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El actual entorno: crisis y situación del Estado A continuación se abordan una serie de cuestiones que tienden a mostrar como en la actualidad se pueden evidenciar variaciones complejas en muchas de las instituciones de la modernidad. Sin duda alguna, esto nos llevará a pensar el Estado, su realidad y los retos o desajustes ocasionados por las variaciones económicas, políticas, ambientales y sociales que se han desarrollado en las últimas décadas. Elementos generales para caracterizar la crisis actual de la modernidad y el Estado Hoy en día es común hablar de la “crisis”. Este término ha llegado a ser invitado obligado de todo tipo de debates en las ciencias sociales y, claramente, en los marcos analíticos de la Ciencia Política y de las Relaciones Internacionales ha tenido gran resonancia. Se puede decir que el sistema está en crisis, que el Estado, la familia o el mercado están en crisis y que por ende, se deben realizar ajustes para que operen de manera correcta. Esto ha llevado a la idea de que la crisis no es más que una serie de desajustes en una gran máquina y que lo que se debe hacer es arreglar o reemplazar las piezas que estén funcionando mal. Es por esto que desde disciplinas como la Ciencia Política, se proponen nuevas maneras de enfrentar los problemas que no permiten que las cosas se desarrollen de manera “normal”, como generalmente se hacía en décadas anteriores. Además de esa disciplina, saberes tradicionales como la economía política entran a poner en marcha sus herramientas para solucionar las afecciones de las que sufre el sistema económico global. Herramientas como el manejo de las tasas de interés por parte de los bancos centrales y las medidas contractivas y expansivas, son, entre otras, algunas de las técnicas que, se supone, permitirían la estabilización de las cosas para poder seguir en pro de la senda “invariable” del desarrollo.

El actual entorno: crisis y situación del Estado

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El actual entorno: crisis y situación del Estado

A continuación se abordan una serie de cuestiones que tienden a mostrar como en

la actualidad se pueden evidenciar variaciones complejas en muchas de las

instituciones de la modernidad.

Sin duda alguna, esto nos llevará a pensar el Estado, su realidad y los retos o

desajustes ocasionados por las variaciones económicas, políticas, ambientales y

sociales que se han desarrollado en las últimas décadas.

Elementos generales para caracterizar la crisis actual de la modernidad y el

Estado

Hoy en día es común hablar de la “crisis”. Este término ha llegado a ser invitado

obligado de todo tipo de debates en las ciencias sociales y, claramente, en los

marcos analíticos de la Ciencia Política y de las Relaciones Internacionales ha

tenido gran resonancia. Se puede decir que el sistema está en crisis, que el

Estado, la familia o el mercado están en crisis y que por ende, se deben realizar

ajustes para que operen de manera correcta. Esto ha llevado a la idea de que la

crisis no es más que una serie de desajustes en una gran máquina y que lo que se

debe hacer es arreglar o reemplazar las piezas que estén funcionando mal. Es por

esto que desde disciplinas como la Ciencia Política, se proponen nuevas maneras

de enfrentar los problemas que no permiten que las cosas se desarrollen de

manera “normal”, como generalmente se hacía en décadas anteriores.

Además de esa disciplina, saberes tradicionales como la economía política entran

a poner en marcha sus herramientas para solucionar las afecciones de las que

sufre el sistema económico global. Herramientas como el manejo de las tasas de

interés por parte de los bancos centrales y las medidas contractivas y expansivas,

son, entre otras, algunas de las técnicas que, se supone, permitirían la

estabilización de las cosas para poder seguir en pro de la senda “invariable” del

desarrollo.

Pero, si la cuestión es de dispositivos1 de poder, de gestión o de ajustes

macroeconómicos, ¿por qué las cosas no cambian?, ¿por qué la crisis siempre

crea un nuevo y más fuerte conjunto de problemas que el anterior?, ¿cuáles son

los roles de los estados en este nuevo marco global de crisis? Sin duda, estas

preguntas deben ser analizadas por los profesores y estudiantes de un programa

de Relaciones Internacionales y Estudios Políticos, ya que de no hacerlo, se corre

el riesgo de repetir, infructuosamente, las estrategias que ven al mundo como la

interacción entre los desvencijados Estados-Nación y los demás actores

tradicionales del “sistema internacional”.

Ahora bien, dar cuenta de estas cuestiones no es algo que se pueda agotar en

unas cuantas páginas, pues se requiere de una reflexión permanente y

transdisciplinar que nutra los análisis sobre estas preguntas, eso sí, teniendo

como premisa fundamental la de “transgredir” los marcos teóricos habituales que

han guiado este tipo de análisis. En este sentido y para tratar de dar cuenta de

1 El uso del término “dispositivo” refiere a cómo es entendido en tanto “operador práctico” que se

inscribe en las relaciones de poder. En palabras de Santiago Castro-Gómez, a propósito de cómo

entiende Michel Foucault al dispositivo, conviene traer a colación lo siguiente: “Los dispositivos son

entonces “cajas de resonancia” que actualizan las virtualidades presentes en cada uno de los

elementos que resuenan.

Al hablar, por tanto, de la racionalidad del dispositivo debemos entender que se trata de una

racionalidad eminentemente práctica. Los dispositivos aparecen en un momento dado de la

historia para “responder a una urgencia”, como puede ser, por ejemplo, “la reabsorción de una

masa de población flotante que a una sociedad con una economía de tipo esencialmente

mercantilista le resulta embarazosa” (Foucault, 1991e: 129). Esto quiere decir que los dispositivos

se inscriben en relaciones de poder y juegan allí como operadores prácticos orientados a la

readecuación de ciertas relaciones de fuerza con el fin de “rellenar espacios vacíos”. El

encarcelamiento, para tomar otro ejemplo, no pertenece al proyecto de reforma de la penalidad del

siglo XVIII. Los robos y atentados contra la propiedad fueron comportamientos “impensados” por la

reforma penal, espacios vacíos que debían ser “rellenados” por una serie de medidas de control

que desembocaron finalmente en la emergencia de un dispositivo muy diferente al jurídico-legal de

soberanía: el panoptismo.” (Castro-Gómez, 2010, p. 65)

algunos de los elementos implicados en las preguntas que se plantea en las líneas

anteriores, resulta estratégico aludir a Hardt y Negri (Autores de algunos de los

textos más renombrados en términos de interpretaciones políticas

contemporáneas) para introducirnos en la “significación” de la crisis actual:

