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Paradoxas de la verdad Daniela Danelinck ¿Se ocupó Freud alguna vez, en toda la extensión de su obra, de algo que no fuera el tiempo? André Green Introducción: verdad histórica Hasta el final de su vida, Freud no cesará de rumiar la relación entre historia y verdad. Con ella nos encontramos en la tercera y última parte de Moisés y la religión monoteísta (1938) 1 -uno de los últimos textos publicados por Freud- donde distingue entre una “verdad material” y una “verdad histórica”. No abordaremos aquí el tema de la validez histórica de la tesis expuesta por Freud en Moisés 2 ; por el contrario, recuperaremos sólo aquellos aspectos de la argumentación que nos permitan discernir el sentido de la “verdad histórica”. Allí Freud nos dice que: “Los psicoanálisis de individuos particulares nos enseñaron que sus impresiones más antiguas, recibidas en una época en que el niño no estaba en condiciones de hablar, exteriorizan en un momento cualquiera efectos de carácter compulsivo sin que tales impresiones sean rememoradas conscientemente.” 3 1 Sigmund Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, en Obras Completas, t. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1997. En adelante citado como Moisés. 2 Al respecto puede consultarse “Exposición del Señor Caquot”, en Jacques Lacan, Seminario de Jacques Lacan: libro 17, Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 225. 3 Sigmund Freud, “Moisés y la religión monoteísta”. en Obras Completas, t. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1997

Paradoxas de la verdad

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Paradoxas de la verdadDaniela Danelinck

¿Se ocupó Freud alguna vez, en toda la extensión de su obra,

de algo que no fuera el tiempo?

André Green

Introducción: verdad histórica

Hasta el final de su vida, Freud no cesará de rumiar

la relación entre historia y verdad. Con ella nos

encontramos en la tercera y última parte de Moisés y la religión

monoteísta (1938)1 -uno de los últimos textos publicados por

Freud- donde distingue entre una “verdad material” y una

“verdad histórica”.

No abordaremos aquí el tema de la validez histórica

de la tesis expuesta por Freud en Moisés2; por el contrario,

recuperaremos sólo aquellos aspectos de la argumentación

que nos permitan discernir el sentido de la “verdad

histórica”. Allí Freud nos dice que:

“Los psicoanálisis de individuos particulares nos enseñaron que sus

impresiones más antiguas, recibidas en una época en que el niño no

estaba en condiciones de hablar, exteriorizan en un momento cualquiera

efectos de carácter compulsivo sin que tales impresiones sean

rememoradas conscientemente.”3

1 Sigmund Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, en Obras Completas, t. XXIII,Buenos Aires, Amorrortu, 1997. En adelante citado como Moisés.2 Al respecto puede consultarse “Exposición del Señor Caquot”, enJacques Lacan, Seminario de Jacques Lacan: libro 17, Buenos Aires, Paidós, 2009,p. 225.3 Sigmund Freud, “Moisés y la religión monoteísta”. en Obras Completas, t. XXIII,Buenos Aires, Amorrortu, 1997

Es el Freud de los últimos escritos, aquel que señala

en “Construcciones en el análisis” (1937) la importancia

de huellas psíquicas inscriptas en una época anterior a la

adquisición del lenguaje, y que, por eso mismo, no pueden

ser rememoradas; sólo reproducidas, y a veces en una

modalidad alucinatoria. Pero he aquí lo decisivo de Moisés,

lo nuevo que aporta a su argumentación: una vez inscripta,

la huella antigua sufre múltiples deformaciones. De ahí que

la verdad buscada y postulada sea ilusoria, por cuanto las

condiciones reinantes en el momento de la inscripción se

han perdido para siempre, sin reconstrucción posible. André

Green señala en El tiempo fragmentado, que si bien “ignoraremos

siempre lo que decían las primeras Tablas de la Ley

definitivamente rotas por la ira de Moisés, en cambio,

podemos experimentar el retorno, deformado, de aquello que

en determinado momento estuvo, inaccesible ahora en su

forma original pero de lo cual subsisten vestigios

modificados”.4 En esta medida ella es verdad: su

insistencia, señalada en la repetición, no podría ser,

según Freud, sino la traducción de acontecimientos que

sucedieron efectivamente, y jamás la de un puro fantasma

incapaz de adquirir semejante poder de insistencia

compulsiva.

Pero esta verdad ya no será una verdad fáctica,

empíricamente contrastable, sino siempre conjetural.

Richard Bernstein afirma en Freud y el legado de Moisés que el

trauma del parricidio representa “la verdad histórica” a

4 André Green, El tiempo fragmentado, Buenos Aires, Amorrortu, 2001 , p. 47.

partir de la cual la religión monoteísta extrae su gran

poder de persuasión, pero tal verdad no puede igualarse al

hecho fáctico externo del crimen en un sentido jurídico.5

La verdad histórica radica en la resonancia psíquica, no en

el hecho externo; y no presta evidencia más que en el

retorno, en la medida en que algo nuevo se experimenta como

protofamiliar.

