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REFLEXIONES EN SEMANA SANTA El Heraldicón Crónicas de Celtiberia RELIGIONIS ET POTESTAS

Religionis et potestas (De la religión y el poder)

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Un año mas la cristiandad celebra la Semana Santa. En esta ocasión Durante el mes de Marzo, coinciden esas fechas en las que se rememora la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, inquietante celebración acompañada de toda una parafernalia de corte primitivo, que tanto recuerda a los ritos del Santo Oficio, a los tribunales inquisitoriales en los que tantos y tantos inocentes han muerto en nombre de una fe que predica por encima de todo la bondad y el perdón.

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REFLEXIONES EN SEMANA SANTA

El Heraldicón Crónicas de Celtiberia

RELIGIONIS ET POTESTAS

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Palabra de bloggero.- JJ Gómez

En mi infancia y primera juventud, recibí lo que

podríamos llamar una “esmerada educación católica”,

mi madre era creyente a ultranza. La enseñanza primaria

la recibí primero en San Bernabé, con las Hermanas de la

Caridad en párvulos, después en la escuela del Sindicato

Católico. Los dos primeros cursos del bachillerato fueron

en un colegio de La Divina Providencia; creo que esto

confirma lo dicho en este primer párrafo.

A pesar de no haber sido buen estudiante, siempre

sentí pasión por la lectura, así fue como a los 17 años

empecé a leer todo lo que caía en mis manos, y con

especial fruición a los filósofos, primero los griegos,

luego los alemanes: Schopenhauer, Kant, Nietzsche… al

llegar a este y sobre todo a su “Anticristo”, tuve que

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dejarlo porque me estaba haciendo polvo el cerebro,

evidentemente yo no estaba preparado para ciertas

lecturas. Luego llego el Rock and roll y me salvo de la

peligrosa deriva que llevaba, dedicándome a cosas mas

propias de la juventud.

He de decir sin embargo, que como cualquier ser

humano, siento la necesidad de creer en un ser superior,

y de cierta e inexplicable transcendencia espiritual mas

allá de la muerte, solo que mi credo a día de hoy se ha

vuelto panteísta. Yo no es que crea, es que afirmo la

existencia de Dios, solo que mi dios es muy simple y

lógico y basta solo con saber que está ahí, que todo lo

contiene y en todo está contenido, sin rompeduras de

coco, sin teologías, sin “Libros”, sin religión, porque las

religiones en el fondo, no son mas que la creación de

unos pocos, movidos por la ambición de hacerse con el

poder a través de los cuerpos y las almas de la

humanidad, aprovechándose de los miedos y dudas que

laten en nuestro interior y que nos acompañan a lo largo

de toda la vida.

Un año mas la cristiandad celebra la Semana Santa.

En esta ocasión Durante el mes de Marzo, coinciden esas

fechas en las que se rememora la pasión y muerte de

Jesús de Nazaret, inquietante celebración acompañada

de toda una parafernalia de corte primitivo, que tanto

recuerda a los ritos del Santo Oficio, a los tribunales

inquisitoriales en los que tantos y tantos inocentes han

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muerto en nombre de una fe que predica por encima de

todo la bondad y el perdón.

En los ritos de la Semana Santa, da toda la impresión

de que los cristianos para creer, necesitan crucificar y

torturar a Dios, tenerle bien muerto para luego

resucitarle como por arte de magia, asunto este que

bien a las claras se contrapone al orden natural de la

Creación.

Acompaño a mis palabras cuatro artículos de distinto

signo (El Mnifiesto), que creo que corroboran lo dicho a

propósito de las religiones y el poder. Ni que decir tiene

que no tengo porqué estar de acuerdo necesariamente,

ni en el todo ni en parte de lo que estos artículos

reflejan. Sin embargo me parecen lo suficientemente

interesantes como para insertarlos y fomentar una

interesante corriente de opinión entre los lectores de mi

blog.