Mientras en el proceso de la modernización los países más poderosos

exportaban formas institucionales a los países subordinados, en el actual

proceso de posmodernización lo que se exporta es la crisis general de las

instituciones. La estructura institucional del Imperio es como un programa de

software que porta un virus, de modo tal está modulando y corrompiendo

continuamente las formas institucionales que la rodean. La sociedad imperial

de control es, tendencialmente en todas partes, el orden del día. (Hardt y

Negri, 2000: 164-165)

Lo que se puede ver, entonces, es un cambio fundamental en la forma cómo el

poder se dispersa desde lo que, tradicionalmente, sería el centro del imperio –

Europa y EE.UU-. Lugar que ha diseminado, por el resto del globo, su

construcción de la modernidad2. Este proceso de “exportación” ha cambiado de

2 El concepto de modernidad requiere una cierta precisión conceptual, pues en la desarticulación

de las formas sociales que la sostienen es que se sitúan las relaciones internacionales actuales, el

rol de los estados contemporáneos y los ejercicios ciudadanos, entre otros. Para aproximarnos un

poco a la visión que, sobre ella, se pretende manejar en este texto es bueno traer a colación la

idea de Dussel sobre la modernidad: “La modernidad no es un fenómeno que pueda predicarse de

Europa considerada como un sistema independiente, sino de una Europa concebida como centro.

Esta sencilla hipótesis transforma por completo el concepto de modernidad, su origen, desarrollo y

crisis contemporánea, y por consiguiente, el contenido de la modernidad tardía o posmodernidad.

De manera adicional quisiera presentar una tesis que califica la anterior: la centralidad de Europa

en el sistema-mundo no es fruto de una superioridad interna acumulada durante el Medioevo

europeo sobre y en contra de las otras culturas. Se trata, en cambio, de un efecto fundamental del

simple hecho del descubrimiento, conquista, colonización e integración (subsunción) de Amerindia.

Este simple hecho dará a Europa la ventaja comparativa determinante sobre el mundo otomano-

islámico, India y China. La modernidad es el resultado de esos eventos, no su causa. Por

consiguiente, es la administración de la centralidad del sistema-mundo lo que permitirá a Europa

contenido. Pero, ¿qué quiere esto? En términos concretos, un ejemplo es que el

déficit fiscal de las economías europeas y norteamericana se convierte en

responsabilidad de todo el mundo. Lo anterior funciona de la siguiente manera: al

valorar y tranzar la mayoría de los intercambios comerciales del mundo en dólares

norteamericanos y euros, los países, principalmente del tercer mundo, tratan de

mantener apreciadas estas monedas –vía control de la inflación y tratando de

devaluar las monedas locales-, de tal manera que los inversores se vean atraídos

a ellos, ya que se les garantiza tener mayores niveles de rentabilidad. Así las

cosas, se generan grandes procesos de transmisión de valor que alimentan las

continuas fragilidades de los sistemas económicos del primer mundo.

Otro ejemplo, un poco más “carnal”, por su relación más próxima con el día a día

de los habitantes de América Latina, es la creciente separación estructural entre el

capital y el trabajo. Lo que ha conllevado a que la reproducción social haya venido

transformarse en algo así como la “conciencia reflexiva” (la filosofía moderna) de la historia mundial

[…] Aún el capitalismo es el resultado y no la causa de esta conjunción entre planetarización

europea y la centralización del sistema mundial” (Castro-Gómez, 2005 [Dussel, 1999: 1485-149]:

50).

Ahora bien, además de lo anterior, es clave tener en cuenta que en la posmodernidad una de las

relaciones fundamentales de la modernidad ha sido reconfigurada: la del trabajo y el salario. Como

anotan Hardt y Negri: “En el pasaje a la posmodernidad, una de las condiciones del trabajo es que

funciona fuera de medida. La regimentación temporal del trabajo y todas las demás medidas

económicas y/o políticas que se le impusieron han sido eliminadas. Hoy el trabajo es,

inmediatamente, una fuerza social animada por los poderes del conocimiento, el afecto, la ciencia y

el lenguaje. De hecho, el trabajo es la actividad productiva de un intelecto general y un cuerpo

general fuera de medida. El trabajo aparece simplemente como el poder de actuar, que es tanto

singular como universal: singular en tanto el trabajo se ha vuelto dominio exclusivo de la mente y el

cuerpo de la multitud; y universal en tanto el deseo que la multitud expresa en el movimiento desde

lo virtual hacia lo posible está constituido constantemente como cosa común. Sólo cuando lo que

es común se forma puede tener lugar la producción y elevarse la productividad general. Todo

aquello que bloquee la acción de este poder es meramente un obstáculo a superar-obstáculo

eventualmente superado, debilitado y aplastado por los poderes críticos del trabajo y la cotidiana

sabiduría pasional de los afectos. El poder de actuar es constituido por el trabajo, la inteligencia, la

pasión y el afecto en un lugar común.” (Hardt y Negri, 2000: 316)

quedando, prácticamente, por fuera de las responsabilidades del capital y sus

dispositivos aseguradores de la reproducción de la fuerza de trabajo –dispositivos

como los salarios indirectos que recibían los trabajadores vía subsidios, créditos

de bajo costo, cajas de compensación, entre otros, son cada vez más escasos; sin

contar con los debilitamientos estructurales de los sistemas pensionales y de salud

en la mayoría de los países del globo-.

Esto, sin duda, nos sitúa en una realidad totalmente atípica frente a lo se había

vivido, con los vaivenes correspondientes, durante la modernidad, lo que podría

significar que estaríamos ante la emergencia de una realidad novedosa o

posmoderna –es decir, una en la cual las instituciones tradicionales que dieron

sustento a los tipos de relaciones sociales de la modernidad presentan desajustes

y alteraciones que no les permiten desarrollarlo sus funciones sociales de la

misma manera que antes: ejemplo de ello puede ser la familia, en tanto esta ha

sufrido múltiples variaciones y diversificaciones que no permiten definir

“claramente” lo que es una familia-.