Esta verdad, en tanto no puede ser comprobada

empíricamente, debemos resignarnos a construirla antes que

descubrirla. El analista, sostiene Freud en Construcciones en

el análisis, “tiene que colegir lo olvidado desde los

indicios que esto ha dejado tras sí; mejor dicho: tiene que

construirlo”6. El precio a pagar es la aceptación de una

verdad que no se descubre propiamente hablando, sino que

será siempre conjetural, sin pruebas verificables pero que,

una vez construida con rigor, tiene indiscutibles efectos

de modificación psíquica.

Me interesa en lo que sigue desarrollar la paradoja

que conlleva esta noción freudiana de verdad -siendo que

hablamos de una verdad que es verdadera, no sólo a pesar de

su deformación sino a causa de ésta; una verdad que no

puede alcanzarse sin pasar por su deformación-, al tiempo

que interrogar por los efectos que esta noción de verdad

pueda tener en la labor historiográfica. Por otro lado

pretendo mostrar cómo la historización de la historia, el

5 Richard Bernstein, Freud y el legado de Moisés, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2002.6 Sigmund Freud, “Construcciones en el análisis”, en Obras Completas, t. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1997, p. 260.

descubrimiento progresivo de la temporalidad al interior del

discurso historiográfico, produjo asimismo un estatuto

paradójico de la verdad, que acerca la verdad en historia a

la “verdad histórica” freudiana. Ambas se sostienen en el

espacio de una falla, y fundan la posibilidad de pensar la

verdad, ya no en la adecuación del lenguaje con el mundo,

sino en el espacio preciso de la inadecuación o

(des)adecuación, que debemos entender como conjunción y

disyunción entre las palabras y las cosas, el sentido y la

pulsión, lo simbólico y lo real.

No se trata de negar sin más la posibilidad de una

verdad, declarando que la adecuación es imposible sino de

la tarea -infinitamente más ardua- de pensar la relación

siempre fallida de estos lugares heterogéneos. Si Freud

estaba en lo cierto, este espacio que reúne y separa el

sentido y lo real – ya hablemos de una unión en la

diferencia, una exclusión interna o una extimidad- permanece

como el “único pensamiento que piensa un pensador”.7

Devenir paradoja en psicoanálisis o de cómo la verdad se

hizo falta

Hagamos un poco de historia: en sus albores, el

psicoanálisis había creído establecer que el sujeto

sostenía un discurso que daba testimonio, a cada instante,

de que el interesado estaba recortado de su verdad. Así, la

cura, al restablecer las distorsiones y las lagunas

operadas por la censura estaba en condiciones de

7 Jorge Alemán, Jacques Lacan y el debate posmoderno, Buenos Aires, filigrama,2002, p.32

reconstruir y de restablecer el texto original, conservador

de la historia del paciente, restituyendo así a este

último, en definitiva, la verdad de su destino. A esta

altura la interpretación conserva todavía una fuerte

pretensión de objetividad, por lo que podríamos pensar ésta

etapa del psicoanálisis a partir de la “metáfora del

espejo” (la interpretación debe simplemente reflejar la

verdad, como un espejo, sin deformaciones ni modificaciones

de ningún tipo) o “la verdad desnuda” (la interpretación

debe dejar que aparezca la verdad despojada de su envoltura

retórica, descorriendo los velos que la cubren). Metáforas

que, por cierto, aún hoy se sostienen como íconos de una

concepción realista e ingenua de la verdad, propia de los

orígenes de la historiografía disciplinar.

Sin embargo, Freud se distancia progresivamente de

esta noción de verdad. El punto de ruptura es la carta

enviada a Fliess el 21 de septiembre de 1897 donde rompe

con la teoría traumática de la seducción: Freud dice no creer ya

al pie de la letra a sus histéricas. Es el origen del psicoanálisis en

tanto que tal, al introducirse la dimensión propia de la

palabra, el lenguaje y su drama, la arbitrariedad del

vínculo entre significado y significante.

En 1899 -dos años después- descubre en La interpretación de

los sueños el “ombligo del sueño”: la expresión de un núcleo

opaco e irreductible, allí donde la interpretación del

sueño se topa con lo desconocido.

El mismo agujero vuelve a aparecer –retorna- en Historia

de una neurosis infantil, esta vez, bajo la forma de un “blanco

en el discurso”. Esta celebre cura llevada a cabo entre

1914 y 1915 -la última publicada por Freud en forma de

historial clínico- está focalizada en la reconstrucción de

una “escena primitiva” supuestamente vivida por el paciente

a la edad de 18 meses. Ahora bien, puesto que fracasa al

realizar esta empresa, el trabajo analítico llevado por su

dinámica propia va a circunscribir un “blanco” en el

discurso del interesado, que resulta ser la expresión de un

núcleo opaco e irreductible situado en el corazón del

inconciente representativo.

