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Altamirano Peronismo y Cultura de Izquierda

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sociología y política

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A María Inés Silberberg 

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Carlos AltamiranoPeronismo y cultura de izquierda - 1ª ed. - Buenos Aires: Siglo

 Veintiuno Editores, 2011.272 p.; 21x14 cm. - (Sociología y política) ISBN 978-987-629-189-7

1. Historia Política Argentina. I. Título.CDD 320.982

Primera edición: Temas Grupo Editorial, 2001

Segunda edición, corregida y ampliada: 2011

© 2011, Siglo Veintiuno Editores S.A.

Diseño de cubierta: Peter Tjebbes

ISBN 978-987-629-189-7

Impreso en Artes Gráficas Delsur // Almirante Solier 2450, Avellanedaen el mes de septiembre de 2011

Hecho el depósito que marca la ley 11.723Impreso en Argentina // Made in Argentina

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Índice

Prólogo a esta edición  9

Introducción  13

1. Una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista(1946-1955) 19

2. Las dos Argentinas 35

3. Duelos intelectuales 49

4. Peronismo y cultura de izquierda en la Argentina(1955-1965) 61

5. La pequeña burguesía, una clase en el purgatorio 99

6. El peronismo verdadero 129

7. Memoria del 69 139

8. Montoneros 147

9. Trayecto de un gramsciano argentino 171

10. ¿Qué hacer con las masas? 217

Referencias bibliográficas  253

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Prólogo a esta edición

Peronismo y cultura de izquierda se publicó por primera vez

en 2001 y hace tiempo que se encuentra agotado. Carlos Díaz me

propuso volver a editarlo, con el sello de Siglo XXI, y esta segunda

aparición incorpora algunos cambios. Escribí para ella un ensayo

sobre el itinerario político-intelectual de Juan Carlos Portantiero,

más bien sobre una parte de ese itinerario, que guarda afinidad

con la temática del libro, “Trayecto de un gramsciano argentino”.

También sumé al libro el artículo “¿Qué hacer con las masas?”,

que anteriormente integraba el volumen de Beatriz Sarlo La 

batalla de las ideas . El resto de los artículos aparecen como enla primera edición, con algunas correcciones que agradezco a

las editoras de Siglo XXI. En los diez años transcurridos desde

entonces, se han publicado muchos trabajos que tocan los temas

de este libro, y pude haberlo revisado, por supuesto, a la luz de

esa nueva literatura. Pero me pareció que debía dejar los textos

tal como se hallaban ya incorporados a la conversación de quienes

se interesan por la historia de las relaciones entre la izquierda

argentina y el peronismo.

En esta edición he eliminado, en cambio, el breve epílogo

con que concluía la anterior. Ahora veo que en esas dos páginas

finales me apresuraba a dar por concluido un ciclo ideológico,

el que se fundaba en la identificación del peronismo con la

esperanza de la revolución social en la Argentina. ¿Qué distinguía

a la izquierda peronista, desde que se empezó a hablar de ella a

principios de los años sesenta? ¿Qué la diferenciaba de esa otraizquierda igualmente radical, que también creía que socialismo

 y nacionalismo debían unir sus fuerzas y que Cuba enseñaba el

camino para la conquista del poder, si no esa fe depositada en

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10 peronismo y cultura de izquierda

la potencia subversiva, antiburguesa, de las masas peronistas y su

 jefe? La historia daría duras réplicas a esa creencia, y Perón, tras su

retorno a la Argentina en 1973, fue el primero en suministrarlas.

Después de la ruptura con Perón, del fracaso del partido armado y de la represión ejercida por la dictadura implantada en 1976, lo

que subsistía de expectativa en aquel peronismo imaginado volvió

a frustrarse bajo la democracia con el gobierno peronista de Carlos

Menem. Por cierto, el peronismo seguía siendo el partido de los

desposeídos y el caudillo riojano tenía allí su base popular, pero

  ya no era el partido de los sindicatos obreros (Levitsky: 2005).

En 1994, al anunciar, poco antes de su muerte, que se afiliaba

al peronismo, Jorge Abelardo Ramos dijo: “Lo hacemos para

apoyar a la negrada. Estamos convencidos de que la hostilidad

generalizada que existe contra Menem no es personal sino que

es un movimiento que busca impedir que se queden los negros

en el poder” (Clarín , 4/9/1994). Al abandonar la tesis que había

mantenido durante la mayor parte de su vida política –que la

izquierda nacional debía formar un partido independiente para

proporcionarle a la clase obrera la ideología que el peronismo nopodía ofrecerle–, Ramos ya no hablaba del proletariado industrial

 y su misión histórica.

No era ajeno a este clima el epílogo que escribí en 2001 para

la primera edición de este libro. Allí decía: “Actualmente ya no se

piensa el peronismo en los términos de hace treinta o cuarenta

años. Ya no representa el Mal, como lo fue a los ojos de la izquierda

liberal, pero tampoco la Revolución. Como no sea nostálgica o

paródicamente, ¿quién podría insertar todavía en las líneas de un

discurso militante que el peronismo es el ‘hecho maldito del país

burgués’?”.

Hoy no podría suscribir, sin más, estas palabras, que reflejaban

la convicción de que se asistía al fin de una época en la ideología

argentina, para emplear la expresión de Oscar Terán. Después

de la tempestad de 2002, cuando la Argentina osciló al borde del

despeñadero, el país cambió. Aunque socialmente muy dañadopor la gran crisis, escapó, sin embargo, al descarrilamiento, y,

contra la mayoría de los pronósticos, la dinámica del crecimiento

  volvió a animar la economía nacional. Con los gobiernos de

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prólogo a esta edición 11

Néstor y, sobre todo, de Cristina Kirchner, se modificó también

el clima ideológico. Desde que llegara a la presidencia cuando

pocos lo esperaban, Néstor Kirchner fue el primero en transmitir

con actos de gobierno, declaraciones y gestos públicos que el ejepolítico se había desplazado hacia la izquierda. “Formo parte de

una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me

sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las

que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”,

dijo ante la Asamblea Legislativa al asumir la presidencia, en

alusión a su pasado en la Juventud Universitaria Peronista

de la primera mitad de los setenta. En varias oportunidades

Cristina Fernández de Kirchner también haría referencia a la

misma filiación de su sensibilidad y de sus valores. Es cierto que

las alusiones a las raíces en la cultura política de la militancia

setentista han sido siempre parcas: algunas pocas palabras,

sobreentendidos y también silencios; se mencionan los ideales

de aquella generación juvenil, por lo general identificados

nebulosamente con la justicia, pero no se evocan ni la idea de

revolución ni el socialismo nacional. El nombre de Perón casi notiene lugar en esa imagen estilizada del pasado. Para una parte

