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delatripa: narrativa y algo más Número 17 Ago - Sep 2015.

Revista delatripa: narrativa y algo más. Número 17. Agosto-Septiembre 201

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delatripa: narrativa y algo más

Número 17 Ago - Sep 2015.

delatripa: narrativa y algo más

Narrativa y algo más Número 17. Ago - Sep 2015. Es un proyecto de la Catarsis Literaria ElRevista

Drenaje, editada en Mérida, Yucatán. Revista de circulación mensual. Dirigida por Adán Echeverría([email protected]). Consejo Editorial: Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, CristinaLeirana, Roberto Cardozo, Mario Pineda Quintal y Édgar Damián.

Contenido

ColumnasIncipit

Blanca Vázquez.................................................85

Costillar literarioFernando De la Cruz........................................87

Nos vemos en el slamMario Pineda Quintal......................................89

Imágenes portada e interiores del Artista

José Luis García

Era una noche de año nuevoGonzalo Vilo .......................................................3

Y, hablando del suicidio

Gonzalo Vilo .......................................................6

Cartas para un hombre invisibleBlanca Vázquez.................................................11

Dos relatosLuisa Albarrán..................................................14

Fragmento

Francisco Lope Ávila.......................................23

De Cuaterniones y DuendesJuan Machín.................................................... 25

Mi primer reloj

Violeta Azcona Mazun......................................29

Inferno AzzurriJosé Sifogrante.................................................36

Un encargo especial

Daniel Ferrera ..................................................47

Renació: La desilusión del sueño.

Daniel Poot Fuentes.........................................55

La Rusia tomadaIván Espadas....................................................63

Bon Voyage, Nefelibata

Ángel Fuentes Balam.......................................67

El inventario de los pasajerosOveth Hernández Sánchez................................75

EsquizofreniaHéctor Sánchez.................................................77

Microficciones

Roberto Cardozo...............................................79

De Autopsia a un copo de nieve

Roberto Cardozo...............................................81

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era el más cansado de todos, tampoco lo hice,y solo atiné a alejarme un poco de ellos paramear.

Cuando terminé, me encontré con que elFabián y el Carlos ya estaban fumando y toman-do y hablando de cualquier cosa, haciendo horamientras allá en el puerto se preparaban losfuegos. Al principio, claro, no hablábamosmucho; sin embargo, cuando terminamos defumarnos el primer pito y la primera caja devino pasó a la historia, nuestra conversacióncomenzó a hacerse mas entretenida. Todavíaera 1999 y algunas mentes afiebradas alertabanal mundo acerca de las peores tragedias. Queel mundo se iba a acabar cuando llegara el2000, que todo iba a colapsar y que nuestrosistema de vida se vendría abajo y que Diosentonces llegaría y nos enjuiciaría. Ja, estupi-deces, yo al menos me reía, aunque igual habíagente que se lo tomaba en serio. En fin, depronto me puse a hablar de eso. Sobre que po-dría pasar si justamente hoy fuera el fin delmundo y el día del juicio final llegara. Habla-mos de eso por casi una hora y recuerdo quecasi me cague de la risa

Otros temas salieron también al paso y estu-vimos hablando unas cuantas horas masmientras nos fumábamos otro y otro caño.Hasta el momento aquella noche se veía tran-quila, sin nadie que pudiera cagarte la onda ynos sentíamos relajados, como si supiéramosque nada malo nos podría pasar arriba de aquelgigante, al menos durante esa noche de añonuevo.

Era una noche de año nuevo

Gonzalo Vilo

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ue una noche de año nuevo, la primera delnuevo milenio, y recuerdo que con elF

Fabián y el Carlos habíamos decidido subir auno de los pequeños cerros que quedan cercade casa, para mirar mejor los fuegos artifi-ciales. Llevábamos algunas cajas de vino y unpar de caños que le habíamos comprado alCosta y pensábamos que la podíamos pasar bienmirando desde allí, tranquilos y alejados delmundo. Pero claro, no siempre las cosasresultan como uno quiere.

Ese año se habían organizado un montón defiestas y carretes por aquí y por allá y la playa,como siempre, iba a estar llena de gente. Perono se, creo que estábamos un poco aburridos,chatos de hacer siempre lo mismo, que noquisimos ir a ninguno de esos lugares y prefe-rimos subir el cerro y tomar, tomar hasta queeste año de mierda al fin se fuera a la chucha.Después, claro, iríamos a la casa del Costa, quetenia organizado un vacile piola en su casa, peroeso seria más tarde, cuando la estúpida euforiade otro año nuevo ya hubiera terminado.

No me acuerdo a que hora empezamos asubir, pero si recuerdo que al poco rato el cerrose nos hizo una tortura. Ya a la mitad nos vinoun cansancio terrible y ahí mismo nos dimoscuenta que no podríamos seguir subiendo. Notuvimos mas remedio que tumbarnos sobreunas piedras y quedarnos un rato allí, descan-sando. De inmediato, el Fabián aprovechó laoportunidad para destapar la primera caja devino y el Carlos por su parte empezó a hacerlos papelillos. Ninguno dijo nada, y yo, quien

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Pero justo en ese momento miré hacia abajo,hacia la falda del cerro, y vi que varios gruposde personas comenzaban a subir. No muchosde ellos, en todo caso, alcanzaron a llegar hastadonde nosotros estábamos. La mayoría solosubió algunos metros y se ubicó muy abajo.Eran grupos como el nuestro, con sus cajas devino o las botellas de cerveza y los caños parahacer la noche algo más interesante y no sepercibía en sus actitudes alguna mala intención.

En fin, pasaron algunas horas, y como a lasdoce llegaron los fuegos y los abrazos de rigor.Luego nosotros nos quedamos allí, en silencio,hasta que al Fabián se le ocurrió prender unode los últimos caños. Entre una que otra tosnos acostamos en el suelo

Fue cuando ocurrió. Aquel hombre salio dela nada. Estaba desnudo y caminaba comodesorientado a través de los arbustos y lecostaba subir, pero igualmente se dio maña paragritar a todo pulmón. Dijo cosas extrañas, y ami, la verdad, en todo momento me pareció queestaba como borracho o drogado al máximo,pero aun así todos quisimos oírlo.

—Oh, todos ustedes pecadores —decía—Deberían estar suplicando por vuestro perdón.

Nosotros, que éramos los que mas cercaestábamos, solo atinamos a mirarnos consorpresa.

—Todo vuestro libertinaje ha llegado a sufin —Volvió a gritar— Ha llegado la hora,miserables, de que paguen vuestros pecados.

Entonces guardó silencio y se quedo allí,mirándonos con actitud severa, como siesperara ver el horror reflejado en nuestrosrostros.

Lo único que encontró sin embargo, fueronnuestras burlas y la risa que emanó de todoslos rincones de aquel cerro. El tipo, en todo

caso, siguió con su discurso, hasta que poco apoco las risas y las burlas dieron paso alsilencio. Yo iba observando los rostros dequienes estaban allí y debo confesar quepercibí algo extraño en todas aquellas miradas,incluyendo la del Carlos y la del Fabián. Nome pregunten por qué, pero a esa altura de lanoche yo sentía que algo iba a pasar, no se cómoexplicarlo. Lo peor era que el personaje aquelseguía hablando y hablando y hablando. Y noparaba de decir estupideces.

—Oh, vosotros —Seguía— No habéishecho mas que arruinar todo lo que os he dado,Arrepentíos ahora insensatos. Arrepentíosahora que tenéis la posibilidad de redimiros.

Me di cuenta en ese instante que el Fabiánnegaba con la cabeza y que el Carlos reprimíaun insulto. De pronto, vi que alguien lanzabaalgo desde abajo. Era una botella, y esta, paramala suerte del tipo, dio de lleno en su cabeza.Intente no reírme, pero desde todos los rinco-nes del cerro emergieron las risas contagiosas,y no me pude contener. Que puntería.

El hombre quedo tirado sobre los arbustosy las piedras, y gritaba de dolor, pero a nadiepareció importarle. Todo era muy extraño.Nosotros solo seguíamos allí, ya no riéndonos,sino hechizados por otra sensación, y nohicimos nada, ni siquiera quisimos ir a vercómo estaba. Entonces otra botella cayó y diode lleno en una de sus piernas; esta vez elproyectil lanzado fue acompañado por uninsulto.

El estremecimiento y las sensaciones a esaaltura eran muy confusas, aunque no menosliberadoras que la risa. Él estaba allí, indefenso,y nosotros teníamos mucho que decirle, muchoque vomitar, mucho que lanzarle antes dequerer seguir escuchándolo. Había una rabiacontenida, se percibía la ira desde todos los

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rincones, y la verdad, no creo que nuestroamigo lo haya tenido muy en cuenta antes deaparecerse así entre nosotros.

—¡Cállate, hijo de las mil putas!— Le gritóuno de los de más abajo, luego de tirarle unapiedra.

De pronto, el Carlos pidió a los de abajoque se detuvieran, y se acercó hasta donde esta-ba tendido el herido. Escuché que le preguntabaalgo, pero el tipo no sabia ni donde estaba ysólo respondía incoherencias. El Fabián y yonos acercamos y lo ayudamos a levantarse.

La cosa se había calmado un poco, así quetuvimos tiempo para taparlo con algo de ropaque el Fabián traía en su mochila. Su cabezaestaba llena de sangre y tenia una gran hincha-zón y un profundo corte en la ceja izquierda.Lo limpiamos y le dimos un poco de vino paraque se abrigara. Estaba temblando.

Como el espectáculo había terminado, lagente poco a poco comenzó a retirarse. La ma-yoría apenas si podían caminar de lo borrachosque estaban, pero de alguna forma se las arre-glaron para bajar sin sufrir ninguna clase deaccidente. Nosotros le preguntamos al tipo sihabía venido con alguien, si había algún grupoque lo acompañaba, pero el nos dijo que no,que estaba solo.

—Todo se ha ido a la mierda —Murmuróde pronto el hombre, con gesto perturbado—Tengo sangre en la cabeza.

—Eso te pasa por andar haciendo hueas—Lo retó el Fabián.

—Duele mucho —Se quejó el hombre—Estoy herido.

—Si, si —Dijo el Carlos, con algo de pena—Pero se te va a pasar, no te preocupi.

Al final, decidimos dejarlo solo y comenzarel regreso a la ciudad, y ni al Fabián ni a nadiele importó que el tipo se hubiera quedado conla ropa y con el vino que nos quedaba. Teníamosque apurarnos para llegar a la casa del Costaantes de que se le acabara el copete, así quenos apuramos en bajar el cerro lo antes posible.

El año pasado nos habíamos perdido elmedio carrete en la casa del Costa por andarhueveando en otro lado, y ahora estábamosdecididos a que no nos pasaría lo mismo.

Ni siquiera volteamos cuando oímos susllantos, menos cuando lanzó al cielo susprimeras maldiciones. Solamente seguimos. Yano nos importaba para nada.

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…Y, hablando del suicidioGonzalo Vilo

L famoso antes de morir, que es lo mismo queser escuchado, y había vomitado ya toda suamargura. Es más, sólo necesitó suicidarsepara convertir su nombre en mito y me atreve-ría a decir que son muy pocos los que recuerdancómo lo hizo.

Lo de Tupper es otra cosa. Puta, ese hueónsí que la hizo. Lanzarse desde un décimo piso,en un país extranjero, sin aclarar el por qué,eso fue la raja, eso es morir con estilo. Pasarde ser un jugador regular de la Universidad Ca-tólica a transformarse de la noche a la mañanaen ídolo, en símbolo de un equipo, con su ros-tro y su vida apareciendo en todos los canalesde televisión, fue magnifico. Claro, es unalástima que no haya estado allí para verlo, paracomprobar lo que consiguió, pero igual creoque debe habérselo imaginado muchas veces,antes de decidirse a lanzarse al vacío.

A todo esto ¿Cómo se le habrá ocurrido?¿Habrá tenido realmente en sus planes causartoda esa conmoción, o todo fue producto delimpulso del momento?

Si me preguntan a mí, creo que fue estoúltimo. Vió la oportunidad, sintió esa asfixiaen su corazón, y lo hizo; se lanzó y murió, oesa al menos es mi teoría: siempre las cosasque se hacen sin planearlas son las que mejorresultan, las que mas se recuerdan y este es uncaso más que lo confirma. En todo caso, másque el suicidio en sí, lo que más me impactóde aquel hecho fue lo que provocó en el país.De pronto, en todos los canales de televisiónel tema del suicidio pasó a tener una relevanciaincreíble. Era cosa no más de prender la tele yte encontrabas con programas en horario

o mas difícil de querer acabar con tu vida,al menos para alguien como yo, no es sólo

el hecho de decidirse finalmente a hacerlo,sino el cómo, de qué manera llevar a cabo estaacción. Y es que no todos los suicidios logranlo que yo pretendo desde hace tiempo, nimuchos de ellos tampoco consiguen elevarsey trascender en la forma que yo deseo. Laverdad, muchos apenas si asoman como débilesintentos por mostrarse a un mundo que sume atodos en un desesperante olvido y estos cándi-dos deseos, estos valientes sacrificios, termi-nan chocando lamentablemente con la indife-rencia de una sociedad cada día más aneste-siada, inconmovible, que apenas si vacila o sedespierta ante semejantes muestras de deses-peración. No, yo no quiero que me pase eso,para mostrar mi rechazo, mi repudio a estelugar, a esta vida insulsa, desgraciada, paradenunciar el sórdido fraude del cual hemossido victimas necesito algo que perturbe, quepermanezca en la memoria de todos como miúltimo grito, mi última queja que haré entre-gando mi cuerpo, mi vida, y aquello por tantono debe ser tomado a la ligera, jamás.

Por ejemplo, la gente se ha pasado toda suvida tratando de evitar en lo más posible el dolory por ello eligen métodos simples y directoscomo dispararse en la sien o en la boca. Pero,si bien debo reconocer que es seductora laidea de evitar el dolor, en realidad, encuentroen esta forma de suicidio una simplicidad ano-dina y sin mucha gracia. ¿Acaso alguien seacuerda de aquellos que se han dado un tiro?Bueno, esta Kurt Cobain, pero al menos el usouna escopeta, una grande, y aparte ya era

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estelar que tocaban el tema a fondo, viendo conincredulidad como los César Antonio Santis,los Javier Miranda, los Felipe Camiroaga, etc,discutían y teorizaban acerca del problema deTupper y de la razón que lo había llevado acometer aquel suicidio.

Era asombroso el advertir como por primeravez, en los poco variados estelares nacionales,había un tema capaz de opacar a los berrinchesy los líos amorosos del show bussiness local.Y es que imagínense por un minuto lo que signi-ficaba para mi el ver a esos personajes hablandoacerca de la depresión, de la poca comunica-ción que existe en nuestra sociedad actual, etc,etc. Era impactante. Muchas veces hasta mesorprendía al sintonizar esos programas, sinimportar la hora o el canal, y encontrarme conla figura y la voz profunda de uno de aquellostantos sicólogos que se invitaban como pane-listas (Y que, como profetizó Warhol, tuvieronsus quince minutos de fama, por que despuésnunca más los invitaron) Hablando y corri-giendo la inocente idea que teníamos el comúnde los chilenos y de aquellos mismos anima-dores, acerca de lo que significaba la depresión.La verdad, debo reconocer que aprendí muchomás escuchándolos durante los cuatro días queduró la conmoción, que en las aburridas clasesde sicología de la universidad.

Otro suicidio que causo conmoción ennuestro país, fue el del cantante Gervasio. Sumanera de morir en mi opinión, fue trágica y ala vez sublime. Aquel hombre, aquel artista,agobiado por las deudas y el fracaso, aun tuvoun destello en su conciencia para asombrarnosa todos y dejar una chispa de su talento artís-tico. Y es que ser encontrado colgado, ahorcadodentro de aquella soga enganchada del techo,no es cualquier cosa, no todos pueden hacerlo,al menos por su propia voluntad.

Fíjense amigos que no hay nada más deses-perante y espantoso que morir sin aire, aho-gado, en medio de una agonía eterna. No haypeor condena para el hombre que verse privadode respirar, o sea, en esto necesariamente hayalgo de masoquismo, de disfrute por la agonía,que no se despierta en todos de la misma formay que enciende un deseo liberador, un apetitoviolento, capaz de convertir cualquier senti-miento en una propia y despiadada flagelación.Pero no hay que confundirse, este no es soloun masoquismo simple y por que sí, tambiénhay algo de sentido en él. Y es que este acto enrealidad es cometido por un rechazo absolutohacia la vida, hacia la sociedad moderna, haciatodas las comodidades que esta te puede brin-dar, y en él no se transmite ni el menor indiciode locura o de odio hacia uno mismo. Elegireste tipo de sacrificio entonces es rechazarlotodo, es mandar definitivamente todo a lamierda, es en otras palabras, contradecir lospostulados de la dignidad de la muerte, esa quepretende abreviar el momento lo más posiblecon tal de no contrariar y angustiar a la socie-dad, al resto de los que aun permanecemos vi-vos.

Es tanto lo que provocó en mí la muerte deeste cantante, que hasta el día de hoy la recuerdoy hasta rememoro los instantes en que la noticiafue informada en la televisión. Nunca me gusta-ron sus canciones, su música, nunca escuchéde él ni siquiera la mas mínima palabra, ni meinteresó lo que tuviera que decir, pero aquelacto fue lo suficientemente fuerte para llamarla atención de todos, incluyéndome, como sien ese mismo instante en que escuchaba y veíala noticia, pudiera sentir y oír el grito deses-perado del artista, aprisionado y ahogado enel olvido.

Otra clase de suicidio, quizás menos popu-lar, o no tan usada ni conocida, es el envenena-

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miento. No conozco, la verdad, casos de estetipo, y quizás por ello es que lo he elegido (Si,a propósito, se me había olvidado mencionarlo,pero he decidido envenenarme)

Este método es bastante antiguo, y en miopinión, bastante sofisticado; de una solem-nidad que trasciende y que brinda y hace disfru-tar al hombre de una simbólica dignidad. Nopor nada los griegos la utilizaban dándoleextraños nombres, como la cicuta, la cualtomaban los condenados a muerte.

Aquel tiempo del que hablo fue el de Sócra-tes, uno de los que bebió aquel brebaje, y a mijuicio, su muerte rayó en la perfección. Aquellamuerte buscaba tanto el perdurar en el recuerdocomo a su vez evitar el dolor, o al menos laagonía, y lo consiguieron plenamente. Tal vezel ejemplo de Sócrates desvirtúa un poco elsentido de este escrito, ya que lo suyo no fueun suicidio, pero de todos modos vale la penamencionarlo.

Aunque, ¿quién puede asegurar que lo suyono fue de uno u otro modo un suicidio? Despuésde todo, lo único que tenia que hacer aquelfilósofo era reconocer los errores y las cul-pas de las cuales se le acusaba, y pedir perdóna sus enemigos. O quizás haber escuchado asus amigos, quienes al final de sus días le con-minaron a escapar, ofreciéndose para ayudarle.No, todo aquello Sócrates lo rechazaría ¿Peropor qué?

Es obvio que su sentido del orgullo, el cualle impedía reconocer que estaba equivocado yvivir en la hipocresía, o su sentido del honorque le impedía actuar como un cobarde, o seral menos visto como tal, fue lo que le impulsóa actuar de aquella manera. Aquel estoicismoencarnado en su piel y que le hacia pensar queera moralmente superior a los demás leobligaba a no rebajarse al nivel de ellos, a no

aceptar aquel mundo en donde había sidoenjuiciado injustamente y que no valoraba sutrabajo y malinterpretaba sus acciones. Abo-rrecía aquel mundo, aquella sociedad, se creíamejor que ésta y por ello no tenía miedo deverse privado de la vida, si con ello dejabafirmemente marcado su rechazo. Yo me pre-gunto ¿Hay otras razones, hay otras palabrasque resuman mejor mi sentimiento y el de losotros personajes de los que te he hablado? Enmi opinión, todo suicida es un estoico, al me-nos un estoico consecuente.

Es por eso amigo y paciente lector que heelegido este último método. Se que debenhaber otros que se me han quedado atrás, peroentonces esto se haría muy largo, más largo delo que ya se ha hecho y no se si tenga el tiempopara hablar lo suficiente de todos ellos. Noahora que el final ha llegado

Sin embargo amigo mío, ahora que el ve-neno atraviesa mi garganta y se asienta poco apoco en mis entrañas, tengo la sensación deque todo se hace más claro, penosa y ridícu-lamente más claro ¿Quién lo diría? Un simplematarratas ha servido para iluminarme. A pesarde que mis emociones no han variado y sigoaborreciendo con toda mi alma este mundo endonde vivo, de pronto me he dado cuenta quenada de lo que estoy haciendo tiene el menorsentido. Sí, definitivamente he sido un imbécilal creer que lograría algo con mi muerte. Y esque ¿de verdad pensaba que algo se podría cam-biar? Pero no, todo va a seguir igual, y no se siaquello es bueno o es malo, pero al menos sisé que es decepcionante, tan patético comonuestras vidas. Lo mas valioso que tenemos noalcanza siquiera para remover los cimientos deeste sordo gigante. Todo termina convirtién-dose en un vulgar escape, en un odioso llantode niño taimado, en un penoso y absurdo inten-to por demostrarles a todos su error, la injus-

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ticia que han cometido al ignorarme, al olvidar-me. La egolatría y no el estoicismo me ha con-sumido y ya no tengo deseos de culpar a nadie.Todo se ha ido al carajo, no, yo me he ido alcarajo, y me he ido solo y ni siquiera este ul-timo y conmovedor esfuerzo de mi parte haservido para vengarme. Todo en realidad se re-duce a una simplicidad aun más anodina que untiro en la sien: mañana saldrá el sol y yo no es-taré allí para verlo y eso es todo lo que se meviene ahora a la cabeza.

Solo lo siento por ti. Tú que llegarás y teencontrarás con mis restos inmundos espar-ciendo su putrefacción a través del aire, y que

te quedarás con la peor imagen que un hombrepuede guardar: la visión de la muerte, de lainercia, del vacío que lo ensombrece todo.Pero tendrás que avisarles, tendrás que avisar-les a todos y ser testigo de los pobres llantosde quienes aun me conocen y me aprecian,sabiendo, teniendo la certeza de lo absurdo detodo aquello, por que tu sabes que el tiempolavará esas lágrimas y que los bichos despia-dados devorarán mi carne y roerán mis huesosy que en poco tiempo ya no seré nada, ni si-quiera un recuerdo y todo mi vano intento sehabrá olvidado, en medio de la crueldad y laincomprensión del tiempo, todo

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porque aunque antes no había estos mediostecnológicos de la red y los celulares, sí habíaesos teléfonos maravillosos de discar y mesentaba al lado del sillón verde que había encasa cuando era niña y pensaba que timbraríatres veces y yo correría a escuchar tu voz.Nunca sucedió.