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RELIGIONIS ET POTESTAS

Habla un pagano.-

Cierto sentido romano de

la vida y del poder, me indica

interiormente, me dice

claramente que es justo

castigar a quienes vayan en

contra de su comunidad, de su

gente, de la sociedad, de la

civitas. Me parece lógico que

una comunidad organizada en

torno a sus criterios valorativos, a su tradición, en suma:

a las jerarquías orgánicas asumidas por un pueblo las

defienda, aún celosamente.

Es justo que así sea. Lo que nunca pude entender ni

creo que vaya a comprender jamás y me repugna, es esa

necesidad de algunos de avanzar sobre los espíritus, de

ordenar el interior de las personas en orden a un dogma

unitario, totalitario, absoluto. Y me repugna en cualquier

caso. El fanatismo religioso anula al hombre y deja sin

efecto sus búsquedas interiores ¿Qué habría de buscar

una persona ocupada en proclamar, en imponer, en

uniformar las almas por dentro según criterios

inamovibles?

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Cortar la mano a un

ladrón es sin duda bestial

¿Pero no lo es más

prender fuego a los

cuerpos para meterse en

las almas? O apalear, o

apedrear, o cercenar

libertades interiores de

cualquier clase.

Las persecuciones

religiosas como forma de

totalitarismo no se

conforman con sustraer al

perseguido su libertad

material y ambulatoria,

necesitan meterse dentro de la persona y quitarle la

libertad más preciada del hombre, lo que hace que la

persona sea tal: me refiero a la libertad espiritual, al

criterio, al sentimiento, al sagrado intento de cada uno

por resolver lo que es muy difícil de resolver, sobre todo

con una hoguera debajo de los pies.

Esa imposición tan cara a los monoteísmos religiosos

no puede claro atribuirse a los fieles, aunque estos

como masa enardecida hagan las cosas que hacen todas

las masas enardecidas, sino más bien a las estructuras

políticas de las organizaciones religiosas, que al parecer

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creen tener cada una de ellas el depósito de una verdad

única e igualitaria para cada espíritu, le guste o no lo

guste a cada cual. Es, digamos, una búsqueda colectiva

depositada, como si la espiritualidad fuera dinero puesto

en un banco que garantiza el interés de la luz eterna a

cambio de una ciega obediencia. A la gente le gusta lo

fácil, lo que da garantías de un resultado terrenal o

supra-terrenal con sólo creer en ese resultado. Así es el

reino de dios, igual a la sociedad sin clases de los

marxistas.

Yo no me meto en las almas ajenas, sólo tomo

contacto con alguna de ellas cuando eso puede darse y

sabemos que no es frecuente.

No digo que esté mal ser cristiano, ni islámico, ni

judío, es una decisión de cada uno. Si ser una u otra cosa

es determinante políticamente, no lo será por la sincera

búsqueda de las almas, sino por la cruel búsqueda del

poder. Estoy sin embargo algo cansado y molesto de

escuchar decir por ejemplo que los griegos (esos genios

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de la cultura y el pensamiento), solamente pensaron y

nos dejaron la filosofía, para preparar la venida de uno u

otro de los dioses únicos que nos rodean, que su

existencia y esfuerzo fueron para preparar algo que está

por encima de ellos ¡Qué soberbia y ridícula afirmación!