de quienes sobrevivieron a la experiencia de la JP, luego del

enfrentamiento con Perón de 1974 el peronismo verdadero, es

decir, lo que este significaba como promesa de liberación, no se

hallaba encarnado ya por el viejo líder, sino por la juventud cuya

movilización había hecho posible su retorno. ¿No es este uno de

los mensajes de  El presidente que no fue , de Miguel Bonasso, por

ejemplo? Tal vez Néstor y Cristina Kirchner también tengan en

su bagaje esta convicción asociada con la memoria del peronismo

que no fue, el de la efímera primavera camporista.*

No pretendo derivar de esta filiación declarada ninguna

interpretación del kirchnerismo, conjunción política que sería

irreductible a un movimiento de ideas. La destaco porque una veta

ideológica que me había parecido no agotada, pero sí destinada

a sobrellevar una existencia residual, ha sido reactivada en estos

* Sobre el vínculo entre la presidencia de Kirchner y el filón setentista, véase el perspicaz artículo de Juan Carlos Torre (2005).

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12 peronismo y cultura de izquierda

h ñ, be d, pe úee, vé de pí

f e e ee de deeh hu. E ee e

u de h que e h ejd e e -ppu

de e dí y e uy pó h bd uhpu, d bu de zqued pe. E e

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e ed ee 1972 y 1974, pe e pe de eee

deóg pí que e bev e ee e

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hpeee ev, ebg, e pebe e jóvee

e du. E u de heh, e u, h d

e epíg e p edó e de ee b: ¿p qué

dej e pe?

carlos altamirano, ju de 2011

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Introducción

Los ensayos que contiene este volumen aparecieron con

ligeras dierencias en revistas y publicaciones, excepto los tres pri-

meros, que son inéditos. Cada uno responde a ocasiones e incita-

ciones particulares –incluso el tono cambia de uno a otro– y las po-

cas correcciones que introduje en ellos para esta edición no borran

esas marcas de origen. Sin embargo, aunque no ueron concebidos

como partes de un libro, no es diícil percibir lo que tienen en

común: la convergencia, la insistencia obsesiva en algunos temas

(como si no ueran más que variaciones en torno a un solo asunto)

 y el entrelazamiento de historia política e historia intelectual.Paralelamente al peronismo, aunque también como parte de él,

se desarrolló desde un comienzo otra historia, a manera de con-

trapunto, la historia de las ideas sobre el peronismo. A ella perte-

nece una rase del dirigente peronista John William Cooke que se

hizo célebre: el peronismo es “el hecho maldito del país burgués”.

En verdad, el peronismo no ue más venturoso para la izquierda

–como habría de comprobarlo el propio Cooke, que empeñó el

último tramo de su vida política en unir el movimiento peronis-

ta con el socialismo–, que para él se identifcaba desde 1960 con

la Revolución Cubana. De la constancia y el apasionamiento que

Cooke puso en ese empeño no hay documento más elocuente que

su correspondencia con Perón, a quien se desesperaría por con-

 vencer de que castrismo y peronismo eran variantes locales de una

misma revolución.1 Pero Cooke no ue el único en concebir e im-

1 “Deina al movimiento como lo que es –le solicitaba a Perón en

1962–, como lo único que puede ser; un movimiento de liberación

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14 peronismo y cultura de izquierda

pulsar la idea de ligar las dos uerzas escindidas, ni el primero en

sostener que cada una encerraba una parte de la verdad que daba

sentido a la historia. Algunos antes que él, ya bajo el gobierno de

Perón, y muchos otros después, en los tiempos de la proscripción,se plantearon el asunto: si la verdad última del peronismo se halla-

ba en la revolución socialista, ¿cómo ayudarlo a cobrar conciencia

de sí mismo?

Durante años este asunto ue motivo de controversia y ormó

parte de ese proceso intelectual más vasto que Federico Neiburg

ha llamado la “invención del peronismo”: “Por mucho tiempo,

interpretar el peronismo ue un tema central en los combates

intelectuales argentinos, de tal orma que, para ser escuchado,

cualquier individuo interesado en hablar sobre la realidad social y 

cultural del país debió participar en el debate sobre sus orígenes y 

su naturaleza” (Neiburg, 1998: 15).2 Pues bien, este combate por

el signifcado del hecho peronista, directa o alusivamente, está

en el ondo de estos ensayos que agrupé bajo el título común de

Peronismo y cultura de izquierda.

 Al hablar de cultura de izquierda me refero a ese subconjuntode signifcaciones que le confrieron identidad como sector de

la vida política e ideológica argentina. O sea, una terminología

  y órmulas más o menos codifcadas (un lenguaje ideológico),

cierta undamentación doctrinaria, valores y rituales particulares,

símbolos distintivos y una memoria histórica –una narrativa– más

o menos específca. En resumen, son las signifcaciones que se

reúnen habitualmente bajo el concepto de “cultura política” (Si-

rinelli, 1997: 438). Franja dierenciada de la sensibilidad política,

la cultura de la izquierda no ue, sin embargo, un ámbito sin co-

municación ni intercambios con el conjunto de la cultura política

nacional, de extrema izquierda en cuanto se propone sustituir el ré-gimen capitalista por ormas sociales, de acuerdo a las características

propias de nuestro país” (Perón y Cooke, 1973: 222).2 La palabra “invención”, aclara Neiburg, está destinada a indicar no el

carácter icticio o abuloso de los rasgos que los intérpretes que estu-dia atribuyeron al peronismo, sino el interés que su análisis le prestaal proceso de construcción de las interpretaciones.

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introducción 15

nacional y sus clivajes. Por el contrario, importó y adaptó signif-

cados procedentes de otras zonas. Los sincretismos, que son una

práctica habitual en el cuadro de toda cultura, lo son también en

el espacio de la izquierda, aunque la procedencia de los elemen-tos que en cada caso se pondrían en simbiosis con los de la propia

tradición varió históricamente. Irrigada por partidos políticos ri-

 vales, por publicaciones a menudo hostiles y por personalidades

intelectuales irreductibles a los grupos organizados, la cultura de

la izquierda no ha tenido una sola uente de propagación ni de

inculcación. Su confguración, que se compone de elementos di-

 versos, no responde pues al modelo de una estructura coherente,

sin contradicciones, incongruencias ni cabos sueltos.

