avanzó ha­cia su padre, que estaba entre nosotros, y en segui­da se desvaneció, para ceder el puesto a otros apa­recidos. El señor Lacroix obtuvo la materialización de su hermano, luego de su mujer, que quiso estre­char mi mano. Experimenté una viva emoción y sor­presa al contemplar aquella cara blanca, al sentir la presión de su mano húmeda y fría. Cambió algunas palabras con su esposo, me dijo Good bye y se reti­ró para desaparecer.

Otro espíritu nos mostró cómo se materializaba. Vimos un punto blanco, muy pequeño, que iba agrandándose poco a poco, hasta adquirir la magni­tud de un foulard ordinario; un soplo le conmovió, levantándolo por la parte del centro, haciendo que se ensanchara hasta adquirir las dimensiones de un velo de gran tamaño. Después, el velo se levantó, apareciendo debajo una mujer, que pudo hablarnos y ofrecernos flores frescas de suave aroma. Seguida­mente se desmaterializó así: el velo y los vestidos cayeron a tierra en trozos claramente destacados;

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después se redujeron a un trozo de velo de la doble anchura de la mano, y este trozo fué disminuyendo hasta llegar a ser un punto casi imperceptible. Por fin, todo desapareció.

Seis señoras y señoritas, cuatro hombres, tres ni­ños y un indio, se presentaron en esta sesión: nos dieron ramos de flores, cogidas en el campo y en los jardines, según afirmaban los concurrentes, o fabri­cadas por estos extraños seres: las flores, perfecta­mente -reales, quedaron en nuestro poder.

Una fuerza invisible daba cuerda a la caja de mú­sica y regulaba constantemente la intensidad de la luz. Y o había examinado, antes de empezar la sesión, el suelo, el arcón y todos los muebles que en la sala había. Las puertas, que no dejé de mirar, no se abrie­ron para nada, y estoy seguro de mi vista. Joven, nada crédulo, de espíritu investigador, tales son mis condiciones, y quedé bien convencido, hasta donde puedo estarlo, de que lo realizado en mi presencia, no era producto de suspercherías, con tanta mayor razón cuanto que los circunstantes vieron lo que mi tacto, mis oidos y mi vista comprobaron como cosa real y positiva. El señor Caffray, medium, es un hombre de treinta años: su esposa, que posee una tan bella facultad, tiene veinticinco. A m b o s resultan ser personas de aspecto que inspira confianza y sus rostros nos ofrecen esa seriedad digna de los que no hacen estas cosas tomándolas por oficio...»

A. TEYNAE, de Blesignae.

(Gironde).

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CAPITULO VIII

L O S F R A U D E S E N M A T E R I A D E E S P I R I T I S M O

De conformidad con lo que ya hemos indicado, no hay cuestión que se preste tanto al fraude como la que constituye el objeto de este libro. El pro-

s pió Alian Kardec señaló en su Libro de los Mé­diums, los artificios de imitadores y charlatanes, que intentan simular los fenómenos del espiritismo. Luego de haber descargado sus iras contra los mé­diums mercenarios que explotan sus facultades, y también las fingen, en interés de su bolsillo, cuan­do dichas facultades faltan (pues están sujetas a fluc­tuaciones), Alian Kardec manifiesta que no han de inquietarle los odios despertados al hacer estas reve­laciones acerca de los que explotan el templo espiri­tista, y que le sirve de consuelo pensar modes­tamente que «los mercaderes arrojados por Jesús, tampoco le mirarían con buenos ojos».

Las supercherías realizadas tomando por base al espiritismo, son innumerables. Alguien ha dicho que el vulgo será siempre engañado; pero es porque él quiere. Vulgus vult decipi. El género humano, se compondrá constantemente, al menos en este mun-

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do, de personas que no se contentan nunca con la verdad verdadera, porque es una verdad sentida a su gusto lo que les hace falta. Para darse cuenta de ello, basta asistir como espectador a ciertas sesiones privadas de diversos círculos espiritistas, donde preste su auxilio un médium de mayor o menor fuerza. Estas reuniones se forman con individuos per­tenecientes a todas las clases. ¿Ocurre, de pronto, cualquier cosa de escasa importancia? ¿Cruje la mesa? ¿Cree cierta señora que la han tocado en cual­quier parte de su cuerpo? Instantáneamente se apo­dera de todos el entusiasmo, se llora de emoción, y se oye a algún entusiasta que con emocionado acen­to y compungido ademán dice: —¡Gracias, espíritu querido! '•

Se comprende fácilmente, que los hombres for­males demuestren repugnancia a ocuparse de fenó­menos que es preciso limpiar de la espesa corteza de

les trampas pueden verificarse con entera seguridad en este raro mundo, donde se consiente que el evo­cador opere en la sombra, en su propio domicilio, mientras que los circunstantes, cogidos de las ma­nos entonan cánticos de un gusto más que du­doso: ¡Todo ello para favorecer la producción del prodigio!

Hemos oído contar a personas dignas de fé, que en la América del Norte, se venden «plumas media-nímicas» para conseguir la escritura automática. Y

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es que nadie aventaja a los americanos en aptitudes para industrializar, sea lo que fuere (i).

Entre los fraudes de resonancia donde los actores fueron cogidos en flagrante delito, aún se recuerdan algunos que dieron mucho que hablar a las gentes de París. En primer término, se puede citar la aven­tura de los hermanos Davenport, quienes, exhibién­dose como mediums, daban sesiones en las casas, y embriagados por el éxito osaron afrontar, para des­gracia suya, la concurrencia de los grandes espec­táculos. El día de su derrota fué conocido por el enorme escándalo que se produjo en el salón Herz, hacia mediados de Septiembre de 1865, y que un testigo presencial describe de la siguiente manera en un periódico de entonces (Le Pays):

«Ayer, por la noche, asistimos a la primera sesión pública dada en el salón Herz, por los hermanos Da­venport, y el respeto a la verdad nos obliga a decir que nunca hemos visto un fracaso tan absoluto. Vamos a resumir en pocas palabras, los principá­

is) ¡Y tanto! Philip Davis, o sea el doctor Durand de Gros, en su obra Le fin du monde des exprits, describe el centro general norteamericano, donde se fabrican curiosos aparatos medianímicos y se estudian ingeniosas combinacio­nes para simular los fenómenos y las maneras, muy bien ideadas, para que cualquiera llegue a poder simular las más sorprendentes maravillas del espiritismo. En este curioso li­bro se mencionan los veladores y muebles preparados para producir golpes, redobles y movimientos a voluntad del operador, y se detalla en qué forma van preparadas las finí­simas gasas y las caretas de película de goma que transfor­man al farsante en -la más perfecta materialización.—(NOTA DEL TRADUCTOR.)

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-les incidentes de esta triste y tumultuosa sesión. «Después de una exposición demasiado extensa y

algo difusa, recitada por un regisseur, cuyo nombre ignoramos, salieron los Davenport y se sentaron en su misteriosa cabina, que estaba en la parte central del estrado. Había que atarles. Dos jóvenes, que, se­gún nos dicen, son individuos de la orquesta, se ofre­cieron para cumplir este menester; pero el público protestó con energía y unánimemente.

»E1 conde Clary y Enrique de Pene, redactor jefe de la Gazette des Etrangers, fueron comisionados pa­ra inspeccionar el cajón y examinar de cerca los ex­perimentos. Detrás de dichos señores, subió al estra­do el ingeniero Duchemin, quien observó detenida­mente el interior de la cabina, atando, después, só­lidamente a los hermanos Davenport. 1—Señores —dijo al concluir—, declaro que no es posible des­anudar las lazadas que acabo de ,hacer. Para conse­guirlo sería necesaria la intervención de un instru­mento cortante. (Aplausos prolongados).

»Se cerraron las puertas de la cabina, se apagó la luz de gas, pero sólo en el estrado, y nada de par­ticular ocurrió. Los instrumentos dé música que rodeaban a los médiums, permanecieron mudos. Se iniciaron murmullos, que fueron convirtiéndose en voces, en palabras de censura y en silbidos. Por último, y después de larga espera, se abrie­ron las puertas de la cabina, viéndose dentro a uno de los Davenport libre de las ligaduras. La cuerda que sirvió para atarle aparecía tirada a sus pies.

—|No es posiblel—exclamó Duchemin, que había - 149 -

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vuelto a su localidad. —Pido que se me deje ver la cuerda.

Se la entregaron, y al reconocerla manifestó, acto seguido, que no era la misma. Nuevo griterío, taco­neo y vociferaciones. El tumulto llegaba al colmo.

Se vuelve a cerrar las puertas: después de bas­tante tiempo, el otro hermano se desata igualmente, y sale de la cabina en medio de un escándalo indes­criptible.

El regisseur gesticula con ademanes desesperados para pedir que se le escuche, y se restablece un ins­tante el silencio.

Señores—dice—los hermanos Davenport van a atarse por sí mismos. (Explosión de risas irónicas: el escándalo adquiere mayores proporciones: la gente se pone de pie).

Sin embargo, los Davenport entran en su cabi­na. Se cierran las puertas y pronto reaparecen mos­trándose atados en sus asientos. Entonces un señor sube al estrado, se acerca, y cogiendo el.travesano sobre el cual se arrollan las cuerdas, exclama: — H e aquí, señores en lo que consiste la superchería: este travesano es móvil.— Y sacándole sin esfuerzo de sus ranuras, le mostró a la concurrencia, e hizo caer las cuerdas.

El descubrimiento fué la señal de un verdadero desastre. Sesenta u ochenta personas se lanzan al estrado: se grita, se silba y la gente se pone de pie en los asientos. El escándalo toma formidable inten­sidad, nunca vista ni en Lazary ni en el Odeón.

En vez de protestar contra semejante descubri­miento, en vez dé hacer ver que el travesano de la

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otra portezuela estaba fijo y que cualquier no inten­cionado esfuerzo pudo ser la causa de que se des­prendiese el de la derecha, los hermanos Davenport se escaparon del local.

El tumulto, entonces, llegó a lo indecible. La mul­titud invade el estrado, cinco o seis agentes de la autoridad, se esfuerzan inútilmente para restablecer el orden. Por último se presenta el comisario de poli­cía y pronuncia en medio de la algarada, siempre en aumento, estas consoladoras frases:

—Señores, se va a devolver el dinero. Y así se verificó. Los espectadores fueron presen­

tándose en la taquilla, para recoger el precio de sus localidades.

Tal es el rápido, pero verídico, resumen de esta sesión, que según el dicho de muchas personas, ha­bría de representar un triunfo para la causa de los espíritus, y sólo fué la irrecusable demostración de una superchería.»

Un tan escandaloso descalabro, no podía ser es­tímulo, como es lógico, para dar mayor importancia a las cuestiones de la espiritomanía, y muchas perso­nas, efectivamente, vieron desvanecerse sus entusias­mos y aumentar las dudas. En una palabra, el inci­dente, produjo un gran enfriamiento con relación al espiritismo.

§ II

Ya comenzaba a olvidarse a los hermanos Daven­port, cuando en 1875, bajo el gobierno del mariscal Mac-Mahón, sufrió otro quebranto el espiritismo.

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Nos referimos al asunto Buguet. Se susurra que la in­fluencia clerical no ha sido ajena al proceso instruí-do, y dícese que por medio de tales recursos, se tra­taba de destruir a un molesto competidor en espec-tativa; pero que a pesar de todo no lo pasa mal ac­tualmente.

El doctor Huguet, que sirvió de testigo en este asunto, escribió un folleto donde cita, tomándola del alegato de Mme. Craquelin, una frase de las más se­veras, verdadero bofetón aplicado a mejillas que no son las de Buguet. Hablando de este último, Mada-me Craquelin pronunció las siguientes palabras, que serían bien graves si no hubiesen sido pronunciadas en estrados: «Fuera de este recinto, dícese que se ha vendido».

Ya se sabe de lo que se trataba: Buguet pretendía fotografiar al propio tiempo que a sus clientes, al espíritu que evocaba: y el espíritu aparecía detrás de la imagen natural, bajo una forma más o menos lu­minosa. Intervino la justicia: Buguet fué perseguido y sus aparatos secuestrados. Ante el tribunal se expu­sieron las piezas de convicción: muñecos, maniquíes, etcétera. Buguet confesó todo lo que se quiso que confesase; nunca se vio procesado más complaciente. Los fieles (y no los menos distinguidos), que fueron engañados por el hábil fotógrafo, persistieron, no obstante, depositando su fé en las fotografías-fantas­mas, donde declaraban reconocer tal o cual persona difunta de su familia.

Pronunciada la sentencia en este asunto, cayó al propio tiempo sobre Buguet y sobre Leymarie, ge­rente de la Revue Spirite. Dijérase que era a este

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último a quien apuntaban los tiros especialmente. Para los espiritistas, Leymarie es un mártir de la idea. He aquí lo que producen siempre las persecu­ciones.

De cualquier modo que sea, es positivo que el doctor Huguet, que siguió de cerca los experimentos de Buguet, decía ante el tribunal: «Lejos de creer que el señor Leymarie, esté en convivencia con Buguet, nos parece que dicho señor buscaba siempre si Bu­guet se valía de estratagemas con el fin de eviden­ciarlas». Y en su folleto (Spiritomanes et spiritophobes; études sur le spiritisme); el doctor Huguet añade: «que Leymarie haya sido engañado por Buguet, es co­sa evidente, según los propios dichos de Buguet; pe­ro que Leymarie se enterara del fraude, que le presta­se su concurso, en vez de denunciarlo, es lo que no podemos creer... N o puede existir ninguna solidari­dad entre Leymarie, engañado por Buguet, y Buguet engañando a Leymarie». La luz aún no ha sido hecha a propósito de este proceso.

La prueba de que exista superchería no debe sor­prendernos; hemos dicho que a ello se presta mucho la condición del sujeto, desgraciadamente. Pero ¿qué arguyen tales farsas? ¿No tiene la medicina sus char­latanes, la ciencia sus falsos devotos y el Banco los falsificadores que imitan los billetes? ¿Porque un fe­nómeno llegue a ser imitado, desaparecerá la realj-dad del fenómeno? En manera alguna podemos de­ducir de la realidad del fraude, que haya fraude en todo y en todos.

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SEGUNDA PARTE

CAPITULO PRIMERO

OPINIÓN DE LOS SABIOS ACERCA DE LOS HECHOS

ESPIRITISTAS

§ 1

En tanto que se esparcían por el mundo civiliza­do las prácticas de la nueva magia (así es como se ti­tuló al espiritismo), ¿qué pensaban los sabios?

Ya hemos visto cómo en América distinguidas personalidades defendieron la causa del fenomenalis­mo, aunque no las hipótesis de la doctrina, mientras que otras manteníanse en una prudente reserva o las criticaban en forma más o menos viva. El espiritis­mo en Francia, no pudo recoger más que desprecios en su contacto con las sociedades sabias, o por lo menos al relacionarse con la Academia de Ciencias.

Expondremos brevemente acerca de la cuestión que nos ocupa, lo dicho en el seno de la ilustre cor­poración por boca de eminentes cirujanos; y con verdadero disgusto, ponemos frente a frente la con­ducta seguida por los sabios, que no han querido ver en los fenómenos espiritistas otra cosa que no

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fuesen supercherías, con la de sus compañeros, que, contrariamente, se mostraron favorables a la realidad de los mismos fenómenos. Aquéllos, fácil es conven­cerse, examinaron el asunto de un modo superficial y dieron sus conclusiones demasiado aprisa; por el contrario, sus contradictores no formaron parecer hasta luego de haber examinado larga y escrupulosa­mente, y en repetidas ocasiones, el problema estudia­do, siguiendo el método que se usa en la investiga­ción de las ciencias naturales. Y como era lógico que sucediese, los segundos han sido menospreciados por los primeros; pero debemos declarar que ya se co­mienza a no reir de tales cosas, y que en el mundo de los observadores, cuantos leen los documentos testificadores (aquí no nombramos a los que además han visto los fenómenos, y queremos que se tenga esto presente) se muestran llenos de perplejidad. H o y en día todos quieren ver, y ciertamente que basta mirar para convencerse de que la Academia de Cien­cias se equi/ocaba cuando dejó escapar tan bonita ocasión de hacer el estudio de fenómenos que inte­resan en alto grado al desarrollo de importantes co­nocimientos. A l hablar así, tenemos perfecta con­ciencia de estar al lado de la sabiduría, puesto que ella nos dice que debemos aprender a conocernos a nosotros mismos.

Si los fenómenos atribuidos al espiritismo son fal­sos, será imprescindible explicar cómo un tan gran número de personas (entre las cuales es verdad que no faltan algunas que desvarían), pudieron perder, y pierden aún, su tiempo en hacer mover y hablar a los veladores. Esto solo es ya de por sí un tema de

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estudio muy interesante. Si l o s movimientos y otras manifestaciones, son producto de la ilusión o de una superchería inconsciente, su estudio aún tiene mayor interés. ¿Pero\ qué deberemos pensar si los hechos resultaran ser del modo que se relatan?

§11

La herida más grave que se ha hecho al espiritis­mo, tiene por ejecutores a supuestos médiums a los que se les cogió «con las manos en la masa.» Pero también a este propósito negamos que tenga la me­nor importancia, la comunicación dirigida el 18 de Abril de 1859 a la Academia de Ciencias por Jobert de Lamballe y lo propio acontece con las observacio­nes añadidas a dicho documento por Velpeau, Clo-quet y Schiff (i) .

Este testimonio ha sido invocado, no obstante, en numerosas ocasiones, por los que sólo pretenden hallar en los fenómenos espiritistas los efectos del fraude o de la ilusión. Pero se necesita tener una in­teligencia muy pobremente dotada de recursos para

(1) El autor inserta a continuación, a título de curiosidad, el acta de la sesión del 18 de Abril de 1 8 5 9 de la Academia de Ciencias, y las observaciones complementarias de Vel­peau y Cloquet y las respuestas de Jobert de Lamballe, res­pecto de la intervención de ciertas acciones de tendones y músculos en la producción de ruidos que los médiums ofre­cían como manifestaciones del poder de los espíritus.

Omitimos los mencionados informes por no tener ninguna importancia probatoria contra la realidad de las manifesta­ciones medianímicas a que se refieren.—(N. DEL T.)

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no acertar a ver otra explicación. ¡Es famoso el caso! Jobert de Lamballe, observa una paciente que sufre una tenosidad crepitante cualquiera. Se vale de dicha observación, para demostrar a la Academia y a todo el mundo que es un hábil cirujano y que usó con éxito el método subcutáneo de su compañero Gue-rin (que, por más señas, no cita) y a mayor abunda­miento, concluye en vista del caso, sencillo y natu­ral, que tiene referencia con todo un orden de he­chos de aparente semejanza. ¿Ha observado Jobert de Lamballe, los golpes que produce el médium como manifestación de los fenómenos espiritistas? Y si los observó, ¿puso sus dedos sobre las^vainas ten­dinosas de los peroneos derechos e izquierdos, largos y cortos del aludido médium, con el fin de cerciorar­se de que los ruidos eran, ciertamente, causados por las contracciones de los músculos y por el musical desplazamiento de los tendones? Esto es lo que no nos aclara, y por nuestra parte debemos deducir que Jobert de Lamballe no ha verificado ninguna expe­rimentación comparativa y que ha referido un caso patológico vulgar a otros que no ha visto siquiera. Así , pues, estimamos que su observación carece de valor y tampoco nos detendremos en las aducidas por Schiff, Cloquet, etc., que resultan igualmente desprovistas de todo mérito probatorio.

Como en las presentes circunstancias verificamos una especie de compulsa de los documentos de un proceso, no debemos agotar todas las que constitu­yen el del espiritismo moderno, pero sí examinar, por lo menos, lo que han dicho y escrito las figuras de la ciencia que gozan de mayor reputación. En

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nuestras investigaciones bibliográficas hemos hallado un folletín de la Gazette kebdomedaire de médecine et de chirurgie, cuyo autor, uno de los médicos más eruditos de nuestros días, el doctor Dechambre (La doctrine spirite, 1859), trata del espiritismo en tono semi burlón, bajo el cual se advierte la inquietud del que no sabe, a punto fijo qué opinar respecto de los fenómenos; pero que alardea, no obstante, ante su público, de «estar en el secreto», es decir, ante la descreída clientela para quien escribe.

El escrito del doctor Dechambre, es uno de los documentos que tienen mayor importancia en virtud de los gloriosos prestigios que rodean al nombre del autor. Dechambre, miembro de la Academia de Me­dicina cuya muerte, recientemente acaecida, deplora la ciencia, no fué un experimentador, pero sus gran­des conocimientos era cosa umversalmente reconoci­da y bajo su dirección se ha publicado una obra de extraordinaria importancia, en la que colaboraron las más sobresalientes personalidades científicas de la segunda- mitad del siglo: nos referimos al Dic-tionaire encyclopédique des sciences medicales. De­chambre es seguro que conocía todas las científicas comprobaciones de los fenómenos espiritistas; pero quizá no las consideró dignas de ser rememoradas: en todo caso las pasaría en silencio, creyendo prefe­rible no tocar esta cuestión. H o y es posible que pro­cediera de otro modo.

A pesar de sus dimensiones, reproduciremos al­gunas partes del trabajo escrito por Dechambre, acerca de la doctrina espiritista.

«El lector nos perdonará—dice—pero lo que si-

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gue, no debe merecer por su parte ni duda, ni sar­casmos, ni objeciones, ni oposición alguna: lejos de tal, procede que con el mayor respeto fije su vis­ta en estas cosas. Sacaremos para beneficio suyo, el jugo, la quinta esencia, de una obra «escrita al dic­tado y por orden de los espíritus superiores-» porque esa obra contiene la solución de los temibles proble­mas que atormentan al ser humano desde sus orí­genes.

¿Qué es el hombre? ¿Qué es la vida? ¿Qué es el alma? ¿Qué es lo que hay por fuera del mundo visi­ble? ¿Están habitados los planetas? ¿Quiénes los ha­bitan? ¿Qué es de nosotros más allá de la tumba? ¿Existen premios y castigos eternos? ¿Gomo y en qué lugares se realizan?

Y aún hay más todavía. Alian Kardec, autor de esta obra, no dándose por satisfecho con saber acer­ca de tales cuestiones tanto como se pudiera pedir, aprovecha la amistad con los espíritus para hacer que hablen y le digan cosas, resultando que le han puesto en antecedentes con relación a pequeños de­talles curiosísimos, sobre los cuales nunca se había fi­jado la atención de los más curiosos investigadores de la naturaleza, tales como, quién es el espíritu que acude cuando se hace una evocación sin pensar en nin­guno determinadamente; o cuál es el color que tiene la cubierta etérea de los espíritus.

Debemos consignar, cómo nos creemos obligados a hablar de una obra que no es ya de publicación re­ciente. El remordimiento de haber privado al lector largo tiempo de un tan precioso tesoro de cultura, se­ría, a ño dudarlo, bastante motivo. Podremos añadir

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que el Libro de los Espíritus acaba de ser remozado con la reciente publicación de un folleto que se con­sagra a defenderles contra la incredulidad; pero es lo cierto que únicamente la buena oportunidad nos ha sugerido este acto de reparación.

Hace algunos meses, unas cuantas personas que pertenecen a la sociedad culta e instruida, y entre ellas algunas que han conquistado fama en el mun­do literario, se reunieron en un salón del faubourg Saint Germain, para admirar los dibujos a pluma hechos por un médium allí presente, que estaban ins­pirados y dirigidos por... Bernardo Palissy, nada menos. 'M. S... pluma en mano, una hoja de papel blanco ante sí, y sin pensar en ningún asunto artísti­co, evocó al célebre alfarero: éste había acudido e impulsado la mano del médium, imprimiendo a sus dedos los movimientos precisos para ejecutar sobre el papel unos dibujos de delicada factura y de una gran riqueza decorativa, todo ejecutado muy artística y finamente. Uno representa, si no hay quien se oponga, la casa habitada por Mozart en el planeta Jií-piterl Conviene añadir, para evitar la estupefacción, que Palissy habita en la vecindad de Mozart en ese apartado mundo,, según lo que terminantemente el propio Palissy ha manifestado al médium-. De que la

'casa pertenezca a tan gran músico, no podría dudar­se, viendo su ornamentación llena de corcheas y cla­ves de pentagramas. Lo que no se nos dice es en qué materia se labraron allá arriba estos adornos; pero teniendo presente que por allí anda Palissy, no cabe duda que estarán hechos en barro cocido. Los otros dibujos representan construcciones hechas en varios

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planetas; una es, por cierto, la que pertence al abuelo de M. S..., y éste habla de reunirías todas en un ál­bum, que será positivamente un álbum del otro mun­do...». Después de haber establecido la comparación entre el espiritismo y las antiguas formas de la ma­gia, habla de círculos mágicos, de cribas y arneros giratorios comparados con los veladores y cestitas de los espiritistas. Luego continúa:

«Así hay movimientos de determinadas cosas sin impulsión visible: los espíritus son la causa de estos movimientos: he aquí abarcada toda una creencia que resucita en estos tiempos. Solamente que los mo­dos de comunicar entre el espíritu y el hombre por el médium inanimado resulta distinto (en la suposi­ción de que los procedimientos de los antiguos los conozcamos integralmente). Las tablas comenzaron respondiendo si y no, dando con uno de sus pies cierto número de golpes, según lo convenido. Más tarde adaptáronse al alfabeto, golpeando el número de veces que correspondía al número de orden de cada letra. Pero—dice Alian Kardec—esta forma de comunicación era larga e incómoda, y los espíritus indicaron otro medio, simultáneamente, en Francia, en América y en otros lugares. El de Francia le su­girieron el 10 de Junio de l8S3 (fecha memorable) a un fervoroso espiritista, con las siguientes palabras: — V e a la habitación de al lado, coge la cestita y fija en ella un lápiz; ponle encima de un papel y pon los dedos en el borde del canastillo.—Algunos instan­tes después, la cestita se puso en movimiento, y es­cribió la siguiente frase, en caracteres muy legibles: —Lo que aquí digo no quiero que lo comuniquéis a

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nadie; la primera vez que escriba, escribiré mejor... El plan, tan sencillo, del Libro de los Espíri­

tus, consistente, según hemos visto, en la alineación numerada de quinientas preguntas hechas por diver­sos médiums, y de quinientas respuestas que proce­den de los espíritus superiores, resulta de una como­didad que maravilla. Así se tiene con relación a los problemas más inaccesibles, no ya esas disertaciones filosóficas, de donde es difícil sacar una noción bien definida y concreta, sino positivas soluciones, afir­maciones o negaciones categóricas, expresadas de un modo soberano en pocas frases. Ejemplo: que­réis saber quién es Dios. Abrís el libro por el capí­tulo primero, y después de la pregunta—¿quien es Dios?—encontraréis esta indicación preciosa: bus­car al lado, y ya no tenéis que hacer más que se­guir transversalmente con el dedo hasta la contesta­ción que os va a satisfacer. ¿Satisfacer hemos dicho? Quizá sea asegurar demasiado; y no desde luego porque los errores .¡puedan deslizarse en una doctri­na así revelada; pero se nos figura, salvo mejor pa­recer, que esta respuesta: —Dios es la inteligencia suprema, causa primordial de todas las cosas—no ha de ser bastante para que caiga en olvido lo del catecismo «Dios es un espíritu puro, infinitamente bueno, infinitamente perfecto, etc.» Todo el capítu­lo consagrado a la definición de Dios, nos parece además de inferior calidad que la mayoría de los otros, en lo que se refiere al atrevimiento inopinado de las ideas. Así, pues, no diremos más que estas po­cas palabras para atraer toda la atención del lector hacia el mundo espiritista; es decir, sobre la consti-

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tución y sobre las costumbres y hábitos de esos seres impalpables, que acaban de entregarse a nos­otros con tanto abandono como sinceridad.

Analicemos escrupulosamente sus propias decla­raciones.

¿Son inmateriales los espíritus?—Inmaterial no es la palabra; incorpóreo sería más exacto—. Se trata de una materia quintaesenciada, de una llama, un resplan­dor o una chispa. Cuando el espíritu es puro, el color de la llama puede compararse a la del rubí. Además está envuelta en una substancia vaporosa, «sacada del fluido universal de cada globo» (porque hay espíritus en todos los globos celestes). El espíritu provisto de su envoltura, o en términos más técnicos, de su propio periespíritu, puede transportarse a donde de­see y aun pasar a través de la materia. El transpor­te se efectúa con la rapidez del pensamiento; pero, cosa curiosa, puede verificarse a varios puntos a la vez. La vista de los espíritus es excelente, dado que llega a alcanzar a los dos hemisferivs, y desconoce las tinieblas. De esto resulta un ligero inconveniente, y es que no «pueden ocultarse unos de otros», como tampoco le es dado disimular sus pensamientos recí­procamente. Conversan entre sí, y su palabra es ma­terial. Se buscan o se evitan según sean sus simpatías y antipatías. Los superiores tienen ascendiente sobre los inferiores.

Todos los espíritus fueron creados en estado de sencillez e ignorancia; todos deben llegar a la perfec­ción pasando por las pruebas. El cuerpo es itn tamiz. «Unos las aceptan con sumisión, y llegan más pronto al final de su destino; otros las sufren protestando, y

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permanecen así por su culpa distantes de la perfec­ción y de la felicidad prometida». De esto se dedu­ce la existencia de varios órdenes de espíritus, a sa­ber: los puros espíritus que consiguieron la perfec­ción; los espíritus llegados a la mitad de la escala, a quienes preocupa el deseo del bien; los espíritus que permanecen en lo bajo de la escala, ignorantes y mo­vidos por malas pasiones. Pero todos tienen por mi­sión llegar a ser perfectos: «todos cambian con el tiempo». No existen pues, propiamente hablando, es­píritus caídos, sino solamente rebeldes y atrasados: tampoco hay demonios, en el sentido que por lo co­mún dan las gentes a esta palabra.

