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7 CUENTOS INFANTILES CLÁSICOS Todos Tus Cuentos Infantiles Preferidos Blanca Nieves Rapunzel La Cenicienta Caperucita Roja Hansel y Gretel Purgarcito La Bella Durmiente Hansel y Gretel

7 CUENTOS INFANTILES CLÁSICOS · que permaneciese con ellos en su cabaña y ... en su vida que veía a un hombre. ... joven cuidaría de ella mucho mejor de lo que lo había hecho

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7 CUENTOS

INFANTILES

CLÁSICOS Todos Tus Cuentos Infantiles Preferidos

Blanca Nieves

Rapunzel

La Cenicienta

Caperucita Roja

Hansel y Gretel

Purgarcito

La Bella

Durmiente

Hansel y Gretel

TABLA DE CONTENIDO

Blanca Nieves ............................................................................................................................................ 3

Rapunzel .................................................................................................................................................... 6

La Cenicienta ............................................................................................................................................ 11

Caperucita Roja ....................................................................................................................................... 14

Hansel y Gretel ......................................................................................................................................... 17

Los Tres Cerditos ..................................................................................................................................... 20

La Bella Durmiente.................................................................................................................................. 22

BLANCA NIEVES

En un remoto lugar vivía una hermosa y joven princesa a la que todos conocían por Blancanieves, por

la tez pálida de su piel. Vivía con su malvada madrastra, la reina, que era una persona soberbia y

engreída.

La reina poseía un espejo mágico que la contestaba con sinceridad siempre a lo que quería saber. La

vanidad la cegaba y sólo preguntaba por la grandeza de su hermosura, a lo que éste respondía:

Sin duda alguna, mi reina, tú eres la más bella de todas las mujeres.

Pasado algún tiempo, un buen día, la madrastra interrogó como siempre a su sincero espejito mágico:

Dime, querido espejo, ¿quién crees que es la más guapa de todo el reino?

A lo que esta vez el espejito respondió:

Sin duda alguna, mi reina, Blancanieves es la más bella.

Fue entonces cuando el odio inundó el corazón de la malvada madrastra, que llevada por la furia de

sus celos, mandó llamar a un cazador, y le dijo:

Quiero que vayas con Blancanieves a lo más profundo del bosque. Cuando estéis completamente

solos, deberás matarla. Y para demostrarme que has cumplido con tu cometido, quiero que me

entregues su corazón dentro de este cofre.

Una vez que el desgraciado cazador se adentró entre los árboles comenzó a sentir pena por la pobre

princesa. Enfadado por haber recibido tal mandato, decidió dejar huir a la hermosa chica y reemplazó

su corazón por el de un puerco salvaje.

Blancanieves que nunca se había sentido tan sola, lloró asustada. Estuvo toda la noche andando

entre sollozos, hasta que salió el sol. Entonces encontró entre los árboles un llano donde se situaba

una bonita cabaña.

Se adentró sin pensarlo. Todo el mobiliario era diminuto y, encima de la mesa, reposaban siete

platitos y siete pequeños tenedores. Siguió mirando y llego a la habitación, donde se encontró con

siete camitas. Blancanieves, exhausta por todo lo ocurrido durante la noche, dispuso juntas todas las

literas y seguidamente cayó en un profundo sueño.

Horas después aparecieron los propietarios de la cabaña: siete enanitos que venían de una dura

jornada de trabajo en la mina. Cuando la encontraron se sorprendieron mucho de ver a la joven en su

habitación.

Así que Blancanieves se vio forzada a relatar su triste noche. Entonces los siete rogaron a la princesa

que permaneciese con ellos en su cabaña y todos se alegraron ante la idea de vivir juntos.

Pero no muy lejos, en el palacio de la madrastra, el espejo volvía a responder:

Dime, querido espejo, ¿quién crees que es la más guapa de todo el reino?

Sin duda alguna Blancanieves lo sigue siendo, la joven que vive en la cabaña de los enanitos...

La madrastra, cruel y rencorosa, decidió transformarse en una bondadosa anciana y caminó hacia el

bosque decidida a encontrar la cabaña.

En ese momento Blancanieves se encontraba sola, ya que los enanitos se habían marchado a la mina.

La perversa reina disfrazada se acercó a la bella muchacha y le ofreció una manzana que había

hechizado previamente. Blancanieves, al probarla, se desvaneció.