Las ideologías en la sociedad moderna (aun la de los grupos

que se reducen a la comunidad de los militantes, como las sectas),3 

están expuestas al exterior, a los trastornos políticos y sociales

del presente, a los desaíos de los discursos rivales. Obligadas a

responder, o bien invalidan los datos que parecen perturbarlas

o bien se reinterpretan a sí mismas para dar cabida a los aconte-

cimientos, coordinándolos con los principios de la doctrina. Lacultura de la izquierda ha estado sometida, como cualquier otra,

a esta dinámica en la tramitación de su relación con la historia

en curso. Es decir, uctuando entre la resistencia al exterior y la

revisión. En la Argentina, el hecho peronista ue a lo largo de la

segunda mitad del siglo XX uno de los grandes ejes de variación

de esa cultura.

“Todas las sociedades complejas –escribe Jerey C. Alexander–

han tenido sus mitos acerca de la Edad de Oro. Sólo en Occiden-

te, sin embargo, se comenzó a pensar seriamente en que esa nue-

 va edad podía realizarse en este mundo, no en uno extraterreno o

antástico. Estas concepciones mundanizantes ueron ormuladas

en el judaísmo tres o cuatro mil años atrás. Si los judíos mante-

nían su alianza con Dios, prometía la Biblia, Dios establecería su

3 “El partido es inclusivo, la secta es exclusiva. Las iglesias y los partidosprocuran atraer a todos los hombres de buena voluntad; la secta pro-cura reclutar una minoría selecta de ‘agentes’ religiosa o políticamen-te caliicados” (Coser, 1978: 101).

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16 peronismo y cultura de izquierda

reino de perección en la Tierra –lo que habrá de denominarse el

Milenio–. Como los judíos eran el pueblo elegido, Dios prometió

que al fnal serían redimidos. Los cristianos creyeron que Cristo

había sido enviado para renovar esta promesa de redención. Des-de entonces hemos vivido en lo que podría llamarse una civiliza-

ción milenarista […] La e en la perección ha animado todos los

experimentos de importancia en el mundo moderno, grandes y 

pequeños, buenos y malos, el reormismo incesante tanto como

las revoluciones impulsadas desde la izquierda y desde la derecha”

(Alexander, 1995: 65-66).

Creo que esta tesis respecto de las relaciones entre esperanza

escatológica y esperanza revolucionaria, que resume una amplia

literatura,4 orece una clave para enocar ciertos hechos de la ex-

periencia argentina reciente. Por ejemplo, el encuentro de radica-

lismo católico e izquierda marxista que se produjo en la segunda

mitad de los sesenta y reunió, en las flas del llamado peronismo

revolucionario, a dos campos de creencias militantes. Es el tema

de uno de los artículos reunidos en este volumen, “Montoneros”,

 y la hipótesis es que la inesperada intersección de las dos cultu-ras mostró lo que ambas tenían en común: los mismos impulsos

milenaristas y el mismo sentimiento de una deuda con el pueblo.

¿No ormulaba el marxismo en lenguaje secular las mismas certi-

dumbres del populismo católico, integrista o progresista? ¿No era

la Revolución inminente el acontecimiento redentor que abría el

camino para una sociedad librada del surimiento y la injusticia?

Producido en torno de la promesa escatológica del Mundo Nuevo

 y la proeza heroica de la Revolución armada, aquel encuentro in-

sospechado se hace menos extraño. El tema de la deuda y la culpa

con el pueblo es también el pivote del ensayo “La pequeña bur-

guesía, una clase en el purgatorio”, aunque aquí el pueblo es el

proletariado. El supuesto, aludido pero no explícito, del artículo

4 Entre las obras que han contribuido a esta temática se pueden citar:Ideología y utopía , de Karl Mannheim; El sentido de la historia , de KarlLöwith; En pos  del milenio , de Norman Cohn; Exodus and Revolution , deMichael Walzer; Potere e secolarizzazione. Le categorie del tempo , de Giaco-mo Marramao.

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introducción 17

es que el proletariado ocupa en el pensamiento marxista el lugar

del “pueblo elegido”, transmutado en la fgura de la última clase,

mesías colectivo cuya misión es poner término a la explotación y a

las sociedades de clase (Papaioannou, 1991: 222-225). La “verdad”que una parte de la izquierda ideológica buscará y solicitará del

peronismo en los sesenta y los primeros setenta no será otra que

la verdad de esa clase salvadora.

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1. Una, dos, tres izquierdas anteel hecho peronista (1946-1955)

El hecho social que está a la vista y miden las columnas

numéricas de los escrutinios puede resumirse así: ha

cuajado un movimiento tumultuario que irrumpiendo en

los procesos ordenados, deja de lado las medidas, los cua-

dros y las consideraciones tradicionales, rompe con todo,

con esto y aquello, salta por los principios, los partidos, la

universidad, los diarios, la opinión independiente califi-

cada, y se derrama con fuerza sobre el vasto campo de la

política, que ahora cubre y no sabemos si sabrá dominar.

La Vanguardia, 19/3/465

del lado de los socialistas

Radicales, socialistas y comunistas percibieron sólo después del

combate electoral del 24 de febrero de 1946 que el ascenso de Pe-

rón había revuelto las cartas y que el nuevo movimiento les había

arrebatado algo a todos: la mayoría electoral y el lugar del partido

popular, bases y dirigentes en las provincias, o cuadros sindicales

 y el apoyo obrero en el perímetro de la Argentina industrial. No

obstante, con la excepción del Partido Comunista (PC), ninguna

de las fuerzas involucradas en la Unión Democrática, la coalición

5 Pude consultar los documentos en que se basa este artículo en elCeDInCI, cuyo funcionamiento ejemplar, pese a los pocos recursosmateriales con que cuenta, merece destacarse porque es infrecuenteen la Argentina. Aprovecho esta nota para agradecer a su director y atodos los jóvenes que durante varias tardes hicieron más fácil mi tarea.

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20 peronismo y cultura de izquierda

derrotada, estimó que el cuadro que había surgido de las eleccio-

nes podía llevarlas a revisar posiciones respecto de la defnición

del antagonismo: para ellas los comicios habían cambiado la apa-

riencia, pero no la sustancia del conicto político, y el carácterconuso del nuevo movimiento no debía enturbiar esa verdad.

Según esta representación, ¿qué había ocurrido en las urnas?

