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PREMIOS DEL CONCURSO LITERARIO

CUSO 2016-2017

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EL OLVIDO DEL HÉROEDavid Medrano Arnedo (2º C)

Dunhan amaneció otro día más en su oscura y gélida celda. Con los ojos humedecidos no podía dejar de pensar en su familia, que habían luchado con él para que no le encerraran. Pero de eso hacía ya 20 años. Veinte años que él llevaba en esa celda, contando con la escasa comida que le propiciaban los carceleros y la bebida que, en una botella apartada encima de una pequeña mesa, empezaba a adquirir un color amarillento.

El destino le tenía preparado el sufrimiento de permanecer encerrado durante, probablemente, la mitad de su vida. En una esquina de la celda se encontraba Dunhan, reclinado contra la pared. El que en su día había sido un héroe, reconocido por todo el pueblo como: “el salvador de niños” por haber salvado de un terrible incendio a los hijos del alcalde, ahora pasaba por la etapa más dura que distingue a un héroe de la vida real de un héroe de ficción. Estaba cayendo en el olvido. Nadie en el pueblo recordaba ya su nombre como un vecino digno y de admirar, lo recordaban como la persona que manchó su nombre al establecer contacto con el prisionero y fugitivo que inició el incendio. Fue por eso por lo que el alcalde y los altos cargos del pueblo pensaron que el incendio había sido originado por Dunhan y salvó a los niños únicamente para beneficiarse de los méritos de ser un héroe. Cuando los encontraron, encerraron inmediatamente al supuesto “héroe” y se llevaron al fugitivo, cuyo nombre no quisieron desvelar.

Dunhan no podía olvidar la cara de decepción en su familia mientras se lo llevaban a la cárcel. De hecho, todo el pueblo compartía emociones y sentimientos enfrentados.

Aun así, no dejaron de intentar demostrar la inocencia del héroe, sin resultados favorables.

Sólo él sabía la verdad, pero al convertirse en prisionero las palabras no valen mucho más que el silencio. Él sólo hablaba con el fugitivo para hacerle entrar en razón y convencerle de que dejara en paz al pueblo, que sólo estaba formado por gente de condición humilde y que no tenían mucho más que una casa y unos campos de cultivo. Así que todas las mañanas, cuando el pueblo dormía y los gallos todavía no cantaban al alba, quedaba con el fugitivo y le daba algo de sus alimentos para que pudiera sobrevivir sin crear nuevas desgracias al pueblo, es decir, sin saquearlo. Pero, la mañana en la que les descubrieron, no tuvieron tiempo de declararse inocentes, un error que lamentarían durante el resto de sus vidas.

Desde lo alto de la torre en la que Dunhan se hallaba encerrado, se enteraba de todo lo que ocurría en el pueblo. Desde la boda del mejor comerciante del pueblo con una mediocre artesana, hasta los nuevos productos que pueblos vecinos iban incorporando a los campos de cultivo. También se había enterado que su mujer había tenido que casarse con un importante noble para su propia supervivencia. Eran pocas las personas que se atrevían a subir a la torre para visitarle, pero, cuando lo hacían, intentaba fingir que estaba bien.

Ese día recibió la visita del fugitivo por el que le habían encerrado en esa celda. El fugitivo le dio un mapa de la torre con varios puntos de acceso señalados en él. Eran salidas secretas. Una de ellas daba justamente en la celda en la que se encontraba. Entusiasmado por la esperanza de poder salir, intuyó que una de las piedras de la pared debía moverse, y, sin

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darse cuenta, la encontró. Tiró de ella hasta que por el agujero en la pared cabía su cuerpo y, sin pensarlo dos veces, se tiró al foso que rodeaba la torre. Parecía un plan perfecto, pero no se percató que los guardias que deambulaban alrededor le tenían muy vigilado; tanto, que le pillaron y el alcalde ordenó que le condenaran a otros 20 años de prisión más.

Su destino estaba en esa cárcel y sus palabras, de nuevo, no valían nada. No se sabe cuánto tiempo permaneció encerrado en esa celda o si alguna fue libre porque nadie recuerda que un día el héroe salvó a unos niños.

DESEOS CUMPLIDOS Íñigo Ibáñez Maestro (2º A)

Voy a contaros una historia, y digo historia, porque no es un cuento. Los cuentos generalmente acaban todos bien. Todos son felices, todos comen perdices, todos acaban jurándose amor eterno… Pero esta historia no tiene un final feliz. Tampoco es mi historia, ni tampoco quisiera. Es la historia que una vez oí a mi abuela, que según ella le había contado su abuela y a esta la suya.

Guadalupe era una guapa joven de raza gitana que deseaba, por encima de todas las cosas, casarse. Varias jóvenes de su familia se habían casado recientemente y otras de familias cercanas estaban ya prometidas. Si no lograba casarse pronto ya no conseguiría hacerlo, porque aunque era joven, era tradición en su familia el desposarse a su edad. Luego si no, se encargaría de cuidar a los familiares más ancianos, cuidaría de los hijos de sus hermanas y tendría que encargarse de todas las tareas domésticas en el poblado. Y ella deseaba casarse con un guapo joven, con un bonito vestido blanco, tener una gran fiesta y hacer un gran banquete… Sería una fiesta de la que se hablaría durante mucho tiempo y ella sería la gran protagonista.

Pero para eso, necesitaba conocer a algún joven dispuesto a casarse con ella, y de momento, esto estaba siendo una tarea nada fácil. Los chicos de los alrededores o no le gustaban o la veían tan guapa que ninguno se le acercaba por miedo a que ella lo rechazara.

