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El actual entorno: crisis y situación del Estado
A continuación se abordan una serie de cuestiones que tienden a mostrar como en
la actualidad se pueden evidenciar variaciones complejas en muchas de las
instituciones de la modernidad.
Sin duda alguna, esto nos llevará a pensar el Estado, su realidad y los retos o
desajustes ocasionados por las variaciones económicas, políticas, ambientales y
sociales que se han desarrollado en las últimas décadas.
Elementos generales para caracterizar la crisis actual de la modernidad y el
Estado
Hoy en día es común hablar de la “crisis”. Este término ha llegado a ser invitado
obligado de todo tipo de debates en las ciencias sociales y, claramente, en los
marcos analíticos de la Ciencia Política y de las Relaciones Internacionales ha
tenido gran resonancia. Se puede decir que el sistema está en crisis, que el
Estado, la familia o el mercado están en crisis y que por ende, se deben realizar
ajustes para que operen de manera correcta. Esto ha llevado a la idea de que la
crisis no es más que una serie de desajustes en una gran máquina y que lo que se
debe hacer es arreglar o reemplazar las piezas que estén funcionando mal. Es por
esto que desde disciplinas como la Ciencia Política, se proponen nuevas maneras
de enfrentar los problemas que no permiten que las cosas se desarrollen de
manera “normal”, como generalmente se hacía en décadas anteriores.
Además de esa disciplina, saberes tradicionales como la economía política entran
a poner en marcha sus herramientas para solucionar las afecciones de las que
sufre el sistema económico global. Herramientas como el manejo de las tasas de
interés por parte de los bancos centrales y las medidas contractivas y expansivas,
son, entre otras, algunas de las técnicas que, se supone, permitirían la
estabilización de las cosas para poder seguir en pro de la senda “invariable” del
desarrollo.
Pero, si la cuestión es de dispositivos1 de poder, de gestión o de ajustes
macroeconómicos, ¿por qué las cosas no cambian?, ¿por qué la crisis siempre
crea un nuevo y más fuerte conjunto de problemas que el anterior?, ¿cuáles son
los roles de los estados en este nuevo marco global de crisis? Sin duda, estas
preguntas deben ser analizadas por los profesores y estudiantes de un programa
de Relaciones Internacionales y Estudios Políticos, ya que de no hacerlo, se corre
el riesgo de repetir, infructuosamente, las estrategias que ven al mundo como la
interacción entre los desvencijados Estados-Nación y los demás actores
tradicionales del “sistema internacional”.
Ahora bien, dar cuenta de estas cuestiones no es algo que se pueda agotar en
unas cuantas páginas, pues se requiere de una reflexión permanente y
transdisciplinar que nutra los análisis sobre estas preguntas, eso sí, teniendo
como premisa fundamental la de “transgredir” los marcos teóricos habituales que
han guiado este tipo de análisis. En este sentido y para tratar de dar cuenta de
1 El uso del término “dispositivo” refiere a cómo es entendido en tanto “operador práctico” que se
inscribe en las relaciones de poder. En palabras de Santiago Castro-Gómez, a propósito de cómo
entiende Michel Foucault al dispositivo, conviene traer a colación lo siguiente: “Los dispositivos son
entonces “cajas de resonancia” que actualizan las virtualidades presentes en cada uno de los
elementos que resuenan.
Al hablar, por tanto, de la racionalidad del dispositivo debemos entender que se trata de una
racionalidad eminentemente práctica. Los dispositivos aparecen en un momento dado de la
historia para “responder a una urgencia”, como puede ser, por ejemplo, “la reabsorción de una
masa de población flotante que a una sociedad con una economía de tipo esencialmente
mercantilista le resulta embarazosa” (Foucault, 1991e: 129). Esto quiere decir que los dispositivos
se inscriben en relaciones de poder y juegan allí como operadores prácticos orientados a la
readecuación de ciertas relaciones de fuerza con el fin de “rellenar espacios vacíos”. El
encarcelamiento, para tomar otro ejemplo, no pertenece al proyecto de reforma de la penalidad del
siglo XVIII. Los robos y atentados contra la propiedad fueron comportamientos “impensados” por la
reforma penal, espacios vacíos que debían ser “rellenados” por una serie de medidas de control
que desembocaron finalmente en la emergencia de un dispositivo muy diferente al jurídico-legal de
soberanía: el panoptismo.” (Castro-Gómez, 2010, p. 65)
algunos de los elementos implicados en las preguntas que se plantea en las líneas
anteriores, resulta estratégico aludir a Hardt y Negri (Autores de algunos de los
textos más renombrados en términos de interpretaciones políticas
contemporáneas) para introducirnos en la “significación” de la crisis actual:
Mientras en el proceso de la modernización los países más poderosos
exportaban formas institucionales a los países subordinados, en el actual
proceso de posmodernización lo que se exporta es la crisis general de las
instituciones. La estructura institucional del Imperio es como un programa de
software que porta un virus, de modo tal está modulando y corrompiendo
continuamente las formas institucionales que la rodean. La sociedad imperial
de control es, tendencialmente en todas partes, el orden del día. (Hardt y
Negri, 2000: 164-165)
Lo que se puede ver, entonces, es un cambio fundamental en la forma cómo el
poder se dispersa desde lo que, tradicionalmente, sería el centro del imperio –
Europa y EE.UU-. Lugar que ha diseminado, por el resto del globo, su
construcción de la modernidad2. Este proceso de “exportación” ha cambiado de
2 El concepto de modernidad requiere una cierta precisión conceptual, pues en la desarticulación
de las formas sociales que la sostienen es que se sitúan las relaciones internacionales actuales, el
rol de los estados contemporáneos y los ejercicios ciudadanos, entre otros. Para aproximarnos un
poco a la visión que, sobre ella, se pretende manejar en este texto es bueno traer a colación la
idea de Dussel sobre la modernidad: “La modernidad no es un fenómeno que pueda predicarse de
Europa considerada como un sistema independiente, sino de una Europa concebida como centro.