Que, contra lo previsto, los votos le habían dado el triuno al can-

didato “continuista”, es decir, le habían conerido achada legal

a lo que era y seguía siendo la “revolución nacional”, empresa

totalitaria que remedaba tardíamente al ascismo y tenía su acta

de nacimiento en el golpe de Estado del 4 de junio de 1943. El

presidente electo no era sino el jee de esa empresa política. “La

dictadura –decía el primer editorial en que el periódico socialista

La Vanguardia  tomaba nota de las ciras del escrutinio– ganó su

primera batalla… electoral para fnes suyos, de índole militarista

  y continuismo ascista, aunque movilizando con acierto motivos

populares que distan de ser iguales a aquellos fnes ocultos de los

usuructuarios de la revolución” (La Vanguardia , 12/3/46). La

lucha, pues, continuaba, y en los términos ya defnidos en 1945.(Para no ignorar enteramente el cuadro del debate y de las posi-

ciones, hay que consignar que desde el gobierno, comenzando

por Perón, se reivindicaban los títulos de la Revolución de Junio

de 1943 junto al veredicto de las urnas: estas habían convalidado

los postulados de aquella.)

Desde el punto de vista político, el partido de la oposición entre

1946 y 1955 ue el radicalismo, cuyo Comité Nacional resolvió a

pocos días de la derrota electoral recomendar “a los legisladores,

dirigentes y afliados de la Unión Cívica Radical (UCR), la adop-

ción de una conducta de severa resistencia moral y activa oposi-

ción” (Argentina Libre , 20/4/46).6 Ideológicamente, sin embargo,

6 Para la Intransigencia, que asumiría el papel de ala izquierda del

partido y tomaría su dirección en 1948, el triuno de Perón relejabala crisis en que se debatía el país y esta era inseparable de la crisis delradicalismo, que había perdido su orientación revolucionaria bajo laguía del sector liberal del partido –los “antipersonalistas” o “unio-nistas”–. Concibiendo a la UCR como un partido más, es decir, una

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una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista… 21

el gran antagonista del peronismo ue el alineamiento socialista-

liberal, y una parte de la izquierda se expresó y se reconoció en el

interior de ese alineamiento.

El credo del progreso nacional y su narrativa –el relato delavance económico y civil del país, a cuya marcha colaboraban

los logros de la educación común– había comunicado desde co-

mienzos de siglo a socialistas y liberales “esclarecidos”, positivistas

o espiritualistas (por lo general, un poco de las dos cosas). La

confanza en el progreso no era incompatible con la indignación

por la suerte de los trabajadores, excluidos de los benefcios de

esa marcha. Más aún: el reconocimiento de que la justicia social

debía incorporarse a la agenda de la civilización era la marca dis-

tintiva de los liberales progresistas. Hasta comienzos de los años

treinta, el obstáculo para la evolución civil era la “política criolla”,

conservadora o radical; ahora, el mal tenía la apariencia de un

“movimiento tumultuario”, según la expresión de La Vanguardia.

La palabra “tumultuario” y lo que evoca –multitud, conusión, al-

boroto– parecían colocar el “hecho social” que estaba “a la vista”

bajo el signo de lo inclasifcable, pues allí se había alojado lo he-teróclito: “La corriente arrastró resquemores, dolores, injusticias,

ambiciones, traiciones, desclasados, resentimientos, egoísmos,

impaciencias, ilusiones súbitas e impostergables, desesperan-

zas de esto y esperanzas de lo otro, descreimiento de lo de acá,

creimientos ingenuos del más allá” (La Vanguardia, 12/3/46). El

nuevo movimiento “ríe y burla con la satisacción de la energía

elemental desatada” (La Vanguardia, 19/3/46).

Pero ni un partido, ni el periódico de un partido, están hechos

para divagar sobre lo impensado. Deben defnir, nominar los he-

pieza del régimen, los unionistas habían comprometido la identidadradical al involucrarla en la Unión Democrática, lo cual permitió quePerón atrajera una parte de los votos populares del radicalismo. Peroel “pueblo radical” era más que un partido, según lo enseñaba la tra-

dición yrigoyenista, y la mayoría electoral se recuperaría devolviendola UCR a su verdadera identidad, encarnada en la Intransigencia. Másallá del pleito interno, también para los intransigentes las eleccionessólo habían dado orma legal a un proyecto que seguía siendo el de

una dictadura.

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22 peronismo y cultura de izquierda

chos en consonancia con la doctrina y dar razones para la acción

cívica, más aún si en las flas propias o cercanas a las propias se

ha instalado el malestar y la desorientación. “Ante el cuadro mu-

chos ciudadanos se preguntan: ¿pero es que los principios tienenalgún papel en la política? ¿Será verdad que debemos promover

la educación de las masas y confar en el método de la evolución

creadora?” (La Vanguardia, 19/3/46). El Partido Socialista (PS)

era el partido de los principios y llamaría a aerrarse a ellos, no

obstante la inclemencia momentánea.

Argentina Libre  ue hasta 1948 el órgano común del progresis-

mo liberal-socialista. Había reaparecido con su nombre original,

abandonando el sustituto de Antinazi , después de la derrota de

la Unión Democrática y llevaba un epígrae de combate: “8 veces

clausurada por el gobierno de Castillo y 2 veces por la dictadu-

ra”. Los órganos de expresión intelectual de esta izquierda ueron

revistas como Cursos y Conferencias , Liberalis , Ascua , Sagitario . “Las

minorías que hoy podrían orientar a la masa padecen la congoja

de no sentirse respaldadas por ella”, escribía en 1949 José Luis

Romero, resumiendo con la mayor elocuencia el sentimiento detribulación e impotencia con que atravesaron la década peronista

las sociedades de pensamiento de la izquierda socialista-liberal (Ro-

mero, 1956a: 27).7 Aunque la crítica sin tregua que esta ormulaba

al peronismo incluía también el cuestionamiento de la política

económica del gobierno, el eje de la reprobación era de índo-

le política, cultural y moral –dictadura, clericalismo, demagogia,

aventurerismo, corrupción–.

 Ahora bien, a medida que el gobierno de Perón y su ascendien-

te electoral ueron revelándose más duraderos de lo que se había

 vaticinado al principio, la expectativa de una recomposición de

las relaciones entre la minoría de izquierda y la masa se trasladó al

uturo posperonista. Que la hora de la democracia social llegaría

después del régimen político presente es el mensaje del libro más

7 Sobre una de esas “sociedades de pensamiento” (la etiqueta es delnacionalista Mario Amadeo), el Colegio Libre de Estudios Superiores,

 véase Neiburg, 1998: 137-182.