Me he puesto a pensar cómo es que algunascosas que estudié en la primaria han quedadoborradas de mi mente, sí, en serio, esas cosascomplicadas de los números y sus múltiplesformas de sufrimiento que Bertha infringía enlos que estudiábamos con ella, y por qué tusojos, esos tan grandes y expresivos no se hanextraviado en algún sitio de los tantos años quehe vivido. Recuerdo mucho una mañana nubladaen la que nos sacaron al patio de la primariaRepública de Malí para escoger a la niña quebailaría ‘La negrita Cucurumbé’, esa canciónde Cri-cri que ahora reconozco como racistay excluyente, pero que en aquel momento erala perfecta ocasión para que tú llegaras y medieras un beso. Así que cuando la maestrasolicitó algunas voluntarias, yo me levanté conpaso tan firme al lado de otras niñas tímidasque de manera inmediata vi en sus ojos que yo,yo sería quien se vestiría con ese traje rojo conbolitas blancas y que llevaría un cesto de frutasde cera en la cabeza con un pañuelo que emu-laba a Aunt Jemina. ¡Qué risa¡ Bailaba comodesesperada y sólo veía en mis ojos tu rostro.

"La negrita Cucurumbé, se fue a bañar almar, para ver si las blancas olas, su carita podíablanquear".

Cartas para un hombre invisible(Fragmento)

Blanca Vázquez

Carta 1Hola donde quiera que te encuentres:

Nunca he entendido por qué mi cerebro note ha eliminado como archivo que se va al botede lo perdido. Quizá muy en el fondo está gra-bado tu nombre, quizá muy dentro de mí terecuerdo cada segundo de la existencia. Nuncame ha gustado demostrar que te extraño, peroa más de uno le he contado mis historiascontigo, son pocas, lo sé, pero creo que sonesos los momentos en que mi corazón más seha alegrado.

Alguna vez escuché que la alegría era esemontón de pequeñas cosas que se vivían a diarioy que provocaban en uno un derroche deendorfina. Quizá yo misma buscaba un pretextopara seguir día a día y de repente sacaba de mibolso una barra de chocolate y mientras lo ibamordisqueando dejaba salir de mi boca peque-ños quejiditos de placer, o bien, me ponía abailar en el primer sonido de salsa que se meatravesaba (aún cuando aquel hombre con elque salía se molestaba porque pensaba queandaba en ritual de apareamiento). Cuántascosas hice para sentirme feliz aún cuando noestabas a mi lado.

Sí, te recuerdo, tanto que a veces me molestarecordarlo. Vaya paradoja ¿no? En algunosmomentos cerraba los ojos y pensaba que siyo te invocaba, en ese instante, en ese momen-to, tú, en cualquier lugar de este país recor-darías mi rostro y que por unos momentos tupensamiento lo dirigirías hacia mí. Pero nosucedía, o al menos eso siempre he pensado,

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Ese día del festival mí madre me llevaba dela mano, caminamos por la Col. Unidad Mode-lo y mis pies fríos pedían que pronto llegá-ramos y todo acabara, pero al mismo tiempotenía una esperanza, verte llegar aprisa, deses-perado por verme mover mi pequeño cuerpo yque sólo tú te sintieras orgulloso. No llegaste.Todos, menos tú, me felicitaron. Creo que ahíempezaría mi vida en la farándula. Eso le dabagusto a mi mamá.

Ella siempre tiene un corazón enorme, seguarda tras sus santos y su Dios. No, no la cri-tico, sólo que entiendo que cuando alguienpierde al amor de su vida, tienes que agarrartede algo o de alguien para poder continuar eneste jodido mundo. Te aseguro que cuido mu-cho mis palabras, pero sí, en verdad está jodido.Si no fuera así, ella habría vuelto a sonreír demanera sincera.

Vivir con ella me enseñó muchas cosas.Primero, ser hija única nunca será malo alcontrario de lo que todos dicen, ella me hizouna mujer independiente y con varias compe-tencias (esa palabra está muy de moda en elargot académico) aprendí hawaiano, jazz, canto,pintura y hasta un poco de alfarería. Un estuchede monerías como decía mi abuela. Creo quemi mamá se emocionaba cuando me veía en unescenario. Vivir la vida a través de otro a vecesda resultado.

Me preguntaba cómo es que tú te habíasmarchado, por qué si cuando veo las fotos seven de tan buena forma. En serio, la felicidad aveces escapa al papel fotográfico. Lo malo esque algunas veces se va muy lejos. Segundo,aprendí que el amor es una reverenda mierda(mmm, si ya sé, mi lenguaje no es el apropiado)lo es, lo reafirmo. Tal vez he exagerado, el amores un estado pasajero, no es eterno ni vive enuna sola persona. Tal vez por eso estoy enamo-

rada de varias personas, algunas en el mismotiempo y con otras les sigo amando a pesar delos años. Pero como ves, nadie está conmigo.Y tercero, mi madre me enseñó que puedolograr lo que quiero, y en eso le debo quesiempre creyó en mí y en toda la sarta detonterías que emprendía.

Muchas tardes, cuando todo empezaba a sa-ber a silencio, yo veía sus manos cansadas fren-te a la máquina de coser y maldije el momentoen que te había conocido. Creo que naciste demuy mala cepa, mira que joderle la vida a dosmujeres, en el mismo tiempo y de igual manera.

Cuando llegaba la noche mi mamá me lleva-ba a un rinconcito de la sala para que la acompa-ñara a rezar, ahí tenía un altar con un desfile desantos, tantos como para tirar "pa arriba". Yodejé de ser creyente ya hace muchos años, peroen aquel momento, me hincaba con una fedivina que hasta sentía de pronto cómo pasabapor mi lado el espíritu santo y hasta decía yoque olía a rosas o a jazmines, el chiste era queoliera lindo mientras diosito estaba cerca. Recécientos de veces el rosario, cada cuenta unruego, con cada cuenta de ese rosario de ma-dera, rogué porque un día cualquiera llegarasabriendo la puerta y me tomaras en tus brazos.Creo que ahora encuentro la razón de mi ateís-mo, tantas súplicas para nada, tantos lloros decantos sacros, para que al final dijera: Hágasetu voluntad. Y mira que se hizo.

*Separarse de la pareja no significa separarsede los hijos que se procrean. Ser padre o madresiempre será una responsabilidad social.

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Dos relatosLuisa Albarrán

No creo ser cabrona.No traigo en la sangre ninguna vena de

cabrona; quizá soy como una loba que cojea yse hiere las patas cuando camina en asfaltosobrecalentado. Últimamente cualquiera sellama así; se creen cabronsísimas porque escu-chan a Jenny Rivera, beben whisky y andantirando peste y madre en contra del géneromasculino.

Es cierto que siempre le he tirado a esoshombres intrigosos y mentirosos, pero a labebida le huyo.

Quizá porque mi vena materna es fina, miapellido corto; mi abuela dice que viene desangre española, que tuvo tíos con ojo azul claroy verde, así que no te asombre que tenga unhijo con ojos claros.

Aunque de la vena paterna no sé, quién sabe...Dice papá que su madre era una cabrona. Laverdad es que no la llegué a conocer. Le tocarontiempos malos en que le entraba durísimo alalcohol y se enojaba por todo; había días enque andaba toda sucia rondando por las calles;a veces hasta dormía en las banquetas.

Cuentan que cuando era más joven, y miabuelo no le daba la pensión alimenticia iba atirar piedras a su casa o le apedreaba el cobredel auto, que hasta una vez le soltó unbalazo.¡Ella sí que tenía ovarios! Las naguasbien puestas. No le temía a nada ni a nadie.

Fue una lástima que muriera tan joven, quese perdiera en el alcohol y que tuviera de pareja

a un hijo de la chingada; que yo solo sepa partesde su historia, que no la recuerde del todo, queno la haya conocido en esa época.

Su muerte ocurrió en los primeros días deOctubre, fue un inicio pesado, sombrío. Laencontraron muerta en su casa un viernes. Laencontró su hermana Petra, que corrió aavisarle a mi papá y él llegó con todo paralevantarla.

Esa noche en la funeraria se rumoraba quetenía dos puños marcados y los labios morados.Pero no sé, no me consta, no recuerdo.

—¿Cómo sabe tanto la gente; si la tapa delataúd permaneció cerrada?

Ella siempre fue una hombreriega ardiente,esa boca debió de besar a un centenar de hom-bres y se debió negar a un millar más; dicenque su amante en turno tenía mala leche, muymala leche, que la maltrataba frente a la gentey que si la encontraba borracha; la bañaba conagua fría, bien fría y la golpeaba.

En ese tiempo rentaba una casa de LomasAltas, y por estar en el cerro en la madrugadael frio era similar al de la nevera; quién sabequé fue lo que en realidad terminó con su aire,si la madriza, la hipotermia o la sobredosis dealcohol. Nadie quiso detalles; así qué, la mor-gue no entró.

Cuando la sepultaron todos se arrimaron aver la caja porque la abrieron para echar loshuesos de su mamá; yo tenía once años, le teníamás asco a esas cosas que nada. Pero la gentechismosa, que nunca falta, la vio, dijeron que

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hasta el dueño de la constructora desfilaron pormi oficina, andaba como perra con la cola en-tre las patas. ¿Cómo era posible que no mehubiera dado cuenta de los robos hormiga, dela documentación falsa?

Mi error fue darle a Raúl el contenido enterode mi vida, pero sobre todo de mis cuentas ban-carias. Después de su renuncia vinieron grandestsunamis: la mitad de la constructora había sidodefraudada por él. Entre préstamos, guardaditosy anticipos. La otra mitad estaba enfurecidaporque habían sido víctimas de un estafador enpotencia. Toda el área de crédito estaba enaprietos. De acuerdo a la última auditoria habíaveinte o treinta casas que nunca se habían en-tregado a los dueños y se les descontaba, peroellos no habitaban las viviendas, ni siquierahabían firmado un contrato.

Raúl, en menos de un año, debía la cantidadde dos millones de dólares. Yo, perdí el colorde la piel. Mi casa fue cateada, mi auto confis-cado. Salimos en televisión a nivel nacional."El Fraude del Siglo" por Ingrid Martínez y RaúlSánchez, con letra negrita y en primera plana.

El Lamborghini amarillo.Una se la pasa contando cosas durante el día,

cosas para una misma, cosas que se instalan enlos pensamientos por minutos u horas. Darleshilo a las de la oficina era tejer un suéter o unabufanda en un sólo día. Se supone que ya nodebería tener los recuerdos tan frescos. Quizáno debí aceptar los términos y condiciones delgerente general.

Mi equipo podía vender cincuenta casas a lasemana sin problema, pero de pronto, una nubeoscura comenzó a rodearme y yo hacerme pe-queña, pequeña, en realidad quería entrar en unaespecie de túnel y escaparme al País de lasMaravillas.

Caí y resbalé hasta el fondo. Pero como dicemi amiga Perla: "Si te caes por pendeja televantas por chingona". Así que no tuve opciónde tirar la toalla; ser estafadora no era lo mío.

Todos podían leer en mi maquillaje laangustia y la agonía; el corazón, en cualquierinstante, me explotaría.

La primera semana fue intensa y caótica.Los interrogatorios eran continuos, desde elgerente general, regional, recursos humanos,

quedó con la boca abierta, que los de la funera-ria se la rellenaron con algodón.

No tengo una imagen concreta de mi abuela,fueron pocos años, y no conviví con ella; perohoy me dijeron cabrona y esa parte de mi me-moria se abrió. Aunque ahora que lo pienso unavez la vi sonreír en una foto vieja que guarda

mi papá en la gaveta. Vestía una falda a la rodillade color claro; de joven era endemoniadamenteatractiva, esbelta, a dos o tres debió traer locopor ella, dicen que se parece a mí o yo me pa-rezco a ella. No lo sé bien, eso dicen, peroquién sabe.

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Nuestras oficinas fueron tomadas, audi-tores, hacienda, marchas; día y noche era uncaos. Entre clientes que pedían el reembolsode sus anticipos y cancelaciones de contratosy de venta de casas. En semanas se perdieronmillones.

Todos pensaban que yo sabía dónde estabaél, el dinero. Una cosa era que tuviéramos sexoy otra que yo fuera la sombra de sus pasos.

Confieso que no era un hombre para nadaagraciado, era bajo de estatura, tenía los dienteschuecos y caminaba rengueando. ¿Qué le veíaque se me hacía tan irresistible? Él tan llenode gracia pero sobre todo de labia. Por muchotiempo viví en la mentira. Creyendo que su ex-esposa Polet, era una bruja, que no le permitíatocar dinero del fideicomiso, de las cuentasbancarias, de la casa, que vivía en el cuarto dehuéspedes, que no le planchaba ni le cocinaba,que él era un buen ‘amo de casa’ que todo eltiempo estaba al pendiente de sus hijos, queera ella la que se negaba a darle el divorcio;que ya no era feliz a su lado, toda cuánta razónhabida y por haber.

Para mí su vida conyugal era lo de menos.Me traía súper enamorada, con las alas bienestiradas.

La pregunta era: ¿Qué le había hecho a tantodinero, cuando no era ni capaz de pagarse elcafé de las ocho? Flotaban tantas preguntas,todos pensaban que yo era la culpable de laestafa, que en mí estaba cada centavo que es-tafó. Que mis zapatos Channel venían de él, delas estafas, de los robos hormigas. Pero lo juroy lo perjuro que no. Mi sueldo era módico, másque módico muy bien remunerado. Quizá debíade poner en todas las oficinas el detalle de misestados de cuenta. Para que dejaran de secre-tearse en los pasillos.

Recuerdo que la última semana que estu-vimos juntos visitamos una agencia de autos,estaba interesado por un Mini Cooper de mediomillón de pesos, un Lamborghini y un Fiat. Su-pe un mes después, cuando el agente decobranza me visitó en la oficina.

—¿Señorita Martinez? —muy atento de-cía— tiene un mes vencido por cantidad decincuenta mil pesos —Cincuenta mil pesos pordos años—. Un Lamborghini de casi un millóny medio de pesos? Puse el grito en el cielo ypor poco me da un infarto. Ese día me hiperventile, se me coaguló la sangre, por poco y elcorazón me falla; llegaron los servicios mé-dicos y estuve una semana entera en el sana-torio.

Una semana después mientras comía unagelatina sin sabor en el sanatorio me decía:

—Un Lamborghini no es para cualquiera ycargado a mi cuenta mucho menos. ¿En dóndeestaría con mi Lamborghini? ¿Qué callescaminaría con sus botas Cuadra? ¿Con qué mu-jer se andaría padroteando? Esa güera peli-teñida no combinaba con él. Mucho menos yorubia, ojiverde y sin dinero.

La parte que menos combinaba con él yconmigo era la de Sin dinero.

Me dejó en la pobreza extrema, para misgustos tan caros. Como todo veneno reciéndetectado, había días en los que se metía enlos poros de la sangre; las ganas por sentir supiel me quemaban, ardía por escuchar sushistorias tontas y falaces.

Sería ganancia manejar el Lamborghini; queme diera un paseo por su vida. Sólo uno. ¿Eramucho pedir? Creo que es una cuota razonabledebido a que tengo que pagar cada céntimo delLamborghini.

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Los de la agencia fueron muy compren-sibles, pues yo no me negué a pagar y ellostampoco querían una demanda. Propusieronrastrearlo vía GPS. Pero ¿para qué quería a Raúlen la cárcel? Las rejas serian un lujo para él,tres comidas al día más visitas conyugales. No,tenía que dolerle. Hacerlo retorcer de dolor.Quitarle lo obtenido con tan cruel jugada. Matara la reina, hacer que su rey se ahogara.

Es cierto que los dominios de Raúl eran in-fernalmente atractivos: sus laureles, mi Lam-borghini, su casa en Cancún, el hijo de no sesabe quién, y su lloriqueo por Polet; aunquepor mucho que me pareciera a ella no le llegabaa las rodillas, ni ella me llegaba a la cabeza.Entonces estábamos pagadas con la mismamoneda.

Pero el Lamborghini era otra cosa, desdeque tuve que pagar cada peso las horas marcabanLamborghini, el aire susurraban Lamborghini,mis cuentas bancarias eran vaciadas por el Lam-borghini.

El Lamborghini me sorprendía, me electri-zaba, me inflaba los glóbulos rojos, enfermabaa los blancos, me quitaba grasa del cuerpo.Sería fantástico sentir el viento a una velocidadde doscientos kilómetros por hora. Escucharel rugido del motor y tomar las curvas a cienpor hora, rechinar llantas a un centímetro delprecipicio.

Era mi Lamborghini, lo había pagado con elsudor de mis ventas, de mi casa, de mi auto.

Para Raúl, yo era inferior, una compañerade trabajo bastante molesta y conflictiva quelo había mantenido a raya para qué no hicierafraudes. ¿Por qué habría de dejarle el Lam-borghini? ¿Por qué? Así que ideé un plan,instalé en mi smart el GPS del Lamborghini,pedí a la agencia un duplicado de las llaves.

Lo primero era subir de clase social, así quedebido a mi situación financiera en banca rota,pedí al dueño de la constructora vender lasmansiones de la calle Rivera. Esas casi nadiequería porque estaban sobre valuadas, losdecoradores abusaron del presupuesto y laplusvalía de los inmuebles se sobrevaloraron.Pero no me importaba, con dos mansionesvendidas al mes tenía para mis gastos del día ypagar la cuota mensual del Lamborghini. Ten-drían que esperar mis viajes a París, a Praga yChina; las compras de lencería en la quinta ave-nida. Quizá un fin de semana en Cancún podríacostearme sin ningún problema.

El viento estaba a mi favor, puesto que esacartera la despreciaban y sin mayor contratiempo me la cedieron, ahora era coordinadorade ventas y vendedora de mansiones en mitiempo libre. El primer mes vendí cinco man-siones, nada mal para un comienzo.

Yo era una máquina de cafeína y adrenalinapura. Jornadas mayores a 12 horas, cierre deventas en centros nocturnos después demedianoche.

Sin embargo, el Lamborghini aparecía enmis sueños, en mi comida, en el vidrio roto dela ventana de mi nuevo departamento. Cada díaiban cayendo de mi gracia las poses de Raúl,sus clichés, su manera de envolverme parasacarme los cinco o diez mil.

Él, tan pan de Dios, tan buena persona, contantas bendiciones, tan hijo de Cristo y de lachingada.

Poseía una vena de crueldad, disfrutaba elconflicto a su rededor, se apoderaba de lasmentes, las alteraba, las moldeaba, las roía, lesponía bombas cuando quería, como la vez quellegó Polet a la oficina, orgullosísima de queRaúl era el coordinador. Polet con sus panta-lones vaqueros y una blusa a cuadros rosa con

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blanco, el pelo revuelto. Siempre revuelto, y amí se me revolvía hasta las entrañas.

Recuerdo que ese jueves teníamos unademostración, y que hacía calor. Polet aparecióen la oficina.

—¿Ella qué hace aquí? —me preguntaba, merevolvía, modulé mi respiración para que lasangre no se coagulara en el cerebro, pero lacarótida la tenía alterada. Jugando a la esposacariñosa y fiel. Era una pesadilla, hasta FreddyKrueger le hubiese huido.

—¡Buenos días, —su voz infantil era unapatada severa en los ovarios. Odiaba su hipo-cresía. Su vocecilla de mosca muerta, siemprequería caerle bien a todo el mundo, pero a míme caía en el hígado.

Contesté indiferente y cortante: —¡Buenosdías! —Arrastré la última palabra y regresé ala pantalla de la computadora. Raúl era mimano derecha, así que compartíamos oficina.

—¡Mi amor! —vitoreó Polet, mientras Raúlesquivó un beso que pretendía darle en la boca.Intentó ser cortés, pero el aire era tenso.

Polet se mantuvo sentada con la espalda rectay las manos juntas, sonreía consecutivamentea Raúl. Yo me apresuré a juntar las cosas parair a realizar la presentación.

Ella era una intrusa ¿En qué parte la ciudadse había perdido cuando hallé a Raúl en sucanasta y era un pequeño niño, con la auto-estima baja, con ropa barata que pedía serrescatado y alimentado? Pero la gota cayó yderramó el vaso, tenía que meter sus finasmanos de mujer de cabaret. Tenía que meter lacola en los asuntos de su marido.

Sobre todas las cosas quería desaparecerlosdel mapa, volver a un punto neutral, a dónde loúnico que me preocupaba era cumplir con losobjetivos que me pedían en la empresa.

Estuvo con nosotros en la presentación. Losprospectos estaban fascinados con la casa, peroPolet se mostró más interesada que los clien-tes, en todo el recorrido nos llenó con pregun-tas infantiles y absurdas como:

—¿Cuántos metros mide está recamara? —Preguntaba burlonamente.

—Cuatro metros de largo por cinco deancho —contesté fastidiada.

—¿Es posible que le pongan un baño másamplio? —Para qué quería un baño más ampliosi era una hormiga de un metro con veintecentímetros.

Lo que más me purgó es que esa casa era miideal. La que yo quería comprar para Raúl ynuestros hijos. Jardín, jacuzzi, piscina, cuartode juegos, biblioteca, ático, etc. Estaba hacien-do ya el papeleo, pero no podía dejar de mos-trarla hasta que el banco aprobara mi crédito.Lo cierto es que esos clientes la pagaron enuna sola exhibición al siguiente día y la casade mis sueños se fue al caño.

Mi abuela dice que nunca se leer bien lospresagios, y ese fue uno de ellos. Perder la casade mi vida. Esa noche comí un gran bote dehelado y recordé a Superman; Superman quefue mi amor platónico en la adolescencia; nosimaginaba en la luna, su mano en mis manosdiciéndole: Soy tu Lois Lane. Te puedo salvarde Lex Lutor; pero ándate con cuidado porquepuedo ser tu criptonita.

Después del fraude no me quedó más queacostumbrarme al maquillaje, a los zapatos, ala ropa barata. Lo peor era conducir el auto uti-litario de la empresa, siempre oliendo extraño,pero no había de otra, el transporte público esun infierno armando.

Un día se me pidió mostrar una casa cercanaa la de mis sueños. Desde lo del fraude, a todo

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lo que me ordenaban decía que sí. Me convertíen un robot que sólo recibía órdenes y lascumplía al pie de la letra.

El corazón lo traía descontrolado, desde queperdí la casa, el simple hecho de pasar por lacalle o la colonia me hacía trizas el alma. Eraun poco patético, así que lo evitaba.

Alisté mis cosas, me dieron las llaves de lacasa. Iba conduciendo el auto, canturreaba Elsubmarino amarillo de los Beatles; siempreesa melodía me ponía de buen humor.

De pronto el GPS comenzó a sonar, unalucecilla roja mostraba que estaba en el radiode mi Lamborghini. Para mi sorpresa la luz yla casa de donde provenía era la de mis sueños.Vi a Polet, en el ático de la casa. Vi a Polet re-cibir a Raúl que bajaba de mi Lamborghineamarillo.