¿No es eso insultar y ofender? ¿No es insultar y ofender

decir “pagano” a alguien como si se estuviera

escupiendo en el piso? ¿Por qué no dicen la verdad? Por

qué no dicen: ésta es una lucha de poder entre dioses

únicos hasta que quede uno sólo y se haga con la

cosecha total de las almas para siempre. Y con las almas

el resto, lo material claro está. Esa soterrada vigilancia

que hace ser más o menos a una persona según la

religión y las creencias espirituales que profese, suena

demasiado a histeria controladora. Yo que soy pagano,

no puedo sentir así. Después de todo, fueron los

paganos quienes en la antigua Grecia, descifraron las

posibilidades del conocimiento sin necesidad de

imponérselas a

nadie. Después de

todo, fuimos los

paganos quienes

sentamos las

bases de todo

aquello sobre lo

que el hombre

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europeo cimentó su civilización. Por eso nuestro

derecho defiende a la comunidad sin destripar las almas,

que pertenecen a un orden que reconocemos ajeno. Y

no es eso una falsa humildad hipócrita que esconde un

interés, es solamente sentido común, la base sustancial

del pensamiento, lo que nos aleja de la histeria

masificadora. Una histeria que en los que están arriba de

cualquier estructura se llama control, ya sea este

material o espiritual

JUAN PABLO VITALI

¿Religión o fanatismo?

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Habla un escéptico (excomulgado católico).-

Día uno del año cero…

Adán pone en marcha el

reloj del tiempo, que hasta

entonces no corría. Él y su

cónyuge se zampan al

alimón una manzana tan

prohibida como la de

Blancanieves. Yavé monta

en cólera y marca con el

estigma del pecado original

a la pareja díscola y a todos

sus descendientes. Pasan miles de años. La humanidad

es ya un hormiguero de tribus enloquecidas, aunque no

tanto como ahora. Al Sumo Hacedor, en su infinita

misericordia, se le ocurre la absurda idea de trasplantar

al vientre de un virgen casada con un carpintero, por

fertilización artificial y aviaria, a su único hijo, encarnado

en niño probeta. Éste crece sin honrar a su padre ni a su

madre, se escapa de casa, es bautizado por un jipi loco,

vagabundea, hace juegos de prestidigitación en las ferias

y se inmola para salvarnos a todos. Sabido es, como dijo

Tagore, que quienes predican el bien se olvidan, a

menudo, de ser buenos.

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Dice Iñaki Uriarte en uno de los volúmenes de sus

espléndidos Diarios (Pepitas de Calabaza) que ese

cuento inventado por san Pablo es, según algunos, y yo

les doy la razón, el más dañino, por sus consecuencias,

que jamás se le haya ocurrido a un ser humano. Van a

excomulgarme por tu culpa, Iñaki. Bueno… Te perdono,

porque ya lo estaba.

¿Consecuencias? ¿Cuáles? Pues el igualitarismo, el

socialismo, la Revolución francesa, la soviética, el

fascismo, Keynes, Al Qaeda, entre otras y sin ir más lejos,

pues las siete nos pillan cerca, aunque más lejos de lo

que van ellas, en puridad, no quepa ir.

Mark Twain, otro réprobo, creía que el error divino

consistió en prohibir a Eva la manzana, porque si le

hubiese prohibido la serpiente, que no era venenosa,

aquella mala mujer se la habría zampado. “Nihil

novum”...

Podría haberlo escrito Wodehouse. Me parece que

en otras versiones al castellano se llama “Cabeza de

chorlito”. Iñaki Uriarte asegura no saber si la historieta

es tan nociva como dicen, pero el muy cuco, por si

acaso, añade: “Séneca y san Pablo tenían la misma edad.

¿Cómo pudo ser que triunfaran las ideas del loco? ¿“Quo

vadis Saulo”?.

Y no sólo triunfaron, sino que lo siguen haciendo,

amigo Iñaki. Mira a tu alrededor, El Vaticano, la iglesia

cada vez mas alejada de las enseñanzas de Jesús. Valgan

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estas reflexiones de

vuelapluma a cuento de lo

que se cuece en Roma.