Un año después del fin de la “cura” de Sergei

Pankejeff, en La represión (1915), Freud le otorga un estatuto

metapsicológico a esta constatación -esta falta que

retorna-, determinando la existencia de una “represión

primaria” (Urverdrängung). En lo sucesivo, el inconciente

esta marcado por una mancha que sella en un olvido sin

retorno el origen enigmático del sujeto humano. La marca de

la verdad primera del sujeto está, por principio, excluida

de su discurso y es ésta exclusión la que permite el

despliegue de la cadena discursiva.

Lo Urverdrängt, en tanto primario, es precisamente

aquello que no ha tenido que ser reprimido porque está

desalojado desde el origen mismo,8 y esta falta coincide

con el goce como lo real del sexo –cuestión sobre la cual8 Debemos distinguir en la obra freudiana entre “represión secundaria”y “represión primaria”. La primera afecta a una representaciónparticular, inscripta en la cadena de representaciones consciente opreconsciente, que ha sido desalojada hacía el inconsciente poresfuerzo del aparato psíquico. La “represión primaria” en cambio es“representación” en un sentido impropio. Ella señala únicamente elblanco en la cadena, el carácter necesariamente incompleto de lamisma, y por lo mismo su imposibilidad de representar lo real.

volveremos. En tanto no hay un significante que lo nombre,

se pierde toda esperanza de reconstruir y restablecer el

“texto original”, la historia sin fisuras que restablecería

la verdad de sus destinos.

A partir de ese momento la verdad deviene paradojal.

La paradoja radica en que la caída del significante es la

condición lógico necesaria para que el inconsciente se

ponga en movimiento. Dicho, ahora sí en términos

lacanianos, desde un principio la inscripción de la verdad

esta caída9 y tal significante en falta no cesara de no escribirse,

interrumpiendo el discurso como un “saber disjunto”, como

aquello que “está ahí y nadie entiende nada de eso”.10

Todos estos giros pretenden dar cuenta de aquella ausencia

que en su estatuto mismo de no-escrita impide el cierre de

un todo de saber, fundando a un mismo tiempo la posibilidad

misma del discurso como interpretación.

Devenir paradoja en historia o de cómo estalló el espejo

Aquella otra historia que nos convoca es la de la

historiografía en sus múltiples (des)encuentros con la

verdad. Lo que sigue apunta a trazar un paralelo con lo

desarrollado en el apartado anterior, o al menos las bases

de una constelación posible.

La historia nace en Grecia –en el siglo V a.C.- como

historia contemporánea, remontándose en el pasado a no más

de dos o tres generaciones. Los testimonios de testigos

9 Lacan juega con esta idea de la “caída” del significante en JacquesLacan, Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión, Barcelona, Anagrama, 1993, p. 43.10 Jacques Lacan, Seminario de Jacques Lacan: libro 17, Buenos Aires, Paidós,2009, p.94.

oculares, y en menor medida auriculares, organizaban casi

la totalidad de la práctica histórica, lo que en parte

explica la pertinencia de las metáforas del espejo o la

verdad desnuda para referir al deber de imparcialidad del

historiador. En efecto, “desde este tipo de investigación

de la realidad no hay un gran salto hasta la exigencia de

imparcialidad, con tal que se reproduzca el suceso

adecuadamente en todos sus aspectos o que se tenga en

cuenta el juicio de todos los participantes”.11 Este canon

apunta a un ámbito de experiencia presente e

ininterrumpido, que Koselleck llama “presente continuado”,

donde la experiencia histórica se refiere a un presente que

progresivamente se acumula en el pasado sin poder

modificarse en lo fundamental. La veracidad es apenas un

problema retórico en la medida que no existe la distancia

mínima y fundamental a partir de la cual la verdad puede

desfigurarse o perderse.

No cabe duda de que el canon antiguo, cuyo carácter

metafórico apunta a un ámbito de experiencia

ininterrumpida, reclama aún hoy su validez metódica; como

una ambición de decir lo real que viene de muy lejos, una

escena primitiva cuya opaca permanencia aún determina la

historiografía. Sin embargo, esta concepción clásica de la

historiografía retrocede a partir de la constatación de dos

hechos que el historiador encuentra al reflexionar sobre su

propia praxis:

11 Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos,Barcelona, Paidós, 1993, p. 180.

Por una parte, no hay historiografía sin pasado. La

historiografía tal como la entendemos hoy se desarrolla

precisamente en función de una ruptura entre el pasado y el

presente, como una construcción siempre problemática e

incompleta de aquello que no existe más, pero dejó rastros.