Había utilizado todos los bebedizos, pócimas y ungüentos que conocía, pero ninguno había funcionado. Pasaban los días, los meses… Guadalupe soñaba y soñaba con su boda y su bonito vestido blanco, pero todo se quedaba en un sueño. Todavía no encontraba un joven guapo y trabajador dispuesto a casarse con ella. Ya le quedaba poco tiempo, tenía que encontrar algo y pronto, si no sería desgraciada el resto de su vida.

Un día, una amiga suya le contó que las más ancianas contaban en los fuegos del poblado, que si una noche de luz clara le pedías a la luna con mucha fuerza un deseo esta te concedía lo que pedías. Era la última oportunidad de cumplir su deseo. Tenía que intentarlo. Faltaban pocas noches para que el momento fuera el ideal y esperó.

Cuando la noche de luz clara llegó, con mucho miedo y bastante nerviosa se dirigió a lo alto del monte cercano a su poblado y desde allí dirigiéndose a La Luna, le hizo saber aquello que más deseaba.

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La luna accedió, pero a cambio le pidió que le entregara al primer niño que naciera de esa unión. Guadalupe llena de alegría, estaba tan desesperada que le pareció bien el trato y sin pensarlo siquiera, aceptó.

Al poco tiempo dos jóvenes llegaron al poblado buscando protección y el flechazo entre la joven gitana y uno de ellos fue tan fuerte que se prometieron y casaron al poco tiempo. De esa unión nació un niño con la piel blanca y pura como la nieve, con los ojos tan grises como las manchas de la luna. El joven esposo al ver esa diferencia de piel con la suya, esos ojos tan extraños, creyó que su mujer, la joven gitana, le había engañado con otro hombre y cogiendo un cuchillo lleno de furia, la mató. Al niño lo abandonó en el bosque y él se marchó a tierras muy lejanas donde nadie pudiera encontrarlo nunca más.

Me contó mi abuela que cuando el niño está contento, la luna está grande y brilla con toda su fuerza y esplendor en el cielo y que cuando el niño llora desconsoladamente la luna mengua para acurrucarlo en su regazo hasta el amanecer de un nuevo día…

Pero siempre con el miedo de que cuando el niño crezca y se haga mayor, descubra la verdad sobre su pasado y quiere recorrer el mundo buscando a su padre y vengar la muerte de su madre.

¿QUÉ ES QUERER?Carolina Martínez Bravo (3º B)

- ¡Suéltame!Y se fue corriendo, dejándome la mejilla ardiendo.

- ¿Montas una fiesta de la autocompasión y no me avisas? ¿La que acaba de cruzarte la cara era María? -dijo una voz desde la puerta. Supe sin girarme que era Quique.- Si vienes a echarme una de tus lecciones zen, puedes ahorrártela.- Es tu culpa por enamorarte de ella. Ya te avisé –como siempre, él lo sabía todo.- Cállate. La quiero, y me da exactamente igual lo que digas.- Querer… ¿Y tú qué vas a saber lo que es querer?- ¿Por qué no iba a saberlo?- No es tan fácil. Además, el amor ha acabado con las pocas neuronas que te quedaban.- Amargado. No sé por qué te soporto.- Porque no tienes a nadie más -me susurró.- No quiero tu compasión –podía ser mi mejor amigo, pero no quería que se preocupase de mí solo por pena. Aparte, se estaba comportando como un creído.- Pues abraza a un zapato.- ¿Qué?- Con-suela.

El chiste tuvo justo el efecto contrario al que pretendía y me derrumbé sobre la pared más cercana. Fui dejándome caer hasta llegar al suelo y me acurruqué con la cara enterrada en las rodillas. El peso de lo que acababa de pasar por fin me estaba golpeando.- ¿Qué te pasa ahora? Tampoco es tan ma…

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- ¿Qué me pasa? ¡Ojalá lo supiera! Tenías razón, no sé nada. Estaba hablando con María ¡y de repente me ha metido una bofetada y se ha largado!- ¿Qué le has dicho?- ¡Nada! Bueno, a ver…- Bueno, ¿qué?- Nada que pudiese ofenderla.- ¿Estás acaso tú en su mente para saber lo que le ofende y lo que no?- No…per…- ¡¿Se puede saber qué le has dicho?! Me estás poniendo de los nervios.- Que la quería.

Ya está. Lo había dicho. Pensaba que notaría una sensación de alivio, como siempre pasaba en los libros. Todo lo contrario, la angustia se apoderó de mí y tuve miedo de cómo reaccionaría mi amigo. Pero una vez más fallé en mis predicciones y, cuando le miré a la cara, estaba igual que antes. Si la noticia le había sorprendido, no se le notó lo más mínimo.- ¿Y ya está? ¿Tu mayor problema es que una chica ha pasado de ti? Lo que hay que oír… -dijo llevándose una mano a la cabeza, mientras intentaba no reírse- Simplemente la habrás agobiado, no te preoc…- ¿No te sorprende?- ¿Debería?- ¿Te parece bien?- Creo que lo que opine yo no importa en absoluto. Solo deberías preguntarte qué opinas tú. Y ella, claro. Lo que opinen los demás está de más.- Te he dicho que te ahorraras las lecciones zen. Ya sé que tú eres Don Perfecto, no hace falta que me lo restriegues.- Nadie es perfecto.- ¡Venga! Tú eres el que nunca saca malas notas, el que nunca se porta mal, el que nunca está haciendo el vago…Y yo…nunca seré como tú.- Nunca digas nunca.- Ya estamos…- Lo digo en serio. Si te sigues comparando con todo el mundo no llegarás a nada.- ¡Qué ánimos!- No he dicho que fuera a animarte. Muchas veces la verdad es más dura de lo que esperábamos, pero sigue siendo mejor que mentir.- No tendría que haberlo hecho, ¿verdad?- ¿El qué?- No te hagas el loco. Lo de confesarme.