Cuando por la tarde los enanitos regresaron a la cabaña, se encontraron con la princesa desmayada,

blanca e inmóvil, pensaron que estaba muerta y la colocaron en una urna de cristal que fabricaron,

para que los animalitos que vivían en el bosque pudieran verla por última vez.

Fue entonces cuando se acercó un príncipe cabalgando en un hermoso caballo. Tras descubrir a la

hermosa joven en la urna se enamoró inmediatamente de ella. Su deseo de despedir a tan bella

criatura hizo que se inclinará a besarla y, al instante, Blancanieves recobró la vida, ya que al recibir

ese beso de puro amor del príncipe, el conjuro de la malvada madrastra se rompió.

Blancanieves tomó al príncipe como esposo y juntos lograron derrocar a la perversa reina y desde

aquel momento, todos vivieron muy felices.

Autor: Los Hermanos Grimm

Versión: Los Cuentos Infantiles

Género: Cuentos

Categoría: Cuentos Clasicos, Cuentos de Hadas, Literatura Infantil

Imagen: Derechos de autor son de Walt Disney

RAPUNZEL

Érase una vez un matrimonio triste y solitario que ansiaba poder tener hijos. Un buen día, la mujer

tuvo la sensación de que su deseo se haría realidad por la gracia del Señor. La casa en la que vivían

contaba en la parte de atrás con un ventanuco que miraba hacia un espléndido jardín, en el que había

flores preciosas y muchas más plantas; pero estaba cercado por un muro muy alto que ninguno se

atrevía a escalar, porque era propiedad de una famosa hechicera, con mucho poder y a la que todo el

mundo temía. Un buen día la mujer se inclinó hacia la ventana para poder mirar bien el jardín, y

descubrió un bonito grupo de rapunzuelas, tan frescas y de color tan vivo e intenso, que crearon en

ella el súbito impulso de saborearlas. El anhelo iba creciendo a medida que los días pasaban, pero, al

saber la mujer que era un deseo imposible de realizar, fue enfermándose poco a poco, palideciendo

cada vez más. Su marido, al verla en un estado tan lamentable, le preguntaba que cuál era el motivo

de su malestar, a lo que ella respondía:

¡Ay! Creo que voy a morir si no puedo probar una de las rapunzuelas del jardín que hay en la

parte trasera de nuestra casa.-

El hombre, que amaba inmensamente a su mujer, creyó que el mejor remedio para impedir que

siguiera enfermando era traer las rapunzuelas, sin pensar en las consecuencias.

Así, cuando llegó la noche, trepó el muro del jardín de la hechicera, atrapó como pudo un buen

montón de aquellas rapunzuelas y se las dio a su mujer. Ella, muy contenta, no perdió tiempo en

preparar una ensalada con las ansiadas plantas. Pero como eran deliciosas y le habían encantado, su

deseo se intensificó enormemente. Su esposo se vio obligado a volver a saltar de nuevo al otro del

jardín para satisfacerla. Y así procedió al caer la noche. Imaginase cuál fue su sorpresa en el momento

en el que puso un pie en el terreno, cuando vio surgir de entre las sombras a la bruja.

¿Cómo osas venir aquí a hurtadillas para llevarte mis rapunzuelas? Esto no quedará así. Lo tendrás

que pagar caro.

¡No, por favor!- contestó el hombre - Tened piedad. Me he visto obligado a hacerlo por una gran

necesidad: desde que mi mujer se percató de la existencia de las rapunzuelas, una pesadumbre la

recorre si no puede probarlas, tanto que se cree morir de no comerlas.

La hechicera pareció ceder y le respondió;

De ser como explicas, te dejaré coger cuantas rapunzuelas quieras, pero te impongo una condición: si

alguna vez concebís un hijo, debéis entregármelo. No le faltará de nada y será muy bien cuidado, seré

como una madre.

El hombre realmente angustiado no tuvo otra opción más que asentir a lo pactado y, para cuando el

bebé llegó al mundo, resultando ser una preciosa niña, apareció la hechicera que, tras decidir que se

llamaría Rapunzel, desapareció llevándose a la pequeña.

Rapunzel era la chiquilla más bella de las vistas en este mundo. Cuando llegó a la edad de doce años,

la bruja decidió encarcelarla en una gran torre, situada en medio de un inhóspito bosque y que carecía

de puertas y escaleras; únicamente, en la parte más alta se encontraba una pequeña ventana. Cuando

la hechicera se acercaba para verla, se situaba frente a la torre y llamaba fuertemente:

¡Rapunzel, Rapunzel, muestra aquí tu cabellera!