Esta sencilla hipótesis transforma por completo el concepto de modernidad, su origen, desarrollo y
crisis contemporánea, y por consiguiente, el contenido de la modernidad tardía o posmodernidad.
De manera adicional quisiera presentar una tesis que califica la anterior: la centralidad de Europa
en el sistema-mundo no es fruto de una superioridad interna acumulada durante el Medioevo
europeo sobre y en contra de las otras culturas. Se trata, en cambio, de un efecto fundamental del
simple hecho del descubrimiento, conquista, colonización e integración (subsunción) de Amerindia.
Este simple hecho dará a Europa la ventaja comparativa determinante sobre el mundo otomano-
islámico, India y China. La modernidad es el resultado de esos eventos, no su causa. Por
consiguiente, es la administración de la centralidad del sistema-mundo lo que permitirá a Europa
contenido. Pero, ¿qué quiere esto? En términos concretos, un ejemplo es que el
déficit fiscal de las economías europeas y norteamericana se convierte en
responsabilidad de todo el mundo. Lo anterior funciona de la siguiente manera: al
valorar y tranzar la mayoría de los intercambios comerciales del mundo en dólares
norteamericanos y euros, los países, principalmente del tercer mundo, tratan de
mantener apreciadas estas monedas –vía control de la inflación y tratando de
devaluar las monedas locales-, de tal manera que los inversores se vean atraídos
a ellos, ya que se les garantiza tener mayores niveles de rentabilidad. Así las
cosas, se generan grandes procesos de transmisión de valor que alimentan las
continuas fragilidades de los sistemas económicos del primer mundo.
Otro ejemplo, un poco más “carnal”, por su relación más próxima con el día a día
de los habitantes de América Latina, es la creciente separación estructural entre el
capital y el trabajo. Lo que ha conllevado a que la reproducción social haya venido
transformarse en algo así como la “conciencia reflexiva” (la filosofía moderna) de la historia mundial
[…] Aún el capitalismo es el resultado y no la causa de esta conjunción entre planetarización
europea y la centralización del sistema mundial” (Castro-Gómez, 2005 [Dussel, 1999: 1485-149]:
50).
Ahora bien, además de lo anterior, es clave tener en cuenta que en la posmodernidad una de las
relaciones fundamentales de la modernidad ha sido reconfigurada: la del trabajo y el salario. Como
anotan Hardt y Negri: “En el pasaje a la posmodernidad, una de las condiciones del trabajo es que
funciona fuera de medida. La regimentación temporal del trabajo y todas las demás medidas
económicas y/o políticas que se le impusieron han sido eliminadas. Hoy el trabajo es,
inmediatamente, una fuerza social animada por los poderes del conocimiento, el afecto, la ciencia y
el lenguaje. De hecho, el trabajo es la actividad productiva de un intelecto general y un cuerpo
general fuera de medida. El trabajo aparece simplemente como el poder de actuar, que es tanto
singular como universal: singular en tanto el trabajo se ha vuelto dominio exclusivo de la mente y el
cuerpo de la multitud; y universal en tanto el deseo que la multitud expresa en el movimiento desde
lo virtual hacia lo posible está constituido constantemente como cosa común. Sólo cuando lo que
es común se forma puede tener lugar la producción y elevarse la productividad general. Todo
aquello que bloquee la acción de este poder es meramente un obstáculo a superar-obstáculo
eventualmente superado, debilitado y aplastado por los poderes críticos del trabajo y la cotidiana
sabiduría pasional de los afectos. El poder de actuar es constituido por el trabajo, la inteligencia, la
pasión y el afecto en un lugar común.” (Hardt y Negri, 2000: 316)
quedando, prácticamente, por fuera de las responsabilidades del capital y sus
dispositivos aseguradores de la reproducción de la fuerza de trabajo –dispositivos
como los salarios indirectos que recibían los trabajadores vía subsidios, créditos
de bajo costo, cajas de compensación, entre otros, son cada vez más escasos; sin
contar con los debilitamientos estructurales de los sistemas pensionales y de salud
en la mayoría de los países del globo-.
Esto, sin duda, nos sitúa en una realidad totalmente atípica frente a lo se había
vivido, con los vaivenes correspondientes, durante la modernidad, lo que podría
significar que estaríamos ante la emergencia de una realidad novedosa o
posmoderna –es decir, una en la cual las instituciones tradicionales que dieron
sustento a los tipos de relaciones sociales de la modernidad presentan desajustes
y alteraciones que no les permiten desarrollarlo sus funciones sociales de la
misma manera que antes: ejemplo de ello puede ser la familia, en tanto esta ha
sufrido múltiples variaciones y diversificaciones que no permiten definir
“claramente” lo que es una familia-.
Para entender esto de manera un poco más práctica, el investigador peruano
Aníbal Quijano nos ofrece una buena entrada analítica que parte de calificar la
crisis económica global como un suceso que no puede ser entendido como una
etapa de los “ciclos económicos” del capitalismo. Al respecto, el profesor peruano
anota:
¿Por qué no es otro ciclo de crisis? De manera muy esquemática y breve,
desde aproximadamente mediados de los años 60 comenzó a haber un
cambio muy profundo en las relaciones entre capital y trabajo, una parte del
trabajo no solo que fue expulsada durante el ciclo de contracción sino que,
además, los nuevos que ingresaban no eran absorbidos por el capital. Esto es
lo que en América Latina conceptualizamos como marginalización de la mano
de obra nueva, la fuerza viva de trabajo individual comenzaba a quedar de
manera creciente fuera del aparato productivo y en consecuencia del empleo.
Esto se desarrolló a toda velocidad, de modo que a mitad del año 73 llegó a
un momento de explosión.