Quique desvió la mirada y se quedó pensando en la respuesta.- Creo que has hecho bien. Hubiese sido peor no haberlo intentado y quedarse con la duda.

Con todo hay algo que no me cuadra: pensé que te diría que sí.- Yo también. Aunque está visto que no le gusto.- Eso es lo que me extraña. Tú seguramente no lo hayas notado, pero contigo actuaba diferente. - ¿En qué sentido?

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- No sé, mucho más atenta, siempre sonriendo…- de repente se calló.- ¿Qué insinúas?- Nada. Déjalo. Da igual.- Dilo.- De verdad que da igual. Ya sabes que me monto mis teorías, que luego no tienen ni pies ni cabeza y…- ¡Qué lo digas!- Te ha utilizado.- No puede ser… ¡No! ¿Por qué haría algo tan retorcido? - antes de que me diese cuenta estaba llorando.- Por favor, no me obligues a responder.- ¿No eras tú el que decías que hay que decir la verdad, por mucho que duela?- Lo hacen para burlarse de ti. Ya sabes, los de siempre -me abrazó y me susurró al oído- No te preocupes, Daniela, encontrarás a una chica que te quiera.

LIBERTADAdrián Ruiz Díez (4º A)

Cuatro paredes que me hablan de miserias pasadas, cuatro paredes que me escoltan ahora por el resto de mis días. Encerrado por perseguir un sueño, qué irónico, verse encarcelado por perseguir la ilusoria libertad. Mi condena es de las peores, mis actos fueron de los mejores. Maldita injusticia, en el mundo, en estas celdas, solo veo injusticia por doquier.

No quiero, ni quiero querer, llegar a tener la ilusión de ayudar a los demás de nuevo. No volveré a ver una pantalla, no volveré a permitir a mis ojos brillar por un destino roto.

Aquellos que me encerraron, bien sé yo que lo hicieron por temor, y en tanto que el temor les hizo hacer esto, es que no permite a los ciudadanos mover un dedo en contra de los poderosos. El miedo es un gran arma, pero es un arma corruptora, no hay ni habrá ánima que no se sienta sucia al usarla, y aún así sigue siendo la más popular de todas las estrategias de control de masas. Los poderosos venden su alma a fin de obtener control.

Yo vendí mi vida y libertad en pos de la del resto de la humanidad, y aún así esta es incapaz de mover un dedo. Pero no los culpo, yo tampoco lo habría llegado a hacer si no fuese porque escondí el rostro. Es bien cierto que si le preguntas al hombre sobre los poderosos te responderá siempre con una gran sonrisa en su cara para evitar conflictos, pero si le das una máscara y se da cuenta de que como él, un gran colectivo busca derrocar a los altos mandos, se posicionará en contra de los gobiernos tan autoritarios que coartan su libertad y la de sus iguales.

Yo me escudé en una máscara, me apoyé en un movimiento, y no me preocupa haber sido capturado, porque nosotros no tenemos jerarquía, no tenemos líder ni cabezas, no somos un grupo de personas con una idea, nosotros somos los ideales en sí mismos. No

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pueden callarnos. No pueden destruirnos. No pueden detenernos, nos temen. Nos temen porque tienen miedo a perder esa forma de gobierno, su propia arma se les ha vuelto en contra. Mi detención no hace sino avivar el fuego, mi detención es una razón más para destruirlos.

¿Nuestros ideales? Conocimiento libre, de todos, para todos. No permitimos que la gente decida por los demás, no permitimos que la vida de una persona se vea dirigida por las opiniones de otras que se crean superiores.

¿Nuestro frente de batalla? Internet, y al igual que internet, todo lugar que consideremos moralmente inadecuado. Irrespetuosos, corruptos, asesinos, injustos, y demás de vuestra calaña, temednos.

¿Nuestro mayor arma? La palabra, la verdad, y obviamente, el anonimato. No tener un núcleo hace que si nuestros enemigos nos quieren tumbar, nos tengan que atrapar a todos. Y no pueden.

¿Nuestro nombre? Anonymous.Esta historia comienza en el año dos mil diecisiete. Estaba como siempre trabajando

en lo mío, tecleando, sirviendo con mi tiempo a la defensa informática. Diseñé más de cincuenta sistemas de seguridad, a cada cual mejor, estos fueron destinados principalmente a bancos y entidades que movían grandes cantidades de dinero. Aquel era un día soleado, de esos en los que tenía que bajar la persiana para evitar que el reflejo en la pantalla me perjudicase al trabajar.

Justo unos minutos antes del descanso para comer llegaron a mi despacho dos hombres trajeados. Uno alto y rubio, de ojos oscuros y con pecas en la cara, con un rostro amable; el otro de pelo castaño y ojos verdes, con cierto halo de misterio rodeándole. Yo ya pensaba que había hecho alguna cosa mal, que había tenido algún fallo en unos de mis sistemas de seguridad y que por mi culpa habían robado una gran suma de dinero. Ya estaba pensando en qué excusa iba a poner para librarme cuando me dijeron que estaban buscando a un experto en defensa informática. Qué alivio sentí en aquel momento, me había librado de una buena, no solo no había hecho las cosas mal, sino que las había hecho genial, tanto que ahora me buscaban hasta en persona con el fin de que trabajase para ellos.- Hola, ¿qué queréis?- Buenos días. Buscamos a Andrés Rodríguez, requerimos de sus servicios.- ¿Quién lo busca?- Nosotros, Pedro – El rubio – y Alonso.- Pues me tenéis en frente, así que decidme en qué os puedo ayudar.- Hemos escuchado de ti cosas fantásticas, hemos oído que eres capaz de crear sistemas de seguridad que son prácticamente impenetrables, pero... ¿eres capaz de hacer ataques tan consistentes como tus defensas?En ese momento los temores volvieron a mí, a ver si ahora lo que pasaba es que me acusaban de ser un vándalo que iba por ahí realizando ataques informáticos.- Depende...- ¿Te verías capaz de penetrar las defensas de un gobierno? ¿Te crees capacitado para entrar y salir de terminales altamente protegidos?