Los espíritus no lo saben todo; conocen tanto más, cuanto tanto, más se aproximan a l a perfección. No tienen la misma idea que nosotros de la duración de las cosas; «esa es la causa en que estriba que no les comprendamos siempre cuando se trata de fijar épo­cas y fechas». Su memoria asciende en el pasado a mayor altura que la del hombre, pero no indefinida­mente. El conocimiento que tienen de lo futuro, de­pende de su grado de perfección; «frecuentemente no llegan más que a vislumbrarlo; pero no siempre les es permitido hablar acerca de él, y cuando ven de manera clara el porvenir, le confunden con el pre­sente».

¿Qué es el alma? Un espíritu encarnado; alma y es­píritu no son más que una sola entidad. Es el propio espíritu quien da al mismo hombre, encarnándose en él, las cualidades morales y las cualidades intelectua­les. Cuando se ven personas de una inteligencia supe­rior que están dominadas por viciosos instintos, es

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que" están solicitadas a un tiempo por' un espíritu bueno y por un espíritu malo. Los padres no pueden transmitir a sus hijos ninguna semejanza moral, pues­to que hijos y padres no están animados por el pro­pio espíritu. Tomen nota médicos y moralistas de lo que acabo de decir. El idiotismo y el cretinismo sólo resultan de la imperfección de los órganos y bajo estos órganos imperfectos, se esconde, con frecuencia un alma más evolucionada que la de un sabio. Con re­lación al asiento del alma, véase aliado: «varía según las personas». Aquéllos en «quienes todas las accio­nes se dedican a la humanidad» la tienen en el cora­zón. Los «grandes genios, literatos, políticos, etcéte­ra», la tienen en la cabeza...

«Los espíritus no se preocupan gran cosa de las labores que dejan por acabar». No obstante, «cuidan de infundir a otros espíritus la idea de continuarlas», a menos que ellos las prosigan por sí mismos bajo otra envoltura corporal. Indudablemente he aquí la causa de que varios autores que conocemos perma­nezcan atascados en la primera entrega de sus obras,

La reencarnación del espíritu no hay que con­fundirla con la metemp sicosis. El alma del hombre jamás ha pasado por distintos seres de la creación: «hombres hemos nacido» y no entra jamás en el cuer­po de un animal. Carece de sexo: pasa indiferente­mente del cuerpo de un hombre al de una mujer, (quizá porque cambie de opinión a mitad de la tarea, es por lo que resultan los hermafroditas). Las encar­naciones no se verifican únicamente en nuestro globo sino que también en todos los demás mundos, y la misma alma puede recorrer varios, y volver al que

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fué su punto de partida. Los seres que habitan los planetas están provistos de cuerpos; pero esta envol­tura es más o menos material, según fuere el grado de pureza a que hubiesen llegado los espíritus. Todos los globos comienzan por un estado inferior; el nuestro aún continúa en él desgraciadamente; pero se trans­formará cuando le toque, y nuestros espíritus perfec­cionados se revestirán de una envoltura menos es­pesa que la que hoy tienen. Hasta que así ocurra pu­diera pasar mucho tiempo, pues el espíritu, que tie­ne el derecho de elección de la clase de pruebas que ha de sufrir, puede vagar varios siglos antes de que se de­cida a aproximarse al tamiz. En las encarnaciones su­cesivas, el alma va siempre hacia la perfección. Si dio, pues, vida a un hombre de bien, no puede caer en el cuerpo de un asesino.

Los espíritus influyen en nuestros pensamientos y acciones, y por la mezcla de los suyos con los que nos son propios, surgen esos conflictos interiores que a veces nos sumen en crueles perplejidades. Sentado esto «¿cómo se podrá conocer cuándo una idea nos ha sido ingerida por un espíritu bueno o malo»? Nada más sencillo: «estudíese el asunto. Los buenos espíritus no se ocupan más que del bien: cuidado tuyo es acertar a distinguir.» Por lo demás los espíri­tu inferiores no ayudan si no es a lo malo, y a quien tiene la intención de cometerlo. Sed buenos, y nunca habrá a vuestro alcance otra cosa que buenos espí­ritus.

Existen genios familiares. Son los espíritus que se consagran especialmente a una persona. A veces hay junto a ella uno bueno y otro malo: ¿cuál es de los

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dos . el que ejerce más influencia? Contestación: «aquél a quien el hombre deja que le domine». A veces el espíritu, por muy familiar que sea, no está exento dé tener caprichos: abandona a un hombre por otro «y entonces el cambio se efectúa»; pero ja­más este método por desplazamiento se aplica al es­píritu encarnado; jamás un espíritu puede revestir la envoltura de una persona viviente y actuar en los lu­gares y en vez del que allí está; quítate de ahí para que yo me ponga, no forma parte del código espiríti-co. Jamás, pues, dígase lo que se quiera, hubo verda­deros posesos. Añadamos que determinados y mez­quinos espíritus se adhieren, no a las personas, sino a los objetos, particularmente a los metales. «Los avaros que fallecieron y que ocultaron sus tesoros, pueden continuar guardándolos hasta que lleguen a comprender la inutilidad de sus ansias.»

Se puede provocar la aparición de los espíritus; pero lo más frecuente es que esta aparición resulte espontánea. La U4ma azul que brilla sobre la cabeza de Servius Tullius, niño, era un espíritu familiar. Los espíritus pueden actuar sobre la materia por inter­vención del nexo que les une a ella, es decir, el pe-riespíritu. Todo el mundo puede tener manifestacio­nes espiritistas; pero particularmente las provocan ciertas personas denominadas médiums. Se puede clasificar los médiums en motores (que imprimen mo­vimiento a determinados objetos, sin impulsión ma­terial), escribentes parlantes, videntes, sonámbulos, es­táticos impresionables (es decir, afectados mentalmente de impresiones de las que no pueden darse cuenta) e inspirados. El movimiento sin impulsión visible, se

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determina unas veces por el espíritu del médium, y otras por un espíritu extraño. El médium parlante, puede expresarse en un idioma que desconozca. El médium vidente, que percibe por el alma, «puede ver lo mismo con los ojos cerrados que con los ojos abiertos», etc.

El espíritu que se manifiesta, no siempre está en erratividad; puede existir encarnado en este mundo o en otro, y puede ser, por ejemplo, el alma misma del médium.

«Tenéis la prueba en la de las personas vivien­tes, que vienen a visitaros y a comunicarse con vosotros por medio de la escritura, frecuentemente sin que las llaméis-»; esto a veces resulta enojoso-Afortunadamente si se trata de un espíritu inferior puede obligársele a que se vaya. ¿Cómo? «No escu­chándole». Los espíritus, ya lo hemos dicho, en oca­siones pueden descubrirnos el porvenir; pueden también darnos consejos referentes a nuestra salud.

Los espíritus deben ser evocados «en nombre de Dios Todopoderoso y para bien de todos». Se les puede obligar a hacerse conocer, porque todos se inclinan ante el nombre de Dios. Puede ocurrir que un espíritu deje de acudir al llamamiento ordinario. No es sorprendente: es «que está ocupado en otra parte».

Se ha preguntado cómo los espíritus dispersos en los distintos mundos pueden oir las evocaciones hechas desde determinado sitio del espacio universal; pero resultaría inútil la pregunta si se reflexionara más detenidamente acerca del asunto; los espíritus fami­liares que nos rodean van a buscar a los que evocáis

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y les traen consigo cuando pueden ve7tir, porque ya queda indicado que en ocasiones tienen que hacer en otra parte; pero existen además diversos motivos. Por ejemplo, si el espíritu que se evoca estuviera en­carnado, puede tener que hacer en su propia casa: «una persona a la que evocó alguien de su familia, dijo que entonces habitaba el planeta Juno y al cabo de algunos momentos de charla, pronunció su «adiós» añadiendo: «necesario es que te abandone, tengo cua­tro niños en cría y requieren mis cuidados-». Otro se ausentó cierta vez, para tomar su tisana. A esto nada tenemos que objetar. Solamente nos asalta un temor del que no puede uno despreocuparse. La persona cuya alma evocada emprende la correría a través de los mundos, ¿no afrontará el riesgo de mo­rir de repente? No, responde el libro, «las cir­cunstancias no son las mismas» [así sea! En fin, Alian Kardec, nos anuncia una nueva clase de tele­grafía, que sobrepasará a todas las otras, en rapidez y exactitud. Dos personas, evocándose recíprocamen­te, pueden transmitirse sus pensamientos. Esta tele­grafía humana será algún día un medio universal de correspondencia».

Constituye un hecho digno de reflexión el es­pectáculo que nos ofrecen las ilusiones, las temeri­dades y los extravíos del espíritu humano, adhirién­dose sin descanso al propio objeto, procediendo de idénticas maneras, continuando hasta en sus ma­nifestaciones más minuciosas y menos importantes, durante millares de años, o, por mejor decir, pro­longando su origen hasta las alturas de las primeras tradiciones de la historia. Este espactáculo contiene

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una enseñanza. Nos descubre de un modo singular­mente curioso e instructivo, la incurable debilidad de la razón, cuando no es la locura, más incura­ble todavía, del orgullo; y muestra la triste facili­dad conque camina el proselitismo del error. Por último, abre en psicología horizontes que merecen toda la atención de los moralistas.

Permítasenos que en estos distintos puntos de vis­ta hagamos algunas observaciones aplicables, con especialidad, al espiritismo.

Por escasas que fueren las nociones que se tengan de las diversas clases de supernaturalismo que han caracterizado a la superstición de los pueblos, no se puede ver en esta doctrina revelada por espíritus su­periores más que la paráfrasis pretenciosa y la mez­cla discordante de creencias que vienen pasando a través del mundo desde las primeras edades, y que mecieron sucesivamente a las de la India, el Egipto, la Grecia y la Europa medioeval. Tomemos el dog­ma más importante de esta doctrina: las emigracio­nes y reencarnaciones sucesivas de los espíritus. Re­sultará cosa fácil ver cómo repite en su principio fundamental, cómo copia en sus deducciones, sin grandes dispendios imaginativos, el viejo dogma oriental de la metempsícosis, diversamente moldea­do por las escuelas filosóficas. Se puede demostrar claramente que la doctrina actual resulta ser un a modo de triaje operado con las formas que sucesi­vamente fueron impuestas a la idea de la metempsí­cosis por la escuela de Alejandría, los griegos y el catolicismo.

Tan lejos como se pueda remontar en las doctri-— 171 —

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ñas filosóficas de la India, se encuentra, claramente formulada y seguida en todas sus consecuencias mo­rales y religiosas, esta creencia que destina el alma a pasar por una serie de encarnaciones, en las que se va despojando, poco a poco, de todas sus manchas, para conseguir el reposo absoluto, la felicidad per­fecta, por su perfecta limpidez. El símbolo de la mariposa desprendiéndose de la envoltura después de haber sufrido varias metamorfosis, es tan vie­jo como el mundo y las tres que atribuye al alma la escuela Vedantista, se denominan vainas. Tal es el fondo del espiritismo moderno; su tamiz carnal, no significa otra cosa. Recuérdese que reconoce al espíritu una substancia real, materia quintaesencia­da, especie de llama o de chispa; y que, además, le adjudica una atmósfera vaporosa, envuelta en la cual transpone los espacios. He aquí dos formas substan­ciales del alma, independientemente de la forma carnal; pues bien, es imposible no ver en ello un plagio de las envolturas a que antes nos referíamos, y que, igualmente en la doctrina de los Vedas, están constituidas por principios materiales, pero de índo­le elemental y sutil; sólo que en la filosofía india cada una de estas cubiertas tiene sus atributos espe­ciales, concurriendo a establecer la personalidad de cada espíritu, y sus envolturas son tres aún fuera de la carne, porque los Vedas conceden al espíritu ade­más de los rudimentos de la inteligencia y los del sentimiento, los rudimentos orgánicos impregnados de la fuerza vital, mientras que el espiritismo relega esta energía al plano de la envoltura carnal.

Dicha envoltura, dice el espiritismo, se forma de - 172

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una materia más o menos densa, según el grado de rehabilitación a que el espíritu ha llegado. Aquí es verdaderamente Porfirio quien habla, interpretando y extendiendo a Platón, como este continuaba a Manú. Es Porfirio, a cuyos ojos la sutilidad creciente de los cuerpos, proporcional a los progresos de la expiación, determina la jerarquía de los seres supe­riores, héroes, semidioses y ángeles. ¿Qué más? Los instructores invisibles de Alian Kardec no hubieran tenido que molestarse en conversar en el espacio, con el espíritu de Porfirio para saber lo propio de estas cosas; bastaba con haber hablado algunos ins­tantes con Pedro Leroux, más fácil de encontrar pro­bablemente, y si nó con Fourier (Dechambre, no ha sido el único en hacer ver las analogías que pueden establecerse entre Kardec y Fourier. Véase igual­mente lo que dice E. Nús). A l inventor de Falanste-rio, le habría linsojeado saber que nuestra alma re­vestirá un cuerpo cada vez más etéreo, según vaya pasando por las ochocientas existencias (en números redondos) a que está destinada.

...Acerca de la progresión y el resultado de las pruebas, el espiritismo también ha adoptado un pa­recer, que, como dice cierta máxima, no será nuevo,

pero es consolador. Según enseña, la depuración de las almas es más o menos veloz y siempre continua. Ni jamás cesa ni jamás retrocede.

Este dogma resulta en contradición con el de los indios y los platónicos, para quienes la reencarnación se verificaba en un cuerpo más o menos perfecto, según que el alma se hubiese arrepentido o se hubie­se rebelado, en la existencia precedente; pero se pa-

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rece mucho al de Pedro Leroux, para quien las ma­nifestaciones de la vida universal, con las cuales re­laciona la vida del individuo, no son en cada nueva existencia más que otra etapa hacia el progreso.

De idéntica forma, podremos ir respondiendo, uno por uno-, a todos los puntos de la doctrina reve­lada de Alian Kardec, lo mismo en el caso de apari­ciones, de evocaciones, de actos, de palabras y de juegos pueriles, que en el de solemnes predicciones hechas por los espíritus, pudiendo volverlos a su ver­dadero origen en multitud de sistemas filosóficos y en las prácticas más conocidas de las ciencias ocul­tas. En defecto de esta investigación, que sería lar­ga y superflua, terminaremos con una advertencia general, que podrá servir para conocer la forma con que, frecuentemente, se establecen las convicciones y llegan a propagarse las fantasías más disparatadas.

En el mundo católico, particularmente, es donde el espiritismo halla mayor crédito. Pero, la doctrina espiritista es la negación del dogma de la Iglesia. No admite el pecado original; cree que el géne­ro humano no comenzó por una sola pareja, y que Adán cuando nació estuvo inmediatamente ro­deado de numerosa compañía; rechaza la existencia de los demonios, como seres perpetuamente malos y malhechores; a sus ojos, el infierno y el paraíso, no son más que imágenes y «la localización absoluta de los lugares de castigo y de recompensa no existen más que en la imaginación del hombre»; afirman que existen seres semejantes a nosotros, consagrados a la expiación como nosotros, en todos los planetas, donde a buen seguro, la simiente de Cristo no pudo

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caer; en fin, su dogma de la reencarnación y de la depuración continua, aparta esa posibilidad inme­diata de castigo o de remuneración eterna, que el catolicismo nos abre en los propios umbrales de la muerte.

Pidamos perdón ofreciendo nuestras excusas, por habernos ocupado con cierta seriedad de asunto tan peregrino. Semejantes fantasías, son más peligrosas de lo que parecen, y estamos convencidos que no sería necesario esperar mucho tiempo en una multi­tud algo accesible a la superstición que les diese ca­bida, para volverla a los bellos tiempos del sábado, pues si el espiritismo rechaza la posesión y niega la existencia del demonio, ya se dijo antes que acepta y se ve obligado a aceptar el abandono momentáneo del cuerpo por el alma, cosa que constituye la condi­ción esencial, y bastante, del vagabundeo nocturno y de las cabalgatas por el aire sobre los mangos de es­coba».

Hubiésemos querido abreviar en todo lo posible la copia de la disertación del doctor Dechambre; pero nos pareció que el documento hubiera perdido mu­cho de su importancia si le hubiésemos extractado dándole más reducidas proporciones. Además desde el punto de vista de la exposición de las doctrinas de Alian Kardec, ofrece la ventaja de darlos a conocer al lector en forma más perfecta que la que nosotros hubiéramos podido emplear.

Para decirlo todo, habremos de advertir que esta­mos distantes de compartir la opinión de Decham­bre acerca de varios puntos de vista. Profesamos, sí, idéntico parecer en lo que se relaciona con la anti-

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güedad de las prácticas ocultas y de los fenómenos espiritistas provocados; pero conviene fijar la aten­ción en dos cosas esenciales:

I.° Dechambre no ha procurado realizar ninguna experiencia propia para asegurarse, no de la doctri­na deducida de los hechos espiritistas, sino de la realidad de los hechos mismos (por lo menos no menciona ninguna).

2° Tampoco discute .los fenómenos. Habla en tono de broma y de duda; pero no los niega.

Resulta, pues, existir una deplorable laguna por fal­ta de experimentación, y hubiera sido de desear, en beneficio de la ciencia, que un sabio tan distinguido, fijara sus ojos en un tan importante aspecto de la cuestión.

Si Dechambre nada manifiesta acerca del valor y de la realidad de los fenómenos que constituyen la base del espiritismo, dos de sus colaboradores están bien lejos de imitar su prudente reserva. Cuan­do no se han examinado los hechos a la luz de la ex­periencia, es elemental, sobre todo, si no existe nin­gún punto de comparación entre ellos y los hechos comunes, no formular parecer en ningún sentido. Pero esto es lo que no creyeron de su obligación L. Hahn y L. Thomas. El artículo que dichos auto­res escriben en el diccionario de Dechambre (Dict. encyclop. des sciences medicales. Art. spiritisme) no señala ningún ensayo de experimentación original. D e ninguna manera buscaron el convencimiento, lo que no les impide declarar, que todo hecho espiritis­ta sólo existe en la imaginación d s los engañados por los médiums. Comienzan el artículo asegurando que

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si el diccionario en que colaboran, en vez de ser un compendio de medicina, fuese una recopilación de jurisprudencia, como el diccionario de Dalloz, por ejemplo, sería necesario buscar el tema espiritista en el artículo dedicado a la estafa.

Por lo que se ve, estos señores no se andan con am­bages; y como el artículo es reciente, y por conse­cuencia muy posterior a la época en que Decham­bre se ocupaba del asunto en la Gacette hebdomadal-re, se podrá juzgar del progreso realizado.

Después de dicho proemio se podía poner pun­to final a la cuestión; no obstante, los asociados auto­res no han querido tratar el problema con una tan despreocupada desenvoltura, y consintieron en «to­mar momentáneamente en serio al espiritismo.» Pero, la grave actitud no dura mucho, puesto que a vuelta de pocas páginas donde están expuestos los princi­pales puntos de vista de la cuestión, y el parecer de autores, que tampoco han experimentado, los articu­listas L. Thomas y L. Hahn, resumen su parecer en una conclusión de las más «rígidas»: «los fieles, es­criben, son gente sencilla y de buena fé; los hábiles se sirven de ellos para atraer al público y crearse, sin gran esfuerzo, rentas de respetable cuantía».

La obra de Crookes está, sin embargo, señalada en la bibliografía del artículo; pero los autores no ha­blan de los experimentos de este ilustre sabio. Pre­fieren aludir a la aventura de los hermanos Daven­port, y al proceso Buguet, que antes hemos referido. Hahn y su compañero, después de todo, puede que -tengan razón; pero nosotros que no nos queremos contentar con frases, exigimos algo más que la fórmu-

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la arbitraria de una opinión personal: necesitamos he­chos, experimentaciones, sin lo que rechazaríamos despiadadamente la opinión de todos los sabios de la tierra.

§ ni

Hace algunos meses, una de las publicaciones pe­riódicas de nuestro país, que goza del mayor renom­bre, la Revue scientífique, dirigida por un ilustre sa­bio, el doctor Richet, agregado a la Facultad de Me­dicina, vino ocupándose de un fenómeno que presen­ta el espiritismo moderno como una de las formas de manifestación de los espíritus. Queremos referirnos a la ¿evitación, o sea el levantamiento de los cuerpos pesados en aparente contradicción con las leyes de la gravedad. El artículo (que corresponde al núme­ro del 12 de Septiembre de 1885), firmado por el comandante de Rochas, estudia esta especie de fenó­menos entre otras determinadas observaciones de William Crookes, de las que más adelante nos ocu­paremos con el necesario detenimiento.

Richet se creyó en el caso de poner a salvo su científica responsabilidad, y de añadir algunas notas al artículo, cuya publicación autorizaba haciendo las necesarias reservas y tildando la ¡evitación de «cosa inverosímil».

Casi al propio tiempo, en otra publicación, la Re­vue philosoplique, Septiembre de 1885, y haciendo alusión a otros hechos espiritistas, respecto de los cuales había redactado anteriormente una comunica­ción dedicada a la Sociedad de psicología fisio-

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lógica, el doctor Richet, dice así: Desde algún tiem­po a la fecha, en ciertos periódicos americanos, ingleses y rusos, aparecen relatos de la más extraor­dinaria fantasía, respecto de las apariciones, fantas­mas y muertos que se presentan. Estas historias re­sultan referidas con gran lujo de detalles, y no ha de parecer improcedente que nos ocupemos aquí de ta­les asuntos.

Tres hipótesis pueden invocarse y sin dificultad hallaríamos otras varias, si fuese necesario.

En efecto, se puede admitir: i.° Que se trata de puras mentiras. 2.° Que son apariciones verdaderas. 3. 0 Que son alucinaciones sin ninguna realidad

objetiva. Richet comprueba que la hipótesis número I, si

bien es la más sencilla, resulta francamente inacep­table. Podría ser, sí, que entre los testimonios reco­gidos hubiere algunos fabricados por farsantes, pero Richet, «se resiste a admitir, que personas de distin­ción que ocupan un puesto científico y social de in­dudable altura, y cuya honorabilidad está por en­cima de toda sospecha, se hayan concertado, en todas partes, para referir hechos ilusorios, y lan­zar al público una colección de imposturas, sin tener en ello ninguna ventaja»: y termina afirmando que «á menos de caer en una notoria exageración del escep­ticismo, no se puede imaginar que haya embuste en tales cosas».

Examinando la hipótesis número 2, «que es la de Tas apariciones positivas; es decir, de fantasmas que realmente se presentan», Richet, dice: «Se trataría

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de una forma cualquiera de la materia, forma igno­rada hasta el presente y poseyendo una realidad objetiva. Pero aunque sea siempre necesario ser muy prudente en las negaciones, ninguna demostración, verdaderamente científica, ha podido ser dada hasta ahora respecto de la realidad de dichas anormalida­des. Sería necesario comprobar absolutamente una acción sobre las cosas inanimadas, como, por ejem­plo, una huella fotográfica o el desplazamiento de un objeto material, comprobado por varías personas en condiciones científicas incontrovertibles».

Estamos de completo acuerdo con una argumenta­ción de esta clase tan saturada de un alto espíritu cien­tífico. As í es como ciertamente puede hablar un ver­dadero sabio. Richet nada quiere admitir... ni nada quiere rechazar á priori, porque necesita hechos: conformes. En presencia de las experimentaciones publicadas por Crookes, Richet se ha planteado el si­guiente dilema: O hay que adoptar la primera hipó­tesis, o hay que adherirse a la segunda. O se trata de mentiras, o se trata de realidades, puesto que Croo­kes dice haber registrado casos de desplazamiento de cosas materiales con la ayuda de instrumentos de precisión, e hizo igualmente, que varias personas comprobaran lo observado, y asegura haber obteni­do impresiones fotográficas de objetos y más aún, de personas formadas transitoriamente, es decir, de formas de fantasmas, de apariciones o de sombras.

Efectivamente, es imposible aplicar a los hechos de Crookes la hipótesis número 3 de Richet. La alu­cinación —incluyendo la colectiva—: no podría dar razón de ellos, pues aunque se admita, que cinco o

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seis u ocho personas (i) fueran víctimas simultá­neamente de una alucinación, no podría admitirse que los aparatos registradores y las placas fotográ­ficas también estuviesen alucinados. Si, por con­siguiente, Crookes inspira confianza a Richet —y la vida entera de Crookes es la más segura garantía—, Richet se verá obligado a creer en la realidad de las apariciones, ya que, como declara, espera a que el argumento de la impresión fotográfica sea dado para «afirmar lo que resulte verídico con relación a la realidad de las sombras», y ese argumento ha sido ofrecido ya por Crookes.

Por respeto a la verdad, debemos reconocer que, no obstante los ejemplos escogidos hábilmente por Richet, su tercera hipótesis no nos satisface. Véase la conclusión: «Si se llega a demostrar que dentro del estado normal en inteligencias irreprochables existe, en ocasiones, la alucinación completa, se de­duciría la explicación más verosímil de las aparicio­nes reduciendo por ende a la nada las historias de aparecidos que se encuentran en las científicas com­pilaciones.

Lejos de pretender separar la posibilidad de las alucinaciones en esta especie de fenómenos, por el contrario, admitimos que existen dentro de ellos plenamente; pero hay que convenir en que en los ca­sos, cuya descripción hemos leído o en los que he­mos presenciado, no existe lugar posible para la últi-

(i) La mayoría de los experimentos de Crookes, de que hablaremos en seguida, fueron hechos a presencia de dicho número de testigos.—(N. DEL A.)

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ma hipótesis de Richet, por lo que habremos de ate­nernos a las dos primeras, y ya se verá después con cuál de las dos hay que quedarse en definitiva.

Pero se nos antoja que Richet sabe más acerca del asunto de lo que aparenta saber. Es un investigador demasiado concienzudo para conformarse con los «sobre poco más o menos.» Podría ocurrir que en su condición de fisiólogo eminente, y convencido de que hay que proceder con las inteligencias no prepara­das como se procede con el delicado estómago de las criaturas, graduando la resistencia dé las substan­cias que hayan de digerir, ponga el asunto de relieve, para preparar la receptabilidad cerebral de sus con­temporáneos. Los ligeros alimentos que ahora nos presenta, facilitarán la asimilación de las cosas fuer­tes, que pronto tendremos que soportar. Siempre es bueno no decir todas las cosas de pronto y brutal­mente de golpe.

§ IV

Otros sabios, en estos últimos tiempos, han estu­diado, en los libros, los hechos del espiritismo y le han dedicado amargas críticas. No pensamos poner ante la vista de nuestros lectores estas «piezas de nuestro legajo» porque creemos, como han de creer todos los hombres imparciales cuyo espíritu obedece a los dictados de la ciencia positiva, que carecen de todo valor probatorio; les falta la parte esencial, la exigida, ante todo, por el método experimental, o sea una observación exacta de los hechos espontá­neos y de los provocados.

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Confesamos que todo ello resulta perfectamente inédito para la mayoría de las personas y en eso con­siste que no habiendo oído hablar de semejantes ma­ravillas, en contra de las cuales tienen que demos­trarse prevenidas, porque su educación científica no ha sido orientada hacia ese lado, no pueden acomo­darse a aceptarlas.

Si la suerte nos hubiera hecho abrir los ojos entre salvajes, en cualquier isla de los trópicos, y ocurrie­se que un isleño de vuelta de un viaje a Francia, por ejemplo, nos refiriera que en aquel país sucede que la lluvia en vez de caer a chaparrones, desciende a ve­ces suavemente, convertida en copos como de plu­món blanquísimo que se posan sobre el suelo, don­de se acumulan en espesas capas de nieve, nos vería­mos precisados a acusar de impostura al viajero, puesto que nada hasta entonces, nos podía dar verí­dica idea de una cosa tan extraordinaria entre nos­otros. Y tendríamos disculpa porque éramos salva­jes; pero ¿qué pensar de los hombres civilizados, .de los sabios que se apresuran a rechazar desdeñosa­mente los hechos sin querer honrarles con el más li­gero examen bajo el inadmisible pretexto de que di­chos fenómenos, no tienen cabida en el cuadro de los que ellos tienen costumbre comprobar?

Digámoslo otra vez. Que queramos o no, no he­mos de poder impedir que lo que es, sea; y cuando todos a un tiempo nos arrancásemos los ojos y los tímpanos, eso no bastaría para hacer que las vibra­ciones sonoras dejaran de existir ni que la luz cesase de iluminar al mundo. ¿Queremos, inversamente, ha­cer un buen uso de nuestro raciocinio? Pues observe.

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i mos bien lo primero, y después podremos juzgar con el necesario conocimiento de causa.

Antes de comenzar el estudio del tema a que está dedicado el presente volumen, creíamos respecto de determinados fenómenos atribuidos al espiritismo que no eran otra cosa que lo que se acostumbraba a suponer, y para decirlo todo, no admitíamos más que dos de las tres hipótesis formuladas por Richet: las gentes que defendían tales hechos, no podían ser más que alucinados o imp ostores. Pero una variación notable se produjo en nuestra manera de juzgar, cuando leímos los informes de Crookes. La segunda teoría de Richet comenzó poco a poco a hacerse un lugar en nuestros razonamientos, y nos dijimos que era imposible que semejante persona hubiera sido víctima de la alucinación tan largo tiempo. En cuan­to a sospechar que él engañase a sabiendas, ni si­quiera pudo ocurrírsenos tal despropósito.