En ese año, hubo una culminación del proceso de cambios entre el capital y
el trabajo. La exclusión creciente del trabajo y la crisis –esta estagnación e
inflación en Norteamérica se la llamo estanflación-, por el estancamiento
productivo virtualmente total a nivel del mundo e inflación creciente, un
fenómeno que nunca antes había ocurrido en ningún momento de la historia
previa. Cada estancamiento significaba deflación, caída de precios, por
primera vez en 500 años de historia teníamos estancamiento productivo
mundial e inflación creciente. A partir de ese momento se forma lo que se
llama desempleo estructural, que genera una desintegración del movimiento
de los trabajadores del mundo, una virtual desintegración de sus instrumentos
sociales, la dispersión de esos grandes conglomerados fabriles. Este
momento marco la transición a otra etapa. (Quijano, 2010: 56-57)
Y, como lo anota Quijano, esta nueva etapa que se caracteriza por una creciente
financiarización de las economías nacionales y un proceso constante de
internacionalización de las mismas que ha llevado a una estandarización, algo
peligrosa, de los procesos económicos y, en varias partes del mundo, a
dolarizaciones o unificaciones monetarias regionales.
Detrás de esto lo que se puede ver es la necesidad de garantizar el flujo constante
de los productos financieros y otros títulos valores, pues estos son los que
concentran la mayor parte de los movimientos económicos del mundo. Así las
cosas, lo que se ha hecho por medio del sistema financiero es generar todo un
entramado de canales de transmisión de valor que se alejan, cada vez más, del
sector real de la economía, lo cual conlleva necesariamente a la radicalización del
cisma entre trabajo y capital. Esto, por una cuestión muy simple, si un inversionista
no necesita de la producción para enriquecerse, sino de tranzar productos
financieros, cada vez más es menos necesario tener trabajadores.
Sin duda, esto representa un gran reto para los países de América Latina, que
fundamentan gran parte de sus ingresos nacionales en la exportación de bienes
del primer sector. Más aún, cuando es claro que estos sectores, si bien generan
importantes ingresos, no producen muchos empleos. En esto resulta
particularmente ejemplificante Colombia, que tiene concentrada en las
exportaciones de petróleo y carbón la mayor parte de su canasta exportadora,
pero esto no ha supuesto la generación masiva de empleo, ya que la forma en que
se operan estos sectores es, sobre todo, mediante mecanismos de concesión que
limitan el papel de Colombia al de proveedor de zonas de extracción y no le dan el
carácter de productor-comercializador de estos productos.
Podría decirse que el neoliberalismo, como esquema global que ha dominado la
vida social en el mundo desde los años 80, principalmente, ha generado una serie
de condiciones que han dado al lastre con muchos de los desarrollos del
liberalismo mismo. Es decir, dinámicas como la desregulación de los capitales,
con el pretexto de permitir una integración global que garantizara la mejor
asignación de los recursos, sin importar el origen o el destino de dichas
inversiones, o los procesos de desmonte de los Estados –principalmente en el
tercer mundo- han conllevado a que varios de los elementos sociales que
permitían una serie de conexiones entre la vida y la economía para que esta se
reprodujera, han venido cediendo y perdiendo fuerza para hacerlo, en tanto el
capital, como principal elemento vital de estas, ha migrado a otras redes de
generación de valor que ya no se fijan mucho en el trabajo vivo de las personas.
Es decir, el neoliberalismo –este concepto será explicado con mayor profundidad
más adelante- se ha venido configurando como una gran marco de las relaciones
sociales que ha llevado a que cada uno, cada persona, sea responsable de su
vida, así alimente con su trabajo, consumo o ideas la estructura acumulativa de las
redes contemporáneas del capital que, como se ha planteado en líneas anteriores,
cada vez menos se alimenta del trabajo vivo pero, eso sí, tiene en los individuos a
sus principales nutrientes. Para entender esto, basta con ver cómo funcionan los
esquemas de salvamento financiero que los Estados adelantan cuando alguna de
las piezas claves del sistema financiero se encuentra en problemas. A
continuación, Aníbal Quijano nos presenta un muy buen ejemplo:
Acabamos de ser testigos y protagonistas, hace muy poco, de lo que se llama
la gran crisis financiera del capital. Pero no hay tal crisis financiera, se trata
del más grande y escandaloso fraude financiero de toda la historia
contemporánea, hecho de manera absolutamente premeditada y planificada.
¿Hay alguien que, en su sano juicio, piense que un banquero, sobre todo en
Estados Unidos, va a prestarle dinero a alguien que sabe perfectamente que
no le puede pagar? Obviamente no. Pero en este caso, los banqueros no solo
estaban prestando a quien sabían que no podía pagar, sino que estaban
estimulando a pedir crédito, a sabiendas que no iban a pagar. El mecanismo
fue: un banco que tiene miles de estos créditos los vende a la próxima
compañía aseguradora y ya ganó dinero; esa compañía aseguradora se la
vende a la más grande y ya ganó dinero; y esa compañía aseguradora -la
más grande-, digamos la American International Group (AIG), negoció con el
Estado, porque los bancos comenzaron a entrar en falencia. (Quijano, 2010:
58-59)
Aunque lo que nos presenta Quijano aparece como una especie de “gran estafa”
que nos podría llevar a pensar en que los problemas del capitalismo son cuestión
de honestidad o de la moral de los sujetos que ocupan lugares representativos en
el sistema. Es decir, que se trata de la ética de los agentes económicos. Lo que en
realidad se está mostrando en el ejemplo es el ciclo real del capitalismo por
nuestros días. En este ciclo lo que genera ganancias sigue siendo el viejo factor
que la ha generado siempre, es decir, la transferencia de valor o de riqueza de
unos sujetos a otros (estos pueden ser institucionales y no necesariamente
personas), pero de una manera muy diferente a la que pudo describir Marx en el
Capital, pues ya no es la fuerza de trabajo la que imprime valor agregado a las
mercancías sino que el público, mediante los mecanismos de recaudo de la
sociedad, ya sean estatal-impositivos o por los múltiples sistemas de transferencia
directa a las empresas privadas (pago de derechos de seguridad social), termina
por traspasarle sus ahorros o recursos al Estado, que muchas veces, los re-
transfiere al sistema financiero en pro de su salvamento.
Así las cosas, el siclo de generación de valor se recompone. Ahora bien, como se
dijo anteriormente, es el neoliberalismo el marco de valores y relaciones que
permite la operación de todo esto y para comprenderlo un poco mejor, vale la
pena darle un vistazo a algunos planteamientos del pensador francés Michel
Foucault, al respecto.