San Malaquías, cuyos

vaticinios son tan apócrifos

como podrían serlo otros

manuscritos de reciente

aparición, asegura que el

próximo Papa “Petrus

Romanus” cerrará la lista. Los impostores, a veces, llevan

razón. También dice que después de eso llegará el fin del

mundo. ¿Habrá que añadir un dígito a la fallida cuenta

de los mayas? Total, por un año…

Pero voy a ser optimista. ¿Y si, después de tanta

iniquidad, llegase la revancha de Séneca?. Quizás el fin

del mundo, no sea mas que el final de la era cristiana y el

resurgimiento del humanismo.

Quiéralo Dios, aunque sea el del Sinaí.

FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ

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Disensión de dos creyentes.-

Les envío esta conclusión después de una reunión en

Estados Unidos de representantes de las iglesias

católica, protestante y musulmana. La religión

musulmana es la que más crece en número en los

Estados Unidos, especialmente en los grupos

minoritarios

El mes pasado asistí a una clase de entrenamiento

requerida para mantener mi status de seguridad en el

Departamento de Prisiones del Estado.

Durante la reunión hubo una presentación por tres

disertantes, uno Católico, uno protestante y un

musulmán, quienes explicaron sus creencias.

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Me interesaba sobre todo, lo que el Imán islámico

diría. El Imán hizo una completa y gran presentación de

las bases del Islam, incluido vídeos.

Después de las presentaciones, se concedió tiempo

para preguntas y respuestas.

Cuando llegó mi turno pregunté al Imán: “Por favor, y

corríjame si me equivoco, pero entiendo que la mayoría

de imanes y clérigos del Islam, han declarado la Yihad

(guerra santa) contra los infieles del mundo. De modo

que matando a un infiel, que es una orden para todos los

musulmanes, tienen asegurado un lugar en el cielo. Si

así fuera el caso… ¿puede usted darme una definición de

infiel? ”

Sin discutir mis palabras, contestó con seguridad:

“Son los no creyentes ”.

Contesté: “Permítame asegurarme que le entendí

bien. A TODOS los seguidores de ALÁ, les ha sido

ordenado matar a TODO el que no es de su fe para

poder ir al cielo? ¿Es correcto? ”

La expresión de su cara cambió de una autoridad, a la

de un chico con la mano en la lata de galletas.

Vergonzosamente contestó: “Así es ”

Agregué: “ Pues bien, señor, tengo un verdadero

problema tratando de imaginar al Papa Benedicto

ordenando a todos los católicos matar a TODOS los de su

fe islámica, o al Dr. Stanley ordenando a los protestantes

hacer lo mismo, para ir al cielo ”. El Imán quedó mudo.

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Continué:”También tengo problema con ser su

amigo, cuando usted y sus colegas dicen a sus pupilos

que me maten. ¿Preferiría usted a su ALÁ, que le ordena

matarme para ir al cielo, o a mi Jesús que me ordena

amarlo para que yo vaya al cielo y quiere que usted me

acompañe? ”. Podías oír la caída de un alfiler cuando el

Imán inclinó avergonzado su cabeza.

Con nuestro sistema de

justicia liberal y por

presiones del ACLU

(organización árabe ame-

ricana), este diálogo no será

publicado en los medios de

comunicación.

Rick Mathes

Capellán de Prisiones EE.UU.

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EL INVENTOR DEL FUEGO

Una fabula de Tony de Mello

Hubo hace

muchos miles de

años, un

hombre de las

cavernas dotado

de gran

inteligencia e

inventiva, que

descubrió el arte

de hacer fuego después de muchos años de

esfuerzos e ímprobo trabajo. Tomó consigo sus

instrumentos y se fue a las nevadas regiones del

norte, donde inició a una tribu en el mencionado

arte y en sus ventajas. La gente quedó tan

encantada con semejante novedad que ni

siquiera se le ocurrió dar las gracias al inventor,

el cual desapareció de allí un buen día sin que

nadie se percatara.