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una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista… 23

importante que produjo la literatura antiperonista entre 1946 y 

1955, Historia crítica de la revolución del 43 ,  de Américo Ghioldi,

cuyo subtítulo anunciaba: Programa constructivo para el mañana.

“Al emprender el trabajo en un clima de rosismo activo –escribeGhioldi– he tenido en cuenta […] una curiosa modalidad de al-

gunos escritores contemporáneos consistente en rehabilitar prác-

ticas, condiciones negativas y personajes de ningún valor creador”

(Ghioldi, 1950a: 10). Como si no quisiera orecer nada que se

prestara al trabajo de rehabilitación de algún revisionista del ma-

ñana, el autor hará una crítica sin respiros del régimen peronista,

entendido como cumplimiento del movimiento nacionalista del 4

de junio de 1943. Ningún sector de la “Argentina revolucionada”,

ni la política interna ni la exterior, ni la reorma constitucional

del 49, ni la gestión económica, nada, en suma, escaparía a la

reprobación, el peronismo era el mal totalitario y había hecho

estragos aun en la oposición: “El miedo y la pusilanimidad de no

poca gente antidictatorial constituye una columna de sostén de la

propia dictadura. Esto es lo que prueba la experiencia de la his-

toria y enseñan los regímenes totalitarios” (Ghioldi, 1950a: 603).No todos los socialistas aceptaban la nominación pura o predo-

minantemente política de la experiencia en curso. En un artículo

de esos mismos años, José Luis Romero señalaba qué era a sus

ojos lo esencial de la nueva realidad: “El proceso político es, entre

todos, el menos importante y lo undamental es todo lo que se

oculta detrás de él en el plano económico y social, especialmente

en relación con la situación de las masas, porque esa situación

puede crear condiciones orzosas en el uturo” (Romero, 1956b:

29). En otras palabras, aunque unesto, el peronismo era sólo un

enómeno político circunstancial; su visibilidad inmediata no de-

bía ouscar la lectura de lo que se agitaba bajo su superfcie, el

proceso social de las masas. Esta realidad más prounda tornaba

ilusoria toda política que pretendiera retrotraer la situación de los

trabajadores a diez o veinte años atrás. “Prácticamente lo han re-

conocido así los partidos progresistas que parten ya de esta nuevarealidad para tratar de atraer o reconquistar partidarios” (Rome-

ro, 1956b: 37). La nueva realidad no remitía casi al peronismo; iba

más allá de este y su eco se registraba ya en la nueva conciencia de

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24 peronismo y cultura de izquierda

los partidos progresistas. Remitía, en suma, al posperonismo. (Lo

que resultaba descartado era la posibilidad, e incluso la pregunta

por la posibilidad, de que la identifcación con Perón, Evita y el

Estado de la Justicia Social estuviera engendrando en esas masasactivadas una nueva identidad política popular.)

El socialismo no atravesó la década peronista sin impugnacio-

nes internas, undadas por lo general en la opinión de que el par-

tido corría el riesgo de sacrifcar, o simplemente sacrifcaba, la

identidad socialista, conundiendo su papel en la oposición con

el de una uerza liberal. Algunas disidencias no harían sino dar

nueva expresión a la disputa entre dirigentes políticos y activistas

sindicales en las flas del socialismo, que venía de los años treinta

  y se había intensifcado entre 1943 y 1945, con la aparición de

Perón en la escena (Torre, 1990: 95-102). Algo de esto se ventiló

en la ractura que dio base a la creación del Partido Socialista

de la Revolución Nacional en 1953, aunque en el episodio hubo

mucho de operación gubernamental (Luna, 1992: 63-72). Otras

impugnaciones se colocarán a la izquierda de la línea ofcial y 

no pondrán en entredicho la defnición del carácter dictatorialdel régimen, sino la estrategia para recuperar el lazo con el movi-

miento obrero.8 Ninguna, sin embargo, haría variar el compacto

antiperonismo del centro dirigente que desde 1949 sólo confa-

ba ya en que únicamente un golpe de Estado podía poner fn al

régimen justicialista.

8 Una declaración diundida en orma de volante puede ilustrar estetipo de disidencia: “La acción política en deensa de las libertades bá-sicas del régimen democrático no debe ser abandonada en ningunacircunstancia, pero ello no debe implicar la reducción de la lucha –hablamos como socialistas– por las reivindicaciones undamentales dela clase trabajadora. […] La única posición constructiva en el terreno

sindical es trabajar con la clase obrera sin discriminaciones. El contac-to y la solidaridad con ella debe producirse cualquiera sea el sindicatoen que se agrupe: libre o dirigido; es la única vía para la capacitaciónpolítica del proletariado, aspecto undamental del problema” ( Decla- 

ración del Ala Izquierda del Partido Socialista , enero de 1949).

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una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista… 25

del lado de los comunistas

En el PC, la derivación de la derrota de la Unión Democrática

ue dierente. Después de aguardar largos días que el cómputofnal de los votos produjera un milagro –no se terminaba de creeren el triuno del improvisado rente que encabezaba Perón–, elPC dio señales de que se aprestaba a dar un giro en la defnicióndel antagonismo. “Late en el país el ermento de una cosa nueva;grandes masas asoman por primera vez a la vida política; se estánremoviendo las bases sociales de los partidos políticos”, se leía yael 6 de marzo en el semanario Orientación, el principal órgano delpartido. Y la nota añadía más adelante: “Para una realidad nuevason necesarios organismos partidarios que la comprendan ajus-tándose ellos mismos a esa realidad” (Orientación , nº 329, 6/3/46).Enseguida desapareció del lenguaje de la prensa comunista la ór-mula “nazi-peronismo” y dejó de propagandizarse el olleto Batir 

al nazi-peronismo , del líder partidario Victorio Codovilla, que hastala víspera de los comicios era anunciado como un documento cla-

rividente. No habría en la palabra ofcial de los comunistas ma-niestaciones de desazón equivalentes a las que por esos mismosdías podían encontrarse en la prensa socialista, pero en las reunio-nes reservadas a los militantes la preocupación ue registrada. Lograve, dirá en una de ellas Codovilla, no residía en que la UniónDemocrática no hubiera triunado, sino “en que grandes sectoresde la clase obrera ueron ganados momentáneamente por el pero-nismo y no por su partido de clase” (en Arnedo Álvarez, 1946: 50).