Rapunzel poseía un espectacular cabello largo y fino como hebras de oro. Al momento que escuchaba

la voz de la bruja, recogía sus trenzas, las entornaba a un gancho que había en el ventanal y las soltaba

hacia abajo: y como medían más de veinte metros de longitud, la malvada bruja escalaba y trepaba

por ellas.

Transcurrieron varios años, y apareció en aquel bosque el hijo del Rey, que al acercarse a la torre

consiguió escuchar una dulce melodía, un canto tan bonito que tuvo que pararse en el camino para

apreciar mejor. Se trataba de la joven Rpunzel, que intentaba sobrellevar su soledad con la hermosura

de su voz. El príncipe quería encontrar el origen de tan maravilloso sonido y buscaba acceder a la

torre, pero no veía ningún acceso, así que se marchó a su palacio. Sin embargo, aquella melodía lo

había marcado profundamente de tal forma que, todos los días, volvía al mismo lugar del bosque para

disfrutarla. Un día decidió recostarte sobre un árbol, de manera que quedó medio oculto, cuando

sintió que alguien se acercaba. Escondido vio como la hechicera se aproximaba a la torre mientras

gritaba a lo más alto:

¡Rapunzel, Rapunzel, muestra aquí tu cabellera!

Rapunzel volvió a dejar caer su melena, y la bruja subió por ella a la parte alta. "Si ésta es la única

forma de logar encaramarse hasta allí, eso será lo que intente la próxima vez." Pensó el príncipe para

sus adentros. A la tarde siguiente, cuando ya comenzaba a oscurecer en el bosque, este se dirigió al pie

de la torre y gritó:

¡Rapunzel, Rapunzel, muestra aquí tu cabellera!

Inmediatamente la gran melena de la joven comenzó a aparecer y el príncipe se agarró firmemente

para subir a ella.

En el instante que Rapunzel vio a aquel desconocido, la entró pavor, puesto que era la primera vez

en su vida que veía a un hombre. Pero las buenas maneras del príncipe, que la hablaba con gran

ternura de cómo su canto le había encandilado verdaderamente, le llegaron al corazón. El joven le

confesaba que no había encontrado otro momento de paz tan grande como el que sintió la primera vez

que la escuchó cantar, y reconoció que desde entonces estaba obsesionado y tenía que saber la

procedencia de tan extraordinario talento, por eso intentó encontrar la forma de acceder a la torre

para conocerla. Ante tan extraordinaria confesión, la joven Rapunzel dejo de temer al príncipe.

Entonces éste la propuso que se convirtiera en su esposa, y ella supo al mismo tiempo que el apuesto

joven cuidaría de ella mucho mejor de lo que lo había hecho la vieja hechicera, así que le respondió,

cogiéndole dulcemente de la mano:

- Sería de mi agrado ciertamente poder marcharme contigo; pero creo que no va a ser tan

sencillo. Para sacarme de aquí sólo se me ocurre una idea. Trae contigo cada vez que me visites

una madeja de seda; intentaré tejer entonces una escalera y, cuando quede completamente

acabada, descenderé a través de ella. Entonces tú me esperaras en el bosque con tu caballo, y

así podremos escaparnos. Decidieron pues que el príncipe la visitaría durante las siguientes

venideras, ya que la vieja solía acudir a la torre sólo durante el día. La bruja no tenía la menor

sospecha de los planes de huida de Rapunzel, hasta que un día ésta la preguntó:

Tía Gothel, hay algo que no entiendo ¿cómo es posible que te cueste tanto subir hasta arriba de la

torre cuando el príncipe lo consigue siempre en un abrir y cerrar de ojos?

¡Eso no puede ser cierto descarada!- exclamó la bruja - ¿será posible lo que oigo? Creía haberte

separado del mundo exterior, pero parece ser que me has estado engañando todo este tiempo.

Y llena de ira, la bruja tiró fuertemente de la increíble melena de Rapunzel, agarrándola fuertemente y

girándola y enrollándola sobre una mano, mientras que con la otra, cortaba las trenzas con unas

tijeras... zis, zas, en un santiamén acabó con tan larga cabellera y arrojó al suelo el resto de la misma.