Frené de golpe. Frené y me frené a mí mismaporque en ese momento tuve deseos de traerun arma y vaciarla en esa desgraciada: mi casa,mi Lamborghini, mi hombre. No me quedó másque enfriarme la cabeza y concentrarme.

Mi ética o mi profesionalidad me impedíandejar a los clientes plantados, ganas no me

faltaban, mostré la casa con gran alegría, conganas, se podría decir. Vendí la casa como erade esperarse.

Dejé el auto utilitario de la empresa. Tomélas llaves del Lamborghini. Hice unas llamadas,Subí a un taxi a medianoche. Fui a la casa, ahorade Raúl. Por suerte lo dejaba en la entrada;siempre tuvo mala pata para meter los cochesal garaje.

Desactivé la alarma de mi auto. Subí. Losentí temblar contra mí. El rugido del motorme penetró en la sangre, lo manejé con gusto,con gracia. Guardé el auto en la casa de mipapá, lejos de la ciudad, de los rumores, de lagente.

Al día siguiente, llegué como todos los díasantes de las nueve, era extraño que mucha genteronroneara por los pasillos tan temprano. Todoel pasillo de la oficina era un mar de susurros,en primera plana había una foto de la casa deRaúl, nadie sabía que era su casa, susurrabanque esa casa la había vendido la inmobiliaria;al parecer una fuga de gas había ocasionado elaccidente, los habitantes de la casa habíanmuerto debido a la explosión.

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i papá es bueno. A veces, cuando pasan los días yno va a trabajar, se pone extraño. Tiene la vida

cansada. Yo soy muchos silencios ante él. Ayer me llevóa la casa de empeños de la avenida. Nos paramos frenteal señor que atiende los empeños. ¿Qué es lo que traes?A mi hijo. ¿Cómo? Él sí funciona. Si le dices canta mihijo canta. Si le ordenas que vaya a la tienda a comprar,él va a la tienda a comprar. Pero tienes que darle primeroel dinero. Así es como mi hijo funciona. ¿Estás loco?¿Cómo piensas que voy a recibir a tu hijo que anda sinzapatos, le cuento las costillas de tan flaco y apenas sabeleer y escribir? Tráeme un aparato eléctrico o una bicicleta.A tu hijo, no. Mi papá respondió que yo era mejor queesas máquinas, que funcionaba muy bien y le repitió cómolo hago. Además, en la pared dices que aceptas todo loque esté funcionando. Mi hijo sí funciona. Mira: Y mipapá me tomó del hombro y me dijo que saltara. Yo lomiré a los ojos y traté de hablar, de decirle papá no meempeñes. El señor de los empeños tiene razón. Estoy muyflaco, no tengo zapatos y sí mucha hambre. Todo esto lopensé, pero ninguna palabra dije. Mi papá apretó su manosobre mi hombro y me empujó. No te hagas el tonto. Lascosas que te pedimos yo y tu madre las haces sin protestar.Pero papá, ¿cómo voy a quedarme aquí? El señor de losempeños dijo que nos fuéramos a otra parte. Quítenle eltiempo a otra persona menos ocupada. Por eso estoy aquí,en el parque de San Juan, mirando cómo las hormigasdespedazan una mariposa.

Las historias de San Juan de las Maletas Frías.

Fragmento 30en el que se cuenta la historia del primer niño que

llegó huyendo a San Juan de las Maletas Frías

Francisco Lope Ávila

M

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na aplicación, como todos saben, es unaregla, ley o criterio que pone en corres-

justo lo contrario a lo que has expuesto...", dijoretándome.

"En efecto, —comencé a explicarle, tratandode no mostrarme condescendiente— contra lacreencia ingenua de que la Matemática es unaciencia exacta y de verdades eternas, los mate-máticos hemos adoptado una multiplicidad deenfoques distintos, incluso se puede hablar de'estilos' de razonamiento matemático: intui-cionistas versus axiomáticos, sintéticos ver-sus analíticos, formales, operacionales, aritme-tizantes, geometrizantes, etc. Sin embargo,desde su origen, el principal debate, creo quehoy felizmente superado, se dio entre, por unlado, el platonismo que postula que las verdadesy los entes matemáticos existen en un mundopropio (llamado el "Mundo de las Ideas" porPlatón) del que, de vez en cuando, alguna per-sona privilegiada tiene un atisbo, descubriendoun nuevo teorema o una nueva Idea, y, por elotro lado, el Constructivismo que asegura que,en última instancia, la Matemática no es sinouna construcción humana. Yo me he espe-cializado en la teoría de números y su historiaclaramente nos muestra cómo los seres huma-nos hemos ido creando, de acuerdo a nuestrasnecesidades y contextos sociales, diversossistemas numéricos de manera inacabable,como la Sagrada Familia de Gaudí. De losnúmeros naturales a los cuaterniones es unahistoria interminable de inventos". Juliana nose dio por vencida: "Por el contrario, loshumanos sólo han ido descubriendo números

De Cuaterniones y DuendesJuan Machín

"Upondencia cada uno de los elementos de unconjunto con un único elemento de otroconjunto", así comenzó mi conferencia para el2º Congreso Latinoamericano de Matemáticas,celebrado en la hermosa y multifacética ciudadde Panamá. "Entonces queda claro que, dadoque nosotros definimos arbitrariamente laregla, ley o criterio, una aplicación se inventa,se crea o se construye, pero nunca se descu-bre". Fijaba así claramente, desde el principio,mi posición como constructivista radical.

A lo largo de toda mi exposición, entre elpúblico, en la última fila, observé con ciertodisgusto cómo una jovencita, bella como lafórmula de Euler, movía discretamente lacabeza, expresando su desacuerdo con mispremisas, desarrollo y conclusiones, con miponencia toda. Su porte denotaba la disciplinade una bailarina y no debía tener más de 25años, pero sus ojos, profundos como el teo-rema de Gödel, me provocaban una sensaciónextraña de tiempo detenido.

Durante el receso, al servirme un café meencontré frente a frente con la encantadorajoven que me miró directamente a los ojos demanera provocativa. Fascinado por su bellezay atrapado en su desafío, le tendí la mano: "Hola,me llamo Juan Machín...". "Soy Juliana, y co-nozco un Juan, muy renombrado por sualgoritmo para el cálculo de (...) que sostiene

Los matemáticos, que gritan contra los misterios,

¿han examinado alguna vez sus propios principios?

George Berkeley

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y teoremas que ya estaban allí. ¿Cómo explicasque el mismo teorema, por ejemplo el atribuidoa Pitágoras, fuera descubierto independien-temente por babilonios, hindúes, chinos...? Senecesita saber mirar, como dijo Pascal: el cora-zón conoce razones que la razón desconoce...",me respondió, dio media vuelta y se perdióentre la multitud, justo en el momento en queLaura, una colega panameña se acercó parafelicitarme. "Para mí, el punto de vista delplatonismo matemático es tan primitivo e inge-nuo como la creencia en duendes y hadas", ledije. La colega palideció y, casi en forma desusurro, me dijo: "aquí en Panamá las creenciasen lo sobrenatural están muy arraigadas y, comoen otras cosas, se da un verdadero melange deculturas y razas que retoma elementos de vudú,santería, magia... Así, duendes, naguales, aluxesy pukujes son conocidos por todos". La he dehaber mirado de forma tan despectiva que,prácticamente sin excusa, se marchó de inme-diato. Ser un racionalista estricto es la reglaentre los matemáticos, por lo que en verdadme sorprendió la observación de Laura. Sin em-bargo, no sé por qué, me produjo un leve esca-lofrío su comentario y la alusión a los nagualesy duendes.

Olvidé todo el asunto y me dirigí al hotelEuropeo, donde siempre me hospedo cuandoestoy en Panamá. A diferencia de las ocasionesanteriores, me asignaron el cuarto número 6(en el ala antigua del hotel). Yo estaba encantadoporque el seis es un número perfecto, deacuerdo a la definición de Pitágoras, por serigual a la suma de sus divisores propios. Mesorprendió que mi habitación fuera extraña-mente lujosa y antigua, a diferencia de loscuartos modernos y austeros donde siempreme había hospedado, generalmente el 17 y el19, triviales números primos. En particular,llamaba la atención la enorme cama matrimo-

nial con una cabecera de madera llena desingulares volutas, talladas con geométricamaestría.

Ya instalado en mi cuarto de hotel y despuésde dos horas de dormir, a las tres de la mañana,me desperté sobresaltado al percibir una luzen mi baño y el ruido del agua de la regadera.Me levanté, algo azorado, y descubrí tranqui-lizadoramente que el ruido del agua y la luzdel baño, provenían del baño de la habitacióncontigua (la número cinco, ¡ah, el maravilloso5, base de la proporción áurea!), que compartíacon el mío, en la parte superior, un cristalesmerilado ámbar que permitía el paso de luzy sonido.

En la mañana, encontré nuevamente a Julianaen el comedor del hotel, tomando leche en lamesa que daba a un gran ventanal, y me sentécon ella. Platicamos sobre teoría de númerosy política, incluso del gol que Panamá habíametido a México. Le comenté mi pequeña"aventura nocturna" y ella no dejó de mirarmecon picardía. A continuación, compartí con ellauna serie de hechos, en apariencia sobrena-turales, de los cuales había encontrado siempreuna explicación perfectamente racional. Enparticular, me encantaba la elucidación cien-tífica de Adrian Morrison para la terroríficaexperiencia descrita en México como que sete sube el muerto, conocida con el términoalemán Alpdrücken (pesadilla), que se describecomo si un demonio (Alb) se sentara sobrequien duerme y le impidiera moverse o res-pirar, oprimiéndole (drücken) el pecho. Todoradica simplemente en un desfase en el bulbocefalorraquídeo, entre la interrupción del tonomuscular y el estado de conciencia, durantelos procesos de dormir y despertar. Era mara-villosamente simple y esclarecía una creenciamágica muy extendida y aterradora para quienignorase su causa. Algo semejante sucedía con

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los números: quien los aprendiera sin conocerla historia de su invención paulatina, podríacreer que tenían vida propia. "Kronecker escri-bió que 'Dios creó los números naturales, elresto es obra de los hombres'. Yo creo quetambién los números naturales, como losduendes o hadas son obra de los hombres...".Juliana, que parecía divertida con mis explica-ciones, me interrumpió, diciendo maquinal-mente en un susurro: "repetido, repetido". Yoque me había sentido muy cómodo platicandocon ella, como si fuésemos amigos de años,me molesté de que me interrumpiera y meechara en cara que me estaba repitiendo; sinembargo, no podía dejar de sentirme maravi-llado por sus ojos y obvié su comentario.Cuando terminó su vaso de leche, la acompañéa su habitación. Para mi sorpresa, ella estabaalojada justo en la número cinco.

Me enjuagué la boca y me dispuse para ir ala segunda jornada del Congreso. También teníauna intervención ese día, pero no encontré porningún lado el disco donde tenía la presen-tación. Estaba seguro que lo había guardado enel portafolio de la computadora portátil. Desis-tí, porque se me hacía tarde y, al salir, tampocoencontré la llave del cuarto. Cerré y corrí alautobús que nos trasportaba a la Universidad,cuando estaba a punto de dejarme.

En mi conferencia, sobre números com-plejos y cuaterniones, nuevamente vi a Juliana,en la última fila, refutando mis argumentos conuna sonrisa que, si no fuera perfecta, calificaríade sarcástica. Al hablar sobre la historia deldesarrollo de los diferentes números, de losnaturales a los cuaterniones, Juliana murmu-raba y yo podría jurar que escuchaba su vozdiciéndome "repetido, repetido". Al final de miexposición, cuando leí las famosas citas deLeibniz y Euler sobre los números imaginarios,llamados ficticios por Bombelli, no pude dejar

de anotar con ironía "como si no todos losnúmeros fueran ficticios e imaginarios, comosi los números llamados 'naturales' o 'reales',lo fueran literalmente... Berkeley, propuso, porsu parte, denominar a los infinitesimales,como 'los espíritus de las cantidades desapa-recidas', es decir, los fantasmas del cálculodiferencial". Para terminar, retomé nuevamentelas sentencias de Leibniz de que los númerosimaginarios 'son un excelente y maravillosorefugio del Espíritu Santo, una especie deanfibio entre el ser y el no ser', y de Euler enel sentido de que 'no son nada, ni menos quenada, lo cual necesariamente los hace imagi-narios o imposibles' ['repetido, repetido',resonaba en mis oídos o ¿sólo en mi cabeza?]."... la categoría de imaginarios o imposibles sepueden atribuir, sin duda, lo mismo a los nú-meros naturales o a los cuaterniones que a losduendes o las hadas", concluí. A pesar de mibroma, en efecto repetida, no logré ni unasonrisa de mis colegas. La única que soltó unacarcajada fue Juliana, tal vez por pena o solida-ridad hacia mí, sin embargo, nadie la secundó,ignorándola por completo.

Esa noche en el hotel, después de ducharme,al salir a cenar no encontré mis lentes ni unzapato. Me calcé mis tenis y fui al comedor.Me esperaba Juliana, como siempre, bebiendoun vaso de leche, al sentarme bromeé: parecesgato, siempre tomando leche. "Prefiero a losperros, de hecho tengo 5", me contestó. Lecomenté que a mí no me gustan las mascotas.Incluso tengo cierta aversión a los perros. Lenarré una anécdota en la que maté (o al menosdescalabré) un perro que me había correteadotodos los días, cuando pasaba en bicicleta, deregreso de un curso de regularización enMatemáticas, que daba a mis compañeros delbachillerato. "Al llegar a mi casa, al atardecer,se fue la luz. Yo, comencé a sentir miedo apa-

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rentemente sin causa justificada. Prendí unquinqué y me adormilé. Cuando me estabaquedando dormido, el quinqué estalló y me dioun susto terrible. Seguramente la vela se habíainclinado sobre el vidrio del quinqué y el calorhizo que se estrellara. A fin de cuentas, sólo setrató de un caso de una jugarreta de mi concien-cia, que me hacía sentir culpable por la muertedel perro".

Juliana me dijo que se horrorizaba de cono-cer a alguien capaz de matar a un perro. Sedisculpó y abandonó el comedor porque sesentía realmente consternada.

A la mañana siguiente, no la vi en el come-dor. Quise despedirme de ella antes de tomarmi avión, toqué varias veces en la puerta de lahabitación número 5, sin respuesta. Quería dis-culparme y pedirle su correo electrónico.Insistí, pero fue inútil. Pasé a la recepción paradejarle un recado. "¿Para quién me dijo?",preguntó el encargado. "Para la señorita Julia-na", le contesté. "Discúlpeme, pero no tengoregistrada ninguna señora ni señorita Julianaen el hotel", me dijo algo turbado. "Tal vez tengaotro nombre, pero está alojada en la habitaciónnúmero 5", le dije. "Lo siento, esa habitaciónha estado vacía toda la semana... la estamosremodelando". "Tal vez me equivoqué... pero espara la señorita con quien he cenado y desayu-nado estos días, usted nos ha visto, allá en lamesa junto al ventanal". "Perdóneme, no quieroparecer grosero, pero usted se ha sentado solotodos estos días", concluyó y me miró con ex-

trañeza como si creyera que estaba loco. An-tes de abandonar definitivamente el hotel en-contré mi zapato, los lentes y el disco. Estabanperfectamente alineados junto a una pequeñallave de cobalto.

A mi regreso a México he aprendido muchosobre duendes (con sus múltiples nombres yvariantes: chaneques, follets, kobolds, trasgos,duindos, leprechaums, domovois, etc.); porejemplo, conocí del infame pseudosilogismodel padre benedictino Feijoo que, en el sigloXVIII, usó para demostrar su inexistencia: losduendes, argumenta Feijoo, ni son ángeles nialmas separadas, ni animales aéreos. Luego,deduce falazmente, no hay duendes.

Podríamos concluir que los duendes, comolos números imaginarios, son un anfibio entreel ser y el no ser, es decir, no son nada ni menosque nada, lo cual los hace imposibles. Sin em-bargo, como dice Tertuliano, "esto es verdadporque es imposible". Así, desde aquel aciagoCongreso de Matemáticas aplico mis días y misnoches, sumergido en el mundo de Platón, conla vana esperanza de atisbar a Juliana oculta enel dominio de los cuaterniones.

Por favor, amable lector, si algún día no en-cuentras tus lentes o las llaves de tu habitaciónen el Hotel Europeo en Panamá, espera des-pierto la medianoche para decirle a Juliana queme perdone, que he adoptado dos perros yabjurado, para siempre, del constructivismo.

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a blanca luz que resplandecía desde el techoresultaba incómoda. El murmullo de la

Mi primer relojVioleta Azcona Mazun

comprado un reloj y que el único que habíaposeído era uno sencillo muy parecido al delúltimo anaquel.

Mi antiguo reloj era igual a ése. En mediodel ajetreo de la plaza, mi mente se trasladó amis anteriores años, tratando de recordar cómohabía perdido mi primer reloj. ¿Qué habíasucedido con él?, nunca lo volví a ver.

Me lo habían regalado mi madre y mi abuelacuando yo tenía alrededor de 14 o 15 años. Depronto me recordé vestida con la camisolaamarillenta y la falda roja de la secundaria.Todo iba llegando a mi memoria dejándome esasensación somnolienta que se experimentacuando se entona una canción de la cual no serecuerda bien la letra. Así me iban llegando lasimágenes de los recuerdos, en secuencias acro-nológicas, como fotografías que se movían unaseguida de otra formando un cortometraje demi adolescencia. Un flashback de no sólo miprimer reloj, sino también de mi primer actodelictivo: El robo.

Éramos un grupo de cuatro muchachas. Brisaera la más guapa, con ese cuerpo perfecto quedictamina el estereotipo de la sociedad, lacondescendiente del grupo, todos la queríanpor ello y otras la odiaban por guapa. Mishaera flaca, alta y guapa también, la "loca" delcuarteto, siempre andaba de fiesta, de novios ypasando las materias de "panzazo". Ariel era lachaparrita, morena y también guapa, por supues-to; era la criticona, se la pasaba quejándose detodo, siempre se peleaba con todos y todas,muchos la odiaban. Yo era la "nerd", la más altade todas, no era fea pero jamás me consideréguapa. No porque tuviera un baja autoestima,

gente era ensordecedor en las plazas los do-mingos por la tarde. Todos los apartamentos ylocales rebosando, y más aún los restaurantes,que parecían tener música propia entre tantaspláticas, risas, y el sonido de los platos en lasmesas, los cubiertos moviéndose, los popotessorbidos, el sonido de las muelas masticando,el crujir seco de las gargantas al deglutir y unaque otra carcajada.

¿Cuál modelo señorita?, dijo la vendedoraapoyando las manos en el aparador, desper-tándome de mi ensimismamiento.

El azul turquesa, por favor.

Mientras la vendedora buscaba el modelodel reloj, yo miraba el anaquel y los aparadores;tantos modelos, formas, colores, texturas ymateriales de los relojes para que todos al fi-nal sirvieran para lo mismo.

Había, como todo en la vida, algunos queme parecieron bonitos, uno que otro que mellamaron la atención y otros que me parecieronaberrantes.

En la última fila, del último anaquel, estabanlos relojes de medio uso. Me preguntaba cómoalguien puede comprar un reloj de medio uso,sin miedo a que éste deje de funcionar en untiempo menor al esperado. Sin embargo habíauno en esa fila que llamó mi atención. Era unapieza simple, no era de oro ni de plata, le colga-ban aros de donde supongo que alguna vezcolgaron adornos. Recordé que no había com-prado un reloj en años, muchísimos años; dehecho me di cuenta que en realidad nunca había

L

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no porque me comparara con mis amigas, sino,pura y llanamente porque para mí resultabavano y superfluo la "belleza" exterior. Al fin yal cabo es subjetiva, porque después de todosiempre se acaba y lo único que perdura es laesencia. Mientras yo era la de los mejorestrabajos mis amigas eran la de los novios másguapos. No me interesaba y ellas lo sabían, yme aceptaban tal y como era.

Un cuarteto de amigas diverso pero unido.Pasábamos el tiempo platicando de los temasmás promiscuos, imprudentes e indecentes quela sociedad ocultaba. Planeábamos nuestra"primera vez" de mil formas; Misha que ya noera virgen de ningún orificio de su cuerpo, nosdecía cómo movernos en el "acto". Ariel que-daba con la boca abierta y terminaba diciendo:"Ves como sí eres bien puta", a lo que Misha,siempre con gran seguridad respondía: "Siejercer libremente mi sexualidad me hace unaputa, pues ¡Soy una gran puta! —y mientras lodecía movía sus manos burlándose de Ariel,quien siempre creía tener la razón en todo—¡Cómo si una mujer no tuviera ganas de coger!".Era cuando Brisa se metía diciendo que noimporta si era puta o no, pero que dejaran dehablar de sus "promiscuidades" en público. "Nosoy hipócrita" contestaba Misha, con el orgulloherido. Yo las escuchaba y nunca opinabaporque no tenía ni experiencia ni el interés.

Cuando no hablábamos de "promiscuidades"e "indecencias" nos escapábamos de clase y nosquedábamos en la cafetería. A veces —muyseguido— Misha llevaba vodka y whisky enpequeños frascos, y Ariel compraba losrefrescos de cola a los que Brisa deshechabala mitad, mientras yo "echaba aguas" desde lapuerta del baño; luego Brisa me relevaba y yoentraba a tomarme los preparados. Más de unavez entramos borrachitas a clase y más de unaterminamos vomitando en el baño a conse-

cuencia de tantos preparados. Pero un día ni elmalestar pos preparados nos quitó el aburri-miento. Queríamos algo nuevo. Algo que noshiciera liberar adrenalina. "Vámonos de pinta"dije después de minutos en que las chamacasdebatían sobre nuestra futura travesura. Las tresse quedaron viéndome como si no creyeran quelo hubiera dicho; incluso yo aún recapacitabaen mi cabeza sobre la impulsividad de laproposición. "No se diga más", dijo Misha conseguridad y una sonrisa pícara en la mirada,Brisa sonrió también pero Ariel dudó.

Terminamos las cuatro encaramadas sobreel árbol más cercano a la barda de atrás de lasecundaria. Una vez que logramos salir, y quehabíamos recuperado el aire perdido, nosquedamos serias. ¿Ahora qué haríamos?Habíamos saltado la barda, estábamos afuerade la secundaria y sin embargo no teníamos unplan. "Podemos ir a la plaza que está por eldeportivo", dijo Brisa y Ariel respondiósonriendo "Queda cerca, incluso podríamos ircaminando".

Caminamos hacia la plaza y nos sentíamosunas malotas por haber logrado escaparnos delos profesores. Caminábamos con las cabezasen alto, luego de haber salido victoriosas de lahazaña, de superar a la autoridad de lasecundaria. Reíamos y coqueteábamos con lostranseúntes. Llevábamos puestos los uniformesy eso era lo único que nos hacía caminar conmenos soberbia y vanidad. Mi reloj en lamuñeca izquierda y la recién victoria obtenida,me dieron la confianza para decir "pinchesmaestros pendejos, a ver cómo nos encuentran".