Los elementos de la nueva defnición política y de la táctica co-rrespondiente ueron desgranándose de a poco, en los meses queprecedieron a la asunción de la presidencia por Perón. ¿Por quéhabía sido derrotada la Unión Democrática? Por desaciertos de lapropia coalición, que no había tomado en cuenta las advertencias

 y recomendaciones de los comunistas. Estos, a su vez, habían teni-do errores y debilidades en el terreno sindical, donde “por temor

de perder aliados en el campo de los sectores burgueses progre-sistas” no habían tenido participación en la lucha reivindicativade los trabajadores, lo que aisló al partido de las masas (Arnedo

 Álvarez, 1946: 43-49).

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26 peronismo y cultura de izquierda

Lo importante, sin embargo, era el sentido que habían tenido los

 votos del pueblo: tanto los que ueron a los candidatos de la Unión

Democrática como los que recibió Perón, dieron respaldo a las mis-

mas promesas electorales –reorma agraria, desarrollo económicodel país, independencia nacional–. En conclusión: “Tenemos que

abatir la inuencia de los imperialismos en el país. Tenemos que

terminar con la política oligárquica. Esto es lo que quiere la mayoría

del pueblo argentino y esta es la necesidad más apremiante” (Orien- 

tación , nº 332, 27/3/46). La mayoría electoral resultaba así diluida

en la “mayoría” construida mediante la interpretación del sentido

del voto que recibieron las dos coaliciones. A través de una aritmé-

tica voluntarista, hecha de sumas y sustracciones en el papel, los co-

munistas veían prefgurarse un nuevo reagrupamiento de uerzas,

coherente con el objetivo, que reaparecía nuevamente en la superf-

cie, de la revolución democrático-burguesa. La mayoría en potencia,

es decir, el conjunto producido por este análisis mágico, tendría su

instrumento en el Frente de Liberación Social y Nacional. ¿Qué ha-

rían los comunistas rente al nuevo gobierno? Darían apoyo a “todo

acto gubernamental que esté de acuerdo con aquellas promesas (so-beranía y desarrollo económico) y con las necesidades progresistas

del país” (Orientación , nº 343, 12/6/46). Consecuente con esta po-

sición, que confaba en presionar a Perón con sus propios compro-

misos, el PC respaldará y se movilizará a avor de la “Campaña de los

sesenta días” contra el encarecimiento de los artículos de primera

necesidad, lanzada por el gobierno a poco de asumir.

La eliminación de la reerencia al nazi-peronismo no acalla-

rá, sin embargo, las alusiones a la presencia de elementos ascis-

tas en el gobierno; y la opinión de que el proyecto de reorma

ascista del Estado seguía en pie, aunque había cambiado de

orma, coexistirá con la redefnición de lo que en el lenguaje

marxista-leninista los comunistas llamaban la “contradicción

principal”.9 Así, el gobierno de Perón no será nunca objeto de

9 “El 4 de junio ue el intento de consolidar un Estado ascista en elpaís. Por la lucha interna del pueblo, los comunistas en primera ila,

 y por la derrota del Eje en lo internacional, los planes ascistas nopudieron lograrse en la orma deseada: hubieron de ceder en parte, y 

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una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista… 27

una caracterización general concluyente, tal como era de rigor

en un partido comunista. El congreso partidario, que coronó en

agosto de 1946 el proceso de reajuste a la nueva realidad, eludi-

rá ese pronunciamiento destacando la composición heterogéneadel gobierno peronista, en el que convivían sectores democráticos

 y progresistas con grupos proascistas (como la entonces llama-

da Alianza Libertadora Nacionalista) y sectores reaccionarios del

ejército, la policía y el clero. Sobre ese conglomerado gobernante,

sostenía Codovilla en su inorme al congreso, se ejercía una doble

presión: la de las masas populares, por un lado, y la de los círculos

imperialistas y oligárquicos, por el otro; el curso que tomaran las

cosas dependería de cuál de esas presiones uera más efcaz. La

táctica de los comunistas sería la de apoyar las medidas del gobier-

no que evaluaran positivas, pero criticar las negativas y preservar

siempre la independencia política del partido, que seguía consi-

derándose el representante de la clase obrera (Codovilla, 1946).

La nueva posición de los comunistas, que se oponían a que

el combate se defniera entre peronismo y antiperonismo, los

separaría de sus antiguos aliados, pero no los acercaría a las ma-sas que seguían a Perón. ¿Cómo llevar adelante el objetivo de

ligarse a esas masas sin ceder la iniciativa a quien era su líder?

¿Cómo enrentar al gobierno de Perón –combatir lo negativo–

sin enrentar a las masas que veían ese gobierno como propio?10 

en parte también cambiaron de orma pero no de objetivos” (Orienta- 

ción , nº 340, 22/5/46).10 Perón, por su parte, consideraba al PC poco más que una agencia

de la Unión Soviética y el anticomunismo seguiría siendo un temarecurrente de sus alocuciones y escritos. Puede pensarse que Perón,hostigado por el conjunto de los partidos políticos tradicionales,diícilmente hubiera rechazado por razones de principios el apoyo deuna uerza política, aun la del PC. Pero ¿qué interés podía encontraren el respaldo ocasional de un partido que proclamaba su indepen-dencia política, declaraba su propósito de oponerse a lo que juzgaranegativo y buscaba movilizar a las masas para que el nuevo gobierno

cumpliera con sus promesas electorales? El hecho es que el líder delnuevo movimiento no sólo denunciará una y otra vez la acción o losmóviles arteros de los agitadores comunistas, como ya lo había hechoentre 1943 y 1946, en su carrera hacia el poder, sino que señalará almundo la lección de la Nueva Argentina, el país donde merced a la

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28 peronismo y cultura de izquierda

En defnitiva, ¿cómo juntar el agua y el aceite, es decir, cómo

dar realidad práctica a la idea de unir los sectores progresistas

del campo peronista con los sectores progresistas del campo an-

tiperonista?La reorientación del PC quedaría, pues, a mitad de camino.

Oponiéndose alternativamente al gobierno y a lo que llamaba la

“oposición sistemática”, rechazando una dicotomía que no esta-

ban en condiciones de alterar, oscilando entre la preservación

de la identidad –resumida en la bandera de la independencia

del partido– y la táctica que los sacara del aislamiento, pero que

los exponía a los riesgos del exterior peronista o antiperonis-

ta, los comunistas no lograrían encontrar un lugar en el nuevo

  juego político. Y a lo largo de los casi diez años de gobierno

peronista los virajes se sucederían. Después de la reorma cons-

titucional de 1949, algo del viejo vocabulario volvió a la superf-

cie: el régimen justicialista era un experimento “corporativo de

tipo ascista”. (Según Juan José Real, esta órmula era apenas un

  juego de palabras destinado a responder a quienes objetaran

la defnición: “¿Es un gobierno corporativo-ascista? No, es ungobierno de tipo corporativo-ascista” [Ibarra, 1964a].)

