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Este niño ha nacido con buena estrella, comentan los vecinos del
pueblo. En su nacimiento una copiosa lluvia de estrellas inundó el cielo
y lo transformó en una exhibición
de luz y destellos.
Hasta su cuna llegó
el resplandor y lo
envolvió en un halo
de encanto
y de misterio, que le marcará
toda la vida.
El zagal crece enamorado de las
estrellas y obsesionado por descifrar el arcano que
encierran y captar el
mensaje que trasmiten.
Su cálido entusiasmo e imaginación exuberante le llevan a crear un mundo
encantado y mágico, en
el cual se relaciona
cordialmente
con las estrellas.
Frecuentemente mira al firmamento
extasiado con un gesto
de ilusión y deseo.
Cruza la puerta de su fantasía y entra
en un cielo deslumbrante,
cuajado de estrellas. Dialoga con ellas en
un lenguaje exotérico y se entretiene en animados juegos,
que le absorben.
Intuye que ellas
en su anuncio titilante le participan
la inminencia de un
gran acontecimiento, que cambiará el decurso de la humanidad y de la
historia.
A veces desciende con su
sombrero repleto de preciosas estrellitas,
que vuelca sobre la plaza
del pueblo en un alarde de luz y
color. Ante tan chispeante
y colorista exhibición se desborda la alegría y admiración de sus amiguitos.
Otras con su cesta repleta de luceros
camina contento por el bosque
y los desparrama en un reguero rutilante y multicolor, que atrae
a los bulliciosos habitantes del soto, que le siguen
en amigable camaradería.
Le encanta crear un espacio
tenue y transparente, como una tienda de campaña
luminosa, donde arropado
por multitud de estrellitas y acompañado por
sus inseparables animalitos, imagina y sueña un mundo feliz e idílico,
donde todos los humanos,
guiados por el fulgor
de estrellas relucientes, forman una gran familia
transida de amor,
cariño y comprensión.
Una luz nítida llamea
en su interior y le augura
la pronta realidad
de tan atrayente
utopía. Sus amigos aprecian su pecho
más brillante cada día y para
ellos es signo
evidente de que algo
trascendental se avecina.
Un atardecer, mientras ensimismado y rodeado por sus amiguitos del
bosque disfruta con su ensoñación favorita, se le
aparece una estrella deslumbrante, que le revela con íntima emoción: “Dios Niño
va a nacer”.
Aquella noche
el cercano bosque destella con la polícroma claridad de miles de estrellas, que danzan
entre los árboles y se columpian
en sus ramas.
El pequeño zagal se
despierta con excitación
creciente y
convoca presto a sus
amigos. Ya los animalitos
retozan exultantes
a la salida de la aldea, y todos, raudos y con el corazón
desbocado, enfilan hacia el bosque,
resplandeciente
ante sus ojos.
El viejo roble relumbra con fulgentes destellos,
nimbado por una corona de estrellas. Hacia allá se dirigen
con paso apresurado. Atónitos, descubren en la oquedad
de su añoso tronco un niñito
precioso, envuelto en pobres
pañales.
En él admiran arrobados “la gloria de Dios hecho Niño” y
adoran agradecidos al “Mesías
Esperado”.
De pronto todas las
estrellas del bosque
ejecutan una danza
armoniosa y vibrante. Luego se
dispersan en todas direcciones como anuncio de
“Buena Noticia”.
Los Niños las
contemplan
alucinados y
enardecidos y de
inmediato las siguen
convertidos
en heraldos de “un Dios Amor”.
Desde entonces el candor y belleza de los niños,
como estrellas luminosas, nos reflejan
“el amor de Dios”.
Jesús Niño, en estas Fiestas de Navidad,
engalana mi cielo con las estrellas de:
La sabiduría, para saborear lo sencillo,
La amistad, para crear lazos perennes,
La alegría, para contagiarla a los hermanos,
La disponibilidad, para hacer tu
voluntad,
La empatía, para sentir con el otro,
La piedad, para anudarme a Ti,
La compasión, para
dolerme con el paciente,
La humildad, para
valorarme según Tú,
La paz, para
engranar la humanidad,
La fe, para fiarme de Ti, tu amor y
promesas,
La esperanza, para alcanzar la utopía del
Reino,
La caridad, para crear un cielo en la tierra.
¡Gracias, Jesús, por tus dones y tu Espíritu!