El neoliberalismo no es Adam Smith; el neoliberalismo no es la sociedad
mercantil; el neoliberalismo no es el gulag en la escala insidiosa del
capitalismo.
¿Qué es, por lo tanto, ese neoliberalismo? La vez pasada traté de indicarles
al menos cuál era su principio teórico y político. Traté de mostrarles que, para
el neoliberalismo, el problema no era para nada saber –como en el liberalismo
del tipo Adam Smith, el liberalismo del siglo XVIII-cómo podía recortarse,
disponerse dentro de una sociedad política dada, un espacio libre que sería el
mercado. El problema del neoliberalismo, al contrario, pasa por saber cómo
se puede ajustar el ejercicio global del poder político a los principios de la
economía de mercado. En consecuencia, no se trata de liberar un lugar vacío
sino de remitir, referir, proyectar un arte general de gobernar los principios
formales de una economía de mercado. Ése es a mí entender el objetivo, y
procuré mostrarles que, para lograr hacer esa operación, es decir, saber
hasta dónde y en qué medida los principios formales de una economía de
mercado podían ser el índice de una arte general de gobernar, los
neoliberales se vieron obligados a someter el liberalismo clásico a una serie
de transformaciones. (Foucault, 2007, p. 157-158)
Como plantea Foucault, el neoliberalismo busca “ajustar” el ejercicio del poder
político, si se quiere, el ejercicio del poder de los Estados, a los lineamientos
rectores de la economía de mercado. Y, sin duda, en este proceso se han
generado un sinnúmero de transformaciones en las estructuras de estas
instituciones políticas y por ende en la forma cómo se entienden las sociedades.
En el sistema internacional y más concretamente en la región latinoamericana es
muy notable este proceso. Es muy común ver como a la mayoría de los países de
la región les importa en gran medida, salvo contadas excepciones, adelantar
procesos de intercambios comercial o cultural con regiones por fuera del sur del
continente. Esto, que muchas veces es vendido a los pueblos como un necesario
proceso de internacionalización económica, pero que ve en la inversión y el
comercio exterior las únicas fuentes de desarrollo social, refleja la muy
latinoamericana idea de que el desarrollo está, principalmente, en lograr lazos con
los viejos padres del sistema capitalista contemporáneo, es decir EE.UU y Europa.
Si bien, es creciente el interés en lograr vínculos con economías de otros planos
geográficos, como los de Asia, también es cierto que muchas veces, como en el
caso de Colombia, dicho esfuerzo se hace a tientas y estando muy pendiente de
las señales de aprobación o desaprobación que puedan emitir los viejos padres,
principalmente EE.UU.
Se podría decir que la mayoría de los países de la “región latinoamericana” actúa
en función de algunos intereses específicos que, no necesariamente, implican la
búsqueda conjunta con otros países de algunos tipos de desarrollo
mancomunado. Es decir, el individualismo que tanto se le achaca a los sujetos o a
los ciudadanos, parece estar insertado en las relaciones internacionales del
continente. En los estudios de las relaciones internacionales sobre cómo se
desarrollan estas en el sur del continente, es tradicional encontrar diversos
intentos de una cierta “agremiación” que no logra ir más allá del montaje de
instancias supranacionales de discusión, más no tanto de decisiones estructurales
que recompongan la política cotidiana de la región. Referente a esto, el Kas Paper
de diciembre de 2011 de la Fundación Konrad Adenauer anota:
En cuanto a la integración, los observadores creen que hoy se presenta la
misma carencia de visión que en la política exterior y esto es un denominador
común de toda América Latina. Las iniciativas de integración emanan de
proyectos políticos domésticos de corte populista, sea de derecha o de
izquierda, y son temporales, intermitentes, pierden progresivamente su fuerza
inicial. Actualmente, incluso UNASUR parece perder su vigor de partida.
Tienden a depender mucho de actuaciones individuales, y de si los gobiernos
se desdibujan, como sucede con Venezuela o Argentina, por lo que se
estancan los procesos que conducen. La mayoría de los académicos
participantes apunta a que los intereses y las expectativas de los países de la
región respecto a UNASUR resultan muy disímiles y hasta contradictorios,
con un grado muy pobre de institucionalización.
Es decir, los intentos de alguna integración real quedan subsumidos en la anexión
de cada uno de los países, según su estilo de gobierno, a los esquemas
neoliberales que abogan por la implantación de la economía de mercado en la
vida política de las sociedades. Respecto a este punto, América Latina tiene un
largo historial de alineación hacia las medidas de corte neoliberal. A continuación,
en palabras de Aníbal Quijano, podemos ver cómo, a propósito de las dinámicas
de estanflación del sistema económico de los países desarrollados (la
estanflación, cómo se dijo en páginas anteriores, obedece a un constante
crecimiento de los precios, a pesar de descensos sostenidos en la productividad)
fue el sur del continente el primero en ejecutar, de manera más sistemática
políticas neoliberales:
¿Cómo inicia el llamado neoliberalismo?, ¿cómo se comienza a contestar a
esa combinación de estancamiento productivo, de alta inflación y de
crecimiento del novedoso sistema financiero nuevo? Con Pinochet. Lo que
llamamos neoliberalismo comenzó exactamente con Chile y sus Chicago
boys. Fue tomado después por la señora Thatcher, en Gran Bretaña, y
después por Reagan, en Estados Unidos. (Quijano, 2010, p. 60)
En suma, se puede decir que el conjunto de las medidas de corte neoliberal
generó amplios procesos de desindustrialización y desempleo, principalmente en
las regiones del mundo que no se consideraban como desarrolladas. Indicadores
como las altas tasas de sub-empleo que tienen países como Colombia, Brasil,
Ecuador y Perú, son consecuencia directa de estos procesos.