Pero en 1952 hubo un nuevo giro: el partido ue lanzado a la

búsqueda sin retaceos de la unidad con el peronismo y a la dis-

cusión sobre la postura adoptada hasta entonces rente al gobier-

no de Perón y la defnición que debía hacerse de él. Impulsada

 justamente por Real, por entonces la segunda fgura en la jerar-

quía partidaria, la operación sólo duró los meses en que estuvo

ausente del país Victorio Codovilla, quien a su vuelta reinstaló al

partido en su posición anterior y acusó a Real de desviación “na-

cionalista burguesa” (Codovilla, 1953).11 El episodio, aun a través

concepción justicialista se había vencido al comunismo. “Nuestro jus-ticialismo ha demostrado ser una solución, superando al capitalismo

 y al comunismo, y sin embargo, ha sido y es combatido por ambos enun contubernio inexplicable” (Perón, 1973: 22).

11 Más de diez años después de su expulsión, Real (Ibarra, 1964b) dio supropia versión del episodio, aunque con la discreción de quien sabíarespetar los entresijos de su antiguo partido.

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una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista… 29

del lenguaje estereotipado de los documentos ofciales, con sus

órmulas rituales y las citas de autoridad, expuso la situación en

que se debatían los comunistas: ¿cómo hacer política aquí y ahora

sin incurrir en alguna “desviación” –la del sectarismo, que llevabaal campo de la oposición sistemática, o la del oportunismo, que

llevaba a la asimilación peronista?12 “Nuestro Partido está rodeado

del medio ambiente en que actúa y este medio ambiente presiona 

constantemente sobre él”, observará Codovilla, transmitiendo la

desconfanza que inspiraba en los comunistas el mundo exterior.

En ese medio ambiente, la tarea de “conquistar a las masas in-

uenciadas por el peronismo y por la oposición sistemática” era

una tarea diícil y “llena de acechanzas” (Codovilla, 1953: 89).

Desde el punto de vista práctico el resultado ue marchar sobre

el mismo sitio, mientras se oteaban los signos de desperonización

de las masas.13

marxismo y nacionalismo

La peripecia del “caso Real” no ue el único hecho que sacó a

la luz pública la perturbación que había acarreado al monolitis-

mo comunista el ascenso del peronismo. En realidad, la primera

maniestación de disconormidad con el trámite que el grupo

dirigente daba a la sorpresa del 24 de ebrero de 1946 se pro-

12 “No olvidar que es preciso luchar en dos direcciones: contra las ten-dencias oportunistas que tienden a prosternarnos ante el peronismo,

 y contra las tendencias sectarias que tienden a alejarnos de las masasperonistas y a prosternarnos ante la oposición sistemática” (Codovilla,1953: 11).

13 Reiriéndose al debate sobre el peronismo posterior a 1955, FedericoNeiburg (1998: 52) ha señalado que las interpretaciones relativasal hecho peronista se ordenaron de acuerdo con varias dicotomías,

entre ellas la divisoria entre las versiones que implicaban la peroniza-ción del intérprete y las que suponían la desperonización del pueblo. 

 Ahora bien, esta disyuntiva, que era propia de quienes buscaban nosólo interpretar sino también actuar, es decir, propia de un discursomilitante, se esbozó ya después del triuno de Perón en 1946.

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30 peronismo y cultura de izquierda

dujo casi inmediatamente después de las elecciones y la animó,

hasta ser expulsada, una sección partidaria conocida como la

“célula erroviaria”.14 A este núcleo disidente estaban asociados

  varios intelectuales, entre ellos Rodolo Puiggrós. Reconocidohasta entonces por sus ensayos de historia argentina y por haber

dirigido en la segunda mitad de los años treinta la revista Argu- 

mentos , Puiggrós habrá de convertirse en el principal teórico del

pequeño grupo que desde 1947 se expresará a través del perió-

dico Clase Obrera .

Tomando literalmente el llamado a la discusión ormulado por

la dirección partidaria poco después del triuno del peronismo,

la célula erroviaria había actuado como si su papel hubiera sido

eectivamente el de dilucidar qué había ocurrido el 24 de ebre-

ro o, mejor dicho, qué motivos habían llevado al alineamiento

social que reveló el veredicto electoral de ese día. Para el núcleo

dirigente del PC se trataba de asimilar el revés sin debilitar su

autoridad ante los propios dirigidos y la admisión de errores no

podía lesionar ese presupuesto. En otras palabras: la discusión

debía aliviar al partido de la derrota, neutralizar las herejías queesta pudiera alimentar, tramitar el pasaje de una táctica a otra y 

unifcar la organización en torno a sus jees. La identifcación

de errores dentro de las propias flas se inscribía en la misma

economía.

 Ahora bien, al proponerse responder por su cuenta sobre las

causas de que la mayoría de los trabajadores votara a Perón y 

de que el “partido de la clase obrera” hubiera perdido contacto

con su clase, los disidentes llevarían su celo más allá de esos

límites. Tras las rases de rutina respecto de la crítica y la auto-

crítica, los integrantes de la célula erroviaria se permitieron

indicar, como uente de aquello que la dirección exponía ahora

como errores, los documentos y declaraciones de ese mismo

grupo dirigente, incluido Codovilla, la cabeza reconocida del

14 La verdadera posición de los ferroviarios comunistas de Buenos Aires, FC Sud , Conclusiones de los erroviarios de Buenos Aires, FCS del PartidoComunista, 1947.

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una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista… 31

partido. Había un desaío a la cúpula en el reclamo a que toda

ella, incluido su líder, admitiera abiertamente su responsabi-

lidad; y, al comienzo, ese desaío ue más herético que el con-

tenido mismo de las divergencias, pues la inalibilidad era unatributo indisociable de la autoridad. Pero poco a poco, sobre

todo tras su expulsión, el grupo disidente ue dando conteni-

dos a una plataorma contrapuesta a la del PC, ligada a otra

defnición del peronismo y de la táctica a seguir rente a él y 

proclamada en nombre de la verdadera aplicación de la ciencia

marxista-leninista.