Como era uno de esos pocos seres

humanos dotados de grandeza de ánimo, no

deseaba ser recordado ni que le rindieran

honores; lo único que buscaba era la satisfacción

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de saber que alguien se había beneficiado de su

descubrimiento

La siguiente tribu a la que llegó se

mostró tan deseosa de aprender como la

primera. Pero sus sacerdotes, celosos de la

influencia de aquel extraño, lo asesinaron, y para

acallar cualquier sospecha, entronizaron un

retrato del Gran Inventor en el altar mayor del

templo, creando una liturgia para honrar su

nombre y mantener viva su memoria, teniendo

gran cuidado de que no se alterara ni se omitiera

una sola palabra de la mencionada liturgia. Los

instrumentos para hacer fuego fueron

cuidadosamente guardados en un cofre, y se hizo

correr el rumor de que curaban de sus dolencias

a todo aquel que pusiera sus manos sobre ellos

con fe.

El propio Sumo Sacerdote se encargó de

escribir una Vida del Inventor, la cual se

convirtió en el Libro Sagrado, que presentaba su

amorosa bondad como un ejemplo a imitar por

todos, encomiaba sus gloriosas obras y hacía de

su naturaleza sobrehumana un artículo de fe.

Los sacerdotes se aseguraban de que el

Libro fuera transmitido a las generaciones

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futuras, mientras ellos se reservaban el poder de

interpretar el sentido de sus palabras y el

significado de la sagrada vida y muerte del genial

inventor, castigando inexorablemente con la

muerte o la excomunión a cualquiera que se

desviara de la doctrina por ellos establecida. Y la

gente, atrapada de lleno en toda una red de

deberes religiosos, olvidó por completo el arte de

hacer fuego.

Su Santidad dimite.-

“¿Qué sabe hoy todo el mundo?, preguntó Zaratustra.

¿Acaso no vive ya el viejo Dios en quien todo el mundo

creyó en otro tiempo?.- “Tú lo has dicho”, respondió el

anciano contristado. “Y yo he servido a ese viejo Dios

hasta su última hora. Más ahora estoy jubilado.”

—FRIEDRICH NIETZSCHE Así habló Zaratustra –

La dimisión de un Papa

es un acontecimiento de

vértigo, incluso para los no

creyentes. El vértigo se

produce cuando nos

asomamos al vacío y

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sentimos que se desvanece todo asidero. ¿Que asidero

espiritual más firme, en su perennidad rocosa, que el

Trono de San Pedro? “Tu eres Pedro y sobre esta piedra

edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no

prevalecerán sobre ella.” La Iglesia católica y el Papado,

con su continuidad milenaria, son una de esas fuerzas

que modelan el orden del mundo y lo hacen reconocible.

Y eso es así más allá de adhesiones o rechazos. La

dimisión del Papa –un acontecimiento con sólo tres

precedentes en dos mil años de historia– nos sitúa “In

terra incognita” y adquiere el valor de símbolo de los

tiempos que vivimos.

Nos habíamos acostumbrado a su aire de tímido

ratón de biblioteca, musitando sus incomprensibles

plegarias, suministrando sus cansinas admoniciones.

Pensábamos que se moriría aburriéndonos. En realidad

pensábamos que estaba casi tan muerto como su

mensaje y que, al igual que sus predecesores, acabaría

extinguiéndose amarrado a su Trono. Además, ni

siquiera tenía la delicadeza de intentar caernos

simpático, de quedar bien en las fotos, de

proporcionarnos un show. No era más que un

intelectual. Un intelectual incapaz de comunicar

empatía. Frío como un témpano, carente del optimismo

del polaco. Pocos Pontífices han sido tan cuestionados

como este alemán cuya única vocación –parece ser– era

la de dedicar su vida al estudio. Precedido de su

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antipática reputación de inquisidor llegó al Trono de San

Pedro, supuestamente como Papa de transición. Y se

dedicó a sacar a la luz las miserias hasta entonces

escondidas, al tiempo que continuaba la secular batalla

de la Iglesia frente al mundo moderno. Una batalla

perdida de antemano que hubiera necesitado de un

titán en vez de un libresco anciano al borde de sus

fuerzas. Y tras varios años de polémicas, de tormentas

mediáticas y de traiciones, el anciano llegó al límite y

dijo basta. Una decisión que casi nadie le ha criticado,

pero que ha hecho que muchos de sus fieles se asomen,

por primera vez, al vacío.