Pero, en últimas, todo esto es señal de la “crisis” estructural del capitalismo que se
formó durante lo que algunos llaman “modernidad”. Crisis que lleva a la
emergencia de nuevas formas de generación y transmisión del valor de las
economías nacionales. Todo esto debe conllevar a que a la hora de pensar el rol
del Estado, la política exterior, entre otros temas de las relaciones internacionales
y de las ciencias políticas, se tenga en cuenta que no se puede seguir aludiendo a
los esquemas tradicionales de entendimiento del mundo o del sistema
internacional.
Interacciones complejas entre Estado y globalización
Sin duda, uno de los principales temas de análisis dentro de los Estudios Políticos
y las Relaciones Internacionales, en la primera década del siglo XXI y lo que va de
la segunda, es el efecto de la globalización en el Estado-Nación. Por ello, a
continuación se tratará de presentar un panorama general de algunos de los
elementos que han estado en juego dentro de estos análisis. Para iniciar, conviene
plantear ciertos puntos básicos frente a la forma en que se puede entender la
globalización:
La globalización como un conjunto de procesos: desde este punto de vista se
entiende que la globalización no puede reducirse a algunos de sus aspectos. Es
decir, pensar que esta se limita a las ampliaciones de los marcos de interacción
económica o comunicacionales sería dejar de lado factores como las interacciones
culturales, políticas y ambientales que también se realizan. Es más, a partir de
autores como el portugués Boaventura de Sousa Santos sería, de cierta manera,
incorrecto hablar de una sola globalización, por lo que se debería pensar en la
coexistencia, a veces armónica y otras veces no tanto, de diversas
globalizaciones. En este sentido, es importante tener presente lo que plantea el
profesor Santos:
La globalización económica se refiere básicamente a la consolidación de una
economía dominada por el sistema financiero y por la inversión a escala
global; procesos de producción flexibles y multilocales; bajos costos de
transporte; revolución en las tecnologías de información y de comunicación;
desregulación de las economías nacionales; preeminencia de las agencias
financieras multilaterales y la emergencia de tres grandes capitalismos
transnacionales: americano, japonés y europeo. La globalización social da
cuenta de la transformación en la estructura de clases sociales a partir de la
emergencia de una clase capitalista transnacional, transformación reflejada
en el crecimiento de la brecha existente no solamente entre las diferentes
clases sociales sino entre los países más pobres con respecto a los países
más ricos. La globalización política se caracteriza por la reducción de la
autonomía política y la soberanía efectiva (traducida en términos de una
desnacionalización del Estado, una desestatalización de los regímenes
políticos y una internacionalización del Estado nacional) de los estados
periféricos y semiperiféricos, y el aumento dramático de las asimetrías del
poder transnacional entre el centro y la periferia del sistema mundial. Por
último, en la globalización cultural se distinguen dos fenómenos importantes:
la creación de universos simbólicos transnacionales y la homogeneización
cultural generadas a partir de la expansión de los medios de comunicación
electrónicos y las migraciones (Santos, 2003: 170-191).
Ahora bien, además de la existencia de estos tipos de globalizaciones que
interactúan en la actualidad, es fundamental tener en cuenta que cada una estas
alude a un propio ritmo que la puede hacerse desarrollar de manera diferente a las
otras. Por ejemplo, cuando hablamos de globalización financiera, hablamos de
una que cuenta con unas plataformas tecnológicas que le permiten desplegarse
de manera mucho más rápida que otros tipos de globalizaciones; es más, se
pueden dar procesos de globalización financiera sin la necesidad de contar con los
ajustes sociales y políticos necesarios para permitir que esta genere beneficios a
las poblaciones –ejemplo de ello ha sido el proceso de financiarización3
internacional de los fondos pensionales nacionales, los cuales pasaron a ser parte
de la arquitectura financiera internacional de manera casi inmediata, una vez se
aprobaron los marcos legales que la permitían-.
Ahora bien, se podría decir que una globalización de carácter político requiere de
una serie de acoples institucionales a nivel nacional e internacional que no se
logran de manera automática, por lo que no sería tan rápida como la financiera.
Esto, entre otros factores, por las pugnas de intereses de los diferentes grupos de
presión que intervienen en la definición de las agendas políticas.
Un segundo elemento que se debe tener en cuenta al hablar de globalización, es
que esta parte de fenómenos de carácter político y económico (Galindo, 2007:
159-160), antes de dispersarse hacia los espacios culturales, ambientales o
sociales de los Estados-Nación. Esto tiene entre una de sus consecuencias, como
anota la investigadora colombiana Carolina Galindo (2007), que termina por alterar
los esquemas de producción de las economías nacionales, las cuales pasan de
producir en centros fabriles localizados, para desarrollarse en la interacción de
diferentes puntos de producción –cada vez más flexibles y removibles- a lo largo y
ancho del globo.
3 La financiarización supone la superposición del mercado de valores al mercado económico real.
Al respecto el Profesor César Giraldo deja claro que: “Financiarización significa que, en el proceso
económico, la lógica financiera se sobrepone a la lógica productiva. Es un fenómeno que se puede
apreciar desde los puntos de vista cuantitativo y cualitativo. Desde el punto de vista cuantitativo,
por el aumento sin precedentes de las transacciones de carácter financiero. Y del cualitativo, por
dos razones: de un lado, el comportamiento de las empresas y de los inversionistas se dirige más a
buscar rentas financieras, que ganancias en el proceso productivo. De otro, porque la política
económica privilegia la obtención de equilibrios macrofinancieros a través de programas de ajuste
que se orientan a crear un excedente en la balanza comercial. Con esto último se busca generar
las divisas para hacer las trasferencias a los acreedores financieros, pero al tiempo se sacrifican
otros objetivos, como por ejemplo, el crecimiento económico.” (Giraldo, 2004: 61).
Por lo anterior, hoy en día es común ver cómo las empresas multinacionales
cuentan con una división geográfica bastante amplia de sus procesos productivos,
buscando siempre producir donde les sea menos costoso, con el fin de mejorar
sus márgenes de ganancia. Sin duda, esto ha impactado de manera importante
las economías nacionales del mundo y de manera particular en América Latina.