Todas reímos.

Al llegar a la plaza reparamos en que noteníamos dinero suficiente para gastar.Habíamos comprado helados y papas, pero yano quedaba más que para comprarnos unos

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moños que habíamos visto en un local."Realmente quería mi moñito", me quejétristemente mientras hacía una mueca con laboca. Misha me miró y por un momento nodijo nada, me tomó de la mano y me sonrió,"Ven, vamos" dijo y todas las seguimos.

Entramos de nuevo a la tienda y hacíamoscomo que observábamos la bisutería, la ropa,los lentes y de repente ¡Vi cómo Misha tomabael empaque de los moños y los metía en mibolsa de la camisola!, ¡No pude decir nada nihacer nada!, tragué saliva y abrí los ojos inter-mitentemente, como las alas de un pájaro queapresura su despegue. Casi no podía movermey si no hubiera sido por Brisa, que me abrazóde repente, despistando a la vendedora, mien-tras Ariel le daba las gracias para distraerla,seguramente me hubiese dado un ataque depánico o algo por el estilo.

—¿Cómo fuiste capaz Misha? —dijo Arielcon ese tono de "soy perfecta" que todo eltiempo usaba.— ¡Pudiste habernos metido enproblemas idiota! —Por primera vez, penséque Ariel tenía razón.

—¡Cálmate Ariel!, ya pasó. ¿Estás bien Vero?—dijo Brisa mientras me acariciaba el hombrocon es ternura que tanto la caracterizaba.

—¡Pinche amargada!; ¡Caes mal cuando tepones mamona! ¡Neta!; Ya bueno, ahora vamospor algo un poco más peligroso —dijo Mishacon esa risita que ya le conocíamos.

¡Era imposible decirle que no a esa mujer!,Brisa y Ariel, después de mantener el rostroserio y hacer ojitos chinos, sonrió y comenzóa moverse, como si bailara, mientras tarareabauna canción. No dije nada, aún me costaba creerque habíamos robado unos pinches moños, porociosidad.

Caminamos por la plaza, de tienda en tienda;cada vez que entrábamos a una, sentía como el

sudor frío caía por mi espalda y me helaba lasangre, la carne se me ponía blanca y sonreíaforzadamente. Cuando salíamos le preguntabaa Misha si había tomado algo, y ella me respon-día coquetamente mientras sonreía "No miamor, cálmate" y entonces hacía el gesto de unbeso. Estuvimos así, no sabría decir por cuántotiempo. Entrábamos en una tienda, salíamos yentrábamos a otra.

Escuchaba las risitas calladas de las tres yme sentía intranquila, culpable por haber dadola idea original de todo aquello: salirnos de laescuela. Cuándo me cansé del nerviosismo yde la taquicardia que no me abandonó desdeque Misha tomó los moños, me dije: "Yacálmate, estás como loca". Seguimos de aquípara allá y yo estaba más tranquila; miré mireloj y vi la hora. "Es mejor irnos, casi es horade la salida de la escuela". Ariel fue la que másse preocupó puesto que su mamá la iba a buscarsiempre puntual para dejarla con la tía, y de ahíirse con su amante antes de que su espososaliera de trabajar. Si Ariel la hacía esperar, loúnico que recibiría de su madre ese día seríaun castigo por atrasar su romántico encuentro.Misha no le dio importancia porque su mamánunca estaba en casa, y su hermano la golpeabaconstantemente, por lo que trataba de no estaren su casa la mayor parte del tiempo. Brisa yyo nos íbamos juntas en el autobús.

Fuimos al baño, yo me amarraba una alta colade caballo mientras las tres entraron en un solobaño. Yo escuchaba las risas y los susurros, perono di importancia. Mi reloj marcaba las 12.20y el timbre sonaba a las 12.30 en punto. Sóloquería llegar a mi casa de una vez. Sentía lavergüenza por lo sucedido.

Cuando nos disponíamos a salir de la plaza,después de que mi nerviosismo se acabara, deque mi corazón recuperara su ritmo, de que alfin perdonara a Misha por haber tomado algo

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que no nos pertenecía ¡Y de meterlo en la bolsade mi uniforme!, después de creer que lahabíamos librado… El vigilante no nos abrióla puerta de la plaza y pronto llamó por la radioa dos compañeros más que llegaron paraimpedirnos la huida.

—Hay reportes de dos tiendas, señoritas, deque cuatro colegialas han tomado algunas cosas"prestadas" —lo decía con tono morboso ydándole énfasis a la palabra "prestadas", comosi disfrutara el hecho de que no fuera así.—No podemos dejar que se vayan sin que se lesrevise. Casi sentí cómo me iba a desmayarpero, guardé la compostura.— Síganme, en unafila por favor, una detrás de otra.

Misha iba detrás del vigilante, Brisa atrásde Misha, Ariel atrás de Brisa y yo al último.Mientras pensaba en la vergüenza que pasaría,imaginaba a mi abuela y a mi madre con carade decepción y enojadas por mis actos. ¿Coneso iba a agradecerles que apenas esa mañaname regalaran mi primer reloj? Sentía unapunzada en la boca del estómago; mientrasintentaba descifrar el sentimiento, me pusieronen la mano un objeto "tómalo y tíralo en algúnbasurero o maseta, ándale Vero"; me susurrabaautoritariamente Ariel. Sin recapacitar lo tomécasi por instinto —de supervivencia, creo yo—y lo boté en un macetero. Vi horrorizada cómoMisha se sacaba de distintas partes labiales,aretes, collares y demás objetos, al igual quelas demás, y las iba pasando a Brisa y ésta aAriel y ésta a mí que no podía creer lo que misojos veían. Recapacitando en ello, definí aquelsentimiento, fue la primera vez —también—que sentí remordimiento

Llegamos al cuarto de seguridad. Era peque-ño. Nos pidieron nuestros nombres a los querespondimos con nombres falsos. Nos dijeronque la suma de lo que había desaparecido erade alrededor de 300 pesos, y que sólo si lo

pagábamos nos podíamos ir. Pero no teníamosefectivo y tampoco las pinturas ni aretes ydemás objetos robados puesto que los habíatirado entre basureros y macetas de la plaza.

Si no lo pagábamos, un vigilante las va aacompañar a la escuela y hablará con el direc-tor o la directora, para que llamen a sus pa-dres. O les hablamos de una vez desde acá,denme los teléfonos… o a la policía ¿Seríamejor, no?

—¡No por favor! ¡No! —comenzó a gritarAriel, quien ya sabía que le iría de la chingadacon su mamá.

—Dejen algo empeñado y cuando traigan eldinero se les devuelve. A ver si así dejan deandar de rateras, chamacas ¿Qué no las educanen sus casas?... A ver tú —dijo el gordo vigi-lante, apuntándome con su regordete dedo—¿Qué tienes en el brazo?; deja eso, deja el relojy cuando traigan el dinero lo vienen a buscar.Lo venderemos y pagaremos lo que robaron.

—Déjalo nena, tengo dinero en mi casa,juntamos el dinero y regresamos. — me dijoMisha. Brisa asentía con la cabeza. Ariel estabapor desmayarse del pavor que le producía llegartarde a la salida de clases y que su madre no laencontrara.

—Lo haré... —dije resignada, sin querer darmi reloj nuevo. Mientras me lo quitaba recordélas palabras amorosas de mi abuelita y losbesos de mi madre. Una lágrima insistía en salirdel ojo derecho, pero la Vero orgullosa lasuccionaba por dentro, se tragaba las lágrimasy lloraba en mi interior.

Salimos de la plaza con la cabeza baja. Arielalterada, Misha indignada por el "maltrato quenos dieron los pinches gordos vigilantes", Brisano decía más. Yo sólo podía pensar en quérespondería cuando me preguntaran por elreloj.

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Llegamos a la escuela y casi no habíaalumnos. Desde la otra esquina pudimos vercomo doña Rosy se bajaba del auto y se dirigíaa la entrada principal; Ariel corrió al ver a sumamá diciéndole que el maestro no la dejabasalir sino se terminaba la tarea, y que ella tuvoque corregir varias veces sus ejercicios. Vimosa doña Rosy abofetearla frente a todos, y leinsultaba con crueldad. Misha me acarició elcabello y se fue sin decir nada. Brisa tampocodijo algo más durante el trayecto del autobúsque abordamos para ir a nuestras casas, yotampoco quería escuchar. No quería escucharnada de ellas nunca más.

—Serían 300 pesos, señorita.

—¿Perdón?

—Su reloj, éste modelo está en 300 pesos,¿Se lo envuelvo o se lo va a llevar puesto?, casime gritó la vendedora para que llamara miatención por completo.

—Puede mostrarme el reloj aquel delúltimo anaquel; el de la última fila.

— ¿Éste? —y señalaba el reloj.

—Sí, démelo.

—No sirve señorita; está viejo y mediooxidado ya. No creo que quiera comprarlo.

—No importa. Lo quiero así como esté.

La vendedora me dijo que podía llevármelogratis en la compra del reloj turquesa que habíaescogido en un principio. Pagué los 300 pe-sos y me fui de ahí con los dos relojes. Antesde salir de la plaza, tiré en una maceta el relojturquesa, y me puse el otro reloj en la muñecaizquierda. Al salir el vigilante me sonrió y medio las buenas tardes. Salí de esa plaza una tardede domingo, 15 años después, con mi reloj ysaldada la deuda de 300 pesos. Esperaba conansias llegar al almuerzo en familia, en casa dela abuela con la mente en paz.

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taviado con una pulcra camiseta celestecon el escudo uruguayo y el "10" de

Francescoli en el dorsal, José fue al "InfernoAzzurri" —unconocido bar italiano de la calle"Playa azul"—, para ver el partido de octavosde final entre la selección italiana y elcombinado de Uruguay, que para no perder lacostumbre, clasificó segundo a duras penas,perdiendo su primer partido contra Holanda,empatando en tiempo de compensación elsegundo contra el equipo serbio y dando unaespectacular remontada a dos goles que teníande ventaja los nigerianos, único equipoafricano con posibilidades de llegar a lasiguiente ronda.

José era mexicano, así que no importabarealmente a cuál equipo apoyara; total, Méxicojugaría dos días después contra los españoles.Para José, no fue ninguna sorpresa encontrar atodo mundo con sus playeras azzurri o conplayeras del Internazionale o del Napoli que,sin ninguna duda, le iban a hacer pasar un ratohorrible. ¿El motivo? Está de más.

Una de las razones —de hecho, la única—por la que José decidió asistir a aquel bar, esporque Bettiana Maldonado trabajaba enrelaciones públicas en el "Inferno Azzurri".José la conocía de vista e incluso le habíasaludado en par de ocasiones en la parada delbus que ambos tomaban, casi siempre a lamisma hora. En una de ellas supo que erauruguaya y en la otra, que trabajaba en el bar alque lo invitó a conocer un día y que si él lohacía, ella le regalaría una "Norteña", la cerveza

Inferno AzzurriJosé Sifogrante

A más rica de su país. No fueron pocos lospretextos de los que José se valió paraposponer la ida al bar para ver a Bettiana, siendosu sobrepeso el más recurrente, que si bien noera tanto (diez kilos), eran más que suficientespara sentirse menos atractivo y más inseguroque cualquiera de los gorilas que la rodeabanen busca de reconocimiento y quizá unapalmada de aprobación en sus lomos.

Aquella primera vez en la que José notó aBettiana, supo que era extranjera por susformas y rasgos decididamente diferentes a lasde cualquier mexicana; al responder unallamada a su teléfono celular, aguzó un poco eloído y supo que se trataba de una sudamericanapero a riesgo de confundir su nacionalidad, optópor preguntarle antes que afirmarlo.

—No eres de por aquí, ¿verdad?

—Soy de Uruguay.

—Normalmente esto está lleno de gringos,canadienses, españoles, italianos, hasta argen-tinos.

—Sí. Los uruguayos no viajamos mucho, esque no tenemos plata, ¿viste?

—Bueno, pero tú estás acá... seguro mepuedes ayudar a cebar un mate...

—¿Te gusta el mate? ¡Buenísimo! Me trajecomo tres kilos y tengo que matear sola porquea nadie le gusta; se les hace amargo, qué sé yo...dale, yo te ayudo con tu mate.

—¡Gracias! Estaría muy bien, a dónde te lo...

—Ché, disculpáme tengo que atender esto.

"El infierno a veces es azul, otras veces, celeste".

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Bettiana se alejó un par de pasos y atendióla llamada, en eso llegó el bus y José, quellevaba algo de prisa, no pudo esperar y tuvoque tomarlo; se sentó en el asiento de laventanilla de la tercera fila del lado derechocon la esperanza de que Bettiana lo tomaratambién, se sentara junto a él y continuaran conla plática. Ella no subió. Pasaron tres días hastaque volvió a verla. La saludó y Bettiana loobservó con cierta reticencia, como si dudara.

—¿Tan rápido te olvidaste de mí?

—No, no,... eres el del mate, ¿verdad?

—Pensé que no te habías acordado, casitodos los días espe...

—Pasa que soy malísima con los nombresy a veces con las caras, pero no con la tuyaporque vos no parecés mexicano, menos conesa nariz, ¿viste?

—No eres la primera que me lo dice... porcierto, me llamoJosé.

—Yo me llamo...

—Bettiana.

—¿Cómo lo sabés?

—Tu botón... el del Inferno...

—Ah, sí, sí... ahí trabajo; soy la hostess, hagoun poco de relaciones públicas; bueno, un pocode todo. Es divertido; digo, tampoco piensoquedarme allá siempre, quiero estudiar unacarrera o tener un negocio propio, no sé... ¿Vasa ver el partido de Uruguay?

—Sí. En los mundiales le voy a tres equipos:Alemania, Uruguay y pues, a México.

—¡Yo también le voy a México! ¡Vení a verloal bar! Vení con tus amigos, les consigo unabuena mesa y un regalo especial sólo para vos,una "Norteña".

—Deal. Mañana llego como a la una de latarde. Yo creo que con que reserves mesa parados o en la barra, no creo que mis amigosquieran ir; no sé, ya veremos.

—Bueno, te reservo una de dos y si llegáscon más pues ahí vemo'.

Se despidió de Bettiana, y por alguna razónsintió la confianza o la desfachatez como paradespedirse de beso, con la misma naturalidadcon la que lo hacen las personas que se conocende hace mucho tiempo.

Esa misma tarde sacó de su clóset una pla-yera que no había usado nunca. Una playera dela selección de Uruguay con el diez y elapellido "Francescoli" en el dorsal, por la quepagó casi 350 dólares en una subasta por eBay.Pensó que sería la ocasión perfecta para impre-sionar a Bettiana, por lo que la trató a vapor afin de quitarle cualquier vestigio de olor ahumedad.

Realizó tres series de veinte abdominales amodo de pánico, cenó yogurt y fruta y se sentíaligero. Tenía que sentirse así ya que los últimosdiez años, sin fallar, cenaba pesado. Aun así,nopudo dormir. El partido le embargaba elsueño, y Bettiana hasta el más vacío de suspensamientos. Le gustaba mucho esa morochade ojos grandes y flaca como un gusano. Dealgún modo, José la veía como una diosa y paraél, lo era.

Casi no durmió, si juntamos dos horas enlapsos de veinte minutos son muchas, pero aunasí, se sentía con energía de sobra. Con elentusiasmo desbordado y las ganas de hacer lascosas mejor que nadie, por lo menos, aquel día.Se levantó una hora antes, le dio media hora ala caminadora y desayunó zumo de naranja ydos tostadas francesas con sirope, total, elejercicio ya había pagado. Se puso un trajecómodo y se fue a la oficina. Tuvo la intención

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de trabajar rápido y eficiente para poderescabullirse una hora antes. La verdad es quesólo logró acumular trabajo y triplicar pen-dientes, su cabeza estaba en el "Inferno Azzurri".

Aproximándose la hora, sacó de su maletala playera de Francescoli y se cambió ahímismo para llegar listo al bar y sorprendergratamente a Bettiana. Salió literalmentehuyendo de la oficina, sus colegas le gritabanpara que les diera unos minutos a fin de re-solver algunos pendientes pero él no hizo caso,a todos respondió lo mismo: ¡Uruguay noma'!

Tomó un taxi, cosa que normalmente noharía pero quería llegar a tiempo y le pidió alconductor que lo llevara al bar de la calle "Playaazul". Llegó a la una con diez minutos, cin-cuenta minutos antes del partido. Un momentoantes de entrar, repasó su portafolios, billetera,teléfono, una caja de alfajores Cachafaz que leiba a regalar a Bettiana y esto era algo especialya que esa marca simplemente uno no la puedeconseguir en México; pero así era José, se lashabía pedido para él y se las iba a terminarregalando a ella. Se la encargó a Martín, eldueño de la parrilla gaucha donde acostumbrabaa comer los sábados. Una vez terminado elritual se sintió un pelo más seguro y entró albar. No sin antes darse cuenta de que no habíallevado el mate para que Bettiana lo cebara.

—Che, hace como diez minutos que te estásmirando en la ventana, ¿todo bien? Pero quélinda remera que tenés, capo, eh... mirá Pato,mirá qué linda remera; es la de mi país...

—Sí, muy linda, ¿es la alternativa de Argen-tina? —se burló Pato.

—¡Es de Uruguay, es la celeste, pendejomogólico!

—Da igual, argentinos, uruguayos, todosterminan trabajando en bares mexicanos, justlike you...

—Ah, pero que decís, sos un imbécil, ponetela playera de chile verde de tu selección queno ganado una mierda... y no la de Italia quetenés puesta que además sos más negro y feoque Balotelli

Bettiana me tomó del brazo izquierdo y pegósu cara en él.

—Perdón, no lo digo por vos, es que Pato aveces es un idiota, perdón, perdón, —dijoapenada.

—No pasa nada, además no dijiste nada queno fuera cierto; México todavía no gana nadapero créeme, está más pronto a levantar la copaque Argentina o que Uruguay. —dije a modode broma y defensa— por qué no mejor nossentamos.

—Sí, sí; acá está tu mesa, ¿no vienes conmás?

—No lo sé, le dije a un amigo de la oficinapero dudo que venga. Esta mesa es pequeña, esperfecta, además veo mejor la pantalla desdeaquí.

—Negro, negrito, tráeme la Norteña quetengo guardada en la heladera de atrás, ytambién me traés la copa especial, está junto alacerveza —le pidió a Henry, el mesero.

—¿No viene mucha gente hoy?

—La verdad es que no, hace un mes que abrióy todavía está algo lento pero capaz que al ratose llena, qué se yo... Contáme: qué hacés, de tulaburo, por dónde vivís...

—Trabajo en un tribunal de máxima instancia,soy Secretario Proyectista; analizo sentencias,resoluciones, las estudio y las... no quieroaburrirte, digamos que soy abogado y ya.

—No, no me aburrís, para nada, contáme,seguro hay casos interesantes; siempre hay¿no? ¿Has visto homicidios?

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—He visto unos cuantos. Realmente a míllega el expediente con la sentencia y elpresunto culpable ya preso. Analizamos todoslos procesos desde la averiguación previahasta...

En eso llegó Henry con la cerveza, unaNorteña a punto de congelación, casi un litrocontenía la botella, una copa de dieciséis onzasy un vodka Red Bull para ella. Como si de algunamanera, Bettiana supiera cómo bebo la cerveza.

—No te quiero aburrir con lo de mi trabajo,de hecho vengo huyendo de él; mejor platícamede ti, cómo es que vives aquí, desde cuándo...

—Pasa que mi viejo dirige a un equipo defútbol de Jalisco de la liga de ascenso, y puesla verdad es que estaba muy aburrida ahí; megusta la playa, tengo amigos acá y me vine másque nada para darme un respiro; un año sabático,qué se yo, igual y me regreso en unos meses osemanas, no lo sé...

—Pensé que ibas a quedarte algún tiempomás; apenas hace un par de semanas que te vi.

—Todavía no me decido; ahora la estoypasando bien, ya veo luego...

Pato, el capitán de meseros y gerente delestablecimiento se acercó a nuestra mesa y ledijo a Bettiana que su mesa estaba por llegar yle arrojó una playera de la selección italianacon su nombre atrás y el número seis.

—Viene una mesa que debo atender; vieneAndrea con un grupo de amigos y tengo quever que estén bien y no les falte nada.

—¿Amiga tuya?

—No, no. Andrea es hijo del dueño. AndreaBolocco.

—Te dejarán buena propina...

—Qué va. El tipo es un imbécil. Se siente lagran mierda, y se las da que sabe mucho de

comida, vinos, alcohol pero es un tarado. Aveces nos pide, qué se yo, un güisqui Jura de35 años sólo para impresionar a los idiotas conlos que viene, pero su viejo no nos deja darlede ese; así que le damos un etiqueta negra ycuando lo prueba dice delante de todos: "Ah,Jura, 35 años... hasta se siente la maderita", québoludo. No sabe una mierda. Además, me tirala onda pero a mí no me gusta, es demasiadoestúpido y ni siquiera tiene plata, sólo lo quesu viejo le da.

—Por todos lados te vas a topar con tiposcomo ese; lo mejor es darles por su lado, peronunca aguntar la mierda que te puedan arrojar.Ellos te necesitan más a ti que tú a ellos...

—Ya sé, pero...

En eso llega Andrea al bar, acompañado deseis sujetos más; sólo uno de ellos de aspectoitaliano, todos los demás, mexicanos con cri-sis de identidad en plena mímesis.

Bettiana se fue por la cocina y salió con laplayera azzurri de laselección italiana; me lanzóuna mirada como diciendo: "lo que uno debehacer por tragar".

Inició el partido, los primeros cinco minu-tos fueron intensos, nerviosos y se peleaba elbalón en cada centímetro de la cancha. Italiasalió con un parado defensivo, lo mismo queUruguay, sólo que los celestes contaban conlaterales más rápidos y tomaron el control delmedio campo. En un contragolpe de lositalianos, Verratile robó un balón a Arévalo ycorrió rumbo a la meta uruguaya, Balotellicorría por izquierda y al recibir el balón,controló de pecho y un remate potente conmedia tijera terminó por ser rechazado por unespectacular lance de Muslera.

José aplaudió efusivamente delatándose antelos demás como el único que apoyaba a loscelestes. La mirada de Andrea y de los cinco

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mexicanos que le acompañaban, con susplayeras italianas, fue de las amenazas másevidentes que José había recibido.

Transcurrieron diez minutos más con lamisma intensidad aunque sin llegadas másclaras que la previa de Balotelli. Al minuto 34,una fuerte entrada de Pereira sobre De Sciglio,supuso una falta y la amonestación sobre elprimero. La distancia y el perfil eran óptimospara Pirlo quien con un disparo de antología,colocó justo en la escuadra el primer tanto paralos italianos. Los gritos de celebración fueronpor demás efusivos, hubo uno que otro delgrupo de Andrea que se echaron cerveza entreellos, dos o tres sillas se cayeron.