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La conversación solo la librábamos Pedro y yo. Alonso no había intervenido nada más que en el saludo al unísono que lanzaron al principio.- ¿Tratáis de acusarme de algo?Se miraron y sonrieron.- No te preocupes por nuestras pintas, no somos policías ni nada así. Trabajamos aquí también, en la planta de arriba, y tu nombre ya suena por ahí, se rumorea que piensan ascenderte. Tratamos de conocer los secretos de los demás. La nueva guerra no se realiza en campo abierto con armas convencionales. La nueva guerra es la guerra del conocimiento, quien más sepa sobre su enemigo tendrá la ventaja sobre él, y tú has tenido una trayectoria brillante.

Lo de ascenderme sonaba bien, pero no quería dirigir por ahí la conversación.- ¿Quién o qué es el objetivo? ¿Y de cuánto dinero estaríamos hablando?- El objetivo es sacar todos los trapos sucios de los gobiernos, destruir todos los datos sobre construcción de armas y cualquier cosa que pueda perjudicar a la humanidad, tomar el control sobre los códigos de lanzamientos de los misiles de todo el mundo e invalidarlos. El objetivo es la paz. En cuanto al dinero... digamos que lo hacemos “por amor al arte”.

Me quedé pensando un buen rato, verdaderamente me gustaría participar, pero jamás había realizado un ataque a un sistema ajeno, solo atacaba los míos para comprobar que estaban realmente blindados, no me gustaba entregar un trabajo arriesgándome a que tuviese puertas traseras que pudiesen usar los atacantes. Sin embargo la idea de que podía pasar a la historia como uno de los mayores “hackers” y como alguien que ayudó a la humanidad a unirse en una sola, me hizo aceptar sin rechistar.- Cuándo y dónde.- Aquí, a las siete de la tarde, todos los días.- ¿En esta habitación?- No, en la doscientos trece, mi despacho.

Dijo Alonso por primera vez, que hasta ahora había estado callado.- ¿Qué día empezamos? ¿Hoy?- Sí.

Volvió a hablar Pedro.- ¿Solo nosotros?- Y dos personas más.- ¿Puedo saber sus nombres?- Alicia y Rodrigo. Compañeros de la planta de arriba.

Y bajo ese ambiente tenso, propio de un intercambio de sustancias ilegales, sonreí, me levanté de la silla y les di la mano.- Ahí estaré pues.- Confiamos en ti.

Me dijeron saliendo ya por la puerta.Había realmente sido una situación un tanto extraña. Iba a poner el mundo entero en

contra de mí, pero lo haría para brindarle la libertad, y lo haría también, confieso, para ver mi nombre escrito en un libro de historia. Siempre me había apasionado la idea de hacer algo tan

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inmenso como para ser recordado por el resto de personas por siglos, y ahora tenía la oportunidad perfecta.

Guardé mi trabajo en mi disco duro externo, me lo metí en la mochila, y cerrando con llave la puerta salí con mi cartera al bar que había en la planta baja.

Por suerte el lugar en el que trabajaba estaba perfectamente posicionado y provisto. Era un gran rascacielos dedicado a diferentes actividades. Las primeras dieciocho plantas eran propiedad de la empresa “Tech Experts”, para la que trabajaba yo. En la planta baja, dando cara a la zona del patio, había bastantes lugares dedicados al ámbito gastronómico en los que se comía genial, además de otros tantos sitios orientados al ocio, los cuales no frecuentaba. Aunque vagamente, recuerdo ciertas entidades cercanas a ese rascacielos, como un hotel de esos que no suelen salir precisamente baratos, o una casa de subastas de renombre.

Recorrí el largo pasillo hasta el ascensor y bajé hasta el bar. Como siempre, pedí un bocadillo, uno de tortilla de patata. Eran y siguen siendo mis favoritos. Martín, que siempre estaba tras la barra, me lo dio al momento, ya lo tenía preparado. Nos intercambiamos una sonrisa y le di una pequeña propina. Realmente me sorprendió el que ya lo tuviese preparado.

Comí tranquilamente, sin nadie que me quisiese dar conversación. A veces echas de menos no tener con quién hablar, pero no era mi caso en aquel momento. La comida hay que disfrutarla, y hablar solo te distrae del sabor.

Tras acabar mi comida me despedí de Martín y cogí el ascensor para volver a mi lugar de trabajo. Una mujer subió conmigo en el ascensor. Una mujer de largo pelo dorado y ojos castaños, con unos labios rojizos que embellecían su pálido rostro. Una mujer preciosa que vestía con una camisa formal de color blanco y una falda gris abierta que le llegaba hasta las rodillas. Llevaba unos cuantos papeles que sujetaba con ambas manos contra su pecho, los cuales se le cayeron al ir a pulsar el botón del ascensor. No tardó en maldecir su suerte con una retahíla de susurros que no parecían precisamente piropos. Me ofrecí a ayudarla y recogimos juntos los papeles. Me lo agradeció y me dijo que sentía haberme puesto en esta situación. Le corregí, no me suponía ninguna molestia ayudarla en algo así, además ella no había tenido la culpa de su pequeño tropiezo. Ella me respondió con una sonrisa y unos ojos de caramelo que me fundieron el corazón. Insistió en lo caballeroso de mi acto, y en que debía compensármelo. Me limité a responderle que tener a tan agradable persona al lado mío era recompensa más que suficiente. Entonces su rostro cambió, ambos sonreímos. El ascensor llegó a mi planta y nos vimos forzados a la despedida, pero haciendo un esfuerzo por aguantar el momento unos segundos más me detuvo para darme una pequeña tarjeta. Me dio su número de teléfono. La puerta del ascensor la hacía desaparecer de mi vida tan pronto como la hizo aparecer.