Por un lado podemos ver cómo la mayoría de los gobiernos de la región se han
embarcado en la estrategia de minimizar lo más posible los costos para los
inversionistas extranjeros, de tal manera que estos se vean bastante atraídos a
localizar sus inversiones en estos países4.
Además, otra gran variación que han permitido los avances tecnológicos ha sido el
creciente rol de los mercados financieros en las economías, a tal punto de ser, en
varios casos, el mercado privilegiado por las instituciones estatales y por los
agentes de la economía. Frente a este punto y siguiendo con los planteamientos
de Carolina Galindo, es conveniente tener muy presente la siguiente idea de la
autora:
Este aumento afecta de manera sensible otras esferas de la vida social; en
efecto, tal y como lo señala Giddens, los mercados monetarios (que funcionan
4 En cuanto a la experiencia colombiana, en pro de la atracción de inversión extranjera, conviene
traer a colación lo que plantea Luis Javier Orjuela: “Entre estas políticas se cuentan: a) la
flexibilización del mercado de trabajo (ley 50 de 1990) la cual significó para los trabajadores, entre
otras cosas, la reducción de beneficios y garantías laborales, la desaparición de los contratos a
término indefinido y la parcial privatización del sistema de seguridad social, b) La reducción de los
impuestos y barreras a las importaciones, y el establecimiento de una tributación regresiva, en la
cual el impuesto al consumo ha reemplazado al impuesto a la renta como principal fuente de
financiación de la actividad estatal (ley 49 de 1990). c) La privatización de empresas públicas en
las áreas de puertos marítimos, aeropuertos, ferrocarriles, telecomunicaciones y seguridad social
(ley 1 de 1990 y decretos presidenciales 2156 a 2171 de 1992), la cual causó miles de despidos de
empleados públicos; alrededor de 40.000 según el gobierno y más de 77.000 según Fenaltrase. d)
La descentralización política, administrativa y fiscal (Ley 60 de 1993, entre otras) por la cual un
gran número de funciones del gobierno central fueron transferidas a los municipios, y su
responsabilidad fiscal fue incrementada.” (Orjuela, 1998, p. 59)
las veinticuatro horas del día) dependen de una fusión de tecnologías satélite
e informáticas, que inciden también sobre otros aspectos de la sociedad. Un
mundo de comunicación electrónica instantánea, en el que están implicados
incluso quienes viven en las regiones más pobres, reorganiza las instituciones
locales y las pautas vitales cotidianas; la globalización está transformando la
vida diaria, especialmente en los países desarrollados, a la vez que crea
nuevas fuerzas y sistemas transnacionales. (Galindo 2007, 160)
Esto, como se planteó en páginas anteriores, ha traído grandes consecuencias
para los estados, los cuales, muchas veces, se han visto obligados a financiar las
pérdidas y a tratar de gestar condiciones de inversión bastante favorables, debido
en parte al gran poder e influencia que han logrado los agentes económicos
internacionales en las economías nacionales. Sólo a manera de ejemplo, se puede
tomar el caso de Colombia, en referencia al marco legal de negociación en
términos de exploración y explotación de yacimientos petrolíferos:
Colombia presenta un esquema de contratación en el sector energético –los
principales productos son el petróleo, el carbón y el gas- que brinda muchas
facilidades a las empresas inversionistas extranjeras, con el fin de garantizar
que estas tengan los resultados económicos esperados. Se puede decir, a
manera de hipótesis de trabajo, que Colombia, mediante su legislación
contractual en estos temas, ha desarrollado una estrategia que lo establezca,
en la región, como un destino muy atractivo de inversión.
Es decir, por medio del marco jurídico que regula los contratos de extracción
de estos recursos, Colombia busca generar una especie de “ventaja
comparativa” que lo haga más atractivo que sus vecinos y que otras regiones
del mundo donde las condiciones de inversión en este sector, tienden a ser
un poco menos flexibles. Y fue precisamente esta tendencia la que terminó
por generar la escisión de Ecopetrol y la aparición de la Agencia Nacional de
Hidrocarburos –ANH-, como ente regulador y administrador, más que
operador. Pues esto va muy en la línea de que el sector no sea un lugar de la
operación nacional, sino de la participación libre y garantizada de los
inversionistas extranjeros. Lo anterior con el gran agravante de limitar los
beneficios de la Nación, en la mayoría de los casos, a los ingresos generados
por las regalías, como se mencionó anteriormente. (Simmonds, 2012: 90-91)
Así las cosas, el carácter económico de la globalización resulta bastante
determinante en la forma cómo los estados desarrollan sus funciones sociales.
Una de estas, el crecimiento económico –entendido como condición para generar
las diferentes provisiones de bienes públicos- es sólo uno de los ejemplos sobre
las variaciones institucionales y políticas de los estados, frente a los patrones
clásicos del Estado-Nación. Para entender esto, vale la pena recordar lo que se
planteó en unidades anteriores, en términos de la “soberanía” de los estados. Para
los autores clásicos como Hobbes o Rousseau este era un atributo fundamental
para que el Estado pudiese aplicar su autoridad sobre las personas o el territorio y,
sin duda debía ser cada vez mayor para, así, ser un Estado más poderoso; sin
embargo, lo que se puede observar hoy en día es que el Estado ha venido
gestionando su propia “disminución de soberanía” de manera estratégica –y algo
selectiva, en tanto no disminuye su actuar en todos los sectores sobre los que
interviene-, para poder incrementar su posicionamiento frente a otros estados.
Como se decía en la cita anterior, la meta de lograr ser más atractivos a los
inversionistas, por ejemplo, requiere mostrar señales de menores niveles de
intervención: todo con el fin de captar más recursos del sistema económico global.
Es decir, ser más competitivo, en estos términos, que los estados vecinos.
Como tercer punto a tener en cuenta, como anota Carolina Galindo (2007), se
puede notar que los procesos de globalización han implicado un cierto
fortalecimiento de las identidades y “procesos de empoderamiento de las
comunidades a nivel local y regional” (Galindo, 2007: 160); lo cual, sin duda ha
generado diferentes reajustes en los dispositivos de gobierno de los Estados5.