Y enfurecida como estaba, su maldad fue a tal extremo que llevó a la buena de Rapunzel a un remoto

desierto, y allí la abandonó desterrándola a su suerte.

Ese exacto día en el que la perversa bruja abandonó a la joven, volvió a la torre para atar las trenzas ya

cortadas y sujetarlas al gancho de la ventana por donde solía arrojarlas la muchacha. Esa misma

tarde, cuando el príncipe apareció como de costumbre, y llamó:

¡Rapunzel, Rapunzel, muestra aquí tu cabellera!

Entonces la bruja las dejó caer, y el hijo del Rey comenzó a encaramarse hasta lo alto. Pero esta vez no

encontró a su amada Rapunzel, en su lugar se halló frente a la vieja hechicera, que lo estaba

observando con una mirada maliciosa y perversa: -¡Ajá!- se burló del joven – intentabas quedarte con

la hermosa muchacha; pero por desgracia el lindo pajarito ya no se encuentra en su nido, ni podrá

volver a entonar ningún cántico. El gato lo ha atrapado, y también te atrapará a ti entre sus garras.

Nunca más volverás a ver a Rapunzel; ella está en un lugar inalcanzable para ti.

El príncipe, inundado por el dolor y desesperado, decidió poner fin a su tormento y arrojarse por la

ventana de la torre. Consiguió salvarse, pero tuvo la mala fortuna de caer sobre unos espinos que le

dañaron gravemente la visión, cegándolo mientras intentaba huir. Deambulaba por el bosque, el

infeliz príncipe ahora completamente ciego, intentando sobrevivir a base de frutos del bosque,

mientras se lamentaba haber perdido a su amada. Y así vago sin rumbo durante algunos años,

desgraciado y triste, hasta que finalmente acabó en un desierto. Era el mismo en el que Rapunzel

había sido castigada a vivir. Y allí se encontraba ella, con un par de gemelitos a los que había traído al

mundo: un niño y una niña. En la distancia, el príncipe creyó reconocer una voz que ya había

escuchado antes, pero no podía creerlo del todo. Intentó aproximarse cada vez más hasta que

finalmente la reconoció; se trataba de Rapunzel, que al verlo, se fundió con él en un tierno y estrecho

abrazo. Las lágrimas de la joven se hundieron en los ojos del príncipe, y en ese mismo instante, todo

volvió a ser visible para el él como lo fue en el pasado. Juntos, regresaron a su reino, donde se les

recibió con una inmensa dicha, y allí vivieron contentos y felices por mucho tiempo.

Autor: Los Hermanos Grimm

Versión: Los Cuentos Infantiles

Género: Cuentos

Categoría: Cuentos Clasicos, Cuentos de Hadas, Literatura Infantil

Imagen: Derechos de autor son de Walt Disney

LA CENICIENTA

Érase una vez una hermosa joven que a muy temprana edad quedó huérfana. Vivía con su madrastra,

una uraña viuda, y con las hijas de ésta, un par de niñas consentidas y muy poco agraciadas, a cada

cual más horrorosa. En su hogar, Cenicienta era la encargada de todas las tareas, sobretodo de los

trabajos más pesados. Al llevar siempre toda la ropa cubierta de ceniza, sus hermanas, a modo de

burla, comenzaron a llamarla Cenicienta, hasta que finalmente se la conoció por dicho nombre.

Un buen día, el Rey del lugar donde vivían decidió anunciar que daría una fiesta en su palacio, con el

objetivo de reunir a todas las jóvenes en edad casadera que se encontraban en su reino. La madrastra

negó a Cenicienta su derecho a asistir al evento, ya que sus hijas no contaban con la gracia de la pobre

huérfana.

Cenicienta, es una pena que tú no puedas ir a la fiesta. – espetó la malvada viuda al ver que la

chiquilla se emocionaba ante la idea- Debes quedarte en casa fregando y limpiando, y prepararnos la

cena para cuando regresemos.

Cuando por fin llegó el día de tan esperado acontecimiento, la pobre Cenicienta no tuvo más remedio

que ver marchar a sus hermanastras preparadas para el baile real. Una vez que se marcharon al

Palacio del Rey, la pobre huérfana no pudo contener sus lágrimas. Se encontraba sola en la cocina,

llorando e intentando encontrar una explicación a semejante trato desfavorable.