¿Qué se hizo del carisma divino? ¿Es posible

renunciar a la infalibilidad? ¿Se equivocó el Espíritu

Santo? ¿Funciona el Vaticano como una Junta de

Accionistas? Y sobre todo: ¿es posible descender de la

Cruz? ¿Qué es eso de la resurrección de los muertos?.

El contraste con su predecesor se hace demasiado

evidente. Su predecesor, aquél amasijo de

padecimientos aferrado a su misión, aquél testimonio

del heroísmo entendido como sometimiento de la carne,

como triunfo del espíritu. Juan Pablo II, el atleta de

Cristo, el guerrero frente al mundo moderno.

No cabe en puridad objeción alguna, doctrinal o de

derecho canónico, a la dimisión de un Papa. Y este Papa,

en un ejercicio de responsabilidad, actuó en intelectual

puro. Examinadas sus fuerzas, se reconoció incapaz de

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proseguir con su tarea y decidió evitarle a la Iglesia

varios años de desgobierno. Y sin embargo…

Sin embargo, es como si algo se hubiese roto. Como

si se hubiese dilapidado un capital simbólico

celosamente preservado. Al fin y al cabo la institución

del Papado –la última monarquía de origen divino en

Occidente– deriva su autoridad no de la buena o mala

gestión de su titular, sino de una esencia metafísica

vinculada a un orden sobrenatural. Y así ha sobrevivido a

todo tipo de tempestades y a algunos deleznables

pontífices. Porque la Idea está por encima de la persona.

Es la concepción –eminentemente pre moderna– del

pontífice como “hacedor de puentes” (pontifex), como

mediador supremo entre el cielo y la tierra, como

encarnación de una institución cuyos efectos benéficos

emanan de su mera existencia. Pero con esta dimisión,

el Papa parece acercarse bastante a la tierra y alejarse

un poco del cielo.

El Papa es un supremo sacerdote. Y el sacerdocio es

ante todo sacrificio ejemplarizante en aras de una

misión que se percibe como la más alta, y que a su vez

refleja el sacrificio de Cristo. Nadie pone en duda, en el

caso de Benedicto XVI, la capacidad de sacrificio. Nadie

discute que el Papa ha obrado en conciencia y que ha

pensado, ante todo, en el bien de su Iglesia. Pero su

dimisión se inscribe –de forma seguramente

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involuntaria– bajo el signo de la época anti heroica que

vivimos.

El sacerdocio es aspiración a la santidad. Y la santidad

es la forma religiosa del heroísmo. Pero en Europa hoy

los seminarios están vacíos. Y en una curiosa ironía de la

historia este Papa, al que todos reputaban como

tradicional y ultraconservador, acaba su Pontificado con

un gesto esencialmente moderno, con un gesto que

adquiere una dimensión simbólica en cuanto expresa el

agotamiento de la Iglesia ante un mundo sin fe. Una

Iglesia que apenas recluta héroes. Que ya no genera

mártires ni cruzados. Una iglesia cuyos héroes –los que

quedan– parecen cansados.

La idea de un Papa jubilado en una Europa post-

cristiana evoca inevitablemente una de las imágenes de

Así habló Zaratustra: la del viejo Papa errabundo que se

ha quedado sin trabajo porque Dios ha muerto. Y él, que

es quien mejor ha conocido al último Dios –al Dios del

cristianismo– es el que también conoce mejor que nadie

la situación creada tras

su muerte.

“Dios ha muerto”, así

lo anunció Nietzsche.