Por otra parte, con las precauciones de que se ro­deó, no era posible que se engañara constantemente. ¿Qué hay que decir entonces? ¿Serán los hechos tal cual Crookes y otros varios los refieren? Observe­mos, experimentemos y, como hemos dicho, llegare­mos a saber lo que se puede afirmar.

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INVESTIGACIONES DE WILLIAM CROOKES

§ I

Hasta ahora hemos hablado de vaga manera de lo que ha sido manifestado por diferentes autores en lo tocante a las apariciones, cuerpos puestos en movi­miento, sin contacto, etc. Haremos constar, que en todo lo que antecede nada hay que sea de condición propia para contribuir a solidificar un convencimien­to; pero ya estamos a las puertas del dominio de las realidades, ante las cuales sean las "que fueren, hay que inclinarse, aunque se renuncie a sacar de ellas fi­losóficas deducciones. Hasta aquí nos han hablado es­critores, poetas y filósofos (sin hacer ostentación de ninguna clase de autoridad en cuestiones científicas) en favor de los fenómenos espiritistas: tal cosa, como queda dicho, no tiene importancia y así lo confirmamos; pero ocurre también una cosa estu­penda; uno de los primeros sabios del mundo actual, un experimentador cuyos méritos pueden afrontar sin reparo, la competencia con los de nuestros Du-mas, nuestros Würtz, nuestros Berthelot y nuestros Frémy, se ha declarado del modo más terminante, valiéndose de pruebas experimentales, en favor de

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esas cosas tenebrosas que se imaginaban hundidas para siempre en la obscura noche de la Edad Media. ¿Qué se puede objetar? Para haber osado ofrecer como verídicos ciertos hechos de mesas que gol­pean y giran, de objetos pesados y aun de personas levantadas del suelo sin causa visible, de fantasmas que aparecen y hablan con las gentes, que permiten que se les fotografíe y que entregan mechones de sus cabellos como durable memoria a los testigos de sus apariciones, en tanto que ellos desaparecen, para haber osado referir tales cosas con multitud de de­talles y observaciones de índole científica, habrá que suponer que Crookes o es un loco o es un farsante.

Si Crookes estuviera loco tendríamos una opinión concreta y podríamos responder: —Perfectamente; esas son las divagaciones de un cerebro trastornado, y no hay que preocuparse por semejante cosa; pero es la verdad que después de los quince años que hace que publicó sus primeras investigaciones respecto del espiritismo moderno, ninguno de los que le com­batieron pretendió acudir a su supuesta condición de irresponsable, y Crookes continuó gozando de plena libertad sin haber recibido la más pequeña ducha en el menos significado sanatorio.

Por lo demás, las obras que aún hoy escribe si­guen ostentando el sello de la más «radiante» in­teligencia, y de la menos susceptible de ser hallada donde no exista un cerebro perfectamente normal.

Pero si Crookes no es un alienado, ¿será un im­postor que pretenda burlarse de las gentes?

¿Y con qué interés haría esto? Nada de lo aludido podía reportarle cosa alguna

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favorable: él bien lo sabía. Al contrario, no ignoraba que su fraude—si fraude hubiera—sería rápidamente descubierto. ¿Y entonces? Entonces el descalabro sig­nificaba cubrirse de oprobio, significaba la ruina, el desastre, el derrumbamiento de toda una vida de honradez y de honor, como sabio y como hombre-

Benévolamente, con conocimiento de causa, por el solo placer de propagar una broma lúgubre, ¿ha­bría Crookes manchado su aureola de honor y de renombre? ¿Quién puede creerlo? Al final de una vida tan hermosa, tan luminosamente glorificada por repe­tidos descubrimientos, de los cuales, uno cualquiera bastaría para inmortalizar un nombre, ¿iba Crookes, por su propia mano, a derribarse de su grandioso pedestal, para hundirse miserablemente en el cieno? ¿Y para qué? ¿Para conquistar fortuna? Si Crookes es rico, según se dice. Además, sabe que en nuestros días los brujos no obtienen ninguna ventaja en sus relaciones con el diablo, fuera de la de tirarle cons­tantemente de la cola, por lo menos en esta vida.

A pesar de todo—puede objetarse—Crookes es un especialista de la ciencia, de quien se dirá, como se dice de muchos pseudo-sabios actuales, que co­noce lo que todo el mundo ignora, mientras que, en compensación, ignora lo que todo el mundo conoce. A semejante insinuación es útil, es conveniente res­ponder, y la aprovecharemos para presentar a Croo­kes, haciendo que sepan quién es aquellos de nues­tros lectores que todavía no le conozcan (i) .

(i) En lo que antecede, como en otros detalles, particu­larmente los que se relacionan con las fechas, los lectores

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Desde el punto de vista científico, no se puede de­cir que Crookes haya sido educado a la inglesa, por­que en vez de comenzar tardíamente sus estudios permaneciendo en situación de estudiante hasta la edad en que en Alemania, por ejemplo, son ya pro­fesores, a los veinte años publicó interesantes me­morias respecto de la luz polarizada. Luego fué uno de los primeros que en Inglaterra estudiaron con el auxilio del espectroscopio las propiedades de los es­pectros solares y terrestres. Se le deben importan­tes trabajos sobre la medida de la intensidad de la luz, e ingeniosos instrumentos tales como el fotóme­tro de polarización y el microscopio espectral. Sus escritos de química general fueron justamente esti­mados desde el momento en que aparecieron (Che­mical News, 1859 y siguientes). Es autor de un tra­tado de análisis químicos (Mélhodes ckoisies) conside-

de la presente traducción no deben olvidar que hace años que Gibier escribió esta obra. Hoy nadie desconoce el in­menso valor científico de la figura de W. Crookes.

Verdad es que hace tiempo —argumentación que es repe­tida en algunas obras modernas—se quiso aludir a la buena fe de Crookes, infamemente traicionada por la aparente Sencillez de la médium Florencia Cook, sustentando la teoría de que los sabios, fuera del terreno de sus investigaciones habituales, son menos difíciles de persuadir que la gente de inferior mentalidad. A nuestro juicio, ni siquiera merecen un momento de atención semejantes teorías. Y si se reflexio­na que no es solo Crookes, sino muchos hombres de uni­versal renombre, los que han presenciado prodigios seme­jantes, independientemente de otras pruebas bastaría la presente para adquirir la certidumbre de la realidad de fe­nómenos,.que resultarán todo lo increíbles que se quiera, pero que son INNEGABLEMENTE V E R Í D I C O S . — ( N . D E L T.)

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rado hoy como obra clásica. Se le deben numerosas investigaciones de astronomía y con especialidad de fotografía celeste. En 1855-56, la Sociedad Real de Londres, que le ha admitido en el número de sus miembros activos —en la primera votación—, le concedió un auxilio en dinero para proseguir sus trabajos de fotografía de la luna. El Gobierno de su país, últimamente le envió a Oran para obser­var el eclipse. Añadiremos que también se ha ocu­pado de medicina e higiene, de lo que dan testimonio sus trabajos sobre la peste bovina, etc. Pero existen dos descubrimientos de Crookes, que son los que le han catalogado entre los maestros de la ciencia mo­derna. Ya se había distinguido por el de amalgama­ción con ayuda del sodio, procedimiento que se em­plea actualmente en Australia, en California y en la América del Sur, en la industria metalúrgica del oro, cuando dio a conocer la existencia de un nuevo cuer­po simple metálico, el Talio. Se apreciará el valor que tiene semejante descubrimiento, cuando se refle­xione que el número de cuerpos simples conocidos, en la serie de los metales, asciende a unos cincuenta próximamente. Crookes fué llevado a poseer este precioso descubrimiento, por sus trabajos sobre el análisis espectral. De parecida forma es como han sido aislados el coesium, el rubidium y el indium.

Recordemos de pasada, que se tiene por cuerpos simples, metales y metaloides, aquellos en que se de­tiene el análisis químico, y que de ninguna forma se han podido descomponer en otros cuerpos. Con­secuentemente, la designación de cuerpos simples, nos da más bien la medida de nuestros medios de

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investigación, que no una verdadera definición de la naturaleza real de esos cuerpos. Nosotros, efectiva­mente, no tenemos ninguna idea exacta respecto de lo que es la M A T E R I A . |Ved a todo lo que ha llegado el saber de los hombresl

El segundo descubrimiento de Crookes, viene a corroborar lo que afirmamos. Nos referimos al de la materia radiante.

La materia se ofrece a nuestros sentidos, bajo tres estados bien diferentes; el sólido, el líquido y el ga­seoso. Con toda probabilidad, existen otros muchí­simos estados de la materia; pero hoy no conocemos más que los tres aludidos, y Crookes nos hace vis­lumbrar la existencia de un cuarto. Ya en 1816, re­flexionando Faraday acerca de las considerables diferencias que separan a los tres estados, formulaba la hipótesis que más allá del gaseoso, sería chocan­te que no se descubriera alguna vez otro totalmente distinto de los que conocemos. Comparando las diferencias que distinguen a los cuerpos sólidos, y viendo cómo en lugar de acentuarse estas diferencias disminuyen cuando la materia se hace líquida y aún se debilitan más todavía hasta el punto de «desapa­recer casi completamente en los gases, Faraday vis­lumbraba otro estado, en el cual la materia debería llegar a tina unidad absoluta, y por anticipación, da­ba a la materia de esta especie el nombre de materia radiante.

Crookes, practicando una serie de experimentos de una exactitud delicadísima, demostró la existencia del estado entrevisto por Faraday. No pretenderemos reproducir la historia de estas investigaciones tan

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importantes, desde el punto de vista filosófico de la química y la física y del estudio de la materia en ge­neral; en resumen, se evidencia que la materia esen­cialmente ha de ser UNA; que los distintos cuerpos que caen bajo la percepción de nuestros imperfectos sentidos no son más que una disposición, una estruc­tura molecular especial de la misma, adoptando la frase del célebre químico de San Petersburgo, Bou-tlerow quien, recordémoslo incidentalmente, ha con­firmado cuanto pudo comprobar con relación a los experimentos de Crookes, respecto de la fuerza psíquica. Recuérdese, que los indios, hace siglos de siglos que vienen enseñando que la materia es una, pero que sus variedades son infinitas. La fórmula en que condensan esta doctrina, la expresan diciendo: variedad en la unidad.

Crookes ha repetido sus experimentaciones sobre la materia radiante en Septiembre de 1879 ante el Congreso de la Asociación británica para el avanza-miento de las ciencias, y en 1880 en la Escuela de Medicina de París y en el Observatorio, por invita­ción del profesor Würtz y del almirante Monchez. Los efectos producidos por la materia en este estado son sorprendentes en extremo y de una energía for­midable. Resultó un magnífico triunfo de Crookes.

Los párrafos que anteceden creemos que darán una positiva y alta idea del valor científico del hom­bre que no ha vacilado al abordar el estudio de los fenómenos espiritistas.

Por eso cuando el ilustre individuo de la Sociedad Real anunció en su periódico (Quaterly Journal of Science), qus iba a ocuparse de los fenómenos que se

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denominan modern spiritualism, la aclamación fué unánime: —•[Por fin vamos a saber a qué atenernosl— Pero desde los primeros artículos, cuando se vio a Crookes admitir la realidad de los fenómenos, decla­rar que los había observado, pesado, medido y auto-registrado, etc., ya fué otro cantar. Hubo sin duda, un gran número de personas que tuvieron por forma­da su opinión; pero todo el mundo no quiso some­terse, y se comenzaron a oir voces, más o menos sin­ceras, de protesta. Este ha de ser uno de los más cu­riosos incidentes de la historia del espiritismo.

Y sin embargo Crookes hizo gala de la mayor se­veridad en la prosecución ;de sus investigaciones; mas las gentes que hallaron perturbado el plácido mo­mento de la digestión tranquila de sus conocimien­tos adquiridos, mostráronse irritadas viendo opinar en contra a un juez de quien, por anticipado acepta­ban las conclusiones, bajo la condición, implícita­mente formulada, de que resultarían de acuerdo con sus ideas. /

Se va a ver, en lo que sigue, que estas investigacio­nes fueron acometidas con un espíritu positivamen­te científico, dentro del cual el autor no pecaba por exceso de credulidad.

«El espiritista—dice Crookes—habla de cuerpos pesando cincuenta o cien libras, que se elevan en el aire sin intervención de fuerza conocida; pero el sa­bio químico está habituado a manejar una balanza sensible a pesos tan pequeños que se necesitarían diez mil para contrabalancear el de un grano. Es, pues, procedente pedir a dicho poder, que se su­pone guiado por una inteligencia, y que eleva hasta

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el techo un cuerpo pesado, que haga oscilar, en con­diciones previstas, esa balanza tan delicadamente equilibrada.

El espiritista habla de golpes que se oyen en di­versos lados de una habitación, cuando dos o más personas están tranquilamente sentadas en torno de una mesa. El experimentador científico tiene el de­recho de pedir que esos golpes se den sobre la ten­sa membrana de su fonotógrafo.

El espiritista habla de habitaciones y de casas conmovidas, hasta el punto de ser deterioradas a ve­ces por influjo de un poder sobrehumano. El hom­bre de ciencia pide sencillamente que sea puesto en vibración un péndulo suspendido en el interior de una campana de cristal y descansando sobre zócalo de sólida obra de fábrica.

El espiritista habla de objetos pesados, de mue­bles, que marchan de un lugar a otro sin interven­ción de manos humanas. Pero el sabio ha construido instrumentos que dividirían una pulgada en un mi­llón de partes, y tiene derecho a dudar de la exacti­tud de las observaciones obtenidas, si la misma fuer­za resulta ineficaz para hacer que se mueva, solo un grado, el indicador de su instrumento.

El espiritista habla de flores cubiertas de fresco ro­cío, de frutos y aún de seres vivientes, aportados a través de ventanas cerradas, y aún de sólidos muros de ladrillo. Por consecuencia, es lógico que pida el investigador científico que un peso adicional, aun­que sólo fuese la milésima parte de un grano, se de­posite en uno de los platillos de su balanza, estando metida dentro del estuche y éste cerrado con llave, y

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que el químico proponga que se introduzca la milé­sima parte de un grano de arsénico a través de las paredes de un tubo de cristal, donde esté encerrada herméticamente un poco de agua pura.

«El espiritista habla de manifestaciones de una energía equivalente a millares de libras que se pro­duce sin causa .conocida; y el sabio que cree firme­mente en la conservación de la fuerza y que está convencido de que no se produce jamás sin un ago­tamiento correspondiente de algo para reemplazarla, pide que dichas manifestaciones se produzcan en su laboratorio, donde podrá pesarlas, medirlas y some­terlas a propios ensayos.»

Animado de estas ideas, abordó Crookes el estu­dio de los fenómenos, cuyo examen se imponía a la ciencia, según él, sin que se pudiera diferir por más tiempo. Luego de haber formulado esta especie de profesión de fe científica el autor añade por nota la observación siguiente:

«Para ser justo debo manifestar que exponiendo los expresados puntos de vista a varios espiritis­tas eminentes y a los médiums más dignos de cré­dito de Inglaterra, todos me han expresado su ab­soluta confianza en el éxito de la investigación, siem­pre que fuese lealmente proseguida sujetándose al criterio que indico aquí: Ofrecieron auxiliarme con todo el poder de sus medios, poniendo a mi dis­posición sus facultades especiales. Y hasta el pun­to a que he llegado, puedo añadir que los experi­mentos preliminares resultan satisfactorios.»

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§ II

Por lo demás, Crookes ya debía saber a qué ate­nerse a propósito de la fuerza psíquica. En efecto, un año o dos antes de que comenzase sus trabajos sobre dicha materia, cierta reunión sabia de Londres, la Sociedad dialéctica, fundada en 1867, bajo la presi­dencia de J. Lubbock, había pronunciado su parecer de una manera positiva. Cuando esta sociedad, com­puesta de científicas notabilidades, decidió en su se­sión del 6 de Enero de 1869, que se ocuparía de los pretendidos «fenómenos espiritistas», era, así consta en el acta de la sesión, con la esperanza de aniqui­lar para siempre tales supersticiones, que comenza­ban a ser enojosas, porque todo el mundo se ocupa­ba de ellas. La Sociedad dialéctica, nombró un comi­té constituido por treinta y tres miembros que se di­vidieron en seis comisiones.

Entre los miembros del comité nombrado, figura­ba un hombre de ciencia cuyo nombre es muy cono­cido entre los naturalistas: Alfredo Russel Wallace. En un interesante libro Miracle anamodern spiritua­lism da los detalles más curiosos referentes a esta reunión de que él formaba parte.

Separados cuatro miembros, que desde el princi­pio aceptaron la realidad de los fenómenos sin creer la teoría espiritista, y otros cuatro que admitieron a la vez la teoría y los fenómenos, el comité se compu­so de hombres de ciencia completamente escépti-cos. Y no obstante, cuando fué llegada la ocasión de presentar el informe a la Sociedad dialéctica se con-

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denso en un solo resumen los resultados de los expe­rimentos que efectuaron las seis comisiones—la ma­yoría contando únicamente con las «fuerzas» de los miembros—y todos los relatos referentes a la labor hecha por los seis grupos que trabajaron aparte unos de otros, resultaron concordantes.

El informe del comité de los tneinta y tres se com­ponía de dos partes distintas. En la primera se refe­rían los hechos comprobados por las seis comisio­nes. La segunda abarcaba los testimonios, verbales y escritos, aportados a los miembros de esta requisi­toria de nueva especie por testigos honorables y dignos de fe.

En la primera parte, el informe declaró afirmativa la existencia de:

I.° Ruidos, vibraciones de naturaleza muy varia, originados fuera de toda acción muscular o mecá­nica.

2° Movimientos de cuerpos pesados, sin acción muscular o mecánica, y frecuentemente sin contacto o conexión con persona alguna.

3. 0 Ruidos que por medio de un código de se­ñales, respondían a las preguntas de una manera in­teligente.

4. 0 Haciendo constar que si las comunicaciones son en su mayoría marcadamente banales, en oca­siones dan antecedentes que sólo son conocidos por uno de los testigos.

5. 0 Haciendo constar también que existen cier­tas personas favorables por su presencia á la pro­ducción del fenómeno, mientras que otras son con­trarías; pero que esta diversidad nada tiene que ver

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con la opinión profesada por dichas personas a pro­pósito de los hechos.

Los testimonios orales o escritos fueron aportados a la sociedad por diferentes personas, tales como el profesor Augusto de Morgan, presidente de la So­ciedad matemática de Londres, y secretario de la So­ciedad Real astronómica, y C.-F. Varley, ingeniero jefe de las Compañías de telegrafía internacional y trasatlántica, y amigo del ilustre Tyndal. Esta se­gunda parte del informe resulta todavía más variada que la primera, y termina diciendo que los testimo­nios mencionados, afirman la existencia de los fenó­menos siguientes: cuerpos pesados, y en ocasiones personas, que se elevan espontáneamente en el aire; aparición de manos y de formas que no pertenecen a ningún ser humano, pero que parecen vivientes y pueden ser cogidas por los circunstantes; ejecución de trozos musicales en instrumentos que nadie toca­ba: aparición casi instantánea de dibujos o pinturas que se forman espontáneamente, etc. etc.

Russel Wallace hace notar que estas observacio­nes le conducen a establecer que el grado de con­vicción que existe en el espíritu de los experimenta­dores, equivale próximamente a la suma de tiempo y de cuidados que se aportaron a la investigación. Y así ocurre en lo que se relaciona con todos los fenó­menos naturales, en tanto que el examen de una im­postura o una ilusión—dice Vallace—, conduce in­variablemente a un resultado opuesto.

Los individuos de la Sociedad dialéctica, que no formaban parte del comité, no aceptaron la respon­sabilidad del informe, dejando a los miembros del

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mismo la función de publicarle por su cuenta y ries­go. Crookes conocía los experimentos de la Socie­dad dialéctica; así, pues, los primeros resultados que obtuvo no pudieron maravillarle.

§ III

La primera parte de las investigaciones de Croo­kes se consagró o los fenómenos determinados por un médium muy conocido: el célebre Home cuyo nombre se repite en estos últimos tiempos y que acaba de fallecer en París sufriendo las amarguras de un estado muy próximo a la miseria. Se encon­trarán todas las noticias deseables respecto de esta curiosa personalidad en una obra donde él mismo nos refiere su vida y sus hechos (Daniel Douglas Ho­me. Revelations sur mavie surnaturelle. París, 1863), que han sido atestiguados por los hombres de cien­cia de ambos mundos.

Uno de los «casos» interesantes producidos por Home, fué el que los excépticos denominaban • el «juego del acordeón». En pleno día el meaium le­vantaba el instrumento con una sola' mano, por la tapa opuesta a la de las llaves, y el acordeón sonaba, al parecer espontáneamente, tocando una variada serie de trozos musicales con perfecta ejecución-Este hecho fué el que primeramente Crookes quiso examinar. El experimento está referido en el libro con todos sus detalles. Se ve que fueron tomadas las precauciones más minuciosas: hasta se anotó la temperatura del cuarto donde se realizaba el fenó­meno [era en el propio domicilio de Crookes). D o s

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observadores, uno a cada lado de Home, tenían pues­tos sus pies sobre los del médium. Crookes había pre­senciado su toilette para cerciorarse de que no lleva­ba ningún instrumento bajo sus ropas: una jaula de metal^rodeaba al acordeón..., pero cedamos la pala­bra al propio M. Crookes ( i):

«Hará cosa de un año que escribí un artículo en el cual, después de haber expresado de la manera más acentuada mi creencia en la existencia, bajo cier­tas condiciones, de fenómenos que ninguna de las leyes naturales conocidas, podía explicar, indicaba varias pruebas que los hombres de ciencia tenían el derecho de pedir antes de dar crédito a la realidad de aquellos fenómenos. Entre las pruebas que se pe­dían indicaba y o la de que «una balanza, delicada­mente equilibrada, tendría que moverse bajo deter­minadas condiciones, y que habría de producirse la manifestación de un poder equivalente a muchas li­bras, en el laboratorio del experimentador, donde éste podría pesarla, medirla y someterla a ensayos-convenientes». Decía también que y o no podía pro­meter entrar de lleno en este estudio, porque sería difícil encontrar ocasiones favorables,-y porque las investigaciones eran acompañadas de numerosos fra­casos; tanto más cuanto que «las personas en cuya presencia se producen estos fenómenos son en redu­cido número, y que son todavía más raras las oca-

(i) Gibier solo' copia el fragmento referente al fenóme­no aludido, y nos permitiremos completarlo en esta traduc­ción añadiendo, por su gran importancia, los párrafos que le anteceden.—(N. DELT.)

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siones de hacer experimentos con aparatos prepara­dos de antemano».

Desde entonces, habiéndose presentado las oca­siones de proseguir estas investigaciones, me he aprovechado gozoso de ellas para aplicar a aquellos fenómenos el experimento científico cuidadosamente comprobado, y de esta suerte he llegado a ciertos resultados exactos, que creo conveniente publicar.

Estos experimentos parecen establecer de una manera con cluyente la existencia de una nueva fuer­za ligada de un modo desconocido a la organización humana; y que, para mayor facilidad, se puede lla­mar fuerza psíquica.

De todas las personas dotadas del poder de des­arrollar esta fuerza psíquica, y a las que se ha lla­mado médiums (según una teoría de su origen muy distinta), la más notable es Mr. Daniel Douglas Home. Y principalmente por las numerosas oca­siones que he tenido de hacer mis investigaciones en su presencia, es por lo que me he visto en el caso de poder afirmar de una manera tan positiva la exis­tencia de esta fuerza. Muy numerosos han sido los ensayos que he emprendido; mas por nuestro imper­fecto conocimiento de las condiciones que favorecen o contrarían las manifestaciones de esta fuerza, por la manera aparentemente caprichosa como se ejerce, y por el hecho de que el mismo Mr. Home está su­jeto a inexplicables flujos y reflujos de esta fuerza, solamente contadas veces ha sucedido que un resul­tado obtenido en alguna ocasión, haya podido ser subsiguientemente confirmado y comprobado con aparatos construidos para aquel fin especial.

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Entre los notables fenómenos que se producen bajo la influencia de Mr. Home, los más interesantes y al propio tiempo los que mejor se prestan al exa­men cientíñco, son: l.° la alteración del peso de los cuerpos; 2° la ejecución de tocatas en instrumentos de música (generalmente en el acordeón, por ser fácil de trasladar) sin intervención humana directa, y bajo condiciones que hacen imposible todo con­tacto o todo manejo de llaves. Solamente después de haber sido frecuentemente testigo de esta clase de hechos y de haberlos escudriñado con toda la pro­fundidad y rigor de que soy capaz, me he convenci­do de su verdadera realidad. Pero, deseoso de que en este asunto no hubiese ni sombra de duda, en muchas circunstancias invitaba a Mr. Home a que viniese a mi casa para someter aquellos fenómenos a experimentos decisivos, en presencia de algunos sa­bios investigadores.

Las reuniones tuvieron lugar de noche, en una es­paciosa habitación iluminada por gas. Los aparatos preparados al objeto de comprobar los movimientos del acordeón consistían en una jaula, formada por dos aros de madera de un diámetro, respectivamente, de un pie y diez pulgadas y de dos pies, reunidos por doce listones estrechos, de un pie y diez pulgadas de largo cada uno, de modo que formaban el armazón de una especie de tambor, abierto por arriba y por abajo. A su alrededor se arrollaron en veinticuatro vueltas cincuenta metros de alambre aislados, ha­llándose cada una de estas vueltas a menos de una pulgada de distancia de su vecina.

Entonces estos alambres horizontales fueron sóli-— 201 —

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damente atados juntos con bramante, viniendo a formar una malla de algo menos de dos pulgadas de ancho por una de alto. La altura de esta jaula era tal, que se la podía deslizar por debajo de la mesa de mi comedor, pero el poco espacio que quedaba ni per­mitía introducir en ella la mano por arriba, ni intro­ducir el pie en ella por debajo. En otra habitación había dos pilas de Grove, de donde partían unos hilos que iban a parar al comedor, para establecer, si se quería, la comunicación con los que rodeaban la jaula.

El acordeón era nuevo; y o mismo lo había com­prado para estos experimentos en casa de Wheats-tone, y Mr. Home no había ni visto ni tocado dicho instrumento antes de empezar nuestros ensayos.

En otro lado de la habitación había un aparato dispuesto para experimentar la alteración del peso de un cuerpo. Consistía en una plancha de caoba, de treinta y seis pulgadas de longitud, por nueve y me­dio de ancho y una de grueso. A cada extremo estaba atornillada formando pie una tira de caoba de pul­gada y media de ancho. U n o de los extremos de la plancha estaba apoyado en una mesa sólida, mien­tras que el otro estaba sostenido por una balanza de resorte; suspendida de un fuerte trébede. La balanza estaba provista de -un marcador automotor, para po­der indicar el máximun del peso que señalase la agu­ja. El aparato estaba ajustado de tal manera que la plancha de caoba estaba horizontal, descansando en­teramente su pie en el montante. En esta posición, su peso era de tres libras que señalaba el marcador de la balanza.

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Antes que Mr. Home penetrase en la habitación, el aparato había sido colocado en su sitio y, antes de sentarse, todavía no se le había explicado el empleo de alguna de sus partes. Tal vez convendrá añadir, al objeto de prevenir algunas observaciones críticas que pudieran acaso hacerse, que aquella tarde y o ha­bía ido a visitar a Mr. Home, en su habitación, y que allí me dijo que, como tenía que mudar de traje, con­fiaba que y o no tendría inconveniente en que conti­nuáramos nuestro diálogo en su dormitorio. De modo que me encuentro en el caso de poder afirmar categóricamente que no colocó secretamente encima de su persona ni máquina, ni aparato, ni artificio de ninguna especie.

Los investigadores que asistieron a este experi­mento fueron: un eminente físico, que ocupaba un elevado lugar en las filas de la Sociedad Real y a quien llamaré doctor A . B.; un doctor en Derecho, muy conocido, a quien llamaré C. D.; mi hermano y mi ayudante de química; (i)

( i ) Es una mala prueba de la independencia de opinión de que tanto alardean ciertos hombres de ciencia, el que por tanto tiempo se hayan negado a emprender investigaciones científicas respecto a la existencia y naturaleza de hechos afirmados por tantos testigos competentes y dignos de cré­dito, cuando tantas veces se les ha invitado a examinarlos dónde y cuándo les pluguiera. Por mi parte, estimo dema­siado la persecución de la verdad y el descubrimiento de algún hecho nuevo en la naturaleza, para rehusar ocuparme de ellos, porque esto parezca chocante a las ideas corrien­tes. Pero como no tengo el derecho de exigir que otros ha­gan lo que yo hago, me abstengo de citar los nombres de mis amigos sin su permiso.—N. DE-.W. C.

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Mr. Home se sentó al lado de la mesa, en una silla alta. Enfrente de él, debajo de la mesa, se encontra­ba la jaula arriba mencionada, y sus piernas venían una a cada lado. Y o me senté cerca de él, a su izquier­da, otro observador se colocó también cerca de él, a su derecha, y los demás concurrentes se sentaron alrededor de la mesa, a las distancias que les pare­cieron convenientes.

Durante la mayor parte de la velada, y especial­mente cuando tenía lugar algo importante, los ob­servadores que estaban a los dos lados de Mr. Home, pusieron, respectivamente, sus pies encima de los de dicho señor, de modo que podía descubrirse el más leve movimiento.

La temperatura de la habitación variaba entre los 68° y 70 o Farenheit. Cojió Mr. Home el acordeón entre el pulgar y el mayor de una de sus manos y por él extremo opuesto al de las llaves.