Para entender esto de manera un poco más práctica, el investigador peruano

Aníbal Quijano nos ofrece una buena entrada analítica que parte de calificar la

crisis económica global como un suceso que no puede ser entendido como una

etapa de los “ciclos económicos” del capitalismo. Al respecto, el profesor peruano

anota:

¿Por qué no es otro ciclo de crisis? De manera muy esquemática y breve,

desde aproximadamente mediados de los años 60 comenzó a haber un

cambio muy profundo en las relaciones entre capital y trabajo, una parte del

trabajo no solo que fue expulsada durante el ciclo de contracción sino que,

además, los nuevos que ingresaban no eran absorbidos por el capital. Esto es

lo que en América Latina conceptualizamos como marginalización de la mano

de obra nueva, la fuerza viva de trabajo individual comenzaba a quedar de

manera creciente fuera del aparato productivo y en consecuencia del empleo.

Esto se desarrolló a toda velocidad, de modo que a mitad del año 73 llegó a

un momento de explosión.

En ese año, hubo una culminación del proceso de cambios entre el capital y

el trabajo. La exclusión creciente del trabajo y la crisis –esta estagnación e

inflación en Norteamérica se la llamo estanflación-, por el estancamiento

productivo virtualmente total a nivel del mundo e inflación creciente, un

fenómeno que nunca antes había ocurrido en ningún momento de la historia

previa. Cada estancamiento significaba deflación, caída de precios, por

primera vez en 500 años de historia teníamos estancamiento productivo

mundial e inflación creciente. A partir de ese momento se forma lo que se

llama desempleo estructural, que genera una desintegración del movimiento

de los trabajadores del mundo, una virtual desintegración de sus instrumentos

sociales, la dispersión de esos grandes conglomerados fabriles. Este

momento marco la transición a otra etapa. (Quijano, 2010: 56-57)

Y, como lo anota Quijano, esta nueva etapa que se caracteriza por una creciente

financiarización de las economías nacionales y un proceso constante de

internacionalización de las mismas que ha llevado a una estandarización, algo

peligrosa, de los procesos económicos y, en varias partes del mundo, a

dolarizaciones o unificaciones monetarias regionales.

Detrás de esto lo que se puede ver es la necesidad de garantizar el flujo constante

de los productos financieros y otros títulos valores, pues estos son los que

concentran la mayor parte de los movimientos económicos del mundo. Así las

cosas, lo que se ha hecho por medio del sistema financiero es generar todo un

entramado de canales de transmisión de valor que se alejan, cada vez más, del

sector real de la economía, lo cual conlleva necesariamente a la radicalización del

cisma entre trabajo y capital. Esto, por una cuestión muy simple, si un inversionista

no necesita de la producción para enriquecerse, sino de tranzar productos

financieros, cada vez más es menos necesario tener trabajadores.

Sin duda, esto representa un gran reto para los países de América Latina, que

fundamentan gran parte de sus ingresos nacionales en la exportación de bienes

del primer sector. Más aún, cuando es claro que estos sectores, si bien generan

importantes ingresos, no producen muchos empleos. En esto resulta

particularmente ejemplificante Colombia, que tiene concentrada en las

exportaciones de petróleo y carbón la mayor parte de su canasta exportadora,

pero esto no ha supuesto la generación masiva de empleo, ya que la forma en que

se operan estos sectores es, sobre todo, mediante mecanismos de concesión que

limitan el papel de Colombia al de proveedor de zonas de extracción y no le dan el

carácter de productor-comercializador de estos productos.

Podría decirse que el neoliberalismo, como esquema global que ha dominado la

vida social en el mundo desde los años 80, principalmente, ha generado una serie

de condiciones que han dado al lastre con muchos de los desarrollos del

liberalismo mismo. Es decir, dinámicas como la desregulación de los capitales,

con el pretexto de permitir una integración global que garantizara la mejor

asignación de los recursos, sin importar el origen o el destino de dichas

inversiones, o los procesos de desmonte de los Estados –principalmente en el

tercer mundo- han conllevado a que varios de los elementos sociales que

permitían una serie de conexiones entre la vida y la economía para que esta se

reprodujera, han venido cediendo y perdiendo fuerza para hacerlo, en tanto el

capital, como principal elemento vital de estas, ha migrado a otras redes de

generación de valor que ya no se fijan mucho en el trabajo vivo de las personas.

Es decir, el neoliberalismo –este concepto será explicado con mayor profundidad

más adelante- se ha venido configurando como una gran marco de las relaciones

sociales que ha llevado a que cada uno, cada persona, sea responsable de su

vida, así alimente con su trabajo, consumo o ideas la estructura acumulativa de las

redes contemporáneas del capital que, como se ha planteado en líneas anteriores,

cada vez menos se alimenta del trabajo vivo pero, eso sí, tiene en los individuos a

sus principales nutrientes. Para entender esto, basta con ver cómo funcionan los

esquemas de salvamento financiero que los Estados adelantan cuando alguna de

las piezas claves del sistema financiero se encuentra en problemas. A

continuación, Aníbal Quijano nos presenta un muy buen ejemplo:

Acabamos de ser testigos y protagonistas, hace muy poco, de lo que se llama

la gran crisis financiera del capital. Pero no hay tal crisis financiera, se trata

del más grande y escandaloso fraude financiero de toda la historia

contemporánea, hecho de manera absolutamente premeditada y planificada.

¿Hay alguien que, en su sano juicio, piense que un banquero, sobre todo en

Estados Unidos, va a prestarle dinero a alguien que sabe perfectamente que

no le puede pagar? Obviamente no. Pero en este caso, los banqueros no solo

estaban prestando a quien sabían que no podía pagar, sino que estaban

estimulando a pedir crédito, a sabiendas que no iban a pagar. El mecanismo

fue: un banco que tiene miles de estos créditos los vende a la próxima

compañía aseguradora y ya ganó dinero; esa compañía aseguradora se la

vende a la más grande y ya ganó dinero; y esa compañía aseguradora -la

más grande-, digamos la American International Group (AIG), negoció con el

Estado, porque los bancos comenzaron a entrar en falencia. (Quijano, 2010:

58-59)

Aunque lo que nos presenta Quijano aparece como una especie de “gran estafa”

que nos podría llevar a pensar en que los problemas del capitalismo son cuestión

de honestidad o de la moral de los sujetos que ocupan lugares representativos en

el sistema. Es decir, que se trata de la ética de los agentes económicos. Lo que en

realidad se está mostrando en el ejemplo es el ciclo real del capitalismo por

nuestros días. En este ciclo lo que genera ganancias sigue siendo el viejo factor

que la ha generado siempre, es decir, la transferencia de valor o de riqueza de

unos sujetos a otros (estos pueden ser institucionales y no necesariamente

personas), pero de una manera muy diferente a la que pudo describir Marx en el

Capital, pues ya no es la fuerza de trabajo la que imprime valor agregado a las

mercancías sino que el público, mediante los mecanismos de recaudo de la

sociedad, ya sean estatal-impositivos o por los múltiples sistemas de transferencia

directa a las empresas privadas (pago de derechos de seguridad social), termina

por traspasarle sus ahorros o recursos al Estado, que muchas veces, los re-

transfiere al sistema financiero en pro de su salvamento.