Caminé a mi lugar de trabajo de nuevo, mientras iba mirando el papel que me había dado ella. Recordando su perfume y su mirada.

Estuve trabajando hasta el fin de mi turno, a las seis y media de la tarde. Se me pasó volando. ¡Cómo se nota cuando el trabajo realmente te apasiona! Al acabar recogí todo lo que había hecho, guardé como siempre una copia en mi disco duro externo, lo metí en mi mochila y me fui a esperar a que diesen el siete menos diez a la planta baja. Me quede ahí veinte minutos jugando con mi móvil.

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Dadas las siete menos diez volví a tomar el ascensor, esta vez hasta el piso en que estaba la habitación doscientos trece. Fue extraño que todos me mirasen, ¿realmente estarían al tanto de quién era yo? – Me pregunté. Como ya me había dicho Pedro, se rumoreaba por aquí mi ascenso al equipo de esta planta.

Sin embargo todos mis pensamientos se nublaron de un plumazo al ver esperando sentada, en el banco que hay frente a la puerta doscientos trece, a la chica que me acompañó en el ascensor. Me di cuenta de que no le había preguntado el nombre, quizás era Alicia, una de esas personas que iba a unirse al equipo de “hackers”. Pero pensé que era demasiado apresurado pensar en algo así. Primero me haría el sorprendido y me sentaría a su lado, luego le preguntaría algo para saber si era ella, y a partir de ahí que la conversación siguiese el rumbo que Dios quisiera.- ¡Qué sorpresa, Alicia!

Mierda. Había usado su nombre. Ya la había cagado. Si no era ella a ver qué escusa le ponía yo ahora.- Hola, Andrés.

Me sorprendí. Me había respondido al saludarla como Alicia. ¿Era ella la persona a la que esperaba? Pues sí.

Me replicó en tono de broma que no la hubiese llamado aún. Le respondí en la misma línea de ironía que había estado ocupado en el trabajo, que no es que me reuniese con otras mujeres por ahí. Mantuvimos una conversación un tanto estúpida, pero entretenida a fin de cuentas. Estuvimos hablando hasta que se abrió la puerta de la doscientos trece y Pedro nos dijo que pasásemos. Ya estaban ahí los tres.

Se disculparon por haberse retrasado cinco minutos, excusándose en que crear la copia de seguridad había tardado más de lo previsto. Al parecer estaban trabajando juntos Pedro, Alonso y Rodrigo. Rodrigo resultó ser un hombre ya mayor, falto de cabello y un tanto arrugado, castigado por el tiempo. Tenía unas gafas de montura fina de metal y poseía una voz grave que manejaba con amabilidad.

Nos estuvimos conociendo y pusimos de manifiesto el porqué de nuestra alianza. Dejando claro cuál era nuestra relación y los límites de esta. Establecimos nuestros ideales y nos escudamos bajo el nombre de una alianza ya creada, una alianza que a pesar de hacernos inexistentes para quienes nos querían, nos defendía de nuestros enemigos, y nos hacía más ágiles en nuestro trabajo. Nos declaramos en ese momento como un nuevo grupo de “hackers” pertenecientes al movimiento popular “Anonymous”.

Estuvimos trabajando así por meses, todo nos iba genial, llegamos a sabotear las bases de datos de cientos de empresas multinacionales y conseguimos el control sobre los archivos de alto secreto de decenas de países. Y para colmo de alegría, Alicia y yo compartíamos casa, éramos oficialmente novios. Todo era perfecto. Era, hasta el día del gran ataque.

Pensamos en acabar todo con una gran traca final, sabíamos a que nos arriesgábamos, y pasó una de las peores cosas que podían haber pasado.

Nuestro plan fue revelar los datos que creímos necesarios hacer de conocimiento público mediante la toma de la señal de radio y televisión de diferentes cadenas.

Hubo un problema. Un gran problema. Aunque conseguimos tomar el control y liberar la información, ellos detectaron nuestra ubicación. Teníamos que estar permanentemente

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trabajando para evitar que los dueños de la emisión tomasen de nuevo el control de estas, lo cual nos obligaba a permanecer en nuestro lugar. Y eso es lo que hicimos. Sabíamos que correr era inútil, todo el mundo nos veía entrar y salir de esa sala a diario, todo el mundo podía delatarnos, si huíamos tan solo estaríamos atrasando algo inevitable, por lo que nos decantamos por seguir con nuestro ataque hasta el final. Una vez rastreada nuestra posición no teníamos nada que hacer más que esperar nuestro inevitable futuro, pero lo aceptamos con la cabeza alta, porque ahora, gracias a nosotros, la gente sabe más sobre los gobernantes. Ahora, gracias a nosotros, la gente es un poco más libre.

Lo mejor es que lo de aquel día no hizo sino avivar la llama de la determinación de los ciudadanos anónimos que se declaraban contra los autoritarios gobernantes que coartan libertades. Escucha nuestro lema. Entiende nuestros ideales. Busca la libertad.

“El conocimiento es libre.Somos Anónimos.

Somos Legión.No perdonamos.

No olvidamos.¡Espéranos!”