¿Por qué me tratan tan mal? - preguntó Cenicienta. Entonces apareció de repente una señora con

aspecto amable que la contestó:

Debes estar tranquila jovencita. Soy tu Hada Madrina y vengo a ayudarte. Podrás acudir al baile, pero

deberás cumplir con una condición. Regresarás antes de la media noche, inmediatamente antes del

toque de las doce campanadas del Palacio Real.

Dicho y hecho. El Hada con un leve toquecito de su varita mágica, transformó a la joven Cenicienta

en una hermosa dama ataviada para lucir sus galas en el baile.

La entrada de Cenicienta en el salón de baile conmocionó a todos los invitados, por la elegancia y

belleza de la joven, desconocida para todos. El mismo hijo del Rey, cautivado por su belleza, no quiso

dejarla sola ni un instante, y pasó con ella toda la noche bailando. El cambio de imagen de la

muchacha era tan impresionante que ni siquiera sus propias hermanastras lograron reconocerla.

Todo el mundo se preguntaba cuál sería la identidad de la misteriosa joven que bailaba sin césar con

el Príncipe.

Cenicienta no había sido nunca tan feliz como en aquel baile, pero algo la hizo recordar la magia del

hechizo: las doce campanadas del reloj del Palacio Real que anunciaban la media noche.

¡Es muy tarde!¡Dios mío, debo irme! - exclamó Cenicienta con pesadumbre.

En un momento, recorrió toda la sala de baile y se marchó por las escalinatas, sin darse cuenta de que

había perdido un zapato por su huida. El joven Príncipe, que seguía maravillado con la gracia natural

de su nueva amiga, intentó perseguirla, pero fue tal la rapidez de la bella joven, que lo único que

consiguió descubrir de ella fue su zapato olvidado. Entonces, tramó un plan para volver a encontrarse

con tan encantadora dama. Anunció a todo el reino que la joven que pudiera calzarse dicho zapato

sería elegida su futura esposa. Y así, mandó emisarios a recorrer todo el territorio con la esperanza de

encontrar a la misteriosa dueña del calzado.

Todas las doncellas se probaron el zapato olvidado, pero sus esfuerzos por encajarlo fueron en vano,

ya que era muy difícil encontrar un pie tan pequeño que consiguiera entrar en el zapatito.

Finalmente, los heraldos del Rey acudieron a la casa donde vivía Cenicienta. Sus hermanastras fueron

las primeras en probárselo sin éxito alguno. Entonces, Cenicienta decidió probar suerte y para

sorpresa y estupefacción de todos, el zapatito encajaba en su diminuto pie perfectamente.

Entonces, el Príncipe reconoció en ella a la joven que le había cautivado durante el baile y la eligió

como esposa. Y fue así como Cenicienta fue a vivir al Palacio Real y vivió feliz con su esposo por el

resto de sus días.

Autor (versión de: Charles Perrault)

Género: Cuentos de Hadas

Títu;lo original: Cendrillon ou La petite pantoufle de verre (Cenicienta o El zapatito de cristal)

País Francia

Fecha de publicación: 1697

Imagen Cortesía de: Disney

CAPERUCITA ROJA

En un bosque muy lejos de aquí, vivía una alegre y bonita niña a la que todos querían mucho. Para su

cumpleaños, su mamá le preparó una gran fiesta. Con sus amigos, la niña jugó, bailó, sopló las velitas,

comió tarta y caramelos. Y como era buena, recibió un montón de regalos. Pero su abuela tenía una

sorpresa: le regaló una capa roja de la que la niña jamás se separó. Todos los días salía vestida con la

caperuza. Y desde entonces, todos la llamaban de Caperucita Roja.

Un día su mamá la llamó y le dijo:

Caperucita, mañana quiero que vayas a visitar a la abuela porque está enferma. Llévale esta cesta con

frutas, pasteles, y una botella de vino dulce.

A la mañana siguiente, Caperucita se levantó muy temprano, se puso su capa y se despidió de su

mamá que le dijo:

Hija, ten mucho cuidado. No cruces el bosque ni hables con desconocidos.

Pero Caperucita no hizo caso a su mamá. Y como creía que no había peligros, decidió cruzar el bosque

para llegar mas temprano. Siguió feliz por el camino. Cantando y saludando a todos los animalitos que

cruzaban su camino. Pero lo que ella no sabía es que escondido detrás de los árboles, se encontraba el

lobo que la seguía y observaba.