Curiosamente, Andrea no festejó, lo primeroque hizo fue voltear a ver a José con la miradaburlona llena de satisfacción, como diciendo:"En tu cara, pendejo". Faltando un minuto paraque finalizara la primera parte, Uruguay buscóel empate con todo. Había adelantado líneas yjugaban prácticamente en el territorio ene-migo. Un tiro de esquina ejecutado por Lodeiroterminó rebotando en Darmian quien a todavelocidad, dejó atrás a los ya desgastadoscharrúas que, por más que corrieron nolograron detenerle y cuando por fin logranalcanzarlo, éste ya había puesto el balón en laruta de un feroz Balotelli que fusiló a unsolitario Muslera que nada pudo hacer paraimpedir el segundo gol de los italianos. Estavez la celebración fue aún más efusiva. Bettianavolteó a ver a José y éste le devolvió la mismaexpresión que ella le había hecho cuando la viocon su playera italiana, pero su expresión eracomo de: "lo que uno tiene que aguantar poruna niña bonita".

Andrea volvió a hacerlo, pero esta vez, elmuy puto le dijo algo a los simios con los queestaba; José fingió no estar atento y decidetomar un trago a su Norteña y apenas levantar

la copa escuchó a los seis: "eeeeeehhhhputoo", lo que ocasionó carcajadas en esosmandriles y en general, la risa entre los otroscomensales.

A Bettiana no le pareció gracioso, sóloesbozó una sonrisa que significó: "Qué pedazode idiota que sos". Terminó el primer tiempo,Bettiana se sentó en la mesa de José y le pidiódisculpas por la actitud de los de su mesa, perocomo era hijo del dueño, nada se podía hacer.Pidió a Henry que le trajera otra Norteña y unoscuadros de pizza que tanto gustaban a todomundo, cortesía de la casa. Luego le preguntópor el mate, José dijo que lo había olvidadopero que había traído otra cosa.

—¿Es un regalo? ¿Es para mí?

—No lo sé, ábrela y dime qué piensas.

Bettiana abrió la caja y cuando vio losalfajores, sus ojos se pusieron rojos y letembló la barbilla. Habían pasado por lo menosnueve años de la última vez que comió unauténtico alfajor. Ese pequeño detalle le llegóa lo más profundo de su ser. Esos alfajores eransu infancia, sus premios por buenas notas, losdulces que comía con sus amigas, el alfajor quealguna vez se comió al más puro estilo "La damay el vagabundo" con Nicolás, su primer amor yque se había enterado que había fallecido deleucemia un par de años atrás. Esos alfajoresrepresentaban todo eso y mucho más. Un tipoal que había conocido no hace ni una semana, yque era capaz de tratarle como nadie y dehacerle sentir lo que ninguno. Todos querían ala uruguaya, todos se la querían coger. No eraBettiana, era la uruguaya del bar que tenía unculo espectacular y unas tetas como parameterles la cara.

Bettiana llegó a pensar que también habíadejado de ser Bettiana y que ahora era "lauruguaya". La uruguaya de la verga de todos.

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Cuando le devolvió la mirada a José, se secólos ojos y le preguntó que por qué el trato tanamable, que por qué había ido al bar y por quése había tomado la molestia de conseguir esosCachafaz para ella. José dijo que cualquier cosaera poco para ella. Que desde la primera vezque la vio... y en eso, un grito de Andrea leinterrumpió el speech fantástico que estaba apunto de pronunciar.

Bettiana le pidió que le guardara unmomento los alfajores y que ya regresaba, fuea ver a Andrea y acto seguido entró a la cocina.José siguió como si nada, tomó la copa ymientras se la llevaba a la boca lo hizo alunísono de: "eeeehhhhputooooooo". Y bueno,no le dio ninguna importancia, encendió unlucky strike, lo dejó sobre el cenicero, ycuando iba atomar un trago más de su cerveza,se repitió: "eeehhhhputooooo", esta vez no solofue el grito, esta vez vino acompañado de doso tres pedazos de gajos de papa que no vinieronde la mesa de Andrea sino de otra, cuandovolteó para ver de dónde habían caído losproyectiles, sintió ahora huesos de alitas depollo que por poco mancharon su fantásticaplayera de Enzo. Bettiana salió de la cocina conuna charola en las manos y justo a tiempo paraver lo que había sucedido. Dejó los snacks enla mesa de Andrea y se acercó a preguntarle aJosé si todo estaba bien.

—Todo está bien. Puedo soportar que esosmandriles estén más al pendiente de mí cuandobebo mi cerveza que en vez de estar pendientesal partido. Puedo soportar sus miradasamenazadoras que no significan una mierdapara mí. Puedo soportar sin ningúninconveniente que me digan lo que se les antoje,pero de ningún modo voy a tolerar, repito, deningún modo voy a tolerar que manchen estaplayera.

—Yo tampoco me aguantaría, yo misma voyy le meto un picahielos en el ojo de la verga.

-—Estás loca, yo hablaba de ponerle unamadriza pero pues, de las normales, no pensabajugar a Hostel, ya no se te está saliendo locharrúa, se te está saliendo lo Eli Roth.

—Nadie se mete con mi Uruguay, carajo,eh... ¡y tampoco con el Bolso!

—No pues, esto ya valió vergota porque soymanya a muerte.

—Entonces a vos te voy a romper la vergacon un picahielo.

José y Bettiana se reían como tontos, a ellase le veía muy feliz, cosa que a Andrea no legustó; así que mandó de nuevo a Bettiana a laparte de atrás y esta vez se le acercó a José quelo miraba con total indiferencia.

—¿Pero qué coño te pasa? ¿Vienes a mi barcon esa playerita de mierda? ¿No te das cuentaque es un bar italiano? Aquí no son bienvenidoslos sudacas.

—Soy mexicano y...

—Ah, déjame entender, ¿eres mexicano yte pones ese trapo para tratar de cogerte a migata? ¿Es eso? ¡Que se quiere coger a la negra!—gritó burlonamente a sus amigos-.

José no iba a aguantar mucho más y dehecho, no lo hizo. Con la mano derecha tomode los huevos a Andrea y apretó con una fuerzadesmedida.

—Mira, ítalo-pendejo, no sabes con quienestás jodiendo. Soy un funcionario federal y sise me hinchan las pelotas te la hago depedísimo. Una más que trates de pasarte deverga conmigo y te parto la madre; repito, teparto la madre a ti y al cabrón indocumentadode tu papá. Así es, conozco a tu papá y conozcosu situación jurídica. Aquí, en este putísimo

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país de cagada lleno de morenos, eres un ilegal.Si te deportamos vas a tener que regresar a tuSicilia de los cojones donde seguramente lesespera una vendetta, ¿verdad? No querrás quevaya con los de migración a ver a tu papá,¿verdad?

José soltó a Andrea que ya estaba lagri-mando, sus amigos trataron de intervenir peroAndrea les hizo una seña para que se alejaran yles dijo que todo estaba bien. Bettiana salió dela cocina y tomó a Andrea por la cintura, se leacercó a una distancia a milímetros de rozarsus labios con los de ella.

—Si te le acercas a ese pendejo, les disparoa los dos.

—Andrea, ni siquiera lo conozco, sólo hicemi labor de ventas, ¿no para eso me contrataste?¿Para meter gente al bar?

—No te hagas pendeja, te gusta. A mí memandas a la mierda una y otra vez y luego llegaeste pendejo y te la pasas riéndote como unaidiota. Si no te gusta, entonces lárgate con tupadrastro, seguro extrañas que te viole. Ándalependeja.

Bettiana contuvo lo más que pudo laslágrimas y se sentó junto aAndrea cuando inicióel segundo tiempo. Los uruguayos salieron ala cancha cabizbajos, como si supieran que alsalir al campo los estaría esperando un verdugopresto a cortarles la cabeza de un tajo.

Al minuto 56, "Cebolla" Rodríguez dio elmejor pase al área de su vida, Diego Godín sealza por encima de los centrales italianos y conun cabezazo descomunal perforó la red quedefendía hasta ese momento, un despreocupadoBuffon.

José se puso de pie y fue el primero en gritargol pero fue en vano. El árbitro había marcadofalta del defensor uruguayo y su gol, fue anu-

lado. Andrea, cobijado con los suyos y jugandode local en ese juego de machos, miró a Josécomo diciendo: "Jódete, puto mexicano".

Bettiana también había aplaudido por el golde los suyos, por lo que Andrea le recordó queahora llevaba la playera azzurri, y que por lotanto, no debería morder la mano que le dabade tragar. Al minuto 60, ocurrió lo impensable.Una fuerte entrada de Godín sobre Insigne enel corazón del área fue señalada como falta ypor lo tanto, penal. Andrea se levantó, hizo losademanes de los italianos, se burló de losuruguayos, se burló de Bettiana a quien queríaobligarla a besar el escudo de su camiseta peroella se resistía. Pirlo se sintió con confianzapara ejecutar la pena máxima, tomo la distancianecesaria y pateó flojo hacia la derecha deMuslera que en ningún momento se venció yse quedó con el balón, se reincorporó rápido ypuso lejos el balón, lejos en los pies de EdinsonCavani que corría como alma que lleva eldiablo hacia la portería de los italianos, delotro lado cerraban Luis Suárez y Stuani, am-bos ya le sacaban varios metros de ventaja alos defensores italianos. Cavani se sintióinspirado y se fue cerrando a Buffon y sacó unpotente disparo que el meta pudo desviar y quepara su mala suerte se la dejó a Luisito Suárezque la prendió de volea y Buffonnada pudohacer. Uruguay se acercaba dos goles a uno ytodo, producto de un penal fallido de lositalianos. Bettiana no logró ocultar su entu-siasmo, volteó hacia Andrea para hacerle verque su equipo no estaba muerto. José, por suparte había gritado gol también y besó el es-cudo uruguayo, una por él y otra por Bettiana,gesto que le robó el corazón a la morocha. Elpartido cada vez estuvo más tenso, y ya haciael minuto ochenta y dos, una falta de Barzaglifuera del área significó una oportunidad máspara los charrúas, Diego Forlán había ingresado

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un par de minutos antes y pidió el balón paracobrar la falta; los italianos seguían discu-tiendo, por lo que el árbitro amonestó a dos deellos, los más escandalosos a fin de que secallaran y se pusieran a jugar. Buffon formó subarrera, gritó los nombres de casi todos y lesindicaba en qué orden debían pararse para noobstruirle la vista. El árbitro pitó, "Cachavacha"tomó impulso, un último respiro y sin mirarala portería le pegó al balón como sólo él losabe hacer, ¡por debajode la barrera! Todos lositalianos, con los ojos cerrados y la cabezagacha saltaron, Buffonse quedó viendo haciael cielo en espera del fogonazo y no se diocuenta que el balón ya descansaba en el fondode la red. Uruguay había empatado el encuentro.Los gritos de José y los de Bettiana retumbaronen el bar que estaba convertido en un cemen-terio. Todos los italianos y los tenochtitalianosque eran lo más, gritaban cualquier clase deinsultos a los árbitros, fraude, robo y cosas quea Bettiana y a José les daba mucha risa. InclusoBettiana tuvo el descaro, de ir a abrazar a Joséa su mesa. Esto, desde luego, hizo queAndrease enojara tanto que pidió a sus amigos que secallaran y tiró la botella de su cerveza detrásde la barra rompiendo otras botellas y elespejo. José llamó a Henry y le pidió la cuenta,Bettiana se percató de ello y Andrea le dijo queera lo mejor, que se largara su amiguitomexicano que si no, la iba a pasar muy malcuando Italia terminara de echar a Uruguay deuna vez por todas. El-Shaarawy entró a la canchacomo respuesta de los italianos hacia el gol delos charrúas. Toda Italia se volcó hacia adelantey comenzó el bombardeo sobre la metadeMuslera quien detuvo todos y cada uno delos disparos que los italianos enviaban ya conmás furia que inteligencia. Ya sobre el tiempodereposición —dieron seis minutos— al minuto94, El-Shaarawy recuperó un rebote deMuslera, justo en la media luna, trató decambiar

a su perfil, esquivó la barrida de Godín, lereventó la cintura alenorme Coates y justocuando apuntaba el cañón hacia la meta de unMuslera totalmente bloqueado por los delan-teros italianos, en un acto de lo más increíble,Egidio Arévalo Ríos le saca el balón por detrásal"Faraone" y con las piernas que ya no tenía,pudo correr casi diez metros, lo suficiente parapoder pasarle el balón a Cavani que se ibaabsolutamente solo contra Buffon, el estadiohabía enmudecido, sólose escuchaba el trotedel uruguayo, el sonido del césped que eraraspado por el "Brazuca", el rostro de Buffonse había endurecido, salió a cerrarle el ángulode disparo al delantero del PSG de Francia,Cavani no perdió de vista el balón y estuvo muyatento al movimiento del flamante arquero dela Juve, el choque de tanques era inminente,sólo uno iba a sobrevivir. Cavani hizo una fintade disparo que dejó a Buffon en el suelo,recortó por izquierda y con la pierna derechasolo empujó el balón que entró hasta el fondode la red con una lentitud de época. Todos sequedaron viendo. Nadie podía hacer nada. Uru-guay había eliminado a Italia. Andrea, cegadopor la rabia, la frustración, la amargura y eldesprecio de "su gata", rompió el envase de suPeroni, sus amigos trataron de detenerlo, hirióa dos de ellos, ninguno de gravedad pero sí losuficiente como para hacerlos alejarse y sedirigió a la mesa donde estaba José y sóloencontró una nota que decía: Veni,vidi, vici.

José se había ido y Bettiana, con él.

Dedicado a la selección uruguaya de fútbol. El equipo al

que como mexicano, nunca amé en secreto.

También es para ti, Rossana. Sé que lo estás sufriendo

tanto como yo lo estoy disfrutando.

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Un encargo especialDaniel Ferrera

uizás la primera muestra de perturbaciónde mi madre, ocurrió aquella mañana de

Octubre cuando despertó exasperada. Hasta amí, que descansaba en la habitación contigua asu pieza, me había llegado un rumor, un comogemido o sollozo entrecortado que al cabo deunos segundos distinguí inusual. Confundido,removí la manta curtida que abrigaba la mitadde mi cuerpo y caminé descalzo por el estre-cho pasillo que comunicaba a su alcoba. Re-cuerdo que al cruzar, el piso de azulejos estabahelado y las paredes reflejaban sus costrasdesnudas en la claridad de la mañana. Al llegara su cuarto, me sorprendió muchísimo advertirque un cuerpo de sombras se filtraba por elresquicio del marco oxidado de la puerta.Entonces, revisé la manija y se encontrabafloja. Poco a poco mi brazo fue descubriendoel ropero, sucio y viejo, acomodado en una delas esquinas, y las figuras de porcelana porencima de él. Mi madre, que se hallaba del ladoderecho, estaba sentada junto a la cómoda y eltocador. Sus ojos grandes y cansados girabanen sus paredes cóncavas y sus palmas y dedosagarraban con fuerza las sábanas. El cabello lecubría la frente y los hombros, humedeciendoel collar de cuencas y el camisón azul. "¿Quépasa?" le pregunté desconcertado, colocándoleuna mano sobre su rodilla. Pero ella continuabacon la mirada perdida y balbuciendo unas pala-bras inaprensibles. Después de un breve lapso,al final, su voz estentórea irrumpió: "Nada cie-lo, creo que sólo he tenido una pesadilla." Sinembargo, yo sabía que lo acontecido no teníaprecedente, pues, aunque mi madre fingieramostrar una sonrisa conciliadora, en el aire sepercibía un olor viciado, una mezcla de azufrey de humedad; y de las ventanas pendían gotas

oscuras. A pesar de ello, creí estar siendo bur-lado por mis sentidos, quizás a causa delcansancio o del sueño, y decidí dejar a mimadre a solas para que respirara más libre.

En las horas posteriores, la calma fue espar-ciendo sus raíces rugosas con la claridad deldía salvo por la serie de incidentes que un ojomenos agudo y provisto hubiera tomado pornormales o fantasías. Mi hermana Ilse, que seencontraba en su cuarto, había salido paradirigirse a la sala cuando notó que mi madredesprendía del cesto de la basura unos terronesde azúcar y los lanzaba al aire repetida-mente."¿Qué haces?" le preguntó mi hermana,sin otorgarle tanta importancia, y se recostóen el rellano del sofá. Sus dedos pálidos y hue-sudos salían por un extremo de la cabecera ytrataban perezosamente de entrecruzarse. Yo,en cambio, me distraía en la mesa de vidriohojeando un grueso manual de contaduría. Enla sala, ya el viento caluroso comenzaba aprenderse como oruga de los rincones deltecho; y las vasijas y las copas adquiríantonalidad radiante. Desde el fondo de la cocina,y de espaldas a mi hermana, mi madre alcanzóa espetar: "¡Claro, con esto será suficiente!" yse encaminó convencida hacia la mesa delcentro para sentarse a mi lado. "Ilse, hija,acércate aquí. Tengo algo que contarles."Después, hubo segundos de silencio y esperómirándonos a los ojos que le prestemosatención:

—Hoy por la mañana, mientras dormía, unhombrecito de astrosas vestiduras, vino a visi-tarme entre sueños y me ha dicho que nosdepara una ocasión muy especial… que en lanoche volvería para hacerme un pedido.

Q

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—¡Qué! ¿Pero cómo es eso posible? —Leseñalé a mi madre asentando una mano sobrela suya.

—Si Aurelio, ni yo misma lo entiendo. ¡Perotodo fue tan real! Que…

—¡Ay mamá sólo es un sueño! —intervinomi hermana, aburrida.— No tienes por quétemer.

—¿Y cómo era este hombrecito Madre? —repuse ofuscado aunque internamente incré-dulo.

—Moreno, su piel era como de barro. Teníalos ojos grandes y la nariz ancha perfilada haciaafuera. Sus labios eran gruesos y resecos.Cuando hablaba, su boca se extendía hacia lasorejas mostrando unos dientes amarillos yfiludos. Daba la impresión de alimentarse deanimales muertos o desperdicios. No podríadeterminar exactamente la longitud de su vida,pero sin duda era adulto.

Nos quedamos asombrados. Lo anterior,sencillamente nos parecía increíble, una his-toria motivada por algún recuerdo, una imagende la infancia, provista de superstición, de mitoo hechicería. Acordamos que lo mejor era quemi madre reposara, no claro, sin la supervisiónpertinente.

Al caer la noche, una aurora de intran-quilidad nos abarcó a todos. El silencio se hizomás subterráneo, hundió sus fauces en loscimientos de la casa. Desde los dormitorios,si uno prestaba atención podía distinguir sinesfuerzo el motor de la nevera encendido, lasaspas del ventilador en la pieza de a lado, elcentellear de la bombilla al roce del insecto.El viento proveniente de la calle era tenue y seplegaba con suavidad a las sábanas. Por ratos,algún perro se oía a lo lejos o un automóvil pa-saba rápido. Nosotros estábamos al borde delmenor ruido, del menor indicio que pudiera

alertarnos sobre el estado actual de mi madre.Sin embargo, conforme fueron avanzando losminutos un sopor con aroma de lavanda nos fueenvolviendo en su letargo de sueño y flores ynos fuimos quedando lentamente dormidos.

Al amanecer, un grito espantoso nos desper-tó a todos y nos apresuramos a correr al cuartode mi madre. Al llegar a la puerta —esta vezestaba cerrada con manojo— me sentí forzadoa darle de golpes y de tumbos en su respaldode cedro para que se abriera. El tiempo parecíainterminable y la manija no cedía hasta que alfin, desde el interior de la alcoba, se oyeronunos pasos aproximarse con lentitud y girar lamanija con suavidad. "¡Viste Aurelio, te dije queera real!" soltó mi madre, agarrándome la cara,y nos señaló a Ilse y a mí que mirásemos alsuelo. Y efectivamente, en el piso aderezadocon terrones de azúcar habían quedado gra-badas las huellas pequeñas de un hombrecito.Las pisadas del diminuto ser dejaban un rastrofresco y peculiar que abarcaba desde la puertade cedro hasta la cama. Alrededor del caminoglaseado algunas hormigas formaban una hileracargando sus prodigiosos miligramos y delcostado izquierdo de la recámara podía divi-sarse una cajetilla de fósforos. "¡Qué pasó!,¿estuvo aquí otra vez?" preguntó estúpidamentemi hermana Ilse y atravesó la puerta mirandohacia todos lados. Yo, en tanto, esperaba an-sioso la respuesta de mi madre mientras tratabade calmarla. En el lugar había quedado algo depernicioso que invitaba a salir de prisa. El aireestaba cargado de un olor denso y soporífico;y de las ventanas pendían las gotas oscuras. Alfin, mi madre se apresuró a decirnos lo quepasaba:

—Ayer por la tarde, mientras escoraba lasollas en la cocina, no sé por qué tuve la nece-sidad de mirar al suelo y me llamó la atenciónunos terrones de azúcar que lucían brillantes

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en el cesto de la basura. Los granos de azúcar,estaban mojados y adheridos a una hoja depapel china muy próximos a la superficie. Seme ocurrió que podía demostrar el paso delsueño a la vigilia de este increíble hombrecitosi lograba marcar sus huellas utilizando losterrones de azúcar.

—¿Y qué fue lo que te dijo? —preguntó mihermana avanzando los brazos.

—Pues me encargó que le preparara unalmuerzo para cien personas —repuso a secasmi madre.

—¡Pero cómo! ¿Eso es lo que quería? —lereclamé un tanto irritado y sin entender elmotivo— ¿Y qué clase de almuerzo se le antojaal hombrecito? —volví a insistir sin ganas.

—Uno en cuya elaboración debemos parti-cipar todos. No puede faltar ningún ingrediente.En esto fue muy preciso.

Ilse y yo nos volteamos a ver unos segundosy comprendimos que lo que decía mi madreera importante. Luego, nos interesamos porsaber de dónde obtendríamos el dinero y elmodo de prepararlo, a lo cual ella contestó queno nos preocupáramos; que ya contaba con lonecesario y que sólo faltarían los condimentosy la carne.

En los minutos siguientes, una intensa agita-ción se desató por los corredores de la casa.Ilse y yo andábamos de un lugar a otro apuradosen alcanzarle los utensilios. En la meseta, yahabíamos logrado colocar dos ollas aptas para

preparar la comida: una, para sancochar loshuevos y la otra para hervir el espinazo y loscodillos. Mientras tanto, mi madre —que seencontraba a la derecha— se esmeraba encortar a rajas el tomate, la cebolla, el chiledulce y el epazote; y le encargaba a mi hermanalos kilos de garganta y muslo que habría decomprar junto con los sobres de recado.