Después de haber visto y o mismo de antemano la llave de abajo, sacóse de debajo de la mesa la jaula, lo suficiente para permitir que se introdujera en ella el acordeón con sus llaves vueltas hacia abajo. Vol-viósela a colocar luego debajo de la mesa, tanto como pudo permitirlo el brazo de Mr. Home, pero sin ocultar su mano a los que estaban cerca de él. No tardaron los que estaban a cada lado en ver el acor­deón balancearse de un modo curioso, después sa­lieron sonidos de él, y por último, se dejaron oir sucesivamente varias notas. Mientras esto pasaba, mi ayudante se deslizó debajo de la mesa y nos dijo que el acordeón se alargaba y se contraía; y al propio tiempo, se comprobó que la mano de Mr. H o m e que

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sostenía el acordeón, permanecía completamente in­móvil y que la otra descansaba encima de la mesa.

Después los que estaban a ambos lados de mister Home, vieron el acordeón moverse, oscilar y girar por todo el rededor de la jaula al mismo tiempo que tocaba. Entonces el doctor A . B. (i) miró debajo de la mesa y dijo que la mano de Mr. Home parecía

Fig. i

completamente inmóvil mientras el acordeón se mo­vía y dejaba oir distintos sonidos.

Mr. Home continuó sosteniendo el acordeón en la

(i) El doctor A. B. es el profesor Huggins.—(N. DEL A.) — 205 -

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jaula del modo ordinario ( i) . Retenidos sus pies por los que se hallaban cerca de él, y apoyada su otra mano en la mesa, oímos primero resonar sucesiva­mente notas distintas y separadas y luego una sen­cilla tocata. Como tal resultado sólo podía haber sido producido por las diferentes llaves del instru­mento, puestas en movimiento de un modo armo­nioso, todos los que estaban presentes lo considera­ron como un experimento decisivo. Pero todavía llamó más la atención lo que después siguió. Mister Home alejó enteramente su mano del acordeón, sa­cóla completamente de la jaula y la puso encima de la mano de una de las personas que estaban junto a él. Entonces el instrumento siguió tocando, sin que nadie lo tocase ni mano alguna estuviera en su in­mediación.

Quise luego probar el efecto que se produciría ha­ciendo pasar la corriente de la batería alrededor del hilo aislado de la jaula. En su consecuencia, mi ayu­dante estableció l a comunicación con los hilos que venían de las pilas de Grove. Mr. H o m e sostuvo de nuevo el instrumento en la jaula del mismo modo que antes, e inmediatamente resonó y se agitó vigo­rosamente de uno a otro lado. Pero me es imposible decir si la corriente eléctrica que pasó alrededor de la jaula vino en auxilio de la fuerza que se manifes­taba en el interior de la misma, sin sustentáculo al­guno visible. Después de un corto intervalo, repitió­se este hecho por segunda vez.

( i ) Es decir, al lado opuesto al de las llaves, que estaban hacia abajo.—N, DEL A.

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Entonces Mr. Home volvió a introducir la mano en la jaula y cogió de nuevo el acordeón, que comen­zó a dejar oir acordes y arpegios y luego una dulce y lastimera melodía muy conocida, que ejecutó con perfección y gusto. Mientras se dejaba oir esta pieza j

y o cogí el brazo de Mr. Home por debajo del codo, y deslicé suavemente mi mano hasta tocar con él la parte alta del acordeón. Ni un músculo se movía. I-a otra mano de Mr. H o m e estaba encima de la mesa, a la vista de todos, y sus pies debajo de los de aque­llos que estaban a sus dos lados.»

Después de haber verificado de todas formas este curioso experimento del acordeón, y de haberse convencido ampliamente de que el instrumento ac­tuaba por impulso de una fuerza invisible, Crookes construyó aparatos para registrar ciertos fenómenos de aumento de peso, que cinco veces distintas ha­bía observado. «En cinco ocasiones diferentes—dice Crookes—he visto objetos cuyo peso oscilaba entre 25 y IOO libras, ser momentáneamente influenciados, de modo que varias personas y y o no pudimos le­vantarlos del suelo sin evidente dificultad.»

Para cerciorarse de que el caso era real, y no pro­ducido por una sugestión, que actuara sobré sus percepciones, el sabio inglés montó un aparato del que darán idea las siguientes figuras.

Una tabla de caoba descansaba por uno de sus ex­tremos en el borde de una mesa y el otro le retenía el gancho de una balanza de resorte, como aparece indicado en la figura 2. El médium situó la punta de sus dedos sobre objetos colocados en la extremi­dad de la tabla de caoba, que descansaba en la mesa

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como se marca en la figura 3, y cuyo detalle se pre­cisa en la figura 3.

A veces, en lugar de apoyarse directamente sobre cuerpos sólidos (una caja de cerillas de cartón, la

Fig. 2

campanilla) según se ve en las figuras 2 y 3, las pun­tas de los dedos de Home, estaban sumergidas en el agua de un recipiente aislado y puesto dentro de otro lleno de agua también, de forma que la presión del líquido, no pudiera influir en las indicaciones da­das por el aparato dispuesto de la manera que se detalla en las figuras 4 y 5 •

Es fácil de comprender, según lo descrito y repre­sentado en las figuras, que- la presión ejercida por los dedos de Home (situados como indica la figura

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2) no podía tener ningún influjo sobre la balanza puesta al otro extremo de la plancha.

La figura 5 indica la disposición de los vasos lle­nos de agua, que comunican entre sí mediante los agujeros practicados en el fondo del recipiente su­perior, en el cual el médium sumerge sus dedos.

La otra extremidad de la plancha está pendiente del gancho de una balanza de resorte, según hemos

Fig. 3

indicado, y su disposición queda señalada en la figu­ra de conjunto número 4 y en detalle en la figura nú­mero 6.

Una corredera provista de una aguja, permitió ob­tener el trazado autográfico de las variaciones de peso sobre una placa de cristal enegrecida al humo y movida horizontalmente por un mecanismo de relo­jería.

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Cuando los dedos de Home no tocaban el aparato, en la placa de cristal puesta en movimiento, quedaba marcado un trazo de línea horizontal; pero desde

Fig. 4

que los dedos se ponían en contacto con el aparato del modo dicho antes, el índice descendía hasta indicar 'un aumento de peso de cinco mil gramos (325 gramos próximamente).

En un primer experimento, en el cual la disposi­ción del aparato era la que se ve en la figura 2, mien­tras que Home posaba sus dedos sobre la campani­lla y la cajita de cartón de fósforos, el doctor Hug-gins, sabio bien conocido, observaba la corredera de la balanza de resorte y, comprobó repetidas veces, que el peso acusado era de seis libras y media, llegan­do hasta nueve. Puesto que el peso normal de la ta­bla, dispuesta en la forma dicha no era más que

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de tres, hubo, en momento dado, un aumento de pe­so de un 300 por 100.

Crookes verificó la experimentación comparativa siguiente: Subido sobre la tabla en la que se tenía apoyándose en un pie, gravitó con todo su peso (140

Fig. 5

libras), sobre el punto en que Home mantuvo sus dedos sin presión. El doctor Huggins, que observaba el índice de la balanza, comprobó que el peso ínte­gro de Crookes no la hacía variar más que por valor de libra y media a dos libras, y esto cuando Crookes daba una sacudida.

William Huggins y Ed-W. Cox, dos notabilidades científicas de Inglaterra que presenciaron los expe-

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Fig. 6 \

Las cartas de ambos hombres de ciencia merecen la atención de los lectores imparciales.

Uper Tulse Hill, S. W. , 9 Junio 1871.

«Mi querido M. Crookes:

»La memoria de usted me parece una fiel exposi­ción de lo que en mi presencia tuvo lugar en su casa. Mi posición en la mesa no me permitió ver la mano de Mr. Home lejos del acordeón, si bien este hecho fué observado por usted mismo y por la per­sona sentada al otro lado de Mr. Home.

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rimentos de Crookes, le escribieron con ocasión de una memoria que les había comunicado donde sus experimentaciones estaban descritas.

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*Paréceme que estos experimentos demuestran lo importante que sería el hacer nuevas investigacio­nes, pero deseo que conste que yo no emito opinión alguna respecto a la causa de los fenómenos que tu­vieron lugar.

»Su sincero amigo,

WlLLIAM HuGGINS.>

* * *

36, Russell-Square, 8 Junio 1871.

«Apreciado señor mío:

«Hallándome presente, con el objeto de hacer in­vestigaciones, en los experimentos de ensayo que describe en su artículo, me apresuro a dar fe de la perfecta exactitud de la descripción y de las precau­ciones y cuidados con que las diversas pruebas se ejecutaron.

»Me parece que los resultados establecen de un modo concluyente un importante hecho, a saber: que hay una fuerza que procede del sistema nervio­so, y que, en la esfera de su dominio, es capaz -de dar movimiento y peso a los cuerpos sólidos. •

»Me he convencido de que está fuerza es emitida por pulsaciones intermitentes y no bajo la forma de una presión fija y constante, puesto que en el trans­curso del experimento el índice subía y bajaba sin cesar. Este detalle me parece que tiene importancia suma, porque tiende a confirmar la opinión que le da por origen aparato nervioso, y contribuye mucho a sentar el importante descubrimiento del doctor Ri-

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chardson de una atmósfera nerviosa de intensidad varia que envuelve el cuerpo humano.

»Sus experimentos confirman enteramente la con­clusión a que ha llegado el Comité de investigacio­nes de la Dialectical Society, después de más de cua­renta sesiones de ensayos y de pruebas.

«Permítame usted añadir que no veo nada que pueda ni siquiera autorizar la presunción que esta fuerza fuere otra cosa que una fuerza que emana de la organización humana, o cuando menos que está liga­da muy directamente a ella, y que por tanto resulta, como todas las demás fuerzas de la naturaleza, plena­mente sometida a la rigurosa investigación a que us­ted mismo se ha cuidado de someterla.

»La psicología es una rama de la ciencia que has­ta hoy estaba casi enteramente inexplorada; y esta negligencia debe probablemente atribuirse al hecho que parece extraño de que la existencia de esta fuer­za nerviosa haya permanecido tanto tiempo sin ser estudiada, ni examinada, ni siquiera comprobada.

»Ahora que, por medio de las pruebas obtenidas por los aparatos, se ha demostrado que es un hecho de la naturaleza (y si es un hecho, es imposible exa­gerar su importancia bajo el punto de vista de la fisiología y de la luz que debe arrojar sobre las os­curas leyes de la vida, del espíritu y de la ciencia médica), su discusión, su examen inmediato y for­mal no pueden dejar de ser .hechos por los fisiolo-gistas y por todos aquellos que aspiran al conoci­miento del hombre, conocimiento que con razón se ha dicho ser «el más noble estudio de la huma­nidad».

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»Para evitar la apariencia de toda conclusión pre­matura, recomendaré que se adopte para esta fuerza un nombre que le sea adecuado, y me aventuro a sugerir la idea de que se la podría llamar Fuerza psí­quica; que las personas en quienes ésta se manifiesta Con gran poder se las llamase Psiquistas, y que la ciencia que a ella se refiere se titule Psiquismo, como una rama que es de la Psicología.

» Permítame también proponer la próxima forma­ción de una Sociedad psicológica con el objeto de dar impulso, por medio de los experimentos, de los periódicos y de la discusión, al estudio de esta cien­cia hasta ahora tan descuidada.

»Le saluda atentamente,

EDWD. W M . Cox.»

A . M. W . CROOKES, F. R. S.

§ IV '

Los gráficos representados en las figuras que si­guen, han sido recogidos, según el procedimiento in­dicado antes, en las experimentaciones donde «la fuerza, la corriente, el poder o la influencia» se esca­paba de las manos de Home, para actuar a través del agua. '

Es necesario leer el libro de Crookes, para formar idea del lujo de precauciones de que rodeó sus expe­rimentos. El desgraciado Home, fué sometido a pruebas bien ofensivas; se le cogía de los pies y de las manos, y carecía del derecho de hacer ningún

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ademán sin que tuviese constantemente sobre sí buen número de desconfiadas miradas.

Los experimentos anteriores fueron producidos con otra persona provista de «un poder» análogo al

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Flg, 7

de Home, pero menos intenso. Además, con esta otra persona, que Crookes no quiere nombrar, por­que (según dice) no se dedica a la profesión de me-

Fig.8

dium, hizo experimentaciones de la misma clase, pero valiéndose de instrumentos más delicados, de los cuales las figuras I I y 12, darán idea bastante, sobre todo para las personas familiarizadas con los análisis gráficos por medio de aparatos registradores. • Los trazados se obtuvieron con el aparato en el cual una membrana de pergamino tirante sobre el

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marco A había de servir, sin contacto de manos, para mover el extremo B, de la palanca que descan­sa sobre ella.

Los ruidosos efectos obtenidos con la intervención de la persona indicada, resultaron muy notables: pa­recía . a los experimentadores que sobre parche de

~T7̂ r~ OT" Fig. 9

pergamino estaba descargando una granizada. Los gráficos que se obtuvieron—Crookes mantuvo sus manos sobre las del médium, continuando las de éste

Fig. 10

completamente inmóviles—están reproducidos en la figura 13.

Los obtenidos con H o m e en el mismo aparato, son más sinuosos y denotan una fuerza más conside­rable, aunque ésta actuaba a una distancia mayor que en el caso precedente. Las figuras 14 y 15, fue­ron hechas con el fluido de Home.

Partiendo de estos experimentos, Crookesrecóno-cró que la existencia de una energía asociada al or-

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ganismo humano, debe considerarse fuera de duda. Esta fuerza, «mediante la cual un aumento de peso

Fig. 11

puede ser agregado a los cuerpos sólidos sin contac­to efectivo», se halla en un muy pequeño número

i ! i »

I • »•« * o ' Fig. 12

de personas; y aún para una misma es muy variable de un instante a otro. Después de haber observado «el estado penoso de postración nerviosa y corporal

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en que alguno de estos experimentos dejaron a Home; después de haberle visto en un estado de desfallecimiento casi absoluto, tendido en tierra, pálido y sin poder hablar», Crookes opina que ese

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1 * 1

Fig. 13

poder dimana del sistema nervioso, y que esa fuerza psíquica «va acompañada del correspondiente agota­miento de la fuerza vital».

Home murió a consecuencia de una aiección ner­viosa.

Fig. 14

No hay que extrañarse; ese es el final que aguarda a todos los que como él se prestan a realizar tales experimentos de un modo continuo. Los faquires de la India, generalmente, acaban de idéntica forma.

Repetimos que todos estos experimentos se veri-- 219 - -

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ficaron en la casa y en el laboratorio del autor, con el auxilio de aparatos de su pertenencia, y ayudado por preparadores que son, en su mayoría, personas de probada aptitud.

William Crookes había dado a conocer sus tra­bajos, cuando el profesor Boutlerow, profesor de química de la Universidad de Petrogrado, le escri-

Fig. is

bió comunicándole que acababa de hacer experi­mentos semejantes con Home, cuya fuerza era ex-cepcíonalmente poderosa en aquellas circunstancias. Habíase dispuesto un instrumento de tal suerte, que la presión de las manos de Home, en el sitio donde estaban aplicadas, hubiera disminuido la tensión, si el médium realizaba el menor esfuerzo. El dinamó­metro usado marcó una tensión normal de cien li­bras. Cuando Home aplicó sus manos, el dinamóme­tro señaló ciunto cincuenta.

Recuerda el autor en su libro, que el doctor Ro-bert Haré, ilustre profesor de química, obtuvo resul­tados idénticos, y lo propio Thury, profesor de la

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Academia de Ginebra, en 1855. Este último sabio re­chazaba la intervención de los «espíritus» y no que­ría ver en tales fenómenos cosa distinta del influjo de una fuerza nerviosa especial, análoga al éter que transmite la luz, y daba a esta fuerza el nombre de ecténica.

La existencia de esta fuerza es, pues, incontestable. No ofrece dificultad admitirlo, pero es el caso que el comité de investigaciones de la Sociedad Dialéctica de Londres, al establecer su realidad según los ex­perimentos, «comprueba que la fuerza resulta estar dirigida frecuentemente por una inteligencia».

En su obra sobre la sugestión, el profesor Bern-heim, de Nancy, no admite el influjo de una fuerza que emane del cuerpo humano en las manifestaciones magnéticas o hipnóticas. Niega las realidades de energía; no obstante el doctor Barety, siguiendo a Mesmer, ha comprobado claramente los efectos con al auxilio de experimentos muy ingeniosos (For­cé neurique rayonnante, vulgairement: magnetisme animal.— París. 1882.) El doctor Barety ha demos­trado que esta fuerza, que él denomina neúrica ra­diante, produce sus efectos a través de diversas sus­tancias y aun a través de las paredes, pero que no traspasan el agua, en la cual se acumula. Esta fuer­za difiere, pues, de la fuerza psíquica, puesto que ésta se transmite a través del agua, como se ha visto en las precedentes observaciones.

Cuando Crookes dio a conocer sus trabajos, fue­ron mal recibidos. Naturalmente, la Sociedad Real, de la que Crookes forma parte nada quiso oir acerca de una novedad tan comprometedora, y el proíesor

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Balfour Steward llevó las cosas hasta el extremo de suponer que Crookes y los que le acompañaban, ha­bían sido fascinados por la gran potencia electro-bio­lógica (?) de Home. «Es posible—respondió Croo­kes—que hayamos sido fascinados; ¿pero qué debe­mos pensar de nuestros aparatos registradores? ¿Es­tarían fascinados también?»

El sabio inglés comprobó el siguiente e importan­te hecho: cuando la «fuerza» era débil, la luz ejercía una acción contraria sobre algunos fenómenos. Pero con Home, cuya fuerza era considerable, se podía operar en plena luz. Este le permitió conocer la ac­ción de diferentes luces sobre dicha fuerza: luz del sol, luz difusa, claro de luna, gas, lámpara, bujía, luz eléctrica, luz amarilla homogénea, etc., etc. Los ra­yos menos favorables a las manifestaciones «parecen ser los de la extremidad del espectro».

Hasta aquí, y para un observador especial, nada resulta excesivamente extraordinario en los experi­mentos de Crookes; pero el hombre de ciencia, «que tiene la costumbre de las investigaciones maravillo­samente exactas», dice que si sucede, sin acción de fuerza conocida, que una pluma se mueva espontá­neamente, no habrá motivo para negar que un hom­bre se eleve por los aires en las mismas condiciones. Por esto es por lo que Crookes habla de los siguien­tes fenómenos de un modo perfectamente natural desde el punto y hora que el principio queda admi­tido. Y así se contenta con indicar sumariamente diversos fenómenos observados, que reserva quizá para incluirlos en un trabajo de mayor importancia.

Clasifícalos de la siguiente forma: - 222 —

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1.A clase.—Movimientos de cuerpos pesados con contacto, pero sin esfuerzo mecánico.

2. a clase.—Fenómenos de percusión y otros so­nidos de igual naturaleza.

3. a clase.—Alteración del peso de los cuerpos. 4. a clase.—Movimientos de objetos pesados, co­

locados a cierta distancia del médium. 5 . a clase.—Mesas y sillas levantadas del suelo sin

el contacto de nadie. 6 . a clase.—Elevación de cuerpos humanos (en

tres ocasiones vio a Home elevarse totalmente por encima del suelo).

7. a clase.—Movimientos de diversos pequeños ob­jetos, sin contacto de nadie.

8.* clase.—Apariciones luminosas. 9. a clase.—Aparición de manos luminosas por sí

mismas, o visibles a la luz ordinaria. 10. a clase.—Escritura directa. 11. a clase.—Formas y figuras de fantasmas. 12. a clase.—Casos especiales que parecen indicar

la acción de una inteligencia exterior. 13 a clase.—Manifestaciones diversas de carácter

compuesto. Sería necesario copiar íntegramente el libro de

Crookes; invitamos, pues, a todos los que crean que estas asuntos no son indignos de merecer la atención de las personas serias, a que lean la obra de la que acabamos de analizar brevemente algunos capítulos (Nuevos experimentos sobre la fuerza psíquica). En ella encontrarán el tacto científico de un experimen­tador consumado, y el acento de una alta sinceridad que impone respeto. Además , se puede ver cómo

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describiendo las sesiones más abundantemente po­bladas de fantasmas, Crookes no dice nunca que crea en los espíritus, y parece dar de lado a esta cuestión.

Vamos a terminar el examen de la obra del sabio miembro de la Sociedad Real, pero no nos parece que debemos omitir la reproducción íntegra de las pági­nas finales. Estas páginas contienen el relato de he­chos tan potentosos, que cualquiera los leerá mara­villado, preguntándose si realmente así están escri­tos o es que lo sueña. Y hay necesidad de recordar lo que significa el nombre y las cualidades del autor para no arrojar lejos de sí el libro que los contiene. Cuando se piensa que si Crookes no dijo verdad, ya no hay razón para dar crédito a lo que afirme per­sona alguna, cierto pánico se posesiona de nosotros y con inquietud y como a pesar nuestro, se hace esta pregunta: ¿a dónde vamos a parar por tales caminos?

§ V

H e aquí las cartas dirigidas por Crookes a diver­sos periódicos filosóficos de Londres. Se verá que las sesiones de «materialización de espíritus» narra­das por este autor, no difieren esencialmente de las que hemos sacado, a título de muestras de la litera­tura espiritista ( i) .

(i) Gibier omite los primeros párrafos de la primera car­ta, en gracia a la brevedad, sin duda; pero creyendo nos­otros que al lector le ha de agradar la reproducción íntegra del documento, así lo efectuamos, ganando en ello, a nues­tro parecer, la exactitud de la copia.—(N. DEL T.)

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«Señor...: Me he esforzado cuanto he podido en evitar toda

controversia al escribir o hablar sobre un asunto tan inflamable como el de los fenómenos llamados espi­ritistas. Exceptuado un muy reducido número de casos en que la eminente posición de sus adversa­rios habría podido hacer dar a mi silencio otros mo­tivos que los verdaderos, jamás he replicado a los ataques y a las falsas interpretaciones que mis aficio­nes por esta causa han dirigido contra mí.

El caso sin embargo es diferente, cuando algunas líneas mías podrán tal vez alejar una injusta sospe­cha lanzada sobre alguien. Y cuando este alguien es una mujer joven, sensible e inocente, es para mí un deber ineludible presentar el peso de mi testimonio en favor de la que creo injustamente acusada.

Entre todos los argumentos invocados por una y otra parte, respecto a los fenómenos obtenidos por la mediumnidad de esa joven, es decir, de Mlle. Cook, veo muy pocos hechos establecidos de modo que in­duzcan a un lector no predispuesto a decir, con tal que pueda tener confianza en el juicio y en la vera­cidad del narrador: «¡He ahí una prueba absoluta!»

V e o muchas aseveraciones fuertes, mucha exage­ración no intencionada, conjeturas y suposiciones infinitas, no pocas insinuaciones de fraude, algo de bufonería vulgar; pero no veo a nadie que se presen­te con la afirmación positiva, basada en la evidencia de sus propios sentidos, de que cuando LA FORMA que se da a sí misma el nombre de «Katie» está en la habitación, el cuerpo de Mlle. Cook se halla al pro­pio t iempo en el gabinete o en otra parte.

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Paréceme que toda la cuestión queda reducida a estrechos límites. Pruébese como un hecho una u otra de las dos alternativas precedentes y se elimi­narán todas las cuestiones subsidiarias. Pero la prue­ba ha de ser absoluta: no debe estar basada en un razonamiento por inducción, o aceptada en vista de la integridad de los sellos, los nudos o las costu­ras, porque tengo razones para estar seguro de que el poder en acción en estos fenómenos es como el amor, que se ríe de las cerraduras.

Y o abrigaba la esperanza de que algunos de los amigos de Mlle. Cook, que han seguido sus sesiones desde el principio, y que parecen haber sido alta­mente favorecidos en las pruebas que obtuvieron, habrían dado antes que yo su testimonio en favor de ella. Pero a falta de los testigos que observaron aquellos fenómenos desde su inauguración, hace unos tres años, permítaseme (aunque no fui admitido hasta última hora), exponer un hecho comprobado en una sesión en la cual estaba y o presente a petición de Mlle. Cook, y que tuvo lugar algunos días después del desagradable asunto que ha dado origen a esta controversia.

Verificábase la sesión en casa de Mr. Luxmore, y el «gabinete» era un saloncito interior, separado por una cortina de la pieza donde estaban los concurren­tes.

Llena la habitual formalidad de inspeccionar la habitación y examinar las cerraduras, Mlle. Cook pe­netró en el gabinete.

A l cabo de poco tiempo, apareció la forma de Katie al lado de la cortina, pero se retiró en breve,

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diciendo que su médium no se encontraba bien y que no llegaba a entrar en un sueño suficientemente pro­fundo para que pudiese, sin peligro, alejarse de ella.

Y o estaba colocado a algunos.pies de la cortina detrás de la cual estaba sentada Mlle. Cook, tocándo­la casi, y con frecuencia oía sus quejas y sollo­zos, como si sufriera. Aquel malestar continuó por intervalos casi durante toda la sesión, y una vez, cuando la forma de Katie estaba delante de mí en la estancia, oí distintamente un sollozo idéntico a los que Mlle. Cook había dejado escapar a intervalos todo el tiempo de la sesión, y que salía de detrás de la cortina donde ella debía estar sentada.

Confieso que la figura demostraba una sorprenden­te apariencia de vida y de realidad, y por lo que y o pude ver a la luz algo indecisa, sus facciones se pa­recen a las de Mlle. Cook; mas no obstante la prue­ba positiva dada por uno de mis sentidos, de que el suspiro provenía de Mlle. Cook, dentro del gabinete, mientras que la figura estaba fuera de él, esta prue­ba, digo, resulta demasiado fuerte para que sea echa­da por tierra por una simple suposición de lo contra­rio, aun cuando esté bien sostenida.

Vuestros lectores, señores, me conocen y espero que me harán el obsequio de creer que jamás adop­taré precipitadamente una opinión, ni que les pediré que estén acordes conmigo ante una prueba insufi­ciente. Es tal vez esperar demasiado pensar que el pequeño incidente que referí tendrá para ellos el mismo valor que el que para mí ha tenido. Pero les diré lo siguiente: «Que los que sé inclinan a juz­gar con dureza a Mlle. Cook suspendan su juicio

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hasta que y o presente un argumento positivo que creo será suficiente para resolver la cuestión.»

En este instante Mlle. Cook se consagra exclusiva­mente a dar una serie de sesiones privadas a las cua­les no asisten más que uno o dos amigos míos y yo . Estas sesiones continuarán probablemente durante algunos meses, y tengo la promesa de que se me han de dar cuantas pruebas desee. Hace algunas semanas que no se han verificado estas sesiones, pero ha ha­bido bastantes para convencerme plenamente de la sinceridad y honradez perfecta de Mlle. Cook, y para darme ocasión de creer que me serán cumplidas las promesas que Katie me ha hecho tan espontánea­mente.

Ahora todo lo que pido es que vuestros lectores no decidan con demasiada precipitación, que todo lo que a primera vista parece dudoso implica nece­sariamente una decepción, y que tengan a bien sus­pender su juicio hasta que yo les vuelva a hablar de estos fenómenos.

Tengo el gusto e t c . .

WILLIAM CROOKES.

20, Mornington Road, Londres.»

3 Febrero 1874-

«En una carta que escribí a este periódico a prin­cipios de Febrero último, hablaba de los fenómenos de formas de espíritus que se habían manifestado por la mediumnidad de Mlle. Cook, y decía: «Que los que se inclinan a juzgar con dureza a Mlle. Cook sus­pendan su juicio hasta que y o presente una prueba cierta que creo será suficiente para resolver la cues-

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tión. En este momento Mlle. Cook se consagra ex­clusivamente a una serie de sesiones privadas a las cuales no asisten más que uno o dos amigos míos y yo.. . He visto lo bastante para convencerme plena­mente de la sinceridad y honradez perfectas de ma-demoiselle Cook, y para darme entero lugar a creer que me serán cumplidas las promesas que Katie me ha hecho tan libremente.

En aquella carta describía un incidente que, a mi entender, era muy propio para convencerme de que Katie y Mlle. Cook eran dos seres materiales distin­tos. Cuando Katie estaba fuera del gabinete, de pie delante de mí, oí un sonido plañidero que venía de Mlle. Cook que estaba en el gabinete. Tengo la satis­facción de decir que al fin he obtenido la prueba ab­soluta, de que hablaba en la carta antes mencionada.

Por de pronto, no hablaré de la mayor parte de las pruebas que Katie me ha dado en las numerosas ocasiones en que Mlle. Cook me ha favorecido con sesiones en mi casa, y no describiré más que una o dos de las que recientemente han tenido lugar. De al­gún tiempo a esta parte hacía yo experimentos con una lámpara fosfórica, consistente'en una botella de seis u ocho onzas, que contenía un poco de aceite fos­fórico y que estaba sólidamente tapada. Tenía moti­vos para esperar que, a la luz de de esta lámpara, algunos de los misteriosos fenómenos del gabinete podrían hacerse visibles y Katie también por su parte esperaba el mismo resultado.