5 Uno de los ejemplos tradicionales al hablar de estos reajustes es el de los procesos de
“descentralización” que han venido gestando algunos estados. Estos procesos han implicado
trasferencias de funciones y recursos a niveles de gobierno sub-nacionales, de tal manera que
estos se encarguen de ejecutar funciones antes concentradas en los niveles nacionales de
Por último, estos procesos descritos anteriormente han venido acompañados de
otro elemento crítico y es que la globalización ha supuesto un mayor nivel de
acceso a la información y a referentes para construir los proyectos de vida de los
ciudadanos. Es decir, los patrones morales o sociales que determinaban los
estilos de vida de las personas en décadas anteriores han sido desbordados por
las nuevas formas de ver la vida que llegan por los medios de comunicación.
Ejemplos como el rol de las tecnologías de la comunicación en dinámicas sociales
críticas como las que se registran a principios de la segunda década del siglo XXI
en los países que han vivido la denominada “primavera árabe” son bastante
dicientes, pues los ciudadanos exigen cambios políticos y sociológicos por parte
de los estados, para así poder disfrutar de derechos civiles que se han construido
en otras latitudes y con base en construcciones sociales extranjeras.
Lo que está en juego en medio de todo esto es, sin duda, la introducción de un
nuevo conjunto de procesos culturales, políticos, económicos y ambientales, entre
otros, que interviene en la clásica dicotomía construida por la modernidad: el
Estado-Nación. Dando paso a un nuevo escenario en el que las globalizaciones
reconfiguran los marcos de referencia de la vida de las personas.
gobierno. Ahora bien, esto ha estado impregnado por pugnas de poder en casi todos los estados
de América Latina, entre grupos de presión nacionales y sub-nacionales en tanto esto supone
entregar mayor poder a las entidades territoriales. De todas maneras, la opción en la mayoría de
los países de esta región del mundo la opción ha sido introducir mecanismos legales de
intervención en las competencias estatales descentralizadas –con el fin de evitar que los niveles
descentralizados adquieran más poder público que el nivel nacional de gobierno-. Así, se han
elaborados códigos, principalmente de carácter fiscal que limitan el acceso a recursos, por parte de
las entidades territoriales. En el caso colombiano se pueden encontrar mecanismos como las leyes
715 de 2001 y 1176 de 2007 que dan las bases de los procesos de transferencias de recursos del
nivel nacional al territorial; también leyes como las 617 de 2000 y la 819 de 2003 que establecen
condicionamientos bastante fuertes para la recepción y ejecución de recursos públicos.
Globalización, Estado y Sociedad Civil
Como se ha venido planteando en páginas anteriores, la globalización ha
supuesto múltiples variaciones en la forma de entender al Estado. Ya que muchos
de los patrones con que se analizaba al Estado, a partir de las propuestas de
autores clásicos como Hobbes o Rousseau han dejado de tener la validez de
décadas anteriores. Además, aunque en términos de formación académico es
indispensable conocer los conceptos básicos formulados por autores como Weber
o Kelsen, también es necesario dar cuenta de las nuevas dinámicas que tienen
que ver con la realidad de los Estados. Por ello, en la siguiente sección se tratará
de proponer un marco analítico general para comprender la relación entre el
Estado, la globalización y la sociedad civil, entendido a esta última como condición
necesaria de los otros dos componentes de la triada.
Para iniciar, resulta fundamental tener una definición de sociedad civil que nos
sitúe conceptualmente. No sin antes dejar claro que este concepto ha sido
abordado por múltiples autores en diferentes épocas, lo cual significa que no se
puede pensar en un concepto inmodificable de sociedad civil, pues en cada tramo
histórico y geográfico se le ha dado una connotación particular. Por ello,
encontramos aportes que vienen desde Aristóteles, Cicerón, pasando por clásicos
liberales como Hobbes, Montesquieu y Locke, entre otros, además de aportes más
recientes como los de Marx, Gramsci, Habermas y Foucault, para mencionar solo
unos pocos.
Para fines prácticos, en esta sección se partirá de las ideas de Jürgen Habermas,
de tal manera que se puedan entender algunos de los componentes funcionales
que se le dan a la llamada “sociedad civil” en la actualidad en buena parte de los
análisis de los Estudios Políticos y las Relaciones Internacionales. En este sentido,
resulta clave aproximarse antes a otro concepto, el de opinión pública, pues este
espacio social permite la construcción de exigencias u opiniones por parte de la
sociedad civil. Entonces, para el autor la opinión pública debe entenderse como
“una red para la comunicación de contenidos y tomas de postura, es decir, de
opiniones, y en él los flujos de comunicación quedan filtrados y sintetizados de tal
suerte que se condensan en opiniones públicas agavilladas en torno a temas
específicos.” (Habermas, 1998: 440).
Ahora bien, en cuanto a la sociedad civil, Habermas propone que esta se
compone de diferentes manifestaciones asociativas que interactúan entre si de
manera “voluntaria” y por fuera de las redes de intervención estatal o económica,
es decir, esta es “esa trama asociativa no-estatal y no-económica, de base
voluntaria, que ancla las estructuras comunicativas del espacio de la opinión
pública en la componente del mundo de la vida, que –junto con la cultura y con la
personalidad- es la sociedad”6.
Lo que vemos es que la sociedad civil parece tener una función social bastante
importante y es la de interpelar a la institucionalidad estatal y económica para que
esta responda a las “opiniones” que se generan en su seno. Sin duda esto abre de
manera compleja el panorama de la relación entre el Estado, la globalización y la
sociedad civil, pues supone, la coexistencia de estos tres, que los marcos de
referencia para la toma de posturas es mucho más amplio del que se pudo
conservar durante los siglos anteriores.