El tiempo parecía avanzar de prisa a medidaque nosotros íbamos cocinando. Yo no podíadejar de mirar los brazos hirsutos y morenosde mi madre que se movían feroces agitandosus esclavas de oro. Veía cómo se le tensabanlas venas y lo largo y quebradizo de sus vellos.En el aire ya podía sentirse el olor fragoso delcaldo de verduras, desprendiéndose de la ollahirviente, y la tarde empezaba a poblarse denubes espesas y graznidos de pájaros. Noso-tros, seguíamos a la espera de que Ilse volvierapronto con el encargo que le habíamos hechomientras un presentimiento comenzaba aapoderarnos: de los cristales de las ventanashabían empezado a brotar gotas oscuras y losfollajes de los árboles se mecían con estri-dencia. De golpe, un ruido sordo se oyó caerafuera de nuestra casa, junto a la puerta devidrio. A través del pálido cristal, sin embargo,pudo distinguirse el bulto oscuro de una bolsade basura. Mi madre, desconcertada, me indicórápido que me dirigiera hacia la puerta y alabrirla pude leerle una temblorosa inscripciónque decía: "Aquí le traigo la carne señora" a locual ella agregó, "y esa tu hermana que noregresa."

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aminaba ferozmente esquivando pea-tones, agrupados como moscas por las

llados cerrando los ojos, movían los labios conternura. El tiempo mostrado por el marcador,estaba como si alguien le apuntara con un arma,escrupuloso, lento, lleno de nervios, el aura delimpacto, un objeto representando la percepcióndel instante enjugaba los corazones y amana-zaba con exprimirlos, una obra de arte se pro-yectaba en la cara de miles de mexicanos.Todos sosteniendo el aliento hasta la muerte,el silencio navegando sobre los espacios, latarde cerrando los ojos cada vez más rápido,los autos pitando desesperados. Sonaba elprimer silbatazo.

El ruido volvió en todos los sitios y la gentecon lágrimas en las mejillas platicaba acercade cómo sería la posible derrota del equipocontrario. La mesera trajo mi bebida, un tarrode cerveza oscura era suficiente para contem-plar el encuentro. Podía escuchar detrás de lasparedes, aquellos bares que estaban a unascuantas casas, locales de ropa o puestos de co-mida mirando el partido, hablando, emocio-nándose por el encuentro, felices, sonríancomo si vieran nacer a sus hijos, sonreíancomo si nada pasara en el mundo, ahora el paíspor fin los tenía alegres y sobre todo, unidos.

Cada llegada de México a la portería con-traria era un caos, gritos en las carreterasllegando hasta el cielo, azotamiento de lasmesas donde estaban sentados algunos másborrachos, aventando madres a una televisiónpusilánime ensordeciendo al público, era laverdadera fiesta patria. Cerveza tras cervezapasaba frente a mi cara. Un tipo con un som-brero gritó "Disparo a todos los clientes siMéxico es el primero en anotar". Y todos los

Renació: La desilusión del sueño.Daniel Poot Fuentes

Ccalles amarillas del centro. Se acercaba la hora,en que la selección Mexicana de Fútbol iba atener su histórico duelo en la final de unMundial. Se podía oír desde el zócalo lapantalla puesta por gobierno del estado para quetodos los transeúntes cercanos pudieran sentar-se a ver el partido. Una multitud a lo lejos vesti-dos de verde con la cara pintada, autos avan-zando lentamente para estar pendiente delinicio del juego, radios antiguos sonando consuplicio por lo fuerte que los camionerosestaban escuchando. El día estaba abandonado,todos los mexicanos rezaban debajo de untecho para ver a su selección victoriosa. Memetí al primer bar que encontré y tomé asiento;todos los televisores estaban sintonizando elinicio del partido, escuchaban atentamente laformación de ambos equipos y los murmullosde discusiones sobre quién debió iniciar nopodían ausentarse. La gente paralizada mirabalas pantallas sin parpadear, el mesero estáticosostenía una bandeja sin tener en cuenta suexistencia, llevando todas esas bebidas quepodían caer en cualquier momento. Dejé elportafolio a un costado para poder avisarle a lacamarera, mostrándose indiferente de todo elsuceso, si podía traerme una bebida, asintiólevemente y dio la vuelta para tomar la orden.El juego estaba ya dando a luz, los jugadoresen medio de la cancha con sus respectivas posi-ciones, algunos mirando al cielo, apuntando conlos dedos a algún padre que hoy, les hiciera laalegría de regresar a México e imponer unaleyenda que todo el pueblo mexicano habíaperdido hace ya mucho tiempo. Otros, arrodi-

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clientes, aplaudieron, felicitándolo, algunos,hasta fueron a su mesa sólo para darle la mano.

El partido se mantuvo en ceros hasta el fi-nal del primer tiempo. Las personas parecíanmás tranquilas y tomaban un descanso de todoel alboroto. La comida desfilando y los mese-ros realizando su trabajo adecuadamente, pa-seaban platos de comida dejándolos en unamesa y marchándose. Sus gargantas merecíandescansar del estruendo y se dice que uno puedevivir con la derrota, pero no con hambre; elhambre es lo que nos mantenía vivos, nosmantenía ahí, persiguiendo el sueño de lanación.

El inicio del segundo tiempo fue más dócilde lo que había pensado, la cuenta de losclientes subía cada vez más, a nadie le importabaen ese momento, podíamos estar frente ase-sinos, violadores, premios nobel, genios de laépoca, pero a nadie le importaba, y el altar, eldios de todos, tomaba acto de presencia frentea ellos, a kilómetros de distancia, jugándoseuna vida y filosofía estando más allá delheroísmo, en ese momento veíamos a loshéroes de la independencia, en ese momentoel público quería reflejar al mundo que pode-mos ganar premios, podemos ser igual debuenos a las otras naciones poderosas quedominan el planeta, estábamos acostumbradosa ser parte de una élite muerta de hambre, depobreza extrema y educación doliente, presassiempre de la basura en la que nos revolcá-bamos día tras día frente al palacio nacional.No le prestábamos atención a los huesos ro-tos que crujían al despertarse todos los díaspara alimentar una familia de cinco, ahí, en elMéxico inmerso en las drogas, en el que lamuerte estaba enmascarada de justicia, aquí,caíamos todos; el único deseo de acercarlos afelicidad, de librarlos de una vida llena deintoxicación e inconformidad, estaba siendo

transmitido en el televisor, dominaba un podermás potente al de las balas de Tlatelolco, teníaun grito más cautivador que la muerte de cua-renta y tres desaparecidos, y más público queel que se le tiene cuando hay que cantarle a labandera, fuertemente discutido que a las malaselecciones hemos arrastrado bajo el pie, igno-rando nuestra propia neblina. Afuera, aquellaspersonas sosteniendo el mandato intelectual,atacando desde sus Iphone seis, eran abofe-teadas por las redes sociales, puesto que lapretensión siempre ha sido un animal violentoy estúpido, lo sacamos cada vez que recorda-mos lo que somos; callaban todas esas bocaspútridas que creían ser una neurona que salvaríaal país, y esas máquinas ahora, estaban acos-tados con las pestañas abiertas presenciandocómo los devoraba las hormigas, todos juntos,agarrándose las manos, inmóviles, con suscarteles en la espalda, queriendo ser ejecutados.

Había consumido tres tarros de cerveza a lolargo del segundo tiempo, seguía en ceros elpartido, los corazones palpitando a velocidadesexageradas, dentro del bar entonaban el Cielitolindo para así, el milagro por fin cayera delárbol, poder devorarlo. Por fin, después detantos años, poder alzar la copa del mundo. Lamúsica era aterradora. Cómo el espíritu a pesarde todo caía a esa entonación, nunca habíaescuchado semejante escalofrío en las vér-tebras y hoy lo estaba viviendo, vivía quizá, unade las más importantes épocas del siglo. Eltiempo seguía agotándose, avanzaba y no escu-chaba súplicas. Daban los ochenta y ochominutos de partido cuando México se pusohelado.

Fue como si la virgen hubiera movido suboca y les diera un mensaje de paz y premoni-ción. Todos los mexicanos miraban al televi-sor porque el árbitro había señalado penamáxima a los ochenta y ocho minutos. Un pe-

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nal que desde la narración de las televisoras,desde las miles repeticiones que transcurrían,jamás resultó ser cierto. Un penal no parecíahaberse cometido. Desde el partido se veía alos jugadores del equipo contrario yendo confuria hacía el árbitro, mostrándose firme a sudecisión. Lleno de ira, un jugador le suelta unabofetada al árbitro y se va expulsado. El públicocomo al inicio del partido, en un colapso desilencio absoluto. El equipo Mexicano, asus-tado, va hacía el árbitro creando gestos ypalabras indescifrables para todo los especta-dores, nadie sabía el significado de lo quehablaban, pero se veían enojados y sobre todo,asustados.

El problema duró unos diez minutos hastaque Guardado fue hacía la portería contraria ydejó el balón en el manchón blancuzco, elcorazón de México retumbaba los cuerpos. Elsol, temeroso, se guardó y dejó lugar a unanoche temblorosa. Es y será, el silencio másagónico en el que he estado presente, unsilencio, creo yo, parecido al limbo del infier-no, totalmente abrumador, invadido de espanto,seco, vívido. Guardado tomó su distancia ysonó el último silbatazo para millones deMexicanos. Lanza el balón a un lado de laportería, dócil, con los ojos quizá, llenos desangre, enmudecido, nada sobresalía más quesu rostro decidido. Poco a poco el balón seiba al poste izquierdo de la portería, el jugador,esbozaba una sonrisa mientras la pelota pasótotalmente la última línea. El silencio quedóestático en el aire. Otra dimensión se manifes-taba sin nadie habitándola. Los rostros inmunes,ennegrecidos, muertos. El estadio era unabestia y con el acto, quedó perplejo. Yo, de piecon mi cerveza en la mano, sentía erizado todomi cuerpo. La gente se sentó de nuevo y yocon ellas, se escuchó el silbatazo del partido.Treinta minutos más fueron jugados hasta

llegar a los penales, falló tres y metió dos, elrival falló uno y metió cuatro.

México había sido derrotado, los narradoreshablaban con sollozos a través de esa pantallainmune, nadie provocó una palabra, todoscabeza abajo, seguían bebiendo, el bar quedócomo un velorio, como tumbas al horizonteresplandecidas por el sol. Tomé mi cerveza, mequedé rato en mi lugar, el agua de las cervezasresbalaba por las maderas de las mesas. Sólovi una vez más a todos y alcé la mano a lamisma mujer para pagar la cuenta.

Caminé por el centro para buscar un autobúsque me dejara en mi hogar, no era tan tarde peroquería estar ahí lo antes posible. Escuché unruido proveniente del zócalo de la ciudad, eraatroz y robó mi atención de inmediato, giré yel ruido me hizo dirigirme hacia ahí. Al pasarpor un edificio, mis pies se detuvieronviolentamente, sentí miedo, mucho miedo. Losciudadanos destruyeron la pantalla que se leshabía puesto para ver el partido, sillas quebra-das reposando en la carretera, jóvenes quehabían llevado sus playeras de la selección selas quitaban para arrojarlas al suelo y pisarlascon brusquedad escupiéndolas. La policía in-tervino pero la masa era abundante, las palomasse retiraban con temor, y sólo estaban los piesde los enfurecidos. No podía irme del asom-bro, y el miedo se apoderaba de mis vísceras.Ese temor me hizo presenciar el acto final. Detoda la multitud destruyendo la ciudad, entretoda esa bola de gentes pintadas y algunasmanchadas de sangre, habló una voz apenasperceptible. Gritó nuevamente hasta dirigirtodas las cabezas hacia arriba. La policía consus escudos en la mano, observaban detenida-mente al hombre parado con un cartel y uncuchillo. Tenía puesto la playera de la selecciónen color verde, poseía el escudo en medio delpecho. Los antimotines de los federales

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hablaban por una radio comunicando que bajarael sujeto. La catedral estaba plagado de perso-nas, rebotaban en las puertas y las arañaban. Elsujeto, de pie, en el borde de la cúpula sacó unplumón y escribió en el cartel que sostenía enla mano. Al terminar, clavó fuertemente elcuchillo en medio del pecho, en el corazón delescudo, en el balón donde se sostenía el águilay se dejó caer. Caía rápido, nosotros mirába-mos siguiendo su trayectoria, cayó firme en elsuelo, quebrándose todo. En ese instante misimpulsos respondieron y corrí desesperadohacia la multitud, los aparté a todos con golpesleves y palabras cortas. El personaje estaba

tirado con la boca abierta y el cuello formandouna posición imposible. La sangre salía de suboca mientras un sujeto de la manifestación,pintado con color del "tri" se acercó sutilmenteal cuerpo, se hincó y leyó en voz alta el mensajeclavado en el pecho: "Desilusión constante delsueño Mexicano". El que había leído se levantó,movía de izquierda a derecha la garganta,mirando a todas las personas que yacían ahí enel espectáculo. Avanzó dos pasos riéndoserompiendo la calma que había caído como unapluma sobre todos nosotros, entonces, todoslos espectadores comenzaron a aplaudir.

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Agosto de 1941. Dos meses

después de la invasión a Rusia

Joachim Peiper, profesabas el mismo fana-tismo que el del Führer, al que tanto admiraba.Teniente coronel a los veintinueve años, elmismo Hitler se había expresado de ti comoalguien tenaz y valiente. Apuesto, y el más jovencomandante del ejército alemán, representastela punta de lanza de la 1ª División SS Panzer enla Operación Barbarroja, para la ofensiva y laocupación de Rusia. Tu mirada de adolescentetriste y penetrante, la sórdida risa, el pulcrocabello rubio descansando en tu angosta cabeza,la nariz estrecha que marcaban un perfil dignode ser esculpido por manos renacentistas, y tuagudeza en la toma de decisiones eran atributosindiscutibles para ser parte de la raza supremaaria, la raza destinada a mandar sobre Europa,el resto del mundo vendría después. JoachimPeiper, en realidad, estabas convencido de queel mundo civilizado tendría en Berlín su capi-tal.

En Ucrania recordaste tus inicios en lasjuventudes hitlerianas, luego tus pasos por laacademia militar y por el partido nacionalsocialista. Hasta tu nombramiento de coman-dante para la nueva misión que ahora cumplíascon resultados satisfactorios.

Un soldado te abrió la portezuela, tus pulcrasbotas negras pisaron las tierras heladas de tu

conquista. De la manga derecha de tu uniformese prendía una banda roja con un círculo blancoque en su interior mostraba una cruz esvástica.Los tímidos rayos del sol hicieron brillar elmetal plateado del cráneo, con los huesos enX sujetas al frente de tu gorro. Con la agilidadaprendida a costa de largas horas de entrena-miento militar y tu juventud, subiste dandobrincos al techo del vehículo que te traspor-taría.

Cuarenta soldados de tu guardia personaldirigieron sus armas de miras telescópicas atodos los puntos. Observaste el camino quedejabas a tus espaldas, la dirección contrariade tu destino. Muy a lo lejos se levantaban unpar de columnas de humo que estocaban a unpálido cielo carente de nubes.

Te seguía tu ejército, trescientos gigantes-cos tanques Panzer que partían la tierra a supaso, igual número de vehículos semiblindados,y provisiones para atravesar toda Siberia. Docemil soldados armados y motorizados esperabancon ansias cumplir tus órdenes.

De los bolsos interiores de tu uniformetomaste un binocular y lo llevaste a tu ojo, peroen esta ocasión miraste al frente, hacia dondese dirigían tus pasos. Allí estaba ella, era laRusia blanca, tan grande que en sus entrañaspodría caber más de un continente. La Rusiatan anhelada por los más grandes conquista-

La Rusia tomadaCapítulo de la Novela El Nido del Cuervo

Iván Espadas

Yo te juro Adolf Hitler/Como Führer y Canciller del Reich

Alemán/Lealtad y valentía/Te juro a ti y a los Superiores/A quien

nombres Obediencia hasta la muerte/Dios me ayude.

Juramento de iniciación para los miembros aceptados de la Schutzstafeel de

Heinrich Himmler, o escuadrón de protección más conocida (temida) por las SS.

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dores:"Si Napoleón la hubiera tomado, hoy elmundo entero hablaría francés". La Rusia im-perial que construyeron los zares, la Rusia queLenin convirtió en una aberrante repúblicacomunista y soviética. Y lo más importante, unafutura Rusia germanizada, libre de razas infe-riores, y un territorio que con sus recursosnaturales y humanos haría al Tercer Reichinvencible, tanto para el hombre como para eltiempo.

Ya han pasado sesenta días desde que tudivisión Panzer atravesó la frontera. Si bienobtenías victorias a expensas de un numerosoy desorganizado ejército rojo, también te pare-cía que el avance distaba de ser una empresasencilla. Te preguntabas por qué la defensasoviética tardaba tanto en responder, por quétanta ingenuidad de Stalin y sus altos mandosmilitares. "¿Acaso los servicios secretossoviéticos nunca leyeron Mi lucha, escritaveinte años atrás por el Führer?". En este textoque tanto conocías por ser la biblia del partidonazi, se expresaba de forma clara y sin ningúntipo de divagación, la necesidad alemana deinvadir Rusia y sus estados vecinos para ase-gurar el espacio vital. Te sigues preguntando:"¿Podría ser que el proceso de selección natu-ral de las especies provoca que las razas infe-riores cometan tantos errores?"

Luego de librar tu primera batalla y de quela maquinaria de guerra reventara las defensasrusas, capturaste cien mil soldados en la batallade Smolensk. Ya prisioneros, los recluiste enimprovisados centros de retención. Cadamañana, a las primeras horas del día, hacíasfusilar a dos mil hombres. Cuando te distecuenta de que el trabajo sería extenuante, losdejaste morir de hambre y frío. Algunos de tuscondenados no sobrepasaban los dieciséisaños.

Uno de tus oficiales te pidió perdonar la vidade los más jóvenes y le respondiste que sifueron hombres para tomar armas y pertenecera un ejército, no veías mal que fueran ejecu-tados como hombres. Les recordaste a todostus generales que los rusos, en especial losucranianos, eran racialmente descendidos porsiglos de mestizaje con material mongoloide,y que por lo tanto su destino en el nuevo ordenmundial era el exterminio. Los sobrevivientesserían explotados como esclavos sin oportu-nidad de procrearse, de esta manera las razassubhumanas desaparecerían del dominioalemán en un periodo no mayor de cuarentaaños. Todos tus oficiales compartían lasmismas ideas en que creías dogmáticamente,no era una cuestión de convencerlos, solo derecordárselos.

En tu marcha pasarías por muchos pueblosy ciudades. Pensaste que no sería posibledetenerte en cada lugar para realizar el trabajode limpieza, por lo tanto tenías que crearnuevos métodos.

En la siguiente ciudad convocaste en lasafueras del poblado, a todos los hombres deseis a ochenta años. Les dijiste que era nece-sario que se liberaran de la opresión rusa quehabía creado las infames granjas colectivas yles había quitado su religión; la población tevio como un libertador. Les anunciaste quetanques de guerra soviéticos pronto vendríanpara destruir Ucrania. Los convenciste parahacer una trinchera que detendría el paso de laartillería pesada del ejército rojo. Durantecuatro días y sus noches la población mascu-lina escarbó sin descanso una zanja de doskilómetros, con cuatro metros de ancho y tresde fondo. Exhaustos y hambrientos los hicistedesfilar en grupos de a doscientos a las orillasde las zanjas, y ordenaste a los soldados quelos rociaran con balas de metralletas pesadas,

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mientras que el batallón de SS, compuesto porseiscientos hombres, rompían puertas, casa porcasa, y disparan con las MP40 a todo lo que semoviera. Posteriormente hiciste prender fuegoa todo lo que se pudiera quemar. Con un vehí-culo pesado utilizado para levantar obstáculosde los caminos, tapaste con tierra las zanjas.Cuando la tierra caía sobre las víctimas, aún seescuchaban lamentos. En veinticuatro horashabías diezmado a cero a una población deveintiséis mil habitantes y el camino a Moscúaún era largo.

En una noche, mientras veías que un par desoldados prendían fuego para mitigar el vientohelado, tuviste la idea de crear un batallón queredujera en tiempo y esfuerzo la dura labor delexterminio. Les diste órdenes a tus ingenierosde que adaptaran doce tanques, para que pormedio de sus cañones lanzaran fuego en unalcance de veinte metros. Estas armas iríanacompañadas de un escuadrón de doscientos

soldados dotados de lanzallamas. Sin duda elarma más siniestra desde que el primer hombrepeleó contra la misma especie.

Trescientos kilómetros más adelante, elpueblo Truvozki tuvo el infortunio de ubicarseen tu ruta. A las once de la noche, un grupo desoldados motorizados rodeó la población.Cercaste al pueblo con alambres de púas quehiciste electrificar y pusiste centinelas enimprovisadas torres de vigilancia, que dispa-raban a todo aquel que intentara escapar. Losque se escurrían a los ojos de tus guardiasquedaban pegados a las mortales cercaselectrificadas. Una vez sitiada la cuidad, tustanques de fuego y tus escuadrones delanzallamas barrían el lugar convirtiéndolo enun infierno. A tu paso sembrabas infamescolumnas de humo que morían cuando llegabanal cielo. En poco tiempo tu unidad fueconocida como el Batallón Soplete.

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PRELUDIO. Acompañado con música, un operadorde escena reparte hojas de papel y tiza entrealgunas personas del público. En la hoja se señalaque la persona deberá escribir el nombre dealguien a quien debe/quiere/ha tenido que/decirle adiós. También indica que deben haceruna barca con ese papel.

1.- REGRESO DE LA GUERRA*

Un pelotón de soldados marcha lentamente desdeuna ciudad en llamas hasta la costa del país.Llegan devastados, dolidos por sus múltiplesheridas: quemaduras, ceguera, mutilaciones… Deentre todos los soldados resalta Job, un guerreroque tiene aún flechas enemigas clavadas en elcuerpo. Él camina en la arena con dificultad, hastaque descubre algo que cree ser una ensoñación:su hija Nereida de la mano de Nefelibata, suesposa. Ellas lo saludan. Nereida corre a suencuentro.

Detrás de ellas se extiende el mar; detrás de él,resuenan todavía los tambores de guerra y sealza el fuego que devora ciudades y hace nacerestridentes gritos a sus víctimas.

Suavemente, Nefelibata y Nereida reciben a Job ycon movimientos grandes y suaves retiran unapor una las flechas de su cuerpo.

Los soldados los rodean, lanzando frases y plegarias:

—Vuelve a tu hogar, Job.

—En nuestro interior siempre arde la guerra.

—Ve a la paz, ve a la paz de una vida común. Allíguárdate del frío.

Al terminar su curación, los tres se disponen a subiral barco que los espera, para llevarlos a su tierranatal. Los soldados celebran la visión de estafamilia. Todos hierven de alegría al saberse lejosdel peligro y de la muerte. Los tambores deguerra se convierten en gritos de algarabía y encanciones de paz.

*Esta secuencia puede ser abordada desde ladanza Butoh. Los soldados deben partir cerca delpúblico y marchar hacia los actores principales.Uno de los soldados porta un tambor de guerrapara marcar la pauta del movimiento. Conantorchas o varas encendidas, los mismosbailarines (en tierra o desde los zancos) puedenrealizar coreografías para presentar la furia delincendio en la ciudad.