El 12 de marzo, durante una sesión en mi casa y después que Katie hubo andado por en medio de nosotros y nos hubo hablado por algún rato, retiró-

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se detrás de la cortina que separaba mi laboratorio, donde estaban sentados los concurrentes de mi bi­blioteca que temporalmente hacía las veces de gabi­nete. A l cabo de un instante volvió a la cortina y me llamó así diciendo: «Entrad en el cuarto y levantad la cabeza de mi médium, que se ha caído al suelo.» Katie estaba entonces delante de mí, vestía con su traje blanco habitual y con su turbante en la cabeza. Dirigíme inmediatamente a la biblioteca para levan­tar a Mlle. Cook, y Katie dio algunos pasos hacia un lado para dejarme pasar. En efecto, Mlle. Cook se había deslizado en parte del canapé y su cabeza col­gaba en una posición penosa. Volvíla a colocar en el canapé y al hacer esto tuve la viva satisfacción de convencerme, a pesar de la oscuridad, de que ma-demoiselle Cook no iba vestida como Katie, sino que llevaba su traje habitual de terciopelo negro, y se en­contraba en un profundo letargo. No habían transcu­rrido más de tres segundos entre el momento en que vi a Katie delante de mí vestida de blanco y el en que levanté a Mlle. Cook sobre el canapé sacándola de la posición en que se encontraba.

Volviendo a mi punto de observación, Katie apa­reció de nuevo, y dijo que pensaba podérseme mos­trar al mismo tiempo que su médium. Bajóse el gas, y ella me pidió mi lámpara fosfórica. Después de haberse mostrado a su luz durante algunos segundos )

volvióla a poner en mis manos diciendo: «Ahora en­trad y venid a ver a mi médium.» La seguí de cerca a mi biblioteca y a la luz de una lámpara, vi a made-moiselle Cook descansando encima del sofá, exacta­mente tal como y o la había dejado. Miré a mi alre-

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dedor para ver a Katie, pero ésta había desaparecido. La llamé, y no recibí contestación.

Volví a mi sitio y Katie reapareció en breve, y me dijo que todo aquel tiempo había estado de pie junto a Mlle. Cook. Preguntó entonces si podría ella ensayar un experimento, y tomando de mis manos la lámpara fosfórica, pasó detrás de la cortina, supli­cándome que por el momento no mirase al interior del gabinete. A los pocos minutos me devolvió la lámpara, diciéndome que no lo había podido lograr, que había agotado todo el fluido del médium, pero que lo volvería a probar. Mi hijo mayor, un mucha­cho de catorce años, que estaba sentado en frente mío, en una posición tal que podía ver lo que pasaba detrás de la cortina, me dijo que había visto distin­tamente la lámpara fosfórica flotar por el espacio por encima de Mlle. Cook e iluminándola mientras estaba tendida inmóvil en el sofá, pero que no había podido ver quién aguantaba la lámpara.

Paso ahora a la sesión verificada ayer noche en Hackney. Jamás Katie se había aparecido con tanta perfección; durante c;rca de dos horas paseó por la habitación, hablando familiarmente con los circustan-tes. Varias veces cogió mi brazo mientras andaba, y la impresión producida en mi espíritu de ser una mu­jer viva la que estaba a mi lado, y no un visitante del otro mundo, esta impresión, digo, fué tan fuerte, que se hizo casi irresistible la tentación de repetir un ex­perimento reciente y curioso.

Pensando, pues, que si no era un espíritu el que tenía a mi lado, era cuando menos una señora, la pedí permiso para cogerla en mis brazos, para.per-

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mitirme comprobar las interesantes observaciones que un experimentador atrevido había dado a cono­cer recientemente de un modo algo prolijo. Otorgó-seme graciosamente este permiso, y de consiguiente me serví de él convenientemente, como todo hombre bien educado lo habría hecho en parecidas circuns­tancias. D e fijo que Mr. Volchman se alegrará de sa. ber que pudo corroborar su aserción de que el «fan­tasma» (que, por lo demás, no opuso resistencia al­guna) era un ser tan material como la misma made-moiselle Cook. Pero lo que sigue demostrará cuan mal hace un experimentador, por cuidadosamente hechas que puedan ser sus observaciones, en aventu­rarse a formular una conclusión importante cuando las pruebas no están en cantidad suficiente.

Katie dijo entonces que aquella vez se creía capaz de dejarse ver al mismo tiempo que Mlle. Cok. Y o bajé el gas, y luego con mi lámpara fosfórica penetré en la pieza que servía de gabinete. Mas antes había suplicado a un amigo que es hábil taquígrafo, que anotase todas las observaciones que pudiese yo ha­cer mientras permaneciese en aquel gabinete, porque conozco la importancia que se da a las primeras im­presiones, y no quería fiar en mi memoria más de lo necesario. En este momento tengo sus notas a la vista.

Entré con precaución en el aposento; estaba oscu­ro y busqué a tientas a Mlle. Cook, a quien encontré agachada en el suelo.

Arrodillándome, dejé entrar el aire en mi lámpa­ra, y a su claridad, vi a aquella joven vestida de ter­ciopelo negro, cual lo estaba al principiar la sesión y

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con todas las apariencias de una completa insensibi­lidad. N o se meneó cuando cogí su mano y puse la lámpara tocando casi con su rostro, continuando su respiración tranquila.

Levantando la lámpara, miré a mi alrededor y vi a Katie de pie junto a Mlle. Cook y detrás de ella. Iba vestida con un ropaje blanco y flotante cual la ha­bíamos ya visto durante la sesión. Teniendo una de las manos de Mlle. Cook en la mía, y arrodillándome todavía mejor, levanté y bajé la lámpara, tanto para iluminar la figura toda de Katie, como para conven­cerme plenamente de que veía realmente a la verda­dera Katie, a la que algunos minutos antes había es­trechado en mis brazos, y no el fantasma producido por un cerebro enfermo. Ella no habló, pero movió la cabeza en señal de. conformidad. Por tres veces distintas examiné cuidadosamente a Mlle. Cook aga­chada delante de mi, para asegurarme de que la ma­no que tenía cogida era realmente la de una mujer viva, y por tres veces consecutivas dirigí mi lámpara hacia Katie para examinarla detenidamente, hasta que no me cupo ya la menor duda de que era a ella a quien tenía delante. Al fin Mlle. Cook hizo un ligero movimiento y enseguida Katie me hizo seña de que me fuera. Me retiré a otro punto del gabinete y en­tonces dejé de ver a Katie, pero no abandoné la ha­bitación hasta que Mlle. Cook se hubo despertado y dos de los asistentes hubieron penetrado allí con luz.

Antes de terminar este artículo deseo dar a cono­cer algunas de las diferencias que he observado en­tre Mlle. Cook y Katie. La estatura de Katie es va­riable: en mi casa la he visto seis pulgadas más alta

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que Mlle. Cook. Anoche, yendo descalza y sostenién­dose no más que en la punta de los pies, tenía cuatro pulgadas y media más que Mlle. Cook. Anoche Ka­tie tenía el cuello descubierto, y su piel era perfec­tamente suave al tacto y a la vista mientras que Ma-demoiselle Cook tiene en el cuello una cicatriz que, en tales circunstancias, se ve distintamente y es ru­da al tacto. Las orejas de Katie no están agujerea­das, mientras que Mlle. Cook suele llevar pendien­tes. El cutis de Katie es muy blanco, mientras el de Mlle. Cook es muy moreno. Los dedos de Katie son mucho más largos que los de Mlle. Cook, y su rostro es también mayor. Hay igualmente diferen­cias muy marcadas en las maneras y modo de expre­sarse de una y otra.

La salud de Mlle. Cook no es lo bastante.buena pa­ra permitirla dar, antes de algunas semanas, otras se­siones experimentales como estas, y en su conse­cuencia la hemos invitado expresivamente a tomar un descanso completo antes de volver a empezar la cam­paña de experimentos de que, por causa de ella, he dado un resumen, y de que, en época no lejana, es_-pero poder dar a conocer los resultados».

«ÚLTIMA APARICIÓN DE KATIE KING

Y SU FOTOGRAFÍA CON EL AUXILIO DE LA LUZ ELÉCTRICA

Habiendo tomado una parte muy activa en las se­siones, Mlle. Cook, y habiéndome salido muy bien el tomar numerosas fotografías de Katie King, con auxi­lio de la luz eléctrica, he pensado que tendría interés para los espiritistas la publicación de algunos detalles.

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Durante la semana que ha precedido a la partida de Katie, ésta ha dado sesiones en mi casa, casi to­das las noches, a fin de que yo la pudiera fotogra­fiar a la luz artificial. Preparánrose, pues, a este efec­to, cinco aparatos fotográficos completos. Consistían éstos en cinco cámaras oscuras, una del tamaño de placa entera, otra de media placa, otra de cuarto y dos cámaras estereoscópica binoculares, todas las cuales debían estar dirigidas a un tiempo sobre Ka­tie, cada vez que ésta se colocase para obtener sU retrato. Empleáronse cinco baños sensibilizadores y fijadores, y se limpiaron de antemano gran número de cristales, dispuestos a servir, para que no hubiese ni vacilación ni retardo durante las operaciones foto­gráficas que ejecuté y o mismo, asistido de un ayu­dante.

Mi biblioteca sirvió de gabinete negro: tenía una puerta con dos hojas que comunicaba con el labora­torio: quitóse de sus goznes una de estas hojas, y en su lugar se^ colocó una gran cortina para permitir a Katie entrar y salir con facilidad. Aquellos de mis amigos que se hallaban presentes, estaban sentados en el laboratorio, frente a la cortina, y las cámaras oscuras estaban colocadas un poco más atrás de ellos, dispuestas a fotografiar a Katie cuando saliese, y a reproducir igualmente el interior del gabinete, cada vez que a este fin se levantase la cortina. Cada noche había tres o cuatro exposiciones de cristales en las cinco cámaras oscuras, lo que daba a lo me­nos quince pruebas por sesión. Algunos se rompie­ron al desenvolverlos, otros al regular la luz. Apesar de todo, tengo cuarenta y cuatro negativos, algunos

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regulares, algunos ni buenos ni malos y otros exce­lentes.

Katie encomendó a los concurrentes que perma­neciesen sentados y se atuviesen a esta condición: únicamente a mí no se me comprendió en esta me­dida, porque desde hacía algún tiempo ella me había dado permiso para hacer lo que quisiera, tocarla, en­trar y salir del gabinete casi siempre que me acomo­dase. Muchas veces las he seguido al gabinete y las he visto a veces, a ella y a su médium, al mismo tiem­po: pero lo más general era no encontrar más que a la médium aletargada, y descansando en el suelo: Katie y su vestido blanco habían desaparecido ins­tantáneamente.

Durante estos seis últimos meses, Mlle. Cook ha hecho numerosas visitas a mi casa, y algunas veces ha permanecido en ella una semana entera. No traía consigo más que un pequeño saco de noche, que no se cerraba con llave; durante el día estaba constan­temente con Md. Crookes, conmigo o con algún otro miembro de mi familia; y como no dormía sola, no ha tenido ocasión alguna de preparar nada, ni si­quiera de un carácter incompleto, que la pusiera en disposición de poder hacer el papel de Katie King. Y o mismo preparé y arreglé mi biblioteca como igualmente el gabinete oscuro, y habitualmente ma-demoiselle Cook, después de haber comido y con­versado con nosotros, se encaminaba en derechura al gabinete y, a petición suya, cerraba y o con llave la segunda puerta, guardando en mi poder la llave durante toda la sesión: entonces se bajaba el gas y se dejaba a Mlle. Cook a oscuras.

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Al entrar en el gabinete Mlle. Cook se tendía en suelo, apoyada la cabeza en una almohada y no tar­daba en aletargarse. Durante las sesiones fotográfi­cas, Katie envolvía con un chai la cabeza de su mé­dium, para impedir que la luz diese en su rostro. A menudo he levantado una punta de la cortina cuan­do Katie estaba de pie junto a ella, y no era raro en­tonces que las siete u ocho personas que se encon­traban en el laboratorio pudiesen ver a un mismo tiempo a Mlle. Cook y a Katie, bajo el vivo resplan­dor de la luz eléctrica. Entonces no podíamos ver la cara del médium por impedirlo el chai, pero divisába­mos sus manos y sus pies; la veíamos moverse peno­samente bajo la influencia de aquella luz intensa, y por momentos oíamos sus quejas. Tengo una prue­ba de Katie y su médium fotografiadas juntas, pero Katie está colocada delante de la cabeza de made-moiselle Cook.

Mientras y o tomaba una parte activa en estas se­siones, la confianza que Katie tenía en mí crecía gra­dualmente, hasta el punto de que no quería dar ya sesión si no me encargaba y o de disponerlo todo, di­ciendo que quería tenerme siempre cerca de ella y cerca del gabinete. En cuanto se hubo establecido esta confianza, y cuando ella estuvo segura de que yo cumpliría las promesas que la podía hacer, los fenó­menos aumentaron mucho en poder, y se me dieron pruebas que me había sido imposible obtener si me hubiese aproximado al objeto de una manera dife­rente.

Ella me interrogaba amenudo sobre las personas presentes a Jas sesiones, y sobre la manera como es-

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tarían colocadas, porque en los últimos tiempos se había vuelto muy nerviosa a consecuencia de ciertas sugestiones aviesas que aconsejaban el empleo de la fuerza para ayudar a unos modos de investigación más científicos.

Una de las fotografías más interesantes es la en que y o estoy de pie al lado de Katie: ella tiene su pie desnudo sobre un punto especial del pavimento. Luego, después, vestí a Mlle. Cook como Katie: ella y yo nos colocamos exactamente en la misma posición y fuimos fotografiados por los mismos objetivos si­tuados absolutamente como en el otro experimento, e iluminados por la misma luz. Cuando estos dos di­bujos están uno encima del otro, las dos fotografías mías coinciden perfectamente en la estatura y demás; pero Katie es media cabeza más alta que Mlle. Cook; y junto a ella parece toda una mujer. En muchas pruebas la amplitud de su cara y el grueso de su cuerpo difieren esencialmente de su médium, y las fo­tografías ofrecen otros muchos puntos de semejanza.

Pero es tan impotente la fotografía para pintar la perfecta belleza del rostro de Katie, que hasta las pa­labras lo son para describir el encanto de sus mane­ras. La fotografía puede, es cierto, dar un diseño de su postura; pero ¿cómo podría reproducir la brillan­te pureza de su cutis, o la expresión sin cesar muda­ble de sus tan movibles facciones, ora veladas de tristeza cuando refería algún amargo acontecimiento de su vida, ora sonriente con toda la inocencia de una jovencita, cuando había reunido a mis niños en torno de ella, y les divertía contándoles episodios de sus aventuras en la India?.

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Recientemente he visto tan bien a Katie, cuando estaba iluminada por la luz eléctrica, que puedo agre­gar algunos rasgos a las diferencias que en el artícu­lo precedente he anotado entre ella y su médium. Tengo la certeza más absoluta de que Mlle. Cook y Katie son dos individualidades distintas, a lo menos en lo concerniente a sus cuerpos. Varias pequeñas señales que hay en la cara de Mlle. Cook, faltan en la de Katie. La cabellera de Mlle. Cook es de un color tan oscuro que parece casi negra; un bucle de la de Katie, que tengo a la vista, y que ella me ha­bía permitido cortar de entre sus incitantes trenzas, después de haberlo recorrido hasta su fin y haberme asegurado de que realmente había brotado de su ca­beza, es de un rico color castaño dorado.

Una noche conté las pulsaciones de Katie: su pul­so latía con regularidad 7 5 veces, mientras que el de Mlle. Cook pocos instantes después alcanzaba 90 pul­saciones, que era su cifra habitual. Apoyando mi oído sobre el pecho de Katie, podía oir latir su co­razón en su interior, y sus pulsaciones eran todavía más regulares que las del corazón de Mlle. Cook, cuando ella, después de la sesión, me permitía el mismo experimento. Probados de igual manera los pulmones de Katie mostráronse más sanos que los de su médium, porque en el momento en que hice el experimento Mlle. Cook seguía un tratamiento mé­dico para un fuerte reuma.

Vuestros lectores encontrarán sin duda interesan­te que, a vuestros relatos y a los de Mr. Ross Church, referentes a la última aparición de Katie, vengan a agregarse los míos, a lo menos los que pue-

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do publicar. Cuando llegó para Katie el momento de despedirnos, la pedí el favor de ser el último que la viera. En su consecuencia, cuando hubo llamado a s í a todos los de la sociedad y les hubo dicho algo en particular, dio instrucciones generales sobre el modo como en adelante debíamos dirigirnos y sobre la pro­tección que había que dar a Mlle. Cook. De estas ins­trucciones, que fueron estenografiadas, menciono la siguiente: «Mr. Crookes ha obrado constantemente muy bien, y con la mayor confianza dejo a Floren­cia en sus manos, porque estoy perfectamente segu­ra de que no me faltará la fe que tengo en él. En to­das las circunstancias imprevistas podrá obrar me­jor que yo misma, porque tiene más fuerza.»

Una vez terminadas sus instrucciones, Katie me invitó a entrar con ella en el gabinete, y me permi­tió que me estuviera allí hasta el fin. Después de ha­ber cerrado la cortina, habló algunos instantes conmi­go , luego cruzó el aposento para acercarse a Ma-demoiselle Cook que yacía inanimada en el suelo. Inclinándose sobre ella, Katie la tocó y la dijo: «[Des­pertaos, Florencia, despertaos! Ahora es preciso que os deje.»

Mlle. Cook se despertó, y anegada en llanto supli­có a Katie que se quedase todavía algún tiempo más. «Querida, no puedo: mi misión está cumplida. [Que Dios os bendiga!» contestó Katie y siguió hablando a Mlle. Cook. Durante algunos minutos conversaron juntas, hasta que al fin a Mlle. Cook las lágrimas la privaron de hablar. Siguiendo las instrucciones de Katie, me lancé a sostener a Mlle. Cook que iba a caerse al suelo y que sollozaba convulsivamente. Miré

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a mi alrededor, pero Katie y su vestido blanco ha­bían desaparecido. En cuanto Mlle. Cook se hubo tranquilizado lo suficiente, trájose una luz y la con­duje fuera del gabinete.

Las sesiones casi diarias con que Mlle. Cook me ha favorecido últimamente han probado mucho sus fuerzas, y deseo dar a conocer todo lo posible las atenciones que la debo por su prisa en asistirme en mis experimentos. Sea cual sea la prueba que la haya pedido, ella ha consentido en someterse a ella con la más buena voluntad del mundo; su palabra es franca y va derecha al objeto, y jamás he visto cosa que ni remotamente pudiera parecerse a la más ligera apa­riencia de ganas de engañar. Verdaderamente, no creo que pudiese llevar un fraude a buen fin, si lle­gase a intentarlo, y si lo intentase, se le descubriría enseguida, porque tal manera de obrar es completa, mente ajena a su naturaleza. Y en cuanto a imaginar que una inocente colegiala de quince años haya sido capaz de concebir y sostener durante tres años con éxito completo una impostura tan colosal como ésta, y que durante éste tiempo se haya sometido a todas las condiciones que se le han exigido, que haya so­portado las más minuciosas investigaciones, que haya consentido en que se la inspeccionase a cualquier momento, ya antes, ya después de las sesiones; que haya obtenido todavía más éxito en mi propia casa que en la de sus padres, sabiendo que venía a ella expresamente para someterse a rigurosos ensayos científicos, y en cuanto a imaginar, digo, que la Katie King de los tres últimos años sea el resultado de una impostura, esto violenta más a la razón y ai buen sen-

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tido que el creer que es lo que ella misma afirma. No estaría bien en mí el cerrar este artículo sin dar

también las gracias a Mr. Mme. Cook, por las gran­des facilidades que me han dado para la prosecución de mis observaciones y experimentos.

Mi agradecimiento y el de todos los espiritistas deben hacerse extensivos a Mr. Charles Blanckburn por su generosidad que ha permitido a Mlle. Cook consagrar todo su tiempo al desarrollo de estas ma­nifestaciones, y en último lugar a su examen cien­tífico» ( i ) .

(i) Las apariciones de Katie King, suscitaron furores de combate entre amigos y enemigos de las ideas espiritistas. La opinión escéptica que muy arregañadientes toleraba los otros hechos de más sencilla estructura, observados por Crookes, puso el grito en el cielo frente a los testimonios en favor de un fastasma que se movía, andaba y hablaba como cualquier persona de carne y hueso.

Pocas personas se. inclinaron a creer que Crookes y sus amigos faltaran a la verdad, pero en muchas, fué ganando importancia la opinión de que había sido engañado hacién­dole víctima de un habilísimo fraude.

Los defensores del espiritismo defendían con tanto mayor entusiasmo el alto valor ante la ciencia del testimonio de Crookes, cuanto que en su defensa iba amparada la causa de la doctrina, y si bien Crookes en ningún momento he afirmado que creyese en la realidad de los espíritus al esta­blecer lo del fantasma de Katie King oponíase a los contra­dictores un formidable enigma que de no poder resolverlo lisa y llanamente, implicaba a fortiori, un gran paso dado hacia la victoria del espiritismo.

Años después publicó el Dr. Durand de Gros un libro ti­tulado La fin du monde des esprits, y ocupándose en él de las famosas apariciones de Katie King, afirma que la médium, la señorita Cook fué la encargada de realizar una estupenda

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Los fotograbados que siguen han sido hechos sin ningún retoque manual, de las fotografías de Katie King, sacadas por Crookes (por lo menos las repre-

superchería fraguada en la academia de médiums de Nueva York, centro que el Dr. Durand describe detalladamente re­velando cómo allí se enseña a verificar los fraudes, cómo se preparan los elementos necesarios para tales farsas; centro al que fué recomendado por el médium Home y que cons­tituye el eje central de las exhibiciones fenomenalistas que han inundado los países de Europa y de América.

Hay que advertir que el Dr. Durand de Gros si es un ad­versario de la doctrina espiritista y se declara igualmente enemigo de ciertas manifestaciones, defiende la realidad do las demás y afirma la del mediunismo, complaciéndose en reconocer excepcionales fecultades como la del propio Home y añadiendo que él mismo llegó a desarrollar las ne­cesarias para producir las más frecuentes de las sesiones espiritista.

Por consecuencia el testimonio dsl Dr. Durand de Gros, tiene a nuestro juicio verdadera importancia.

Hace pocos años un distinguido astrónomo español y per­sona muy versada en lo tocante al estudio de las manifesta­ciones medianímicas, don José Comas y Sola, publicó un es­tudio acerca de los médiums y en él ofrece los siguientes reparos a las apariciones de Katie King.

» i.° Crookes afirma que cerraba las puertas, y nada más, lo cual no representa ninguna garantía ante la magnitud del fenómeno. La obscuridad casi absoluta de la habitación facilitaba enormemente ¡a introducción de un intruso en ella; 2." Crookes parece no desplegó todo el rigorismo nece­sario en calidad y número de los asistentes a las sesiones; por los demás, no dice que se recontarán las personas pre­sentes de empezar la sesión y mientras tenía lugar la sesión. 3 . 0 No se ató nunca a la médium, y es muy poco explícito Crookes en cuanto se refiere al registro completo de la mis­ma (dejo aparte las experiencias con Varley, en que se hizo uso de un control eléctrico pero que tuvieron lugar

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sentadas en las figuras 17 y 18.) La figura 19 repre­senta según el honorable Wílliam Crookes, de quién personalmente hemos recogido el informe, al doctor Gully teniendo a Katie King de la mano. Esta foto-

.grafía ha sido hecha por Harrison. En cuanto a las dos últimas (figuras 20 y 21), Crookes dice que la una está poco destacada (figura 20) y que la otra aunque muestra una cara parecida a la de Katie no ha que­dado en sus recuerdos. Pero en la carta con que nos honra, la afirmación de William Crookes, en lo que se refiere a las dos primeras fotografías (figuras 17 y 18) es absoluta: fué ciertamente él quien las obtu-

' en casa de Luxmore, que era quien dirigía la sesión). La mentalidad de Katie King era perfectamente vulgar y

en nada se diferenciaba de la de los demás vivientes. No resalta en su conversación nada que se relacione con su es-pécialísimo estado. Aparecía instruida en cuestiones de es­piritismo y en su conversación se refleja un estado de opi­nión, verdadero o aparente, perfectamente en armonía con la época y sobré todo con las prácticas espiritistas en uso

" después de los no lejanos y sensacionales fenómenos de las famosas hermanas Fox, de los Estados Unidos.

Florencia Cook casó en 1 8 7 4 (poco tiempo después de estas experiencias) y parece que no volvió ya a repetirlas con frecuencia. Pero se asegura que posteriormente a las sesiones de Crookes se la sorprendió en flagrante delito de superchería (Les/orees naiurelles incouunes, página 466 de lá última edición.— C. Flammarión). Murió Florencia Cook en 1904.»

Apésar de lo expuesto y de otras muchísimas declaracio­nes en pro y en contra que detenidamente hemos leído, nues­tra convicción es firme. Creemos en el inmenso valor del testimonio de Crookes; creemos en la realidad de los fenó­menos por 'él observados, e ignoramos (Sin negarla), la exis­tencia de los espíritus.—(N. DEL T.)

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vo, y la persona que reproducen es, sin duda, la de-Katie King, o sea una entidad que se formaba por completo ante sus ojos, y desaparecía con la propia sencillez.

En el fondo de la figura 17, se destacan tres filas de frascos, de los cuales una es muy visible. Esta prueba fué sacada en el domicilio de Crookes, y los frascos son los de su laboratorio fotográfico.

La fotografía reproducida por medio de fotogra­bado (figura 19), se vende en Inglaterra y en Améri­ca en todas las librerías. El ejemplar que tenemos a la vista, lleva al dorso la nota que a continuación tra­ducimos literalmente.

FOTOGRAFÍA DEL ESPÍRITU MATERIALIZADO: KATIE KING

Leer la fiel observación que sigue: .esta fotografía que es una copia ampliada de la original, tomada en Londres a la luz del magnesio, representa la forma del espíritu materializado Katie King, alias: Annie Morgan, quien durante tres años, fin de mayo 1874, vio en presencia de varios asistentes, por interven­ción de la mediunidad de miss Florence Cook. El gehtlemari que tiene su mano es el Dr. J. M. Giilly, muy conocido de los americanos que han visitado el establecimiento hidroterápico de Great-Malvern. En marzo, 1874 M. C.-F. Varley, F.-R. S (i) ingenie-rojefe de la C.' a .del cable trasatlántico, y el profe­sor Crookes, F.-B.-.S ilustre químico, han compró­

la) Fellow-Royal-Soeiety, es decir miembro de la Socie­dad Real de Londres.—(N. DBL A).

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bado por una prueba eléctrica que miss Cook esta­ba en el interior del gabinete (de M. Crookes) todo el tiempo que el espíritu de Katie estaba fuera (en otra sala) paseándose en medio de los asistentes y con­versando con ellos. El 12 Marzo 1874, el profesor Crookes, por medio de una lámpara de fósforo, vio a Kátie estando en su gabinete muy cerca de miss Cook y se convenció de la realidad objetiva distinta de dos personas. El 7 Mayo 1874 Benjamín Coleman Esq, a quien debemos esta fotografía, estuvo presente én una sesión respecto de la cual escribe: «M. Croo­kes levantó la cortina y él, yo y otros cuatro presentes que estaban cerca de mí, vimos juntos y al mismo tiempo la forma de Katie vestida con su traje blanco y al lado la forma de la médium acostada, cuyo ves­tido era azul y tenía un chai rojo sobre la cabeza.» Señores Florence Marryat Ross-Church que estaba presente a las tres sesiones, el 7, 13, y 21 Mayo 1874, testifica que ella ha visto a la médium y a Katie jun­tas y que ha sentido su cuerpo desnudo bajo las ro­pas, así como que su corazón latía rápidamente y que pudo certificar que «si es una fuerza psíquica, la fuer­za psíquica es positivamente una mujer». Añade: «Nú debo olvidarme de decir que cuando Katie cortó delante de mí, doce o quince pedazos de tela di­ferentes, en la parte delantera de su túnica blan­ca para dejarlos como recuerdo a sus amigos, el examen más minucioso no podía hallar agujeros en el sitio donde los pedazos fueron cortados. Ocurrió la misma cosa con su velo y he visto repetir el caso varias veces». La desaparición del es­píritu materializado después de entrar en el ga-

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bínete con la mayor frecuencia, era instantánea.» Estas fotografías se venden a ciencia y paciencia

de las personas, cuyos honorables nombres figuran en la descripción que precede. ¿Por qué no ha pro­testado ninguno contra semejante abuso, si es que el abuso existe?

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CAPITULO III

EXPERIMENTOS DE ZOELLNER

§ 1 •

Después de todo lo que acabamos de describir, podríamos abordar el contenido de la tercera parte de nuestro trabajo en lo que exponemos nuestras ex­perimentaciones personales; pero aún falta que de­mos a conocer las diversas teorías ideadas por los que comprobaron los fenómenos llamados espiri­tistas.