Por otra parte, y como consecuencia de ello, la

distancia con el pasado patentizó el lugar activo del

historiador como aquel que intenta franquear esa brecha

mediante la interpretación. Es en el Renacimiento con la

doctrina de la perspectiva de Chladenius (1710-1759), donde el

estar vinculado a una posición determinada se convierte en

presupuesto ineludible del conocimiento historiográfico, lo

que obliga a repensar la labor histórica bajo la amenaza

del relativismo –problema del cual, por supuesto, Heródoto

estaba eximido.

Paradójicamente, con el descubrimiento del mundo

histórico surge el relativismo histórico que pone a la

disciplina ante una exigencia aporética de conocimiento:

formular enunciados verdaderos sobre el mundo histórico y

admitir a su vez la relatividad de esos mismos enunciados.

El historiador pierde el rincón seguro a partir del cual

historizaba, pues tomar conciencia de la propia

historicidad equivale a pensar el tiempo como “la ambivalencia

misma que afecta el lugar la enunciación”.12

Esta verdad que descubre la historiografía cuando

piensa su propia práctica -el tiempo- mantiene una

solidaridad topológica con la verdad que deslinda el

12 Michel De Certeau, Historia y Psicoanálisis, México, UniversidadIberoamericana, 2007, p. 18

psicoanálisis -la castración-: el tiempo, como la imposibilidad

de toda identidad con el lugar, organiza una necesaria

inadecuación entre sujeto y objeto, pero esta inadecuación

es, no obstante, condición de posibilidad del discurso

historiográfico. Esto es: sólo hay historiografía porque el

pasado como tal es inapresable, porque no puede hacerse de

él un objeto de la ciencia. Que hay ausencia es, para el

discurso histórico, la condición de posibilidad que

descubre al desplegarse.

La historiografía, que nace al instaurar una distancia

insalvable con el pasado (la muerte del otro que lo pone fuera de

nuestro alcance), es a la vez un trabajo de escritura que

niega la pérdida por medio de la conversión de ese pasado

en saber. Ahora bien, para fundar un saber cualquiera sobre

el otro (el pasado) es necesario recortar un lugar propio

(el presente de una práctica), y en este sentido la

historiografía se instituye en una desmentida del tiempo: un

no querer saber nada sobre eso.

El aborto cartesiano o como la verdad es un hijo bastardo

A partir de 1961 Lacan sostiene que hay una división

entre saber y verdad; y que dicha escisión tiene fecha de

fundación para Occidente: el surgimiento del cogito con

Descartes. Cito: “Es el rechazo de la verdad fuera de la

dialéctica del sujeto y del saber donde está el nervio de

la fecundidad de la marcha cartesiana”.13 Ambos términos

mantienen entre sí una distancia derivada de la perdida,

13 Jacques Lacan, Seminario de Jacques Lacan: libro 12, clase del 10-06-1965,Inédito.

distancia que se puede reconocer en el hecho de que la

verdad huye metonímicamente y el saber nunca puede

alcanzarla o recubrirla. A la inversa, la verdad irrumpe

siempre en el seno mismo del saber, como lo que esta ahí y

nadie entiende nada de eso, instaurando siempre un exceso que no

puede ser colmado. Heredera de la modernidad, la ciencia se

instituye distinguiendo estrictamente entre el saber que el

sujeto de la ciencia hace progresar por la vía de su propio

acto y la verdad que, al enviarse a la metafísica, o no le

incumbe más, o no le ayuda a progresar en nada.

Veamos esto más en detalle para luego ponerlo en

correlación con la historiografía (i) y el psicoanálisis

(ii). Lacan desdobla al cogito cartesiano en dos tiempos: de

una parte el “pienso”, que corresponde al plano de la

enunciación (significante), donde emerge el sujeto en el

punto mismo de su desvanecimiento (“tan reducido, tan

mínimo, tan puntual” dice Lacan), ese sujeto vacío de

contenidos psíquicos y por tanto homologable al je, al

sujeto freudiano del inconsciente. De otra, el “soy”, que

supone la forclusión, la desmentida, el no querer saber

nada de nada de esa verdad que a un tiempo se devela y

desfallece. Es el establecimiento de un yo sustancializado:

moi.

(i) En relación a la historiografía, en el pasaje del

je al moi se opera la desmentida del tiempo que es su

condición de posibilidad. En efecto, el je sujeto de la

enunciación, como dijimos, es un sujeto evanescente,

puntual, ahistórico. El cogito no es más que la afirmación

de mi propia existencia mientras estoy pensando, esto es,

“durante todo el tiempo que dure mi pensar”.14 La

posibilidad de cesar en la actividad de pensar define una

característica del cogito: la instantaneidad o

ahistoricidad, que no es otra cosa que la imposibilidad de

durar en el tiempo sin interrumpirse. Así, Lacan está en lo

cierto cuando califica el “yo pienso” cartesiano como algo

que participa, en su afán de certeza, de una especie de

aborto,15 porque mientras el cogito se dé en el tiempo

podemos suponer que su evidencia está afectada por la

memoria, y esto, como sabemos, echa por tierra el afán

cartesiano de hallar “el fundamento inconmovible de la

verdad” donde erigir “el edificio seguro de la ciencia”. Es

necesario negar la dispersión que produce el tiempo para

fundar allí al sujeto de la ciencia como un sujeto siempre

idéntico a sí mismo.