Así las cosas, el siclo de generación de valor se recompone. Ahora bien, como se

dijo anteriormente, es el neoliberalismo el marco de valores y relaciones que

permite la operación de todo esto y para comprenderlo un poco mejor, vale la

pena darle un vistazo a algunos planteamientos del pensador francés Michel

Foucault, al respecto.

El neoliberalismo no es Adam Smith; el neoliberalismo no es la sociedad

mercantil; el neoliberalismo no es el gulag en la escala insidiosa del

capitalismo.

¿Qué es, por lo tanto, ese neoliberalismo? La vez pasada traté de indicarles

al menos cuál era su principio teórico y político. Traté de mostrarles que, para

el neoliberalismo, el problema no era para nada saber –como en el liberalismo

del tipo Adam Smith, el liberalismo del siglo XVIII-cómo podía recortarse,

disponerse dentro de una sociedad política dada, un espacio libre que sería el

mercado. El problema del neoliberalismo, al contrario, pasa por saber cómo

se puede ajustar el ejercicio global del poder político a los principios de la

economía de mercado. En consecuencia, no se trata de liberar un lugar vacío

sino de remitir, referir, proyectar un arte general de gobernar los principios

formales de una economía de mercado. Ése es a mí entender el objetivo, y

procuré mostrarles que, para lograr hacer esa operación, es decir, saber

hasta dónde y en qué medida los principios formales de una economía de

mercado podían ser el índice de una arte general de gobernar, los

neoliberales se vieron obligados a someter el liberalismo clásico a una serie

de transformaciones. (Foucault, 2007, p. 157-158)

Como plantea Foucault, el neoliberalismo busca “ajustar” el ejercicio del poder

político, si se quiere, el ejercicio del poder de los Estados, a los lineamientos

rectores de la economía de mercado. Y, sin duda, en este proceso se han

generado un sinnúmero de transformaciones en las estructuras de estas

instituciones políticas y por ende en la forma cómo se entienden las sociedades.

En el sistema internacional y más concretamente en la región latinoamericana es

muy notable este proceso. Es muy común ver como a la mayoría de los países de

la región les importa en gran medida, salvo contadas excepciones, adelantar

procesos de intercambios comercial o cultural con regiones por fuera del sur del

continente. Esto, que muchas veces es vendido a los pueblos como un necesario

proceso de internacionalización económica, pero que ve en la inversión y el

comercio exterior las únicas fuentes de desarrollo social, refleja la muy

latinoamericana idea de que el desarrollo está, principalmente, en lograr lazos con

los viejos padres del sistema capitalista contemporáneo, es decir EE.UU y Europa.

Si bien, es creciente el interés en lograr vínculos con economías de otros planos

geográficos, como los de Asia, también es cierto que muchas veces, como en el

caso de Colombia, dicho esfuerzo se hace a tientas y estando muy pendiente de

las señales de aprobación o desaprobación que puedan emitir los viejos padres,

principalmente EE.UU.

Se podría decir que la mayoría de los países de la “región latinoamericana” actúa

en función de algunos intereses específicos que, no necesariamente, implican la

búsqueda conjunta con otros países de algunos tipos de desarrollo

mancomunado. Es decir, el individualismo que tanto se le achaca a los sujetos o a

los ciudadanos, parece estar insertado en las relaciones internacionales del

continente. En los estudios de las relaciones internacionales sobre cómo se

desarrollan estas en el sur del continente, es tradicional encontrar diversos

intentos de una cierta “agremiación” que no logra ir más allá del montaje de

instancias supranacionales de discusión, más no tanto de decisiones estructurales

que recompongan la política cotidiana de la región. Referente a esto, el Kas Paper

de diciembre de 2011 de la Fundación Konrad Adenauer anota:

En cuanto a la integración, los observadores creen que hoy se presenta la

misma carencia de visión que en la política exterior y esto es un denominador

común de toda América Latina. Las iniciativas de integración emanan de

proyectos políticos domésticos de corte populista, sea de derecha o de

izquierda, y son temporales, intermitentes, pierden progresivamente su fuerza

inicial. Actualmente, incluso UNASUR parece perder su vigor de partida.

Tienden a depender mucho de actuaciones individuales, y de si los gobiernos

se desdibujan, como sucede con Venezuela o Argentina, por lo que se

estancan los procesos que conducen. La mayoría de los académicos

participantes apunta a que los intereses y las expectativas de los países de la

región respecto a UNASUR resultan muy disímiles y hasta contradictorios,

con un grado muy pobre de institucionalización.

Es decir, los intentos de alguna integración real quedan subsumidos en la anexión

de cada uno de los países, según su estilo de gobierno, a los esquemas

neoliberales que abogan por la implantación de la economía de mercado en la

vida política de las sociedades. Respecto a este punto, América Latina tiene un

largo historial de alineación hacia las medidas de corte neoliberal. A continuación,

en palabras de Aníbal Quijano, podemos ver cómo, a propósito de las dinámicas

de estanflación del sistema económico de los países desarrollados (la

estanflación, cómo se dijo en páginas anteriores, obedece a un constante

crecimiento de los precios, a pesar de descensos sostenidos en la productividad)

fue el sur del continente el primero en ejecutar, de manera más sistemática

políticas neoliberales:

¿Cómo inicia el llamado neoliberalismo?, ¿cómo se comienza a contestar a

esa combinación de estancamiento productivo, de alta inflación y de

crecimiento del novedoso sistema financiero nuevo? Con Pinochet. Lo que

llamamos neoliberalismo comenzó exactamente con Chile y sus Chicago

boys. Fue tomado después por la señora Thatcher, en Gran Bretaña, y

después por Reagan, en Estados Unidos. (Quijano, 2010, p. 60)

En suma, se puede decir que el conjunto de las medidas de corte neoliberal

generó amplios procesos de desindustrialización y desempleo, principalmente en

las regiones del mundo que no se consideraban como desarrolladas. Indicadores

como las altas tasas de sub-empleo que tienen países como Colombia, Brasil,

Ecuador y Perú, son consecuencia directa de estos procesos.