De repente, el lobo la alcanzó y le dijo:

- ¡Hola Caperucita!

- ¡Hola, Señor Lobo!

- ¿A dónde vas así tan guapa y con tanta prisa?

- Voy a visitar a mi abuela, que está enferma, y a la que llevo frutas, pasteles, y una botella de vino

dulce.

- ¿Y dónde vive tu abuelita?

- Vive del otro lado del bosque. Y ahora tengo que irme sino no llegaré hoy. Adiós señor lobo.

El lobo salió disparado. Corrió todo lo que pudo hasta llegar a la casa de la abuela. Llamó a la puerta.

- ¿Quién es? preguntó la abuelita.

Y el lobo, imitando la voz de la niña le dijo:

- Soy yo, Caperucita.

La abuela abrió la puerta y no tuvo tiempo de reaccionar. El lobo entró y se la tragó de un solo bocado.

Se puso el gorrito de dormir de la abuela y se metió en la su cama para esperar a Caperucita.

Caperucita, después de recoger algunas flores del campo para la abuela, finalmente llegó a la casa.

Llamó a la puerta y una voz ronca le dijo que entrara.

Cuando Caperucita entró y se acercó a la cama notó que la abuela estaba muy cambiada. Apenas

reconoció a su abuela y dijó:

- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos tan grandes tienes!

Y el lobo, imitando la voz de la abuela, contestó:

- Son para verte mejor.

- Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!

- Son para oírte mejor.

- Abuelita, ¡qué nariz más grande tienes!

- Son para olerte mejor.

Y ya asustada, siguió preguntando:

- Pero abuelita, ¡qué dientes tan grandes tienes!

- ¡Son para comerte!

Y el lobo saltando sobre Caperucita, se la comió también de un bocado.

El lobo, con la tripa totalmente llena acabó durmiéndose en la cama de abuela. Caperucita y su

abuelita empezaron a dar gritos de auxilio desde dentro de la barriga del lobo. Los gritos fueron oídos

por un leñador que pasaba por allí y se acercó para ver lo que pasaba.

Cuando entró en la casa y percibió todo lo que había sucedido, abrió la barriga del lobo, salvando la

vida de Caperucita y de la abuela. Después, llenó piedras a la barriga del lobo y la cosió.

Cuando el lobo se despertó sentía mucha sed. Y se fue a un pozo a beber agua. Pero al agacharse la

tripa le pesó y el lobo acabó cayendo dentro del pozo del que jamás consiguió salirse. Y así, todos

pudieron vivir libres de preocupaciones en el bosque. Y Caperucita prometió a su mamá que jamás

volvería a desobedecerla.

HANSEL Y GRETEL

Érase una vez un leñador que vivía en el bosque con su segunda mujer y sus dos hijos. Eran tiempos difíciles y

la pareja apenas tenía recursos para alimentar a los pequeños, un niño llamado Hansel y una pequeña de nombre

Gretel. La desesperación se apoderó pronto de ellos y la mujer, al ver sufrir tanto a su marido, urdió un

malévolo plan: propuso llevar a los niños a lo más profundo del bosque y abandonarlos allí a su suerte. El

leñador no quería que sus hijos sufrieran el ataque de alguna fiera y se negaba a aceptar que fuera su única

solución. Pero la mujer insistía mucho ya que no tenían nada con que alimentarse, hasta que finalmente la

voluntad del hombre cedió, roto de dolor.

Pero los dos hermanos, que habían escuchado agazapados en el descansillo la trama urdida por su madrastra, no

estaban dispuestos a aceptar su fatal destino tan fácilmente.

Esa misma noche, mientras todos dormían, Hansel se escabulló hasta el jardín para intentar pensar en alguna

solución. Allí, vio un buen montón de piedrecitas blancas que brillaban de forma resplandeciente a la luz de la

luna. El niño comenzó a reunirlas todas y las guardo en sus bolsillos.

Al día siguiente, la mujer reunió a los pequeños y les anunció que debían marcharse hacia el bosque para

recoger leña. Le dio un mendrugo de pan a cada uno y salieron de la casa. Durante el camino, Hansel se quedó

un poco rezagado y se dedicó a esparcir los guijarros blancos, dejando marcado así el camino de regreso.