Pero conviene rescatar

al filósofo de Sils Maria

de la torpeza de los que

no le entienden. Nada

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puede morir que no haya existido antes. La expresión

“Dios ha muerto” nada tiene que ver con el ateísmo

vulgar, ni con la trivialidad banal de “los que no creen en

Dios”. Lo que la muerte de Dios significa es que el

mundo suprasensible carece de fuerza operante, ya no

dispensa vida. Lo que la “muerte de Dios” significa –en la

visión filosófica de Nietzsche– es la culminación final del

desenvolvimiento del nihilismo, un movimiento historial

milenario de desvalorización de todos los valores, del

que el propio cristianismo sería uno de los vectores. La

incredulidad o el ateísmo no serían la causa o la esencia

de ese nihilismo, sino más bien sus consecuencias.

Si ello es así, todo es bastante más complicado de lo

que quisieran los que confían en una posible

reevangelización. Porque no basta con un incremento

del número de creyentes –con un revival cristiano o de

otro tipo– para salir del nihilismo. Vivimos en el

nihilismo como en el aire que respiramos. Nihilismo es la

lógica interna de la historia misma de Occidente, la ley

misma de esa historia. El nihilismo no es ni siquiera una

decadencia. Es un gran vacío que se extiende. El

nihilismo es un proceso arrollador de desacralización del

mundo, de salida de la religión, de retirada o de

ocultamiento de lo divino. Decía el filósofo Jean

Beauffret que “hoy todos somos ateos. No en el sentido

del ateísmo como alternativa a la fe, o como un progreso

científico que rivalizaría victoriosamente con ella, sino

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en el sentido que la mitología griega daba a la figura de

Edipo, abandonado por lo divino y por los dioses”.

Pero la sed de sacralidad permanece. Y en el lugar

antaño ocupado por el cristianismo u otras creencias de

la era religiosa se suceden doctrinas que tratan de

encontrar un sentido, que prometen –cada una a su

manera– la felicidad: las “religiones políticas”

(comunismo, fascismos), el arte, el progreso, las

espiritualidades de diseño. Hoy tenemos además un

gran condensado ideológico residual: la religión de los

derechos humanos, que en su versión dogmático-

occidental trata de imponerse a toda la humanidad.

Occidente es un gran vacío, un vacío que no cesa de

exportarse y de reproducirse por todo el mundo.

Una perspectiva sombría para las religiones, que

parecen convocadas –en horizontes variables de

tiempo– a un gran inventario antes de liquidación. No

por una hipotética victoria del ateísmo –insisto en ello–.

No porque la idea de Dios se haya convertido en algo

increíble, sino porque, como decía Heidegger, los

hombres han renunciado a toda posibilidad de creencia

en la medida en que han perdido la capacidad de buscar

a Dios; y han perdido la capacidad de buscarlo porque

han perdido la capacidad de pensar.[3]Sólo un Dios

puede salvarnos, decía Heidegger. Pero el Dios se

retira…

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El catolicismo es la última religión digna de tal

nombre en Europa occidental. ¿Qué postura adoptar

frente a él? En las líneas que siguen mantendré la tesis

de que es precisamente tras la muerte de Dios cuando la

continuidad de la Iglesia católica se hace más relevante

si cabe. Porque sólo la Iglesia católica, frente a la

homogeneidad asfixiante de la post-historia, continúa

representando la Otredad absoluta. Una perspectiva

heroica que exige que la institución del Papado

mantenga, como nunca, el tipo.

¿Debe la Iglesia “ponerse al día”?