Pero, en últimas, todo esto es señal de la “crisis” estructural del capitalismo que se

formó durante lo que algunos llaman “modernidad”. Crisis que lleva a la

emergencia de nuevas formas de generación y transmisión del valor de las

economías nacionales. Todo esto debe conllevar a que a la hora de pensar el rol

del Estado, la política exterior, entre otros temas de las relaciones internacionales

y de las ciencias políticas, se tenga en cuenta que no se puede seguir aludiendo a

los esquemas tradicionales de entendimiento del mundo o del sistema

internacional.

Interacciones complejas entre Estado y globalización

Sin duda, uno de los principales temas de análisis dentro de los Estudios Políticos

y las Relaciones Internacionales, en la primera década del siglo XXI y lo que va de

la segunda, es el efecto de la globalización en el Estado-Nación. Por ello, a

continuación se tratará de presentar un panorama general de algunos de los

elementos que han estado en juego dentro de estos análisis. Para iniciar, conviene

plantear ciertos puntos básicos frente a la forma en que se puede entender la

globalización:

La globalización como un conjunto de procesos: desde este punto de vista se

entiende que la globalización no puede reducirse a algunos de sus aspectos. Es

decir, pensar que esta se limita a las ampliaciones de los marcos de interacción

económica o comunicacionales sería dejar de lado factores como las interacciones

culturales, políticas y ambientales que también se realizan. Es más, a partir de

autores como el portugués Boaventura de Sousa Santos sería, de cierta manera,

incorrecto hablar de una sola globalización, por lo que se debería pensar en la

coexistencia, a veces armónica y otras veces no tanto, de diversas

globalizaciones. En este sentido, es importante tener presente lo que plantea el

profesor Santos:

La globalización económica se refiere básicamente a la consolidación de una

economía dominada por el sistema financiero y por la inversión a escala

global; procesos de producción flexibles y multilocales; bajos costos de

transporte; revolución en las tecnologías de información y de comunicación;

desregulación de las economías nacionales; preeminencia de las agencias

financieras multilaterales y la emergencia de tres grandes capitalismos

transnacionales: americano, japonés y europeo. La globalización social da

cuenta de la transformación en la estructura de clases sociales a partir de la

emergencia de una clase capitalista transnacional, transformación reflejada

en el crecimiento de la brecha existente no solamente entre las diferentes

clases sociales sino entre los países más pobres con respecto a los países

más ricos. La globalización política se caracteriza por la reducción de la

autonomía política y la soberanía efectiva (traducida en términos de una

desnacionalización del Estado, una desestatalización de los regímenes

políticos y una internacionalización del Estado nacional) de los estados

periféricos y semiperiféricos, y el aumento dramático de las asimetrías del

poder transnacional entre el centro y la periferia del sistema mundial. Por

último, en la globalización cultural se distinguen dos fenómenos importantes:

la creación de universos simbólicos transnacionales y la homogeneización

cultural generadas a partir de la expansión de los medios de comunicación

electrónicos y las migraciones (Santos, 2003: 170-191).

Ahora bien, además de la existencia de estos tipos de globalizaciones que

interactúan en la actualidad, es fundamental tener en cuenta que cada una estas

alude a un propio ritmo que la puede hacerse desarrollar de manera diferente a las

otras. Por ejemplo, cuando hablamos de globalización financiera, hablamos de

una que cuenta con unas plataformas tecnológicas que le permiten desplegarse

de manera mucho más rápida que otros tipos de globalizaciones; es más, se

pueden dar procesos de globalización financiera sin la necesidad de contar con los

ajustes sociales y políticos necesarios para permitir que esta genere beneficios a

las poblaciones –ejemplo de ello ha sido el proceso de financiarización3

internacional de los fondos pensionales nacionales, los cuales pasaron a ser parte

de la arquitectura financiera internacional de manera casi inmediata, una vez se

aprobaron los marcos legales que la permitían-.

Ahora bien, se podría decir que una globalización de carácter político requiere de

una serie de acoples institucionales a nivel nacional e internacional que no se

logran de manera automática, por lo que no sería tan rápida como la financiera.

Esto, entre otros factores, por las pugnas de intereses de los diferentes grupos de

presión que intervienen en la definición de las agendas políticas.

Un segundo elemento que se debe tener en cuenta al hablar de globalización, es

que esta parte de fenómenos de carácter político y económico (Galindo, 2007:

159-160), antes de dispersarse hacia los espacios culturales, ambientales o

sociales de los Estados-Nación. Esto tiene entre una de sus consecuencias, como

anota la investigadora colombiana Carolina Galindo (2007), que termina por alterar

los esquemas de producción de las economías nacionales, las cuales pasan de

producir en centros fabriles localizados, para desarrollarse en la interacción de

diferentes puntos de producción –cada vez más flexibles y removibles- a lo largo y

ancho del globo.

3 La financiarización supone la superposición del mercado de valores al mercado económico real.

Al respecto el Profesor César Giraldo deja claro que: “Financiarización significa que, en el proceso

económico, la lógica financiera se sobrepone a la lógica productiva. Es un fenómeno que se puede

apreciar desde los puntos de vista cuantitativo y cualitativo. Desde el punto de vista cuantitativo,

por el aumento sin precedentes de las transacciones de carácter financiero. Y del cualitativo, por

dos razones: de un lado, el comportamiento de las empresas y de los inversionistas se dirige más a

buscar rentas financieras, que ganancias en el proceso productivo. De otro, porque la política

económica privilegia la obtención de equilibrios macrofinancieros a través de programas de ajuste

que se orientan a crear un excedente en la balanza comercial. Con esto último se busca generar

las divisas para hacer las trasferencias a los acreedores financieros, pero al tiempo se sacrifican

otros objetivos, como por ejemplo, el crecimiento económico.” (Giraldo, 2004: 61).