Además, aunque esta obra sea forzosamente incom­pleta—puesto que no citamos todos los experimen­tos de los hombres de ciencia y de otras personas muy respetables—no podemos pasar en silencio, los que Zoellner ha dado a conocer hace poco. (Wis-senschaftliche Abhandlungen 1877-81, Leipzig (4 vo­lúmenes en-8°). Ver igualmente Naturwissenschaft und, christliche Offenbarung, Leipzig, 1881.) Zoell­ner, cuya pérdida reciente llora la ciencia, era un as­trónomo muy distinguido, profesor de la universi­dad de Leipzig, miembro correspondiente del Ins­tituto de Francia, etcétera. Los experimentos de Zoellner, se efectuaron con el auxilio de un médium que nos es conocido, y con quien hemos realizado una gran parte de nuestras propias observaciones;

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nos referimos a Slade, médium americano. En la ma­yoría de sus experimentos acompañaron a Zoellner, hombres de tanta importancia científica como los profesores Fechner, Braune, Webér, Scheibner y Thiersch, el ilustre cirujano cuyo talento pudimos apreciar durante nuestra permanencia en Alemania, en el transcurso de una misón científica que nos fué confiada por el ministro de Instrucción pública:

No ignoramos que Wundt, profesor de filosofía, después de asistir a una sesión verificada en el domi­cilio de Zoellner, se creyó en el deber de criticar en forma muy viva los fenómenos producidos, crítica basada principalmente en que los experimentos que había presenciado, se descuidó el examen de las mangas de Slade donde debía llevar oculta cualquier máquina de escribir. Tampoco desconocíamos, antes de empezar los experimentos con Slade todo lo ma­lo que de él se había dicho y todo el daño que se ha procurado hacerle; pero estábamos bien resueltos, no obstante la grandísima desconfianza que esas malé­volas insinuaciones nos habían inspirado y también quizá a causa de ello, cosa a dar crédito por lo pron­to y solamente a aquello que nosotros observáse­mos. Las críticas de Wundt no nos parecieron inspi­radas en un espíritu positivamente científico. Se no­ta que Wundt no es hombre para quien la experi­mentación resulta asunto familiar; a fuerza de temer la mistificación, llega, sin duda a engañarse a sí mis­mo; el miedo a la superchería le hace víctima del error. Es un efecto muy conocido desde la antigüe­dad que nuestros antecesores representaron en la fá­bula de Scila y Caribdis.

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Los fenómenos producidos por Slade en casa de Zoellner son los siguientes:

I.° Movimiento por la sola «fuerza» de Slade, de la aguja magnética encerrada en la caja de una brú­jula. . 2° Golpes dados en una mesa; proyección sin

contacto de un cuchillo a la altura de un pie. 3. 0 Movimiento de objetos pesados; la cama de

Zoellner desplazada a dos pies de la pared, estado Slade sentado y vuelto de espaldas, las piernas cru­zadas y perfectamente a la vista de todos.

4. 0 Una pantalla es rota con estrépito, y sin con­tacto con el médium; los fragmentos son lanzados a cinco pies de él.

5. 0 Escritura producida, en varias ocasiones, en­tre dos pizarras de la pertenencia de Zoellner, que fueron puestas en sitio muy visible. Este es el fenó­meno que nosotros hemos estudiado más particular­mente con la intervención de Slade.

6.° Imantación de una aguja de acero. 7.0 Reacción acida dada a substancias neutras. 8.° Impresión de manos y de pies desnudos so­

bre negro de humo y en harina, sin corresponder estas huellas a pies ni manos del médium, respecto del cual hay que advertir que sus pies y sus manos, permanecieron constantemente a la vista de todos, durante la experimentación. Además, en ningún mo­mento se quitó el calzado.

9. 0 Nudos producidos en tiras de cuero selladas en las dos puntas, y retenidas bajo las manos de Slade y de Zoellner, e t c . . Zoellner, en su obra, ofrece los detalles más minuciosos acerca de éste experi-

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mentó. Las conclusiones que se pueden deducir son las mismas que se deducen de los trabajos de Croo­kes. Y una de dos, o el sabio eminente, que llegó al fin de una gloriosa carrera científica, ha sido un im­postor (pues no puede aceptarse que fuera engañado, en vista de las precauciones de que se rodeó), o ha dicho la verdad. Por nuestra parte, confesamos tener una confianza absoluta en la veracidad de sus afirma­ciones.

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CAPITULO IV

TEORÍAS IDEADAS PARA EXPLICAR LOS FENÓMENOS LLAMA­DOS ESPIRITISTAS

Damos por admitida la existencia de esta clase de fenómenos, pues aunque en realidad el fraude ha si­do el único fundamento de cierto número presenta­dos como de buen origen espiritista, la hipótesis de la constante intervención del engaño, es inadmisible, y contrariamente afirmamos que los fenómenos son una realidad. Lo afirmamos, no porque creamos que así ocurre, sino porque estamos científicamente segu­ros de su verídica condición.

La hipótesis de las alucinaciones individual o co­lectiva, queda invalidada por el registro de la mani­festación, mediante el concurso de aparatos gráficos y los de fotografía, así como también por las mar­cas permanentes (escritura, impresiones, etc., etcéte­ra.) Lo mismo puede decirse respecto de la hipótesis de los movimientos inconscientes, en la cual Faraday, Babinet y Chevreul intentaron apoyar sus teorías. Que nos perdonen los partidarios de rechazar la cuestión sin examen; pero discutir ya hoy estos mo­dos de argumentar, equivaldría a cometer, en cierto modo, un arcaísmo.

Decimos, pues, que los fenómenos existen; ¿pero qué explicación podremos darles? Ha llegado el mo-

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mentó de hablar de las teorías ideadas con tal pro­pósito.

"1.a TEORÍA. Un fluido especial se desprende de la persona del médium, y se combina con el de los pre­sentes para constituir una personalidad nueva, tem­poral, independiente en cierto modo, y productora de los fenómenos observados. Esta teoría podría de­nominarse, teoría del ser colectivo.

2. a TEORÍA. Todo es producido por el diablo o sus agentes. Esta es la profesada por de Mirville y por todas las escuelas cristianas.—Teoría demoniaca.

3 . a TEORÍA. Existe una colección de seres, un mundo inmaterial y viviente al lado nuestro, que da a conocer su presencia en determinadas condiciones. Son estas entidades las distinguidas en todo tiempo, con los nombres de genios, hadas, silvanos, duendes, gnomos, trasgos, etc. A este modo de ver se adhiere el de los budistas de la India y Europa (teósofos) quienes adjudican la producción de los fenómenos a espíritus vitales incompletos, a seres no acabados que denominan elementales.—Teoría gnómica.

4. a TEORÍA. Todas estas manifestaciones provie­nen de los espíritus o almas de los muertos, que se ponen en relación con los seres vivientes, y manifies­tan sus buenas cualidades o sus defectos, su supe­rioridad o por el contrario, su condición inferior, lo propio que sucedería si estuviesen vivos aún.—Teo­ría espiritista.

Tales son las principales hipótesis ideadas por los que han estudiado los fenómenos espiritistas. Todos admiten la existencia de ciertas propiedades inheren­tes a determinadas personas, cuya presencia es nece-

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saria para la obtención de los hechos. Los defenso­res osbtinados del mecanismo vital que vieron la se­rie completa de dichas manifestaciones, permanecie­ron mudos los unos y desecharon sus propias teo rías los otros: Los que no han visto otra cosa que la parte más sencilla de ellas, admiten, a su pesar, la existencia de un fluido nervioso material que actúa fuera de algunos individuos, como actúa dentro de todas las personas; pero los espiritistas les han he­cho advertir que si este fluido se manifiesta de modo tan poderoso fuera de la materia viviente, no es iló­gico suponer que pueda existir individualmente una vez que la materia muera. Los materialistas replica­ron y la discusión continúa.

Y si se nos pregunta a qué hipótesis nos inclina­mos ó si tenemos alguna otra que presentar, respon­deremos:

—¿Nosotros? Nosotros no tenemos teoría. NOSOTROS BUSCAMOS.

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TERCERA PARTE

PARTE EXPERIMENTAL

CAPITULO PRIMERO

§i Por todo lo que antecede, el lector podrá formar

precisa idea del estado en que se halla hoy el pro­blema del espiritismo.

Quizá en nuestra exposición nos hayamos demos­trado algo parciales en favor de los hombres de cien­cia que accedieron a investigar sin prevención fenó­menos que, por nuestra parte, también hemos suje­tado a minuciosas experimentaciones. Pues bien; de­mos por supuesto que nada hemos dicho: de manera alguna nos queremos hacer responsables de lo que otros escriben, y sencillamente rogamos al lector que suspenda sus juicios. Ahora sí, por lo que correspon­de a la presente parte de esta obra, donde se con­signan los resultados de nuestras particulares obser­vaciones, aceptamos en absoluto la responsabilidad de. los hechos en ella relatados.

Nos permitiremos recordar que cuando dimos co­mienzo a los estudios psicológicos, no teníamos nin-

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gún parecer preconcebido referente a la cuestión. Recordaremos también, que después de haber oído hablar con aire de convencimiento a honorables per­sonas, nos creíamos en el deber de quitarles un gé­nero de ilusiones que imaginábamos perniciosas. Hoy si no compartimos el modo de opinar de los espiri­tistas, reconocemos, no obstante, que está fundado en hechos que aparentemente les dan la razón. Per­sistimos en el parecer, de que la ciencia tiene la obli­gación de no esquivar por más tiempo el examen de los fenómenos, y aunque lo pretendiera no le sería posible en las circunstancias actuales. El debate ya se ha planteado, por lo menos en el extranjero, y abri­gamos la esperanza de que nuestra iniciativa desarro­llada en la presente obra, no será estéril y de que en Francia se nos reconozca el mérito de haber puesto claramente la cuestión sobre el tapete. ¿Llegaremos a resolverla? ¡Ckí lo sal

Vamos a someter al examen del lector cierto nú­mero de experimentaciones que hemos realizado con varios «sujetos» provistos de esa fuerza particular (psíquica, ódica, eténica, electro-biológica, etc.), ma­nifestándose en que los individuos, de ella dotados, son capaces de producir, por su intervención, lo que la generalidad de las gentes no pueden hacer, los fenó­menos llamados psíquicos. En cuanto a explicar cómo puede surgir este agente, nada se sabe todavía, pero es indudable que los brahmas indios, de quienes he­mos hablado anteriormente, poseen el arte de desarro­llarlo en sus faquires con una intensidad muy supe­rior a cuanto conocemos.

Ya. hemos dicho que hicimos diversos ensayos - 256 —

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FIGURA 16 Fotografía de Kntie King obtenida a la luz eléctrica. Reproduc­

ción por el fotograbado sin ningún género de retoque.

FIGURA 17 Fotografía de Katie King, obtenida por William Croolces

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FIGURA 18 Fotografía de Katie King, obtenida por M. Harrison. A la dere­

cha, está retratado el Dr. Gully, de-Londres

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FIGURA 21 Fotografía de la escritura directa obtenida por el autor

con el médium Slade.—Experimento mím. 1

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FIGURA 22 Fotografía de la escritura directa obtenida por el autor

con el médium Slade.—Experimento num. 2

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FIGURA 23 Fotografía de la escritura directa obtenida por el autor

con el médium Slade.—Experimento núm. 4

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FIGURA 24 Fotografía de la escritura directa obtenida por el autor

con el médium Slade.—Experimento núm. 9

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FIGURA 19 Fotografía de Katie K i n g , en la que aparece envuelta

en un amplio velo -

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FIGURA 20 Fotografía de Katie K i n g retratada al lado de William Crookes

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para obtener, de viste, cierto número de fenómenos denominados psíquicos. Hemos citado un efecto bas­tante notable, obtenido cierta vez. No obstante, tra­taremos de sacar partido de los experimentos hechos con las mesas y con la ayuda de distintas personas que no cultivan profesionalmente sus propiedades neuro-biológicas».

Estas experimentaciones ya son de por sí bien dignas de atención; pero tenemos algo mejor que poder ofrecer, y en esta obra, a la que no hemos de dar desmesuradas proporciones, no expondremos la totalidad de lo observado. Nos basta únicamente con afirmar que cuando la mesa se mueve y golpea, no cabe duda que lo realiza sin la intervención muscu­lar de las personas presentes, siempre que la expe­rimentación se efectúe de un modo sincero. Si se nos probara que es necesario hacer la demostración de lo que decimos, téngase por seguro que sé hará en su día; pero ahora estimamos preferible pasar se­guidamente a hechos de un orden más elevado. Quien puede lo más, puede lo menos.

No queremos c : ar más que un solo hecho, bas­tante divertido. En cierta noche del pasado invierno, nos encontrábamos en la casa de M. B..., profesor distinguido que dispone de la facultad de «hacer ha­blar» a las mesas, como vulgarmente se dice. Alguien propuso dar otra acometida a nuestro excepticismo, con relación a la tesis espiritista, obsequiándonos con una «sesión de mesa». El señor y señora B..., pusieron sus manos sobre la mesa del comedor y nos invitaron a hacer lo mismo; consentimos en ello por complacerles. Pronto la mesa comenzó a moverse,

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y por medio de golpes que correspondían a las le­tras del alfabeto, nos obsequió con unas cuantas jocosidades de gusto tan duduso, que la joven seño­ra de B. enrojeció de vergüenza. El señor B. nos dijo: —Ya sé quien es; se trata de un espíritu infe­rior, más bien malo que bueno, del que no podemos librarnos. —Pero he aquí que repentinamente la «co­municación» cambia de tono, y una frase muy her­mosa nos fué dictada. El estilo de ésta, difería abso­lutamente de los deletreos recogidos hasta entonces, y nos dijimos riendo que el espíritu comunicante por fuerza tenía que ser otro. La mesa protestó dictando: «Es el mismo»—. Entonces respondimos: —«Tú no eres el autor de la frase»—. Contestación: —«No»—. Pedimos el título de la obra donde estuviesen escri­tas aquellas palabras, y el título nos fué dado (el vo­lumen por casualidad le tenía el señor B. en su bi­blioteca), y también el número del capítulo donde estaba el párrafo. Debe consignarse que el número exacto del capítulo no nos le dio hasta la tercera vez, después de haber hojeado el libro buscando en varios lugares. La frase fué encontrada al fin, y co­rrespondía casi textualmente al dictado de la mesa. Para terminar se pidió al «espíritu» que se diera a conocer, y nos respondió, en pocos minutos, con los versos siguientes:

«Je sui au paradis ainsi qu'un déclassé, Je me melé, démon, a la foule des anges, Je souille leurs blancheurs au contact de mes fanges; Prés des amphores d'or, je sui un pot cassé

* Satán»

¡Oh! Dinos aún señor Satán, a quién has ro-- 258 -

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bado eso, porque sospechamos que tuyo no es. Satanás en esta ocasión fué buena persona; nos di­

jo que era el Satán de que habla Víctor Hugo (Lafin-de Satán. Obras postumas) y que pronto iba a recu­perar su celeste categoría en la mansión de los ele­gidos. Luego nos dio las «buenas noches», diabóli­camente, obligando a la mesa a hacernos a cada uno una graciosa reverencia.

Tales son, sobre poco más o menos, la mayoría de las sesiones dadas por las mesas; se explica que sus más entusiastas admiradores de los primeros tiem­pos hayan renunciado a la labor, visto que no les re­velaba ninguna novedad de importancia. Se com­prende que los budistas y teósofos reprueben las «evo­caciones» de semejante índole, porque como dicen unos y otros, los espíritus inferiores son los únicos que se manifiestan, y su contacto es impuro.

Por nuestra parte nos adherimos al parecer de la Sociedad Dialéctica de Londres, la cual decide, en virtud de sus propios experimentos, que «si las co­municaciones son en su mayoría de un carácter ba­nal, también ofrecen frecuentemente detalles que solo son conocidos por uno de los circunstantes». Cuando cualquier cosa que sea, no es conocida pre­cisamente más que por la persona excéptica que efec­túa el experimento, toda idea de simulación o de su­perchería, habrá de ser rechazada. Esto es lo que se necesita demostrar.

La experimentación de la mesa, es rudimentaria, poco decisiva para las gentes vulgares; pero el obser­vador concienzudo, pudiendo convencerse de su rea­lidad, ha de reconocer su considerable importancia.

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De todas maneras, es lo más fácil de practicar, ya que tres o cuatro personas, elegidas casualmente, con la simple imposición de las manos llegan a conseguir, de cada diez veces, siete, que se mueva y que dé co­municaciones inteligentes al cabo de más o menos tiempo.

§n EXPERIMENTOS REALIZADOS CON S L A D E

Antes de describir los experimentos que hemos realizado con Slade, no carecerá de interés, sin duda, decir en pocas palabras qué clase de persona es la que en los actuales momentos denominan los perió­dicos, «el famoso médium americano.»

Según los detalles que él mismo nos ha comunica­do, Slade nació en 1836, en Shatynia, condado de Fradonia (América del Norte); tiene, por consecuen­cia, cincuenta años. Desde su nacimiento se manifes­taron sus facultades •neurc-psiquicas. «Siendo niño y durante mi permanencia en la escuela—nos escribe Slade—los «raps» se producían en todos sitios, has­ta en mi pupitre, lo que con frecuencia me trajo se­veros castigos, pues se me acusaba de causar el estré­pito con ios pies, acusación que también me hacen las gentes hoy en día». La escritura directa la obtuvo hacia 1860. Con posterioridad recorrió América, Eu­ropa y Australia. En Londres, en 1876, fué procesa­do a causa de sus experimentos, que se calificaban de magia, ateniéndose al texto de una vieja ley, no derogada. Se le encarceló preventivamente, y al fin fué absuelto.

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En Abril de 1878, verificó sus experimentos con Zollner en Leipzig, a su regreso de San Petersburgo: después marchó a Sydney (Australia). «En todas par­tes—dice—he hallado gentes que me acusaban de impostura; lo que tuvo por resultado promover el examen de las personas serias».

Al marcharse de Australia, a comienzos de 1879, Slade sufrió un ataque de apoplegía, quedándole una hemiplegía del lado derecho que fué completa duran­te varios meses. En 1881, la parálisis había cesado; pero un segundo ataque hizo que reapareciese, de forma, que en la actualidad no está aún curado de ella. Efectivamente, hemos podido observar a Slade un gran número de veces. Arrastra ligeramente la pierna derecha y en cuanto al brazo del mismo lado, se vale de él con manifiesta torpeza. Para nosotros no admite duda que si él quisiese hacer trampas, se­ría descubierto enseguida, pues sus condiciones no le favorecen de ningún modo para usar destrezas de prestidigitador.

Hemos observado comparativamente, la fuerza muscular de ambos miembros superiores, con la ayu­da del dinamómetro de Colin y Chnrriere y del exa­men resultan las siguientes anotaciones:

Mano derecha: 27 K°? de presión Mano izquierda: 35 K°» de id

Como escribe Zollner, «la impresión personal que produce Slade es favorable y su porte es modesto». Es de aventajada estatura y por su aire, más se ase­meja a un francés que no a un anglo-sajón. Su madre era francesa de origen, y él ni habla ni entiende otra lengua más que la inglesa.

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Principalmente a título de médico es como llega­mos a conocer a Slade: le visitamos, en cierta oca­sión en que padecía cierta especie de postración ner­viosa acompañada de delirio; en tal estado estuvo cinco días.

Por causa de su especial condición nerviosa, y tam­bién, sin duda, en razón de su hemiplegía, Slade está sometido a movimientos reflejos y a hacer gestos in­voluntarios, bastante frecuentes, que quizá sean el apo­y o de las acusaciones que se le han lanzado. Debemos confesar que conocedores de lo que de él se decía, hemos sido siempre, y sobre todo en las primeras ocasiones, muy circunspectos; digámoslo más clara­mente, muy desconfiados; pero a pesar de nuestra atención sostenida, de nuestras precauciones infinitas llenas de sospechas, y el perfecto estado de nuestras percepciones para la observación, nunca pudimos sorprender en Slade nada que se pareciera, a las ve­leidades del fraude. En lo que nos concierne, no ten­dremos más que palabras de elogio, para la buena voluntad con que se ha sometido a cuantos inqueri-mientos nos pareció conveniente someterle desde el instante que le fué conocido el objeto de nuestras investigaciones. En los principales experimentos que con él hemos verificado, comenzábamos por exami­nar la estancia donde se realizasen, cuando no era alguno de nuestra propia casa. Le hacíamos descal­zarse para inspeccionar los zapatos y sus pies. Reco­nocíamos la parte interior de las mangas y de las ropas que llevaba puestas, y todo esto lo hicimos con una severidad ,que hoy nos inspira el deseo de pedir­le perdón por tan injuriosa manera de tratarle.

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Aparte de algunas sesiones que verificamos en el comedor y en la sala de nuestro domicilio, los expe­rimentos principales se verificaron por el día, a ple­na luz, delante de un balcón que daba a la gran ave­nida del barrio de la Estrella y sobre una mesa sen­cilla, pintada de negro que hemos mirado y remira­do cada vez y en todos sentidos. La mesa medía o™. 74 de altura y I m . 08 por im. 02 de superficie

En la descripción que vamos a hacer dividiremos los experimentos en dos categorías: 1 . a Fenómenos di­versos; 2. a Escritura directa.

Las dos clases, frecuentemente las obtuvimos en la misma sesión; pero queremos consagrar especial aten­ción a la escritura directa, en virtud de las precau­ciones de que pudimos rodearnos para observarla. Conviene que establezcamos cierto orden en el rela­to para impedir toda especie de confusiones, y al efecto de no prolongar excesivamente este capítulo, llenándole de inútiles repeticiones, nos parece opor­tuno dar algunos detalles generales acerca de las cir­cunstancias en que llevamos a efecto la investigación. Antes, ya hemos dicho algo a propósito de esto, y nos resta añadir que verificamos con Slade treinta y tres sesiones, y de ellas, tres en nuestra propia casa; que de dichas treinta y tres sesiones, más de la mi­tad resultaron casi nulas y que dos, definitivamente no dieron ningún resultado. Por consecuencia, sólo citaremos las principales.

Las personas que asistieron a nuestras sesiones, nos son perfectamente conocidas: toda idea pues, de compadrazgo tiene que ser prescrita. Con frecuencia nos hemos reunido cuatro y cinco personas, com-

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prendiendo en este número el médium; pero nunca contamos menos de tres en toda ocasión. Después de las sesiones poníamos en limpio el informe to­mándolo de las notas taquigráficas que hacíamos en el transcurso del experimento.

Podemos afirmar, después de concienzudo exa­men, que ningún mecanismo existía en los muebles que usamos. En este asunto, tenemos suficiente com­petencia, por lo que nos es dable garantir lo que de­tallamos.

§111 EXPERIMENTOS D E L A PRIMERA

CATEGORÍA. FENÓMENOS DIVERSOS

PRIMERA CLASE.—FENÓMENOS DE PERCUSIÓN.—GOLPES DADOS.—SONIDOS DIVERSOS.—En la mayoría de las experimentaciones que hemos efectuado con diferen­tes médiums, hemos oído en el mueble, sobre el cual apoyaban las manos, ligeros crujidos; y pequeños golpes secos, que se obtenían, a veces, a petición nuestra; pero tratándose de Slade, los fenómenos de percusión eran percibidos distintamente, en ocasio­nes con extraordinaria fuerza. Ya hoy sería infantil argumentar que los músculos personales de Slade tuvieran intervención en el hecho. Pasemos, pues, a otra cosa.

Cuando nuestras manos estaban situadas sobre la mesa, se oían al mismo tiempo que se sentían los golpes sordos dados en ella. Dichos golpes produ­cíanse también frecuentemente en la silla de Slade y muchas veces los hemos sentido en la nuestra, co .

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mo si alguien descargara el puño sobre el respaldo. En cada ocasión, nos hemos convencido de que

ningún contacto existía entre nosotros y el médium, ni con ninguna otra persona. Los golpes se obtenían frecuentemente a petición nuestra. Así en la sesi m del II de mayo de 1885, a las diez y media de la mañana, en casa de Slade, se dio un golpe violento en la parte central de la mesa y pedido por nosotros, pronto se oyó otro, aún más fuerte, que parecía co­mo si fuera dado con un martillo y con el propósito de romper el mueble. Durante todo el hecho, las ma­nos y los pies de Slade estaban a la vista de todos, y todos estamos conformes en que el médium no se movió.

El mismo día, y también a petición nuestra, o ímos imitado el ruido de un lápiz que escribiera en la mesa.

El 27 de Mayo, en nuestro comedor, donde Slade entraba por primera vez, el fenómeno de percusiones fué curioso en extremo. Hubiérase dicho, que alre­dedor del médium, sentado y solo, en plena claridad de dos fuertes lámparas de luz intensa, estaban va­rias gallinas picoteando en el suelo. Dos golpes fue­ron sentidos por las personas de nuestra familia y por nosotros bajo la suela de los zapatos. El efecto que producía no era ciertamente muy agradable.

II C L A S E . M O V I M I E N T O D K C U E R P O S C O N C O N T A C T O D E L

MÉDIUM.—El más curioso efecto de dicha espacie ob­tenido ante nosotros por Slade, en repetidas ocasio­nes, fué la «levitación» completa de la mesa que sirve para los experimentos (sin mecanismo, por supuesto); por la simple imposición de las manos, la mesa se le-

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vantaba y se invertía para tocar el techo con sus cuatro patas, por encima de nuestras cabezas; esto se realizó en menos tiempo del que se necesita para contarlo. Sin querer hacer gala ni de fuerza, ni de destreza, podemos decir que aun reconociéndonos superiores al médium, en ambas aptitudes nos ha si­do imposible imitar dicho fenómeno.

III CLASE.—MOVIMIENTO DE CUERPOS MÁS O MENOS PE­SADOS, SIN CONTACTO CON EL MÉDIUM.—Hemos asisti­do frecuentemente a la realización de este muy no­table fenómeno; citemos algunos casos.

El 29 de Abril de 1886, en una sesión durante el día, Slade estaba sentado delante de la ventana con sus pies vueltos hacia nosotros (cuando se volvía de cara a la mesa, nosotros quedábamos a su lado dere­cho); de pronto, una silla situada a un metro veinte centímetros (hemos medido exactamente la distancia con ayuda de un doble metro de cinta), dio media vuelta sobre sí mismo y fué a chocar contra la mesa como si la trajese un imán.

El I I de Mayo de 1886, estando Slade en la posi­ción ordinaria (como se ha explicado antes) en pleno día, a las tres y media de la tarde, un cofre coloca­do a setenta y cinco centímetros de la silla del mé­dium, se puso en movimiento, bastante lentamente al principio, al separase de la pared contra la cual estaba apoyado, de manera que pudo verse que no existía ningún contacto entre el baúl y los obje­tos que le rodeaban. Avanzó hasta venir a chocar vio­lentamente contra la mesa: Slade le daba la espalda; M. A.. . y nosotros estábamos de frente. No podría­mos describir el efecto que produjo ver cómo el pe-

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sado cofre por un instante parecía tener vida pro­pia. El mismo día, una silla situada al lado del aludi­do arcón, fué derribada pocos momentos después a más de dos metros del médium.

El 12 de Mayo, y a petición nuestra, una silla fué proyectada, como por efecto de un resorte, a un me­tro cincuenta centímetros de altura.

Inmediatamente después de haberse producido un movimiento semejante a los precedentes, nos hemos cerciorado, por la inspección del suelo, de las pare­des y de los muebles, que ninguna hipótesis física o mecánica, podía explicar, de manera satisfactoria, las proyecciones que acabábamos de ver.

En varias sesiones, una pizarra, sobre la que había un lápiz, y que era sostenida por Slade, debajo de la mesa, hemos visto al lápiz describir una línea curva, semi-circular, para venir desde debajo de la parte central del mueble, a caer sobre el centro de la tabla del mismo. El fenómeno se produjo espe­cialmente a presencia de Mme. de B..., que asistió a la sesión del 24 de Julio de 1886.

Igualmente, en varias ocasiones, hemos visto una pizarra de las de marco (modelo Faber, núm. 7), abandonar la mano de Slade para situarse sobre la mesa, y atravesándola en toda su longitud ( l m 0,8)> venir a ponerse suavemente en nuestra mano. Cuan­do la cogíamos, nos daba la sensación de la resisten­cia causada por otra mano que la tuviese cogida. Du­rante este tiempo no perdíamos de vista las manos del médium, y distinguíamos sus rodillas que tenía fuera de la mesa. Un experimento análogo fué he­cho en nuestra presencia y estando acompañado de

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uno de nuestros amigos, M. L..., redactor jefe de un periódico político de París.

Una vez, el mismo fenómeno se produjo ante ma-dame de B... (el 24 de Julio). Estábamos a la dere­cha de Slade, sin que se nos escapara ni uno solo de sus ademanes. La pizarra se deslizó bajo la mesa, marcando un trayecto de más de un metro de lon­gitud, y después de haber rozado suavemente nues­tras rodillas, vino a posarse sobre la mano quema-dame B... tenía bajo el borde del mueble; pero sólo a la tercera vez la pizarra llegó al punto designado.

En varias ocasiones hemos visto a la pizarra an­tes de ir a situarse directamente en la mano de la persona que permanecía de cara a Slade, mostrarse en el extremo de la mesa a la cual el médium volvía la espalda; golpear el borde del mueble reiterada­mente, como reclamando atención, con su parte in­ferior de tal manera que se hubiera creído que una mano invisible la cogía por el opuesto lado. Ense­guida pasaba a situarse en la mano de uno de los pre­sentes o en la de Slade.

En estas diferentes ocasiones no hemos sorpren­dido ningún ademán sospechoso de Slade, quien por el contrario, procuraba reprimir los movimientos reflejos que le producía el más leve ruido. Hemos mirado siempre bajo la mesa tan pronto como pasa­ba la pizarra, pero nunca sorprendimos nada de par­ticular.

En el género de fenómenos a que consagramos este artículo, se puede incluir el hecho siguiente, que hemos observado con toda clase de precaucio­nes. Después de haber pasado una vez la mano por

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encima de una aguja imantada, contenida en una caja con cristal del tamaño de un reloj, sin hacer que sa­liese de su quietud, Slade pasó su mano derecha por segunda vez y en la misma forma; pero entonces la aguja se agitó violentamente y dio varias vueltas so­bre su pibote, al pronunciar el médium estas pala­bras en inglés:— ¿Tendréis la bondad de hacer que gire la aguja?