BAILES DE VIDA Y MUERTE Marta Macías Amérigo (2º BACH. B)

Y nos dieron las diez. Las manillas del reloj aleteaban con cada campanada, haciéndome sentir como si cada segundo fuese una bandada de pájaros deseosos de arrebatarte los pocos momentos de vida que te quedaban. Y yo, inútil e inservible, observaba cómo ganaban la guerra esos crueles y bellos animales, cómo huían tus últimos suspiros para llevarte demasiado lejos…-Acércate, deja que al menos esta noche sea como las de antes, deja que te cuente… hace cincuenta años oh… dulce juventud…-Tenía yo por entonces veinte años y vi cómo caían al suelo esa telaraña de cristales rotos. Un grito, -¡corre Julián!- Lancé la piedra lejos de mí y me dejé llevar. Me ardían los pulmones pero la adrenalina superaba todo resquicio de dolor. Estaba eufórico, perseguía sus delicados pies, descalzos, huyendo calle abajo, hacia el mar. Sentía que el peligro lamía nuestras huellas, pero era demasiado tarde, habíamos llegado a la playa. Te lanzaste al mar ebria de irresponsabilidad, reina de tu juventud. Y entonces te observé. Tan preciosa como estabas, despeinada, mojada y a la luz de esa imperfecta luna menguante. Sabía que eras un peligro para mí, sabía que te amaba y que superabas todos los límites de la razón humana… pero también sabía que eras tan de carne y hueso como yo, porque podía abrazarte. Me miraste, curiosa y sin aliento y yo fui a responderte, te prometo que quería decir tantas cosas… pero me callaste, como hacías siempre y, sin decir ni media palabra, te sumergiste en el fondo del mar, en el fondo de mi alma y en el fondo de nuestra existencia…

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Y las once… mi padre se sumió en un silencio ensordecedor. No estaba preocupado, sabía que estaba reviviendo cada segundo del recuerdo, cada melodioso paso y cada momento de libertad. Le costaba respirar y me dolía, me dolía su agonía o, más bien, me dolía la incapacidad de no poder pasar un día más con él.-Nos sorprendió la madrugada en la playa y miré al sol como con arrepentimiento, aunque sé que ninguno de los dos me creía. Y ella dormía. Tuve miedo de despertarla pero entonces me acorde de lo que me suplicó, que nunca tardase más de diez segundos en despertarla, pues la vida es demasiado corta como para soñar, que para eso ya tendremos un innecesario ataúd. Si tan inútil lo ves, ¿dónde te gustaría que acabase tu cuerpo? Ella sonrió, pues la respuesta parecía demasiado obvia. Deseo que mi cuerpo tenga una vida tan feliz como los rayos de sol que rompen las mareas, que tratan de alcanzar lo más hondo y se pierden en la inmensidad de su grandeza… Pero cómo no iba a amarla, cómo a alguien se le ocurriría no amarla, ¡que insulto para la existencia! Salimos corriendo de aquel lugar sagrado para regresar a nuestros hogares arrepentidos, no por la noche pasada o por la irresponsabilidad, sino arrepentidos por no poder demostrarles a aquellos que más queríamos en qué consistía la vida, pues aunque parezca lógico, parece el secreto más inescrutable del mundo. Hijo mío… espero haberte dado al menos eso, solo eso, me conformaría con que supieses vivir como yo tantas veces logré…

Las doce y empieza todo. Doce goteos, doce arañazos que desgarran el alma de los sin sueño, doce jinetes que cabalgan a por ti… Y yo aquí observándote, al menos pareces feliz en tu delirio. Sigue hablando papá.., ¡aún hay tantas cosas que no sé de ti!-Cántame una canción. Me pidió, como deseosa de oír mis desafinadas cuerdas vocales. La miré divertido y comencé a entonar “Cumpleaños feliz… cumpleaños feliz…” ¡Esa no tonto! Una que no me sepa. No sé por qué lo hice, quizá porque su espíritu había llegado hasta lo más hondo de mí ser, pero le hice caso. Comencé a entonar una canción desconocida por cualquier hombre de la tierra, comencé a entonar una canción de su dominio, pues ella me había conquistado y ella había creado esa letra en mi interior. Aún guardo esa melodía en mí, pero con los años se ha convertido más en un poema que en una canción…

Las virtudes te volarondesnuda y entre los páramos

y las campiñas bordadascon ríos color plata.

El mar te vistió de sedacon sus vistosos diamantes

corales, perlas y mareas.Tú, tan única e indescriptible.

Me creaste con bellezay yo sin merecerlo.

Me amaste con razón,y yo sin comprenderlo.

Me llevaste hasta ti,y yo, tan perdido

que en vez de encontrarte,12

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me encontré a mí mismo.

Y la una, y yo te miraba maravillado. Seguías con tu historia, mi historia y en parte la historia del mundo entero. Porque un amor así, no es cosa de dos, pues es potestad de lo más divino que exista, por desconocido que sea, pues un amor así es lo único que frena guerras y males y discusiones pero que, por desgracia, lo único que lo supera, es la muerte.-Una noche después de un concierto, fui yo el más feliz del mundo. Y lo digo sin tapujos y sin soberbia, y sin desear causar envidias y sin creerme único. Sé que fui el hombre más feliz de la tierra, porque fui el único al que tu madre le pidió casarse. Bueno, casarse suena realmente formal para lo que realmente significaba. Más que casarnos lo que queríamos era estar juntos para siempre, así que el primer paso que más lógico nos pareció fue, sin duda, comprarnos una casa. Todavía recuero el día que decoramos esta habitación… Un tapiz tan abstracto como era ella, debía coronar nuestros sueños. “¿Ves? Así, con este laberinto sobre nuestras cabezas, solo nos quedarán los sueños buenos. ¿Por qué?, pregunté yo. Pues muy simple, las pesadilla arrollan todo lo que encuentran a su paso por lo que van a atravesar el tapiz sin inmutarse. Sin embargo, los sueños puros y reales son tan respetuosos que no se atreverán a violar la asimetría de nuestro tapiz, por lo que una vez que entren nunca podrán salir”

Y las dos. Ojalá nunca acabase esta noche. Ojalá nunca te acabases, pues tengo claro que mamá era un ser hermoso, pero lo verdaderamente increíble, es el amor tan puro y sincero que le tenías.