2.- VIAJE A CASA*

Job, Nereida y Nefelibata suben al barco. Dicenadiós con la mano. El barco se mueve,adentrándose en el mar.

Nereida, en una zona del barco, observa el inmensohorizonte divirtiéndose con los destellos de luz

Bon voyage, NefelibataObra para Teatro de calle

Ángel Fuentes Balam

Para Luz Ariadne, mi niña oceánica

PERSONAJES / OPERADORES DE ESCENANefelibata, la madre

Job, el padreNereida, la niña

2 Bailarines / Zanqueros2 operadores de música y dispositivo escénico

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que quiebran el agua. En su corazón hay genuinafelicidad. No sabe por qué, pero llora. Sin em-bargo, sus lágrimas no caen, se inflan ytransmutan en burbujas. Miles de burbujas salende sus ojos y ella, maravillada, juega con ellas.Al vapor del barco se le suma una columna deburbujas minúsculas que vuelan en dirección delviento.

En el camarote, Job se despoja de su armadura.Nefelibata lo recibe en brazos. Se unen en unabrazo grande y profundo. Nefelibata se quitala ropa. Con suavidad se acarician, se reconocen,alimentan su piel.

En cubierta, Nereida juega con sus lágrimas ydescubre cómo se comienza a armar una danzaentre los soldados y sus mujeres. Con alegremúsica comienzan a bailar las parejas. El oleajecrece. Nereida corre y revolea su cabello, seescabulle entre las parejas, brinca por toda lacubierta.

En el camarote, Nefelibata y Job hacen el amor. Eloleaje crece.

*Dos plataformas móviles construyen el barco.El adiós, al momento de partir, debe ser hacia elpúblico. Incluso, un operador de escena podríainvitar a una pareja del público para el baile pos-terior. Nereida podría hacer acrobacias despuésde expeler las burbujas. El oleaje del barco seráimpulsado por los operadores de escena, por mediode largas telas que ondearan de extremo a extremodel barco, rodeándolo.

3.- LA TORMENTA*

El oleaje crece cada vez más. Anochece.

Dentro de su juego, a Nereida le llama la atención laluna y quiere ir por ella. Brinca, se estira paraalcanzarla. La noche agita el océano.

Nereida llega a proa y sube las manos. La luna no sedeja agarrar. Nereida la persigue.

Nefelibata y Job se han quedado dormidos.

Nereida consigue la luna de un gran brinco. Lostripulantes aplauden y ella va pasando la lunaentre ellos, se las avienta y ellos también juegan

con el satélite. El viento comienza a soplar bajolas ropas y chilla en los altos del barco.

El oleaje crece: de pronto, una ola golpea babor y elagua salpica a los que se hallan ahí, Nereidaincluida. Los tripulantes se alarman. La luna ruedaen el suelo y la niña va tras ella. El cielo truena yrelampaguea, todos lo miran. Las olas se hanenfurecido de improviso y suben más que antes.

Job y Nefelibata despiertan sobresaltados y miranhacia el mar. De inmediato van en busca deNereida.

Con el ajetreo de la nave, la luna va de aquí haciaallá y Nereida emprende una carreradesesperada por volver a tomarla. Truena,relampaguea. El viento ha llegado como un golpeseco y hace volar ropas y cabellos. Las oleangolpean la embarcación. De súbito, ha llegadouna poderosa tormenta.

El capitán del barco hace sonar una campana dealarma y todos los tripulantes corren a refugiarse.En el estrépito, Job busca a su hija, quien por finha tomado la luna.

Nefelibata ha quedado petrificada, observando cómouna gran ola se levanta frente a Nereida y a Job.Job abraza a su hija y la quiere conducir hastadonde se halla su madre. Cuando alza la vista,mira la ola gigantesca, recorriendo su terriblecuadrante. Todos los tripulantes la observan.Huyen hacia los botes salvavidas y lanzanquejidos de miedo. Job toma a Nereida yrápidamente se abre paso entre la multitud. Lacampana del capitán sigue sonando.

En la carrera, Nereida pierde la luna y se libra de losbrazos del padre, para recogerla. Job, alarmado,quiere ir tras ella.

La ola golpea la nave y vuelca todo. Se nublan losojos y hay espanto. La campana ha dejado desonar. El barco se parte en dos: de un lado sehallan los tripulantes y Job y Nefelibata; en elotro, Nereida. Las partes del barco se alejan.Llorando, Nefelibata desesperadamente trata deir tras su hija. Pero la tormenta es atroz y el brillode la luna en manos de su hija, pronto desaparece

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en el horizonte. Job llora y clama por ella, perosu voz se pierde entre el rugido del viento y delmar.

*La luna en este cuadro, puede ser un artefactofísico y luminoso. El juego con ésta, puede estaracompañados de múltiples lunas, para realizar unacoreografía grupal que interactúe con el público.

4.-MUERTE DE NEFELIBATA*

Han pasado 20 años. Años de rabia e intenso dolor.Años de espera y soledad. En el corazón de Joby Nefelibata, creció una herida insoportable, largacomo una playa sin nadie.

Nefelibata juega con un barco de juguete en el cualhay montada una pequeña muñeca. Camina. Haenvejecido y está muy débil, la tristeza haconsumido su cordura. Muchos relojes lluevena su paso. Caen, despedazándose en el suelo, osimplemente flotan amenazantes hasta disolverseen el aire.

-Mi niña, mi niña no se ha ido, mi niña siguenavegando -dice.

En otro punto del escenario se encuentra Job,cansado y cabizbajo; está rodeado de mapasamarillentos y gastados. La observa. El tiempopasa entre ellos, les come la carne y los ojos.

Nefelibata sigue caminando. Mira los relojes y abrazala pequeña muñeca. Los relojes tienen rostrosde animales enfurecidos, de animales horrendosque quieren despedazarla.

Job se levanta poco a poco. Nota que Nefelibatacamina directo a una cama que los relojes hanpreparado. Ella sigue jugando con la pequeñamuñeca. Los relojes caen o vuelan como moscasiracundas.

De pronto, el recuerdo de Nereida aparece corriendoentre ellos, riendo.

Job lo mira y quiere asirlo, para que no desaparezca;pero el recuerdo es muy veloz y se disipa, no sinantes besar a Nefelibata en la mejilla y despedirsede Job.

-Mi niña, mi niña no se ha ido, mi niña siguenavegando -dice Nefelibata.

Nefelibata camina hasta la cama, donde los relojesse amontonan. Job trata de detenerla, pero nopuede. Con aspavientos, trata de alejar a losrelojes, pero no es suficiente.

Cuando Nefelibata se acuesta en la cama, los relojesríen macabramente, celebran. Job llega al ladode su esposa.

Lentamente, ella extiende la mano hacia el cielo.Aparece la luna, flotando entre las nubes.

Los relojes le dicen adiós a Nefelibata con la mano.Uno de ellos va girando a su alrededor,desaforadamente. Otro reloj, revuelve los mapasde Job y los lanza al aire, dibuja sus propiosmapas para confundirlo, para que se olvide dehallar a su hija**. El reloj que da vueltas sedetiene. Nefelibata le ofrece a Job el barco dejuguete y la muñeca. Job está a su lado, derodillas. Los relojes la cubren de sombras,apagan la luna. Aparece el recuerdo de Nereida,pero muy lejano. Nefelibata lo mira y le diceadiós con la mano. Se despiden.

Nefelibata muere. Los relojes hacen un cortejofúnebre y se llevan el cadáver. Job queda solo.

* Los relojes pueden ser utilería: espejosmarcados que produzcan un juego de iluminacióncon el escenario y el mismo público, o los mismosactores-bailarines portando máscaras quesimbolicen los estadios de la vida humana a travésdel tiempo (podría tratarse también de mojigangas).

**El momento de los mapas puede ser muysugerente a la hora de aproximarse al público,pidiéndole quizá que modifique el piso escénicocon tiza para dibujar sus propios mapas einteractuar directamente con los operadores de laescena.

5.- DOLOR Y SUEÑO DE JOB

Job ha envejecido completamente solo. En sucorazón hay dolor y furia. Recuerda la guerra.Recuerda la ira y, sobretodo, recuerda el fuego.La imagen de Nefelibata y Nereida loatormentan. Los relojes sobrevuelan su cráneoy hacen avanzar al tiempo, desgastando suvoluntad.

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Una noche, tiene un sueño*: sueña con una gigantescaflota de barcos que navegan en un mar de fuego.Los tripulantes de los barcos son humanoidessombríos, a todas luces pequeños demoniosllenos de enojo. Navegan, como si se tratase deuna carrera, hasta el horizonte. De súbito aparecela luna, la misma luna que Nereida apresó entresus brazos. Es enorme y cae sobre el mar defuego. El mar se apaga, se vuelve cristalino. Losbarcos se disuelven en esa frágil luz. En la lunase refleja el rostro de Nereida.

Nefelibata aparece, emerge del océano.

-Búscala. Busca a nuestra pequeña.

Job, desde aquel sueño, apaga el fuego de su enojo.*En este punto, los operadores de escena

recolectan las barcas del público y las puedencolocar en una pila con agua (que puede ser elmismo espacio escénico, según la concepción deldirector). Nefelibata jugará con los barcos depapel, colocándolos y deslizándolos con unadanza-ofrenda hacia el agua o espacio. Estedispositivo (pila con barcos o barcos en espacioescénico) se mantendrá hasta el final.

6.- BON VOYAGE

Job ha decidido, en el final de su vida, lanzarse almar en la búsqueda de su hija. Contra todopronóstico, contra la edad, contra la razón.Vende todas sus pertenencias y se hace con unaembarcación a la que bautiza como "Nefelibata".Alquila una pequeña habitación en la costa y seprepara para el viaje. Carga un arpón, un arco ylas flechas que tenía clavadas en el cuerpo cuandosalió de la batalla, la muñeca de su esposa, variosmapas y comida.

Parte en una tarde opaca, con el océano en calma;en la orilla nadie le dice adiós.

7.- GAVIOTAS*

Job pesca para poder alimentarse. En altamar, el soles un gigantesco ojo que llora y pinta el agua dedorado. La pequeña barca de Job es un pequeñofantasma que recorre la inmensidad. Él recoge

varios peces con redes y caña. Observa alontananza y ve que la tierra ha desparecido.Solamente el cuerpo del océano lo rodea.

Escucha de pronto un graznido, seguido de un coroestridente que se aproxima hacia él. Levanta lavista y descubre un escuadrón de gaviotashambrientas que lo escudriñan. En la punta de laformación aérea está la gaviota líder: una grancriatura que lanza amenazantes graznidos. Aorden de ésta, las otras se precipitan hacia"Nefelibata", tratando de hacerse con los pecesque Job ha recogido. Algunas roban el pescadocon éxito. Job hace aspavientos para asustarlaspero resulta improductivo. La líder lanza otraorden y vuelven a caer sobre la endeble barca.Job se da cuenta que, de seguir así, se llevarántoda su comida.

Toma el arco y comienza a disparar. Las gaviotas loatacan. Se enfrascan en una batalla feroz. Jobmata algunas gaviotas, pero las otras lo picoteano aprovechan para robar su comida.

Job sabe que si no cae el ave líder, el escuadrón nose romperá. El ave líder intenta atacar a Job.Job dispara y erra varias flechas. En un lancedesesperado, la gaviota despiadada le arrancaun ojo a Job. Se lo traga, burlándose. Las otrasgaviotas la secundan. Job, dolido ydesesperanzado, se ofrece a la gaviota mayor.La gaviota lo observa y se dispone a arrancarleel otro ojo. Sin embargo, se trata de un plan:Job ha tomado, sin que los pájaros se percaten,una flecha que esconde tras el brazo extendido.Cuando la gaviota mayor se lanza velozmentehacia él, Job asesta un golpe en el ala del animaly la arranca. La gaviota da unas piruetasdescontroladas en el aire antes de estrellarse elmar. La parvada mira la escena con terror. Jobtoma el arco y las flechas y les dispara.Atolondradas y cobardes, las gaviotas huyen yse pierden en dirección al sol.

*Podrían ser las gaviotas marionetascontroladas con varas por los operadores en loszancos.

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8.- LA BOCA DE DIOS

Job ha estado mucho tiempo en altamar. Rema, pesca,se baña en las aguas, afila huesos de pez comoflechas. Las noches en el océano llenan sucorazón de espanto: la boca de dios se abre yno se cierra nunca. A su alrededor, enormesmantarrayas desfilan en silencio. Ballenas de pielgris permiten que suba a su lomo; tortugasamigables tocan percusiones con su caparazón,para animarlo. De vez en cuando tiene quesortear olas grandes, lluvia y rayos que caencerca de "Nefelibata". La boca de dios ruge,amenaza al mundo terrestre, retumba hastaquebrar las nubes.

9.- KRAKEN

Una noche, Job despierta por la agitación de la barca.Se incorpora y mira que en el cielo no hay luz, laluna ha desparecido. Las olas están furiosas. Hayuna presencia grandiosa bajo la precariaembarcación. Job mira hacia el agua, pero todoes oscuridad.

Un tentáculo sale del agua, produciendo unescándalo momentáneo. Job lo mira con espantoy de inmediato toma el arco. Otro tentáculo saledel agua y una luz irradia la barca: tiene apresadala luna. Job lo mira con sorpresa y, alarmado,desea recuperar la luna, porque es lo único quelo puede guiar hacia Nereida.

Dispara varias flechas a los tentáculos pero éstospermanecen indemnes. Varios tentáculos salendel agua y golpean la barca. El cráneo del Krakenemerge y chilla. La criatura azota sus tentáculoscontra la barca. Job dispara las flechas pero nadalo daña. El Kraken abre sus fauces y engulle laluna. Job, desesperado, toma el arpón. Seenfrasca en una batalla contra el Kraken, queparece invencible. El monstruo golpea a Job ylo trata de ahogar, sujetándolo con uno de sustentáculos. Job no se da por vencido y lucha.

Bajo el agua, siente su cuerpo menguar ante la fuerzabrutal del Kraken. Piensa en Nereida, su hija.Piensa en su esposa y en la promesa que no

podrá cumplir. Abandonará el mundo solo,apresado por un monstruo, el monstruo lleno deodio y hambre. Job puede ver el débil brillo dela luna en el estómago de la bestia. Extiende lamano para alcanzarlo pero es inútil.

Todo ha acabado para Job.

La voz de Nereida se oye de lejos, como en unsueño. No se sabe lo que dice, pero Job la oye.Mira el brillo de la luna. Bajo el agua, el mundose disuelve. Su memoria se apaga lentamente.

Una mano toma la de Job en la oscuridad. Él se aferraa ella y logra escapar del tentáculo del monstruo.Sale a flote. No hay rastro de nadie más. Jobsube a la barca y coge el arpón. No se dará porvencido. El Kraken abre otra vez su pico, gruñe.Job lanza el arpón con todas sus fuerzas,clavándolo en el corazón de la bestia. El Krakense queja y lanza alaridos espantosos que aturdena todas las criaturas marinas. Por el dolor, vomitala luna. Entre estertores y sombras, se hunde enel agua.

Job, exhausto, cae en la barca.

10.- SIRENAS*

Fueron las sirenas quienes auxiliaron a Job en su luchacontra la bestia. Una de ellas ha tomado la lunay la limpia; la va pasando a todas las demás paracurarla. Rodean la barca y cantan, para velar elsueño de Job.

Él despierta y oye el canto. Mira alrededor y descubrea las sirenas jugando y cantando. Las sirenas ledan la bienvenida y lo invitan a acompañarlas.Una de las sirenas, tiene las lágrimas de Nereida,guardadas en una vasija. La abre un poco y lasburbujas flotan hacia Job; el hombre les enseñala muñeca de Nefelibata, en forma de su hija, ylas sirenas, animadas, reconocen la figura. Jobsonríe y las sigue.

Navegan muy lejos, hasta una isla.*Las sirenas están pensadas para ser actores

en bicicletas que puedan realizar acrobacia.

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11.- NEREIDA NO ESTÁ

Al llegar a la isla, las sirenas le entregan la vasija aJob, con las lágrimas de Nereida. Él se despidede ellas y camina por la arena. Abre la vasija ylas lágrimas de Nereida vuelan, indicando uncamino. Job lo sigue. Animado, lleno de alegríay sorpresa, se deshace en llanto: sabe que está apunto de ver a su hija.

El camino de las lágrimas de Nereida, termina en uncofre. Job no ve a Nereida por ningún lado.Abre el cofre y descubre el vestido de su hija yuna botella, con varias hojas de papel adentro*.Junto al cofre, una sirena ha dejado la luna. Jobdesenvuelve las hojas y mira que son dibujosque representan las aventuras de Nereida enaltamar: desde su pérdida hasta la construcciónde una balsa para regresar a casa.

Job llora. Nereida aún está en algún lugar, en elocéano, quizá perdida, quizá muerta. Job tomael vestido y los dibujos. En silencio llora. Suesperanza termina.

*Los dibujos pueden mostrarse en gran formatopor los operadores escénicos, para que el públicolos vea. En ellos, se representan diversos episodiosde la aventura de Nereida, incluidos los que elmismo Job vive: las gaviotas, las tormentas, lasballenas, las mantarrayas, las tortugas, escapardel Kraken y las sirenas. Los dibujos estánrealizados por Nereida niña y es vital que tenganesa estética.

12.- RETORNO

Job ha quedado desolado. Piensa en quedarse, piensaen matarse, piensa en irse. Decide regresar acasa, para llevarle a Nefelibata la luna, el vestidode Nereida y los dibujos. El viaje a casa es gris,sin aventura.

13.- ENCUENTRO

Lo primero que hace Job al desembarcar en la orillade su país, es admirar la tierra que hay. Pareceque el mundo sigue igual, girando sin inmutarsepor las pequeñas tragedias de los hombres quesueñan.

Camina hasta el cementerio, donde se halla enterradaNefelibata, para ofrecerle sus últimos regalos.Varias flores han crecido sobre la tierra que cubreel ataúd.

Job coloca las cosas junto a la lápida. La admira, lecuenta sobre sus aventuras en el mar. Al final, sedespide y comienza a caminar.

Una mujer ha visto la escena desde lejos. Es Nereida.Cuando Job se da la vuelta, ella se acerca a latumba, toma la luna y la arroja hacia él.

Job mira la luna rodar a un lado suyo. Se vuelve paradescubrir qué pasa y descubre a Nereida, yauna mujer adulta, sonriendo junto a la tumba deNefelibata.

Job no cree que sea real. Cree que es un espejismo.El mismo espejismo que vio cuando se acercabaa la orilla del mar, luego de la guerra. Job no dacrédito a lo que ven sus ojos. Nereida seaproxima a su anciano padre y sonríe. Recogela luna y se la entrega. Lo abraza. Job la recibeen sus brazos, lleno de alegría.

14.- UN LUGAR

Nereida y Job colocan la luna en el cielo.

Nefelibata los mira desde el mar. La acompañan lassirenas. Una de las sirenas, carga un dibujo deNereida con un mensaje:

"AÚN NO LE DIGAS ADIÓS"

El espíritu de Nefelibata ríe.

Al final, los tres se encuentran en un lugar, lejos de lamemoria y el tiempo, un lugar donde solamentese escucha el tumbo de las olas y las palabrassobran.

Se le invita al público a unirse a unacelebración, como ocurre al principio, con lostambores, y a conocer el dispositivo de la obra,desde los zancos, la música, las marionetas, lasmojigangas, los actores, las burbujas (que puedenregalarse entre los niños) y a escribir en barcos depapel sus impresiones del evento escénico.

FIN DE BON VOYAGE, NEFELIBATA

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as miradas de ambos personajes poseenuna extraordinaria peculiaridad. Tienen

hondura y discernimiento. Los dos catan suspropios espectros en el espejo de la córnea delotro. Así que no encuentran dificultad algunaen mirar y juzgar la realidad con sus propiosojos como con los del otro. En los tiempos dela confrontación, cuando a uno le apresuraconocer la veracidad en el otro, le es suficienteasomarse al borde de su rostro para mirarleadentro de sus ojos café-oscuros, comobuscando en cada parpadeo los signos de supropio corazón. Las miradas.

Por las mañanas, se levantan muy tempranopara asistir a la faena. Están uniformados consus utillajes de trabajo. Se encaminan a la parteexterior de su vivienda, se miran a los ojos poren sincronía, y se preguntan con recriminaciónestoica para sus adentros si es justo permitirque su camarada tenga que hacer lo mismotodos los días. Entonces, sin mencionar ni unapalabra, se les ve mover sus labios por unoscuantos segundos en la continuación de susdiálogos interiores. "Lo que hay que hacer paragarantizarle a la familia el bocado del día",dicen los dos al mismo tiempo y en una armoníadigna de fijarlo en las notas musicales de lapartitura del afecto.

Salen de casa y, a una relativa distancia de laentrada, aún se mira a una mujer que seacomoda el cabello que le cae como mechonesde brocha en su frente triangulada; también amás de tres infantes que guindan dormitantesy enmarañados de una hamaca a huecos ydecolorada. El adiós de las mañanas.

La bicicleta es su transporte preferente ydeterminado. Salen de su casa, y por un instantese escrutan las miradas y, de pronto, antes desufrir el sacrificio del otro —dejarle ir sólo—los dos toman de prisa las posiciones del con-ductor y del pasajero en la bicicleta de tipoturista.

El conductor, siempre sujetando con una desus manos las gazas del morral de las empanadasde queso, o de las pepitas fritas y tostadas, con-tra el manubrio. Al de la parrilla normalmentele toca sostener el termo con la pócima depozole dentro, en forma de pelota o, a veces,sólo con agua y azúcar para batir algún brebajeuna vez llegados a la parcela familiar. La bici-cleta.

La ruta que recorren es inalterablemente lamisma cada día. Primero, al salir del hogar, unavez montados en el vehículo de dos ruedas,toman la dirección de la derecha; luego, al fi-nal de unos cientos de metros, giran de nuevoen torno de la derecha. Esta vez, pedalean unostres o cuatro kilómetros y, a esa distancia, seles ve voltear por tercera vez hacia la mismaorientación hasta que después de unos doskilómetros rompen la tendencia del caminocontoneando hacia la izquierda y, entonces,logran entrar por un camino blanco con la figurade una culebra por sus innumerables hélices.

Es ese el pasaje que los llevará de la manopara perderlos en su hacienda. En ella desapa-recen por largas horas, sumergidos en el deliriode esos matorrales, esas dos almas devotas desí mismas, el padre y el hijo —al final de latarde, cuando ya se disponen abandonar el

El inventario de los pasajerosOveth Hernández Sánchez

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terreno, el viaje de regreso es con exactitud elmismo, sólo se revierten los giros. La ruta.