Por lo anterior, hoy en día es común ver cómo las empresas multinacionales

cuentan con una división geográfica bastante amplia de sus procesos productivos,

buscando siempre producir donde les sea menos costoso, con el fin de mejorar

sus márgenes de ganancia. Sin duda, esto ha impactado de manera importante

las economías nacionales del mundo y de manera particular en América Latina.

Por un lado podemos ver cómo la mayoría de los gobiernos de la región se han

embarcado en la estrategia de minimizar lo más posible los costos para los

inversionistas extranjeros, de tal manera que estos se vean bastante atraídos a

localizar sus inversiones en estos países4.

Además, otra gran variación que han permitido los avances tecnológicos ha sido el

creciente rol de los mercados financieros en las economías, a tal punto de ser, en

varios casos, el mercado privilegiado por las instituciones estatales y por los

agentes de la economía. Frente a este punto y siguiendo con los planteamientos

de Carolina Galindo, es conveniente tener muy presente la siguiente idea de la

autora:

Este aumento afecta de manera sensible otras esferas de la vida social; en

efecto, tal y como lo señala Giddens, los mercados monetarios (que funcionan

4 En cuanto a la experiencia colombiana, en pro de la atracción de inversión extranjera, conviene

traer a colación lo que plantea Luis Javier Orjuela: “Entre estas políticas se cuentan: a) la

flexibilización del mercado de trabajo (ley 50 de 1990) la cual significó para los trabajadores, entre

otras cosas, la reducción de beneficios y garantías laborales, la desaparición de los contratos a

término indefinido y la parcial privatización del sistema de seguridad social, b) La reducción de los

impuestos y barreras a las importaciones, y el establecimiento de una tributación regresiva, en la

cual el impuesto al consumo ha reemplazado al impuesto a la renta como principal fuente de

financiación de la actividad estatal (ley 49 de 1990). c) La privatización de empresas públicas en

las áreas de puertos marítimos, aeropuertos, ferrocarriles, telecomunicaciones y seguridad social

(ley 1 de 1990 y decretos presidenciales 2156 a 2171 de 1992), la cual causó miles de despidos de

empleados públicos; alrededor de 40.000 según el gobierno y más de 77.000 según Fenaltrase. d)

La descentralización política, administrativa y fiscal (Ley 60 de 1993, entre otras) por la cual un

gran número de funciones del gobierno central fueron transferidas a los municipios, y su

responsabilidad fiscal fue incrementada.” (Orjuela, 1998, p. 59)

las veinticuatro horas del día) dependen de una fusión de tecnologías satélite

e informáticas, que inciden también sobre otros aspectos de la sociedad. Un

mundo de comunicación electrónica instantánea, en el que están implicados

incluso quienes viven en las regiones más pobres, reorganiza las instituciones

locales y las pautas vitales cotidianas; la globalización está transformando la

vida diaria, especialmente en los países desarrollados, a la vez que crea

nuevas fuerzas y sistemas transnacionales. (Galindo 2007, 160)

Esto, como se planteó en páginas anteriores, ha traído grandes consecuencias

para los estados, los cuales, muchas veces, se han visto obligados a financiar las

pérdidas y a tratar de gestar condiciones de inversión bastante favorables, debido

en parte al gran poder e influencia que han logrado los agentes económicos

internacionales en las economías nacionales. Sólo a manera de ejemplo, se puede

tomar el caso de Colombia, en referencia al marco legal de negociación en

términos de exploración y explotación de yacimientos petrolíferos:

Colombia presenta un esquema de contratación en el sector energético –los

principales productos son el petróleo, el carbón y el gas- que brinda muchas

facilidades a las empresas inversionistas extranjeras, con el fin de garantizar

que estas tengan los resultados económicos esperados. Se puede decir, a

manera de hipótesis de trabajo, que Colombia, mediante su legislación

contractual en estos temas, ha desarrollado una estrategia que lo establezca,

en la región, como un destino muy atractivo de inversión.

Es decir, por medio del marco jurídico que regula los contratos de extracción

de estos recursos, Colombia busca generar una especie de “ventaja

comparativa” que lo haga más atractivo que sus vecinos y que otras regiones

del mundo donde las condiciones de inversión en este sector, tienden a ser

un poco menos flexibles. Y fue precisamente esta tendencia la que terminó

por generar la escisión de Ecopetrol y la aparición de la Agencia Nacional de

Hidrocarburos –ANH-, como ente regulador y administrador, más que

operador. Pues esto va muy en la línea de que el sector no sea un lugar de la

operación nacional, sino de la participación libre y garantizada de los

inversionistas extranjeros. Lo anterior con el gran agravante de limitar los

beneficios de la Nación, en la mayoría de los casos, a los ingresos generados

por las regalías, como se mencionó anteriormente. (Simmonds, 2012: 90-91)

Así las cosas, el carácter económico de la globalización resulta bastante

determinante en la forma cómo los estados desarrollan sus funciones sociales.

Una de estas, el crecimiento económico –entendido como condición para generar

las diferentes provisiones de bienes públicos- es sólo uno de los ejemplos sobre

las variaciones institucionales y políticas de los estados, frente a los patrones

clásicos del Estado-Nación. Para entender esto, vale la pena recordar lo que se

planteó en unidades anteriores, en términos de la “soberanía” de los estados. Para

los autores clásicos como Hobbes o Rousseau este era un atributo fundamental

para que el Estado pudiese aplicar su autoridad sobre las personas o el territorio y,

sin duda debía ser cada vez mayor para, así, ser un Estado más poderoso; sin

embargo, lo que se puede observar hoy en día es que el Estado ha venido

gestionando su propia “disminución de soberanía” de manera estratégica –y algo

selectiva, en tanto no disminuye su actuar en todos los sectores sobre los que

interviene-, para poder incrementar su posicionamiento frente a otros estados.

Como se decía en la cita anterior, la meta de lograr ser más atractivos a los

inversionistas, por ejemplo, requiere mostrar señales de menores niveles de

intervención: todo con el fin de captar más recursos del sistema económico global.