Ahora bien, la emergencia de lo que sería esta “nueva sociedad civil” implica tener
en cuenta ciertos elementos de análisis. Por un lado que la sociedad civil
contemporánea no sería, solamente, un actor derivado de lo que sucede entre el
Estado y los procesos de globalización, sino que estaría en capacidad de formar
sus propias subjetividades y relaciones, así sea por el simple aprovechamiento de
las condiciones que presenta una “globalización neoliberal”, en la cual, las mismas
debilidades neoliberales abren el espacio a ciertas dinámicas de
autoreferenciación, debido a no incorporar en las agendas de los grandes actores
de la política, la política. El profesor e investigador Eduardo Pastrana es claro y
sintético en mostrar esta sustracción contemporánea de la política, a propósito de
la crisis actual de la Unión Europea.
6 Habermas, J (1998). Facticidad y validez. Trotta: Madrid.
El sociólogo alemán, Ulrich Beck, sostiene con sobradas razones -en su libro
la Europa Cosmopolita (2006)- que el proyecto integracionista de la Unión
Europea (UE) fue llevado por las élites de los Estados miembros a una
encrucijada. La causa central la identifica en la forma en que dichas élites han
orientado la construcción de la UE. Por un lado, privilegiaron durante las
últimas dos décadas la integración económica mediante la consolidación del
Mercado Común Europeo (MCE) y la creación de la Unión Monetaria Europea
(UME). Por otro, estancaron al mismo tiempo de manera intencional el
proceso de integración en los ámbitos político y social. De lo anterior se
desprende que esta forma de construir la UE está sustentada en cuatro
falacias: la nacional, la tecnocrática, la eurocéntrica y la neoliberal. En suma,
la crisis actual no sería otra cosa que el resultado lógico de tal proceso.
(Pastrana 2011)7
Así las cosas, en el espacio abierto por la inexistencia de agendas y objetivos
claros en los temas políticos y sociales, de muchos procesos estatales y
económicos actuales, las identidades locales y regionales tienen un nicho de
construcción, relativamente autónomo, en los temas sociales y políticos
abandonados por la voracidad económica neoliberal8 -sin que esto signifique que
los coletazos del neoliberalismo no la ataquen de vez en cuando-. Es decir, la
globalización tiene lo que sería un efecto de doble: por un lado estandariza las
conciencias de las personas y sus cotidianidades a partir de la dispersión de
patrones de vida por medio de las tecnologías de la comunicación y, por otro lado,
permite una suerte de autoreferenciación. En palabras de Appadurai, al ser citado
por de Sousa Santos esto queda muy claro:
7 Pastrana, E. La miseria de la Unión Europea II. En www.semana.com. Publicado el 19 de octubre
de 2011.
8 En este sentido, conviene recordar algunas palabras de Beck en cuanto a lo que produce la
globalización: “(…) no es la libertad global del capital, sino la falta de libertad global de las víctimas
de la globalización. La resistencia frente a la agenda neoliberal de la globalización impone una
agenda cosmopolita de globalización. Todas las crisis, los conflictos, los descalabros de la
globalización tienen uno y el mismo efecto: refuerzan la apelación a un régimen cosmopolita, abren
(pretendiéndolo o no) el espacio a una ordenación del poder y del derecho”. (Beck, U (2002).
Es a través de la imaginación que los ciudadanos son disciplinados y
controlados por los Estados, por los mercados y por otros intereses
dominantes, pero es también gracias a esta imaginación que los ciudadanos
desarrollan sistemas colectivos de disidencia y nuevos grafismos de la vida
colectiva (Santos, 2003)
Esto quiere decir, entre otras cosas, que el control sobre la vida de las personas
no se limita a los mecanismos de coerción y coacción “material” que Weber
describió en Economía y Sociedad. Los deseos, la imaginación y el estilo de vida
de las personas es lo que se trata de controlar en la actualidad, solo que en un
escenario donde el Estado tiene que compartir con otras instituciones el poder de
influencia que otrora le pertenecía casi exclusivamente.
A manera de conclusión, es necesario aportar un último elemento de análisis. Este
escenario compartido de poder en el que el Estado se ve acompañado de
instituciones de carácter internacional y locales, como las ONG, los nuevos grupos
de presión y los cada vez más poderosos “world players”, se ve matizado por la
evidente incapacidad de los estados, en la actualidad, de responder a las diversas
demandas de la sociedad civil, lo que ha abierto el camino a otras formas de
manifestación política por fuera de los códigos y espacios establecidos por el
Estado.
Ejemplo de ello son, hasta cierto punto, algunos comportamientos de ciertos
grupos sociales que ven en la oposición a la participación de las “fuerzas”
políticas, económicas, sociales o militares del Estado, una oportunidad de
reivindicar sus identidades. En este sentido, se ha vuelto común en el globo ver
como se habla de “nuevas independencias”, como las propugnadas por facciones
separatistas de Irlanda o España, en respuesta, al debilitamiento institucional de
los estados nacionales que los gobernaban. Para no ir tan lejos, en el caso
colombiano se puede ver como algunos grupos étnicos han optado por apartarse
de la influencia militar del Estado, como es el caso de los indígenas del norte de
Cauca.
Además de lo anterior, es notoria la dificultad en la que se encuentran muchos
estados para operar jurídicamente en contextos que salen de la órbita regulada
por las legislaciones nacionales. Ejemplo de ello es lo referente a las nuevas
conformaciones familiares que se han presentado ante la creciente desarticulación
de las familias tradicionales, lo que ha supuesto un gran reto para los códigos
civiles en términos de derechos adquiridos por la condición de familiar en casos de
parejas homosexuales; vale la pena anotar que otro ejemplo de nuevas
formaciones familiares emergidas entre muchas víctimas del conflicto armado, ya
que la pérdida de muchos miembros familiares ha supuesto agrupamientos entre
personas cercanas que no estaban unidas por algún parentesco, pero que ante las
dificultades se ven obligadas a agruparse y exigir derechos de manera unida.
Estos y otros retos para la institucionalidad estatal deberán ser analizados, sin
duda, por los estudiantes del programa, en tanto no se trata de fenómenos
terminados, sino que presentan una condición de multiplicidad e imprevisibilidad
bastante alto, por lo que se requerirá de nuevas formas y marcos de estudiar las
cosas.