Nuestras piernas quedaban debajo de la mesa al nivel del punto donde estaba la brújula, y nuestros ojos estaban fijos en las piernas de Slade. La habita­ción donde verificaba el experimento, correspondía al entresuelo, precisamente encima del vestíbulo: en ninguna parte hemos observado que exitiese instala­ción de máquina eléctrica alguna y, por lo demás, sabemos que los cuartos situados encima del nuestro, no estaban alquilados por Slade. Por úlimo, el médium desconocía que hubiéramos de pedirle la realización de la descrita prueba.

El mismo experimento fué intentado en otras dos ocasiones, sin obtener éxito ninguno.

IV CLASE. — OrJETOS ROTOS POR SIMPLE CONTACTO DEL MEUIUM.—En seis ocasiones diferentes, hemos visto la pizarra puesta bajo la mesa (como Slade la tenía para obtener la escritura), que era rota en varios pedazos, lo propio que si una máquina la machacara-Este fenómeno se mostraba precedido de una sen­sación de dolor en el brazo correspondiente a la mano que sostenía la pizarra. Se efectuó en nuestra propia mesa, usando para ello una pizarra sólidamente pues­ta en un marco de madera dura. En este instante te­nemos a la vista cuatro de dichas pizarras machacadas

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y sus marcos. Varias veces hemos probado a romper pizarras semejantes, torciéndolas o golpeándolas bajo la mesa; pero ni siquiera conseguimos partirlas o rajarlas.

V CLASE.—CUERPOS TRANSPORTADOS SIN CONTACTO APARENTE.—En dos experimentaciones diferentes, un objeto fué colocado bajo la mesa, sobre una pizarra sostenida con una sola mano; la otra del médium des­cansaba sobre el muelle. El objeto desapareció y fué hallado, la primera vez, en una jardinera situada en­cima de nuestras cabezas. La indicación de su nuevo paraje nos fué conocida por la escritura de la piza­rra. Ya diremos más adelante cómo se obtuvo di­cha escritura. La segunda vez, el objeto un volumen in-8.°) desaparecido de la misma manera, a pesar de todas nuestras investigaciones, no fué hallado ni de­bajo de la mesa ni en Slade. Apenas la pizarra fué vuelta a poner bajo el mueble, oímos el rozamiento del libro al posarse sobre ella.

No insistiremos en dar detalles de tales experi­mentos, porque resultan relativamente de poca im­portancia y susceptibles de dejar muchas dudas acer­ca de su validez. Opinamos que el fenómeno de la escritura es mucho más interesante.

vi CLASE.—FENÓMENOS DE ÉXTASIS.—Hemos dicho hablando de los médiums, que algunos pretenden ce­der momentáneamente sus órganos a un «espíritu» que habla por su boca y actúa en ellos sustituyendo a su propio espíritu. Igualmente hemos recogido la observación de un mozo de escritorio, de que nos habla Russel Wallace. ¿Qué habrá que pensar de todo esto? Es verídico que en los experimentos de catalep-

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sia y de sugestión, que practican los médiums, y tam­bién, necesario es declararlo, los piratas de la medi­cina, un elemento extraño, en ocasiones, parece pre­sentarse en escena; pero hasta aquí, cuando tal incóg­nita se presentaba, se interrumpía la experimenta­ción, ya que en semejantes casos, y según el dicho del profesor Laségue «no se sabe a dónde se va.» Hoy día sin conocer mejor «dónde se va», ¿nó se tiene el derecho de ser algo más atrevidos?, y sin dejar de permanecer en los límites que traza una prudente reserva, ¿no se debe registrar las observa­ciones que se ofrezcan para ser clasificadas y catalo­garlas metódicamente en tiempo propicio?

Véase lo que hemos observado con Slade: La primera vez que lo hemos visto en un estado

de éxtasis especial (y que no tiene = nada de religio­so, apresurémosnos a decirlo), el acceso comenzó primero con un ligero enrojecimiento que le coló»' reo la cara, marcándose un rictus que hizo contraerse los músculos faciales; los ojos se convulsionaron, vol­viéndose hacia arriba, y después de algunos movi­mientos nistágmicos de los globos oculares, las pu­pilas se cerraron enérgicamente, sobrevino un rechi­namiento de dientes, y una sacudida convulsiva de todo el cuerpo anunció el principio de la «posesión»; después de esta corta fase, penosa de ver, animó a la faz del sujeto una sonrisa, y modificada la voz com­pletamente lo propio que los ademanes, la nueva per­sonalidad de Slade transformado, nos saludó amable­mente y también a cada uno de los circustantes. En este estado de trance (palabra inglesa que correspon­de a.éxtasis,arrobamiento, encarnación. Recuérdese lo

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dicho en una nota anterior), o de encarnación, según el tecnicismo de los espiritistas de Francia, el mé­dium es reemplazado (de acuerdo con lo que dicen los que le conocen y con lo que él mismo declara), anímicamente por el espíritu de un indio llamado Owasso. En esta circunstancia se muestra muy ale­gre. En diversas ocasiones Owasso cede el puesto al espíritu de un gran jefe piel roja de su tribu; pero éste no conoce el inglés, y entonces se ve a Slade puesto de pie comenzar a andar a grandes pasos y a declamar en un lenguaje sonoro que según parece es el de los indios caribes.

«Un espíritu» al cual Owasso cede también volun­tariamente el puesto, es el de un doctor escocés que por boca de Slade, dá en tono grave, consejos tera­péuticos a las personas que distingue con su visita. Cuanto precede lo hemos visto y oído; pero se ad­vertirá que no le concedemos verdadera impor­tancia.

Hemos oído contar a Slade que le sucede con fre­cuencia, cuando está en la descrita situación, poder hablar en francés o en otro cualquier idioma que le sea desconocido, pero no se ha presentado ocasión de que pudiéramos comprobar el hecho.. ^

Tuvimos que practicar una operación?a Slade, pa­ra extraerle un quiste sebáceo del cuero cabelludo.

Como el médium es muy sensible al dolor, y ade­más de carácter pusilánime, no hubo manera de ve­rificarla con el bisturí y acudimos a los cáusticos ba­jo la forma de pasta hecha a base de óxidoí. de pota­sio. La aplicación de esta mezcla fué desde el principio muy dolorosa para Slade, y al cabo de pocos minu-

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tos el sufrimiento le resultó absolutamente intolera­ble; caían por la cara del paciente gruesas gotas de sudor y todo su cuerpo se mostraba acometido de grandes temblores. Entonces le sugerimos la idea de llamar a Owasso quien no se hizo el remolón; es decir que Slade cayó pronto en estado de éxtasis, de tran­ce, y con la voz cambiada a que hemos aludido, em­pezó a conversar alegremente con M. A. F. que asis­tió a la operación en nuestro gabinete de trabajo y con nosotros. El dolor debía ser cada vez más inten­so, porque el potasio atacaba las capas sensibles del dermis, pero Slade paraba en ello la misma atención que si fuera otro el que sufriese. A l principio de la operación, el pulso daba 85 pulsaciones por minuto; tres minutos después bajó a 60. La piel que antes estaba caliente se había puesto fría, casi de pronto, y Slade-Owasso no cesaba de hablar y de reir con nosotros.

Le pellizcamos violentamente en la parte dorsal de la mano, y el médium que se sobresalta al tropiezo más leve, tanta es su hiperestesia en el estado nor­mal, en estas circunstancias no pareció haberse dado cuenta de lo que con él habíamos hecho.

Al cabo de un cuarto de hora fué retirado el cáus­tico y Slade sufrió una nueva convulsión, volviendo en sí después de habernos estrechado la mano y di­cho good bye en señal de despedida. Ahora el dolor se presentó de nuevo, pero de modo muy soporta­ble y Slade se quejaba de sentir molestias, sobre to­do, en el sitio donde habíamos pellizcado.

Hay que confesar que todo esto es muy sorpren­dente. Pudiera objetarse que fué pura simulación.

— 9?ñ — 1S,

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Admitámosle, pero ¿cómo se explicarán las variacio­nes de la temperatura y de los latidos del corazón? Porque esto no puede simularse.

Hagamos una observación más, respecto del asun­to. Hemos dicho antes, que Slade había sufrido dos ataques de hemiplegía de los que aún no está curado actualmente. Hemos comparado su fuerza en el di­namómetro, sin aclararle lo que nos proponíamos averiguar en sucesiva ocasión. Después de haber ob­servado que para sus dos manos el dinamómetro mar­caba:

27 kilos la derecha 35 kilos la izquierda

aprovechamos un acceso de trance que sobrevino poco después de los esfuerzos que hiciese al oprimir el aparato, y vimos la primera vez que el dinamóme­tro señalaba:

a la derecha 55 kilos (en vez de 37) a la izquierda 60 kilos (en vez de 35)

y la segunda,

a la derecha 63 kilos (en vez de 27) a la izquierda 50 kilos (en vez de 35)

ninguna de las tres personas allí presentes pudo ha­cer que llegase a estas cifras la aguja indicadora del aparato.

Sin querer prejuzgar nada sobre la positiva natu­raleza del estado nervioso del que acabamos de tra­zar la sintomatología, creemos que tampoco se puede hacer intervenir la idea de simulación, cuando menos

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en el último caso, porque r.o habíamos advertido al sujeto de nada de lo que queríamos hacer ni le ima­ginamos lo suficientemente perspicaz e impuesto en la técnica de observaciones patológicas, para que pu­diera adivinarlo. Sépase que, a pesar del título de doctor con que se adorna, estamos seguros de que Slade posee una instrucción muy elemetal.

VII CLASE.—MATERIALIZACIONES. — PRESENTACIÓN DE MANOS VISIBLES A L\ LUZ NATURAL.—CONTACTOS. — El 12 de Mayo de I8S6, a las once de la mañana, verifica­mos una sesión en el domicilio de Slade. Teniendo él puestas sus dos manos sobre la mesa, lo propio que nosotros, hemos visto distintamente y también la vio M. N. que nos acompañaba, una mano, de la cual sólo eran visibles los dedos y la parte anterior, que avanzó por dos veces hacia nuestro pecho. En tal momento, no nos sentíamos más emocionados que como se puede estar en las demostraciones de pato­logía experimental, cuando como a nosotros nos ocu­rre, se está habituado a presenciarlas desde larga fecha. Lo hacemos constar así para hacer ver que no creemos haber sido víctimas de ninguna clase de alu­cinación. Lo propio que M. N., no esperábamos ver dicha mano, o por mejor decir, la parte de ella que fué visible.

Slade entonces, nos invitó a que colocáramos la mano sobre la mesa para obtener un contacto; pero es lo cierto que nada sentimos. El médium cogió una pizarra y sosteniéndola por uno de sus bordes, nos invitó a cogerla por el opuesto. Por nuestra parte sosteníamos la pizarra bajo la mesa tan levemente que hubiera caído al suelo si Slade no la retuviesa

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con solidez; de pronto, sentimos que nos cogía por la muñeca una mano fría que durante unos instantes paseó sus dedos por la parte anterior de nuestro an­tebrazo derecho. Entonces soltamos la pizarra, que no cayó, y cogimos la mano de Slade, pudiendo ad­vertir que tenía la temperatura normal y que no es­taba fría como la que nos había tocado. A la vez mi­ramos debajo de la mesa, donde nada vimos que nos explicase la sensación experimentada.

En diversas ocasiones hemos presenciado hechos de esta clase y no menos sorprendentes; pero como quiera que no hemos podido emplear los recursos de qna rigurosa observación, ni queremos insistir en el tema ni tampoco garantirlo completamente, por lo que toca a su realidad. Otra cosa muy distinta dire­mos del fenómeno de la escritura espontánea, a la cual los espiritistas denominan escritura directa. Esta categoría de hechos la hemos observado tantas y tan­tas veces y bajo formas tan variadas, que nos cree­mos facultados par-a decir que no podremos afirmar nada de cuanto veamos diariamente en la vida habi­tual, si se nos impide que nos apeyemos en el testi­monio de nuestros sentidos con relación al expresado hecho particular.

-§-IV

EXPERIMENTOS D E L A S E G U N D A CATEGORÍA • '

ESCRITURA, ESPONTÁNEA.—Permítasenos una palabra antes de comenzar la descripción de estos experi­mentos.

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Hemos observado, rodeándonos de precauciones que iremos exponiendo a medida que describamos nuestras investigaciones. Si alguien de cuantos nos lean notara en nuestras descripciones el más peque­ño resquicio por donde el error pudiera deslizarse, téngase por seguro que quedaremos infinitamente agradecidos a quien nos lo advierta. Mientras tanto, desafiamos a cualquier prestidigitador, sea el que fue­se, para que con la ayuda de su arte y en condicio­nes idénticas, iguales a aquellas en que nos hemos colocado, produzca la escritura sobre pizarras del modo como lo hemos obtenido en nuestros experi­mentos.

Después de las primeras sesiones que tuvimos con Slade no podíamos creer que la escritura producida de tal manera, fuese cosa diferente de un artificio prestidigitatorio que nos era imposible comprender, dadas las condiciones de observación en que estába­mos colocados. Para esclarecer el asuuto, consulta­mos a uno de los más hábiles artistas del teatro Ro-bert-Houdin, M. J... a quien habíamos relatado las ex­perimentaciones y que también conocía por haberlas visto. M. J... nos declaró que el arte de todos los prestidigitadores del mundo no podía producir nada comparable, y en el álbum puesto sobre la^mesa de la sala de Slade, donde las visitas dejaban sus impre­siones, M. J... después de haber presenciado una,se­sión con Mme. J..., escribió la siguiente nota que re­producimos, conservando su carácter original según salió del pensamiento del autor en los momentos de entusiasmo producidos por lo que acababa de ver:

«Yo afirmo, señores sabios; lo digo yo que soy un — 277 —

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prestidigitador, que lo hecho por M. Slade es positi­vo, verdaderamente espiritista e incomprensible fue­ra de toda manifestación oculta. Y de nuevo afirmo que es así.

J..., del teatro Robert-Houdin, abril 1886.» Varios compañeros a quien dimos cuenta de las

investigaciones que hacíamos respecto de los fenó­menos obtenidos con Slade, nos dijeron:

Tenga cuidado; esa gente es muy ladina (refirién­dose a los prestidigitadores). Se llega hoy hasta el escamoteo de vasijas que contienen agua y unos pe­ces; se escamotea hasta una mujer en diversos tea­tros de París, y también se podrían escamotear sus pizarras para escribir en ellas. «En un teatro, ante una numerosa concurrencia que nada puede comprobar, sí; pero entre nuestras manos, bajo nuestras miradas, no admitimos que la cosa sea tan fácil. Hemos pedi­do explicaciones a los profesionales respecto de esos escamoteos tan sorprendentes; pues bien, todos los que quieran informarse, sabrán que los juegos más brillantes son los que se realizan mediante los pro­cedimientos «ilusionistas» más sencillos... íbamos a decir más infantiles. A mayor abundamiento les re­mitimos a M. J..., del teatro Robert-Houdin, y a to­dos los prestidigitadores a quienes se ha hecho testi­moniar la diferencia que existe, entre sus juegos acostumbrados y los fenómenos del espiritismo.

§ V MIS EXPERIMENTOS

Más de cien veces hemos visto letras, dibujos, lí­neas y aun frases enteras producirse en las pizarras

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que Slade sostenía, y también en el interior de dos acopladas, con las cuales no establecía ningún contacto, debiendo advertir que dichas pizarras nosotros mis­mos las habíamos comprado en cualquier estableci­miento de París y las habíamos puesto nuestra firma a modo de contraseña. Nos proponemos citar aquí sólo un pequeño número de fenómenos de esta tan interesante especie.

¿Cómo —se nos dirá— puede usted admitir que frases escritas espontáneamente, se produzcan sobre una pizarra o sobre cualquier otro objeto parecido? D e admitirlo así habrá obligación, o no hay lógica, de creer que Baltasar había visto bien, y que para nada intervino la embriaguez en el Mane-Thecel-Phares, que una mano de fuego trazó en una de las paredes de la sala del festín.

A esto responderemos, que ni admitimos, ni deja­mos de admitir, limitándonos a hacer constar la rea­lidad del fenómeno. Y por lo que se refiere a Balta­sar, no podemos decir si el vino le nubló la vista al final del banquete; no estábamos allí.

¿A qué causa se puede adjudicar la producción de esta especie de escritura? Ante esta pregunta, úni­camente responderemos recordando al lector lo que se detalla en el capítulo precedente cuando se hace referencia a las teorías sustentadas respecto del con­junto de los fenómenos. No obstante, podemos indi­car, sin separarnos de la prudente abstención en que nos hemos colocado, que la causa productora de la escritura espontánea o directa, parece ser indepen­diente y resulta ser inteligente.

En nuestros experimentos acerca de la escritura, — 279 -

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siempre examinamos cuidadosamente las pizarras an­tes de la operación. Además, en la mayoría de los casos, eran de nuestra pertenencia. Cuando la escri­tura se produjo en una sola pizarra, generalmente aparecía bajo el ángulo de la mesa que estaba más próximo a nosotros. Nunca perdimos de vista ni la pizarra ni los dedos de Slade, y a veces, por nues­tra propia mano poníamos el lápiz sobre la pizarra; pero jamás pudimos sorprenderle en movimiento. Veíamos, sí, a la pizarra ondular ligeramete, como lo efectuaría bajo la presión de la mano del invisible escritor, pero desde el punto de hora que nos po­níamos a mirar en el intervalo que separaba la piza­rra de la parte inferior de la mesa, el trozo de piza­rrín caía sobre la pizarra, cesando el ruido que pro­ducía la escritura. Cuando se aproximaba la pizarra a la mesa, dejábase oir nuevamente el rozamiento del pizarrín o del lápiz al trazar las palabras.

Semejante singularidad nos inspiró algunas sospe­chas, y preguntamos por qué las cosas ocurrían de dicho modo. Slade tomó una de nuestras pizarras, puso encima un pequeño trozo de pizarrín y la situó debajo de la mesa (¿será necesario advertir otra vez que habíamos examinado la mesa antes del experi­mento en el transcurso de él, y después de haberlo efectuado?); la respuesta fué como sigue: «Las vibra­ciones de la mirada y las de la luz, nos molestan». La frase fué escrita en inglés.

Cosa análoga ha sido observada por Crookes que trató de obtener la escritura directa ante sus ojos y con la ayuda de Home. «Tuvo lugar esta manifesta­ción en plena luz, en mi propio cuarto y en presen-

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eia únicamente de Mr. Home y de algunos amigos íntimos. Varias circunstancias que es inútil relatar, me habían demostrado que aquella noche era muy fuerte el poder de Mr. Home. Expresé, pues, el de­seo de ser testigo en aquel momento de la produc­ción de un encargo escrito, tal como algún tiempo antes lo había oído contar a un amigo mío.

Inmediatamente se nos dio la comunicación alfa­bética siguiente: «Lo probaremos.» En el centro de la mesa se habían colocado un lápiz y algunas hojas de papel; levantóse entoces el lápiz sobre su punta, adelantóse con saltos inseguros hacia el papel y cayó. Volvió a levantarse y cayó de nuevo. Probólo por vez tercera, pero sin obtener mejor resultado. Después de estas tres tentativas infructuosas, una pequeña lata, que se hallaba a un lado de la mesa, se deslizó hacia el lápiz y se elevó a algunas pulgadas encima de la mesa, levantóse de nuevo el lápiz, y apoyándo­se contra la lata, hicieron juntos un esfuerzo para es­cribir en el papel. Después de haberlo probado tres veces, la lata abandonó el lápiz y volvió a su sitio; el lápiz volvió a caer sobre el papel, y un recado alfabé­tico nos dijo: «Hemos probado de satisfacer vuestra demanda, pero es cosa superior a nuestro poder».

En resumen, sólo nos ha faltado una cosa: ver, por nuestros propios ojos, cómo se iba trazando lo escri­to. Vamos a ver si la aludida deficiencia es suficien­te para poner en duda la realidad del fenómeno. Ci­temos algunos hechos.

Conservamos en nuestras observaciones, la redac­ción primitiva y su forma personal.

i E X P E R I M E N T O . — « E l 29 de Abril de 1886, a las - 281 —

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once de la mañana, me presento en casa de Slade, con uno de mis amigos A...; llevo varias pizarras que tienen una firma hecha con lápiz azul, inspecciono la habitación en donde ha de verificarse la experiencia; examino la mesa, las mangas de Slade, el forro df-su levita y sus zapatos.

A ruego de él, tomo de mi pañuelo, que no he abandonado un momento, dos pizarras con marco de madera compradas a Faber, y las coloco separada­mente sobre la mesa. Slade parte en dos, con los dientes, un trozo de pizarrín que pone sobre una de las pizarras, cubriéndola con la otra, y así reunidas las levanta para apoyarlas verticalmente en mi brazo derecho. No pierdo uno solo de los movimientos de Slade, que está a mi izquierda, teniendo en el otro la­do a A..., cuyas manos, como las de Slade y las mías, están sobre la mesa. Al cabo de veinte a treinta segun­dos, siento una presión intensa en el sitio en que apo­yan las pizarras, y el médium dice que la corriente pasa por su brazo. Suenan varios golpecitos, y mo­mentos después, óyese con claridad el ruido que produce el lápiz al escribir. Las manos de Slade han permanecido inmóviles, y no se percibía en sus de­dos ni el más ligero movimiento muscular. Aplico el oído a las pizarras y la duda no es posible; el ruido se produce en su interior, y puedo seguir el trazado de lo escrito y su puntuación. Po<- segunda vez sue­nan los golpes; Slade retira las pizarras, que coloca sobre la mesa, de donde las tomo inmediatamente, y separadas, observo que mientras una de ellas nada de particular ofrece, la otra presenta cuatro frases escri­tas: Jas dos primeras en inglís y firmadas « W . Clark»,

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la tercera en alemán, y la última en francés. Esta di­ce: «En efecto, muy buena es la idea. De usted, ser­vidor, L. de M.»

Al principio de la sesión había yo dicho que si obtenía buenos resultados de mis trabajos, escribiría sobre ellos un libro. ¿Se refería a esto la respuesta?

En resumen: durante la experiencia mis pizarras han sido observadas constantemente por tres de mis sentidos: la vista, el oído y el tacto.

Véase la figura 22 y la nota puesta al lado. Nuestras láminas, donde se ve la escritura, análo­

gas a las que reproducen las fotografías «espiritualis tas», las obtuvo por el fotograbado, sin retoque ma­nual M. Arents, notable especialista de París, muy conocido de los hombres de ciencia.»

11 EXPERIMENTO.—«12 de Mayo. En casa de Slade. Los preliminares son como en la anterior. Coloco en la mesa dos pizarras Faber, número 7,

marcadas por mí. Sobre una de ellas pongo yo mismo un pedacito

de lápiz, que cubro con la otra. Slade, no las ha toca­do, aplica los dedos de su mano derecha en la que está encima, y su mano izquierda, sobre la mesa, al igual que nosotros.

Nuestra posición respectiva es como en la expe­riencia primera. Para mayor seguridad, apoyo mi codo izquierdo en las pizarras, y al poco tiempo sien­to y oigo escribir, notando también que la escritura se suspende en el momento en que rompo el círculo al levantar la mano. Percibo varios golpes en mi codo; Slade retira los dedos, tomo las pizarras, las separo, reconoco las señales hechas por mí, y veo la escritu-

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ra que en una de ellas aparece, notando que el lápiz, que está allí, presenta signos inequívocos, en uno de sus extremos, de haberse gastado.

¿Quién ha escrito tres frases en inglés, francés y alemán? Y o he colocado el lápiz; no he perdido de vista un solo momento mis pizarras ni las manos de Slade, que estaban, la izquierda, sobre la mía corres­pondiente, y la derecha, a treinta centímetros de mis ojos, apoyando sus dedos sobre las pizarras de la ex­periencia, en las cuales descansaba mi codo. Slade no ha movido ninguno de los músculos de su mano mientras y o percibía el ruido del lápiz, que puedo afirmar que se producía entre las pizarras. Estoy se­guro que no fueron cambiadas, por las señales que en ellas hice y reconocí, y porque la única persona que las tocó es Slade, de la manera que dejo escrita.

¿Qué explicación tiene esto? Busquemos todavía: no hallo nada satisfactorio. Sigamos leyendo lo que dicen las pizarras.

Véase la fig. 23 y la nota que la acompaña.» ni EXPERIMENTO.— «El mismo día, a las ocho y me­

dia de la noche, en casa de Slade, y después de varias manifestaciones espiritistas, tomo una pizarra mía, que nadie ha tocado, y puesta en la mesa cubriendo un lápiz, apoyo en ella mi brazo, y al poco rato oigo escribir. Terminado que ha, leo en inglés la frase si­guiente: Conserve esto como prueba de nuestras pro­mesas; haremos más.—W. Clark.

Concluida la sesión, Slade toma una de mis piza­rras, sobre la que coloca un lápiz, procurando ocul­tarla bajo la mesa; pero su brazo, como atraído por una fuerza invisible, es llevado hacia mi cabeza, enci-

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ma de la cual apoya la pizarra: siento y oigo escri­bir. Un instante más tarde leo estas palabras: Godbye (adiós). Observo que lo escrito comienza en el laao opuesto a la mano de Slade, y que el lápiz se ha de­tenido exactamente en la terminación de la palabra bye.»

iv EXPERIMENTO.—«Tarde del 24 de Mayo de 1886. Sesión en casa del médium Slade.

Coloco una pizarra igual a las precedentes, es de­cir, mía, nueva y con mi firma, en la mesa, que he examinado detenidamente por encima y por debajo. Pongo un lápiz sobre la pizarra en el lado que se leen mi firma y la marca A. W . Faber, núm. 7.

Tomo la pizarra con la mano izquierda y la llevo bajo el ángulo de la mesa, cerca del cual estoy. Mi mano derecha, como las de Slade que está a mi iz­quierda y las de A... situado al otro lado, se apoyan sobre la mesa; pasan algunos minutos y no percibo ningún ruido; pero siento que en ocasiones la piza­rra es empujada fuertemente sin contacto alguno. Me inclino y no veo nada bajo la mesa; Slade, cuyas piernas observo, no se ha movido, y sus manos ocu­pan la primera posición. En un momento la pizarra tiende a escapárseme de la mano, y para impedirlo, necesito sujetarla fuertemente. Examino de nuevo la mesa y este examen no da mejores resultados que el anterior. Retiro la pizarra, en la cual no hay nada escrito, encontrando el lápiz en el sitio en lo que puse.

Coloco la pizarra otra vez bajo la mesa, e invito a Slade a sostenerla conmigo, y' entre los dos la suje­tamos apoyando en ella cuatro dedos, y sobre la

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mesa el pulgar, de modo que abrazamos con nuestras manos los dos objetos.

Apenas hecho esto, oigo claramente el ruido que produce el lápiz, e inclinándome, veo que los dedos de Slade no se mueven. El mensaje debe de ser lar­go, porque pasan algunos minutos antes de que cese el ruido. Suenan tres golpes, y habiendo retirado la mano Slade, trató de quitar la pizarra; pero al inten­tarlo, experimento una resistencia no pequeña, análo­ga a la que se aprecia al levantar una campana de vidrio, en cuyo interior se ha practicado un principio de vacio con la máquina neumática.

Compruebo la existencia de cuatro frases en mi pizarra, que reconozco. D e las frases la primera está escrita en francés, la segunda en griego, en alemán la tercera y la última en inglés.

Durante la experiencia, y mientras se oía la escri­tura, hice la observación siguiente: rogué a mi ami­go A... que levantara la mano izquierda puesta sobre la derecha mía, en todo el tiempo que duró la inte­rrupción del circuito, el ruido dejó de percibirse. Le indiqué que colocase su mano sobre la manga de mi levita y continuó el silencio. Por último, hice que la aplicara a mi frente, y en el instante en que sus dedos me tocaron, oí nuevamente el movimiento de lápiz.

Repetida muchas veces esta experiencia, dio idén­ticos resultados. ¿Podremos decir que tales fenóme­nos son producidos por un gép.ero de electricidad nerviosa, cuya intensidad aumenta al pasar por una especie de batería eléctrica cuyos elementos sería­mos nosotros? No pretendamos crear una teoría, y permanezcamos en el terreno de los hechos. Proce-

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der de otra manera sería imprudente, porque nos ha­llamos aún en el nacimiento de una rama de fisiología psicológica, y la historia de la ciencia nos enseña cómo las teorías prematuras son un obstáculo para el progreso del saber.»

v EXPERIMENTO.—Se verificó en mi casa, en mi comedor, donde Slade entraba por primera vez, el 27 de Mayo, a las nueve de la noche. Estuvieron pre­sentes cinco personas; dos de mi familia, un amigo, Slade y yo.

Esta sesión ha sido aludida antes. Slade tomó una de mis pizarras, provista de un

pequeño pizarrín y la deslizó por la cara inferior de mi mesa; se pudo oir el deslizamiento del lápiz. Exa­minada la pizarra ofrecía tres trazos casi rectilíneos y paralelos. Pedí la repetición del experimento, pero con un solo trazo, y yo mismo, puse el trozo de lápiz en medio de la pizarra que fué puesta como estuvo an­tes. Se oyó de nuevo el ruido indicado, se vio después trazada en la parte media de la pizarra una línea de unos veintitrés centímetros, ocupando toda su longi­tud y el trozo de pizarrín, de cinco o seis milímetros de largo, estaba precisamente a la extremidad del trazo que confinaba con el pulgar de Slade. Había sido, pues, preciso que el pizarrín que yo puse en la parte central de la pizarra fuese transportado a la ex­tremidad opuesta a la mano de Slade y que recorrie­se la dicha longitud de veintitrés centímetros. Duran-te este tiempo, no perdimos de vista la mano de Slade ni la porción del marco de madera de la piza­rra que estaba junto a la expresada mano.