Es decir, ser más competitivo, en estos términos, que los estados vecinos.

Como tercer punto a tener en cuenta, como anota Carolina Galindo (2007), se

puede notar que los procesos de globalización han implicado un cierto

fortalecimiento de las identidades y “procesos de empoderamiento de las

comunidades a nivel local y regional” (Galindo, 2007: 160); lo cual, sin duda ha

generado diferentes reajustes en los dispositivos de gobierno de los Estados5.

5 Uno de los ejemplos tradicionales al hablar de estos reajustes es el de los procesos de

“descentralización” que han venido gestando algunos estados. Estos procesos han implicado

trasferencias de funciones y recursos a niveles de gobierno sub-nacionales, de tal manera que

estos se encarguen de ejecutar funciones antes concentradas en los niveles nacionales de

Por último, estos procesos descritos anteriormente han venido acompañados de

otro elemento crítico y es que la globalización ha supuesto un mayor nivel de

acceso a la información y a referentes para construir los proyectos de vida de los

ciudadanos. Es decir, los patrones morales o sociales que determinaban los

estilos de vida de las personas en décadas anteriores han sido desbordados por

las nuevas formas de ver la vida que llegan por los medios de comunicación.

Ejemplos como el rol de las tecnologías de la comunicación en dinámicas sociales

críticas como las que se registran a principios de la segunda década del siglo XXI

en los países que han vivido la denominada “primavera árabe” son bastante

dicientes, pues los ciudadanos exigen cambios políticos y sociológicos por parte

de los estados, para así poder disfrutar de derechos civiles que se han construido

en otras latitudes y con base en construcciones sociales extranjeras.

Lo que está en juego en medio de todo esto es, sin duda, la introducción de un

nuevo conjunto de procesos culturales, políticos, económicos y ambientales, entre

otros, que interviene en la clásica dicotomía construida por la modernidad: el

Estado-Nación. Dando paso a un nuevo escenario en el que las globalizaciones

reconfiguran los marcos de referencia de la vida de las personas.

gobierno. Ahora bien, esto ha estado impregnado por pugnas de poder en casi todos los estados

de América Latina, entre grupos de presión nacionales y sub-nacionales en tanto esto supone

entregar mayor poder a las entidades territoriales. De todas maneras, la opción en la mayoría de

los países de esta región del mundo la opción ha sido introducir mecanismos legales de

intervención en las competencias estatales descentralizadas –con el fin de evitar que los niveles

descentralizados adquieran más poder público que el nivel nacional de gobierno-. Así, se han

elaborados códigos, principalmente de carácter fiscal que limitan el acceso a recursos, por parte de

las entidades territoriales. En el caso colombiano se pueden encontrar mecanismos como las leyes

715 de 2001 y 1176 de 2007 que dan las bases de los procesos de transferencias de recursos del

nivel nacional al territorial; también leyes como las 617 de 2000 y la 819 de 2003 que establecen

condicionamientos bastante fuertes para la recepción y ejecución de recursos públicos.

Globalización, Estado y Sociedad Civil

Como se ha venido planteando en páginas anteriores, la globalización ha

supuesto múltiples variaciones en la forma de entender al Estado. Ya que muchos

de los patrones con que se analizaba al Estado, a partir de las propuestas de

autores clásicos como Hobbes o Rousseau han dejado de tener la validez de

décadas anteriores. Además, aunque en términos de formación académico es

indispensable conocer los conceptos básicos formulados por autores como Weber

o Kelsen, también es necesario dar cuenta de las nuevas dinámicas que tienen

que ver con la realidad de los Estados. Por ello, en la siguiente sección se tratará

de proponer un marco analítico general para comprender la relación entre el

Estado, la globalización y la sociedad civil, entendido a esta última como condición

necesaria de los otros dos componentes de la triada.

Para iniciar, resulta fundamental tener una definición de sociedad civil que nos

sitúe conceptualmente. No sin antes dejar claro que este concepto ha sido

abordado por múltiples autores en diferentes épocas, lo cual significa que no se

puede pensar en un concepto inmodificable de sociedad civil, pues en cada tramo

histórico y geográfico se le ha dado una connotación particular. Por ello,

encontramos aportes que vienen desde Aristóteles, Cicerón, pasando por clásicos

liberales como Hobbes, Montesquieu y Locke, entre otros, además de aportes más

recientes como los de Marx, Gramsci, Habermas y Foucault, para mencionar solo

unos pocos.

Para fines prácticos, en esta sección se partirá de las ideas de Jürgen Habermas,

de tal manera que se puedan entender algunos de los componentes funcionales

que se le dan a la llamada “sociedad civil” en la actualidad en buena parte de los

análisis de los Estudios Políticos y las Relaciones Internacionales. En este sentido,

resulta clave aproximarse antes a otro concepto, el de opinión pública, pues este

espacio social permite la construcción de exigencias u opiniones por parte de la

sociedad civil. Entonces, para el autor la opinión pública debe entenderse como

“una red para la comunicación de contenidos y tomas de postura, es decir, de

opiniones, y en él los flujos de comunicación quedan filtrados y sintetizados de tal

suerte que se condensan en opiniones públicas agavilladas en torno a temas

específicos.” (Habermas, 1998: 440).

Ahora bien, en cuanto a la sociedad civil, Habermas propone que esta se

compone de diferentes manifestaciones asociativas que interactúan entre si de

manera “voluntaria” y por fuera de las redes de intervención estatal o económica,

es decir, esta es “esa trama asociativa no-estatal y no-económica, de base

voluntaria, que ancla las estructuras comunicativas del espacio de la opinión

pública en la componente del mundo de la vida, que –junto con la cultura y con la

personalidad- es la sociedad”6.

Lo que vemos es que la sociedad civil parece tener una función social bastante

importante y es la de interpelar a la institucionalidad estatal y económica para que

esta responda a las “opiniones” que se generan en su seno. Sin duda esto abre de

manera compleja el panorama de la relación entre el Estado, la globalización y la

sociedad civil, pues supone, la coexistencia de estos tres, que los marcos de

referencia para la toma de posturas es mucho más amplio del que se pudo

conservar durante los siglos anteriores.