Por lo tanto, luego de adquirir la conciencia de que

soy, Descates aborda la cuestión de qué soy, y responde:

una cosa que piensa, es decir, una sustancia. Descartes

pasa casi inmediatamente del cogito, ergo sum al sum res cogitans,

como si la evidencia de la primera se transmitiera a la

segunda; y en la medida que interpreta al cogito como una

sustancia queda salvada la identidad, porque la noción de

sustancia supone la permanencia a través de los cambios.

(ii) Para el psicoanálisis, así como para la

historiografía el pasaje del je al moi significó la

14 René Descartes, Meditaciones metafísicas, España, Folio, 1999, p.37.15 Jacques Lacan, Seminario de Jacques Lacan: libro 11, Buenos Aires, Paidós,2008, p. 147.

desmentida del tiempo, aquí es una negación del sujeto

freudiano o “sujeto del inconsciente”, que no es en ningún

caso una sustancia, sino un efecto del significante;

aquello que irrumpe en un chiste, un sueño o un olvido, de

tal modo que se puede decir únicamente “allí estaba”, pero

nunca “está allí” –precisamente por no tener el espesor de

una sustancia. Lacan lo escribe $ (sujeto barrado) para

indicar la no-identidad, la imposible identificación del

sujeto.16 Este sujeto del inconsciente está necesariamente

escindido, castrado, marcado por una falta fundamental, y

ésta escisión responde a la inserción del individuo en la

cadena significante. Es un efecto de la inadecuación

inalienable entre el significante que lo representa para

otro significante y lo real del sexo para cada individuo.17

La afirmación lacaniana según la cual la ciencia

moderna se instituye en un rechazo de la verdad puede

reformularse como sigue: ella niega -en el doble movimiento

de reconocimiento y negación- la desproporción entre los

órdenes simbólico (significante) y real. No quiere saber

nada de esa falla (verdad) que desquicia, infatigable, el

orden del saber.

Lo “real”, como lo imposible de inscribir en un

discurso, es aquello que escapa cada vez al orden16 De acuerdo a la definición lacaniana, un sujeto está siempre entre dossignificantes: es lo que representa un significante para otrosignificante.17 Lo real del organismo, como instancia mítica biológica, se pierde enel (des)encuentro con el significante, para ser recuperado luego comoun plus. En este sentido decimos que hay siempre una recuperación degoce que se da sobre el fondo de una pérdida: el goce pleno de la“relación sexual”, como una complementariedad o adecuación natural, sepierde para recuperar de él sólo un fragmento, objeto parcial de goce,plus de goce.

simbólico, que no logra dispersarse, diseminarse, en la

cadena significante, y que, por tanto, vuelve siempre al

mismo lugar, como principio de pura repetición.

La ciencia moderna nace, al rechazar lo real, bajo el

signo del progreso.

Consentir a la verdad o de cómo es posible vivir con

fantasmas

Desde Hamlet, y mal que le pese a la ciencia, la

verdad siempre retorna como un fantasma inquietante.

Estamos ante la idea freudiana de un retorno de lo

reprimido. Al respecto nos dice De Certeau:

Todo orden autónomo –el edificio seguro de la ciencia- se constituye

por medio de lo que elimina, y produce un ‘resto’ condenado al olvido,

pero lo excluido se insinúa de nuevo en ese ‘limpio’ lugar; se

infiltra ahí, lo inquieta, vuelve ilusoria la conciencia que tiene el

presente de estar en ‘su casa’, la habita a escondidas, y este

‘salvaje’, este ‘obsceno’, esta ‘basura’, esta ‘resistencia’ de la

‘superstición’ inscribe ahí, sin que lo sepa o en contra del

propietario , la ley del otro.18

La verdad, en cuyo rechazo descansa la fecundidad de

la marcha cartesiana, retorna siempre al interior del saber

en la forma de ruptura, discontinuidad, hiancia. La verdad

tiene la extrañeza de una irrupción y de un nacimiento en

la coherencia de lo que es aceptado (o, como diría Žižek,

la emergencia de un alien). Aparece como un hecho singular

18 Michel De Certeau, ob. cit., p. 25

que se busca olvidar porque cuartea las generalidades de la

teoría.

La pregunta en lo que sigue es por cómo construir un

orden del saber que no se funde en el rechazo a la verdad,

sino que asuma frente a ella un gesto de sublime aceptación,

consienta a la verdad, aún en sus aspectos más siniestros

(Umheimlich).