Y las tres. Aún te queda aliento. Me sonríes como agradecido porque te escuche y mi boca se seca de palabras, pues parezco incapaz de decirte que yo no puedo estarte más agradecido, que yo no puedo quererte más, aunque sé que cada día que me acuerde de ti, mi corazón se ensanchará hasta ocupar este dormitorio. Y el salón, y la cocina y el jardín donde solíais bailar. Porque no sé cómo darle palabras a este corazón desbocado por la muerte amenazante. Lo único que soy capaz de susurrar es un gracias, una palabra tan ridícula y yo con esta tortura interior del inútil que nunca se entiende, que se confunde siempre pero que te quiere como la luna ama las estrellas y el sol a las nubes y todos ellos al cielo.

Y nos dieron las seis, y tu rostro cambió, y sentí que te ibas a morir y sentí que a pesar de tu dolor, sentías la vida como tal regalo…-Ay hijo mío, ay… parecía como si me quisiera gastar el destino una broma macabra, ese día que vi cómo el mar que tanto la había amado se la tragaba para siempre. Mi vida se fue derrumbando pilar a pilar, ¡la amaba tanto! Pero en fin, la muerte es nuestra mayor enemiga y nuestra más odiada aliada, pues sin ella ¿Qué es la vida? Yo te lo diré, una patraña. El significado de vida no es más que el antagonismo de muerte, por lo que la vida no puede existir sin la muerte pero… ¿y la muerte sin la vida? Por supuesto que sí. La muerte es algo tan poderoso… La gente cree que nuestro instinto es vivir. ¡Pues mienten! Nuestro instinto no es más que ser unos cobardes que temen a la muerte por el simple hecho de que esta prefiere esconderse. Ella desea este terror, este repudio, pues nunca se ha considerado digna de ser deseada. Ella es la oscuridad, la aridez, la pregunta sin respuesta, la incomprendida. En cierto modo, ella lo quiere así. Pero lo cierto es que en ocasiones nace alguien que deseoso de la autenticidad se pregunta, ¿y por qué no amar a la muerte? Sí, tu madre era una de esas, pero no creas que se suicidó, no. Ella me amaba tanto que aprendió a querer a la vida. Yo era día y

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ella noche. Yo bailaba con ese ridículo traje blanco mientras ella deslumbraba con ese vestido negro. Dábamos vueltas y vueltas y vueltas… El vino incapacitaba nuestros sentidos pero nosotros éramos bellos, pues habíamos aprendido a volar sin alas, a vivir sin muerte y a morir con vida.

Tu voz se fue apagando mientras susurrabas mil nombres. El sol se resistía a salir, ¿por qué no venía? Oh papá, podrías verlo una vez más… solo una vez… Sus labios se cerraron en un último suspiro, sus ojos se entornaron y entonces lo vi, juro papá que vi a tu corazón huyendo de la muerte y proyectándose hacia el oscuro cielo, y una luz se desprendió de él y viajo por todos tus recuerdos, enseñándome ese último baile de pensamientos descoordinados hasta desembocar en el horizonte lejano. Fue entonces, y solo entonces, cuando el sol salió.

PARAÍSO PERDIDO Miriam Alejandro Ascorbe (2º BACH. A)

Cuentan que cuentan que me contaron que una joven moza de ojos tristes y labios rosas trató un día de escribir una historia, la cual no le salía, por ser demasiado suya, ¡demasiada cosa! Qué dirá quien la lea, qué pensarán de mí. Dentro de veinticinco años, ¿serán las cosas así? Qué más da, que no te importe, ponte a escribir ya, ¡no te cortes! Y en esas estoy, algo desanimada, pues no sé qué tal se me dará esto de dejar constancia de lo que me pasa. Tal y como me dijo un viejo sabio, ``si quieres escribir algo, pero no sabes por dónde empezar, solo coge papel y lápiz, que el resto sin pensarlo llegará´´. Bueno, puede que esa ``súper cita´´ me la acabe de inventar sobre la marcha, pero no se lo digas a nadie, ¿de acuerdo? Pensaba que con la tontería podría coger confianza y hacer algo decente, sin titubeos, contar de una vez aquello que llevo tanto tiempo guardándome. Pero no lo parece, solo espero que el resto de historia que aún está por venir se te haga ameno. Oh sí, claro, aún estas a tiempo de dejar de leer, olvidar estas breves líneas y cambiar de cuento. ¿Por qué no? Yo, al contrario, debo quedarme aquí. Al fin y al cabo es mi historia, ¿no? Me tiene atrapada, y yo la tengo atrapada a ella. Aunque es más bien otra cosa lo que me tiene atrapada… Cierta persona que, tristemente, ronda demasiado por mi cabeza. Bueno, ya ves más o menos por dónde van los tiros (oh no, otro cuento romántico no, por favor) ¡Lo siento! Pero ya he empezado y no me queda más remedio que continuar.