El lenguaje ideológico del periódico Clase Obrera no se distin-

guiría del lenguaje comunista sino por el uso que haría del mismo

conjunto nocional. En eecto, los mismos términos y los mismos

enunciados de base respecto del proletariado, el imperialismo, la

independencia económica, la burguesía nacional, el valor de la

industria pesada, etcétera; las mismas autoridades teóricas (Lenin

 y Stalin dominaban sobre cualquier otra reerencia) y las mismas

experiencias internacionales invocadas como prueba se articula-

rían para ormular una defnición dierente del peronismo y delos dos campos antagónicos –la contradicción principal–. Después

de todo, los disidentes no sólo se colocaban bajo la invocación del

marxismo-leninismo, sino que disputaban el título de verdaderos

comunistas. De acuerdo con las tesis de Clase Obrera , el gobierno

peronista representaba a la burguesía nacional y la táctica justa

era aliarse e incluso colaborar con él en la lucha contra el impe-

rialismo.15 No se trataba de fjar una alternativa a la dicotomía

entre peronismo y antiperonismo, como se proponía el PC, sino

de undir esa dicotomía en el molde de los dos campos en que se

distribuían las uerzas en un país dependiente, el campo antiim-

perialista y el proimperialista. Al primero pertenecía el gobierno

15 “La burguesía industrial coincidió con el sector industrialista del

ejército, y la clase obrera, sin vanguardia que la orientara, aceptó lahegemonía de la burguesía nacional, a cambio de una política socialque se tradujo en aumento de salarios, aguinaldos, jubilaciones, casasde descanso, etc.” (Movimiento ProCongreso Extraordinario delPartido Comunista, 1948: 15).

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32 peronismo y cultura de izquierda

del general Perón, “gobierno de la burguesía nacional que quiere

el desarrollo capitalista de la Argentina, pero que no puede lograr

sus objetivos sin resistir las presiones crecientes del imperialismo

  yanqui y nacionalizar las pertenencias del imperialismo inglés,particularmente los transportes, el sistema bancario y el comercio

exterior”.

El círculo inicial atravesó racturas y deserciones, y hacia 1953

Clase Obrera prácticamente se había reducido al núcleo ideológi-

co que rodeaba a Rodolo Puiggrós. Para entonces, no sólo daba

apoyo al gobierno de Perón sino que había contraído con él un

 vínculo orgánico. Una de las expresiones de ese lazo ue Argenti- 

na Hoy , revista del Instituto de Estudios Económicos y Sociales,

centro donde los comunistas y socialistas atraídos por el nuevo

movimiento habían juntado sus pocos eectivos. En las páginas de

Argentina Hoy , Eduardo Astesano adelantó las tesis que después

retomaría en su Ensayo sobre el Justicialismo a la luz del materialismo 

histórico , donde consigna que Perón había llamado a los miembros

del Instituto a “lanzarse a la labor de completar el árbol de la

doctrina” justicialista (Astesano, 1953: 26). Cercano a Puiggrós y salido también de las flas del PC, Astesano alegará esa invitación

del líder justicialista al exponer una interpretación del peronismo

que muestra al círculo de Clase Obrera  ya en la ruta del nacionalis-

mo marxista.

La revolución y la doctrina justicialistas, dirá Astesano, debían

enocarse como un momento del proceso por etapas que condu-

ciría el país al socialismo. Por ello, seguía el razonamiento, como

“marxistas de un país que lucha por su liberación, prescindiendo

de detalles, debemos aceptar los tres postulados de la Doctrina

 Justicialista y luchar por su aplicación, dentro de los cauces que

fja el propio gobierno revolucionario en su política económica”.

Más aún: “Aceptamos también el concepto repetidamente ex-

puesto por el creador del justicialismo, que estamos rente a una

doctrina de toda la Nación, y que en la presente etapa no pueden

existir grupos políticos opuestos a la misma” (Astesano, 1953: 25).Ubicada en el cuadro internacional, la revolución justicialista era

una revolución de “nueva democracia”, afrmaba Astesano, quien

entresacaba ese término de los escritos de Mao Tse-Tung. El auto-

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una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista… 33

ritarismo del régimen peronista, que era un tema constante de la

crítica socialista y comunista, debía juzgarse de acuerdo con ese

enoque, pues la cuestión de las libertades no podía analizarse

sin tomar en cuenta los intereses en juego: no había democracia“pura”. En el pasado, la democracia liberal había sido el comple-

mento de la economía librecambista y su “prescindencia ormal”

amparó el dominio económico y cultural del imperialismo. La re-

 volución justicialista, a su vez, había inaugurado “un sistema de

dictadura democrática antiimperialista”. Al mismo tiempo que

abría las puertas de la democracia política a las grandes masas,

ese sistema aplicaba “la violencia revolucionaria contra algunos

sectores de la burguesía imperialista extranjera y sus agentes” (As-

tesano, 1953: 35-36).

El ensayo de Astesano, que ilustra la orientación que siguió el

grupo de Clase Obrera  ya bajo la guía de Puiggrós, es un escrito

de su tiempo. Ahora bien, devolver ese escrito a su tiempo es,

antes que nada, devolverlo a la lucha por la nominación legíti-

ma del peronismo que se libraría en el ámbito de la izquierda

desde los primeros años del gobierno de Perón. Lucha simbóli-ca, cada representación del peronismo iba asociada a prescrip-

ciones políticas que podían reducirse, en el límite, a los térmi-

nos de una disyuntiva: o se apostaba a la desperonización más o

menos próxima de las masas o había que unirse al peronismo,

donde estaban las masas. Como si voluntad y representación

ueran indisociables, para socialistas y comunistas (que, con

 variantes, se identifcaron con la primera alternativa), el pero-

nismo debía verse como un hecho circunstancial; para quienes

harían la segunda apuesta, el hecho peronista era (o debía ser

interpretado como) una etapa de la revolución nacional que

llevaba al socialismo.

Esta opción tuvo también más de una variante, y la ormulada

por Clase Obrera ue sólo una de ellas. A los dos términos de la ló-

gica cognitiva de quienes invocaban el marxismo-leninismo para

identifcar el hecho peronista (régimen de tipo ascista/régimende la burguesía nacional), los trotskistas habían opuesto una al-

ternativa, la de régimen bonapartista. Pero no habría tampoco un

solo uso de esa alternativa, y uno de ellos alimentó también una

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 versión del nacionalismo marxista.16 ¿Qué cambiaría después de

1955? El peso relativo de cada una de esas posiciones en el medio

de la juventud universitaria que iniciaría, después de la caída de

Perón, el capítulo de la “conciencia desdichada” de la izquierdaargentina.

16 Para las versiones de origen trotskista del nacionalismo marxista, véase Galasso (1983), y desde una perspectiva crítica, los pasajes quele dedica Tarcus (1996).