La habitación tenía luz más que suficiente: Slade — 28? -

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tenía por detrás de él y a la derecha sobre un apara­dor, una buena lámpara provista de pantalla, y por delante otra de gas, también con pantalla, y muy po­tente. Ninguno de • sus movimientos se nos podía ocultar bajo la vista de cuatro personas que le vigi­laban muy de cerca.»

vi E X P E R I M E N T O . — E n la misma sesión tomé dos de mis pizarras y después de haberlas limpiado escru­pulosamente, coloqué entre ellas un pizarrín (de la manera acostumbrada). Entregué las pizarras a Sla­de, que las cogió con su mano derecha sin abrirlas y las apoyó sobre el hombro de una de las personas de mi familia, que estaba colocada de tal manera que si me inclinaba un poco podía ver las dos caras de las pizarras. Los cinco allí presentes teníamos las manos sobre la mesa formando el «círculo». Slade sólo tenía puesta la izquierda porque con la otra estaba soste­niendo las pizarras. Algunos golpes dados en ellas fueron oídos y luego el ruido del pizarrín, que escribía en su interior. Duró esto treinta segundos: y coloca­das enseguida las pizarras sobre la mesa, vimos escri­ta en una la siguiente sentencia « The truth voill outs-hiñe error (La verdad eclipsará al error)».

vn E X P E R I M E N T O . — « S i e m p r e en la misma sesión, se produjo un hecho más curioso todavía que los ante­riores. Tomo una de mis pizarras, bien limpia por los dos lados, y pregunto a Slade si podrá obtener una palabra que yo escriba sin que él la vea. En vista de su afirmativa contestación, escribo en la pizarra, per­fectamente resguardado de las miradas de Slade, el nombre de mi hijo Luis. Coloco un pequeño trozo de pizarrín sobre la cara opuesta y rozando la mesa, paso

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la pizarra a Slade, quien sin mirarla, la desliza bajo el borde de su mesa de modo que quede visible una pequeña parte de ella. Como es consiguiente, todos veíamos la mano derecha de Slade; la izquierda esta­ba con las muestras sobre la mesa. Apenas habían transcurrido diez segundos, cuando la pizarra me fué devuelta con la indicación «Louis is not here¿ (Luis no está aquí; y era verdad), escrita por el lado opues­to al que tenía la palabra trazada por mi; Luis.

Precedentemente había intentado obtener el nom­bre que pensaba; pero la respuesta no fué lo suficien­temente precisa, pues que me fué dado el de una per­sona en la que pensé en varios momentos del día, pero no en el que yo formulaba la pregunta: enton­ces mi pensamiento se dirigía a otra.

El ingeniero Tremeschini, fué más afortunado que yo . Véase lo que relata este ilustre sabio en escrito que dirige a un periódico espiritista:... Habiéndome invitado Slade a escribir sobré una pizarra que me ofreció, una pregunta cualquiera, puse lo siguiente: ¿Cuál es el nombre de la persona en quien yo pienso? Tomó Slade la pizarra, la colocó sobre el borde de la mesa que correspondía a mi lado, y la retiró des­pués de tres segundos. Comprobé en unión de la per­sona que me acompañaba, que el nombre Vechy es­taba escrito a continuación de mi pregunta, y era, efectivamente, el de un amigo en quien pensé, que había muerto hacía ya diez años».

Tremeschini me ha referido después personalmen­te el hecho relatado. N o es espiritista y profesa el materialismo al. modo de Gotama.

VIII EXPERIMENTO.—Llamamos preferentemente al

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atención de los lectores, acerca de este experimento, el cual dejamos, como a los otros, su relación primi­tiva.

30 Junio 1886.—Hoy a las cinco, estando en casa de Slade, he hecho una observación más curiosa que las anteriores, en el sentido de que el «fenómeno» de la escritura se produjo en dos pizarras de mi propie­dad- y que no lia tocado Slade.

Y o llevé a la sesión varias pizarras, y entre ellas dos envueltas en papel y atadas juntas, selladas y atornilladas. Deseaba obtener algo escrito en éstas, y dije a Slade si sería posible: «No lo sé, me respon­dió, voy a preguntarlo. Propuse entonces obtener una respuesta en dos pizarras sin usar que llevaba en mi cartera. Así me fué concedido.

En una sesión anterior, un visitante que se pre­sentó en casa de Slade, obtuvo, según me dijeron, algo escrito en dos pizarras que puso bajo sus pies. Y o pedí, y obtuve, la venia (después de haber pues­to el acostumbrado pizarrín entre las dos pizarras), para sentarme sobre ellas. Habiéndolas puesto en mi silla me senté, no separando la mano hasta que todo el peso de mi cuerpo gravitó encima. Enton­ces, coloqué las manos sobre la mesa, junto a las de Slade, y sentí y oí claramente que se escri­bía en la pizarra con la cual y o estaba en con­tacto.

Al final retiré, por mi propia mano, las dos piza­rras, y leí en ellas las doce palabras siguientes, muy mal escritas por cierto, pero escritas y legibles: Las pizarras son muy difíciles de influenciar, pero hare­mos lo que podamos.

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Slade no las tocó siquiera.­

No pude obtener otra cosa.

ix EXPERIMENTO.—No reproduciríamos esta obser­

vación por causa de que la pizarra usada en ella no era de nuestra propiedad, sino tuviese un sello en cierto modo original. Por lo demás, y según nuestro parecer, el experimento tiene gl mismo valor que los anteriores, pero no se trata aquí de lo que a nosotros nos parezca; lo que importa especialmente, es evitar todo lo que pueda ofrecer un punto flaco a la crítica, puesto que semejantes hechos son de tal manera in­

esperados, que el primer impulso de quien no esté advertido, es de ponerlos en cuarentena. Por dicha situación de duda también nosotros hemos pasado¡ y aun ahora escribiendo estas líneas, sino viésemos las pizarras que ante nosotros tenemos, quizá nos pre­

guntáramos si soñábamos. Examinemos los hechos.

El 2 de Julio de 1886, a las cinco de la tarde, an­

tes de verificar el experimento con mis. pizarras, Slade, según costumbre, hizo un ensayo con otra de su propiedad. La facilidad, que parece tener de pro­

ducir el fenómeno de la escritura espontánea, k» pro­

pio que las otras manifestaciones de la «fuerza psí­

quica», no es permanente en él; todo lo contrario, está sujeta a alteraciones. Hace ya algunos m o m № tos que nuestras manos están sobre la mesa, sin que se produzca ninguna manifestación del fenómeno or­

dinario. Slade coloca su pizarra sobre la mesa, y yo aprovecho la oportunidad para examinarla de nuevo. .Está muy limpia y no parece haber sido usada. En y V e z de estar puesta en un marc© de madera dura (pe­

ral o castaño),, el que tiene es de pino. Sobre una de ­ 291 ­

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sus caras el marco tiene la firma A . - W . Faber, n.° 7, y presenta una mancha de tinta de forma caracteri­zada.

Slade vuelve a coger su pizarra y coloca un peque­ño lápiz-pizarrín sobre la cara correspondiente a las marcas señaladas. La coloca bajo el ángulo de la mesa ante la cual estoy sentado. La producción de la es­critura se retarda un poco; Slade saca la pizarra de debajo de la mesa y aproximándola a mí en tres oca­siones diferentes, compruebo que no hay nada escri­to en ella. No obstante, inmediatamente después de haberlo realizado por tercera vez, como acabo de decir, y sin que y o la pierda de vista, Slade, mani­fiesta experimentar una «corriente» en un brazo. El hecho acompaña siempre a la producción del fenó­meno y efectivamente, pronto vi el ruido del pizarrín cuando escribe. Veo perfectamente la mano derecha de Slade y dos lados del marco de la pizarra que no se oculta del todo bajo la mesa y en ellos distingo la marca y la mancha de tinta a que me he referido antes.

Digo a Slade: «Si es en inglés como se va a escri­bir ¿podría usted demandar la intercalación de algu­na palabra alemana?» Mi ruego fué transmitido por Slade, en forma cortés, pero sin afectación. Ensegui­da oí que la escritura cambiaba de ritmo y el ruido de otra especie de trazado se pudo oir.

Después de dos minutos próximamente, se sacó la pizarra de debajo de la mesa, y y o puse la mano en­cima desde que el fin del «mensaje» fué anunciado. Entonces veo, no sin asombro, una frase escrita en espiral, redactada en inglés, en lugar de una palabra

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alemana que y o he pedido, contiene una frase com­puesta de tres. En el centro se vé el nombre del «es­critor» de costumbre.

El fotograbado reproduce exactamente esta curio­sa inscripción donde se alude a la cuestión de las pizarras selladas. (Véase la figura).

x EXPERIMENTO.—«El jueves 2 de Septiembre de 1886, a las nueve de la noche, celebré en mi casa una sesión, en la cual se produjeron dos fenómenos dife­rentes: l .°, escritura sobre pizarras; 2.°, transporte de las pizarras, sin contacto aparente con persona alguna.

Asistamos a la experiencia: El doctor C..., médico de los hospitales. Ch..., redactor de un importante periódico de París. M..., ingeniero electricista. La se­ñora F..., Slade y yo: Nos reunimos alrededor de una mesa común de juego, en una habitación alumbrada por dos poderosas lámparas, colocadas, una, en el centro de la mesa y provista de pantalla, y la otra, detrás de nosotros, unida de un reflector parabólico.

Las experiencias se hicieron con dos pizrrras de mi colección, aunque algo más pequeñas que las co­rrespondientes al número 7 de Faber.

Apenas formado el círculo oímos golpes sordos producidos en la mesa.

I.° Una de mis pizarras, provista de un lápiz de cinco milímetros de longitud, es colocada por Slade bajo el borde de la mesa, frente a C..., quien puede asegurar, como todos nosotros, que ninguna traza de escritura existe o se adivina en ella. Una parte de la mano de Slade está visible, y oímos claramente el rui­do del lápiz sobre la pizarra que, retirada casi al mis­mo tiempo, presenta algunas palabras mal escritas en

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inglés. Good evening at all. (Buenas noches a -todos). 2.° En muchas ocasiones, lo escrito en las piza­

rras tiene una significación trivial y abunda en faltas de ortografía.

En dos pizarras juntas que Slade coloca sobre el pecho de Ch..., y no perdemos de vista un solo mo­mento, el ruido del lápiz se percibe perfectamente, y en ellas, al-fin de la experiencia, aparecen muchas palabras escritas.

3 . 0 En otro caso Ch..., que está a la derecha de Slade, toma una de mis pizarras, y después de exa­minarla y o y quedar convencido de que estaba lim­piadla pene bajo el borde de la mesa. Las manos de Slade, como las nuestras, están a la vista. Ape­nas Ch..., coloca la pizarra oímos el ruido de la escri­tura,., y segundos más tarde leemos algunas palabras de significación vaga, escrita en inglés.

4'.° Lavadas y enjutas las pizarras, son puestas la una sobre la otra, colocando entre las dos un pizarrín de extremos perfectamente planos.. A ruego de Sla­de, Ch... las toma y se sienta sobre ellas. Nuestras manos y las de Slade están sobre la mesa. Percibir mos el ruido producido al escribir. Ch... retira las pizarras de la silla, las separa con precaución y las palabras que leemos, escritas en inglés, pueden tra­ducirse por gestáis convencidos ahora? Examinando el pizarrín se ve que está gastado por un punto en sus dos extremos, lo cual prueba evidentemente que ha sido usado.

5.0 Después de estas experiencias, y aludiendo a la corriente dé aire frío que muchas veces he sentido en mi mano al ocultarla bajo la mesa, ruego a Slade

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que provoque este fenómeno, a lo que accede, to­mando una pizarra y aplicándola, sin moverla, al pla­no inferior de la mesa. Llevo allí mi mano, e inme­diatamente experimento la sensación indicada, com­parable a la impresión que se siente cuando en un día de verano, entramos en una nevera.

Igual fenómeno acusan el doctor C... y el ingeniero. 6.° Pido a Slade, que está frente a mí, que haga

pasar a mis manos la pizarra que tiene en .las suyas, y al efecto, la coloca bajo el borde de la mesa, sin ocultar completamente la mano; siento una corriente de aire frío y hago constar este detalle en alta voz. Todos vigilamos las manos de Slade, y sus piernas que están hacia afuera de la mesa. Cuando creemos que la pizarra se halla en el mismo sitio, yo la siento deslizarse suavemente en mi mano, escondida, en parte, bajo la mesa. S lade ha permanecido inmóvil, manifestando solamente haber sentido que tiraban de la pizarra. Declaro que no he intervenido en ello, ni podría, dada la distancia de 90 centímetros que se­paraba mi mano de la de Slade.

El mismo hecho se repite con el doctor C... y el ingeniero M...

7. 0 En muchas ocasiones, y cuando formábamos el circulo, el doctor C... y Ch... han acusado una sen­sación de corriente, como si pasara una de electrici­dad. En esta sesión, como en las anteriores, nada semejante.he sentido; pero a menudo he oído asegu­rar a las personas que me acompañaban que notaban algo así como hormigueo o estremecimiento. No puedo omitir opinión sobre un fenómeno, del cual no tengo idea.

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Después que el invisible escribiente hubo trazado un good bye en una de las pizarras, terminó la sesión a las diez y media de la noche.

Slade nos rogó que inspeccionáramos la parte in­terior de su ropa; pero, no obstante su insistencia y la mía, mis amigos se opusieron terminantemente>.

§ VI

ADVERTENCIAS

Se advertirá que no publicamos los nombres de nuestros compañeros o de nuestros amigos que pre­senciaron las experimentaciones. Algunos nos han manifestado que nos autorizarían la publicación si llegara a ser necesario. En presencia de este espíritu de abstención, hemos comprendido la de los sabios que habiendo visto idénticos fenómenos que nos­otros, guardaron, no obstante, un prudente silencio. Del propio modo, nos damos cuenta del riesgo que corremos lanzando a la publicidad las investigacio­nes que constituyen el objeto de la presente obra y no ocultaremos que nos hemos sentido dominados por cierta inquietud, por cierto temor que se refleja más de una vez en las páginas de nuestro libro.

Recordamos que W . Crookes ha pasado las mis­mas incertidumbres, como bien lo declara la siguien­te nota de su obra puesta a continuación de un pá­rrafo, donde al mencionar un experimento análogo a los nuestros dice: «Los investigadores presentes eran: un distinguido físico, que ocupa elevado lugar entre los miembros de la Sociedad Real; le denominaré Dr. A . B; un doctor en derecho, muy conocido que

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nombraré C. D.; mi hermano y mi ayudante quími­co». Luego Crookes añade: «Es una mala demostra­ción de independencia de criterio, tan ensalzada por determinadas personalidades del saber, que se hayan negado desde larga fecha a acometer las investigacio­nes científicas relacionadas con el asunto de la reali­dad y de la naturaleza de hechos afirmados por mu­chos testigos competentes y dignos de fe, cuando es innegable que se le ha invitado a hacerlo en repeti­das ocasiones, cómo y cuándo quisieren. Por mi par­te estimo demasiado la conquista de la verdad y el descubrimiento de algunos nuevos fenómenos de la naturaleza, para rechazar la ocasión de ocuparme de tales cosas, solo porque parezca que pugnan con las ideas hoy corrientemente acreditadas. Pero como y o no me otorgo el derecho de imponer a los demás, que hagan lo que yo hago, me abstendré de descu­brir los nombres de mis amigos, hasta que ellos me autoricen para hablar claro».

Y es lo cierto, que los amigos de Crookes, con­templando como era rudamente combatido después de dar a la publicidad sus observaciones, cada uno le escribió su carta certificando la autenticidad del rela­to y autorizando para públicos sus testimonios. Nos complacemos en opinar que en Francia no han de ser las gentes menos generosas que en Inglaterra, y que si se nos dirigiesen ataques excesivamente violen­tos, nuestros amigos el Dr. C... eminente facultativo de los hospitales de París, y M. M... ingeniero elec­tricista, y todos los demás que nos han acompañado, no vacilarían en decir públicamente, lo que con nos­otros han visto.

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CAPÍTULO II

C O N C L U S I O N E S

Ya hemos visto anteriormente, que la cuestión del esplritualismo experimental, ha sido tratada por los sabios de muy diversa manera. Los que han querido tomarse el trabajo de examinar el asunto de cerca, sin dejar que la desilusión les ganara desde el prin­cipio de las investigaciones, a causa de cualquier fra­caso o por otros motivos semejantes, llegaron a com­probar la realización de fenómenos semejantes a los vistos por nosotros y defendieron su existencia.

Los sabios, que inversamente, han acometido el estudio de los fenómenos, con ideas preconcebidas respecto de los mismos, y se han limitado a verificar experimentos poco probantes, y los que sin hacer experimentación alguna, se contentaron con tomar de otros una opinión conforme con sus ideas, y han es­crito, que los fenómenos llamados espiritistas, care­cieron de realidad, o que son exclusivo producto del fraude (lo que viene a ser idéntica cosa), resultan bien poco prudentes, y estamos en el deber de pedirles clara explicación de su actitud. . .

Si los hechos mencionados fuesen falsos, necesario sería desenmascarar su falsedad por medio de serias demostraciones y no quedarse detenidos en los so-

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bre foco más o menos: en este caso la infracción de las reg'as científicas pugnaría con los principios del método experimental, es cierto; pero las consecuen­cias de semejante olvido de la verdadera línea de conducta que hay que seguir, no tienen gravedad.

Ya es muy distinto lo que ocurre si, como cree­mos, la existencia, la realidad de esos fenómenos, fuese cosa probada. Es imposible desconocerlo; su importancia es inmensa, y aun estableciendo todas las reservas imaginables, aun marchando por tales caminos paso a paso, con toda la cautela del explo­rador que busca la salida sobre un terreno movedizo, es muy lógico preguntarse —inpetto'— lo que pueda existir detrás de estas sorprendentes maravillas, cu­yas emocionantes manifestaciones han de atormen­tar a la ciencia moderna más que la han atormentado cuantos descubrimientos la preocuparon hasta la fe­cha presente.

Por consecuencia, aquellos que revestidos de cien­tífica significación vinieron a argumentarnos que ta­les fenómenos no existían, resultan culpables de leso progreso., y favorecedores de las sombras del obscu­rantismo. - Se ha dicho que aún por largo tiempo tendrá ra­

zón. Salomón, y que hoy, como entonces, se encuen­tra, que nada nuevo existe bajo el aspecto solar. Los mayores descubrimientos del mundo moderno, fue­ron en sus principios, negados, rechazados y anatema­tizados. Los más grandes bienhechores de la huma­nidad fueron siempre insultados y perseguidos antes de llegar a conseguir la consagración de su gloria (cuando llegaron) después de su muerte. Era, pues,

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indispensable que el descubrimiento (o mejor dicho, el resurgimiento) de las cosas descritas en este volu­men, sufriera la misma suerte que todos los demás, sin que esto implique que deje de concedérseles fácil atención, cuando su momento haya llegado.

Es positivo que semejante conjunto de cosas nue­vas para nosotros, van a obligarnos a admitir que ensanchan enormemente nuestro campo de estudio de fisiología psicológica. Henos aquí bien lejos de la senda trazada por Schopenhauer y sus secuaces. ¿Habremos de sentirlo? ¿Es, por ventura, que debe­remos creer que este filósofo, amante de lo negro es el infalible apóstol de la verdad? D e ningún modo. Además: ¿no es el propio Schopenhauer quien nos pone en guardia contra él mismo? Escuchemos sus propias palabras, reproducidas por uno de sus más ilustres discípulos: «La verdad, ha dicho Schopen­hauer, no es una cortesana que se abraza al cuello de quien la desdeñe; al contrario, es una beldad tan inabordable, que hasta aquellos que todo se lo sacri­fican, nunca están seguros de llegar a poseerla» (Bük-ner. Discurso en la inauguración de la estatua de Di-derot). ¿La poseyó él?

Es verídico que los hechos más recientes, origina­dos en el campo psicológico, comenzando por los de la sugestión, hacen perder terreno con especiali­dad a los metafísicos materialistas. ¿Quiere esto de­cir que los metafísicos espiritualistas ganan el terreno que los otros pierden? Analicemos el problema.

¿Tendrán la protección los fenómenos llamados espiritistas, de darnos la prueba material de la exis­tencia del alma,

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Sabemos que el escritor Emilio Zola, ha dicho si la memoria no nos es infiel, que si existe Dios, la ciencia la describirá. Pero el sabio, con la ayuda del faquirismo o modera spiritualim (que es idéntica cosa): ¿dirá algún día cómo el poeta,—non onimis moriar— (yo no moriré por entero), demostrando la existencia del alma humana al mism:> tiempo que llegue a descubrir el alma del mundo?

Hemos demostrado que el espiritismo y el faqui. rismo no son más pue una sola y misma cosa, y que el fundamento de la religión de los brahamas de la India es la evocación de las almas de los antepasados y el estudio de los fenómenos semejantes a los des­critos por W . Crookes, y por nosotros. ¿Quiere esto decir que los sacerdotes de Brahama algún día ha­brán de posesionarse de nuestras iglesias, para con­vertirlas en pagodas consagradas ai culto de la huma­nidad postuma? No sucederá tal cosa: tenemos fe en la ciencia, y creemos firmemente que para siempre despojará a los hombres del parasitivismo de todas las categorías de brahamas, y que la religión, o me­jor dicho, la moral convertida en científica, será re­presentada, alguna vez, por una sección especial de las Academias de ciencias del porvenir.

¿Quién sabe si el estudio de los fenómenos psíqui­cos nos conducirá a poner en práctica el famoso TviuO; OSOOVTOV (conócete a ti mismo), que vanamente se nos predica desde hace millares de años, sin sa­ber de un modo exacto lo que quiere significar?

No importa. Existen hechos, digámoslo en voz alta, hechos positivos e innegables. Robert Haré, y muchos otros, lo evidencian. Russell Wallace, Boutle-

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row y Zöllner, después de W . Crookes y la Sociedad dialéctica de Londres, nos los ofrecen de todas cla­ses. Nosotros también aportamos nuestro contin­gente de observaciones y experimentos.. No pode­mos ya retroceder: los hechos están ahí y nos impe­len. Es inútil oponerse y replicar.—|Eso no es posi­ble!—, porque ellos no responden: —No; eso e s—. Oponemos todavía algún reparo y se nos contesta con otro hecho, y como dice Russell Wallace: «Los hechos (ya que es necesario pronunciar esta odiosa palabra ante los que no quieren ver) son cosas muy tercas». Efectivamente, es factible tomando a broma, durante una sesión de Academia, se eclipsan por al­gún tiempo; pero de pronto, el día menos pensado, astutamente reaparecen, y los hombres que no qui­sieron contemplarlos antes, a veces se entusiasman con la idea de descubrirlos mañana. Errare huma­nuni est.

Declaremos enteramente nuestro modo de pensar. No; esos fenómenos sorprendentes, inexplicables por comparación con lo poco que sabemos, no demues­tran en absoluto, que el fallecimiento libere al yo consciente y persistente. Pero sigamos de cerca a tales manifestaciones, estudiémoslas, busquemos, experi­mentemos, y al cabo de nuestras experimentaciones, si hablamos, sea lo que fuere, los espíritus incluso, proclamémoslo sin vacilación.

Por nuestra parte, estamos decididos a no desper­diciar la ocasión de acercarnos a la VERDAD y de dar­la a conocer, si, como dice Schopenhauer, tenemos la dicha de llegar a poseerla. Así lo ordena el deber, y el interés de la humanidad así lo exige.

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El ejemplo de los brahamas está ahí para enseñar­nos que es más peligroso ocultar la verdad que.no hacerla conocer. Ellos idearon guardarla para sí mis­mos, velándola bajo la ficción, embrutecieron al pue­blo. Y la ficción de tal manera se ha condensado en torno de la verdad, que los propios brahamas no lo han reconocido cuando se vieron contaminados por el embrutecimiento general de las muchedumbres, que fué obra suya.

Pero sí es saludable conocer la verdad (con todas las precauciones necesarias, porque hay alegrías pe­ligrosas): ¿Es conveniente también que todo el mun­do se dedique a describirla? En tesis general, cree­mos que no, y particularmente en lo que se relacio­na con las cuestiones del psiquismo experimental, es necesario ser muy prudente. Por lo pronto en interés de la verdad misma, es indispensable que en tan de­licado asunto no vengan a mezclarse en color de es­tudiarlo los indocumentados del saber, y sobre todo, hay que alejar a las gentes de la afición a las prácti­cas del espiritualismo experimental. Es necesario, ciertamente, ser persona de resistencia mental y muy segura de sus antecedentes desde el punto de vista cerebral, si no se quiere correr el peligro de que la razón no vuelva, después de una escapada, o que no se disloque en los emocionantes diálogos con lo in­visible. Y sin embargo, muchas personas juegan con este fuego de la locura, e infinitas «evocaciones» se efectúan a diario delante de los mismos, si es que no se les obliga ([infelices!) a formar parte del «círculo mágico». En todo tiempo, desde el de los brahames hasta el. de los iniciados de la Kábala, todos los hom-

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bres que se han ocupado de estas enigmáticas cues­tiones, solemnemente prohibieron su práctica a todos los que no estuvieren capacitados, mediante muy se­rias pruebas, para resistir a las terribles emociones que pueden sobrevenir.

Deber nuestro es señalar el peligro inherente a los experimentos del psiquismo; y no obstante con es­tos peligros se juega sin sospechar el riesgo inmenso que corren los experimentadores.

Será, sí, conveniente que una asociación se cree para estudiar esta «nueva rama de la fisiología psico­lógica», con el fin de que sepamos, lo antes que fue­re posible, qué habremos de opinar respecto del asunto, cuyo alcance podría ser de alta importancia. No vacilaremos para afirmarlo nuevamente: nada in­teresa a la humanidad con mayor motivo. Así, pues, hagamos un llamamiento a los hombres de voluntad firme, y por nuestra parte, declaramos estar a la dis­posición de los pensadores y de las personas de ini­ciativas, dispuestos a constituir las bases de una so­ciedad, cuyos medios de investigación extraerían de la colectividad, una fuerza muy poderosa por varios conceptos.

Las observaciones que hemos verificado en dife­rentes lugares, donde nos condujo las necesidades de estos experimentos, nos hacen desear la formación de una colectividad como la que queda indicada, pues en dichas observaciones nuestras resulta, que si la luz no se hace prontamente respecto de los misteriosos fenómenos, y sin embargo, perfectamente naturales, que hemos estudiado, serán origen de una forma de explotación: nos va a invadir un desvergonzado char-

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latanismo, que a pesar del excéptico espíritu de nues­tro tiempo, va a dar buena cuenta de la pública cre­dulidad. Nos sobran indicios reveladores de lo que indicamos. Ya existe un comienzo de realización de esta infame industria, que promete bellos resultados para el porvenir, si las 'gentes honradas no intervie­nen para impedirlo.

|A la obra, pues! No debe consentirse que las iro­nías y las bromas de las gentes, detengan la realiza­ción de un asunto de tal importancia. Existen hechos positivos: la metafísica nada puede contra ellos, y cuando oímos decir que esos hechos no son posi­bles, viene a nuestra memoria la reflexión de Pascal acerca del juicio de Roma, condenador del parecer de Galileo en lo tocante al movimiento de la tierra: «Eso no será lo que pruebe que permanece en repo­so... Mas todos los hombres juntos no bastarían para impedir que girara ni para impedir que giren con ella.»

Si un hecho existe, todos los hombres reunidos no podrán hacer que no exista.

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I N D I C E Paginas

Nota biográfica 5 Prefacio 7

PRIMERA PARTE

Capítulo I.—Resumen de la fisiología del espiritismo. 1 1 Cap, II.—La doctrina espiritista.—Los médiums 15 Cap. III.—Orígenes del espiritismo 1 9 Cap. IV.—El espiritismo entre los indios de la Amé­

rica del Norte.—La Kábala hebraica 33 Cap. V.—Una palabra acerca de la India 46 Cap. VI.—Faquirismo 86 Cap. VIL—El espiritismo en Europa 100 Cap. VIII.—Los fraudes en materia de espiritismo.. 1 4 6

SEGUNDA PARTE

Capítulo I.—Opinión de los sabios acerca de los es­piritistas *55

Cap. II.—Investigaciones de Wüliam Crookes 185 Cap. III.—Experimentos de Zcellner 248 Cap. IV.—Teorías ideadas para explicar los fenóme­

nos llamados espiritistas 252

TERCERA PARTE

Capítulo I.—Parte experimental 255 § I.—Preliminares 255 § II.—Experimentos realizados con Slade 260

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/ N D I C E

Páginas

§ III.—Experimentos de la primera categoría 2 6 4 1.a Clase.— Fenómenos de percusión • 2 6 4 11.a Clase.—Movimiento de cuerpos con contacto del

médium 2 6 5 111.a Clase.—Movimiento de cuerpos más o menos pe­

sados, sin contacto con el médium 2 6 6 IV. a Clase.—Objetos rotos por simple contacto del

médium 2 6 9 V. a Clase.—Cuerpos transportados sin contacto apa­

rente 2 7 0 VI. a Clase.—Fenómenos de éxtasis 2 7 0 VII." Clase. — Materializaciones. — Presentación de

manos visibles a la luz natural.—Contactos 2 7 5 § IV.—Experimentos de la segunda categoría. Escri­

tura espontánea 2 7 6 § V.—Mis experimentos 2 7 8 § VI.—Advertencia 2 9 6 Capítulo II.—Conclusiones 2 9 8

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