El montículo que les da la bienvenida previoa la parcela tiene también su excentricidad. Untanto antes de llegar a la propiedad, seencuentran con una loma que se extiende a lolargo de esta parcela. Se establece frente alpredio como de un metro de altura aproximado,y como por seis de ancho y unos cien de ex-tenso. Hace muchos años, en el salinato,PEMEX les perforó todo el canto de su finca,"porque como aquí cae la línea de nuestrasexploraciones, tenemos que cavar todo estelado", le dijo el ingeniero al padre en eseentonces; "nuestros gasoductos son seguros,inoxidables, incontaminables", terminaba aquelal tiempo que sacaba de su tablón de notas undocumento que hacía a este iletrado campesinoacreededor de una "Indemnización por conta-minación de tierras en trabajos de PEMEXExploración y Producción" y que por lo tanto,debía leer y firmar.

El otro pasajero era muy pequeño y, por suparte, inocentemente observaba sentado desdeun tronco seco de cedro al hombre del cascoblanco y vestido de pantalones caqui y decamiseta gruesa tipo chaleco con el logotipode PEMEX a la altura del pecho izquierdo, yavistaba cómo este zumbón iniciaba el juegodel gato con su padre; le recordaba a su tío,quien siempre era el que abría el famoso juegoadelantándose a dibujar una equis en el centroy, así, terminaba sagazmente rematanto a todos.

Consecuentemente, todos los días, el padrey el hijo, en la mañana que abandonan a laesposa y madre de cuatro hijos, todos los días,montados en la bicicleta cortan este montículoen un revuelo de chancleteo y de rudo pedaleo.Es, de hecho, el último jaloneo para lograrsubirlo y bajar de un golpe exquisito, sin

requerir de un impulso más, pues contiguo aldescenso —que inspira unos quejidos al chofer,y unas risotadas al pasajero—, en la mera faldade repecho, se crea una fuerza de gravedad queles basta para recuperar la velocidad disminuidapor el impulso de la subida e internarse en eserecinto bucólico. El montículo.

Las dos ciudades contempladas desde el airees otra gran sensación. Además del sobresaltode la subida de la loma, hay otros efectos quepor lo general experimenta más el hijo por seréste de carácter alborozado y, además, porquees quien más toma la posición del pasajero.Precisamente, a menos de un kilómetro dedistancia de la heredad específica, se erige esaciudad amurallada de medio kilómetro dediámetro aproximado, con la forma de uncírculo. Este emporio aún existe, es conocidodesde años atrás como la "Batería Norte", quees la sobredicha Planta de Separación de crudode PEMEX, ubicada a la orilla de la carreteraCárdenas-La Venta, en Tabasco.

Mágicamente, cada vez que el padre sube elcerro, ya conquistado el centro de la loma, elhijo, en medio de esos efectos de suspenso,torna su mirada entre risas e inflexiones haciala izquierda para examinar de reflejo, en unsegundo y en la misma conmoción, el interiorde esas murallas del oro negro. En ese primerode dos segundos de conquista en el altozano,advierte mejor los grandes barriles de alma-cenaje, mega gasoductos, oleoductos, edifi-cios y otros indicios de actividades petrolerasde primer mundo.

Entonces, es aquí que en el segundo dos,justo antes de que la rueda delantera comiencea encaramarse en la rampa para el porrazodescendente, su mirada se repone de golpazohacia el frente para contemplar las copasendebles de los árboles frutales, los troncos

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pelados de árboles fenecidos por inoculaciónde raíz, algunas matas de naranjas con frutosdesproporcionados, y otros entreclaros demilpas macilentas recién brotadas en su prado

familiar, esta otra ciudad amurallada haciadonde con fuerza y gran velocidad los arroja labicicleta. Las dos ciudades.

EsquizofreniaHéctor Sánchez

Esa tarde Alberto sufrió un ataque de esquizofrenia. Sentado en su sala, pudo vercómo su hijo se transformaba en un extraño ser diabólico. Se levantó del sofá,caminó a hurtadillas, escurriéndose hasta la cocina, y tomó el cuchillo de cortarcarne. Observó el estado de la hoja y el balance del mango de forma tan metódicaque pocas personas podrían afirmar que estaba "loco". Arrancó una hoja de calendarioy probó el filo en ella, con un solo rose la partió en dos, la suerte de su hijo estabaechada.

Regresó a la sala sobre la punta de sus pies y se agazapó detrás del sillón en elque yacía su víctima. Embriagado de adrenalina se incorporó y extendió su brazohacía la cabeza del pequeño, lo levantó tirando de sus cabellos y dejó su cuello aldescubierto. Descargo el cuchillo sobre la garganta, bastó un solo tajo para versecubierto por una lluvia roja y espesa. Arrojó el cuerpo al suelo, se acercó para ver lacara inerte del pequeño y en sus ojos aún abiertos vio su reflejo, se vio a sí mismosonriendo, desnudo y bañado en sangre. Entonces vino el escalofrío, el mareo, laconfusión, y luego la paz, la inefable paz. Muchas veces lo había asesinado, muchasveces había visto aquella horripilante escena, es increíble que el cuchillo aún tuvierafilo.

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ELECCIONES

-—Me cogen muchas veces todos los días, nonecesito votar. —Contestó. Dio otra fumada alcigarro, se acomodó el vestido y se alejó sonriendoal conductor del auto del partido que pasaba lento.

LEY SECA

Los evangélicos que tocaron a mi puerta dijeron: noolvides que Jesús es tu amigo. Yo tenía un vaso deagua en la mano y la respuesta.

EL DINOSAURIO.

Esperó a su lado por cien años, luego le dio un beso.

INSECTO.

Al despertar una mañana, después de un sueñointranquilo, me encontré en mi cama convertido enGregorio Samsa.

LA "SELFIE" DE DORIAN GRAY.

Publicó su foto en Instagram y se dispuso a observarel paso del tiempo.

PINTANDO LIBERTADES

La brocha siempre ha sido mi llave. Elijo la adecuada,la cargo un poco. Una línea, un brochazo. Otro color.Una línea más por aquí. Mantener el equilibrio en elbrillo. Está mejor. Guardo las brochas, me miro en elespejo, sonrío por última vez y me lavo la cara antesque regrese mi esposa.

SALAS DE ESPERA

El psiquiátrico es el único hospital en el que nadieplatica de sus padecimientos en los pasillos, mientrasesperamos a ser atendidos.

MicroficcionesRoberto Cardozo

ÚLTIMA CANCIÓN DE CUNA.

Para el niño de sexto grado que va a soñar con sumaestra mientras se acerca la fecha de despedirsede ella. Esta noche le dará un beso.

DESPERTAR.

El niño de sexto despertó sonriendo al recordar eldulce beso que le dio a la maestra en sus sueños. Elniño de sexto grado despertó siendo hombre

GRADUACIÓN.

El niño de sexto ha conocido la impunidad de lossueños. Anoche besó a su vecina, descansó en suspechos y se hundió entre sus piernas.

PREMATURA AUSENCIA

Ella llegó corriendo, abriéndose paso entre la gente.De él quedaban varias colillas y el cigarro a mediofumar.

DECIR ADIÓS.

Se dió cuenta que la amaba, que aún no llegaba elfinal, que no la dejaría ir, que nada ni nadie los podríaseparar, que no dejaría que el frío se interpusiera entreellos. En el cementerio hay una tumba vacía. En suhabitación se siguen escribiendo historias de amor.

VERSIONES DEL AMOR

El 00 es el 69 en la versión de Botero.

CAMINANDO A CASA

Tengo la prisa de un caracol que corre bajo la lluvia.

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ADIÓS

Cuando agitas la mano para decir adiós, estásborrando los recuerdos.

PATEAR LA PARED

Hasta que el dulce abrazo nos seduzca y dejemos elmundo en un rítmico vaivén.

INFELIZ MORTAL

Que me dejen sitio en el infierno, y basta.

AFTERSEX

- ¿Estás muerto?

- Sólo un poco.

TESTIGO

El asesino actuó antes de lo pensado y la víctima nopudo terminar de escribir estas lín

APARENTE CALMA.

Despiertas y recuerdas que la Tierra avanza a 1 600km/h alrededor del Sol que a su vez viaja a 70 000km/h a través del espacio. Pero es domingo y tuhamaca sigue en calma, en aparente calma.

ARTSEXANO

El sexo es como la orfebrería, mucho calor y losgolpes adecuados para tener una obra de arte.

PROFESIONALISMO

Era un muñeco de ventrílocuo muy profesional,ensayaba sus líneas mientras descansaba en la maleta.

MICKEY MOUSE

Lo que le dolió fue que nadie pudo ver su sonrisabajo la botarga mientras disparaba contra la genteen el parque de diversiones.

BITÁCORA DE LA REVOLUCIÓN

Esto de la revolución en los tiempos actuales es difícil,quiero ser un activista importante pero no me alcanzapara comprar una Mac y en Coppel no las venden.

DESPERTAR JUNTOS

Ambos habían tenido el mismo sueño. Él despertóasustado, ella despertó haciendo planes.

ALZHEIMER

El suicida sostenía la pistola sin recordar si la habíadisparado.

COMUNIÓN

-Polvo somos y en polvo nos convertiremos. -Repetía mecánicamente.Su mirada fija en la eternidadde la pared mientras preparaba otra raya de coca.

HIPNOSIS

Cuando comiences a leer esto, no podrás detenertehasta terminar. Es mi poder hipnótico.

TÍTULO

Cómo ser suicida exitoso y no morir en el intento.

ESCAPE FALLIDO

Aprovechando un descuido, salió corriendo, paraescapar. Estaba a punto de lograrlo, cuando el niñoregresó a continuar leyendo el libro que había dejadoabierto.

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os actos más íntimos y, en ocasiones,miserables del ser humano, se realizan en

el cuarto de baño. En la perfecta metáfora dela vida se desarrollan muchas historias, comocuando jalamos la palanca para que se lleve algomás que nuestros desechos orgánicos o lecontamos al espejo nuestras tristezas mientrasintentamos ocultarlas con un poco de gel parael cabello o maquillaje. Un cuarto de baño esreflejo de nuestra vida, no hay más. Fumamos,lloramos, reímos, hablamos por teléfono en elcuarto de baño. Vemos cómo se funde el focoo se echa a perder la regadera mientras en lafamilia también se van fundiendo focos y losdesechos no se van por el excusado.

En el bañoencontramos a tres mujeres, todasenfermas de soledad. Catalina es una madresoltera que ha confesado tener miedo deNicoleta, su hija menor. "Me da miedo cuandome mira fijamente, se parece tanto a mí",confiesa ante Natalikova, su primogénita, quienlucha por mediar entre su madre y su hermanamenor. Catalina está obsesionada con laperfección del cuerpo, con el qué dirán, quizápor el hecho de culpar a sus hijas de la pérdidade su libertad. Poco a poco vemos cómo seconsume de soledad perdiendo a sus hijas y ala única familia que le quedaba fuera de la casa.

Natalikova también sufre, aunque debedemostrar fortaleza ante su madre y suhermana. Debe ser fuerte pero a la vez intentacomprender a ambas, por lo que siente quepierde su identidad. Por momentos hija, sepone del lado de Nicoleta, a quien no logracomprender del todo; en otros momentos

asume el rol de madre ante su hermana y vemoscómo se van repitiendo los patrones de lospadres en los hijos.

Nicoleta no tiene edad aparente, pero sí unavisión muy devastadora del mundo, de sumundo que aún no se termina de construir y yase derrumba. Tiene una versión del cuento delpatito feoen voz de su madre que le taladra elpensamiento y el corazón: nunca encontró asu familia. Ella también busca a su familia y asu patito de hule. De manera dramática vemoscómo se va quedando cada día más sola tanfrágil como un copo de nieve, tan fría, tanefímera. Se derrite lentamente, lágrima alágrima, en cada súplica. Si tan sólo fuera uncopo de nieve, su mamá y su hermana sedetendrían a mirar cómo cae lentamente hastadesaparecer.

Al final llega el agua, limpia, sanadora, viva.Llega el agua y el patito feo encuentra sudestino. El copo de nieve se ha desvanecido ynadie en la casa se detuvo a ver su caída.

"Autopsia a un copo de nieve" es una disec-ción de la tragedia familiar cotidiana. Estashistorias las encontramos cada día más cerca-nas a nosotros y nos conmueven. Una obra enla que los actores llevan de la mano alespectador por un viaje al interior de lossentimientos. Una obra que desgasta psicoló-gicamente por su realismo y su vigencia. Esuna denuncia contra la violencia psicológicaque sufren los niños en el afán de sus padresde buscar la perfección en ellos. Una formade violencia que no tiene efectos aparentes en

De Autopsia a un copo de nieve

Roberto Cardozo

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los que la inocencia de los niños se veinterrumpida. Una espiral de decadencia quehay que romper. Una espiral en la que lossilencios se van quedando en el ambiente ysiguen sonando porque nuestros personajes sealejan a cada diálogo. También la música nosabre las puertas a estos ambientes que vangenerando densidad, como esa bruma que queda

en el cuarto de baño entre los vapores de laducha y los olores propios del lugar.

De Luis Santillán, Premio Nacional Obra deTeatro de Mexicali 2005, "Autopsia a un copode nieve" es una obra que hay que ver paradisfrutar y reflexionar.

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La infancia es un privilegio de la vejez. No sé por qué la

recuerdo actualmente con más claridad que nunca.

Mario Benedetti

Cuando era pequeña guardaba mis tesoros enuna lonchera de color rojo que tenía una gran estampade flores amarillas, dentro estaban los vidrios pulidosde colores que había recogido en la playa de Caletaen algunas vacaciones decembrinas, la ropitapreferida de mi Barbie Hawaiana, una cintilla brillosaque usaba en mi frente, un librito de cuentitos clásicosque mi abuela me había regalado, un paquetecompleto de FutiGom de sabor plátano (porque megustaba cómo olía), unos discos del View Master delos Picapiedra y varias muñequitas de papel que vestíay ponía a la moda a mi antojo. Por esa razón,cuandoveo a mis sobrinos jugar en sus casas, quiero imaginarqué esconden o a qué le llaman tesoros, pero pormás que los he seguido y hasta algunas veces le hesobornado con un chicle bomba o una de esas paletasde múltiples capas de picosito, nada, dicen que notienen y se van lo más rápido posible desenvolviendosu dulce y metiéndolo a su boca antes de que yo mearrepienta. Y me doy cuenta de que no esconden sutesoro porque lo llevan entre sus manos: un celular ouna tableta.

En las tardes que salía al patio de losdepartamentos en los que vivíamos me reunía conotras amiguitas e inventábamos que nuestras muñecashablaban o íbamos al patio trasero e imaginábamosque encontraríamos un mapa y si encontrábamos un

bicho o una telaraña, alguien gritaba y hacía quesaliéramos despavoridas creyendo que nos comeríaa todas, luego ya entre risas y sofocos volvíamos aplanear si jugar a los encantados, amo ato o de planoel clásico stop, el cual para nada veía bélico al decir:Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo quees… y nombrábamos un país y creo que ni siquierapodíamos ubicarlo en el mapamundi. Perojuagábamos, nos conocíamos, nos raspábamos lasrodillas y hasta uno que otro corajillo cuando alguienganaba o perdía según el juego.

Entiendo que todas las generaciones vancambiando y que uno añora el tiempo en que unocreció, además, no estoy en desacuerdo en que usenla tecnología, al contrario, creo que ésta les brindaalgunas habilidades, lo que me preocupa es suconstante interés en lo material o más bien, en locostoso o superficial, dejan de lado el poder de suimaginación para sentirse plenos con pequeñas cosas,insignificantes cosas… creo que me pongo un tantosentimental.

Paul Auster en su libro La invención de laSoledad dice que "Los objetos son inertes y sólo

Incipit

por Blanca Vázquez

Melancolía Marca Diablo

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tienen significado en función de la vida que losemplea." Sé que mis sobrinos pueden ver las tazasde la cocina, los cuadros viejos de los abuelos, elálbum de fotos que le ponían esquinitas doradas encada imagen y hasta los discos de acetato que aúnrondan en la casa. Pero qué significarán para elloscuando crezcan si nosotros no les contamos o loshacemos también parte de ese espacio en el que viveny conviven. Los objetos parecen simples cosas pero

cuando nosotros los significamos pueden llenarnosla tarde de risa o de una melancolía marca diablo,pero qué es sino eso la vida, la significancia de ser enotros y con otros, compartir.

Mientras escribo esto vienen a mi mente unmontón de olores, sabores y sentimientos cuandorecuerdo mi infancia, dicen que quien revive suinfancia se vuelve un poco más sabio.

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Quien profiera una respuesta definitoria a estapregunta, miente. A lo largo de la historia de la literaturaencontraremos ejemplos canónicosde poesía quecontradirá cualquier definición. Los poemas satíricosde Quevedo,Caviedes o Carreto contradicen lasdefiniciones que limitan a la poesía a los temas ytratamientos serios. Mucho de Neruda y Tirso yCalderón contradicen a quienes afirman que la poesíano puede ser didáctica. Los concretistas brasileñosdan al traste con el dogma de que que la poesía tieneque escribirse versos o palabras...

Peca de parcial eltallerista que insiste en elconcepto de los formalistas rusos de la poesía comoextrañamiento del lenguaje, o en la idea decimonónicadel "arte por el arte" sin elementos morales ni utilitarios,o con el dogma huidobriano de que debe contenermetáforas y que además deben ser creadas (noprovenir de la naturaleza) y que debe excluir juegosde palabras (estaría idiota el maestrísimo Huidobro).Bien dice Monterroso-este sí, lúcido y genial-, en sudecálogo, que "en literatura no hay nada escrito". Detodo se vale si uno lo hace funcionar.

El concepto de poesía -o de buena poesía, si sequiere- es cambiante y subjetivo. El mejor ejemplo deesto lo pone García Márquez: En El amor en lostiempos del cólera, un inmigrante chino gana los fuegosflorales de Cartagena con un soneto hermoso y per-fecto. Todos piensan que se trata de un fraudeporque,en la opinión popular, un soneto tan bueno no podíahaber sido escrito por un chino. Varias décadasdespués, tras el fallecimiento del poeta chino, unperiódico reproduce el soneto con una nota explicativa

del suceso y "el soneto le pareció tan malo a la nuevageneración, que ya nadie puso en duda que en realidadfuera escrito por el chino muerto".

Entre los vicios fosilizados en el común de lostalleres literarios está el de la concepción del poetacomo alguien que o tiene talento o no lo tiene; y que sino lo tiene no lo tuvo y punto; está condenado aestrellarse eternamente cada vez que intenteaproximarse al ejercicio de la escritura. Yo soy másde la idea del chef Gusteau (en Ratatouille) para quientodos pueden cocinar "butonlythefearless can begreat".

Decido inaugurar esta columna en delatripa.narrativa y algo más con este"algo más" sobre poesía,considerando que hay que dejar atrás nocionesdefinitorias de tipo vertebral, y aceptar más bien, yodiría, las de tipocostillar, dando cabida a opcionesdiferentes que conformen un tórax heterogéneo decreatividad literaria. Y que nadie piense que ser poetao leer poesía lo hará mejor persona. La poesíahumaniza,ciertamente, pero quien sea un hijo de lachingada no dejará de serlo ni lo será menos porquelea o escriba poesía. Pero ésta ya es materia de otraentrega.

Costillar literario

¿Y qué chingados es la poesía?

por Fernando De la Cruz

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delatripa: narrativa y algo más

Nos vemos en el slam

Los declamadores

Además de las presentaciones literarias de laSecretaría de la Cultura y las Artes del estado deYucatán (Sedeculta) y las actividades deldesaparecido taller de la Catarsis Literaria elDrenaje, en lo que va del año, tuve la oportunidadde participar en un par de eventos donde los versos,modulación de voz, utilización de objetos y expresióncorporal dieron vida a un tipo de declamación querefuerza el sentido experimental del género poéticocomo parte de su evolución.

Las actividades fueron el V Encuentro deEscritores Independientes con Arena en la Laringe yla presentación del primer número del fanzine "Elpoeta de las duchas", ambas registraron una nutridaparticipación de jóvenes y pos-jóvenes (entiéndasearriba de los 30 años) que descargaron en losrespectivos escenarios una creatividad poética conestilo y personalidad… aunque no se descarta lapicazón del lugar común.

Mi participación en el taller de la Catarsis,desde sus inicios en los salones del Instituto de laJuventud de Yucatán (hoy Secretaría) hasta su últimasede en el segundo piso de la Biblioteca Central"Manuel Cepeda Pereza" me dio a entender en sumatotalidad que puedo escribir textos buenos o malos,así críticas bien centradas o pésimas, por lo queespero que el siguiente planteamiento motive unainvitación a tomar las chevas.

Los poetas en el movimiento de ese tipo dedeclamación llevan al poema más allá del teclado, latinta o el carboncillo, la escritura es solo la primera

etapa de camino por donde va e texto. Establecidoslos versos, trabajados o no, va hacia el público conel respectivo performance que exhibe a su creadorcomo un ser expresivo, liberado de cualquier rigidezamenazante a su cuerpo o voz.

Tras la última palabra, los aplausos sonarándesde todas las manos, pero… ¿A qué le aplauden?¿Al texto en seco? ¿Texto bien pronunciado? ¿Textobien escrito, pronunciado y expresivo? ¿Texto bienescrito, pronunciado, expresivo y apoyado en todossus rincones por algunos objetos?

La declamación, cual sea su espacio paranacer, puede encontrarse con oídos y ojos de unpúblico cautivo (integrado por los conocedores dela poesía en todos sus ámbitos) y una asistencia denulo interés literarios, pero ofrece el apoyo moralcon todo corazón. Entonces ¿A cuál público sacamoscon su gusto?

Decir a ellos, los conocedores. O aquellos,porque mi poesía es para todo el pueblo. Es para míuna irresponsabilidad en la oportunidad deexperimentación en la que puede ser creado elgénero. La presentación va para todos y esto debeobligar a los poetas a ejercer un trabajo creativo quedesprenda una originalidad evolutiva que en sumomento encuentre casa en las futuras tecnologías.

A lo escrito, darle la tallereada personal o grupalnecesaria en búsqueda de versos inéditos o comunespero que crean un texto de los buenos. La voz, conmegáfono o no, sea un potencial latido, no ruidoso,armónico. La expresión corporal no parezca picazón

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por Mario Pineda Quintal

delatripa: narrativa y algo más

de hormiga en todo el cuerpo, sino los movimientosde un nuevo ser. Los objetos, solo aquellos que denel soporte artístico, no la ridiculez.

Mucha responsabilidad y no de la buena, laobligada. Compañeros de este movimientodeclámativo siguen con la revolución de arrancar ala poesía de la mesa con el moderador, los dospresentadores y el autor, no caigan en el autoritarismode decir está es "la verdadera presentación, la otra

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el viejo sistema negándose a morir". Demuestren queesa presentación es una opción para seguir disfrutandoel género cuando no se lee.

No se descarte, en un futuro, en la sección depoesía de las liberarías aparezca una tabletaelectrónica modificada para ser únicamente utilizadaen el disfrute visual y auditivo de unos poemasoriginalmente declamados.