El hecho de que la historiografía produzca, en su

desarrollo como ciencia, una noción paradójica de la verdad

que no hace sino mostrar la falla y la inadecuación,

convierte a esta disciplina en el escenario privilegiado

para el develamiento de la verdad en su dimensión

aterradora (Unheimlich) -algo que, por otra parte, ya sabía

Freud cuando hizo de la historia el lugar por excelencia

del retorno de lo reprimido.

A un mismo tiempo, el psicoanálisis se constituye

explícitamente como un saber del síntoma, esto es: como un

campo del saber que no puede dejar por fuera la verdad que

retorna con el síntoma, so pena de retornar a los tiempos

de la psiquiatría clásica donde la sintomatología no es más

que un conjunto de accidentes insignificantes.19

Es a ellos, entonces, como disciplinas que lograron

de algún modo dar alojamiento a la verdad, que debemos

dirigirles la pregunta.

I. La historiografía

19 Y no, como diría Sherlock Holmes, “extraños accidentes”, aquellosque esperan un futuro develamiento en el orden de un saber causal.

Hemos visto que desde el momento en que la historia

reflexiona sobre su propia historicidad se enfrenta a una

exigencia aporética de conocimiento, consecuencia del

trabajo del tiempo en el interior mismo del saber, que la

enfrenta a la doble necesidad de formular enunciados

verdaderos sobre el mundo histórico y admitir a su vez la

relatividad de esos enunciados. Una lectura lacaniana del

cogito nos permitió arriesgar que la ciencia histórica

moderna se sostuvo en este dilema gracias a una desmentida

del tiempo.

Sin embargo, si la negación del tiempo permitió

recortar un lugar propio (el presente de una práctica)

desde el cual deslindar a su vez un objeto y organizar la

distancia necesaria entre ambos para que surja allí un

conocimiento objetivo, no por ello la verdad queda fuera de

la práctica historiográfica. Ella retorna -disruptiva,

evanescente, indomable- bajo la forma de una inadecuación

irreductible del discurso (la palabra) con sus fuentes (las

cosas).

Desde finales del siglo diecinueve tenemos una

preocupación creciente por parte de los historiadores por

establecer las reglas del canon de una práctica que se

establece académicamente en las universidades.20 Sin

embargo, tal rigurosidad no logra expulsar de sí la

20 Hay un canon de rigurosidad metódica que sirve como contrapeso firmefrente a afirmaciones arbitrarias que se presentan como certezas:cuestiones sobre la datación de los documentos, datos estadísticos,etc., todo eso se puede determinar con la misma exactitud que tienenlas ciencias naturales, de modo que los resultados sean,independientemente de la posición del historiador, comunicables ycontrolables por todos.

inadecuación (verdad) que mina todo saber, ya que en el

conocimiento histórico cada fuente, cada fragmento, nos

remite a una historia que es algo más o algo menos que el

propio fragmento y, en todo caso, algo distinto. Una

historia no es nunca igual a la fuente que da testimonio de

ella. El investigador va a la fuente, al archivo, a caminar

sobre las ruinas o los campos de exterminio. Por allí se

puede pasar. Pero pasar como tocar, respirar, oler. Son

restos de un acontecimiento. Es precisamente en esos restos

que siempre faltará algo por apresar, y ese algo anima la

investigación. La hace, la define en forma silenciosa. Es

lo real que nunca deja de estar en falta, fundando la

equivocidad de todo saber.

La ilusión referencial de un saber soberano, que

observaba que en el oficio historiográfico lo que realmente

importa es la verdad desnuda, ha cedido su lugar al juego

de citas de la biblioteca de Babel: el vértigo de la

posición, la multiplicación infinita de los puntos de

vista, y la propia autoconciencia de la relatividad de toda

perspectiva histórica, han terminado por imponer una nueva

concepción de la verdad histórica, que no se funda en la

adecuación de las palabras y las cosas, sino que, por el

contrario, nombra el espacio mismo de la (des)adecuación;

la falta de proporción del discurso (la escritura) con lo

“real” (la presencia).

En esta brecha proliferan nociones como “punto de

vista”, “perspectiva” y “compromiso con la situación”, y

ellas no expresan únicamente la parcialidad que afecta a

todo conocimiento histórico, sino que, al mismo tiempo,

advierten de la presencia de un espacio compartido de

experiencia. Gracias a esta experiencia común, y al soporte

intersubjetivo que reclama la producción de toda

proposición histórica, la historiografía ha podido

preservar una idea mínima de verdad a salvo de las

paradojas que la propia condición de su saber le impone.