Todo comenzó en el equinoccio, un día cambiante, perfecto para empezar. Las primeras hojas de otoño caían formando los anuales montoncitos con los que muchos niños jugarían al salir de clase. El viento, hasta hace poco cálido y envolvente, presentaba sus primeros matices fríos, con los cuales estaba dispuesto a permanecer unos cuantos meses. Ella iba paseando por la calle, con su característica forma de caminar que ahora recuerdo tan nostálgicamente. Recuerdo también cómo nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos no mostraron el brillo que me esperaba, estaban tristes y cansados. Aun así, tenía algo que me

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cautivó, y tal fue mi ensimismamiento que no vi la farola a la cual me acercaba. Al segundo noté como mi culo topaba con uno de esos montoncitos de hojas de los que he hablado antes, y cómo mis mejillas pasaban del blanco nuclear que me caracteriza al rojo ardiente. De este modo que te cuento fue nuestro primer encuentro, muy de película, salvo porque no llevaba encima libros ni nada que aquella chica pudiera ayudarme a recoger. Simplemente se quedó mirando, con una sonrisita tonta que me sacó más aún los colores. Siguió caminando y yo, ahí tirada, recordé que debía respirar y levantarme. Sí, sería lo mejor.

No fue hasta dos meses más tarde que me volví a topar con ella. Y otra vez. Y más adelante otra vez… Como si nos buscáramos la una a la otra, y gracias a la insistencia del destino que no dejaba de hacerla aparecer, acabamos enamorándonos. Sí, bueno, o algo parecido… ¿Qué más da realmente cómo se le llame? Desde aquel momento comenzó a florecer la etapa más feliz de mi vida, sensaciones que nunca antes había imaginado. Creo que ya puedes hacerte una idea… Sin embargo, no todo fueron risas y mariposas, y es que, aunque parezca que el mundo ha cambiado, que hemos evolucionado hacia una mayor tolerancia y libertad de pensamiento, por desgracia queda mucha gente que no avanza, que solo obstruye y marchita al resto. De este modo, nos convertimos en amantes ``furtivas´´. Un amor por ocultar, que disfrazamos de amistad, por miedo, por vergüenza. No es tan fácil como parece, y mientras nos esforzábamos por escondernos de las críticas y las miradas hirientes, transcurría un tiempo que debimos aprovechar más, un tiempo que avanzaba sin darnos cuenta. El azar nos había unido: perdí el bus aquella mañana de otoño, y por ello nuestro torpe primer encuentro pudo darse lugar; a un joven se le cayó la cartera a la entrada de un bar, y por ello nos volvimos a encontrar una vez entré en el local a devolvérsela; un día soleado se volvió tormentoso sin motivo aparente, y por ello cogí aquel metro en el cual viajaba ella… Casualidades azarosas que hicieron que comenzara nuestra historia. Casualidades azarosas que hicieron que terminara de la forma más repentina, dolorosa y mortífera…:

Una noche, unos amigos insistentes convencieron a su compañero para que bebiera más de la cuenta. Al llegar a casa, cansado y demasiado ebrio para acordarse, este no puso la alarma. A la mañana siguiente, los rayos de sol despertaron a aquel hombre, quien llegaba tarde al trabajo. Apresurado, cogió el coche, pero su mujer, aprovechando que salía más tarde de casa, le convenció para que le acercara al centro. De este modo, aquel acelerado conductor tomó una ruta no habitual, por la que dos jóvenes recién encontradas paseaban de la mano, demasiado distraídas en sí mismas. El impacto fue rápido, certero, inminente. La muerte tan solo fue la forma de poner el punto final a una historia que no tuvo tiempo ni de respirar. Desde aquel momento se paró el tiempo. Todo lo que creía que formaba mi vida se perdió en un abrir y cerrar de ojos. Ya no oigo ni el silencio, ya no veo ni las sombras. A partir de entonces vivo en un recoveco de mi mente, oculto, aislado, perdido, donde todos mis pensamientos van dirigidos a ella. Lo sé, es triste, es ridículo, es cruel, es egoísta, pero más lo es este mundo y sus malditas casualidades.

No paro de repetirme a mí misma que debo dejar de pensar en todos los momentos que no vivimos. Los vividos me permito recordarlos; ya forman parte de mí, de mi esencia. Sin embargo, todos los que no disfrutamos, todo aquello que no hicimos, eso es realmente lo que duele.

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Intento no imaginar nuestros planes de verano: ella con ese vestido de flores que yo tanto odio y esa sonrisa radiante que tanto le costó mostrar al principio. Sus andares por la arena y los castillos infranqueables construidos como si fuéramos niñas. Nuestros baños en el mar y las gaviotas volando a ras de suelo, tan ingenuas y ajenas al resto de mundo como nosotras mismas.

Consigo olvidarme, no muy a menudo, de nuestros rincones favoritos, los cuales frecuentamos menos de lo debido, donde las dos éramos parte de un mismo ser, donde no llegaban las miradas curiosas de esa gente que tira piedras a todo aquello que no entiende, con las cuales nosotras construíamos nuestro pequeño recinto paradisiaco.

Oh, el paraíso. Antes era ella y ahora solo es mi recuerdo. Cerrada en mi mente, he logrado crear un lugar maravilloso, donde verla siempre que deseo. Un bucle anclado en el tiempo, en un equinoccio de otoño, donde el contraste entre verdes marchitos y rojos ardientes da al ambiente un carácter mágico. Un escenario donde las hojas bailan al son del viento y donde el sol, celoso de los placeres terrenales, se exhibe con un espectáculo de luces y sombras que deja la pista de baile de las hojas al mismo nivel que su danza. Cielo y tierra, fauna y flora, y nosotras, en medio de aquel paraíso inventado, disfrutando la una de la otra, en un espacio atemporal donde no hay muerte, tan solo el deseo frustrado de una vida desvanecida antes de tiempo.

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