La mujer les ordenó esperar en un claro del bosque hasta que volviera a por ellos. Pero llegó la noche y nadie

regresó a por los pequeños. Gretel, asustada, comenzó a llorar, y Hansel la consoló contándola el plan que había

tramado para regresar a casa. Y así, los dos tomaron el camino de regreso guiándose por las piedras blancas.

Al alba llegaron de vuelta a su hogar. Su madrastra no se alegró al verlos de nuevo, pero su padre se emocionó

tremendamente al saber que se encontraban bien. Al poco tiempo, la malvada mujer volvió a insistir en

abandonar a los niños de nuevo, puesto que no tenían nada que llevarse a la boca. El leñador no pudo negarse

por segunda vez y así, decidieron llevar a los niños al bosque al día siguiente. Los pequeños, aún despiertos,

escucharon sus intenciones, pero esa noche, cuando Hansel fue a recoger de nuevo las piedrecitas blancas,

encontró la puerta cerrada.

- No te preocupes, hermanita, ya se nos ocurrirá algo – decía a Gretel intentando consolarla.

Cuando amaneció, su madrastra les dio otro trozo de pan, esta vez más pequeño, y los condujo de vuelta al

bosque. Al igual que la vez anterior, Hansel se retrasó por el camino, y como lo único que tenía era pan, decidió

esparcir las migas, tal y como hiciera con las piedras blancas, para marcar el camino.

Esta vez, su madrastra les llevó aún más lejos y les dejó para irse a recoger leña. Los niños volvieron a dormirse

y cuando despertaron ya había oscurecido. Entonces, Hansel le contó a su hermana cómo había dejado un rastro

de migas de pan para regresar a salvo. Pero por más que buscaban, no lograban encontrarlas: los pájaros del

bosque se las habían comido.

Pasaron toda la noche caminando por el bosque perdidos, hasta que finalmente encontraron una casa bastante

peculiar. Era una cabaña hecha de bizcocho y chocolate. Los pobres niños, hambrientos como estaban,

comenzaron a probar diferentes partes de aquel dulce lugar.

- Yo me comeré el tejado, y tú la ventana.- decía Hansel a su hermana.

Fue entonces cuando escucharon una voz que provenía del interior de la cabaña:

- ¿Quién anda ahí?- Y entonces, apareció una vieja por la puerta.

Los hermanos, asustados, dejaron de comer por un momento. Pero la anciana se mostró amable y les invitó a

pasar. Una vez dentro de la casa, los sentó en una mesa y les llevó todo tipo de dulces. Cuando terminaron de

comer en abundancia, la vieja les llevó hasta una habitación donde preparó un par de camas y les dejó dormir

tranquilamente.

Los pequeños no podían terminar de creer lo afortunados que eran. Pero lo que no sabían era que bajo esa

apariencia tan bondadosa, la vieja era en realidad una terrible bruja...¡que comía niños!

Usaba su casita de chocolate, para atraer a los niños, y cuando ya estaban en su poder, se los comía.

A la mañana siguiente, despertó con malos modales a los dos hermanos y los separó. A Hansel lo encerró en

una jaula, y a la pobre Gretel, la ordenó que cocinara para su hermano, para que éste engordara y poder

comérselo.

A partir de entonces, Hansel comía sin parar mientras la pobre Gretel cocinaba. Todas las mañanas, la bruja

bajaba hasta la jaula para controlar el estado del niño.

- Hansel, muéstrame tu dedo para que pueda ver si has engordado- decía la vieja.

Pero el niño era muy astuto y siempre le ensañaba un hueso para engañarla y hacerla creer que estaba muy

flaco, aprovechando que la bruja no veía muy bien.

Con el transcurso de los días la paciencia de la malvada bruja comenzó a agotarse, y un día pidió a Gretel que

calentara agua porque pensaba comerse de una vez por todas a su hermano. La niña intentó ganar tiempo y le

dijo que no sabía cómo hacerlo. Entonces, la vieja se acercó al caldero para hacer una demostración y Gretel, al

verla tan cerca, la empujó hacia el interior. La niña salió corriendo en busca de su hermano y le contó cómo se

había desecho de la arpía. Acto seguido liberó a Hansel y los dos, sin nada que temer, comieron cuanto

quisieron y se apoderaron de un tesoro que la bruja guardaba en el interior de la casa.