Únicamente por medio de esta experiencia la historiografía

ha podido declarar que si bien, en lo esencial, toda

observación de los acontecimientos pasados se realiza desde

un punto de vista condicionado por la propia posición que

la mirada necesariamente ocupa en la historia, este

reconocimiento no logra socavar, sin embargo, las

pretensiones de verdad que los enunciados históricos

entablan. Ello, en la medida que dichos enunciados se

asocian a la idea de un cumplimiento productor, al

despliegue totalizador del proyecto de una voluntad

colectiva, a la creación ininterrumpida de un mundo. Su

verdad no es teorética, sino práctica, ya que tal como

señalaba Marx en las Tesis sobre Feuerbach, la verdad de una

teoría sólo se demuestra en la práctica.

Son las instituciones que organizan la práctica

colectiva las que ocupan, sin negarlo, el espacio de la

inadecuación entre el sentido y lo real. Su discurso

alcanza el estatuto de “ficción” si entendemos por ficción

todo “texto que declara su relación con el lugar singular

de su producción”.21 Estas ficciones, como ya lo notó

Jeremy Bentham en el siglo dieciocho, no dicen lo real sino21 Michel de Certeau, op. cit., p. 26.

que operan sobre él, y en este sentido se aproximan más a

lo real que el discurso objetivo mismo.22

II. Psicoanálisis: Lacan, el heredero

Lacan hereda de Freud una tradición crítica de la

verdad como adecuación y toma de Heidegger una idea de

verdad como alétheia, tradición que se remonta a los poetas

inspirados, los adivinos, antes de la inauguración de la

era del logos en el siglo VI a. C. En esta tradición, que se

refiere esencialmente al mito, la verdad está relacionada

con el ejercicio de un tipo de palabra dotada de eficacia

por su pronunciación misma, constitutiva de un plano de

realidad. Es una palabra de memoria, que no se opone a la

mentira sino al olvido.

“Que nada oculta tanto como lo que devela, como la

verdad, alétheia=Verborgenheit”. Esta tesis en Lacan de un

movimiento simultáneo, interno, íntimo a la verdad, que se

da borrándose o al borrarse se da en ese borramiento, es de

origen heideggeriano, si bien Lacan recorta y toma sólo una

parte de la tesis de Heidegger, eliminando la posibilidad

de un darse pleno y originario de la verdad. De esta verdad

dada en su retiro conserva solamente la singularidad de lo

que se podría llamar el ritmo de la verdad en el análisis,

entramado de represiones y resistencias, ese incansable y

agitado retorno no ambiciona una salvación sino que

engendra un régimen de una nueva puesta en juego, de una

22 “La ficción es todo discurso que informa lo real pero no pretenderepresentarlo ni acreditarse en él”, ibid., p. 3.

nueva puesta en movimiento de una serie indefinida de

desplazamientos.

Que la verdad se da borrándose, puede formularse

también del siguiente modo: se realiza en un “decir a

medias”. Es decir, hay una pérdida, pero es de mitad.

Mientras que con borramiento se pone el acento en la

globalidad de la relación (imposible) entre el lenguaje y

el ser, en este caso, se trata más bien de la relación (de

separación) entre el saber y la verdad, relación de mitad-

mitad. Esta última versión evocaría más bien una tesis

hegeliana: todo saber es construcción por partes o mitades

(saber de “entendimiento” en la terminología hegeliana), y

en consecuencia pérdida también: pérdida de la verdad que

desaparece en ese saber pero que no desaparece sino a

medias ya que el saber es, al mismo tiempo, un momento de

esa verdad: por lo tanto, se conserva su mitad. La mala,

evidentemente, la que no colma, la que no aporta la

satisfacción sino que relanza incesantemente la dialéctica

del deseo.

Si la verdad no puede ser dicha toda, sino sólo a

medias, entonces todo de la verdad no está en el lenguaje,

sin por ello ser sin el lenguaje. La verdad está ligada a

lo que escapa a lo simbólico; al espacio sin nombre, al

resto de la irreductible no-adecuación del lenguaje a las

cosas. Es la máscara de un agujero en torno al cual se

entreteje lo simbólico. Ese agujero representa el núcleo de

lo real innombrable, que no se deja captar, de ahí que todo

lo que tenga que ver con su nominación (verdad) tenga

estructura de ficción. Si es ficticio porque no dice lo real,

veamos entonces en qué sentido puede ser verdadero.

Freud pone en marcha, a través de la técnica de la

asociación libre, una producción de verdad. En La

interpretación de los sueños, en Psicopatología de la vida cotidiana, y en

los informes de sus análisis, no se interroga en nombre de

qué criterios una interpretación es verdadera, sino qué

asociaciones y cuáles interpretaciones permiten culminar en

otras, continuar la serie. La asociación adquiere un

estatuto de “verdad”, de “pertinencia”, de “efectividad” a

partir de su capacidad para producir nuevas asociaciones,

es decir para reconstruir una historia con sus propios

elementos. Mas que develar una verdad totalmente hecha que

le serviría de referencia, garantía o punto de adecuación,

habría en Freud una teoría de producción de lo verdadero en

abierta confrontación con las posturas contemplativas o

pasivas de la verdad. Lacan –en el seminario D’un Autre à

l’Autre- cita a Lenin como apoyatura de esta verdad praxiológica,

cuando éste afirma que la teoría marxista de lo social

“triunfará porque es verdadera, pero no necesariamente

porque dice la verdad”.