¿Pesimismo? Ratzinger –hombre de fe y lúcido

representante del viejo mundo– no parecía albergar

muchas esperanzas en voluntaristas operaciones de

marketing destinadas a frenar la desacralización del

mundo. En esto era mucho menos “moderno” que Juan

Pablo II y sus empeños espectacular-publicitarios. Para

Ratzinger la clave no reside tanto en la “presentación”

del mensaje como en el contenido del mismo: “la Iglesia

sólo puede representar lo que tiene y lo que es. No se

puede empezar por una representación, sino que hace

falta ir a la raíz. Si no existen fuerzas dentro de la Iglesia

que tengan algo que ofrecer a nuestro tiempo, la

representación sirve de muy poco. No existen

estrategias para fabricar la esperanza. Cristo es la

esperanza”. Lo que Ratzinger viene a decirnos es: es

preciso no hacerse ilusiones. La Iglesia no puede

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desvirtuar su mensaje para hacerlo presentable, ni

apostar por convertirse en un fenómeno de moda.

Porque existe una barrera infranqueable entre la Iglesia

y el mundo, y esta barrera resulta de la disolución del

concepto de Verdad.

¿Quo est veritas? La mera afirmación de que algo sea

o pueda ser verdadero resulta, en nuestros tiempos

“líquidos” y postmodernos, escandalosa y

fundamentalista. Un atentado contra la “tolerancia”. Y

es ahí donde se produce el desencuentro definitivo

entre la Iglesia y el mundo. La falacia del principio de

“tolerancia” consiste en que ya no se tolera nada que no

sea la tolerancia misma. En vez de ser un continente

destinado a albergar otros contenidos, la tolerancia se

ha convertido en continente y en contenido. Es un valor

formal que evacua cualquier atisbo de valores

sustantivos. Un nuevo fundamentalismo.

En realidad tolerancia es el nombre “respetable” que

recibe el relativismo –todo equivale a todo, nada vale

nada– como fundamento último para una sociedad de

individuos maleables, flotantes y narcisistas, para “una

sociedad infantilizada donde todo deseo, toda

posibilidad, trátese de estilos de vida, viajes, identidades

sexuales, puede ser satisfecho enseguida”.*5+ La

“tolerancia” tolera ideas o creencias siempre y cuando

éstas se conviertan en cómodos pintoresquismos que en

el fondo a nada comprometen. Y cuando por ventura a

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algo sí comprometen –a algo que rompa el consenso

liberal-libertario– entonces la tolerancia encuentra sus

límites.

¿Debería la Iglesia católica, a su vez, hacerse más

“tolerante”? ¿Debería modernizarse, ponerse al día? La

dialéctica conservadores/progresistas es una polémica

endosada a la Iglesia desde los sectores más ajenos a

ella. Algo que el Cardenal Ratzinger veía perfectamente:

“las estadísticas nos dicen, por un lado, que cuanto más

se adaptan las Iglesias a los patrones de la

secularización, tantos más seguidores pierden y, por el

otro, que se vuelven más atractivas cuando ofrecen un

punto de referencia sólido y una orientación igualmente

clara”.*6+ En otras palabras: la pérdida de fe nunca se

traduce en ganancia de votos. Que se lo digan sino a las

iglesias protestantes o anglicana en sus esfuerzos por

aliñarse al gusto del día. Como si por ordenar más o

menos obispos gay fueran a aumentar el tamaño de su

parroquia.

En realidad las exigencias para que la Iglesia se

“modernice”, se “democratice” y se someta a las

exigencias de la igualdad y las políticas de género son un

requerimiento cuasi-policial para que la Iglesia se

normalice conforme a los moldes de la ideología

dominante. Muy significativamente, las polémicas casi

siempre se refieren a las cuestiones doctrinales que

suponen un freno al desenvolvimiento de la civilización

Page 28: Religionis et potestas (De la religión y el poder)

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deltittytainment y a sus intereses mercantiles.

Quintaesencia y destilación suprema de los valores

occidentales: el derecho a gozar sin cortapisas.

Anticonceptivos, aborto, coros y danzas gays. Fuera de

eso lo demás poco importa, porque Homo Festivus

tampoco está para profundidades dogmático-filosófica

ADRIANO ERRIGUEL