Los niños, tomaron entonces el mismo camino del bosque hasta que por fin reconocieron parte del paisaje, y

consiguieron encontrar su casa. Allí, su padre les recibió emocionado, llorando y suplicando perdón ya que no

había dejado de arrepentirse de haberlos abandonado ni un sólo día. Les contó que su madrastra había muerto y

que nadie les impediría vivir juntos y felices para siempre. Entonces, los niños sacaron de sus bolsillos parte del

tesoro que habían encontrado. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Autor (versión de): Hermanos Grimm

Género: Cuentos de Hadas

Título original: Hänsel und Gretel

País: Francia

Fecha de publicación: 1697

Imagen Cortesía de: malgorzata anka

LOS TRES CERDITOS

En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba

persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El

pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.

El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se

dio prisa para irse a jugar con él.

El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.

- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo

pasaban en grande.

El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y

la casita de paja derrumbó.

El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano

mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de

allí.

Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.

Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas

a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado,

para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón

descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.

Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca

jamás quiso comer cerdito.

LA BELLA DURMIENTE

Hubo una vez un rey y una reina que deseaban mucho tener hijos. Después de un largo tiempo, la

Reina dio a luz una niña. Era tanta su alegría que el Rey anunció una gran fiesta para el bautizo. Como

madrinas de la pequeña Princesa invitaron a todas las hadas que hallaron en el reino, un total de siete.

El Rey preparó para cada hada, de regalo, un cofrecillo hecho en oro, rubíes y diamantes.

Las hadas en agradecimiento otorgaron a la pequeña princesa un don cada una.

- ¡Serás la más bella de todas las doncellas!

- ¡Tendrás la bondad de un ángel!

- ¡La gracia de una gacela!

- ¡Bailarás con toda perfección!

- ¡Cantarás como un ruiseñor!

- ¡Tocarás todos los instrumentos musicales de maravillas!

De pronto, una mujer entró en la sala. ¡Oh! ¡Era el hada malvada, perdida desde hacía tiempo!

- ¡Se han olvidado de mí! - dijo muy furiosa, y lanzó un hechizo contra la Princesa: - ¡ El día de tu

cumpleaños número dieciséis te pincharás con una aguja y morirás!

La última de las hadas buenas, que aún no había dado su regalo, dijo con, voz dulce: - Majestades,

vuestra hija se pinchará el dedo con una aguja, pero no morirá. Dormirá profundamente y pasados

cien años un príncipe la despertará.

El rey, asustado, ordenó que se destruyeran todas las agujas del reino.

Pasaron así quince o dieciséis años sin que nada ocurriese... hasta que un día la Princesa, paseando

por el gran castillo, descubrió una pequeña habitación. Allí el hada malvada, disfrazada de anciana,

cosía con aguja e hilo...

- ¡Nunca vi nada igual a esto! - exclamó la princesita tomando una de las agujas.

Entonces... ¡Se pinchó en el dedo, tal como había predicho el hada malvada! Al instante, la princesita

cayó al suelo y quedó profundamente dormida.

El Rey, desconsolado, trasladó a la bella Princesa y la a acostó en su hermoso lecho de oro y plata.

Enseguida, mandó llamar al hada buena que, al ver la gran tristeza de todos los habitantes del castillo,

dijo al rey: - Majestad: para que nuestra Princesa no se encuentre sola en el sueño, dormirán todos, y

no despertarán hasta que termine el largo sueño de ella.

Tras haber pronunciado estas palabras, todos en el castillo cayeron dormidos. A partir de aquel

momento, un bosque mágico cubrió el castillo.

Y así pasaron cien años hasta que un apuesto príncipe, montado en su corcel, paso cerca del lugar.

Entonces, como por ensalmo, el caballo se detuvo. Tan pronto como desmontó el Príncipe, el bosque

impenetrable se abrió ante sus ojos y vio el castillo. El Príncipe, intrigado, entró en aquel lugar, donde

todo el mundo parecía dormir.

Cuando llegó al magnífico lecho de oro y plata, la hermosa Princesa dormía. Asombrado por su

belleza, se inclinó y posó suavemente sus labios sobre las rosadas mejillas de la hermosa joven.

¡La bella Princesa despertó; Y con ella también despertaron todos los habitantes del castillo!.

¡Todos comenzaron a bailar de alegría! Al día siguiente, los festejos terminaron con una gran boda

que unió para siempre a la Princesa y el apuesto Príncipe enamorados.

Referencia

http://es.wikipedia.org/wiki/La_bella_durmiente