Esta concepción praxiológica de la verdad -de Lenin a

Marx- nos remite al encuentro de Lacan con el marxismo. Tal

encuentro apunta a deshacerse de la envoltura ontologizante23 con

que se cubrió y maniató el martillo crítico de Marx, y

recuperar el lugar central que ocupa en la historia la

praxis humana (efectivamente, el capitalismo no caerá por

23 Expresión acuñada por Adolfo Sánchez Vázquez en Filosofía de la praxis, México, Grijalbo, 1967.

mandato ineluctable de las semillas y los árboles, ni del

agua que hierve y pega un salto de cantidad en calidad). El

problema de la verdad, como señala Marx en la segunda tesis

sobre Feuerbach, no es un problema teórico sino práctico:

“Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es

decir, la realidad y el poder, la terrenalidad de su pensamiento. El

litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la

práctica es un problema puramente escolástico”24.

Lacan, heredero de Marx, piensa igualmente la teoría como

praxis, esto es: no escribe para decir la verdad, escribe

para producir efectos de verdad, para operar en lo real.

“Yo, la verdad, hablo”, escribe Lacan en La Cosa

freudiana. Al respecto, Bertrand Ogilvie sostiene que:

“Lacan no demuestra la verdad en un discurso (no la garantiza), sino

que la hace hablar, o la deja hablar: entonces, evidentemente, no dice

la verdad. Sólo hay verdad si se habla de ella; si es ella la que

habla, ya no hay verdad sino fuerza, efecto, que Maquiavelo llamaba

‘la verità effetuale della cosa’, la verdad-efecto o la verdad de

efecto de la cosa misma, y que Lacan sitúa aquí, o emblematiza, con el

nombre de Lenin. La ‘cosa’ en Maquiavelo es el otro nombre de la

división intrínseca e insuperable del espacio político entre lo alto y

lo bajo, el príncipe y el pueblo”.25

¡El psicoanálisis viene a traer la espada, y no la paz! Su discurso

divide, remite a los lectores tanto a su distribución en el

24 Karl Marx, “Tesis sobre Feuerbach”, La ideología alemana, México, CulturaPopular, 1974. 25 Bertrand Ogilvie, “La producción de lo verdadero”, en AA. VV., Laverdad entre psicoanálisis y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 2007, p.151.

espacio social como a la división de su economía psíquica.

Así, la división intrínseca e insuperable deviene el lugar de la

producción de lo verdadero, como efecto de la Cosa misma,

como producto. Desde allí, desde ese fondo indecidible, la

praxis colectiva produce -incesantemente- las ficciones

necesarias que impiden a los hombres morir de verdad.26

Un nuevo saber o de porqué el duelo es imposible

Ansiamos un nuevo saber, como Rimbaud exigía un nuevo

amor. Pensar un nuevo saber supone dejar de buscar la

verdad en la neutralidad y el desinterés, pues la verdad

sencillamente no se descubre. Ella se produce a partir de la

división del espacio subjetivo o social, y tiene siempre

estructura de ficción, esto es: es un discurso que guarda una

relación explicita con el lugar de su enunciación y que no

busca representar ni acreditarse en lo real. No dice lo

real, vela su ausencia. Pone en su lugar un discurso

ficticio que toca lo real a partir de los efectos de

sentido.

Hacer un duelo por lo real es su condición necesaria.

Sin embargo, esto no significa en ningún caso recusar

radicalmente o negarle estatuto a lo real. Hacerlo

supondría un encierro voluntario en el lenguaje donde ya no

hay verdad posible (donde el estructuralismo tuvo la última

palabra). Por el contrario la definición misma de praxis

supone el mantenimiento de una mínima noción de verdad, o

26 Parafraseando a Nietzsche, quien decía que “tenemos el arte para no perecer a causa de la verdad”, en Friedrich Nietzsche, La voluntad de poder, Buenos Aires, Editorial Aguilar, 1961, parágrafo 821

al menos el mantener su exigencia. Es una de dos: “o el

psicoanálisis no es nada más que el comentario permanente,

inagotable y lúcido, de un impasse, o el psicoanálisis toca

algo de lo real”27.

Tanto psicoanalistas como historiadores se consagran a

praxis que intentan tocar lo real operando desde lo

simbólico y en este sentido hay verdad, sí, pero sólo a

medias, por fundarse en el espacio de conjunción y

disyunción entre el sentido y lo real, en ese espacio

fronterizo que persiste como el “único pensamiento que

piensa un pensador”.

27 Jorge Alemán, Jacques Lacan y el debate posmoderno, Buenos Aires,filigrama, 2002, p.42