Ahora bien, la emergencia de lo que sería esta “nueva sociedad civil” implica tener

en cuenta ciertos elementos de análisis. Por un lado que la sociedad civil

contemporánea no sería, solamente, un actor derivado de lo que sucede entre el

Estado y los procesos de globalización, sino que estaría en capacidad de formar

sus propias subjetividades y relaciones, así sea por el simple aprovechamiento de

las condiciones que presenta una “globalización neoliberal”, en la cual, las mismas

debilidades neoliberales abren el espacio a ciertas dinámicas de

autoreferenciación, debido a no incorporar en las agendas de los grandes actores

de la política, la política. El profesor e investigador Eduardo Pastrana es claro y

sintético en mostrar esta sustracción contemporánea de la política, a propósito de

la crisis actual de la Unión Europea.

6 Habermas, J (1998). Facticidad y validez. Trotta: Madrid.

El sociólogo alemán, Ulrich Beck, sostiene con sobradas razones -en su libro

la Europa Cosmopolita (2006)- que el proyecto integracionista de la Unión

Europea (UE) fue llevado por las élites de los Estados miembros a una

encrucijada. La causa central la identifica en la forma en que dichas élites han

orientado la construcción de la UE. Por un lado, privilegiaron durante las

últimas dos décadas la integración económica mediante la consolidación del

Mercado Común Europeo (MCE) y la creación de la Unión Monetaria Europea

(UME). Por otro, estancaron al mismo tiempo de manera intencional el

proceso de integración en los ámbitos político y social. De lo anterior se

desprende que esta forma de construir la UE está sustentada en cuatro

falacias: la nacional, la tecnocrática, la eurocéntrica y la neoliberal. En suma,

la crisis actual no sería otra cosa que el resultado lógico de tal proceso.

(Pastrana 2011)7

Así las cosas, en el espacio abierto por la inexistencia de agendas y objetivos

claros en los temas políticos y sociales, de muchos procesos estatales y

económicos actuales, las identidades locales y regionales tienen un nicho de

construcción, relativamente autónomo, en los temas sociales y políticos

abandonados por la voracidad económica neoliberal8 -sin que esto signifique que

los coletazos del neoliberalismo no la ataquen de vez en cuando-. Es decir, la

globalización tiene lo que sería un efecto de doble: por un lado estandariza las

conciencias de las personas y sus cotidianidades a partir de la dispersión de

patrones de vida por medio de las tecnologías de la comunicación y, por otro lado,

permite una suerte de autoreferenciación. En palabras de Appadurai, al ser citado

por de Sousa Santos esto queda muy claro:

7 Pastrana, E. La miseria de la Unión Europea II. En www.semana.com. Publicado el 19 de octubre

de 2011.

8 En este sentido, conviene recordar algunas palabras de Beck en cuanto a lo que produce la

globalización: “(…) no es la libertad global del capital, sino la falta de libertad global de las víctimas

de la globalización. La resistencia frente a la agenda neoliberal de la globalización impone una

agenda cosmopolita de globalización. Todas las crisis, los conflictos, los descalabros de la

globalización tienen uno y el mismo efecto: refuerzan la apelación a un régimen cosmopolita, abren

(pretendiéndolo o no) el espacio a una ordenación del poder y del derecho”. (Beck, U (2002).

Es a través de la imaginación que los ciudadanos son disciplinados y

controlados por los Estados, por los mercados y por otros intereses

dominantes, pero es también gracias a esta imaginación que los ciudadanos

desarrollan sistemas colectivos de disidencia y nuevos grafismos de la vida

colectiva (Santos, 2003)

Esto quiere decir, entre otras cosas, que el control sobre la vida de las personas

no se limita a los mecanismos de coerción y coacción “material” que Weber

describió en Economía y Sociedad. Los deseos, la imaginación y el estilo de vida

de las personas es lo que se trata de controlar en la actualidad, solo que en un

escenario donde el Estado tiene que compartir con otras instituciones el poder de

influencia que otrora le pertenecía casi exclusivamente.

A manera de conclusión, es necesario aportar un último elemento de análisis. Este

escenario compartido de poder en el que el Estado se ve acompañado de

instituciones de carácter internacional y locales, como las ONG, los nuevos grupos

de presión y los cada vez más poderosos “world players”, se ve matizado por la

evidente incapacidad de los estados, en la actualidad, de responder a las diversas

demandas de la sociedad civil, lo que ha abierto el camino a otras formas de

manifestación política por fuera de los códigos y espacios establecidos por el

Estado.

Ejemplo de ello son, hasta cierto punto, algunos comportamientos de ciertos

grupos sociales que ven en la oposición a la participación de las “fuerzas”

políticas, económicas, sociales o militares del Estado, una oportunidad de

reivindicar sus identidades. En este sentido, se ha vuelto común en el globo ver

como se habla de “nuevas independencias”, como las propugnadas por facciones

separatistas de Irlanda o España, en respuesta, al debilitamiento institucional de

los estados nacionales que los gobernaban. Para no ir tan lejos, en el caso

colombiano se puede ver como algunos grupos étnicos han optado por apartarse

de la influencia militar del Estado, como es el caso de los indígenas del norte de

Cauca.

Además de lo anterior, es notoria la dificultad en la que se encuentran muchos

estados para operar jurídicamente en contextos que salen de la órbita regulada

por las legislaciones nacionales. Ejemplo de ello es lo referente a las nuevas

conformaciones familiares que se han presentado ante la creciente desarticulación

de las familias tradicionales, lo que ha supuesto un gran reto para los códigos

civiles en términos de derechos adquiridos por la condición de familiar en casos de

parejas homosexuales; vale la pena anotar que otro ejemplo de nuevas

formaciones familiares emergidas entre muchas víctimas del conflicto armado, ya

que la pérdida de muchos miembros familiares ha supuesto agrupamientos entre

personas cercanas que no estaban unidas por algún parentesco, pero que ante las

dificultades se ven obligadas a agruparse y exigir derechos de manera unida.

Estos y otros retos para la institucionalidad estatal deberán ser analizados, sin

duda, por los estudiantes del programa, en tanto no se trata de fenómenos

terminados, sino que presentan una condición de multiplicidad e imprevisibilidad

bastante alto, por lo que se requerirá de nuevas formas y marcos de estudiar las

cosas.